de las violencias y otras miradas morales

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12 Domingo, 13 de septiembre de 2015 Literatura delicado. Lo que plantea Cano Gaviria en este cuento no es solo la transformación soterrada de la juventud hacia una proyección más violenta e infame pero aferrada a cualquier excusa, como la del lide- razgo encuadrada por la fuerza: “Me da miedo decir lo que me gustaría hacer cuando lo veamos y por eso pre- fiero esperar a que a Aplanadora se le ocurra algo mejor, algo que realmente valga la pena” (p. 13), sino también el cómo la molicie de un pueblo genera en chicos insatisfe- chos que proyecten sus culpas hacia los otros “para que [el ciego] reciba su castigo quieto y en silencio, o al menos sin delatarnos con sus gritos” (p. 15). Pero además, como una metáfora de la vida colombiana (y en realidad del mundo) y sus transiciones dolorosas, en la que la excusa se con- vierte en un cinismo abierto: “Nos sentimos mirados y descubrimos que ese cuerpo amoratado que seguimos gol- peando, ya no solo para nuestra dicha inocente sino tam- bién para la alegría culpable y cómplice del policía, se ha quedado completamente quieto” (p. 16). Un hermoso y profundo relato, El correo del zar, cons- tituye un momento también de bildungsroman, pero no negativo para su protagonista, Julio, como el de Cuando pase el ciego. En El correo...” se mezclan dos historias: el del crecimiento de Julio “Zancudus” (como lo llama Stella) y el de su relación con la violencia que le acontecerá días después. Este cre- cimiento establece su trato libresco con varias novelas de Julio Verne: Viaje al centro de la tierra, Hector Servadac y Miguel Strogoff, “paraísos de la lectura” que lo invaden constantemente, hasta llegar a comparar a Eladio “con un fili- bustero salido de una novela de Salgari” (p. 32), pero también que empieza a abandonar desde el encuentro con Stella y a vivir la vida, justo también desde el encuentro con Eladio, el mayordomo del vecino de la finca en donde se encuentra. Literatura y vida conversan muchas veces, entre la heroicidad y lo cotidiano, entre la lascivia y la inquietud, entre el paraíso de los sentidos y la sensualidad, entre la confusión por los nuevos roces con situaciones distintas, la mente de Julio evidenciará las dicotomías de una juventud impaciente y nerviosa y el juego comparati- vo con las aventuras románticas librescas. De su encuentro con Eladio, Julio encontrará la Historia a través de la Violencia. De la ficción novelesca de Julio Verne a la realidad existe una línea frágil. De la memoria violenta de la infancia de Julio a su estado actual, cobra vigencia también una violencia sorda, en su primer encuentro con la vida, con la venganza y con un amor que no deja decir su nombre, porque el nombre de Stella con- lleva una estela de atracciones y sugestiones, atravesadas, E l panorama cuentístico de Colombia es poco menos que vedado o cerrado. Cada año salen menos libros de este género. Pero cuando apare- cen son generalmente o buenos, o muy buenos, y pocos, extraordinarios. Es lo que sucede con los libros de Tomás González El lejano amor de los extraños y El rey del Honka-Monka, o los de Julio César Londoño Sacrificio de damas y Los geógrafos, o los de Julio Paredes, por solo mencionar tres escritores que se encuentran en un lugar relevante de la literatura colombiana. No menos que ellos, casi de la misma generación, Ricardo Cano Gaviria se ha también destacado en el cuen- to. Además de su obra novelística o ensayística, suficien- temente reconocida en el exterior y muy poco en el país, como muchos de los escritores “exiliados”, esta ha sido una de las regiones con que ha iluminado este género con En busca de Moloch (1989) y El hombre que rezó a Baudelaire (2007). Cuando pase el ciego, su último libros de cuentos (2014), hace un aporte importante a la narrati- va (oscura) de la violencia, pero así mismo, a la narrativa del poder y el odio, ambas, formas de violencia. Los nueve cuentos que conforman Cuando pase el ciego (Sílaba Editores), paradójica e irónicamente se acercan y se alejan de la narrativa de “la Violencia” colombiana, pues si bien varios de los relatos suceden en tierras colombianas, en el fondo Ricardo Cano Gaviria (al igual que García Márquez en Doce cuentos peregrinos) busca apartarse de una mirada nacional e instituye otra “metropolitana” o, antes que nada, universal. Aún más: revelan una violencia interna, grupista, minimalista, aleja- da de los centros potenciales de la violencia tradicional (fuerzas armadas, paramilitares, guerrilleros). Revelan una violencia potenciada, anómala, en los seres ilumina- dos por una luz hosca y mugrienta. Así, Cuando pase el ciego, que da título al libro, consti- tuye una especie de bildungsroman en el que Melbo, su protagonista, narra la historia de sí mismo y la de un grupo de adolescentes que viven en un pueblo ficticio denomina- do San Ignacio de las Soledades, en el que ven pasar a un ciego sin nombre diariamente. Uno quisiera pensar en el paisaje seco y brumoso de Comala y de las sierras con pendientes de Juan Rulfo, con este mundo lleno de polvo del pueblo “calles miserables, empedradas y llenas de ali- mañas” (p. 13). Ese mundo concuerda con el alma y la actitud de los jóvenes, quienes con sus sobrenombres reve- lan la dualidad de sus comportamientos: Melbo, porque come flores del mismo nombre; Marlene, la Aplanadora, por gustarle aplastar frutas; María, la Ojerosita, por llorar mucho; Pedro, denominado Barragán, por su cara de malo y por comer cal, y Jorgito, Fifí, por su comportamiento Comentario crítico sobre el libro más reciente del narrador Ricardo Cano Gaviria. I ADALBERTO BOLAÑOS SANDOVAL Cuando pase el ciego, de Ricardo Cano Gaviria o a a ás a e- Me ría re- e le nte nel Ste qu ci va ce M q l b Stella y a vivir la De las violencias y otras miradas morales

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Artículo publicado en Generación de El Colombiano

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12 Domingo, 13 de septiembre de 2015

Literatura

delicado. Lo que plantea Cano Gaviria en este cuento no es solo la transformación soterrada de la juventud hacia una proyección más violenta e infame pero aferrada a cualquier excusa, como la del lide-razgo encuadrada por la fuerza: “Me da miedo decir lo que me gustaría hacer cuando lo veamos y por eso pre-fiero esperar a que a Aplanadora se le ocurra algo mejor, algo que realmente valga la pena” (p. 13), sino también el cómo la molicie de un pueblo genera en chicos insatisfe-chos que proyecten sus culpas hacia los otros “para que [el ciego] reciba su castigo quieto y en silencio, o al menos sin delatarnos con sus gritos” (p. 15). Pero además, como una metáfora de la vida colombiana (y en realidad del mundo) y sus transiciones dolorosas, en la que la excusa se con-vierte en un cinismo abierto: “Nos sentimos mirados y descubrimos que ese cuerpo amoratado que seguimos gol-peando, ya no solo para nuestra dicha inocente sino tam-bién para la alegría culpable y cómplice del policía, se ha quedado completamente quieto” (p. 16).

Un hermoso y profundo relato, El correo del zar, cons-tituye un momento también de bildungsroman, pero no negativo para su protagonista, Julio, como el de Cuando pase el ciego. En El correo...” se mezclan dos historias: el del crecimiento de Julio “Zancudus” (como lo llama

Stella) y el de su relación con la violencia que le acontecerá días después. Este cre-cimiento establece su trato libresco con varias novelas de Julio Verne: Viaje al centro de la tierra, Hector Servadac y Miguel Strogoff, “paraísos de la lectura” que lo invaden constantemente, hasta llegar a comparar a Eladio “con un fili-bustero salido de una novela de Salgari” (p. 32), pero también que empieza a abandonar desde el encuentro con

Stella y a vivir la vida, justo también desde el encuentro con Eladio, el mayordomo del vecino de la finca en donde se encuentra. Literatura y vida conversan muchas veces, entre la heroicidad y lo cotidiano, entre la lascivia y la inquietud, entre el paraíso de los sentidos y la sensualidad, entre la confusión por los nuevos roces con situaciones distintas, la mente de Julio evidenciará las dicotomías de una juventud impaciente y nerviosa y el juego comparati-vo con las aventuras románticas librescas.

De su encuentro con Eladio, Julio encontrará la Historia a través de la Violencia. De la ficción novelesca de Julio Verne a la realidad existe una línea frágil. De la memoria violenta de la infancia de Julio a su estado actual, cobra vigencia también una violencia sorda, en su primer encuentro con la vida, con la venganza y con un amor que no deja decir su nombre, porque el nombre de Stella con-lleva una estela de atracciones y sugestiones, atravesadas,

El panorama cuentístico de Colombia es poco menos que vedado o cerrado. Cada año salen menos libros de este género. Pero cuando apare-

cen son generalmente o buenos, o muy buenos, y pocos, extraordinarios. Es lo que sucede con los libros de Tomás González El lejano amor de los extraños y El rey del Honka-Monka, o los de Julio César Londoño Sacrificio de damas y Los geógrafos, o los de Julio Paredes, por solo mencionar tres escritores que se encuentran en un lugar relevante de la literatura colombiana.

No menos que ellos, casi de la misma generación, Ricardo Cano Gaviria se ha también destacado en el cuen-to. Además de su obra novelística o ensayística, suficien-temente reconocida en el exterior y muy poco en el país, como muchos de los escritores “exiliados”, esta ha sido una de las regiones con que ha iluminado este género con En busca de Moloch (1989) y El hombre que rezó a Baudelaire (2007). Cuando pase el ciego, su último libros de cuentos (2014), hace un aporte importante a la narrati-va (oscura) de la violencia, pero así mismo, a la narrativa del poder y el odio, ambas, formas de violencia.

Los nueve cuentos que conforman Cuando pase el ciego (Sílaba Editores), paradójica e irónicamente se acercan y se alejan de la narrativa de “la Violencia” colombiana, pues si bien varios de los relatos suceden en tierras colombianas, en el fondo Ricardo Cano Gaviria (al igual que García Márquez en Doce cuentos peregrinos) busca apartarse de una mirada nacional e instituye otra “metropolitana” o, antes que nada, universal. Aún más: revelan una violencia interna, grupista, minimalista, aleja-da de los centros potenciales de la violencia tradicional (fuerzas armadas, paramilitares, guerrilleros). Revelan una violencia potenciada, anómala, en los seres ilumina-dos por una luz hosca y mugrienta.

Así, Cuando pase el ciego, que da título al libro, consti-tuye una especie de bildungsroman en el que Melbo, su protagonista, narra la historia de sí mismo y la de un grupo de adolescentes que viven en un pueblo ficticio denomina-do San Ignacio de las Soledades, en el que ven pasar a un ciego sin nombre diariamente. Uno quisiera pensar en el paisaje seco y brumoso de Comala y de las sierras con pendientes de Juan Rulfo, con este mundo lleno de polvo del pueblo “calles miserables, empedradas y llenas de ali-mañas” (p. 13). Ese mundo concuerda con el alma y la actitud de los jóvenes, quienes con sus sobrenombres reve-lan la dualidad de sus comportamientos: Melbo, porque come flores del mismo nombre; Marlene, la Aplanadora, por gustarle aplastar frutas; María, la Ojerosita, por llorar mucho; Pedro, denominado Barragán, por su cara de malo y por comer cal, y Jorgito, Fifí, por su comportamiento

Comentario crítico sobre

el libro más reciente del narrador

Ricardo Cano Gaviria.

I ADALBERTO BOLAÑOS SANDOVAL

Cuando pase el ciego, de Ricardo Cano Gaviria

o a a

ás a e-

Mería re-e le nten el

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Stella y a vivir la

De las violencias y

otras miradas morales

13GENERACIÓN, una publicación de el COLOMBIANO

inclusive, con la muerte (los cuentos no podrían ser clasi-ficados como parte de la literatura de la Violencia en Colombia, pues su tendencia se suscribe más allá de esa tendencia tendenciosa, y más aún de aquella que es consi-derada “buena” literatura de ese subgénero).

Y es esta muerte la que en Página en blanco también es sugerida. El cuento narra cómo mediante el retintín de la frase “A música de pájaros”, exclamada por la negra Mercedes, la criada de la familia, y más tarde de ese mismo diálogo, ampliada con la pregunta: “¿Pues no tiene alas la música como los pájaros?” (p. 53), Cano Gaviria postula el apoyo que la mujer pudo tener en la elaboración del poema de José Asunción más reconocido, el Nocturno III.

Visto así, el cuento sugiere cinco posibles temas para una reflexión crítica: la influencia de una voz, de un tema, de un silbido, de un ritmo, de una palabra, que para el artista pueden representar acervos profundos, moti-vantes; otro subtema, correlacionado con el anterior: la influencia de lo rítmico en la poesía de Silva alcanzada a través de la sonoridad que el poeta reasumiera de los negros que lo rodeaban; y otro más, complemento del segundo: la conjugación étnico-cultural y su síntesis expresiva a finales del siglo XX; y por último, la recrea-ción biográfica, la versión ficcionalizada sobre las cau-sas de la muerte que, como buen cuento, quedan inexpli-cadas, a pesar de que aparentemente las sepamos.

El otro cuento que revela la influencia intertextual, o mejor, devela la reescritura que permite la cultura, es Al

caer de la noche, o el último día del héroe. El epígrafe de Jorge Luis Borges, en este caso, relaciona premonitoria-mente lo que vamos a leer: una nueva versión de Emma Zunz, del escritor argentino. En este cuento Cano Gaviria muestra una vez más su pericia narrativa, el manejo de la técnica y la lectura escrupulosa e investigativa mediante una relectura profunda que prodigara, entre otras, en sus novelas aparentemente histórico-ensayísticas Las ciento veinte jornadas de Bouvard y Pécuchet, El pasajero Benjamin o El pasajero Walter Benjamin, especie de relecturas, kitsch y pastiche, pero por sobre todo, recrea-ción creativa, combinación, al mismo tiempo, de sus estu-dios críticos, como es el caso del cuento comentado Página en blanco, sobre Silva. Esto lo conecta con los ensayos anteriores (que posiblemente escribiera mientras estudiaba a Silva) consignados en sus libros Por un poeta sin aureola (2011) o el inicial José Asunción Silva, una vida en clave de sombra (1992), en el que las mejores páginas son aquellas donde postula situaciones casi ficti-cias o creativas para algunos momentos de la vida de Silva. Escritura interpenetrada de ensayo o de ficción, la narrativa de Gaviria salta, guardando las proporciones, la “eficiencia” de los géneros.

Uno de esos casos en Cuando pase el ciego sucede con Al caer de la noche, o el último día del héroe, en el que, como ya lo mencionamos, Cano Gaviria recrea el cuento de Jorge Luis Borges Emma Zunz desde otro ángulo. Si Borges cuenta a partir de la visión de Emma Zunz, el escri-

tor medellinense lo hace desde el de Aaron Loewenthal, el dueño de la fábrica donde trabaja Emma. Ya contar desde el otro, da cuenta de la otra mirada de Cano Gaviria. Este cuento revela la otra cara del cuento de Borges: narrador medido, tranquilo, que observa la historia a través de la mirada de Loewenthal. Mientras el narrador de Borges lo juzga “la última noche, le había jurado que el ladrón era Loewenthal”, el de Cano Gaviria le da una dimensión humana y amplía en descripción el mundo de Emma y sus amigas. Como la misma mente de Aaron, el relato se des-plaza lento, sinuoso, describiendo física y mentalmente al viejo dueño de la fábrica. El relato permite que Cano Gaviria introduzca varios personajes más que los que tiene la trama de Borges, parca en ellos, y permite, también, una mayor descripción de la historia del entorno. Llega, inclu-so, a contar la historia del perro Pampero y de una aventu-ra erótica del Aaron maduro. Ambos aspectos se enrique-cen no solo desde el plano textual y estructural sino desde el plano de la historia. ¿Cuento o relato? En todo caso, la historia de Cano Gaviria pertenece a esos cuentos largos de los que hace gala Alice Munro, la Nobel de literatura 2013, en los que la trama se llena de varias generaciones sin que dejen de ser un cuento. ¿Cuestión de géneros o teo-rías? Difícil saber en un panorama tan contradictorio.

Cano se permite, inclusive, un guiño intertextual con el protagonista del cuento borgiano El sur, en el cual su pro-tagonista lee también el Martín Fierro y lucha al final con-tra un compadrito, haciendo parte de un escenario en el que la muerte concurre como parte del cobro de la lucha entre el pasado y la identidad. La cita literaria y cultural del cuento crece como un giro cultural en el que Cano expande una declaración moral y escritural sobre el mundo y el cuento como discurso libérrimo. Discurso intertextual que, como lo han demostrado muchos autores que han efectuado este mecanismo de homenaje y dedicatoria, entre esos el mismo Borges, conlleva un redirecciona-miento del saber ficticio, y en este cuento, se imbuye de una mirada inmersa en la moral, aquella que, en palabras de Terry Eagleton, representa “el estudio del modo de vivir más plenamente y alegremente; y el término moral en este contexto hace referencia a un enfoque cualitativo o evalua-tivo de la conducta humana y la experiencia”.

Los cuentos analizados de Cano Gaviria tienen esa adscripción, esa visión moral. Pero tienen, además, muchos más posibles análisis, que se encuentran fijados en la contradictoria y tragicómica canción revelada al final del cuento Un león en la playa: “Quince hombres hay sobre el pecho del muerto… / ¡Yo jo-jo y una botella de ron!”. Canción tragicómica que revela el alegre dolor que la moral impele a cumplir. Tono y dimensión del cuento que se complementa cuando Zenobia de Claramunt, su personaje principal, declara: “una hora para el amor, otra para el odio, ¿y cuándo la de la vengan-za?”. Esos aires contradictorios son los que despiden también Balada y lamentación, himno en clave de los perros (y animales todos), perseguidos por los seres humanos, o El tren de Hammar, significativa ensoñación desde la sabana de Bogotá (pero no premonición) de la suerte de los judíos en la segunda guerra mundial. Delicadeza y dolorosa realidad kafkiana I

Fiestadel libro