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DE LA IDENTIDAD SOCIAL A LA POLÍTICA: UN EXAMEN CRÍTICO DE LA TEORÍA DE LA IDENTIDAD SOCIAL Leonie Huddy Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook CATEDRA PSICOLOGIA POLITICA II TITULAR: LIC. JORGE A. BIGLIERI TRADUCCION DE LA CATEDRA

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DE LA IDENTIDAD SOCIAL A

LA POLÍTICA: UN EXAMEN

CRÍTICO DE LA TEORÍA DE

LA IDENTIDAD SOCIAL Leonie Huddy

Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook

CATEDRA PSICOLOGIA POLITICA II TITULAR: LIC. JORGE A. BIGLIERI

TRADUCCION DE LA CATEDRA

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Traducción de la Cátedra Psicología Política II - Facultad de Psicología (UBA)

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De la identidad social a la política: Un examen crítico de la teoría de la

identidad social

Leonie Huddy

Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook

El interés en el concepto de identidad ha crecido exponencialmente tanto en las humanidades

como en las ciencias sociales, pero la discusión de la identidad ha tenido menos impacto del

que podría esperarse en el estudio cuantitativo del comportamiento político en general y en

psicología política más específicamente. Uno de los enfoques más prometedores para los

psicólogos políticos es la teoría de la identidad social, como se refleja en el pensamiento de

Henri Tajfel, John Turner, y colegas. Aunque la teoría aborda los tipos de problemas de

interés para los Psicólogos Políticos, ha tenido un impacto limitado en la psicología política

debido a la falta de inclinación de los teóricos de la identidad social para examinar las fuentes

de la identidad social en un mundo real complicado por la historia y la cultura. En esta

revisión, se examinan cuatro temas clave que dificultan el éxito de aplicación de la teoría de

la identidad social a los fenómenos políticos. Estas cuestiones clave son las existencia de

elección de identidad, el significado subjetivo de identidades, gradaciones de la fuerza de la

identidad, y la considerable estabilidad de muchas identidades sociales y políticas.

PALABRAS CLAVE: identidad social, política de identidad, identificación

política, relaciones intergrupales.

El interés por el concepto de identidad ha crecido exponencialmente durante los últimos

años. Teóricos posmodernos en las humanidades han desafiado las concepciones

tradicionales de identidad argumentando que el sujeto fijo del pensamiento humanista

liberal es un anacronismo que debería ser reemplazado por un individuo más flexible

cuya identidad es fluida, contingente y socialmente construida (Butler, 1990; Novotny,

1998; Villancourt Rosenau, 1992; Young, 1997). Los científicos sociales también han

intensificado su interés de larga data en el concepto de identidad en los últimos años

(Jenkins, 1996). Los sociólogos han ponderado y explorado la tensión entre la identidad

individual y las limitaciones de la estructura social (Giddens, 1991; Jenkins, 1996;

Stryker, 1980). Los antropólogos han examinado la expresión cultural de la identidad,

sus significados y cómo esta se mantiene en los límites del grupo (Barth, 1969; Cohen,

1986). Los psicólogos sociales se han centrado en la naturaleza multifacética y

condicional de la identidad individual (Gergen, 1971; Hogg, Terry, & White, 1995;

Markus, 1977). Además han identificado la identidad social como un ingrediente

poderoso en el desarrollo de prejuicios intragrupales y conflictos intergrupales (Tajfel,

1981; Turner, Hogg, Oakes, Reicher, & Wetherell, 1987).

Sin embargo, en el estudio cuantitativo del comportamiento político en general, y en la

psicología política más específicamente, la discusión de la identidad ha tenido menos

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impacto del que podría esperarse. A pesar de la reciente aparición de políticas de

identidad en todo el mundo, los investigadores del comportamiento político han tardado

en incorporar el concepto de identidad en sus estudios empíricos. Esto parece extraño,

dado que las demandas de respeto y reconocimiento grupales están en el corazón de los

nuevos movimientos sociales que defienden los derechos de las mujeres, las minorías

religiosas, los diversos grupos étnicos y raciales, gays y lesbianas (taylor, 1994). Tales

movimientos no pueden ser explicados como una simple búsqueda de ganancia material

o beneficios tangibles, y parecen pedir una explicación que incorpore la noción de

identidad (ver también Monroe, Hankin, & Van Vechten, 2000).

Dado su impacto político, la aparición de fuertes políticas sociales e identidades

políticas debe ser de interés para los psicólogos políticos, y se necesita un acercamiento

teórico para avanzar en el estudio de la identidad dentro de la ciencia política. Uno de

los enfoques más prometedores para los psicólogos políticos es la teoría de la identidad

social, como se refleja en el pensamiento de Henri Tajfel, John Turner, y colegas

(Tajfel, 1981; Turner, 1996; Turner et al., 1987). La teoría de la identidad social es útil

por varias razones. Ha generado una enorme cantidad de estudios en un grupo diverso

de países (ver Brewer & Brown, 1998). Tal vez el más famoso de sus hallazgos clave

es el surgimiento de favoritismo endogrupal, que se ha replicado ampliamente (Brewer,

1979; Brown, 1995).

También ha generado hipótesis comprobables que pueden aplicarse a una amplia gama

de grupos, incluidos los vinculados a la política. Por último, aborda los tipos de

cuestiones de interés para los psicólogos políticos: conflicto intergrupal, conformidad

con las normas del grupo, los efectos del bajo estatus de grupo y las condiciones bajo

las cuales se genera acción colectiva, y los factores que promueven la categorización

de uno mismo y de otros dentro de los grupos.

No obstante, creo que la teoría de la identidad social ha tenido menos impacto

en la psicología política de lo que podría haber tenido de otra manera debido a varias

deficiencias y omisiones en su programa de investigación. En un espíritu de diálogo

constructivo, evalúo críticamente la utilidad de la teoría de la identidad social para la

psicología política, identificando varias cuestiones clave que dificultan su aplicación

a los fenómenos políticos. Utilizo esta crítica para esbozar una agenda de

investigación sobre la naturaleza y el impacto de la identidad que atraviesa la

psicología política y social. Comienzo con un breve resumen de la investigación

política que ha incorporado la teoría de la identidad social, o las nociones de identidad

en general, en la investigación sobre las relaciones intergrupales. Esto es seguido por

una breve visión general de la teoría de la identidad social. Luego exploro con más

detalle los desafíos que plantea la investigación política para la teoría de la identidad

social. A lo largo de todo el libro, sostengo que la renuencia de los teóricos de la

identidad social a examinar las fuentes de la identidad social en un mundo real

complicado por la historia y la cultura ha puesto serios límites a la aplicación de la

teoría a la psicología política.

Investigación actual sobre identidad política

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Hay varias líneas de investigación en psicología política que han incorporado la

noción de identidad. Ha surgido una línea de investigación en torno a las cuestiones

de la identidad nacional, el patriotismo y el multiculturalismo. Un ejemplo son las

investigaciones de Citrin y Sears sobre la identidad estadounidense. Han examinado

el significado subjetivo de ser estadounidense y han descubierto un consenso de que

depende del apoyo a los valores estadounidenses clave de la igualdad y el

individualismo. Sin embargo, también han descubierto aspectos controvertidos de la

identidad americana que conciernen a la necesidad de creer en Dios o de hablar en

nombre de su país para ser considerado un "verdadero americano" (Citrin, Reingold,

& Green, 1990; Citrin, Wong, & Duff, 2000). Y son estos aspectos polémicos de la

identidad estadounidense los que median las consecuencias políticas de la identidad

nacional. Los individuos que apoyan los aspectos menos consensuales y nativistas de

la identidad estadounidense (como ser cristiano) son más propensos a oponerse a las

políticas diseñadas para beneficiar a los nuevos inmigrantes, ver negativamente el

impacto de la inmigración y creer que es difícil convertirse en estadounidense sin

adoptar las costumbres estadounidenses (Citrin et al., 1990; Citrin et al., 2000). Otros

investigadores también han encontrado que los efectos políticos del patriotismo

dependen de su significado subjetivo (Schatz, Staub y Lavine, 1999). Sears y Citrin

también descubrieron evidencia sustancial de que los miembros de diversos grupos

étnicos y raciales en los Estados Unidos se identifican principalmente como

estadounidenses y sólo de manera secundaria como miembros de su grupo étnico o

racial. Esto está en desacuerdo con las predicciones de la teoría de la identidad social,

que sugiere que la pertenencia a un grupo minoritario debe ser extremadamente

destacada para los afroamericanos, hispanos y asiáticos, por lo que la identidad

nacional es abrumadora (Citrin et al., 2000; Sears, Citrin, Vidanage, & Valentino,

1994; Sears & Henry, 1999). La incapacidad de la simple importancia de los grupos

para dar cuenta de la identidad étnica se refuerza en un estudio de Gurin, Hurtado y

Peng (1994) sobre la identidad nacional y étnica entre los mexicoamericanos.

Encontraron que los mexicoamericanos que entran en contacto regular con los

anglosajones, y para quienes la etnia mexicana es por lo tanto muy importante, no son

más propensos a tener identidades nacionales (mexicanas) o étnicas (por ejemplo,

chicanas) que otros mexicoamericanos. Esto plantea cuestiones importantes para la

teoría de la identidad social sobre el grado en que la importancia de la propia etnia o

grupo racial -el ingrediente clave en el desarrollo de la identidad para muchos

investigadores de la identidad social- explica el surgimiento de las identidades étnicas

y raciales. En conjunto, la investigación sobre las identidades étnicas y nacionales

sugiere como mínimo que la formación de la identidad no puede explicarse

simplemente por la importancia de la designación de un grupo. Más bien, insinúa el

primero de cuatro temas clave -el significado subjetivo de las identidades- que creo

que deben ser abordados por los investigadores de la identidad social antes de que la

teoría pueda ser aplicada con éxito a los fenómenos políticos. Como demuestra la

investigación sobre el patriotismo, la identidad estadounidense no significa lo mismo

para todos los estadounidenses. Y es el significado de la identidad estadounidense, no

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su existencia, lo que determina sus consecuencias políticas. Sin embargo, los

investigadores de la identidad social han tendido a ignorar este aspecto subjetivo de

las identidades, prestando considerable atención a la existencia de simples límites de

grupo mientras ignoran su significado interno. En una segunda línea de investigación

relacionada con las identidades étnicas y raciales, se ha descubierto que las identidades

fuertes socavan la unidad nacional y promueven la intolerancia y las antipatías entre

grupos. Así, Sidanius, Feshbach, Levin, y Pratto (1997) encontraron que una identidad

fuerte como miembro de un grupo subordinado en los Estados Unidos o Israel (por

ejemplo, afroamericanos en los Estados Unidos, árabes en Israel) resulta en un sentido

de patriotismo disminuido. Asimismo, Gibson y Gouws (1999) descubrieron que las

fuertes identidades raciales y étnicas entre los sudafricanos aumentan su necesidad

percibida de solidaridad grupal, lo que a su vez produce una mayor antipatía hacia los

outgroups, aumenta la percepción de que dichos grupos representan una amenaza y

promueve la intolerancia. Estos hallazgos se basan en una gran cantidad de trabajo

que documenta la importancia de la pertenencia subjetiva a un grupo en la formación

de actitudes y comportamientos políticos (Conover, 1988; Miller, Gurin, Gurin, &

Malanchuk, 1981). A primera vista, estos resultados parecen compatibles con la teoría

de la identidad social porque sugieren que la pertenencia a una minoría saliente da

lugar a la identidad dentro del grupo y a la antipatía fuera del mismo. Sin embargo, al

examinarlo más de cerca, es claro que el ingrediente crucial en el desarrollo de la

antipatía fuera del grupo en estos estudios es la existencia de una identidad subjetiva

fuerte e internalizada, no la simple pertenencia a un grupo. Además, está claro que no

todos se identifican fuertemente con su grupo étnico o racial. Por lo tanto, estos

hallazgos plantean dos desafíos adicionales para la teoría de la identidad social.

Primero,

¿cómo explicamos la decisión de un miembro individual del grupo de identificarse

como tal? Este aspecto de la elección ha sido típicamente ignorado por los

investigadores de la identidad social cuyo paradigma experimental clave -la situación

intergrupal mínima- asigna miembros a los grupos y simplemente asume el desarrollo

uniforme de la identidad de grupo. En segundo lugar, los teóricos de la identidad

social suelen considerar la identidad social como un fenómeno de todo o nada.

Cuando el grupo es prominente, la identidad del grupo es primordial. Cuando la

pertenencia a un grupo no es prominente, predomina la identidad individual. Pero,

entonces, ¿cómo contabilizamos las identidades de fuerza variable que persisten en

todas las situaciones? Cuando se evalúa a lo largo del tiempo, una amplia gama de

identidades de grupo demuestran una estabilidad notable tanto en su naturaleza (por

ejemplo, afroamericana) como en su fortaleza. Creo que es difícil adaptar la teoría de

la identidad social a los fenómenos políticos sin llegar a un acuerdo sobre las dos

cuestiones: la elección de la identidad y las gradaciones en la fuerza de la identidad.

Una tercera línea de investigación en psicología política se ha centrado en la

naturaleza de las identidades políticas, incluyendo la identificación con un partido

político importante o la adopción de un apodo ideológico como término de

autodescripción (Abrams, 1994; Duck, Hogg, & Terry, 1995; Duck, Terry, & Hogg,

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1998; Kelly, 1989). Deaux, Reid, Mizrahi y Ethier (1995) examinaron la naturaleza

social de identidades políticas como las conservadoras, ambientalistas, liberales,

pacifistas, radicales y socialistas, concluyendo que "esperarían que las predicciones

de la teoría de la identidad social fueran más aplicables a las identidades étnicas,

religiosas,[y] políticas" porque son de naturaleza más "colectiva" que otros aspectos

individuales de la identidad (p. 286). Mi propia investigación sobre la identidad

feminista es un ejemplo de este enfoque. Aplico la teoría de la identidad social al

desarrollo de la identidad feminista y examino la facilidad con la que la identidad

feminista cambia en respuesta a la información sobre las características sociales y

políticas de las feministas y sus oponentes (Huddy, 1997b, 1998). Mis hallazgos

apoyan la extensión de la teoría de la identidad social a las identidades políticas y, al

mismo tiempo, desafían la visión de la teoría de las identidades como altamente

fluidas. En apoyo de un enfoque de identidad social, encuentro que la identidad

feminista depende de sentirse similar a los tipos de mujeres representadas como

feministas, independientemente de sus creencias (Huddy, 1998). Al mismo tiempo,

descubro una estabilidad considerable en la identidad feminista que está en

contradicción con la opinión de Turner y otros investigadores de la categorización

social de que las identidades sociales son altamente cambiantes (Haslam, Turner,

Oakes, McGarty y Hayes, 1992; Hogg, Hardie y Reynolds, 1995). En esencia,

encuentro que es difícil revertir las definiciones culturales de una feminista típica y,

lo que es más importante, estos prototipos de grupos culturalmente establecidos crean

una poderosa fuente de estabilidad de identidad (Huddy, 1997b). La considerable

estabilidad que muestran las diversas identidades políticas, no sólo la identidad

feminista, proporciona un importante cuarto desafío a la teoría de la identidad social

que antes no se había explorado.

Teoría de la identidad social: Una breve descripción general

En realidad, existen dos ramas distintas de la teoría de la identidad social: la

versión desarrollada por Tajfel (1981) y Tajfel y Turner (1979), conocida como teoría

de la identidad social, y una rama desarrollada por Turner y sus colegas, referida a la

teoría de la autocategorización (Turner et al., 1987). Ambas teorías reconocen los

orígenes de la identidad social en los factores cognitivos y motivacionales, aunque

ponen diferente énfasis en ellos (Hogg, 1996, p. 67). Las primeras versiones de la

teoría de la identidad social desarrolladas por Tajfel (1981) y Tajfel y Turner (1979)

pusieron un énfasis clave en las motivaciones psicológicas que llevan a un miembro

del grupo a respaldar o negar la pertenencia a un grupo existente. Turner et al (1987)

han descrito este motivo como una necesidad entre los miembros del grupo "de

diferenciar positivamente sus propios grupos de los demás para lograr una identidad

social positiva" (p. 42). En contraste, la teoría de la autocategorización desarrollada

por Turner et al. (1987) se ha concentrado en los fundamentos cognitivos de la

identidad social. La teoría de la autocategorización se basó en las primeras

formulaciones cognitivas de Tajfel para desarrollar aún más los factores cognitivos

que promueven la categorización de uno mismo como miembro del grupo. Como

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señaló Turner et al. (1987), la teoría de la autocategorización es una "elaboración

cognitiva" de la teoría anterior de Tajfel que proporciona una explicación de cómo los

individuos llegan a identificar y "actuar como grupo" (p. 42).

Categorización y relevancia

Una de las ideas clave tanto de la teoría de la identidad social como de la teoría

de la autocategorización es que los principios que rigen la categorización de los

objetos cotidianos pueden ampliarse para explicar la categorización de las personas,

incluido uno mismo, en agrupaciones sociales. Aunque esta conexión entre la

formación de la identidad y los principios de categorización se desarrolla más

plenamente dentro de la teoría de la autocategorización, la influencia de la

investigación de la categorización sobre la teoría de la identidad social estuvo presente

desde el principio de la teoría. Las primeras investigaciones y teorías de Tajfel (1981)

comenzaron desde una perspectiva puramente cognitiva, intentando explicar las

distorsiones perceptivas que acompañaban a la categorización (Tajfel, 1981; Tajfel y

Wilkes, 1963; para una revisión de este primer trabajo, véase Eiser, 1996). Tajfel

procedió a documentar los sorprendentes efectos de la simple categorización social,

que ya son bastante conocidos. Los ojos azules, la preferencia por las pinturas de

Wasily Kandinsky sobre las de Paul Klee, y el hecho de llamar a algunas personas

sobreestimadores y a otros subestimadores fueron suficientes para producir una

preferencia por los demás miembros del grupo y para provocar la discriminación

contra los foráneos (Allen&Wilder, 1975; Billig & Tajfel, 1973; Brewer & Silver,

1978; Doise & Sinclair, 1973; Tajfel, Billig, & Bundy, 1971; para un resumen, ver

Brewer, 1979). La situación experimental popularizada por Tajfel y sus seguidores,

en la que los grupos eran designados sólo por una etiqueta común, se conoció como

la situación intergrupal mínima (para una revisión, véase Diehl, 1990). En estos

estudios "los sujetos creían que habían sido asignados a grupos simplemente por

conveniencia administrativa"; no tenían ningún contacto entre sí, y ninguna razón para

creer que tenían intereses compartidos (Turner et al., 1987, p. 27). Como señaló

Turner (1996), Tajfel no esperaba que esta situación funcionara. De hecho, Turner

escribió que "su idea[de Tajfel] era establecer una línea de base de no comportamiento

intergrupal" y luego examinar lo que se necesitaba adicionalmente para fomentar la

discriminación intergrupal (p. 15). No es sorprendente que Tajfel concluyera que los

factores cognitivos -las distorsiones perceptivas que surgen de la acentuación de las

diferencias intergrupales- no podían explicar por sí solos el surgimiento de la

discriminación intergrupal y, en respuesta, modificaron la teoría de la identidad social

para incluir factores motivacionales adicionales (Wilder, 1986, pp. 315-316). Sin

embargo, Tajfel asumió implícitamente que los individuos etiquetados como

miembros del grupo se categorizarían a sí mismos como tales e internalizarían la

etiqueta de grupo como una identidad social. Por lo tanto, de acuerdo con la teoría de

la identidad social, se necesitan factores motivacionales adicionales para explicar el

desarrollo de la discriminación intergrupal, pero la mera categorización es suficiente

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para explicar la creación de la identidad social. Desafortunadamente, la afirmación de

que la simple designación de los límites de los grupos conduce a la identidad social

ha recibido mucha menos atención que la predicción de que el etnocentrismo y la

discriminación intergrupal surgen como un producto directo de la categorización. Hay

alguna evidencia de que la prominencia de la categoría da forma a la identidad. Por

ejemplo, McGuire y sus colegas reportaron evidencia de que los niños de una minoría

étnica en su salón de clases (y cuya etnia es por lo tanto más prominente) son más

propensos a describirse a sí mismos en términos de su etnia; los niños en familias

donde hay más miembros del género opuesto son más propensos a mencionar su

género cuando se describen a sí mismos (McGuire, McGuire, Child, & Fujioka, 1978;

McGuire & Padawer- Singer, 1976). En una línea similar, Hogg y Turner (1985)

encontraron que el aumento de la prominencia del género de los participantes del

estudio aumenta la probabilidad de que piensen en sí mismos en términos

estereotipados de género. Estos hallazgos fueron confirmados en un meta-análisis

realizado por Mullen, Brown y Smith (1992) en el cual se encontró que la prominencia

del grupo promovía el desarrollo del sesgo intragrupo en un gran número de estudios.

Los teóricos de la autocategorización se basaron en este primer trabajo para desarrollar

más plenamente los orígenes cognitivos de la identidad, basándose en gran medida en

los avances de la investigación de la categorización que dio lugar a una nueva forma

de ver las categorías (Lakoff, 1987; Neisser, 1987). Este cambio de paradigma implica

alejarse de una visión "clásica" de la pertenencia a una categoría, definida por un

conjunto de reglas claras o un conjunto de características comunes, para ver las

categorías en su lugar como un conjunto difuso con límites poco claros y una

estructura "graduada" o probabilística en la que algunos miembros son calificados

como miembros más típicos o mejores de la categoría que otros. Lakoff (1987) se

refirió a esto como "teoría del prototipo" y argumentó que se generaliza a categorías

sociales en las que los estereotipos pueden ser considerados equivalentes a un

prototipo de categoría. Un prototipo puede ser el miembro más típico del grupo -una

persona real- o un miembro ficticio que encarna los atributos más comunes o más

frecuentes compartidos entre los miembros del grupo (Rosch, 1978). Los

investigadores de la auto-categorización creen que es la similitud percibida con el

miembro prototípico del grupo lo que juega un papel clave en la formación y

desarrollo de la identidad social (Hogg, 1996; Hogg & Hains, 1996; McGarty, Turner,

Hogg, David, & Wetherell, 1992; Turner et al., 1987). Los investigadores de la auto-

categorización también tienen una visión extremadamente lábil de las identidades

sociales que parece estar impulsada casi por completo por el contexto perceptivo

inmediato de cada uno. En un documento sobre los estereotipos australianos de los

estadounidenses, Turner y sus colegas afirmaron que "las autocategorías más

destacadas son... intrínsecamente variables y fluidas, no sólo pasivamente `activadas'

sino activamente construidas `in situ' para reflejar las propiedades contemporáneas de

uno mismo y de los demás" (Haslam et al., 1992, p. 5). Desde su perspectiva, las

identidades varían en parte porque las categorías sociales (como la edad o el género)

varían en importancia en las distintas situaciones.

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De hecho, uno de los principios clave de la teoría de la auto- categorización es que

los individuos cambian constantemente entre una identidad individual y una social

(Brewer & Weber, 1994; Simon, 1997; Turner et al., 1987). Sin embargo, no es sólo

la prominencia de las categorías existentes lo que influye en la capacidad de las

identidades sociales, según los investigadores de la autocategorización: Creen que las

categorías mismas cambian en todos los entornos sociales. De acuerdo con la teoría

de la auto-categorización, es más probable que los individuos se consideren miembros

de grupos sociales en condiciones en las que el uso de una etiqueta de grupo maximiza

las similitudes entre uno mismo y otros miembros del grupo, y aumenta las diferencias

con los extraños (Turner et al., 1987). De esta manera, las categorías y sus prototipos

emergen y cambian espontáneamente con los atributos de las personas que pertenecen

y no pertenecen a la categoría. Hogg y otros (1995) se hicieron eco de esta posición

cuando señalaron que "la identidad social es altamente dinámica: responde, tanto en

tipo como en contenido, a las dimensiones intergrupales de los contextos sociales

comparativos inmediatos" (p. 261). En este caso, el tipo se refiere a la importancia de

las diferentes categorías y el contenido implica un cambio en el prototipo del grupo.

En otras palabras, Turner y sus colegas creen que los prototipos de grupo varían según

los entornos sociales y, por lo tanto, contribuyen aún más a los cambios de identidad.

Influencias Motivacionales

Sin embargo, la identidad social no es sólo una cuestión cognitiva. Como Tajfel

reconoció, tiene que haber algo más en la identidad para explicar el sesgo intragrupo

y la discriminación fuera del grupo en la situación intergrupal mínima. Para completar

la teoría de la identidad social, Tajfel añadió motivación a lo que comenzó

esencialmente como un modelo cognitivo de percepción intergrupal y discriminación,

describiendo esta adición como su "segunda gran idea" (Turner, 1996, p. 16). Según

Tajfel, la necesidad de una distintividad positiva impulsa la identidad social. Esto

significa que la identidad de grupo es probable que surja entre los miembros de un

grupo de alto estatus porque la membresía distingue positivamente a los miembros del

grupo de los de afuera; en contraste, el desarrollo de la identidad de grupo es menos

seguro entre los miembros de grupos de bajo estatus que necesitan desarrollar

adicionalmente una identidad alrededor de atributos grupales alternativos y

positivamente valorados (creatividad social) o luchar para cambiar la imagen negativa

del grupo (cambio social) antes de que la membresía pueda mejorar su estatus (Tajfel

& Turner, 1979). Varias líneas de investigación demuestran los fundamentos

motivacionales de la identidad social. Tajfel y Turner (1979) sugirieron que una

opción disponible para los miembros de los grupos de baja categoría, especialmente

los grupos en los que la pertenencia es permeable, es negar la pertenencia a un grupo

o identificarse con un grupo alternativo de estatus superior. Se refirieron a esta

estrategia como movilidad social, y varios investigadores han proporcionado

evidencia de su existencia entre los miembros de grupos de bajo estatus (Jackson,

Sullivan, Harnish, & Hodge, 1996; Taylor, Moghaddam, Gamble, & Zellerer, 1987;

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Wright, Taylor, & Moghaddam, 1990). Los miembros de grupos de bajo estatus

también pueden recurrir a las tácticas de creatividad social y cambio social para

mejorar la posición de su grupo. Una vez más, hay evidencia que respalda esto. Por

ejemplo, los miembros de los grupos tienden a elevar la importancia de las

características positivas de los grupos que confieren superioridad sobre un grupo

externo en la definición de su grupo (Mummendey & Schreiber, 1984; van

Knippenberg, 1978; van Knippenberg & van Oers, 1984). Lalonde (1992) observó

esta estrategia en acción entre los miembros de un equipo de hockey perdedor que

reconocieron que sus competidores tenían habilidades superiores, pero calificaron a

sus oponentes más negativamente en otras dimensiones. Jackson et al (1996)

encontraron que los miembros de un grupo negativo intentaron cambiar el estatus de

su grupo al calificar un atributo indeseable de manera más positiva o al calificar al

grupo de manera más favorable en otras dimensiones comparativas. Estos hallazgos

sobre el carácter distintivo positivo tienen su paralelo en la investigación sobre la

identidad étnica, en la que la identidad se desarrolla con mayor fuerza entre los

miembros de los grupos de estatus superior. Huddy y Virtanen (1995) encontraron que

la identidad nacional está más desarrollada entre los cubanos que entre otros latinos

porque creen que su estatus social excede por mucho el de los mexicoamericanos o

puertorriqueños. Ethier y Deaux (1994) mostraron que los estudiantes hispanos en su

primer año de universidad en una universidad de la Ivy League que encuentran el

ambiente universitario amenazante para su identidad hispana ven a su grupo como un

grupo con un estatus más bajo, lo que a su vez debilita su identificación como

hispanos. En una línea similar, Swann y Wyer (1997) descubrieron que los hombres

tienen más probabilidades de pensar en sí mismos en términos de género -es

estereotipados- y, por lo tanto, de identificarse con su género- cuando están en

minoría, mientras que las mujeres, miembros de un grupo de estatus inferior, no tienen

tantas probabilidades de estereotiparse a sí mismas cuando están en la minoría.

Algunos investigadores han equiparado razonablemente la necesidad de una

distinción positiva con el mantenimiento de la autoestima personal, y argumentan que

los miembros del grupo con baja autoestima deberían estar más motivados que otros

para mejorar la posición del grupo y mostrar sesgo dentro del grupo. Sin embargo,

varios estudios indican que son las personas con una autoestima alta, no baja, las que

tienen más probabilidades de derogar un outgroup para proteger la posición del grupo

(Crocker & McGraw, 1984; Crocker, McGraw, Thompson, & Ingerman, 1987; Long

& Spears, 1998; para un resumen de los resultados, ver Abrams & Hogg, 1988).

Investigaciones recientes que distinguen entre la estima personal y la estima grupal

sugieren que ambas deben separarse para comprender la forma en que funciona el

carácter distintivo positivo. Hay muchas razones para pensar que los individuos

preferirían ser asociados con grupos positivamente estimados, independientemente de

su nivel de autoestima (Luhtanen & Crocker, 1992). De hecho, el meta-análisis de

Mullenet al. (1992) descubrió niveles significativamente más altos de sesgo

intragrupo entre los miembros de grupos de alto estatus (aunque no hay unanimidad

completa sobre este punto; ver Long & Spears, 1998). Investigaciones más recientes

sugieren varios otros motivos para el desarrollo de la identidad de los grupos y el sesgo

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de los grupos, aunque éstos esperan una mayor verificación empírica. Brewer (1991,

1993) sugirió que la identidad del grupo depende de un equilibrio entre la necesidad

de pertenecer y la necesidad de tener motivos únicos y compensatorios que ella

combinó dentro de la teoría óptima del carácter distintivo. Según Brewer, las

identidades deben conferir la combinación óptima de atributos distintivos y comunes,

explicando así por qué los miembros de los grupos mayoritarios muestran identidades

más débiles en los grupos minoritarios.También hay un debate continuo sobre el papel

del destino común y la amenaza de los grupos externos como determinantes del sesgo

intragrupo, y algunos estudios siguen informando sobre la aparición del sesgo

intragrupo sólo en condiciones de competencia intergrupal (Brewer, 1979; Insko,

Schopler, Kennedy, & Dahl, 1992; Rabbie, Schot, & Visser, 1989). Por ejemplo,

Flippen, Hornstein, Siegal y Weitzman (1996) contrastaron la influencia de la

prominencia y la amenaza sobre el sesgo intragrupo, y encontraron que sólo surge

cuando los miembros del grupo son amenazados por personas ajenas. Finalmente,

Mullin y Hogg (1998) han introducido un motivo adicional para explicar el sesgo

intragrupo. Argumentaron que el sesgo intragrupo surge en la situación mínima

intergrupal porque los miembros del grupo se sienten inseguros acerca de sus puntos

de vista y se identifican con otros miembros del grupo, especialmente con los

miembros típicos del grupo, para disipar este sentimiento desagradable. Esta

necesidad de certeza fue señalada por primera vez por Tajfel (1969), quien sugirió que

la búsqueda de la coherencia puede ser la base del desarrollo de los estereotipos y los

prejuicios.

Desafíos a la Teoría de la Identidad Social

Este breve resumen indica que los teóricos de la identidad social han pasado

tiempo pensando tanto en los orígenes de la identidad social como en el desarrollo del

sesgo intragrupo. Desafortunadamente, los investigadores no han asignado sus

esfuerzos uniformemente a estas dos cuestiones. Los resultados de la investigación

proporcionan una amplia evidencia empírica de las consecuencias de la pertenencia a

un grupo para los conflictos entre grupos, pero arrojan mucha menos luz sobre el

desarrollo de la identidad. Esta es una omisión seria para los investigadores de la

conducta política que están interesados no sólo en lo que sucede una vez que las

distinciones de grupo se hacen salientes, sino también en el desarrollo de las

identidades, especialmente las identidades fuertes que perduran a través de las

situaciones y en el tiempo. La evidencia descubierta por los investigadores de la

identidad social de que el simple hecho de pertenecer a un grupo alimenta el sesgo

intragrupo (en ausencia de competencia intergrupal) es una poderosa adición a la

investigación sobre las relaciones intergrupales. Pero los investigadores del

comportamiento político a menudo se ven afectados por la ausencia de conflictos de

grupo a pesar de la existencia de grupos distintos y salientes, o por la debilidad de las

identidades (por ejemplo, asiático-americanos) entre los miembros de los grupos

salientes. Esto plantea una cuestión políticamente importante: ¿Por qué, a pesar de las

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distinciones salientes de los grupos, los individuos varían en el grado en que se

identifican con un grupo? La respuesta es importante si las identidades fuertes motivan

la acción relacionada con el grupo (ver abajo). Cada uno de nosotros tiene muchas

identidades potenciales derivadas de la pertenencia a diversos grupos, pero

relativamente pocas de estas identidades se desarrollan o se vuelven políticamente

consecuentes. La teoría de la identidad social ha sido criticada por ignorar las

poderosas identidades que crean los tipos de conflictos de intereses intergrupales para

los psicólogos políticos. No obstante, me gustaría argumentar a favor del estudio de

identidades que varían en un continuo de débil a fuerte. Es importante entender qué

es lo que convierte una identidad débil o inexistente en algo que puede motivar el

odio étnico. Pero este proceso sería difícil de entender si todo lo que

examináramos fueran las identidades muy débiles que surgen en la situación mínima

intergrupal, o las identidades muy poderosas que caracterizan los conflictos étnicos o

nacionales. Iris Marion Young (1997) proporcionó un ejemplo de este proceso de

fortalecimiento en su discusión sobre las mujeres como colectivo social. Se basó en

un incidente en una novela de Meredith Tax para describir la transformación de un

grupo de mujeres inmigrantes judías rusas, en el bajo este de Manhattan hace un siglo,

de mujeres que compraban en la misma carnicería a un colectivo que organizó un

boicot a las tiendas para protestar contra los precios de los pollos locales. En este

ejemplo, una identidad anterior débil se fortalece hasta el punto de motivar la acción

colectiva. El proceso subyacente a esta transformación merece un escrutinio mayor

del que ha recibido hasta ahora.

Identidades Adquiridas Versus Asignadas

El primer desafío que enfrenta una teoría de la identidad social políticamente

relevante es dar cuenta de la existencia de identidades adquiridas por elección. El

desarrollo histórico de la identidad desde algo atribuido por otros a algo adquirido por

uno mismo ha sido discutido con gran erudición por el teórico político Charles Taylor

(1989) y el psicólogo Roy Baumeister (1986). Ambas aludían al cambio en la

identidad moderna desde atributos que se determinaban esencialmente al nacer en la

época medieval -la religión, la ocupación y la situación económica de cada cual en la

vida- hasta identidades que son mucho menos deterministas y más sujetas a la elección

en la era moderna. La religión, la educación, la ocupación, la preferencia sexual y las

funciones domésticas pueden ahora configurarse a voluntad en mucha mayor medida

de lo que era posible en el pasado (Giddens, 1991). Esta capacidad de recrear y

remodelar la propia identidad muchas veces está posiblemente en su extremo en la

sociedad estadounidense contemporánea, caracterizada por sus altos niveles de

movilidad residencial, segundas carreras y altas tasas de divorcio. Como dice una

inmigrante polaca en Estados Unidos sobre sus conocidos estadounidenses, "todo el

mundo está siempre en movimiento y experimentando enormes cambios, por lo que

pierden la pista de quiénes han sido y tienen que vigilar en quiénes se están

convirtiendo" (Sarup, 1996, p. 5). Esta remodelación de la identidad va de la mano

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con el deseo moderno de autenticidad y reconocimiento externo -encontrar el

verdadero yo y que otros lo reconozcan (Taylor, 1994). La importancia de la elección

individual en la adquisición de la identidad es válida incluso para lo que consideramos

características bastante fijas como la raza y la etnia. Esto está bien documentado por

Nagel (1995), quien examinó el creciente número de personas que reportan una raza

indígena americana en el Censo de los Estados Unidos. Entre 1960 y 1990, el número

de personas que se identifican como indígenas americanos se triplicó con creces, de

poco más de 500.000 a casi 2 millones. Como señala Nagel, esto no puede explicarse

únicamente por el aumento de la tasa de natalidad, sino que también refleja el "cambio

étnico". Nagel encontró el mayor aumento en la identidad de los indígenas

estadounidenses entre las personas que viven en áreas urbanas o en estados no

indígenas sin reservas, que se han casado entre sí, hablan inglés exclusivamente y no

asignan a sus hijos una raza indígena. En otras palabras, la identidad indígena

americana ha aumentado entre aquellos individuos que "residen en partes del país que

permiten una amplia gama de opciones étnicas" (p. 953). La capacidad de adquirir (o

perder) la identidad indígena americana es menos frecuente

entre los indígenas americanos que viven en reservas, por ejemplo, a quienes se les

asigna una raza o etnia para fines administrativos oficiales. La existencia de

identidades adquiridas plantea, por tanto, un reto crucial para los investigadores de la

identidad social. Como debe quedar claro en la revisión anterior de la teoría de la

identidad social, la situación intergrupal mínima de la que dependen tantos estudios

sobre la identidad social simplemente no permite la elección de la identidad. En estos

estudios, los participantes se asignan esencialmente a grupos y se supone que

interiorizan su pertenencia al grupo. Los participantes de la investigación son

asignados aleatoriamente a ser estimadores o subestimadores, amantes de las pinturas

de Klee o Kandinsky. No hay elección de identidad ni exploración de diferencias

individuales en la voluntad de adoptar tales identidades atribuidas

experimentalmente[véase Perreault y Bourhis (1999) para una crítica similar de la

situación intergrupal mínima]. En el extremo, los investigadores de la teoría de la

identidad social sugieren que la prominencia de la pertenencia a un grupo es el único

determinante de la identidad. La identidad de género debe ser primordial para las

mujeres que trabajan en ocupaciones dominadas por hombres o en entornos laborales.

Los afroamericanos que trabajan en entornos predominantemente blancos deben tener

dificultades para pensar en sí mismos en términos que no sean raciales. Pero esta sigue

siendo una visión profundamente determinista del desarrollo de la identidad que omite

la elección individual. La prominencia, una de las fuerzas clave detrás de los cambios

de identidad (según los investigadores de la identidad social), es una característica de

las situaciones, no de los individuos. La elección de la identidad es importante porque

es una característica común de las identidades sociales fuera del laboratorio. Pero

también puede mejorar el desarrollo de la cohesión entre los grupos y la

discriminación fuera del grupo, incluso dentro de un entorno de laboratorio. En uno

de los pocos estudios de identidad social que examinaron las identidades adquiridas,

Turner, Hogg, Turner y Smith (1984) reportaron un estudio en el que los participantes

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fueron asignados o podían elegir pertenecer a uno de los dos equipos que competían

en un ejercicio de resolución de problemas. Los miembros de los equipos ganadores

indicaron una mayor autoestima y cohesión cuando fueron asignados al equipo. Pero

los miembros que eligieron voluntariamente a sus equipos tenían más probabilidades

de manifestar una alta autoestima y cohesión de grupo cuando habían perdido, lo que

sugiere un mayor sentido de compromiso de grupo cuando se adquiere la identidad

que cuando se le atribuye. Perreault y Bourhis (1999) ampliaron esta investigación

para incluir los efectos de la adquisición de la identidad en el desarrollo de la

discriminación fuera del grupo y descubrieron que la identificación de grupos aumenta

en fuerza con el sentido de que la pertenencia al grupo de laboratorio es voluntaria.

Además, la fuerte identificación de los grupos en este estudio aumentó el

comportamiento discriminatorio contra un grupo externo en una tarea de asignación

de recursos.

Diferencias individuales en la adquisición de identidad

La noción de que las identidades sociales se adquieren más a menudo de lo que

se les atribuye indica la importancia de las diferencias individuales en el proceso de

adquisición de la identidad, una cuestión que ha sido ignorada en gran medida por los

investigadores de la identidad social. ¿Existe, por ejemplo, una variación individual

en la propensión general a identificarse con los grupos sociales? Duckitt

(1989) sugirió que el comportamiento autoritario puede explicarse en parte por la

mayor tendencia de algunos individuos a identificarse con los grupos sociales

dominantes, como los blancos en los Estados Unidos o los cristianos en Europa

occidental. ¿Pueden estas tendencias ser explicadas por rasgos básicos de la

personalidad como la intolerancia a la ambigüedad, la necesidad de coherencia o la

ausencia de apertura a la experiencia? tal vez los individuos menos abiertos a la

experiencia o intolerantes a la ambigüedad prefieran atribuirse a identidades

adquiridas y se sientan incómodos con la miríada de opciones de identidad a las que

se enfrentan los individuos en la sociedad contemporánea. En uno de los pocos

estudios que examinan directamente las diferencias individuales en la adquisición de

identidad, Perreault y Bourhis (1999) exploraron los efectos del etnocentrismo, el

autoritarismo y la necesidad personal de una estructura sobre la fuerza de la

identificación entre grupos en un grupo de laboratorio creado experimentalmente.

Encontraron que las tres medidas de personalidad están correlacionadas con la fuerza

de la identificación del grupo, pero que estas relaciones con la identificación parecen

estar impulsadas por el etnocentrismo. En otras palabras, los individuos que expresan

antipatía hacia los de afuera son más propensos a adoptar una identidad de grupo en

el laboratorio. En cierto modo, los hallazgos de Perreault y Bourhis plantean más

preguntas que respuestas. ¿Cuáles son los orígenes de una aversión general a los

forasteros? ¿Esto impulsa el deseo de una identidad de grupo? ¿O hay otros atributos

subyacentes de la personalidad que explican tanto el etnocentrismo como la adopción

de la identidad intragrupo? Obviamente, se necesita más investigación para

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desenmarañar los rasgos de personalidad que tienen más probabilidades de influir en

la adopción de la identidad de grupo. Otras diferencias individuales que merecen

consideración incluyen los factores motivacionales discutidos anteriormente como

posibles determinantes del sesgo del grupo: la alta autoestima, la necesidad de

pertenecer, la necesidad de ser único y la necesidad de tener certeza. El estudio de

Perreault y Bourhis es un primer paso alentador en esta dirección. Es extremadamente

importante que los psicólogos políticos entiendan por qué algunos individuos en un

contexto social y político dado adoptan una identidad de grupo, mientras que otros en

circunstancias idénticas no lo hacen.

Diferencias del grupo en la libertad de adquirir identidad

Los grupos también difieren en la medida en que permiten a los individuos la

libertad de adquirir o descartar una identidad de grupo. Tanto la permeabilidad de un

grupo como el grado de ambigüedad que rodea a la pertenencia a un grupo pueden

influir en la adquisición de la identidad. Algunos estudios han comenzado a examinar

la permeabilidad de los límites de los grupos, especialmente para los grupos que

difieren en su posición social, y han encontrado que los miembros del grupo están

bastante dispuestos a descartar la membresía en un grupo de bajo estatus (Jackson et

al., 1996). De hecho, la investigación de Wright (1997) sugiere que la permeabilidad

de los límites no tiene por qué ser muy extensa para que los miembros del grupo

contemplen soluciones individuales en lugar de colectivas a los problemas de bajo

estatus de grupo. Este hallazgo sugiere la existencia de identidades de grupo débiles

entre los miembros de grupos permeables. La permeabilidad no es sólo una

característica de los grupos altamente fluidos; también puede caracterizar la

pertenencia a grupos relativamente fijos basados en fronteras

étnicas y regionales. Mummendey, Kessler, Klink y Mielke (1999) descubrieron que

los alemanes orientales difieren en lo fácil que piensan que es para una persona de

Alemania Oriental ser considerada de Alemania Occidental, y que los individuos que

piensan que pasar por la Alemania Occidental es bastante difícil tienen identidades

más fuertes de Alemania Oriental. Por el contrario, los alemanes orientales que ven

las fronteras regionales como relativamente más permeables tienen más

probabilidades de adoptar la identidad de Alemania Occidental y, a su vez, tienen más

probabilidades de pensar que son sólo alemanes. Las cuestiones de permeabilidad del

grupo plantean cuestiones concomitantes sobre la influencia del etiquetado externo en

la adquisición de la identidad. Si la pertenencia al grupo es obvia para otros, será más

difícil para un miembro del grupo evitar ser etiquetado como tal. Puede ser

relativamente fácil para un alemán oriental hacerse pasar por alguien de Occidente,

pero mucho más difícil para un afroamericano evitar ser etiquetado como negro. Unos

límites de grupo menos permeables y una mayor incidencia de etiquetado externo

deberían aumentar la probabilidad de que un miembro del grupo interiorice la

identidad del grupo. Las claves externas relevantes incluyen el color de la piel, el

género, los rasgos faciales y otros rasgos físicos específicos del grupo, el idioma y las

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prácticas culturales, aunque estos dos últimos son obviamente más fáciles de cambiar

que las características físicas manifiestas. Por el contrario, los atributos que pueden

ocultarse o disfrazarse realzan el papel de la elección en la adquisición de identidad

(véase McKenna & Bargh, 1998). Los grupos también varían en la ambigüedad de la

pertenencia al grupo, un punto relacionado pero separado. La teoría de la identidad

social desde sus inicios ha asumido la existencia de miembros de grupos fijos y

conocidos. Y los estudios empíricos se han concentrado en la investigación con grupos

naturales inequívocos o grupos experimentales con límites claramente definidos. Pero

la pertenencia a algunos grupos no encaja perfectamente en este perfil. Esto puede ser

especialmente cierto en el caso de grupos definidos sobre la base de ideologías o

creencias políticas. Para muchas personas, los límites de los grupos políticos (con la

excepción de los clubes u organizaciones políticas) son probablemente vagos y

difíciles de discernir. ¿Es liberal alguien que apoya el aborto legalizado y los

programas de intercambio de agujas, pero que también propone principios más

pequeños de gobierno y de libre mercado? ¿Cuál es el punto de demarcación entre

liberal y moderado? ¿En qué punto la sombra moderada se convierte en conservadora?

Los límites de las categorías políticas son más vagos que los de las categorías sociales

basadas en la etnia o la raza, por ejemplo. Aunque una persona de ascendencia mestiza

podría pensar si describirse a sí misma como negra o latina, no hay duda de que puede

reclamar legítimamente su pertenencia a uno o a ambos grupos. Pero este no es el caso

de las categorías políticas. Así, aunque es posible parafrasear a Tajfel y definir la

identificación con varios grupos sociodemográficos basados en la edad, raza o etnia

como una "autoconciencia de la pertenencia objetiva al grupo y un sentido psicológico

de apego al grupo" (Conover, 1984, p. 761), esta definición es más difícil de aplicar a

grupos cuyos criterios de pertenencia siguen siendo ambiguos. El impacto de la

pertenencia ambigua a un grupo en la adquisición y retención de la identidad ha

recibido mucha menos atención que la permeabilidad de los límites del grupo, pero no

sería sorprendente encontrar que también inhibe la adopción de la identidad de grupo,

especialmente cuando la pertenencia a un grupo tiene connotaciones negativas.

Límite vs. Significado

La existencia de identidades adquiridas lleva a más preguntas sobre la base de

tales elecciones de identidad. Para comprender mejor cómo se adquieren las

identidades, es útil considerar la distinción que ha surgido en varias líneas de

investigación entre pertenecer a una categoría social e interiorizar su significado. El

antropólogo Frederick Barth (1969, 1981) llamó a esto la diferencia entre la identidad

nominal basada en un nombre y la membresía virtual basada en una experiencia. Otros

se han referido a esto como la diferencia entre una categoría en la que los individuos

están "unidos por alguna característica común" aparente para los forasteros y un grupo

en el que los miembros "son conscientes de sus similitudes" y se definen sobre esa

base (Jenkins, 1996, p. 23). Young (1990) interpretó esto como la diferencia entre una

asociación superficial en la que los individuos conservan su sentido de identidad

individual y un grupo que constituye parte del yo individual. En su opinión, pertenecer

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a una asociación equivale a añadir otro adjetivo a la descripción de uno mismo -que

es análogo al reconocimiento de los límites de un grupo común-, pero transmite poco

más acerca de las experiencias compartidas o de una perspectiva común. Por otro lado,

la pertenencia a un grupo determina e influye en la identidad de un individuo. Para

mí, esta distinción encarna la diferencia entre los límites del grupo y el significado de

la pertenencia a un grupo. Como ya se ha señalado, la investigación sobre la identidad

social se ha centrado en la medida en que los límites de los grupos definen la

pertenencia a un grupo y dan forma a la adopción de la identidad grupal. Pero este

énfasis en los límites ha ocurrido a expensas del significado de la pertenencia a un

grupo (Deaux, 1993). Si todas las identidades de grupo se atribuyeran simplemente a

los miembros del grupo, un conocimiento de los límites del grupo podría ser todo lo

que se necesita para entender las consecuencias de la pertenencia a un grupo. Pero

cuando se adquieren identidades de grupo, el significado de pertenencia a un grupo

puede tener una poderosa influencia sobre la adopción voluntaria de la identidad y sus

consecuencias una vez adquirida. Es difícil para los psicólogos políticos enfocarse

exclusivamente en los límites del grupo porque el proceso mismo de etiquetar los

grupos, y así definir los límites del grupo, se enreda con el significado de la

pertenencia al grupo. Considere las etiquetas de los grupos étnicos y raciales en los

Estados Unidos. Es aleccionador descubrir que el censo de Estados Unidos ha

utilizado un conjunto diferente de categorías para grupos raciales y étnicos en cada

censo nacional (Martin, DeMaio y Campanelli, 1990). La clasificación censal de los

mexicoamericanos es un ejemplo interesante de esta inconsistencia. En 1930 los

mexicanos fueron contados como no blancos; en 1940 fueron considerados como

personas de lengua materna española; en 1950 y 1960 fueron considerados como

personas blancas de apellido español, y en 1970 como personas de apellido español y

de lengua materna española (Fox, 1996). Las disputas sobre el significado de la

pertenencia a un grupo también resultan en batallas sobre quién dibuja y define los

límites del grupo. La adopción del término afroamericano, defendido por Jesse

Jackson, lleva consigo nociones de ascendencia africana que alteran el significado de

la identidad negra y puede que no atraiga a todos, o incluso a muchos, los

estadounidenses negros (Martin, 1991). Las feministas de Estados Unidos lucharon

entre sí a finales de la década de 1960 y principios de la de 1970 por determinar

quién podía y quién no podía ser considerado como feminista por derecho, con

conflictos por la ideología política, la preferencia sexual y el género de los hijos

(Ryan, 1992). Un énfasis en la investigación de la identidad social en grupos que

carecen de significado puede dificultar seriamente nuestra comprensión tanto de la

adquisición de la identidad como de sus consecuencias. Considere el nacionalismo

alemán. Por razones obvias, muchos alemanes sienten cierto malestar por la noción

de un fuerte nacionalismo alemán y se resisten a una identidad patriótica, incluso

cuando su identidad alemana se ha vuelto prominente. Como evidencia empírica,

Schwartz, Struch y Bilsky (1990) encontraron que los estudiantes alemanes no esperan

que otros alemanes muestren sesgo intragrupo contra los israelíes en una tarea de

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asignación de recursos, pero los estudiantes israelíes predicen la aparición de sesgo

intragrupo entre los israelíes contra los alemanes. Claramente, estas expectativas

surgen de la historia de las relaciones entre alemanes y judíos, no de la importancia

de sus respectivas identidades nacionales. En grupos diversos, los miembros del grupo

pueden atribuir diferentes significados a la identidad del grupo (Cohen, 1986; Jenkins,

1996). Los significados diversos surgen cuando el mismo grupo existe en diferentes

regiones de un país o cuando el mismo grupo surge entre distintos subgrupos o

subculturas nacionales. También puede ocurrir cuando se cuestiona el significado de

la pertenencia a un grupo, quizás por razones políticas. Tales diferencias de

significado pueden tener un impacto dramático en las consecuencias de la identidad,

como se ha visto anteriormente en la investigación de Citrin y sus colegas sobre la

identidad estadounidense. La identidad mexicana en Estados Unidos es un ejemplo de

este fenómeno. Los mexicoamericanos nacidos en los Estados Unidos tienen una

identidad binacional como estadounidenses y mexicoamericanos (Gurin et al., 1994).

Sin embargo, las personas nacidas en México asocian el hecho de ser mexicano-

estadounidenses con el hecho de ser mexicanos y rara vez piensan en sí mismos como

estadounidenses. Además, ser latino o hispano está ligado a una identidad

panhispánica politizada para los nacidos en Estados Unidos, pero no para los nacidos

en México. Obviamente, tales hallazgos sugieren que sería más difícil unir a los

mexicoamericanos no nacidos en Estados Unidos en torno a los términos hispanos o

latinos, que ellos no consideran inherentemente políticos. Para complicar aún más las

cosas, el significado interno de un grupo puede ser muy diferente de su significado

para los forasteros (Cohen, 1986). Los intentos de los miembros del grupo de elevar

la posición de su grupo y redefinir las identidades negativas juegan un papel en esta

discrepancia. Los miembros del grupo pueden incluso elegir internalizar una identidad

de grupo porque su concepción de lo que significa pertenecer a un grupo es diferente

de la de los miembros potenciales que no adoptan la identidad. El punto importante es

que necesitamos examinar la concepción tanto de los que están dentro como de los

que están fuera para llegar al significado de la pertenencia a un grupo. Por supuesto,

es relativamente fácil instar a que se estudie más a fondo el significado de grupo, pero

otra cosa muy distinta es hacerlo. Trágicamente, no hay atajos. El significado es

creado a través del tiempo por la cultura y la historia y requiere una investigación

cuidadosa. Esto suena desalentador, pero la teoría de la identidad social sugiere varios

lugares clave para comenzar la búsqueda. Considero brevemente cuatro factores que

ayudan a dotar de significado a la pertenencia a un grupo: la valía de la pertenencia a

un grupo, las características sociales definitorias de los miembros típicos del grupo,

los valores básicos asociados con la pertenencia a un grupo y las

características de los grupos externos comunes que ayudan a definir lo que el grupo

no es.

Validez de la pertenencia al grupo. Como se resumió en el resumen anterior de

la teoría de la identidad social, el desarrollo de la identidad parece estar inhibido entre

los grupos que son vistos negativamente, especialmente cuando los límites de los

grupos son permeables. Las diferencias individuales en la percepción de la valencia

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de un grupo también pueden ayudar a explicar el desarrollo de la identidad. Algunos

estadounidenses, por ejemplo, están orgullosos de su imagen en el extranjero y

esperan con impaciencia el encuentro con sus compatriotas fuera de Estados Unidos;

otros se estremecen cuando escuchan un acento estadounidense en un café de París e

intentan huir de la escena lo más rápidamente posible en previsión del

antiamericanismo local. Puede ser posible transformar a estos estadounidenses reacios

en patriotas bajo circunstancias especiales, pero ciertamente es más difícil que para

los estadounidenses que aceptan voluntariamente la identidad estadounidense.

Además, la valentía de la identidad depende del significado que se dé a los símbolos

del patriotismo. No es sorprendente que los estadounidenses que alcanzaron la

mayoría de edad durante Vietnam se sientan menos patriotas y estén menos apegados

a símbolos como la bandera que los estadounidenses mayores de la generación de la

Segunda Guerra Mundial. Estos ejemplos muestran el potencial de estudiar la valencia

de la pertenencia al grupo entre aquellos que se identifican y los que no se identifican

con el grupo, y entre aquellos que pueden y no pueden ser razonablemente

considerados miembros potenciales del grupo.

Identificación con un prototipo. Los investigadores de la autocategorización han

destacado la importancia de un prototipo de grupo o de un miembro típico del grupo

en la definición de la pertenencia al grupo. El enfoque prototipo sugiere que se debe

prestar mayor atención a los tipos de personas que típicamente ejemplifican la

pertenencia a un grupo (y le dan significado). Según la teoría de la autocategorización,

la similitud de los miembros del grupo con el prototipo de grupo debería mejorar el

desarrollo de la identidad. Las características definitorias del prototipo también

pueden ser la clave para comprender el comportamiento de los miembros del grupo.

Un análisis en profundidad de un prototipo de grupo debería ayudar a descubrir la

base de similitud existente que impulsa la identidad de grupo y los tipos de personas

que tienen más y menos probabilidades de adoptar la identidad de grupo. Si los

representantes conservadores en el Congreso de los Estados Unidos de América del

Sur ejemplifican a los republicanos contemporáneos, no sería sorprendente encontrar

que las mujeres trabajadoras en el noreste y el oeste de los Estados Unidos se

distancien del partido republicano. Si Tony Blair es sinónimo del partido Laborista en

Gran Bretaña, los miembros de los sindicatos de obreros pueden ser reacios a

identificarse como partidarios del partido Laborista. Los medios de comunicación son

un buen lugar para comenzar la búsqueda de las características de los prototipos que

ejemplifican a los grupos sociales y políticos, dada la estrecha gama de personas que

aparecen en las noticias (Huddy, 1997a). Este análisis "objetivo" debe ir acompañado

de las impresiones subjetivas del prototipo de grupo entre los miembros tanto del

grupo interno como del externo.

Valores fundamentales. Además de las características de los miembros típicos

del grupo -señales abiertas que pueden ser expresadas en vestimenta, lenguaje y estilo

de vida-, el significado también puede ser recogido, de acuerdo con Barth, a través de

las orientaciones básicas de valores de los miembros del grupo. Fox (1996)

proporcionó un relato fascinante del esfuerzo por forjar una identidad panhispánica en

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los Estados Unidos a través de un énfasis en los valores comunes. En su opinión, uno

de los temas unificadores que han surgido para describir la comunidad hispana es el

apoyo compartido a la democracia populista, con un énfasis en la libertad personal y

el apoyo al "pequeño". De hecho, Fox le dio a los valores políticos un papel más

central en la creación de una identidad panhispánica que una historia compartida, un

idioma común o un origen étnico similar. La investigación de Schwartz et al. (1990)

ilustra una manera de evaluar los valores que subyacen a la pertenencia a un grupo.

En su estudio de los estudiantes alemanes e israelíes mencionados anteriormente, los

estudiantes clasificaron 19 valores terminales y 18 valores instrumentales sobre la

base de su propio orden de preferencia y el de su grupo nacional. No es de extrañar

que las opiniones propias y las del grupo estén relacionadas, aunque este vínculo es

más fuerte para los estudiantes israelíes que para los alemanes. Esto sugiere que una

fuente importante de identidad nacional - valores compartidos- es más fuerte entre los

israelíes que entre los estudiantes alemanes y sugiere una fuente importante de

debilitamiento de la identidad nacional entre los alemanes.

Diferencias con respecto a los outgroups. Los grupos externos hacen más que

señalar los límites del grupo; también comunican información sobre lo que el grupo

no es. Esta noción es parte integral de la visión de las categorías avanzadas por Lakoff,

Rosch y otros, y ha sido plenamente incorporada en el pensamiento de los

investigadores de la auto-categorización. Sin embargo, casi nadie ha examinado la

imagen de los miembros de los grupos externos para arrojar luz sobre el significado

de la pertenencia a una categoría. ¿Qué sucede, por ejemplo, cuando un grupo

atractivo emerge como enemigo? Durante la batalla por la Enmienda de Igualdad de

Derechos, Phyllis Schlafly ayudó a definir el significado del feminismo para muchas

mujeres al demostrar que las amas de casa y las mujeres que no perseguían carreras

estaban fuera de la etiqueta feminista. La noción de que los outgroups ayudan a definir

la pertenencia a una categoría está vinculada a la opinión de Barth (1981) de que gran

parte del significado de la identidad se crea en sus fronteras en interacción o diálogo

con los miembros de los outgroups. Una implicación política obvia de este hallazgo

es que la identidad del grupo puede ser más difusa y menos intensa en ausencia de un

grupo externo claro para agudizar el significado de la pertenencia al grupo e identificar

los tipos de personas que se encuentran fuera de los límites del grupo.

Tonalidades de la identidad de grupo

Existe un creciente reconocimiento entre los investigadores de la identidad de

que los efectos de la pertenencia a un grupo dependen en cierta medida de la fuerza

de la identidad. Esta evidencia a menudo se interpreta como consistente con la teoría

de la identidad social, aunque percibo inconsistencias aquí entre un énfasis en la fuerza

de la identidad y el pensamiento actual entre los investigadores de la identidad social.

Mullin y Hogg (1998) proporcionaron un ejemplo de algunas de estas inconsistencias.

Reconocieron, por ejemplo, que la discriminación intergrupal depende en parte del

"grado de identificación dentro del grupo", pero continuaron discutiendo cómo la

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identidad del grupo resulta en una despersonalización o una fusión con otros

miembros del grupo que tiende a reducir el sentido de

individualidad, minimizar las diferencias dentro del grupo y promover la conformidad

con el prototipo del grupo. La pérdida de la identidad individual que acompaña a la

aparición de la identidad de grupo suena como un fenómeno de todo o nada que no se

adapta fácilmente a los matices de la identidad de grupo, y me preocupa que el

continuo de la identidad avanzado por los investigadores de la identidad social,

anclado en un extremo por las identidades sociales y en el otro por los aspectos de la

identidad individual, conduzca a una visión muy cruda de la identidad que está en

contradicción con la realidad. Como sabemos por la investigación de la encuesta, las

identidades sociales se adoptan por grados y representan algo intermedio entre una

identidad de grupo que lo abarca todo y una personalidad distintivamente única. Esto

es ciertamente cierto para las identidades políticas. En todo caso, los estadounidenses

más jóvenes demuestran una creciente aversión a las identidades políticas extremas

cuando se les pide que indiquen si se consideran a sí mismos como demócratas o

republicanos, liberales o conservadores fuertes o no tan fuertes (Abramson, 1976,

1979; Keith et al., 1992). Las etiquetas "independientes" y "moderadas" han

aumentado su popularidad, mientras que el número de identificadores fuertes ha

disminuido en las últimas décadas. De manera similar, es más probable que las

mujeres se llamen a sí mismas feministas si pueden calificar su identidad feminista

indicando que no son feministas especialmente fuertes (Huddy, Neely y LaFay, 2000).

Creo que estos matices de identidad son el resultado de sentirse más cerca o más lejos

de un prototipo de grupo o de valores clave respaldados por miembros prototípicos.

La existencia de identidades sombreadas sólo se hace evidente una vez que nos

movemos más allá de una visión de la identidad social como inclusión dentro de los

límites de un grupo para mirar más de cerca la influencia del significado en el

desarrollo de la identidad. Las fronteras connotan una membresía de todo o nada; el

significado ofrece la posibilidad de grados de similitud. Obligar a los miembros de un

grupo a pensarse a sí mismos como miembros de un grupo o como individuos distintos

echa de menos la compleja naturaleza de la identidad, que es simultáneamente

individual y social (Deaux, 1993; Jenkins, 1996). Más importante aún, Branscombe y

sus colegas (Noel, Wann, & Branscombe, 1995; Wann & Branscombe, 1990, 1993)

han demostrado que los matices de la identidad del grupo influyen en el desarrollo del

sesgo intragrupo y la derogación de grupos. Otros estudios replican sus hallazgos. Los

estudiantes japoneses que se identifican fuertemente con su escuela de formación

profesional tienen menos probabilidades que los identificadores débiles de denigrar a

sus compañeros de grupo después de leer información negativa sobre su grupo

(Karasawa, 1991). Perreault y Bourhis (1999) encontraron que los individuos que se

identifican más fuertemente con su grupo tienen más probabilidades de discriminar a

un grupo externo en una tarea de asignación de recursos. Los alemanes con una

identidad regional más fuerte se sienten más positivos sobre su región que sobre la

nación y demuestran una mayor homogeneidad regional (Simon, Kulla y Zobel,

1995). Los estudiantes de Purdue que se identifican fuertemente con su escuela

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exhiben niveles más altos de sesgo y orgullo dentro del grupo (Jackson & Smith,

1999). Los individuos con una fuerte identidad como miembros de un grupo

marginado (por ejemplo, sexual y político) tienen más probabilidades que aquellos

con una identidad débil de aceptar su identidad, compartirla con amigos y familiares,

y se sienten menos distanciados de la sociedad cuando participan en un grupo de

noticias electrónicas relacionadas con

el grupo (McKenna & Bargh, 1998) Incluso hay algunas sugerencias de que las formas

más fuertes de identidad pueden ser las menos afectadas por el contexto. Kinket y

Verkuyten (1997) diferenciaron la fuerza de la identidad étnica entre los escolares

turcos y holandeses de 10 a 13 años que asisten a la escuela primaria en los Países

Bajos. Ellos distinguieron la autoidentificación étnica ("En términos de grupo étnico,

me considero ser...") y la autodescripción (usando una medida análoga a la Prueba de

las Veinte Declaraciones de Kuhn y McPartland) de la autoevaluación étnica[usando

aspectos de la escala de autoestima de Luhtanen & Crocker (1992); p. ej., "Me siento

bien por ser turco"] y la introyección del grupo étnico de uno ("Si alguien dijera algo

malo acerca de la gente de los turcos, ¿se sentiría casi como si hubiera dicho algo

acerca de usted? Encontraron que el nivel más alto (o más fuerte) de identidad

(introyección) no se ve afectado por el contexto del aula (por ejemplo, el porcentaje

de estudiantes holandeses y turcos), mientras que el nivel más bajo (o más débil) es el

más afectado. Como señalaron los autores, estos hallazgos sugieren que la teoría de la

identidad social puede haber sobrestimado los efectos de la relevancia situacional

sobre la identidad al centrarse en identidades relativamente débiles creadas en el

laboratorio. Los psicólogos políticos siempre han incluido medidas de la fuerza de la

identidad en sus investigaciones, y este enfoque de medición encuentra su

justificación en los resultados de los recientes estudios psicológicos sociales revisados

aquí. Pero hay que hacer más para incorporar la noción de fuerza de la identidad en la

teoría de la identidad social, especialmente la transición de una identidad débil a una

fuerte. La fuerza de la identidad puede evaluarse utilizando el enfoque tradicional, que

pregunta si uno es un identificador fuerte o no tan fuerte. Pero también están surgiendo

nuevos enfoques en la investigación psicológica social. Uno de los más interesantes

se basa en el trabajo de Aron y sus colegas (Aron, Aron y Smollan, 1992; Aron, Aron,

Tudor y Nelson, 1991). Smith y Henry (1996) desarrollaron el método de Aron para

evaluar hasta qué punto las actitudes automáticas sobre los atributos de un grupo se

incorporan al autoconcepto. Se supone que los miembros del grupo que responden

más rápidamente a los rasgos que son característicos tanto de ellos mismos como de

un grupo, han interiorizado su identidad de grupo más completamente. Este enfoque

puede resultar ser una herramienta importante para examinar las diferencias

individuales en la fuerza de la identidad y puede proporcionar una visión más profunda

del proceso de desarrollo de la identidad.

Estabilidad de la identidad

Existe un continuo desacuerdo entre los investigadores sobre la relativa

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estabilidad y fluidez de las identidades sociales y políticas. Por un lado, los

investigadores de la identidad social tienden a enfatizar la fluidez de la identidad,

destacando cómo las identidades cambian con el contexto social. Por otra parte, las

identidades sociales como la identidad partidista y étnica demuestran una notable

estabilidad en el tiempo cuando se evalúan en encuestas sobre temas sociales y

políticos, y son mucho más estables que una serie de otras actitudes sociales y políticas

(Alwin, Cohen y Newcomb, 1990; Converse y Markus, 1979; Ethier y Deaux, 1994;

Sears, 1983; Sears y Henry, 1999). La discrepancia entre la visión de los

investigadores de la identidad social de las identidades como altamente fluidas y

la notable estabilidad de las identidades sociales y políticas observada en los

estudios de panel necesita ser resuelta.

Las preguntas sobre la estabilidad relativa de las identidades sociales revisten

especial interés para los politólogos. Una visión muy fluida y contingente de la

identidad choca con la realidad política de la independencia y los movimientos

sociales emergentes en todo el mundo que defienden los derechos de las mujeres, los

diversos grupos étnicos y raciales, y los gays y las lesbianas. El compromiso sostenido

que subyace en las acciones de los individuos en tales movimientos parece estar en

contradicción con la noción de que las identidades son altamente contingentes y

cambiantes. Por otra parte, hay abundantes pruebas de la política cotidiana de que las

identidades políticas y nacionales pueden ser manipuladas por las palabras y acciones

de los líderes políticos, pueden cambiar de intensidad con el apoyo normativo a los

objetivos de un movimiento, y pueden variar en importancia en los distintos contextos.

John Turner y sus colegas son algunos de los más firmes defensores de la idea

de que las identidades sociales son muy lábiles. Hogg y Turner (1985) descubrieron,

por ejemplo, que el aumento de la prominencia del género de los participantes del

estudio aumenta la probabilidad de que piensen en sí mismos en términos

estereotipados de género. Pero, como se mencionó anteriormente, los investigadores

de la auto-categorización también creen que las categorías mismas cambian a través

de los entornos sociales. Esta emergencia espontánea de categorías sociales gira en

torno a la formación temporal de un prototipo de grupo o de un miembro típico del

grupo que encarna los atributos distintivos del grupo, aquellos que son compartidos

entre los miembros del grupo pero que están ausentes entre los que no lo son. Sin

embargo, los puntos de vista de Turner y sus colegas no reflejan la estabilidad

sustancial observada en toda una serie de identidades sociales y políticas. Como he

señalado, una crítica persistente a la teoría de la identidad social es que gran parte de

su base empírica depende de la información sobre identidades que son relativamente

débiles o inexistentes antes del entorno experimental en el que se crean. Es difícil

creer que las identidades políticas de larga data vinculadas a las principales ideologías

o partidos políticos exhiban el mismo alto nivel de fluidez que una identidad artificial

creada en el laboratorio. La evidencia de Kinket y Verkuyten (1997) de que las

identidades fuertes son más resistentes al contexto social, discutida anteriormente,

apoya este punto. También es difícil creer que un prototipo de grupo pueda ser

cambiado tan fácilmente como lo sugieren los investigadores de la autocategorización.

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Como sabemos por numerosos estudios de estereotipos, hay muchas maneras en que

los encuestados pueden racionalizar la existencia de un miembro excepcional del

grupo sin cambiar su imagen subyacente del grupo en su conjunto. Una explicación

para esto, proporcionada por Stangor y McMillan (1992), es que la información sobre

miembros inusuales del grupo se descarta porque se espera que los grupos exhiban

diversidad interna. Una sola excepción no viola la regla general. En contraste, se

presta mayor atención a la información inconsistente sobre un individuo que se espera

que demuestre un comportamiento consistente. Sobre la base de estos hallazgos, los

prototipos de grupo también deben ser resistentes al cambio, especialmente dentro de

grupos que tienen una historia establecida y, por lo tanto, un significado fuera de un

entorno de laboratorio. La fluidez real de los prototipos de grupo es difícil de medir a

partir de la investigación actual. Existe una tendencia entre los investigadores de auto-

categorización a

simplemente asumir que los prototipos de grupo varían con el contexto social. Un

estudio de McGarty et al. (1992) demuestra este enfoque. En su investigación,

construyen pequeños grupos de tres a cinco personas, evalúan sus puntos de vista

sobre una serie de temas y designan al prototipo como el individuo cuyas opiniones

son más parecidas a las de otros miembros del grupo y menos a las de los miembros

del grupo. En otras palabras, imponen un prototipo de grupo a los miembros del grupo

en esta situación de laboratorio. Pero esto no es lo mismo que examinar el prototipo

de un grupo como los judíos americanos. Es fácil retratar a un Woody Allen doble

como un judío típico estadounidense, pero es más difícil incluir a judíos atípicos como

los Tres Chiflados en la categoría. ¿Implica el cambio de categoría del prototipo

porque se está en una situación en la que predominan los miembros atípicos del grupo?

Esto parece improbable y plantea serias dudas sobre el grado en que los prototipos

cambian con los factores situacionales, y si las identidades sociales son tan fluidas

como sugieren los investigadores de la autocategorización. Las dos fuentes principales

de inestabilidad de la identidad en la investigación de la autocategorización -la

prominencia del grupo y los cambios en el prototipo del grupo- merecen mucha más

atención de la que han recibido de los investigadores hasta la fecha. Mi investigación

sobre la identidad feminista sugiere que es mucho más fácil alterar la prominencia de

la identidad feminista que cambiar la naturaleza del prototipo del grupo (Huddy,

1997b). Cuando la palabra "feminista" se incluye en una noticia experimental sobre el

movimiento feminista, refuerza la identidad feminista entre las mujeres que gustan de

las feministas y amortigua la identidad entre las que se oponen a las feministas. Estos

efectos están en consonancia con los efectos previstos de la importancia del grupo.

Pero cambiar el significado de la identidad feminista resulta más difícil. Alterar la

descripción de las feministas en la noticia de las líderes de un grupo de derechos de la

mujer -la típica feminista- a las mujeres comunes, como las amas de casa y las

oficinistas, no resulta convincente para las participantes del estudio. Las mujeres que

tienen puntos de vista similares a los expresados por las feministas en la historia sólo

adoptan la identidad feminista cuando tales puntos de vista son expresados por la líder

de un grupo de derechos de la mujer. Mantener puntos de vista similares a los de una

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feminista representada como una mujer común no tiene ningún efecto sobre la

identidad feminista. Aparentemente, las amas de casa, las trabajadoras y las madres

trabajadoras están demasiado lejos del prototipo feminista como para transmitir de

manera realista información sobre los puntos de vista de las feministas; el simple

hecho de describir a estas mujeres como feministas no cambia este hecho.

Una agenda de investigación

La revisión y discusión anterior destaca varias direcciones importantes para la

investigación futura sobre las identidades políticas y sociales. En primer lugar, es

importante ampliar el alcance de la investigación sobre la identidad social para incluir

una gama de identidades del mundo real de fuerza variada. Los investigadores de

identidad social están prestando mayor atención a las identidades que existen fuera

del laboratorio, pero la elección de tales identidades (por ejemplo, género, ocupación,

especialización universitaria) rara vez se discute explícitamente. Se debería

reflexionar más sobre la elección de estas identidades del mundo real y prestar más

atención a las identidades que varían en fuerza. En esta agenda de

investigación propuesta, hay un papel para las identidades débiles creadas en el

laboratorio. Pero estas identidades tan débiles no pueden constituir toda la base de esta

investigación. Las identidades creadas en el laboratorio exhiben una fluidez

considerable, sin embargo, la evidencia que se revisa aquí sugiere que las identidades

fuertes son resistentes a los efectos del contexto. Las identidades débiles estudiadas

en el laboratorio también pueden subestimar el papel que juega la identidad en la

formación de conflictos intergrupales. No hay duda de que las identidades creadas en

el laboratorio resultan en un sesgo penetrante en el grupo. Pero los efectos de las

identidades fuertes juegan un papel aún más poderoso en la motivación de la

discriminación de los grupos externos. En segundo lugar, necesitamos saber más sobre

los procesos interrelacionados de formación y desarrollo de la identidad. Es

importante entender cómo se adquieren las identidades; es igualmente importante

entender su progresión de débil a fuerte. La pertenencia a grupos del mundo real es

probablemente en promedio más débil, y en ocasiones mucho más fuerte, que las

identidades observadas en un estudio de identidad social típico. En el mundo real, las

identidades débiles son producto de criterios comúnmente ambiguos para la

pertenencia a un grupo y de límites de grupo frecuentemente permeables. Estas

identidades del mundo real son a menudo más débiles que las observadas en el

laboratorio, donde la pertenencia a un grupo es clara y muy destacada. Por otro lado,

algunos grupos del mundo real tienen un prototipo de grupo bien establecido, tienen

un enemigo bien definido y están asociados con valores que están vinculados a

momentos históricos o prácticas culturales definitivos. Esto debería resultar en

identidades de grupo mucho más fuertes que las que se encuentran típicamente en un

entorno de laboratorio. El papel de los actores políticos y los acontecimientos en el

proceso de cristalización de la identidad es de particular interés para los psicólogos

políticos. ¿Hasta qué punto pueden los políticos redirigir o intensificar la identidad

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haciendo hincapié en los significados específicos de la pertenencia a un grupo o

centrándose en un enemigo en particular? En tercer lugar, para comprender mejor el

proceso de desarrollo de la identidad, se necesita más investigación sobre las

características de los individuos que los predisponen a adoptar la identidad de grupo.

Algunas personas pueden estar muy dispuestas a adoptar identidades múltiples,

mientras que otras prefieren definirse sobre la base de una o dos afiliaciones de grupo

clave. ¿Cuáles son las características clave de la personalidad que identifican tales

diferencias individuales? ¿Hay algunos individuos que simplemente evitan las

categorizaciones de grupo, prefiriendo verse a sí mismos y a otros como individuos

únicos? ¿Y en qué momento estos individuos resistentes están atrapados en las fuerzas

sociales que los impulsan a interiorizar la pertenencia a un grupo y a desarrollar

antipatía hacia un grupo externo? Cuarto, las diferencias individuales por sí solas

nunca explicarán completamente el desarrollo de la identidad. Si las identidades

fueran una característica estable de los individuos, sería difícil dar cuenta de los

cambios dramáticos que se han producido a lo largo del tiempo en los niveles y la

fuerza de las identidades nacionales y regionales. Para iluminar el proceso de

desarrollo de la identidad, también necesitamos entender el significado de la identidad

grupal. Entender las connotaciones de la pertenencia a un grupo para los

identificadores de grupo, los identificadores potenciales y las personas ajenas al

mismo ayudará a explicar el proceso de desarrollo de la identidad. El significado de

una identidad de grupo también puede arrojar luz sobre las

diferentes consecuencias de la identidad de grupo para el comportamiento, las

actitudes y los valores de los miembros del grupo.