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Por Mauro Armiño C erraba hace quince días mi artí- culo citando una charranada edi- torial, unos Cuentos completos (Lu- men) de Borges en la que faltaban once relatos; y podría seguir con otras: por ejemplo, la editorial Visor –gran conseguido- ra de subvenciones en ministerios, consejerías y concejalías– acaba de editar Poemas, de Ed- gard Allan Poe, en traducción de Carlos Obli- gado, meritorio poeta argentino, muerto en 1949, a quien apenas se conoce en España; tengo la edición de ese libro con el título de El cuervo y otros poemas (Espasa, 1942). Es decir, se trata de una antología de menos de cien páginas de poesía que deja de lado im- portantes poemas, como el “Tamerlán”, y cu- ya traducción es más que deficiente y ana- crónica (provoca a risa la traducción de “Isra- fel” en romance) debido al planteamiento pre- vio de traducción que hace Obligado; su nom- bre, además, no aparece en el copyright (des- conozco las leyes argentinas ni los años post- mortem de derechos). Pero estas charranadas se quedan en agua de borrajas ante el escán- dalo del Diccionario biográfico español cuyos 25 primeros tomos, de un total de 50 previs- tos, acaba de presentar la Academia de la His- toria. Fue Aznar, al parecer, quien hizo el encar- go a esa Academia de biografiar o dar cuenta de los personajes de distintos ámbitos que han hecho la historia de este malhadado y mal- historiado país; idea excelente, en una histo- riografía desperdigada como la nuestra; en ese campo, como en todos los demás de ámbito cultural, faltan obras generales a las que se aplique el rigor mínimo exigible a unas insti- tuciones (Academias, Universidades), que se predican como ombligo de la excelencia in- telectual y tanto dinero cuestan o sacan del erario público. Por lo leído, el Diccionario es un collar de perlas falsas enhebrado por algu- nos tipos intelectualmente infumables. Empe- zando por la bicha que treinta años después de muerta todavía machaca la convivencia, Franco: la biografía de éste se encargó a Luis Suárez Fernández, medievalista que, por lo que se ve aquí, cree que a estas alturas se pue- de decir lo que se quiera, cuando ya los his- toriadores de distinto signo han consensuado opiniones objetivas sobre ciertos personajes. Vinculado a la Fundación Francisco Franco y presidente de la Hermandad Valle de los Caí- dos, Suárez, ¿qué objetividad podía tener? El medievalista no ha visto ni represión ni vio- lencia sangrienta en los cuarenta años del que sigue calificando como “generalísimo“. La dictadura que nunca existió. Según Suárez, Franco “montó un régimen autoritario pero no dictatorial”; en cambio, el gobierno del so- cialista Juan Negrín fue “prácticamente dicta- torial”. Dictadores son los otros, pero Franco, ¿cómo va a serlo?, un alma de la caridad, cu- ya elevación a los altares sería de obligado cumplimiento. ¿Qué ha pasado? ¿Y qué es la Academia de la Historia? Otra de esas institu- ciones sagradas por su solo nombre, que se iniciaron allá en el XVIII por decreto (Felipe V ya les animaba a redactar un diccionario his- tórico), y que entonces suponían cierta ilus- tración frente al cabrerismo hispano; con el tiempo se han convertido en clubs de amigos, fratrías e intereses de todo tipo, desde econó- micos hasta políticos. Ciñéndonos a la Aca- demia de la Historia, es asiento en su mayo- ría de historiadores cavernarios ideológica- mente; su sistema de elección permite intru- siones que son intrusismos: este mismo año ingresaba Luis Alberto de Cuenca, secretario de Estado de Cultura con el PP, y poeta de me- dio pelo, cuyos trabajos historiográficos son absolutamente desconocidos hasta para mí, amigo y vecino desde hace muchos años. La causa de este disparate ha sido bien cal- culada, políticamente calculada, en un nido de la derecha y de la ultraderecha, donde re- zan cuando se reúnen los viernes una oración al Espíritu Santo –tienen hasta arzobispo–, y donde la presencia de alguna figura como Mi- guel Artola supone la guinda que siempre hay que dar a la izquierda; las biografías se repar- tieron a dedo sectario, permitiendo que los académicos eligieran sus personajes preferi- dos; y a partir de ahí, su director, Gonzalo Anes, proclama que la Academia es indepen- diente; ¿qué quiere decir? ¿Luis Suárez inde- pendiente? Lo será respecto de su perro, si lo tiene, pero está marcado y bien marcado por sus trabajos anteriores, como lo están Carlos Seco (Manuel Azaña) o pseudo-historiadores tipo César Vidal, que se encarga de la biogra- fía de Dolores Ibárruri; ¿no era previsible lo que iba a salir? ¿Qué criterio historiográfico y qué rigor podía pedírsele a Manuel Jesús Gon- zález, que hace las biografías de Aznar y de Esperanza Aguirre, cuando fue secretario de Universidades con ambos? Ninguno, y por eso se le confió para entonar la loa a ambos. Y Anes tiene la desfachatez, y el sarcasmo in- sultante, en sus declaraciones, de decir que hay cosas que los jóvenes no entenderían: co- mo no vivieron la dictadura, comprenden me- jor “autoritario” que dictador; y que la Aca- demia no censura; el desaguisado no es sólo intelectual: hay mucha víctima por medio en cuarenta años de franquismo, mucho asesi- nado, encarcelado y torturado durante un pe- riodo al que a Suárez no le da la gana califi- car, en un país que todavía sangra por esas he- ridas, como lo que fue: dictadura, represión sangrienta, represión intelectual, atraso cultu- ral, etc. Una vez que los 36 consagrados académi- cos eligieron sus biografiados, el resto se re- partió por aquí y por allá, entre 5.000 espe- cialistas; y, por lo que he podido leer en dis- tintas informaciones en espera de ver de pri- mera mano las biografías, hay de todo: unos de acá y otros de allá. Pero qué curioso, nom- DE LA CULTURA Y LA CIENCIA EL ‘DICCIONARIO BIOGRÁFICO’: ADEMÁS DE BURLA, SARCASMO 52 6–12 de junio de 2011. nº 929 Dictadores son los otros, pero, ¿Franco?, un alma de la caridad cuya elevación a los altares sería de obligado cumplimiento

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Por Mauro Armiño

C erraba hace quince días mi artí-culo citando una charranada edi-torial, unos Cuentos completos (Lu-men) de Borges en la que faltaban

once relatos; y podría seguir con otras: porejemplo, la editorial Visor –gran conseguido-ra de subvenciones en ministerios, consejeríasy concejalías– acaba de editar Poemas, de Ed-gard Allan Poe, en traducción de Carlos Obli-gado, meritorio poeta argentino, muerto en1949, a quien apenas se conoce en España;tengo la edición de ese libro con el título deEl cuervo y otros poemas (Espasa, 1942). Esdecir, se trata de una antología de menos decien páginas de poesía que deja de lado im-portantes poemas, como el “Tamerlán”, y cu-ya traducción es más que deficiente y ana-crónica (provoca a risa la traducción de “Isra-fel” en romance) debido al planteamiento pre-vio de traducción que hace Obligado; su nom-bre, además, no aparece en el copyright (des-conozco las leyes argentinas ni los años post-mortem de derechos). Pero estas charranadasse quedan en agua de borrajas ante el escán-dalo del Diccionario biográfico español cuyos25 primeros tomos, de un total de 50 previs-tos, acaba de presentar la Academia de la His-toria.

Fue Aznar, al parecer, quien hizo el encar-go a esa Academia de biografiar o dar cuentade los personajes de distintos ámbitos que hanhecho la historia de este malhadado y mal-historiado país; idea excelente, en una histo-riografía desperdigada como la nuestra; en esecampo, como en todos los demás de ámbitocultural, faltan obras generales a las que seaplique el rigor mínimo exigible a unas insti-tuciones (Academias, Universidades), que sepredican como ombligo de la excelencia in-telectual y tanto dinero cuestan o sacan delerario público. Por lo leído, el Diccionario esun collar de perlas falsas enhebrado por algu-

nos tipos intelectualmente infumables. Empe-zando por la bicha que treinta años despuésde muerta todavía machaca la convivencia,Franco: la biografía de éste se encargó a LuisSuárez Fernández, medievalista que, por loque se ve aquí, cree que a estas alturas se pue-de decir lo que se quiera, cuando ya los his-toriadores de distinto signo han consensuadoopiniones objetivas sobre ciertos personajes.Vinculado a la Fundación Francisco Franco ypresidente de la Hermandad Valle de los Caí-dos, Suárez, ¿qué objetividad podía tener? Elmedievalista no ha visto ni represión ni vio-lencia sangrienta en los cuarenta años del quesigue calificando como “generalísimo“.

La dictadura que nunca existió. Según Suárez,Franco “montó un régimen autoritario pero nodictatorial”; en cambio, el gobierno del so-cialista Juan Negrín fue “prácticamente dicta-torial”. Dictadores son los otros, pero Franco,¿cómo va a serlo?, un alma de la caridad, cu-ya elevación a los altares sería de obligadocumplimiento. ¿Qué ha pasado? ¿Y qué es laAcademia de la Historia? Otra de esas institu-ciones sagradas por su solo nombre, que seiniciaron allá en el XVIII por decreto (Felipe Vya les animaba a redactar un diccionario his-tórico), y que entonces suponían cierta ilus-tración frente al cabrerismo hispano; con eltiempo se han convertido en clubs de amigos,fratrías e intereses de todo tipo, desde econó-micos hasta políticos. Ciñéndonos a la Aca-demia de la Historia, es asiento en su mayo-

ría de historiadores cavernarios ideológica-mente; su sistema de elección permite intru-siones que son intrusismos: este mismo añoingresaba Luis Alberto de Cuenca, secretariode Estado de Cultura con el PP, y poeta de me-dio pelo, cuyos trabajos historiográficos sonabsolutamente desconocidos hasta para mí,amigo y vecino desde hace muchos años.

La causa de este disparate ha sido bien cal-culada, políticamente calculada, en un nidode la derecha y de la ultraderecha, donde re-zan cuando se reúnen los viernes una oraciónal Espíritu Santo –tienen hasta arzobispo–, ydonde la presencia de alguna figura como Mi-guel Artola supone la guinda que siempre hayque dar a la izquierda; las biografías se repar-tieron a dedo sectario, permitiendo que losacadémicos eligieran sus personajes preferi-dos; y a partir de ahí, su director, GonzaloAnes, proclama que la Academia es indepen-diente; ¿qué quiere decir? ¿Luis Suárez inde-pendiente? Lo será respecto de su perro, si lotiene, pero está marcado y bien marcado porsus trabajos anteriores, como lo están CarlosSeco (Manuel Azaña) o pseudo-historiadorestipo César Vidal, que se encarga de la biogra-fía de Dolores Ibárruri; ¿no era previsible loque iba a salir? ¿Qué criterio historiográfico yqué rigor podía pedírsele a Manuel Jesús Gon-zález, que hace las biografías de Aznar y deEsperanza Aguirre, cuando fue secretario deUniversidades con ambos? Ninguno, y por esose le confió para entonar la loa a ambos. YAnes tiene la desfachatez, y el sarcasmo in-sultante, en sus declaraciones, de decir quehay cosas que los jóvenes no entenderían: co-mo no vivieron la dictadura, comprenden me-jor “autoritario” que dictador; y que la Aca-demia no censura; el desaguisado no es sólointelectual: hay mucha víctima por medio encuarenta años de franquismo, mucho asesi-nado, encarcelado y torturado durante un pe-riodo al que a Suárez no le da la gana califi-car, en un país que todavía sangra por esas he-ridas, como lo que fue: dictadura, represiónsangrienta, represión intelectual, atraso cultu-ral, etc.

Una vez que los 36 consagrados académi-cos eligieron sus biografiados, el resto se re-partió por aquí y por allá, entre 5.000 espe-cialistas; y, por lo que he podido leer en dis-tintas informaciones en espera de ver de pri-mera mano las biografías, hay de todo: unosde acá y otros de allá. Pero qué curioso, nom-

DE LA CULTURA Y LA CIENCIA

EL ‘DICCIONARIOBIOGRÁFICO’: ADEMÁS DE BURLA, SARCASMO

52 6–12 de junio de 2011. nº 929

Dictadores son los otros,pero, ¿Franco?, un alma

de la caridad cuyaelevación a los altares

sería de obligadocumplimiento

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bres importantes de la historiografía actual co-mo Santos Juliá o Ángel Viñas, o Paul Prestonno figuran, mientras que sí lo hace Stanley G.Payne, que hace décadas respira por la dere-cha más reaccionaria y comparte algunas delas descabelladas teorías de los Vidal o Moa.Alega Anes que, si hay algo que revisar o co-rregir, se hará en la versión digital del Diccio-nario. Pero lo escrito, escrito queda, que es loque a la Academia y a la cueva le interesaba.

Libertinaje y estupidez. Si alguien creía quemuerto el perro se acaba la rabia, lo contrarioes lo que la realidad muestra a casi cuarentaaños de la muerte de Franco. La siembra deaquellos años ha dado esa cosecha, y muchasmás. En igual dirección de falta de sentido co-mún, objetividad, incultura y “libertinaje” –léa-se estupidez– intelectual va una Historia tor-cida de la literatura, firmada por Javier Traité yeditada por RBA. El autor, librero de profesión,habla de la literatura a su aire, fijándose másen la vida que en la obra de los autores queha seleccionado. Unas perlas: según Traité, losilustrados franceses “se dedicaron a tocarle loscojones a todo el mundo”; para definir a Rous-seau “existe una palabra… y esa palabra es hi-

joputa”, aprovechando de paso para meterseen otros andurriales, vengan o no a cuento ydecir que, hablando de Rousseau, Sarkozy escapaz de “hacer de Francia su casa de putasal mismo tiempo que sobetea a Carla Bruni”;y así pasan uno tras otro los grandes escrito-res desde Dostoievski o Baudelaire, Proust (“lanovela más jodidamente larga de la historia…no he tenido narices para tragármela”), RobertMusil, Thomas Mann, Kafka (“era un lunáti-co… estaba loco, y escribía sus locuras”)…Molière le parece un tostón, y “aun cuando teaburra el verso y te deprima el teatro, y aúnsin ser Shakespeare lo más sublime que ha pa-rido madre, lo cierto es que deja algunas fra-ses tan podidamente buenas que uno no pue-de más que quitarse el sombrero.” El lengua-je empleado por Traité ya lo define, si no lohace su falta de cultura.

De aquellos lodos han venido estos fangos:Franco decía que no nos daba la libertad pa-ra que no cayésemos en el libertinaje. Mejorel libertinaje que la falta de libertad: mejorque, como ocurre en internet, cada cual pue-da escribir su estupidez en letras de molde(RBA, dinero privado) o de oro. Digo lo de oropor esos 6,4 millones que cuesta al erario pú-

blico el sectarismo antihistórico de la Acade-mia de la Historia.

Para limpiar la cabeza recomendaría un li-bro raro: Azul sobre azul, del novelista Ma-nuel de Lope; no es una novela; el autor, queha corrido mundos y algo ha vivido en Fran-cia mezcla narración, apuntes al hilo de la ac-tualidad, ideas que sobrevuelan por su cabe-za un momento; lo relatado y lo pensado seamalgaman en Azul sobre azul: relato y opi-nión, biografía y mirada, inteligencia para re-coger anécdotas, opiniones sobre literatura opintura, pero también sobre la nueva cocina,perros o gatos, cedros del Retiro, muertes crue-les de la historia, dictadores estrambóticos, lavida ciudadana o aldeana en Burgos y sus al-rededores, incrustaciones de viajes, puntos devista, divagaciones curiosas, etc. La agilidadde la escritura es una parte del interés que mesuscita recordando además palabras o anéc-dotas olvidadas. En resumen: una especie debatiburrillo, de cajón de sastre, sin que estasdos calificaciones sean negativas; todo lo con-trario: gracias a la urdimbre del novelista, es-te revuelto consigue una cosa muy difícil enla actual literatura española: unas sabrosísi-mas horas de lectura. �

‘Azul sobre azul’, de Manuel de Lope, es una especie de batiburrillo, de cajón de sastre, sin que estas dos calificaciones sean negativas; todo lo contrario.

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EFE

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