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  • ndiceCubiertaPRLOGOPRIMERA PARTE

    1. EL PAN DE LOSPRIMEROS AOS.OCUPACIN...

    2. LEJOS DE LA TROPA.LA EXTREMA DERECHAEN UNA SOCIEDAD...

    3. ASEDIOPREVENTIVO, 1963-1972

    SEGUNDA PARTE4. LAS AMARGAS

  • LGRIMAS DE PETRAVON KANT, 1969-1982

    5. LA ANSIEDAD DEVERONIKA VOSS, 1983-1990

    6. EL MATRIMONIO DEMARIA BRAUN, 1990-2004

    CONCLUSINBIBLIOGRAFA CITADANotasCrditosAcerca de Random House

    Mondadori

  • De Auschwitz aBerln

    Ferran Gallego

    www.megustaleer.com

    http://www.megustaleer.com/
  • Para Carmen,a su debido tiempo

  • Es donde mi tristeza setransforma en pases, en losque todo estalla de floras deriquezas, en las que mesumerjo con las venasabiertas para llenar miespalda de tatuajes eternos.

    JUAN EDUARDO CIRLOT,Elega sumeria

  • PRLOGO

    Entre Auschwitz y Berln

    El ttulo de este libro puede sugerirun trayecto geogrfico si se toma ensu sentido literal; De Auschwitz aBerln puede ser el corto viajesentimental del que nos habl ItaloSvevo, pero sabemos que no fuecorto y tal vez ni siquiera, ensentido estricto, sentimental. En su

  • sentido metafrico, que es el que enrealidad cuenta muchas veces, setrat de un largo viaje para ir enbusca de ot r a Razn. No de laRazn exactamente, en una va derecuperacin de algo extraviado enla pesadilla del nazismo. Auschwitzno fue el resultado de lairracionalidad en su sentido msdivulgado de improvisacin, deespasmo, de movimiento reflejo ode orga de las emociones. Fue elproducto de una forma determinadade comprender una organizacin

  • social que inclua, como mecanismode legitimacin, de advertencia y deconsolidacin, todo aquello queAuschwitz, ms como concepto quecomo lugar, significaba. Lasuperacin radical de los principiosen que se basa la democracia y susustitucin por un comunitarismoradical que estableca las lneas dedemarcacin entre quienespertenecan a la comunidad yquienes eran ajenos a ella. Y, deigual manera, quienes merecancompartir los beneficios sociales y

  • afectivos de una pertenencia yquienes eran sepultados en suvulnerabilidad desarraigada,camino de la exclusin y delexterminio.

    En un texto anterior, que puedetomarse como antecesor de estareflexin sobre la Alemania dels i gl o XX y su relacin con elfascismo, el ttulo sugera, ms queel viaje sentimental sveviano, elviaje al fin de la noche deCline. De Munich a Auschwitz1planteaba, precisamente, la

  • aterradora lgica social, quedinamizaba el proceso de laprimera posguerra mundial enAlemania y que la llevaba, en uncamino que se inici simblica yrealmente en la capital de Baviera,hacia la destilacin absoluta de lasrelaciones de poder que seestablecen en un campo de trabajo yde aniquilacin. Se trataba decomprender, entonces, cmo unasociedad que haba recibido conalborozo el fin de la guerra y lallegada de la democracia haba sido

  • doblegada en sus preferenciasideolgicas, degradada y expulsadade sus esperanzas, para acabarsiguiendo una utopa alternativa quele ofreciera el reinado absoluto deuna comunidad racial a la que todole estaba permitido. Espero haberconseguido el objetivo que meplanteaba en aquel ensayo: superarla barrera narctica del horror y lanusea, para comprender lacomplejidad de un proceso que, sindejar de plantear la radicaldeshumanizacin que converta las

  • relaciones sociales en meros usosbiolgicos de supremaca deespecie, permitiendo situar laplenitud del proyecto en su doblecarcter de congruencia con unapoca y de esperanza de un futuroen el que la libertad e inclusin deunos pasaba, necesariamente a ojosde los Volksgenossen, por laexclusin y esclavitud de los otros.En el que el cumplimiento deldestino nacional pasaba porentender que el mundo se hallaba,para decirlo en trminos que

  • habran agradado a Heidegger, enestado de disponibilidad paraseres superiores, completamentelibres, adiestrados en la tcnica ydispuestos a imponerse a lanaturaleza aunque partieran de unasupuesta obediencia a sus leyes.

    Se trata, ahora, de examinar unviaje de vuelta. Cuando se publiqueeste libro, har casi exactamentesesenta aos de las ltimasejecuciones realizadas enAuschwitz y del abandono delcampo ante la llegada de las tropas

  • soviticas. Mas no se tratasolamente de acompaar a losfugitivos desde esa zona de dominioabsoluto hacia la ltima batalla delTercer Reich en la capital delimperio racial. Lo que pretende estetrabajo es mostrar la forma en quese supera Auschwitz; la forma enque se discute su posibilidad, enque es posible construir una tramade complicidades sociales que hagaimprobable que Auschwitz sea elresultado de una opcin cultural, deuna determinada lectura del poder

  • del hombre moderno. No se trata deremontar el curso del ro, sino dedesviar su cauce y de modificar losmateriales que arrastra la corriente.Es un ensayo acerca de lareconstruccin de la identidadalemana sobre la base de lademocracia, la cohesin social y elcrecimiento econmico; elementosque permitieron desguazar losrestos de nostalgia que pudieranquedar en algunas zonas de lapoblacin, ya que indicaban que elnazismo haba llevado a una

  • catstrofe sufrida por los mismosque lo ensalzaron, y no solo porquienes fueron vctimas necesariasdel bienestar de los miembros de lacomunidad. Y, en esta reflexinsobre Alemania, necesariamentetena que situarse la manera en quela cultura antidemocrtica hatratado de sobrevivir, primero, y deresurgir, ms adelante,aprovechando en los primerosmomentos la propiadesmoralizacin en que haba cadouna sociedad que haba practicado

  • la violencia impunemente, quehaba considerado que los sereshumanos podan tener una vida sinsignificado, superflua, prescindible.Aprovechando, adems, los excesosde los vencedores, la torpeza de ladesnazificacin, lo suficientementeairada para provocar, losuficientemente ineficaz para dejarreas de dominio social en manosde los antiguos cmplices deasesinatos en masa.

    Unos esfuerzos que resultaronbaldos por el compromiso de una

  • nueva clase dirigente que logrconsolidar una democracia estable,integradora, que ha podido atajar latormentosa forma de sentirseverdaderamente alemn que, desdeel romanticismo y desde lasopciones autoritarias de finales delsiglo XIX, impidieron que llegara aconsolidarse la mezcla delibertades y progreso social queconstituyen la confianza de losciudadanos en el sistema en queviven. La primera parte del textoindica la frustracin de la extrema

  • derecha enfrentada a condicionesmuy distintas de las que debilitarona la Repblica de Weimar yacabaron hirindola de muerte. Sinembargo, la segunda parte de esteensayo indica, usurpando el ttulode una pelcula de Werner Herzog,la forma en que la antigua extremaderecha puede aprovechar lasnuevas condiciones dedeslegitimacin de la poltica y deinquietud social que ha provocadola posmodernidad. Precisamentecuando el viaje concluye en Berln,

  • despus de haber hecho unadilatada parada en Bonn, lacapacidad de integracin delsistema empieza a mostrar fallassimilares a las que se producen enotros pases por el efecto delsurgimiento de un paisaje socialpropicio a un nuevo nacional-populismo.

    En este sentido, De Auschwitz aBerln es, tambin, la continuacinde otro ensayo que dediqu a ladinmica poltico-cultural de dosdemocracias europeas y de su

  • relacin con la extrema derecha,neofascista primero, nacional-populista despus.2 La reflexin deaquel texto puede servir comocontrapunto comparativo, mientrasque la de De Munich a Auschwitzpuede resultar un prembuloadecuado para averiguar de dndese parte para construir la nuevaAlemania, as como para entenderla relacin compleja entreresonancias y nuevas melodas quese agitan en la atmsfera de laextrema derecha.

  • Como en el caso de los doslibros citados, no he queridorealizar un estudio de la extremaderecha sin ms, ni diseccionar elnuevo populismo o el viejoneonazismo de los aos cincuenta.Creo que para comprender estehecho contamos, al margen de loque la ciencia poltica y lasociologa han acumulado en losltimos veinte aos de intensotrabajo sobre los nuevosmovimientos antidemocrticos enEuropa, con algunos ensayos que,

  • en nuestro propio pas, tienen unainnegable dignidad y agudeza deanlisis, como los de Jos LuisRodrguez Jimnez o los de XavierCasals i Messeguer. En todo caso,quisiera sealar que lo que meinteresa fundamentalmente esanalizar un espacio cultural msque estrictamente institucional,constituido por las condicionesmateriales de existencia, losvehculos de representacin y lasfrmulas administrativas, con loque es la percepcin valorativa de

  • las permanencias y los cambios enestos aspectos. Creo que esteexamen del tejido social del queproceden las sucesivas pruebas dela extrema derecha para hacersecon un lugar en el sol es lo quepermite comprender un aspectobsico de su existencia.Obviamente, sin el anlisis de lasmotivaciones de voto, lascoincidencias ideolgicas y losvalores ofrecidos, tal examenresultara tambin insuficiente. Peroinsisto en la labor realizada en este

  • campo por otros historiadores, queharan este trabajo superfluo porreiterativo. No he sido ajeno, comono poda ser de otra forma, a teneren cuenta la oferta poltica ycultural realizada por la extremaderecha, para comprender suexpansin y sus limitaciones en laAlemania de la posguerra, aunqueme parece oportuno insistir en queeste no es un trabajo acerca de ellaaisladamente, sino que es unareflexin sobre la historia deAlemania en su relacin con las

  • tendencias antidemocrticas quehan lastrado su imagen y suidentidad nacional durante todo elsiglo pasado. Espero que elfragmento de Juan Eduardo Cirlotque encabeza este libro hayapodido entenderse como el smbolode una relacin afectiva con unacultura.

    En la redaccin del presentevolumen, como ha ocurrido con losanteriores, he contrado deudasintelectuales, que empiezan conpersonas a quienes no conozco ms

  • que a travs de sus libros. Lo harde una forma ms extensa de lo quesuele ser habitual porque, comodeca Borges, otros podanvanagloriarse de lo que habanescrito, mientras que l preferahacerlo de lo que haba ledo. Y,como dijo Bobbio refirindose aLeone Ginzburg, a veces una vidase justifica por las personas que sehan podido conocer. Reitero miprofunda deuda intelectual con TimMason, Detlev Peukert, MartinBroszat, Ian Kershaw y Hans

  • Mommsem, sin cuya lectura nuncahabra acertado a introducirme porel camino que creo ms correctopara comprender qu fue elnazismo. Lo hago, tambin, conJean Amry, Paul Celan o PrimoLevi que, desde puntos de vista muydiversos, me han permitidocompartir su experiencia con lacalidad ntima del universoconcentracionario y, por tanto, lacomprensin de aquello en lo queconsisti y en lo que culmin lautopa nazi, sacando a la luz qu

  • valores de fondo encierra la culturaantidemocrtica que se hapresentado, a lo largo del siglo XX,con coartadas de integracin socialdistintas. En este sentido, mi deudacon Walter Benjamin no ha hechoms que crecer, a costa de misinsuficiencias para acertar adescubrir la profundidad de susintuiciones sobre el lugar de laesttica en el fascismo. Como no hadejado de hacerlo mi gratitud aAdorno, Horkheimer, Herf oBauman por sealarme la relacin

  • entre fascismo y modernidad.Ambos aspectos han sido centralespara comprender las diversasformas que la perversin delproyecto ilustrado nos ofrece, nosolo en la experiencia del fascismoclsico, sino en la del nacional-populismo contemporneo. En loque se refiere al tema central deeste libro, acuso recibo de lassugerencias intelectuales que hanvenido realizando, desde laaparicin misma de las nuevasmanifestaciones del nacional-

  • populismo, Hans-Georg Betz,Roger Griffin, Marco Tarchi,Pierre-Andr Taguieff, PascalPerrineau o Nonna Mayer, entretantos otros. En el caso de Betz, susreflexiones acerca de la relacinentre la posmodernidad y la nuevaextrema derecha en Alemania, comolas que han realizado PatrickMoreau o Peter Merkl a la hora deanalizar los problemas de laidentidad del nuevo nacionalismoalemn en diferentes fases de sudesarrollo, han resultado

  • inapreciables.Esta referencia a los autores

    conocidos a travs de textos, nopuede obviar a aquellas personasprximas, cuyos comentarios sobreel nuevo nacional-populismo y surelacin con el viejo fascismo mehan ayudado ms de lo que ellosmismos pueden suponer. En elDepartamento de Historia Modernay Contempornea de la UniversidadAutnoma de Barcelona, he halladoel apoyo especial de miembros delequipo de investigacin en el que

  • estoy integrado, ARTICCLE,dedicado al estudio de la extremaderecha en Europa y AmricaLatina, en especial los doctoresFrancisco Morente y AlejandroAndreassi, que dedican sus actualesinvestigaciones al nazismo alemn.Un lcido conocedor delnacionalismo, poseedor de laabrumadora erudicin que hapodido mostrar en su recienteestudio sobre la idea deimperialismo en los orgenes delcatalanismo poltico, Enric Ucelay

  • da Cal, siempre ha sido una fuentede referencias eruditas y desafointelectual. Fuera delDepartamento, quiero hacer constarmi agradecimiento intelectual ypersonal a la doctora Marici Janupor la importancia que sus trabajossobre la Alemania contemporneahan tenido en mi propioaprendizaje. Y, claro est, a XavierCasals, que se empe en trabajarsobre este tema cuando a casi nadiele interesaba y que es uno de susms destacados especialistas en

  • nuestro pas, aunque las farsantesestructuras acadmicas en que nosdesenvolvemos no se lo hayanpagado de la forma en que se lomerece.

    Como hice en otra ocasin,quiero agradecer algo que no suelehacerse: la forma en que los buenoslibreros nos ayudan. En este caso,Joan-Pere Escrig, tan dispuesto ahacer sus barridos por internetpara proporcionarme literatura, ascomo todo el personal de la libreraLa Central de Barcelona.

  • Generosidad que debo hacerextensiva a Maite Lpez, queproporciona su inteligenteprofesionalidad a Alibri y a susclientes. Para terminar: comosiempre, desde hace ya veinticincoaos, mi esfuerzo personal habraresultado insuficiente de no ser porel apoyo de mi esposa, CarmenBas.

    Barcelona, 16 de octubre de2004

  • PRIMERA PARTE

  • LOS HOMBRESQUE MIRARON

    PASAR LOSTRENES (1945-

    1972)

  • 1. EL PAN DE LOSPRIMEROS AOS.

    OCUPACIN YRECONSTRUCCIN,

    1945-1953

    En el libro que dediqu a laextrema derecha francesa e italianaen la posguerra,1 el captulodedicado a Italia comenzabadescribiendo la ltima escena deRoma, citt aperta. Don Pietro, un

  • sacerdote que colabora con laResistencia, es ejecutado por unoficial de las SS. A la pasmosabrutalidad de las escenas previas,que incluyen las torturas en loslocales de la Gestapo, sigue esefinal esperanzador, en el que lamuerte de don Pietro adquiere laimpresin dactilar de unaredencin, reflejada en el paisajeque yace tras el escenario delcrimen. El final anuncia el nuevoprincipio que se despliega sobreRoma, obstinada y erguida sobre el

  • saqueo anmico del ventennio,sobre las matanzas postreras de unfascismo en retirada, sobre unenvilecimiento que ha puesto aprueba la consistencia moral de losciudadanos. Los muchachos que hantratado de impedir la ejecucinregresan a su hogar, enturbiados poruna apresurada madurez,encarnando la promesa del futuro,mientras al fondo se despliega lavoluntariosa corpulencia de laCiudad Eterna.

    Por tanto, cuando nos acercamos

  • a la Alemania que ha terminado suagona, que ha combatido hasta elamargo final; cuando llegamos alsombro despertar de un Reichmilenario que solo ha conseguidoresistir doce aos, seis de ellos enguerra, por qu no volver a laprivilegiada forma de mirar deRossellini? Para l mismo, quer ueda Germania anno zero dosaos ms tarde de haber filmadoRoma, citt aperta, la pelculatiene la sustancia de unacompensacin, como si las

  • imgenes de compasin nosquisieran recordar, poco despusde la tragedia filmada en Italia, quelos alemanes tambin sufren lainjusticia de una situacin de la queno son siempre los responsables ni,menos an, los beneficiarios. Deesta forma, su obra parece quereresquivar el riesgo de los arquetiposen que se fundamenta elpensamiento y la propaganda de laextrema derecha, pero tambin unaparte nada pequea de la psicologade los vencedores. La eleccin del

  • ttulo sugiere un nuevo comienzo,pero tambin la ausencia de tiempo,de orientaciones fijadas a unamemoria reconocible o a unaprevisin existencial. En Germaniaanno zero el escenario intemporalde Roma ha sido sustituido por laatmsfera de un presente vigoroso,cuya perpetuidad est lejos de unafortaleza moral ajena a lascircunstancias, y a mucha distanciadel trgico sentimientoposmoderno, que no soporta ladramatizacin argumental del

  • recuerdo y las intenciones.2 Se tratade un presente en el que latenacidad es el refugio contra elremordimiento y contra el miedo alfuturo, mucho ms que el alegreolvido o la despreocupacin por elmaana. Las ruinas ofrecen laimagen de una falsa permanencia,de un estancamiento imaginario, deuna edad que simula serirrevocable. Los escombros aturdenun paisaje en desmayo, como si laciudad se hubiera arrojado debruces a la tierra deshecha. Los

  • edificios rotos hacen de las zonashabitadas un esbozo, un apunte delnatural que capta la obscenidad deun mundo precario, aunque noprovisional, como si se limitara amostrar impdicamente los resortesntimos de la existencia.

    En ese paisaje arbitrario,deshumanizado, tan accidentalcomo los gestos elementales de unaformacin rocosa, el joven Edmundintenta sobrevivir con su familia.Con su hermano, escondido paraevitar las represalias de los

  • vencedores; con su hermana, quetrata de acercarse a ellos paraampararse en las speras normas dela ley del deseo; con un padreenfermo, que meditaobstinadamente sobre laperplejidad de la catstrofe. Por lascalles deambulan adultos precocesy viejos innecesarios. Los niosaprenden a robar, y las mujeresescarban en los cascotes; para unosy otros, el hambre agudiza elingenio del mercado negro. Junto aun mundo que ya es solo el

  • decorado de la cada de los dioses,el antiguo maestro proclama anteEdmund la supervivencia de losms fuertes, la dureza del reto y lagrandeza de la miseria que golpeaal pueblo alemn. Como el discursode Hitler, que suena en untocadiscos para seducir a losturistas de uniforme, las palabrasdel profesor parecen ser de lamisma sustancia que las ruinasdonde se pronuncian. El polvo alpolvo, la ceniza a la ceniza.Edmund, que habita su adolescencia

  • sin vivirla, matar a su padre esacarga intil, ese sufrimiento que nodesea seguir contemplando sinlas argucias de la premeditacin ysin la sombra resignacin delsentimiento de culpa. Su actocarece de la responsabilidad de lasdecisiones, tiene el rigor tranquilode los actos de la naturaleza. Es elgesto que, ms tarde, le llevar aarrojarse al vaco, con la voluntadde quien camina en la nicadireccin posible, con la fuerzainexpresiva de una costumbre. La

  • escena del suicidio de Edmundpuede sumarse a la ejecucin dedon Pietro en Roma, citt aperta,para pautar dos de las escenas quejustifican el prestigio de un gnero.Rossellini no necesita ms que desu piedad y su genio narrativo paraque la sencillez del relato tenga esafuerza moral sin caer en elmoralismo, de la misma forma quela astucia de su sensibilidad leevita los riesgos de la sensiblera.La vida y la muerte de Edmundllenan todava la penumbra de

  • cualquier sala de cine sinestridencia y sin artificio, con lacapacidad narrativa de quien soloaspira a mostrar, seleccionando unahistoria entre las muchas quetranscurren, automticas,indiferentes, desesperadas, entre lasruinas envilecidas de la Alemaniaen reposo.

    Los relojes en hora

    Let us take the air, in a

  • tobacco trance,admire the monuments,discuss the late events,correct our watches by thepublic clocks.Then sit for half an hour anddrink our bocks.

    T. S. ELIOTPortrait of a Lady

    Ni Francia ni Italia viven eseespacio vaco que se expresa en lanulidad del Ao Cero. Francia ha

  • conseguido convencer a casi todo elmundo empezando por ellamisma del carcter ajeno de lacatstrofe. La negativa de DeGaulle a aceptar la derrota de 1940ha permitido deslegitimar en lahistoria y en la poltica, en latradicin cultural y en la estrategiade la reconstruccin republicana, laimagen de una Franciacolaboracionista, entregada al mitonazi de un Nuevo Orden europeo,en el que el rgimen de Vichyrepresenta, ms que la

  • independencia de un Estadofrancs, la vinculacin con losobjetivos antidemocrticos de laAlemania hitleriana. El No gaullistaservir como la referenciasimblica de una resistencia inicial;ponerse en movimiento antes de quesea evidente que el Tercer Reich haperdido la guerra permitir aFrancia formar parte de laspotencias vencedoras a travs de suautoliberacin. Italia ha podidoconstruir un sistema democrticoque nace con la guerra civil, los

  • gobiernos de unidad antifascista yel Comit de Liberacin Nacional.Ciertamente, las contradiccionesdel cambio de rgimen, al que laspotencias antifascistas no aceptanen igualdad de condiciones tras lacada de Mussolini, prolongan lasituacin ambigua de los italianos.El lento ascenso por la espinadorsal de la pennsula desde eldesembarco de 1943 vaafirmndose en la pacienteevolucin de la poltica, que seajusta a los acontecimientos

  • militares poniendo las semillas dela etapa constituyente. As, seproduce el acuerdo entre todos lospartidos democrticos, la formacinde un catolicismo de masas decarcter antifascista y la svolta enel Partido Comunista propiciadapor Togliatti, que puso de relieve lanecesidad de un gobierno de unidadnacional sin exclusiones paraconsolidar la liberacin y evitarque Italia caiga en un caos que sirvade coartada para impedir sucontinuidad como pas unido e

  • independiente.Ninguna de estas conductas

    puede ofrecer solvencia a unaAlemania contra la que se hacefinalmente la guerra. Los encuentrosde las grandes potencias, parapreparar las condiciones que debenseguir al conflicto, centran suatencin en la que parece haberseconvertido en la patria del fascismoy en el origen de la guerra mundial.La nazificacin del fascismo atravs del conflicto de 1939-1945construye una representacin til

  • para los simpatizantes y para losadversarios. La apertura de loscampos de exterminio mostrar labarbarie del rgimen hitleriano.Basta con tener en cuenta laimposibilidad de separar a losaliados angloamericanos de lossoviticos, mirada con simpata porlos propios dirigentes del PartidoNazi en los ltimos meses de laguerra, para saber que el destino deAlemania no poda ser el que seconcedi a Italia o el que, en el otroextremo del mundo, se dar a

  • Japn. La guerra contra el fascismoparece haberse ajustado a la propiautopa nazi; haca del rgimenhitleriano la sntesis o larealizacin completa de esta opcinantidemocrtica que tuvo sutrayectoria ms dilatada en Italia,pero su aplicacin ms despiadada,radical y congruente con elparadigma de la modernidadperversa en la Alemania de laesclavitud y el exterminioindustrializados. A los escenariosde la lucha y los asesinatos en

  • masa, se suman las condicionesdiplomticas del final de la guerra.Francia se ha instalado junto a laspotencias vencedoras. Italia puso enpie un gobierno antifascista que,incluso durante el conflicto, hapodido obtener la condicin de lacobeligerancia. En Alemania, eldesastre ha llevado a ladesertizacin institucional. No hayun rgimen con el que negociar unapaz, y la farsa que trata de mantenerel almirante Dnitz se desmantelaen quince das.

  • Para los vencedores, elsignificado del Ao Cero se aplicaa la ausencia de Alemania, a unaespecie de defuncin cuyo futurosolo tiene previsiones negativas: larendicin sin condiciones, lavoluntad de castigo, la seguridad deque nunca podr repetirse elmovimiento hitleriano. Las distintasaproximaciones a esta negacininicial, cuya diversidad secomplicar con la evolucin de laposguerra, se realizarn sobre esepas destituido, convertido en un

  • mero territorio sobre el que planeauna angustiosa memoria colectiva.A fin de poder ser compartido, eserecuerdo necesita la construccinde un espacio: la intimidad crea unarelacin estrictamente personal, deanlisis de la propia trayectoria.Para establecer una memoriacolectiva, se necesitan lugares deconmemoracin. El recuerdo es unritual donde la gente se identificacolectivamente, y esa esferapblica necesita materializarse enobjetos, incluso puede convertir en

  • un smbolo eficaz lo invisible o lodestruido, como sucede con quienesrezan a un dios invisible a partir depequeos indicios de su existencia.

    Maurice Halbwachs, en susensayos acerca de los locimemoriae clsicos, subraya laforma en que el espritu va en buscade un lugar donde expresarse. Lamuerte de Halbwachs enBuchenwald, un verdadero espaciopara la memoria posterior, aadeuna verificacin dolorosa a unareflexin convertida en experiencia

  • radical. Halbwachs insiste en lanecesidad de encontrar la calidadmaterial que permanece comohuella de los instantes pasados yque permite el reconocimiento, laconmemoracin, el acto mismo derevivir.3 Permite, a fin de cuentas,el recuerdo en su sentido social.No viajamos recorriendo loscentros comerciales dondeintentamos adquirir un souvenir?Nuestra memoria no nos basta, ytenemos que disponer de ese objetoque nos traslada al momento de los

  • hechos, como lo hacen lasfotografas o las cintas grabadas.Sobre esa Alemania que Rosselliniha retratado, se dispersan loslugares de la memoria, abatidos,agonizantes, duraderos. Un clebretexto alemn hablar de la hora delas mujeres, que recorren las ruinasy sacan adelante a familiasdiezmadas, sin hombres jvenes,muertos o prisioneros. PeterReichel, en una aproximacininspirada y minuciosa, nos hacerecorrer ciertos territorios: Munich,

  • la capital del movimiento, donde elpropio Eisenhower hace volar lostemplos de honor que presidanlas manifestacionesconmemorativas del putsch;Nuremberg, la ciudad de losgrandes congresos, donde lanaturaleza parece encargarse msde la destruccin que las propiasautoridades, con la tenacidad deuna hierba que desfigura losespacios petrificados. En uno y otrocaso, las cosas cambiarn con losaos, cuando se trate de rescatar

  • esa memoria en un ambiente mstranquilizado, como ocurre con lasexposiciones de Munich en 1993 olos esfuerzos de los empresarios deNuremberg para aprovechar laszonas que Speer haba dejado amedio construir.4

    La referencia de las ruinas tieneotro sentido, que es visual y lotrasciende: en sus lecturas en laUniversidad de Zurich, W. G.Sebald explica la distancia entrelos datos y los sentimientos. Losbombardeos aliados han atacado

  • 131 ciudades, y han destruidototalmente muchas de ellas. Ademsde los seiscientos mil muertos, tresmillones y medio de casas sonarrasadas. En Colonia hay 31,1metros cbicos de escombros porpersona; en Dresde, 42,8. Sebaldaade que eso no significa nadainmediatamente. Un dato no es unsignificado, a menos que podamosentender qu era lo que esos sietemillones y medio de personas sinhogar sentan. No parecen tenerinters en decirlo. Alfred Dblin,

  • como lo indica el mismo Sebald,recorre su retorno del exilioasombrado por el silencio de lasvctimas: La gente caminaba entrelas ruinas como si no hubieraocurrido nada y la ciudad hubierasido siempre igual.5 El poderestupefaciente del sufrimiento hasuperado el umbral gracias a suduracin: no se trata de unterremoto, de una catstrofe naturalque tiene la piadosa frecuencia dela velocidad. Los bombardeos handurado aos, se han reiterado, se

  • han normalizado. La destruccinfsica de las ciudades, de loslugares de la memoria, parecehaber querido arrebatar al pas notanto su fuerza productiva solo el21 por ciento de las fbricas de lazona occidental estn afectadas,como la profundidad de susemociones. La desmoralizacin quese busca, el derrotismo, la negativaa resistir, la aceptacin de lasuperioridad del enemigo, es uninstrumento persuasivo depropaganda que consigue su

  • objetivo de una forma oblicua,perversa. Lejos de provocar lairritacin contra el rgimen, levantael recelo contra los adversarios, sinfortalecer la solidaridad con elnazismo. La carencia de moral es unacierto, si lo que se buscaba no erael entusiasmo antifascista, sino algoms grave que la resignacin,aunque se le parezca: laindiferencia.6

    Esa actitud difcilmente conducea la solidaridad, incluso a laresistencia de los nostlgicos, que

  • podra desagradarnos pero quecontendra un elemento de interspor el compatriota. El escenario deuna destruccin masiva provocasentimientos individualistas y lairrupcin de un mercado negro conel que los alemanes harn frente alpeor invierno de su historia tras laguerra, que no es el primero, sino elsegundo. Precisamente el grado dedesesperacin y de contacto conuna hambruna generalizada es loque conduce, en 1947, a acelerarlas ayudas econmicas y a

  • establecer una coordinacin para lareconstruccin, depositada enmanos de los nuevos cuadrospolticos alemanes. La carencia desolidaridad se expresa en la actitudante los recin llegados de laszonas orientales, la poblacin queha huido en condiciones dramticasde Polonia o de Prusia Oriental; haarribado a sus lugares de destinosin disponer ms que de lo puesto,ha perdido sus equipajes por elcamino. Rainer Schulze nos haaproximado a este drama colectivo,

  • partiendo del examen deminuciosos trabajos de campo. Alas grandes cifras, que indican lamagnitud del problema, debensumarse las percepciones que setienen del mismo, tanto por elnmero de gente desplazada comopor la manera distinta en que se vea esa poblacin, a veces concriterios que tienen que ver conelementos dudosamentedemocrticos por ejemplo, lapureza racial de los inmigrantesque residan en Polonia, o con la

  • propia experiencia de sufrimientodurante el conflicto cuando seexamina uno de los casos mejordocumentados, referidos a una zonarural de Baja Sajonia que apenassufri destrucciones. Los datosgenerales aturden por susdimensiones: el censo deseptiembre de 1950 indicaba laexistencia de 9,6 millones derefugiados, distribuidos de formamuy irregular, aunque con especialdensidad en la zona de ocupacinnorteamericana, dada la posicin

  • francesa de negarse a aceptarlos ensu territorio de gobierno. Si, encifras absolutas, los casi dosmillones de personas en Baviera ouna cifra algo inferior en BajaSajonia eran abrumadores, entrminos relativos las cosas sontodava ms preocupantes: unatercera parte de los habitantes deSchleswig-Holstein sondesplazados, el 27 por ciento deBaja Sajonia y el 21 por ciento deBaviera, mientras las cifras enHamburgo, Bremen o Renania del

  • Norte-Palatinado quedan en la zonadel 10 por ciento o algo por debajode este porcentaje.

    A ello hay que aadir unelemento que define con mayorprecisin, con mayor cercana, losdatos que convierten una realidaden un problema, un episodio en unconflicto. Pues, en algunas zonas, lamitad o la mayor parte de loshabitantes son desplazados, comoocurre en el Landkreis de Celle: lapoblacin total aument en un 70por ciento, pero algunos pueblos de

  • esta comarca de menos de 60.000habitantes se vieron obligados arecibir a ms desplazados que loshabitantes que residan en elvecindario, algo que ocurra en el10 por ciento del Landkreis. Lasprotestas que han quedadodocumentadas en esta zona serefieren a las quejas de loscampesinos, que estabanacostumbrados a un modo de vidamuy tradicional comparado con laconducta de quienes podanproceder de ciudades del Este;

  • estos no estaban en absolutopreparados para realizar laboresagrcolas, colaborar de una formaeficaz en su propio mantenimiento oadaptar sus costumbres de formaque resultaran ms familiares a losresidentes, algo que acab pordespertar irritacin en ambaspartes. Como el mismo Schulzeseala, las afirmaciones realizadaspor algunos desplazados permitenpensar que solamente ladevastacin provocada por elnazismo impidi que se

  • convirtieran en una bolsa deresentimiento que adquiriera unaidentidad radical, opuesta a la delresto de los ciudadanos. Unasituacin muy diferente de la quehan podido detectar L. Niethammery A. von Plato al estudiar el caso dela cuenca del Ruhr, en la que, segnafirman los autores tras larealizacin de un exhaustivo trabajode historia oral: todo el mundo tanto los habitantes ya establecidoscomo los recin llegados tuvoque integrarse a un tiempo nuevo,

  • con nuevas demandas y normas, connuevas evaluaciones polticas ynuevas esferas sociales. En estesentido, la integracin de losrefugiados es un caso extremo dedesarrollo general. Sin embargo,para Schulze, la integracin en laszonas rurales se produjo connumerosos conflictos iniciales; laspersonas irrumpan en unacontinuidad, de manera que esoscambios conflictivos ayudaron adisear el carcter de la sociedadalemana de una forma que no se

  • habra producido sin lamodernizacin, provocada por eseconflicto.7 En ese espacio dedesmoralizacin, cmosorprendernos por un desinters queparece extraar a los ocupantes?Cuando el Instituto de Demoscopiapregunta a los alemanesoccidentales cul es su opininacerca de la Ley Bsica queconstituir el fundamento legal desu independencia poltica,solamente el 21 por ciento de losinterrogados responde que est muy

  • interesado las mujeres solo enuna proporcin del 12 por ciento,y un 40 por ciento de quienesresponden casi la mitad del totalde las mujeres entrevistadasdicen que ese tema no les interesaen absoluto. Tras la celebracin delas primeras elecciones alBundestag, solamente el 7 porciento de los entrevistados es capazde indicar cul es el principalpartido del pas. Casi el 40 porciento responde errneamente odice, sencillamente, que no lo

  • sabe.8 Richard Stss, uno de losespecialistas ms respetados enesta cuestin, nos habla de unpaisaje propicio a la nostalgia y alapoyo algo inerte, difcil dedefinir, una Stimmung atmosfrica,un humor ambiental a la extremaderecha en el espacio estricto de laRFA, un estado emocional que seapoya en datos muy precisos: acomienzos de los aos cincuenta,hay ocho millones de desplazadosen Alemania Occidental, unos seismillones de vctimas de

  • bombardeos, dos millones y mediode viudas de guerra, un milln ymedio de mutilados, dos millonesde hombres que regresan por fin delos campos de prisioneros, unmilln y medio de desempleados,dos millones de empleados que hansido expulsados por su militancianazi.9 No es, por tanto, unasituacin que despierte entusiasmo.Y, en las condiciones en que serealiza la Ocupacin, ni siquieraesperanza.10

    El protagonismo adquirido por

  • Alemania en la guerra le concedeun papel de especial relevancia enla propaganda y en las intencionesde los vencedores, cuyas primerasaproximaciones se expresan con unsustantivo y un gentilicio: elproblema alemn. Las reflexionesde los intelectuales interceptan losacuerdos de la diplomacia. Parapropagandistas como Vansittart, querecoge sus charlas en la BBC en untexto cargado de prejuicios contrael carcter del pueblo alemn,Black record , no estamos ms que

  • ante el resultado lgico de unacuestin gentica y cultural. En lasreflexiones de quienes, desde fuera,se enfrentan al nazismo como lo querealmente se ha vencido, lo quetenemos es una criatura engendradaen un espacio propicio, heredera ypotenciadora de los elementos msnocivos de su ascendencia. Esposible que el contenido de lasexpresiones de Vansittart seademasiado combativo para sertomado en serio, pero elgermanismo francs despliega

  • ciertos anlisis que no puedentomarse como un prejuicio exaltadoen los tiempos de guerra. Hombrescomo Edmond Vermeil, uno de losexpertos en cultura alemana msrespetados de Francia, hablar deuna desviacin que se origina enLutero en la que se mezcla elherosmo de una lite y elservilismo de las masas. AlbertBguin, que sustituir a Mousnieren la direccin de Esprit, es capazde sostener un doble lenguaje queest provocado ms por el

  • desconcierto de la poca que poruna falta de autoridad moral: si, porun lado, sostiene la necesidad de unencuentro que supere la tragediablica y el horror compartido delnazismo, por otro sugiere laexistencia de un temperamentonacional obsesionado por lasabstracciones y la obediencia, quereducen los espacios de la moral yde las decisiones. Henri Berr sereferir a las escenas penitencialesde la Edad Media, al gusto por lomacabro en las autoflagelaciones

  • que acompaan a las epidemias,para establecer el principio de unaforma de ser. No solo los hombresdigmoslo a la francesa deespritu. Tambin los psiquiatrasacaban aplicando a los alemaneslos mtodos que el nazismo hautilizado para legitimar susacciones racistas, como lo hace elJoint Committee on Post WarPlanning, que analiza el nazismocomo una patologa mental.11 Si aalgunos intelectuales relacionadoscon la Escuela de Frankfurt, como

  • Ernst Bloch, el nazismo les parecedotado de la calidez utpica ycomunitaria de la que carece elliberalismo, otros autoresrefugiados en Estados Unidos,como Fromm, pasarn al estudio dela personalidad autoritaria sindescender o elevarse dependedel punto de vista a esa visind e s d e El principio esperanzadiseado por Bloch. Hasta nuestrosdas, el Sonderweg alemn ha idoproduciendo una larga retahla deevocaciones del pasado alemn, de

  • muy distinta sagacidad y validezhistrica. El trabajo de Blackbourny Eley, The Peculiarities ofGerman History, podra haberpuesto fin a un debate iniciado fueradel territorio especfico de lahistoria social, al establecer lanormalidad de la burguesa alemanaen el siglo XIX, en especialcomparada con la modlica GranBretaa.12 Sin embargo, laresonancia de los anlisis centradosen las ideas, las costumbrescompartidas y la cultura de masas

  • han resistido lo suficiente comopara regresar en forma de un apoyosubalterno a estudios tan meritorioscomo los de Browning o Mayer.13Aun cuando, en este caso, se tratade estudiar un problema al que nosenfrentaremos: el de lacolaboracin con el nazismo entrminos polticos y sociales,incluidas las polticas genocidas,la culpa en trminos psicolgicosy culturales y la responsabilidaden trminos jurdicos. En laliteratura que se interroga sobre la

  • catstrofe alemana, el tema va msall; tiene un especial inters endetectar problemas que no ponen enprimer lugar los campos deexterminio, sino la derrota y elhundimiento de la moral nacional.En el interior de Alemania, lareflexin de los intelectuales, siexceptuamos libros pioneros comoel de Eugen Kogon, se preocupa enmayor medida por detectar esalarga decadencia alemana queacabar en el nazismo. Y, en eseanlisis, especialmente cuando lo

  • realizan quienes llegarn ms lejoscaso de Ritter o Meinecke, lassimpatas pueden encontrarse dellado de las lites desbordadas porel populismo nazi. La bsqueda dela otra Alemania no siempreencuentra en su camino a losdemcratas, sino a losconservadores que habran evitadola catstrofe sin entregar el poder alas masas. Resulta curioso observarque ese mismo sentimiento seaduea de amplios sectores de lapoblacin, que compra textos de

  • esta orientacin.14 Para muchosalemanes que, fuera del inters porun futuro custodiado por losocupantes, se interesan por lo queha ocurrido, las reticencias ante lademocracia provocan la creacinde una forma conservadora deantifascismo que tendr suexpresin poltica en el aislamientode la socialdemocracia hasta losaos sesenta.

    Lo que se encuentra antenosotros en el mbito de lo culturaly social es, por tanto, esa curiosa

  • mezcla de apata individualista enlo que haca referencia al presente yal futuro, y una morbosa actividadintelectual por comprender eldesastre de 1945. En la medida enque las ilusiones de superioridadracial y militar alemana habanpermitido la cohesin comunitariadurante el Tercer Reich, suderrumbe tuvo que compensarsemediante la adjudicacin deresponsabilidades histricas, queen buena parte se orientaban amarcar la decadencia de una

  • civilizacin en manos de lademagogia nazi. El prestigio deintelectuales como Thomas Mann,Meinecke o Gustav Stolper fueprecisando una crtica que,procedente de los ambientesconservadores, liberales ocatlicos, permitan convertir losexcesos de la democracia endemagogia, difuminar el poder delpueblo en una amorfa voluntad delas masas o denunciar la prdida dereferencias morales de unromanticismo que meda la

  • suficiencia de la emotividadrechazando los engranajes de laAufklrung. De esta forma, seconstituy una visin del fracasode la Alemania profunda, cuyaequivalencia poda ser elcomunitarismo cristiano o elelitismo liberal-conservador, peronunca la revuelta contra esasmanifestaciones a travs delnacionalismo racial o delsocialismo marxista. Lainterpretacin del nazismo comobarbarie, realizada dentro y fuera

  • de Alemania, permiti considerar laexistencia de una cultura vencida yaantes de 1933, cuya validez seencontraba en los valores de laburguesa agredidos desde los dosextremos citados. Estainterpretacin de la trayectoriaalemana poda normalizarse, msque en una opcin acadmica sobrela naturaleza del fascismo, en unavisin social extensa que acabararefirindose a una identidad arecuperar y sealara los lmitesculturales de la Repblica Federal.

  • Para las potencias vencedoras,de lo que se trataba era de decidircmo afrontar el futuro deAlemania. Las decisiones que setomaron en los encuentros entresoviticos, estadounidenses ybritnicos en Tehern, Yalta yPotsdam correspondan a lasituacin concreta en que seencontraba el acuerdo de base entrelos aliados circunstanciales. Portanto, difcilmente poda inspirar lareconstruccin del pas a largoplazo, teniendo en cuenta que

  • existan diferencias ideolgicas yde inters de Estado que prontoiban a salir a la luz. En agosto de1945, cuando se hacen pblicos losacuerdos de Potsdam, lo que parecems importante sealar es lavoluntad de impedir que el nazismovuelva a reproducirse. De igualforma, las decisiones prcticastomadas por los aliados, de la quepuede ser un buen ejemplo la de losdirigentes estadounidenses en ladirectiva JCS 1067, es la de tratar aAlemania como a un pas vencido,

  • no como a un pas liberado, unapotencia a la que no solo hay queocupar, sino tambin castigar. Talactitud implica la bsqueda deculpas individuales en un marco deresponsabilidad colectiva; elpueblo alemn en su conjunto tendrque demostrar su inocencia o sugrado de implicacin con elrgimen derrotado. Dndose porsupuesto un apoyo de las masas alrgimen cado, para evitar que esteregrese se iniciar un proceso quecombinar la desnazificacin y la

  • reeducacin, a lo que se aadir, alprincipio, la propuesta de evitar elcrecimiento de la industria alemanaa ms de la mitad de su potencialanterior a 1938. La dureza de lascondiciones iniciales tendr quemodificarse por motivos internos yexternos; entre ellos est laimposibilidad prctica de llevaradelante un proceso dedesnazificacin en los trminosradicales en que deseaba hacerse, ytambin las dificultades de unplanteamiento que mezcla una

  • afirmacin del principio deresponsabilidad colectiva y, paraaplicar las medidas punitivascorrespondientes, tiene queestablecer con el rgimen unamultitud de relaciones que no seadaptan fcilmente a lasrudimentarias categoras quefijaban los documentos oficiales.En especial, porque lascircunstancias del pueblo alemnhaban ido variando con laevolucin misma del Tercer Reich.Por poner un ejemplo revelador,

  • cmo podra medirse la actitud deKonrad Adenauer, primer cancillerde Alemania Occidental, que serperseguido tras el golpe de losgenerales en julio de 1944, peroque en 1932 ha prestado su apoyo aVon Papen y ha llegado a defenderla inclusin de los nazis en elgobierno de Weimar? Cmoconsiderar la posicin del primerpresidente de la Repblica Federal,Theodor Heuss, que vot la Ley dePlenos Poderes de Hitler en 1933?

    Por tanto, esa delimitacin

  • estricta de las responsabilidades nocontempla una realidad compleja,mvil, en la que las posiciones hanido variando a la luz o la sombra de los acontecimientos. Seencuentran, claro est, lasposiciones extremas, con unaclaridad que las haceexcepcionales: el mximo lder dela socialdemocracia en laposguerra, Kurt Schumacher, hapasado once aos en campos deconcentracin, y su salud nunca serepondr de esa experiencia; morir

  • antes de cumplir los sesenta aos.En el otro extremo, puedenencontrarse los procesados en losjuicios de Nuremberg, empezandopor el gran proceso que se cierra enoctubre de 1946. En el resto de lasociedad alemana, en la mayorparte de los casos, la culpa, laresponsabilidad, la complicidad,encuentran su lugar y su tiempo enpersonas y circunstanciasprolongadas en un perodo de crisisde civilizacin. Las dictaduras delarga duracin contienen una

  • abundancia de zonas grises que nopermiten la cmoda fijacin defronteras entre colaboradoresfanticos y resueltos resistentes.Ello facilitara la tarea delhistoriador, pero desfigurara unarealidad cuyos matices sonindispensables, si quiere llegar acomprenderse. No se trata solo deinyectar a los hechos unacomplejidad que pueda satisfacer alerudito, sino de dotarlos delsignificado que los hagaverdaderamente comprensibles y

  • que atienda a la multitud de factoresque constituyen un procesohistrico. En este caso, frente a laafirmacin de una responsabilidadcolectiva se encuentran lasdiversas motivaciones de unaactitud ante el rgimen que no hacontemplado la resistencia demasas. En algunos casos, el terrorha servido para desalentarcualquier oposicin. Y,curiosamente, las delaciones queaseguran el trabajo de la Gestapopermiten a los denunciantes

  • presentarse ante las autoridades conun certificado de buena conductacomunitaria, aparecer ante losverdugos como autnticosVolksgenossen. El miedo favorecela complicidad, pero no la explicacompletamente. Encontramos lanecesidad de atender a un ritmo, aun proceso histrico preciso,marcado por circunstancias que nopueden fijarse como se hacedemasiadas veces. Puede verse dela misma forma al militante de1925, doctrinario de un pequeo

  • grupo radical, posiblementemiembro de un grupo de choquepatritico y antisemita en losprimeros aos de Weimar, que auna persona que vota al NSDAP en1932, atenazado por el desvaromoral de la crisis econmica y eldesmantelamiento de lasinstituciones democrticas? Puedeconsiderarse idntica la actitud deesa misma persona y la de quien,sin apoyar directamente al partidoantes de la cada de la Repblica,acepta la esperanza de una

  • renovacin nacional, que lapoltica econmica y social deHitler parece corroborar, queofrece el fin del desempleo, unaneutralizacin demaggica de lalucha de clases, el fin de lasconstantes crisis gubernamentales yel regreso de Alemania a unaposicin de poder en el conciertode las potencias? Claro est quequien no desea dejarse engaarpuede reaccionar inmediatamente, ylos ejemplos del exilio, lasadvertencias de los intelectuales, el

  • espectculo de la represin, lapublicidad de los campos detrabajo, la reclusin de losdisidentes y cualquier otra forma deexclusin son algo demasiadovisible para ofrecer una visinrisuea del nuevo rgimen. Lacuestin es comprender cmo seacepta una situacin de corrupcinde la poltica que solo puedeentenderse en el marco de unaprdida de confianza en las virtudesde una sociedad abierta y lapotencia del discurso comunitario

  • del nazismo, que ha actuado con laimagen de una fuerza inclusiva de lamisma forma que hoy es recordado,fundamentalmente, por los rasgosde su exclusin.

    Ambas cuestiones secomplementan en la experiencia dela poblacin alemana: elalejamiento de los ajenos a lacomunidad verifica la pertenenciaa la misma de quienes han sidocondenados a las terriblescondiciones de los ltimos mesesde la Repblica. La sensacin de

  • recuperar la autoestima tras laprdida de trabajo, laproletarizacin, la soledad en quese vive la quiebra de los serviciossociales, la marginacin y la faltade valor de cada uno de losciudadanos, permite comprender laforma en que los que sonreintegrados a la comunidad puedenencontrar una justificacin alproceso de exclusin, en la medidaen que tal segregacin se ve comonecesaria para asegurar sureintegracin al Volk. Por perverso

  • que sea este proceso, constituye unaalternativa de cohesin social, unparadigma de comunidad sin msconflicto que el que deriva de laobservacin de quienes sonextraos, de quienes merecen serrecluidos en el exterior, de quienesacechan ms all de las fronterasraciales, naturales, de lacomunidad. Nada de ello parecemoralmente justificable, cuando lapropia inclusin tiene quecomplementarse con la exclusinajena; cuando la extranjera de los

  • dems es la base perceptible de lapropia ciudadana; cuando laesclavitud de lo defectuoso seconvierte en el certificado de saludpropio. Pero tal condena moraltiene que establecer un juiciohistrico que nos permitacomprender la inmensa zona dediversos tipos de convivencia conel rgimen, poco favorables a unasumaria tesis de responsabilidadcolectiva, diseadora de un campohomogneo de relacin con elsistema destruido. Las distintas

  • experiencias personales en la etapaprehitleriana desarrollan manerasdiferentes de afrontar el TercerReich; nunca puede distinguirse conclaridad una zona de entusiasmodoctrinario y una zona deresistencia heroica. Por elcontrario, la abundancia desituaciones, la multitud demotivaciones para establecercomplicidades atenuadas que noexigen ni siquiera la militancia,pero sin las que el rgimen nohubiera podido sobrevivir tanto

  • tiempo y en condiciones a vecesadversas, exige un anlisis mscauteloso, que tenga en cuenta lafacilidad con que se desenvuelveuna normalizacin democrtica delpas en trminos que no sean los deun inmenso cinismo colectivo. Laspersonas que niegan una baseelectoral potente a los nostlgicosdel Tercer Reich son las mismasque han permanecido leales alsistema derrotado, pero que tienenen su haber la experiencia atroz dela guerra y la prdida de prestigio

  • de Hitler y del nazismo a partir de1944, cuando el mito del Fhrer sedesmorona.15 Esta corta memoria,que ha permitido que el rgimen seestablezca ya que ha deteriorado elrecuerdo de la democracia deWeimar sometida a la crisiseconmica de los aos treinta,puede ahora utilizarse pararecriminar al Tercer Reich sucarcter, en la medida en querepresenta un fracaso ms que unarecompensa social, una seguridadafectiva entre gentes castigadas por

  • las fracturas sociales y la prdidade estatus. La consolidacin de unrgimen democrtico en la RFAsolamente puede entenderse si seutilizan los mismos recursos con losque consideramos la adhesindiversa al rgimen hitleriano, puesde otro modo todo resultara uninmenso fraude, un ejercicio desimulacin que habra acabado porencontrar mecanismos de expresinelectoral en la fuerza de unaextrema derecha que reivindicara elpasado nazi.

  • Implica ello negar la amplituddel consenso logrado por elnazismo y, por tanto, laresponsabilidad de la poblacinalemana en su supervivencia? Deninguna manera. Implica, ms bien,tratar de acercarse a una sociedadsin simplificarla, sin petrificarla enaquel momento de la historia delnazismo que nos convenga. Talmatizacin, lejos de reducir laresponsabilidad, la coloca en uncontexto en el que esta llega aadquirir mayor corpulencia.

  • Conocida es la expresinbenjaminiana de la estetizacin dela poltica a manos del fascismo. Sise entiende por ello la simplemodernidad de los recursos depropaganda, la eficacia de losnuevos mecanismos decomunicacin de masas, laornamentacin monumental y laatmsfera agobiante de lasconcentraciones de entusiastasVolksgenossen, solamentehabremos penetrado en lo mssuperficial de la afirmacin de

  • Benjamin. Pues, de hecho, se tratade entender como esttica laapariencia, la visibilidad delproceso comunitario, laescenificacin permanente, lapercepcin de la forma en que lavoluntad de ese Yo colectivo que esla Volksgemeinschaft llega a poderexpresarse, a manifestarse. Portanto, la sustitucin de la polticapor la esttica no se refiere a lafascinacin de los uniformes, alvigor de los gallardetes, alatractivo de los himnos. Los

  • rituales no son simples hechospropagandsticos, sino maneras dellegar a relacionarse sensorialmentecon una comunidad que deja de serimaginaria para sintetizarse en unametfora, en un espectculo, en laabstraccin de un smbolo. Lamezcla de lo que corporalmentepuede experimentarse, participandoen un acto de masas, y la impresinde formar parte de algo muchomayor, que se expresasimblicamente en esamanifestacin, constituye la

  • posibilidad de asistir a la actuacinde la comunidad en marcha. Laposibilidad de usar los trminospropios del lenguaje teatral ocinematogrfico no es casual, en lamedida en que esa ocupacinesttica del lugar de la polticasupone una aproximacinemocional al sentimiento depertenencia, una vibracin deconjunto en la que cada uno puedetrasladar el discurso de lacomunidad unitaria a su propiaindividualidad.

  • Si, como mecanismo deinclusin, los recursos estticossustituyen a una poltica entendidacomo mbito de argumentacin yconflicto, para comprenderla comola rotunda afirmacin permanentede la nacin tnica, del Volk, laesttica despliega esos mismosrecursos sobre los criterios deexclusin. La expulsin de lacomunidad se hace visible en losjuicios que clasifican a losciudadanos en dignos o indignos dereproducirse, en las sentencias

  • pblicas que condenan a laesterilizacin, en los decretos quearrebatan derechos de ciudadana,en las razzias destinadas a recluir alos asociales en lugaresapartados a aquellos donde vive lacomunidad. La ausencia de quieneshan sido deportados pasa aconsiderarse una limpieza delescenario, una operacin higinicaque extermina el materialdefectuoso y amenazador. Tiene losrasgos especulares de unainversin, ya que la esclavitud de

  • los dems parece convertirse engaranta y confirmacin de lalibertad de quienes son losverdaderos ciudadanos. Loscampos de concentracin tienen unafinalidad productiva, pero tambinagotan en su propia existencia susentido, en la medida en que sufabricacin, su estar ah pasa aser advertencia para los disidentes,resignacin para los pasivosreceptores de los cambios polticosy entusiasta verificacin desuperioridad para quienes creen en

  • el proceso de renovacin nacionaliniciado por Hitler. De igual modo,la vida en el campo, ya sea detrabajo o de exterminio, se organizacon criterios cientficos deproduccin incluso para laproduccin de la muerte, perotambin con la asuncin de suimportancia simblica, en lamedida en que disean un espaciode libertad absoluta de los seoresy de completa enajenacin de susvctimas.

    Tales apreciaciones van

  • dirigidas a ser poco indulgentes conla responsabilidad, pero tampocopretenden simplificar losmecanismos que le permitierontener eficacia. Los diversos gradosde adhesin al rgimen, que sinduda fue multitudinaria, no puedensepararse del engao, de lasfrustraciones previas, de la formaperversa en que se presentan lasesperanzas de redencin en tiemposde desintegracin social. Tras laexperiencia de Auschwitz, nospuede resultar difcil mantener ese

  • equilibrio, que se resolveracmodamente con una declaracinde ignorancia general, con unenloquecimiento pasajero o con elautntico carcter de un puebloredimido con un bao de sangre yun lento proceso de reeducacin.Pero los ciudadanos alemanes delos aos treinta no tenan laexperiencia de Auschwitz; estabanen una espiral que los conducira deun modo espantosamente lgicohasta ella, pero no haban visto elfinal.16 Ni haban credo, como es

  • obvio, en la catstrofe nacional, enel hundimiento que se avecinabapara todos. Ello no sirve paraexculparlos o para absolverlos,segn se quiera utilizar un lenguajejurdico o religioso. Pero contienelos ingredientes necesarios paracomprender la naturaleza delfascismo, una de cuyascaractersticas es el discursopopulista y la adhesin de lasmasas, que permite laneutralizacin de las tradicionesdemocrticas.

  • Junto a esas dificultades internas,que hacen difcil actuar aunque sedisponga de los mecanismosadecuados, ya que la justicia puedeestar condicionada por un alud decartas de recomendacin, por laocultacin de los apellidos, eldesplazamiento geogrfico a largadistancia, la destruccin dedocumentos, todas ellascircunstancias que pueden dar laimpresin de una justicia a medias;junto a los problemas tcnicos deun sistema penal que encuentra ante

  • s una tarea indita, se encuentranlos elementos externos a todo loque se refiere a la experiencia delTercer Reich. La modificacin delas relaciones entre los vencedores,el proceso de separacin deAlemania en dos, la bsqueda de unaliado seguro para Occidente quecubra las zonas de ocupacin anglo-franco-americana, por ejemplo,pasan a tener relevancia en elproceso de desnazificacin, enespecial en lo que se refiere a lacontinuacin de los castigos y, por

  • simple inversin de las causas y losefectos, en la concepcin misma dela responsabilidad colectiva. Elritmo en el que la guerra fra vadesplazando la lnea de fracturafundamental en la situacingeopoltica europea es un elementosin el que no puede entenderse ms all de lo que suceda con elcarcter mismo de las distintasopciones de defensa de los dossistemas en litigio la manera enque se considera el problemaalemn; especialmente cuando, sea

  • cual sea el pasado de cada uno delos ciudadanos que habitan en lazona occidental, lo importante es sucondicin de freno alexpansionismo sovitico, demateria prima cuyas actitudesideolgicas y cuyas habilidadestcnicas no pueden despreciarse.No se trataba solo aunque esteelemento resultara cada vez msevidente de algo tan obvio comola imposibilidad de unareconstruccin del pas en la que seprescindiera totalmente de quienes

  • tuvieran un pasado turbio, quehubieran sido funcionarios delrgimen cado, empresarios,mdicos, ingenieros, policas quehubieran puesto sus conocimientosa disposicin del Tercer Reich, quese hubieran doblegado a laexigencia de las muestras deadhesin a Hitler o que hubieransentido simpata por el rgimen.

    Para la poblacin alemana en suconjunto, segn los mismosocupantes, el sufrimiento de laposguerra no proceda de las

  • condiciones materiales propias dela catstrofe militar, de unascondiciones objetivas por las quetodo el mundo estuviera sufriendotras la espantosa matanza y laviolencia sin lmites que habadestruido la moral y el bienestarcotidiano. Lejos de ello, lapoblacin tendi a pensar queproceda de la incompetencia dealgunas autoridades, a la que sesumaba la malevolencia de otras;ambas condiciones creabanpadecimientos que solo sufran los

  • alemanes y que se podan haberevitado con una administracin mseficaz y que no buscara la revanchapoltica sobre los vencidos. Parapersonas como los futurosdirigentes de la Repblica Federal,de lo que se trataba era de permitirque los alemanes empezaran agobernarse cuanto antes, que fueranvistos como vctimas del nazismo yde la guerra, y no como cmplicesque llevaran el estigma del TercerReich y de la catstrofe mundialprovocada por este. El esfuerzo

  • realizado por los dirigentes que seharan cargo de la gestin del pasen los primeros veinte aos deindependencia democristianos yliberales, fundamentalmente, ibaencaminado a afirmar que loimportante era una demostracin deconfianza en la capacidad de losalemanes de volver a hacerse cargode su destino, y mostrar al mundoque el nazismo no haba sido laforma natural y necesaria deexpresar su carcter.17 A ellopodra sumarse lo que Tauber ha

  • indicado en el que sigue siendo unode los mejores estudios sobre elnacionalismo alemn en lainmediata posguerra: a la hora deconsiderar la adhesin al nazismola responsabilidad se estableca deforma que no distingua entre loselementos jurdicos y los morales,el juicio se mova en unaambigedad que desequilibraba sucarcter y lo empujaba hacia laarbitrariedad. Es obvio que, en loque atae a la experiencia nazi,ambos mbitos, el jurdico y el

  • moral, resultan difcilmenteseparables: la magnitud del crimenno se conforma con la atmsferaesterilizada de la Justicia y busca elmbito ms clido de unaindignacin que desea rescatar ladignidad de las vctimas ms queexplicar un proceso de exclusin,deshumanizacin y exterminio.Pero, al mismo tiempo, las actitudesde los nuevos gobernantescontaminaban las acciones dedepuracin de responsabilidades yde establecimiento de la condena

  • adecuada ya que atenuaban loscastigos en funcin de lasnecesidades de la reconstruccin,de la obtencin de cuadroscualificados, de la lucha contra elnuevo adversario sovitico,aspectos todos ellos que restabancredibilidad a la pureza de lasacciones judiciales. Adems, sueficacia dependa de elementoscomo los recursos de los acusados,que podan disponer de abogadoscon prestigio y habilidad suficientespara conseguir ms benevolencia, o

  • cuyas dotes de persuasinconvencan al tribunal de lainocencia de los acusados o de suresponsabilidad atenuada, algo queestaban lejos de obtener lospequeos nazis sin dinero, sincontactos sociales, sin facilidad deexpresin, a los que se cargaba conuna responsabilidad mayor de laque tenan quienes realmente lahaban ejercido durante el TercerReich.18

    Las actividades iniciales de losocupantes no han sido, por otro

  • lado, coherentes. La diferencia quepoda esperarse entre la conductade aquellos pases ocupados por elTercer Reich, que haban sufridolas represalias del nazismo en supropia poblacin, y los que sehaban librado de ella no es,necesariamente, la lneafundamental de divisin, aunque seauna de las variables a tener encuenta, a la hora de considerar lasacciones de represalia tomadas porsoviticos y franceses. Sorprende,en este sentido, la dureza de las

  • directivas de Eisenhower, inclusoantes de que acabe el conflicto, y laconducta de los oficialescanadienses, que llega a ser msviolenta que la de los britnicos enla represin de la escasa resistenciallevada a cabo por el movimientoWerwolf. De hecho, despus de laguerra, sus posibilidades eranescasas por diversos motivos, entrelos que se hallaba el propioplanteamiento del grupo. Lasunidades de apoyo irregular habansido formadas con el nombramiento

  • de un inspector especial de Defensapor Heinrich Himmler, el generalde las SS Hans Ptzmann, enseptiembre de 1944. Tales fuerzas,siguiendo la tradicin prusiana delejrcito alemn, nunca se vieroncomo una alternativa a laWehrmacht y, ni siquiera, a la laborde las Waffen-SS; tambinquedaron fuera del control delOrganismo Central de Seguridad(RSHA). Es posible que, paraalgunos dirigentes del Partido Nazi,como el propio Goebbels, estos

  • cuerpos de carcter irregular fuerancomo una tropa popular, lo queestara ms en consonancia con suidea de la Guerra Total y, sobretodo, con su visin delnacionalsocialismo como algo quepoco tena que ver con elconservadurismo de los oficialesdel ejrcito. De hecho, el trminoWerwolf se haba popularizado enlos aos que siguieron a la GranGuerra, cuando tuvo un xitoespecial la novela de Hermann Lssambientada en las luchas de

  • religin del siglo XVII, que llevabapor ttulo Der Werhwolf . La novelafue muy apreciada en los ambientesvlkisch, aunque su autor, fallecidoantes de la Gran Guerra, nadatuviera que ver con ellos. Eltrmino dio nombre a unaorganizacin decontrarrevolucionarios dirigida porPeter von Heydebreck, y el usoinmediato de la palabra, traseliminar la letra h referida adefensa, se ha relacionado conuna alusin a la licantropa, que

  • tendra sentido en la influencia delas leyendas gticas en la mitologanazi. Esta discrepancia sobre quuso dar a estas fuerzas durante laguerra se corresponde bastante biencon el carcter polirquico delrgimen nazi, en el que cadaautoridad trataba de guardarcelosamente su espacio de poder.Sin embargo, el resultado fue que ala organizacin, definitivamenteconocida con el nuevo nombre deWerwolf, nunca se le adjudicaronms que pequeas tareas de

  • sabotaje. Entre otras cosas, porquepreparar un movimiento deresistencia implicaba, por smismo, la aceptacin de la derrota.Cuando esta se produjo, suactividad fue insignificante, menosatribuible en muchos casos a unatarea coordinada que a la meraresistencia aislada de jvenes delas organizaciones del partido, quemuchas veces actuaban en defensade su familia o sus poblacionescontra los abusos de las tropasinvasoras.19

  • Debe tenerse en cuenta que, hastalos cambios de percepcin que seproduciran a finales de la dcada,la actitud del jefe de las tropasaliadas y del Comando Supremo delEjrcito Expedicionario (SHAEF)fue la de emprender, ms que unalucha contra el nazismo, una luchacontra la Alemania que lo habapropiciado, contra el carcter de unpueblo especialmente inclinadohacia formas antidemocrticas deorganizacin, y cuyo apoyo alTercer Reich tena menos que ver

  • con la crisis general de lademocracia en Europa que con unalarga trayectoria de la culturapoltica germana. Por ello, lasdirectivas que afectaban solamentea las tropas estadounidenses, comola clebre 1067, o los textosutilizados por los oficiales, enespecial el Handbook for MilitaryGovernment in Germanyplanteaban la ocupacin delterritorio con una extraordinariadureza. Que un texto repartido entrelos soldados estadounidenses se

  • refiriera a desconfiar de losvecinos: sin importar cunamables, limpios, rubios y amantesde la msica parezcan, ni cun bellae inocentemente ejecuten sus danzasregionales en la plaza del pueblo,e hiciera especial referencia a nofiarse de nios que han sidoenvenenados por la propagandanazi, refleja la forma en que lastropas conceban sus tareas deliberacin: ms en trminos delhiginico desguace de una actitudgeneralizada que en buscar la

  • complicidad de quienes podanrecibirlos como liberadores.20

    El temor de Eisenhower alsurgimiento de una lucha armada enel pas que explica, por ejemplo,la desviacin de sus tropas hacia elsur, para evitar la formacin de unrea de resistencia en las zonasmontaosas de Baviera puedeexplicar, junto a los pactosdiplomticos con la URSS, la formaen que la zona prusiana seabandon al Ejrcito Rojo, en labatalla de Berln, tan decisiva por

  • sus aspectos estratgicos y polticosposteriores. Sin embargo, PerryBiddiscombe ha mostradobrillantemente hasta qu punto eraimposible que este cuerpo resultarauna amenaza real, ms all delconflicto de competencias entreautoridades del Reich al que anteshacamos mencin. Como hasealado el historiador britnico,cabe destacar que la resistenciaresultaba imposible por el propioderrumbamiento del prestigio delrgimen; la obstinada defensa de

  • sus principios no tena ningnsentido debido a la erosin del mitode Hitler, que siempre se hababasado en los xitos de supoltica.21 A ello podran sumarsela escasa devocin a unmantenimiento de la actividadarmada por los jerarcas del Reich,el agotamiento de la poblacinalemana por la devastacin de laguerra y la lucha por lasupervivencia cotidiana. El nicofactor que podra haber utilizado, elde defender a la nacin al margen

  • de la ideologa frente a losinvasores, estaba desacreditadoprecisamente porque el TercerReich haba identificado el pas conel nazismo, lo que hizo que elresponsable de la guerra fuera elrgimen cado. No hay duda de queesta identificacin evit que lasactitudes de rechazo ante laconducta de los aliados pudieraderivar en la tentacin de desear lavuelta del hitlerismo, dado que lapoblacin alemana atribua sussufrimientos, si no al rgimen en el

  • conjunto de su trayectoria, s a suactuacin en los ltimos tiempos.22

    Y el trato sufrido por losvencidos, no solo a manos de lastropas soviticas, que podan ver enla guerra una venganza por lascrueldades del conflicto racial quehaba desencadenado el TercerReich, sino a manos de unidadesprocedentes de pases que nuncahaban sufrido la invasin germana,result lamentable y peligroso parala creacin de una concienciademocrtica en el pueblo alemn.

  • En este caso, la experiencia de laviolacin aada otros aspectos alos que pueden suponerse en unabuso de este tipo. El principal deellos era el carcter pblico que unEstado racial haba adjudicado alas relaciones sexuales, con lo quejunto al ritual vejatorio de unaviolacin, que se comete sobre todopara satisfacer un apetito personalrelacionado con el poder y laviolencia fsica, hallamos laimposicin de una agresin que seejerce, y que el pueblo interpreta,

  • como parte del castigo que recaesobre una poblacin vencida. Pero,adems, esta poblacin ha sidoeducada en la creencia de susuperioridad racial sobre quienesestn violentando su cuerpo: sonUntermenschen que bestializanan ms, a ojos de una poblacinracista, para la que los eslavosapenas son seres humanos, lapavorosa liturgia de la violacin.Las enfermedades transmitidas olos embarazos provocados en unapoblacin que ha asumido criterios

  • de salud racial tan estrictos en losltimos doce aos, agrava la formaen que se percibe la desdicha,adems de acentuar la visin demujeres desprotegidas que puedenser violadas porque quienesdeberan haberlas defendido hanmuerto o estn prisioneros. Taloperacin se repite en la zonaoccidental, con el uso de tropascoloniales por los franceses, cuyasoperaciones de violacin secometen con este mismo criterioracista.23

  • En los campos de Remangen oSinzig, cerca del Rin, donde sehacinaban unos 300.000 prisionerossolo en manos de losestadounidenses haba ms de100.000 an a fines de ao,moran un centenar de presos acausa del fro y de una nutricininsuficiente. El alcalde de Colonia,Konrad Adenauer, traslad unaqueja al cnsul general, FranzRudolph von Weiss, junto con laresea de las atrocidades cometidascontra la poblacin civil en forma

  • de pillaje y violaciones. Las quejasde Adenauer encontraron unarespuesta airada por parte de lasautoridades britnicas cuando elcomandante militar de Renania delNorte, el general britnico JohnBarraclough, destituy a Adenauertras acusarle de no haber sabidoorientar de forma adecuada lareconstruccin de su rea deresponsabilidad, aunque ladestitucin tuvo ms que ver conlos contactos multilaterales queestableca el dirigente catlico.24

  • Un bigrafo de Adenauer recuerdala forma en que se humill alalcalde de Colonia cuando, trashaber tratado de ampliar suscontactos con los ocupantes, a finde aliviar la suerte sufrida por suscompatriotas, un general britnicolo destituy sin que ni siquiera se lepermitiera tomar asiento.25 Pocoantes de que se produjera esteacontecimiento, el propio dirigentedemocristiano haba tenido laocasin de manifestar algobernador estadounidense de

  • Colonia, el teniente coronelPatterson, que la poblacin alemanareciba una racin inferior a la quel mismo haba obtenido cuando ledetuvieron en los cuarteles de laGestapo, y que el empeo enrequisar carbn y no distribuirloentre la poblacin antes delinvierno conducira a numerosasmuertes por hipotermia. Podranextenderse hasta el infinito lasnoticias del trato que se daba a lapoblacin ocupada, con el que sedeseaba recordar su total

  • implicacin con el nazismo y queexpresaba que la derrota no lahaba producido el rgimen, sino elpas. Algo que permita los excesosen la misma medida en que sentabalas deplorables bases de lareeducacin. La actitud que tomaronlos ocupantes llegaba a vulnerarclaramente los acuerdos de La Hayade 1907, en la medida en quetoleraban atentados contra lapropiedad privada y represaliascontra la poblacin civil por actosaislados de sabotaje; algo que

  • poda identificarse con la voluntadde imponer la disciplina a lapoblacin por medio del terror. Porejemplo, la 4. Divisin Acorazadacanadiense, comandada por elgeneral Chris Vokes, destruyviviendas como represalia porqueun pueblo haba dado cobijo aalgunos saboteadores o porque sehaba llevado a cabo un atentadocontra oficiales de su unidad en lasproximidades, como ocurri enMittelsen, Sogel o Wilhelmshaven.En el caso de las tropas francesas

  • y, en especial, de su comandante,el mariscal Lattre de Tassigny, laactitud poda derivar de aspectostan distintos y convergentes como laamargura por la rpida derrota de1940, copiar lo que los alemaneshaban hecho para controlar laresistencia de la poblacin francesay afirmar la seguridad de sus tropaso el exceso de estas, que llegaban adoblar la proporcin de las de otrospases ocupantes con respecto a lapoblacin civil.26 A esta actitudpodra sumarse la torpe gestin de

  • otros asuntos cruciales, como laatencin a los mutilados e invlidosde guerra, que los excombatientespodan comparar con amargura conlas condiciones de respeto quehaban inspirado en las autoridadesrepublicanas de Weimar, as comoel grado de cobertura de susnecesidades que se haba alcanzadoen aquel momento. La intencin delos ocupantes occidentales fue la deno alimentar el orgullo de haberparticipado en el conflicto blicomediante recompensas a quienes

  • haban sufrido algn trauma fsico;crean que, de esta forma,combatan las tendenciasmilitaristas de la sociedad alemana.El resultado de esta desproteccinfue el contrario: no solo actuabasobre seres que haban quedado encondiciones difciles y humillantes,sino que increment el valor que seadjudicaba a su situacin. Era, portanto, una medida injusta, quevulneraba la dignidad de personasque se vean obligadas a vivir encondiciones inferiores a las de sus

  • conciudadanos porque tenanminusvalas provocadas por laguerra. Adems, era una medida denefastas consecuencias ideolgicas,ya que provocaba ms rencor por elorgullo del ocupante, por suarbitrariedad e ineficiencia, altiempo que implicaba un mayorreconocimiento a la tarea de losexcombatientes, una base desolidaridad instalada, forzosamente,fuera de los lmites de una culturademocrtica.27

    Ms all de estas operaciones de

  • represalia, la propia lgica de ladesnazificacin se basaba en laidea de una conquista que no tenaun carcter puramente militar, sinoque pretenda establecer, por unaparte, los elementos de una culturademocrtica que deba serrescatada de las profundidades dela conciencia alemana segn losms benevolentes, o impuestapara modificar las tendenciasnaturales del pueblo segn losms radicales. Por otra parte, setrataba de combinar una adecuada

  • reconstruccin de la gobernabilidaddel pas, contando con sus sectoresms experimentados, y de castigarde forma ejemplar a los culpablesde haber simpatizado, en gradosdiversos aunque no fcilmenteclasificables con el nazismo. Laelaboracin de un listado segn eltipo de relacin con el rgimenrevela esa fijacin de la que anteshablaba, artificial y siemprepeligrosa para quienes no han sidocuadros activos del partido oresistentes: los Hauptschuldige o

  • culpables de mayor rango; losBelastete o comprometidos; losMinderbelastete o comprometidosa medias; los Mitlufer oseguidores; los Entlastete o libresde culpa. Mientras la represinsovitica ser importante porejemplo, el 80 por ciento de losmaestros de la Alemania Orientalen 1951 era nuevo, en la zonaoccidental ir suavizndosepaulatinamente y, sobre todo, sedejar en manos de autoridadesalemanas, como refleja la creacin

  • de ms de quinientos tribunalesespeciales a comienzos de 1946 ocomo sucede con la norma que vaconvirtiendo a los Belastete ensimples Mitlufer.28 El clebrecuestionario de 131 preguntasrepartido a todos los adultosvarones, que debe servir paraestablecer la responsabilidadindividual de todos los alemanes,da lugar a una documentacindifcilmente manejable desde elpunto de vista tcnico y poltico.Cuando los ocupantes

  • desmantelaron sus oficinas dedesnazificacin, la imposibilidadde llevar adelante un plan adecuadode represalias qued en evidencia.A finales de 1946 se haba detenidoa unas 180.000 personas, a la mitadde las cuales se liber por falta depruebas. En 1950, de un total de 3,6millones de casos examinados,solamente se incrimin a 175.000personas, 150.000 de ellas comocriminales menores, y solo 1.667como criminales con una granresponsabilidad. Menos de

  • setecientas personas fueroncondenadas a muerte en la zonaoccidental. La operacin habacreado una inmensa sensacin demalestar, de persecucingeneralizada que resultaba ms duracuanto menor era la capacidad delinculpado de disponer derelaciones sociales que lo librarande la situacin. La culpacolectiva que trataba de volcarsesobre los alemanes se convirti enun reflejo colectivo de autodefensa:si la mayor parte de las personas a

  • las que se pregunt s estaban deacuerdo con las sentencias que sehaban pronunciado contra los altosjerarcas del rgimen, la opininacerca de lo que suceda en lospequeos procesos era muy distinta.Si los alemanes podan estardispuestos a tolerarpsicolgicamente unaresponsabilidad moral conjunta, loestaban menos a aceptarresponsabilidades jurdicasindividuales. En 1952, casi elsesenta por ciento de los alemanes

  • aprobaba que los ex miembros delNSDAP dispusieran de las mismasoportunidades de trabajo quecualquier otro ciudadano.

    El proceso de desnazificacin nopunitivo se llev adelanteutilizando los recursos de la culturade masas, como el cine, al que lapoblacin alemana se habaacostumbrado en la etapa deeducacin popular de Goebbels.Tal propaganda se realizaba pordos vas complementarias. Una eraaprovechar el desmantelamiento de

  • la industria del cine alemn paraque las productoras, especialmentelas poderosas agenciasestadounidenses Universal,Warner Brothers, RFO, UnitedArtists, Twentieth Century Fox,Metro-Goldwyn-Mayer, Paramount, proyectaran obras de ficcinque difundieran los valores de lasociedad liberal entre la poblacin;se aprobaron 32 ttulos hasta finalesde 1946, entre los que habapelculas tan diversas como Elhalcn malts, Las campanas de

  • Santa Mara o Sospecha. Junto aestas proyecciones se organiz elpase de documentalesespecialmente orientados adenunciar los campos deexterminio, como los clebres KZ oLos molinos de la muerte. Muypronto, las autoridades encargadasde esta actividad, dirigida por laDivisin de Informacin Civil(ICD), recibieron informes pocofavorables, en los que destacaban elcansancio del pblico ante un cinepoco familiar que les haca aorar

  • la calidad de las pelculas deentretenimiento difundidas en laetapa del Tercer Reich, o laincredulidad por las informacionesdel genocidio. En alguna ocasin,como ocurri con una muchacha dediecisis aos que aconsej a lasautoridades: en la siguienteemisin de propaganda, consultencon el doctor Goebbels, larespuesta popular roz un finosarcasmo. No es de extraar que lapropia ICD entregara lareorganizacin de la produccin

  • alemana propia a un exiliado, ErichPommer, cuyas tareas se vieronobstaculizadas por la AsociacinExterior de Productores (MPEA),que haba esperado disfrutar de unnuevo mercado para sus productos.La actitud de las autoridades salvla posicin de Pommer, favorable adar prioridad a un cine que tuvieraxito antes que a satisfacer losestrechos intereses de la industriaestadounidense. Algo a lo que debasumarse lo que estaba ocurriendoen la zona sovitica, donde se haba

  • reinstalado una poderosa industriacinematogrfica, que incluy obrasmaestras como la de WolfgangS a u d t e , Los asesinos entrenosotros, resultado de los intilesesfuerzos del director por realizarsu obra en la zona occidental.29Esta apertura no significa, comotendremos ocasin de ver en el casodel escndalo de La pecadora(1951), que la nueva industriaestuviera a salvo de la censura dela poderosa opinin conservadorade los alemanes occidentales. En

  • todo caso, los documentales fueronvistos por millones de espectadorescon una actitud diversa que no soloproceda de una cuestinideolgica, sino del sufrimientopadecido durante el conflicto, quepoda relativizar la condena de loscrmenes y convertirlos en parte deun dolor tambin experimentado.Las pelculas y el reparto de nuevoslibros escolares por las trespotencias ocupantes estabandestinados a crear un estado denimo que permitiera asumir una

  • responsabilidad. Es menos seguro,sin embargo, que ello bastara paraadquirir una concienciademocrtica. La reeducacin seplanteaba como una operacin depropaganda contra el Tercer Reich,una justificacin de la victoria y dela injusticia de la causa defendidapor los alemanes, pero no llegaba aconstruir un espacio simblico dedefensa de la democracia, cuyainterpretacin variaba segnquines fueran los administradoresextranjeros y segn los diversos

  • grados de antinazismo de lasociedad alemana. Los intentos dereconstruir la vida cultural previaal nazismo fueron especialmenteintensos en la vieja capital delReich, mientras que en la zonaoccidental se manifestaba un intersms acusado por los temaspolticos. Por ello, el Berln de losaos iniciales de la posguerraasisti a un florecimiento deactividades artsticas impulsadaspor las distintas administraciones.

    Resulta especialmente

  • significativa la actitud primera delgrupo de dirigentes soviticos quese hizo cargo de este tema, dirigidopor personalidades venidas deLeningrado, conocedoras de lalengua y la tradicin culturalalemanas, que intentaron hallar unsustrato democrtico procedente dela Ilustracin y culminado en laRevolucin de 1848, anegado luegoen los regmenes conservadores queprecedieron al nazismo.Operaciones como la Liga Culturalpara la Renovacin Democrtica de

  • Alemania (Kulturbund fr diedemokratische ErneuerungDeutschlands) expresaban ya enjulio de 1945 este planteamiento dereconstruccin en trminos decultura antifascista originada enla dinmica de los FrentesPopulares. La Kulturbund, quedeseaba reproducir los xitos de laCmara de Cultura del Reich, fueconfiada al poeta comunistaJohannes Becher, y lleg a tenercien mil adheridos en 1947, lamitad de ellos en la zona

  • occidental, salvo en la francesa,donde estaba prohibida.Lgicamente, las opcionesculturales de los ocupantes fuerontan diversas como sus gobiernos,algo que indicaba hasta qu puntoera importante llevar a cabo esatarea de reconstruccin. En el casoestadounidense, la autoridadmxima de militares preocupadosfundamentalmente por la gestineconmica y la institucionalizacinde rganos representativos podacontrastar con la actitud de los

  • primeros responsables de larenovacin cultural en el Berlnsovitico. Sin embargo, elentusiasmo inicial que podacorresponder a la esperanza de unareconstruccin alemana bajo lahegemona de un antifascismosocialista proporcionar la excusapara que la poltica cultural seoriente en un sentido ms sectario,como suceder con la creacin delVolksbhne, que va acompaada dela marginacin del principalrepresentante del teatro popular de

  • preguerra, Siegfried Nestriepke,poco dado a la obediencia de lasconsignas estticas de 1946. Al aosiguiente, la Kulturbund serprohibida en la zona occidental, enuno de los episodios de la guerrafra cultural ms significativos de lapoca.30 El debate que podaproducirse en ese mismo momentoen Francia acerca del compromisode la creacin, adquiere un tonomuy distinto en la ex capital delReich, donde lo que se dirime es laposibilidad de una reconstruccin

  • institucional unificada, en cuyosflancos ondea un debate acerca dela tradicin cultural alemana quedebe relacionarse, al mismotiempo, con las perspectivas de lademocratizacin, la recuperacinde un espritu devastado por elnazismo y la funcin que el pasdesempeaba en el corazn mismode la Guerra Fra.

    Un puado de imgenes rotas

  • What are the roots thatclutch, what branches growout of this stony rubbish?Soon of man,you cannot say, or guess, foryou know onlya heap of broken images,where the sun beats.

    T. S. ELIOTThe Burial of the Deads

    Los problemas que debanafrontarse para proceder a la

  • normalizacin del pas tenan sucausa principal, una vez asumida laliquidacin del nazismo, en lasdistintas opciones que planteabanlos vencedores y que, poco a poco,fueron resolvindose en unaalternativa: la propuesta de Stalinde una Alemania unida y neutral, oel establecimiento de dos regmenesdiferenciados por las zonas previasde ocupacin, sovitica uoccidental. Esa cuestin principal,que apareci con toda su crudeza enel invierno de 1946-1947, fue

  • representndose en distintosescenarios, que incluan lapresentacin de orientacioneseconmicas, el proceso deinstitucionalizacin y la exclusinprogresiva de los soviticos de losacuerdos que se llevaban a cabo enOccidente, ampliados a Blgica,Holanda y Luxemburgo. En la zonaoriental se llev adelante unproceso de expropiacin que afecta casi dos mil empresas, as comouna reforma agraria que liquid lasposesiones de los Junker. Al

  • mismo tiempo, se proceda a launificacin de socialdemcratas ycomunistas en el Partido SocialistaUnificado (SED), algo que lasbases socialistas rechazaronmasivamente tal como sedemostrara en las primeraselecciones celebradas en la zonaoriental, en las que lossocialdemcratas consiguierondoblar el porcentaje del partidounificado. Esta circunstancia sirvipara endurecer la actitud de lasautoridades soviticas, pero

  • tambin para presionar en la zonaoccidental en la direccin opuesta atodos los sectores de la opininpblica interna adems de,naturalmente, a los administradoresaliados. Entre el otoo de 1945 y laprimavera de 1947, fueronconstituyndose parlamentosregionales de acuerdo con elpermiso concedido a diversospartidos para organizarse, unaautorizacin que deba procedernecesariamente de los ocupantes. Eltejido de organizaciones polticas

  • fue estructurndose rpidamente enla zona occidental, con el permisootorgado a comunistas,socialdemcratas, liberales ydemocristianos para que crearansus formaciones, al mismo tiempoque se conceda una licencia aalgunas asociaciones, que tuvieronuna implantacin regional por supropia vocacin ideolgica casodel Partido Bvaro o por larealidad de su implantacin casodel Partido Alemn, de laAsociacin por la Reconstruccin

  • Econmica (WAV) o del Partido dela Derecha Alemana (DRP).

    La creacin de partidos nodevolva las condiciones anterioresal nazismo, como si la repblicadestruida en 1933 volviera aestablecerse sobre unas basesidnticas. Los orgenes del nuevorgimen se basaban en una derrotade naturaleza distinta y, sobre todo,eran el resultado de unaorganizacin sometida a una fuertepresin extranjera directa, a la quese sumaba la tensin de la guerra

  • fra. El que deba ser el granpartido de la primera etapa de laRepblica Federal, la UninDemcrata Cristiana UninSocial Cristiana en Baviera, sehaba constituido como unainteligente alternativa a la divisinconfesional, que fue uno de losprincipales cleavages en la historiaalemana desde la primeraunificacin. La divisin entreprotestantes y catlicos pas aconvertirse en una divisin entrepartidos laicos o el gran partido

  • cristiano. Pero, sobre todo, elmrito fundamental de la CDU-CSUy la desgracia para lossocialdemcratas fue su fuerza deatraccin sobre el conjunto de laopinin moderada alemana,incluido el voto de algunos gruposnacionalistas que fueron cayendo enla zona de influencia del partidodemocristiano. La orientacindecidida a ocupar la totalidad delespacio del centro y de la derechafue impuesta poco a poco por el quefue elegido lder del partido a

  • comienzos de 1946, el ex alcaldede Colonia, Konrad Adenauer.Depuesto de su cargo municipal, elanciano dirigente catlico parecihaber llegado al final de su carreracuando se retir a su residenciaprivada. Sin embargo, nada mslejos de la realidad. Adenauer seinspir en los textos de Len XIII yde Po XI para crear el marcoideolgico de un movimientopopular cristiano que, en el casoconcreto de Alemania, superara elerror de separar a protestantes y

  • catlicos como haba hecho elviejo Zentrum; se present comoun partido inspirado por la polticasocial de la Iglesia ms que comoun espacio de sociabilidad yrepresentacin electoral tuteladopor la jerarqua vaticanista. Acomienzos de 1946, acabados decumplir los setenta aos, elinfatigable Adenauer consigui sernombrado dirigente mximo de lanueva CDU, tras conseguir el apoyode algunos dirigentes del alaizquierda como el sindicalista Karl

  • Arnold, futuro alcalde deDsseldorf, a cambio de eliminar aquienes plantearan una va deacuerdo con el PartidoSocialdemcrata. Era este el casode los cristianos socialesradicados en Berln, como JakobKaiser, al que hubiera complacidouna reconstruccin basada en launidad de los dos grandes partidos,pero cuyas posiciones quedarondebilitadas por la intensa campaalocal realizada por Adenauer, porlas reticencias ante el poder de los

  • prusianos plasmado en ladivisin territorial del antiguoreino, mal vista por lossocialdemcratas y por la derrotademocristiana en las eleccionesmunicipales berlinesas. Adenauerpudo convencer de sus posiciones,muy alejadas de las que habaseguido la Democracia Cristianaitaliana o francesa. Mientras enestos dos pases se