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http://www.servisur.com/cultural/dante/index.htm Traducción: Jorge Sanguinetti
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Dante Alighieri
Convivio (Banquete)
Fragmentos
LIBRO I
Capítulo V
Luego de expurgado este pan de las manchas accidentales, resta excusarlo de una
substancial, a saber, de que sea en vulgar y no en latín, que es como decir pan de avena y
no de trigo. Y de ello lo excusan tres breves razones, que me movieron a elegir a aquel y no
a este: una se origina de la precaución de no caer en incongruencia; la otra del ímpetu de la
generosidad; y la tercera del natural amor al habla propia. Y, para satisfacer el probable
reproche por la elección, me propongo exponer estas cosas ordenadamente, por sus
argumentos, de la siguiente forma.
Lo que mejor embellece y encomia el obrar humano, y más directamente lo lleva a
buen fin, es ciertamente el hábito de aquellas disposiciones que están ordenadas al fin
propuesto; como la serenidad de ánimo y la fortaleza corporal está ordenada al fin
caballeresco. Y también, quien está destinado al servicio de otro, debe tener aquellas
disposiciones que están ordenadas a ese fin, como la sujeción, el conocimiento y la
obediencia, sin las cuales se estaría fuera del orden del buen servir, porque si no está sujeto
en cualquier situación, procederá siempre con fatiga y lentitud en el servicio, y rara vez con
continuidad; y si no tiene [conocimiento - - - - ?]; y si no es obediente nunca servirá sino a
su talante y voluntad, lo que más es servicio de amigo que de siervo. Por tanto a fin de
evitar esta discrepancia, fue necesario este Comentario, pues hace las veces de siervo de las
canciones infrascritas al estarles sujeto en todos los órdenes, y conocer la necesidad de su
señor y serle a él obediente.
Todas estas disposiciones le hubieran faltado si hubiera sido latín y no vulgar,
puesto que las canciones son vulgares. Porque si hubiera sido latín no habría sido súbdito
sino soberano, por nobleza, por virtud y por belleza. Por nobleza, porque el latín es
perpetuo y no corruptible, y el vulgar es inestable y corruptible. De aquí que en las
escrituras antiguas de las comedias y tragedias latinas, que no se pueden modificar,
hallamos lo mismo que vemos hoy; lo que no ocurre con el vulgar, el cual según los gustos
se modifica.
Por donde vemos que, en las ciudades de Italia, a bien mirar, de cincuenta años para
acá muchos vocablos murieron, nacieron y variaron; vemos entonces que si en tan poco
tiempo así se modifica, mucho más lo harán en más. Y digo entonces que, si los que
partieron de esta vida hace mil años volvieran a sus ciudades, creerían que habrían sido
ocupadas por extranjeros, por la distinta lengua. De lo mismo se tratará más cumplidamente
en un libro que pretendo escribir, Dios mediante, De la Lengua Vulgar.
Por virtud no habría sido súbdito sino soberano. Pues cada cosa es virtuosa si hace
aquello para lo que está destinada; y cuanto mejor lo hace tanto más es virtuosa. Por eso
llamamos virtuoso al hombre que vive vida contemplativa o activa a la que está destinado
por naturaleza; llamamos virtuoso al caballo que corre veloz y mucho, para lo que está
destinado; llamamos virtuosa a una espada que corta bien las cosas duras, pues a ello está
destinada. Así el habla, que está destinada a manifestar el concepto del hombre, es virtuosa
cuando lo hace, y es más virtuosa aquella que más lo hace; de donde como el latín
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manifiesta muchas cosas concebidas en la mente que el vulgar no puede, como bien saben
los que conocen ambas lenguas, más es su virtud que la del vulgar.
Por la belleza no habría sido súbdito sino soberano. Llamamos bella a la cosa cuyas
partes se corresponden bien entre sí, porque de su armonía resulta deleite. Por eso, un
hombre se ve bello, cuando sus miembros se corresponden debidamente; y llamamos bello
a un canto cuando sus voces, según como debe el arte, se corresponden entre sí. Entonces
es más bella el habla cuyas palabras se relacionan debidamente; y más debidamente se
relacionan en latín que en vulgar, dado que el vulgar sigue al uso, mas el latín al arte; por
donde se concluye que el latín es más bello, virtuoso y noble.
Por donde se concluye la intención principal, es decir que no hubiera sido súbdito de
las canciones, sino su soberano.
Capítulo VI
Demostrado cómo el presente Comentario no sería súbdito de las canciones vulgares si
fuera latín, resta mostrar cómo no las hubiera sido conocido ni obedecido; y luego se
concluirá, para evitar desórdenes inconvenientes, porqué fue necesario adoptar el vulgar.
Digo que el latín no hubiera sido siervo conocedor del señor vulgar por la siguiente
razón. Se requiere conocimiento en el siervo principalmente para conocer perfectamente
dos cosas. Una es la naturaleza del señor: de hecho hay señores de asnal naturaleza que
exigen lo contrario de lo que quieren, y también los hay que sin hablar quieren ser
entendidos, y otros que no quieren que el siervo se mueva a hacer lo necesario si ellos no lo
ordenan. Y el por qué de estas variaciones en los hombres no pretendo ahora demostrar,
pues extendería demasiado la digresión; sino simplemente decir en general que los tales son
casi bestias, a los cuales la razón poco les ayuda. Entonces, si el siervo no conoce la
naturaleza de su señor es evidente que no puede darle un servicio perfecto.
Además es necesario que el siervo conozca a los amigos de su señor, porque de lo
contrario no podría honrarlos ni servirlos, y así no serviría perfectamente a su señor; porque
la realidad es que los amigos son casi parte de un todo, y este su todo es un mismo querer y
un mismo no querer. El comentario latino tampoco tendría conocimiento de estas cosas,
que en cambio tiene el mismo vulgar.
Que el latino no sea conocedor del vulgar y de sus amigos, se prueba así. El que
conoce una cosa en general no la conoce perfectamente; como si de lejos se conoce un
animal, no se lo conoce a la perfección, porque no se sabe si es un perro o un lobo o un
cordero. El latín conoce al vulgar en general, pero no con distinción: porque si lo conociera
en profundidad, conocería a todos los vulgares, pues no hay razón de que conociera a uno
más que a otro; y entonces si una persona cualquiera tuviera perfecto dominio del latín,
tendría claro conocimiento del vulgar. Pero no es así; pues quien esté habituado al latín,
estando fuera del vulgar de Italia, no distinguiría al inglés del alemán, ni un alemán, al
vulgar itálico del provenzal. Por donde es manifiesto que el latín no es conocedor del
vulgar.
Y ahora, tampoco es conocedor de sus amigos, porque es imposible conocer a los
amigos si no se conoce al principal; por donde, si el latín no conoce al vulgar, como se ha
probado aquí, es imposible que conozca a sus amigos; y en consecuencia no puede conocer
a los amigos del vulgar. Y no es contradictorio decir que el latín a veces conversa con
algunos amigos del vulgar: porque no tiene familiaridad con todos, y así no es conocedor
perfecto de los amigos; porque lo que se requiere es conocimiento perfecto y no parcial.
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Capítulo VII
Probado que el comentario en latín no hubiera sido siervo conocedor, diré como no hubiera
sido obediente. Obediente es quien tiene la buena disposición que se llama obediencia. Para
la verdadera obediencia se necesitan tres cosas, sin las cuales no puede existir: tiene que ser
dulce y no amarga; ser enteramente comandada y no espontánea; y con mesura y no
desmesurada. Las cuales tres cosas es imposible que tenga el comentario latino, por lo que
es imposible que fuera obediente.
Que el latín no lo sea como se ha dicho, se manifiesta por lo siguiente. Toda cosa
que proviene de orden perverso es laboriosa, y en consecuencia amarga y no dulce, como el
dormir de día y velar de noche, y andar para atrás y no para adelante. Mandar el súbdito al
soberano procede de orden perverso –porque el orden derecho es que el soberano mande al
súbdito–, y así es amargo y no dulce. Y como al mandato amargo es imposible obedecer
con dulzura, es imposible, cuando el súbdito manda, que la obediencia del soberano sea
dulce. Entonces, si el latín es soberano del vulgar, como con más razones arriba se ha
demostrado, y las canciones, que ocupan el lugar del mandatario, son vulgares, imposible
es que su obediencia sea dulce.
Además: la obediencia es enteramente mandada y de ningún modo espontánea, pues
lo que se hace obedeciendo no se hubiera hecho sin mandato, por propia voluntad, ni en
todo ni en parte. Si por ejemplo me mandaran ponerme dos vestiduras talares, y contra
orden me podría sólo una, digo que mi obediencia no sería enteramente mandada, sino que
en parte espontánea. Y tal sería la obediencia del comentario latino, y por ende no habría
sido obediencia enteramente mandada. Que esto hubiera sido así, resulta de lo siguiente:
que el latín sin mandato de este señor habría expuesto demasiadas cosas de su sentido –y
así lo hace, quien bien considera los escritos latinos– lo que no hace el vulgar de manera
alguna.
Además: la obediencia es con mesura y no desmesurada, cuando alcanza al objetivo
termina el mandato, y no va más allá: como ocurre con la naturaleza particular que es
obediente a la naturaleza universal, cuando da, por ejemplo, treinta y dos dientes al hombre,
y no más ni menos; y cuando pone cinco dedos en la mano, y ni uno más ni menos; y el
hombre es obediente a la justicia [cuando hace aquello, no más ni menos, lo que la justicia]
manda. Esto no hubiera hecho el latín, antes habría faltado no por defecto ni por exceso,
sino por ambos; y entonces su obediencia no habría sido mesurada, sino desmesurada, y por
consiguiente no habría sido obediente.
Que el latín no hubiera cumplido los mandatos de su señor y que se hubiera
excedido, fácilmente puede mostrarse. Este señor, es decir estas canciones, a las cuales el
comentario está ordenado como siervo, mandan y quieren estar prontas –respecto de todos a
los que pueden llegar, y permitiéndolo la capacidad intelectual de los oyentes–, a que
cuando hablan se las entienda; y nadie duda, que si ellas mandaran con su sola voz, no
cumplirían mandato. Pero el latín no las habría expuesto sin a los letrados, porque los
demás no lo habrían entendido. Pero como la situación es que son muchos más los iletrados
que quieren entender que los letrados, se sigue que no habría cumplido plenamente su
mandato como el vulgar, que entienden tanto los letrados como los que no lo son.
Además, el latín las habría expuesto a gente de otras lenguas, como a los alemanes,
ingleses y otros, y así se hubiera excedido de su mandato; pues sería contra la voluntad de
las canciones, hablando en general digo, pues sería exponer su sentido donde no podrían
comprender su belleza.
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Pues sepan todos que en ninguna cosa armonizada con música no puede traducirse
la letra a otra lengua, sin corromper toda su dulzura y armonía. Y esta es la razón por la que
Homero no se tradujo del griego al latín, como otros escritos que de ellos tenemos. Y esta
es la razón por la que los versos del Salterio carecen de la dulzura de la música y de la
armonía; porque ellos fueron trasladados del hebreo al griego y del griego al latín, y en la
primera traducción toda aquella dulzura se perdió.
Y así se concluye lo que se prometió al principio del capítulo inmediato anterior.
Capítulo XI
Para perpetua infamia y menosprecio de los malvados hombres de Italia, que encomian el
vulgar de otro país y desprecian el propio, digo que su actitud proviene de cinco
abominables razones. La primera es la ceguera del discernimiento; la segunda, excusa
maliciosa; la tercera, avidez de vanagloria; la cuarta, raciocinio de envidia; al quinta y
última, vileza del ánimo es decir pusilanimidad. Y cada una de estas culpabilidades tiene
tantos seguidores que son pocos los que están libres de ellas.
De la primera se puede razonar así. Como la parte sensible del alma tiene ojos con
los que percibe la diferencia de las cosas en cuando a sus colores externos, así también la
parte racional tiene su ojo con el cual discierne las diferencias de las cosas en cuanto están
ordenadas a un cierto fin, lo cual es la discreción. Y como el ciego de los ojos sensitivos va
juzgando siempre conforme al juicio de si está dentro o fuera del camino, así el ciego de la
luz de la discreción en su juicio siempre va, o derecho o torcido, según la común opinión;
entonces si por acaso el que guía es ciego, necesariamente uno y otro, ambos ciegos, que en
él se apoyan vengan a mal fin. Porque está escrito “el ciego guiará al ciego, y ambos caerán
en la fosa”.
La común vocería ha estado largamente en contra de nuestro vulgar, por las razones
que abajo se dirán, después de esta. Y los susodichos ciegos, que son casi infinitos, con la
mano en la espalda de estos falsarios, han caído en la fosa de la opinión falsa, de la cual no
saben salir.
De esta luz de la discreción mayormente está privada la gente del pueblo; pues,
forzadas desde el comienza de su vida a ejercer un oficio, a él enderezan su espíritu por
necesidad, porque a otra cosa no atienden. Y porque el hábito de la virtud, tanto moral
como intelectual, no se puede adquirir súbitamente, sino que es necesario que se adquiera
por ejercicio, y ellos aplican el ejercicio a algún arte y no se preocupan de discernir otra
cosa, es imposible que logren la discreción. Por lo cual muchas veces gritan “Viva su
muerte” o “Muera su vida”, bastando que alguno comience; y este es un peligrosísimo
defecto de su ceguera. Por lo que Boecio juzga que la gloria popular es vana, porque la ve
privada de discreción. Y los tales han de llamarse ovejas y no seres humanos; porque si una
oveja se arrojase de un risco de mil metros, todas las demás irían detrás; y si una oveja, por
alguna razón, al cruzar un camino salta, todas las demás lo hacen, aun no viendo que haya
qué saltar. Y ya he visto a muchas arrojarse a un pozo porque una lo hizo, tal vez creyendo
sortear un muro, a pesar del pastor que, llorando y gritando, con los brazos y el pecho
delante se les ponía.
La segunda secta contra nuestro vulgar la conforma la excusa maliciosa. Muchas
hay que gustan ser tenidos por maestros antes de serlo, y por escapar de lo contrario, es
decir de no ser tenidos por, siempre echan la culpa a la materia correspondiente, al arte o tal
vez al instrumento; a la manera como el mal herrero maldice el hierro que le ofrecen, o el
mal citarista que maldice la cítara, creyendo librarse de la culpa de un mal cuchillo o de
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tocar mal, acusando al hierro y a la cítara. Así son algunos, y no pocos, que quieren que se
los tenga por oradores; y por excusarse de no hablar o de hablar mal acusan e inculpan a la
materia, es decir al propio vulgar, y encomian al otro del cual no se les pide que lo usen. Y
quien quiera ver cómo es el maldecir este hierro, observe las obras que hacen los buenos
artífices, y conocerá la malicia de quienes, maldiciéndolo, creen excusarse. Contra estos
tales clama Tulio en el principio de su libro que se llama Libro de los objetivos del Bien
[De finibus bonorum et malorum de Marco T. Cicierón], porque en su tiempo maldecían el
latín romano y encomiaban la gramática griega, por las mismas razones que estos hacen vil
al itálico y precioso al de Provenza.
La tercera secta contra nuestro vulgar es por avidez de vanagloria. Muchos son los
que por citar temas expuestos en otra lengua y encomiarla, creen lograr ser más admirados
al poner citas de esa lengua antes que de la suya. Y sin duda no puede dejarse de alabar el
ingenio de quienes aprenden bien la lengua extranjera; pero es despreciable encomiarla más
allá de lo justo con el objetivo de vanagloriarse de tal conocimiento.
La cuarta proviene de un argumento de envidia. Como dije más arriba, la envidia se
da siempre cuando existe alguna igualdad. Entre los de la misma lengua hay igualdad de
vulgar, y porque uno no la sabe usar como lo hace otro, nace la envidia. El envidioso
después argumenta, no afrentando al que dice que no sabe escribir, sino que infama lo que
es materia de su obra, para expoliar, despreciando la obra por esa parte, de honor y fama al
que escribe; como quien maldijera el hierro de una espada, no por despreciar al hierro, sino
a toda la obra del maestro herrero.
La quinta y última secta se mueve por vileza de ánimo. El magnánimo siempre se
magnifica en su corazón, y entonces el pusilánime, al contrario, siempre se tiene a menos
de lo que es. Y como magnificar y parvificar siempre se dicen respecto de alguna cosa, en
comparación con la cual se hace grande el magnánimo y pequeño el pusilánime, sucede que
el magnánimo siempre hace menores de lo que son a los demás, y el pusilánime siempre
mayores. Y como con la medida que el hombre se mide a sí mismo, mide sus cosas, que
son casi como partes de sí mismo, sucede que al magnánimo sus cosas les parecen mejores
de lo que no son, y las de otros menos buenas: el pusilánime siempre cree que sus cosas
valen poco, y las de los demás mucho. Por donde muchos por esta vileza desprecian el
propio vulgar, y encomian el otro: y todos estos tales son los abominables malditos de Italia
que tienen por vil este precioso vulgar, el cual, si en algo es vil, no es sino en cuanto
resuena en la boca meretriz de estos adúlteros; tras cuya conducción van los ciegos de los
cuales se ha hecho mención en el primer argumento.
Capítulo XII
Si manifiestamente por las ventanas de una casa salieran lenguas de fuego, y alguno
preguntara si allí adentro hay fuego, y otro le respondiera que sí, no sabría a cuál de estos
dos debería despreciar más. No de otra manera sería la pregunta y la respuesta de aquel y
mía, que me preguntase si tengo amor por mi propia lengua y yo le respondiera que sí,
después de las declaradas razones.
Más aun, y para mostrar que no solamente amor, mas perfectísimo amor por ella
hay en mí, y para vituperar aún más a sus adversarios demostrando a quien bien entenderá,
diré cómo me hice amigo de ella, y luego cómo la amistad está confirmada.
Digo que como se puede ver en lo que escribe Tulio en su De Amicitia, sin discordar
de la sentencia del Filósofo expuesta en el octavo y noveno de la Ética, la proximidad y la
bondad son naturalmente causas generadoras de amor; el beneficio, el cuidado y la
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costumbre son causas acrecentadoras de amor. Y todas estas razones han estado presentes
para engendrar y fortalecer el amor que yo tengo por mi vulgar, como brevemente
demostraré.
Tanto una cosa está próxima cuanto, de todas las cosas de su género, está más unida
a uno: por donde de todos los hombres el hijo está más próximo al padre; de todas las artes
la medicina está más próxima al médico, y la música al músico, pues a ellos están más
unidas que las otras; de todas las tierras es más próxima aquella donde el hombre habita,
porque está más unida a él. Y así el vulgar está más próximo cuanto más unido, que es el
uno y el único que entra en la mente primero, y que no solamente por sí está unido, mas por
accidente, en cuanto está junto a las más próximas personas, como a los padres y a los
propios conciudadanos y al propio pueblo. Y esto es el vulgar propio; que no es próximo,
sino absolutamente próximo a todos.
Pues, si la proximidad es semilla de amistad, como dicho más arriba, manifiesto es
que ella está entre las causas del amor que yo tengo por mi habla, que me es más próxima
que las otras. Las supradicha causa, esto es de estar más unido lo que está primero y único
en toda la mente, promovió la costumbre general de que sólo los primogénitos hereden,
porque son más próximos, y por más próximos más amados.
Además, la bondad me hizo de él amigo. Y aquí hay que saber que la bondad propia
de una cosa, la hace amable, como en los varones tener barba y en las mujeres tener muy
limpia de barba toda la cara; como en el sabueso tener buen olfato y en el galgo correr bien.
Y cuando es más propia tanto más es amable; por donde considerado que toda virtud es
amable en el hombre, la más amable es la más humana, y esta es la justicia, que reside sólo
en la parte racional o intelectual, es decir en la voluntad. Es tan amable que, como dice el
Filósofo en el quinto de la Ética, sus enemigos la aman, como los ladrones y los robadores;
y porque vemos que su contrario, la injusticia, es la más odiado, como la traición, la
ingratitud, la falsedad, el hurto, la rapiña, el engaño y sus similares. Los cuales son pecados
tan inhumanos, que para excusarse de la infamia que dan, se concede por larga costumbre
que el hombre hable de sí mismo, como se dijo más arriba, y pueda exponer que es fiel y
leal.
De esta virtud hablaré más plenamente adelante en el cuarto tratado; y apartándome
ahora, vuelvo al propósito. Se ha probado pues que la bondad más propia de una cosa la
hace más amable; por donde para mostrar cuál bondad sea la más propia, hay que
considerar la que es en ella más amada y encomiada; y entonces esa es su primera bondad.
Y como de verdad la bondad se encuentra en el vulgar, como ha sido demostrado en
anterior capítulo, manifiesto es que pertenece a las causas del amor que yo le tengo; pues
que, como se ha dicho, la bondad es razón que engendra el amor.
Capítulo XIII
Dicho pues cómo el habla propia tiene aquellas dos cosas por las que me hice de ella
amigo, es decir proximidad y bondad propia, diré cómo se confirma la amistad y se hace
grande a través del beneficio y afinidad de tareas y por la benevolencia de una larga
convivencia.
Digo primero, que he recibido de ella dones de grandísima beneficio para mí. Sin
embargo hay que saber que entre todos los beneficios es mayor el que más precioso es para
el que lo recibe: y ninguna cosa es tan preciosa como aquella por la que todas las demás se
quieren; y todas las otras cosas se quieren para perfección del que las quiere. Por donde
dado que el hombre tiene dos perfecciones, una primera y otra segunda –la primera lo hace
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ser y la segunda lo hace ser bueno–, si el habla propia me ha sido causa de ambas, es que he
recibido de ella un grandísimo beneficio. Y que ella haya sido para mí causa de ser y aún de
ser bueno [-----] si por mí no fuese, se puede brevemente demostrar.
No hay inconveniente que una cosa tenga varias causas eficientes, siempre y cuando
una sea la máxima; como el fuego y el martillo son la causa eficiente del cuchillo, aun
cuando la causa máxima lo es el herrero. Este mi vulgar fue genitor copartícipe con mis
genitores, quienes con él hablaban, así como el fuego es disponedor del hierro para el
herrero que hace el cuchillo, por lo cual manifiesto es que él ha concurrido a mi generación,
y de esta manera ha sido cierta causa de mi ser.
Además, este mi vulgar fue introductor mío en el sendero de la ciencia, que es la
mayor perfección, en cuanto por su intermedio entré en el latín y con él me fue enseñado: y
el tal latín fue para mí el camino de avanzar más. Por lo tanto es evidente y por mi
reconocido, que el vulgar ha sido para mí un grandísimo benefactor.
Además, ha estado conmigo en una misma tarea, lo que puedo demostrar. Cada cosa
se ocupa naturalmente de su propia conservación: así, si el vulgar pudiera actuar, se
ocuparía de ello; y ello sería adquirir para sí mayor estabilidad, y no podría tener mayor
estabilidad sino ligándose con número y rima. Y esta misma tarea ha sido la mía, lo que tan
evidente es que no necesita testimonio. Porque una misma tarea ha sido la suya y la mía,
por lo que en base a esta concordia la amistad ha sido confirmada y enriquecida.
Además, ha habido benevolencia de convivencia, porque desde el principio de mi
vida he tenido con el vulgar benevolencia y conversación, y lo he usado deliberando,
interpretando y cuestionando. Por donde, si la amistad crece con la convivencia, como se ve
por la experiencia, manifiesto es que la amistad ha avanzado a su máximo en mí, quien he
usado el vulgar todo el tiempo de mi vida.
Así pues se ve que en esta mi amistad concurren todas las causas que engendran y
aumentan la amistad: por lo que se concluye que no solamente amor, mas perfectísimo
amor es lo que yo debo tener y tengo por el vulgar.
Volviendo así la vista atrás, y recorriendo las razones prenotadas, puédese ver que
este pan, con el que se deban comer las infrascriptas canciones, está suficientemente
purgado de máculas, y de ser de avena; ha llegado pues el tiempo de ocuparse en
administrar la comida. Este será el pan de cereal del cual se saturarán miles, y a mí me
sobrarán espuertas llenas. Este será luz nueva, Sol nuevo, que surgirá allí donde el usado se
pondrá, y dará luz a aquellos que están en tinieblas y en oscuridad, por causa del usado Sol
que para ellos no brilla.
LIBRO II
Capítulo I
Como razonando en forma de proemio, sirviéndome, mi pan ha sido preparado
suficientemente en el precedente tratado, el tiempo clama y demanda que mi nave salga de
puerto; de modo que, dirigido el timón de la razón al aura de mi deseo, entro en piélago con
la esperanza del dulce camino y del saludable y laudable puerto al término de mi cena. Pero
para que más provechosa sea mi comida, antes que llegue la primera vianda, quiero mostrar
cómo se debe comer.
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8
Digo que, así como se narra en el primer capítulo, esta exposición ha de ser literal y
alegórica. Y para que se entienda, hay que saber que los escritos pueden comprenderse, y
específicamente deben exponerse, en cuatro sentidos.
Llámase el uno literal, y es el que no va más allá de las imágenes suscitadas por las
palabras, como son las fábulas de los poetas.
Llámase el segundo alegórico, y es el que se esconde bajo el manto de estas fábulas,
y es una verdad escondida en una bella mentira: y así es como Ovidio dice que Orfeo con la
cítara amansaba las fieras, y que se le acercaran los árboles y las piedras, lo que quiere
decir es que el hombre sabio con el instrumento de su voz amansa y humilla a los corazones
crueles, y mueve a voluntad a los que carecen de una vida de ciencia y arte: pues los que no
tienen vida racional ninguna son casi como piedras. Y el por qué de que los sabios hallaran
este escondite, se explicará en el penúltimo tratado. A decir verdad, los teólogos toman este
sentido en forma diferente de los poetas, pero como mi intención es aquí seguir el modo de
los poetas, tomo el sentido alegórico en la forma que lo usan los poetas.
El tercer sentido se llama moral, y es el que los intérpretes deben atentamente
descubrir en los textos, para utilidad suya y la de sus descendientes: y así en el Evangelio se
puede interpretar, que cuando Cristo subió al monte a transfigurarse, de los doce Apóstoles
llevó consigo a tres; en lo que moralmente se puede entender que para las cosas muy
secretas debemos tener poca compañía.
El cuarto sentido se llama anagógico, es decir súper-sentido; y es éste cuando
espiritualmente se expone una escritura, la cual bien que todavía es verdadera en el sentido
literal, por lo significado trata de las cosas sublimes de la gloria eterna: como puede verse
en aquel canto del Profeta que dice que con la salida del pueblo de Israel de Egipto, Judea
fue sanada y liberada. Que aunque manifiestamente sea verdad según la letra, no menos es
verdad lo que espiritualmente se entiende, es decir que con la salida del pecado, se ha hecho
el alma santa y libre en su propia potestad.
Y para demostrar estas cosas, el sentido literal debe ir siempre adelante como
aquello en cuya sentencia los otros están incluidos, y sin el cual sería imposible e irracional
querer entender los otros, y sobretodo el alegórico.
Es imposible, porque en cualquier cosa que tiene un adentro y un afuera, es
imposible llegar adentro si primero no se viene de afuera; por donde como en los escritos el
sentido literal es siempre lo de afuera, es imposible llegar a los otros, especialmente al
alegórico, si primero no se analiza el literal.
Es imposible además, porque en cada cosa, natural o artificial, es imposible
proceder a la forma si primero no está dispuesto el sujeto sobre el que la forma debe estar:
así es imposible que aparezca la forma del oro, si la materia, es decir su sujeto, no ha sido
primero digerida y preparada; ni aparecer la forma del arca, si la materia, es decir la
madera, no se la dispone primero y se la prepara. Por donde dado que el sentido literal es
siempre sujeto y materia de los demás, principalmente del alegórico, no se puede conocer
primero a los demás antes que a él.
Más aún, es imposible porque en una cosa cualquiera, natural o artificial, no se
puede proceder si antes no se han echado las bases, como en una casa o en el estudio; por
donde dado que demostrar es una edificación de la ciencia, y la demostración literal es
fundamento de las demás, principalmente de la alegórica, es imposible llegar a las demás
sin pasar por ella.
Además, supuesto que fuera posible, sería irracional es decir, fuera de orden, porque
se procedería con mucha fatiga y mucho error. Por donde, si como dice el Filósofo en el
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primero de la Física, lo natural exige que en nuestro conocimiento se proceda
ordenadamente, es decir de lo que mejor conocemos a lo que no conocemos tanto: digo lo
que la naturaleza quiere, en el sentido de que esta vía de conocer es naturalmente innata en
nosotros. Y como los demás sentidos se entienden menos que el literal –como de hecho se
ve–, sería irracional proceder a demostrarlos sin primero demostrar el literal. Yo pues, por
estas razones, después del literal razonaré su alegoría, es decir la verdad escondida; y
alguna vez incidentalmente trataré de los otros sentidos, como convenga según lugar y
tiempo.
Capítulo XII
Finalmente, conforme a lo que arriba dice la letra de este comentario cuando dividí las
partes principales de la canción, vuelvo ahora el rostro de mi razonar a la canción misma y
a ella le hablo. Y para que sea plenamente entendida, digo que a esta parte en toda canción
se la llama “tornada”, porque los troveros que primero acostumbraron usarla lo hicieron
para que, cantada la canción, se tornara a ella con cierta parte del canto.
Pero yo raras veces lo hice con tal intención, y, para que los demás se dieran cuenta,
rara veces la puse como el orden de la canción lo exige, es decir cuando el ritmo o la
melodía lo requieran; sino que la usé cuando algún adorno de la canción había que poner
allende su significado, como se podrá ver en esta y en las otras.
Y así digo ahora que la bondad y la belleza de todo razonamiento se reparten y
difieren entre sí, pues la bondad está en el sentido y la belleza en el adorno de las palabras;
y una y otra procuran deleite, aunque la bondad es la más deleitosa. Como la bondad de
esta canción podría ser difícil de entender dada la diversidad de personas que se inducen a
hablar en ella, por lo que se requieren muchas distinciones; y dado que la belleza es fácil de
percibir, me pareció necesario indicar al lector que atendiera más a la belleza que a la
bondad. Y eso es lo que digo en esta parte.
Pero como muchas veces sucede que aconsejar parece presuntuoso, el retórico suele,
por ciertos medios, indirectamente hacer hablar a otro, dirigiendo sus palabras no a aquel a
quien habla, sino a otra cosa.
Este es el modo que se observa aquí: porque a la canción van las palabras, pero la
intención a los hombres. Digo pues: Canción, pienso que pocos serán los que tu razón
entiendan bien. Y digo la razón, que es doble. Primero que se expresa fatigosamente –
fatigosa, digo por la razón que fue dicha–; después que habla oscuro –duro, digo
refiriéndome a lo nuevo del sentido. Entonces luego la aconsejo y digo: Si por ventura
ocurre que entre personas vayas que no te parezcan de su altura, te ruego entonces que no te
confundas, mas diles: Puesto que no veis mi bondad, al menos atended a mi belleza.
Porque en esto no quiero decir otra cosa, como fue dicho antes, si no: ¡Oh hombres
que no podéis ver el sentido de esta canción, no la rechacéis por ello; mas ponen mientes a
su belleza que es grande, ya sea por la construcción, lo que pertenece a los gramáticos, sea
por el orden del discurso, lo que pertenece a los retóricos, sea por el ritmo de sus partes, lo
que pertenece a los músicos. Cosas todas que se pueden ver bellas en ella, al que bien mira.
Y este es todo el sentido literal de la primera canción, cuya anterior propósito fue ser el
primer manjar.
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LIBRO III
Capítulo IV
Explicadas así las dos inefabilidades de esta materia, hay que proceder ahora a explicar las
palabras que narran mi insuficiencia. Digo pues que mi insuficiencia procede de dos
maneras, conforme a como doblemente trasciende la altura de ella, como ha sido dicho.
Porque por pobreza de intelecto tengo que dejar de lado mucho de lo que de ella es
verdad, y que casi irradia en mi mente, la cual, como cuerpo diáfano, lo recibe de forma
incompleta, y así lo digo en la siguiente partícula: Cierto y necesario es que primero
abandonar debo.
Luego cuando digo: y de lo que se entiende, digo no solamente lo que mi intelecto
no soporta, sino también lo que entiendo, ya que mi lengua carece de la facundia necesaria
para exponer lo que en mi intelecto de ella se razona; porque hay que saber, por respeto a la
verdad, que poco es lo que se dirá. Lo cual resulta en gran alabanza de ella, si bien se mira:
que es el principal propósito; y esa frase bien se puede decir que proviene del arte del
retórico, donde cada parte se ocupa del propósito principal.
Luego cuando dice: Pero, si mis rimas han de tener defecto, excúsome de una culpa
que no se me debe atribuir, que alguien note que mis palabras son inferiores a la dignidad
de ella; y digo que si hay deficiencia en mis rimas, es decir en mis palabras, cuyo objetivo
es tratar de ella, ha de reprocharse a la debilidad del intelecto y la cortedad de nuestras
palabras, las que son derrotadas por el pensamiento, de modo que no pueden seguirlo
plenamente, en especial cuando el pensamiento nace del amor, porque allí el alma se
ingenia con más profundidad que en otras cosas.
Alguien podría decir: “Te excusas y te acusas a ti mismo”. Pues es argumento de
culpa, no de justificación, en cuanto la culpa se atribuye al intelecto y a mi discurso que
nace de mí; que, así como, si es bueno, se me debe alabar, si es deficiente se me debe
descalificar.
A lo que hay que responder que yo no me acuso, sino que en verdad me excuso.
Pues hay que saber, que según la sentencia del Filósofo en el tercero de la Ética, el hombre
es digno de alabanza y de vituperio sólo en las cosas que están en su poder hacer o no
hacer; pero en aquellas para las cuales no tiene poder no merece ni vituperio ni alabanza,
porque ambas cosas deberán arrogarse a otro, bien que las cosas pertenezcan al hombre
mismo.
Y así no debemos vituperar al hombre porque nació en un cuerpo feo, porque no
estuvo en su mano hacerse hermoso, pero sí debemos vituperar la mala disposición de la
materia de la que fue hecho, que fue principio del defecto de la naturaleza. Ni tampoco
debemos alabar al hombre por la belleza corporal que trajera de nacimiento, porque no fue
su autor, pero sí debemos alabar al artífice, es decir a la humana naturaleza, que tanta
belleza produce en su materia cuando esta no se lo impide.
Así bien dijo el sacerdote al emperador que reía y se burlaba de la fealdad de su
cuerpo: “Dios es el señor: él nos hizo y nosotros no”, y ellas son palabras del Profeta, en un
verso del Salterio escritas ni más ni menos como las dijo el sacerdote. Sin embargo vemos a
los malvados malnacidos, que aplican todo su empeño en embellecer sus personas, y no se
preocupan de adornar sus actos que deben ser completamente honestos; porque es como
adornar las obras ajenas y abandonar las propias.
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Volviendo pues al propósito, digo que nuestro intelecto, por defecto de virtud de la
cual saca lo que ve, que es virtud orgánica, es decir la fantasía, no pude ascender a ciertas
cosas (pues la fantasía no lo puede ayudar, que no tiene con qué), tales como las
substancias separadas de la materia, de las cuales si bien podemos lograr alguna
consideración sin la fantasía, sin embargo no podemos entenderlas ni comprenderlas
perfectamente. Y de ello no hay que reprochar al hombre, porque, digo, no fue autor de este
defecto, en cambio lo produjo la naturaleza universal, es decir Dios, que quiso en esta vida
privarnos de tal luz; porque, de habérnosla dado, seríamos presuntuosos en nuestro razonar.
Entonces pues, si mi atención me transportaba a donde la fantasía no ayudaba al intelecto,
no se me debía reprochar que no pudiera entenderlo.
Más aún, puso un límite a nuestro ingenio, en cada una de sus actos, no nosotros,
sino la naturaleza universal; pero hay que saber que los alcances del ingenio son más
amplios [para pensar] que para hablar, y más amplios para hablar que para gesticular.
Consecuentemente si nuestro pensamiento, no solo de aquello que no llega a la perfecta
intelección sino de lo que en la intelección perfecta termina, vence a la palabra, no debemos
ser vituperados, pues no somos su causa. Y entonces queda claro que me excuso cuando
digo: De ello se acuse al débil intelecto y a nuestra habla, que carece del valor de redecir
todo lo que dice Amor, porque asaz se ha de ver con claridad la buena voluntad, a la que se
debe la consideración del mérito humano. Y ahora pues entiéndase así la primera y
principal parte de esta canción, de la que presentemente se trata.