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1 CURSO PSICOMOTRICIDAD INFANTIL Y TERAPIA. NIVEL 2 BLOQUE 2.- INTERVENCIÓN PSICOMOTRIZ. Tema 1.- Algunos Trastornos psicomotores. Tema 2.- Evaluación Psicomotriz. Tema 3.- Intervención en las necesidades educativas especiales.

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CURSO

PSICOMOTRICIDAD INFANTIL Y TERAPIA.

NIVEL 2

BLOQUE 2.- INTERVENCIÓN PSICOMOTRIZ.

Tema 1.- Algunos Trastornos psicomotores.

Tema 2.- Evaluación Psicomotriz.

Tema 3.- Intervención en las necesidades educativas

especiales.

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Tema 1.- Algunos Trastornos Psicomotores, Alteraciones Psicosomáticas y Trastornos Psicopatológicos.

Unidad Didáctica 1: Trastornos psicomotores y patologías neurológicas.

Unidad Didáctica 2: Alteraciones psicosomáticas y trastornos psicopatológicos

Anexo: Clasificación de discapacidades motóricas.

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UNIDAD DIDÁCTICA 1.

Trastornos psicomotores y patologías neurológicas.

¿QUÉ ES UN TRASTORNO PSICOMOTOR?

Es un desorden, desorganización, perturbación, que altera el funcionamiento

del cuerpo del niño en lo real, simbólico e imaginari o. Por lo tanto, afecta a su vida

de relación su accionar, su aprendizaje y su conducta.

Este trastorno que se inscribe y se visualiza en el cuerpo y sus producciones, da

cuenta de la brecha entre el deseo y la realización. O sea, que marca a la persona desde

su impotencia, que se patentiza en las dificultosas modalidades funcionales que debe

adoptar en cada una de sus actividades diarias,

A menudo, son estos ámbitos donde más se dramatizan los síntomas porque la

persona no puede responder adecuadamente a las exigencias de la vida diaria. Por

ejemplo el niño/ a que padezca este tipo de alteración se le acentuara con el ingreso a la

escuela infantil o colegio ya que no podrá responder a las exigencias curriculares.

El trastorno psicomotor se expresa de maneras diferentes: en cuadros de

TORPEZA, INESTABILIDAD, HIPERKINESIA, DISPRAXIA (desorganización

conjunta del esquema corporal y de las nociones espacio- temporales), INHIBICIÓN

PSICOMOTRIZ, etc. estos trastornos que pertenecen al campo de la psicomotricidad, se

expresa en todo lo que el niño/ a hace y también produce consecuencias en la

organización del espacio grafico, en la escritura y en el aprendizaje.

Dentro del abanico de trastornos psicomotores y patologías neurológicas

derivadas de lesiones en las vías motoras, las lesiones de las vías sensitivas,

relacionadas con el tono, la posturalidad y el equilibrio destacamos:

• Retrasos en la maduración • Debilidad motriz • Inestabilidad motriz • Inhibición motriz • Trastornos del esquema corporal • Asomatognosia • Trastornos de lateralidad • Apraxias infantiles • Dispraxias infantiles • Tics • Hiperactividad

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0. Trastorno del desarrollo

Aquella alteración, disfunción o dificultad en general del funcionamiento

intelectual general y de la conducta adaptativa de una persona, que conlleva la

necesidad de elementos de apoyo y recursos en el contexto donde se desenvuelve.

Características

• Origen en la infancia o en la adolescencia.

• Se dan dificultades varias en las capacidades, las habilidades, los

conocimientos, etc.

• Su intervención psicoeducativa deberá contar con recursos y apoyo, de

carácter extraordinario a lo habitual en los centros educativos. En

consecuencia, son sujetos de NEAE o de compensación educativa.

• En lo social tendrán necesidades de apoyo (ayuntamientos, cabildo, ONG,

etc) que busquen la adaptación a sus contextos y en ocasiones es necesario

la utilización ley de dependencia.

Un trastorno afecta a

• A su vida de relación, a su accionar, a su aprendizaje y su conducta.

• Familia (tolerar su comportamiento, educarlos, aceptación, etc.)

• Profesorado (tolerar su comportamiento, educarlos, aceptación, etc.)

• Complejizan la organización de la vida cotidiana y choca violentamente con la

imagen del niño/ a, adolescente, persona adulta, persona mayor ideal que

deseen madres- padres, profesores/ as, familias, etc.

1. RETRASO DEL DESARROLLO PSICOMOTOR

Trastorno cuya característica principal es un retraso del desarrollo de la

coordinación de los movimientos, que no puede explicarse por un retraso intelectual

general o por un trastorno neurológico específico, congénito o adquirido (distinto del

implícito en la anomalía de coordinación). Lo más frecuente es que la torpeza de

movimientos se acompañe de un cierto grado de déficit en la resolución de tareas

cognoscitivas viso-espaciales.

Es prácticamente imposible desligar el desarrollo motor del conocimiento y de

los aspectos emocionales. La actividad motora, gracias a la cual el niño explora y

reorganiza el medio, es fundamental para su desarrollo. A través de la acción el niño va

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a descubrir el mundo, va a poder tener conocimiento de las cosas y de sí mismo, y por

tanto, podrá dar respuestas ajustadas o expresar sus necesidades.

2.1. Principios del desarrollo motor

- El desarrollo es un proceso continuo desde la concepción hasta la madurez y sigue la

misma secuencia en todos los niños pero su ritmo varía de un niño a otro.

- Durante los últimos meses del embarazo y los primeros años de vida se va a ir dando el

proceso de mielinización, fundamental y responsable del ajuste, la adecuación y, la

rapidez de los movimientos.

- A medida que se va perfeccionando el sistema nervioso y el proceso de mielinización

alcanza las zonas del córtex, el niño puede llevar a cabo actos conscientes y voluntarios,

es decir, ejercer un control de sus propios movimientos.

- El desarrollo progresa, en general, desde una respuesta débil, global y relativamente

desorganizada a una respuesta fuerte, específica localizada y organizada.

2.2. Factores que determinan el desarrollo motor

A lo largo del proceso de desarrollo influyen una serie de factores que se dan

durante la etapa prenatal, en el momento del parto y después de éste. Sobre los primeros

conviene tener presente que los cuidados de la madre, su edad, alimentación,

enfermedades, factores de tipo hereditario, exposición a radiaciones, etc…, pueden

afectar al crecimiento y desarrollo del feto, con las consecuencias que son previsibles.

Las posibles complicaciones en el momento del nacimiento, que pueden dar

como resultado anoxia o lesión cerebral, serán también determinantes del desarrollo.

A partir del nacimiento, los factores que van a influir directamente sobre el desarrollo

motor del niño serán:

• El promedio de maduración física y neurológica.

• La calidad y variedad de sus experiencias.

• Las condiciones, tanto genéticas como ambientales; así, una buena calidad de

vida, dieta de alimentación equilibrada, higiene, etc. Y un clima afectivo sano que

proporcione seguridad y favorezca las exploraciones del niño como base de su

autonomía.

Las primeras conductas motrices están determinadas por la maduración del

sistema nervioso y éstas se perfeccionarán a través de la práctica y la exploración

continuas. Existe una gran relación entre el desarrollo físico, mental y emocional, como

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ya es sabido, y las investigaciones señalan que los niños con disminución intelectual

presentan un porcentaje mayor de retraso motor respecto a los niños normales.

2.3. Leyes del desarrollo motor

Los trabajos de Coghill en 1929 a partir de observaciones efectuadas sobre niños

ponen de manifiesto los grandes patrones que rigen el desarrollo motor. Están apoyados

sobre la idea de la progresión en la organización de los movimientos, que efectúan en el

sentido céfalo caudal y próximo distal.

• La ley céfalo caudal -> establece que la organización de las respuestas motrices

se efectúa en orden descendente desde la cabeza hacia los pies; es decir, se controlan

antes los movimientos de la cabeza que de las piernas. Esto explica el hecho de que el

niño sea capaz de mantener erguida antes la cabeza que la espalda, y estas antes que las

piernas puedan mantenerlo de pie.

• La ley próximo distal -> indica que la organización de las respuestas motrices se

efectúa desde la parte más próxima del eje del cuerpo a la parte más alejada. Así, se

puede observar que el niño controla antes los movimientos de los hombros que los

movimientos finos de los dedos.

2.4. Fases del Desarrollo Motor

El desarrollo motor evoluciona desde los actos reflejos y los movimientos

incoordinados y sin finalidad precisa hasta los movimientos coordinados y precisos del

acto motor voluntario y los hábitos motores del acto motor automático. Así pues,

encontramos diferentes tipos de movimientos:

a) El acto reflejo: es una respuesta de carácter automático e involuntario que se da

ante una estimulación. Esta respuesta, que es innata, es decir, no aprendida constituye la

base para los movimientos voluntarios. Estos reflejos (p.e: Grasping, reflejo arcaico de

presión palmar) deben desaparecer para dejar paso a la acción controlada.

b) El acto o movimiento voluntario: es el que se lleva a cabo de una forma

voluntaria e intencionada. Ante una estimulación determinada, ésta se analiza, se

interpreta y se decide la ejecución de la acción. Prácticamente, casi todos los actos

realizados de forma voluntaria estaría dentro de esta categoría: coger una manzana y

comerla, encender la radio, etc…

c) El acto o movimiento automático: cuando se lleva a cabo la repetición de los

movimientos voluntarios, se integran de una forma automática y pasan a ser hábitos, de

esta forma se ahorra energía en el proceso de análisis e interpretación del acto. En este

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tipo se encuentran, por ejemplo, montar en bicicleta, andar, conducir un coche…es

necesario un tiempo de aprendizaje de los movimientos voluntarios para que éstos se

automaticen.

2.5. Aspectos a trabajar para un correcto Desarrollo Motor

Durante este periodo las actividades de estimulación son fundamentales para el

logro de nuevas capacidades, éstas deben de depender del nivel de energía e

individualidad del niño/ a. por otro lado los padres y madres pueden dar una adecuada

estimulación, alimentándolo, meciéndolo, sosteniéndolo, cambiándolo de posición,

estableciendo contacto visual, hablándole y contándole, El niño/ a reacciona con todos

los sentidos: gusto, olfato, tacto, visión y audición.

Motricidad gruesa: Estimular para que el niño/ a adquiera fuerza muscular y

control de los movimientos y progrese desde la conducta más simple como sujetar la

cabeza a los comportamientos más complejos como correr, saltar, caminar, etc.

Motricidad fina: Estimular al niño/ a en la presión de los objetos de distintos

tamaños y posteriormente de objetos de mas difícil presión, esto le va a permitir al

niño/a afianzar el movimiento de pinzas donde usa solo para coger los dedos índice y

pulgar. Este logro permitirá en el futuro el uso correcto del lápiz o la habilidad de un

tallador o un cirujano.

Lenguaje: Al estimular esta área se puede ayudar al niño/ a para que aprenda a

comunicarse con las demás personas a través de la palabra, iniciándose este desarrollo

desde los primeros balbuceos.

Coordinación: Mostrar al niño/ a objetos interesantes, para que los examine, le

saque sonidos, de colores y texturas diferentes que le permita ir coordinando lo que

capta a través de sus sentidos, que coordine lo que ve con lo que hace, o lo que oye con

lo que ve.

Socialización: Estimular al niño/ a y favorecer el contacto mediante visitas o

promoviendo la asistencia a la escuela infantil permite que interactúe con niños/ as de su

edad. El desarrollo social empieza a manifestarse con la primera sonrisa logra a lo largo

de este proceso que el niño/ a descubra y tome mayor conciencia de las personas que lo

rodean, aprenda a querer y respetar, a ser querido y aceptado.

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3. TRASTORNOS PSICOMOTORES MÁS FRECUENTES EN LA

POBLACIÓN NORMAL

3.1. Debilidad motriz

Este término fue definido por Dupré en 1911, como insuficiencia e imperfección

de las funciones motrices consideradas en su adaptación a los actos ordinarios de la

vida y bajo el agrupaba un conjunto de manifestaciones: torpeza de movilidad

voluntaria, paratonía (imposibilidad o dificultad extrema para obtener una relajación

activa) y sincinesias (movimientos parásitos difusos, implicando grupos musculares

normalmente no afectados por un determinado gesto) , inestabilidad motriz, tics,

tartamudeos, etc. excluyéndose cualquier lesión o trastorno neurológico.

3.2. Inestabilidad psicomotriz

Se caracteriza por una serie de conductas desajustadas y descontroladas como

movilidad extrema, desajuste afectivo-emocional, muestra excesiva y desbordante de

emociones, ambivalencia afectiva, falta de inhibición y de control de la atención.

Habrá que distinguir entre la inestabilidad psicomotriz y el comportamiento

“explosivo” a nivel motor que presentan los niños de 2 a 3 años, a veces, mayores en su

conquista por el espacio, en los cuales su atención es naturalmente lábil.

Se relaciona con lo que los autores anglosajones llaman hipercinético o síndrome

hipercinético, cuya etiología se relaciona con una disfunción cerebral mínima, la cual

comprende trastornos de atención, de memoria y comprensión, así como trastornos

perceptivos y de lenguaje y ansiedad.

3.3. Inhibición motriz

Se caracteriza por una actitud tensa y pasiva, con temor hacia los demás y una

inhibición a realizar cualquier actividad aún deseándola.

3.4. SINCINESIAS Y SINTONÍAS (movimientos y gestos acompañados)

Las sincinesias y las sintonías son movimientos respectivamente involuntarios y

de refuerzo tónico que sobrevienen en un grupo muscular al hacer movimientos

generalmente voluntarios y conscientes de otra parte del cuerpo (J.RECONDO, 1995).

Es habitual describir tres tipos:

Las sincinesias y las sintonías globales

Éstas son las más frecuentes. Se observan en sujetos afectados de hemiplejía con

cierto grado de espasticidad. Se manifiestan en forma de una contracción más o menos

generalizada de los músculos paralizados con ocasión de un esfuerzo realizado por los

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miembros sanos. Puede tratarse de un apretón de manos, o de la flexión o de la

extensión del miembro superior o inferior.

La sintonía que agrava la contractura preexistente de los miembros es siempre la

misma para un sujeto dado. Adopta la forma de una exageración de la flexión del

miembro superior y de la extensión del miembro inferior, la forma inversa es mucho

más rara. La sintonía también puede aparecer con el movimiento de un miembro

enfermo o al cambiar de posición. También se la puede observar en la cara al contraer

un miembro.

Las sincinesias de coordinación

Se dan en los hemipléjicos y consisten en la contracción involuntaria de ciertos

grupos musculares al contraerse voluntariamente otros grupos funcionalmente

sinérgicos. Adquieren el valor de un movimiento conjugado y afectan a uno o varios

miembros.

Si está afectado un solo miembro son movimientos netos de los miembros

inferiores. Con mayor frecuencia se deben a un acortamiento; así, en el fenómeno de

STRUMPELL, la flexión voluntaria de la pierna sobre el muslo entraña un

levantamiento y una rotación interna del pie que impide al sujeto elevarlo

voluntariamente de forma aislada. También puede consistir como en la maniobra de

J.BABINSKI, en la flexión combinada del muslo y del tronco al intentar sentarse.

Por otro lado, se trata de una extensión como testimonian en enderezamiento y la

abducción de los dedos al elevar voluntariamente el miembro superior en el fenómeno

de los interóseos de SOUQUES.

Si están en juego varios miembros se produce una sincinesia de alargamiento

cruzado. Cuando el hemipléjico dobla enérgicamente el pie sobre la pierna del sado

sano al mismo tiempo que se contraría este movimiento, se observa un alargamiento del

pie y una flexión de los dedos del pie del lado paralizado.

Las sincinesias de imitación

Consisten en movimientos involuntarios de un miembro producidos por los

voluntarios ejecutados por otro miembro, ya sea en forma de alternancia de flexión-

extensión, o rotación en un sentido y después en el otro.

Desencadenadas selectivamente por los movimientos distales de la mano o del

pie en posición acostada, generalmente son homolaterales. Así, cuando el pie ejecuta

movimientos de flexión-extensión se ven aparecer del mismo tipo de éstos a nivel de la

mano del mismo lado. Cuando se producen en el lado opuesto al movimiento que las

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inicia, (contralaterales) pueden aparecer al mismo nivel. Entonces son simétricas y se

denominan heterolaterales del mismo nivel. También pueden producirse a otro nivel,

por ejemplo en el pie por un desencadenamiento a nivel de la mano del otro lado. Se

denomina heterolaterales cruzadas.

Si el modo desencadenamiento es medio, como los movimientos de protracción

y retracción de la lengua en posición levantada, este tipo de sincinesias pueden aparecer

a nivel de los dedos de las manos.

3.5. ESTEREOTIPIAS MOTRICES Y RITMIAS (movimientos y gestos

repetitivos)

Definición y descripción clínica.

En general la estereotipia motriz se define clínicamente por un movimiento, por

un acto o una actitud que se repite, guarda un aspecto uniforme, monótono y

simplificador, que aparece sin o con un intervalo de tiempo libre después de haberse

producido por primera vez, que es espontánea o causada por los demás y que no es

adecuada a las circunstancias que la desencadenaron primitivamente.

A los precedentes se han añadido otros criterios de definición que se basan no

tanto en hechos de observación valorados como en interpretaciones hipotéticas.

El automatismo del acto, el grado de facilidad para desencadenarse, su ausencia

de finalidad y de significación manifiesta, su carácter compulsivo, la falta de

participación consciente, voluntaria o emocional por parte del sujeto, o si, como la

desaparición de la representación actual del contenido ideoafectivo original, la

imperiosa necesidad de movimiento, la limitación de nuevos esquemas de desarrollo

espacial de la acción y de su perfeccionamiento, la incapacidad de prolongar o hacer

progresar el acto repetitivo, su tendencia a la fijación, que P.GUIRAUD ha calificado de

invariable. Es así como la definición a posteriori de un comportamiento o una conducta

puede sustituir ventajosamente en la trayectoria médica a una identificación a priori de

la que es necesario respetar los términos que se le asignan.

Las ritmias

La ritmia es un movimiento estereotipado que se reproduce con una cadencia

inmutable de balanceo o percusión que dura horas y que resulta molesta para quienes la

presencian.

Tan pronto interesa solamente a la cabeza (ritmia cefálica) como a la cabeza y

los ojos (ritmia oculocefálica) o a la cabeza y el tronco (ritmia céfalocorporal). A veces

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también participan en el movimiento los miembros superiores. Puede aparecer de día y

de noche, en particular al irse a dormir.

3.6. LOS TICS

Definición y aspectos principales

El tic es un movimiento o una vocalización impuesta, brusca, breve, circunscrita,

arrítmica y recurrente. Implica grupos musculares precisos y carece de objetivo

aparente. Frecuentemente sobreviene en salvas. Reproduce un gesto habitual del que

constituye una verdadera caricatura. Viene precedido de una fase premonitoria a la que

se va imponiendo progresivamente, se siente como imperioso e irreprimible, aunque el

sujeto intenta resistirlo y va seguido de un periodo de apaciguamiento de corta duración.

Puede interrumpirse transitoriamente y reproducirse a voluntad. Se exagera bajo el

efecto de un acontecimiento estresante o de actividades acaparantes, disminuye

considerablemente e incluso desaparece durante el sueño. No se explica por un trastorno

neurológico subyacente. Los componentes motriz y oral del tic pueden combinarse o

existir de forma aislada.

Si es simple, motor, adopta con mayor frecuencia la forma de guiños de los ojos,

muecas de la cara, tos, sacudidas repentinas del cuello y elevación de los hombros.

Vocalizado se presenta en forma de resoplidos, carraspeo, castañeteo de dientes y

protusión de la lengua, eructos, gruñidos explosivos, tosiqueo, silbidos, estornudos y

ladridos.

El Complejo se caracteriza de diversas formas. Citemos el hecho de tirarse de la

ropa, husmear un objeto, tocar, dar un puñetazo o una patada, soplarse, agacharse, hacer

grandes genuflexiones, realizar un gesto de danza del vientre, dar saltitos, patalear o

saltar, volver sobre los propios pasos y girar sobre sí mismo al andar. También la

manifestación como ecocinesia en forma de reproducir movimientos vistos. Igualmente

consistir en la emisión reiterada de palabras o frases determinadas o fuera de contexto, a

veces socialmente reprobadas, obscenas, coprolálicas, que repiten lo que se oye de

forma ecolálica o que se repiten al final de la producción oral y se denominan

palilálicas.

En las formas asociadas hay que señalar la posible presencia de trastornos

emocionales, manifestaciones obsesivas e hipocondriacas.

Algunos autores conceden mucha importancia a la duración y proponen

considerar como transitorio el tic que no dura más de doce meses. Se trata entonces de

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un fenómeno único o recaída durante algunos meses. Nosotros subrayaremos el carácter

arbitrario de esta distinción basada en la duración de esta manifestación clínica.

El tic es más frecuente en el hombre, su gravedad es variable, no se considera

como patología en el niño, en quien a veces es solamente pasajero hacia la edad de 4 a 5

años. A menudo se encuentran antecedentes familiares en el sujeto afectado, su

transmisión se haría de modo autosómico dominante, también se ha señalado un factor

étnico.

Diagnóstico diferencial

La ausencia de ritmicidad, así como el carácter menos impuesto y menos

intencional de los movimientos observados distinguen al tic de la estereotipia motriz.

La mayor complejidad y variabilidad del movimiento diferencial al tic del

manierismo motor.

La actividad compulsiva del obsesivo puede recordar a un tic complejo ya que

algunas veces van emparejados. Sin embargo aquella parece determinada más por un fin

que por la puesta en juego de un grupo muscular particular. Parece respetar reglas que

deben aplicarse de manera rígida, disminuye la ansiedad y la angustia.

Más peculiares son los movimientos mioclónicos, consistentes en contracciones

o sacudidas musculares asinérgicas de porciones o de grupos de músculos: los

distónicos, que son lentos y de torsión alternante con estados más o menos prolongados

de tensión muscular.

El hemiespasmo facial consiste en sacudidas irregulares, repetitivas,

unilaterales de los músculos de la cara. Las sincinesias son, como ya hemos visto,

movimientos involuntarios que acompañan a otro movimiento voluntario. Por otro lado,

es el contexto clínico lo que permite identificar en un movimiento desorganizado un

síndrome esquizofrénico.

3.7. TRASTORNO DE LA MADURACIÓN Y REGULACIÓN TÓNICA

En cuanto al trastorno de la maduración se refiere, decir que éste se valorará en

relación al desarrollo motor de un niño normal o estándar; pero también deberán

valorarse otros factores (además del psicomotor), afectados por esta “dinámica

madurativa”.

Probablemente, encontraremos también como características de este retraso un

niño con inmadurez afectiva, actitud infantil y regresiva, dependencia, pasividad,…

Al hablar de trastornos de la regulación tónica, nos referimos a alteraciones en el

tono muscular en el cual se haya una mala regularización del mismo. Hay que tener

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presente en este tipo de trastornos que puede darse en individuos con un buen nivel

motor y no descuidar que hay una estrecha relación con las variaciones afectivas, con

las emociones.

Algunas de ellas son:

• PARATONIA: el individuo no puede relajarse y el pretenderlo aumenta más su

rigidez.

• SINCINESIAS: son movimientos que se realizan de forma involuntaria, al

contraerse un grupo de músculos, al realizar otro movimiento sobre el que

centrarnos nuestra atención. Por ej., mientras el niño escribe saca la punta de la

lengua. Tiene que ver con cierta inmadurez sobre el control del tono. Suele ser

algo normal hasta los 10-12 años, edad en la que van desapareciendo. Por sí

mismas no son un trastorno, sino que suelen formar parte de algún otro

problema.

3.8. TRASTORNO DEL ESQUEMA CORPORAL

Esquema corporal: es el conocimiento e interiorización de las diferentes partes

del cuerpo, sus funciones, su localización física y espacial y su relación con el entorno.

Imagen corporal: es la percepción del propio cuerpo y de los demás, que se crea

a través de los referentes, las experiencias y emociones vividas.

Para hablar de trastorno en el esquema corporal nos bastaría situarnos en el

desarrollo normal de la adquisición del mismo y observar si el proceso de construcción

es demasiado lento o no se da alguna de sus secuencias; dado que en su elaboración

intervienen diferentes variables (madurativas, perceptivas, sociales, afectivas …) en la

etiología del mismo también tendremos que contemplarlas.

Para desarrollar este concepto es necesario, con respecto a los aspectos

madurativos cerebrales una adecuada integración según la función que cumpla cada

hemisferio. Si algún hemisferio sufre una lesión se dará una trastorno somatognósico.

También podrán producirse trastorno en el esquema corporal porque se dé una

mala organización del conocimiento, ya sea en el plano de la representación simbólica,

por una mala lateralización, por una mala concepción espacial o por no poder situar el

cuerpo como un objeto en el campo de la relación, por lo que la integración

propioceptiva (sentido de posición y movimiento corporal) será deficiente o las

percepciones visuales y táctiles estarán alteradas.

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TRASTORNO DE LA LATERALIDAD

La patología de lateralidad es un trastorno neurofisiológico que se transmite

hereditariamente y cuyas repercusiones abarcan el campo psicomotor del individuo. Por

ejemplo una persona zurda de brazo y mano, y diestra de ojo o pierna u oído, presenta

un trastorno de lateralidad, al igual que por ejemplo un jugador de fútbol que es zurdo

tanto de pierna como de oído, y diestro de mano.

Los influjos nerviosos que proceden de uno u otro lado del cuerpo pueden

confluir en los lados opuestos del cerebro. Si hay un problema de lateralidad, esta

circulación no se hace ordenadamente, dificultando el rendimiento intelectual y afectivo

de la persona. Así se produce una lentificación o un bloqueo. Este problema afecta al

20% de la población.

El rendimiento al ser inferior al que realmente correspondería a su nivel

intelectual se traduce, en el caso del niño y del adolescente, en lentitud, falta de

concentración, de comprensión, escritura (mala letra), lectura, cálculo y matemáticas,

lenguaje, etc. Ello conlleva a que se presenten dificultades de integración en su mundo

escolar y familiar. Muchas veces es considerado como holgazán, patoso, pasota, etc. En

el caso del adulto o tercera edad se traduce en bloqueos, lentitud, problemas de

concentración, lenguaje y retención, agotamiento físico, mental y emocional. Esto

origina dificultades relacionales en su ambiente familiar y laboral.

Diferenciamos dos grupos:

• Los trastornos referentes al “conocimiento y representación mental del propio

cuerpo”.

• Los trastornos referidos a la “utilización del cuerpo” (de la orientación en el

propio cuerpo y, desde éste, del espacio exterior, y de una inadecuada utilización

del mismo en su relación con el entorno) � Es donde se encuentran la mayoría

de los problemas. Los orígenes de éstos pueden encontrarse en esas primeras

relaciones afectivas del niño con su entorno; ello demuestra, una vez más, la

estrecha relación entre la afectividad y la construcción del esquema corporal.

� Dentro de este grupo de trastornos, encontramos:

ASOMATOGNOSIA

El sujeto es incapaz de reconocer y nombrar en su cuerpo alguna de sus partes.

Suele esconder alguna lesión neurológica. La Agnosia digital es la más frecuente en los

niños: éste no es capaz de reconocer, mostrar ni nombrar los distintos dedos de la mano

propia o de otra persona. Suelen haber otras alteraciones motrices acompañando a ésta.

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TRASTORNOS DE LA LATERALIDAD: estos trastornos son, a su vez, causa de

alteraciones en la estructuración espacial y, por tanto, en la lectoescritura (y, de ahí, al

fracaso escolar). Los más frecuentes son:

• Zurdería contrariada, aquellos niños que siendo su lado izquierdo el

dominante, por influencias sociales pasa a encubrirse con una falsa

dominación diestra. La zurdería en sí no es un trastorno; sí el imponer al

niño la lateralidad no dominante para él.

• Ambidextrismo: el niño utiliza indistintamente los dos lados de su cuerpo

para realizar cosas; también origina serios trastornos espaciales en el niño y

en sus aprendizajes.

• Lateralidad cruzada: también origina problemas de organización corporal.

Cuando el niño no tiene una lateralidad claramente definida, hay que ayudar

a resolverlo en algún sentido.

TRASTORNO DE LA ESTRUCTURACIÓN ESPACIO-TEMPORAL

La orientación espacial está asociada al espacio perceptivo e incluye

esencialmente relaciones topológicas. Orientarnos significa establecer relaciones entre

el cuerpo y los demás objetos para encontrar el camino. Para que podamos estructurar el

espacio de forma adecuada debemos dominar las nociones de conservación, apreciación

de las distancias, reversibilidad, superficies, volúmenes, etc, por lo que se trata de un

proceso largo que se va configurando desde los planos más elementales (arriba, abajo,

delante, detrás, atrás, cerca de, grande…) hasta los más complejos (derecha-izquierda),

dándose, en primer lugar, en la acción, y pasando posteriormente a ser representados en

uno mismo, en el otro y en el espacio de los objetos, con lo que el dominio sería

completo.

La estructuración espacial se fundamenta sobre los cambios que el sujeto

percibe, estando constituido este concepto por dos componentes esenciales: el orden

(sucesión que existe entre los acontecimientos) y la duración (permite la medida del

intervalo que separa dos puntos referencia, el principio y el fin de un acontecimiento).

Ambos elementos se encuentran sintetizados en el ritmo, el cual constituye la base de la

experiencia temporal.

La comprensión de los términos nombrados anteriormente acontece durante los

períodos preoperatorio y operatorio fundamentándonos en los trabajos de Piaget.

Si existe algún déficit en la estructuración espacio-temporal nos alertará de que

podemos estar ante una dispraxia o en una deficiencia cerebral mínima.

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APRAXIAS INFANTILES

Es en 1900 cuando Liepman realiza la primera exposición detallada de los

trastornos motores de un paciente e introduce el término apraxia. El niño que presenta

una apraxia conoce el movimiento que ha de hacer, pero no es capaz de realizarlo

correctamente. Se trata de un trastorno psicomotor y neurológico relacionado al

hemisferio izquierdo. Esiten muchos tipos de apraxias, y reciben nombre en función de

la localización de su incapacidad, así nos encontramos con:

• APRAXIA IDEATORIA: en este caso, para el niño resulta imposible

“conceptualizar” el movimiento o de usar correctamente los objetos. Es

decir, es un conjunto de desórdenes que afectan la realización proposicional

de movimientos, ejecutados deliberadamente y fuera de contexto, en

ausencia de déficits sensorio motores elementales por déficit perceptivo o

deterioro mental severo.

• APRAXIA DE REALIZACIONES MOTORAS: al niño le resulta imposible

ejecutar determinado movimiento, previamente elaborado. No hay trastorno

del esquema corporal. Se observan movimientos lentos, falta de

coordinación…

• APRAXIA CONSTRUCTIVA: incapacidad de copiar imágenes o figuras

geométricas. Suele haber una mala lateralidad de fondo.

• APRAXIA ESPECIALIZADA: sólo afecta al movimiento realizado con una

determinada parte del cuerpo:

• FACIAL: referente a la musculatura de la cara. • APRAXIA POSTURAL: referente a la incapacidad de

realizar ciertas coordinaciones motrices. • APRAXIA VERBAL: el sujeto comprende la orden que se

le da, pero motrizmente es incapaz de realizarla. • PLANOTOPOCINESIAS Y CINESIAS ESPACIALES: el

niño muestra gran dificultad en imitar gestos, por muy simples que éstos sean, ya que ha perdido los puntos de referencia fundamentales (de arriba-abajo, derecha-izquierda,…). El esquema corporal está muy desorganizado.

DISPRAXIAS INFANTILES

Se trata de apraxias leves. Dentro de las dispraxias hay también diversos grados

de afectación. El niño “dispráxico” tiene una falta de organización del movimiento.

Suele confundirse, a veces, con la “debilidad motriz”; de ello depende un buen

diagnóstico. No hay lesión neurológica.

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Las áreas que sufren más alteraciones son la del esquema corporal y la

orientación temporo-espacial. Aunque el lenguaje suele no estar afectado, el niño con

dispraxia presenta fracaso escolar, pues la escritura es de las áreas más afectadas.

Es decir, las praxias son complejos programas de movimientos intencionales,

coordinados por el sistema nervioso central (SNC), destinados a producir un acto

específico (hablar, abotonarse, escribir, manejar un auto, etc).La mayoría se aprenden en

los primeros 6 años de vida, con posibilidad de perfeccionarse paulatinamente o darles

otra utilidad en el futuro, y le permiten al individuo desenvolverse con autonomía.

La dificultad para coordinar y ejecutar progresivamente los movimientos simples

(levantar un dedo, empuñar la mano, etc.) con miras a llegar a movimientos más

complejos (contar con los dedos, arrugar un papel, etc.), provocada por alteraciones o

desajustes a nivel del SNC, se denomina DISPRAXIA.

El prefijo griego “dys” indica dificultad y el prefijo “a” significa falta o ausencia

de. Por eso, la DISPRAXIA se diferencia de la APRAXIA. Las dispraxias del desarrollo

(o evolutivas) son debidas a fallos en la construcción interna de las secuencias de

movimiento para llegar a un acto específico e intencional, y no a la pérdida de un

automatismo (acción previamente aprendida) como sería el caso de las apraxias.

A menudo se mencionan diversos tipos de dispraxias, entre otras:

- Dispraxia en el Vestirse: Dificultad para realizar coordinadamente movimientos para vestirse (abotonarse, subir la cremallera, amarrarse los zapatos, etc.).

- Dispraxia Digital: Dificultad para mover secuencialmente los dedos. - Dispraxia del Habla.

GLOSARIO DSM-IV: El manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, es el sistema de diagnóstico psiquiátrico que se utiliza actualmente en Estados Unidos y que usan clínicos e investigadores de todo el mundo. Normalidad (entendida a nivel funcional y social, no solamente estadística) Como la distintividad de la persona con un trastorno, ya que ambas forman parte de la condición y diversidad humana. Diversidad: Valoración de las diferentes características de una persona en relación con su grupo de iguales. Estas diferencias pueden ser de comportamiento, adquisición en un aprendizaje, nivel madurativo, ideología, género, etc. Desarrollo (entendido como una concepción general) como un conjunto de procesos hacia la adecuación de la conducta y del ambiente, se concreta en el desarrollo de aptitudes, habilidades y acciones, se expresa en la diversidad de los individuos y de la población.

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UNIDAD DIDÁCTICA 2.

Alteraciones psicosomáticas y trastornos psicopatológicos

Cuando la relación mente-cuerpo ve alterada su armonía debido a emociones

displacenteras, sentimientos negativos, modificaciones en el ciclo vital o situaciones de

alto impacto emocional generadoras de estrés, inevitablemente se produce un impacto,

que puede representarse en forma de síntomas o enfermedades Psicosomáticas.

En la medida en que las emociones o sentimientos negativos son más intensos,

más fuertes o más impactantes, también lo son esas respuestas emocionales o

conductuales, teniendo muy presente también el hecho de que los acontecimientos o

dificultades ambientales pueden desempeñar un papel importante en la génesis del

trastorno.

Actualmente la problemática de la enfermedad física es bastante diferente de la

de hace unos años; antes era impensable y poco menos que sacrilegio hablar de que

ciertas enfermedades como por ejemplo cáncer, diabetes, miopía, enfermedades

coronarias, asmas, alergias, etc., pudieran estar influenciadas por factores psicológicos.

Sin embargo, estudios recientes demuestran que tales factores pueden

desempeñar un papel esencial en la historia natural de este tipo de enfermedades.

Cuestiones tales como estrategias de afrontamiento, estresores ambientales,

características de personalidad, creencias y factores culturales, etc, pueden jugar un

papel importante tanto en el origen como en el curso de la enfermedad.

En esta tabla presentamos una aproximación de dichas enfermedades

Sistema alterado Enfermedad Sistema inmunológico Competencia inmunológico, cáncer, enfermedades

infecciosas, problemas de alergias, de piel… Trastornos cardiovasculares Enfermedad coronaria, taquicardia, arritmia,

hipertensión, infarto, angina… Trastornos gastrointestinales Úlceras gastroduodenal, colitis ulcerosa, náuseas y

vómitos, alteraciones en la evacuación… Endocrinos Diabetes, hipertiroidismo Dolor crónico Dolor crónico, cefalea, migraña, artritis

reumatoide, dolor sacroiliaco… Trastornos respiratorios Asma bronquial, rinitis alérgica Genitourinarios Dismenorrea, desórdenes menstruales De la piel Neurodermatitis, acné, psoriasis, alopecia, eccema,

urticaria… Otros Obesidad.

Un aspecto que nos debe quedar bien claro es que la aparición de una

enfermedad y evolución de la misma en el orden somático, puede ser incluida por lo

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psíquico, del mismo modo que la enfermedad somático tiene su incidencia en lo

anímico y Psicológico.

ASPECTOS PSICOLÓGICOS����--------����ASPECTOS SOMÁTICOS

En conclusión, queda evidente que los factores Psicológicos, también

constituyen un vector de peso en el desarrollo y evolución de la enfermedad, así como

también influye en la recuperación. Los tratamientos pueden incluir Hipnosis,

desensibilización sistemática (fobia método), terapia cognitiva, psicoterapia, entre otras

posibilidades.

Trastornos afectivos

En esta sección se incluyen los trastornos del estado de ánimo que tienen como

característica principal una alteración del humor.

La afectividad es entendida como la manera en que el hombre se siente afectado

por los múltiples acontecimientos de su vida. Cada hombre, dependiendo de sus

intereses específicos, que a su vez le mueven a la acción, se sienten afectado de distinta

manera por los acontecimientos que le acaecen a lo largo de su vida, por lo tanto son

esas “motivaciones” las que nos hacen sentirnos afectados de distinta forma.

Podemos distinguir, distintas formas de afectos, en concreto tres formas las

emociones que es la afectación brusca de una representación mental. Esa brusquedad

nos lleva a un desequilibrio somático. Otra forma de afecto serían los sentimientos, son

más matizados que las emociones y no conlleva a una modificación somática. Son

situaciones momentáneas. Por último, tenemos los estados afectivos, que no dependen

de ninguna representación o idea, y que suele calificarse como estado de ánimo, son

nuestras situaciones afectivas básicas, nuestra forma peculiar de ser, vivir una forma

estable de sentirse afectado.

Así, una patología de la emoción seria en definitiva una reacción vivencial

anormal.

Lo que parece estar de base en tales anormalidades emocionales es la

personalidad previa del sujeto por lo que esta forma anormal de reaccionar puede

hacérsenos más comprensibles si atendemos a las temáticas conscientes e inconscientes

del propio sujeto.

Tres grandes síntomas de la afectividad, entre otros, son la depresión, la manía y

la angustia, que pasaremos a comentar ahora mismo.

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DEPRESIÓN

Se conoce con el nombre de depresión un estado de tristeza excesiva. El sujeto

que se encuentra deprimido está apesadumbrado, cansado, sin ganas de hacer nada,

además en este estado de incapacidad se encuentra, o más bien, se siente

extremadamente triste. Normalmente, este sentimiento de inutilidad, viene acompañado

por otro sentimiento de culpa, y en esta situación, la idea de suicidio viene a

considerarse como una solución apropiada.

Sin embargo, hay que hacer notar que la sintomatología del depresivo es

extremadamente variada. Antaño, los psiquiatras, por lo tanto, intentaron delimitar los

síntomas, como ocurre con otras enfermedades somáticas, que son fundamentales para

la depresión. Así consiguieron agruparlos en tres síntomas fundamentales: 1º la tristeza,

2º la manía y 3º las ideas deliroides.

Se comprobó, más tarde, que esta división era artificial, por lo que se intentó

unificar los síntomas en un criterio fundamental que describiese la depresión. Este

nuevo criterio debería ser, sin lugar a dudas, la tristeza. Sin embargo, la tristeza del

depresivo no es una tristeza normal, esto es, no es la tristeza que experimenta cualquier

sujeto ante un acontecimiento, que a las luces del observador externo, el acontecimiento

es insignificante para el desarrollo de dichas sintomatologías.

Es cierto, que en algunas ocasiones, el paciente narra los acontecimientos por los

que se encuentra en dicha situación, y dichos acontecimientos justificfan por sí mismos

la tristeza sentida. En este caso no podemos considerar causas endógenas (descartamos

depresión endógena); pero sí podemos calificarla como depresión reactiva.

En la infancia, no son muy frecuentes las depresiones, aunque puede darse el

caso. Un niño/a que está deprimido se muestra pasivo, con expresión triste, además de

observarse un enlentecimiento en sus funciones psicológicas. Sin embargo, en la

adolescencia, la depresión suele adquirir el tono de la melancolía.

MANÍA

Los pacientes aquejados de manía, tienen un estado permanente de alegría

desmesurada. Todas sus funciones psíquicas se encuentran llamativamente aceleradas.

Igualmente, su estado de ánimo es eufórico y optimista, cuanto menos.

El pensamiento que les caracteriza es extraordinariamente rápido. Sus ideas no

suelen acabarlas, siempre comienzan con una, cuando no la han terminado, empiezan

con otra, que normalmente tampoco acaban de exponer. Su diálogo, no es un auténtico

diálogo, ya que más bien, consiste en un monólogo.

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Como pasaría con la depresión se pueden distinguir tres síntomas fundamentales

en la manía: 1º la alegría, 2º la excitación psicomotriz, 3º la fuga de ideas.

Tanto la manía como la depresión van de la mano, ya que son dos formas de

elaborar la relación frustrada con el objeto libidinoso. La depresión era un intento de

reparación del objeto, la manía es un intento de destrucción del objeto amoroso, por ello

es que detrás de cada manifestación maniaca se encuentra un profundo sentimiento de

culpa.

Esta presencia de un trastorno depresivo, es lo que hizo a la psiquiatría de la

época pensar en la existencia de estados mixtos, entre la manía y la depresión.

Cuando el maniaco empieza a aceptar la realidad interpersonal, que como es

lógico coincide con su curación, inmediatamente empiezan a aparecer tristeza y

angustia. Esto es una forma más de comprobar la relación entre ambas patologías.

ANGUSTIA

El nombre de angustia hace referencia al miedo a lo desconocido. Hay dos

conceptos que se suelen confundir con frecuencia, estos son la angustia y la ansiedad.

En la angustia se teme algo que tiene que llegar, sin embargo en la ansiedad se

teme algo actual. Mientras el angustiado espera las desgracias, el ansioso pone todos los

medios realizando conductas para alcanzar el equilibrio buscado.

Normalmente, la angustia se presenta en forma de violentas crisis ( cuando es

así, los pacientes piensan en un peligro inminente), o bien, en un estado de ánimo

estable. Las crisis de angustias se pueden presentar en cualquier persona, tenga o no

patología.

A su vez, los trastornos del estado de ánimo están divididos en trastornos

depresivos, en trastornos bipolares basados en la teología, como los trastornos debido a

enfermedad médica y el trastorno del estado de ánimo inducido por sustancias.

La distinción entre los trastornos depresivos y los trastornos bipolares consiste

en que los primeros no tienen historia previa de un episodio maniaco, mixto o

hipomaniaco.

Ahora expondré unos breves apuntes de cada uno de los trastornos:

1. Trastorno depresivo mayo: se caracteriza por la presencia de uno o más episodios

depresivos mayores.

2. Trastorno distímico: su principal característica es que debe haber, al menos, dos años

en los que ha habido más días de ánimo depresivo que sin él, acompañado de otros

síntomas depresivos que no cumplen los criterios para un episodio depresivo mayor.

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3. Trastorno depresivo no especificado: esta categoría está incluida para poder codificar

trastornos con características depresivas atípicas y que no cumplen las condiciones para

un trastorno depresivo mayor, un trastorno distímico, o bien síntomas depresivos en los

que no haya una información adecuada o ésta sea contradictoria.

4. Trastorno bipolar tipo I: caracterizado por uno o más episodios maniacos o mixtos

normalmente acompañados de episodios depresivos mayores.

5. Trastorno bipolar tipo II: caracterizado por uno o más episodios depresivos mayores

acompañados de, al menos, un episodio hipomaniaco.

6. Trastorno ciclotímico: debe haber al menos, dos años de periodos de síntomas

hipomaniacos, sin cumplir los criterios de un episodio maniaco, y periodos de síntomas

depresivos que no cumplen los criterios para un episodio depresivo mayor.

7. Trastorno bipolar no especificado: esta categoría se incluye para codificar trastornos

que no cumplen todas las características para un trastorno bipolar específico.

8. Trastorno del estado de ánimo debido a enfermedad médica: es caracterizado por una

prolongada alteración en el estado de ánimo, consecuencia directa de una enfermedad

médica.

9. Trastorno del estado de ánimo inducido por sustancias: se caracteriza por una acusada

y larga alteración del estado del ánimo, como consecuencia de la alteración por un

medicamento, una droga, exposición a algún tóxico,…

10. Trastorno del estado de ánimo no especificado: esta categoría se incluye para

codificar los síntomas afectivos que no cumplen los criterios para ningún trastorno de

los anteriormente comentados.

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ANEXO

CLASIFICACIÓN DE DISCAPACIDADES MOTÓRICAS

1.- DISCAPACIDADES MOTÓRICAS .

1.1.- Conceptos y clasificaciones.

Las personas con discapacidades del aparato locomotor presentan enfermedades, lesiones o perdidas que afectan a las extremidades superiores y/ o inferiores alterando la motricidad. La causa puede estar en el sistema esquelético, en el sistema muscular estriado, en el sistema nervioso o bien ser de carácter mixto.

• Amputaciones: o Genéticas: debido a una deficiencia embriopática se nace sin un

miembro o parte de él. o Amniótica: no se desarrolla un miembro o parte de él por acción

constrictiva de una brida durante el embarazo. o Quirúrgica: se realiza como tratamiento de una enfermedad o lesión.

• Afecciones reumáticas y tuberculosas del sistema osteoarticular. • Malformaciones congénitas de huesos y articulaciones: algunos casos las corrige o

mejora la cirugía. A veces se emplean prótesis. • Traumatismos: por accidentes. • Miopatías: alteraciones musculares o neuromusculares, de carácter progresivo,

probablemente hereditarias. Se presentan preferentemente en varones. • Poliomielitis: enfermedad infectocontagiosa. Anatómicamente hay inflamación

aguda de los cuerpos anteriores de la sustancia gris de la médula, clínicamente se produce parálisis y atrofia de los grupos musculares correspondientes a la lesión medular, seguidos de contracción y deformidad permanente.

• CLASIFICACIÓN. Las deficiencias motoras comprenden una extrema diversidad de situaciones. Así,

podemos clasificarlas atendiendo a:

- Fecha de aparición. - Etiopatología. - Localización topográfica.

- Origen de la deficiencia. A) CLASIFICACIÓN ATENDIENDO A LA FECHA DE APARICIÓN .

• Desde el nacimiento: - Malformaciones congénitas. - Espina bífida. - Luxación congénita de caderas.

- Artrogriposis. • Después del nacimiento:

- Parálisis cerebral: es debida a problemas fundamentalmente a lo largo del parto. - Miopatías de Duchenne.

• En la adolescencia: - Miopatías facio-escápulo-humerales (Landouzy-Dejerine)

• A lo largo de toda la vida: - Traumatismos craneoencefálicos. - Traumatismos vertebrales. - Tumores.

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B) CLASIFICACIÓN ATENDIENDO A LA ETIOLOGÍA.

• Transmisión genética: - Madre portadora: miopatía de Duchenne de Boulogne. - Uno de lo progenitores tiene un hándicap: miopatía de Landouzy- Dejerine.

- Los dos padres son portadores recesivos de una misma aberración genética: enfermedad de Werdning-Hoffmann.

• Infecciones microbianas: - Tuberculosis ósea. - Poliomelitis anterior aguda. • Accidentes:

- En el embarazo o parto: parálisis cerebral. - A lo largo de la vida:

• Coma por traumatismo craneal. • Paraplejía post-traumática. • Amputaciones. • Quemaduras.

• Origen desconocido: - Espina bífida. - Escoliosis ideopática.

- Tumores.

C) CLASIFICACIÓN ATENDIENDO A LA LOCALIZACIÓN TOPOG RÁFICA.

• Parálisis: - Monoplejía: parálisis de un solo miembro, ya sea brazo o pierna. - Hemiplejía: Parálisis de un lado del cuerpo( derecho o izquierdo). - Paraplejía: Parálisis de las dos piernas. - Diplejía: Parálisis que afecta a partes iguales a cada lado del cuerpo.

- Tetraplejía: Parálisis de los cuatro miembros. • Paresia:

- Monoparesia: Parálisis ligera o incompleta de un solo miembro. - Hemiparesia: Parálisis ligera o incompleta de un lado del cuerpo. - Parapesia: Parálisis ligera o incompleta de las dos piernas. - Tetraparesia: Parálisis ligera o incompleta de los cuatro

miembros.

D) CLASIFICACIÓN DE ALGUNAS DE LAS DEFICIENCIAS MOT RICES ATENDIENDO A SU ORIGEN.

• Origen cerebral: - Parálisis cerebral. - Traumatismos craneoencefálicos.

- Tumores. • Origen espinal:

- Poliomelitis anterior aguda. - Espina bífida. - Lesiones medulares degenerativas: • Enfermedad de Werding-Hoffmann. • Síndrome de Wohlfart-Kugelberg. • Enfermedad de Charcot-Marie-Tcoth. • Ataxia de Friedreich.

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- Traumatismos medulares.

• Origen muscular: - Miopatías:

• Distrofia muscular progresiva de Duchenne de Boulogne.

• Distrofia escapular de Landouzy-Dejerine.

• Origen óseo-articular: A) Malformaciones congénitas:

- Amputaciones congénitas. - Luxación congénita de caderas. - Artorgriposis. B) Distróficas:

- Condodistrofia. - Osteogénesis imperfecta. C) Microbianas:

- Osteomielitis aguda. - Tuberculosis óseo-articular. D) Reumatismos de la infancia:

- Reumatismo articular agudo. - Reumatismo crónico. E) Lesiones osteoarticulares por desviaciones del raquis:

- Cifosis. - Lordosis. - Escoliosis

2.1.- CARACTERÍSTICAS DE ALGUNAS DEFICIENCIAS MOTRI CES.

A) DEFICIENCIAS DE ORIGEN CEREBRAL.

1.- PARÁLISIS CEREBRAL

Conceptos.

La parálisis cerebral no se trata de una enfermedad con etiología, anatomía patológica y síndrome unitario, sino de una serie de síndromes o estados patológicos de causa dispar (heredosífilis, asfixias neonatorum, prematuridad, meningeoencefalitis toxiinfecciosas, etc…), con lesiones anatómicas distintas y variadas (encefalitis, esclerosis lobulares atróficas, porencefalias, hidrocefalias, etc…). En consecuencia, se presentan síndromes muy distintos cuyos únicos rasgos comunes son su aparición congénita o durante los primeros meses de vida extrauterina, su carácter crónico y escasa tendencia a la mejoría progresiva.

Las modificaciones anatómicas que se imprimen al cerebro, pronto se revelan por parálisis espásticas de ambos brazos o piernas, rigidez estrapiramidal o motilidad coreatetósica, etc.

Como se ha podido apreciar, bajo la denominación de parálisis cerebral hay distintas enfermedades, con distintos síndromes y distintas manifestaciones que dan lugar a clasificaciones de varios tipos de parálisis cerebrales.

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Causas de la parálisis cerebral infantil. Las causas se clasifican de acuerdo a la etapa en que ha ocurrido el daño a ese cerebro

que se esta formando, creciendo y desarrollando. Se clasificarán como causas prenatales, perinatales o posnatales. Causas prenatales:

1- Anoxia prenatal. (circulares al cuello, patologías placentarias o del cordón). 2- Hemorragia cerebral prenatal. 3- Infección prenatal. (toxoplasmosis, rubéola, etc.). 4- Factor Rh (incompatibilidad madre-feto). 5- Exposición a radiaciones. 6- Ingestión de drogas o tóxicos durante el embarazo. 7- Desnutrición materna (anemia). 8- Amenaza de aborto. 9- Tomar medicamentos contraindicados por el médico. 10- Madre añosa o demasiado joven.

Causas perinatales. Son las más conocidas y de mayor incidencia, afecta al 90 % de los casos.

1- Prematuridad. 2- Bajo peso al nacer. 3- Hipoxia perinatal. 4- Trauma físico directo durante el parto. 5- Mal uso y aplicación de instrumentos (fórceps). 6- Placenta previa o desprendimiento. 7- Parto prolongado y/o difícil. 8- Presentación pelviana con retención de cabeza. 9- Asfixia por circulares al cuello (anoxia). 10- Cianosis al nacer. 11- Broncoaspiración.

Causas posnatales 1.- Traumatismos craneales. 2.- Infecciones (meningitis, meningoencefalitis, etc.). 3.- Intoxicaciones (plomo, arsénico). 4.- Accidentes vasculares. 5.- Epilepsia. 6.- Fiebres altas con convulsiones. 7.- Accidentes por descargas eléctricas. 8.- Encefalopatía por anoxia. 2.2.- Clasificaciones.

Las variedades clínicas de la parálisis cerebral se clasifican según el signo clínico más evidente, la distribución topográfica del mismo y su intensidad.

2.2.1.- Según los signos clínicos:

La alteración del tono muscular origina diversas formas clínicas:

• Espástica (por dominio de la espasticidad): el tono está aumentado y se caracteriza por una hiperexcitabilidad del músculo al menor estímulo. Se localiza la lesión fundamentalmente en la corteza cerebral. Aproximadamente el 66% de los paralíticos cerebrales pertenecen a este tipo. Su marcha en sentido figurativo se desarrolla en forma de tijeras.

• Atetosis o atetósica: hay fluctuación del tono y los movimientos son lentos, incoordinados, incontrolados. Se localiza la lesión fundamentalmente en los

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ganglios basales. Aproximadamente el 19% de los paralíticos cerebrales pertenecen a este tipo.

• Ataxia o atáxica: se aprecia descoordinación de la marcha e incapacidad de caminar siguiendo una línea recta, se desarrolla una marcha descriptivamente similar a la de las personas ebrias, abriendo brazos y piernas para ampliar la base de sustentación. Se localiza la lesión en el cerebelo. Aproximadamente el 8% de paralíticos cerebrales pertenecen a este tipo.

• Atonía o hipotonía: incapacidad de mantener una postura desmoronándose con facilidad.

• Disquinética o distónica: Cuando hay afectación del sistema extrapiramidal (núcleos de la base y sus conexiones: caudado, putamen, pálido y subtalámico). Se caracteriza por alteración del tono muscular con fluctuaciones y cambios bruscos del mismo, aparición de movimientos involuntarios y persistencia muy manifiesta de reflejos arcaicos. Los movimientos son de distintos tipos: corea, atetosis, temblor, balismo, y distonías.

• Formas mixtas: las más frecuentes, incluyen varias de las formas anteriores. 2.2.2.- Según la distribución topográfica.

Se utiliza el término paresia o plejía unido a prefijos como indicadores de los miembros afectados.

• Paraplejía: la sintomatología queda limitada a ambas extremidades inferiores.

• Hemiplejía: están afectadas las extremidades de un hemicuerpo (mitad), con predominio en la superior.

• Tetraplejía: están afectadas las cuatro extremidades. • Triplejía: Afectación de las extremidades inferiores y una superior • Doble hemiplejía: Cuando existe una afectación de las cuatro

extremidades, pero mucho más evidente en un hemicuerpo, comportándose funcionalmente como una hemiparesia.

• Diplejía: están afectadas también las cuatro extremidades, pero con predominio de los síntomas en las inferiores.

• Monoplejía: Se afecta un solo miembro (brazo o pierna), estos casos son poco comunes.

2.2.3.- Según la intensidad.

Formas leves: el sujeto no experimenta ninguna dificultad de expresión, puede andar sin ayuda y cuidar de sus necesidades.

Formas moderadas: el sujeto presenta dificultades en la marcha y en la expresión, no pudiendo atender sus necesidades.

Formas graves: el sujeto queda reducido a la invalidez, sin capacidad para la expresión ni la marcha y existen pocas posibilidades de reeducación.

¿Que trastornos tienen relación con la parálisis cerebral? • Retraso mental: Dos tercios del total de los pacientes. Es lo más frecuente en niños con

cuadriplejía espástica. • Problemas de aprendizaje • Anormalidades oftalmológicas (estrabismo, ambliopía, nistagmo, errores de refracción) • Déficit auditivos • Trastornos de comunicación • Ataques convulsivos: una tercera parte del total de los pacientes; se observa con más

frecuencia en niños con Hemiplejía espástica • Deficiencia del desarrollo

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• Problemas de alimentación • Reflujo gastroesofágico • Problemas emocionales y de comportamiento (en especial, déficit de atención con

hiperactividad, depresión). 2.- TRAUMATISMOS CRANEOENCEFÁLICOS.

Definición. Son consecuencia de las lesiones localizadas (producidas por contusiones) o difusas (ocasionadas por conmoción) del cerebro, resultado de la sacudida de la masa encefálica en la caja craneana. Normalmente van acompañados de pérdida de conciencia (coma) de profundidad y duración variables.

Etiología. - Accidentes en casa, caídas, golpes... - Accidentes de tráfico. - Otros accidentes.

Características. Su generalización es difícil, ya que varían en función de : - El lugar afectado por la lesión. - Su gravedad. - Su asociación con otros traumatismos. - La profundidad y duración de la pérdida de conciencia. Aspectos más comunes que suelen presentar: - Lentitud gestual e intelectual extrema, que no se corresponde con el deterioro mental que pudiera suponerse. - Movimientos parásitos parecidos a los movimientos de los a tetósicos o de los atáxicos por su marcha inestable.

B).- DEFICIENCIAS DE ORIGEN ESPINAL.

1.- POLIOMIELITIS ANTERIOR AGUDA.

Definición. Enfermedad infecciosa que ataca las neuronas motoras de la médula, provocando

parálisis fláccida e importantes deformaciones óseas en grado variable. En los últimos años prácticamente ha desaparecido en el mundo occidental, gracias a las

campañas de vacunación periódica, y sólo persiste en ciertas capas marginadas de la población.

Etiología. Se debe a un entero-virus que penetra fundamentalmente por vía digestiva, provocando:

• Síntomas triviales. Sintomatología pseudigripal, acompañada de bruscos ascensos de temperatura, a 39º, con anginas y rinitis acompañadas de vómitos, diarrea, (puede dar lugar a diagnóstico erróneo al principio). • Síntomas propios. (no constantes) Dolor de cabeza, dolores a nivel dorsolumbar, o dolores segmentarios en brazos o piernas. A veces se dan síntomas meníngeos (rigidez de nica).

Características. Después del período inicial preparalítico ( entre dos y ocho días) tiene lugar el período

paralítico agudo ( veinticuatro-cuarenta y ocho horas), que se caracteriza por la brusca aparición de parálisis fláccidas típicamente asimétricas; es decir, puede afectar de manera desigual a los miembros inferiores y a veces también a los superiores.

Posteriormente tiene lugar un período de regresión de la parálisis extremadamente lenta, pero ininterrumpida e indefinida. En este período tiene lugar la atrofia de los músculos definitivamente paralizados.

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2.- ESPINA BÍFIDA. Definición.

Enfermedad congénita en la que las vértebras no se desarrollan bien en el embrión, dejando un hueco bien en la región lumbar, bien en la región lumbo sacra posterior, por donde sale la médula espinal.

Etiología. Factores hereditarios poligénicos y factores ambientales mal conocidos.

Tipos de espina bífida. • Espina bífida abierta: el canal neuronal abierto está directamente expuesto al exterior, los arcos vertebrales y la piel no se desarrollan correctamente. • Mielomeningociele: un segmento de médula mal formada, unida a células epiteriales, forma una hernia dorsal.

• Meningocele: son del mismo tipo, pero la bolsa no tiene células nerviosas. • Espina tumoral: la hernia está constituida por un tumor graso que puede o no englobar raíces de nervios raquidianos. • Espina bífida oculta: se caracteriza por la ausencia de fusión de una o más vértebras y no entraña, la mayor parte de las veces, ningún signo motor clínico.

Características generales. - Parálisis, que puede variar desde un ligero entumecimiento hasta la parálisis completa de los miembros inferiores (paraplejía) - Pérdida total o parcial de la sensibilidad cutánea. - Problemas esfinterianos debidos a la incontinencia vesical y rectal. - En un 20 por 100 de los casos se dan problemas en la circulación del líquido cefalorraquídeo, que pueden dar lugar a hidrocefalia si no se interviene quirúrgicamente par implantar una válvula. 3.- LESIONES MEDULARES DEGENERATIVAS.

Definición. Enfermedades caracterizadas por la degeneración primitiva de las células nerviosas de

la médula. Etiología.

Son afecciones hereditarias de transmisión autosómica recesiva. Principales tipos.

Enfermedad de Werdin-Hoffmann.

La degeneración precoz provoca hipotonia muscular, parálisis fláccida, deformaciones articulares e insuficiencia respiratoria mayor. Su forma infantil tiene una evolución rápidamente fatal, mientras que la forma juvenil evoluciona más lentamente.

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Síndrome de Wohlfart-Kugelberg. La degeneración se produce en las astas anteriores de la médula solamente. Recuerda

bastante la miopatía, pero su evolución es más lenta y raramente fatal. Sólo los problemas de marcha pueden llegar a construir un hándicap. Enfermedad de Charcot-Marie-Tooth.

La parálisis se instala en los nervios del peroné, ocasionando atrofias en los miembros inferiores,( pierna de avestruz). La evolución es muy lenta.

Normalmente precisan aparatos ortopédicos y prevención de las ulceras en los puntos de apoyo. Ataxia de Friedreich.

Comienza entre los dos y veinte años. Se caracteriza por: - Problemas motores de equilibración, de la marcha, de la motricidad fina de la mano y de la motricidad ocular (nistagmus). - Problemas en la sensibilidad profunda y superficial. - Deformaciones esqueléticas: cifosis, escoliosis. - La evolución es variable. 4.- TRAUMATISMOS MEDULARES.

Definición. Son consecuencia de las lesiones completas o parciales de una parte de la médula a un

nivel dado, resultante de una fractura o una luxación vertebral accidental.

Etiología. Accidentes de coche, en deportes, en trabajo...

Características. En función del nivel del traumatismo:

- Cervical: tetraplejia. - Dorsal y lumbar: paraplejia.

La actividad muscular desequilibrada es responsable de retracciones músculo-tendinosas que originan deformaciones ortopédicas.

La sensibilidad se pierde en gran cantidad de casos. Problemas en el control de esfínteres, debido a la incontinencia vesical y rectal. C).- DEFICIENCIAS DE ORIGEN MUSCULAR. 1.- MIOPATÍAS O DISTROFIAS MUSCULARES PROGRESIVAS.

Definición. Son enfermedades primitivas caracterizadas por una disminución progresiva de la fuerza

muscular voluntaria. Etiología.

Origen genético: - La mayoría se deben a la transmisión recesiva ligada al sexo: los niños tienen riesgo de ser miópatas y las niñas de ser transmisoras. - Otros se deben a la transmisión autosómica; los dos sexos son igualmente afectados. - En un número pequeño de casos no existen antecedentes familiares y son resultado de mutaciones nuevas. - La causa aún permanece desconocida.

Principales tipos: Forma de Duchenne de Boulogne.

Se hereda con carácter recesivo ligado al cromosoma X. Comienza siempre antes de los cuatro años y en su desarrollo se pueden distinguir

claramente dos etapas. - Primera década; marcha conservada.

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El niño nace con un desarrollo motor normal, aunque a veces la marcha aparece un poco retrasada.

Hacia los tres años comienza a tener problemas para subir escaleras, para correr y saltar y tiene frecuentes caídas.

Comienza a desviarse la columna (lordosis lumbar) y la marcha se hace bamboleante. Entre cinco y diez años las caídas son cada vez más frecuentes, los trastornos postulares

se acentúan, la pelvis bascular hacia delante y la lordosis aumenta. El déficit comienza siempre en la parte proximal de las extremidades (la parte más cerca

al tronco). - Segunda década: imposibilidad en la marcha.

El déficit de los músculos del tronco de agrava y debe ser ayudado en todas sus actividades.

Hacia los veinte años, un fallo respiratorio mínimo puede ser responsable de la muerte. Forma de Landouzy-Dejerine.

Se trata de un tipo de miopatía también llamada faco-escápulo-humeral. Su evolución general es mucho menos grave. La edad de comienzo suele ser hacia la

adolescencia. El modo de transmisión es variable y puede afectar tanto a varones como a hembras. D).- DEFICIENCIAS DE ORIGEN ÓSEO-ARTICULAR. 1.- MALFORMACIONES CONGÉNITAS.

Ausencia congénita de un miembro o un segmento. Es consecuencia se una afección en el embrión, bien sea por medicamentos

(talidomida...), bien por otra causa. Suelen tener necesidad de prótesis funcional.

Luxación congénita de caderas. Se trata de una malformación de la articulación del coxis con el femoral, más frecuente

en niñas que en niños. La intervención quirúrgica no muy tardía suele dar resultados excelentes.

Artogriposis múltiple congénita. Deformación de las principales articulaciones fijadas en posición viciosa con rigidez

invencible. El niño nace con una anquilosis frecuentemente acompañada de malformaciones agravadas, en muchos casos, por atrofia muscular.

No es evolutiva. La rehabilitación sistemática puede reducir la limitación de movimientos.

2.- DISTROFIAS ÓSEAS.

Condodistrofia. De origen genético, afectan al crecimiento en longitud de los huesos, dando lugar a

diversos tipos de enanismo. Osteogénesis imperfecta.

También llamada de los “huesos de cristal”. Está producida por una mineralización insuficiente, produciendo un retardo en el cercimiento y deformaciones generales que dan lugar a numerosas caídas y repentinas fracturas.

Con la edad, esta posibilidad va descendiendo lentamente, aunque a menudo necesitan silla de ruedas. 3.- MICROBIANAS.

Definición. Algunas enfermedades bacterianas o víricas rompen huesos y las articulaciones,

produciendo un problema motor, temporal por lo común, pero que exigen un reposo prolongado.

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o Osteomielitis aguda. El agente más frecuente es un estafilococo responsable de una furunculosis que se

localiza en los huesos largos (sobre todo en la tibia), convirtiéndose, de manera dolorosa, en fístula.

El tratamiento exige terapia antibiótica y prolongada inmovilización para evitar fracturas.

o Tuberculosis oseoarticular. Superada en buena medida después de la vacunación obligatoria, consiste en afectación

por parte del bacilo de Koch, fijándose en las vértebras (mal de pott) o en la cadera (coxalgia tiberculosa). Es curable gracias a los antibióticos, aunque puede dejar secuelas como escoliosis o paraplejía. 4.- REUMATISMO DE LA INFANCIA.

o Reumatismo articular agudo. Debida a un estreptococo, causa deficiencias físicas relacionadas sobre todo con

problemas cardíacos; puede evolucionar hacia anquilosis de codos y rodillas. o Reumatismo crónico (enfermedad de Still).

De origen desconocido, se caracteriza por un comienzo precoz que afecta a las articulaciones, con hinchazón y dolor; puede evolucionar hacia la generalización de anquilosis, aunque no tiene complicaciones cardíacas. 5.-LESIONES OSTEOARTICULARES POR DESVIACIÓN DEL RAQUIS.

Definición. Frecuentes en el niño en edad escolar, graves por sus consecuencias posibles,

comprometen la estática vertebral, provocando la comprensión de los órganos. Puede ser la consecuencia de: - Disposición constitucional o morfológica (talla, pies, hipotonía,...). - Malformación congénita: una o varias hemivértebras. - Otra afectación: poliomelitis, miopatía... - Origen desconocido: deformaciones ideopáticas.

o Cifosis. Exageración de la convexidad posterior dorsal (chepa).

o Lordosis.

Exageración de la curvatura anterior lumbar.

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o Escoliosis. Curvatura lateral del raquis.

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Tema 2:

EVALUACIÓN PSICOMOTRIZ

En el presente Tema 2, del bloque, denominado La Evaluación

Psicomotriz, del presente curso, se va a tomar como referente teórico un extracto de la “GUIA para la observación de parámetros psicomotores” , de Pilar Arnaíz Sánchez y Mª José Bolarín Martínez, (unidad 2). Estas autoras plasman con gran claridad los parámetros que debemos observar como futuros psicomotricistas en una sala, y están muy acordes con la práctica vivencial que se intenta conocer, y pueden anclar las bases de futuros registros observacionales que nos harán la labor psicomotriz un poco menos complicada.

Pero antes de llegar ahí, nos entretendremos en la importancia de considerar la observación como un instrumento eficaz en la práctica psicomotriz, (unidad 1), basándonos en los trabajo realizados por el Profesor Aléxis Labarca, de la U.M.C.E, Facultad de Filosofía y Educación.

Los apartados que nos encontraremos en el transcurso del presente módulo son:

Unidad didáctica 1.- La observación como método en la práctica psicomotriz.

1.1. Introducción. 1.2.- Requisitos de la observación Científica. 1.3.- Observación de la conducta Humana. 1.4.- Procedimientos de observación.

Unidad didáctica 2.- Parámetros observables en psicomotricidad.

2.1.- Concepto clave: la expresividad motriz. 2.2.- Parámetros observables: justificación.

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Unidad didáctica 1.- La observación como método en la práctica psicomotriz.

1.1.- Introducción.

Sabemos que la observación no es sencilla, y mucho menos lo será si debemos estar atentos/as a más de 15-20 niños/as que corretean por la sala. Existen muchos factores que determinan como sea nuestra apreciación ante el hecho que se observa y por tanto debemos ser conscientes de ello, para en la medida de nuestras posibilidades la evitemos y demos la más alta fiabilidad a nuestras anotaciones.

Por tanto podemos considerar que el proceso observacional puede estar influido por una serie de condiciones, tales como:

SENSACIÓN

REFLEXIÓN

ATENCIÓN

PERCEPCIÓN

CONDICIONES DE LA

OBSERVACIÓN

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Tema 3.- Intervención en las necesidades educativas especiales. Contextos terapéuticos.

Unidad didáctica 1.- Atención psicomotriz a las necesidades educativas derivadas de las dificultades de movimiento.

Unidad didáctica 2.- Atención psicomotriz a las necesidades educativas en el ámbito cognitivo.

Unidad didáctica 3.- Intervención psicomotriz en las necesidades socioafectivas.

Unidad didáctica 4.- Atención psicomotriz a las necesidades educativas especiales derivadas de las dificultades en la comunicación.

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Unidad didáctica 1.

ATENCIÓN PSICOMOTRIZ A LAS NECESIDADES EDUCATIVAS DERIVADAS DE LAS DIFICULTADES DE MOVIMIENTO.

Cuando hablamos de necesidades educativas especiales en el área motriz, nos

referimos a un conjunto de necesidades especiales dentro del área motora, socioafectiva,

cognitiva y lingüística, que se ponen de manifiesto cuando aparece alguna dificultad,

pasajera o permanente en la elaboración del movimiento, requiriendo de medidas de

apoyo específicas en función de los diferentes casos. Estas dificultades pueden deberse

a las alteraciones sistema muscular y óseo, afecciones de los nervios motrices y la

médula espinal y a disfunciones en el cerebelo y el cerebro. Entre los niños y niñas que

sufren una discapacidad física nos podemos encontrar a una población extremadamente

variada tanto en sus características personales como en las afecciones que sufren:

artritis, osteítis, luxación de caderas, tumores musculares, espina bífida, diaplejías,

paraplejías, espásticos, hipotónicos, atetóxicos, etc. Si se hiciera una larga lista de las

afectaciones posibles, entenderíamos que es muy difícil hablar de necesidades

educativas especiales en este ámbito pues dicha etiqueta genera como trataremos de ver

a groso modo en este tema, diversidad de necesidades educativas especiales.

En el área socioafectiva, podemos encontrar que muchos de estos niños, como fruto

de una afectación grave, presentan trastornos del comportamiento que se caracterizan

por ausencia de relación y frustración. En estos niños, el tono suele estar gravemente

afectado, por lo que las relaciones tónico-afectivas así como los procesos tónicos-

atencionales van a encontrarse mermados (Wallon, 1974; Rigo, 1990). Un tono

inadecuado, incapaz de ajustarse a las demandas propias y a las del otro (demandas

emocionales, actitudinales) va a repercutir inevitablemente en el establecimiento de las

relaciones-comunicaciones, en el diálogo tónico, a partir del cual se desarrolla el

conocimiento corporal, el proceso de identificación personal y el inicio de los sistemas

de comunicación. La plasticidad del sistema nervioso y su potencial para el aprendizaje

se ve mermado por la rigidez e inadecuación tónica, que impide la correcta realización

de sinapsis neuronales desde las que ir progresivamente adecuando el cuerpo y la mente

a las demandas del entorno. Por este motivo, se dice de muchos de estos niños, que su

inteligencia parece segmentada, alterada y cristalizada en diferentes categorías del

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pensamiento que dejan de evolucionar (Boscaini, 1994). Prisioneros de su alto tono o su

falta, muchos de estos niños y niñas entran en procesos de depresión y aislamiento.

Además de estas características, hay que tener en cuenta que generalmente, debido a

su minusvalía, los niños y niñas con discapacidad motriz suelen separarse más

tardíamente de su entorno familiar, siendo en muchos casos sobreprotegidos, con falta

de aceptación de la frustración y escasa autonomía. Sus grandes dificultades para lo más

visible, la movilidad y la expresión, provocan actitudes inadecuadas en su familia e

incluso, en muchos casos también, por parte del profesorado, provocando el desarrollo

de un carácter dependiente, acomodado y en muchos casos, bastante irritable.

Unido a estas características, tenemos que tener en cuenta que, prisioneros de sus

cuerpos, algunas de estas niñas y niños encuentran relegados en cuanto a las

posibilidades de interacción, siendo en ocasiones tratados muy por debajo de su

potencial cognitivo, debido a nuestra incapacidad para buscar alternativas posibles que

permitan la experimentación, el aprendizaje, y en definitiva, el descubrimiento del

placer del cuerpo, de las relaciones y del conocer. Cuando decimos que estas personas

se encuentran cristalizadas, paralizadas; en ocasiones deberíamos entender que esto es

un reflejo de nuestras posibilidades de interacción con ellas; muchas veces nos

quedamos en juegos, tratos y aprendizajes infantilizados por desconocer como proseguir

en nuestra ayuda psicopedagógica.

Dicho desconocimiento es el que ha ocasionado también las dificultades para la

comunicación que muchas niñas y niños con discapacidad motora presentan para

hacernos llegar sus ideas, deseos o miedos debido a sus dificultades para la expresión

corporal y oral. De nuevo, limitados por su cuerpo, las personas con afectaciones

motoras se ven en algunos casos incapacitados para la comunicación si no contamos con

la suficiente escucha, flexibilidad y a veces también, tecnología.

En el área motriz, faltos de competencias propias para la construcción del esquema

e imagen corporal, estos niños y niñas sienten a veces el movimiento y el cuerpo como

una herramienta dolorosa de trabajo, desconociendo las sensaciones corporales y el

placer del movimiento que provoca en el resto de niños y niñas, la descarga de tensiones

y la apertura a lo cognitivo (Aucouturier, 1994). Con un cuerpo lesionado acaban en

muchos casos relegados a una silla que sólo abandonan para satisfacer necesidades

básicas, entre las que no suele figurar la movilidad, la sensibilidad y la búsqueda del

placer corporal.

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En el área del lenguaje, y más ampliamente de la comunicación, dependiendo de la

zona afectada y de la extensión de la lesión, podemos encontrar dificultades para

expresarse y hacerse entender, sobre todo si el tono muscular inadecuado ocasiona

problemas en la musculatura que interviene en la articulación de la palabra o incluso a

la hora de poderse comunicar gestualmente y no poder realizar de forma ajustada los

movimientos precisos o contar con los elementos necesarios facilitadores de la

comunicación.

En el área cognitiva, sus dificultades se ponen de manifiesto dependiendo, en primer

lugar, de la zona del cerebro lesionada, pero en segundo lugar su desarrollo cognitivo

vendrá condicionado por la estimulación recibida y el nivel de estímulos proporcionado,

así como de las posibilidades de experimentación en relación a las personas y objetos

del entorno.

• Fundamentos para la intervención.

Ante las dificultades para el movimiento, descartamos la intervención exclusiva

sobre la motricidad donde el adulto es un mero administrador de los ejercicios en un

orden determinado, sino que nos planteamos una respuesta global donde el adulto,

teniendo en cuenta el desarrollo de los patrones motores básicos, se implica con el niño

para que en un trabajo “cuerpo a cuerpo” permitirle, su maduración tónica y descubrir el

placer del juego para el cual está imposibilitado facilitándole las sensaciones

propioceptivas que le permitan una percepción global de su cuerpo. Esto permitirá que

poco a poco tomemos distancia para abrirlo a la relación con otros niños y los objetos

que le posibilitan acceder a un pensamiento más simbólico.

La alegría que manifiestan los niños y niñas al llegar a la sala de psicomotricidad,

sus esfuerzos para tratar de responder a nuestras propuestas, sus risas al realizar las

actividades, o su bienestar puesto de manifiesto con la adecuación del tono muscular en

los momentos de tranquilidad y reposo, nos llevan a pensar que, si bien la instrucción y

el desarrollo de destrezas son imprescindibles, también es fundamental el sentirse

reconocidos como personas.

En concreto nuestro trabajo desde la práctica psicomotriz se fundamenta en tres

pilares:

• La comprensión del niño y su evolución planteada desde la Teoría de la Totalidad

del Cuerpo, la globalidad y la expresividad psicomotriz.

• El sistema de acción del psicomotricista.

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• La tecnicidad a partir de la cual se pone en marcha el proyecto pedagógico en

función del niño y del grupo de niños y niñas.

La Teoría de la Totalidad del Cuerpo parte de la interpretación de la acción y del

trabajo con los niños como un sentimiento de búsqueda de plenitud, de bienestar y de

una imagen positiva de sí (Aucouturier, 1992). Esta búsqueda de plenitud y bienestar

nos remite para la comprensión de la expresión del niño al periodo prenatal donde surge

el placer y la pulsión del movimiento. A partir del nacimiento el niño comienza a

registrar en su cuerpo sensaciones de displacer (hambre, frío, dolor...) y de placer

(satisfacción de necesidades biológicas y afectivas, perceptivas...) que van conformando

su sistema biológico, nervioso, hormonal y tónico-motor. Cuando encuentra situaciones

de placer o displacer, todo el sistema fisiológico es estimulado. Las sensaciones

placenteras abren al niño y a la niña a la relación con el mundo exterior, a la

comunicación y a la conceptualización del entorno. Las situaciones de displacer

provocan rupturas de esta unidad corporal, dejando inscripciones en los órganos

sensoriales, vegetativos y del aparato motor, mediante tensiones que limitan la

expresividad de la emoción y la aparición de imágenes mentales.

Estos registros de sensaciones de placer y displacer que se producen durante los

primeros años, producen huellas que quedan grabadas en el inconsciente y dan lugar al

origen y formación de la psique, configurando por tanto la personalidad del niño, su

forma de ser y estar en el mundo (Aucouturier, 1992).

La mayoría de los niños y niñas que ven reducidas sus posibilidades de movimiento

son como consecuencia asociada a la parálisis cerebral, y si nos situamos en la teoría de

la totalidad corporal, podremos deducir como esa disfunción o daño cerebral ha

producido huellas de displacer en la construcción de esa unidad, sensaciones

desagradables que han podido aparecer incluso en las primeras sensaciones intrauterinas

y que marcan toda la expresividad posterior del niño, o incluso llegan a provocar la

inexpresividad por carecer de las suficientes sensaciones de placer que le permitan

desarrollar las emociones que provocan el inicio de la comunicación con su entorno.

Desde el nacimiento, estas tensiones producidas por lesiones neurológicas, pueden

observarse claramente en el aparato locomotor, el cual manifiesta un tono alterado.

Estas dificultades tónicas no inciden exclusivamente en el desarrollo motriz, sino que

van a repercutir en todo el desarrollo de la identidad personal, la cual se construye a

través de la relación tónica que establece el niño con su madre. El niño o niña con

parálisis cerebral no puede adecuar fácilmente su tono a las respuestas de su madre,

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además de la angustia y el miedo que le llega de su madre, cuando descubre que su hijo

posee una “enfermedad”. Probablemente su madre lo sostiene con más miedo que otras

madres a sus hijos, también con más dificultad. Probablemente, su madre también está

más preocupada y ansiosa que otras madres con sus bebes, porque esta aprendiendo a

comprenderle. Quizás para otras madres será más fácil darle una respuesta contingente a

su hijo y abrirle a la comprensión de un mundo con significados, pues otros niños

podrán ser más claros que él, a quien el cuerpo, como primer recurso de expresión, no le

ayuda. Los otros niños irán aprendiendo a descubrir el placer de moverse, de explorar y

disfrutar con su cuerpo, con el cuerpo de los otros y con los objetos, mientras que para

él, el movimiento se ha convertido en algo doloroso que requiere muchas sesiones de

repetición para poder asimilarlo como patrón motriz normal, venciendo las resistencias

que ha dejado su displacer en el cerebro.

El niño o la niña que tienen reducidas sus posibilidades de movimiento no pueden

en muchos casos devolver una caricia, a veces ni una mirada. No puede disfrutar de la

exploración de su cuerpo pues sus manos o sus pies, o incluso todo su cuerpo se lo

imposibilita. En algunos casos, incluso su voz también está anulada, desarticulada, con

lo cual sus dificultades de entrar en comunicación son mayores, resintiéndose tanto su

cognición, su comprensión del mundo que le rodea, como su afectividad y poco a poco

su autoestima.

A la hora de trabajar con niños o niñas con estas características el objetivo

prioritario es conseguir una empatía tónica, intentando descifrar su expresividad, aún

cuando sea escasa, tratando de entrar en contacto a través de la mirada, del tacto, para

poco a poco ir descubriendo sus deseos si los tiene, o intentar encontrarlos a partir de

una variación en el tono, de una sonrisa, etc. Para ello recurrimos a las sensaciones

propioceptivas, entrando en juego la técnica del psicomotricista, trabajando los

arrastres, los balanceos, los cambios de ritmo, intentando en definitiva remontarnos

hasta las etapas intrauterinas y recuperar las sensaciones placenteras que le ayudarán a

reconstruir su totalidad corporal. Nuestro trabajo es pues, con los niños y niñas mas

afectados, un trabajo de contención, de descubrimiento de los límites y de las

sensaciones corporales que le permitan ir tomando conciencia paulatina de su yo y sus

posibilidades de disfrutar a través de su cuerpo. En estos niños, el contacto cuerpo a

cuerpo es fundamental para ajustar o reestablecer el diálogo tónico. El niño percibe a

través de su piel, de su musculatura, de su columna, el tono corporal del adulto que le

sirve de referencia para realizar una ósmosis tónica, buscando sensaciones de

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movimiento que le abran al placer corporal y al deseo de moverse para reactualizar este

placer vivido en primer lugar con el otro.

Cuando hemos conseguido esta primera comunicación, cuando el niño o la niña nos

reconocen como aquellas personas con las que viene a jugar, con la que puede disfrutar,

aprovechamos esta relación para ir andamiando sus etapas de desarrollo motriz,

tratamos de ir reconstruyendo los patrones de movimiento, pero desde situaciones de

juego, donde el moverse sea reflejo de la motivación, de las ganas de explorar su

entorno, como ocurre con cualquier niño. El psicomotricista se sitúa entonces a su

altura, sirviendo de imagen en la que el niño puede reflejarse, moviéndose casi al mismo

nivel, de forma que la imagen y el movimiento del cuerpo del adulto pueda servir de

referente, para que éste no vivencie su movimiento como una dificultad, sino como un

medio para encontrase con los objetos y con los otros, como su mejor manera de ser

autónomo y a partir de ahí se abrirán un sin fin de posibilidades de intervención,

partiendo del movimiento del niño, o iniciándolo en algunos casos con la rotación, la

reptación y la postura de sentado. Es de esta forma que el niño logrará interiorizar sus

movimientos, cargados de intencionalidad, no de rutina, desarrollando así no sólo sus

aspectos motrices sino también cognitivos y afectivos.

• Qué debemos observar, que podemos hacer.

En el momento de hacer una valoración del desarrollo psicomotor de estos niños y

niñas hemos de tener en cuenta que muchos de ellos llevan asociados cuadros mixtos,

espasticidad y atetosis o hipotonía y atetosis, etc.

Debemos observar:

1.1 El grado en que están afectados los miembros y su alineación corporal.

Tono de la cabeza y el tronco, si mueve los miembros voluntariamente, por reflejos,

si están rígidos en una postura, que apariencia tienen (desproporción, deformidad,

delgadez, etc.).

Debemos observar si no hay movilidad en los miembros o si está limitada. En este

caso, podemos provocar corporal y manualmente el movimiento, masajear, estirar,

balancear, buscando la amplitud en todas las posturas y movimientos posibles.

Cuando hay poca movilidad, realizaremos el movimiento ofreciéndole una guía,

pero sin hacérselo siempre del todo. Es necesario ajustarnos al sentido pedagógico de la

ayuda necesaria, no más ni menos, para no caer en sentimientos de sobreprotección,

incapacidad o frustración.

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Es importante también, aprovechar la movilidad que tenga para iniciar otros

movimientos, por ejemplo, a partir de un movimiento de las piernas, tratar de darse la

vuelta, alargar los brazos o desplazarse aprovechando movimientos del tronco, la

cadera, movimientos atetósicos, etc.

“Habíamos preparado una rampa con una colchoneta grande para facilitar los deslizamientos y los giros de Francis, un niño con una hipotonía generalizada y movimientos atetósicos. Francis está tumbado boca arriba, ríe satisfecho cuando tiramos de sus pies y lo deslizamos a lo largo de la colchoneta, varias veces,… luego nos situamos en lo alto de la rampa y le pedimos que alargue sus brazos hacia detrás para poder ayudarle a subir, después de varios intentos nuestras manos se encuentran, tiro de sus manos y él me ayuda moviendo sus piernas. Cuento uno, dos y tres como señal de partida y consigue, aprovechando sus movimientos atetósicos, deslizarse, se muestra feliz y pide más. Luego introducimos la posibilidad de rodar juntos por la rampa, nuestros cuerpos se abrazan y reímos al llegar al final. Desde lo alto, situamos a Francis y le enseñamos a girar su pelvis, ayudándole inicialmente, flexionando su pierna y girándola en el sentido de la caída. Es persistente y lo consigue, reforzándole por nuestra parte todos sus intentos”.

En estos niños, la pelvis y la cabeza ejercen de guías para el movimiento: girando la

cabeza conseguimos realizar un giro del resto del cuerpo, flexionando la cabeza

podemos disminuir un reflejo tónico cervical, etc. La pelvis y la posición de la cabeza

nos permiten además equilibrar al niño para enderezar su tronco y facilitar la

manipulación de los objetos. Esta manipulación ha de realizarse en primer lugar en la

línea media del cuerpo, cuando se consiga en esta posición iremos rodando

progresivamente la dirección de la manipulación.

A modo de síntesis, el siguiente cuadro recoge las diferentes posturas que se

consiguen gracias a la manipulación de la pelvis (Bobath, 1991).

Sentado, pelvis en ángulo recto, piernas abiertas en semiflexión, plantas de los pies unidas en la línea media

Manipulación de los objetos. Inhibición de la espasticidad, de la actividad refleja.

Sentado sobre piernas flexionadas, nalgas apoyadas en los talones.

Inhibición de la espasticidad. Inicio de los desplazamientos en cuadrupedia. Facilita la manipulación.

1.2. Observar qué reflejos primitivos y patológicos aparecen.

No debemos estimular reflejos que no tengan ninguna finalidad o impidan el

movimiento correcto: el reflejo de búsqueda, de succión, de tijera, de enderezamiento.

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Cuando el movimiento únicamente es producto de un reflejo, no hay interiorización, no

sirve a nivel funcional.

Muchos de estos reflejos se pueden inhibir a través del control postural mediante la

manipulación de la cabeza y la pelvis, o con nuestras manos, por ejemplo, el de tijera

separando las piernas; el enderezamiento cervical, mediante la flexión de la cabeza; los

movimientos atetóticos, por los cambios de postura, los movimientos clónicos por el

apoyo correcto y fuerte de los pies, las manos, etc.

1.3 Deficiencias asociadas: Visual, auditiva, respiratoria.

Debemos realizar adaptaciones en la forma de proponer los movimientos, de

entablar relaciones: proponer mediante la cercanía corporal, los gestos, las adaptaciones

del material, etc.

Si hay deficiencia respiratoria, hemos de tener más cuidado posturas boca abajo

(menos tiempo) y observar cuando el niño se siente fatigado.

Proporcionarle siempre movimientos de apertura de la caja torácica y ejercicios

respiratorios mediante la manipulación del abdomen, las piernas y los brazos. Estos

movimientos los introducimos, desde nuestra práctica, dentro de un contexto lúdico que

supone interacción para el niño más que repetición de ejercicios descontextualizados.

1.4. Relaciones que establece con las personas

Es muy importante observar y tratar de interpretar las expresiones del niño buscando

la comunicación a través del lenguaje oral y gestual, y el contacto corporal, tratando de

ir consiguiendo progresivamente una participación igualitaria

Hemos de analizar que tipo de relación se establece, sólo visual, auditiva-visual,

corporal, verbal, etc., y tratar de que esta relación sea cada vez más compleja y más rica.

Debido a sus dificultades para expresarse, es importante dotar de sentido las

producciones que haga el niño, podemos ponerle palabras y gestos a lo que creemos que

siente, que hace o que quiere.

Si el niño o la niña presentan espasticidad, es importante no ser bruscos y ofrecer en

el contacto corporal la vivencia tónica, tendiendo a proporcionar movimientos de relax,

donde el niño pueda percibir y tomar conciencia de las diferencias tónicas a través de

nuestro cuerpo que hace de referente.

Si es al contrario, niños o niñas hipotónicos, hemos de proporcionarles situaciones

donde aumente la respuesta a nivel tónico, mediante el juego y la estimulación corporal

y verbal que hagan subir la emoción y consecuentemente el tono. En ambos casos es

interesante la vivencia del contraste tónico para facilitar la toma de conciencia corporal.

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1.5. Relaciones que establece con los objetos.

Hemos de observar el tipo de manipulación y exploración que realiza cada niño y el

interés que muestra por su entorno. Cuando este interés no existe, hemos de fomentar

fundamentalmente la relación interpersonal, la estimulación propioceptiva y laberíntica

y la autoexploración, como primer paso para la toma de conciencia, de identidad

corporal y construcción de la propia imagen.

A medida que se establecen estas primeras relaciones (consigo mismo, con los

otros) aparecerá el interés por los objetos. Es importante que los objetos que ofrezcamos

a estos niños en sus juegos se ajusten a sus características. Son bastante adecuados

materiales fácilmente manipulables como pelotas, globos y objetos blandos de

diferentes tamaños (material de goma espuma, papel fino de colores, instrumentos

musicales como sonajeros, maracas, tambores, etc.), que puedan ofrecer al niño o a la

niña experiencias de coger, agarrar y tirar, así como de provocar efectos en el entorno,

para empezar a favorecer la coordinación. Hemos de tener en cuenta el grado de

afectación de las manos y el tipo de material y adaptación que precisa, más que

frustrarle hemos de tratar de motivarles para mejorar sus competencias manipulativas.

Por último, a la hora de acercarnos a estos niños hemos de tener en cuenta algunas

cosas que no debemos hacer:

• Mantener al niño mucho tiempo en una misma postura. Debilita la

musculatura y como consecuencia el esqueleto. En los sujetos con

espasticidad, la falta de movilidad provoca deformaciones como el pie

equino, escoliosis, luxaciones etc.

• No favorecer reflejos primitivos y patológicos que dificulten el movimiento.

• No favorecer, sino tratar de corregir, las posturas inadecuadas globales o

segmentarias. Cuando el niño está sentado, acostado o jugando, rectificar la

postura de las manos, la cabeza, piernas, etc., para no favorecer la

percepción e interiorización de patrones anómalos.

Además cuando el niño o la niña presentan espasticidad o movimientos

atetósicos, tenemos que tener presente que:

• La estimulación suave (con roces) de cualquier parte del cuerpo.

principalmente de la planta de los pies, aumenta la espasticidad y los

movimientos atetósicos.

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• Los movimientos bruscos, los giros y las extensiones violentas de la cabeza,

aumentan la espasticidad.

• Los estados emocionales ligados a lo tónico, pueden provocar mayor

espasticidad y atetosis, o dejar al sujeto totalmente alicaído. Hemos de

valorar, a lo largo de nuestro trabajo, cuando queremos dejar expresar la

emoción, olvidándonos del tono, y cuando, al finalizar o iniciar la sesión,

nos interesa más el ajuste tónico y las posturas adecuadas.

• Con el cansancio aumentan los movimientos atetósicos.

• Es muy importante el clima de enseñanza-aprendizaje que se establezca.

• A estos niños hemos de proporcionarles seguridad, afectividad, y adecuar las

condiciones de luz y sonido a sus peculiaridades. Pueden ser niños muy

sensibles a la luz, los colores o los ruidos.

Aprender jugando: desarrollo de la práctica psicomotriz.

La educación psicomotriz tiene como objetivos, para el niño con dificultades en su

movilidad, los mismos que para el resto de niños y niñas, pues sin olvidar responder a

sus peculiaridades, hemos de tener en cuenta que jugamos con un niño o niña, y que

hemos de intentar favorecer aquellas sensaciones, movimientos y relaciones que le

produzcan placer, pues es gracias a la motivación y al placer de la relación y el

conocimiento que todos los niños y niñas aprenden.

En este sentido, los objetivos de la práctica psicomotriz irán encaminados hacia el

desarrollo del placer sensoriomotor, el juego simbólico y representacional para

conseguir:

• El desarrollo de la identidad y el camino hacia la autonomía.

• La creatividad.

• La evolución del pensamiento.

Con estos objetivos, la sala de psicomotricidad se convierte en un escenario para el

desarrollo global de la personalidad del niño, potenciando la interacción entre las

personas y los objetos como un medio para alcanzar la madurez personal y la

participación social.

La dinámica que se establece durante el desarrollo de las sesiones puede consistir en

los siguientes momentos:

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• Bienvenida: Encuentro entre “las personas”, no entre un profesional y un

discapacitado. Encuentro que supone un reconocimiento de miradas, de voces y

también un reconocimiento del cuerpo, del tono del otro.

• Masaje en profundidad de las diferentes partes del cuerpo: especialmente la

espalda, manos y pies (cuidado con la sensibilidad) para favorecer la alineación

corporal y el inicio del movimiento, con todo el respeto y el cuidado a las

posibilidades y limitaciones del niño.

• Movilizaciones amplias y posibles de los diferentes segmentos corporales:

cabeza, tronco, brazos y manos, piernas y pies. El masaje y la manipulación

corporal se situarán al inicio o al final de la sesión según el estado en que llegue

el niño a la sala y el programa de actividades que el niño tenga a continuación.

• Sensaciones propioceptivas y laberínticas: Balanceos, arrastres, giros

acompañados, giros sobre su eje (vueltas, volteretas), giros en torno a un eje

(Lázaro, 2002). Favorecen el conocimiento corporal y hacen referencia a las

primeras sensaciones que recibe el niño desde la etapa prenatal y consiguen,

gracias al placer que van despertando, la adecuación del tono y la producción de

sonidos.

• Sensaciones de apoyo: Apoyos plantares, apoyos en posición sentada, de

rodillas, boca abajo, boca arriba, que le permitirán ir consiguiendo vivencias de

equilibrio, de crecimiento corporal al ir poco a poco venciendo la gravedad y

separándose del suelo.

• Caídas en diferentes posiciones, caídas acompañadas o en solitario. Es

importante que el niño viva la caída con agrado, como algo divertido, de pérdida

y de reencuentro de los límites corporales. Si conseguimos que pierda el miedo a

caer, tendrá una mayor disposición a mantenerse erguido y a moverse.

• Juego con objetos, con las personas: Descubrimiento del placer sensoriomotor y

desarrollo afectivo.

En diferentes posturas, con diferentes objetos, buscar, fomentar el movimiento,

los intentos de desplazamientos por pequeños que estos sean.

Si es posible, dejar al niño la iniciativa para moverse, para manipular, para

inventar juegos, favoreciendo la creatividad en el movimiento y en el juego

simbólico. Los niños y niñas con parálisis cerebral suelen tener un pensamiento

rígido y poco creativo (Rosa et al, 1993) producto en muchas ocasiones, más que

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de la lesión en sí, del sistema de aprendizajes al que son sometidos, de tipo

reeducativo, donde siempre se les dice lo que deben hacer y lo que deben evitar.

Si por su desarrollo nos encontramos a niños sin iniciativa, o si nosotros no

somos capaces de entender sus deseos, iniciamos el juego simbólico

comprobando la participación del niño: desde los juegos presimbólicos de

aparecer y desaparecer, construir y destruir, a juegos más elaborados como

asustar, comer, animales, etc., tratando de adecuarlos a las competencias

motrices de los niños y a evolución general del juego (Aucouturier, 1993)

descubriendo al mismo tiempo sus posibilidades cognitivas y fomentando el

lenguaje así como la expresión global.

• Juegos manipulativos y creativos: Utilizar materiales maleables por estos niños,

materiales blandos como la plastilina, los papeles, masa hechas con harina,

arcillas de colores, etc., que permitan a estas personas crear con sus manos,

dejando sus huellas.

Cuando no hay movilidad en las manos, podemos guiarlas nosotros para

proporcionarles diferentes sensaciones (de agarre, de prensión, de sensibilidad

táctil, etc.), ofreciéndoles o pidiéndoles un referente verbal sobre lo que estamos

creando mediante el modelado, la construcción o el dibujo.

Dentro de este tipo de actividades podemos proporcionar al niño también

situaciones de atención y participación con cuentos, fotos, pintura, agua, juegos

de construir o destruir, observando las diversas manifestaciones de comprensión

y expresión que realizan los niños, para adecuar nuestra intervención.

• Verbalización: Podernos terminar la sesión, preguntándole al niño o niña o

comentando con él lo que hemos hecho, lo que más le gustado, lo que no. Es

importante poner palabras cuando el niño no pueda hacerlo.

• Despedida: Al igual que al principio de la sesión, debe ser un ritual en el que el

niño sepa que se va a marchar. El mantener estos rituales al inicio y final de las

sesiones facilita que el niño vaya situando la acción y su pensamiento dentro de

unas coordenadas espacio-temporales. Esta despedida debe tener un carácter

placentero para el niño como último recuerdo antes de su nueva sesión de

psicomotricidad.

En situaciones de integración hemos de hacer además algunas consideraciones

como:

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• Tratar de que estos niños o niñas participen con sensaciones sensoriomotrices y propioceptivas semejantes al resto del grupo.

• Introducir juegos, para todo el grupo, en los que pueda participar el niño con discapacidad, aunque haya diferentes niveles de complejidad en función de sus posibilidades. Esto a veces se consigue simplemente jugando con el niño que tiene la movilidad reducida, con sus objetos, lo cual suscita el interés de los otros compañeros.

• Permitir momentos, espacios de actividad individual dentro del grupo, tanto para el niño con necesidades educativas como para sus iguales.

• Propiciar ocasiones donde el niño con dificultades se encuentre sólo ante el grupo observando su motivación, interés por los otros. Relaciones que se mantienen, de quién parten, etc.

• Reforzar o plantear relaciones de ayuda entre iguales, encargándoles tareas a realizar con el niño con dificultades de movimiento.

• Hacer de mediador para que el grupo conozca el estado emocional del niño o niña con discapacidad. Está contento, triste, cansado, incómodo, le gusta jugar contigo, etc.

• Pedir al resto del grupo que le pregunten a este niño o niña antes de manipularlo, que lo tengan en cuenta, que respeten sus deseos.

• Hacer de mediador cuando sea necesario, interpretando para el resto del grupo lo que dicen estos niños, o preguntarles si saben lo que ese niño o niña está pidiendo.

• Proporcionar materiales similares que permitan realizar al niño con discapacidad actividades semejantes a las de sus compañeros, adaptadas a sus posibilidades.

• Cuando se haga posible, buscar situaciones de cooperación (hacer un dibujo o modelar entre todos, un puzzle para el grupo, recoger, etc.), aunque para ello a veces sea necesario guiar el movimiento del niño que presenta dificultades, ya que lo más importante es que éste sienta que tiene un rol de participación junto al resto de los niños y niñas, como un miembro más del grupo.

Por último, a través de un registro del trabajo realizado, podemos de nuevo utilizar

el guión de observación para evaluar el desarrollo y la evolución del niño con

dificultades de movilidad, valoración del cuerpo, el movimiento, la expresividad,

planificando de nuevo posibles actuaciones acerca del tipo de material que podemos ir

introduciendo y de nuestro rol de mediador, de acuerdo a la dinámica de juego y

relación en que cada niño se encuentra.

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Unidad didáctica 2.

ATENCIÓN PSICOMOTRIZ A LAS NECESIDADES EDUCATIVAS E N EL ÁMBITO COGNITIVO.

Habitualmente, cuando hacemos referencia a las dificultades que se producen en el

ámbito cognitivo, tendemos a centrarnos exclusivamente en el déficit intelectual, lo que

nos lleva a aclarar que entendemos por inteligencia y cual ha sido la evolución de este

concepto en los últimos años hasta llegar al planteamiento de los procesos cognitivos.

Los estudios sobre la inteligencia se remontan a finales del S. XIX y principios del

XX predominando en esta época la concepción de la inteligencia como un factor único y

cuantificable que dependía exclusivamente de la herencia genética y de la validez de su

medición por el uso de tests psicométricos, vinculándose muy estrechamente dicho

constructo al rendimiento académico.

Los avances de la psicología nos llevan hacia una nueva perspectiva en la que la

inteligencia no solo se pone de manifiesto por los rendimientos académicos y/o

profesionales sino también en las conductas y habilidades adaptativas de la vida

cotidiana, planteándose, sin abandonar el valor predictivo de los tests y la importancia

de la herencia, que su desarrollo está fuertemente influenciado por los factores

culturales y sociales, siendo de gran importancia las variables emocionales y

motivacionales. Frente al enfoque de la inteligencia como cúmulo de capacidades se

pone el énfasis en el modo en que el individuo procesa la información.

Se denomina proceso cognitivo a aquella actividad cerebral y/o mental responsable

de transformar una representación del mundo en otra o de coordinar una con otra, los

procesos cognitivos operan con una representación interna de los objetos o símbolos;

traducen una entrada de información sensorial en una representación conceptual;

transforman una representación conceptual en otra; traducen una representación

conceptual en una salida de información motriz.

Lo que vamos a tratar en este punto es valorar que conductas o actuaciones se

producen en la sala de psicomotricidad en relación a estos procesos, para poder incidir

en el desarrollo de los mismos.

• Cuerpo y cognición

Teniendo en cuenta la concepción unitaria de la persona que conlleva la

psicomotricidad, nos planteamos una intervención corporal global que no solo se limita

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al cuerpo instrumental, sino también al cuerpo cognitivo y el cuerpo tónico-emocional

(Boscaini, 1988). Hay un cuerpo cognitivo que se encarga de la motricidad voluntaria y

por lo tanto va unido a la actividad senso-perceptivo-motora, a la actividad

representativa y operatoria en general. Es el cuerpo relacional que interactúa con los

objetos, descubriendo sus características y cualidades, y con las personas,

introduciéndose en el mundo de los afectos, pudiendo incidir en la realidad de las cosas

y las personas con el desarrollo de la creatividad.

Este cuerpo cognitivo se pone de manifiesto en la sala de psicomotricidad a través

de la forma en que el niño utiliza los diferentes materiales, la complejidad del juego que

desarrolla, las estrategias que utiliza para solucionar los conflictos, su capacidad de

representación y la creatividad que muestra a lo largo del desarrollo de la sesión.

Cuando hay necesidades en el ámbito cognitivo, observamos como los diferentes

procesos aparecen a veces con dificultad. La percepción y el control del espacio para

adecuar el cuerpo a la acción, la competencia para planificar a qué se quiere jugar, qué

se puede hacer con los diferentes materiales, el uso creativo que se hace de ellos para

desarrollar distintos tipos de juegos. A veces a esta dificultad se unen otros obstáculos a

vencer, como encontrar a una persona con la que jugar y descifrar el sentido simbólico

del juego, asumiendo diferentes roles o desarrollando secuencias complejas de juego de

juego que requieren de un procesamiento simultáneo y sucesivo de la información.

Según Luria (1979), Bruner(1988) o Das (1990), todos estos procesos se encuentran

más favorecidos en la medida en que conectan con los intereses cercanos de los niños y

niñas, que recurren a aspectos significativos de su entorno. En este sentido, la sala de

psicomotricidad ofrece un entorno lúdico que conecta con las experiencias de placer, de

cuerpo, de movimiento, que ayudan a los niños a poner en práctica su capacidad de

procesar la información con un mayor margen de éxito. Partir de contextos lúdicos con

un adulto que pregunta, que da pistas, que gesticula y utiliza su cuerpo mientras juega,

facilita el procesamiento cognitivo, mejorándose la atención, la memoria y la

planificación (Sánchez, 1996).

• Utilización de los materiales

Los materiales que proponemos a los niños y niñas que acuden a la sala de

psicomotricidad van a depender de la edad y de su nivel de competencias.

• Hay objetos que se caracterizan por ofrecer estímulos visuales, sonoros o

táctiles, objetos de fácil manipulación que motivan su utilización por la

rápida respuesta que se obtiene (lo muevo y suena, presiono y se enciende

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una luz o aparece un muñeco, introduzco un objeto y desaparece...) o por ser

agradables a la vista y el tacto.

• Hay materiales facilitadores del juego sensoriomotor que propician el

desarrollo de habilidades y destrezas corporales, como puede ser el banco

sueco, las espalderas, el minitramp, las colchonetas, las diferentes formas de

goma espuma, las pelotas de gran tamaño, etc., materiales que con su

utilización, además de su contenido simbólico y posibilidades exploratorias,

procuran el desarrollo de las coordinaciones motrices, los equilibrios y

desequilibrios, el control postural, etc.

• Hay juguetes que son una representación en miniatura de la realidad (los

cochitos, muñecas, calderitos…) que favorecen el desarrollo del juego

cuando las competencias simbólicas son escasas, ayudando al niño a elaborar

secuencias de acciones en las que utiliza su memoria apoyándose en el uso

de las imágenes reales, que con este material ya no necesita evocar.

• Hay otros materiales menos definidos que permiten una utilización más

creativa y que favorecen el desarrollo del juego simbólico (las cuerdas, las

telas, los aros...), dejando en suspenso las propiedades reales de los objetos y

las situaciones, mediante la elaboración de imágenes mentales.

• Hay materiales para la representación, que además de manipulación piden

propiciar un mayor nivel de abstracción, previa planificación de lo que se

quiere representar (los legos, las maderas, las pinturas...).

El primer grupo de materiales son los que utilizamos habitualmente con los niños

más pequeños, o con aquellos que tienen dificultades en los procesos cognitivos más

básicos como la percepción, atención, asociación, discriminación y memoria activa,

procesos relacionados con la recogida y adquisición de la información.

Se trata no solo de mejorar sus habilidades manipulativas sino de abrir al niño a la

relación con su entorno, descubriendo las características más elementales de los objetos

que le rodean como son las diferentes formas, tamaños, colores, texturas, los conceptos

topológicos primarios como cerca, lejos, dentro, fuera, arriba, abajo..., las consecuencias

de su actuación sobre ellos, etc. En muchas ocasiones tendremos que hacer de guías

para facilitar su exploración o correcta utilización, empleando la técnica de

encadenamiento hacia atrás ofreciendo inicialmente toda la ayuda que se irá retirando

paulatinamente en función de sus progresos.

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El interés que producen estos materiales en el niño, la modalidad de exploración o el

juego que realiza, nos está informando sobre su nivel de desarrollo ya que nos pone de

manifiesto qué procesos utiliza para recoger y adquirir la información, su capacidad

para centrar la atención, que vía sensorial usa de forma prioritaria, si la exploración es

poco sistemática e impulsiva, si discrimina y asocia teniendo en cuenta unos referentes

básicos, sus posibilidades imitativas y de recuerdo en la reproducción de determinadas

acciones, si solicita ayuda y cómo lo hace, si la manipulación es más o menos funcional,

etc.

• El juego sensoriomotor.

A medida que el niño desarrolla su competencia corporal y ejerce un mayor dominio

del espacio, adquiere importancia el juego sensoriomotor manifestándose las conductas

que Aucouturier (1993) denomina como primer nivel de expresividad motriz y que se

corresponden con las sensaciones internas del cuerpo, que interesan especialmente al

laberinto, responsable del equilibrio (rotaciones, giros, balanceos, equilibrios, saltos,

carreras...). Utilizamos fundamentalmente los materiales fijos en el espacio, que irán

variando su disposición en las diferentes sesiones en función de las posibilidades de los

niños, siendo los más comunes los del segundo grupo de materiales.

Las espalderas que propician la trepa y el placer de conquistar la altura. La

afirmación que supone llegar a lo más alto y que nos lo confirman cuando nos llaman

para que les miremos y sentirse reconocidos.

El banco sueco favorecedor de los deslizamientos cuando lo situamos en forma de

plano inclinado, además del placer de subir y bajar corriendo poniendo a prueba sus

destrezas; o situado horizontalmente, separado del suelo, a diferente altura, para incitar

al salto, vencer los miedos y sentir el equilibrio.

El minitramp que les permite ponerse a prueba, arriesgándose cada vez más,

intentando diferentes formas de saltar y perfeccionando las caídas.

Las colchonetas, elementos fundamentales para asegurar el espacio y amortiguar las

caídas, para favorecer los equilibrios y desequilibrios en función de los desplazamientos

por superficies de diferente grosor y densidad. Apiladas o amontonadas propician

juegos dinámicos y alegres, caídas voluntarias, volteretas y payasadas. Puede ser

también un material muy regresivo que evoca el contacto corporal, aunque también

puede servir para esconderse o tapar al adulto aplastándolo y pisoteándolo o echarse

encima para “sentir” el otro cuerpo a través del objeto (Lapierre y Lapierre, 1982).

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La forma de abordar este espacio sensoriomotor es diferente en función de las

características de cada niño, sin olvidar que su vivencia realmente placentera no solo va

a depender de las competencias motrices sino también de la seguridad emocional y

afectiva del niño, así como de la ayuda y asertividad del psicomotricista.

Algunos niños necesitan sentirse contenidos, asegurados para vencer sus miedos a

acceder a este espacio, necesitan vivir previamente con agrado los balanceos cogidos en

brazos, o sobre los grandes balones, los giros acompañados sobre el rodillo, los arrastres

lentos y rápidos, todas las actividades que estimulan las sensaciones propioceptivas,

sintiéndose plenamente seguros.

Las dificultades motrices asociadas a los déficits cognitivos ponen de manifiesto la

estrecha relación entre las dificultades de coordinación dinámica, control postural y

equilibrio, que presentan mayoritariamente los niños con retraso mental, y su desarrollo

afectivo-social. Es por esto que, nuestra propuesta de intervención no debe ser mecánica

y repetitiva olvidando la realidad del niño. Debemos implicarnos en la relación con el

niño para darle seguridad, para ayudarle a reconocerse y paulatinamente tomar distancia

para abrirlo al descubrimiento del espacio, en el que se afirma afectiva y socialmente,

desarrollando su competencia motriz, que le permitirá arriesgarse más también en sus

posibilidades cognitivas, haciendo propuestas, relacionándose y aprendiendo con los

otros.

Hay determinados niños que rehuyen la zona de las colchonetas, prefieren el suelo

firme, que les da más seguridad que el desequilibrio que les produce andar por la

superficie blanda de las colchonetas. Vivir con placer las caídas convirtiéndolas en un

juego en el que se implica el adulto es fundamental para facilitar el acceso a este

espacio. En ocasiones puede servir la estrategia de poner el objeto deseado en esta zona

de la sala y hacer nosotros de modelo, abordándola incluso con desplazamientos en

cuadrupedia, implicándonos (siempre que el niño lo permita) en sus caídas, giros o

arrastres.

Hay que ser respetuosos con el tiempo que cada niño necesita para acceder a la

utilización de estos materiales ya que lo más importante es que lo viva de forma

placentera, ofreciéndoles nuestra ayuda y estímulo si fuera necesario.

“Carlos observa desde la distancia como sus compañeros de grupo realizan saltos cada vez más arriesgados, quizás le parece demasiada la altura y hay mucha agitación. Cuando se reduce la presencia de niños en el espacio de saltos, se acerca a él y en ese momento le planteamos que podemos saltar juntos, se siente satisfecho por el logro y quiere volver a saltar; ahora lo

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realiza sólo con la ayuda de darle nuestra mano y posteriormente con un refuerzo verbal, ya luego nos llama para que le veamos saltar, y a medida que se siente seguro (necesita repetirlo varias veces) salta con sus compañeros compartiendo el espacio”.

En ocasiones, algunos niños no se atreven a realizar una determinada acción sin

jugarla previamente.

“Ángela desea deslizarse por el plano inclinado, lanza primero al osito, le aplaude, bien..., lo coge y se desliza con él entre sus piernas, juega a que no pasa nada y, ya luego, se desliza ella sola”.

Quizás, al principio, sea necesario nuestra presencia cercana al lugar de las acciones,

pero luego bastará con nuestro refuerzo verbal o a través de la mirada.

En ocasiones podemos encontrarnos con niños muy impulsivos en el momento de

abordar las posibilidades que le brinda el espacio sensoriomotor, actúan de forma

precipitada y arriesgada, sin tener conciencia del peligro, niños que necesitan que los

miremos, y a su vez que les pongamos límites, niños que necesitan que les ayudemos a

reconocer y tomar conciencia de las situaciones de peligro, de autorregular su conducta.

Una mayor complejidad en el juego aparece en el segundo nivel de expresividad

motriz (Aucouturier, 1993) con los juegos de contenido presimbólico como el

esconderse (aparecer-desaparecer), las persecuciones (corre que te pillo), que implican

una cierta capacidad de descentración, teniendo en cuenta al otro en la elaboración del

juego.

Antes de iniciarnos en los juegos simbólicos, debemos favorecer en los niños y

niñas los juegos de estas vivencias presimbólicas. En los juegos de aparecer y

desaparecer podemos empezar simplemente por tapar al niño y darle el sentido lúdico

cuando él se destapa, esperando que progresivamente sea él mismo quien busque jugar a

desaparecer. También el adulto desaparece, se esconde y vuelve a reaparecer jugando al

binomio de estar-no estar, intentando que sea una vivencia de placer que de paso a la

elaboración de imágenes de identidad y permanencia del sujeto y después del objeto.

Para acceder a los juegos de persecución podemos empezar por los juegos de

manipulación del cuerpo, de cosquillas, con los que incitar al niño o niña a moverse

para defenderse. La repetición, teatralidad y lentitud del adulto irá dando paso al “corre

que te pillo”, que no te alcanzo, ayudando al niño a asumir el rol de perseguido. El

siguiente paso, más elaborado afectiva y simbólicamente, supone que el niño asuma el

papel de perseguidor; para ello, el adulto puede caer ante un gesto del niño e incitarlo a

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repetirlo mientras finge que corre para no ser atrapado al momento. En estos juegos, el

niño se convierte en poderoso, en agresor para perseguir, cazar, golpear o retener al

adulto; juegos fundamentales en los que se simboliza la unión y separación o

independencia del adulto. Es en estos juegos donde los niños y niñas nos ponen de

manifiesto no solo sus dificultades para cambiar de roles, sino también las vivencias y

fantasmas más profundos e inconscientes, unidas a las vivencias del placer, o la angustia

o culpabilidad en la unión y separación del adulto.

En los juegos de empujar, de destruir, también se encuentra presente el binomio de

algo que está y desaparece, abriendo al niño a la posibilidad de dominar su entorno,

modificándolo mediante su acción (dispersar, derribar, construir), aspectos

fundamentales para la consecución de la identidad y la seguridad de “poder hacer” ante

su entorno o los otros.

• El juego simbólico

Un paso importante en el desarrollo cognitivo se produce cuando aparecen los

juegos simbólicos, con la capacidad de, ponerse en el lugar del otro, desarrollar

personajes y de suspender las propiedades reales de los objetos para imaginar otras

posibilidades de utilización en el juego (un palo es una espada o un caballo).

Cuando trabajamos con niños que aún no tienen la capacidad de pasar de lo real a lo

imaginario, utilizamos los juguetes representativos de la realidad, que nos ayudan a

desarrollar determinadas escenas o personajes, como paso previo a los juegos de

contenido verdaderamente simbólico. En un primer momento se trata de utilizar

funcionalmente los objetos, emplearlos con la finalidad para la que fueron creados y

aprovecharlos para andamiar y desarrollar el juego haciendo como si los juguetes fueran

personas u objetos reales.

“Pobrecito, el niño está llorando porque tiene hambre, anda tómate el biberón, ahí va, se lo tomó todo, ¿quieres más? Yo también tengo hambre, me das un poquito de sopa, uy quema, sopla, que buena está. Vamos a acostar al niño y fregamos la loza... Es la hora de despertarse y de dar el paseo, ¿vamos al parque?...”.

Tenemos que evitar el uso estereotipado o inadecuado de los juguetes para que poco

a poco vayan entrando en la dinámica del juego, desarrollando sus capacidades

imitativas e ir poco a poco realizando estas escenas imaginarias sin el apoyo de los

juguetes o introduciendo los materiales menos estructurados que permiten diferentes

utilizaciones en el desarrollo del juego simbólico, y así una tela puede ser la capa de

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superman, o metida debajo de la camiseta puede ser la barriga de la mamá embarazada y

que luego puede ser un bulto que representa a un niño, etc.

“Rubén, con su capa atada al cuello puede ser un power ranger y juega con un palo a modo de espada hasta salir victorioso de una pelea ficticia, luego nos lleva hacia la pared, ata nuestras manos con una cuerda y dice: estás prisionero, no te puedes escapar “.

Los materiales que se pueden utilizar, en la sala de psicomotricidad, para favorecer

el desarrollo del juego simbólico son múltiples y variados, los niños y niñas nos

sorprenden con su capacidad para imaginar y desarrollar diferentes juegos con el

material que ponemos a su disposición.

Cuando un niño presenta necesidades educativas de tipo cognitivo, puede quedarse

fijado en un uso simbólico del material, teniendo dificultades en entender que la tela de

una capa puede convertirse en una cama, una falda... En este sentido, es interesante el

trabajo en grupo y las llamadas de atención al niño sobre el uso divergente del material.

El psicomotricista como compañero simbólico del niño puede incidir en este aspecto,

realizando diferentes personajes o dándole un uso diferente al material.

Los cubos y otras formas de gomaespuma que utilizan para realizar todo tipo de

desplazamientos sobre ellos o arrastrándolos como coches y diferentes construcciones,

apilan para luego tirar, construyen espacios cerrados, como casas o castillos, que les dan

seguridad o espacios abiertos para compartir. Cuando hay necesidades de tipo cognitivo,

podemos ayudar con nuestras preguntas o nuestra manipulación del material para

recrear formas más complejas, como coches o casas con más equipamiento. De nuevo el

rol de compañero simbólico es fundamental en este trabajo.

Las pelotas de diferentes tamaños, texturas y colores. Son objetos con un

dinamismo propio: ruedan, se escapan, rebotan... Con ellas hacen múltiples juegos y en

ocasiones las utilizan para agredir, para golpear al adulto cuando todavía no se atreven

a hacerlo corporalmente. Constituyen, por su forma y su contacto agradable, excelentes

objetos sustitutivos, con los cuales buscan los niños y niñas contactos sensuales y

afectivos (Lapierre y Lapierre, 1982). Su manejabilidad las hace ser unas buenas

mediadoras en los intercambios a distancia, y por otra parte hacen ruido al lanzarlas

contra el suelo o cuando se las golpea, lo que puede dar origen a múltiples juegos de

afirmación, de intercambio y hasta de ritmos colectivos. Las que son grandes de tamaño

permiten vivenciar los balanceos y servir de asientos elásticos en los que resulta

agradable saltar en cadencia, sólo o con los demás.

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Ante las necesidades educativas de tipo cognitivo, las pelotas permiten afianzar la

coordinación óculo-manual, básica para el aprendizaje de la lectoescritura, reforzándose

la direccionalidad en la mirada y el control del movimiento. También, ante las

dificultades para la relación más oral o simbólica con los otros, las pelotas se vuelven

un medio cómodo, conocido y sin compromiso para la reacción.

Las telas que emplean para disfrazarse y adoptar diferentes roles (superman, la

princesa, la mamá embarazada…) también para hacer desaparecer al adulto, taparle la

cara para suprimir su mirada permite agredirlo más fácilmente, así como tocarlo y

extenderse sobre su cuerpo y manipularlo. Un adulto oculto bajo la tela puede

convertirse en monstruo con el que se juega a tener miedo, mezclado de deseo de ser

“devorado” para encontrarse así con él y luego identificarse adoptando el niño el papel

de monstruo.

También las telas ofrecen posibilidades de acción dinámica; los niños y niñas

adoran hacerse arrastrar por el suelo, solos o en grupo, por los adultos. Siempre hay

luchas para montarse en el “barco” o la “guagua”, aceptando con alegría los contactos

corporales que en esta situación se producen. Cuando cansados, pedimos ayuda son

muchos los niños que vienen a prestar voluntariamente su cooperación, colaboración

que apenas tiene efecto en cuanto a eficacia pero cuyo valor simbólico nos parece

indiscutible en el plano de la socialización.

Con estos elementos podernos favorecer que el niño evoque situaciones de su

realidad cotidiana, ayudándole a secuenciar y ordenar sus vivencias diarias cuando va

en el coche de papá o en la “guagua” hacia el colegio, favoreciendo de este modo un

procesamiento sucesivo y ordenado de la información, y dándole, además, la posibilidad

de expresar mediante el juego, sus vivencias personales de la familia, la escuela, etc.

El balanceo y el acunamiento en las telas son también placeres muy buscados; y

algunos niños vienen a ayudarnos acunar a los otros, sintiendo una gran alegría al poder

proporcionar placer a los demás. Esta es una de las primeras manifestaciones de ese

“altruismo egoísta” que se halla en el origen de cualquier relación de ayuda.

Los cartones sirven para realizar “casas” en las que introducirse y desarrollar todos

los roles familiares. Hay quienes no están dispuestos a compartir ese espacio y otros

que, en ocasiones, permiten entrar al adulto mientras los otros se agitan alrededor,

estableciéndose estrechas relaciones de complicidad y cargadas de afectividad.

Las cajas de cartón, con la apertura hacia arriba pueden ser una cuna o un coche, o

un lugar cerrado con un incesante deseo de entrar y de salir. Si tiene tapa puede servir

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para encerrarse o encerrar a otros. Golpeando en sus paredes, desde dentro y desde

fuera, se establece una comunicación por el ruido y sin verse.

Con la abertura hacia abajo, las cajas se convierten en una especie de caparazón,

produciéndose desplazamientos. Si el adulto participa en este juego, puede ser agredido

y permitir la liberación, sin culpabilidad, de las pulsiones agresivas, ya que no los

vemos y estamos protegidos de los golpes reales.

Una vez que hayan sido rotas y aplastadas las utilizan para saltar sobre ellas y jugar

a caerse o deslizarse con gran júbilo.

A veces las dificultades para la simbolización y la falta de herramientas para

controlar su emoción y darse cuenta de que es una ficción, los niños y niñas con

necesidades de tipo cognitivo se quedan atrapados en este material, pasivos y protegidos

del grupo. En este sentido, puede ser fundamental la mediación del adulto para ayudar al

niño a darle sentido a su ocupación del espacio, para ayudarle a compartirlo con los

otros realizando invitaciones y llamadas de atención al grupo sobre lo que allí sucede, o

realizando él mismo diferentes juegos para observar cual puede responder a los intereses

del niño. Otras veces, también es interesante poner los límites entre fantasía y juego,

impidiendo que el niño se angustie o se exceda en sus acciones por la emoción que se

produce.

Las cuerdas que podemos atar a diferentes alturas para facilitar la trepa y las

suspensiones. En algunos despiertan deseos agresivos de dominación, rodear, atar,

inmovilizar al otro. Otros, más sutilmente, las utilizan para domesticar y sacar de paseo

al perro.

Las cuerdas sirven de unión a distancia, de “cordón umbilical”, de mediador de

contacto. Nos sirven para tirar de los niños, haciéndoles deslizar por el suelo y

facilitando el oponerse al adulto, midiendo sus fuerzas, agrupándose para tirar del otro

extremo, aunque hay quién se identifica poniéndose de nuestro lado.

Cuando hay necesidades cognitivas, es importante utilizar las cuerdas para ampliar

las relaciones, ayudando al niño a cambiar de rol. A veces basta con decirlo, mientras

que en otras ocasiones el adulto tiene que utilizar su cuerpo y sus gestos para inducir

diferentes personajes y ayudar al niño a no quedar atrapada en un rol (generalmente de

dominado).

Los aros que pueden hacer rodar o girar. Son espacios cerrados en los que puede

incluirse el cuerpo para saltar, entrar y salir, no solamente en el suelo, sino también en

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el espacio de tres dimensiones. Sucede en ocasiones que ciertos niños encogen su

cuerpo en posición fetal dentro del aro.

Son objetos que sirven para cazar al otro, sea adulto o niño. Esa “captura”,

particularmente la del adulto, tiene una tonalidad diferente de acuerdo con la

problemática del niño; puede ser agresiva o, por el contrario, afectiva, seductora, cuando

el niño viene cuidadosamente a pasarnos el o los aros por el cuello, con una mímica de

ofrenda. Los coge después, marcando así su deseo de independencia.

Los aros, objetos duros y fácilmente manejables, se prestan bastante bien a otra

actividad agresiva, el golpear. Golpear con ellos en el suelo para hacer ruido permite un

desvío simbólico de las pulsiones agresivas, y de ahí puede nacer un ritmo, más o

menos colectivo acompañado a veces de gritos.

Ante las dificultades de simbolización que conlleva este material, hay niños o niñas

que quedan atrapados en los juegos estereotipados de bailar dentro del aro o

simplemente sostener y acumular. Es importante ayudar al niño con dificultades para la

simbolización, dotando de sentido al material y las vivencias.

El papel de periódicos, que les permite una gran vivencia corporal revolcándose en

él, permite una destrucción y desestructuración que favorece liberar las pulsiones

agresivas. También simbólicamente y en un espacio acotado es una piscina en la que

zambullirse y rodar sobre los otros.

Cuando el niño tiene dificultades para la expresión y producción gestual, corporal o

verbal, este material permite la liberación de pulsiones y facilita la confianza en sí

mismos para su afirmación frente a sus iguales y al adulto. Hemos de recurrir a la

provocación y al suelo para evitar que los niños puedan quedar encerrados en actos

simples con el papel, como romper, doblar o acumular. La falta de herramientas para

elaborar el pensamiento puede venir aparejada con la falta de vivencias corporales

satisfactorias, a veces por su ritmo lento de desarrollo y a veces por una historia de

sufrimiento, estrés y falta de aceptación.

El agua, la pintura, la harina, la tierra, etc, que sirven de pretexto para desnudar el

cuerpo y tener acceso al contacto de piel a piel, permitiendo el descubrimiento de

sensaciones corporales agradables y vivencias regresivas normalmente satisfactorias.

Hay ocasiones en que nos encontramos con personas con déficit cognitivo y que

tienen dificultades en el desarrollo del juego creativo, en estos casos tenemos que hacer

de modelo y de mediador en las relaciones entre iguales, apoyándonos en los gestos y

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en la palabra para facilitar su comprensión, aprovechando los materiales para

espacializar el juego y buscándole diferentes posibilidades de utilización.

“Se está desarrollando un juego en un pequeño grupo que ha construido un barco por el que merodean unos tiburones. Ángela no parece entender el juego y el adulto se implica en el mismo con la finalidad de mediar: Cuidado Ángela, que las colchonetas es el agua y puede venir el tiburón. Nosotros estamos en el barco, Ruymán pregúntale si quiere subir... ¿Necesita ayuda señorita? (pregunta el adulto). Ángela camina por las colchonetas pero no integra en el juego de persecuciones con entradas y salidas al barco huyendo del tiburón de turno. El adulto verbaliza: Ángela mira a Oscar, es un tiburón, corre que te coge, ven, sube al barco... Ruymán ayúdale. Este se lanza al mar y escenificamos el rescate hasta conseguir que Ángela suba al barco. El juego lo han ido desarrollando los niños, facilitándole nosotros los materiales y mediando en las relaciones para procurar la integración de la niña en grupo y facilitar la comprensión de este juego tan elaborado

Estas escenas, y otras muchas que se dan en la sala de psicomotricidad, pueden

luego pasar a representarse sin ningún tipo de material, cuando realmente el niño accede

a una mayor capacidad creativa.

• Las representaciones

En el desarrollo de las sesiones de psicomotricidad también hay un momento para la

representación, facilitando materiales con los cuales las niñas y niños acceden al placer

de pensar (Aucouturier4 1993), tomando distancia de la vivencia y favoreciendo el

acceso al pensamiento operatorio. Las niñas y niños representan por medio de los

materiales el movimiento, las emociones, creando construcciones en el espacio y

utilizando los parámetros reales de los objetos como tamaños, volúmenes, y conceptos

como la cantidad, la simetría, la igualdad, etc. Los materiales que se utilizan para la

introducción y desarrollo de este momento han sido los bloques de encaje tipo legos, las

maderas de distintas formas, tamaños y colores y material para dibujar, moldear o

pintar.

A través de la utilización de los diferentes materiales, en este segundo momento de

la sesión, se ponen de manifiesto sus destrezas grafomotoras, sus habilidades

manipulativas y su capacidad creativa, favoreciendo las representaciones mentales que

son resultado de toda la movilización del imaginario que se ha producido a través del

trabajo anterior por la vía del cuerpo y de las emociones (Arnaiz et alt. 2001). Además,

nos permite observar su mundo afectivo, que se refleja en la persistencia o el abandono

de la tarea, en los múltiples detalles o en la simpleza, en la representación compartida o

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aislada, en los acuerdos o desacuerdos, en el reto o la conformidad, en la autonomía o la

dependencia, etc...

Estas producciones son un reflejo de la globalidad del niño que lo sitúan en una

dinámica de evolución que podemos analizar utilizando parámetros específicos para

cada material, sin olvidar que son elementos que tienen que ver con la estructuración de

la propia imagen del cuerpo, y en ellos aparecen indicios que tienen que ver con la

historia afectiva y profunda de los niños y niñas (Casso et alt, 2001).

En la práctica educativa con niños y niñas de infantil y primero de primaria (3 a 7

años) se puede observar la evolución de las representaciones en función de la edad y/o

competencias. Ofrecernos el material para que el niño o la niña exprese lo que desea,

aunque sugerimos que traten de reflejar lo vivido durante la sesión

Si nos detenemos a analizar la evolución de las representaciones mediante el dibujo,

nos encontramos inicialmente con garabatos indiscriminados y aparece el impulso de

descarga con el punteado, sobre todo cuando ofrecemos rotuladores gruesos, para ir

derivando hacia el garabato circular y el trazo circular, con mayor precisión, que puede

ser cerrado, abierto o con aristas. El avance en las habilidades grafomotoras se refleja en

la aparición de otras formas geométricas, que a veces son identificadas como elementos

de la sala, y poco a poco aparece el dibujo de la figura humana que se irá haciendo cada

vez más completo, añadiendo los diferentes componentes y segmentos corporales.

Primero dibuja la cabeza con los ojos o la boca, después el “renacuajo”, cabeza y alguna

extremidad, hasta llegar a la representación de sí mismo. Estas imágenes en un primer

momento son estáticas y luego en movimiento, describiendo incluso la trayectoria de

algunos objetos y la representación de escenas, con diferentes personas y objetos,

vividas previamente.

El dibujo libre, al final de la sesión, supone una toma de distancia de la vivencia

(mientras jugaba, era superman, ahora es él o ella que jugaba a ser superman) y se

convierte en una forma de expresión de la globalidad del niño, reflejando sus

habilidades motrices (grafomotoras), sus posibilidades creativas y de representación

simbólica, así como su mundo más interno que se manifiesta por aquello que ha sido

más significativo, teniendo en cuenta los tamaños, colores, la presencia o ausencia de

las personas del grupo, etc.

Cuando trabajamos con niños y niñas que presentan dificultades para la

grafomotricidad y la representación, es importante situarnos en su momento madurativo

para saber interpretar sus competencias grafomotoras y el tipo de ayuda necesaria. Ante

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las dificultades para representar, a veces es conveniente insistir más en el significado del

acto de dibujar, modelar o construir, que en el propio acto en sí, pudiendo el adulto

realizar la representación de lo hecho por el niño y pidiéndole detalles de lo sucedido,

de forma que haya comprensión y reconocimiento de cómo sus vivencias y

pensamientos pueden ser plasmados en una representación gráfica.

“Hoy voy a hacer un dibujo de lo que jugué con Claudia. Esta es la mesa y aquí teníamos la comida. ¿Qué comimos? le pregunto a Claudia. Ella, encantada mirando el dibujo, me dice helados y galletas. Yo continúo dibujando... aquí estaba Claudia. Me va diciendo las partes del cuerpo que faltan por dibujar; teniendo conciencia de todos los elementos, aunque su representación de la figura humana es de monigote sencillo. Al terminar me dice: falta Fina y Getzabel. Yo le pregunto que donde quiere que las coloquemos “.

Por otra parte, si analizamos las construcciones (maderas de diferentes tamaños,

colores y formas, así como bloques de cartón), vemos que inicialmente no hay un

proyecto definido y se limitan a juegos presimbólicos de vaciar y llenar, juntar y

dispersar, pero, una vez que las han manipulado, rápidamente, buscan el equilibrio,

apilan las piezas buscando la verticalidad en un afán de ganar altura (quieren crecer) y a

continuación aparece la simetría. El proceso continúa con la capacidad de planificar

proyectos más elaborados como son los alineamientos y las construcciones compactas,

abiertas, cerradas, o con recovecos (casa con habitaciones). También aquí se ponen de

manifiesto sus habilidades manipulativas y perceptivas, así como su capacidad de

planificación, de ajuste a la realidad, de persistencia en la tarea, del lugar en que se sitúa

en relación a la construcción, etc...

Ante las dificultades visoespaciales, podemos realizar, conjuntamente con el niño, la

construcción para que aprenda como conseguir equilibrio, compara los tamaños, utilizar

los diferentes planos para crear espacios. También podemos hacer preguntas sobre

aspectos que podría tener la construcción, de forma que ésta vaya ganando complejidad.

“Claudia y yo nos sentamos juntas para jugar con las maderas. ¿Qué quieres hacer hoy? Le pregunto. Una casa, dice ella, y comienza a apilar. Yo coloco al lado cuatro maderas intentando hacer un cuadrado. Esta es la cocina, ¿te parece? Ella continúa cerrando todo el espacio. Entonces, cuando ha creado el espacio cerrado le pregunto, ¿tiene puerta para entrar en la cocina? Ella coloca otra madera al lado y yo finjo que abre y cierra”.

Por último, si analizamos las representaciones con material que permite moldear

(barro o plastilina) al principio vemos que es pura manipulación y, tras amasar y golpear

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un tiempo, el resultado es una masa compacta que fraccionan en trocitos pequeños.

Muchas veces se limitan a presionar, aplastar, dejando su huella en la plastilina y poco a

poco aparecen formas alargadas (churros) a las que empiezan a poner nombres y

posteriormente se van anexionando uno o dos detalles, un churro y una bolita, u otro

trozo pegado.

La evolución les lleva a la representación de la figura humana que al igual que

ocurría con el dibujo, se va enriqueciendo con los diferentes elementos corporales,

diferenciando primeramente entre la cabeza y el cuerpo y luego añade los diferentes

componentes de la cara, empleando incluso diferentes colores y aparece el intento de

verticalidad. El modelado de la figura evoluciona hacia la ejecución de las diferentes

partes del cuerpo por separado para unirlas y, hacia el final de la etapa que analizamos,

aparecen escenas con diferentes y personas con gran colorido.

Cuando hay necesidades de tipo cognitivo, el adulto puede ayudar ofreciendo parte

del monigote realizado para que el niño vaya colocando los detalles que quiera. De

nuevo lo interesante para nosotros es que el niño se de cuenta de las posibilidades que

tiene de usar el material para crear algo, más que centrarnos en sus limitaciones a la

hora de manipular.

A continuación, a modo de resumen, se muestra la evolución con los diferentes

materiales que utilizamos para la representación en el siguiente cuadro.

DIBUJO CONSTRUCCIONES PLASTILINA

INDICIOS Garabatos indiscriminados. Descarga/Punteado Garabatos circulares abiertos/cerrados.

Vaciar/llenar. Juntar/dispersar. Golpear/chocar.

Masa compacta. Troceado. Huellas en la plastilina. Churros. Bolas.

ESTRUCTURA-CIÓN

Trazos abiertos. Con aristas. Cerrados. Formas geométricas. Mandalas. Cabeza con ojos y boca. Renacuajo. Figura humana.

Equilibtio/verticalidad. Series sobre el suelo, Contrastes/simetría.

Diferencia cabeza/cuerpo. Componentes de la cara. Intenta verticalidad.

PARTICULARI-DAD

Imágenes esláticas. Transparencias. Imágenes en movimiento

Construcciones compactas, Construcciones abiertas y cerradas, Espacios con separaciones internas. Estructuras complejas: volúmenes y planos.

Cabeza, cuerpo y extremidades. Escenas con diferentes objetos o personas.

Cuadro 5. Evolución de las representaciones.

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Unidad didáctica 3.

INTERVENCIÓN PSICOMOTRIZ EN LAS NECESIDADES SOCIOAFECTIVAS.

La sala de psicomotricidad es un lugar privilegiado para observar la expresividad

psicomotriz del niño o la niña que pone de manifiesto su forma de ser y estar en el

mundo. La observación se convierte en la herramienta básica del psicomotricista para

evaluar y planificar su intervención, observación que tiene en cuenta unos parámetros

generales (Arnaiz et alt, 2001) pero que debe ajustarse a la calidad de cada niño o niña.

A través de la observación de esos parámetros, centrándonos en el ámbito

socioafectivo, podemos valorar como se desenvuelve el niño en el espacio, qué

seguridad muestra, como son sus relaciones, cual es su nivel de aceptación de las

normas, su capacidad para aceptar la frustración, si pone de manifiesto las emociones y

de forma ajustada a las situaciones, en definitiva, cómo se siente en la sala.

En la sala de psicomotricidad, a través de la expresividad del niño o la niña,

podemos detectar las necesidades educativas que requieren un apoyo específico para

facilitar el desarrollo de las competencias socioafectivas y, en función de la

categorización que hallamos realizado, nos permite desarrollar nuestro proyecto de

intervención que, en líneas generales, abarcaría los aspectos que desarrollamos a

continuación.

1. Inhibición-desinhibición.

Habitualmente los niños y niñas llegan contentos a la sala, hay algunos que desde el

primer día que asisten se manifiestan muy desinhibidos, entran con seguridad y

exploran el espacio y los materiales, llegando incluso a necesitar que los paremos para

poder empezar la sesión. Hay otros muy inhibidos, que no quieren entrar, se ocultan,

necesitan entrar con su madre, no quieren participar. Probablemente todos aceptamos

que el niño nos está diciendo que necesita más tiempo para sentirse seguro en ese

espacio, por lo que en ocasiones se precisa de una o varias sesiones para pasar de la

inhibición a la integración en el juego con los demás.

“Jorge no quiere entrar en la sala, se esconde detrás de su madre, asoma la cabeza y si lo miramos se vuelve a esconder, no quiere que juguemos con él, nos rechaza. Lo invitamos a entrar con su madre y lo hace cogido de la mano y con la cabeza gacha. Se sienta en el banco muy pegado a su madre, se niega a quitarse los zapatos y a sentarse en la alfombra con los demás para hablar. Empezamos la sesión y Jorge no juega pese a que lo invitamos

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varias veces, permanece sentado y en contacto con su madre, a veces la coge de la mano cuando hacemos alguna propuesta. Al finalizar la sesión le invitamos a sentarse con nosotros para participar en la verbalización de lo que hemos jugado y escuchar un cuento que leemos, pero no quiere, aunque se pone de pie junto al banco donde ha estado sentado. En la siguiente sesión lo recibimos con alegría, sigue cogido a la mano de su madre pero ya no se esconde tanto y remolonea cuando intentamos un acercamiento con cosquillas suaves. Pasa y se sienta con su madre, lo invitamos a que se siente con el resto del grupo y lo hace, aunque no habla ni se quita los zapatos. Empezamos la sesión y al principio no juega, permanece de pie sobre la alfombra, observando el juego de los demás, cercano al banco donde está sentada su madre. Tras varias invitaciones por parte del psicomotricista y su madre, se quita los zapatos y lentamente se dirige a la zona de juego. Explora muy tímidamente el espacio sensoriomotor y en ocasiones mira a su madre, nosotros lo reforzamos con la mirada y con la palabra animándolo a participar Ya ha dado el paso”.

En esta escena vemos que la situación se ha superado siendo pacientes y esperando

un tiempo prudente para que el niño se integre, pero en ocasiones el niño o la niña

requieren de un apoyo más específico por parte del psicomotricista. Las estrategias

fundamentales que utilizamos consisten en invitar a participar a través de los

mediadores corporales: la mirada, la voz o el gesto; o la provocación mediante los

materiales. El empleo de un recurso u otro va a depender de las circunstancias de cada

niño o niña.

“Laura permanece arrimada a la pared en un lateral de la sala, furtivamente observa el juego de sus compañeros y compañeras pero no participa. Esperamos un tiempo prudencial y le lanzo una pelota que llega a sus pies, me mira y le invito con un gesto a que me la devuelva (puedo insistir si no me mira a la primera), al hacerlo me ofrece la posibilidad de volver a tirársela, pero esta vez procuro que no le llegue tan cerca, teniendo que desplazarse para poder cogerla, sale de su inmovilidad y en posteriores lanzamientos introduzco variaciones en las formas de tirar y acortar las distancias, luego trato de implicar a otro niño en el juego y ya somos tres. En la medida que sea una relación placentera, nos podemos ir retirando, siendo menos necesaria nuestra presencia para que la niña participe”.

Hay momentos en que se requiere que nos sentemos junto al niño o niña que no

participa y buscamos la complicidad mediante la implicación corporal del adulto, que

puede ir desde permanecer a su lado hasta que se crucen las miradas, o un simple

contacto que deriva en una conversación y escuchamos los que nos quieren contar, o

una situación lúdica de cosquillas y gestos.

También nos podemos encontrar con muestras de inhibición en niños y niñas al

inicio del trabajo, cuando vamos a prestar una atención individualizada, se manifiestan

muy apegados a su madre no aceptan nuestras propuestas, nos rechaza si nos acercamos,

no nos mira. En estos casos es evidente que hay que esperar, darle tiempo al niño para

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que se sienta seguro en ese espacio, su madre no se a marchar y dedicamos unos minuto

a hablar con ella, que aprovechamos para recoger información del niño, procurando

crear un clima de confianza, entrecruzando miradas, un gesto o una pregunta al niño,

que puede implicar a la madre en su respuesta y haga evidente que no somos una

amenaza, que no lo vamos a forzar y que su madre sí confía en nosotros. Pasado un

tiempo, que dependerá de la inhibición mostrada, nos ponemos a jugar y utilizamos los

materiales como mediadores para conseguir establecer la comunicación y hacerlo

participar en el juego.

Las estrategias variarán en función de la edad y las características del niño o niña.

Con los más pequeñitos suele dar resultados empezar a jugar con algunos juguetes muy

llamativos cerca de donde se encuentra, sin invadir su espacio, podemos incluso incluir

inicialmente a la madre en el juego y poco a poco vamos procurando desarrollar la

acción alejándonos y ampliando su espacio de seguridad. Nos distanciamos de su

madre, que permanece sentada en su banco, y pasamos a convertirnos en un compañero

de juegos.

En otros casos, empleamos un material que nos pueda permitir un juego desde la

distancia, él puede permanecer en su espacio y nosotros alejándonos provocamos el

juego. Sentimos que el niño antes de adentrarse en el espacio, necesita proyectarse en él

mediante los materiales, no se atreve a desplazarse por la sala pero si a lanzar una pelota

o un camión que va y viene, facilitando sus desplazamientos en el espacio con la ayuda

del adulto que pacientemente procura convertir esa situación en un juego.

“Después de hablar durante un tiempo con la madre de José, él sigue sentado junto a ella y sin querer jugar. Hemos averiguado que le gustan los coches y los camiones. Me pongo a jugar con un camión grande por todo el espacio y a continuación lo hago rodar en dirección a José y, pasados unos instantes de indecisión, lo coge y se vuelve a sentar con el camión entre sus manos, yo cojo otro y sigo mi juego, lentamente baja al suelo y juega cerca de su madre. Desde la distancia le envío mi camión y le pido que me lo devuelva, repetimos la acción varias veces y me voy acercando y alejando. Cuando observo que se muestra confiado propongo desarrollar el juego en otro lugar de la sala y permanece observando pero sin aceptar la propuesta, me desplazo hacia las colchonetas y hago rodar mi camión por un plano inclinado varias veces, lentamente se dirige hacia donde estoy e imita mi juego. Yo derivo el juego hacia otras secuencias que va aceptando y procuro que vaya adquiriendo protagonismo para que sea él quien haga las propuestas”.

En esta situación, el material se ha utilizado para conseguir la comunicación con el

niño y como favorecedor de los desplazamientos en el espacio. Cualquier material que

le pueda interesar al niño puede ser útil para sentirse seguro, siempre que respetemos la

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distancia que marca inicialmente, es el objeto como prolongación simbólica de nuestro

cuerpo quien lo acerca al cuerpo real que le invita a jugar procurando no invadir su

espacio. En este proceso el niño decide cuando ampliar su espacio de seguridad y

cuando abandonar el objeto. Llegar a compartirlo implica salir de la inhibición y

abandonarlo afirmarse, ganar seguridad para aceptar y realizar otras propuestas.

2. Agresividad.

Las conductas agresivas, junto con aquellas que tienen contenido sexual, son las

más culpabilizadas, no toleradas por el adulto. La agresividad es una forma más de

decirse el niño o la niña, de expresar su manera de ser y de relacionarse y como tal debe

ser aceptada. En la sala de psicomotricidad existe la norma de no hacerle daño al otro y

ese es justo el límite para nuestra intervención, muchas veces nos precipitamos cuando

vemos que dos niños están enfrascados en una pelea y al acercarnos alarmados nos

dicen que están jugando, momento en que el educador debería cuestionarse si no se ha

permitido vivir el placer de la descarga de tensiones que supone jugar a la lucha con un

compañero y el posterior reencuentro afectivo, y eso le impide aceptar que los niños y

niñas jueguen de una manera que él interpreta como agresiva.

Es necesario indagar en los motivos de esta conducta agresiva para poder dar una

respuesta ajustada. Hay niños y niñas con una excesiva pulsionalidad contenida que

necesitan descargar y, cuando lo hacen, no tienen conciencia de los límites y muestran

dificultades para encausarla hacia una situación de juego, pero hay otros y otras que

tienen falta de recursos comunicativos y acuden a la agresividad como forma de

conseguir llamar la atención. Aucouturier plantea que “La agresión es para el niño el

medio de significarnos su rechazo, tiene el sentido de una llamada para ser oído,

escuchado, reconocido, amado, para obtener un mejor ser y estar existencial, en el

fondo, se trata de una llamada a la comunicación” (Aucouturier 1985, 1996). Esta

interpretación de la agresividad como una demanda de comunicación, también es

asumida por otros autores coma Carr (1986) en su trabajo con personas con graves

trastornos en esta área, lo que nos lleva a cuestionarnos nuestra intervención ante tales

conductas, procurando no caer en la respuesta más habitual de represión, impidiendo

que se ponga de manifiesto.

La agresividad puede ser oral, gestual, física, en contacto directo con el otro o hacia

sí mismo (autolesiones). En la sala de psicomotricidad se ponen de manifiesto todas

ellas y el papel del adulto consiste en permitirlas, encausándolas hacia una situación de

juego que posibilite descargar las tensiones, tratando de que el niño se sienta aceptado

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como es y entienda que existen otras formas alternativas de comunicación frente a la

agresividad.

Evidentemente hay situaciones en que el niño o la niña controla su impulsividad y

pasa de lo simbólico (juego) a lo real (hace daño) y aquí, si no existe capacidad de

autorregulación, interviene el adulto para recordar la norma, exigir que se cumpla y

propiciar un tiempo, en una zona de la sala que no interfiera el juego de los demás, para

que los implicados resuelvan su conflicto y lleguen acuerdo sobre su forma de jugar.

Las estrategias para encauzar la agresividad pueden ser variadas como las

situaciones en las que se produce y habrá que diferenciar la intervención en función de

que se manifieste hacia otros compañeros, el adulto o a sí mismo.

Cuando la conducta agresiva es entre compañeros, podemos proponer una mayor

gestualización y enlentecimiento de los movimientos (como en las películas); podemos

espacializarla, proponiendo un lugar (una alfombra, una colchoneta, un espacio

delimitado por cuerdas o cojines,…) y unas normas (pelear agarrados, no salirse del

espacio, …) que vigilaremos que cumplan con nuestra presencia podemos dirigirla hacia

un material (los cojines, cajas de cartón,…) que pueden tirar, romper, incluyendo si

fuera preciso el grito; o podemos implicarnos corporalmente en su juego, agarrando,

presionando, rodando por el suelo en una lucha simbólica donde el cuerpo del adulto

pone límites de contención hasta acabar rendidos.

A veces, es importante que el adulto recuerde que la agresividad en la sala está

permitida, si no hay daño, y que el límite lo pone cada persona, no entrando en la

relación agresiva si no se hace necesario, pues es una forma de que los niños y niñas

contrasten sus fuerzas y se sitúen ante el grupo.

Si las conductas agresivas se manifiestan hacia el adulto, debemos entender que no

se agrede a nuestra persona sino a lo que nosotros representamos. Lapierre (1982)

plantea que se es agredido por ser “el adulto”, símbolo de poder, de autoridad y de

frustración del deseo del niño. Habitualmente representamos algo amenazador, un

personaje “malo” que tienen que matar, encontrándonos con algunos niños o niñas que

se permiten expresarlo abiertamente en su juego cuerpo a cuerpo y manifestando su

júbilo al conseguir vencer al adulto, mientras que otros no son capaces de oponerse

abiertamente y atacan por la espalda, o nos tapan nuestra cara para que no los veamos, o

aprovechan que otros nos han matado para venir a rematarnos y salir corriendo. Nuestra

estrategia pasa por entrar en su juego, poniendo nuestro cuerpo a su disposición para ser

agredido sin permitir que nos haga daño, ya que algunos incapaces de controlar sus

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pulsiones agresivas llegan a morder, arañar, golpear con fuerza y requiere que le

recordemos que estamos jugando, teatralizando nuestra intervención para facilitar el

paso a la dimensión simbólica que le permite cumplir su deseo de oposición y

supremacía frente al adulto, reconocemos su fuerza, su poder y caemos rendidos,

permitiendo desacralizar nuestro cuerpo y favoreciendo su autonomía, al conseguir

dominar lo que le atemorizaba. Para que pueda haber una comunicación fluida e

independencia con respecto al adulto, es necesario que los niños y niñas que nos viven

como una amenaza puedan simbolizar mediante el juego nuestra destrucción.

“Isaac se acerca con actitud amenazante y dice que soy un monstruo, gesticulo y gruño moviéndome lentamente por la sala, lo que provoca que algunos niños y niñas corran tomando distancia del ‘monstruo’ mientras que él decide enfrentarse y atacar, resisto y forcejeo oponiendo resistencia para luego caer herido y lamentarme, aprovecha mi debilidad para rematarme golpeando y poniéndose sobre mi cuerpo, le digo que es muy fuerte, que no puedo más, que me rindo, pero no es suficiente, me dispara con su mano en forma de pistola y me quedo inmóvil. Dice que estoy muerto y corre a comunicárselo a su profesora que también está presente en la sala. Dejo pasar un poco de tiempo antes de levantarme y dar por concluido este juego “.

Nos podemos encontrar con algunos niños o niñas que no viven bien esta situación,

normalmente aquellos con dependencia adulto en tanto que lugar de seguridad y que no

permiten la destrucción de su ídolo (Lapierre, 1982), gritan para que los otros paren su

agresión o nos dan una medicina para que nos hagamos bueno En estos casos, los

tranquilizamos, les sonreímos, le picamos el ojo, le decimos que estamos jugando y una

vez que concluimos la escena tenemos un momento para acercarnos y poner palabras, si

fuera necesario. Probablemente, con el paso del tiempo, esos niños vendrán a agredirnos

en un juego similar.

Esta forma de abordar la agresividad en gran grupo, puede que no sea la más

adecuada para dar respuesta a las demandas de algunos niños o niñas que tienen

mayores dificultades para controlar su impulsividad o aquellos que manifiestan

conductas agresivas por falta de estrategias comunicativas.

Antes las dificultades para controlar su impulsividad, quizás nos deberíamos

plantear un trabajo en pequeño grupo (5 o 6 niños/as) o individual si lo consideramos

necesario, ya que nos permitiría estar más disponibles para responder a las demandas de

unos niños que requieren mucha implicación, sobre todo corporal, y en el que nuestro

rol se caracterizaría por aceptar al niño como es, procurando conectar con su forma de

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comunicarse y sus intereses (escucha empática), reconociéndolo en todo momento;

favorecer la descarga de tensiones a través del movimiento y la utilización del material,

interviniendo en su juego si fuera preciso (compañero simbólico); y ofreciéndole un

espacio en el que se pueda mover con seguridad y jugar a lo que se le apetezca, con la

condición de respetar las normas de funcionamiento que hemos acordado para ese

espacio (ley aseguradora).

La sala de psicomotricidad es un espacio que se le ofrece al niño o a la niña para que

pueda descargar su pulsionalidad sin culpabilidad. No podemos pretender que una

persona con dificultades para regular su tono muscular elevado se relacione con

suavidad, si no le permitirnos disminuir esa tensión mediante la actividad.

Entre los casos de niños o niñas que recurren a la agresividad por falta de estrategias

comunicativas nos podemos encontrar desde los que la utilizan como forma de iniciar

una relación o aquellos que lo hacen para conseguir algo que está fuera de su alcance, o

se le niega. Carr (1996) nos propone que hagamos un análisis funcional de estas

conductas para averiguar cuando y por qué se producen, de manera que nos permita

anticiparnos a las situaciones que generan agresividad, facilitando otras estrategias,

otras formas de solicitar la atención más ajustadas a las circunstancias. Cuando la

agresión se centra en el adulto, para llamar su atención, tenemos que responder a esa

llamada con nuestra disponibilidad corporal y tratando de modelar su conducta,

comprendiendo el sentido de la agresión como una necesidad de contención, frustración,

afirmación, independencia, en función de la historia personal de relación y apego que

haya tenido cada niño.

Para cuando se recurre a la autolesión como forma de llamar la atención, se

recomienda la extinción (Lovaas, 1990), ignorar y no responder a ese comportamiento y

atender a su demanda cuando la hace de forma adecuada. En muchos casos esta

estrategia es válida, pero en otras el niño no controla su agresividad y se produce

lesiones, pensamos que en estos casos es necesario poner límites, impedir y contener

físicamente sin violencia para que no se haga daño, poner nuestro cuerpo a su

disposición para contenerlo y derivar hacia una modalidad de relación más pausada y

tranquila, una forma de llegar al acuerdo tónico que permite un diálogo en el que el

adulto responde al niño de forma ajustada.

3. Conductas sociales: solidaridad, tolerancia, diálogo, cooperación, compartir

En nuestra práctica cotidiana hemos observado como a pesar de que en nuestras

escuelas se hace esfuerzos por adecuar la enseñanza de contenidos a cada persona, para

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intentar que todo el alumnado progrese en su autonomía y en su “saber”, se continúa

dejando a la espontaneidad y a la buena disponibilidad de los iguales la emergencia de

conductas sociales, sin las cuales, las personas con minusvalías continúan segregadas en

los momentos “no formales”; esto es, momentos de ocio, de juego, del patio de recreo...

momentos donde se crean las relaciones de amistad, de placer... momentos tan

importantes o más, diríamos nosotros, que las famosas horas lectivas, pues de todo lo

que aprendemos nos queda la cultura académica y la personal, y es en esta última,

donde nos sentimos aceptados en un grupo de amigos y amigas, y donde desarrollamos

fundamentalmente nuestra personalidad.

La realidad de los grupos pone de manifiesto la gran diversidad que existe entre las

personas y permite observar no solo los diferentes niveles de competencia sino también

las conductas de ayuda y respeto hacia los demás. Vivir en una sociedad justa y

democrática implica que seamos tolerantes con el otro, aceptando su forma de ser,

flexibilizando nuestras conductas sociales para evitar actitudes discriminatorias.

Se hace por lo tanto necesario, que nos cuestionemos incluir en nuestro trabajo la

educación en valores, por lo que pasamos a definir algunos de ellos (la lista podría ser

interminable) y planteemos cómo pueden abordarse desde una metodología de

Educación Psicomotriz.

Tomando las palabras de la profesora Cortina (1993), por Solidaridad entendemos

la actitud personal dirigida a potenciar la trama de relaciones que une a los miembros de

una sociedad, no por afán instrumental, sino por afán de lograr con los restantes

miembros de la sociedad un entendimiento; y también, como la actitud social dirigida a

potenciar a los más débiles, habida cuenta de que es preciso intentar una igualación, si

queremos realmente que todos puedan ejercer su libertad.

La solidaridad implica generosidad, desprendimiento, espíritu de cooperación y

participación.

‘Cuando entre dos personas o más se crea una relación de encuentro, se supera la escisión entre lo mío y lo tuyo. Entonces, el dar y el recibir no hacen sino tejer la rama de la amistad” (Jalil Gibran, 1994, p.25).

La práctica psicomotriz supone un encuentro de personas diferentes que comparten

un espacio y unos materiales comunes. En esta relación, el adulto intercede para facilitar

la cooperación, para propiciar el intercambio de objetos, para hacer valer la

participación de todas las personas que integran el grupo, para fomentar las relaciones

de ayuda cuando éstas se hacen necesarias, para propiciar en definitiva, una formación

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solidaria. Esta formación nace, en primera medida, de la actitud abierta y respetuosa del

adulto que poco a poco va formando parte del grupo.

En la sala de psicomotricidad el grupo se encuentra a diario con experiencias donde

se hace necesario compartir los objetos para poder realizar juegos, escuchar y respetar al

otro para iniciar o continuar con la actividad lúdica, ayudar al otro para tener un

compañero de juegos, etc. En definitiva, ser solidario con los demás participantes del

grupo es una constante que ocurre desde que se inicia la actividad en la sala hasta que

finaliza, entendiendo que tal valor supone un enriquecimiento grupal, puesto que así

todos podemos pasarlo bien.

El término Tolerancia nace dentro de la crisis de la Reforma Protestante y sirve

para designar la actitud adoptada por algunos autores durante las guerras religiosas de

los siglos XVI y XVII con vistas a conseguir la convivencia entre católicos y

protestantes. Posteriormente, la tolerancia ha adquirido diversos matices: respeto para

ciertas doctrinas religiosas; respeto a los enunciados y prácticas políticas; flexibilidad,

apertura y respeto hacia las razones y teorías contrarias a las propias, etc.

De acuerdo con Ortega, Minués y Gil (1996b), la tolerancia se basa en la

manifestación de nuestro reconocimiento hacia la dignidad del otro, de su alteridad y

diversidad, que le viene dada por su condición de persona. Por eso, cada ser humano es

diverso en sí mismo. Es el derecho a la propia opinión, pensamiento y credo, el que

exige nuestro respeto por venir de una persona que es por su naturaleza libre y diversa.

De la tolerancia nace el pluralismo, como consecuencia de la manifestación libre de

los diferentes modos de entender el mundo y la vida, o de comportarse. Es una

valoración de las distintas actitudes, mentalidades y opciones del mundo actual y signo

de nuestra capacidad de convivencia desde posiciones vitales muy diversas.

En la sala de psicomotricidad el grupo aprende la tolerancia. El encuentro entre

personas diferentes requiere de un aprendizaje en el reconocimiento y respeto a los

demás. Cuando se inicia esta práctica con un grupo nuevo, se observa como al principio

a los niños y niñas más hábiles se les hace difícil respetar el ritmo más torpe o más lento

que pueden tener otros compañeros. Poco a poco, gracias a la mediación del adulto, se

aprende a respetar el ritmo de cada persona, se espera a que cada uno suba por las

espalderas para saltar según sus posibilidades y, siguiendo el ejemplo del adulto, se

observa y se aprende a valorar los esfuerzos que cada niño o niña hace por superarse.

Progresivamente se aprende que la expresividad motriz, el placer sensoriomotor, el tipo

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de juegos a realizar es plural y que tan valioso y divertido puede ser una manifestación

como otra.

El psicomotricista también aprende a formarse en la tolerancia. Partimos de lo que

cada persona puede ofrecer, de como es cada uno y no de como nos gustaría que fuera.

Este es un aprendizaje en el respeto que se produce día a día y que supone una atención

continua a nuestras actitudes y pensamientos. La actitud tolerante supone asimismo un

descubrimiento y trato de cada persona como diferente, aprendiendo que el tipo de

propuesta o la respuesta a una demanda, parte de la escucha individualizada,

entendiendo que cada niño y niña es un ser único e irrepetible.

El Diálogo es un coloquio o conversación entre dos o más personas. El diálogo nos

permite desvelar actitudes favorables en búsqueda del interés común y de la

cooperación social (Carreras et al. 1997).

El saber dialogar es una capacidad básica para todo ser humano. Como toda

capacitación, necesita de un aprendizaje que se consolida a partir de la escucha activa, el

uso adecuado de la palabra, la sinceridad, la comunicación espontánea y el respeto a los

demás.

Muchas veces el diálogo se ha presentado como procedimiento reservado al

ejercicio exclusivo de la inteligencia para el esclarecimiento de las ideas y opiniones de

los interlocutores. Sin embargo, el diálogo se produce, a menudo, en otros contextos

menos racionales y más vitales donde intervienen otros componentes, como el afectivo,

cuya finalidad no es, prioritariamente, el esclarecimiento de las ideas. En este sentido, y

considerando al hombre no sólo como mente sino también como cuerpo, por diálogo

entendemos cualquier acción, cualquier gesto, emoción, etc. que permita el

establecimiento de una relación, donde, como afirma Ortega, Mínguez y Gil (1996 a) se

requieren dos habilidades básicas: la empatía y el autocontrol.

La práctica psicomotriz tiene como finalidad principal el establecimiento de la

comunicación, del diálogo como mediador del aprendizaje entre las personas. Este está

presente en todos los momentos de la sesión, estableciéndose rituales donde dicho

diálogo es mediado por el adulto, y situaciones espontáneas de juego, donde surge y se

estimula la comunicación entre iguales para propiciar la evolución de la actividad

lúdica. Las sesiones de psicomotricidad se inician con una rueda donde cada persona

expone sus intereses, sus proyectos de juego que son escuchados por sus compañeros y

se establecen y discuten normas para la convivencia. Al finalizar la sesión cada niño y

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niña vuelve de nuevo a ser escuchado, qué ha sido lo que más y lo que menos le ha

gustado de la sesión y resolviéndose los conflictos que hayan podido surgir.

Con el objetivo de facilitar el diálogo cuando este se presenta dificultoso para algún

niño o niña, el adulto realiza un aprendizaje basado en la escucha empática: en la

capacidad de ponernos en el lugar del otro, de intentar comprender lo que la otra

persona puede estar sintiendo en cada momento, haciendo de interlocutor para el resto

del grupo y facilitando así la comunicación.

La Cooperación, entendida como colaboración, se puede definir como la acción que

se realiza conjuntamente con otra persona para conseguir un mismo fin. La adquisición

de este valor supone una aproximación relacional a las metas, una autoridad compartida

y una reciprocidad en los acuerdos. En el trabajo colaborativo es necesario considerar

las valoraciones y perspectivas de todos los participantes como parte de la evolución del

proceso.

Educar en la cooperación supone fomentar la comunicación y la coordinación entre

las personas del grupo, destacar la necesidad que tenemos los demás y concienciamos

de que, las diferencias que existen entre las personas, no son una dificultad para que se

produzca una buena convivencia (Carreras et al., 1997).

En la sala de psicomotricidad el adulto hace de mediador para facilitar la

cooperación entre iguales, recreando aquellas situaciones en las que se hace necesaria la

participación de varios o la ayuda mutua para la consecución del juego. Es papel del

psicomotricista colaborar con el grupo para la consecución de determinados juegos, ya

sean sensoriomotores, simbólicos o representacionales. Poco a poco esta colaboración

va dejando de ser tan inmediata, distanciándose respecto a la actividad, pero incidiendo

desde fuera del juego para que se produzca una participación de todos los miembros del

grupo.

El Compartir lleva implícito el valor de dar y el de recibir aceptar o acoger lo que

el otro me ofrece.

“Al compartir se produce una ruptura con el egoísmo a aquel que se cree autosuficiente y despóticamente poseído de riquezas diversas que siempre puede dar, pero que no necesita nunca nada de los demás. También se produce ruptura con la subestima de aquel que piensa que no tiene nada que dar u ofrecer”. (Carreras et al. 1997, p. 255.)

En una sociedad inmersa en el consumo y hechizada por el afán de poseer cada vez

más, es función de la educación preparar a las personas de manera que sean generosas y

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desarrollar experiencias, en las cuales el alumnado aprenda a compartir la información,

los objetos, los espacios y demás materiales (Sánchez Blanco, 1997).

La sala de psicomotricidad es un lugar en el que el juego se vuelve colectivo y el

intercambio de objetos necesario. En la actividad sensoriomotora el grupo aprende a

compartir el espacio de los saltos, de las trepas, realizándose turnos en su utilización. En

los juegos simbólicos las casas hechas de cojines se comparten, las comiditas y los

calderitos se intercambian. En la actividad representacional se realizan construcciones

comunitarias o dibujos en un gran mural donde se recoge de manera conjunta la

aportación de cada uno.

Al igual que el resto de los valores, el compartir se aprende de manera progresiva en

la sala de psicomotricidad gracias a la mediación del adulto, a la disposición que éste

realiza de los materiales y a las propuestas de juego utilizadas.

Los turnos en los juegos infantiles, la costumbre de dividir alimentos y golosinas y

el compartir juguetes son los mejores ejemplos “sui generis” de la moralidad infantil.

El compartir es una práctica habitual en la vida de todos los niños en cuanto

comienzan a relacionarse con otros niños y niñas. Aunque ya desde la familia se anima

al niño a compartir, no es razón suficiente para que lo hagan. Las observaciones han

mostrado que los primeros encuentros con iguales están centrados casi invariablemente

en un objeto, y los niños y niñas descubren que compartir el mismo juguete puede ser

más interesante y agradable que el juego en solitario. Sin embargo, no siempre el

compartir es fuente de placer, algunas veces, es incluso motivo de conflictos serios entre

ellos. En la primera infancia el compartir es irregular, inconstante y dirigido a la

satisfacción de necesidades propias más que ajenas.

La sala de psicomotricidad se presenta como un espacio que privilegia el encuentro

con los otros y con los objetos, propiciando que el niño se encuentre con experiencias y

conflictos sobre el compartir, de modo que progresivamente va adquiriendo dicho

concepto como sinónimo de justicia e igualdad.

4. Autoestima

Todas las personas necesitamos sentirnos reconocidos, aceptados, queridos, para

tener una estabilidad afectiva-emocional que nos ayude a crecer y ser felices. En los

primeros años de la vida, la imagen que uno tiene de sí mismo va a depender de las

experiencias propias pero también de las opiniones que los demás tengan de nosotros.

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En la sala de psicomotricidad no existen juicios de valor, es un lugar en el que el

niño se expresa tal como es y se siente reconocido por el adulto que le devuelve con la

mirada, la voz, o su actitud corporal, una imagen positiva de sí mismo. El adulto es el

espejo en el que el niño se mira y se reasegura.

La organización del espacio en psicomotricidad debe permitir que cada uno actúe en

función de sus competencias, por lo que no todos los niños tienen que hacer las mismas

actividades y al mismo tiempo, sino que por el contrario es una situación de juego libre

en el que cada uno se inscribe en función de sus posibilidades y donde se encuentra a un

adulto que le reconoce y le presta la ayuda necesaria para seguir avanzando en su

desarrollo.

Es difícil escapar del modelo deficitario que aún persiste en el ámbito educativo, se

insiste en que el trabajo se centre en aquellas cosas que el niño o la niña no sabe hacer

para que aprenda, pese a que el planteamiento teórico consiste en olvidarnos del déficit

y partir de lo que sabe hacer, para que con las ayudas precisas pueda, aprender, lo que

supone desarrollar un modelo competencial que entiende que cada niño es capaz de

aprender, de desarrollarse si se le ofrece la confianza y las experiencias necesarias que

satisfagan su necesidad de reconocimiento y afirmación. Es un planteamiento de la

persona como ser en evolución, con intención de crecer a lo largo de toda la vida.

Las personas no pueden mejorar su autoestima si siempre les estamos recordando lo

que no saben hacer sino que, por el contrario, mejoran cuando se valoran sus

competencias y se les anima a continuar con nuestra ayuda. Se trata de poner los

andamios (Bruner,. 1988) para que pueda avanzar en la zona de desarrollo próximo

(Vigotsky, 1962).

5. Aceptación de normas

Las relaciones sociales están reguladas por una serie de normas que los individuos

debemos respetar, es así que sabemos como debemos comportarnos en diferentes

espacios y situaciones. La sala de psicomotricidad también tiene sus normas, planteadas

no de forma arbitraria e impuesta por el adulto, sino acordadas por el grupo y que el

adulto debe hacer respetar. La sala de psicomotricidad es un espacio de libertad, pero

eso no implica la ausencia de normas, se trata de que sean las mínimas para no coartar la

libre expresión, pero debe haber un marco claro para que los niños y niñas conozcan los

límites y se autorregulen, por eso al inicio de cada sesión recordamos entre todos lo que

no se puede hacer.

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Ocurre que hay niños o niñas que tienen dificultades para respetar las normas.

Tenemos que diferenciar cuando el incumplimiento es una provocación para llamar la

atención y cuando es una incapacidad para autorregular su comportamiento. En el

primer caso, se trata de escuchar lo que nos quieren decir para responder de forma

ajustada a su deseo de ser atendido, yen el segundo caso para ayudar a que tome

conciencia de la necesidad de respetar las normas acordadas de mutuo acuerdo por el

grupo.

La ayuda, evidentemente, no consiste en reprimir, sino en recordar, lo más

discretamente posible, lo que no se puede hacer, para que el niño por sí solo tome

conciencia de que no está cumpliendo lo acordado por el grupo y la necesidad de

ajustarse a las normas para poder seguir jugando.

En ocasiones basta con una mirada o un gesto para recordar el incumplimiento, pero

otras veces se necesita que nos acerquemos y le digamos al oído lo que previamente

hemos acordado, evitando, en la medida de lo posible, las llamadas de atención en voz

alta que culpabilizan frente al resto del grupo. Si estas estrategias no fueran suficientes

para la autorregulación, el niño debe permanecer un tiempo fuera del juego para que

piense sobre su conducta y busque alternativas que le permitan seguir jugando.

Como ante cualquier otra acción de la sala, la dificultad o no para cumplir las

normas debe analizarse en función de las características del niño. Para unos será un

hecho beneficioso de afirmación y oposición frente al adulto, para otros será un exceso

de omnipotencia, para algunos un reflejo de su falta de estructuración ante diferentes

sensaciones, por lo que el adulto deberá utilizar diferentes modos de acercamiento ante

la no aceptación de normas.

6. Conductas estereotipadas

Es posible que en el trabajo con niños o niñas con necesidades educativas especiales

nos encontremos con estereotipias gestuales, de movimiento, verbales o en la utilización

del material. Debemos ser pacientes y respetuosos, y dependiendo del momento no

prestarle atención. Frente a determinadas situaciones de sobreestimulación es normal la

presentación de conductas estereotipadas que desaparecen una vez retirado el estímulo o

finalizado el momento que produce la excitación.

Las conductas estereotipadas resultan preocupantes cuando son autoestimuladoras y

aíslan al individuo de su entorno, generando en muchos momentos rechazo ante el

contacto corporal o la propuesta de un nuevo material.

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Según Aucouturier (1985), la estrategia para ayudar al niño salir de sus estereotipias

gestuales debe desarrollarse siempre en un clima de seguridad, favoreciendo las

propuestas no verbales, según los siguientes principios:

• Ajuste a la producción gestual del niño.

• Introducción de rupturas en la tonicidad, mediante variaciones de la amplitud y

del “tempo” del movimiento.

• Apertura al placer sensoriomotor y a la comunicación no verbal.

Las estrategias de imitación, repitiendo con exactitud la conducta del niño, puede

frenar el movimiento repetitivo al sentirse reflejado en el otro, pero en otros casos puede

aumentar la estereotipia, crece su excitación, por lo que debemos parar y buscar otros

recursos que nos permitan un acercamiento corporal para abrirlo a la comunicación.

“Miguel Ángel se sienta y balancea de delante a atrás, me siento a su lado e inicio un balanceo en el mismo sentido, tratando de acoplarme a su ritmo, lentamente me voy acercando hasta llegar al contacto de mi brazo con el suyo y nos balanceamos acompasadamente, al momento me mira y sonríe, entonces pongo mi brazo sobre su hombro y seguimos balanceándonos, me vuelve a mirar y entonces empiezo a introducir cambios de ritmo, balanceos laterales y ligeros empujones que acaban en cosquillas y risas”.

Esta técnica de espejo, que suele conseguir la atención del niño, también la podemos

emplear frente a las estereotipias en la utilización del material, aunque nuestra estrategia

más habitual consiste en introducirnos en su acción repetitiva para transformarla en

juego.

“Jorge tumbado en el suelo arrastra el cochito una y otra vez observando sus ruedas. Nos tumbamos frente a él y, tras un breve momento de imitación de su conducta, provocamos un choque de los coches, me mira y continúa en su acción, vuelvo a imitar, añado el sonido del coche, lo que consigue que me vuelva a mirar y permite que choquemos y nos persigamos con nuestros coches momentáneamente “. “Mónica juega con el agua, que he puesto en un recipiente, en un aleteo incesante, con mucha delicadeza imito su juego situándome a su lado con otro recipiente. Al poco tiempo le salpico mojando su cara y se muestra sorprendida pero reinicia su movimiento, insisto y comienza a verter el agua fuera del recipiente, tras varias repeticiones de esta acción pasamos a jugar con el agua que ha caído en el suelo “.

En ocasiones lo que funciona es tratar de dar sentido a sus movimientos repetitivos,

como chocar las manos en un gesto de saludo frente al aleteo, o jugar al “corre que te

pillo” frente al deambular incesante, o introducir una canción frente a sus emisiones

vocálicas, etc., procurando partir de sus estereotipias que le aíslan para derivarlas a

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situaciones de interacción, haciéndonos presentes como elemento facilitador de la

comunicación.

7. Relaciones con sus iguales y con el adulto

Muchos niños y niñas presentan dificultades, por su carácter, excesivamente tímido,

o por falta de competencias, para establecer relaciones con otras personas. La estrategia

consiste en hacernos presentes en la mirada del niño, conseguir llamar su atención con

actividades o materiales motivadores, es una invitación respetuosa a jugar que tiene en

cuenta la distancia física impuesta por él y que procuramos acortar utilizando los

mediadores corporales (la voz, la mirada, el gesto) o materiales para llegar a situaciones

de juego que se vivan de forma placentera.

Juegos circulares y de anticipación, gesticulación exagerada en situaciones de

imitación/contraimitación, reforzar los contactos oculares espontáneos, la acción

compartida mediante turnos, la provocación, etc., son recursos que utiliza el adulto para

favorecer la relación con el niño, y una vez conseguida poder actuar de mediador en las

relaciones con sus iguales.

Hay ocasiones en que las relaciones entre iguales se ven dificultades debido al

diferente nivel de competencias, creándose subgrupos en los que difícilmente se

integran los niños o niñas con discapacidad, hay imitación de juegos, se comparte un

espacio, pero no se dan interacciones entre ellos

Esta situación nos lleva a buscar estrategias para posibilitar que juegos que surgen

de forma espontánea se generalicen a todo el grupo, haciendo de mediadores, de

animadores para introducir a los niños menos capacitados en estas escenas lúdicas. En

ocasiones nos vemos obligados a proponer relaciones de petición o ayuda de un niño

hacia otro, mientras se desarrolla el juego sensoriomotor o simbólico, o sugerimos

actividades por pareja o pequeño grupo para el momento de la representación,

encargando a diferentes niños o niñas la responsabilidad de repartir los materiales

necesarios, lo que propicia que necesariamente se favorezcan las relaciones.

Sin embargo, en otras ocasiones el niño o la niña establece una relación de

dependencia hacia el adulto que le resta autonomía y le entorpece la integración en el

juego con sus iguales. Analizar los motivos que tiene para buscarnos nos ayudará a dar

la respuesta más adecuada.

Hay quienes nos buscan simplemente para resolver situaciones prácticas, para los

que procuraremos desarrollar habilidades para que las resuelvan por sí solos; otros nos

demandan reconocimiento, búsqueda que desaparecerá en la medida que se vaya

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sintiendo seguro y reconocido, cuando lo reforzamos con la mirada, nos asombramos

con sus descubrimientos o compartimos su emoción; otros quieren meternos en su

juego, muchas veces repetitivo, debiendo procurar que el juego evolucione y permita la

inclusión de sus compañeros, otros nos buscan para agredimos, y otros por el contrario

manifiestan unas necesidades afectivas, que requiere nuestra disponibilidad corporal

para darle contención.

Cuando trabajamos con niños y niñas con necesidades educativas especiales es

fundamental conseguir su participación en el grupo, pues en estas relaciones entre

iguales reforja el sentimiento de identidad, como sujeto diferente pero igual al resto con

intereses similares. Nosotros esperamos que encuentren un lugar activo en el grupo, que

aprendan a defender, a compartir, a ser imprescindibles o a pedir ayuda, para que en un

futuro tengan también un lugar activo en la sociedad.

Este objetivo de participación es fundamental en nuestro trabajo pero no puede ser

excluyente del que cada persona tiene su idiosincrasia, cargada de una historia personal

que requiere, a veces, mayor atención por parte del adulto y de la posibilidad de jugar y

saber estar sólo. A veces, en pro de la integración, se perjudica la posibilidad de estar y

decirse individualmente por pretender favorecer una expresividad colectiva. Es

importante para el psicomotricista valorar y equilibrarse entre estos dos vértices de flujo

interactivo.

8. Capacidad de iniciativa

Ser autónomo, sentirse seguro, es lo que favorece la capacidad para proponer

iniciativas y no quedar relegado permanentemente en un segundo plano, siguiendo

siempre las propuestas de los demás.

Valorar sus iniciativas en el juego, por muy pobres que sean, implicándonos en

ellas, puede favorecer el sentirse reconocido, sobre todo si conseguimos que alguna de

ellas se generalicen al grupo.

Serán propicias aquellas situaciones que sean motivadoras para el niño, partiendo de

sus habilidades y respetando sus gustos e intereses, en un ambiente de seguridad física y

afectiva que le ayude a sentirse seguro para proponer cualquier cosa porque sabe que

será aceptado por el adulto. Luego mediaremos y apoyaremos para que sus iniciativas

tengan eco en el grupo y finalmente, tendrá que negociar en un plano más igualitario

con sus compañeros y compañeras el contenido de sus juegos.

La falta de iniciativa puede ser entendida como producto de diferentes

circunstancias: como dificultad para la creatividad debida a un conflicto cognitivo o

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psicoafectivo que requiere de estrategias de intervención para poder evolucionar; como

espejo de los modos de relación familiar y escolar que se han llevado con el niño,

marcados por el sentimiento de incapacidad y el entrenamiento en la repetición. Esta

última circunstancia requiere de estrategias de cambio en la interacción, dando pautas y

ayudas al niño para el éxito, a través del enriquecimiento y la creación de contextos

lúdicos variados.

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Unidad didáctica 4.

ATENCIÓN PSICOMOTRIZ A LAS NECESIDADES EDUCATIVAS ESPECIALES DERIVADAS DE LAS DIFICULTADES EN LA

COMUNICACIÓN.

Los inicios de la comunicación

Abordar las dificultades en la comunicación y las interacciones sociales no solo

implica que tratemos los problemas en relación al desarrollo del lenguaje, dimensión

básica para favorecer la participación social de las personas con handicaps, sino que

también conlleva el posibilitar otras formas más básicas de comunicación que nos

permitan acceder a las personas que por sus dificultades no han desarrollado el lenguaje

o no muestran interés en comunicarse.

La práctica psicomotriz, en la medida que favorece un escenario para la

comunicación global, ofrece un marco para la expresividad tónico-emocional, oral y

corporal; facilita las herramientas a partir de las cuales el educador puede dotar de

sentido las producciones del niño, ya sea en sentido real o simbólico. En este escenario

se crean los medios, las bases para el inicio de la comunicación. Trataremos de analizar

como son estos inicios para ajustar nuestra respuesta a las necesidades planteadas.

Desde el momento de nacer venimos dotados especialmente para sintonizar y

armonizar con las personas, lo que implica un interés prioritario por las caras y la voz

humana (Riviere, 1997). Hay numerosas investigaciones que muestran como el bebé

trata de imitar las muecas que hace el adulto (abrir la boca, sacar la lengua) o dirigen la

cabeza y se agitan cuando oyen la voz de una persona, sobre todo si habla su propio

idioma y mucho más si la voz le es conocida.

Estas investigaciones ponen de manifiesto que el bebé posee un cierto grado de

preadaptación para incorporarse a las rutinas de intercambio social, y es el adulto,

dotando de sentido e intencionalidad a la expresividad del niño, el encargado de

conseguir que se establezca la díada (adulto-niño) con instantes de sincronía entre

ambos (Beebe, 1982).

En este contexto, desde el segundo o tercer mes, se establece lo que Trevarthen

(1980) denomina como “intersubjetividad primaria” manifestando el bebé un interés

activo por las personas frente mundo de los objetos, posibilitando que surja un diálogo

tónico emocional (Wallon, 1974) caracterizado por una relación muy fusional y de

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ajuste corporal, o de respuesta contingente ante las expresiones del niño. Es por tanto,

en torno al segundo o tercer mes de vida cuando emergen las primeras reacciones

socioemocionales y comunicativas, y surge la oportunidad de compartir y coordinar

intersubjetivamente estados emocionales internos, viviendo la emoción a través de las

expresiones del otro.

Los padres y personas más cercanas al niño se convierten en especialistas para

interpretar los gestos expresivos y captan las sutilezas, siendo capaces de poner palabras

a esa forma especial de manifestarse y comentan que su hijo tiene sueño, hambre, que le

molesta algo o está contento, etc. De la capacidad de ajuste y respuesta por parte del

adulto, a las demandas y expresiones del niño, va a depender que este “diálogo” se

establezca y se desarrollen pautas más elaboradas de interacción y posteriormente de

comunicación.

Entre los cuatro y los ocho meses los bebés expresan un apego creciente a las

personas de su entorno, apareciendo competencias crecientes de anticipación y de

intencionalidad en la acción que progresivamente serán más complejas y efectivas,

como el levantar los brazos para ser cogido y hacia el final de esta etapa, denominada

por Bates (1976) fase perlocutiva, el niño empieza a interesarse por los objetos,

reduciendo de forma importante sus contactos cara a cara con el adulto, intentando

alcanzar los objetos con la mano y el brazo extendido, pero sin intercambiar la mirada

con el adulto presente, mira fijamente al objeto y parece incapaz de integrar al adulto en

esa actividad, se interesa más por las acciones que por las caras de las personas y

explora activamente los objetos (sacude, golpea, lanza).

En nuestra relación educativa, independientemente de la edad, podemos

encontrarnos con niños que están en esta fase de desarrollo, niños que parecen

“desconectados”, sin apego a personas, incapaces de establecer vínculos con personas,

sin interés por las mismas o sus acciones. Desde la práctica psicomotriz, el educador-

psicomotricista se especializa en desarrollar la escucha al otro. Esto supone aprender a

través de la experiencia de la presencia de los otros, centrarnos en su mirada, sus gestos,

sus movimientos, sus sonidos... buscando un significado a partir de los efectos y

acontecimientos que se suceden en la interacción con el espacio, los objetos y las

personas. Esta escucha es a veces difícil, quizás porque requiere un primer

planteamiento de la educación en donde no se necesita hacer nada, ni es útil un

planteamiento previo de intervención. Se parte entonces de un no hacer activo que

precisa de todos nuestros sentidos para decodificar y dar significado a las diferentes

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producciones del niño desde las cuales se irá configurando un programa de

intervención. Programa que parte del ajuste tónico, la disposición del espacio y los

objetos y la realización de propuestas adaptadas al significado ya las demandas de las

producciones del niño.

“Después de varias sesiones con Raquel, y tras conocer sus rituales de movilidad y acción en la sala, intento anticipar sus movimientos y acciones, buscando cruzarme con su mirada. Ello requiere de periodos de tiempo en los que no hago nada, solamente mirarla y esperar; intentando convertirme en el objeto más familiar de la sala. En otras ocasiones, me muevo delante de ella siguiendo su dirección y ritmo y cambiándolo repentinamente para llamar su atención. Poco apoco, a medida que avanzan las sesiones se produce una familiarización conmigo, demostrándome a través de su tono tranquilo, y sus reacciones de permanencia, su adaptación al espacio y a mi presencia; llegando a iniciar en sesiones posteriores reacciones de acercamiento “.

Así pues, partiendo de la escucha del niño o la niña, utilizaremos diferentes

estrategias para hacernos cada vez más presentes en su mundo. Partiendo de los niveles

más bajos, será necesario estar disponibles corporalmente para cuando el contacto nos

es permitido, usando los recursos que habitualmente emplea la madre, propiciando

situaciones de juego que se vivan de forma placentera, como las cosquillas, las

pedorretas, o juegos circulares que le permitan anticipar y procuren el encuentro de las

miradas, giros de manos acompañados de canciones...

“Ricardo corretea por toda la sala, sin mostrar interés por nada e ignorándome, le acompaño en su deambular y cogiéndole de la mano lo llevo hacia el lugar que he determinado para trabajar; nos tumbamos en la colchoneta y me implico en un juego de cosquillas y volteos de uno sobre el otro, poco a poco voy reduciendo la agitación y levanto su camiseta haciéndole una pedorreta en su barriga. Al principio se muestra sorprendido pero sonríe, repito la acción y busco su mirada sin encontrarla; como permanece, lo intento nuevamente y empieza a llevar sus manos hacia su barriga e intenta sujetar mi cabeza; espero alguna señal que me permita continuar, cuando separa sus manos, vuelvo a soplar fuertemente y aparece nuevamente la risa. Creo haber encontrado una situación que le permite aprender a encontrar placer en la relación con las personas, ayudándole a salir de su aislamiento”.

Una vez conseguida la empatía, podemos forzar las relaciones y exigir que haga más

explícitas sus demandas para continuar el juego, como que me tienes que mirar para

repetir la acción.

“Javier está sentado dentro del círculo de goma-espuma, me acerco y levanto su brazo que voy recorriendo lentamente hasta llegar a la axila y hacerle cosquillas, se ríe y levanta espontáneamente su brazo, por lo que repito la acción dos veces más, luego me detengo con su brazo en alto y le

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digo mírame, cuando lo hace continúo con el juego, creando así una estructura muy básica de interacción “.

A medida que el niño evoluciona en el control de su cuerpo, aparece una mayor

complejidad de la acción y de los esquemas de acción. Cuando consigue sentarse (entre

los seis y los ocho meses), gatear (ocho-diez meses), ponerse de pie y caminar (doce-

catorce meses), aumenta considerablemente sus posibilidades de exploración en el

mundo de los objetos y de las personas. Además los continuos avances en sus

habilidades de integración y coordinación viso- motora favorecen esquemas de acción

más complejos, más coordinados y elaborados y también progresivamente más

“sociales” (Martos, 2002).

Es así como, entre los ocho y los doce meses aparece la intención comunicativa, el

niño es capaz de integrar el mundo de los objetos con el mundo de las personas y por lo

tanto ya no alarga los brazos sólo cuando lo van a coger, sino que los alarga también

para que lo cojan y cuando quiere algo que está fuera de su alcance, además de señalar

busca la mirada del adulto, alternando la mirada del objeto al adulto y vocalizando en

algunas ocasiones, lo que Trevarthen (1980) denomina con el término de

“intersubjetividad secundaria”.

En este periodo denominado por Bates (1976) fase ilocutiva, las relaciones

comunicativas son triangulares: yo, tú y el objeto, y si al principio señala

exclusivamente para cambiar aspectos del mundo físico (protoimperativos) como

conseguir algo, luego señala para compartir (protodeclarativos), cuando hay algo que le

llama la atención, sin necesidad de expresar el deseo de poseerlos, como cuando alarga

su mano y mira a su madre al pasar un perro a su lado, o un coche que hace ruido. Así

pues, se desarrollan las pautas de atención conjunta y aparece la intención comunicativa

puesta de manifiesto mediante gestos protoimperativos o protodeclarativos que se

refieren a objetos presentes.

Riviere (1997) utiliza la noción de “suspensión” para explicarnos el esquema de

acción que utiliza el niño cuando quiere alcanzar un objeto deseado mediante el gesto de

señalar, siendo el contexto interpersonal el que modulará y dará sentido a las

habilidades de acción y atención conjunta y al desarrollo de gestos comunicativos.

Varias son las estrategias que podemos emplear desde la sala de psicomotricidad

para favorecer el desarrollo de los niños y niñas que están en este periodo. Ante las

dificultades de atención conjunta, tenemos que averiguar cuáles son las características

de los objetos que le interesan y proponer aquellos que sean fáciles de manipular, que

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sean muy contingentes (antecedente-consecuente), objetos que al ser manipulados

emiten un sonido, encienden una luz o se mueven, y procurar situaciones que propicien

el encuentro de las miradas (hacer pompas de jabón, soplar una vela...) o de juegos que

impliquen turnos o crear situaciones de espera programada que impliquen demanda de

ayuda.

“Sabíamos que a Ricardo le gustaban los caramelos, los poníamos dentro de una caja de plástico transparente y con tapa que él no podía abrir. Ricardo no los pedía, ni señalaba la caja, sólo miraba fugazmente y se acercaba con frecuencia hacia la zona donde estaba situada. Interpretábamos su deseo y poníamos palabra: caramelo, Ricardo quiere caramelo. Moldeábamos el gesto de señalar y le alcanzábamos la caja, esperando alguna señal de su parte para ayudarle a abrir la caja. Como estrategia para favorecer la atención conjunta, utilizamos un trompo de vivos colores al que había que presionar en un émbolo para que girase. Ricardo quedaba fascinado mirando mientras giraba y golpeaba el trompo con sus manos abiertas cuando éste se paraba, señal que interpretamos como su deseo de que continuara girando. Tan sólo había que volver a presionar el émbolo para que girase nuevamente, por lo que inicialmente ofrecíamos toda la ayuda necesaria, guiando su mano y presionando para que realizara la acción. Poco apoco vamos retirando la ayuda ya medida que se progrese se pueden ir introduciendo turnos o movimientos de imitación”.

A medida que encontramos objetos de interés para el niño, éstos son manipulados

por el educador y los otros niños y niñas, con la intención de provocar un acercamiento.

En ocasiones las pelotas, pitos, muñecos y demás objetos que interesan al niño son

manipulados por el psicomotricista en una reacción de espejo para tratar de llamar su

atención; otras veces, cuando esto no provoca comunicación, los objetos se colocan

fuera del alcance del niño, de modo que nos permita levantar su brazo para que lo toque;

esta acción supone obtener el objeto deseado y facilita que podamos ir moldeando el

gesto de señalar a medida que vamos alejando dicho objeto y preguntamos: ¿qué

quieres? Una vez que señale exigimos que además nos mire para poder satisfacer su

deseo, forzando de esta manera triangulación niño-objeto-adulto, de tal manera que

tenga que utilizarnos (reacción medios-fin), realizar algún medio de petición para

conseguirlos; cuando se ha producido un acercamiento, buscamos entonces diferentes

formas de manipulación que rompan las estereotipias y propicien una maduración en el

conocimiento de los objetos y el desarrollo de destrezas manipulativas y cognitivas.

La manipulación de los objetos por la persona adulta debe ser muy sutil y a veces

muy débil, pues en muchos niños y niñas con necesidades educativas especiales, nuestra

insistencia puede provoca un abandono de su interés o un aumento de su actividad y

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falta de atención. Se hace suficiente tocar una pelota o un muñeco alterando levemente

su acción para que el niño se percate de nuestra presencia y se despierte su interés. Nos

situamos por tanto, lejos del viejo modelo escolar de la actividad repetitiva como

metodología para propiciar el aprendizaje de las personas con necesidades educativas

especiales. Partimos de que dicho aprendizaje se produce por múltiples encuentros

significativos e interesantes para el niño más que por “actividad martilleante” que acaba

generando nuevas respuestas mecánicas y estereotipadas.

Desde los doce a los dieciocho meses ocurre otro avance importante ya que, si bien

en la etapa anterior la intención comunicativa se ponía de manifiesto con los gestos

referidos a objetos presentes, en esta etapa se pueden referir a algo no presente y surge

la palabra.

Esta etapa, descrita por Riviere (1997) supone el paso de los signos

“presentacionales”, con los que los niños realizan sus primeras intenciones

comunicativas, a los símbolos “representacionales”. Estos símbolos inicialmente

implican una relación no-convencional, no- arbitraria, con sus referentes (símbolos

enactivos) y luego utiliza otra forma de representación más convencional y arbitraria

como el lenguaje.

Los símbolos enactivos son la base del denominado “juego funcional” donde el niño

utiliza objetos o juguetes evocadores de la realidad y simula escenas que le son

familiares. Los materiales facilitadores de esta modalidad de juego son los muñecos,

calderitos, cochitos, etc... No será hasta la siguiente etapa, que va de los dieciocho a los

veinticuatro meses, cuando el niño adquiere la capacidad de dejar en suspenso las

propiedades reales de los objetos y las situaciones, lo que permite acceder al juego

simbólico y a la elaboración del lenguaje.

En este recorrido que concluimos con la aparición del lenguaje, nuestra intervención

ajustada a las posibilidades de los niños y niñas puede verse facilitada por la utilización

de los materiales adecuados, no solo en situaciones individuales sino en las de grupo

que van a favorecer las interacciones.

La interacción entre iguales

El uso de los objetos por el grupo genera en muchos niños y niñas reacciones de

interés y acercamiento, siendo un medio privilegiado para la comunicación con los

otros. Esta comunicación se inicia con el establecimiento de la mirada, la cercanía en el

espacio y a veces la manipulación paralela del material. En estas ocasiones se hace

fundamental la intervención del psicomotricista para impulsar el acercamiento cuando

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éste se queda en la simple mirada o la ocupación el espacio, así como la elaboración de

pautas de juego para facilitar una manipulación simultánea del material que permita un

juego compartido.

“Observábamos como Bárbara se interesaba por el juego de los calderitos que realizaban las otras niñas del grupo, y tras preguntarle si quería jugar, se acercaba y cogía los platos y cucharas para jugar a hacer que comía una y otra vez, no existiendo interacción entre ella y el resto de las niñas. Entonces nos acercábamos y preguntábamos que estaban cocinando, preguntando a Bárbara por el menú, estableciendo turnos en el reparto de las comidas y las tareas de poner la mesa, recoger o fregar. Tras nuestra intervención, el juego de Bárbara se enriquecía, permitiendo la interacción de las otras niñas y respondiendo a ésta realizando diferentes acciones con los objetos”.

Inspirados por los planteamientos para facilitar la integración escolar de Nicola

Cuomo (1992), buscamos en la sala de psicomotricidad estrategias desde las que

favorecer la interacción entre iguales.

Cuando la expresión se encuentra limitada, ser comprendido por los otros requiere

de una buena escucha e interpretación de las acciones del niño así como de una buena

capacidad de flexibilidad y creación por parte del educador quién debe buscar en

función de las posibilidades del niño y del grupo momentos de interacción conjunta y

estrategias para la motivación y el intercambio de significados.

La importancia de integrar al otro, de hacer conscientes a los otros de la presencia y

participación del niño con necesidades educativas especiales nos permite reflexionar

sobre la relevancia y utilidad de esta realidad, así como de la necesidad de buscar

estrategias de colaboración, participación y comunicación con estas personas. A este

efecto, es fundamental el papel que puede realizar la persona psicomotricista como

agente educador y mediador de la evolución de cada niño dentro del grupo. Para ello

pueden ser de utilidad la elaboración de rituales de entrada y finalización del juego en

los que podemos forzar la participación conjunta, pidiendo a los diferentes miembros

del grupo que guíen al niño con discapacidad hacia las actividades de juego o espacios

de la sala.

Otra forma de favorecer la participación conjunta, cuando las competencias

cognitivas y motrices son muy diferentes, puede ser buscar situaciones donde compartir

sensaciones. Situaciones en las que no es necesario utilizar el lenguaje sino que lo que

se persigue es compartir experiencias que nos permitan el reconocimiento mutuo El

juego de la sala de psicomotricidad posibilita la utilización de estas situaciones

mediante la realización de propuestas en las que se comparten los arrastres, balanceos,

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giros, suspensiones y caídas de manera grupal. A partir de estas vivencias, el adulto y

los niños y niñas podrán verbalizar como se han sentido, poniendo palabras y

compartiendo las emociones expresadas por los niños y niñas con necesidades

educativas especiales.

La práctica psicomotriz y el desarrollo de las funciones comunicativas.

Una de las formas primarias de comunicación se constituye en la mirada; la mirada

como lugar de encuentro entre dos personas que conlleva el reconocimiento mutuo de

intereses e intenciones y la posibilidad de desarrollar formas de comunicación más

elaboradas que nos permitan compartir experiencias y emociones. Esas formas de

comunicación más elaboradas se constituyen desde el componente pragmático del

lenguaje como funciones comunicativas: función instrumental, reguladora, personal,

imaginativa, representativa y heurística (Halliday, 1985; Bueno, 1990).

Generalmente, cuando nos movemos en esta área y hablamos de las necesidades

educativas especiales, se hace referencia a la pobreza y escaso uso que se hace de las

diferentes funciones comunicativas, sobre todo funciones menos directas y más

elaboradas como son la función representativa, heurística e imaginativa que suponen

una interacción verbal no tan mediada por necesidades primarias de pedir o preguntar

sobre referentes concretos y cercanos (Bueno, 1990).

La práctica psicomotriz nos ofrece un contexto rico en estímulos para desarrollar

desde las edades tempranas las diferentes funciones comunicativas, realizando una labor

de motivación y andamiaje para hacer emerger en el niño los diferentes usos

comunicativos en un grupo de iguales (Sánchez, 1995). Desde la práctica psicomotriz

pensamos que pueden reforzarse sistemáticamente funciones básicas para consolidar la

comunicación entre iguales, como son la función instrumental-reguladora; las funciones

representativa-interactiva y personal, así como la función imaginativa. Hemos realizado

una asociación de funciones afines pues pensamos que es así como éstas se ponen de

manifiesto en contextos naturales de interacción tales como la sala de psicomotricidad.

En la función instrumental, el lenguaje se utiliza para realizar acciones concretas,

demandar objetos, pedir información o acciones para que las cosas se produzcan. Es

pues un instrumento de la acción. La función reguladora, estrechamente vinculada a la

anterior, tiene como finalidad regular la conducta de los demás. Aparecen ambas cuando

el niño o la niña realiza peticiones que requieren de la intervención del otro para

satisfacerse, como la petición de objetos (pelotas, muñecos, botes, cojines...) y acciones

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(alcanzar objetos, subirme al tobogán, columpiarme, ayudarme a saltar, entrar en la

casita...).

Cuando nos encontramos en la sala de psicomotricidad con niños y niñas de pocos

años e incluso meses, tratamos de ir llamando su atención hacia nosotros, para

posteriormente y/o a la vez ir focalizando su atención hacia los diferentes objetos y

espacios que se encuentran en la sala (estructuración recíproca de Mucchielli, 1979).

Nuestro interés nos es provocar únicamente la manipulación sino tratar de desarrollar

los protoimperativos o protodeclarativos que configuran la función instrumental-

reguladora como primeros intentos comunicativos. Los espacios y objetos que se

vuelven interesantes para el niño desaparecen de su alcance, necesitando la mediación

del adulto para conseguirlos. En la medida de las posibilidades de cada niño o niña

tratamos de que los intentos comunicativos se conviertan en más evidentes, haciendo

muchas veces de traductores gestuales y orales para el resto del grupo.

“Cuando veíamos que Raquel se acercaba a los diferentes rincones de la sala y sobre todo a los otros niños o niñas, poniéndose a reír estrepitosamente o hipertónica, le explicábamos verbalmente a sus compañeros que Raquel hacía esos movimientos y sonidos porque quería jugar con ellos o con el objeto que tenían. Una vez que los niños y niñas entendían la petición de Raquel, era más frecuente que dicha petición encontrara respuesta.” “Con Bárbara solía ocurrir que permanecía detrás de cada niña y su juego, callada y mirando. Se hacía necesaria nuestra intervención para que el resto de los niños y niñas la invitaran a jugar pues ella no tenía iniciativa para compartir el espacio o los objetos que le llamaban la atención y que tenían los otros.”

La función instrumental es quizás la función más fácil de desarrollar por ser una

función básica de satisfacción personal e inmediata. No ocurre lo mismo con otras

funciones más elaboradas como la función interaccional, representativa y personal. Por

función representativa Halliday (1982) entiende el uso del lenguaje como medio para

manifestarse, expresar propuestas y transmitir mensajes. Dicho uso, cuando tiene

además la finalidad de comunicarse con los demás, se convierte en función interaccional

y personal, en la medida que se expresa algo individual o de sí mismo.

A nosotros, como educadores, nos interesa que las personas con necesidades

educativas especiales tengan recursos para comunicarse con los otros, recursos que se

basan en tener experiencias para contar a los demás, de tal manera que los otros se

percaten de nuestra existencia e incidencia en el grupo. En ocasiones, el niño o la niña

con necesidades educativas especiales no se comunica con sus iguales porque no sabe

como organizar su experiencia para contársela a los demás, no ocurriendo lo mismo con

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los adultos cercanos, pues con estos comparte el conocimiento sobre su realidad,

encontrando la ayuda necesaria para organizar la información y poder transmitirla,

estableciéndose un diálogo casi siempre dirigido. Si buscamos en experiencias

cotidianas, podemos observar como ante cualquier niño o niña que sale del colegio o

guardería, su madre o padre le preguntan sobre su actividad del día, ayudándose del

conocimiento de las amigas, los uegos y rincones del colegio preferidos, el horario o los

comentarios de la maestra. Esta misma estrategia se hace de necesaria aplicación para el

desarrollo de estas funciones comunicativas (representativa, interaccional y personal) en

los diferentes contextos en los que se desenvuelve el niño: la clase, el patio de recreo y

la sala de psicomotricidad. Ahora bien, no nos quedamos solo con este diálogo dirigido

sino también con la necesidad de que cada vez sea un diálogo más espontáneo hacia los

demás, donde el resto de iguales con los que se debe dar la comunicación tengan

posibilidades de conocerse e intervenir.

En cada sesión de psicomotricidad, nos encontramos con tres situaciones desde las

que favorecer estas funciones comunicativas: una situación espontánea que va a

depender de los juegos que acontecen en la sala y dos más estructuradas, al inicio y final

de la sesión.

Mientras se desarrollan de manera espontánea, o con ayuda, los juegos

sensoriomotores y fundamentalmente los simbólicos, preguntamos a los niños y niñas

acerca del contenido de sus acciones y construcciones lúdicas, llegando a poner incluso

nuestras palabras cuando éstas no surgen en boca del niño, de tal forma que por el

asentimiento o la expresión podamos constatar que nuestra narración sobre el juego

guarda relación con lo que hace el niño. Además de este diálogo sobre el juego,

pedimos al niño, o comunicamos nosotros al resto del grupo, la secuencia lúdica que se

está desarrollando, invitando de forma indirecta a los demás a participar, animándoles a

preguntar sobre el desarrollo del juego, tratando así de favorecer no solo la función

representativa sino también, y quizás más importante para la relación integrada, la

función interactiva, ya que cuando nos encontramos con personas con necesidades

educativas especiales la relación surge mediada por el adulto para progresivamente

convertirse en más espontánea, una vez que el grupo se va habituando a la interacción.

“Claudia se encuentra escondida en una caja de cartón, ajena al juego que desarrolla el resto del grupo. La mayoría de los niños y niñas no se han percatado de su presencia, aunque algunos se acercan, tocan en la caja y se van. Entonces me acerco a ella y le pregunto si está en la casita. Me dice que sí y aprovecho para introducir algún contenido de juego, le pregunto si

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está haciendo la comida, qué comida hace. Ella responde que hace espaguetis y se pone a mover las manos, llamo entonces la atención del grupo diciéndoles que, si alguien tiene hambre o sed, Claudia tiene mucha comida y bebida en su casa. Los niños y niñas se acercan para hacer peticiones, yo ayudo introduciendo diferentes alimentos y bebidas que sirven de ejemplo para realizar variedad de demandas.”

Al inicio de la sesión se encuentran también presentes estas funciones, en la medida

en que antes de comenzar el juego libre pedimos a los niños y niñas que nos cuenten a

qué van a jugar, teniendo como apoyo para su imaginación y discurso, los diferentes

materiales y espacios en los que se ha dispuesto la sala para cada sesión. Esta forma de

comenzar posibilita que los niños y niñas puedan planificar proyectos de juegos y

puedan contarlos a los demás, facilitando ideas al que todavía no ha podido elaborar su

proyecto de juego y permitiendo la interacción al compartirse los intereses de juego.

Cuando las posibilidades de expresión se encuentran reducidas, podemos ayudar al niño

o niña con necesidades educativas mediante preguntas que simplifiquen su discurso

como, con qué vas a jugar, por qué lugar quieres empezar, con quien vas a jugar, etc.

Esta manera de comenzar puede facilitar que el juego se haga más organizado y

centrado, ayudando a inhibir posibles ausencias o inactividad debidas a la falta de

recursos para elaborar el juego.

Al finalizar la sesión, nos encontrarnos con otra situación estructurada donde

fomentamos de manera conjunta la función representativa e interactiva. Nos referimos

al círculo de verbalización donde cada niño o niña comenta lo que más le ha gustado

(y/o lo que no), aquello a lo que ha jugado, narrando el contenido de sus juegos. Cuando

esta función es muy pobre o está ausente, la persona que lleva el grupo puede facilitarle

al niño o niña sus comentarios, señalando los espacios y objetos en la sala con los que

ha jugado, posibilitándole una referencia real y significativamente emotiva desde la que

pueda construir y organizar su discurso. También puede valerse del resto de compañeros

y compañeras que han podido ver o compartir el juego del niño o niña con necesidades

educativas espaciales para que comenten y completen el discurso, facilitando que este

niño o niña se convierta en centro de atención por un momento y se asiente más como

perteneciente al grupo. En esta situación es especialmente importante la atención y

percepción que tenga el educador de lo ocurrido en la sala, así como la actitud de

empatías que pueda tener con los niños y niñas en función de lo que cuenten. El círculo

de verbalización se convierte también en recurso fundamental para facilitar el diálogo

ante los conflictos que hayan podido surgir en el juego libre y en un espacio desde el

que trabajar el respeto y la tolerancia en la escucha del otro. Para ello nos valemos de la

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intervención de los demás para completar, enriquecer o corroborar los diferentes

discursos que tengan lugar acerca de los acontecimientos de la sala.

Otro recurso que empleamos para ayudar a la verbalización sobre lo ocurrido en la

sala, consiste en pedirles que realicen un dibujo sobre el juego desarrollado.

Individualmente les pedimos que nos cuenten lo representado y luego lo expliquen al

resto del grupo, ayudando a aquellos que tienen dificultades para poner palabras a sus

vivencias, ya que nosotros hemos observado el desarrollo de la sesión e,

independientemente de su nivel de representación, apoyamos su relato.

La función imaginativa representa la dimensión lúdica del lenguaje que permite

desarrollar la imaginación mediante la expresión oral (Bueno, 1990). En la medida que

los niños y niñas desarrollan sus juegos sensoriomotrices y simbólicos, el lenguaje se

utiliza para andamiar y enriquecer su juego, mostrándonos sus fantasías y vivencias

personales. Muchos de los niños y niñas con necesidades educativas especiales

presentan mermadas sus capacidades de expresión sensoriomotriz, simbólica y

lingüística. Nuestra intervención se va a dirigir gradualmente a la consecución de estos

hitos como medio para favorecer la expresión y creatividad. Iniciamos a los niños y

niñas en una búsqueda y vivencia de sensaciones placenteras a nivel sensoriomotriz que

posibiliten la exploración, repetición e innovación. Asimismo, también iniciamos a los

niños y niñas cuando no aparecen espontáneamente los juegos presimbólicos de

aparecer-desaparecer, el corre que te pillo o el apilar y tirar, y la utilización funcional de

los objetos, haciendo como si (limpiáramos la casa, bebiéramos en tacitas, nos

durmiéramos...), para pasar posteriormente a secuencias de juego más complejas

(gatitos que tienen hambre, van de paseo, juegos de casitas donde hay bebés que cuidar,

juegos de guerreros...). El lenguaje que acompaña a estas acciones se inicia desde meros

sonidos que acompañan las sensaciones sensoriomotrices a palabras que describen la

acción para, poco a poco, convertirse en un discurso más elaborado que complete y dé

mayor riqueza a los juegos. Este discurso es iniciado por el adulto y paulatinamente

interiorizado por el niño, como si de un pensamiento externo se tratara, que

progresivamente se va haciendo personal y espontáneo, requiriendo de una experiencia

continua a lo largo del tiempo, para que se convierta en un medio de expresión y

diversión. Asimismo, el acompañamiento verbal que realiza el adulto facilita que el

resto del grupo comparta y enriquezca con sus comentarios el juego desarrollado por el

niño o niña.

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“Al principio, Sara se tapaba y destapaba con su tela riendo, sin dar mayor contenido a su juego; nosotros le decíamos: qué miedo, un tiburón escondido debajo del agua, qué boca tan grande... etc. Poco a poco fuimos comprobando como el grupo se acercaba a ver el tiburón, destaparlo, tirarle lanzas. A medida que pasan las sesiones Sara comienza a verbalizar: un tiburón, con la boca grande... que te va a comer... socorro... La participación del grupo en este juego va siendo mayor en la medida en que éste gana en expresión “.

En la medida que las personas con necesidades educativas especiales hacen un

mayor uso comunicativo, el grupo de iguales tiene mayores posibilidades de

acercamiento, aceptación y participación. En este sentido, pensamos que lo más

prioritario en educación debe ser favorecer la comunicación y expresión del individuo,

tanto para conseguir su integración como su formación como persona autónoma y activa

socialmente.

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BILIOGRAFIA.

� La Práctica Psicomotriz: una propuesta educativa mediante el cuerpo y el movimiento”. Coordinadores: Miguel Llorca Llenares, Victoria Ramos Díaz, Josefina Sánchez Rodríguez y Ana Vega Navarro. Editorial Aljibe. Málaga, 2002.

� “Psicomotricidad y necesidades educativas especial”. Miguel Llorca Llenares y Josefina Sánchez Rodríguez. Editorial Aljibe. Málaga, 2003.

� ¿Por qué los niños y las niñas se mueven tanto?. B. Aucouturier y Gérard Mendel. Editorial Graó. Barcelona, 2004.

� “Miedo a todo… Miedo a nada. El niño y sus miedos”. B. Aucouturier y otros. Editorial Graó. Barcelona, 2004.

� “Los Fantasmas de acción y la práctica psicomotriz”. Bernard Aucouturier. Editorial Graó. Barcelona, 2004.

� “El Diálogo Corporal”. Pierre Vayer. Editorial Dossat 2000. Madrid, 1995.

� “Educación Vivenciada. Los contrastes”. A. Lapierre y B. Aucouturier. Editorial Científico-Médica. Barcelona, 1985.

� “El cuerpo y el inconsciente en Educación y Terapia”. A. Lapierre y B. Aucouturier. Editorial Científico-Médica. Barcelona, 1980.

� “Psicología del Juego”. Daniil B. Elkonin. Editorial Visor. Madrid, 1980.