cultura nacional
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CULTURA NACIONALGIOVANNI DELGADO 8823EMMANUEL ORTEGA
MONTSSERRAT PÉREZ
LUCERO ZALDIVAR
ALCANCES Y LIMITES DE LAS REDES DE RECIPROCIDAD ENTRE UN GRUPO DE FAMILIAS DE SECTORES MEDIOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO.
Diversas variaciones de la organización interna de las familias para amortiguar efectos acelerados y procesos de cambio sociocultural y económico.
Tener participación en las redes traía consigo acceso a información sobre empleos, apoyo y manutención de algunos miembros (niños y ancianos)
Existía una relación de igualdad de pares. Tanto económicos y culturales.
Durante tiempos de crisis, las redes se intensificaron y aparecieron como recurso estratégico para la sobrevivencia
Modelo trigeneracional.
Un individuo dado considera como grupo básico, unidad ritual, social y económico, no solo a sus padres y hermanos, sino a sus abuelos, tíos y primos.
AÑOS PREVIOS A LA CRISIS
Las familias contaban con suficientes ingresos económicos.
La participación de la familia era determinada por la solvencia económica.
Relaciones de ayuda económica mensual, semanal o quincenal.
DESPUÉS DE LA CRISIS
Se vivió el desempleo entre alguno o varios de los miembros de la familia.
Las familias deudoras se vieron obligadas a recortar su ayuda hacia los demás.
Algunas familias pasaron de distribuidoras de recursos y favores a receptoras de beneficios económicos y apoyo moral.
Se crearon alianzas para familias deudoras. Existía igualmente un intercambio de favores, como acudir a tribunales, casas o negocios para impedir embargos o desalojos de la vivienda.
ESCASA AFECTACIÓN
Un reducido grupo de familias logro mejorar su situación. Consiguiendo ascensos o aumentos de sueldo.
Las redes de estas familias continuaron prácticamente intactas.
Los miembros mas beneficiados aparecen como concentradores de la información y a su alrededor se reúnen los demás.
EL REDIEZCUBRIMIENTO DE MÉXICO
CEFERINO DÍAZ FERNÁNDEZ (POLA DE SOMIEDO, ASTURIAS)
EL INDIANO CON EL SUEÑO
AMERICANO
DEL OTRO LADO DEL CHARCO
PROPIEDAD DE LOS ESPAÑOLES CONTEMPORANEOS
PA' QUE LA CUÑA APRIETE, TIENE QUE SER
DEL MISMO PALO
AL QUE NO SE LEVANTA TEMPRANO LO MADRUGAN.
LA MORDIDA Y LAS PALANCAS
LA ELÁSTICA, PODEROSA Y ADMIRABLE INSTITUCIÓN DEL
COMPADRAZGO
EL TÍPICO MEXICANO
EL ESTAR DE BRUJA CON UN VUM
EL QUE NO TRANZA, NO AVANZA
EL GACHUPÍN BRONCUDO
HOSPITALIDAD Y MENTIRAS PIADOSAS
LA VERDADERA DEMOCRACIA SURGE ALREDEDOR DE UN PUESTO DE
TACOS
MÁSCARAS MEXICANAS
LA IMAGÉN DEL MEXICANO
ENSAYO DE OCTAVIO PAZ
“VIEJO O ADOLESCENTE, CRIOLLO O MESTIZO, GENERAL, OBRERO O
LICENCIADO, EL MEXICANO SE ME APARECE COMO UN SER QUE SE
ENCIERRA Y SE PRESERVA”
“NO SE RAJAN,”
El abrirse con las personas y contar los sentimientos es símbolo de
debilidad y falta de carácter, el que lo hace dice según el autor se vende.
LA MUJER COMO COMPLEMENTO DEL HOMBRE, SER HERMOSO Y OCULTO.
MENTIRAS COMO MECANISMO DE DEFENSA
Al mentir a los demás nos mentimos a nosotros mismos, mecanismo de defensa donde mostramos lo que
somos y lo que queremos ser.
SIMULACIÓN
Al tener dos personalidades siempre termina por predominar una, esto es
por miedo al “ninguneo“
"TODOS SANTOS, DÍA DE MUERTOS"
OCTAVIO PAZ
EL MEXICANO NO SE DIVIERTE: QUIERE SOBREPASARSE, SALTAR EL MURO DE LA SOLEDAD QUE EL RESTO DEL AÑO LO INCOMUNICA
TODO OCURRE EN UN MUNDO ENCANTADO: EL TIEMPO ES OTRO TIEMPO
A TRAVÉS DE LA FIESTA LA SOCIEDAD SE LIBERA DE LAS NORMASQUE SE HA IMPUESTO.
LA MUERTE ES UN ESPEJO QUE REFLEJA LAS VANAS
GESTICULACIONES DE LA VIDAMUERTE DE CRISTIANO O
MUERTE DE PERRO SON MANERAS DE MORIR QUE REFLEJAN MANERAS DE
VIVIR.
Para los antiguos mexicanos la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta como para nosotros. La vida se prolongaba en la muerte. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección eran estadios de un proceso cósmico, que se repetía insaciable. La vida no tenía función más alta que desembocar en la muerte, su contrario y complemento; y la muerte, a su vez, no era un fin en sí; el hombre alimentaba con su muerte la voracidad de la vida, siempre insatisfecha. El sacrificio poseía un doble objeto: por una parte, el hombre accedía al proceso creador (pagando a los dioses, simultáneamente, la deuda contraída por la especie); por la otra, alimentaba la vida cósmica y la social, que se nutría de la primera.
VIDA,PASION Y MUERTE DEL MEXICANO
EL NACIMIENTOTODAVÍA no nace un mexicano, y ya empieza la discusión de los sexos. ¿Qué quieren,
niño o niña?
Es claro que el papá lo prefiere hombre. Sobre todo si es el primogénito y aun cuando
fuera el undécimo. Con un hijo varón, el papá demuestra no sólo a familiares y amigos,
sino también al pueblo en general, la superioridad del sexo masculino, lo muy hombre
que es él y, si se quiere, lo muy macho, cuando pudo traer al mundo nada menos que a un
hombre. Valentía, arrojo, dominio, fuerza, trabajo fecundo y creador.
Con un hijo varón el papá asegura la continuidad del apellido, la procesión de la sangre,
el orgullo de las dinastías, este humilde y sutil racismo paterno que lo inclina a preferir
un niño.
La madre, resignada de siglos, por sí o por no prepara dos canastillas, la azul y la rosa, la
del niño y la de la niña, que al fin y al cabo la que no use ahora se usará después, al
siguiente parto, que habrá de venir seguramente con el tiempo y un ganchito. Otras
mamas, mucho más funcionales, preparan solamente un ropón blanco que sirva para lo
que venga, no por superficial acatamiento a la neutra moda del unisex, sino por honda
aceptación a la voluntad divina. Lo que Dios manda, todo es bueno. Y Dios nunca se
equivoca.
Yo soy puro mexicano,
nací bajo de un nopal,
del nopal que está en el centro
del escudo nacional.
Como prueba de que el mexicano nace en México, ninguna más contundente que esta fe
de nacimiento otorgada nada menos que por el escudo nacional, aunque el orgullo
nacionalista resulte un poco incómodo desde que al pobre advenedizo lo espera un
espinoso nopal por blanda cuna. Pero así se liquidan, con un verso, treinta años o más de
intervención francesa.
A nadie interesa conocer si nació vivo o muerto, completo o mutilado, si llegó con salud
o enfermedad, si el peso fue normal de acuerdo naturalmente con nuestra terca
desnutrición; lo que preocupa averiguar es la condición orgánica, anatómica y fisiológica
que distingue al macho de la hembra.
LA CASA—Pase, compadre, esta es su pobre casa.
El mexicano se pasa la vida ofreciendo su casa a cuanto desconocido le presentan a
media calle, se apresura a darle de viva voz la dirección con todos sus pelos y señales, o manda imprimir un rimero de tarjetitas que va obsequiando a lo largó del día a cuanta
gente encuentra. Con todo lo cual, cualquier mexicano se convierte rápidamente en
coleccionista. No hay día de Dios en que uno deje de recibir de dos a tres tarjetas. Claro
está que las únicas que conserva son las que traen impreso el escudo nacional. Con
políticos topamos, Sancho. Y algún día puede ofrecerse.
Cuando el mexicano alude a su casa siempre la designa como su pobre casa, así sea
soberana residencia. Este rebajamiento verbal, distorsión de realidades,
empequeñecimiento de las cosas, obedece a sutiles mecanismos de espiritual delicadeza,
humilde suavidad de ánimo, culto ancestral que el mexicano rinde a la finura. De ahí
proviene tanto la disminución de valores con que trata a todo cuanto le pertenece, como
el chorro abundoso de diminutivos con que salpica las conversaciones. Tendencia
connatural a hacer pequeño lo grande, y más cuando todo esto es pertenencia suya.
"Tengo una casita en las Lomas de Chapultepec y otra casita en Las Brisas de Acapulco".
Pues pobrecito.
El "primero sueño" del mexicano, que diría Sor Juana Inés, es el pertinaz anhelo de llegar
a ser dueño de una casa. Su vida se divide en dos, antes y después de tener casa. Y una
vez que la tiene, guarda las escrituras mejor que su alma.
A cada puerta con que se topa en la vida, el mexicano repasa el manual de urbanidad y
buenas maneras.
Luego que concluye el rito de la cortesía, el niño entra por fin, toma posesión de su casa.
Ésta calle, este número serán su rincón en el mundo. Lo identificarán como pobre o como
rico. Lo marcarán con un sello en el alma. Desde ahora por siempre.
Entrando a mano derecha está el contador de luz y un cuadrito desconchado con esta
leyenda: Dios bendiga este hogar. O con esta otra piadosa fórmula: Aquí somos católicos,
no queremos propaganda protestante.
La sala está cerrada. Los mexicanos siempre tienen cerrada la sala. El colegio de
arquitectos debería tratar en asamblea la posibilidad de suprimir la sala de las casas. Inútil
museo, arca de la alianza, sancta sanctorum intocable, al que no tienen acceso los hijos,
los niños por niños y los jóvenes por jóvenes. Se acuestan en el sofá, rompen las flores de
plástico, manchan las alfombras, destructores de oficio, edición corregida y aumentada
del mismísimo Atila, con vocación de aplanadora y de buldozer.
Pero ni siquiera a los familiares y amigos de confianza se les da el pase a la sala.
"Vénganse mejor al comedor. ¿Por qué no nos sentamos en el patio? La cocina es muy
calientita". Cualquier artimaña es buena para que nadie entre a la sala. Cuidado. Se
prohíbe tocar.
LA ESCUELA—Ya está bueno que lo eches a la escuela. Ya tiene siete años.
Los pobres echan y los ricos ponen. Unos van a la escuela porque es gratuita, otros van al
colegio porque pueden pagar. Desde la más tierna infancia, cada oveja con su pareja.
Si el edificio tiene los vidrios rotos, los bebederos sin agua y la pintura en decadencia,
jure usted que es una escuela. Si hay portero electrónico, detalles en caoba y aluminio,
entonces es un colegio; aunque los hay que no se satisfacen con nombre de por sí tan
elitista, sino que se adornan con el de instituto, y cualquiera querría enseguida ponerlo en
fila con institutos de altos estudios, como el de París, sin saber que se trata de un plantel
de primeras letras, pero con segundas intenciones.
Hay momentos en que si uno se para a mitad del patio, parece que todos los alumnos
cantan desde sus pupitres binarios. En realidad memorizan. Los avances pedagógicos no
han podido desterrar este aprendizaje a ritmo de martillo sobre yunque, compases de
salmodia, introducción al vals, con que los niños aprenden lo mismo la aritmética que la
geografía.
Las ariscas tablas de multiplicar darían tema para una leve sonatina en re menor: dos por
dos cuatro/ dos por tres seis/ dos por cuatro ocho/ dos por cinco diez.
—Ahora digan a coro las partes de la oración.
—Artículo, sustantivo, adjetivo/ pronombre, verbo y adverbio.. . Vibra un aire de
clavecín bien temperado.
Si de lucirse se trata, a ver tú, López Pérez, dile a la señorita directora los nombres de los
reyes nahoas. Se yergue el chiquillo seguro de sí mismo, la frente altiva como un
pequeño dios azteca tallado en obsidiana, de cuyos memoriosos labios va derramándose,
fluido, terso, musical, purísimo, ante el asombro de los condiscípulos, el glorioso
trabalenguas: Acamapiztli, Huitzilíhuitl, Chimalpopoca, Itzcóatl, Moctezuma Primero,
Axayácatl, Tizoc, Ahuítzotl y Moctezuma Segundo.
Un friso de aplausos recorre las paredes del salón como esculpiendo instantáneos
jaguares victoriosos, águilas de triunfales plumajes. López Pérez se hunde en el pupitre
tiritando de escalofrío. El precio de la fama.
Los niños gozan cada vez que el profesor les cuenta un episodio de la historia nacional;
se imaginan estar viendo un programa de la tele, los ojillos extáticos y un silencio en el
salón que no vuela una mosca.
Lástima que a veces se les ofrece la historia patria como una alfombra que se ha ido tejiendo
en la lanzadera de los siglos, con hilos de sangre, demasiada sangre, tal como si la
guerra y la historia fueran la misma cosa.
Se proclaman los hechos bélicos, pero se silencian otros acontecimientos menos
clamorosos, pero acaso igualmente conformadores de nuestro ser en el mundo. Un hecho
cultural, económico, artístico, es también historia patria. Y entonces van quedando, lastre
por toda la vida, semillas de agresividad, acaso de venganza, odios sutiles, tal vez alguna
fobia, que pueda marcar la mente y el corazón con un signo negativo de antiyanquismo,
antiespañolismo, antifrancesismo y aun anti-indigenismo. Triste y desgraciada
consecuencia de una absurda pedagogía histórica que erosiona el alma como si hubiera
estallando una granada, según divide los espíritus en vez de armonizarlos.
No es que se pretenda desfigurar la historia, ahí está objetiva y real; sino que se enseñe de
tal modo que, aun detrás de los hechos por sangrientos que sean, los chicos vayan
advirtiendo los grandes ideales por los que vale la pena soñar y trabajar, vivir y morir.
Ideales de paz, de justicia, de independencia nacional, sí; pero también ideales de
generosidad, de perdón, de solidaria convivencia y fraternidad universal. Después de
todo, vivimos en la misma casa y somos un hermano más de igual familia.
Las fiestas patrias se arman con un desfile de niños a media mañana y un castillo de
pólvora a media noche, cuyas astillas de luz se derraman sobre las vendimias de elotes,
quesadillas y taquitos burbujeantes en aceite de cártamo.
Al frente va una niña de sexto, toda llena de bucles y cosméticos portando con espigada
gracia la enseña patria, la misma que se guarda durante el año en el armario encristalado
de la dirección. Luego los muchachos de la banda que estoicamente sacan fuerza de su
desnutrición según golpean con furor el cuero de los tambores y, hasta el límite de cuanto
puedan restirarse, inflan los cachetes para soplar el largo cuello de cisne de los metales.
Después cruzan falditas y pantaloncillos blancos con un paso demasiado marcial para el
cafecito aguado y la pieza de pan con que ayunaron las criaturas este otro nuevo día.
En la capital, donde sobra que enseñar, desfilan carrozas tiradas por caballos retintos,
tanques blindados, artistas de cine, los héroes de los estadios, los campeones de goleo,
baladistas de onda, mariachis, yudokas, cuanta estrella chispea sobre el terciopelo de la
fama. Que si no fuera por la carne morena, inocente y desnutrida de los chavos de la
escuela que desfilan por la plaza de armas, los pueblos y las ciudades pequeñas no
sabrían cómo celebrar las fiestas patrias.
Si los obreros aún andan retrasadísimos en sus reivindicaciones sociales forcejeando por
tener semana de cuarenta horas, los acelerados escolapios desde hace mucho tiempo
tienen años de cien días. Son más los que descansan que los que estudian.
Tal vez siga siendo discutible hipótesis la tristeza del indio, pero qué tesis comprobada lo
fiestero que resultó el mexicano, como que a ensayarse empieza desde el jardín de niños.
Claro que siempre hay una razón para el asueto. Mire usted la tabla de especificaciones
LAS RELACIONES HUMANASAL mexicano le encanta saludar y ser saludado. ¿ Qué le gustará más, tomar la iniciativa
privada o dejar que otros se la arrebaten? Lo mismo da, puesto que del saludo ha hecho
un deporte nacional, un hobby callejero, casi un rito consagrado. Forma parte de sus
tradiciones y de sus convicciones. A veces saluda por costumbre, sin saber a quién, por
subterráneos atavismos de raza que de pronto emergen al aire de las plazas; a veces por
inspiración libérrima, por pura satisfacción personal. Cuando uno saluda, el ánimo sonríe
y el corazón se aquieta. Y cuando es saludado, la alegría se expande por la terraza del
rostro y el sótano del alma, satisfecho de haber conseguido uno de los pocos trofeos que
puedan conquistarse en la vida. Te fijas cuántas personas me saludan. Son cosas que no
tienen precio.
Valoramos nuestra categoría social, nuestra capacidad de relaciones públicas, de acuerdo
con el número de personas que saludamos en el trayecto que va de la casa a la oficina.
Dime cuántas personas te saludaron y te diré quién eres. Cuántas manos estrechaste, y
qué popularidad tienes. El código de nuestras relaciones humanas empieza y termina con
un solo capítulo: el arte de saludar en la calle.
Nadie lo practica mejor que el político y el aspirante a político. Reparte apretones de
manos como reparte promesas. Que al fin y al cabo ni una ni otra comprometen.
El mexicano sale de su casa a las ocho de la mañana decidido a detener gente, quien sea,
y en cuanta más mejor, sólo para darle los buenos días. La primera lección que recibe el
niño al ingresar a la escuela versa sobre el deber de llegar saludando al profe y a su
señorita. En el trabajo ni se diga, apenas traspone la puerta de la fábrica, el empleado
tiene que hacerse presente con un "buen día", a riesgo de que el jefe lo cese. Por las
oficinas de los políticos suelen desfilar astutos vividores que se cuelan de rondón; si el
conserje o secretario los detiene para preguntar qué asunto los ha traído tan temprano, los
muy educados contestan: ninguno, sólo venía a saludar al jefe. Saludar al jefe es asunto
de urbanidad y otra cosita.
Un mexicano puede tolerar cualquier descortesía no importa que sea una bofetada, menos
que le nieguen el saludo. Porque si le dan un guamazo, señal es que lo toman en cuenta;
pero si le niegan los buenos días, quiere decir que lo ningunearon. Lo peor que puede
acontecerle a uno es que lo hagan ninguno. Simplemente nadie. La pura negación
metafísica del ser.
Cuando decimos de alguien que "no sabe dar ni los buenos días" o que "ni adiós dice",
queremos expresar que esa persona es apenas gentuza maleducada, broza majadera y
montaraz, deatiro pelado y otros sabrosos epítetos que se quedan entre dientes silbando
de ganas por salir.
Si dos mexicanos se lían a golpes, la reconciliación es cuestión de semanas, tal vez de
días. Pero cuando ya no se saludan, ¿qué esperanza queda?
La más violenta de las enemistades se expresa cuando alguien nos voltea la cara. Porque
así como el saludo protagoniza la amistosa comunicación, así también la negación del
saludo representa el mayor bloqueo del diálogo entre mexicanos.
Nuestra teoría de persuasión y técnica de publirrelacionistas se concentran en la magia de
estas frases: buenos días, cómo está usted, qué hay de nuevo, qué tal, quihúbole, qué hahabido, cómo andamos y la atrevidísima pregunta de "cómo amaneciste". Si uno la
contestara, nunca acabaría. Ay del que no dispara alguno de estos cohetes de luz al
encontrarse, digamos, con un prójimo
Con las maldiciones a flor de labios, el mexicano se exhibe como es, agresivo y tímido,
indefenso, insatisfecho, definitivamente acomplejado de machismo. Tan débil por dentro,
que necesita simular fortaleza por fuera.
EL MATRIMONIODe los noviazgos de las hijas no quieren saber nada los papás y aunque sepan se hacen de
la vista gorda, se les figura que pierden su dignidad si se rebajan a tratar el asunto de
frente; prefieren dejarlo a un lado, prohibido tocar, pintura fresca. Las mamas, al fin
madres y no padres, son las que están al tanto del secreto y condescienden. Que no se
entere tu papá, Rosita. Anden con mucho cuidado. Porque donde los vea...
Para no faltarle al respeto a su padre, Rosita y él se refugian en el cine, algún sitio lejano,
si es oscuro tanto mejor, no por nada, sino por evitarle un coraje a su padre, tan enfermo
del hígado como ha estado últimamente.
Las hijas de las mamas, todas tienen novio; pero las hijas de los papas, ninguna tiene
novio. De tan embarazosa situación no es raro que alguna resulte embarazada, porque a
falta de control y comprensión paterna, se da el triste caso de que el novio abuse o
piensen entre los dos que sólo así don-papá concederá el permiso para que la niña se case.
Si alguna vez los compañeros de trabajo le sueltan la pregunta a quemarropa, "oye Justo,
que tu hija tiene novio", don Justo, muy entero, muy digno el hombre, lo niega con igual
desplante y desenfado. ¿Mi hija con novio? Cosas de muchachos. Chiquilladas. Nada
más.
El novio típico mexicano tiene veintiún años, pelo lacio, ojos cafés, presume de
deportista, muy al tanto del fútbol, perito en la materia, posters en su recámara, sabaditos
alegres con los cuates, forcejeos cada noche con la mamá, por qué llegas tarde, nunca das
un centavo a la casa, no sales de parrandear con tus amigos, aquí nunca te vemos, no
ayudas en nada; siempre en vivo pleito con tus hermanos; desde que andas con esa tal
Rosita eres otro; me estás acabando la vida
El papá suele entrar al quite. Déjalo, vieja, yo sé lo que te digo. Desde que anda con
Rosita ya no falta al trabajo. Para un hijo calavera, nada como el matrimonio. Los papas
están convencidos, tal vez por personal experiencia, que con la boda encuentran los
juniors la horma de sus zapatos. Al matrimonio inducen a sus hijos varones no tanto
como realización de su vocación y plenitud humana, sino como institución correccional
donde los muy acelerados jovenzuelos encontrarán segura readaptación social. A partir de
la marcha nupcial se acabarán parrandas, borracheras y mujeres conforme empezarán a
mostrarse trabajadores, abstemios y ahorrativos. Apenas consuman la mutua conquista,
los enamorados se intercambian los trofeos de la victoria. Ella comienza a lucir al cuello
una medallita de la Virgen de Guadalupe, media bañada en oro para disimular la chafa,
que él le regaló si no como insignia de su religiosidad, que brilla por su ausencia, sí como
atinada argucia para que ella lo tenga por respetuoso y morigerado.
Ella, a su vez, le presta el anillo de graduación, pero qué más que le obsequia su retrato
con dedicatoria, que el novio guarda en la cartera con mayor esmero que su alma,
protegiéndolo con fuerte mica, ahí donde también conserva los documentos más
importantes de su vida: la cartilla del servicio militar, la credencial del Seguro, la
credencial de la escuela, la credencial del club deportivo, la boleta del empeño del reloj,
los teléfonos de los cuates y una docena de tarjetas con que el pobre indefenso acaso
pueda protegerse de policías y otras acechanzas menores.
Vivir en el país es aprender a ser influyente. Se crece en años y en mañas para saber estar
a la defensiva. Uno contra todos y todos contra uno. El tarjetismo nacional no es manía
de coleccionista, sino necesidad de protección.
Vea usted qué reacción tan diversa suscitan los anillos, las medallas y los retratos. Las
amigas de la novia: Dichosa tú que fuiste elegida. Los amigos del novio: Ahora sí te
pescaron, mano, a sufrir y portarse bien. En ellas, la alegría con un ribete de envidia. En
ellos, una infinita tajada de lástima.
Las metáforas con que verbalmente se acarician los novios son moneda circulante desde
antaño, gastada, desgastada a fuerza de uso; pero con qué brillos de novedad y timbres de
sorpresa se dicen al oído esta trilogía de arrullos así de cursi y así de cariñosa: Mi rey, mi
cielo, mi corazón. Aún no inventan la cuarta metáfora.
Que allá entre la raza, los imaginativos palabreros llaman a la novia, con perdón sea
dicho del reverendo diccionario de la lengua, la gorda, la chava, la chamaca, la rorra, la
vieja, la mona, la joya, la rubia, la costilla, la ruca, la torta, la cebolla, la changa, la maría,
la chamacona, la morra, la ranfla, el asunto, el detalle, el chicharrón, el ágape y el parche,
por aquello de que no se despega.
Las parejas suelen despedirse con pregunta inevitable. A qué horas nos vemos mañana.
Desde el primer momento entra en funciones el horario de las entrevistas, que está en las
antípodas de la semana inglesa. Su ley federal de trabajo anhelaría horas corridas,
supresión de vacaciones, de ser posible turnos extras, con predilección por el turno de la
noche. No por nada, la noche y su lámpara de plata ha iluminado el romanticismo tan
antiguo como el mundo con no sé qué inefables llamas de atracción.
Exactamente igual que en tiempos de los aztecas, el novio sabe hoy que no sólo se casa
con la mujer sino también con la familia y que el contrato de dos se desborda a los clanes,
donde el proyecto de boda pudiera encontrar oposiciones, reticencias, plazos, tal vez
como acontece en el campo, tentativas de amenaza y aun balaceras tupidas que ponen al
amor con pies en polvorosa. Como Dios puso al perico, verde y en una estaca.
Por aquello de las dudas y para hacer las cosas como Dios manda, los padres del novio se
apersonan a las nueve de la noche con los padres de la novia para pedir la mano y cuanto
está conexo con la mano de su hija: cabeza, cuello, tronco y extremidades.
Aunque la novia está dada mucho antes de estar pedida, el pedimento es un rito. Saludos.
Caravanas. Silencios. Proposición del asunto. Argumentación. Diálogos. Ataques y
contrataques. Oratoria forense. Sistema parlamentario.
La novia entre tanto está en su recámara, frente al tocador, mordiéndose las uñas de puro
nerviosismo. Bonare, Valium-5, té de hojas de naranjo. Y una veladora encendida en
honor de San Judas Tadeo, patrono de imposibles. El novio acecha en la esquina, traje
nuevo, cigarro tras cigarro, en espera del fallo del tribunal colegiado.
—Si su hijo José Guadalupe y nuestra hija Rosita ya se pusieron de acuerdo, nosotros no
tenemos por qué oponernos. El papá de Rosita concluye filosofando con lógica fatalista,
de la mejor cepa mexicana. Ni modo. Es ley de la vida.
La señora de la casa entra en escena con una botella en alto. La copa de la paz. La firma
de los tratados. Qué prefieren, un jerecito o un brandy.
Desde ese momento José Guadalupe asume su papel de soberano. Aquí mando yo. Rosita
deberá abandonar el trabajo a partir del día siguiente, y esperar en casita hasta que salga
de ahí, entre torbellinos de gasa, a los pies del altar. Si necesitara salir a la calle, habrá de
acompañarla su madre o en su defecto alguno de los cuñadillos, para evitar que ande sola,
ovejuela entre lobos. Se dan casos en que la mercancía, tan bien empacada por el
remitente, llega hecha polvo a su destino, y a veces ni llega. Una nueva página de
fidelidad se abre ante los ojos de Rosita.
A media noche irrumpe José Guadalupe a la casa de los inminentes suegros,
acompañado
de mariachis y media docena de cuates. El gallo. El balcón. La luna nueva. Las canciones
románticas, llorosas. El vecindario insomne, fastidiado. Las guitarras. El bajo. Las
botellas de vino. Un grito horadando las sombras. El naufragio.
Una vez fijada la fecha de la boda, las novias mexicanas se vuelcan en la confección del
vestido. El sueño acariciado desde el alba de la vida. Casarse de blanco, la frente muy en
alto.
A medida que la cola se va armando a fuerza de hojear revistas americanas de modas,
visitar almacenes, contratar costureras expertas en holanes, correr por la tía para que
emita su opinión, colocar espejos ante pecho y espalda de la novia para que diga cómo se
siente; a medida que empieza a verse el montaje y la puesta en escena del escote en V, las
hopalandas y el tocado, gracias al medio kilo de los siempre útiles alfileres que dan el
toque final, todo el hogar respira. Un aire de felicidad llena pasillos y recámaras. El
vestido blanco salvó por esta vez la dignidad de la familia. Patria o muerte, venceremos.
Al hojear el periódico de la mañana, el lector puede saborear la linda croniquilla en la
página de sociales que se inaugura con esta cabeza: "Lluvia de dólares para Rosita y José
LA ENFERMEDADGrupos indígenas de nuestros días y aun cristianos más catequizados suelen ver la
enfermedad como castigo de Dios, por transgredir sus mandamientos.
Pero de lo que se llenan iglesias y capillas es de almas interesadas en su cuerpo, que el
alma los tiene sin cuidado, y que si en la salud se olvidan del Todopoderoso, en la
enfermedad se vuelven creyentes los ateos, timoratos los pelafustanes, rezanderos los
indiferentes, y esto es hincarse ante los santos, besar tarimas, encender veladoras, rezar
novenas, prometer increíbles mandas, peregrinar doscientos kilómetros a pie con pencas
de nopal en pecho y espalda, iniciar un paso de danza a las puertas del santuario del
Señor de Chalma —San Chalmita, que dicen unos—, llevar de ofrenda a la Basílica de
Guadalupe su propio retrato tamaño pasaporte, o dejar en San Juan de los Lagos un
perfecto retablo a la mexicana, pintado con monitos azules del más delicioso arte naif y
un muestrario de faltas de ortografía.
"Doy grasias a la Birjensita de San Juan porque estando tisis, salí convien de la
operasión". "Le doy gracia al Señor del Sausito, que habiendo caído mi hijo a un poso, no
murió ogado sino del golpe".
"Doy gracias a San Caralampio por el milagro tan grande que me iso de que cuando me
iva a comer un lión, desperté".
Jure usted que nadie ha ofrendado por la salud de su alma ni una de esas piececitas de
metal, que la gente llama "milagros", en forma de corazón, de pierna, de ojos, de manos...
No existe un solo retablo en el país donde un cristiano o cristiana, según convenga, le dé
gracias al cielo por verse librado de la hinchazón de la soberbia, la tortícolis de la ira o la
diarrea de los chismes.
Luego venía la magia. Los indios pensaban que muchas enfermedades los tenían
postrados en el petate por causa de personas enemigas, tal vez un brujo y un nahual, el
mundo terrible y oscuro de las fuerzas invisibles, el mal de ojo, los aires pestíferos que
corren por la atmósfera, los seres extraños que misteriosamente se introducen al cuerpo.
Y entonces esos maleficios tan atroces abandonaban el organismo al golpe de
invocaciones mágicas, al conjuro de palabras esotéricas y frases empreñadas de símbolos
arcanos.
Que si de precaver enfermedades se trataba, las madres colgaban a sus hijuelos una
semilla llamada ojo de venado para librarlos del mal de ojo, los mozos primaverales se
colgaban un amuleto al cuello para proteger su amor y las señoras que encargaban
todavía no a París sino a Xochimilco y Chalco poníanse un pedazo de cuchillo de
obsidiana debajo de la lengua para que el niño no naciera con labio partido.
¿Qué diferencia puede haber entre la medicina mágica del indígena de ayer y la del
mexicano de hoy? Nada ha cambiado. Nada. Excepto el agravante de creernos gente culta
y cristiana.
Por ahí verá usted cuellos alabastrinos luciendo preciosos amuletos, pescuezos varoniles
cargados de herraduras, ejecutivos de ventas que en la cartera guardan una monedita
como mascota y automóviles último modelo condecorados con una pata de conejo.
No hay pueblo sin curandero experto en barridas y sahumerios de copal igual que hace
cinco siglos, y con algunos ahuyentan la mala enfermedad, como si hubiera buenas,
diciendo sobre el enfermo frases en náhuatl combinadas con advocaciones a los santos
cristianos; ni barrio bajo cíe la ciudad donde no exista un centro espiritual, por lo menos
una señora, gorda y prieta, que recete polvos de siete aves para controlar los nervios,
manitas de azabache para la abundancia, ámbar para la buena suerte, la Cruz de Caravaca
De los indígenas también heredó el pueblo el conocimiento —tan empírico pero tan
exacto que tiene acerca de las hierbas y plantas medicinales.
No hay campesino que ignore sus propiedades curativas, así por lo que aprendió de labios
de sus mayores como por experiencia propia, al no tener más medicina al alcance de la
mano que las matas que crecen a la buena de Dios en su parcela. Apenas la mujer se
gradúa de ama de casa y así viva en el campo o en la ciudad, a orgullo tiene el dar razón
de cuanto vegetal brota sobre el haz de la tierra, según se pasa el día recetando gratis a las
vecinas, cocimientos de gordolobo, infusiones de guaje cirial, té de hojas de aguacate,
tomas de orejuela de rata, horchatas de almidón, agua de zapotillo blanco. Usted porque
no quiere curarse. Yo sé lo que le digo. Hágase este remedio que le doy. Si bien no le
hace, mal tampoco.
Por los labios memoriosos de las señoras desfilan raíces, troncos, ramas, hojas, flores,
frutos, semillas, polen, savias, todo el reino vegetal es aprovechable, recomendable,
experimentado. Puede usted pasar revista a los nombres de las yerbas que se le ocurra, y
las señoras le dirán en el acto la respectiva propiedad sanitaria que tienen, no las señoras,
sino las yerbas. Gobernadora para las diarreas. Orégano para cólicos. Rosa de Castilla
para lavativas. Limones agrios para el paludismo. Cola de zorrillo para el asma. Cuasia
para cuando se derrama la bilis. Tila y flor de azahar para los nervios. Chía para hervores
de sangre. Estafiate para purificar la orina. Tejocote para la tos. Anís para sacar el aire.
Tan admirado quedó Cortés cuando por vez primera visitó el mercado de Tlatelolco, que
se apresuró a escribir a Carlos V: "Hay calle de herbolarios donde hay todas las raíces y
yerbas medicinales que en la tierra se hallan".
Ante la fama de la medicina azteca que los conquistadores mismos se preguntaban si no
sería más científica que la europea, el rey Felipe II envió a México en 1570 a su médico
personal Francisco Hernández quien en siete años de fatigosa labor y crecidos gastos,
reunió enorme cantidad de conocimientos sobre las plantas medicinales del país y recogió
magnífico herbario, del que menciona alrededor de 1,200 plantas que los indios utilizaban
en la terapéutica, con lo que basta para ponderar la extraordinaria riqueza de la medicina
mexicana del siglo XVI, de cuyos réditos goza todavía el enfermizo en que vivimos.
Presumimos de raza de bronce. Nos imaginamos por orgullo racial, fuertes, indomables,
machos, tallados en piedra de molcajete, de heroicos perfiles numismáticos. El estoicismo
nos define. El mexicano no se raja. Jamás. Y cada veinticuatro horas cae en astillas un
ejército de ciudadanos enfermos.
Los pobres no pueden ser sanos. Treinta millones andan con hambre disfrazada, porque la
bolsa no da sino para sopa de fideo, tortillas a discreción, frijoles a plato copeteado, chile
a lo que el cuerpo aguante y pastel de fresa en el cumpleaños.
El mexicano ingiere un promedio de veinte gramos de proteínas al día, debiendo
consumir sesenta. Y en lugar de las reglamentarias 2,700 calorías con dificultad llega a
2,050. De ahí la desnutrición, que es la enfermedad nacional por antonomasia, caldo de
cultivo para cualquier otra, explicación del físico enclenque, la improductividad en el
trabajo y aun la limitada capacidad para asimilar conocimientos.
LA MUERTE
Ayer a las 5.16 de la mañana murió don José Guadalupe López Pérez a la edad de 57
años, en el seno de Nuestra Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana,
confortado con todos los sacramentos y la bendición papal. Su inconsolable viuda, sus
hijos, hermanos, tíos, primos, sobrinos y demás parientes, lo participan con el más
profundo dolor. La misa de cuerpo presente será hoy a las dieciséis horas en la Parroquia
de San Francisco de donde partirá el cortejo al Panteón Municipal. El duelo se recibe en
el número 178 de las Calles de Francisco I. Madero".
Amigos, vecinos y correligionarios de partido leyeron la noticia en los periódicos de la MAÑANA.
José Guadalupe era de buen fondo. ¿Te acuerdas que se disgustó con el jefe de la Oficina
de Hacienda? Pues en año nuevo lo fue a felicitar. Era muy noble. Es cierto que nunca
daba su brazo a torcer ni permitía que nadie lo contradijera, las cosas tenían que hacerse
como él decía, pero a honrado nadie le ganaba. Lo que sea de cada quien. Cuándo anduvo
robando y en trafiques como tantos aprovechados que no desperdician la ocasión. Con el
puesto de diputado que tuvo era para que se hubiera hecho millonario. Como otros que tú
y yo conocemos, y no digo nombres por respeto a mi compadre que está aquí presente.
Después de todo era muy bueno.
No es nada fácil arreglar el entierro de un mexicano, sobre todo si se le ocurre bajar al
sótano en domingo, porque entonces ni misa alcanza. Es preciso proveerse de una rica
colección de papeles, certificados y comprobantes. Aquí se muere como se vive:
burocráticamente. El papel más indispensable para vivir, para morir, es el papel moneda.
La inflación lo coge a uno hasta cuando ya es cadáver. Y con eso que los deudos andan
con los ojos irritados por falta de sueño y demasía de llanto, no se fijan en los precios de
la agencia funeraria, sino que firman el contrato con antiparras oscuras y vendas de
sufrimiento, de suerte que cuando empiezan a mirar, ya no hay remedio. El dolor es de lo
más rentable. Y firma dada ni Dios la quita.
Por la calzada que va al Panteón Municipal, el cortejo va a vuelta de rueda. Cuando se
tiene el privilegio de tener muerto en casa, es preciso hacerlo durar. Saborear gota a gota
esta rara mezcla de lágrimas, olor de cera, flores marchitas, pañuelos de alcohol, tierra
recién abierta. Ayer a las 5:16 de la mañana murió José Guadalupe López Pérez. Su vida
fue una lucha. Por el pan de cada día, por la libertad, por la justicia. No sabemos si en
esta lucha vivió o simplemente sobrevivió. Descanse en paz.