cuidados de la salud en el siglo xix - gob

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Este siglo empezó bajo la influencia del pensami- ento europeo de la Ilustración, y aunque muchos de sus postulados no pasaron de ser enuncia- dos, es evidente que la formación de la naciente nación ecuatoriana se dio con base en el progre- so y la razón. Esta fue una época de reformas universitarias y renovación de los planes académicos que incluyó a la cirugía en su pensum de estudio. Además, se introdujo la noción de higiene personal, pero en especial la pública y se señaló la importancia de los factores medioambientales y sociales en el origen y contagio de las enfermedades. Hacia 1825 en Quito se registraban seis médi- cos y cuatro cirujanos. Los médicos compartían las actividades del cuidado de la salud con shamanes, barberos, sangradores, curanderos, herbolarios, comadronas y parteras. No existía lo que actualmente se conocería como la medicina científica y la medicina popular. El Cabildo de la ciudad contaba con un médico de pobres para la atención gratuita a domicilio, dicho cargo no era permanente, ya que dependía del momento. Las tarifas fijadas en Quito para los diversos oficios, incluían también a médicos y cirujanos; se conoce que se cobraba 16 reales por el recono- cimiento de un enfermo, 24 por el reconocimien- to de un cadáver en horas diurnas y 32 en horario nocturno y un peso por cada legua de caminata para practicar la diligencia. Dentro del Hospital, además de los médicos existía personal dedicado a otros oficios muy importantes para su desempeño. Por ejemplo, el ecónomo: encargado de la provisión de todo lo requerido por oficinas y enfermerías, además inspeccionaba a los empleados. La abadesa: responsable de la sección de mujeres, no era una monja sino una jefa de piso cuyo encargo era velar por el orden y la moral. El barbero: acompañaba a los cirujanos y hacía sangrías. También trabajaban en el hospital, guasicamas o ayudantes de cocina, la cocinera, porteros, porteras, capellán y un administrador. Cuidados de la salud en el siglo XIX Por Carolina Navas Museología Educativa del Museo de la Ciudad

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Este siglo empezó bajo la influencia del pensami-ento europeo de la Ilustración, y aunque muchos de sus postulados no pasaron de ser enuncia-dos, es evidente que la formación de la naciente nación ecuatoriana se dio con base en el progre-so y la razón. Esta fue una época de reformas universitarias y renovación de los planes académicos que incluyó a la cirugía en su pensum de estudio. Además, se introdujo la noción de higiene personal, pero en especial la pública y se señaló la importancia de los factores medioambientales y sociales en el origen y contagio de las enfermedades.

Hacia 1825 en Quito se registraban seis médi-cos y cuatro cirujanos. Los médicos compartían las actividades del cuidado de la salud con shamanes, barberos, sangradores, curanderos,

herbolarios, comadronas y parteras. No existía lo que actualmente se conocería como la medicina

científica y la medicina popular. El Cabildo de la ciudad contaba con un médico de pobres para la atención gratuita a domicilio, dicho cargo no era permanente, ya que dependía del momento. Las tarifas fijadas en Quito para los diversos oficios, incluían también a médicos y cirujanos; se conoce que se cobraba 16 reales por el recono-cimiento de un enfermo, 24 por el reconocimien-to de un cadáver en horas diurnas y 32 en horario nocturno y un peso por cada legua de caminata para practicar la diligencia.

Dentro del Hospital, además de los médicos existía personal dedicado a otros oficios muy importantes para su desempeño. Por ejemplo, el ecónomo: encargado de la provisión de todo lo requerido por oficinas y enfermerías, además inspeccionaba a los empleados. La abadesa: responsable de la sección de mujeres, no era una monja sino una jefa de piso cuyo encargo era velar por el orden y la moral.

El barbero: acompañaba a los cirujanos y hacía sangrías. También trabajaban en el hospital, guasicamas o ayudantes de cocina, la cocinera, porteros, porteras, capellán y un administrador.

A través del Reglamento de Policía, el Municipio controlaba las actividades de las cuatro boticas existentes en Quito, además de la botica del hospital. El reglamento establecía que un profe-sor de medicina y otro de farmacia debían hacer visitas mensuales a sus instalaciones con el fin de verificar su correcto funcionamiento. De igual manera, la Facultad de Medicina tenía la responsabilidad de controlar la venta de venenos en estas boticas, vigilaba las recetas y los preci-os de venta.

Como en siglos anteriores, Quito sufrió varias epidemias, en especial de viruelas, disentería o la llamada fiebre catarral de 1848. En la época,

existían varios hospitales que tenían una larga trayectoria en las ciudades de Guayaquil, Cuenca, Loja y Riobamba. En 1785 se sumó a esta lista el Hospicio San Lázaro y su leprosería, así el Hospital San Juan de Dios dejó de ser el único en la ciudad de Quito.

Para el Hospital San Juan de Dios, el nuevo siglo y los cambios políticos, sociales y económicos que se suscitaron, significaron muchos cambios en su organización. La transición entre el estado colonial y el estado republicano trajo una época de inestabilidad, que buscaba la secularización en la organización de la vida del hospital y en sus prácticas médicas, lo que produjo que el hospital deje de ser administrado por la Orden los Betlem-itas y pase a manos de la administración munici-pal. En las décadas venideras, la institución debió reorganizarse y un nuevo momento se dio con la llegada de la Orden las Hermanas de la Caridad en 1870.

Cuidados de la salud en el siglo XIX

Por Carolina Navas

Museología Educativa del Museo de la Ciudad

Este siglo empezó bajo la influencia del pensami-ento europeo de la Ilustración, y aunque muchos de sus postulados no pasaron de ser enuncia-dos, es evidente que la formación de la naciente nación ecuatoriana se dio con base en el progre-so y la razón. Esta fue una época de reformas universitarias y renovación de los planes académicos que incluyó a la cirugía en su pensum de estudio. Además, se introdujo la noción de higiene personal, pero en especial la pública y se señaló la importancia de los factores medioambientales y sociales en el origen y contagio de las enfermedades.

Hacia 1825 en Quito se registraban seis médi-cos y cuatro cirujanos. Los médicos compartían las actividades del cuidado de la salud con shamanes, barberos, sangradores, curanderos,

herbolarios, comadronas y parteras. No existía lo que actualmente se conocería como la medicina

científica y la medicina popular. El Cabildo de la ciudad contaba con un médico de pobres para la atención gratuita a domicilio, dicho cargo no era permanente, ya que dependía del momento. Las tarifas fijadas en Quito para los diversos oficios, incluían también a médicos y cirujanos; se conoce que se cobraba 16 reales por el recono-cimiento de un enfermo, 24 por el reconocimien-to de un cadáver en horas diurnas y 32 en horario nocturno y un peso por cada legua de caminata para practicar la diligencia.

Dentro del Hospital, además de los médicos existía personal dedicado a otros oficios muy importantes para su desempeño. Por ejemplo, el ecónomo: encargado de la provisión de todo lo requerido por oficinas y enfermerías, además inspeccionaba a los empleados. La abadesa: responsable de la sección de mujeres, no era una monja sino una jefa de piso cuyo encargo era velar por el orden y la moral.

El barbero: acompañaba a los cirujanos y hacía

sangrías. También trabajaban en el hospital, guasicamas o ayudantes de cocina, la cocinera, porteros, porteras, capellán y un administrador.

A través del Reglamento de Policía, el Municipio controlaba las actividades de las cuatro boticas existentes en Quito, además de la botica del hospital. El reglamento establecía que un profe-sor de medicina y otro de farmacia debían hacer visitas mensuales a sus instalaciones con el fin de verificar su correcto funcionamiento. De igual manera, la Facultad de Medicina tenía la responsabilidad de controlar la venta de venenos en estas boticas, vigilaba las recetas y los preci-os de venta.

Como en siglos anteriores, Quito sufrió varias epidemias, en especial de viruelas, disentería o la llamada fiebre catarral de 1848. En la época,

existían varios hospitales que tenían una larga trayectoria en las ciudades de Guayaquil, Cuenca, Loja y Riobamba. En 1785 se sumó a esta lista el Hospicio San Lázaro y su leprosería, así el Hospital San Juan de Dios dejó de ser el único en la ciudad de Quito.

Para el Hospital San Juan de Dios, el nuevo siglo y los cambios políticos, sociales y económicos que se suscitaron, significaron muchos cambios en su organización. La transición entre el estado colonial y el estado republicano trajo una época de inestabilidad, que buscaba la secularización en la organización de la vida del hospital y en sus prácticas médicas, lo que produjo que el hospital deje de ser administrado por la Orden los Betlem-itas y pase a manos de la administración munici-pal. En las décadas venideras, la institución debió reorganizarse y un nuevo momento se dio con la llegada de la Orden las Hermanas de la Caridad en 1870.

Referencia:

Benítez, S. Ortiz C. Historia del Antiguo Hospital San Juan de Dios. Tomo II

Época republicana. Instituto Metropolitano de Patrimonio de Quito,

Museo de la Ciudad, 2012.