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1 Seminário Internacional Fazendo Gênero 11& 13 th Women’s Worlds Congress(Anais Eletrônicos), Florianópolis, 2017,ISSN2179-510X CUERPOS Y ESCRITURA. MEMORIAS DE LA VIOLENCIA EN LAS NOVELAS DE NONA FERNÁNDEZ Mariela Peller 1 Resumen: En esta ponencia exploro los modos en que las obras de Nona Fernández (Chile, 1971) tejen espacios de resistencia al olvido de la violencia del pasado reciente. Sostengo que esos espacios de resistencia se perfilan a través de dos figuras: los cuerpos y la escritura. Los cuerpos como aquello que debe ser rescatado, sacado del agujero negro de la historia chilena, traído a la luz. Aquello que debe visibilizarse, desenterrarse, nombrarse. La escritura de ficción parece como la herramienta que permitiría sacar a esos cuerpos del hoyo negro, como posibilidad de iluminación del pasado en el presente. Como figura que posibilita la comprensión de la historia, la elaboración de relatos alternativos a los oficiales y la transmisión entre generaciones. Palabras-clave: Cuerpos. Memoria. Escritura. Dictadura “El pasado tiene la clave. Es un libro abierto con todas las respuestas. Basta mirarlo, revisar sus páginas y abrir los ojos con cuidado para caer en cuenta. El pasado es un lastre del que no hay cómo librarse. Es mejor adoptarlo, darle un nombre, aguacharlo bien aguachado bajo el brazo, porque de lo contrario pena como un ánima con los rostros más inesperados.Nona Fernández, Mapocho, 2002 Nona Fernández nació en Santiago de Chile en 1971. Vivió su niñez y su adolescencia bajo la dictadura de Pinochet. Todas sus obras tratan, de modos más o menos explícitos, sobre la experiencia personal e histórica que fue haber crecido en dictadura, interrogándose sobre el pasado chileno desde la posición renovada de las nuevas generaciones. Fernández utiliza estrategias formales que tensionan las formas de la memoria y el recuerdo, mediante procedimientos estéticos que cruzan los géneros narrativo, testimonial, ensayístico y autobiográfico. Las novelas suelen contener escenas en las que los discursos circulan entre generaciones, produciendo un trabajo de rememoración crítico que ubica como un punto central de la escritura la cuestión de la trasmisión y los legados. En esta ponencia exploro los modos en que las obras tejen espacios de resistencia al olvido de la violencia del pasado reciente. Sostengo que esos espacios de resistencia se perfilan a través de 1 UBA/CONICET, Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

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Seminário Internacional Fazendo Gênero 11& 13thWomen’s Worlds Congress(Anais Eletrônicos),

Florianópolis, 2017,ISSN2179-510X

CUERPOS Y ESCRITURA. MEMORIAS DE LA VIOLENCIA EN LAS

NOVELAS DE NONA FERNÁNDEZ

Mariela Peller1

Resumen: En esta ponencia exploro los modos en que las obras de Nona Fernández (Chile, 1971)

tejen espacios de resistencia al olvido de la violencia del pasado reciente. Sostengo que esos

espacios de resistencia se perfilan a través de dos figuras: los cuerpos y la escritura. Los cuerpos

como aquello que debe ser rescatado, sacado del agujero negro de la historia chilena, traído a la luz.

Aquello que debe visibilizarse, desenterrarse, nombrarse. La escritura de ficción parece como la

herramienta que permitiría sacar a esos cuerpos del hoyo negro, como posibilidad de iluminación

del pasado en el presente. Como figura que posibilita la comprensión de la historia, la elaboración

de relatos alternativos a los oficiales y la transmisión entre generaciones.

Palabras-clave: Cuerpos. Memoria. Escritura. Dictadura

“El pasado tiene la clave. Es un libro abierto con todas las respuestas. Basta

mirarlo, revisar sus páginas y abrir los ojos con cuidado para caer en cuenta.

El pasado es un lastre del que no hay cómo librarse. Es mejor adoptarlo, darle

un nombre, aguacharlo bien aguachado bajo el brazo, porque de lo contrario

pena como un ánima con los rostros más inesperados.”

Nona Fernández, Mapocho, 2002

Nona Fernández nació en Santiago de Chile en 1971. Vivió su niñez y su adolescencia bajo

la dictadura de Pinochet. Todas sus obras tratan, de modos más o menos explícitos, sobre la

experiencia personal e histórica que fue haber crecido en dictadura, interrogándose sobre el pasado

chileno desde la posición renovada de las nuevas generaciones. Fernández utiliza estrategias

formales que tensionan las formas de la memoria y el recuerdo, mediante procedimientos estéticos

que cruzan los géneros narrativo, testimonial, ensayístico y autobiográfico. Las novelas suelen

contener escenas en las que los discursos circulan entre generaciones, produciendo un trabajo de

rememoración crítico que ubica como un punto central de la escritura la cuestión de la trasmisión y

los legados.

En esta ponencia exploro los modos en que las obras tejen espacios de resistencia al olvido

de la violencia del pasado reciente. Sostengo que esos espacios de resistencia se perfilan a través de

1 UBA/CONICET, Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

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dos figuras: los cuerpos y la escritura. Los cuerpos como aquello que debe ser rescatado, sacado del

agujero negro de la historia chilena, traído a la luz. Aquello que debe visibilizarse, desenterrarse,

nombrarse. La escritura de ficción como la herramienta que permitiría sacar a esos cuerpos del hoyo

negro, como posibilidad de iluminación del pasado en el presente. Como figura que habilita

aperturas hacia la comprensión de la historia, la elaboración de relatos alternativos y la transmisión

entre generaciones.

Entre los cuerpos rescatados y la escritura como herramienta de cambio, está Nona

Fernández, la escritora y su obra. Una obra que no deja de confrontarnos con las zonas olvidadas

del pasado reciente chileno y las complejidades del campo de la memoria. Una obra que habla de

los efectos del terrorismo de Estado sobre los sujetos y las sociedades contemporáneas. Sobre

quienes eran niños y adolescentes en aquellos años, sobre quienes cometieron crímenes, sobre

quienes fueron militantes, sobre quienes tienen familiares desaparecidos, sobre quienes fueron

tocados por la violencia a pesar de no ser ni militantes ni militares. Movida por un deseo de

responsabilidad, en cada nueva novela Fernández amplía su cartografía del horror y de las

resistencias al horror. Como si deseara abarcar todas las vidas que han sido perturbadas por los

crímenes del pasado. Como si deseara que ninguna de esas experiencias subjetivas pasara al olvido.

Recordar, visibilizar, nombrar: una política de la nominación

La escritura de Nona Fernández hace reaparecer cuerpos y nombres olvidados en las

narrativas oficiales del pasado. Recupera cuerpos maltratados, cuerpos sin valor. Se trata de

aquellos cuerpos que Judith Butler ha trabajado bajo las figuras de lo abyecto, de vidas que no son

embestidas con las características de lo humano, de vidas que no son reconocidas como tales y que

por lo tanto no son dignas de duelo, vidas que no son inteligibles como vidas (Butler, 2006; 2010).

La obra de Fernández trabaja desenterrando esos cuerpos, haciéndolos reaparecer. Se trata de una

diversidad de cuerpos socialmente ubicados en posición de subalternidad y precariedad: mujeres,

niños, desaparecidos, asesinados, perturbados, maltratados, abusados.

Av. 10 de julio Huamachuco es la historia de Juan y Greta, quienes durante la década del

ochenta, cuando tenían 13 o 14 años, realizaron una toma de un liceo, cayendo presos y perdiendo a

dos de sus compañeros (El Negro y la Chica Leo), quienes fueron desaparecidos por la dictadura

militar. El relato se sitúa unos 20 años después, en los 2000 cuando las vidas de Juan y Greta están

derrumbadas. Juan dejó su empleo de años y perdió a su esposa, a causa de su obsesión por no

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abandonar su casa que será demolida para hacer un paseo de compras. Greta, nunca pudo

recuperarse de la muerte de su hija de 6 años en un accidente automovilístico, cuando se dirigía a la

escuela con el micro escolar. A los dos protagonistas los secunda una serie de otros cuerpos

abyectos que el relato va haciendo emerger mediante diversas estrategias narrativas: niñas

degolladas, jóvenes prendidos fuego, adolescentes golpeados brutalmente por los carabineros,

víctimas de accidentes de tránsito, niños abusados sexualmente, adultos alcohólicos y consumidores

de pastillas psiquiátricas, mujeres que son despedidas de sus trabajos por quedar embarazadas. Esta

serie de cuerpos abyectos, reaparece literalmente al final de la novela, cuando lograr romper la

puerta del hoyo negro en el que estaban encerrados.

En Chilean Electric (2015) también desfilan cuerpos maltratados, como el de un niño de 14

años, golpeado por los carabineros, con un ojo fuera de su cara, en la plaza de Armas, en 1984. O

como el caso de Nalvia Rosa Mena Alvarado, militante de las Juventudes Comunistas, que en 1976

fue secuestrada embarazada de tres meses por la DINA, y continúa aún hoy desaparecida junto con

su esposo.

Asimismo, Space invaders (2014) trata sobre la historia de Estrella González, compañera de

liceo de Fernández e hija de un Oficial que estuvo implicado en el “Caso Degollados”2. En esta

breve novela Fernández compone un coro de voces de niños, quienes fueron los compañeros de

González del liceo. El narrador se va desplazando de un niño a otro y en muchos casos habla desde

el “nosotros”. Estos jóvenes desde el presente recuerdan y sueñan -en una constante yuxtaposición

de ambos registros- a su compañera González. Cada uno lo hace destacando y poniendo el foco en

cosas diferentes: la voz, los olores, las cartas que ella escribía.

El relato coral narra diferentes dimensiones de la vida de Estrella, nos enteramos así que era

callada y siempre se escribía cartas con su amiga Maldonado. En esas cartas se contaban cosas

como por ejemplo el accidente del padre de González, quien era carabinero y había perdido una

mano en un accidente laboral, queriendo salvar a un compañero, una bomba le había estallado en su

mano izquierda. Fernández también nos cuenta que cuando comienza a organizarse el centro de

estudiantes, González no participa, sino que se queda siempre escribiendo cartas para Maldonado,

contándole, del viaje que hace con su papá a Alemania, enviado por la FF.AA, para que le operaran

2 El Caso Degollados fue el secuestro y asesinato de tres miembros del Partido Comunista de Chile, perpetrado por Carabineros hacia finales de la dictadura militar de Augusto Pinochet. Santiago Nattino, Manuel Guerrero y José Manuel Parada fueron secuestrados a fines de marzo de 1985 por agentes de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros y encontrados asesinados y con signos de tortura el 30 de marzo. Este caso aparece recurrentemente en los textos de la generación de postdictadura chilena, está presente también en las intervenciones de Andrea Insunza y Andrea Jeftanovic en Volver a los 17 (2013).

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la mano. A su regreso se incorpora a la vida de González, el “tío” Claudio, compañero de trabajo

del padre, quien la lleva y la trae al liceo en un auto rojo.

Mucho tiempo después, en 1994, estos niños descubren viendo el fallo del caso degollados

en televisión, que entre los culpables se encontraban el padre de González y el “tío” Claudio. Pero

hay un episodio más que si bien es de 1991, se nos narra tras darnos a conocer la condena del padre

de González. En 1991 Estrella es asesinada de cuatro balazos por su ex marido, teniente de

carabineros, con quien tenía un hijo pequeño. Al invertir el orden de la historia –primero se narra el

juzgamiento del padre de González y después el asesinato por parte de su ex marido– se genera una

conexión causal entre ambos acontecimientos, como si la historia del padre de González hubiera

condenado a su hija a la muerte, a ser asesinada en manos de un carabinero.

En su última novela La dimensión desconocida (2016) Fernández narra la historia de Andrés

Antonio Valenzuela Morales, agente secreto y torturador chileno encubierto, que se arrepintió y

confesó a la prensa horribles crímenes cometidos contra los Derechos Humanos durante el régimen

de Pinochet. Es la historia de un soldado que decidió no seguir obedeciendo órdenes criminales y se

convirtió en traidor. Es la historia de un “monstruo arrepentido” (154). En la novela Fernández

adopta el punto de vista del represor, escoge escribir desde esa posición incómoda para que quede

testimonio del horror y para abrirnos las puertas de la dimensión desconocida, que le da título a la

novela.

Pero el libro no habla solamente del “hombre que torturaba” sino que, a través del relato de

allanamientos, secuestros y torturas, nos acerca la otra cara de los episodios. Repone la vida de

quienes fueron víctimas y los detalles del momento en el que fueron trasladados hacia la otra

dimensión. “Recuerda quién soy. Recuerda dónde estuve, recuerda lo que me hicieron” (54), le

decían las fotografías de los desaparecidos al hombre que torturaba. “Recuerda quién soy”, le dice

el hombre que torturaba a la narradora. Asumiendo esta interpelación al recuerdo, el libro repone

cada una de esas vidas destrozadas y escribe sus nombres. Que los nombres queden escritos, que no

se olvide quienes fueron. Son algunos nombres nuevos y otros que se repiten, que ya habían

aparecido en sus historias. Regresan en esta obra las víctimas del Caso Degollados y su compañera

de liceo Estrella González. Fernández no teme hacer evidente que hay cuerpos y nombres que no

dejan de perturbarla, que retornan una y otra vez, como insistencias de un pasado que no pasa.

Insistencias que al reaparecer en sus diferentes obras van conformando una cartografía.

En “Violencia, duelo, política” (2006), Judith Butler ha reflexionado sobre la dimensión

pública de los cuerpos en el contexto de un análisis de las políticas de Estado llevadas adelante en

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relación con las víctimas del atentado del 11 de septiembre de 2001, en EE.UU. La autora afirma

que todo sujeto convive con una vulnerabilidad corporal original respecto del Otro, causada por su

interdependencia primaria con respecto a quienes con su sostén le dan la posibilidad de existir. La

precariedad y la vulnerabilidad de nuestras vidas son consecuencia, entonces, de que nuestros

cuerpos son dependientes del Otro tanto en su sujeción como en su habilitación. De ese origen en la

precariedad, un origen que pone en evidencia que podríamos no haber existido o que podemos dejar

de existir de un momento a otro, se derivan los usos y abusos posteriores que podamos hacer de la

violencia. La violencia siempre actualiza y explota cierto lazo primordial que poseemos con ella,

por ser susceptibles de recibirla a causa de nuestro estar expuestos a los otros, de nuestra

vulnerabilidad.

Estas premisas sobre la vulnerabilidad y la precariedad son inseparables de un modo de

comprender al cuerpo, de una ontología corporal específica. Butler encuentra que muchos discursos

sociales –principalmente en lo referido a las guerras– generan concepciones excluyentes y

normativas de lo humano, que conducen a una distribución diferencial del valor de las vidas.

Entonces, nos encontramos con que hay vidas que vale la pena ser vividas, que son merecedoras de

duelo y de llanto y otras que no.

Mediante su insistencia en el rescate de cuerpos maltratados y su política de la nominación,

Nona Fernández pareciera estar trabajando con las ideas de Judith Butler: hacer aparecer, nombrar,

visibilizar, escuchar y tratar de ver algo allí donde pareciera que solo hay un hoyo negro. Sugiero

hablar de una política de la nominación porque el nombre propio es una figura central en la

narrativa de Fernández. La proliferación de historias de cuerpos devastados que ella trae a la escena

no deja que esos cuerpos sean entendidos como unos cuerpos anónimos, porque el anonimato

implicaría otra forma del olvido. De cada uno de esos cuerpos se ocupa de narrar su historia, de

darnos una fecha, datos precisos y, por supuesto, un nombre. Podemos pensar que mediante esos

detalles posibilita la reaparición de los cuerpos pero que también nos da los elementos necesarios

para dar sepultura y poder hacer un duelo.

Estas diversas historias, cuerpos y nombres propios que Fernández rescata no quedan

desligados entre sí, sino que en ocasiones conforman un nosotros. Puede ser un coro de voces

infantiles, como en Space invaders, que conforman una voz generacional. O puede ser un cuerpo

colectivo, una comunidad construida por cuerpos abyectos, como en Av. 10 de julio Huamachuco.

Así lo describe Greta, la protagonista de Av. 10 de julio Huamachuco, en el momento en que están

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por salir –tras organizar una especie de fuga- del hoyo negro sin luz en el que los diferentes cuerpos

asesinados, desaparecidos y muertos se encuentran al final de la novela3:

“Corro hasta llegar a mi niña. Estoy aquí, Caracola, soy tu mami. ¿Me ves? ¿Me escuchas?

Nunca más te voy a dejar sola. Juan me abraza. También lo hace la Chica y el Negro.

Somos un solo cuerpo. Una mezcla de brazos y manos, una fusión de espaldas y piernas, un

monstruo con muchas cabezas. Nos protegemos unos a otros porque en el techo la puerta se

estremece para explotar. Vuela, se hace mierda por el aire” (FERNANDEZ, 2007: 252).

Las novelas de Nona Fernández rescatan del olvido una diversidad de cuerpos para darles

nombre. En muchos casos, se trata de muertos que reviven por medio de la escritura y que regresan

del pasado como fantasmas en el presente. En su estudio sobre la narrativa de las generaciones de

postdictadura en Argentina, Elsa Drucaroff (2011) encuentra que una de las “manchas temáticas”

aislables en su corpus es la de los fantasmas. Espectros y climas fantasmales aparecen no sólo en las

obras referidas a lo político o que remiten directamente a los tiempos de la dictadura sino que

también aparecen en aquellas que nada tienen que ver temáticamente con el pasado reciente. Los

muertos, para Drucaroff, aparecen condenando y protegiendo a los vivos, estas presencias

fantasmales son las formas en las que retorna el trauma de la dictadura, los muertos vuelven para

dar cuenta del horror y de las cuentas no saldadas con el pasado. En las novelas de Fernández,

también la reaparición de los muertos y la presencia de figuras y escenarios fantasmales, refiere a la

cuestión de la repetición en la historia y a las posibilidades de pagar deudas con el pasado violento.

En Av. 10 de julo Huamachuco Greta, que perdió a su hija en un accidente de tránsito, ocupa

sus días reconstruyendo el micro escolar donde murió la niña, con repuestos de partes de autos en

los que han muerto también otras personas. Cada repuesto que ella compra para su furgón remite a

una historia de víctimas, muertos, asesinados. “Los muertos viven. Mi furgón es una prueba de

eso”, dice Greta (59).

Por otra parte, en La dimensión desconocida la tercera parte se denomina “Zona de

fantasmas”. Allí Fernández focaliza sobre el recorrido realizado por Valenzuela –el represor que

confesó sus crímenes– para salir del país desde el momento en que, tras hablar publicamente, su

vida empezó a peligrar, por ser considerado un traidor. La narradora, que recuerda distintas lecturas

de ánimas que la han impactado en su infancia, lo imagina en un escape en el que es asediado por

fantasmas y muertos que reviven para matarlo y vengarse.

3 Ese agujero negro, como destaca Andrea Jeftanovic (2012), podría ser la imagen matriz que recorre toda la obra de Fernández. De hecho el agujero reaparece en 2016 para darle el título a su última novela La dimensión desconocida. Ese agujero negro en la historia chilena es la dictadura que vuelve una y otra vez en las novelas de Fernández.

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Mapocho, primera novela de la autora, es podríamos decir completamente una historia de

fantasmas. Con un tiempo narrativo conformado en retrospectiva, asistimos al proceso simbólico de

la muerte de la protagonista, la Rucia, anunciada desde la primera página de la novela. La historia

central se organiza alrededor de un conflicto familiar en el contexto de la dictadura militar: la

Rucia, el Indio (dos hermanos adolescentes), la madre y el exilio. El padre es aparentemente un

desaparecido. La línea principal del relato se enfoca en la búsqueda por entender qué pasó con el

padre. La madre manipula la información y se resiste a contar la verdad sobre el padre, quien parece

haber tenido un vínculo con los militares, constituyéndose en el historiador oficial de la dictadura

(Ferrada, 2016). Toda la búsqueda la realiza la narradora que muerta en un accidente de tránsito

regresa del exilio a Santiago para vagar por la ciudad con la cabeza rota y ensangrentada. Así habla

la Rucia al comienzo de Mapocho:

“Nací maldita. Desde la concha de mi madre hasta el cajón en el que ahora descanso. Un

aura de mierda me acompaña, un mojón instalado en el centro de mi cabeza, como el medio

melón de los piantaos, pero más hediendo, menos lírico. Nací cagada. Desde el juanete del

pie hasta la última mecha desteñida que me cuelga de la nuca. Me escupieron y fui a dar al

fin del mudno, al sur de todo” (FERNDENDEZ, 2002: 11)

Finalmente, los niños y los jóvenes son otra de las figuras claves entre las corporalidades

presentes en la obra de Fernández. Diversos críticos han mencionado como dentro de la literatura

latinoamericana elaborada por las generaciones de la postdictadura, principalmente en la última

década, asistimos a la construcción de relatos de memoria marcados por una perspectiva infantil,

adolescente o de la primera adultez. Son relatos en los que las figuras del hijo o la hija aparecen

como narradores y personajes principales, para ubicarse en el centro de la escena narrativa, familiar

y social, cobrando un fuerte protagonismo. A través de esos relatos, las nuevas generaciones se

alejan de los discursos previos sobre el pasado reciente, para proponer nuevas claves interpretativas,

que incorporan los afectos, la intimidad y la desvictimización. Seleccionando materiales menores

para componer sus obras: cartas, diarios, cuadernos, memorias, dibujos, fotografías (Blanco,

Jeftanovic y Llanos, 2016; Reati, 2015).

Andrea Jeftanovic (2011) sostiene que la incorporación de la perspectiva infantil en los

relatos contemporáneos posibilita la apertura hacia opciones que en la historia son impensables. Se

trata de que los niños adquieran protagonismo y desde su posición de sujeto subalterno o “desde

abajo” observen y cuestionen la arbitrariedad de los sistemas sociales. La perspectiva infantil en

literatura “no se agota en una situación de vulnerabilidad; más bien manipula esa vulnerabilidad

para transformarla en una herramienta literaria que permita construir discursos político-sociales y

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poéticas escriturales” (13). En la literatura de Fernández los niños son personajes, narradores y

protagonistas. Están los niños que toman el liceo en Av. 10 de julio Huamachuco y están los niños

que sufren disciplinas escolares en Space invaders. Pero, como veremos más adelante, los niños son

también quienes preguntan, quienes piden saber, poniendo el relato en movimiento.

Narrar, transmitir, legar

La diversidad de historias que vuelven a través de figuras fantasmales, a través de sueños, de

memorias de casos reales o de ficciones construidas requiere de un narrador o narradora. ¿Quién

narra estas historias en las obras de Nona Fernández? ¿Y para quién?

Fuenzalida (2012) organiza su trama alrededor de la presencia de tres generaciones. El libro

lleva el título del apellido del padre de la narradora, la que a partir de la aparición de una fotografía

comienza una búsqueda para conocer el paradero de su padre, quien se fue cuando ella era pequeña.

Pero en otro nivel, la trama se organiza alrededor de la relación entre la narradora y su pequeño hijo

Cosme, quien está internado en una clínica porque ha entrado en una especie de sueño profundo del

que nadie puede despertarlo. La novela trata sobre los vínculos de esas tres generaciones y los

modos en que la generación del medio se encarga de elaborar un relato para legar a la tercera

generación. La novela está dedicada al hijo de la autora: “A Dante, como una respuesta” se lee

puede leer al comienzo. Y unas páginas más adelante, a modo de epígrafe, Fernández escribe:

“Cierra los ojos y sueña conmigo. En esos pasillos mi reflejo puede moverse y hasta bailar. Toma

los hilos de esa marioneta, préstale tu voz y pon en mi boca las palabras que necesites. Inventa un

cuento que te sirva de memoria”. Una frase que parece pronunciada para su hijo Dante pero

también para sí misma. Esta leyenda se repetirá a lo largo de la novela a modo de mantra. Al final

descubriremos que eran las palabras que Fuenzalida padre le escribió a su hija en una carta. Esas

palabras acerca de la necesidad de inventar ficciones para armar las memorias han pasado así de una

generación a otra. La nueva generación es la que impulsa la invención de cuentos. Al comienzo de

la novela la madre de la protagonista le pregunta por qué quiere saber de su padre ahora. Ella se

queda pensando y responde que esa indagación se vincula con una pregunta que le hiciera su hijo

Cosme. La demanda del hijo es la que pone en movimiento en relato:

“Un día fui a buscar a Cosme al colegio como todas las tardes. Mientras caminábamos por

la vereda hacia la casa, no recuerdo por qué razón, me pregunto por Fuenzalida. ¿Y tu

papá?, me dijo. Nunca habíamos hablado del tema. Él tiene muy claro quiénes son sus

abuelos y en ese mapa mental seguramente faltaba una pieza. ¿Se murió?, insistió al ver que

yo no respondía absolutamente nada. Mi memoria estaba en blanco, como un rollo

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fotográfico velado, no arrojaba ninguna imagen. La verdad es que no arrojaba nada de nada,

así es que nada respondí. No había historia, no había relato.

Para una escritora de culebrones no hay nada más frustrante que no tener relato.

Para una escritora de culebrones no hay nada más frustrante que no tener un relato para

contarle a su hijo. (FERNANDEZ, 2012: 37)

En La dimensión desconocida (2016), Fernández relata una ceremonia realizada en 2016 en

homenaje a tres asesinados durante la dictadura. El hijo –que es de la generación de Nona

Fernández– de una de las víctimas lee una carta enviada por su propia hija desde Europa. Escribe

Fernández: “Mientras Guerrero hijo lee la carta, pienso que este memorial y toda esta ceremonia

es para ella. No para su abuelo y sus compañeros, no para sus padres, no para nosotros, sino que

es para ella…” (139). Obsesionada por escribir sobre el pasado, Fernández es bien consciente de la

necesidad de una trasmisión intergeneracional de las memorias. Toda su obra puede ser leída como

un símbolo cultural del pasaje de relatos entre generaciones, como un legado hacia aquellos que

vendrán.

Si como vimos hasta aquí los niños parecen poner el relato en movimiento, las mujeres y los

sectores subalternos parecen ser quienes trasmiten la memoria en la obra de Nona Fernández

(LLANOS, 2013). Las abuelas –mujeres viejas– parecen ser una de las transmisoras por excelencia.

En Mapocho es la abuela la que orienta a su nieta la Rucia en la búsqueda y la ayuda a entender el

mundo urbano que habitan actualmente. En Chilean Electric la abuela también funciona como

figura de trasmisión de relatos. Unos relatos construidos entre ficción y realidad. En esa novela la

narradora escribe varias veces una frase que comienza a funcionar como un mantra: “Iluminar con

la letra la temible oscuridad”, texto que instala como eje principal de la novela la transmisión de un

saber sobre la escritura entre una abuela y una nieta. Una máquina de escribir Remington grande y

negra es el objeto simbólico que hereda la nieta. Pero son las historias que le contaba la abuela

mientras dormían la siesta juntas en la oscuridad las que en realidad importan. Son esos relatos

construidos con elementos de ficción y de realidad los que hoy la nieta recupera para entender la

historia chilena.

La novela arranca con el recuerdo del relato -entre ficción y realidad- que la abuela de la

narradora le contaba durante su infancia acerca de la llegada de la luz eléctrica a Santiago de Chile.

La abuela había sido empleada pública y trabajaba con una vieja máquina de escribir, con la cual la

narradora, ya adulta, escribe su propio relato. Entre su afán por la luz, el registro en una máquina de

escribir y la invención de historias, la abuela construye un legado para su nieta: registrar, escribir,

inventar.

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La escritura como deseo de responsabilidad

Como había desarrollado en Chilean Electric, cuando proponía “iluminar con la letra la

temible oscuridad”, en su última novela La dimensión desconocida, Fernández reflexiona sobre el

propio proceso de escritura. El epígrafe del libro refiere a la capacidad de la imaginación para

reponer la información escamoteada y los deslices de la memoria: “Imagino y completo los relatos

truncos, rearmo los cuentos a medias. Imagino y puedo resucitar las huellas de la balacera” (5). El

arte, la escritura y la imaginación pueden colaborar en la comprensión del pasado para permitirnos

actuar ética y políticamente en el futuro. Sin imaginación no hay saber posible, porque con la

memoria no alcanza.

Fernández asume su lugar de segunda generación y no escapa a la responsabilidad que ese

lugar histórico le atribuye. La responsabilidad de quienes sin haber sido partícipes directos cargaron

con las consecuencias. En La dimensión desconocida, la narradora y su pareja no pueden dejar de

tararear la canción de Billy Joel: “We didn´t start the fire, no we didn´t light it, but we tried to fight

it. Nosotros no empezamos el fuego. No lo encendimos, pero intentamos apagarlo” (136). La

violencia de los años dictatoriales no fue escogida por quienes eran niños en esa época, no obstante,

como herederos de ese pasado deben hacerse responsables y combatir sus efectos en la actualidad.

Escribir es una manera de hacerse responsable. ¿Para qué escribir? Para salvar vidas,

responde Fernández en un texto que lleva el sugerente título “Escribir para salvar vidas”:

“¿Qué es escribir sino dar una especie de testimonio? Testimonio de una época, de una

experiencia, de una memoria. Me gusta entender la escritura desde ese lugar, el lugar de las

huellas. Señales que quedan en el cuerpo y en la biografía como enigmas a descifrar con el

tiempo. (…) La ficción completa. La ficción repara. La ficción es la plataforma a partir de

la cual podemos construir escenas imposibles que nos ayudarán a evitar la explosión. Que

nos ayudarán a salvar vidas.” (FERNANDEZ, 2015: 195)

Sin dudas, hay una vida que Nona Fernández hubiera querido salvar. Una vida que retorna

constantemente en su escritura. Se trata de la vida de Estrella González Jepsen, su compañera del

liceo, que aparece por primera vez en la Space Invaders –a quien le dedica esa novela- y que

regresa en La dimensión desconocida, y en la crónica de no ficción “Hijos” escrita para una

compilación de relatos producidos por escritores de la generación de postdictadura chilena

(FERNÁNDEZ, 2013). El vínculo que establece Nona Fernández con Estrella González puede

leerse bajo la estructura del “dos, pero uno muerto”, que ha estudiado Drucaroff para la nueva

narrativa argentina. Se trata de una mancha temática que se caracteriza por la presencia de pares de

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Seminário Internacional Fazendo Gênero 11& 13thWomen’s Worlds Congress(Anais Eletrônicos),

Florianópolis, 2017,ISSN2179-510X

personas de la misma edad, donde una actúa como sombra, un amigo que falta, un hermano, algún

semejante que falta y con quien el protagonista o narrador entabla una relación de culpa, amor y

conflicto (DRUCAROFF, 2011: 305).

Hay en Nona Fernández una posición ético-política como escritora y narradora, un proyecto

de escritura, un deseo de responsabilidad con respecto a las violencias del pasado reciente. A ese

deseo de responsabilidad respecto de los horrores del pasado, lo acompaña una fuerte creencia en el

lenguaje y en la ficción como herramientas que pueden cambiarlo todo (ZUÑIGA, 2014). En esa

conjunción de elementos emerge la politicidad de la obra de Fernández. Como sostiene Jacques

Rancière el arte no es político por los mensaje o sentimientos que comunica acerca del estado de la

sociedad, ni por la manera en que representa a los sujetos y a las identidades. Es político en la

medida en que sus prácticas producen formas de visibilidad que “reenmarcan” maneras de ser, de

sentir y de decir. Es político en la medida en que produce “escenas de disenso”, porque la “política

consiste en reconfigurar la partición de lo sensible, en traer a escena nuevos objetos y sujetos, en

hacer visible lo que no lo era, en transformar en seres hablantes y audibles a quienes sólo se oía

como animales ruidosos” (2006: 2). Para salvar vidas no alcanza con recordar y traer a la memoria,

sino que se necesitan de las herramientas de la ficción: narrar, reescribir, inventar, imaginar,

nombrar, visibilizar.

Referencias

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chilena.html. Acesso em: 07/07/2017.

Bodies and writing. Memory of violence in Nona Fernández novels

Astract: In this paper, I explore the ways in which the work of Nona Fernández (Chile, 1971)

weave resistance spaces to the forgetfulness of the recent past violence. I suggest that two figures

configure these resistance spaces: bodies and writing. Bodies like what must be rescued, what must

be taken out of the black hole of Chilean History. Bodies like what must be dug up and named.

Writing like a tool, which can take these bodies out of the black hole. Writing like a practice that

enable the illumination of the past in the present. As a central figure, that makes possible the

understanding of history, the elaboration of alternative stories and the transmission between

generations.

Keywords: Bodies. Memory. Writing. Dictatorship