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Cuerpos Celestes, escritoTRANSCRIPT
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Cuerpos celestes.
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Él.
Martín se había despertado por un motivo que para él era difuso, se encontró perdiendo el
tiempo mirando el techo a pesar de que aun la oscuridad reinaba en su cuarto. Ladeó su cabeza
para poder ver la hora y el reloj sentenciaba las 5:15 de la madrugada, con un gruñido retiro las
cobijas y sabanas que cubrían su cuerpo y se sentó al borde de su colchón, lo cual produjo un
sonido que inundo todo el departamento. Puso sus codos sobre las rodillas y posó su rostro sobre
sus palmas abiertas, dejando una abertura para poder exhalar, después se levanto y se tomo
rumbo hacía el baño.
Su departamento no era grande, lo componían dos cuartos, una sala y un pequeño
comedor, era bastante humilde y él podía permitirse dicho lujo. Tambaleándose por el pasillo
llego al baño, abrió la puerta, prendió el foco y se dispuso a orinar, en ese momento escucho una
vibración, volteó su cabeza mirando lo poco que la iluminación del baño le permitía observar,
después de nuevo escucho la vibración.
Llego a su cuarto desconcertado y vio una pequeñísima luz a un lado de su almohada, era
su móvil. Martín detestaba dicho aparatejo, nunca le habían parecido útiles, pero estaba usándolo
porque le querían seguir el rastro y poder hablar con el de vez en cuando.
La pequeña pantalla tenía un mensaje que decía : SMS, Elvia.
Elvia. Aquel nombre le había producido una sensación de frio en la parte trasera de su
cráneo. No sabía porque aún le causaba dichas cosas en él. Abrió el móvil como si este fuese a
soltar una llamarada en cuanto fuese abierto, se dirigió al menú y leyó el mensaje, este ponía :
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Necesitamos hablar. Urgente. E.
Martín estaba acostumbrado a los mensajes de Elvia, de hecho, aquella "E" siempre le
provocaba cierta sonrisa, aún recordaba que esa costumbre se la había marcado a ella cuando una
vez le pregunto porque siempre terminaba sus mensajes con una M. Él le había contestado que
era un tipo de firma, una costumbre desde su infancia, ya que siempre había aborrecido las
firmas largas y tediosas que tenían los adultos.
Marcó el número pero después de seis timbres no le contestaban, así que optó por
mandarle un SMS y se sorprendió a si mismo escribiendo que iba camino al departamento de
ella. Tomó la ropa necesaria y se ducho, después desayuno. Tomo sus llaves, su chaqueta, el
móvil y antes de salir recordó que había dejado su cajetilla de cigarros en el refrigerador, una
mala costumbre pensó él, la había tomado de su padre.
Justo después de cerrar su puerta con llave, saco un cigarrillo y lo encendió, apenas eran
las 6:00, vio como un hilo de humo azulado emanaba de sus labios con una espesura que
asimilaba a un tren. Levanto el cuello de su chaqueta para cubrirse y volteando a ver el cielo que
había tomado un color cobrizo, emprendió camino al departamento de Elvia.
El camino parecía bastante ameno, a pesar de que ya estaba amaneciendo se podía
sentir aún el frío que invade las calles cuando es de madrugada. Martín en todo el camino no
había parado ningún metro, el juego de luces a esas horas le hipnotizaban, el sonido de las
construcciones de madera crujía haciendo una orquesta que solamente se podía disfrutar cuando
se está totalmente desvelado.
A unas cuantas calles de llegar al departamento donde vivía Elvia, Martín pudo percibir
como una sensación le recorría la espalda, sentía como si el estomago se le encogiera varios
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centímetros. Metió la mano en su bolsillo, saco la cajetilla de cigarros, la abrió y observó que
solamente le quedaba un último cigarrillo, lo saco y lo encendió. Era la pr imera vez en todo el
camino en que se detuvo y lo hizo para perder su vista en aquel cigarrillo que tenía en sus labios
y lo veía por el rabillo de sus ojos, el sonido del tabaco ardiendo lo saco del trance.
Miro hacia los lados y reconoció el edificio. Tercer piso, quinto cuarto, su vista se dirigía
hacia de manera nostálgica. Se había detenido justo en el punto exacto, parecía que su
inconsciente había maquinado aquella acción de prender su cigarrillo. Tenía una regla bastante
tajante, no poder fumar dentro de algún lugar cerrado, esta regla había sido dada por su padre
cuando aún vivía con ellos, recordó que su padre le había dicho —Porque te esmeras en seguir
arruinando tu vida, Martín—añadió su padre mientras le quitaba su cigarrillo de los labios—se
que sabes lo que haces, pero lo peor del hombre es seguir haciendo las cosas mal a pesar de
saberlo.
—Demonios—dijo Martín mientras arrojaba si cigarrillo al suelo. Con rabia lo restregó
con su suela y subió las escaleras. Al abrir la puerta sintió de nuevo aquella sensación de hace
unos cuantos minutos después escucho como se cerraba la puerta detrás de él, miró el reloj y este
marcaba ya las 6:40 de la mañana, tragó saliva y volvió la vista a las escaleras.
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Ella.
Elvia llevaba unos días bastante cansada, la rutina que había conquistado su vida después
de haber terminado su licenciatura le estaba consumiendo, al menos así pensaba ella.
La verdad es que tenía un buen trabajo, a pesar de que ella apreciaba más pasar el tiempo
a solas y poder reflexionar sobre varias cosas, todos los días a media jornada de trabajo se decía
a sí misma que todo estaría bien.
Se despertaba en las mañanas, se bañaba, tomaba el desayuno y se retiraba al trabajo.
Para las 10:00 a.m ella ya estaba en su oficina, realizando los trabajos diarios que se le
encargaban. Tenía un puesto en una editorial, ella era la encargada de revisar los trabajos y poder
realizar alguna crítica y después comparaban entre ella y su jefe para poder ver si se podría
publicar.
Este mismo cansancio hizo que Elvia se levantara a las 5:00 de la madrugada, se levantó
y camino a la cocina por un vaso de agua. Después de poner el vaso en el lavaplatos decidió que
estaría despierta y no podría conciliar de nuevo el sueño.
A pesar de haber estado adormilada, su mente parecía no estarlo, terminó de leer algunos
trabajos y en un momento su mente se posó en su móvil.
Elvia recordó que aquel móvil lo había comprado de una manera impulsiva, cuando
Martín había hecho un comentario acerca de la tecnología en dichos apara tos ella parecía de
acuerdo con él, pero aún así lo compró para poder hablar con él, mientras tenía ella su descanso
en el trabajo.
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Habían pasado ya varios meses desde que no se hablaban, habían tenido varios
encuentros, ya que recurrían al mismo bar cuando estaban mal, pero solo se veían de reojo,
mientras bebían solitariamente en la barra.
Elvia era bastante hermosa, así que no faltaba aquel galán que le trataba de conquistar
mientras bebía sola, en realidad en ese momento solo estaba Martín ahí, las voces se apagaban, el
licor ya no le quemaba, era como sí la pura presencia de él le bastara a ella para poder ser feliz.
Después daba el último trago y se retiraba, dejando al galán, pero a Martín no, ella sentía que su
alma se quedaba junto a él para acompañarle, mientras su cuerpo se desvanecía en sueños en su
departamento.
Decidió marcarle. Marcó seis veces más y no le contestaron, entonces decidió mandar un
mensaje. —Corto y directo—dijo Elvia mientras con su otra mano se desvestía.
Envió el mensaje y se metió a tomar una ducha. Al salir, salto de la puerta del baño hasta
donde se encontraba su cama, revisó el celular con una sonrisa, la cual se desvaneció al ver que
Martín no había respondido.
Se vistió y decidida salió de su casa en busca de Martín, aún tenía la vieja dirección del
departamento de él. Sabía que lo encontraría allí, a Martín no le gustaban los cambios y prefería
vivir en el mismo lugar si era necesario para no afrontar la ansiedad que le invadía.
Tomó su bolsa y se dirigió a la salida del edificio. Al salir vio al cielo, se quedo unos
segundos pensando en la sonrisa de Martín, ya parecía difuminada, pero aún le causaba cierta
felicidad.
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Saco el móvil de su bolsillo, aquellos enormes números blancos marcaban ya las 5:40 de
la madrugada, Elvia tomo sus llaves y entro al carro. Encendió el motor y las luces del carro
iluminaron el frente, Elvia sonrió y aceleró.
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La luna.
Dibujado en el tablero digital del auto de Elvia, el reloj marcaba ya las 6:30. Se bajo del
caro y decidió esperar unos cuantos minutos. Después se dirigió a la puerta del departamento,
este era pequeño, había pasado ya muchas noches ella en aquel lugar, miles de recuerdos
invadieron su memoria.
Elvia tocó el timbre, aquel sonido invadió el silencio de la casa. No respondían. Timbró
de nuevo. Nada. Después se hizo a la idea de que Martín quizás estaba dormido y ebrio, bastante
típico en el. Busco en la maceta que estaba en el suelo. Recordó que una de las primeras veces
que salían Martín le había comentado que siempre se le perdían las llaves y guardaba una copia
debajo de la maceta.
Así fue, encontró la llave y abrió con cuidado la puerta. Recorrió todos los cuartos en
busca de Martín pero no encontró nada. Entro de nuevo a su cuarto, tomo las sabanas y se cubrió
con ellas mientras se acostaba, cerró los ojos y en un instante, nada.
Elvia dormía de tal manera que la luna le iluminaba el rostro y le hacía ver más hermosa
de lo que ya era.
En la sala el reloj marcaba ya las 6:55. Y ella estaba ahí, sola.
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Las estrellas.
Martín había subido hasta la puerta donde vivía Elvia, tocó la puerta tres veces pero nadie
le respondía. Se moría por saber de qué quería hablar ella, un momento pensó que quizás jugaba
con él, pero eso no le importaba ya. Quería verla, desde el momento en que había pisado el
primer peldaño, la veía solamente a ella a cada paso.
Pasaron algunos minutos y regreso al vestíbulo del edificio. En la entrada estaba el
guardia, Martín no recordaba haberlo visto, quizás había salido a comprar algo.
Al acercarse a la puerta Martín, con mucha vergüenza le pidió un cigarrillo al guardia. El
guardia metió la mano en sus bolsillos y le dio uno. Se quedaron en silencio en aquel enorme
vestíbulo. Se miraron en silencio y el guardia asintió, tomo su radio y murmuro algunas palabras.
Minutos después un taxi había llegado a la entrada. —Parece que usted lo necesita—dijo
el guardia mientras le guiñaba un ojo. Martín desconcertado lo miro de nuevo y asintió, tomó el
taxi, le dijo su dirección al chofer y se retiraron.
Mientras el automóvil desaparecía en la siguiente esquina el guardia encendió otro
cigarrillo, el cielo estaba ya estaba dejando ver las estrellas y reloj ya marcaba las 6:50.
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Los amantes.
Con la luna y las estrellas iluminando el camino, Martín había bajado del taxi, el chofer
tomó el dinero y se fue. Elvia estaba ya en un profundo sueño cuando Martín había abierto la
puerta y se había quitado los zapatos.
Martín se sorprendió al verla acostada en su cama, se quedo algunos segundos mirándola,
se quito la camiseta y se acostó a un lado de ella. Ella había sentido el movimiento, giro su
cuerpo y su cara se encontró con la de él.
Solo estaban ellos dos, el silencio se veía interrumpido por la respiración de ambos, no
mediaron ninguna palabra, dejaron que el sonido de sus respiraciones y el latido de los corazones
invadieran el cuarto, después se besaron.
La luna y las estrellas seguían iluminando el rostro de ambos amantes, no hablaron, se
amaron en silencio, ambos miraron por la ventana y cayeron en cuenta, de que ambos por el día
estaban separados, pero por la noche juntos.
Pero no comprendieron, que no siempre la luna está presente y que las estrellas son
borradas por las nubes algunas noches.
Mientras el sol salía, ambos estaban abrazados como si el tiempo no importará y el reloj
marcaba ya las 7:00 de la mañana.