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CUENTOS INFANTILES CUENTOS INFANTILES Compilados por Beliza Cristoal Pantoja El presente trabajo es una recopilación de ocho cuentos infantiles para su fácil lectura

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Cuentos infantiles

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CUENTOS INFANTILES

CUENTOS INFANTILES

Compilados por Beliza Cristoal Pantoja

El presente trabajo es una recopilación de ocho cuentos infantiles para su fácil lectura

CUENTOS INFANTILES

ALIBABA Y LOS 40 LADRONES

lí Babá era un pobre leñador que vivia con su esposa en un pequeño pueblecito dentro de las montañas, allí trabajaba muy duro cortando gigantescos árboles para vender

la leña en el mercado del pueblo.AUn día que Alí Babá se disponia a adentrarse en el bosque escucho a lo lejos el relinchar de unos caballos, y temiendo que fueran leñadores de otro poblado que se introducían en el bosque para cortar la leña, cruzo la arboleda hasta llegar a la parte más alta de la colina.

Una vez allí Alí Babá dejo de escuchar a los caballos y cuando vio como el sol se estaba ocultando ya bajo las montañas, se acordo de que tenía que cortar suficientes árboles para llevarlos al centro del poblado. Así que afilo su enorme hacha y se dispuso a cortar el árbol más grande que había, cuando este empezo a tambalearse por el viento, el leñador se aparto para que no le cayera encima, descuidando que estaba al borde de un precipicio dio un traspiés y resbalo ochenta metros colina abajo hasta que fue a golpearse con unas rocas y perdio el conocimiento.

Cuando se desperto estaba amaneciendo, Alí Babá estaba tan mareado que no sabía ni donde estaba, se levanto como pudo y vio el enorme tronco del árbol hecho pedazos entre unas rocas, justo donde terminaba el sendero que atravesaba toda la colina, así que busco su cesto y se fue a recoger los trozos de leña.

Cuando tenía el fardo casi lleno, escucho como una multitud de caballos galopaban justo hacia donde él se encontraba ¡Los leñadores! - penso y se escondio entre las rocas.

Al cabo de unos minutos, cuarenta hombres a caballo pasaron a galope frente a Alí Babá, pero no le vieron, pues este se había asegurado de esconderse muy bien, para poder observarlos. Oculto entre las piedras y los restos del tronco del árbol, pudo ver como a unos solos pies de distancia, uno de los hombres se bajaba del caballo y gritaba: ¡Ábrete, Sésamo!- acto seguido, la colina empezaba a temblar y entre los grandes bloques de piedra que se encontraban bordeando el acantilado, uno de ellos era absorbido por la colina, dejando un hueco oscuro y de grandes dimensiones por el que se introducían los demás hombres, con el primero a la cabeza.

Al cabo de un rato, Alí Babá se acerco al hueco en la montaña pero cuando se disponía a entrar escucho voces en el interior y tuvo que esconderse de nuevo entre las ramas de unos arbustos. Los cuarenta hombres salieron del interior de la colina y empezaron a descargar los sacos que llevaban a los lomos de sus caballos, uno a uno fueron entrando de nuevo en la colina, mientras Alí Babá observaba extrañado.

El hombre que entraba el último, era el más alto de todos y llevaba un saco gigante atado con cuerdas a los hombros, al pasar junto a las piedras que se encontraban en la

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entrada, una de ellas hizo tropezar al misterioso hombre que resbalo y su fardo se abrio en el suelo, pudiendo Alí Babá descubrir su contenido: Miles de monedas de oro que relucían como estrellas, joyas de todos los colores, estatuas de plata y algún que otro collar... ¡Era un botín de ladron! Ni más ni menos que ¡Cuarenta ladrones!.

El hombre recogio todo lo que se había desperdigado por el suelo y entro apresurado a la cueva, pasado el tiempo, todos habían salido, y uno de ellos dijo ¡Ciérrate Sésamo!

Alí Babá no lo penso dos veces, aún se respiraba el polvo que habían levantado los caballos de los ladrones al galopar cuando este se encontraba frente a la entrada oculta de la guarida de los ladrones. ¡Ábrete Sésamo! Dijo impaciente, una y otra vez hasta que la grieta se vio ante los ojos del leñador, que tenía el cesto de la leña en la mano y se imaginaba ya tocando el oro del interior con sus manos

Una vez dentro, Alí Babá tanteo como pudo el interior de la cueva, pues a medida que se adentraba en el orificio, la luz del

exterior disminuía y avanzar suponía un gran esfuerzo.

Tras un buen rato caminando a oscuras, con mucha calma pues al andar sus piernas se enterraban hasta las rodillas entre la grava del suelo, de pronto Alí Babá llego al final de la cueva, tocando las paredes, se dio cuenta que había perdido la orientacion y no sabía escapar de allí.

Se sento en una de las piedras decidido a esperar a los ladrones, para poder conocer el camino de regreso, decepcionado porque no había encontrado nada de oro, se acomodo tras las rocas y se quedo adormilado.

Mientras tanto, uno de los ladrones entraba a la cueva refunfuñando y malhumorado, pues cuando había partido a robar un nuevo botín se dio cuenta de que había olvidando su saco y tuvo que galopar de vuelta para recuperarlo, en poco tiempo se encontro al final de la sala, pues además de conocer al dedillo el terreno, el ladon llevaba una antorcha que iluminaba toda la cueva.

Cuando llego al lugar en el que Alí Babá dormía, el ladron se puso a rebuscar entre las montañas de oro algún saco para llevarse, y con el ruido Alí Babá se desperto.

Tuvo que restregarse varias veces los ojos ya que no cabía en el asombro al ver las grandes montañas de oro que allí se encontraban, no era gravilla lo que había estado pisando sino piezas de oro, rubíes, diamantes y otros tipos de piedras de gran valor. Se mantuvo escondido un rato mientras el ladron rebuscaba su saco y cuando lo encontro, con mucho cuidado de no hacer ruido se pego a este para salir detrás de él sin que se enterase, dejando una buena distancia para que no fuera descubierto, pudiendo así aprovechar la luz de la antorcha del bandido.

Cuando se aproximaban a la salida, el ladron se detuvo, escucho nervioso el jaleo que venía de la parte exterior de la cueva y apago la antorcha. Entonces Alí Babá se quedo inmovil sin saber qué hacer, quería ir a su casa a por cestos para llenarlos de oro antes de que los ladrones volvieran, pero no se atrevía a salir de la cueva ya que fuera se escuchaba una enorme discusion, así que se escondio y espero a que se hiciera de

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noche. No habían pasado ni unas horas cuando escucho unas voces que venían desde fuera "¡Aquí la guardia!" - ¡Era la guardia del reino! Estaban fuera arrestando a los ladrones, y al parecer lo habían conseguido, porque se escucharon los galopes de los caballos que se alejaban en direccion a la ciudad.

Pero Alí babá se preguntaba si el ladron que estaba con él había sido también arrestado ya que aunque la entrada de la cueva había permanecido cerrada, no había escuchado moverse al bandido en ningún momento. Con mucha calma, fue caminando hacia la salida y susurro ¡Ábrete Sésamo! Y escapo de allí.

Cuando se encontro en su casa, su mujer estaba muy preocupada, Alí Babá llevaba dos días sin aparecer por casa y en todo el poblado corría el rumor de una banda de ladrones muy peligrosos que asaltaban los pueblos de la zona, temiendo por Alí Babá, su mujer había ido a buscar al hermano de Alí Babá, un hombre poderoso, muy rico y malvado que vivía en las afueras del poblado en una granja que ocupaba el doble que el poblado de Alí Babá. El hermano, que se llamaba Semes, estaba enamorado de la mujer de Alí Babá y había visto la oportunidad de llevarla a su granja ya que este aunque rico, era muy antipático y no había encontrado en el reino mujer que le quisiera.

Cuando Alí Babá aparecio, el hermano, viendo en peligro su oportunidad de casarse con la mujer de este, agarro a su hermano del chaleco y lo encerro en el almacén que tenían en la entrada de la vivienda, donde guardaban la leña. Allí Alí Babá le conto lo que había sucedido, y el hermano, aunque ya era rico, no podía perder la oportunidad de aumentar su fortuna, así que partio en su calesa a la montaña que Alí Babá le había indicado, sin saber, que la guardia real estaba al acecho en esa colina, pues les faltaba un ladron aún por arrestar y esperaban que saliese de la cueva para capturarlo.

Sin detenerse un instante, Semes se coloco frente a la cueva y dijo las palabras que Alí Babá le había contado, al instante, mientras la puerta se abría, la guardia se abalanzo sobre Semes gritando "¡Al ladron!" y lo capturo sin contemplaciones, aunque Semes intento explicarles porque estaba allí, estos no le creyeron porque estaban convencidos de que el último ladron sabiendo que sus compañeros estaban presos, inventaría cualquier cosa para poder disfrutar él solo del botín, así que se lo llevaron al reino para meterle en la celda con el resto de ladrones.

Al día siguiente Alí Babá consiguio salir de su encierro, y fue en busca de su mujer, le conto toda la historia y esta entusiasmada por el oro pero a la vez asustada acompaño a Alí Babá a la cueva, cogieron un buen puñado de oro, con el que compraron un centenar de caballos, y los llevaron a la casa de su hermano, allí durante varios días se dedicaron a trasladar el oro de la cueva al interior de la casa, y una vez habían vaciado casi por completo el contenido de la cueva, teniendo en cuenta que su hermano estaba preso y que uno de los ladrones estaba aún libre se pusieron a buscarlo. Tardaron varios días en dar con él, ya que se había escondido en el bosque para que no le encontraran los guardias, pero Alí Babá conocía muy bien el bosque, y le tendio una trampa para cogerle. Así que lo ato al caballo y lo llevo al reino, donde lo entrego a

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cambio de que soltaran a su hermano, este, enfadado con Alí Babá por haberle vencido cogio un caballo y se marcho del reino.

Alí Babá ahora estaba en una casa con cien caballos, que le servirán para vivir felizmente con su mujer, y decidio asegurarse de que los ladrones jamás intentasen robarle su tesoro, así que repartio su fortuna en muchos sacos pequeños y le dio un saquito a cada uno de los habitantes del pueblo, que se lo agradecieron enormemente porque así iban a poder mejorar sus casas, comprar animales y comer en abundancia.

Así fue como Alí Babá le robo el oro a un grupo de ladrones que atemorizaban su poblado, repartio sus riquezas con el resto de habitantes y echo a su malvado hermano del pueblo, pudiendo dedicarse por entero a sus caballos y no teniendo que trabajar más vendiendo leña.

Se dice hoy que cuando Alí Babá saco todo el oro de la cueva, esta se cerró y no se pudo volver a abrir.

EL FLAUTISTA DE HAMELIN

Habia una vez…

…Una pequena ciudad al norte de Alemania, llamada Hamelin. Su paisaje era placentero y su belleza era exaltada por las riberas de un rio ancho y profundo que surcaba por alli. Y sus habitantes se enorgullecian de vivir en un lugar tan apacible y pintoresco.

Pero… un dia, la ciudad se vio atacada por una terrible plaga: ¡Hamelin estaba lleno de ratas!

Habia tantas y tantas que se atrevian a desafiar a los perros, perseguian a los gatos, sus enemigos de toda la vida;

Se subian a las cunas para morder a los ninos alli dormidos y hasta robaban enteros los quesos de las despensas para luego comerselos, sin dejar una miguita. ¡Ah!, y ademas… Metian los hocicos en todas las comidas, husmeaban en los cucharones de los guisos que estaban preparando los cocineros, roian las ropas domingueras de la gente, practicaban agujeros en los costales de harina y en los barriles de sardinas saladas, y hasta pretendian trepas por las anchas faldas de las charlatanas mujeres reunidas en la plaza, ahogando las voces de las pobres asustadas con sus agudos y desafinados chillidos.

¡La vida en Hamelin se estaba tornando insoportable!

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…Pero llegó un dia en que el pueblo se hartó de esta situación. Y todos, en masa, fueron a congregarse frente al Ayuntamiento.

¡Que exaltados estaban todos!

No hubo manera de calmar los animos de los alli reunidos.

-¡Abajo el alcalde! - gritaban unos.

-¡Ese hombre es un pelele! - decian otros.

-¡Que los del Ayuntamiento nos den una solución! - exigian los de mas alla.

Con las mujeres la cosa era peor.

- Pero, ¿que se creen? - vociferaban -. ¡Busquen el modo de librarnos de la plaga de las ratas! ¡O hallan el remedio de terminar con esta situación o los arrastraremos por las calles! ¡Asi lo haremos, como hay Dios!

Al oir tales amenazas, el alcalde y los concejales quedaron consternados y temblando de miedo.

¿Que hacer?

Una larga hora estuvieron sentados en el salón de la alcaldia discurriendo en la forma de lograr atacar a las ratas. Se sentian tan preocupados, que no encontraban ideas para lograr una buena solución contra la plaga.

Por fin, el alcalde se puso de pie para exclamar:

-¡Lo que yo daria por una buena ratonera!

Apenas se hubo extinguido el eco de la ultima palabra, cuando todos los reunidos oyeron algo inesperado. En la puerta del Concejo Municipal sonaba un ligero repiqueteo.

-¡Dios nos ampare! - gritó el alcalde, lleno de panico -. Parece que se oye el roer de una rata. ¿Me habran oido?

Los ediles no respondieron, pero el repiqueteo siguió oyendose.

-¡Pase adelante el que llama! - vociferó el alcalde, con voz temblorosa y dominando su terror.

Y entonces entró en la sala el más extraño personaje que se puedan imaginar.Llevaba una rara capa que le cubria del cuello a los pies y que estaba formada por recuadros negros, rojos y amarillos. Su portador era un hombre alto, delgado y con agudos ojos azules, pequeños como cabezas de alfiler. El pelo le caia lacio y era de un amarillo claro, en contraste con la piel del rostro que aparecia tostada, ennegrecida por las inclemencias del tiempo. Su cara era lisa, sin bigotes ni barbas; sus labios se contraian en una sonrisa que dirigia a unos y otros, como si se hallara entre grandes amigos.

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Alcalde y concejales le contemplaron boquiabiertos, pasmados ante su alta figura y cautivados, a la vez, por su estrambótico atractivo.

El desconocido avanzó con gran simpatia y dijo:

- Perdonen, señores, que me haya atrevido a interrumpir su importante reunión, pero es que he venido a ayudarlos. Yo soy capaz, mediante un encanto secreto que poseo, de atraer hacia mi persona a todos los seres que viven bajo el sol. Lo mismo da si se arrastran sobre el suelo que si nadan en el agua, que si vuelan por el aire o corran sobre la tierra. Todos ellos me siguen, como ustedes no pueden imaginarselo.

Principalmente, uso de mi poder magico con los animales que más dano hacen en los pueblos, ya sean topos o sapos, viboras o lagartijas. Las gentes me conocen como el Flautista Magico.

En tanto lo escuchaban, el alcalde y los concejales se dieron cuenta que en torno al cuello lucia una corbata roja con rayas amarillas, de la que pendia una flauta.

Tambien observaron que los dedos del extrano visitante se movian inquietos, al compas de sus

palabras, como si sintieran impaciencia por alcanzar y taner el instrumento que colgaba sobre sus raras vestiduras.

El flautista continuó hablando asi:

- Tengan en cuenta, sin embargo, que soy hombre pobre. Por eso cobro por mi trabajo. El ano pasado libre a los habitantes de una aldea inglesa, de una monstruosa invasión de murcielagos, y a una ciudad asiatica le saque una plaga de mosquitos que los mantenia a todos enloquecidos por las picaduras.

Ahora bien, si los libro de la preocupación que los molesta, ¿me darian un millar de florines?

-¿Un millar de florines? ¡Cincuenta millares!- respondieron a una el asombrado alcalde y el concejo entero.

Poco despues bajaba el flautista por la calle principal de Hamelin. Llevaba una fina sonrisa en sus labios, pues estaba seguro del gran poder que dormia en el alma de su magico instrumento.

De pronto se paró. Tomó la flauta y se puso a soplarla, al mismo tiempo que guinaba sus ojos de color azul verdoso. Chispeaban como cuando se espolvorea sal sobre una llama.

Arrancó tres vivisimas notas de la flauta.

Al momento se oyó un rumor. Pareció a todas las gentes de Hamelin como si lo hubiese producido todo un ejército que despertase a un tiempo. Luego el murmullo se transformó en ruido y, finalmente, este creció hasta convertirse en algo estruendoso.

¿Y saben lo que pasaba? Pues que de todas las casas empezaron a salir ratas.

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Salian a torrentes. Lo mismo las ratas grandes que los ratones chiquitos; igual los roedores flacuchos que los gordinflones. Padres, madres, tias y primos ratoniles, con sus tiesas colas y sus punzantes bigotes. Familias enteras de tales bichos se lanzaron en pos del flautista, sin reparar en charcos ni hoyos.

Y el flautista seguia tocando sin cesar, mientras recorria calle tras calle. Y en pos iba todo el ejército ratonil danzando sin poder contenerse. Y asi bailando, bailando llegaron las ratas al rio, en donde fueron cayendo todas, ahogandose por completo.

Sólo una rata logró escapar. Era una rata muy fuerte que nadó contra la corriente y pudo llegar a la otra orilla. Corriendo sin parar fue a llevar la triste nueva de lo

sucedido a su pais natal, Ratilandia.

Una vez alli contó lo que habia sucedido.

- Igual les hubiera sucedido a todas ustedes. En cuanto llegaron a mis oidos las primeras notas de aquella flauta no pude resistir el deseo de seguir su musica. Era como si ofreciesen todas las golosinas que encandilan a una rata. Imaginaba tener al alcance todos los mejores bocados; me parecia una voz que me invitaba a comer a dos carrillos, a roer cuanto queria, a pasarme noche y dia en eterno banquete, y que me incitaba dulcemente, diciendome: “¡Anda, atrevete!” Cuando recupere la noción de la realidad estaba en el rio y a punto de ahogarme como las demas.

¡Gracias a mi fortaleza me he salvado!

Esto asustó mucho a las ratas que se apresuraron a esconderse en sus agujeros.

Y, desde luego, no volvie ¡Habia que ver a las gentes de Hamelin!

Ron más a Hamelin.

Cuando comprobaron que se habian librado de la plaga que tanto les habia molestado, echaron al vuelo las campanas de todas las iglesias, hasta el punto de hacer retemblar los campanarios.

El alcalde, que ya no temia que le arrastraran, parecia un jefe dando órdenes a los vecinos:

-¡Vamos! ¡Busquen palos y ramas! ¡Hurguen en los nidos de las ratas y cierren luego las entradas! ¡Llamen a carpinteros y albaniles y procuren entre todos que no quede el menor rastro de las ratas!

Asi estaba hablando el alcalde, muy ufano y satisfecho. Hasta que, de pronto, al volver la cabeza, se encontró cara a cara con el flautista magico, cuya arrogante y extrana figura se destacaba en la plaza-mercado de Hamelin.

El flautista interrumpió sus órdenes al decirle:

- Creo, senor alcalde, que ha llegado el momento de darme mis mil florines.¡Mil florines! ¡Que se pensaba! ¡Mil florines!

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El alcalde miró hoscamente al tipo extravagante que se los pedia. Y lo mismo hicieron sus companeros de corporación, que le habian estado rodeando mientras mandoteaba.

¿Quien pensaba en pagar a semejante vagabundo de la capa coloreada?-¿Mil florines…?- dijo el alcalde -. ¿Por que?

- Por haber ahogado las ratas - respondió el flautista.

-¿Que tu has ahogado las ratas? - exclamó con fingido asombro la primera autoridad de Hamelin, haciendo un guino a

sus concejales -. Ten muy en cuenta que nosotros trabajamos siempre a la orilla del rio, y alli hemos visto, con nuestros propios ojos, cómo se ahogaba aquella plaga. Y, segun creo, lo que este bien muerto no vuelve a la vida. No vamos a regatearte un trago de

vino para celebrar lo ocurrido y tambien te daremos algun dinero para rellenar tu bolsa. Pero eso de los mil

florines, como te puedes figurar, lo dijimos en broma. Ademas, con la plaga hemos sufrido muchas pérdidas… ¡Mil florines! ¡Vamos, vamos…! Toma cincuenta.

El flautista, a medida que iba escuchando las palabras del alcalde, iba poniendo un rostro muy serio. No le gustaba que lo engañaran con palabras más o menos melosas y menos con que se cambiase el sentido de las cosas.

-¡No diga mas tonterias, alcalde! – exclamó -. No me gusta discutir. Hizo un pacto conmigo, ¡cumplalo!

-¿Yo? ¿Yo, un pacto contigo? - dijo el alcalde, fingiendo sorpresa y actuando sin ningun remordimiento pese a que habia engañado y estafado al flautista.

Sus compañeros de corporación declararon tambien que tal cosa no era cierta.

El flautista advirtió muy serio:

-¡Cuidado! No sigan excitando mi cólera porque daran lugar a que toque mi flauta de modo muy diferente.

Tales palabras enfurecieron al alcalde.

-¿Cómo se entiende? – bramó -. ¿Piensas que voy a tolerar tus amenazas? ¿Que voy a consentir en ser tratado peor que un cocinero? ¿Te olvidas que soy el alcalde de Hamelin? ¿Que te has creido?

El hombre queria ocultar su falta de formalidad a fuerza de gritos, como siempre ocurre con los que obran de este modo.

Asi que siguió vociferando:

-¡A mi no me insulta ningun vago como tu, aunque tenga una flauta magica y unos ropajes como los que tu luces!

-¡Se arrepentiran!

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-¿Aun sigues amenazando, picaro vagabundo?- aulló el alcalde, mostrando el puno a su interlocutor -. ¡Haz lo que te parezca, y sopla la flauta hasta que revientes!

El flautista dio media vuelta y se marchó de la plaza.

Empezó a andar por una calle abajo y entonces se llevó a los labios la larga y brunida cana de su instrumento, del que sacó tres notas. Tres notas tan dulces, tan melodiosas, como jamas musico alguno, ni el mas habil, habia conseguido hacer sonar.

Eran arrebatadoras, encandilaban al que las oia.

Se despertó un murmullo en Hamelin. Un susurro que pronto pareció un alboroto y que era producido por alegres grupos que se precipitaban hacia el flautista, atropellandose en su apresuramiento.

Numerosos piececitos corrian batiendo el suelo, menudos zuecos repiqueteaban sobre las losas, muchas manitas palmoteaban y el bullicio iba en aumento. Y como pollos en un gran gallinero, cuando ven llegar al que les trae su ración de cebada, asi salieron corriendo de casas y palacios, todos los niños, todos los muchachos y las jovencitas que los habitaban, con sus rosadas mejillas y sus rizos de oro, sus chispeantes ojitos y sus dientecitos semejantes a perlas. Iban tropezando y saltando, corriendo gozosamente tras del maravilloso musico, al que acompañaban con su vocerio y sus carcajadas.

El alcalde enmudeció de asombro y los concejales tambien.

Quedaron inmóviles como tarugos, sin saber que hacer ante lo que estaban viendo. Es mas, se sentian incapaces de dar un solo paso ni de lanzar el menor grito que impidiese aquella escapatoria de los ninos.

No se les ocurrió otra cosa que seguir con la mirada, es decir, contemplar con muda estupidez, la gozosa multitud que se iba en pos del flautista.

Sin embargo, el alcalde salió de su pasmo y lo mismo les pasó a los concejales cuando vieron que el magico musico se internaba por la calle Alta camino del rio.

¡Precisamente por la calle donde vivian sus propios hijos e hijas!

Por fortuna, el flautista no parecia querer ahogar a los ninos. En vez de ir hacia el rio, se encaminó hacia el sur, dirigiendo sus pasos hacia el alta montana, que se alzaba próxima. Tras el siguió, cada vez mas presurosa, la menuda tropa.

Semejante ruta hizo que la esperanza levantara los oprimidos pechos de los padres.

-¡Nunca podra cruzar esa intrincada cumbre! - se dijeron las personas mayores -.

Ademas, el cansancio le hara soltar la flauta y nuestros hijos dejaran de seguirlo.

Mas he aqui que, apenas empezó el flautista a subir la falda de la montana, las tierras se agrietaron y se abrió un ancho y maravilloso portalón. Pareció como si alguna potente y misteriosa mano hubiese excavado repentinamente una enorme gruta.

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Por alli penetró el flautista, seguido de la turba de chiquillos. Y asi que el ultimo de ellos hubo entrado, la fantastica puerta desapareció en un abrir y cerrar de ojos, quedando la montana igual que como estaba.

Sólo quedó fuera uno de los ninos. Era cojo y no pudo acompanar a los otros en sus bailes y corridas.

A el acudieron el alcalde, los concejales y los vecinos, cuando se les pasó el susto ante lo ocurrido.

Y lo hallaron triste y cariacontecido.

Como le reprocharon que no se sintiera contento por haberse salvado de la suerte de sus companeros, replicó:

-¿Contento? ¡Al contrario! Me he perdido todas las cosas bonitas con que ahora se estaran recreando. Tambien a mi me las prometió el flautista con su musica, si le seguia; pero no pude.

-¿Y que les prometia? - preguntó su padre, curioso.

- Dijo que nos llevaria a todos a una tierra feliz, cerca de esta ciudad donde abundan los manantiales cristalinos y se multiplican los arboles frutales, donde las flores se colorean con matices mas bellos, y todo es extrano y nunca visto. Alli los gorriones brillan con colores mas hermosos que los de nuestros pavos reales; los perros corren mas que los gamos de por aqui. Y las abejas no tienen aguijón, por lo que no hay miedo que nos hieran al arrebatarles la miel. Hasta los caballos son extraordinarios: nacen con alas de aguila.

- Entonces, si tanto te cautivaba, ¿por que no lo seguiste?

- No pude, por mi pierna enferma- se dolió el nino -. Cesó la musica y me quede inmóvil. Cuando me di cuenta que esto me pasaba, vi que los demas habian desaparecido por la colina, dejandome solo contra mi deseo.

¡Pobre ciudad de Hamelin! ¡Cara pagaba su avaricia!

El alcalde mandó gentes a todas partes con orden de ofrecer al flautista plata y oro con que rellenar sus bolsillos, a cambio de que volviese trayendo los ninos.

Cuando se convencieron de que perdian el tiempo y de que el flautista y los ninos habian partido para siempre, ¡cuanto dolor experimentaron las gentes! ¡Cuantas lamentaciones y lágrimas! ¡Y todo por no cumplir con el pacto establecido!

Para que todos recordasen lo sucedido, el lugar donde vieron desaparecer a los ninos lo titularon Calle del Flautista Magico. Ademas, el alcalde ordenó que todo aquel que se atreviese a tocar en Hamelin una flauta o un tamboril, perdiera su ocupación para siempre. Prohibió, tambien, a cualquier hosteria o mesón que en tal calle se instalase, profanar con fiestas o algazaras la solemnidad del sitio.

Luego fue grabada la historia en una columna y la pintaron tambien en el gran ventanal de la iglesia para que todo el mundo la conociese y recordasen cómo se habian perdido aquellos ninos de Hamelin.

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HANSEL Y GRETEL

unto a un bosque muy grande vivia un pobre leñador con su mujer y dos hijos; el nino se llamaba Hänsel, y la niña, Gretel. Apenas tenian que comer, y en una epoca de carestia que

sufrió el pais, llegó un momento en que el hombre ni siquiera podia ganarse el pan de cada dia. Estaba el leñador una noche en la cama, cavilando y revolviendose, sin que las preocupaciones le dejaran pegar el ojo; finalmente, dijo, suspirando, a su mujer: - ¿Que va a ser de nosotros? ¿Cómo alimentar a los pobres pequeños, puesto que nada nos queda? - Se me Manana, de madrugada, nos llevaremos a los ninos a lo mas espeso del bosque. Les encenderemos un fuego, les daremos un pedacito de pan y luego los dejaremos solos para ir a nuestro trabajo. Como no sabran encontrar el camino de vuelta, nos libraremos de ellos. - ¡Por Dios, mujer! -replicó el hombre-. Eso no lo hago yo. ¡Cómo voy a cargar sobre mí el abandonar a mis hijos en el bosque! No tardarian en ser destrozados por las fieras. - ¡No seas necio! -exclamó ella-. ¿Quieres, pues, que nos muramos de hambre los cuatro? ¡Ya puedes ponerte a aserrar las tablas de los ataudes! -. Y no cesó de importunarle hasta que el hombre accedió-. Pero me dan mucha lastima -decia. Los dos hermanitos, a quienes el hambre mantenia siempre desvelados, oyó lo que su madrastra aconsejaba a su padre. Gretel, entre amargas lagrimas, dijo a Hänsel: - ¡Ahora si que estamos perdidos! - No llores, Gretel -la consoló el nino-, y no te aflijas, que yo me las arreglare para salir del paso.

J

Ocurre una cosa -respondió ella-.

Y cuando los viejos estuvieron dormidos, levantóse, pusose la chaquetita y salió a la calle por la puerta trasera. Brillaba una luna esplendorosa y los blancos guijarros que estaban en el suelo delante de la casa, relucian como plata pura. Hänsel los fue recogiendo hasta que no le cupieron más en los bolsillos. De vuelta a su cuarto, dijo a Gretel: - Nada temas, hermanita, y duerme tranquila: Dios no nos abandonara -y se acostó de nuevo. A las primeras luces del dia, antes aun de que saliera el sol, la mujer fue a llamar a los ninos: - ¡Vamos, holgazanes, levantaos! Hemos de ir al bosque por lena-. Y dando a cada uno un pedacito de pan, les advirtió-: Ahi teneis esto para mediodia, pero no os lo comais antes, pues no os dare mas. Gretel se puso el pan debajo del delantal, porque Hänsel llevaba los bolsillos llenos de piedras, y emprendieron los cuatro el camino del bosque. Al cabo de un ratito de andar, Hänsel se detenia de cuando en cuando, para volverse a mirar hacia la casa. Dijo el padre: - Hänsel, no te quedes rezagado mirando atras, ¡atención y piernas vivas! - Es que miro el gatito blanco, que desde el tejado me esta diciendo adiós -respondió el nino.

Y replicó la mujer: - Tonto, no es el gato, sino el sol de la manana, que se refleja en la chimenea. Pero lo que estaba haciendo Hänsel no era mirar el gato, sino ir echando blancas piedrecitas, que sacaba del bolsillo, a lo largo del camino. Cuando estuvieron en medio del bosque, dijo el padre: - Recoged ahora lena, pequenos, os encendere un

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fuego para que no tengais frio. Hänsel y Gretel reunieron un buen montón de lena menuda. Prepararon una hoguera, y cuando ya ardió con viva llama, dijo la mujer: - Poneos ahora al lado del fuego, chiquillos, y descansad, mientras nosotros nos vamos por el bosque a cortar lena. Cuando hayamos terminado, vendremos a recogeros. Los dos hermanitos se sentaron junto al fuego, y al mediodia, cada uno se comió su pedacito de pan. Y como oian el ruido de los hachazos, creian que su padre estaba cerca. Pero, en realidad, no era el hacha, sino una rama que el habia atado a un arbol seco, y que el viento hacia chocar contra el tronco.

Al cabo de mucho rato de estar alli sentados, el cansancio les cerró los ojos, y se quedaron profundamente dormidos. Despertaron, cuando ya era noche cerrada. Gretel se echó a llorar, diciendo: - ¿Cómo saldremos del bosque? Pero Hänsel la consoló: - Espera un poquitin a que brille la luna, que ya encontraremos el camino. Y cuando la luna estuvo alta en el cielo, el nino, cogiendo de la mano a su hermanita, guiose por las guijas, que, brillando como plata batida, le indicaron la ruta. Anduvieron toda la noche, y llegaron a la casa al despuntar el alba. Llamaron a la puerta y les abrió la madrastra, que, al verlos, exclamó: - ¡Diablo de ninos! ¿Que es eso de quedarse tantas horas en el bosque? ¡Creiamos que no queriais volver! El padre, en cambio, se alegró de que hubieran vuelto, pues le remordia la conciencia por haberlos abandonado. Algun tiempo despues hubo otra epoca de miseria en el pais, y los ninos oyeron una noche cómo la madrastra, estando en la cama, decia a su marido: - Otra vez se ha terminado todo; sólo nos queda media hogaza de pan, y sanseacabó. Tenemos que deshacernos de los ninos. Los llevaremos mas adentro del bosque para que no puedan encontrar el camino; de otro modo, no hay salvación para nosotros. Al padre le dolia mucho abandonar a los ninos, y pensaba: «Mejor harias partiendo con tus hijos el ultimo bocado».

Pero la mujer no quiso escuchar sus razones, y lo llenó de reproches e improperios. Quien cede la primera vez, tambien ha de ceder la segunda; y, asi, el hombre no tuvo valor para negarse. Pero los ninos estaban aun despiertos y oyeron la conversación. Cuando los viejos se hubieron dormido, levantóse Hänsel con intención de salir a proveerse de guijarros, como la vez anterior; pero no pudo hacerlo, pues la mujer habia cerrado la puerta. Dijo, no obstante, a su hermanita, para consolarla: - No llores, Gretel, y duerme tranquila, que Dios Nuestro Senor nos ayudara. A la madrugada siguiente se presentó la mujer a sacarlos de la cama y les dio su pedacito de pan, mas pequeno aun que la vez anterior. Camino del bosque, Hänsel iba desmigajando el pan en el bolsillo y, deteniendose de trecho en trecho, dejaba caer miguitas en el suelo. - Hänsel, ¿por que te paras a mirar atras? -preguntóle el padre-. ¡Vamos, no te entretengas! - Estoy mirando mi palomita, que desde el tejado me dice adiós. - ¡Bobo! -intervino la mujer-, no es tu palomita, sino el sol de la manana, que brilla en la chimenea. Pero Hänsel fue sembrando de migas todo el camino. La madrastra condujo a los ninos aun mas adentro del bosque, a un lugar en el que nunca habia estado. Encendieron una gran hoguera, y la mujer les dijo: - Quedaos aqui, pequenos, y si os cansais, echad una siestecita.

Nosotros vamos por leña; al atardecer, cuando hayamos terminado, volveremos a recogemos. A mediodia, Gretel partió su pan con Hänsel,

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ya que el habia esparcido el suyo por el camino. Luego se quedaron dormidos, sin que nadie se presentara a buscar a los pobrecillos; se despertaron cuando era ya de noche oscura. Hänsel consoló a Gretel diciendole: - Espera un poco, hermanita, a que salga la luna; entonces veremos las migas de pan que yo he esparcido, y que nos mostraran el camino de vuelta. Cuando salió la luna, se dispusieron a regresar; pero no encontraron ni una sola miga; se las habian comido los mil pajarillos que volaban por el bosque. Dijo Hänsel a Gretel: - Ya daremos con el camino -pero no lo encontraron. Anduvieron toda la noche y todo el dia siguiente, desde la madrugada hasta el atardecer, sin lograr salir del bosque; sufrian ademas de hambre, pues no habian comido mas que unos pocos frutos silvestres, recogidos del suelo. Y como se sentian tan cansados que las piernas se negaban ya a sostenerlos, echaronse al pie de un arbol y se quedaron dormidos.Y amaneció el dia tercero desde que salieron de casa. Reanudaron la marcha, pero cada vez se extraviaban más en el bosque. Si alguien no acudia pronto en su ayuda, estaba condenado a morir de hambre. Pero he aqui que hacia mediodia vieron un hermoso pajarillo, blanco como la nieve, posado en la rama de un arbol; y cantaba tan dulcemente, que se detuvieron a escucharlo. Cuando hubo terminado, abrió sus alas y emprendió el vuelo, y ellos lo siguieron, hasta llegar a una casita, en cuyo tejado se posó; y al acercarse vieron que la casita estaba hecha de pan y cubierta de bizcocho, y las ventanas eran de puro azucar. - ¡Mira que bien! -exclamó Hänsel-, aqui podremos sacar el vientre de mal ano. Yo comere un pedacito del tejado; tu, Gretel, puedes probar la ventana, veras cuan dulce es. Se encaramó el niño al tejado y rompió un trocito para probar a que sabia, mientras su hermanita mordisqueaba en los cristales. Entonces oyeron una voz suave que procedia del interior: « ¿Sera acaso la ratita la que roe mi casita?» Pero los ninos respondieron: «Es el viento, es el viento que sopla violento». Y siguieron comiendo sin desconcertarse. Hänsel, que encontraba el tejado sabrosisimo, desgajó un buen pedazo, y Gretel sacó todo un cristal redondo y se sentó en el suelo, comiendo a dos carrillos. Abrióse entonces la puerta bruscamente, y salió una mujer viejisima, que se apoyaba en una muleta. Los ninos se asustaron de tal modo, que soltaron lo que tenian en las manos; pero la vieja, meneando la cabeza, les dijo: - Hola, pequenines, ¿quien os ha traido?

Entrad y quedaos conmigo, no os hare ningun daño. Y, cogiendolos de la mano, los introdujo en la casita, donde habia servida una apetitosa comida: leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. Despues los llevó a dos camitas con ropas blancas, y Hänsel y Gretel se acostaron en ellas, creyendose en el cielo. La vieja aparentaba ser muy buena y amable, pero, en realidad, era una bruja malvada que acechaba a los ninos para cazarlos, y habia construido la casita de pan con el unico objeto de atraerlos. Cuando uno caia en su poder, lo mataba, lo guisaba y se lo comia; esto era para ella un gran banquete. Las brujas tienen los ojos rojizos y son muy cortas de vista; pero, en cambio, su olfato es muy fino, como el de los animales, por lo que desde muy lejos ventean la presencia de las personas. Cuando sintió que se acercaban Hänsel y Gretel, dijo para sus adentros, con una risotada maligna: « ¡Mios son; estos no se me escapan!». Levantóse muy de manana, antes de que los ninos se despertasen, y, al

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verlos descansar tan placidamente, con aquellas mejillitas tan sonrosadas y coloreadas, murmuró entre dientes: « ¡Seran un buen bocado!». Y, agarrando a Hänsel con su mano seca, llevólo a un pequeno establo y lo encerró detras de una reja. Gritó y protestó el nino con todas sus fuerzas, pero todo fue inutil. Dirigióse entonces a la cama de Gretel y despertó a la pequena, sacudiendola rudamente y gritandole: - Levantate, holgazana, ve a buscar agua y guisa algo bueno para tu hermano; lo tengo en el establo y quiero que engorde.

Cuando este bien cebado, me lo comere. Gretel se echó a llorar amargamente, pero en vano; hubo de cumplir los mandatos de la bruja. Desde entonces a Hänsel le sirvieron comidas exquisitas, mientras Gretel no recibia sino cascaras de cangrejo. Todas las mananas bajaba la vieja al establo y decia: - Hänsel, saca el dedo, que quiero saber si estas gordo. Pero Hänsel, en vez del dedo, sacaba un huesecito, y la vieja, que tenia la vista muy mala, pensaba que era realmente el dedo del nino, y todo era extranarse de que no engordara. Cuando, al cabo de cuatro semanas, vio que Hänsel continuaba tan flaco, perdió la paciencia y no quiso aguardar más tiempo: - Anda, Gretel -dijo a la nina-, a buscar agua, ¡ligera! Este gordo o flaco tu hermano, manana me lo comere. ¡Que desconsuelo el de la hermanita, cuando venia con el agua, y cómo le corrian las lagrimas por las mejillas! « ¡Dios mio, ayudanos! -rogaba-. ¡Ojala nos hubiesen devorado las fieras del bosque; por lo menos habriamos muerto juntos!». - ¡Basta de lloriqueos! -gritó la vieja-; de nada han de servirte. Por la madrugada, Gretel hubo de salir a llenar de agua el caldero y encender fuego. - Primero coceremos pan -dijo la bruja-. Ya he calentado el horno y preparado la masa -. Y de un empujón llevó a la pobre niña hasta el horno, de cuya boca salian grandes llamas. Entra a ver si esta bastante caliente para meter el pan -mandó la vieja. Su intención era cerrar la puerta del horno cuando la nina estuviese en su interior, asarla y comersela tambien. Pero Gretel le adivinó el pensamiento y dijo: - No se cómo hay que hacerlo; ¿cómo lo hare para entrar? - ¡Habrase visto criatura mas tonta! -replicó la bruja-. Bastante grande es la abertura; yo misma podria pasar por ella -y, para demostrarselo, se adelantó y metió la cabeza en la boca del horno. Entonces Gretel, de un empujón, la precipitó en el interior y, cerrando la puerta de hierro, corrió el cerrojo. ¡Alli era de oir la de chillidos que daba la bruja! ¡Que gritos más pavorosos! Pero la niña echó a correr, y la malvada hechicera hubo de morir quemada miserablemente.

Corrió Gretel al establo donde estaba encerrado Hänsel y le abrió la puerta, exclamando: ¡Hänsel, estamos salvados; ya esta muerta la bruja! Saltó el nino afuera, como un pajaro al que se le abre la jaula. ¡Que alegria sintieron los dos, y cómo se arrojaron al cuello uno del otro, y que de abrazos y besos! Y como ya nada tenian que temer, recorrieron la casa de la bruja, y en todos los rincones encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas. - ¡Mas valen estas que los guijarros! -exclamó Hänsel, llenandose de ellas los bolsillos. Y dijo Gretel: - Tambien yo quiero llevar algo a casa -y, a su vez, se llenó el delantal de pedreria. - Vamonos ahora -dijo el niño-; debemos salir de este bosque embrujado -. A unas dos horas de andar llegaron a un gran rio. - No

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podremos pasarlo -observó Hänsel-, no veo ni puente ni pasarela. - Ni tampoco hay barquita alguna -anadió Gretel-; pero alli nada un pato blanco, y si se lo pido nos ayudara a pasar el rio -.

Y gritó: «Patito, buen patito mio Hänsel y Gretel han llegado al rio. No hay ningun puente por donde pasar; ¿sobre tu blanca espalda nos quieres llevar?». Acercóse el patito, y el nino se subió en el, invitando a su hermana a hacer lo mismo. - No -replicó Gretel-, seria muy pesado para el patito; vale mas que nos lleve uno tras otro. Asi lo hizo el buen pato, y cuando ya estuvieron en la orilla opuesta y hubieron caminado otro trecho, el bosque les fue siendo cada vez más familiar, hasta que, al fin, descubrieron a lo lejos la casa de su padre. Echaron entonces a correr, entraron como una tromba y se colgaron del cuello de su padre. El pobre hombre no habia tenido una sola hora de reposo desde el dia en que abandonara a sus hijos en el bosque; y en cuanto a la madrastra, habia muerto. Volcó Gretel su delantal, y todas las perlas y piedras preciosas saltaron por el suelo, mientras Hänsel vaciaba tambien a punados sus bolsillos. Se acabaron las penas, y en adelante vivieron los tres felices. Y colorin colorado, este cuento se ha acabado.

LA SIRENITA

Habia una vez...

...Un hermoso lugar, en lo más profundo de los mares donde el agua es pura y transparente como el cristal, y en ella abundan las plantas, las flores y los peces de formas extraordinarias.

Alli existia un esplendoroso palacio que pertenecia al Rey de los Mares. Estaba realizado de coral y de caracolas y adornado con perlas de todos tamanos, estrellas y esponjas, y alli vivia el rey junto con sus seis lindas hijitas.

Sirenita, la mas joven, ademas de ser la mas bella, poseia una voz maravillosa; cuando cantaba acompanandose con el arpa, los peces acudian de todas partes para escucharla, las conchas se abrian, mostrando sus perlas, y las medusa al oirla dejaban de flotar. La pequena sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacia levantaba la vista buscando la debil luz del sol, que a duras penas se filtraba a traves de las aguas profundas. "¡Oh!, ¡Cuanto me gustaria salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!" "Todavia eres demasiado joven". Respondio la madre. "Dentro de unos anos, cuando tengas quince, el rey te dara permiso para salir a la superficie, como a tus hermanas".

Sirenita sonaba con el mundo de los hombres, el cual conocia a traves de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvian de la superficie. En este tiempo, mientras esperaba salir a la superficie para conocer el universo ignorado, se ocupaba de su maravilloso

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jardin ornado con flores maritimas. Los caballitos de mar le hacian compania y los delfines se le acercaban para jugar con ella; unicamente las estrellas de mar, quisquillosas, no respondian a su llamada. Por fin llego el cumpleanos tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguio dormir. A la manana siguiente el padre la llamo y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosisima flor. "¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, solo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos alma como los hombres, Se prudente y no te acerques a ellos. ¡Solo te traerian desgracias!" Apenas su padre termino de hablar, Sirenita le di un beso y se dirigio hacia la superficie, deslizandose ligera.

Se sentia tan veloz que ni siquiera los peces conseguian alcanzarla. De repente emergio del agua. ¡Que fascinante! Veia por primera vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer. El sol, que ya se habia puesto en el horizonte, habia dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluia lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de Sirenita y dejaban oir sus alegres graznidos de bienvenida. "¡Que hermoso es todo!" exclamo feliz, dando palmadas. Pero su asombro y admiracion aumentaron todavia: una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, asi amarrada, se balanceo sobre la superficie del mar en calma. Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. "¡Como me gustaria hablar con ellos!". Penso.

Pero al decirlo, miro su larga cola cimbreante, que tenia en lugar de piernas, y se sintio acongojada: "¡Jamas sere como ellos!". A bordo parecia que todos estuviesen poseidos por una extrana animacion y, al cabo de poco, la noche se lleno de vitores: "¡Viva nuestro capitan! ¡Vivan sus veinte anos!". La pequena sirena, atonita y extasiada, habia descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto, moreno, de porte real, sonreia feliz. Sirenita no podia dejar de mirarlo y una extrana sensacion de alegria y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca habia sentido con anterioridad, le oprimio el corazon. La fiesta seguia a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. Sirenita se dio cuenta enseguida del peligro que corrian aquellos hombres: un viento helado y repentino agito las olas, el cielo entintado de negro se desgarro con relampagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendio a la nave desprevenida. "¡Cuidado! ¡El mar...!" En vano Sirenita grito y grito.

Pero sus gritos, silenciados por el rumor del viento, no fueron oidos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Despues, bajo los gritos desesperados de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundio. Sirenita, que momentos antes habia visto como el joven capitan caia al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo busco inutilmente durante mucho rato entre las olas gigantescas. Habia casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe lo tuvo en sus brazos. El joven estaba inconsciente, mientras Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenia para rescatarlo de una muerte segura.

Lo sostuvo hasta que la tempestad amaino. Al alba, que despuntaba sobre un mar todavia livido, Sirenita se sintio feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar, permanecio mucho tiempo a

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su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las manos del joven y dandole calor con su cuerpo. Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar. "¡Corred! ¡Corred!" gritaba una dama de forma atolondrada. "¡Hay un hombre en la playa!" "¡Esta vivo! ¡Pobrecito! ¡Ha sido la tormenta...! ¡Llevemosle al castillo!" "¡No! ¡No! Es mejor pedir ayuda..." La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento, fue el hermoso semblante de la más joven de las tres damas. "¡Gracias por haberme salvado!" Le susurro a la bella desconocida. Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que habia salvado se dirigia hacia el castillo, ignorante de que fuese ella y no la otra, quien lo habia salvado. Pausadamente nado hacia el mar abierto; sabio que, en aquella playa, detras suyo, habia dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡Oh! ¡Que maravillosas habian sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven entre sus brazos! Cuando llego a la mansion paterna, Sirenita empezo su relato, pero de pronto sintio un nudo en su garganta y, echandose a llorar, se refugio en su habitacion. Dias y más dias permanecio encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta los alimentos.

Sabia que su amor por el joven capitan era un amor sin esperanza, porque ella, Sirenita, nunca podria casarse con un hombre. Solo la Hechicera de los Abismos podia socorrerla. Pero, ¿a que precio? A pesar de todo decidio consultarla. "¡...por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querras dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberas sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentiras un terrible dolor." "¡No me importa" respondio Sirenita con lagrimas en los ojos, "a condicion de que pueda volver con el!" "¡No he terminado todavia!" dijo la vieja." Deberas darme tu hermosa voz y te quedaras muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecera en el agua como la espuma de una ola. "¡Acepto!" dijo por ultimo Sirenita y, sin dudar un instante, le pidio el frasco que contenia la pocion prodigiosa. Se dirigio a la playa y, en las proximidades de su mansion, emergio a la superficie; se arrastro a duras penas por la orilla y se bebio la pocima de la hechicera. Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvio en si, vio a su lado, como entre brumas, aquel semblante tan querido sonriendole. El principe alli la encontro y, recordando que tambien el fue un naufrago, cubrio tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar habia traido. "No temas" le dijo de repente,"estas a salvo. ¿De donde vienes?" Pero Sirenita, a la que la bruja dejo muda, no pudo responderle. "Te llevare al castillo y te curare."

Durante los dias siguientes, para Sirenita empezo una nueva vida: llevaba maravillosos vestidos y acompanaba al principe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que daba la corte, pero tal y como habia predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las piernas le producia atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones del principe, este le tenia afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazon a la desconocida dama que habia visto cuando fue rescatado despues del naufragio. Desde entonces no la habia visto más porque, despues de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de inmediato a su pais. Cuando estaba con

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Sirenita, el principe le profesaba a esta un sincero afecto, pero no desaparecia la otra de su pensamiento. Y la pequena sirena, que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufria aun mas. Por las noches, Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa. Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un dia, desde lo alto del torreon del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el principe decidio ir a recibirla acompanado de Sirenita. La desconocida que el principe llevaba en el corazon bajo del barco y, al verla, el joven corrio feliz a su encuentro.

Sirenita, petrificada, sintio un agudo dolor en el corazon. En aquel momento supo que perderia a su principe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el principe enamorado, y la dama lo acepto con agrado, puesto que ella tambien estaba enamorada. Al cabo de unos dias de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavia en el puerto. Sirenita tambien subio a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo. Al caer la noche, Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subio a cubierta. Recordando la profecia de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar.

Procedente del mar, escucho la llamada de sus hermanas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este punal? Es un punal magico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tomalo y, antes de que amanezca, mata al principe! Si lo haces, podras volver a ser una sirenita como antes y olvidaras todas tus penas." Como en un sueno, Sirenita, sujetando el punal, se dirigio hacia el camarote de los esposos. Mas cuando vio el semblante del principe durmiendo, le dio un beso furtivo y subio de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecia, arrojo el arma al mar, dirigio una ultima mirada al mundo que dejaba y se lanzo entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma.

Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzo un rayo amarillento sobre el mar y, Sirenita, desde las aguas heladas, se volvio para ver la luz por ultima vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arranco del agua y la transporto hacia lo más alto del cielo. Las nubes se tenian de rosa y el mar rugia con la primera brisa de la manana, cuando la pequena sirena oyo cuchichear en medio de un sonido de campanillas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!" "¿Quienes sois?" murmuro la muchacha, dandose cuenta de que habia recobrado la voz "¿Donde estais?" "Estas con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos." Sirenita, conmovida, miro hacia abajo, hacia el mar en el que navegaba el barco del principe, y noto que los ojos se le llenaban de lagrimas, mientras las hadas le susurraban: "¡Fijate! Las flores de la tierra esperan que nuestras lágrimas se transformen en rocio de la manana. ¡Ven con nosotras! Tenemos mucho trabajo. ¿Quieres ayudarnos?

-¡Claro que quiero! -grito con alborozo la sirenita.

Y calmada, contenta, ligera, se lanzo en seguimiento de las hijas del aire.

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LOS 12 HERMANOS

ranse una vez un rey y una reina que vivian en buena paz y contentamiento con sus doce hijos, todos varones. Un dia, el Rey dijo a su esposa:E

— Si el hijo que has de tener ahora es una nina, deberan morir los doce mayores, para que la herencia sea mayor y quede el reino entero para ella.

Y, asi, hizo construir doce ataudes y llenarlos de virutas de madera, colocando ademas, en cada uno, una almohadilla. Luego dispuso que se guardasen en una habitacion cerrada, y dio la llave a la Reina, con orden de no decir a nadie una palabra de todo ello.

Pero la madre se pasaba los dias triste y llorosa, hasta que su hijo menor, que nunca se separaba de su lado y al que habia puesto el nombre de Benjamin, como en la Biblia, le dijo, al fin:

— Madrecita, ¿por que estas tan triste?

— ¡Ay, hijito mio! -respondiole ella-, no puedo decirtelo.

Pero el pequeno no la dejo ya en reposo, y, asi, un dia ella le abrio la puerta del aposento y le mostro los doce feretros llenos de virutas, diciendole:

— Mi precioso Benjamin, tu padre mando hacer estos ataudes para ti y tus once hermanos; pues si traigo al

mundo una nina, todos vosotros habreis de morir y sereis enterrados en ellos.

Y como le hiciera aquella revelacion entre amargas lágrimas, quiso el hijo consolarla y le dijo:

— No llores, querida madre; ya encontraremos el medio de salir del apuro. Mira, nos marcharemos.

Respondio ella entonces:

— Vete al bosque con tus once hermanos y cuidad de que uno de vosotros este siempre de guardia, encaramado en la cima del arbol mas alto y mirando la torre del palacio. Si nace un nino, izare una bandera blanca, y entonces podreis volver todos; pero si es una nina, pondre una bandera roja. Huid en este caso tan deprisa como podais, y que Dios os ampare y guarde. Todas las noches me levantare a rezar por vosotros: en invierno, para que no os falte un fuego con que calentaros; y en verano, para que no sufrais demasiado calor.

Despues de bendecir a sus hijos, partieron estos al bosque. Montaban guardia por turno, subido uno de ellos a la copa del roble más alto, fija la mirada en la torre. Transcurridos once dias, llegole la vez a Benjamin, el cual vio que izaban una bandera.

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¡Ay! No era blanca, sino roja como la sangre, y les advertia que debian morir. Al oirlo los hermanos, dijeron encolerizados:

— ¡Que tengamos que morir por causa de una nina! Juremos venganza. Cuando encontremos a una muchacha, haremos correr su roja sangre. Adentraronse en la selva, y en lo más espeso de ella, donde apenas entraba la luz del dia, encontraron una casita encantada y deshabitada:— Viviremos aqui -dijeron-. Tú, Benjamin, que eres el menor y el más debil, te quedaras en casa y cuidaras de ella, mientras los demas salimos a buscar comida.

Y fueronse al bosque a cazar liebres, corzos, aves, palomitas y cuanto fuera bueno para comer. Todo lo llevaban a Benjamin, el cual lo guisaba y preparaba para saciar el hambre de los hermanos. Asi vivieron juntos diez anos, y la verdad es que el tiempo no se les hacia largo.

Entretanto habia crecido la nina que diera a luz la Reina; era hermosa, de muy buen corazon, y tenia una estrella de oro en medio de la frente. Un dia que en palacio hacian colada, vio entre la ropa doce camisas de hombre y pregunto a su madre:

— ¿De quien son estas doce camisas? Pues a mi padre le vendrian pequenas.

Le respondio la Reina con el corazon oprimido:

— Hijita mia, son de tus doce hermanos.

— ¿Y donde estan mis doce hermanos -dijo la nina-. Jamas nadie me hablo de ellos:

La Reina le dijo entonces:

— Donde estan, solo Dios lo sabe. Andaran errantes por el vasto mundo. Y, llevando a su hija al cuarto cerrado, abrio la puerta y le mostro los doce ataudes, llenos de virutas y con sus correspondientes almohadillas:

— Estos ataudes -dijole- estaban destinados a tus hermanos, pero ellos huyeron al bosque antes de nacer tu -y le conto todo lo ocurrido. Dijo entonces la nina:

— No llores, madrecita mia, yo ire en busca de mis hermanos.

Y cogiendo las doce camisas se puso en camino, adentrandose en el espeso bosque.

Anduvo durante todo el dia, y al anochecer llego a la casita encantada. Al entrar en ella encontrose con un mocito, el cual le pregunto:

— ¿De donde vienes y que buscas aqui? -maravillado de su hermosura, de sus regios vestidos y de la estrella que brillaba en su frente.

— Soy la hija del Rey -contesto ella- y voy en busca de mis doce hermanos; y estoy dispuesta a caminar bajo el cielo azul, hasta que los encuentre.

Mostrole al mismo tiempo las doce camisas, con lo cual Benjamin conocio que era su hermana.

— Yo soy Benjamin, tu hermano menor- le dijo. La nina se echo a llorar de alegria, igual que Benjamin, y se abrazaron y besaron con gran carino. Despues dijo el muchacho:

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— Hermanita mia, queda aun un obstaculo. Nos hemos juramentado en que toda nina que encontremos morira a nuestras manos, ya que por culpa de una nina hemos tenido que abandonar nuestro reino.A lo que respondio ella:

— Morire gustosa, si de este modo puedo salvar a mis hermanos.

— No, no -replico Benjamin-, no moriras; ocultate debajo de este barreno hasta que lleguen los once restantes; yo hablare con ellos y los convencere.

Hizolo asi la nina.

Ya anochecido, regresaron de la caza los demas y se sentaron a la mesa. Mientras comian preguntaron a Benjamin:

— ¿Que novedades hay?

A lo que respondio su hermanito:

— ¿No sabeis nada?

— No -dijeron ellos.

— ¿Conque habeis estado en el bosque y no sabeis nada, y yo, en cambio, que me he quedado en casa, se mas que vosotros? -replico el chiquillo.

— Pues cuentanoslo -le pidieron.

— ¿Me prometeis no matar a la primera nina que encontremos?

— Si -exclamaron todos-, la perdonaremos; pero cuentanos ya lo que sepas.

— Entonces dijo Benjamin:

— Nuestra hermana esta aqui -y, levantando la cuba, salio de debajo de ella la princesita con sus regios vestidos y la estrella dorada en la frente, mas linda y delicada que nunca ¡Como se alegraron todos y como se le echaron al cuello, besandola con toda ternura!

La nina se quedo en casa con Benjamin para ayudarle en los quehaceres domesticos, mientras los otros once salian al bosque a cazar corzos, aves y palomitas para llenar la despensa. Benjamin y la hermanita cuidaban de guisar lo que traian.

Ella iba a buscar lena para el fuego, y hierbas comestibles, y cuidaba de poner siempre el puchero en el hogar a tiempo, para que al regresar los demas encontrasen la comida dispuesta. Ocupabase tambien en la limpieza de la casa y lavaba la ropa de las camitas, de modo que estaban en todo momento pulcras y blanquisimas. Los hermanos hallabanse contentisimos con ella, y asi vivian todos en gran union y armonia. He aqui que un dia los dos pequenos prepararon una sabrosa comida, y, cuando todos estuvieron reunidos, celebraron un verdadero banquete; comieron y bebieron, mas alegres que unas pascuas.

Pero ocurrio que la casita encantada tenia un jardincito, en el que crecian doce lirios de esos que tambien se llaman «estudiantes». La nina, queriendo obsequiar a sus hermanos, corto las doce flores, para regalar una a cada uno durante la comida. Pero en el preciso momento en que acabo de cortarlas, los muchachos se transformaron en

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otros tantos cuervos, que huyeron volando por encima del bosque, al mismo tiempo que se esfumaba tambien la casa y el jardin. La pobre nina se quedo sola en plena selva oscura, y, al volverse a mirar a su alrededor, encontrose con una vieja que estaba a su lado y que le dijo:— Hija mia. ¿Que has hecho? ¿Por que tocaste las doce flores blancas?

Eran tus hermanos, y ahora han sido convertidos para siempre en cuervos. A lo que respondio la muchachita, llorando:

— ¿No hay, pues, ningun medio de salvarlos?

— No -dijo la vieja-. No hay sino uno solo en el mundo entero, pero es tan dificil que no podras libertar a tus hermanos: pues deberias pasar siete anos como muda, sin hablar una palabra ni reir. Una palabra sola que pronunciases, aunque faltara solamente una hora para cumplirse los siete anos, y todo tu sacrificio habria sido inutil: aquella palabra mataria a tus hermanos.

Dijose entonces la princesita, en su corazon: «Estoy segura de que redimire a mis hermanos». Y busco un arbol muy alto, se encaramo en el y alli se estuvo hilando, sin decir palabra ni reirse nunca.

Sucedio, sin embargo, que entro en el bosque un Rey, que iba de caceria. Llevaba un gran lebrel, el cual echo a correr hasta el arbol que servia de morada a la princesita y se puso a saltar en derredor, sin cesar en sus ladridos. Al acercarse el Rey y ver a la bellisima muchacha con la estrella en la frente, quedo tan prendado de su hermosura que le pregunto si queria ser su esposa. Ella no le respondio de palabra; unicamente� hizo con la cabeza un leve signo afirmativo. Subio entonces el Rey al arbol, bajo a la nina, la monto en su caballo y la llevo a palacio. Celebrose la boda con gran solemnidad y regocijo, pero sin que la novia hablase ni riese una sola vez. �

Al cabo de unos pocos anos de vivir felices el uno con el otro, la madre del Rey, mujer malvada si las hay, empezo a calumniar a la joven Reina, diciendo a su hijo:

— Es una vulgar pordiosera esa que has traido a casa; quien sabe que perversas ruindades estara maquinando en secreto. Si es muda y no puede hablar, siquiera podria reir; pero quien nunca rie no tiene limpia la conciencia.

Al principio, el Rey no quiso prestarle oidos; pero tanto insistio la vieja y de tantas maldades la acuso, que, al fin, el Rey se dejo convencer y la condeno a muerte.

Encendieron en la corte una gran pira, donde la reina debia morir abrasada. Desde una alta ventana, el Rey contemplaba la ejecucion con ojos llorosos, pues seguia queriendola a pesar de todo. Y he aqui que cuando ya estaba atada al poste y las llamas comenzaban a lamerle los vestidos, sono el último segundo de los siete anos de su penitencia.

Oyose entonces un gran rumor de alas en el aire, y aparecieron doce cuervos, que descendieron hasta posarse en el suelo. No bien lo hubieron tocado, se transformaron en los doce hermanos, redimidos por el sacrificio de la princesa. Apresuraronse a dispersar la pira y apagar las llamas, desataron a su hermana y la abrazaron y besaron tiernamente.

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Y puesto que ya podia abrir la boca y hablar, conto al Rey el motivo de su mutismo y de por que nunca se habia reido. Mucho se alegro el Rey al convencerse de que era inocente, y los dos vivieron juntos y muy felices hasta su muerte. La malvada suegra hubo de comparecer ante un tribunal, y fue condenada. Metida en una tinaja llena de aceite hirviente y serpientes venenosas, encontro en ella una muerte espantosa.

PULGARCITO

rase un pobre campesino que estaba una noche junto al hogar atizando el fuego, mientras su mujer hilaba, sentada a su lado.E

Dijo el hombre: - ¡Que triste es no tener hijos! ¡Que silencio en esta casa, mientras en las otras todo es ruido y

alegria! - Si -respondio la mujer, suspirando-. Aunque fuese un

o solo, y aunque fuese pequeno como el pulgar, me daria por satisfecha. Lo querriamos mas que nuestra vida.

Sucedio que la mujer se sintio descompuesta, y al cabo de siete meses trajo al mundo un nino que, si bien perfectamente conformado en todos sus miembros, no era

mas largo que un dedo pulgar.

Y dijeron los padres: - Es tal como lo habiamos deseado, y lo querremos con toda el alma. En consideracion a su tamano, le pusieron por nombre Pulgarcito. Lo alimentaban tan bien como podian, pero el nino no crecia, sino que seguia tan pequeno como al principio. De todos modos, su mirada era avispada y vivaracha, y pronto mostro ser listo como el que más, y muy capaz de salirse con la suya en cualquier cosa que emprendiera.

Un dia en que el lenador se disponia a ir al bosque a buscar leña, dijo para si, hablando a media voz: « ¡Si tuviese a alguien para llevarme el carro!». - ¡Padre! -exclamo Pulgarcito-, yo te llevare el carro. Puedes estar tranquilo; a la hora debida estara en el bosque. Se puso el hombre a reir, diciendo: - ¿Como te las arreglaras? ¿No ves que eres demasiado pequeño para manejar las riendas? - No importa, padre. Solo con que madre enganche, yo me instalare en la oreja del caballo y lo conducire adonde tu quieras. «Bueno -penso el hombre-, no se perdera nada con probarlo».

Cuando sono la hora convenida, la madre engancho el caballo y puso a Pulgarcito en su oreja; y asi iba el pequeño dando ordenes al animal: « ¡Arre! ¡Soo! ¡Tras!». Todo marcho a pedir de boca, como si el pequeno hubiese sido un carretero consumado, y

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el carro tomo el camino del bosque. Pero he aqui que cuando, al doblar la esquina, el rapazuelo grito: « ¡Arre, arre!», acertaban a pasar dos forasteros.

- ¡Toma! -exclamo uno-, ¿que es esto? Ahi va un carro, el carretero le grita al caballo y, sin embargo, no se le ve por ninguna parte. - ¡Aqui hay algun misterio! -asintio el otro-. Sigamos el carro y veamos adonde va. Pero el carro entro en el bosque, dirigiendose en linea recta al sitio en que el padre estaba cortando leña.

Al verlo Pulgarcito, grito: - ¡Padre, aqui estoy, con el carro, bajame a tierra! El hombre sujeto el caballo con la mano izquierda, mientras con la derecha sacaba de la oreja del rocin a su hijito, el cual se sento sobre una brizna de hierba. Al ver los dos forasteros a Pulgarcito quedaron mudos de asombro, hasta que, al fin, llevando uno aparte al otro, le dijo: - Oye, esta menudencia podria hacer nuestra fortuna si lo exhibiesemos de ciudad en ciudad. Compremoslo. -Y, dirigiendose al leñador, dijeron: - Vendenos este hombrecillo, lo pasara bien con nosotros. - No -respondio el padre-, es la luz de mis ojos, y no lo daria por todo el oro del mundo.

Pero Pulgarcito, que habia oido la proposicion, agarrandose a un pliegue de los calzones de su padre, se encaramo hasta su hombro y le murmuro al oido: - Padre, dejame que vaya; ya volvere. Entonces el leñador lo cedio a los hombres por una bonita pieza de oro. - ¿Donde quieres sentarte? -le preguntaron. - Ponme en el ala de vuestro sombrero; podre pasearme por ella y contemplar el paisaje: ya tendre cuidado de no caerme. Hicieron ellos lo que les pedia, y, una vez Pulgarcito se hubo despedido de su padre, los forasteros partieron con el y anduvieron hasta el anochecer. Entonces dijo el pequeño: - Dejame bajar, lo necesito. - ¡Bah!, no te muevas -le replico el hombre en cuyo sombrero viajaba el enanillo-. No voy a enfadarme; tambien los pajaritos sueltan algo de vez en cuando. - No, no -protesto Pulgarcito-, yo soy un chico bien educado; bajame, ¡deprisa! El hombre se quito el sombrero y deposito al pequeñuelo en un campo que se extendia al borde del camino.

Pego el unos brincos entre unos terrunos y, de pronto, escabullose en una gazapera que habia estado buscando. - ¡Buenas noches, señores, pueden seguir sin mi! -les grito desde su refugio, en tono de burla. Acudieron ellos al agujero y estuvieron hurgando en el con palos, pero en vano; Pulgarcito se metia cada vez mas adentro; y como la noche no tardo en cerrar, hubieron de reemprender su camino enfurrunados y con las bolsas vacias. Cuando Pulgarcito estuvo seguro de que se habian marchado, salio de su escondrijo. «Eso de andar por el campo a oscuras es peligroso -dijo-; al menor descuido te rompes la crisma». Por fortuna dio con una valva de caracol vacia: « ¡Bendito sea Dios! -exclamo-. Aqui puedo pasar la noche seguro». Y se metio en ella.

Al poco rato, a punto ya de dormirse, oyo que pasaban dos hombres y que uno de ellos decia. - ¿Como nos las compondremos para hacernos con el dinero y la plata del cura? - Yo puedo decirtelo -grito Pulgacito. - ¿Que es esto? -pregunto, asustado, uno de los

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ladrones-. He oido hablar a alguien. Sa pararon los dos a escuchar, y Pulgarcito prosiguio: -Llevenme con ustedes, yo los ayudare. - ¿Donde estas? - Busca por el suelo, fijate de donde viene la voz -respondio. Al fin lo descubrieron los ladrones y la levantaron en el aire: - ¡Infeliz microbio! ¿Tú pretendes ayudarnos? - Mira -respondio el-. Me metere entre los barrotes de la reja, en el cuarto del cura, y les pasare todo lo que quieran llevar. - Este bien -dijeron los ladrones-. Veremos como te portas. Al llegar a la casa del cura, Pulgarcito se deslizo en el interior del cuarto, y, ya dentro, grito con todas sus fuerzas: - ¿Quieren llevarse todo lo que hay aqui? Los rateros, asustados, dijeron: - ¡Habla bajito, no vayas a despertar a alguien!

Más Pulgarcito, como si no les hubiese oido, repitio a grito pelado: - ¿Que quieren? ¿Van a llevarse todo lo que hay? Oyole la cocinera, que dormia en una habitacion contigua, e, incorporandose en la cama, se puso a escuchar. Los ladrones, asustados, habian echado a correr; pero al cabo de un trecho recobraron animos, y pensando que aquel diablillo solo queria gastarles una broma, retrocedieron y le dijeron: - Vamos, no juegues y pasanos algo.

Entonces Pulgarcito se puso a gritar por tercera vez con toda la fuerza de sus pulmones: - ¡Se los dare todo enseguida; solo tienen que alargar las manos! La criada, que seguia al acecho, oyo con toda claridad sus palabras y, saltando de la cama, precipitose a la puerta, ante lo cual los ladrones echaron a correr como alma que lleva el diablo.

La criada, al no ver nada sospechoso, salio a encender una vela, y Pulgarcito se aprovecho de su momentanea ausencia para irse al pajar sin ser visto por nadie. La domestica, despues de explorar todos los rincones, volvio a la cama convencida de que habia estado sonando despierta.

Pulgarcito trepo por los tallitos de heno y acabo por encontrar un lugar a proposito para dormir. Deseaba descansar hasta que amaneciese, y encaminarse luego a la casa de sus padres.

Pero aun le quedaban por pasar muchas otras aventuras. ¡Nunca se acaban las penas y tribulaciones en este bajo mundo! Al rayar el alba, la criada salto de la cama para ir a alimentar al ganado. Entro primero en el pajar y tomo un brazado de hierba, precisamente aquella en que el pobre Pulgarcito estaba durmiendo.

Y es el caso que su sueno era tan profundo, que no se dio cuenta de nada ni se desperto hasta hallarse ya en la boca de la vaca, que lo habia arrebatado junto con la hierba. - ¡Valgame Dios! -exclamo-. ¿Como habre ido a parar a este molino? Pero pronto comprendio donde se habia metido. Era cosa de prestar atencion para no meterse entre los dientes y quedar reducido a papilla. Luego hubo de deslizarse con la hierba hasta el estomago. - En este cuartito se han olvidado de las ventanas -dijo-. Aqui el sol no entra, ni encienden una lucecita siquiera.

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El aposento no le gustaba, y lo peor era que, como cada vez entraba mas heno por la puerta, el espacio se reducia continuamente. Al fin, asustado de veras, pse puso a gritar con todas sus fuerzas: - ¡Basta de forraje, basta de forraje! La criada, que estaba ordenando la vaca, al oir hablar sin ver a nadie y observando que era la misma voz de la noche pasada, se espanto tanto que cayo de su taburete y vertio toda la leche.

Corrio hacia el señor cura y le dijo, alborotada: - ¡Santo Dios, senor parroco, la vaca ha hablado! - ¿Estas loca? -respondio el cura; pero, con todo, bajo al establo a ver que ocurria. Apenas puesto el pie en el, Pulgarcito volvio a gritar: - ¡Basta de forraje, basta de forraje! Se pasmo el cura a su vez, pensando que algun mal espiritu se habia introducido en la vaca, y dio orden de que la mataran. Asi lo hicieron; pero el estomago, en el que se hallaba encerrado Pulgarcito, fue arrojado al estercolero.

Alli trato el pequenin de abrirse paso hacia el exterior, y, aunque le costo mucho, por fin pudo llegar a la entrada. Ya iba a asomar la cabeza cuando le sobrevino una nueva desgracia, en forma de un lobo hambriento que se trago el estomago de un bocado. Pulgarcito no se desanimo. «Tal vez pueda entenderme con el lobo», penso, y, desde su panza, le dijo: - Amigo lobo, se de un lugar donde podras comer a gusto. - ¿Donde esta? -pregunto el lobo. - En tal y tal casa. Tendras que entrar por la alcantarilla y encontraras bollos, tocino y embutidos para darte un hartazgo -. Y le dio las senas de la casa de sus padres. El lobo no se lo hizo repetir; se escurrio por la alcantarilla, y, entrando en la despensa, se hincho hasta el hartarse. Ya harto, quiso marcharse; pero se habia llenado de tal modo, que no podia salir por el mismo camino. Con esto habia contado Pulgarcito, el cual, dentro del vientre del lobo, se puso a gritar y alborotar con todo el vigor de sus pulmones. - ¡Callate! -le decia el lobo-. Vas a despertar a la gente de la casa. - ¡Y que! -replico el pequenuelo-. Tú bien te has llenado, ahora me toca a mí divertirme -y reanudo el griterio.

Despertaron, por fin, su padre y su madre y corrieron a la despensa, mirando al interior por una rendija. Al ver que dentro habia un lobo, volvieron a buscar, el hombre, un hacha, y la mujer, una hoz. - Quedate tu detras -dijo el hombre al entrar en el cuarto-. Yo le pegare un hachazo, y si no lo mato, entonces le abres tú la barriga con la hoz. Oyo Pulgarcito la voz de su padre y grito: - Padre mio, estoy aqui, en la panza del lobo. Y exclamo entonces el hombre, gozoso: - ¡Alabado sea Dios, ha aparecido nuestro hijo! -y mando a su mujer que dejase la hoz, para no herir a Pulgarcito. Levantando el brazo, asesto un golpe tal en la cabeza de la fiera, que esta se desplomo, muerta en el acto. Subieron entonces a buscar cuchillo y tijeras, y, abriendo la barriga del animal, sacaron de ella a su hijito. - ¡Ay! -exclamo el padre-, ¡cuanta angustia nos has hecho pasar! - Si, padre, he corrido mucho mundo; a Dios gracias vuelvo a respirar el aire puro.

- ¿Y donde estuviste? - ¡Ay, padre! Estuve en una gazapera, en el estomago de una vaca y en la panza de un lobo. Pero desde hoy me quedare con ustedes. - Y no volveremos a venderte por todos los tesoros del mundo -dijeron los padres,

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acariciando y besando a su querido Pulgarcito. Le dieron de comer y de beber y le encargaron vestidos nuevos, pues los que llevaba se habian estropeado durante sus correrias.

RAPUNZEL

avia una vez una parega que desde hacia mucho tiempo deseava tener hijos. Aunque la espera fue larga, por fin, sus sueños se hicieron realidad.H

La futura madre mirava por la ventana las lechugas del huerto vecino. Se le hacia agua la voza nada mas de pensar lo maravilloso que seria poder comerse una de esas lechugas.

Sin emvargo, el huerto le pertenecia a una bruja y por eso nadie se atrevia a entrar en el. Pronto, la mujer ya no pensava más que en esas lechugas, y por no querer comer otra cosa empezo a enfermarse. Su esposo, preocupado, resolvio entrar a escondidas en el huerto cuando cayera la noche, para coger algunas lechugas.

La muger se las comio todas, pero en vez de calmar su antojo, lo empeoro. Entonces, el esposo regreso a la huerta. Esa noche, la bruja lo descubrio.

-¿Como te atreves a rovar mis lechugas? -chillo.

Aterrorizado, el hombre le explico a la bruja que todo se devia a los antojos de su mujer.

-Puedes llevarte las lechugas que quieras -dijo la bruja -, pero a camvio tendras que darme al bebe cuando nasca.

El pobre hombre no tuvo más remedio que aceptar. Tan pronto nacio, la bruja se llevo a la hermosa niña. La llamo Rapunzel. La belleza de Rapunzel aumentava dia a dia. La bruga resolvio entonces esconderla para que nadie mas pudiera admirarla. Cuando Rapunzel llego a la edad de los doze anos, la vruja se la llevo a lo más profundo del vosque y la encerro en una torre sin puertas ni escaleras, para que no se pudiera escapar. Cuando la bruja iba a visitarla, le decia desde abajo:

-Rapunzel, tu trenza deja caer.

La nina degava caer por la ventana su larga trenza ruvia y la bruga suvia. Al cavo de unos años, el destino quiso que un principe pasara por el vosque y escuchara la voz melodiosa de Rapunzel, que cantava para pasar las horas. El principe se sintio atraido por la hermosa voz y quiso saver de donde provenia. Finalmente hallo la torre, pero no logro enzontrar ninguna puerta para entrar. El prinzipe quedo prendado de aquella voz. Iva al vosque tantas vezes zomo le era posible. Por las noches, regresava a su

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castillo con el corazon destrozado, sin haver encontrado la manera de entrar. Un vuen dia, vio que una bruja se acercava a la torre y llamava a la muchacha.

-Rapunzel, tu trenza deja caer.

El principe observo sorprendido. Entonces comprendio que aquella era la manera de llegar hasta la muchacha de la hermosa voz. Tan pronto se fue la bruga, el principe se acerco a la torre y repitio las mismas palabras:

-Rapunzel, tu trenza deja caer.

La muchacha dego caer la trenza y el principe suvio. Rapunzel tuvo miedo al principio, pues jamas havia visto a un hombre. Sin emvargo, el principe le explizo con toda dulzura como se havia sentido atraido por su hermosa voz. Luego le pidio que se zasara zon el. Sin dudarlo un instante, Rapunzel acepto. En vista de que Rapunzel no tenia forma de salir de la torre, el principe le prometio llevarle un ovillo de seda cada vez que fuera a visitarla. Asi, podria teger una eszalera y escapar. Para que la bruja no sospechara nada, el principe iba a visitar a su amada por las noches. Sin emvargo, un dia Rapunzel le dijo a la bruja sin pensar:

-Tú eres mucho mas pesada que el principe.

-¡Me has estado engañando! -chillo la bruja enfurecida y corto la trenza de la muchacha.

Con un hechizo la bruja envio a Rapunzel a una tierra apartada e inhospita. Luego, ato la trenza a un garfio junto a la ventana y espero la llegada del principe. Cuando este llego, comprendio que havia caido en una trampa.

-Tu preciosa ave cantora ya no esta -digo la bruja zon voz chillona -, ¡y no volveras a verla nunca mas!

Transido de dolor, el principe salto por la ventana de la torre. Por fortuna, sobrevivio pues cayo en una enredadera de espinas. Por desgracia, las espinas le hirieron los ojos y el desventurado principe quedo ciego.

¿Como buscaria ahora a Rapunzel?

Durante muchos meses, el principe vago por los vosques, sin parar de llorar. A todo aquel que se cruzava por su camino le preguntava si havia visto a una muchacha muy hermosa llamada Rapunzel. Nadie le dava razon.

Cierto dia, ya casi a punto de perder las esperanzas, el principe escucho a lo legos una cancion triste pero muy hermosa. Cla voz de inmediato y se dirigio hacia el lugar de donde provenia, llamando a Rapunzel.

Al verlo, Rapunzel zorrio a avrazar a su amado. Lagrimas de felicidad cayeron en los ojos del principe. De repente, algo extraordinario sucedio:

¡El principe recupero la vista!

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El principe y Rapunzel lograron encontrar el camino de regreso hacia el reino. Se casaron poco tiempo despues y fueron una parega muy feliz.

SIMBAD EL MARINO

ace muchos, muchismos años, en la ciudad de Bagdag vivia un joven llamado Simbad. Era muy pobre y, para ganarse la vida, se veia obligado a transportar pesados fardos, por lo que se le conocia como Simbad el Cargador.H

- ¡Pobre de mi! -se lamentaba- ¡que triste suerte la mia!

Quiso el destino que sus quejas fueran oidas por el dueño de una hermosa casa, el cual ordeno a un criado que hiciera entrar al joven.

A traves de maravillosos patios llenos de flores, Simbad el Cargador fue conducido hasta una sala de grandes dimensiones.

En la sala estaba dispuesta una mesa llena de las más exoticas viandas y los más deliciosos vinos. En torno a ella habia sentadas varias personas, entre las que destacaba un anciano, que hablo de la siguiente manera:

-Me llamo Simbad el Marino. No creas que mi vida haya sido facil. Para que lo comprendas, te voy a contar mis aventuras...

“Aunque mi padre me dejo al morir una fortuna considerable; fue tanto lo que derroche que, al fin, me vi pobre y miserable. Entonces vendi lo poco que me quedaba y me embarque con unos mercaderes. Navegamos durante semanas, hasta llegar a una isla. Al bajar a tierra el suelo temblo de repente y salimos todos proyectados: en realidad, la isla era una enorme ballena. Como no pude subir hasta el barco, me deje arrastrar por las corrientes agarrado a una tabla hasta llegar a una playa plagada de palmeras. Una vez en tierra firme, tome el primer barco que zarpo de vuelta a Bagdag..."

L legado a este punto, Simbad el Marino interrumpio su relato. Le dio al muchacho 100 monedas de oro y le rogo que volviera al dia siguiente.

Asi lo hizo Simbad y el anciano prosiguio con sus andanzas...

“Volvi a zarpar. Un dia que habiamos desembarcado me quede dormido y, cuando desperte, el barco se habia marchado sin mi.

L legue hasta un profundo valle sembrado de diamantes. Llene un saco con todos los que pude coger, me ate un trozo de carne a la espalda y aguarde hasta que un aguila me eligio como alimento para llevar a su nido, sacandome asi de aquel lugar."

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Terminado el relato, Simbad el Marino volvio a darle al joven 100 monedas de oro, con el ruego de que volviera al dia siguiente...

"Hubiera podido quedarme en Bagdag disfrutando de la fortuna conseguida, pero me aburria y volvi a embarcarme. Todo fue bien hasta que nos sorprendio una gran tormenta y el barco naufrago.

Fuimos arrojados a una isla habitada por unos enanos terribles, que nos cogieron prisioneros. Los enanos nos condujeron hasta un gigante que tenia un solo ojo y que comia carne humana. Al llegar la noche, aprovechando la oscuridad, le clavamos una estaca ardiente en su unico ojo y escapamos de aquel espantoso lugar.

De vuelta a Bagdag, el aburrimiento volvio a hacer presa en mí. Pero esto te lo contare manana..."

Y con estas palabras Simbad el Marino entrego al joven 100 piezas de oro.

"Inicie un nuevo viaje, pero por obra del destino mi barco volvio a naufragar. Esta vez fuimos a dar a una isla llena de antropofagos. Me ofrecieron a la hija del rey, con quien me case, pero al poco tiempo esta murio. Habia una costumbre en el reino: que el marido debia ser enterrado con la esposa. Por suerte, en el ultimo momento, logre escaparme y regrese a Bagdag cargado de joyas..."

Y asi, dia tras dia, Simbad el Marino fue narrando las fantasticas aventuras de sus viajes, tras lo cual ofrecia siempre 100 monedas de oro a Simbad el Cargador. De este modo el muchacho supo de como el afan de aventuras de Simbad el Marino le habia llevado muchas veces a enriquecerse, para luego perder de nuevo su fortuna.

El anciano Simbad le conto que, en el ultimo de sus viajes, habia sido vendido como esclavo a un traficante de marfil. Su mision consistia en cazar elefantes. Un dia, huyendo de un elefante furioso, Simbad se subio a un arbol. El elefante agarro el tronco con su poderosa trompa y sacudio el arbol de tal modo que Simbad fue a caer sobre el lomo del animal. Este le condujo entonces hasta un cementerio de elefantes; alli habia marfil suficiente como para no tener que matar mas elefantes.

S imbad asi lo comprendio y, presentandose ante su amo, le explico donde podria encontrar gran numero de colmillos. En agradecimiento, el mercader le concedio la libertad y le hizo muchos y valiosos regalos.

"Regrese a Bagdag y ya no he vuelto a embarcarme -continuo hablando el anciano-. Como veras, han sido muchos los avatares de mi vida. Y si ahora gozo de todos los placeres, tambien antes he conocido todos los padecimientos."

Cuando termino de hablar, el anciano le pidio a Simbad el Cargador que aceptara quedarse a vivir con el. El joven Simbad acepto encantado, y ya nunca más, tuvo que soportar el peso de ningun fardo...

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