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1 LAS (casi) MIL Y UNA NOCHES Sergio Viaggio CUENTOS PARA XÓCHITL (SÓCHIL)

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LAS (casi) MIL Y UNA NOCHES

Sergio Viaggio

CUENTOS PARA XÓCHITL (SÓCHIL)

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Inventados por papá,Ilustrados por papá y Valeria,

e inspirados por mamá.

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INDICE

LA NIÑITA QUE SE HABÍA OLVIDADO A JITO 7

LA NIÑITA QUE UN DÍA NACIÓ 8

LA NIÑITA QUE NO QUERÍA DORMIR… PERO SOLO A LA HORA DE DORMIR 14

LA NIÑITA QUE QUERÍA IR ADONDE QUERÍA IR…¡PERO SOLITA! 18

EL CONEJITO QUE SOÑABA EN EL ESTANTE 22

LA NIÑITA QUE QUERÍA VIAJAR A OTRO PLANETA…¡PERO EN TREN! 30

LA NIÑITA QUE TENÍA UNA MAMÁ QUE NO SABÍA CONTAR CUENTOS 36

LA NIÑITA QUE SOÑÓ QUE DORMÍA PERO COMO YA ESTABA DORMIDA SE DESPERTÓ 37

LA NIÑITA QUE SUSPENDIÓ EL CARNAVALDE GUALEGUAYCHÚ PARA IRSE A MÉXICOA UNA FIESTA DE BARBIES 41

LA NIÑITA QUE REGRESÓ DE MÉXICOA METERSE EN MEDIO DEL CARNAVALDE GUALEGUAYCHÚ 45

LA NIÑITA QUE QUISO VER CÓMO ERA SER UNA BARBIE 50

LA NIÑITA QUE SE QUEDÓ A DORMIREN CASA DE SU AMIGUITA Y EL PAPÁ DE LA AMIGUITA LES LEYÓ UN CUENTO 54

LA NIÑITA QUE VISITÓ EL PAÍS DE LAS COSAS REDONDAS 58

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LA NIÑITA QUE SE HABÍA OLVIDADO A JITO

Había una vez una niñita muy bonita y muy buena que se llamaba Xóchitl, que es un nombre mexicano que quiere decir “flor” y que, aunque se escribe muy raro, se pronuncia muy fácil: Sóchil. Xochitl tenía un conejito de peluche al que llamaba Jito y al que quería tanto que no podía dormir sin él.

Hete aquí que una vez Xóchitl y su papá, un señor de barba blanca, que tenía un cuarto lleno de trenes y que, además, fumaba en pipa, pero solamente cuan-do la mamá de Xóchitl lo dejaba, porque decía que la pipa tenía “pezte”; es que la mamá de Xóchitl era zezioza y mexicana y por eso en vez de mal olor decía “pezte” y le había puesto a su hijita un nombre mexicano que se escribe... Uy, ya me perdí. Bueno que cierta vez Xóchitl y su papá se fueron solitos a pasar un fin de semana a Santa Teresita para dejar que la mamá y la hermana de Xóchitl estudiaran para unos exámenes.

A Xóchitl y al papá les encantaba tener esas aventuritas solos, porque se lleva-ban muy bien y nadie los regañaba.

Pero hete aquí que cuando llegó la noche, Xóchitl se dio cuenta de que se había dejado a Jito en casa y se puso a llorar amargamente. Entonces al papá se le ocurrió la idea de contarle un cuento, a ver sí así se calmaba y podía dormirse.

Y ese es el primer cuento de este libro: el cuento de…

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LA NIÑITA QUE UN DÍA NACIÓ

Había una vez una niñita que todavía no había nacido, lo cual era francamente un problema, porque para ser niñita, primero hay que nacer, pero bueno, esta es la historia.

Resulta que también había una vez, pero antes, una mujercita pequeñita pe-queñita pero muy muy bella, de ojos muy grandes y muy hermosos, casada con señor de barba blanca que, cuando ella lo dejaba, fumaba pipa. La mujercita pequeñita y el señor de barba blanca tenían una hijita flaquita flaquita, pero que ya de niñita tenía un cuerpito tan esbelto tan esbelto y un cabello tan negro tan negro y un cuello de cisne tan de cisne tan de cisne y una nariz tan perfecta tan perfecta que se parecía a una reina egipcia que se llamaba Nefertiti.

La cosa es que la mujercita pequeñita le preguntó al señor de barba blanca si no quería ser papá de un bebé. Y el señor dijo que para qué, si ya tenían una hijita bellísima, esbelta, de pelo negro largo, cuello de cisne y nariz perfecta idéntica a Nefertiti.

Pero un día, la mujercita señora del señor de barba blanca tuvo que ir al hos-pital a hacerse unos análisis. Allí los médicos y las enfermeras le pusieron en la panza un aparato para mirar adentro… ¡para mirar adentro de la panza! Y vieron que ahí, en medio de la panza, la señora tenía un puntito. Un puntito chiquitito chiquitito que solamente se podía ver con ese aparato para mirar dentro de la panza.

-Este puntito es un bebé –le dijo el médico. -¿Cómo que un bebé? exclamó la mujercita sorprendidísima. -Sí, un bebé: usted está embarazada, o sea, que va a tener un bebé. La mujercita –y ya podemos decirle “mamá”– se puso a llorar de alegría, por-

que aunque ya tenía una hija de cabellera renegrida y nariz perfecta y cuello de cisne que el papá, que era el señor ese de barba blanca, le decía que era idéntica a una tal Nefertiti, ella lo que más quería en el mundo era tener otro bebé.

-¿Y es un bebé o una bebé? preguntó.

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-El puntito es demasiado pequeño todavía; no se va a saber hasta dentro de cinco semanas (cinco semanas son aproximadamente un montón de días).

La mamá salió del consultorio, se sentó junto al señor de barba blanca y lo miró con los ojos muy muy grandes, más grandes y más hermosos que nunca.

-¿Qué pasa? preguntó el señor que todavía no sabía que de ahora en adelante lo vamos a llamar “papá”.

-Pasa que estoy embarazada –le contestó la mamá.-¿Amenazada? –preguntó el papá haciéndose el tonto para disimular la emo-

ción… y, sobre todo, el miedo tremendo que sentía. -Amenazada no, tonto –lo regañó la mamá–: embarazada; vamos a tener un

bebé, -¿Los dos? –volvió a preguntar el papá.-Bueno, va a ser de los dos, pero lo voy a tener yo solita –respondió riendo

la mamá.-¡Uuuuuuuuuf! –se limitó a gruñir el papá–; ¿y va a ser varón o mujer? -Yo creo que varón, ¿y tú?-Yo también; tiene que ser varón porque hija mujer ya tenemos, y se parece a

Nefertiti. ¿Pero ese bebé dónde está? –siguió preguntando el papá. -En mi panza –le explicó siempre riendo la mamá–, como la otra vez; ¿dónde

quieres que esté?-¡A ver!-¡Pero si no se puede ver así nomás, tonto: lo tengo dentro de la panza!-¡A ver! –insistió entonces el papá y cerrando un ojo le puso el otro en el om-

bligo–. ¡Pero si no se ve nada!-¡Claro que no, tonto! –rio la mamá–; solo se ve con ese aparato para mirar

dentro de la panza. Pero ya va a crecer y vas a notar cómo la panza se me infla igual que la otra vez,

-¡Pero yo no quiero ver cómo se te infla la panza: yo quiero ver el bebé! –Pro-testó el papá.

-Lo vas a ver cuando nazca y asome la cabecita, antes no-¡Uuuuuuuuuuf! –volvió a gruñir el señor de barba blanca que iba a ser papá,

y entonces, por primera vez, se animó a abrazar a la mamá (del bebé que todavía no había nacido) y darle un beso laaaaaaaargo laaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaargo, un poco porque estaba muy emocionado, y un mucho porque estaba muy pero muy enamorado de la mamá (del bebé) y un poquito porque tenía tanto pero tanto miedo que no quería hablar más,

-¿Y qué nombre le vamos a poner? –preguntó el todavía no papá de barba blanca–. Si es varón, yo quiero que se llame Leopoldo, pero si es mujercita, elige tú.

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-Yo siempre quise tener otra hija y llamarla Xóchitl, que por suerte se pronun-cia “Sóchil” y quiere decir “flor” en el idioma de los aztecas –replicó la ya mamá.

Cuando se enteró, la hija, que ahora iba a ser, además, hermana, se alegró muchísimo, porque si lo que la mamá más quería era ser otra vez mamá, lo que más quería la hija no era ser otra vez hija (porque no se puede), pero sí ser por fin hermana.

-¿Va a ser hermanito o hermanita? –preguntó ya impaciente. -No sabemos –dijo la mamá. -¡Hermanito! –afirmó el papá que era un señor de barba blanca que fumaba,

cuando lo dejaban, su pipa. -¿Y tú cómo lo sabes? –preguntó la hija que ya había nacido. -Porque yo sé todo y mucho más –explicó el señor de barba blanca–, porque

para eso soy tu papá (es que el señor de barba blanca era buenísimo, pero a veces decía muchas tonterías).

A partir de ese día, padre e hija que ya había nacido no dejaron de mirarle la panza a la mamá para ver cómo se inflaba. Solo que al principio no se infló nada. Y un día la mamá fue otra vez a ver al médico, que volvió a ponerle en la panza el aparato para mirar los puntitos que están dentro de la panza y le dijo:

-¡Te felicito: es una nena! Y la mamá se puso tan contenta que casi se muere de la alegría, y el papá

también.Así que el puntito siguió creciendo dentro de la panza de la mamá. Como dos

meses más tarde, que es un montón de días más que cinco semanas, la hermanita y el papá notaron que, en vez de curvarse hacia adentro, la panza de la mamá se curvaba hacia afuera. Y ya no dejó de inflarse.

-¡Háblale! –le decía la mamá al señor de barba blanca.-¿Por qué? ¿Me va a oír?-¡Claro que te va a oír! Y entonces el papá apoyaba su barba blanca sobre el globo en que se había

convertido la panza de la mamá y, como si hablara por teléfono por el ombligo, le contaba cuentos a la bebé, y le prometía que la iba a querer mucho pero mu-cho mucho muuuuuuuuuuuuuuucho, y que le iba a hacer cosquillas y enseñarle a jugar con los arenes.

Y así, convencido de que la niñita podía oír, llevó a la mamá y a la hijita que ya había nacido a un concierto de una orquesta enorme, con montones de músicos vestidos de pingüino y un director que movía los brazos como si quisiera volar, para que su hijita que todavía no había nacido escuchara música clásica por el ombligo de la mamá.

-Está contenta –dijo la mamá–; se nota que la música le gusta mucho.

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Porque la mamá sabía exactamente lo que sentía la niñita que todavía no había nacido. Es que las mamás son así. En cambio, los papás no. Los papás no saben ni se enteran de nada. Pero son mucho mejores para hacer cosquillas y organizar guerras de almohadas. Cada cual con su especialidad, que así es la vida.

A todo esto, la panza de la mamá tuvo que inflarse para que cupiera ese pun-tito que ya era un puntazo. Tanto que al final la mamá parecía una hormiguita reina: toda panza con los bracitos y las piernitas colgando bien separados.

Pero, aunque pareciera cada vez más un globo de playa, la mamá tenía que ir con su panza (claro, no podía dejarla en casa, ¿no es cierto?) a ver una amiga médica. Y le fue mostrando en una pantalla como de televisión cómo al puntito le iba saliendo una cabecita por ahí, y un bracito por acá, y otro bracito por allí, y una piernita por allá, y otra piernita por acullá (que es allá pero más lejos), y cómo en la cabecita iba apareciendo un ojito de este lado y otro de este otro lado y en el medio una naricita y debajo una boquita. De manera que cuando llegara la hora de nacer, el puntito ya iba a ser toda una niñita.

Y así pasaron otros siete meses, que son un montón pero un montón de días más que dos meses, durante los cuales el papá y la hija que ya había nacido y se parecía a Nefertiti con su nariz perfecta cuidaron con todo cuidado a la mamá, ayudándola a sentarse, y a levantarse, y a acostarse, y preparándole la comida, y llevándole el bolso y no dejándole que alzara ningún peso que bastante tenía con la panza que le llegaba hasta la nariz, como decía el papá que había dicho un señor turco que escribía versos y había estado mucho tiempo en la cárcel por querer que todos los niños tuvieran casa y juguetes y se llamaba Nazim Hikmet.

Hasta que un día llego el día que era ese día, y la mamá le dijo al señor de barba blanca que tenían que irse al hospital, porque la bebé ya estaba aburrida y cansada de estar dentro de la panza y quería nacer de una vez.

Así que el señor de barba blanca con mucho cuidado ayudó a la mamá a po-nerse de pie y vestirse y bajar por el ascensor y subir a un taxi y bajarse del taxi y entrar en el hospital donde una enfermera los llevó a una sala. Allí entraron unos enfermeros todos de blanco, que se llevaron a la mamá en una camilla con rueditas para que no se fuera rodando como una pelota y le dijeron al papá de barba blanca, que ahora ni se acordaba de la pipa, que se quedara ahí. Y luego vino una enfermera que le ordenó que se sacara la ropa y le puso una bata de lo más ridícula y un sombrerito de paño más ridículo todavía y, como si fuera poco, le dio un antifaz, pero no para taparse los ojos sino para la boca.

Al rato la enfermera volvió a buscarlo y lo llevó a un cuarto donde la mamá estaba acostada esperando que naciera la bebé, y donde había dos médicos y dos enfermeras y un tubo de oxígeno.

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Y al señor de barba blanca le dieron un tubito que salía del tubo y le dijeron que se lo pusiese cerca de la nariz a la mamá para ayudarla a respirar. Solo que apenas si tuvo tiempo de tomarlo en su mano que el médico grito:

-¡Ya sale, ya sale; fuerza mamá! Y ¡PLOP! entre las piernas de la mamá apareció una cabecita chiquitita chi-

quitita y colorada colorada, y el señor de barba blanca se emocionó tanto que lo sacaron del cuarto para que no molestara y lo pasaron a la sala de al lado, adonde trajeron luego un bultito todo pequeñito, parecido a un renacuajo (que es el bebé de la rana) todo encogido y colorado colorado.

Entonces llevaron a la mamá a la habitación y ahí fue el papá y luego traje-ron a la bebé que seguía colorada colorada y la mamá se la puso en el pecho y ¡CHUIK CHUIK CHUIK! la bebé se puso a chupar como si hiciera nueve meses que no comía. Y enseguida eructó, hizo pis, hizo caca y se quedó dormida. Eso, o sea, mamar, eructar, hacer pis y caca y, claro, llorar, era lo único que nació sa-biendo hacer. Todo lo demás tuvo que aprenderlo.

En eso llegó la hermana que se parecía a Nefertiti por su cuello de cisne, que estaba tan pero tan contenta que no paraba de hablar y de acariciar a la bebé y de cargarla y de mecerla.

Más tarde pasó a visitar toda la familia, que decía ¡Qué linda que es! ¡Y cómo se parece a la madre! ¡Y cómo se parece al padre! (Cosa que no podía ser, por-que el papá y la mamá no se parecían en nada, porque la mamá era pequeñita y el papá grandote, y la mamá tenía la cara redonda y el papá la tenía ovalada, y la mamá tenía la nariz que apenas servía de nariz y el papá tenía una narizota por la que podía respirar toda una familia, y si la bebé se parecía a los dos, entonces tenía que ser medio pequeñita y medio grandota y tener la cara medio redonda y medio ovalada y tener la nariz medio ínfima y medio enorme y en vez de ser linda sería no se sabe bien cómo, pero esto es demasiado complicado para un cuento).

Al día siguiente, la mamá, el papá, la hijita del cuello como Nefertiti de cisne y la bebé volvieron a la casa y la vida nunca volvió a ser como había sido. Porque la vida cambia cada vez que nace un bebé. Sobre todo cuando el bebé que nace es tan pero tan hermoso.

Claro, la niñita todavía no sabía que había nacido, ni que se llamaba Xóchitl, pero ya iba a enterarse.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado… ¿O hay más, Tomás?

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Por Xóchitl

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LA NIÑITA QUE NO QUERÍA DORMIR… PERO SOLO A LA HORA DE DORMIR

Había una vez una niñita que antes todavía no había nacido, pero ahora sí y se llamaba Xóchitl.

La niñita, que había nacido chiquitita chiquitita y ovilladita ovilladita poco a poco fue creciendo y estirándose. Pero al principio era como un animalito. Sola-mente dormía, comía, hacía pis, hacía caquita y lloraba, en ese orden o en cual-quier otro. El papá de barba blanca que fumaba pipa cuando lo dejaban nunca sabía por qué esa niñita que parecía un renacuajito arrugado lloraba, entonces, al principio, cada vez que la niñita se ponía a llorar, creyendo que era de hambre, le daba el biberón. Lo que paza ez que eztá incómoda, le explicaba la mamá, y la ponía, por ejemplo, del otro costado y la niñita ya no lloraba más. Entonces, cuando volvía a llorar, el papá la ponía del otro lado, pero la mamá le explicaba, No, no eztá incómoda; se hizo pis, y le cambiaba el pañal, y la niñita dejaba de llorar. Pero al rato se ponía a llorar otra vez, y el papá, creyendo que se había he-cho pis, corría, claro, a cambiarle el pañal, pero el pañal estaba seco. Ez que tiene calor –explicaba entonces pacientemente la mamá– le quitaba el chalequito. Y cuando la niñita volvía a llorar, el papá se apresuraba ahora a sacarle el chalequito, pero la mamá lo regañaba porque Ahora tiene frío, y la tapaba con una mantita. Y cuando la niñita rompía a llorar ¡OTRA VEZ!, el padre la cubría rápidamente con la mantita, pero ahí venía la mamá a enseñarle que, ¡No, ahora zí tiene hambre!

De modo que, con el tiempo, la niñita se cansó que el papá NUNCA enten-diera por qué lloraba y ya casi no lloró más.

Pero eso fue después. Ahora todavía era antes, La niñita no tenía ni dos días de haber salido de la panza de la mamá, cuando

al papá, que, aparte de papá, era traductor, le dieron un trabajo que lo obligaba a pasarse las horas sentado frente a su computadora. ¿Y qué se le ocurrió al papá, que tenía muchas ideas malas pero algunas buenas? Nada más ni nada menos que la mejor idea del mundo: ponerse el portabebés en forma de medio huevito entre las piernas, debajo del escritorio, poniéndole música clásica muy pero muy suave

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y muy pero muy linda para que la niñita se fuera acostumbrando a los sonidos más bellos del universo y meciéndola con el pie, como hacía antes su abuela (la mamá de la mamá del papá) con la máquina de coser (porque hace mucho mucho tiempo, había en las casas máquinas de coser que, para que funcionaran, había que pedalear).

Y papá y niñita se pasaban horas y horas, interrumpidas únicamente para que la mamá le diera el pecho y le limpiara la colita colorada como de mono y le pusiera un pañal limpio. Así, la mamá podía descansar, el papá trabajaba mucho mejor y más contento y la niñita podía desparramar a sus anchas sus bufiditos de locomotora asmática, quedarse dormida o las dos cosas.

A veces sucedía que el papá tenía que trabajar de noche, y la mamá aparecía con la nenita que no quería quedarse dormida. Porque durante el día, la niñi-ta mamaba o tomaba el biberón y se dormía como un tronco, roncando con unos bufiditos de locomotora asmática, pero de noche… de noche no se quería dormir. ¿Por qué? Es y sigue siendo hasta hoy uno de los grandes misterios del universo.

Y como la mamá siempre se iba a dormir agotada de dar de mamar, cambiar pañales, limpiar colitas, y poner crema y talco, le tocaba al papá ver de convencer-la de las bondades del sueño, para ella y para la mamá.

La mamá aparecía, digo, con enormes ojeras en el estudio y le dejaba a la niñi-ta a ver si a él le salía hacerla dormir. Y el papá ponía nuevamente el portabebés entre sus piernas bajo el escritorio y la mecía hasta que se durmiese con los oídos llenos de la música más maravillosa de todos los tiempos.

Y si no tenía que trabajar tarde, el papá se sentaba en un sillón mecedor, con la niñita cargada sobre el pecho, cantándole suavecito suavecito una canción de cuna que había compuesto especialmente para ella, que decía ¡Duérmase, ca-raaaaaaaajo! ¡No hinche las pelooooootas! Se conoce que a la niñita estas tiernas palabras la ayudaban a adormecerse, porque poco a poco el cuerpito se le iba poniendo flojo y empezaban los bufiditos de locomotora asmática.

Solo que cuando la niñita ya se estaba quedando bien pero bien dormida pasaba un auto y el ruido volvía a despertarla, de modo que el señor de barba blanca al que regañaban si fumaba la pipa en la casa tenía que entonar nuevamen-te su canción de cuna: ¡Duérmase caraaaaaaaajo! ¡No hinche las pelooooooootas! Hasta que por fin no pasaba ningún auto y la niñita se quedaba bien pero bien dormida y él se la llevaba con muchísimo cuidado y con muchísimo cuidado la ponía en su cunita.

Hasta ahí, hacer dormir de noche a la niñita era relativamente sencillo. Pero cuando fue creciendo, y abrió grandes los ojitos que a veces eran verdes y otras grises y otras celestes y ya no cupo en el portabebés y ya no hubo cómo mecerla

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y aprendió a reírse con las cosquillas y a dar vueltas en la cama, el portabebés, el sillón mecedor y la canción de cuna no sirvieron más.

Ahora, la niñita podía girar solita en la cama, y no conocía ejercicio más diver-tido que dar vueltas y vueltas en vez de dormir. Y los papás apagaban las luces, y le daban su biberón, y no se movían ni hacían ruido para ver si la niñita por fin dejaba de jugar a que estaba en un parque de diversiones para bebés ¡Y SE DORMÍA DE UNA BUENA VEZ! así podían llevarla a la cunita y descansar un poquito.

Y así pasaron los días, las semanas y hasta los meses. Y la niñita fue dejando de parecer un animalito y comenzando a parecerse a una personita, que se reía con las cosquillas que le hacía el papá y las muecas de la mamá.

Ustedes creerán, sin duda, que ahora sería más fácil lograr que se durmiera a la hora de dormir. Pero esa es, precisamente, la hora a la que, ya desde bebés, los niños NO QUIEREN dormirse. Y como nuestra niñita era un niño, TAMPOCO quería dormirse.

De nada valía que mamá y papá se quedaran inmóviles y silenciosos como momias. Inútil era que apagasen todas las luces. La niñita entraba a dar saltitos y vueltitas y vueltas y saltos y a ensayar largos discursos en una lengua que estaba inventando y que solo ella entendía.

Al principio, el papá se la llevaba a su estudio, la tendía sobre la alfombra, le colocaba una almohada bajo la cabecita que ya parecía un plumero de rulos, la cubría con una mantita rosa, le calzaba un biberón entre los labios y le hacía oír música clásica, mientras él se sentaba a trabajar con la computadora. La primera vez la niñita se tomó todo el biberón, pronunció un largo discurso en la lengua que había inventado solita y que nadie entendía, dio dos o tres o veinticinco vuel-tas… y ¡PLUFFF! se quedó profundamente dormida. El truco parecía funcionar a la perfección. Pero a la mamá eso de que la niñita durmiera sobre la alfombra no le causaba demasiada gracia (porque, a diferencia de los papás, a los que les ENCANTA la aventura, las mamás son un poquito más tradicionales, conserva-doras y prudentes… aburridas, bah). De modo que la solución del estudio dejó de ser solución.

Era preciso un cambio de paradigma, una innovación radical, algo resuelta-mente revolucionario, o sea, algo que solo se puede decir con palabras difíciles. Y fue así como cierta noche, mientras la niñita estaba en la cama de la mamá y del papá dando vueltas y vueltas lo más contenta sin la menor intención de dormir, la mamá se quejó amargamente: ¡No puedo más! Si esta noche no duermo por lo menos cinco horas seguidas me voy enfermar.

Y al papá de barba blanca, que tenía muchas ideas que casi siempre eran ma-las, pero que algunas eran buenas, se le ocurrió otra mejor idea del mundo: Se

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llevó a la niñita al cuarto de huéspedes (que era el cuarto del tren, porque el padre era amante de los trenes y tenía montones de locomotoras y vagones que daban vuelta por toda la habitación), la acostó en la cama junto a él y en vez de apagar las luces y cantarle… encendió el televisor y se puso a ver una película lo más pancho, como si no le importase nada de nada si la niñita se quedaba dormida o no.

Era, claro, una astutísima trampa: La niñita, viendo que nadie apagaba la luz, entró a dar vueltas y saltos y vueltitas y saltitos y a hacer ruidos como si quisiera empezar a hablar en una lengua que ella misma había inventado, hasta que, de pronto, en medio de una vuelta… ¡PLAFFF! se quedó totalmente dormida y ya no se movió más.

Ni ella ni el papá que era un señor de barba blanca que fumaba pipa cuando lo dejaban lo supieron entonces, pero ese fue el principio de una larga amistad. Porque hay hijas que son simplemente hijas de papás que son simplemente papás, y hay papás que son simplemente papás de hijas que son simplemente hijas, pero este papá y esta hijita se hicieron, además, grandes amigos… y en el cuarto del tren, que no era del papá y la mamá, sino del papa solo.

Desde entonces, cada vez que la niñita no quería dormirse a la hora de dor-mir y la mamá estaba cansada cansaaaaaaaaaaada, el papá le decía, Me la llevo al cuarto del tren. Y, a veces, cuando en el cuarto del tren, que era, en realidad, el cuarto de las visitas, había una, bueno, visita y no se la podía llevar, la mamá se iba a dormir con la otra hijita y dejaba a la niñita a sus anchas en la inmensa cama de la mamá y del papá, donde el papá se quedaba mirando la televisión mientras la niñita daba chiquicientasmil vueltas hasta que ¡PLOFFF! se quedaba dormida.

Llegaba incluso a ocurrir que la niñita se despertara en medio de la noche como si fuera el medio de la mañana. ¡NINGÚN PROBLEMA! El padre en-cendía el televisor sin sonido y le ponía dibujitos animados (“caricaturas” como los llamaba la mamá que era mexicana y les ponía nombres raros a las cosas). La niñita se quedaba entusiasmada viendo esas formas de colores, los interpelaba un rato en la lengua que había inventado… y se volvía a quedar dormida. Pero aho-ra, muchas veces, se acurrucaba bajo el hombro del papá como una paloma que buscara su nido. Y entonces le tocaba al papá no poder ni querer dormirse, por-que esa mata de rulos que se le enredaba en la barba blanca y ese cuerpito tibio que se apretaba junto a su corazón eran, en ese momento y serían para todos los momentos de la eternidad, la felicidad más completa que hubiera sentido jamás.

Así fue como la amistad entre la niñita y su papá de barba blanca que fumaba, solo que muchas veces no lo dejaban, en pipa fue desarrollándose en el tiempo y profundizándose en sus corazones.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado… ¿O hay más, Tomás?

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LA NIÑITA QUE QUERÍA IR ADONDE QUERÍA IR…¡PERO SOLITA!

Había una vez una niñita llamada Xóchitl que tenía la cabeza como un plume-ro de rulos castaños y los ojos verdes o tal vez celestes o quizá grises que, como todavía, más que niñita, era una bebé, no podía ir a ningún lado si algún grande no la llevaba.

La cosa podía parecer –y, en realidad, era– lo más cómoda… cuando la lle-vaban adonde ella quería ir. Por ejemplo, a la cama de Ely, que era la muchacha grande que también vivía en la casa y le cambiaba los pañales y le lavaba la colita y le ponía crema y le preparaba la comida o los biberones cuando la mamá no estaba y el papá andaba por Europa. O a la cocina, donde la sentaban sobre la mesada a contemplar la apasionante preparación del almuerzo o de la cena. O al estudio del papá, o al cuarto del tren, donde el papá hacía andar unas locomoto-ras y vagones de colores que desaparecían dentro de los túneles o volvían a apa-recer para cruzar puentes y hacían ¡CHUF CHUF CHUF! y ¡PIIIII PIIIII PIIIII!

Pero lo que más le gustaba a la niñita era que el papá la llevara a la plaza (que era, de paso, cuando el señor de la barba blanca aprovechaba para fumar su pipa sin que nadie lo regañara). Sobre todo porque la sentaba en la hamaca y, mientras los demás papás y las demás mamás o algunos abuelos y algunas abue-las columpiaban a sus bebés que parecía que apenas si los movía la brisa –algo francamente aburridísimo–, su papá de barba blanca la lanzaba ¡ZUUUUUUUM! hacia adelante, y ella volaba hasta que las cadenas no daban más y volvía atrás ¡ZUUUUUUUUM! a toda velocidad hasta que el padre la volvía a empujar con todas sus fuerzas y ¡ZUUUUUUUUUUUM! otra vez para adelante, riendo a carcajadas y celebrando alegremente en su lengua que había inventado y que solo ella entendía.

Otra cosa que le encantaba era pasear. No había vez que el papá tuviera que salir, a hacer las compras, al correo, a buscar a la hermanita a la escuela, o sim-plemente a tomar un café con medias lunas; no había vez, digo, que no la llevara con él.

Todo eso era muy divertido y estaba, claro, muy bien. Lo que no era tan di-

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vertido ni estaba, en cambio, tan tan bien era que la niñita únicamente podía ir adonde la llevara algún grande. Si era para donde quería ir (por ejemplo, a la pla-za), reía alborozada; pero si era para donde no quería ir (por ejemplo, a la cama), lloraba con profunda indignación; y si no sabía bien si era algún lugar adonde quería o no quería ir, esperaba hasta enterarse y luego se ponía a reír o llorar. O sea, que siempre dependía de que los grandes la llevaran alzada o en cochecito –o “carriola”, como le decía la mamá, que, como era mexicana, les ponía nombres raros a las cosas– adonde ellos quisieran y no necesariamente adonde ella verda-deramente quería.

De manera que un día, cansada de tener que depender de los grandes para cualquier mínimo desplazamiento, decidió ver cómo podía hacer para ir solita adonde ella quisiera. Lo primero que se le ocurrió, porque parecía lo más fácil, fue ver si lograba caminar como los perritos, que marchan apoyándose en las cuatro patas y parece que no tienen mayores problemas de equilibrio y que, por alguna razón, en vez de “perrear” se llama “gatear”. Pero aquí se planteó un nuevo problema con su consiguiente frustración, y era que como su colita era tan grande que más que colita era una colona, cada vez que se ponía en cuatro patas y quería mover una manito para avanzar en cualquier dirección (porque la direc-ción no importaba, lo importante era aprender a gatear solita), se le abría el otro bracito y ¡CATAPLUF!, se caía para un lado; y cada vez que probaba, en cambio, con una rodillita, se le abría la otra y ¡PUMBAPUM!, se caía para el otro lado.

Y así no podía ser.Evidentemente, era mejor el sistema de los grandes e incluso los no tan gran-

des, como su hermana que tenía el cuerpo esbelto, la cabellera renegrida, el cue-llo de cisne y la nariz perfecta de la señora Nefertiti, que se las arreglaban para caminar nada más que con las piernas y así no solo iban mucho más rápido, sino que les quedaban las manos libres para llevar cosas. La niñita, entonces, se dijo, ¡Yo también voy a caminar! Bueno, no sé si realmente se lo dijo, porque todavía no sabía hablar como los grandes y hablaba, en cambio, en una lengua rarísima que ella misma había inventado y decía cosas como “dabablú baba mñ glap” que, quién sabe, a lo mejor quería decir, en efecto, ¡Ahora voy a caminar como los grandes; ya van a ver!

Pero para poder pararse en dos patas, en vez de en cuatro, necesitaba apoyarse en algo, por ejemplo, la mesa ratona del living. La niñita se aferraba al borde de la mesa, se erguía sobre sus piernitas como choricitos, se afirmaba bien, miraba atentamente a izquierda y derecha, y optaba por uno de los dos grandes movi-mientos posibles: en el sentido de las agujas del reloj, o en el sentido inverso al de las agujas del reloj. Claro que ella no tenía idea de qué era un reloj, ni de cuáles eran sus agujas, ni en qué sentido se movían, pero no importa.

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El gran problema –o, mejor dicho, la gran frustración– era que, fuese hacia el lado que fuese, siempre terminaba donde había empezado. Y si las dos o tres primeras vueltas tenían el atractivo de la novedad, ya la cuarta era totalmente aburrida.

Peor era cuando intentaba caminar alrededor de la cama del papá y la mamá, que, sin duda, era muuuuuuuuucho más grande que la mesa ratona del living, pero empezaba en la pared y terminaba… en la misma pared. De modo que, al llegar a la pared, la niñita no tenía más remedio que volver por donde había veni-do… hasta llegar a la pared.

Pero lo peor de lo peor era cuando se aferraba al aparador de la cocina, que era en aburridísima línea recta y se terminaba enseguida,

Y así tampoco podía ser.Para esa época, la niñita comenzó a aprovechar que los grandes se desplaza-

ban solos para caminar ella misma colgada de la mano de alguno de ellos. Eso tenía la ventaja de que ella podía, en principio, dar un paso en la dirección que quisiera. Pero había dos desventajas, una chiquita y otra grande. La desventaja chiquita era que los grandes iban muy despacio, y la niñita tenía que tirar de ellos con todas sus fuerzas para que se movieran. Pero la peor era la desventaja grande, pues cuando, por alguna razón, el grande no quería moverse, la niñita se quedaba colgando inclinada hacia adelante o hacia atrás en una posición de lo más incó-moda y, para colmo, haciendo fuerza inútilmente.

Y así, evidentemente, tampoco podía ser.¡NO SEÑOR! Lo que había que hacer, para que entonces sí pudiera ser, era

caminar sin apoyarse en ninguna cosa ni colgarse de ningún grande. ¡ESO HA-BÍA QUE HACER!

Fue así como un buen día ¡ZAS! se soltó de la mano de Ely y, extendiendo los bracitos que parecían salchichas, corrió con torpes zancadas de buzo –como si estuviera un poco borracha, bah– hacia la mamá que la esperaba ahí cerquita con los brazos abiertos ¡SOLITA!, pisando con los piecitos y caminando con las piernitas (un poco torcidos los piecitos y temblequeantes las piernitas, es cierto, pero hay que tener en cuenta que era la primera vez y que ella había aprendido solita, de solo mirar a los grandes, que de abajo, donde ella estaba cuando los miraba caminar, se veían altíiiiiiiiiiisimos). Desde entonces la niñita no paró de ca-minar por todas partes, pero, sobre todo, empezó a caminar por la vida, que, con un poco de suerte y un muchísimo de amor, es el camino más hermoso que hay.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado… ¿o hay más, Tomás?

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EL CONEJITO QUE SOÑABA EN EL ESTANTE

Había una vez un conejito de peluche que desde hacía mucho tiempo vivía en una juguetería de Viena, que es la capital de Austria, que es un país de Europa, que queda muuuuuy lejos de Buenos Aires o de cualquier otra ciudad donde los niños hablen español. Era un conejito muy sencillo, todo blanco, con dos ojitos muy negros, una boca chiquita chiquita y una naricita que casi ni se veía. Hacía tanto tiempo que estaba sentado en el mismo estante en el mismo lugar que ni se acordaba de quién lo había hecho ni de cuándo lo habían llevado a la juguetería. Y no solamente eso: el conejito tampoco sabía cómo se llamaba. En todo ese tiempo se había hecho amigo de muchos otros peluches: había una jirafa grande y otra pequeña, y dos ositos iguales, y un hipopótamo inmenso, y varios perritos de diferentes razas y colores, y hasta un cocodrilo verde que ocupaba, él solito, casi la mitad del estante de arriba. Con el tiempo, claro, los amigos iban cambiando, porque un día alguien compraba un osito y entonces traían otro, o se compraban una jirafa y llegaba una nueva. Hasta vino una señora muy muy flaca con una hija muy muy gorda que lloró y lloró hasta que la mamá le compró el hipopótamo. Al conejito le causó gracia, porque no se sabía quién era más gordo, si el hipopóta-mo o su nueva dueña.

El hecho es que tarde o temprano aparecía un papá, o una mamá, o un abuelo, o una abuela, o un tío, o una tía, solos o con un niñito o una niñita, y, a veces, con dos y hasta tres, que hacían mucho ruido y pedían cada uno algo distinto, pero que siempre acababan llevándose a uno de los compañeros del conejito.

Cuando llegaba un peluche nuevo, lo primero era preguntarle al conejito si hacía mucho que estaba ahí. Mucho, contestaba el conejito, ¿Y no te aburres?, No mucho, porque mis amigos son muy buenos y muy conversadores. Pero yo te veo un poco triste, le dijo un día un gato blanco y negro que acababa de llegar. Es que a mí me gustaría que me abrazaran, y ninguno de ustedes puede, porque no podemos mover ni las patas de atrás ni las de delante. Ni siquiera nos podemos mirar; yo a ti te puedo ver porque estoy medio de costado, pero no puedo ver al león que tengo a mi derecha, ni a los compañeritos que están en los estantes de arriba o de abajo; mi única esperanza es que me compre un niño –yo, en realidad,

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preferiría una niñita; una niñita de piel muy muy suave y con muchos rulos– que me lleve a su casa y me quiera tanto que me esté acariciando y abrazando todo el tiempo. Claro, yo no la voy a poder ni acariciar ni abrazar, pero, cuando me abrace, su corazón va a ser también mi corazón, y ella va a sentir en su corazón que yo la quiero más que a nadie en el mundo y que soy su mejor amigo.

Ese era el sueño del conejito, que se pasaba las horas y los días sentado en el estante, conversando con otros peluches que siempre acababan yéndose para ser remplazados con otros. Solamente a él parecía no querer comprarlo nadie. ¿Será porque soy todo blanco y no tengo ropa de colores, o un barrilito como mi amigo el perro de San Bernardo que compraron el otro día, o un gorrito con un pompón como el mono que llegó ayer, o un gran moño rosa como el gato que trajeron la semana pasada? se preguntaba el conejito.

Y así siguió pasando el tiempo hasta que un día entró en la juguetería un señor de barba muy muy blanca que llevaba una pipa apagada entre los labios. (Claro, en la juguetería no se podía fumar, por eso el señor seguramente había apagado la pipa antes de entrar). Pero, aunque estaba apagada y ya no salía humo, la pipa olía igual. Era un olor que el conejito nunca había olido (es que, como sabemos, los olores no se oyen ni se ven ni se tocan: se huelen). Bueno, la cosa es que al conejito le gustó mucho el olor de esa pipa apagada y se preguntó que, si apagada olía tan bien, cómo olería encendida. De todas maneras, se dijo, este señor seguramente no me va a comprar: A los señores de barba blanca que fuman pipa no deben gustarles mucho los conejitos blancos sin barrilito, sin gorrito y sin moño.

El señor miró primero una jirafa de cuello larguísimo, que se llamaba Floren-cia, la sacó, la estudió, la palpó para ver si la piel era suficientemente suave y el cuerpo a la vez suficientemente blando y suficientemente resistente (al señor le encantaban las palabras que terminaban en “ente”). Como no estaba convencido, tomó a Mbumbu, el tigre africano que tenía unos colmillos enormes pero que no servían para masticar nada porque eran de trapo y se doblaban. Mbumbu le pareció muy caro (claro, era un peluche importado de Tanzania, que queda muy lejos, donde comienza la parte de abajo del globo terráqueo, de donde uno no sabe cómo no se caen todos los animales, toda la gente y todos los platos). El ele-fante con su manta carmesí con flecos dorados le pareció demasiado colorinche. El pingüino le resultó demasiado grande. Y ya se iba a ir cuando advirtió entre todos esos peluches más grandes y más coloridos al conejito blanco. ¿Y este co-nejito cuánto vale? Preguntó el señor mientras la acariciaba las orejas y la pancita (al conejito le dieron un poco de cosquillas, pero como no se podía mover y, si hubiera podido, igual se habría quedado quietito quietito a ver si todavía el señor se arrepentía y no lo compraba, el señor ni se dio cuenta). Me lo llevo, dijo el

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señor, y se lo dio a la vendedora, que era una señorita muy pero muy linda pero que tenía un grano muy pero muy feo en la nariz.

El conejito sintió que lo tomaban de la espalda, lo daban muchas vueltas y lo metían en una bolsa de papel, donde se quedó un poco boca abajo, pero como no se podía mover ni hablar, no dijo nada. ¿Pero cómo que no podía hablar, si se la pasaba charlando con sus amiguitos peluches? Ah, es que los peluches, como los demás juguetes no hablan como las personas, haciendo ruido. Ellos hablan sin hablar, aunque parezca mentira, porque se oyen lo que piensan, casi como las personas que se quieren mucho.

La cuestión es que el conejito sintió que lo subían a un tranvía. Y después que lo bajaban. Y que lo llevaban por una calle por la que pasaban muchos autos. Y que lo metían en un departamento muy pero muy silencioso. ¡Ya está!, pensó: Ahora el señor va a llamar a un niñito y le va a decir, ¡Mira lo que te he comprado! y el niñito se va a poner muy pero muy contento y se va a reír y, por fin… ¡Me va a abrazar! ¡HURRAAAAAAAA!

Pero no. El conejito sintió que el señor lo sacaba de la bolsa y lo ponía en un estante (¡un estante casi igual al de la juguetería!), solo que no había más peluches con quien conversar sin hablar. No. Todo lo que había en el estante era un mon-tón de cajas con locomotoras y vagones de juguete, pero ni un solo peluche, que digo ni un solo peluche, ni un solo juguete juguete, porque las locomotoras y los vagoncitos eran de mentira, pero no realmente de juguete, porque era evidente que el señor se los había comprado para él, no para un niñito.

Desde donde estaba, el conejito podía ver casi toda la habitación. No era muy grande. Y parece que el señor vivía solamente en ella, porque ahí dormía, y ahí cocinaba, y ahí comía, y ahí veía televisión, y ahí se pasaba horas frente a una com-putadora. El señor, además, vivía solo. Y para peor, no recibía visitas. Él sí salía a la mañana y volvía a la tarde, y a veces salía de noche, pero nunca venía nadie. ¿Pero para qué me habrá comprado este señor?, se preguntaba el conejito total-mente desconcertado. Lo único que realmente le gustaba de su nuevo dueño era el olor de la pipa. Porque todos los días, después de cenar, el señor abría una latita de tabaco que estaba justo al lado del conejito y que olía que era una delicia, y llenaba pacientemente la pipa, y la encendía, y se ponía a fumar. Y entonces, poco a poco, al conejito le iba llegando ese humito calentito con ese olor tan pero tan rico.

Y así pasaron varios días. Hasta que una mañana, el señor trajo una enorme valija amarilla, la abrió en medio de la habitación y empezó a poner montones de cosas. El conejito miraba todo con gran curiosidad, solo que el señor no podía darse cuenta porque no se podía mover (no se podía mover él, el conejito, porque el señor sí que podía, si no, cómo habría hecho para llenar la valija ¿no?). Y hete aquí que, de pronto, el señor tomó al conejito, lo miró con una gran sonrisa, tan

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grande que la pipa no se le cayó de la boca por milagro, le acarició la cabeza y la pancita, le tiró suavemente de las orejas y lo puso en la valija.

Cuando la cerró, el conejito se quedó a oscuras, un poco incómodo, porque en la pompi izquierda se le clavaba la caja de una locomotora, y un poco asquea-do, porque sobre la nariz le había quedado un calzoncillo sucio.

¿Y ahora qué?, volvió a interrogarse el conejito. Al poco tiempo sintió que la valija se ponía como de pié, con lo que se le acomodó mejor la pompi, pero el calzoncillo, en cambio, le tapó toda la nariz. Luego sintió que la valija caminaba como si tuviera ruedas. Después alguien la levantó en vilo y la puso horizontal, pero al revés, de modo que el calzoncillo se corrió un poco, pero la caja de la locomotora se le clavó otra vez.

Y así dos o tres veces más, hasta que, para su enorme sorpresa, el conejito tuvo la sensación de que… ¡Estaba volando! Sí, tenía que estar volando, porque la valija se inclinaba muy suavemente para un lado, y enseguida para el otro. Así pasó mucho tiempo. Hasta que ¡PUM! El conejito sintió un sacudón que le metió el calzoncillo más sobre el ojo y la caja de la locomotora más dentro de la pompi. Después, alguien volvió a enderezar la valija, y a ponerla nuevamente horizontal, y a enderezarla de nuevo… y así varias veces hasta que la dejaron quietita quieti-ta. El conejito, claro, no sabía dónde estaba, así que aguzó todo lo que pudo sus orejitas (sin moverlas, claro, porque, como sabemos, no podía) y creyó oír voces de mujer. Una, como de señora de la casa, decía:

-¡Hola, mi amor, qué guapo eztaz! ¡Cómo te extrañé! Y la segunda, que sonaba a muchachita de nueve o diez años:-¡Hola, papi! ¿Cómo te fue? Y otra, mucho más aguda:-¡Papiiiiiiiiiiiii! ¿Qué me traízte? Era evidente que se trataba de una niñita. Una niñita que todavía no había

aprendido a conjugar el verbo “traer”, pero sin duda muy inteligente y muy tier-na. Bueno, eso, al menos, esperaba el conejito.

Y entonces la tapa de la valija se abrió. Y hacía tanto tiempo que el conejito estaba a oscuras y la luz era tan pero tan, ¿cómo decir?, luminosa, que el cone-jito quedó totalmente enceguecido. Lástima, porque se moría de curiosidad. Y lástima porque no pudo ver hasta cuando la pudo ver (claro, antes de poder, no pudo) a esa niñita de rulos castaños, ojos verdes o tal vez celestes o quizá grises, naricita tan ínfima como la suya (la suya del conejito, claro) y boquita que parecía dibujada de lo perfecta que era. No la pudo ver, es cierto. Pero sí pudo sentir dos bracitos como salchichas, casi tan suaves y blandos como él (él el conejito), que lo abrazaron tan pero tan fuerte que el conejito sintió que se le iba a salir todo el relleno por las orejas.

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¿Y qué ez? –preguntó la niñita que no entendía gran cosa de zoología, que es la ciencia que se ocupa de los animales de verdad.

-Es un conejito –le explicó la mamá.-¡Jito! Exclamó la niñita que solamente prestaba atención a la segunda mitad

de las palabras. Y desde entonces el conejito tuvo un nombre para él solo: Jito.De por sí, eso de tener un nombre para uno solo debió haber sido suficiente

alegría. Pero hubo más: Por lo pronto, en el cuarto de la niñita y su hermana había

como ciento mil cuarenta y quince peluches de todos los tamaños que enseguida se hicieron grandes amigos del conejito.

-Es una familia muy buena –le dijo el cerdito–; aunque a veces la mamá regaña a las niñas porque nos dejan tirados en cualquier parte.

-O porque no se comen todo –agregó el borrico. -O porque comen demasiado -terció el tucán tuerto. -O porque no quieren dormir –intervino la cebra. -O porque no se quieren levantar –agregó el pato. -¿Y el papá no las regaña nunca? -Sí, –explicó el panda–, pero no le hacen caso. -¿Y la niñita cómo se llama? –quiso saber Jito. -Se llama Xóchitl –explicó el león con media melena–: se escribe raro pero se

pronuncia fácil.El conejito se alegró muchísimo de verse rodeado de tantos y tan buenos nue-

vos amigos, pero sospechó que, como él acababa de llegar, iba a quedar último en la cola del amor. La cola del amor, pensaba, es la que tienen que hacer los juguetes para que el dueño los quiera: primero están los juguetes que llegan primero (lo cual no deja de tener cierta lógica), y después los que viene después, y por último, lo que llegan, bueno, últimos.

Pero para su tremenda sorpresa, la niñita ya no quiso desprenderse de él. Lo llevaba a todas partes. A veces, el papá (que, como habrán adivinado, era el señor de barba blanca que fumaba en pipa) la llevaba a la plaza, ella lo ponía cuidado-samente al sol si hacía frío o a la sombra si hacía calor y lo dejaba descansar un ratito de tantos apretujones y caricias. O lo ponía junto a ella sobre la mesa mien-tras comía (mientras comía ella, porque el conejito no podía moverse). Pero si no, siempre lo tenía abrazado. Sobre todo, lo tenía abrazado para dormir.

¿Y a los otros peluches y a las muñecas y a los demás juguetes no les daba ni un poquito de envidia que el conejo, apenas llegado en una valija con algo de olor a calzoncillo sucio y una marca de caja de locomotora en la pompi, se hubiera convertido en el favorito de la niñita? Si hubieran sido personas, tal vez, porque

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algunas personas a veces son envidiosas… ¡Hasta los niños! Pero los juguetes no. Ellos saben que existen para que los niños sean felices, y solo se ponen tristes cuando ven tristes a los niños. Y como la niñita se veía más feliz que nunca, ellos también se sintieron muy felices y agradecieron y felicitaron al conejito por haber sido la causa de tanta nueva felicidad. Y el conejito vivió así él también totalmente feliz.

Hasta que un día el señor llevó a su hija mayor y a la niñita en una lancha a un hotel en una isla. Al conejito le pareció algo húmedo el ambiente, pero como estaba con su niñita no le importó. Pasaron así todo es día. Y luego la noche. Y a la mañana siguiente volvieron al muelle a esperar la lancha de regreso.

-¡Ahí tá lancha! –exclamó alborozada la niñita. Tan entusiasmada estaba que, sin querer, abrió demasiado sus bracitos como

salchichas y ¡PLAF! el conejito cayó al agua… Y no a cualquier agua, como la bañera o un charquito, que va, cayó ¡AL RÍO!

-¡JITOOOOOOO! –gritó la niñita desesperada y se puso a llorar como so-lamente lloran las niñitas desesperadas a las que se les ha caído al río su peluche preferido.

-¡PAPÁ, JITO SE CAYÓ AL AGUA! –exclamó la hermana de la niñita que tenía el pelo muy largo (la hermana) y se llamaba Valeria (también la hermana, porque el pelo no tiene nombre).

¿Y ahora?...Poco a poco, la corriente se iba llevando al conejito río arriba. Menos mal que,

aunque no sabía nadar (claro, para nadar, por lo pronto, hay que poder moverse, y el conejito, como sabemos, no podía), el conejito flotaba, pero sentía como el agua se le estaba metiendo por las costuras y mojándole todo el relleno. ¿Así que me tengo que despedir de la niñita y esperar que alguien me encuentre flotando en el río quién sabe dónde y, si tengo suerte, me adopten en otra casa? ¡Pero yo no quiero otra casa, ni otra niñita, por buena y tierna que sea, ni aunque sepa conjugar el verbo “traer” y preste atención a las dos mitades de las palabras! ¡SO-CORRO! quiso gritar, pero, como se imaginarán, no pudo.

Entonces la corriente lo hizo girar y quedó mirando hacia atrás. Y vio que el señor dejaba la pipa sobre el muelle y se arrojaba al agua. Por un momento vio desparecer la cabeza con su barba blanca (la barba blanca de la cabeza, no del conejito) y se asustó mucho, porque pensó que la niñita no solo se iba a quedar sin su peluche preferido sino, para colmo, sin su único papá. Pero, por suerte, la cabeza volvió a aparecer, con la barba toda mojada, y un par de minutos después (que al conejito le parecieron eternos) sintió que una mano le atrapaba una oreja y se lo llevaba de regreso al muelle.

-¡JITOOOOOO! –lo abrazó la niñita que se mojó toda la blusa.

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Y así, con el señor también empapado, regresaron a la casa.¿Y ahora cómo me seco? se preguntaba el conejito sin saber la aventura que

le esperaba. Porque después de regañar a la niñita por haber dejado caer a Jito al río, y des-

pués de regañar al padre por haberse metido al agua sin recordar que tenía en los bolsillos del pantalón la cámara y la billetera, y después de regañar a la hermana de la niñita para que la niñita y el señor no se sintieran discriminados, la mamá lo tomó suavemente de las orejas y lo metió dentro de una especie de tambor donde metió también la ropa de la niñita y la del señor y lo cerró. El conejito sintió que el tambor se llenaba de agua. ¡Así no me voy a secar nunca! pensó. Y en medio de esas reflexiones sintió que el tambor comenzaba a zarandearse para un lado primero, luego para el otro, como cuando volaba, pero mucho más seguido, más rápido… y más mojado.

Como a la hora, el tambor se detuvo. La mamá abrió la tapa, sacó al conejito que había quedado envuelto en el calzoncillo del señor, más empapado que si hubiera vivido toda su vida en el río.

Por suerte, la mamá lo puso con todo lo demás en otro tambor, que em-pezó a girar, y giraaar, y giraaaaaaaaaar y GIRAAAAAAAAAAAR, y a poner-se caliente, y calieeeente, y calieeeeeeeeeente y ¡CALIEEEEEEEEEEEN-TEEEEEEEEEEE! Y, para su gran asombro, el conejito sintió cómo se le iba secando primero la piel y luego el relleno hasta que quedo seco sequito. Entonces el tambor se detuvo, la mamá volvió a abrir la puerta, lo tomó de las orejas, le sacó del ojo el calzoncillo del señor y se lo dio a la niñita.

-¡Toma, y a ver zi de ahora en adelante lo cuídaz! le dijo. ¿Y tú de qué te ríez? le preguntó al señor.

-Y el señor no le dijo nada, porque se estaba riendo de felicidad. Entonces la mamá, que aunque no perdía oportunidad de entrenar su capaci-

dad de regañamiento, quería a su familia con toda su alma, los abrazó a los dos... bueno, a los tres, porque la hermanita se coló también en el abrazo, y suspiró:

-¡Ménoz mal que todo terminó bien… y que yo no eztaba ahí, porque zi no me moría del zuzto!

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado… ¿O hay más, Tomás?

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LA NIÑITA QUE QUERÍA VIAJAR A OTRO PLANETA…¡PERO EN TREN!

Había una vez una niñita muy pero muy buena y muy pero muy bonita, llama-da Xóchitl, que tenía un papa de barba muy pero muy blanca que la quería (a la niñita, no a la barba, que solamente la tenía) muy pero muy mucho. Resulta que cuando la mamá quedó embarazada y la niñita era solamente un puntito chiqui-tito chiquitito que solo se podía ver con un aparato de mirar dentro de la panza, el papá creyó que el puntito iba crecer hasta convertirse en un niñito. Y como el papá creía que el puntito iba a ser, en efecto, un puntito, y no una puntita, como luego resultó que resultó, y como le encantaban los trenes, se dijo, mi hijo no va a tener un tren, con una locomotora: ¡No señor! ¡Mi hijito va a nacer entre trenes!

Y el papá se puso a comprar locomotoras a lo loco y vagones a lo vago (bue-no, a lo vago no, pero no importa): chiquicientas veinticinco locomotoras y cua-renta cien mil doce vagones, y vías como para un plato de fideos para una familia de veinte personas, y autitos, y pasajeritos y casitas, y se hizo montar alrededor del cuarto de huéspedes toda una ciudad por la que pasaban infinitos trenes y tal vez más. Trenes de carga. Trenes de pasajeros. Trenes largos. Trenes cortos. Trenes que tenían lucecitas y hacían ¡CHUF CHUF! y que tocaban el silbato ¡PIIIIIIII! y que cuando frenaban hacían ¡SCRIIIIIIIIICH! Y que cuando estaban detenidos en las estaciones dejando bajar y subir pasajeros hacían ¡SHHHHHHHH!, como los trenes de verdad de cuando el papá todavía no era un señor de barba blanca ni fumaba pipa, sino que era un niñito.

Pero el puntito fue, como se habrán imaginado si leyeron (o algún grande les leyó) el título de este cuento, puntita. Bellísima, buenísima, de ojos celestes o tal vez grises o acaso verdes, sí… pero puntita.

¿Y ahora qué hago con todas estas locas locomotoras y vagos vagones y casi casitas y auti autitos?, se preguntó entonces el papá, mientras se fumaba una pipa en el balcón para no dejar el “pezte” dentro del departamento y que lo regañara la mamá de la niñita, que, además de pequeñita y mexicana, era algo regañona.

Algo regañona, es verdad, pero también muy pero ¡uy cuanto que muy! inteli-gente de mente y más bondadosa que una osa bondadosa.

-Quédateloz tú, mi amor; que igual loz comprazte para jugar tú mizmo

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Porque, además de regañona como una mona regañona y bondadosa como una osa bondadosa, la mamá también era zezioza como una maripoza zezioza.

Y el papá se quedó nomás con todas esas quince y ciento mil millones de locomotoras y vagones y vías y pasajeritos y autitos, y se pasaba horas y horas ju-gando y arreglando y atornillando y destornillando con su hijita –que ya gateaba y podía venirse solita al cuarto del tren–, sentadita junto a él en el suelo. Por cierto, la niñita nunca quiso llevar sus juguetes a ese cuarto: Nada de eso. Ella se sentaba junto a su papá de barba blanca y alzaba la manito como pidiendo algo con qué jugar. Y el papá le daba cosas que ella no pudiera romper ni que pudieran rom-perla a ella, como los autitos más grandes o vagones que había querido arreglar y terminó desarreglando para siempre.

Y la niñita se quedaba horas jugando junto al papá, hasta que le hacía la señal secreta. Porque niñita y papá tenían una señal secreta que solo ellos cono-cían y entendían: La niñita –que todavía no sabía hablar como los grandes, sino que hablaba una lengua que ella misma había inventado– lo miraba alzando los bracitos y el papá ya sabía que tenía que levantarla para que pudiera ver las vías (que estaban a tal altura que debajo cabían las camas para las visitas y hasta un televisor, y que la niñita no podía ver… ¡NI TOCAR! si no la alzaban). Luego apretaba unos botones y ¡PIIIIIIIIIII! ¡CHUF CHUF CHUF CHUF! un tren se ponía misteriosamente en movimiento y, de pronto –y esto era lo que más admiraba y desconcertaba y divertía a la niñita– desaparecía dentro de un túnel y ya no se podía ver más. Y la niñita miraba al papá con los ojos grises o celestes o quizá verdes abiertos bien bien grandes, como preguntando ¿Adónde se fue el tren, papi? Y miraba para todos lados a ver si aparecía, porque el ¡CHUF CHUF! seguía oyéndose, solo que como un chuf chuf bien chiquito. Hasta que el tren volvía a aparecer de la manera más inesperada por el lugar menos pensado: ¡PI-IIIIIII! ¡CHUF CHUF CHUF CHUF! Y la niñita rompía a reír a carcajadas y a aplaudir como si estuviera en un circo lleno de elefantes y trapecistas y payasos.

Como todos los niños del mundo, la niñita fue creciendo, y aprendió a cami-nar, y a hablar, y a manejar los trenes ella solita subida a una silla que el señor de barba blanca y pipa prohibida le ponía para que se trepara y alcanzara los contro-les. Sabía darles velocidad, y reducirles la velocidad, y volver a aumentarles la ve-locidad, y detenerlos en la estación para que los pasajeros pudieran bajar o subir.

De modo que la niñita, se crio en medio de trenes, tal cual el papá se lo había prometido (a sí mismo, no a ella, porque recordemos que cuando el papá hizo tan solemne promesa, la niñita era todavía un puntito –¡ni siquiera una puntita!– en la panza de la mamá).

Pues bien; un día, mientras estaba jugando con los trenes de su papá, la niñita le dijo:

-Papi, yo quiero ir a otro planeta.

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-¿A otro planeta? –se extrañó el padre, que tenía la barba blanca y, cuando lo dejaban, fumaba en pipa–; ¿y a qué otro planeta?

-Eso no importa –contestó la niñita–; lo que importa es que sea otro planeta; o sea, un planeta que no sea este, que esté en el cielo, en medio de las estrellas y la luna… Y, además, quiero ir en tren; pero no en un vagón: quiero ir en una locomotora.

El papá se puso a pensar. Pensó mucho mucho, y entre las cosas que pensó estaba que si lo dejaran fumar una pipa seguramente pensaría mejor, pero en fin… tuvo que arreglárselas para pensar sin pensar en la pipa.

Al rato de estar pensando, el papá miró a la niñita y le explicó: Mira, en la realidad, viajar a otro planeta en tren es casi imposible, porque el tren tiene que ir por la vía, y no hay rieles de aquí a ningún planeta… ¡PERO! Pero en los sueños todo es posible, de modo que te propongo que sueñes que viajas a otro planeta, y ahí sí que podrás ir en lo que quieras: en triciclo, en avión o, cómo no, en tren. De modo que esta noche, yo me siento junto a ti en tu camita, te doy la mano, y tú empiezas a soñar que te vas al planeta que quieras en la locomotora que más te guste, ¿qué te parece?

A la niñita le pareció estupendo. Y esa noche, después de cenar, el señor de barba blanca que fumaba en pipa cuando lo dejaban acompañó a la niñita a su cuarto, la ayudó a acostarse, le dio las buenas noches a su hijita mayor que se parecía a Nefertiti, y a la niñita, además de las buenas noches, le dio la mano. Y así se quedó, tomando con su manaza la manito de la niñita hasta que la niñita se quedó bien pero bien dormida, abrazada a su peluche Jito, y empezó a emitir bufiditos de locomotora asmática.

Y el papá se quedó sentado con la mano de la niñita en la suya, mirándola fijamente a ver si podía detectar los sueños que la niñita soñaba dentro de su cabecita, debajo de los rulos. Pero, por más que miró y miró, no pudo ver nada.

Ah, pero yo sí, porque yo soy el contador del cuento, y el contador del cuento siempre ve todo. Y puedo dar fe de que el sueño de la niñita fue más o menos exactamente así… y si no, muy parecido.

Primero, la niñita soñó que estaba en el cuarto donde su padre tenía los trenes, solo que, como se imaginarán, esos trenes eran demasiado pequeños; tanto, que no había manera de que la niñita pudiera subirse ni a la locomotora más grande, que era toda azul.

Bueno –se dijo la niñita–; aquí hay dos soluciones posibles, o se agranda la locomotora o me hago más pequeña yo.

-Otra posibilidad es que la locomotora se agrande hasta la mitad y tú te hagas más pequeña hasta la otra mitad, ¿no es verdad? –dijo un pingüino que salió de ninguna parte, porque en los sueños ninguna parte es siempre cierta parte, salvo que, como no se ve, parece ninguna.

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-Tienes razón, pingüino –concedió la niñita–-, y, aparte de que me achicaré la mitad y haré la locomotora se agrande la otra mitad, ¿tú cómo te llamas?

-Mi nombre no es Saverio sino Frigerio-¿En serio? -¿Eres adivina, niña fina? Sí, Enserio: Frigerio Enserio. -¡Frigerio Enserio! ¿En serio?-En serio: Frigerio Enserio. -¿Y siempre rimas? -Solo con mis primas, -¡Pero yo no soy una de tus primas! -¡Pues ya ves como igual rimas! -Y ahora tú vete a tu planeta en tu convoy que yo me voy, porque cansado

estoy y ya más no doy. Y diciendo así, como había aparecido, el pingüino Frigerio Enserio se marchó

muy decidido, dejando tras de sí esta última rima.Y la niñita volvió a quedarse sola con todas aquellas locomotoras de colores,

a ver en cuál querría viajar a otro planeta.Por fin, escogió una verde, que le pareció la más cómoda y vistosa, y dijo las

palabras mágicas:

¡Señora locomotora, hazte grande, toca el pito, y me llevas junto a Jito por el cielo en alto vuelo: mi meta es otro planeta!

Y la locomotora se estiró, se ensanchó, se infló y cuando ya no iba a caber en el cuarto, la niñita y Jito se subieron a ella y, de pronto y sin saber bien cómo, se encontraron en medio del cielo, desde donde la ciudad se veía como un montón de lentejuelas doradas desparramadas por un piso todo negro.

¡PIIIIIIIIII! ¡PIIIIIIIII! Silbaba la locomotora por el cielo. ¡CHUF CHUF! retumbaba la locomotora en el vacío dejando atrás primero varios aviones, luego la luna y después unos asteroides que parecían piedras gigantes. Hasta que llega-ron a una enorme pelota azul en medio del firmamento, que es otra manera de decir cielo.

-Señorita tan coqueta, ¿le parece este planeta? –preguntó el pingüino Frigerio asomando su enorme nariz por la puerta de la caldera.

-Hay paquetes de juguetes y cajones de bombones. Y para la señora loco-

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motora hay un montón de carbón –agregó un segundo pingüino un poco más pequeño.

-¿Y tú quién eres? –preguntó extrañada la niñita.-Como siempre soy prolijo, te presento aquí a mi hijo –respondió el pingüino

más grande–: Es atento, pulcro y fino… y también es un pingüino.-¿Y cómo se llama?-Aunque tiene grande el pico, no se llama Federico.-Bueno, ¿pero cómo se llama?-Aunque tiene aspecto sano, no se llama Robustiano.-¡No me digas como no se llama, dime como sí se llama!-Aunque lo veas aquí, tampoco se llama Sí-¡FRIGERIOOOOOOOOOOO!-Dado que soy pingüino, me puedes llamar Faustino –explicó entonces el

pingüino juniorA todo esto, la locomotora frenó ¡SCRIIIIIICH! y se puso a descansar

¡SHHHHHHHHH!, porque el viaje la había dejado agotada.Y la niñita entonces tomó a Jito y descendió a tierra… bueno, a tierra no, a

planeta.-¡Qué sorpresa que fue esa! Baldes cargados de ricos helados; cajas atestadas

de garrapiñadas; vitrinas llenas de golosinas, bibliotecas con cientos de muñecas y estuches con miles de peluches –exclamaron los pingüinos.

La niñita se pasó todo el resto del sueño comiendo y jugando, jugando y comiendo. Tanto jugó y comió que termino exhausta y le dio muchísimo sueño, de modo que abrazó a Jito, cerró los ojitos y se quedó profundamente dormida.

Excepto que en el país de los sueños de los niñitos las cosas son al revés: el niñito se duerme en la realidad y se despierta soñando, pero cuando sueña que se duerme, es porque se va a despertar otra vez en la realidad. Así fue como todos aquellos manjares fueron desvaneciéndose, la locomotora empezó a desinflarse y la niñita abrió los ojitos y vio que una de sus manitos tenía abrazado a Jito y la otra desaparecía dentro de la manaza del papá, que se había quedado también profundamente dormido, pero soñando, seguramente, un sueño de grandes.

La niñita miró a su papá que roncaba como un depósito de locomotoras y pensó: ¡Gracias por haberme traído a este sueño, papi! La próxima vez prometo llevarte conmigo: yo voy a comer ciento mil trece y cuarenta chocolates y tú vas a poder fumar todas las pipas que quieras, porque en el planeta de mis sueños tu pipa tendrá olor a perfume de rosas.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado… -Se ha pausado –corrigió Xóchitl –y ya no quiero ser la niñita: quiero ser

Xóchitl.

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LA NIÑITA QUE TENÍA UNA MAMÁ QUE NO SABÍA CONTAR CUENTOS

Había una vez una niñita que tenía un papá que todas las noches la ponía a dormir, le tomaba la mano y le contaba un cuento. Pero un día el papá se tuvo que ir de viaje a trabajar muy lejos. Esa noche, la niñita, que se llamaba Xóchitl, le pidió a la mamá que le contara su cuento, pero la mamá, que era la mejor mamá del universo, le dijo que, con todo lo mejor mamá del universo que era, no sabía contar cuentos, de modo que, en vez de contarle un cuento, le cantó una her-mosa canción. Solo que, como todos los niños saben, ni las mejores canciones son lo mismo que un buen cuento. ¿Qué hacer? Porque el padre iba a estar muy lejos mucho tiempo. Y una noche con canción en vez de cuento, vaya y pase, pero montones de noches no, por más hermosa que sea la voz de la mamá y más bellas que sean las canciones. Entonces a la mamá –que no por nada era la mejor de todas las mamás del universo– se le ocurrió una idea simplemente magnífica: llamar al padre para que él fuera escribiendo los cuentos que ella después le leería a la niñita. Genial, ¿no?

Al día siguiente mismo, entonces, la mamá le escribió al papá. Y aunque el papá tenía mucho trabajo, quería tanto pero tanto a su hijita y disfrutaba tanto pero tanto inventándole y contándole cuentos, que dijo que claro, que cómo no, que encantado, y prometió que para la noche siguiente tendría escrito por lo me-nos un cuento, y que, como fuese, le iba a mandar a la mamá un cuento cada día para que ella se lo leyera a la niñita cada noche.

La niñita se fue a acostar abrazada a su peluche Jito, pero la mamá no le pudo dar la mano porque tenía que tomar su teléfono con las dos manos. ¡No! No es que el padre la llamara por teléfono para decirle lo que tenía que decir, sino que le enviaba el cuento por internet y ella lo leía de la pantalla de su teléfono, pero, como digo, lo tenía que tomar con las dos manos y ya no le quedaba mano para darle a la niñita, qué se le va a hacer. Ese problema no los tienen las mamás calamares ni las mamás pulpas, pero las mamás personas se tienen que arreglar don dos manos y si no alcanzan, paciencia. Pero no nos distraigamos con estas tonterías, porque la mamá está a punto de contar el cuento de…

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LA NIÑITA QUE SOÑÓ QUE DORMÍA PERO COMO YA ESTABA DORMIDA SE DESPERTÓ

Había una vez una niñita muy buena y muy linda a la que le gustaba soñar con cosas maravillosas, que solo podían ocurrir en los mejores sueños. ¿Qué podía soñar esta vez?

Como siempre, cuando la mamá la acostó y le dio la mano y la niñita cerró los ojos, del otro lado de la realidad, en el país de los sueños, la recibió su peluche preferido, el conejo Jito.

-¡Hola Xóchitl! ¿Qué te gustaría soñar ahora?-No lo sé; sorpréndeme.-A ver… a ver… –se puso a reflexionar el conejo Jito–. ¿Qué te parece un

hermoso viaje a Gualeguaychú?-¡Con todos mis amiguitos! –exclamó Xóchitl.-Con todos tus amiguitos…-¡Y con Gonzalo!-Sí, claro; con todos tus amiguitos, entre ellos, Gonzalo, que también es uno

de tus amiguitos.-Gonzalo no es mi amiguito, ¡es mi novio! –corrigió Xóchitl.-No te preocupes, que en tus sueños solo pueden ocurrir cosas hermosas y

a ellos vienen todas las personas que quieras, de modo que si quieres que venga Gonzalo… ¡AQUÍ ESTÁ!

Y apareció un niñito muy raro, de nariz muy larga y enormes patas amarillas.-¡Hola, niñita tan buena y bonita! Dijo mi tía que si venía, te daría una alegría.-¡FRIGERIO! –déjate de tonterías y llama a Gonzalo.-¡Aquí está en esta ciudad el Gonzalo de verdad! –se anunció otro niñito igual

de raro pero más pequeño.-¡FAUSTINO!Entonces Jito hizo una señal mágica con las orejas y apareció el verdadero

Gonzalo con todos los amiguitos y amiguitas de Xóchitl. Y todos se subieron a un enorme barco que tenía un enorme comedor donde les sirvieron helados de

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todos los colores y todos los sabores, y pasteles de todos los sabores y todos los olores, y jugos de todas las frutas; y que además tenía un inmenso salón de juegos con todas las Barbies del mundo, y todos los peluches del universo, y juegos de té, y cocinas de mentira y mil cosas más.

-¡Qué divertido! –se alborozaron todos los demás niñitos.-¿Se “alboro” qué? –preguntó Mavi.-“Zaron” –contestó Valentina–; quiere decir que se pusieron muy alegres.-¡Gracias por habernos invitado a tus sueño! –dijo Ema.-Sí, mis sueños no son ni la mitad de divertidos –agregó Naomi.-¡Y en los míos solo hay helado de chocolate! –se quejó Sofía.-¡Y en los míos no hay trenes! –se lamentó Gonzalo.Y así llegaron a Gualeguaychú, que era una ciudad muy linda con una her-

mosa playa junto al río y que era famosa en todo el planeta por su formidable… ¡carnaval! No bien llegaron a la playa y como por arte de magia, todos los niñitos se vieron en traje de baño y se metieron en el río, que tenía el agua apenas tibia y no era profundo, de forma que se podía jugar a la pelota y a hacer guerras a ver quién salpicaba más a quién. En eso apareció un payaso pequeñito, pero de nariz muy larga y enormes patas amarillas.

-¡Abracadabra pata de cabra: acto seguido quedan todos vestidos! –les dijo–. ¡Bienvenidos a Gualeguaychú, especialmente tú, y tú, y tú! ¡Un hermoso carnaval les desea este animal!

-¡Faustino! ¿Por qué andas vestido de payaso? –le preguntó, riendo, Xóchitl.-La de payaso no es un disfraz, sino mi verdadera faz –respondió con toda

seriedad Faustino. En ese momento apareció Jito, que les dijo que iba a llevarlos a todos a ver el

carnaval que estaba especialmente organizado para ellos.-¡YIIIIIIIIIIIII! –exultaron todos los niñitos.-¿”Exul” qué? –preguntó Mavi.-“Taron” –explicó Valentina–; se pusieron muy contentos.-Entonces se alborozaron.-Sí, exultaron y se alborozaron. Y se subieron todos a un ómnibus enorme con ventanas muy muy grandes.Cuando llegaron al lugar donde se celebraría el carnaval, Xóchitl recordó que

su papi le había dicho que eso antes había sido la estación de tren, y recordó tam-bién que en la plaza había una hermosa locomotora negra y un vagón de pasaje-ros, pero decidió que una sola locomotora y un vagón solitario no eran suficien-tes para un sueño lleno de maravillas. No señor: tenía que haber chiquicientasmil cuarenta y cuatro locomotoras de todos los colores y cientomilchiquicientos va-gones de todas las formas. A las niñitas la cosa no las entusiasmó demasiado,

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pero los varoncitos estaban encantados, y se subieron a todas las locomotoras y a todos los vagones. Y el que más contento estaba era Gonzalo.

-Sueño con estos trenes especialmente para ti, Gonzalo –le dijo Xóchitl. Y Gonzalo, emocionado y agradecido, le dio un besito en la mejilla: el besito más tierno y dulce del mundo, casi tan tierno y dulce como los besitos de la mamá y del papá… pero diferente.

-Se ha hecho muy tarde y mañana tienes que levantarte temprano para ir a la escuela, Xóchitl –le susurró Jito–. Mejor dejamos el carnaval para el sueño de mañana y ahora te duermes.

-¡Pero si estoy dormida! –dijo Xóchitl… Y se despertó en la realidad.-Mami, tuve un sueño rarísimo, donde Jito me mandaba dormir… y yo en

cambio me desperté.-Los sueños son siempre raros. Todo lo maravilloso es un poco raro, si no, no

sería maravilloso –le explicó la mamá.Y colorín colorado, este cuento se ha… pausado.

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Cuando el papá habló con su hijita al día siguiente, Xóchitl le dijo que la próxima noche quería soñar con una fiesta de Barbies baratas de México. Como la adoraba, el papá se puso a escribir diligentemente un nuevo relato, de modo que esa noche la mama fue a acostar a Xóchitl, le dio la mano y le contó el cuento de…

LA NIÑITA QUE SUSPENDIÓ EL CARNAVALDE GUALEGUAYCHÚ PARA IRSE A MÉXICOA UNA FIESTA DE BARBIES

Xóchitl se acostó apretando su peluche Jito y con su manito en la de la mamá, cerró los ojos, se quedó dormida en la realidad, y, como en los sueños las cosas son al revés que en la realidad, en el sueño se despertó.

¿A que no saben quién la recibió? ¡Jito!, dirán ustedes… pero no. La recibió, sí, un conejo peluche, pero un conejo peluche de lo más raro, con orejas de trapo de diferente color, una nariz larguísima y patas amarillas y enormes.

-¡Hola niñita bonita! –le dijo.-¡Bienvenida la dueña de lo que sueña! –agregó un peluche igual de ridículo

pero mucho más pequeño.-¡Frigerio! ¡Faustino! ¡Otra vez ustedes por aquí! ¿Pero dónde está Jito?-Como todos los conejos, el conejo se fue lejos –respondió el pingüino sínior.-Como no era parapléjico, el conejo se fue a México –explicó el pingüino

júnior–. Se fue cargado de latas para meter Barbies baratas.-Y se llevó una gran cesta para hacer una gran fiesta –completó su papá.-Pero anoche yo soñé que con todos mis amiguitos íbamos a ir al carnaval de

Gualeguaychú… –titubeó Xóchitl.-Ese era el plan original, pero hoy no te toca el carnaval –dijo Faustino.-Es que a tu padre estratégico le has pedido de ir a México –añadió Frigerio–

¡Salgan todos de la sombra y se suben a la alfombra!Porque había aparecido una alfombra enorme, muy mullida, cubierta de al-

mohadones de todos los colores del arco iris, a la que los niñitos se subieron alborozados.

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-¿”Alboro” qué? –empezó a preguntar Mavi–… Ah, ya me acuerdo: “zados”.-¡No hagan guerras de almohadones que se caen en los zanjones! –aconsejó

Faustino.-¡UUUUuuuuu! –protestaron los niñitos a coro.-Bueno, pueden jugar a la gresca, pero que ningún almohadón desaparezca

–contemporizó Frigerio.-Este cuento está lleno de palabras difíciles –masculló medio disgustada Va-

lentina.-¿Qué quiere decir “contemporizó”? –susurró Amelie.-¿Y “mascullar”? –musitó Naomi.-¿Y “gresca”? –agregó Mavi.-Es que a mi padre le gustan mucho las palabras raras –aclaró Xóchitl–: Las

palabras raras, los trenes de colores, las pipas y el vino tinto.-¡Ya partimos, ya nos fuimos igualito que dijimos! –anunció Frigerio.-¡A sentarse, a agarrarse, a aferrarse y a callarse! –ordenó Faustino. Y la alfombra remontó vuelo entre la luna y las estrellas y el sol y los planetas

camino de México. Por supuesto que durante el viaje los niñitos organizaron una formidable batalla de almohadonazos. Y como en los sueños de Xóchitl nunca pasaba nada mínimamente malo, ni se caía, ni se perdía, ni se rompía nada, cada vez que un almohadón parecía ir a perderse en el espacio, daba media vuelta y regresaba a pegarle en la cabeza o las pompis a quien lo había arrojado. Era tan divertido, que los niñitos dejaron de arrojarse los almohadones entre ellos para botarlos lo más lejos posible a ver como volvían a darles en la cabeza o las pom-pis. Y cuando uno de los almohadones vino con un cacto clavado supieron que estaban cerca de México.

Al poco tiempo volaron por encima del volcán Popocatepetl.-¡¡¡¿El volcán qué?!!! –indagó extrañada Mavi.-“Poco cae tu pétalo” –explicó Xóchitl, que sabía todas estas cosas porque la

mamá y la hermana eran mexicanas.-¡Ah! –replicó Mavi y resolvió que mejor no preguntaba nada más.Y así aterrizaron en el medio mismo del Zócalo, que es la plaza más linda de

la ciudad. No bien la alfombra terminó de posarse aparecieron cientos de miles de decenas de centenas de millares de Barbies baratas. Baratas no porque fueran menos hermosas que las Barbies con las que Xóchitl soñaba en Buenos Aires, sino porque, como le explicó la mamá, en México todo es igual de bueno, pero mucho más barato (y más picante) que en la Argentina. Había sirenas y princesas, vestidos de fiesta y trajes de baño, pantalones y faldas, zapatos de tacón y botas y sandalias, cabelleras rubias y negras y pelirrojas, ojos celestes y castaños y verdes y renegridos.

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-¡Que hubo, cuatitos! –saludaban algunas.-¿Por qué nos dice “patitos”? –quiso averiguar Agos.-Yo oí que nos llamaba “gatitos” –dijo Sofi.De pronto, sonaron unas trompetas agudísimas y unos violines dulcísimos, y

aparecieron millares de decenas de cientos de miles de centenas de Ken vestidos de Mariachis, todos de negro, con botas negras relucientes y pantalones negros muy ajustados y chalecos negros con adornos de plata y sombreros negros más grandes que paraguas, y corbatines rojos (aunque lo que más les gustó a los va-roncitos fueron las pistolas plateadas con cachas de nácar que brillaban como soles). La música también era maravillosa, hasta que comenzaron a sonar dos trompetas totalmente destempladas que parecían la voz de Mavi pero multiplica-da hasta el infinito. Y de entre los Ken tan apuestos y rubios y rozagantes avan-zaron, tocando unas trompetas oxidadas y retorcidas, un Mariachi más grande y otro mucho más pequeño de pechera blanca, casaca negra, nariz inmensa y patas amarillas y enormes.

-¡Pos órale, ahoritita ha llegado la niñita! –exclamó el más grande.-¡Pos a poco, sin petates pero con todos sus cuates! –observó el más pequeño.-¿Qué son los “petates”? –iba a preguntar Mavi, pero se arrepintió.Y todos se pusieron a cantar y bailar. En determinado momento, la músi-

ca se detuvo y entraron otras Barbies con vestidos típicos mexicanos trayendo bandejas de exquisitos tacos y quesadillas y enchiladas. Y los jugos de frutas más sabrosos que jamás nadie había probado: de mango y piña y guayaba y papaya y guanábana y coco y diferentes tipos de plátano. Y luego llegaron unos dulces exquisitos… Pero cada uno comió nomás un poquito para no empacharse y que luego les doliera la panza.

Cuando terminaron, del cielo bajó… ¡una enorme piñata! Y todos se pusieron a darle con unos palos de colores, hasta que estalló dejando caer más dulces y caramelos que estrellas hay en el cielo.

-¿Te gusta tu fiesta, hijita? Al oír esa voz, Xóchitl se dio vuelta y se encontró con un señor de barba muy

blanca que llevaba una hermosa pipa entre los labios.-¡PAPI! –exclamó alborozada– ¿Pero qué haces aquí? ¡Creía que estabas en

Viena! -En la realidad, sí –le contestó el padre acariciándole los hermosos cabellos

castaños–; pero en tus sueños puedo estar donde tú quieras. Y cómo tu mamá me dijo que me extrañabas, y como yo te extraño mucho más, decidí aparecer en tu sueño para decirte cuanto te quiero y darte este enorme beso... y para fumarme una pipa sin que tu madre se queje del “pezte”.

Y diciendo esto, el padre se sacó la pipa de la boca y le dio muchos besitos en

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la nariz y en las mejillas. Cuando te despiertes en la realidad, dile a tu mami y a tu hermana que las quiero y las extraño mucho a ellas también.

Xóchitl abrazó entonces con todas sus fuerzas a su papá y se quedó profun-damente dormida. Y como en los sueños las cosas son al revés de la realidad, se despertó abrazada a Jito y con su manito en la de la mamá.

-Mami, papi me pidió que te dijera cuanto te quiere y te extraña… Ah, y a mi hermana también.

-¿Y cómo encontraste a tu padre? –le preguntó su mamá.-Está más flaco y sigue oliendo a tabaco…–contestó Xóchitl– ¡Uy, ya estoy

hablando como Frigerio! Y ambas rompieron en una sonora carcajada.Y colorín colorado, este cuento se ha pausado.

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Y así llegó otra noche. Y la madre acostó a la niñita y le contó el cuento de…

LA NIÑITA QUE REGRESÓ DE MÉXICOA METERSE EN MEDIO DEL CARNAVALDE GUALEGUAYCHÚ

Había una vez una niñita a la cual el padre contaba cada noche un cuento, solo que una vez tuvo que viajar muy lejos… Ah, no: eso ya lo sabemos. Bueno, que la noche anterior Xóchitl había soñado que se iba volando con todos sus amiguitos sobre una enorme alfombra a una fiesta con las Barbies más baratas de México, que no son menos hermosas que las de Buenos Aires pero no cuestan tan caro. La fiesta fue muy divertida, con miles de decenas de centenas de millares de Barbies maravillosamente vestidas y cientos de millares de decenas de centenas del Ken vestidos de Mariachis. Pero la noche anterior a la noche anterior, Xóchitl había soñado que estaba a punto de ver el carnaval de Gualeguaychú, y que no lo había podido hacer porque se había ido volando en la alfombra a México. Esta noche, pues, había que ir al carnaval.

De manera que todos los niñitos volvieron a subirse a la alfombra y regresa-ron entre medio del sol y los planetas y la luna y las estrellas arrojando almohado-nes al vacío para ver cómo volvían a darles en la cabeza o las pompis.

Cuando llegaban a Entre Ríos, que es la provincia argentina donde queda Gualeguaychú, la alfombra enloqueció de contenta y se puso a dar vueltas y vuel-tas a toda velocidad, o sea, vertiginosas, o sea, que daban vértigo, o sea, que los niñitos se sintieron deliciosamente mareados, como en la montaña rusa y los otros juegos del parque de diversiones.

-¡¡¡YIPIIIIIIIIIIIII!!! –aullaban unos.-¡¡¡WOOOOW!!! –gritaban otros.-¡¡¡UUUUUUY!!! –exclamaban unas.-¡¡¡YIIIIIIIIIIIIIIII!!! –exultaban otras.-¿Qué quiere decir “vertiginoso”? –susurró Mavi, pero con el griterío y el

vértigo, nadie la oyó–. ¿Y “vértigo” qué significa? –masculló, pero con igual re-sultado.

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De pronto, la alfombra dejó de girar y se posó suavemente entre la vieja esta-ción de tren y las chuiquicientas dos mil cuarenta locomotoras y los seiscientos mil cuarenta y catorce vagones que se conservaban en medio de la plaza de enfrente.

No bien descendieron, los varoncitos corrieron a subirse a las locomotoras y los vagones. Gonzalo tiró de una cuerda y ¡PIIIIIIIIIIIII! sonó la sirena de su lo-comotora. Entonces los demás niñitos tiraron de las cuerdas de sus locomotoras y se pusieron a sonar a la vez diez ciento mil treinta y dos sirenas: ¡PIIIIIIIIIIIII-II! ¡PIUUUUUUU! ¡WIIIIIIIIIIIII! ¡WUUUUUUU! en una batahola tan infernal que nadie pudo oír que Mavi, con un hilito de su voz de corneta, preguntaba “¿Qué significa “batahola”?” Las niñitas se tapaban las orejas a carcajadas. Y el escándalo hubiera seguido durante todo el sueño si no hubiera aparecido Jito. El peluche cruzó las orejas dos veces sobre su cabeza y la bulla se acalló.

-¡Atención! Vamos todos a sentarnos en nuestras butacas que va a comenzar el carnaval. ¡Síganme! –ordenó.

Y la multitud de niñitos fue entrando alborotadamente por la estación para ubicarse en las gradas del antiguo patio de maniobras convertido ahora en una especie de circo por donde desfilaría el carnaval. Cada uno se sentó en su sitio, con Xóchitl en el medio de la primera hilera, y, a su lado, Gonzalo, que no podía dejar de mirarla embobado.

De pronto, comenzó a retumbar a lo lejos una especie de trueno, solo que este trueno no era como los truenos de las tormentas, que hasta dan miedo, sino un trueno diferente, rítmico, pero como con muchos ritmos a la vez: PUMBA CHAPÚN PUM PUM PUM CAPUMBA y otros ruidos muy difíciles de escribir y hasta de decir.

El trueno se fue acercando hasta que se pudo ver que provenía de chiquicien-tos treinta y quince mil tambores y bombos y panderetas y maracas y tumbadoras portados por otros tantos muchachos sumamente musculosos y brillantes, des-calzos, de pantalón blanco, torso desnudo y un enorme collar de flores como los de los hawaianos. Detrás venían bailando treinta y catorcecientas mil muchachas de bikini y enormes plumas de pavo real a la espalda y tiaras de princesa en la ca-beza y cabelleras ondulantes al ritmo de la música. Las muchachas tenían cuerpos espectacularmente bellos, y cinturas de avispa, y pompis redondas como melones que se movían locamente para aquí y para allá, de modo que los ombligos pare-cían frijoles sueltos en un plato giratorio.

Las muchachas eran tan pero tan bellas que Xóchitl quiso con todas sus fuerzas llegar a ser igual de hermosa cuando fuera grande. Y sus amiguitas también, claro. Y los amiguitos soñaron con tener la fuerza y los músculos de los tamborileros.

Detrás de los tambores y las bailarinas venían las carrozas. Unas carrozas simplemente espectaculares, que parecían enormes pasteles de bodas, o como

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la carroza de Cenicienta, o como enormes trasatlánticos o una gigantesca loco-motora que largaba humo de colores, con montones de chiquicientas Barbies bailando encima y de Ken tocando sus batuques. (¿Batuques? –quiso preguntar Mavi, pero lo pensó mejor).

Mientras tanto, dos Barbies un tanto extrañas, una mucho más pequeñita que la otra, ambas de larguísima nariz, se paseaban moviendo sus cuerpos en forma de pera como si fueran bolsas llenas de agua y quebrando como podían sus ínfi-mas patas negras y haciendo desastres con sus enormes pies amarillos ofreciendo helados y copos de azúcar algodonada.

-¡A los ricos helados enfriados!-¡A los sabrosos copos que parecen hisopos!-¡A los helados de banana, de fresa y de manzana!-¡A los copos colorados, verdes, lila y anaranjados!-¡FRIGERIO! ¡FAUSTINO! –exclamó riendo Xóchitl–. ¡Ya me extrañaba

que no hubieran aparecido!-Nosotros siempre estamos porque nunca nos vamos –replicó Frigerio mien-

tras revolvía la panza hacia un costado y otro–. ¡Amo el baile, amo la danza; cuidadito con mi panza!

Y las niñitos tenían que apartarse para que no les diera un soberbio panzazo.-Nosotros nunca nos vamos porque siempre estamos –ratificó Faustino apo-

yando primero un pie y luego el otro como si estuviera aplastando todas las hor-migas del universo– ¡Chévere chévere, ahé ahé! ¡Cuidadito con mi pie!

Y las niñitas se corrían para que los diera un aplastante pisotón.Y en medio del alboroto, el bullicio, la batahola, la baraúnda y la algarabía,

mientras Mavi, con su voz de corneta afónica preguntaba qué querían decir todas esas palabras sin que nadie pudiera oírla porque había demasiado ruido, todos los niñitos y todas las niñitas, sin poder creer a sus propios ojos, exclamaron:

-¡¡¡OOOOOOOHHHHHH!!!Porque en medio de las bailarinas y los tamborileros y las Barbies y los Ken,

vestida con un hermoso traje de lentejuelas que brillaban más que todas las es-trellas del cielo, con una corona de diamantes que fulguraba más que el sol y la luna juntos, con unas plumas hermosas que parecían un verdadero arco iris y una varita sin duda totalmente mágica, con sus hermosísimos cabellos castaño claro ondeando en todas direcciones, moviendo con absoluta gracia su pancita y sus pompitas, pasaba la dueña del sueño.

-¡BRAVO! ¡VIVA! ¡VIVA! ¡BRAVO! –vitoreaban entusiasmados todos los amiguitos.

-¡Cómo baila, cómo brilla la niñita maravilla! –gritaba saltando como mejor podía con sus patas pequeñas y sus pies enormes Frigerio.

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-¡Qué bien baila, qué bien danza y qué bien mueve la panza! –aullaba Faustino, que no podía pensar en una rima más original, tratando de imitarla con su cuerpo de pera llena de agua.

Y en eso se acercaron dos tamborileros y dos Ken que alzaron a Xóchitl y la montaron en la cima de la carroza más hermosa y más grande, donde, para darle la corona de Reina del Carnaval de Gualeguaychú y del Universo la esperaba… ¡Gonzalo! Que le dio un besito en la mejilla.

La emoción fue tan pero tan grande, que Xóchitl se desmayó. Y como en los sueños las cosas son al revés que en la realidad, Xóchitl se despertó con la nariz de Jito en su mejilla.

-Mami, un día tienes que venir con mi papi y mi hermana al carnaval de Gua-leguaychú. Es ¡DIVERTIDÍSIMO!

-Claro que vamos a ir, hijita –le dijo la mamá–. Los sueños muchas veces se convierten en realidad. ¿Por qué no éste?

Y colorín colorado, este cuento se ha pausado.

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Como el papá de Xóchitl tuvo que viajar a Londres y no tenía computadora, pasaron cinco noches… ¡cinco larguísimas noches! sin que pudiera enviar ni un solo cuento. Xóchitl se tenía que conformar con que la mamá le cantara alguna canción y volviera a leerle alguno de los cuentos anteriores. Y, como todos sabemos, no es lo mismo un cuento viejo que uno nuevo, por divertido e interesante que sea. Pero, por suerte, el papá había vuelto a Viena y ahora sí tenía su computadora y ahora sí, por fin, podía escribir un cuento nuevo para cada vez. Solo que le pidió a la mamá que no dijera nada. Y esa noche, cuando la niñita se acostó, resignada a escuchar una canción y, en el mejor de los casos, un cuento antiguo, la mamá la miró sonriendo y le dijo: -Esta noche hay una sorpresa.

-¿Mi papi mandó un cuento nuevo? –preguntó esperanzada Xóchitl.-¿Tú qué crees? –le preguntó, siempre sonriendo, la mamá.-¡SÍIIIIII! –exclamó felicísima Xóchitl y se aprestó a escuchar el cuento de…

LA NIÑITA QUE QUISO VER CÓMO ERA SER UNA BARBIE

Había una vez una niñita muy bonita y muy buena que… Bueno, lo de siem-pre. Esa noche se quedó dormida y, como cada vez que se quedaba dormida en la realidad, se despertó al principio de un sueño. ¿Y quién la esperaba? ¡Exacta-mente: el peluche Jito!

-¡Bienvenida, Xóchitl! –le dijo con una inclinación de las orejas en señal de saludo.

-Recuerda que se llama también Sofía; si no te clavará una mirada fría –dijo un pingüino de enorme pico, patas negras cortitas y gigantescos pies amarillos.

-Recuérdalo y no te olvides: se llama Sofía, no Alcides –agregó un segundo pingüino más pequeñito.

-¡FRIGERIO! ¡FAUSTINO! –exclamó Xóchitl alborozada–. ¡Cómo los ex-trañé!... y a ti, Jito, también, claro.

-Pues aquí estamos porque nunca nos vamos –dijo Frigerio.-Pues estamos aquí porque… porque si –agregó Faustino, tras buscar inútil-

mente una rima inteligente… como esta, por ejemplo.

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-¿Y qué sorpresa me tienes preparada hoy, Jito? –curioseó curiosa Xóchitl.-Esta… –comenzó a responder el peluche.-¡Abracadabra pata de cabra, que la puerta cerrada por fin se abra! –interrum-

pió Frigerio.-¡Que se abra la puerta y pase la niña que no está despierta! –se sumó Faustino.Jito apuntó entonces sus orejas a Xóchitl y esta se transformó en una hermo-

sa… ¡Barbie! Xóchitl no lo podía creer: Tenía el cabello larguísimo y rubísimo, y el cuerpo estilizado, y las piernas larguísimas y blanquísimas. Y en la cabeza tenía una hermosa corona de piedras preciosas, y vestía un hermoso vestido de prin-cesa, de colores combinados lila, rosa y fucsia, con breteles delgados que dejaban ver sus hombros perfectos, y una falda que le llegaba hasta los pies, y un bolso de piedras iguales a las de la corona lleno de caramelos para regalar a sus súbditos.

-¿Qué te parece tu nueva personalidad? –preguntó Jito.-¡Estás hecha una princesa color de fresa! –comentó Frigerio.-¡Estás hecha una maravilla color frutilla! –confirmó Faustino.-¡Mírate en el espejo! –sugirió el peluche.-¿Qué espejo? –preguntó Xóchitl desconcertada, porque no veía ningún es-

pejo por ninguna parte.-Este que te traigo si no me caigo –dijo Frigerio que se acercaba con un espejo

inmenso casi diez veces más alto que él.-Fíjate en el espejo que te trae mi viejo –corroboró Faustino.Faustino colocó con gran dificultad el espejo sobre el piso y entre él y Fausti-

no lo sostuvieron para que Xóchitl pudiera mirar… qué digo mirar, ¡admirar! La Barbie más bella que jamás había visto en su vida; ¡más bella que la mismísima Merlía, reina del mar y las sirenas!

En ese momento se abrieron las puertas del palacio… Ah, perdón, me olvidé de decir que cuando Xóchitl se convirtió en Barbie, la habitación se transformó en un hermoso palacio, de escaleras de mármol, pisos tan bruñidos que parecían espejos, arañas fulgurantes de caireles de cristal…

-¿Qué son los “caireles”? –preguntó Mavi que miraba todo desde detrás de un cortinado de terciopelo junto con Valentina.

-Creo que son los trocitos de cristal que cuelgan de la araña como aretes –re-plicó Valentina–; pero no me distraigas que ahora empieza lo mejor.

En efecto, como decía, se abrieron las puertas y entró en el salón una multitud de Barbies vestidas para el baile del brazo de una multitud de Ken vestidos de príncipes, con pantalones perfectamente planchados con una hermosa raya de raso rojo en las piernas, chaqueta blanca con charreteras doradas…

-¿Qué son las charreteras? –preguntó Mavi.-Esos flecos dorados que tienen sobre los hombros –explicó Valentina.

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… y medallas de todos los colores. Ahí apareció, en un balcón, una enorme orquesta que comenzó a tocar valses Vieneses. Cada Ken sacó a bailar a su Barbie y formaron un enorme círculo. Xóchitl miraba extasiada… ¡y muerta de ganas de bailar! No tuvo que esperar mucho, porque, vestido con unos pantalones más elegantes y una chaqueta más blanca que todos los Ken, y con el pecho cubierto de medallas todavía más grandes y brillantes, apareció… ¡Gonzalo!

-¿Quieres bailar, Xóchitl? –preguntó muy tímidamente.-¡Claro que sí! –respondió Xóchitl–. Pero…-Sí, ya sé… -se sonrojó Gonzalo agachando la cabeza–: Ahora que tú eres una

Barbie, yo resulto mucho más bajito que tú…Y de pronto Xóchitl comprendió que, por mucho que ser una hermosa Barbie

fuera igualmente hermoso, era mucho mejor ser ella… Y no bien lo comprendió se volvió a convertir en ella misma, le dio la mano a Gonzalo y salieron a la pista, en medio del círculo de bailarines.

-¿Te gustan los valses vieneses? –le preguntó Gonzalo al oído.-No están mal, pero son un poco aburridos –admitió Xóchitl.Y no bien lo dijo la orquesta se transformó en una colorida banda de rock que

tocó durante toda la fiesta. Y las Barbies y los Ken también se pusieron a bailar y divertirse. Y Mavi y Valentina abandonaron su escondite tras el cortinado de raso y también salieron a bailar, y de todos los rincones comenzaron a aparecer los demás amiguitos que también se pusieron a bailar. Y de pronto apareció una pareja de lo más ridícula: una Barbie de cabellos de lana, nariz enorme, panza como de pera y patas cortitas y pies grandísimos y amarillos, y un Ken mucho más pequeño, pero de nariz y pies igualmente gigantescos y su cuerpo como de bolsa llena de agua lleno de medallas hechas con tapitas de refresco.

-¡FAUSTINO! ¡FRIGERIO! –exclamó Xóchitl sin poder contener la risa.-Mira cómo bailamos cual Barbie y Ken. ¿Verdad que nos queda bien? –pre-

guntó Frigerio mientras daba una vuelta como de trompo.-Yo soy el príncipe y papá la princesa. ¡Y ahora vamos a bailar sobre la mesa!

–gritó Faustino tratando de subirse a una mesa llena de copas de champán llenas de refresco.

-¡Rimen tonterías, pero no las hagan! –ordenó Jito.-Bueno, nos quedamos sobre el piso porque el conejo lo quiso –se resignó

Frigerio.-Lástima que no nos hayamos subido, porque sobre la mesa es más divertido

–se lamentó Faustino.Y siguieron bailando entre las demás parejas que se apartaban asustadas

para que no les dieran pisotones ni panzazos. Hasta que Xóchitl sintió sueño y se sentó en un sofá de raso rojo donde se quedó profundamente dormida. Y

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como en los sueños las cosas son al revés que en la realidad, se despertó junto a su mami.

-Mami, ¿de dónde saca papi las ideas para los cuentos? – le preguntó.-Vaya uno a saber… De su cabeza loca, supongo –respondió pensativa la

mamá–. Mejor se lo preguntas cuando vuelva.Y colorín colorado, este cuento se ha pausado.

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Como ya sabemos, había una vez una niñita muy bonita y muy buena, llamada Xó-chitl, que tenía una amiguita que se llamaba Mavi, que tenía una voz como de corneta afónica muy pero muy graciosa, y por eso sus papis y su hermana y el papá de Xóchitl la llamaban cariñosamente “Cornetius”. Como también sabemos el papá le contaba a Xóchitl un cuento cada noche, pero un día se tuvo que ir a trabajar muy lejos y, como ya no podía contarle el cuento en persona, lo escribía, se lo mandaba a la mamá (a la mamá de Xóchitl, no a la suya) para que ella se lo leyera. Y así habían hecho durante un montón de noches; pero esta noche era diferente, porque los papis de Mavi/Cornetius y la propia Cornetius/Mavi habían venido a buscar a Xóchitl para que se quedara a dormir en su casa (en su casa de los papás de Mavi y de la misma Mavi, porque ¿qué sentido habría tenido que la hubiesen venido a buscar para que se quedara a dormir en su propia casa, no?). Entonces al papá de Xóchitl –que era un señor de barba muy blanca que cuando la mamá de Xóchitl lo dejaba fumaba su pipa– le mandó el cuento al papá de Mavi/Cornetius para que se lo leyera a ambas amiguitas cuando las fuera a acostar. Y este es, nomás, el cuento de…

LA NIÑITA QUE SE QUEDÓ A DORMIREN CASA DE SU AMIGUITA Y EL PAPÁ DE LA AMIGUITA LES LEYÓ UN CUENTO

Había una vez dos amiguitas muy amigas, una grandota y rellenita como un jabalí de juguete…

-¿Qué es un jabalí? –preguntó la amiguita, que se llamaba Mavi pero le decían Cornetius.

-Es como un chanchito salvaje, que tiene la cabeza enorme –explicó su papá.… y otra chiquitita y flaquita. A las amiguitas les encantaba jugar juntas, tanto,

que en todos los sueños de Xóchitl estaban Mavi y otra amiguita llamada Valen-tina. Bueno, la cosa es que esa noche las dos amiguitas se quedaron dormidas, y, como en la realidad las cosas son al revés, se despertaron en el sueño. Ahora bien, normalmente, cada uno sueña su propio sueño, pero esta vez las dos amiguitas tuvieron exactamente el mismo sueño, algo que no sucede casi nunca.

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Y así las dos se despertaron en su sueño compartido, donde las recibió el pe-luche preferido de Xóchitl, que era un conejo blanco llamado Jito.

-¡Bienvenidas, amiguitas, a este sueño compartido! –saludó Jito.-¡Este sueño compartido va a ser muy divertido! –anunció un pingüino de

nariz enorme, patas negras cortitas, grandísimos pies amarillos y panza como una pera llena de agua.

-¡Este sueño es de las dos; y cuidado con la tos! –agregó un segundo pingüino, idéntico al primero pero más pequeñito.

-¡FRIGERIO! ¡FAUSTINO! –exclamaron al unísono las amiguitas.-¿Qué es “alu nísono”? –preguntó Cornetius.Y el papá le explicó que:-“Al unísono” quiere decir las dos juntas.-Bueno, hoy nos hemos mudado a casa de Mavi también llamada Cornetius, y

tenemos el honor de contar entre nuestros ilustres invitados a la mamá Sabrina, al papá Diego y a la hermana Mica.

¡CLIC! ¡CLIC! ¡CLIC! ¡CLIC! Se oyó de repente y apareció Mica, la hermana de Mavi, con una cámara sacando fotos como loca.

-¡A ver, de frente! ¡Ahora de perfil! ¡Ahora del otro! ¡Ahora las pompis!-¿Quieren algo de comer? –preguntó la mamá Sabrina.-¿Quieren jugar con un tren? –preguntó el papá Diego que, como el papá de

Xóchitl, era un apasionado del ferrocarril y tenía un hermoso tendido con casitas y autitos y locomotoras y vagones.

Las amiguitas se miraron, se cuchichearon algo…-¿Qué es “cuchichear”? –curioseó Mavi.-Es hablar en voz muy bajita para que los demás no oigan –explicó el papá

Diego.-Hambre no tenemos, y muchas ganas de jugar con trenes tampoco. Lo que

queremos es… ¡JUGAR UNA GUERRA DE ALMOHADAS! –dijo Xóchitl.-¡Y que Mica nos saque fotos! –completó Mavi.Mica, claro, encantada, porque cuando no sacaba fotos se ponía muy nervio-

sa, así que empezó a fotografiar furiosamente ¡CLIC! ¡CLIC! ¡CLIC! ¡CLIC!-¡Espera, Mica, que todavía ni empezamos! –le dijo Mavi, que ya estaba ha-

blando medio como mexicana igual que su amiguita.Pero Mica no podía estar sin sacar fotos:-Ustedes empiecen cuando quieran –dijo–: estas fotos son preparatorias,Mientras tanto, la mamá Sabrina había pasado por todas las habitaciones de la

casa buscando todas las almohadas para organizar una verdadera guerra. Cuando terminó, las puso todas en el piso.

-¿Y ahora qué? –preguntó.

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-¡Ahora todas las mujeres contra papá Diego! –gritó Mavi.-Menos Mica, que tiene que sacar fotos –advirtió Xóchitl.-¡FUEGO! –ordenó Mavi.Y las dos amiguitas y la mamá empezaron a tirarle almohadazos al pobre papá

Diego que no sabía cómo hacer para atajarse sin dejar de contar el cuento.¡PUM! Un almohadazo en la cabeza. ¡PAM! Un almohadazo en la panza. ¡PAF!

Un almohadazo en las piernas. ¡PUF! Un almohadazo en la espalda. ¡PUMBA! Un almohadazo en las pompis.

¡PRRRRRRRP! hicieron entonces las pompis del papá Diego.-¡Uy, qué olor! –gritaron Xóchitl, Mavi/Cornetius y la mamá Sabrina.-¡Uy! ¡CLIC! ¡qué! ¡CLIC! ¡olor! –exclamó Mica entre foto y foto.-¡Sí, señor: mucho olor! –concordó Frigerio tratando de taparse su enorme

nariz con sus ínfimas alitas.-¡Ay, señor, yo ya no puedo con este olor a…¡FAUSTINOOOOOOOOO! –gritó mamá Sabrina.-… a remedo! –se quejó Faustino.-¿Y qué es un “remedo”? –preguntó Mavi.-El remedo es un remedio que rima con…-¡FRIGERIOOOOOOOOO!-… “puedo” –aclaró Faustino–. ¡Y si tenemos que oler, también queremos

juguer!-¿Quieren qué? –preguntó Xóchitl. -“Juguer”, que es jugar pero rimando con “oler” –aclaró el pingüino.-¡Sí, queremos guerrear y pelear y batallar! –aprobó su padre.-¡Y tirarnos con almohadas, almohadones y frazadas! –añadió el hijo.-¿Cómo que con frazadas? –rieron las amiguitas.-Queremos que Sabrina nos mime y jugar con todo lo que rime –afirmaron

padre e hijo… al unísono.-¡CLIC! ¡CLIC! ¡CLIC! ¡CLIC! –dijo la cámara de Mica.-¡Ay! –dijo el papá Diego que acaba de recibir un almohadazo en la nariz.-¿Seguro que no quieren comer? –dijo la mamá Sabrina.-¡NOOOOOOOOOO! ¡Esto está divertidisisisisísimo! –gritaron muertas de

risa las amiguitas.Y ¡PIM! ¡PAM! ¡PUF! ¡PAF! ¡PUMBA! siguieron bombardeando al pobre

papá Diego, que no sabía cómo protegerse sin dejar de contar el cuento.Tanto jugaron y jugaron, que terminaron agotadas y se quedaron dormidas. Y

como en los sueños las cosas son al revés, se despertaron en la realidad.-Mami, ¡como nos divertimos! –dijo Mavi.-¡Y cómo olimos! –agregó Xóchitl.Y colorín colorado, este cuento se ha pausado.

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La noche siguiente, como siempre, la mamá acostó a Xóchitl y le contó el cuento de…

LA NIÑITA QUE VISITÓ EL PAÍS DE LAS COSAS REDONDAS

Había una vez una niñita muy buena y muy bonita, etc. Esa noche la mamá la acostó y Xóchitl se quedó dormida. Pero como en la realidad las cosas son al re-vés, se despertó en su sueño, donde la estaba esperando su peluche preferido Jito.

-¡Hola Xóchitl! Ahora las voy a llevar a tus amiguitas y a ti a un país muy pero muy pero muy raro.

-¡Rarísimo y buenísimo! –corroboró Frigerio.-¡Bellísimo y carísimo! –agregó Faustino.-¿Cómo, hay que pagar? –se asustaron las amiguitas.-No hay que pagar pero hay que rimar –las tranquilizo el pingüino.-¡Bueno vamos antes de que se haga de día en la realidad y las niñitas se tengan

que ir a despertar! –se impacientó Jito–. ¡Abracadabra pata de cabra, que venga el tren al andén!

Y del cuarto del papá de Xóchitl se oyó un largo ¡PIIIIIIIIIIIIII! y luego un cada vez más cercano ¡chuf chuf chUF CHUF! Y apareció una hermosa locomo-tora verde con letras doradas que arrastraba un vagón de madera bien pero bien lustrada, cono agarraderas y picaportes de bronce que brillaban como si fueran oro.

-¡Arriba, arriba! ¡No me hagan gastar saliva! –ordenó Frigerio.-¡Vamos, vamos, que, si no, nos quedamos! –incitaba Faustino.Las amiguitas subieron al vagón, que por dentro era más lujoso que la más

lujosa habitación de hotel en que Xóchitl hubiera estado jamás: sillones de cuero, mesas de madera lustrosa, candelabros de plata…

-Todo esto es muy lindo, pero es para grandes –se quejó Xóchitl.-No solo para grandes, niñita –dijo Jito–, ¿o no te gustan estos muebles tan

bonitos?-Sí, me gustan, pero no me van a dejar subirme a los sillones ni poner mis

juguetes sobre la mesa ni jugar con globos para que no tire los candelabros.-¿Quién dijo semejante cosa? –rio el peluche–. ¿Te olvidas de que en tu sueño

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solo pueden pasar cosas buenas y que no se puede romper ni manchar ni dañar nada?

Y haciendo una señal mágica con sus orejas, las mesas se cubrieron de jugue-tes: Barbies, Ken, peluches, juegos de té y mil chiquicientas quince cosas más. Y en los sillones aparecieron setenta catorce mil globos enormes de todos los colores. Y las niñitas se pusieron a jugar alegremente. Las Barbies y los Ken y los demás juguetes no rayaban nunca la mesa, y los globos saltaban por encima de los candelabros o les daban la vuelta para no chocarlos.

En eso aparecieron dos personajes, uno más grande y otro más pequeñito, de nariz enorme, alitas minúsculas, patitas cortas y negras y enormes pies amarillos vestidos de guardatrenes.

-¡A ver esos boletos discretos! –pidió el más grande.-¡A ver esos billetes paquetes! –solicitó el más pequeño.-¡FRIGERIO! ¡FAUSTINO! –exclamó Xóchitl–. No tenemos ni boleto ni

billete, si Jito dijo que no había nada que pagar.-¿Quién dijo que hay que pagar? Solamente hay que rimar –respondió Frigerio.-Los billetes son gratuitos como dijo el cone Jito –contestó Faustino.-Mas los tienen que mostrar o se tienen que bajar –advirtió el pingüino más

grande.-Pues los tienen que exhibir o, si no, deben partir –confirmó el pingüino más

pequeño.-¡Pero si no nos dieron! –se alarmó Xóchitl.Y en ese momento apareció Jito, que estaba riendo escondido. El peluche se

acercó a cada niñita, le pasó una oreja por la nariz y de la oreja derecha a cada una le salió un billete.

-Pues ya ven como se puede hacer las cosas como se bebe –sentenció Frigerio.En eso estaban cuando el tren se detuvo con un ¡SCRIIIIIIIICH! y luego un

¡SHHHhhhhhhhhh!-¡A bajar! ¡A bajar! ¡O nos vamos a pasar! –gritaba Frigerio.-¡A descender! ¡A descender! ¡O nos vamos a volver! –clamaba Faustino.Las amiguitas bajaron, o mejor, quisieron bajar, solo que el andén era… ¡RE-

DONDO!-¡Pero cómo vamos a bajar si el andén es redondo! –exclamó Xóchitl.-En los sueños todo es posible –la tranquilizó Jito–: prueba de bajar y vas a

ver.Xóchitl posó el piecito con sumo cuidado sobre el andén, que parecía una

pelota del tamaño del universo, y, para su sorpresa, no tuvo ninguna dificultad en mantener el equilibrio y caminar. Las amiguitas la siguieron, y ellas tampoco tuvieron ningún problema.

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-¡Qué raro es este país! –comentó Xóchitl.-¡Bienvenida y no te escondas, que aquí las cosas son redondas! –le advirtió

Frigerio.-¡En los bares y en las fondas, todas todas son redondas! –corroboró Faustino.-¿Qué quiere decir “corroborar”? –preguntó Mavi al oído de Valentina.-Significa “perseguir un borar” –explicó Valentina, que tampoco sabía, pero

no quería admitirlo.Las amiguitas comenzaron a pasear por el nuevo país y, en efecto, todas las

cosas eran redondas: las plazas, los edificios, los tranvías, los taxis… ¡todas!-¿Pero cómo se puede tomar un taxi redondo? –quiso saber Xóchitl.-Muy sencillo: Abres la puerta y te sientas, como en un taxi normal –explicó

Jito.-¿Y cómo se sienta una a una mesa redonda sobre una silla redonda? –siguió

preguntando Xóchitl.-Sencillísimo: te sientas sobre la silla y tratas de que el plato y el vaso no se

caigan de la mesa.-Sí, pero los platos también son redondos… –insistió Xóchitl.-Pues pones, por ejemplo, una quesadilla encima de la mesa redonda, cuidan-

do que no se caiga, y te la comes.-Una quesadilla redonda… –sospechó Xóchitl.-¡Por supuesto! ¡Y el vaso de jugo también! –confirmó el conejo.-¡Pero es imposible! –protestó Xóchitl.-¡Para nada! Es de lo más fácil –rio Jito calzando un sorbete redondo en el

vaso–. ¿Ves?-¡Qué genial! –se alborozaron las tres amiguitas, y se pusieron a comer quesadi-

llas y enchiladas redondas en platos redondos, y a tomar jugo de vasos redondos. Y luego se pusieron a jugar con todas las cosas redondas que había.-¡Mira como ruedan las lámparas y los sillones y las alfombras! –gritaban.-Y con tantas cosas redondas, ¿no hay una pelota? –se extrañó Xóchitl.-La pelota está rota –dijo Frigerio.-¡Tantas cosas redondas y no hay pelota! –exclamó Xóchitl.-Toma nota de que está rota –advirtió Faustino compungido.-¿”Compun” qué? –preguntó Mavi.-“Con pungido”, que es al revés que “sin pungido” –explicó muy seria Va-

lentina.-Bueno, con tantas cosas redondas, no necesitamos pelota –comentó Xó-

chitl–. Pero habrá globos, ¿no?-¡Claro! –replicó Jito–. ¡Cómo no va a haber globos en el país de las cosas

redondas! ¡No faltaba más!

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El peluche hizo entonces una señal mágica con sus orejas y de todos lados aparecieron miles de chiquicientos dieciséis millones de globos de todos los co-lores y tamaños y perfectamente redondos.

-¡YIPIIIIIIIII! –exultaron las amiguitas.-¿Qué hicieron? –preguntó Mavi, que se había olvidado de que ya lo sabía.-“Eructaron”, pero con mucha alegría –aclaró Valentina.Y las amiguitas se pusieron a jugar y a arrojarse globos a la cabeza y al cuerpo

y a las pompis.-¡Este globo está muy pesado! –se quejó Valentina.-Ese globo no es un globo –dijo Jito-: Ese globo es una heladera.-Estos globos no son bobos –intervino Frigerio.-Dame un globo o te jorobo –agregó Faustino con tal de rimar.-Ten tu globo o te lo robo –bromeó su padre.Y ambos pingüinos se metieron a jugar con las amiguitas dándoles panzazos

a los globos que volaban en todas direcciones.-¡Yo igual quisiera una pelota! –se lamentó Valentina.-Está rota: no hay pelota –recordó Frigerio.-¡Qué mala suerte! –se quejó Mavi.-Tendrá mejor suerte cuando se despierte –susurró Faustino al oído de Xó-

chitl.-Y si, al despertar, tiene ganas de jugar, en la casa de Porota hay una hermosa

pelota.-¿Quién es Porota? –preguntó Xóchitl.-La Porota y la tía Tota riman ambas con pelota –explicó el pingüino–. Y en

la casa de Porota hay, seguro, una pelota. Porque la nuestra está rota: la rompí yo con mi bota.

-¡Faustino! –lo reprendió Xóchitl–: ¡Eres peor que tu padre!-¿Lo “re” qué? –preguntó Mavi.-Lo “volvió a prender” –le explicó Valentina.Contentísimos con su ingenio poético, los pingüinos comenzaron a correr

torpemente bamboleando sus panzas como peras llenas de agua aplaudiendo con sus minúsculas alitas, que casi no llegaban a juntárseles de tan pequeñas que eran.

-¡Qué lindo que es jugar, pero más lindo es rimar! –cantaba Frigerio.-¡El que no rima no tiene autoestima! –entonaba Faustino.-¿No tiene qué? –preguntó Mavi.-No tiene “coche marca Estima” –explicó Valentina.Y entre padre e hijo y las tres amiguitas se armó una formidable guerra de

globos.Tanto jugaron y rieron y saltaron y cantaron que a Xóchitl le dio un poco de

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sueño, de modo que buscó el sillón más grande para tirarse a descansar. Y enton-ces advirtió que en un rincón había… ¡un cubo!

-¿Pero cómo; no era que en este país todas las cosas son redondas? –preguntó extrañada.

A lo que Frigerio le explicó:-Esa es la pelota: te dije que estaba rota.-¡Ay, Frigerio! –alcanzó a suspirar Xóchitl antes de quedarse dormida en el

sueño y despertarse en la realidad.-Mami, ¿puede ser que cuando una pelota se rompe quede cuadrada?-Si el cuento lo inventó tu padre, todo es posible.-¿Y de dónde saca papi esas ideas tan locas?-De su loca cabeza.-¿Por qué? ¿Papi tiene la cabeza loca?-Sí, loca de amor por ti y por tu hermana y por mí.Y colorín colorado, este cuento se ha pausado.

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Y hubo muchos, pero muchos muchísimos cuentos más, porque cuando el padre regresó de su largo viaje contó uno cada noche. Pero como ya no hay

más páginas, habrá que imaginárselos.Y colorín colorado…

¡ESTE LIBRO SE HA ACABADO!