cuentos para tahures 1

54

Upload: navajasuiza

Post on 01-Jul-2015

401 views

Category:

Documents


1 download

TRANSCRIPT

Page 1: Cuentos Para Tahures 1

1

Page 2: Cuentos Para Tahures 1

2

© ed barrio, Santander 2010

Page 3: Cuentos Para Tahures 1

3

CuentosRodolfo Walsh.1927 -1977

* El escritor argentino Rodolfo J. Walsh nació en

1927. El 25 de marzo de 1977 un pelotón de la dicta-dura miliar lo emboscó en Buenos Aires. Su cuerpo nunca apareció. El día anterior había escrito la Carta Abierta a la Junta Militar.

Page 4: Cuentos Para Tahures 1

4

Page 5: Cuentos Para Tahures 1

5

Cuentos para tahúres.................................7Esa mujer..................................................13 Ese hombre..............................................23Los nutrieros............................................29Carta abierta a la Junta Militar...............39

Page 6: Cuentos Para Tahures 1

6

Page 7: Cuentos Para Tahures 1

7

Cuentos para tahúresSalió no más el 10 -un 4 y un 6- cuando ya nadie

lo creía. A mí qué me importaba, hacía rato que me habían dejado seco. Pero hubo un murmullo feo entre los jugadores acodados a la mesa del billar y los mirones que formaban rueda. Renato Flores palideció y se pasó el pañuelo a cuadros por la frente húmeda. Después juntó con pesado movimiento los billetes de la apuesta, los alisó uno a uno y, doblándolos en cuatro, a lo largo, los fue metiendo entre los dedos de la mano izquierda, donde quedaron como otra mano rugosa y sucia entrelazada perpendicularmente a la suya. Con estudiada lentitud puso los dados en el cubilete y empezó a sacudirlos. Un doble pliegue vertical le partía el entrecejo oscuro. Parecía barajar un problema que se le hacía cada vez más difícil. Por fin se encogió de hombros.

-Lo que quieran... -dijo.Ya nadie se acordaba del tachito de la coima. Jimé-

nez, el del negocio, presenciaba desde lejos sin animarse a recordarlo. Jesús Pereyra se levantó y echó sobre la mesa, sin contarlo, un montón de plata.

-La suerte es la suerte -dijo con una lucecita asesina en la mirada-. Habrá que irse a dormir.

Yo soy hombre tranquilo; en cuanto oí aquello, gané el rincón más cercano a la puerta. Pero Flores bajó la vista y se hizo el desentendido.

-Hay que saber perder -dijo Zúñiga sentenciosamente, poniendo un billetito de cinco en la mesa. Y añadió con re-tintín-: Total, venimos a divertirnos.

-¡Siete pases seguidos! -comentó, admirado, uno de los

Page 8: Cuentos Para Tahures 1

8

de afuera.Flores lo midió de arriba abajo.-¡Vos, siempre rezando! -dijo con desprecio.Después he tratado de recordar el lugar que ocupaba

cada uno antes de que empezara el alboroto. Flores estaba lejos de la puerta, contra la pared del fondo. A la izquierda, por donde venía la ronda, tenía a Zúñiga. Al frente, separado de él por el ancho de la mesa del billar, estaba Pereyra. Cuan-do Pereyra se levantó dos o tres más hicieron lo mismo. Yo me figuré que sería por el interés del juego, pero después vi que Pereyra tenía la vista clavada en las manos de Flores. Los demás miraban el paño verde donde iban a caer los dados, pero él sólo miraba las manos de Flores.

El montoncito de las apuestas fue creciendo: había bi-lletes de todos tamaños y hasta algunas monedas que puso uno de los de afuera. Flores parecía vacilar. Por fin largó los dados. Pereyra no los miraba. Tenía siempre los ojos en las manos de Flores.

-El cuatro -cantó alguno.En aquel momento, no sé por qué, recordé los pases

que había echado Flores: el 4, el 8, el 10, el 9, el 8, el 6, el 10... Y ahora buscaba otra vez el 4.

El sótano estaba lleno del humo de los cigarrillos. Flo-res le pidió a Jiménez que le trajera un café, y el otro se mar-chó rezongando. Zúñiga sonreía maliciosamente mirando la cara de rabia de Pereyra. Pegado a la pared, un borracho despertaba de tanto en tanto y decía con voz pastosa:

-¡Voy diez a la contra! -Después se volvía a quedar dormido.

Los dados sonaban en el cubilete y rodaban sobre la mesa. Ocho pares de ojos rodaban tras ellos. Por fin alguien exclamó:

-¡El cuatro!En aquel momento agaché la cabeza para encender un

cigarrillo. Encima de la mesa había una lamparita eléctrica,

Page 9: Cuentos Para Tahures 1

9

con una pantalla verde. Yo no vi el brazo que la hizo añicos. El sótano quedó a oscuras. Después se oyó el balazo.

Yo me hice chiquito en mi rincón y pensé para mis adentros: “Pobre Flores, era demasiada suerte”. Sentí que algo venía rodando y me tocaba en la mano. Era un dado. Tanteando en la oscuridad, encontré el compañero.

En medio del desbande, alguien se acordó de los tu-bos fluorescentes del techo. Pero cuando los encendieron, no era Flores el muerto. Renato Flores seguía parado con el cubilete en la mano, en la misma posición de antes. A su izquierda, doblado en su silla, Ismael Zúñiga tenía un balazo en el pecho.

“Le erraron a Flores”, pensé en el primer momento, “y le pegaron al otro. No hay nada que hacerle, esta noche está de suerte.”

Entre varios alzaron a Zúñiga y lo tendieron sobre tres sillas puestas en hilera. Jiménez (que había bajado con el café) no quiso que lo pusieran sobre la mesa de billar para que no le mancharan el paño. De todas maneras ya no había nada que hacer.

Me acerqué a la mesa y vi que los dados marcaban el 7. Entre ellos había un revólver 48.

Como quien no quiere la cosa, agarré para el lado de la puerta y subí despacio la escalera. Cuando salí a la calle había muchos curiosos y un milico que doblaba corriendo la esquina.

Aquella misma noche me acordé de los dados, que lle-vaba en el bolsillo -¡lo que es ser distraído!-, y me puse a jugar solo, por puro gusto. Estuve media hora sin sacar un 7. Los miré bien y vi que faltaban unos números y sobraban otros. Uno de los “chivos” tenía el 8, el 4 y el 5 repetidos en caras contrarias. El otro, el 5, el 6 y el 1. Con aquellos dados no se podía perder. No se podía perder en el primer tiro, porque no se podía formar el 2, el 3 y el 12, que en la primera mano son perdedores. Y no se podía perder en los demás porque

Page 10: Cuentos Para Tahures 1

10

no se podía sacar el 7, que es el número perdedor después de la primera mano. Recordé que Flores había echado siete pases seguidos, y casi todos con números difíciles: el 4, el 8, el 10, el 9, el 8, el 6, el 10... Y a lo último había sacado otra vez el 4. Ni una sola clavada. Ni una barraca. En cuarenta o cincuenta veces que habría tirado los dados no había sacado un solo 7, que es el número más salidor.

Y, sin embargo, cuando yo me fui, los dados de la mesa formaban el 7, en vez del 4, que era el último número que había sacado. Todavía lo estoy viendo, clarito: un 6 y un 1.

Al día siguiente extravié los dados y me establecí en otro barrio. Si me buscaron, no sé; por un tiempo no supe nada más del asunto. Una tarde me enteré por los diarios que Pereyra había confesado. Al parecer, se había dado cuenta de que Flores hacía trampa. Pereyra iba perdiendo mucho, porque acostumbraba jugar fuerte, y todo el mundo sabía que era mal perdedor. En aquella racha de Flores se le habían ido más de tres mil pesos. Apagó la luz de un manotazo. En la oscuridad erró el tiro, y en vez de matar a Flores mató a Zúñiga. Eso era lo que yo también había pensado en el pri-mer momento.

Pero después tuvieron que soltarlo. Le dijo al juez que lo habían hecho confesar a la fuerza. Quedaban muchos puntos oscuros. Es fácil errar un tiro en la oscuridad, pero Flores estaba frente a él, mientras que Zúñiga estaba a un costado, y la distancia no habrá sido mayor de un metro. Un detalle lo favoreció: los vidrios rotos de la lamparita eléctrica del sótano estaban detrás de él. Si hubiera sido él quien dio el manotazo -dijeron- los vidrios habrían caído del otro lado de la mesa de billar, donde estaban Flores y Zúñiga.

El asunto quedó sin aclarar. Nadie vio al que pegó el manotazo a la lámpara, porque estaban todos inclinados so-bre los dados. Y si alguien lo vio, no dijo nada. Yo, que podía haberlo visto, en aquel momento agaché la cabeza para en-

Page 11: Cuentos Para Tahures 1

11

cender un cigarrillo, que no llegué a encender. No se encon-traron huellas en el revólver, ni se pudo averiguar quién era el dueño. Cualquiera de los que estaban alrededor de la mesa -y eran ocho o nueve- pudo pegarle el tiro a Zúñiga.

Yo no sé quién habrá sido el que lo mató. Quien más quien menos tenía alguna cuenta que cobrarle. Pero si yo quisiera jugarle sucio a alguien en una mesa de pase inglés, me sentaría a su izquierda, y al perder yo, cambiaría los dados legítimos por un par de aquellos que encontré en el suelo, los metería en el cubilete y se los pasaría al candidato. El hombre ganaría una vez y se pondría contento. Ganaría dos veces, tres veces... y seguiría ganando. Por difícil que fuera el número que sacara de entrada, lo repetiría siempre antes de que saliera el 7. Si lo dejaran, ganaría toda la noche, porque con esos dados no se puede perder.

Claro que yo no esperaría a ver el resultado. Me iría a dormir, y al día siguiente me enteraría por los diarios. ¡Vaya usted a echar diez o quince pases en semejante compañía! Es bueno tener un poco de suerte; tener demasiada no convie-ne, y ayudar a la suerte es peligroso...

Sí, yo creo que fue Flores no más el que lo mató a Zúñiga. Y en cierto modo lo mató en defensa propia. Lo mató para que Pereyra o cualquiera de los otros no lo mata-ran a él. Zúñiga -por algún antiguo rencor, tal vez- le había puesto los dados falsos en el cubilete, lo había condenado a ganar toda la noche, a hacer trampa sin saberlo, lo había con-denado a que lo mataran, o a dar una explicación humillante en la que nadie creería.

Flores tardó en darse cuenta; al principio creyó que era pura suerte; después se intranquilizó; y cuando comprendió la treta de Zúñiga, cuando vio que Pereyra se paraba y no le quitaba la vista de las manos, para ver si volvía a cambiar los dados, comprendió que no le quedaba más que un camino. Para sacarse a Jiménez de encima, le pidió que le trajera un café. Esperó el momento. El momento era cuando volviera

Page 12: Cuentos Para Tahures 1

12

a salir el 4, como fatalmente tenía que salir, y cuando todos se inclinaran instintivamente sobre los dados.

Entonces rompió la bombita eléctrica con un golpe del cubilete, sacó el revólver con aquel pañuelo a cuadros y le pegó el tiro a Zúñiga. Dejó el revólver en la mesa, recobró los “chivos” y los tiró al suelo. No había tiempo para más. No le convenía que se comprobara que había estado hacien-do trampa, aunque fuera sin saberlo. Después metió la mano en el bolsillo de Zúñiga, le buscó los dados legítimos, que el otro había sacado del cubilete, y cuando ya empezaban a parpadear los tubos fluorescentes, los tiró sobre la mesa.

Y esta vez sí echó clavada, un 7 grande como una casa, que es el número más salidor...

Page 13: Cuentos Para Tahures 1

13

Esa mujerEl coronel elogia mi puntualidad:

-Es puntual como los alemanes -dice. -O como los ingleses.El coronel tiene apellido alemán.Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.-He leído sus cosas -propone-. Lo felicito.Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va in-

formando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja es-tablecido el terreno en que podemos operar, una zona vaga-mente común.

Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.

El coronel busca unos nombres, unos papeles que aca-so yo tenga.

Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.

Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas ven-gativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.

Page 14: Cuentos Para Tahures 1

14

El coronel sabe dónde está.Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulo-

sos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.

Él bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso len-tamente.

-Esos papeles -dice.Lo miro.-Esa mujer, coronel.Sonríe.-Todo se encadena -filosofa.A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquir-

la en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.

-La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.

-¿Mucho daño? -pregunto. Me importa un carajo.-Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psi-

quiatra. Tiene doce años -dice.El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con

remordimiento.Entra su mujer, con dos pocillos de café.-Contale vos, Negra.Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con

un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como una nubecita.

-La pobre quedó muy afectada -explica el coronel-. Pero a usted no le importa esto.

-¡Cómo no me va a importar!... Oí decir que al capitán N y al mayor X también les ocurrió alguna desgracia después

Page 15: Cuentos Para Tahures 1

15

de aquello.El coronel se ríe.-La fantasía popular -dice-. Vea cómo trabaja. Pero en

el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir.Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance

sobre la mesa.-Cuénteme cualquier chiste -dice.Pienso. No se me ocurre.-Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y

yo le demostraré que estaba inventado hace veinte años, cin-cuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.

-¿Y esto?-La tumba de Tutankamón -dice el coronel-. Lord

Carnavon. Basura.El coronel se seca la transpiración con la mano gorda

y velluda.-Pero el mayor X tuvo un accidente, mató a su mujer.-¿Qué más? -dice, haciendo tintinear el hielo en el

vaso.-Le pegó un tiro una madrugada.-La confundió con un ladrón -sonríe el coronel . Esas

cosas ocurren.-Pero el capitán N...-Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquie-

ra, y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se pone en pedo.

-¿Y usted, coronel?-Lo mío es distinto -dice-. Me la tienen jurada.Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.-Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben

lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir la his-toria. A lo mejor la va a escribir usted.

-Me gustaría.-Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es

Page 16: Cuentos Para Tahures 1

16

que me importe quedar bien con esos roñosos, pero sí ante la historia, ¿comprende?

-Ojalá dependa de mí, coronel.-Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó.

Dejó la bomba en el palier y salió corriendo.Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de por-

celana policromada, una pastora con un cesto de flores.-Mire.A la pastora le falta un bracito.-Derby -dice-. Doscientos años.La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente

tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la cara noc-turna, dolorida.

-¿Por qué creen que usted tiene la culpa?-Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la

llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.

El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con método.

-Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.

-¿Qué querían hacer?-Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y

arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuanta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.

-Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que romper todo.

-Y orinarle encima.-Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegre-

mente la bomba y la picana. ¡Salud! -digo levantando el vaso.No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las

luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se oyen las

Page 17: Cuentos Para Tahures 1

17

bocinas de los automóviles, arrastrándose lejanas como las voces de un sueño. El coronel es apenas la mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.

-Esa mujer -le oigo murmurar-. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había vuelto transpa-rente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.

El coronel bebe. Es duro.-Desnuda -dice-. Éramos cuatro o cinco y no quería-

mos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sa-camos del ataúd -el coronel se pasa la mano por la frente-, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso...

Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible. Sólo el whisky brilla en su vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos. La puerta del as-censor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto más cerca. El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas, Y ahora el coronel se ha parado, empuña una metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira el ascético, geométrico, irónico vacío del palier, del ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente na-die y regresa despacio, arrastrando la metralleta.

-Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.

Se sienta, más cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente sobre aque-lla gran escena de su vida.

-...se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba ena-morado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire -el coronel se mira los nudillos-, que lo tiré contra la pared. Está todo podrido, no respetan ni a la

Page 18: Cuentos Para Tahures 1

18

muerte. ¿Le molesta la oscuridad?-No.-Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pien-

so siempre. En la oscuridad se piensa mejor.Vuelve a servirse un whisky.-Pero esa mujer estaba desnuda -dice, argumenta con-

tra un invisible contradictor-. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano.

Bruscamente se ríe.-Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatro-

cientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.Repite varias veces “Eso le demuestra”, como un ju-

guete mecánico, sin decir qué es lo que eso me demuestra.-Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Lla-

mé a unos obreros que había por ahí. Figúrese como se que-daron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.

-¿Pobre gente?

-Sí, pobre gente -el coronel lucha contra una escurridi-za cólera interior-. Yo también soy argentino.

-Yo también, coronel, yo también. Somos todos ar-gentinos.

-Ah, bueno -dice.-¿La vieron así?-Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa,

y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo...

La voz del coronel se pierde en una perspectiva su-rrealista, esa frasecita cada vez más rémova encuadrada en sus líneas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporción o qué. Yo también me sirvo un whisky.

-Para mí no es nada -dice el coronel-. Yo estoy acos-tumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agrega-

Page 19: Cuentos Para Tahures 1

19

do militar, dese cuenta.Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más

hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no me da... Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.

-A mí no me podía sorprender. Pero ellos...-¿Se impresionaron?-Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije:

“Maricón, ¿esto es lo que hacés cuando tenés que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo.” Después me agradeció.

Miró la calle. “Coca” dice el letrero, plata sobre rojo. “Cola” dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo, invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. “Beba”.

-Beba -dice el coronel.Bebo.-¿Me escucha?-Lo escucho.Le cortamos un dedo.-¿Era necesario?El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del índi-

ce, la demarca con la uña del pulgar y la alza.-Tantito así. Para identificarla.-¿No sabían quién era?Se ríe. La mano se vuelve roja. “Beba”.-Sabíamos, sí. Las cosas tienen que ser legales. Era un

acto histórico, ¿comprende?-Comprendo.-La impresión digital no agarra si el dedo está muerto.

Hay que hidratarlo. Más tarde se lo pegamos.-¿Y?-Era ella. Esa mujer era ella. -¿Muy cambiada? -No, no, usted no me entiende. Igualita. Parecía que iba

Page 20: Cuentos Para Tahures 1

20

a hablar, que iba a... Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le sacó radiografías.

-¿El profesor R.?-Sí. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta al-

guien con autoridad científica, moral.En algún lugar de la casa suena, remota, entrecortada,

una campanilla. No veo entrar a la mujer del coronel, pero de pronto esta ahí, su voz amarga, inconquistable.

-¿Enciendo?-No.-Teléfono.-Deciles que no estoy.

Desaparece.-Es para putearme -explica el coronel-. Me llaman a

cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las cinco.-Ganas de joder -digo alegremente.-Cambié tres veces el número del teléfono. Pero siem-

pre lo averiguan.-¿Qué le dicen?-Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar

los huevos. Basura.Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.-Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas,

les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy a ente-rrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.

El coronel está de pie y bebe con coraje, con exaspe-ración, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco y lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.

-La sacamos en un furgón, la tuve en Viamonte, des-pués en 25 de Mayo, siempre cuidándola, protegiéndola, es-condiéndola. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era

Page 21: Cuentos Para Tahures 1

21

el transmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad.Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo

busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina, colonia en el baño, pañales en la cuna, remedios, cigarrillos, vida, muerte.

-Llueve -dice su voz extraña.Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Orión.-Llueve día por medio -dice el coronel-. Día por medio

llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.

Dónde, pienso, dónde.-¡Está parada! -grita el coronel-. ¡La enterré parada,

como Facundo, porque era un macho!Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un

momento, cuando el resplandor cárdeno lo baña, creo que llora, que gruesas lágrimas le resbalan por la cara.

-No me haga caso -dice, se sienta-. Estoy borracho.Y largamente llueve en su memoria.Me paro, le toco el hombro.-¿Eh? -dice- ¿Eh? -dice.Y me mira con desconfianza, como un ebrio que se

despierta en un tren desconocido.-¿La sacaron del país?-Sí.-¿La sacó usted?-Sí.-¿Cuántas personas saben?-DOS.-¿El Viejo sabe?Se ríe.-Cree que sabe.-¿Dónde?No contesta.-Hay que escribirlo, publicarlo.

Page 22: Cuentos Para Tahures 1

22

-Sí. Algún día.Parece cansado, remoto.-¡Ahora! -me exaspero-. ¿No le preocupa la historia?

¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!

La lengua se le pega al paladar, a los dientes.-Cuando llegue el momento... usted será el primero...-No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil

dólares. Diez mil. Lo que quiera.Se ríe.-¿Dónde, coronel, dónde?Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a pregun-

tarme quién soy, qué hago ahí.Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que

volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice ini-cia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoye-tas, probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me alcanza como una reve-lación.

-Es mía -dice simplemente-. Esa mujer es mía.

Page 23: Cuentos Para Tahures 1

23

Ese hombre

El guardia civil pregunta el nombre, consulta su lista, abre la puerta del parque. El tenue sol ma-

drileño quita de las rodillas la lluvia de París, funde la nieve de Praga.

En la casa me recibe el secretario discreto, urgido por irradiación cotidiana. Yo sé que debería estar observando los detalles pero no veo más que la alfombra, el artesonado, la penumbra de la sala donde enseguida aparece el Viejo, su voz tranquila. Me estaba esperando.

Sigue alto y erguido, indestructible. Se agacha un poco para darme la mano.

-Lo estaba esperando -dice. -Tenía muchos deseos de conocerlo -aseguro. Todo es claro y ordenado en su despacho: libros en los

anaqueles, un Martín Fierro a caballo, el banderín argentino, Juan XXIII bajo el vidrio del escritorio.

Cuando se sienta, veo por primera vez la desollada cara del Viejo, la cascada de venitas rojas que no aparece en las fotos o que las fotos olvidan, lo mismo que uno.

-¿Café? -dice-. ¿Coñac? Ofrece Winstons, se inclina hacia adelante para dar

fuego con el encendedor de oro. Tal vez me he quedado dormido en alguna butaca de algún aeropuerto en alguna in-descifrable escala nocturna y este sueño preocupado es una broma del cansancio. Pero el Viejo está allí, veo el traje pi-zarra, el pulóver rojo, las ideas que se ordenan en su cara, la embellecen, escucho la voz persuasiva que habla del mundo, sus grandes movimientos circulares, sus leyes inmutables.

Page 24: Cuentos Para Tahures 1

24

-A los imperios no los derriba nadie -dice-. Se pudren por dentro, se caen solos.

Solos, pienso. Parece que adivina. -Cuando alguien los empuja -dice, recuerda-. En este

continente yo los he enfrentado -dice, anulando de un golpe la distancia, regresando o no partiendo nunca, clavado a este continente que no es este, no es la muchacha que vuelve y sirve el coñac y sirve el café.

-Café sin cafeína -dice el Viejo-. Es más sano. Mire Vietnam -dice.

Miro Vietnam: sonrisas ambiguas, pisadas nocturnas en la selva húmeda, espaldas maternas cargando obuses, una bandera roja flameando sobre Hué bajo una lluvia incesante de napalm.

-Los militares yanquis -explica- son muy brutos, no leen la historia, creen que la guerra se gana con el ejército.

Otra vez el gesto circular abarca las edades, los pue-blos, el orgullo pisoteado, Roma se derrumba en el espejo de la memoria y la voz del Viejo parece que gozara.

-Líneas de abastecimiento. Lo sabe un cadete. Toma su café sin cafeína. -Ya no les quedan amigos en el mundo -dice. -Si estos se salvan -dice- será porque tienen dos océa-

nos de por medio. -Pero a usted lo derrocaron. -A mí me derrocó la Sinarquía -aclara-. Después vi-

nieron a buscarme. Los yanquis -dice, rememora-. Cuántas veces.

-Y usted. Me pregunta si conozco el cuento del vasco. Escucho

el cuento del vasco, rodeado de parientes, que no quería fir-mar el testamento. El índice del Viejo va y viene despacio sobre el índice izquierdo, preparando la pregunta, la pausa, el corte de manga, su porfiada respuesta. Y ahora no sé cuál es

Page 25: Cuentos Para Tahures 1

25

mi risa, cuál es la suya, la del Papa Juan divertido a su modo en el cromo.

El círculo pulsa, se achica, se concentra. El Viejo des-liza sobre el vidrio una caja taraceada de tabacos. Tomo uno, lo hago girar entre los dedos, aspiro su lejano aroma.

-Me los manda Fidel -dice el Viejo-. Cómo están por allá. -Siempre preguntan por usted. Es cierto: siempre preguntan por él. -Esperaban su visita -digo. -Me hubiera gustado ir -suspira-. No ha llegado el mo-

mento. Usted sabe, había que pasar por Moscú. El periódico sigue inmóvil sobre el escritorio, con sus

terremotos, naufragios, sobresaltos del oro, el nuevo récord de Iberia: seis horas, treinta y dos minutos, vuelo directo. No veo las manos del Viejo, tal vez el índice derecho sigue moviéndose despacito sobre el izquierdo, debajo de la mesa, una broma conjunta que podemos apreciar.

El círculo ha vuelto a crecer, las costas se dilatan, la selva. América. Ahora hablamos de los muertos. El Viejo guarda la caja de tabacos, saca un libro abierto en la dedi-catoria de -un adversario que evolucionó-, la firma breví-sima del gran muerto reciente cuyas cenizas llueven sobre mil ciudades, que anda por ahí asomado a las cocinas, a los dormitorios, probando el caldo de las ollas, creciendo en los huesos de los chicos.

-Tenía el fuego sagrado -dice el Viejo-. Lástima que no trabajara para nosotros -y la cara se le nubla, de pena, desconcierto, quién sabe.

-Él pensaba que había que apurarse. -Sí, pero ya ve. -Porque ellos creen que Vietnam se acaba, y que des-

pués caerán sobre ellos, sobre nosotros -digo-. Por eso esta-ban apurados.

-La guerra es larga -responde sin apuro. Vuelvo a mirarlo como si yo fuera el Viejo y él tuviera

Page 26: Cuentos Para Tahures 1

26

un largo futuro por delante. Si él quisiera, pienso. La puerta se abre sola. Un fogonazo de alegría alum-

bra la cara surcada de venitas del Viejo, que se para, avanza hacia el perro lanudo que entra en dos patas. Yo miro el des-pliegue de mimos y festejos que corta las preguntas, acaso la entrevista.

Pero el Viejo vuelve, se sienta. -Otro café -dice. De la manga del saco sale otra anécdota, como otro

conejo. Cada vez que el general Roca recibía al embajador boliviano, ponía dos sillas. Una para el embajador, otra para la mala fe.

-Yo le mandé decir que tuviera cuidado, que descon-fiara de esa gente. No era tiempo.

-Cuándo entonces -digo. -Yo he esperado mucho. Tal vez lo estoy fastidiando, acaso va a mirar su reloj,

usar un pretexto que no necesita, la mujer que atravesó el Atlántico para conseguir su dedicatoria en una foto, el di-rigente que aguarda en la sala su epifanía de palabras lejos, vestales con pinta de herederos, tahúres de doble entraña, empresarios dispuestos a compartir las pérdidas, terratenien-tes a socializar los caminos, clérigos a repartir el reino de los cielos, gorilas convertidos.

El arresto del último general que casi se subleva flota sobre los pocillos de café sin cafeína.

-Es un buen muchacho -sugiere-. Le voy a contar un chiste -sugiere.

Las once de la mañana entran por el ventanal, aclaran-do la sonrisa.

Un empresario americano fue a Brasil, donde querían comprar petróleo; fue a Kuwait: querían vender petróleo; a Grecia: les propone transportar petróleo. Armó el negocio,

Page 27: Cuentos Para Tahures 1

27

se quedó con la mitad. Los otros le peguntaron: ¿Pero usted qué pone?

-¿Cómo qué pongo?-, dijo el empresario -dice el Vie-jo-. -Yo pongo el Atlántico.- Con este muchacho pasa lo mis-mo. El ejército pone las armas. Nosotros ponemos la gente. ¿Y él qué pone? ¿La patria?

Risas. Imposible no reír cuando el Viejo cuenta un chiste, porque lo cuenta muy bien. Pero consigue que el co-tejo con la realidad parezca un segundo chiste, mejor que el primero.

Ahora sí, ha mirado su reloj. De golpe entiendo que he pasado horas sumergido en la envolvente conversación del Vie-jo, como quien escuchara a cualquier padre, y que al salir estaré caminando por una calle de Puerta de Hierro, de Southamp-ton, de Martín García, con todas las preguntas sin hacer.

-Esa mujer -digo. Su cara es gris. Una muralla. -Creo que la quemaron -dice. -No la quemaron -fantaseo-. Está en un jardín, en una

embajada, de pie, una estatua bajo tierra, donde llueve -digo. Llueve siempre, pienso, y ella se pudre.

-Puede ser -su cara es más remota que nunca-. Algún día se sabrá.

-Y los otros muertos -quiero saber-. Los fusilados, los torturados.

Un ramaje de la vieja cólera circula por su cara, relám-pago entre nubes.

-El pueblo pedirá cuentas. ¿Cuándo? -Algún día. Saldrá a la calle, como el 56, el 57. ¿Por qué no ha vuelto a salir? -Porque yo no he querido -dice. ¿Cuándo, general, cuándo?

Page 28: Cuentos Para Tahures 1

28

Page 29: Cuentos Para Tahures 1

29

Los nutrieros

Renato oyó los tiros. Volaron patos y garzas, y en la lejanía una nubecilla de humo azul se desguedejó

lentamente en la quietud infinita de la tarde.Al filo de la noche volvió Chino Pérez, ceñudo y si-

lencioso. Traía a remolque un bote pintado de rojo, con las letras blancas en el costado de babor: “San Felipe”

-Lo encontré -explicó, sin mirar a Renato-. Creo que es de la estancia.

Y añadió al cabo de una pausa: -Se habrá cortado el amarre.Renato se incorporó lentamente, fumando su pipa, y

acercose a la orilla. Renato era bajo y escuálido. Sus ojos azu-les tenían una fijeza de alucinado, que desmentía el diseño casi pueril de la boca.

La cadena del bote era nueva, Renato vio que estaba intacta, pero no dijo nada. En el fondo había flamantes apa-rejos de pesca y un rifle calibre 22; en uno de los bancos, un “sweater” de lana a rayas multicolores.

-¿Cazaste algo? -preguntó Renato en voz baja.-No -replicó su compañero. Y agregó con una sonrisa

torva-: Gallaretas.-Oí los tiros -dijo Renato. Chino Pérez no contestó.

Ensimismado y remoto sentose en la orilla de la isleta; se sacó las alpargatas y hundió los pies en el agua fría con la mirada clavada en la distancia.

Aquella noche hubo desvelo de perros en la costa de la laguna; pisadas y linternas; voces apagadas, que el viento traía y llevaba. Renato dormía. Chino Pérez estuvo fumando,

Page 30: Cuentos Para Tahures 1

30

absorto y lejano, hasta que el cielo empezó a clarear.Chino Pérez terminó de cuerear las nutrias y estaqueó los

cueros. Renato lo observaba con sus ojos azules e impávidos.Chino Pérez tapó con tierra el fogón, y luego tendió la

mirada a lo lejos. El agua había tomado un color plomizo, y en el oro verde de los juncos se alargaban las primeras som-bras. Por los confines de la laguna, ensimismada en la quie-tud vesperal, entre las últimas barreras de juncos, flotaban a ras del agua nubecillas de vapor.

-Está bien, hermanito; esta noche es la vencida -dijo Chino Pérez sin volverse.

Los dos botes balanceábanse en la orilla de la isleta. Las líneas de pesca se sacudían a intervalos con breves con-vulsiones eléctricas. “Dientudos”, pensó Chino Pérez de mal humor. Todavía no era la hora de las tarariras. Las tarariras se llevaban la línea de un golpe, dejándola tensa y vibrante como una cuerda de violín.

-Ya sé que querés irte -dijo Chino Pérez.Renato no contestó. Dejó que el silencio flotara entre

ellos, separándolos, restituyéndolos a sus mundos distintos, suavemente, sin violencias.

Chino Pérez era de baja estatura, fornido, cetrina la faz, tallado a cuchillo el entrecejo, hirsuto el pelambre, pétrea y estólida la expresión.

A lo lejos, en el campo, encendiose una luz. Ladraron perros. Gorgoteaba el agua.

“Ya sé que querés irte -pensó Chino Pérez-. Yo tam-bién quiero irme”-meditó mirando el bote de la estancia. Las rayas coloridas del “sweater” se destacaban en la oscuridad. Chino Pérez no había querido tocar nada. Un temor recón-dito le impedía poner la mano sobre cualquiera de esas cosas. “Ya te vendrán a buscar”, pensó con saña.

Luna llena: pila de monedas amarillas y temblonas so-bre el paño gris del agua.

En el fondo del juncal gritó la nutria; era un grito que-

Page 31: Cuentos Para Tahures 1

31

jumbroso, como el gemido de un ser humano. Chino Pérez se levantó el cuello del saco, como si tuviera frío.

-Ya puse las trampas -dijo. Renato pensó que no hacía falta decirlo. Lo había visto salir temprano, en el bote, con las trampas, preparadas para ponerlas en los nidos y comederos.

Chino Pérez acercose al fogón y se acuclilló, frotándo-se las manos. Entonces advirtió que él mismo había apaga-do el fuego y lamentó haberlo hecho. “Mañana nos vamos -pensó-. Para siempre”. Tres meses durmiendo en cualquier parte, sobre la tierra húmeda y podrida, sin encender fuego de noche, sin mostrar el bulto de día. Tenía el gusto del pes-cado pegado a la garganta. Escupió con asco.

-¿Y qué vas a hacer, gringo, con la plata?-¿La plata? -Renato parpadeó-. Volveré a la chacra

-dijo a la vuelta de un largo rato. Su padre había querido te-ner un tractor. Toda su vida había querido eso. Ahora estaba muerto, en medio del campo, y los tractores pasaban por encima de sus huesos. Muerto, para siempre, y sin estrellas. El espejismo había renacido en el hijo, más torturado y vio-lento: para hacerlo realidad a la fuerza, se había metido a nutriero. En la estancia vecina a la chacra de su padre había visto una vez un tractor de oruga, un Caterpillar pintado de rojo... Renato, acaso sin saberlo, tenía la tierra metida en todo el cuerpo, como sus padres y sus abuelos. Salió de su ensoña-ción con algo parecido a un escalofrío.

-Si la cobramos... -agregó en voz baja.Chino Pérez, cabizbajo, pateó el suelo húmedo. Oyose

un chapoteo en el agua, y una de las líneas quedó brusca-mente tirante. Empezó a retirarla, despacio, con acompasa-dos movimientos de ambas manos. Cabresteaba la tararira, veloz y frenética al extremo de la línea, mordiendo el hilo reforzado con alambre. Con un último tirón la sacó a la ori-lla. Brillaban en la boca del pescado los dientes amarillos y fuertes, y sus ojos tenían una fijeza azulina y viscosa. Chino Pérez la sujetó con el pulgar y el índice por las agallas y la

Page 32: Cuentos Para Tahures 1

32

golpeó dos veces en la cabeza con el mango de un rebenque. Después le sacó el anzuelo. Silbó en el aire la plomada de tuercas y hundióse en el agua.

Renato apagó la pipa y se puso en pie.-Voy a recorrer las trampas -dijo.-Dejá; voy yo -replicó Chino Pérez. Su acento se dul-

cificó-. Mejor que duermas un poco, hermano. Mañana hay que caminar mucho.

Renato obedeció. Acostóse sobre unas lonas, con la ropa puesta; y antes de quedarse dormido, vio por última vez la silueta de su compañero, erguido sobre el bote, remando a la luz de la luna.

Chino Pérez hundía el remo silencioso y el bote que-braba el espejo terso y pulido del agua. Dormía la laguna profunda de ecos y rumores. Las cejas de los juncales se des-tacaban nítidas y oscuras.

Chino Pérez no siguió el camino de costumbre. Un miedo supersticioso y agudo le aleteaba en la sangre. No es-taba acostumbrado al miedo. Pugnaba por sacudírselo, como un perro a un tábano. Al llegar frente a la isleta de espadañas, dejó de remar.

En el recodo de la isleta, la tarde anterior se le había aparecido el hijo del mayordomo en el bote de la estancia. Chino Pérez lo había visto una sola vez, de lejos, recorriendo el campo, pero lo reconoció en seguida. Al ver al nutriero, un gesto de hombría le había curvado los dedos en torno al rifle. No mediaron palabras, ni hacían falta. Con ese mismo gesto viril en el rostro adolescente se había doblado y había caído por la borda -un tiro en la garganta-, entre las ásperas ortigas de agua.

Chino Pérez no quiso pasar por allí. En la isleta dejaba dos buenas trampas. “Que se quede con ellas el mayordo-mo”, pensó torvamente.

El viento soplaba de la costa, peinando los juncos. Un cen-cerro trasudaba gotas de sonido en las manos heladas del aire.

Page 33: Cuentos Para Tahures 1

33

Y se hizo de pronto, a lo lejos, la noche de los perros, de los tiros, del odio desatado como una llamarada. Chino Pérez oyó las voces sordas que el encono aceraba. Se las traía el viento, acres y feroces como mordeduras.

Después fue el silencio, más súbito, más grande y terri-ble que antes. El silencio de la laguna, preñado de misterio.

De lejos lo ventearon los perros. Chino Pérez arras-trábase por el pajonal, sigiloso como un gato, en dirección al Molino Grande, en desuso desde que las aguas del cuadro se tornaron salobres.

Al pie del molino los peones de la estancia habían en-cendido una fogata. A su cárdeno resplandor se destacaba en silueta la figura del mayordomo, sombrío como la noche, los brazos cruzados, separadas las piernas, desafiando a la noche a que le quitara su venganza.

A la luz de la luna giraba la rueda del Molino Grande, como una enorme flor blanca. Giraba lentamente, detenién-dose a ratos; y amarrado a las aspas chorreando sangre, con los ojos vidriados de dolor y espanto, giraba el cuerpo tor-turado de Renato. El viento traía y llevaba sus gemidos, y la rueda giraba lentamente bajo el cielo tachonado de estrellas.

A doscientos pasos del molino se detuvo Chino Pérez para tomar aliento. Quemábanle en las manos las pinchadu-ras de los abrojos. Los perros se revolvieron, inquietos, re-crudeciendo el coro exasperado de ladridos. Siguió avanzan-do. A intervalos le llegaba el quejido estertoroso de Renato.

-Paciencia, hermanito. Paciencia.Se detuvo a cien pasos del molino.Chino Pérez no erraba nunca un tiro. A veinte metros

de distancia mataba una nutria con un tiro en el ojo, para no perforar el cuero.

-Paciencia, hermano.Alzó el winchester, despacio, muy despacio. Las miras

se clavaron en el semblante taciturno del mayordomo, vaci-laron un instante, después siguieron subiendo por el bruñido

Page 34: Cuentos Para Tahures 1

34

esqueleto del molino. La rueda dio media vuelta más y se de-tuvo chirriando, dejando a Renato vertical, de pie en lo alto, suspendido y solo, con los ojos azules extraviados.

Chino Pérez apretó el gatillo. 1)El primer portugués era alto y flaco.El segundo portugués era bajo y gordo.El tercer portugués era mediano.El cuarto portugués estaba muerto.2)-¿Quién fue? -preguntó el comisario Jiménez.a. Yo no -dijo el primer portugués.b. Yo tampoco -dijo el segundo portugués.c. Ni yo -dijo el tercer portugués.El cuarto portugués estaba muerto.

3)Daniel Hernández puso los cuatro sombreros sobre el escritorio.El sombrero del primer portugués estaba mojado adelante.El sombrero del segundo portugués estaba seco en el medio.El sombrero del tercer portugués estaba mojado adelante.El sombrero del cuarto portugués estaba todo mojado.

4)-¿Qué hacían en esa esquina? -preguntó el comisario Jiménez.a. Esperábamos un taxi -dijo el primer portugués.b. Llovía muchísimo -dijo el segundo portugués.c. ¡Cómo llovía! -dijo el tercer portugués.El cuarto portugués dormía la muerte dentro de su

grueso sobretodo.

5)-¿Quién vio lo que pasó? -preguntó Daniel Hernández.a. Yo miraba hacia el norte -dijo el primer portugués.

Page 35: Cuentos Para Tahures 1

35

b. Yo miraba hacia el este -dijo el segundo portugués.c. Yo miraba hacia el sur -dijo el tercer portugués.El cuarto portugués estaba muerto. Murió mirando al oeste.

6)-¿Quién tenía el paraguas? -preguntó el comisario Jiménez.a. Yo tampoco -dijo el primer portugués.b. Yo soy bajo y gordo -dijo el segundo portugués.c. El paraguas era chico -dijo el tercer portugués.El cuarto portugués no dijo nada. Tenía una bala en la nuca.

7)-¿Quién oyó el tiro? -preguntó Daniel Hernández.a. Yo soy corto de vista -dijo el primer portugués.b. La noche era oscura -dijo el segundo portugués.c. Tronaba y tronaba -dijo el tercer portugués.El cuarto portugués estaba borracho de muerte.

8)-¿Cuándo vieron al muerto? -preguntó el comisario Jiménez.a. Cuando acabó de llover -dijo el primer portugués.b. Cuando acabó de tronar -dijo el segundo portugués.c. Cuando acabó de morir -dijo el tercer portugués.Cuando acabó de morir.

9)-¿Qué hicieron entonces? -preguntó Daniel Hernández.a. Yo me saqué el sombrero -dijo el primer portugués.b. Yo me descubrí -dijo el segundo portugués.c. Mi homenaje al muerto -dijo el portugués.Los cuatro sombreros sobre la mesa.

10)a.. Entonces ¿qué hicieron? -preguntó el comisario Jiménez.b. Uno maldijo la suerte -dijo el primer portugués.

Page 36: Cuentos Para Tahures 1

36

c. Uno cerró el paraguas -dijo el segundo portugués.d. Uno nos trajo corriendo -dijo el tercer portugués.El muerto estaba muerto.

11)a. Usted lo mató -dijo Daniel Hernández.b. ¿Yo señor? -preguntó el primer portugués.c. No, señor -dijo Daniel Hernández.d. ¿Yo señor? -preguntó el segundo portugués.e. Sí, señor -dijo Daniel Hernández.

12)-Uno mató, uno murió, los otros dos no vieron nada

-dijo Daniel Hernández.

Uno miraba al norte, otro al este, otro al sur, el muerto al oeste. Habían convenido en vigilar cada uno una bocacalle distinta para tener más posibilidades de descubrir un taxíme-tro en una noche tormentosa.

“El paraguas era chico y ustedes eran cuatro. Mientras esperaban, la lluvia les mojó la parte delantera del sombrero.”

“El que miraba al norte y el que miraba al sur no te-nían que darse vuelta para matar al que miraba al oeste. Les bastaba mover el brazo izquierdo o derecho a un costado. El que miraba al este, en cambio, tenía que darse vuelta del todo, porque estaba de espaldas a la víctima. Pero al darse vuelta, se le mojó la parte de atrás del sombrero. Su sombre-ro está seco en el medio, es decir, mojado adelante y atrás. Los otros dos sombreros se mojaron solamente adelante, porque cuando sus dueños se dieron vuelta para mirar el ca-dáver, había dejado de llover. Y el sombrero del muerto se mojó por completo al rodar por el pavimento húmedo.”

Page 37: Cuentos Para Tahures 1

37

“El asesino usó un arma de muy reducido calibre, un matagatos de esos con que juegan los chicos o que llevan algunas mujeres en sus carteras. La detonación se confundió con los truenos (esa noche hubo una tormenta eléctrica par-ticularmente intensa). Pero el segundo portugués tuvo que localizar en la oscuridad el único punto realmente vulnerable a un arma tan pequeña: la nuca de su víctima, entre el grueso sobretodo y el engañoso sombrero. En esos pocos segundos, el fuerte chaparrón le empapó la parte posterior del sombre-ro. El suyo es el único que presenta esa particularidad. Por lo tanto es el culpable.”

El primer portugués se fue a su casa.Al segundo no lo dejaron.El tercero se llevó el paraguas.El cuarto portugués estaba muerto.Muerto.

Page 38: Cuentos Para Tahures 1

38

Page 39: Cuentos Para Tahures 1

39

Carta abierta a la Junta Militar

1. La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de

amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatién-dolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremen-te como escritor y periodista durante casi treinta años.

El primer aniversario de esta Junta Militar ha motiva-do un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades.

El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un go-bierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contri-buyeron como ejecutores de su política represiva, y cuyo tér-mino estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquida-ron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron.

Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen pudo legitimarse en los hechos recuperando el programa en que coincidieron en las elecciones de 1973 el ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en pie como expresión objetiva de la voluntad del pueblo, único significado posible de ese “ser nacional” que ustedes invocan tan a menudo.

Invirtiendo ese camino han restaurado ustedes la co-rriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y

Page 40: Cuentos Para Tahures 1

40

disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede impo-nerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina.

2. Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son

la cifra desnuda de ese terror. Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en

las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, perio-dista, observador internacional. El secreto militar de los pro-cedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio.1

Más de siete mil recursos de hábeas corpus han sido contestados negativamente este último año. En otros miles de casos de desaparición el recurso ni siquiera se ha presen-tado porque se conoce de antemano su inutilidad o porque no se encuentra abogado que ose presentarlo después que los cincuenta o sesenta que lo hacían fueron a su turno se-cuestrados.

De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez días según manda una ley que fue respetada aún en las cumbres represivas de anteriores dictaduras.

La falta de límite en el tiempo ha sido complementada con la falta de límite en los métodos, retrocediendo a épocas en que se operó directamente sobre las articulaciones y las 1 Desde enero de 1977 la Junta empezó a publicar nóminas incom-pletas de nuevos detenidos y de "liberados" que en su mayoría no son tales sino procesados que dejan de estar a su disposición pero siguen presos. Los nombres de millares de prisioneros son aún secre-to militar y las condiciones para su tortura y posterior fusilamiento permanecen intactas.

Page 41: Cuentos Para Tahures 1

41

vísceras de las víctimas, ahora con auxiliares quirúrgicos y farmacológicos de que no dispusieron los antiguos verdu-gos. El potro, el torno, el despellejamiento en vida, la sierra de los inquisidores medievales reaparecen en los testimonios junto con la picana y el “submarino”, el soplete de las actua-lizaciones contemporáneas.2

Mediante sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la guerrilla justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener infor-mación se extravía en las mentes perturbadas que la adminis-tran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido.

3. La negativa de esa Junta a publicar los nombres de los prisioneros es asimismo la cobertura de una

sistemática ejecución de rehenes en lugares descampados y horas de la madrugada con el pretexto de fraguados comba-tes e imaginarias tentativas de fuga.

Extremistas que panfletean el campo, pintan acequias o se amontonan de a diez en vehículos que se incendian son los estereotipos de un libreto que no está hecho para ser creído sino para burlar la reacción internacional ante ejecu-ciones en regla mientras en lo interno se subraya el carácter de represalias desatadas en los mismos lugares y en fecha inmediata a las acciones guerrilleras.

Setenta fusilados tras la bomba en Seguridad Federal,

2 El dirigente peronista Jorge Lizaso fue despellejado en vida, el ex diputado radical Mario Amaya muerto a palos, el ex diputado Muñiz Barreto desnucado de un golpe. Testimonio de una sobreviviente: "Picana en los brazos, las manos, los muslos, cerca de la boca cada vez que lloraba o rezaba... Cada veinte minutos abrían la puerta y me decían que me iban a hacer fiambre con la máquina de sierra que se escuchaba".

Page 42: Cuentos Para Tahures 1

42

55 en respuesta a la voladura del Departamento de Policía de La Plata, 30 por el atentado en el Ministerio de Defensa, 40 en la Masacre del Año Nuevo que siguió a la muerte del coronel Castellanos, 19 tras la explosión que destruyó la co-misaría de Ciudadela forman parte de 1.200 ejecuciones en 300 supuestos combates donde el oponente no tuvo heridos y las fuerzas a su mando no tuvieron muertos.

Depositarios de una culpa colectiva abolida en las nor-mas civilizadas de justicia, incapaces de influir en la política que dicta los hechos por los cuales son represaliados, muchos de esos rehenes son delegados sindicales, intelectuales, familiares de guerrilleros, opositores no armados, simples sospechosos a los que se mata para equilibrar la balanza de las bajas según la doctrina extranjera de “cuenta-cadáveres” que usaron los SS en los países ocupados y los invasores en Vietnam.

El remate de guerrilleros heridos o capturados en com-bates reales es asimismo una evidencia que surge de los co-municados militares que en un año atribuyeron a la guerrilla 600 muertos y sólo 10 ó 15 heridos, proporción desconocida en los más encarnizados conflictos. Esta impresión es confir-mada por un muestreo periodístico de circulación clandestina que revela que entre el 18 de diciembre de 1976 y el 3 de febrero de 1977, en 40 acciones reales, las fuerzas legales tu-vieron 23 muertos y 40 heridos, y la guerrilla 63 muertos.3

Más de cien procesados han sido igualmente abatidos en tentativas de fuga cuyo relato oficial tampoco está desti-nado a que alguien lo crea sino a prevenir a la guerrilla y los partidos de que aún los presos reconocidos son la reserva es-tratégica de las represalias de que disponen los Comandantes de Cuerpo según la marcha de los combates, la conveniencia didáctica o el humor del momento.

Así ha ganado sus laureles el general Benjamín Me-néndez, jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, antes del 24 de marzo con el asesinato de Marcos Osatinsky, detenido en

3 "Cadena Informativa", mensaje Nro. 4, febrero de 1977.

Page 43: Cuentos Para Tahures 1

43

Córdoba, después con la muerte de Hugo Vaca Narvaja y otros cincuenta prisioneros en variadas aplicaciones de la ley de fuga ejecutadas sin piedad y narradas sin pudor.4

El asesinato de Dardo Cabo, detenido en abril de 1975, fusilado el 6 de enero de 1977 con otros siete prisioneros en jurisdicción del Primer Cuerpo de Ejército que manda el general Suárez Masson, revela que estos episodios no son desbordes de algunos centuriones alucinados sino la política misma que ustedes planifican en sus estados mayores, discu-ten en sus reuniones de gabinete, imponen como comandan-tes en jefe de las 3 Armas y aprueban como miembros de la Junta de Gobierno.

4. Entre mil quinientas y tres mil personas han sido masacradas en secreto después que ustedes prohi-

bieron informar sobre hallazgos de cadáveres que en algu-nos casos han trascendido, sin embargo, por afectar a otros países, por su magnitud genocida o por el espanto provoca-do entre sus propias fuerzas.5

Veinticinco cuerpos mutilados afloraron entre marzo y octubre de 1976 en las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta la muerte en la

4 Una versión exacta aparece en esta carta de los presos en la Cárcel de Encausados al obispo de Córdoba, monseñor Primatesta: "El 17 de mayo son retirados con el en-gaño de ir a la enfermería seis compañeros que luego son fusilados. Se trata de Miguel Ángel Mosse, José Svagusa, Diana Fidelman, Luis Verón, Ricardo Yung y Eduardo Hernández, de cuya muerte en un intento de fuga informó el Tercer Cuerpo de Ejér-cito. El 29 de mayo son retirados José Pucheta y Carlos Sgadurra. Este último había sido castigado al punto de que no se podía mantener en pie sufriendo varias fracturas de miembros. Luego aparecen también fusilados en un intento de fuga".

5 En los primeros 15 días de gobierno militar aparecieron 63 cadáveres, según los dia-rios. Una proyección anual da la cifra de 1500. La presunción de que puede ascender al doble se funda en que desde enero de 1976 la información periodística era incompleta y en el aumento global de la represión después del golpe. Una estimación global verosímil de las muertes producidas por la Junta es la siguiente. Muertos en combate: 600. Fusi-lados: 1.300. Ejecutados en secreto: 2.000. Varios. 100. Total: 4.000.

Page 44: Cuentos Para Tahures 1

44

Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en el Río de la Plata por buques de esa fuerza, incluyendo el chico de 15 años, Floreal Avellaneda, atado de pies y manos, “con lastimaduras en la región anal y fracturas visibles” según su autopsia.

Un verdadero cementerio lacustre descubrió en agos-to de 1976 un vecino que buceaba en el Lago San Roque de Córdoba, acudió a la comisaría donde no le recibieron la denuncia y escribió a los diarios que no la publicaron.6

Treinta y cuatro cadáveres en Buenos Aires entre el 3 y el 9 de abril de 1976, ocho en San Telmo el 4 de julio, diez en el Río Luján el 9 de octubre, sirven de marco a las masacres del 20 de agosto que apilaron 30 muertos a 15 kilómetros de Campo de Mayo y 17 en Lomas de Zamora.

En esos enunciados se agota la ficción de bandas de derecha, presuntas herederas de las 3 A de López Rega, ca-paces de atravesar la mayor guarnición del país en camiones militares, de alfombrar de muertos el Río de la Plata o de arrojar prisioneros al mar desde los transportes de la Pri-mera Brigada Aérea7, sin que se enteren el general Videla, el almirante Massera o el brigadier Agosti. Las 3 A son hoy las 3 Armas, y la Junta que ustedes presiden no es el fiel de la ba-lanza entre “violencias de distintos signos” ni el árbitro justo entre “dos terrorismos”, sino la fuente misma del terror que ha perdido el rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte.8

6 Carta de Isaías Zanotti, difundida por ANCLA, Agencia Clandestina de Noticias.

7 "Programa" dirigido entre julio y diciembre de 1976 por el bri-gadier Mariani, jefe de la Primera Brigada Aérea del Palomar. Se usaron transportes Fokker F-27.

8 El canciller vicealmirante Guzzeti en reportaje publicado por "La Opinión" el 3-10-76 admitió que "el terrorismo de derecha no es tal" sino "un anticuerpo".

Page 45: Cuentos Para Tahures 1

45

La misma continuidad histórica liga el asesinato del general Carlos Prats, durante el anterior gobierno, con el secuestro y muerte del general Juan José Torres, Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz y decenas de asilados en quienes se ha querido asesinar la posibilidad de procesos de-mocráticos en Chile, Bolivia y Uruguay.9

La segura participación en esos crímenes del Depar-tamento de Asuntos Extranjeros de la Policía Federal, con-ducido por oficiales becados de la CIA a través de la AID, como los comisarios Juan Gattei y Antonio Gettor, someti-dos ellos mismos a la autoridad de Mr. Gardener Hathaway, Station Chief de la CIA en Argentina, es semillero de futuras revelaciones como las que hoy sacuden a la comunidad in-ternacional que no han de agotarse siquiera cuando se escla-rezcan el papel de esa agencia y de altos jefes del Ejército, encabezados por el general Menéndez, en la creación de la Logia Libertadores de América, que reemplazó a las 3 A has-ta que su papel global fue asumido por esa Junta en nombre de las 3 Armas.

Este cuadro de exterminio no excluye siquiera el arreglo personal de cuentas como el asesinato del capitán Horacio Gándara, quien desde hace una década investigaba los negociados de altos jefes de la Marina, o del periodista de “Prensa Libre” Horacio Novillo, apuñalado y calcinado después que ese diario denunció las conexiones del ministro Martínez de Hoz con monopolios internacionales.

A la luz de estos episodios cobra su significado final la definición de la guerra pronunciada por uno de sus jefes: “La lucha que libramos no reconoce límites morales ni naturales,

9 El general Prats, último ministro de Ejército del presidente Allende, muerto por una bomba en setiembre de 1974. Los ex parlamentarios uruguayos Michelini y Gutiérrez Ruiz aparecieron acribillados el 2-5-76. El cadáver del general Torres, ex presidente de Bolivia, apareció el 2-6-76, después que el ministro del Interior y ex jefe de Policía de Isabel Martínez, general Harguindeguy, lo acusó de "simular" su secuestro.

Page 46: Cuentos Para Tahures 1

46

se realiza más allá del bien y del mal”.10

5. Estos hechos, que sacuden la conciencia del mun-do civilizado, no son sin embargo los que mayores

sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores vio-laciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad ma-yor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.

En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el in-greso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar11, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales.

Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisio-nes internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del 9%12 prometiendo aumentarla con 300.000 nue-vos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los trabajado-res han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos

10 Teniente Coronel Hugo Ildebrando Pascarelli según "La Razón" del 12-6-76. Jefe del Grupo I de Artillería de Ciudadela. Pascarelli es el presunto responsable de 33 fusilamientos entre el 5 de enero y el 3 de febrero de 1977.

11 Unión de Bancos Suizos, dato correspondiente a junio de 1976. Después la situación se agravó aún más.

12 Diario "Clarín".

Page 47: Cuentos Para Tahures 1

47

casos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron.13 Los resultados de esa política han sido fulminantes. En

este primer año de gobierno el consumo de alimentos ha dis-minuido el 40%, el de ropa más del 50%, el de medicinas ha desaparecido prácticamente en las capas populares. Ya hay zo-nas del Gran Buenos Aires donde la mortalidad infantil supera el 30%, cifra que nos iguala con Rhodesia, Dahomey o las Guayanas; enfermedades como la diarrea estival, las parasito-sis y hasta la rabia en que las cifras trepan hacia marcas mun-diales o las superan. Como si esas fueran metas deseadas y buscadas, han reducido ustedes el presupuesto de la salud pú-blica a menos de un tercio de los gastos militares, suprimiendo hasta los hospitales gratuitos mientras centenares de médicos, profesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por el terror, los bajos sueldos o la “racionalización”.

Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y adornan la Plaza de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas sus pla-yas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus residuos industriales, y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe.

Tampoco en las metas abstractas de la economía, a las que suelen llamar “el país”, han sido ustedes más afortuna-dos. Un descenso del producto bruto que orilla el 3%, una deuda exterior que alcanza a 600 dólares por habitante, una inflación anual del 400%, un aumento del circulante que en

14 Prensa Libre, 16-12-76.

Page 48: Cuentos Para Tahures 1

48

solo una semana de diciembre llegó al 9%, una baja del 13% en la inversión externa constituyen también marcas mundia-les, raro fruto de la fría deliberación y la cruda inepcia.

Mientras todas las funciones creadoras y protectoras del Estado se atrofian hasta disolverse en la pura anemia, una sola crece y se vuelve autónoma. Mil ochocientos millones de dólares que equivalen a la mitad de las exportaciones ar-gentinas presupuestados para Seguridad y Defensa en 1977, cuatro mil nuevas plazas de agentes en la Policía Federal, doce mil en la provincia de Buenos Aires con sueldos que duplican el de un obrero industrial y triplican el de un direc-tor de escuela, mientras en secreto se elevan los propios suel-dos militares a partir de febrero en un 120%, prueban que no hay congelación ni desocupación en el reino de la tortura y de la muerte, único campo de la actividad argentina donde el producto crece y donde la cotización por guerrillero abatido sube más rápido que el dólar.

6. Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al

Zaire o a Chile, a Uruguay o Indonesia, la política económi-ca de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la U.S.Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete.

Un aumento del 722% en los precios de la producción animal en 1976 define la magnitud de la restauración oli-gárquica emprendida por Martínez de Hoz en consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su presidente Celedonio Pereda: “Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos”.14

14 Prensa Libre, 16-12-76.

Page 49: Cuentos Para Tahures 1

49

El espectáculo de una Bolsa de Comercio donde en una semana ha sido posible para algunos ganar sin trabajar el cien y el doscientos por ciento, donde hay empresas que de la noche a la mañana duplicaron su capital sin producir más que antes, la rueda loca de la especulación en dólares, letras, valores ajustables, la usura simple que ya calcula el interés por hora, son hechos bien curiosos bajo un gobierno que venía a acabar con el “festín de los corruptos”.

Desnacionalizando bancos se ponen el ahorro y el cré-dito nacional en manos de la banca extranjera, indemnizando a la ITT y a la Siemens se premia a empresas que estafaron al Estado, devolviendo las bocas de expendio se aumentan las ganancias de la Shell y la Esso, rebajando los aranceles aduane-ros se crean empleos en Hong Kong o Singapur y desocupa-ción en la Argentina. Frente al conjunto de esos hechos cabe preguntarse quiénes son los apátridas de los comunicados oficiales, dónde están los mercenarios al servicio de intereses foráneos, cuál es la ideología que amenaza al ser nacional.

Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados no pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aún si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agrava-das por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas.

Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mu-cho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.

Page 50: Cuentos Para Tahures 1

50

Page 51: Cuentos Para Tahures 1

51

Santander, 29 de Marzo 2011

Page 52: Cuentos Para Tahures 1

52http://espaciodeescrituracreativaeltaller.blogspot.com/http://ramonqu.wordpress.com/http://20navajasuiza10.wordpress.com/

Page 53: Cuentos Para Tahures 1

53

Page 54: Cuentos Para Tahures 1

54