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Cuentos para leer en el jardín - III Ediciones Mis Escritos Buenos Aires - Argentina

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Cuentos para leer

en el jardín - III

Ediciones Mis Escritos

Buenos Aires - Argentina

Cuentos para leer

en el jardínIII

Antología internacionalde narrativa

Textos Elegidos

Ediciones Mis EscritosBuenos Aires - Argentina

2017

Cuentos para leer en el jardín / Alfonso, Graciela Marta... [et al.] ; compilado por Cristina Beatriz Monte. -

1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :Mis Escritos, 2017.

Libro digital, Exebook

Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-4004-39-0

1. Cuentos. I. Alfonso, Graciela MartaII. Monte, Cristina Beatriz, comp.

CDD A863

© Ediciones Mis EscritosTodos los derechos reservados

Queda prohibida la reproducción total o parcial de estaobra, por cualquier medio o procedimiento, sin el con-sentimiento explícito de Ediciones Mis Escritos y/o los

autores intervinientes.

Editado por Ediciones Mis EscritosAgosto de 2017

Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723

Y ahora... «Cuentos para leer en el jardín».

3ra selección de cuentos en el marco de la

convocatoria «Textos elegidos». Treinta y cuatro

obras que nos llevan por variados caminos,

diferentes voces de la narrativa contemporánea.

Esperamos que disfruten de esta entrega.

Cristina Beatriz Monte

Poeta - Editora

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Graciela Marta AlfonsoCdad Autónoma de Buenos Aires

Un Animal Celeste

Hecidée alargó su mano para sentir lalluvia, miles de gotas danzaban informes, enla curvatura de su pálida piel; pero solo unagota fue mutándose en una diáfana perlacon destellos celestes.

Hecidée fascinada contempló la rápidametamorfosis, pronto surgiría de esa esferainquieta un ser nuevo y desconocido, unpequeño animal celeste, hijo de la lluvia.

La gota hizo eclosión y una segunda lluviaceleste cubrió la mano de Hecidée, elpequeño animal era hexagonal, comenzó acaminar erguido sobre sus dos finas ydelgadas patas, las otras dos a manera de

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brazos, le sirvieron para despejar de suspárpados unas escamas triangulares yblancas que cayeron al menor toque.

Lo más bello del animal celeste eran susojos profundos y transparentes de dimensiónexagerada.

Hecidée conmovida por el nacimiento delextraño ser, contempló como una lágrimaquedó suspendida en la suave piel delpequeño animal.

De pronto, los ojos del animal celeste, seposaron en la mirada concentrada y firme deHecidée, simbolizó el lenguaje más recónditode lejanos siglos de creación; las palabras noeran necesarias para expresar toda su quietasabiduría.

Hecidée percató que carecía de boca y dehaberla tenido pensó, seguramente noposeería esa clara fuerza en la mirada.

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El animal celeste siguió contemplando aHecidée, sus finas patas se alargaron y suscuatro dedos cobraron forma de laúd consiete esferas entre las cuerdas.

Era la música más bella y celestial queHecidée escuchó sobre la tierra.

El animal al tocar observaba conmelancolía a Hecidée, porque sabía quecuando la melodía cobrara gran intensidad,las esferas comenzarían a quebrarse.

La lluvia estaba cesando, sutiles ybrillantes colores se mimetizaban en

el cielo; las siete esferas estallaron en unacorde inmenso y los cuatro dedos del animalceleste se desdibujaron, solo sus ojoscontinuaban impasibles observando lamirada angustiada e impotente de Hecidée.

El aguacero había finalizado y un rayomoribundo de sol penetró por el cuerpohexagonal del animal celeste, acelerando aún

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más su destrucción. El hijo de la lluvia debíaperecer con ella.

Su mirada inquietante y sabía fue lo quemás demoró en desvanecerse, hasta el últimoinstante de su efímera vida la mantuvointensamente sobre los ojos de Hecidée,poblados de lágrimas, pero agradecidos dehaber participado, en la comunicaciónespiritual y el mensaje infinito, quepermanecerá esculpido con el ritmo deaquella melodía sagrada, fluyendo con lassiete esferas de la creación, traspasando lanaturaleza fantástica de lo eterno.

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María Elvira ÁlvarezAlejandro Korn (Buenos Aires) – Argentina

Suave y húmeda

El agua corría burbujeando sobre el finocuerpo de alabastro, arrullándolo con surumor fresco y acariciante.

Ella estaba erguida, con un cántaroapoyado sobre su hombro izquierdo, con unasuave sonrisa, su mirada perdida en elhorizonte y los pies firmemente adheridosal pedestal que la sostenía y retenía a la vez.Su cuerpo se apreciaba envuelto apenas poruna túnica tenue que se apegaba a él,marcando sus formas perfectas.

La vi al pasar, ella no me vio, altiva yserena en medio del jardín, mostrando altranseúnte su figura clásica que recordaba los

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remotos días de la antigua Grecia. Desde esemomento, cada vez que pasaba frente a lamansión que la cobijaba, mis ojos se posabanen la fina figura, alba y húmeda,recreándome en su inmóvil belleza.

Pero un día me sorprendió su ausencia,sólo quedaba de ella su base truncada. Mehubiera gustado tocar el timbre y preguntarqué había pasado con la fuente, pero no meatreví. Temí que a sus dueños les molestarami injustificada intromisión.

Tiempo después, otra fuente reemplazóa la que había sido objeto de mis .miradas.Un angelito orinando había tomado el lugarde la fina doncella. No pude soportarlo y,desde ese día, cambié mi recorrido habitualy nunca más pasé por frente a la casa,conservando, en cambio, en mi mente, elrecuerdo del agua fresca resbalando por elcuerpo de la ninfa.

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Alicia AngeliVilla María (Córdoba) - Argentina

La nona

Pensó:

«Después de tantos años puedodescansar…».

Un leve suspiro se le escapóinvoluntariamente. Sentada en la mecedora,con la vista fija en el nogal, el sopor de lasiesta la envolvió y sin darse cuenta empezóa escuchar sus pensamientos, que comopétalos se fueron abriendo.

«Cuando era niña, en casa de mis abueloshabía una glicina. Si cierro los ojos puedo versus racimos color lavanda y recordar superfume, dulce y empalagoso. Ese es el olor

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de mi infancia. Todavía siento las manos dela abuela trenzando mis cabellos».

«Fue serena esa época…, menosmal,...porque lo que vendría después ni melo imaginaba. Sí,…en aquellos tiempos, tenerquince años ya te habilitaban para casarte,¡Ja!...que distinto es vestir y desvestirmuñecos, a criar los hijos, que fueronllegando, uno tras otro, sin pensarlosiquiera».

«El viejo, no quiero nombrarlo, llegó deimproviso, casi no lo conocía,… apenas unbeso robado en la mejilla, y luego, sin muchaceremonia era su mujer.

«De la niñez pasé a ser adulta de la nochela mañana. Si,…en una noche, maldita noche,toda la bonanza se transformó enporquería,…sí,…en porquería. Ni laVirgencita escuchó mis ruegos ¡Qué sabía yode matrimonio!, ¿eh? ¿Quién me explicó cómo

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sería la famosa noche de bodas?,… nadie, sipuede decirse que hasta mi madre metraicionó, me entregó a ese verdugo, esabestia desaforada. El miedo me paralizó, y avergüenza, ¡sí!...no quiero ni pensar, ¡no! noquiero pensar. Como si rasgaran una sábanase partió mi vida en dos. Me estremecen losrecuerdos,…siento frío y asco».

La nona recuerda, recuerda y calla, nadiesabe de sus pensamientos.

«¿Por qué será que hoy estoy tanacongojada? Se me vienen los recuerdos,parecen caballos desbocados, y…, bueno,…alguna vez hay que hacer balance».

«Los hijos me salieron trabajadores, y lasnueras son buenas mujeres, más modernas,pero eso está bien, no como una, que no sabíanada, trabajaba y paría, sólo para esoservíamos. Ellas pudieron estudiar,opinan,…ya iba yo a decir lo que pensaba,

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con la mirada me fulminaba el viejo. Menosmal que el diablo se lo llevó, y que no losuelte. Ya hace como veinte años que se fuey por suerte del cementerio no se vuelve».

«Estoy tranquila, si bien bajé muchasveces la cabeza y me tragué las humillaciones,hoy puedo decir que no tenía otra salida. Lascosas eran así,… a más de una le pasó lomismo».

Recorre el patio con la mirada.

«Está lindo el solcito de la siesta, tibio,acogedor, tengo sueño, mucho sueño,…voya cerrar un ratito los ojos, siento como queme pican, como cuando se tiene el llantoatravesado en la garganta , pero…, para quéllorar el pasado. Lo hecho, hecho está. Hayvidas mejores, pero a mis hijos y a mis nietosnadie me los quita. Ellos fueron y son mifelicidad».

La encontraron con una leve sonrisa en

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los labios, estaba sentada en la mecedora,quietita.

Sin un quejido se abandonó. LaVirgencita vino a buscarla.

Alicia AngeliVilla María (Córdoba) - Argentina

Allá en el sur

El olor a pan caliente perfora la mañana.Silba la pava. El mate cocido, en tazasesmaltadas, eleva humos espiralados, queenrojecen las mejillas de la peonada en elgalpón.

Es tiempo de esquila.

Allá en el sur, en esa tierra de horizonteslejanos, el aire corta a cuchillo las pielescurtidas.

El balido del ganado es música celestialpara el patrón. Para el esquilador, sólomonedas.

Con sus bombachas raídas, sus camisas a

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cuadros y sus fajas enroscadas como lianas ala cintura, amarran las ovejas. Aprisionan susmiembros para inmovilizarlas. Así puedendesprender esa lana espesa que abultará losbolsillos de sus amos, que todavía seconducen como señores feudales.

Allá en el sur, las cifras tienen muchosceros. Cada estancia tiene miles de hectáreas,miles de cabezas de ganado, la esquila dejamiles de dólares.

Allá en el sur, los dueños se cuentan conlos dedos de una mano.

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Alicia AngeliVilla María (Córdoba) – Argentina

Amor de porcelana

Todo comenzó cuando me invitaste atomar un té.

«La Esperanza», ubicada en la esquina deBuenos Aires y General Paz, era la confiteríade moda, por aquellos lejanos días, cuandoVilla María, dejaba de ser un pequeñopoblado y se transformaba en ciudad.

Nos atendió un mozo muy atildado, quenos sugirió uno rarísimo, no recuerdo si eratailandés o ceilandés. En ese momento nadaimportaba. Sólo contaba nuestra mirada,escarbando en el interior del otro,vislumbrando algún futuro, que en ese

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instante fugaz y eterno nos ligaba en unaansiedad compartida.

Todo fue frágil, etéreo, casi traslúcidocomo el fondo de la taza, que al mirar nospermitió ver una figura de flor o estrella,hecha de granitos de arroz.

Yo, enamorada y supersticiosa, vi un buenaugurio, ya que a los novios les arrojan arrozpara que tengan felicidad, prosperidad,fertilidad…

Con la mirada prendida en la del otro,apenas nos rozamos los dedos y unaelectricidad nos recorrió el cuerpo. Vibramosal unísono. No escuchamos ni campanas, nimúsica de violines. El entorno no contaba enese momento mágico.

«

El recuerdo de ese día, volvió como tantasveces, una tarde, mientras con una taza deté, entibiándome las manos, miraba sin ver,

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detrás de los cristales moteados por lallovizna.

Mis ojos estaban empañados, ya no habíafuego en ellos.

Ese instante perfecto, se fueresquebrajando. La rutina fue la protagonistadel desgaste.

Ese día, sin previo aviso, ese cuenco dondedepositamos todos nuestros sueños, quizápor el cansancio del día, quizá porque nuestropulso ya no era tan firme, resbaló de mismanos. Se desprendió como un pétalo derosa, rodó, y se hizo añicos. Sólo quedaronsus restos esparcidos por el suelo.

Movida como por un resorte, tomé mimaleta, puse lo elemental dentro de ella y,con mi impermeable y mi paraguas salí, nosin antes dejar una breve nota:

«No me busques».

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De esta manera se nos quebró el amor.Un amor tan frágil como la porcelana.

Cerré. Tiré las llaves por el buzón y,obligándome a poner un pie delante del otro,me fui diluyendo entre los peatones.

Poco a poco me tragó la ciudad.

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Nadia Mabel BarrioCdad Autónoma de Buenos Aires – Argentina

La regadera

Un giro repentino casi me tira de la cama,agitado, con las manos agarrotadas sujetastenazmente al borde de la sábana, empapadode un sudor que se me empezaba a enfriarsobre la piel y gritando las extrañas palabras:–¡LA REGADERA! ¡LA REGADERA! -. Asífue el estado calamitoso en el que medesperté esta mañana.

Cuando me di cuenta que estaba a salvoen mi cama trate de armar en mi memorialos fragmentos del sueño que me dejaron así.De a poco fui construyendo en mi cabeza elrecuerdo, a veces uno no sabe muy bien sien realidad recuerda el sueño o si es uno

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mismo el que, con la conciencia biendespierta, arma una historia que cree quesoñó y trata de darle una explicación.

Las imágenes retaceadas se fueronacomodando… Íbamos en el micro con Titocamino a Mendoza, un viaje que veníamosplaneando hacía un año ya cuandoempezamos a hacer juntos el curso dealpinismo. Estaba claro porque soñaba coneso, era el viaje que íbamos a emprender aldía siguiente, evidentemente la ansiedad setradujo en sueño.

Tito ya se había acomodado en el asientocuando sacó un crucigrama del bolsillo de unaenorme campera, demasiado grande para él,lápiz en mano me pregunta - Cordillera másalta del planeta que se encuentra en elcontinente asiático, 8 letras - ; - Himalaya -contesto casi automáticamente aunque noestaba muy seguro de la respuesta. Hasta ahíel sueño es consecuente a nuestro viaje. Sigo

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recordando y acá es donde se pone raro, Titose levantó y empezó a revolver los bolsosmientras me preguntaba insistentemente –¿trajiste la regadera? - ; -¿Qué regadera? - Lepreguntaba yo - ¡La regadera! ¡No me digasque no la trajiste! Y ahora ¿cómo vas a hacerpara escalar la montaña? - de pronto suangustia por la regadera se volvió miangustia, ¡es verdad! Como iba a hacer paraescalar sin la regadera, sabíainconscientemente que no necesitaba de ellapara subir una montaña, pero extrañamentese volvió de vida o muerte para mí solucionarel asunto de la regadera. - me bajo y voy abuscarla- le dije en mi desesperación y apesar que estábamos en el medio de la ruta.Tito revolvía los bolsillos de su camperónfrenéticamente y con una sonrisa de aliviome dice – ¡No te preocupes! Acá tengo unaregadera de más - mientras de formafísicamente imposible saca el artefacto de un

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bolsillo, - pensé que la había dejado en la otracampera, úsala y cualquier cosa si se gastaseguramente en Mendoza deben vender¡imagínate que se dedican a eso!- Mástranquilos y con la regadera acurrucada enel medio de los asientos nos dedicamos adisfrutar del viaje.

Con la sensación de haber recorridokilómetros ya íbamos mirando el paisaje,Tito continuaba torturándome con sucrucigrama - Soporte de forma triangular quese utiliza para colgar ropa - ; - Percha- contestéyo y como si esto hubiera sido una orden viaparecer al costado de la ruta una vieja todadesgreñada persiguiendo a alguien o algo alos gritos y revoleando una percha a modode sable. Tito en ningún momento se dacuenta de esto y prosigue - Mamíferocarnívoro doméstico de la familia de loscaninos, 5 letras - ; - Perro - le contesto, altiempo que me doy cuenta de a quien

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perseguía la vieja. Un chucho masdesgreñado que ella corría medio rengollevando colgada del hocico la regadera queun rato antes había sacado Tito del bolsillo yque descansaba sobre nuestro asiento; volteola cabeza para asegurarme pero la regaderaya no estaba ahí, ¿cómo podía ser? ¿Cómo elperro había podido robársela? y lo que espeor, ¿Cómo iba a hacer yo para escalar sinregadera? - ¡El perro! ¡CUIDADO CON ELPERRO! - Grito cuando ya es demasiadotarde, el pichicho se había cruzado delantedel micro seguido por la vieja, el chofervolanteó para esquivarlos y lo próximo quesiento es el micro dando vueltasinterminables. Tito, yo, los bolsos y los demáspasajeros acompañamos las vueltas como siestuviéramos adentro de un lavarropas.Gritos de terror y llanto me rodean peroirrisoriamente yo solamente podía pensar enla regadera…En ese momento desperté. Con

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el sabor amargo a premonición que me dejóla pesadilla intenté despejarme tomando unbaño y traté de convencerme de que sólo fueun sueño y no un mal augurio.

Más sereno emprendí el camino hacia laterminal de ómnibus. Creo que terminé deordenar mi cabeza un segundo antes de subiral micro. Tito hablaba sin parar y eso meayudó un poco. Acomodado en el asiento ledigo – No sabes lo que soñé anoche – y antesde que pudiera continuar Tito me interrumpe- Espera, espera antes de contarme tenés queayudarme con algo que me está volviendo loco- permanezco mirando por la ventanillamientras el rebusca algo en su bolsillo, - Listoya está - dice Tito - a ver si vos la sabes«Recipiente portátil para regar, compuesto poruna boca con orificios por donde se esparce elagua», 8 letras–

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Nadia Mabel BarrioCdad Autónoma de Buenos Aires – Argentina

Lo necesario

La oscuridad se corrió un poco más, justoahí detrás del último recuerdo diurno, ahíun pasito más atrás del repaso inconscientede las tareas hechas en el día.

Voy un escalón mas abajo y ya estoy enel patio de tu casa; lo veo todo tan grande,las macetas de cemento, el viejo piletón delavar la ropa, la banqueta de hierro en la quete sentabas por la tarde a escuchar la radio;todo parece tan grande y yo que vuelvo a sertan chica.

Mas al fondo vislumbro el antiguozaguán, lo percibo largo muy largo yprofundo, no puedo ver la puerta de entrada

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pero tengo la certeza de su existencia, tratode llegar a ella sin poder moverme y caigode rodillas sobre los ásperos baldosones derombos, mi pequeña rodilla de niña sangrapor el raspón y el golpe es seguido por elalarido de mi llanto inconsolable. Dentro deluniverso onírico soy consciente de que laherida no es la responsable de ese dolor, lacausa viene de mucho mas afuera, mas alládel sueño, es intangible en este mundo peromuy angustiante cuando estoy despierta.

Desde el fondo del interminable pasilloescucho tu voz y el dolor parece explotar enpedido de auxilio. Y ahí estas, parado a unpaso de mis pequeños bracitos de nena queal tocarte se vuelven mis brazos de adulta yen ese abrazo lloro amargamente, te pido queno me sueltes, que me lleves con vos y meprotejas.

Y acurrucada en ese abrazo que siento tanreal tu voz me dice que no me preocupe –

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Todo va a estar bien – escucho en el aire y eldolor flota un poco más lejos. No te quierosoltar pero poco a poco la vigilia me vaarrancando tu presencia y despierto aun conla cálida sensación de tu abrazo todavía a mialrededor.

Ya con los ojos abiertos, el dolor máslejano y tus palabras resonando aun en micabeza siento, gracias a ese abrazo que nuncase deja de necesitar, que todo va a estar bien.

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Nadia Mabel BarrioCdad Autónoma de Buenos Aires

Va a llover

-Parece que va a llover- dijiste rompiendoel silencio que hacía rato invadía la casa.

- Si – te contesté secamente

¿Ya no quedaba nada entre nosotros? Erauna pregunta que a menudo me torturaba,no me animaba a dar el primer paso en laruptura después de tanto tiempo juntos yera evidente que ella tampoco. Yosospechaba que pudo haber algunainfidelidad, no era que me importara tanto,ya no la amaba eso era seguro y quizás medolía un poco el ego pero nada más, aparteyo también había tenido mis cosas, no erajusto usar las de ella como motivo y quedar

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impune. Sin embargo ninguno de los dos seanimaba a romper con el otro, ¿por qué? Nosé, lo que sí sé, es que existía entre nosotrosese perpetuo y sagrado silencio de lo que nose habla.

-Mira que nubes negras y el temporal que selevantó- prosiguió ella al rato asomada a laventana.

- Si - le dije - ¿se viene una de aquellas no?– Griselda hizo una pausa, sostuvo su tazade café con ambas manos y contestó algodubitativa – Seeee …¿Por qué lo decís?-

- No por nada, por el temporal o ¿de quéestamos hablando?- Le dije sabiendo que ellacomprendía perfectamente que nohablábamos del clima.

- Claro sí, del temporal – contestóllevándose la taza a los labios, hizo una pausaextensa disimulada con el sorbo de café, enla que seguramente anticipaba las movidas

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que iba a hacer si yo llegaba a sacar el tema.Como defender su posición y enroscar lahistoria para que la culpa recaiga sólo en mí.Hasta debía estar planificando la cantidad delágrimas que era correcto echar en proporcióna los años que estuvimos juntos. A esohabíamos llegado, a cuantificar nuestrasemociones para que sean políticamentecorrectas.

- ¡Se largó! – dijo de repenteinterrumpiendo mis pensamientos. – Sí selargó- contesté en automático – ¿y nosotrosqué vamos a hacer?- Me animé a decir.

Ella seguía mirando la ventana comoreconociendo en esas gotas que se perdíanen el asfalto el amor que hoy se nos escurríade las manos. Hizo una pausa aún más largaque las anteriores. Sabía que ella entendíade lo que hablaba pero quería su respuestaabierta, yo no iba a ser el que empezara con

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esto, debía ser ella, darme el pie al menos,para no tener que ser yo quien asuma todala culpa de echar estos años a la nada.

- ¿Qué hacemos con qué? – al fin respondió.Me sacaba de quicio esa actitud pasiva queno me permitía explotar y decir todo de unavez, Griselda la había usado una y otra vezen estos años para evitar cualquier discusión.

– ¿Qué, que hacemos? ¿Vos y yo con esto?¿Qué hacemos?- el repiqueteo de las gotassobre el vidrio parecía contar los segundosque ella tardaba en procesar cada palabra ycontestar. Seguía aferrada a su taza de café ya su ventana, buscando quizás algunarespuesta en los charcos que las gotas queantes creía perdidas habían formado, ahíhabían ido a parar creando algo tan grandeque ninguna de ellas podía controlar, quetomó su propia forma independiente de lagota que lo inició, como nosotros, como

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nuestra relación que inevitablementeterminara desbordándonos.

-¡Y nos quedamos acá! - respondió ella convoz nerviosa - Hasta que pase todo, ¿O vostenés algún lugar adonde ir? – y por primeravez desvió la vista de la ventana paramirarme. Me sostuvo la mirada desafianteincitándome a que lo diga, a que lo haga, aque termine con todo, a que de una vez portodas de el primer paso.

El resplandor de un relámpago seguidodel ruido del trueno nos obligó a romper latensión y desviar la vista hacia la ventana.Así somos nosotros pensé, estamos al mismomomento en la misma tormenta pero vossiempre sos más rápida, siempre vas un pasoadelante mío, anticipando mi jugada ydejándome rugiendo solo.

- No hay ningún lugar adonde ir - concluyoella y volvió a absorberse en la ventana.

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El silencio volvió a invadir la habitación,sólo se oía la lluvia y los sorbos eternos delcafé de Griselda, rato más tarde la tormentapasó y ambos salimos de la casa. Nosdespedimos en la vereda, yo fui para unaesquina y ella hacia la otra, no había adondeir es verdad, pero nos fuimos igual.

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Rossana CantarelyNuevo Cuscatlán – El Salvador

Huele

Esta tarde de abril me di cuenta conmucha claridad de otro poder extraordinariodel que desconocía en mí, pues comoanteriormente les he contado soy de aquellosque tienen sinestesias vívidas, sí sinestesiasvívidas. El aire de la tarde sobre todo el delas cuatro de la tarde, cuando la tardeempieza a caer y la luna asoma anunciandola noche, me hiere la piel al paso y esestridente el ruido de las bocinas de los carrospor las calles porque no puedo taparme losoídos como puedo cerrar los párpados. Yademás escucho cualquier secreto a unadistancia de unos 12 o 15 metros sí eso es

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incómodo pues a veces he tenido queregresarme a decirles un par de palabrotas aaquellos que me saludan y a los 13 o 14metros de distancia están hablando de mí, síse han sorprendido de darse cuenta queescuchó muy bien cada palabra secreteada alo lejos. También creo yo que ya les hecontado que logro escuchar el chasquido delas patas de los insectos que rondan en lanoche, detesto las cucarachas que se llamanunas a otras con ese roce ensordecedor en elque chasquean las patas peludas y sientoasco, a veces puede ser monstruoso serhipersensible pues un zancudo puedeenloquecerme, cada ruido me despierta ydigo a mi pareja escuchaste y el se ríe comodiciendo no he escuchado nada, duérmete yay el ruido sigue allí constante, pero solo yo leescucho. Paso a otro detalle, y voy a contarlesde este nuevo súper poder, consiste en oleren demasía, oler hasta las emociones, por

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ejemplo oler el miedo, sí ese fue el detonante.Empecé a oler el miedo. Ustedes quizás dirán,pero eso lo hacen los perros y es cierto peromi capacidad desborda esa forma instintivade oler. Les contaré los detalles y es que logrooler las feromonas que expulsa el cuerpohumano cuando siente miedo y por supuestosé leer las actitudes de aquellos que se meacercan o no, pero eso es más un análisis deldiscurso, una análisis semántico y semióticode las distancias y de los gestos, de lasposturas, de los secretos de los además, delos detalles del cuerpo y de sus sombras ysilencios.

Continuemos, cuando siento ese olor, amiedo oscuro y pusilánime, todos missentidos se ponen en alerta en total defensay esto realmente me ha ayudado a mí y aalgunos de mis amigos a salvar situacionesespecíficas de peligro inminente. Así que no

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era algo que me contrariara. Hoy estoyperfeccionándome y ya logro oler tambiénla angustia, aunque en ese caso es másdoloroso porque la angustia es una sensacióndesgastante y huele a un proceso depodrición lento, además estoy logrando olerla alegría y el dolor. La la alegría pues huelea frutas entre sazonas y maduras, es un olordelicioso que seduce en cambio el dolor huelea tonalidades de grises, a impotencia, a vecestambién a angustia, y otras veces huele aárbol cortado, huela a agua sucia-estancada.Ayer lloré intensamente porque empecé aoler el dolor fuertemente como cuando unohuele el disolvente de pintura muy cerca,sentí mareos, un fuerte dolor de cabeza y unasensación de desasosiego y de impotencia sequé es mi sinapsis. Las neuronas sensorialesolfativas detectan el dolor inmediatamentesobre todo en las madres que lloran por sushijos, ese dolor entrañable produce una señal

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eléctrica y esta empieza a propagarse a lolargo del sistema nervioso hasta undeterminado punto en el que no se detienenestas conexiones y logran ir más allá, paraenviar la señal sináptica del olor al dolor.

Pero el problema que he tenidoúltimamente es que me enfrento a variedadde olores respecto al dolor es decir que nohay solamente un dolor sino que son muchosy por ende son muchas las variaciones delolor del dolor. El dolor del despecho es unolor fétido, hediondo que se vuelve molestoporque empieza leve y luego es como unruido ensordecedor que se esparce como unaalarma de incendios que no para de sonaraunque no haya un incendio cerca.

El sentido del olfato, ese poder de olercon intensidad es muy importante para miesencia, creo que siempre me ha servido parasobrevivir o supervivir. Hay momentos en

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los que he logrado oler el fuego cercano y noverme involucrado en el peligro de las llamas.Además en este espacio tan urbano y plagadode violencia de todo tipo estoy aprendiendoa oler a los depredadores es algo así como unolor mercadotécnico…jajajaja...pero no serían, realmente esto es muy serio desde elpunto de vista humano permite enriquecerla experimentación de sensaciones encuestiones como nuestras experiencias diariasy el placer que sentimos en cada una de ellascomo cuando comemos lentamenteapreciando cada color, cada ínfimo sabor ydegustamos cada trocito de comida como sifuera el mejor vino del mundo.

Pero voy a ser sincera: no me gusta olerla tristeza es un olor a mar sin movimiento.La tristeza huele a las hojas que caen al vacíoes un olor intenso, pero a la vez sutil. Es unolor como el de ver a los padres ir muriendolentamente, un olor de sentir el rompimiento

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de una página de un libro único, un olor averse limitado. La tristeza es la que másdiversidad de olores tiene, por lo menos paramí. De por sí tenemos melancolía, nostalgia,hastío, añoranza y cada una de estasemociones es un olor distinto que golpea elcerebro y cada parte de la piel. Oler la tristezame desgasta, me quita energía azul y todoparece marchitarse, la tristeza huele de unaforma extraña como a conserva de camote,como a guayaba en proceso de podrirse,huela a esa hoja que se quiebra en el viento,es un olor penetrante pero leve del que nopuedes huir, te cala hasta los entresijos y tehabita por mucho tiempo incluso te puedesacostumbrar tanto a él que parece que fueraya tu olor y de repente te das cuenta que noque no eres tú, que es la tristeza que se te havuelto protagonista y ya hueles a ella. Ysuspirar y parece que se escapa su olor perosiempre queda en ti, aunque te laves 15 veces

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las manos y te bañes en sales al secarte elolor vuelve como un cáncer, la tristeza hueleasí a utopías, la arena de la playa tiene unolor parecido si un día van al mar cojan ensu mano un poco de arena y huélanla, casicasi así es el olor de la tristeza.

Oler el éxtasis es otra historia es como unamezcla entre olor a menta y limón, a geranioy a uvas, de repente el olor entra por mi fosanasal derecha y me hace experimentar unaemoción encantadora como un halo de magiaque seduce como un olor a madera especiadacon la pimienta o la canela y se desatanfuegos artificiales neuronales haydefinitivamente producción de serotonina.Sé oler el estado de plenitud máxima,usualmente asociado a una lucidez intensaque dura unos momentos y es como lasensación de un beso que acaricia cada diente,cada espacio de la encía, el cielo de la boca,las paredes adriáticas, las pupilas gustativas,

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y hasta las cuerdas vocales. Ese olor es comoun olor a flor de jabuticaba recién abierta,entre limón y miel, romero y picante. Es unolor que llega y te explota, y te empieza ainvadir y cedes y cedes, puede marearte. Esun olor como el que sentí en aquel puebloespañol, en Chinchón, un olor a anís y alcoholque baila en el aire, es un olor surrealista ystravinskyano. Hummm este es uno de losolores que más me cuesta describir pero queamo sentirlo, es energía pura, mar enmovimiento, hoguera encendida. Un olor quese te aprieta en el pecho y que también puedehacernos llorar pero llorar locamente dealegría. Un olor que dan deseos de gritar degozo.

Estoy a veces incómoda con otros olorescomo el de la espera, el desasosiego, laimpotencia y la muerte. El olor de la esperaes variado hay esperas que huelen a azahary otras que huelen a polvo de hierro, otros a

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hierba cortada, son olores molestos estosúltimos.

El olor que me fascina es ese olor de él,que huele entre olor a sol y al aroma de unatarde que cae leve antes de que llovizne, esoes lo que me encanta que aún es un olorindescifrable, un olor que se mezcla con lahistoria y la filosofía, un olor que huele amadera de pino con miel de maple y mar...esun olor que tengo que seguir, hastadescifrarlo, hasta aprendérmelo o quizásjamás pueda leerlo a totalidad está allí suencanto, tendré que irlo descifrando, unirlocon el mío, crear otro olor magnífico quenadie conozca, un olor azul silencio, un olorvuelo de mariposa, un olor colibrí entre lalluvia, un olor canela y cerezo, un olor abrily julio.

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Juan Pablo Cifuentes PalmaChillán Viejo - Chile

Los diminutos hombres

La respiración es cada vez más acelerada.Parece que los pulmones se le van a salir porla boca. Todo es oscuridad. Los recuerdosretornan. Está botado el muchacho en elsuelo de la sala de clases, la misma sala declases de ayer, esa, la de la tortura, la delsufrimiento. Otra vez lo mismo. Golpean surostro, golpean su cara, nadie lo defiende,todos miran, otros ríen, otros miran haciaafuera. El recreo parece no terminar nunca.Siempre lo mismo. Un incomprendido.Nunca supo cuando comenzó la decadenciade su imagen. Solo fue de un día para otro.Así de simple. El Rulo se le metió entre cejay ceja. Como mueve montañas, como todo el

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mundo le obedece, nadie defiende a esemuchacho.

Una compañera no se atreve a entrar a lasala. Mira atentamente como golpean almuchacho, el mismo muchacho que le envíacartas de amor, el mismo que le regaló unperfume francés para su cumpleaños, elmismo que en cada recreo o cuando se leocurra al Rulo lo azotan cruelmente. Esta vezfue físicamente. A veces son psicológicas lasamenazas. Mensajes de muerte, amenazas,golpes, coscachos, empujones, insultos, sonel pan de cada día de este muchacho. Tieneun ojo negro, me pregunto de qué colortendrá su corazón.

Está en el suelo inconsciente. Ningúncompañero le ayuda.

La respiración es cada vez más agitada.Hay un rostro ensangrentado. Como puede,trata de arreglar su ropa, no pueden verlo en

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esa condición. El profesor de Ciencias es unpoco retraído, aquí todos le temen al Rulo,incluso el profesor Araneda. El muchacho losabe, está sentado en una esquina de la salade clases. El Rulo conversa con todo el mundo,como si nada ocurriera. Nadie le dice nada.El muchacho no existe. A duras penas selevanta y va a su puesto. Mira por la ventana,un cielo nublado. Cierra sus ojos. Todo esoscuridad. Se escuchan disparos, disparos,disparos en su mente.

Abre la puerta de la sala de clases. Todosconversan. Parece que el mundo se detiene.Avanza lentamente, puede ver todo lo quele rodea, las caras felices de unas compañeras,otros que duermen, otros que conversananimadamente, el Rulo que molesta a unascompañeras, esa muchacha, la de las cartas,que lee un libro, el profesor que escribe enla pizarra, teorema de Pitágoras, números,cálculos matemáticos, en fin, en fin, todo gira

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alrededor suyo extremadamente lento. Cadapaso que da rumbo a su asiento es un añoque transcurre, siglos, milenios, años luz,infinitos, universos paralelos.

El profesor continúa con su clase, que elálgebra aquí, que la geometría acá, que laaritmética acuyá. El muchacho no obedecíael ritmo de la clase. Estaba más preocupadode sus propios asuntos. El Rulo se levantódisimuladamente de su asiento y se acerca alpuesto de ese muchacho. Le brinda un fuertegolpe en la nuca y un puño traicionero golpeael costado derecho del muchacho quienobedece al ritmo de su dolor y contorsionasu cuerpo, por unos instantes pude ver quéescribía en su cuaderno. Eran unos dibujos,todavía tengo pesadillas con esas imágenes.Estábamos nosotros, todos, en el suelo de lasala. Muertos, ensangrentados, blasfemas,garabatos, anomalías, destrucciones. Fue unafracción de segundos. La muchacha miró de

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reojos al pobre adolorido, pero tuvo miedodel Rulo, el profesor nunca se enteró de loque sucedió, y si lo hizo fue un ciego, sordo,mudo, paralítico y un cobarde. No alcanzóni a escribir otros garabatos en su cuadernocuando recibe un mensaje anónimo. Unpapel mal doblado llega a su puesto, nisiquiera yo supe de donde provenía. Mirópara todos los lados, nadie se adjudicó dichomensaje. Abrió el papel, el mensaje era claro:«Vamos a matar a tu familia maricón». Eso síque lo vi claramente, las letras eran grandesy las manos del muchacho temblaron de talmodo que no pudo cerrar ese papel y pudever con lujo de detalle su contenido. El díaestá nublado.

La muchacha abre la puerta. El cuerpoestá inconsciente en el suelo. El Rulo y sussecuaces lo dejaron casi muerto. Golpea surostro, poco a poco reacciona el muchacho.Como puede se sienta en el suelo, la

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muchacha se levanta y va a su asiento, elrecreo está por terminar.

En su asiento, el muchacho mira por laventana, el cansancio del día lo tieneextenuado. Cierra sus ojos. Rápidamente unsueño se apodera de su realidad. Va por elbosque, corre, libremente, está feliz, losárboles a su alrededor lo miran, intentanunas ramas golpearle, pero él esquiva losgolpes, cada vez está más desesperado,nervioso, agitado, siente que alguna rama legolpea, cada vez más fuerte, cada vez másagudo, un dolor intenso. Abre sus ojos, solove un par de zapatos que golpean suestómago, fue consciente unos segundosantes de caer otra vez en el sueño, esta vez,todo se fue a negro.

El muchacho estaba sentado en un bancodel colegio, ya el día escolar había acabado.Leía concentradamente unas hojas. Todoparecía normal. Pero el Rulo no paraba de

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perseguir a su presa. Nos acercamos, todos,todos se acercaron rumbo a ese asientomaldito. El muchacho no advirtió nuestrapresencia. Qué estaría leyendo, nunca lo supe.El Rulo de una ráfaga tomó los apuntes queleía el muchacho y se los arrebató. No tardóen despedazarlos, hacer picadillo de apuntes,el muchacho no hizo nada, tampoco cuandoel Rulo le tiró los pedacitos de papel a surostro y escupió su casaca. La muchacha mirótodo desde el fondo del grupo. El Ruloterminó su labor de dominancia y se fue delepicentro del crimen, todos le acompañaron,el muchacho impávido, no daba señales devida, la muchacha dudó unos instantes, perohuyó rumbo a los brazos de Rulo quien laabrazó fuertemente y se alejaron de ese lugar.El día está nublado. Algo ha cambiado, elrostro del muchacho, hay una mirada distinta,amenazante, perdida, una sonrisa siniestra,pero no logré advertir nada, quizás fue

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producto de mi imaginación.

No ha llegado a clases, tres días, cuatro,cinco, una semana, un mes, el muchacho novolvió nunca más a la sala de clases. El Rulo,como buen cazador, encontró a otra presa,otro muchacho sufre de los síntomas delanterior. Los recreos infernales continúan.

La clase de Ciencias, el profesor Aranedaque habla y habla. Pocos ponen atención. Deimproviso, violentamente alguien abre lapuerta, era él. El muchacho. Cierra la puertay permanece de pie en la sala. El Rulo y sussecuaces se asustaron, se miraban entre ellos,la muchacha tiritaba nerviosamente. Elprofesor Araneda se percató de la llegada delmuchacho y fue hacia la puerta. El muchacholo miró fijamente a los ojos y dijo con esavoz que todavía revolotea por mi mente:«Permiso profesor». De inmediato,bruscamente, desesperadamente,instintivamente, sacó un revólver de su

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bolsillo y apuntó rumbo a la sala. Cerré misojos, todo se convirtió en tinieblas. Unaráfaga de disparos. Gritos, después un largosilencio, una respiración agitada, muyagitada, explosivamente agitada, abrí contemor mis ojos. El muchacho con el revólveren su mano apuntando hacia nosotros,respiraba agitadamente. Observé los cuerposdel Rulo, sus secuaces y la muchacha queestaban en el suelo, ensangrentados, el pisose tornaba rojo, la luz era roja, olor a muerte,sabor a muerte, todo eso en una fracción desegundos, la imagen dantesca fue superior ami curiosidad, cerré nuevamente los ojos yprometí no abrirlos hasta que la muerte mealcanzara o Dios se apiadara de mi vida. Todofue oscuridad, no sé cuánto tiempo estuveen las tinieblas.

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Juan Pablo Cifuentes PalmaChillán Viejo - Chile

El día cero

Allí estaba. Solitario, trémulo, a punto dedesmayarse y terminar con una existencia tandébil. Al mirar a los costados no encontró másque el recuerdo de que ese era el último día,el último momento. Atrás quedaban aquellosepisodios del pasado, los sueños del futuro,aquellas viejas anécdotas que alguna vezfueron tan divertidas, ahora todo parecía serextraño, tan lejano, tan extrañamenteausente.

Los pies ya no se mueven. Antes semovían con placer. Recorría las calles dearriba - abajo, de izquierda a derecha, de díaa noche, de norte a sur, paso a paso, calle a

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calle, sus pies deambulaban como doserrantes peregrinos que buscaban el Gólgota,dos exiliados en un cuerpo inútil y miserable.Antes caminaba entre calles doradas por lasaventuras de esas noches agobiantes. Sexo,alcohol, drogas, lágrimas, risas, eran ecos delpasado, pequeñas muestras que ibancubriendo el largo caminar de estos pies yacansados de vivir.

Pero ahora estaban cansados. Estabantiesos como ese perro, aquel viejo pastoralemán, su querido Boby, ese muchachoteque dejó un día en el campo para nunca másvolver a ese viejo rincón perdido en elmundo. Hace tanto tiempo que ya no recorríael viejo camino que unía su niñez. Ahora todoera citadino, acelerado, imperdonablementeinútil.

Le movía la cola, ladraba sin parar, elpequeño Boby, sin cesar ladraba y ladraba.Pero su amo no regresó nunca más. Boby se

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quedó huérfano. Tieso, así debió morir haceaños, más de veinte años atrás, de viejo, deanciano y no por otra muerte estúpida enesta vida de perros.

Ahora sus pies estaban agonizando.

Que miseria la del hombre. Que miseriala del hombre que no puede levantarse ymorir dignamente en su casa, al lado de laestufa y no a la intemperie, bajo la amenazade los chacales y la inoportuna lluvia.

Pero este era su destino.

Recordó cuando su padre lo llevó porprimera vez a la hacienda olvidada. A la casade sus abuelos, de su infancia, de susantepasados.

El sur siempre le pareció horrible. Él noera una persona acuática. Propenso al resfríocon tendencia a la neumonía. Ese era eldiagnóstico. Cada invierno, cada otoño y quédecir, cada verano lo pasaba en la crujidora

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cama campesina.

Fue en uno de esos tantos momentos deenfermedad cuando su padre, conmovidoquizás a una misericordia divina, que trajoun pequeño cachorro al lado de la cama.

Recuerda claramente ese detalle. Unapatita del cachorro estaba lastimada. Su padrele contó que encontró al animalito tiradocerca del camino que conducía hasta lahacienda. A veces su padre tenía estos gestosde compasión, gestos que se han muerto conél, pues su descendencia se caracteriza por elegoísmo y la soledad.

Una vez trajo en la camioneta a un caballoque encontró atropellado en el camino. Elpobre animal agonizó tres días en el establo.Y el padre siempre estuvo ahí, donde laspapas queman, como él solía decir a todos.No se movió ni un céntimo, acompañó a lapobre bestia hasta que llegó a su destino

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final, a su muerte.

Cómo olvidar aquella vez que regresó ala casa con tres mendigos para la Navidad.Fue una conmoción. A todos le pareció unaobra de caridad, una gran idea había dichosu madre. Eres el mejor de todos sentenciósu hermana. Pero él, este inútil hombre, nodijo nada. Cubrió su boca con el silencio. Nopodía entender los gestos caritativos de supadre. Sabía que la vida no era algo quellamemos justa, pero, de ahí a traer a cadaindividuo desvalido que encuentre en elcamino parecía insoportable.

Eso pensaba este hombre. La vida esinjusta y a cada uno le corresponde larebanada que se merece. No sobra ni se restanada, tampoco hay espacio para decir: Nogracias, hoy no, mañana tal vez.

Hace cuánto tiempo ocurrió eso.

Su padre murió hace años. Tantos años,

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veinte, veintiuno, treinta. No hay unarecopilación de datos históricos en sumemoria. Nunca fue bueno para lasmatemáticas ni tampoco para juegosmentales ni logísticos.

Solo sabe que un día vino su madre hastasu cama. La misma cama de su infancia, la dela neumonía veraniega, otoñal, invernal oprimaveral. Él leía una novela de Julio Verne,no recuerda con claridad si era De la tierra ala luna o Viaje al fondo de la tierra, una delas dos, tal vez ninguna, quizás otra, algo contierra, sí, decía la palabra tierra, tal vez eraarena, piedra, agua, viento, muerte, amor, no,amor no, se alejaba de esos sentimientos, lomás probable es que leía una novela y punto.Boby siempre a su lado, acostado junto a él,su mejor amigo, el único amigo, no sabía loque era colegio, niñez, amigos, recreos, fútbolpeleas, niñas, nada. Solo enfermedades,cama, libros y su querido Boby.

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-El papá ha muerto – dijo su madre.

Esperaba que dijera algo. No sé, llorar,reír, gritar, cualquier cosa. Pero no dijo nada.Escuchó la noticia tal como si le contaran unareceta de cocina, el resultado de un partidode fútbol o el estado meteorológico demañana.

-¡Vístete!, llegarán los primos y los tíos,busca algo negro. – gritó su hermana.

Boby y yo nos vestimos de negro. A mimadre no le pareció gracioso, ni muchomenos divertido vestir a Boby de luto. Paramí era tan natural, el pobre muchachote, ahícallado junto a mí con su ladrido angustiado.Fue mucho más honorable que lainterminable fila de pésames que debísoportar.

Murió de un ataque al corazón. Eso losupe cuando ya vivía en la ciudad. Nunca creíeso. Preferí quedarme con mis juegos de

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infancia. A mi padre lo asesinaron por sertan buena persona. Temían que contagiarala caridad entre las personas. Tal vez, yomismo lo habría matado si me lo ofrecieran,por el bien de la humanidad, obviamente.

-Nos vamos a la ciudad. Una nueva vida.Ya verás cómo te divertirás. Irás a la escuela,tendrás amigos… – otra vez mamá.

Nunca mencionó que Boby no viajaría connosotros. La noche cae. Las estrellas seagotan. Todo se termina, los ojos se cierranlentamente, uno a la vez, a cada segundo, sealejan mis sentidos, me convierto en estatuade barro.

Contra toda voluntad debí abandonar ami único amigo. Adiós muchachote. Y ahí sequedó. Debió pasar toda su vidaesperándome. Tal vez murió de pena. Juntoa mi viejo, junto a mis resfriados de infancia.

No hay caso. Estos pies están muertos.

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Cansados de tanto luchar.

Los huesos ya no son los mismos querecorrían las viejas pasarelas de la ciudad enla época de la adolescencia. Cuando Boby, mipadre, la hacienda y mis enfermedades sequedaron enterradas en el olvido y dieronlugar a las devastadoras noches afrodisíacas,a los amaneceres de resacas y a lasmadrugadas de lujuria.

Pero un día me miré en el espejo. Vi unacalavera, un ser extraño, algo que no era yo,te vi Boby, te vi papá. Lo comprendí todo.Salí huyendo del baño del colegio.

-Señor director, lo espera la apoderadaMartínez por el caso de la muchachaembarazada – dijo la secretaria - ¿SeñorDirector?

Corrí por las calles hasta que no teníaaliento. Tomé el primer bus que se dirigieraal sur, a ese sur del que hablaba Borges. Lo

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comprendí. Todos estos años, estos supuestosaños de paz y tranquilidad, de prosperidad,logros, sueños, objetivos, familia, esposa,hijos, nietos, colegio, amigos, vida, vida, vida.

Fueron un solo eco de una enfermedad.

Toda mi vida he estado enfermo.

Mi destino es la muerte.

Mi enfermedad me ha traído hasta aquí,

Hasta esta noche.

Fueron días y días de búsquedas hastaque encontré mi objetivo.

Aquí estoy, aquí estoy

Boby, mi muchachote.

Querido padre, aquí está tu hijo

El egoísta, el eterno enfermo

El debilucho de todos los días…

Regreso nuevamente a mi infancia

Hasta mi exterminio.

Mi día cero.

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Juan Pablo Cifuentes PalmaChillán Viejo - Chile

Me lo hizo Jesús

-¡Te digo mamá que fue Jesús!

Lloraba Susanita de impotencia ante laincredulidad de su madre y de los vecinosque a muy tempranas horas hemos llegadoa la casa del siniestro para escuchar «laspalabras herejes de una endemoniada» comodecía la Señora Domínguez, una clientehabitual del confesionario y de los rumoresdel barrio.

Todo comenzó ayer en la noche. Era unafría noche de invierno. Nada particular quellamara mi atención, ninguna señal queanticipara la catástrofe que se avecinabasobre mi corta vida. Todo permanecía en su

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misma rutina: Los perros ladraban ypeleaban entre ellos mientras seguían a laperra del panadero, por cierto no hablo desu esposa, el Potote y el Cumpeo vendíancocaína entre el pasaje tres Oriente y el sieteNorte, mi madre, para variar, estabacompletamente borracha junto a sus amigas,tan estúpidas e ineptas como ella.

Lo dejaré claro desde un primermomento: La odio.

Nunca supe porqué nací. Dicen que fuiuna persona non grata para todos. Eso decíaconstantemente mi padre cuando me leía uncuento antes de dormir, mi querido padre,un narcotraficante asesinado en una riñacallejera hace tres años. Mi madre siempreme ha odiado, más bien, ella se odia a símisma.

No es mi culpa que la evolución deDarwin no sea más eficaz y acelere mi

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crecimiento inmediatamente. ¿Existirá algúnmétodo para pasar de los doce a los treinta ocuarenta años? No quisiera pasar por lasetapas tormentosas de la adolescencia,bastante tengo con los «cariños de mi madre».Por ejemplo, el lunes me trata de prostitutay quiere que me venda y le traiga dinero paracomprar más botellas de ron y seguirborracha toda la semana. Del martes alviernes me insulta y amenaza con lo primeroque encuentra a mano. Entonces, debo correrpara encerrarme en mi habitación.

¿Cómo sobrevivo? No lo sé. ¿A quién leimporta una desnutrida y ojerosa muchachitahija de un narcotraficante y de una alcohólica?Pienso que debo tener los genes muy malosen mi sangre.

Una vez en el colegio me dijeron maraca,una vez en el colegio mi profesor dematemática me subió la falda y desabrochómi blusa, una vez el inspector del colegio me

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encerró en su oficina y tocó mis pequeñossenos con sus grotescas manos sucias queolían a cola fría mientras su boca trataba decomerse la mía, una vez el pastor de unaiglesia me compró un helado de chocolate,mi sabor favorito aunque todavía no heprobado otro sabor, con la condición de queen la tarde fuera a su casa a escuchar pasajesde la Biblia.

La historia de Adán y Eva fuedesagradable y humillante. No sé en quémomento dejó de leer la Biblia y encendió eltelevisor. Sonreía maliciosamente tal comomi padre cuando regresaba con muchodinero a la casa tras una buena venta de susproductos. Entonces, de imprevisto me vienvuelta en un juego bíblico. Adán era elpastor y Eva tenía que ser yo. Ese era el juego,la dinámica bíblica que me estaba enseñandoel ungido de Dios. Me desnudó conbrusquedad como si tuviera poco tiempo o

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en un estado desesperado y lleno de impulsoshormonales. Ahí estaba yo, tan débil einocente. Mis pequeños senos parecían dosciruelas que estaban brotando, las costillassobresalían, mi piel tostada por la suciedady unos extraños pelos entre mis piernas queimpacientaban a este Adánpostcontemporáneo.

Entonces apareció la serpiente. Ese viejoasqueroso, con la piel suelta, gordo, tan gordoque parecía estar esperando a gemelos tomómi frágil mano izquierda y la llevó a su pene.Comenzó a desdoblarse como si aquellofuera la serpiente del Génesis. Su peludamano se apoderó de la mía y la movíarápidamente en su pene. Comenzó a gemir.Comencé a llorar, pronto comí contra mivoluntad de esa manzana. Me violó, sinconciencia, sin vergüenza, sin ascos, me violóy me decía prostituta, sentí que me moría,su inmenso cuerpo de troglodita, una bola

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de nieve estaba encima de mi inútilexistencia.

Cuando desperté me encontraba en lacalle. Todo era oscuro, no había luna niestrellas. A duras penas podía caminar. Undolor insoportable entre mis piernas. Llorécomo si fuera una mujer en un cuerpo de unaniña.

El Potote y el Cumpeo me encontraronsentada al lado de unos matorrales. El Pototecomprendió, aún en su estado alucinado, quealgo raro ocurría conmigo. Me llevó casi a larastra hasta mi casa. Mi madre, borrachacomo siempre, no comprendió claramente laspalabras del Potote.

No sé en qué momento de la madrugadami casa se transformó en el epicentro delescándalo del barrio.

Mi madre me obligó a levantarme, a duraspenas caminé rumbo al comedor, ahí estaban

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todos los vecinos del pasaje e incluso algunosque no son de nuestro barrio.

Mi madre, llena de rabia prácticamentedestruyó mis vestimentas. A punta deestirones asesinó a mi blusa amarilla con undibujo de Barbie, e hizo lo mismo con mipantalón de buzo azul recién comprado haceuna semana en la ropa americana.

-¡Mírenla! – Bramó - ¡Esta mocosa fueviolada!

Murmullos que crecieron como miles deabejas que se acercaban a mis oídos, alguienpor ahí dijo: «Dios mío», otro gritó «esto esun ultraje», otro sacó una fotografía de micuerpo desnudo y huyó antes de que lequitaran la cámara.

Yo, la Eva postcontemporánea, me sentíadesnuda, avergonzada de mi feo cuerpo,avergonzada de que no dejaran de mirarme.

-¿Quién te hizo esto Susanita? – dijo Don

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Pepe, el panadero del barrio.

Pero no respondí, no tenía palabras. ¿Quéiba a decir?

-¡Contesta mierda! – mi madre me diouna cachetada y si no es por Don Pepe que lasujeta me linchaba ahí mismo.

Débilmente, muy asustada dije: ¡Jesús!Un completo silencio. Mi madre tragó salivaantes de preguntarme nuevamente quién mehabía violado.

-¡Te digo mamá que fue Jesús!

Por suerte me desmayé y no supe nadamás de juegos bíblicos.

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Lilian CostamagnaBariloche (Río Negro) - Argentina

Escarceos

Menuda tarea la del poeta cuando cuentacon las emociones al ras de la epidermis,como los pelitos que se levantan con un rocea contrapelo o cuando muestra las heridasque la sal del mar irrita. Tiene a los personajes,pero no tiene la trama, debe darle carnaduraal relato. Por ahora, son sólo divagaciones quequedan plasmadas en el título.

Dícese de los movimientos en lasuperficie del mar, pequeñas olas que semecen hacia uno y otro lado por las corrientessubterráneas. También se dice de lascabezadas de los caballos hacia arriba y haciaabajo, o de los giros que dan resoplando,

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cuando están fogosos. Poco a poco, iremosadentrándonos en la historia. Por ahora, sonsólo cuatro sílabas: es – car – ce – os, que semueven sobre una barca que boga en un lagotranquilo pero que se agitan desde lasprofundidades.

Con cuatro frescas le han dichoimprudente, indiscreta y entrometida,además de impaciente. Pero ella no se haquedado impertérrita, ni imperturbable,porque no es una placa de mármol fría yrústica, lista para ser moldeada a gusto delartista; al contrario, es impulsiva y cerril, quesalvajemente se puede acompasar a uncuerpo que le prodigue cálidas miradas,tiernas palabras y dulces caricias. Porque,tampoco es intangible, pero es impetuosa,implacable, a veces, cuando se enoja, y eshasta impúdica.

Y qué decir de la cacofonía de tantosprefijos que indican negaciones, aunque

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recuerdo que la negación de la negación, alfinal es afirmación. Y sí, después de todo, lascuatro frescas no serán la última palabra. Esauspicioso un próximo encuentro. Ella esperaa puro impulso, cómo el otro, el de las cuatrofrescas, suavice su temperamento salvaje conun guiño, con tres diminutivos cariñosos, ycuatro toques suaves, y la amanse. A la vez,mientras tanto, ella, la imprudente, irábuscando la manera de que él se enamore.Quitará la capa de óxido de su pecho, diluirácon sus labios la acidez de sus ironías, rascarála costra dura de sus emociones, y así, capatras capa, Irá buscando su ternura, entraráen su silencio y adivinará sus deseos, esos quesabe, son atrevidos, pero que él no se animaa manifestar.

Un susurro de colibrí detrás de la oreja.

Un escozor de lágrimas que se han secadoen los párpados.

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Una música de terciopelo en los cabellos.

Un aleteo de mariposas en el vientre.

Un coscorrón de narciso recién robado deun jardín.

Un guiño y una sonrisa sellados en el pactode guardar secretos en el alhajero de cristal.

Un rubor de amapola en los besos de labrisa.

La barca se ha agitado en la superficie delas aguas, una escaramuza, un temblorinusitado y brusco al descubrir el lado oscurode la luna y ahora nuevamente boga encalma, mientras la luna muestra su lado másbrillante sobre el lago quieto.

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Julio Carlos de PosadaSan Isidro (Buenos Aires) – Argentina

Hacia el final

Antes fue vivaz. Hoy bajo el viento deotoño, pesados y lerdos avanzan los pasossobre la tierra húmeda, fría. Marcha lenta yformal

Algunas voces reconozco, las de Juan, elFlaco y Paco. Con Paco intercambié diálogosintensos e interminables sobre casi todos lostemas. Su mirada muy celeste pero firmedirigida al infinito, demostraba cómohurgaba en sus conocimientos para darrespuesta a mis eternas dudas. También oigola de Alfredo, durante tertulias de mucho caféy más tinto logré darle un rumbo, queentendiera que el más allá depende de un

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proyecto propio. Me lo imagino pensativo,con su eterno sweater azul ajustado al cuelloy un mechón gris sobre la frente.

También la de Alicia. Antes, hace tanto,con ella jugaba en el patio y reíamos tomadosde la mano hasta que la campana nos pedíasilencio. Más tarde la primavera impregnónuestros poros y el calor de su mano fuedeseo. Sus pecas desaparecieron, sus rulosrubios se tornaron larga melena y suspestañas crecieron. Avanzamos con todo ycontra todos, irremplazables uno con el otro.Me amó y la amé.

Siguieron nuevas manos. Noches febriles,sin fin. Abrazos. Hasta aquel, el de ella.Apasionado, cálido, afectuoso e interminable.El que perdura aún hoy. Conocí las tiernas,amantes caricias de los recién nacidos.

Alcancé mi cuota de logros y una mayorde fracasos. Sin valor, excepto por la dicha

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de haberlos buscado con pasión una y otravez, de haber vivido tras mis sueños.

Quise más que nada entender los adónde,cuándo y por qué. Tal vez nadie lo logre enuna vida. Aprendí a ver la aurora, elanochecer. Compartir la luna bien alta y laseternas estrellas.

Ahora, cómodamente recostado, sin prisa,saldadas mis ansiedades, escucho los pasos yel jadeo de los que cargan con mi ataúd.

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Teresa del Valle Drube

LaumanTafí Viejo (Tucumán) – Argentina

Un hombre nuevo

Apagó el cigarrillo apretándolo hastadeshacerlo contra el fondo del cenicero. Separó de un salto, y se dirigió a la impecablecocina para lavar hasta el último resto decenizas con movimientos rápidos y cortos.Secó prolijamente la mesada, acomodandotodo por enésima vez.

Sonrió con aire ausente mientras mirabapor la ventana al pequeño jardín que loseparaba de la calle. De la arbolada y serenacalle de su barrio de toda la vida. Encendióotro pucho; le temblaban visiblemente lasflacas y manchadas manos.

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— Bien, querido amigo mío: tengo quedarlo de alta. Lo considero una persona queactualmente puede responsabilizarse por supropia vida. Sin temores. Venga a vermetodos los miércoles. Y tenga estas cápsulas:me las toma todas las mañanas –con un vasode leche, ¿no?— ¡a las amarillas! ¡no se olvide!... y a las azules con rosa, ¿ve? Por las noches¿no?

La voz del médico era ronca, profunda,cuando comenzaba a hablar. A medida queavanzaba en lo que decía, comenzaba a subirde tono, hasta llegar a ser insoportablementeaguda.

— Sí, Doctor...— respondió sumiso, casihundido en el sillón de plástico gris, juntaslas rodillas, los pies separados yenfrentándose y las manos aferradas confiereza a los brazos del sillón.

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Observó las ligustrinas del seto: habíanvuelto a brotar. Volvió a lavar el cenicero;tomó las tijeras de podar y corrió hasta elcerco, comenzando a cortarlasfrenéticamente.

Por fin había salido de ese horrible sitioal que llamaban clínica. Siguiendo el consejode su terapeuta, lo primero que haría seríasalir a caminar. Ya no le tenía miedo a lacalle, ni a los autos que circulaban por ella.Tampoco a que la gente se burlara de él,como cuando era chiquito y su mamá lodefendía. Ahora iba a mirar a la gente a lacara, él ya no le temía. Además, el doctor lehabía explicado que su madre, que ya noestaba más, podía seguir viviendo dentro deél y protegiéndolo tal y como él lo hubieradeseado que lo hiciera siempre. Ahora élactuaría como debiera haberlo hecho ella, dehaberlo querido y cuidado como él siempresoñó. Su madre no iba a volver a la vida.

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Debía cuidarse solo. Solo.

El Doctor le había enseñado a asumirlo.

Se puso el saco verde tejido por su madre,apagó la llave del gas, cerró todo con cuidado,echando insecticida en todos los ambientesantes de clausurarlos y salió, encaminándosecon paso corto y ligero hasta la pequeñapuerta pintada de negro brillante queseparaba su mundo del del resto de la gente.

El portoncito del jardín le cedió el paso,doblegado por la violencia con que loempujara.

Una vecina lo vio transponerlo y girósobre sus pies, apuntando con la manguerapara otro lado, evitando el mirarlo.

— Bien, a vivir, Rogelio Estévez... Ustedvale tanto como cualquier otro ser humano.¡Hágase respetar! No tema a nadie... ¡a nadie!—La voz del médico lo alentaba desde elfondo de su cabeza.

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— No le tengo miedo a nadie... mi mamáno está para cuidarme, pero yo lo haré muybien. Mejor de lo que ella lo hizo jamás. Yolo haré mejor de lo que ella lo hizo. Soy unhombre nuevo. Nuevo...

Dos jóvenes pasaron a su lado en sendasbicicletas, riendo a carcajadas.

— Se burlan de mí... Pero no saben queya no correré a esconderme en casa... ¡Nuncamás! Ahora me respetarán, como dijo eldoctor... ¡Así debía haberme defendido mimamá!

La 22 salió brillando impecable deadentro de su bolsillo. Le calzó conmovimientos inseguros el cargador, despuésde desenvolverlo de la franela en que lomantenía.

Su esquelética mano dejó de temblarmientras presionaba —sin parar— el gatillo.

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El era un hombre nuevo, se lo había dichoel doctor: ya estaba capacitado para cuidarsesolo. Lleno de satisfacción hinchó el pecho,respirando hondo.

Siguió caminando calle abajo, sin repararen el horror que despertaba a su paso.

El era un hombre nuevo.

Un hombre nuevo. Y lo iban a respetarcomo él siempre había deseado que lohicieran.

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Teresa del Valle Drube

LaumanTafí Viejo (Tucumán) – Argentina

Soledades

El silencio adormecido del atardecer deOtoño le agujereó las venas, haciéndolesentir miedo. La soledad y el miedo soncompañeros.

Pesaban las bolsas con las inútilescompras. Hacía tiempo que el desasosiegocrecía en su interior y de nada valía intentarllenarlo con cosas que sólo hacían bulto ypeso. Cosas que al poco rato no satisfacían ynecesitaba adquirir otras nuevas eninagotable demanda.

Miró detenidamente para todos lados

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antes de meter la llave en la cerradura: sólolos árboles, con su cálida mudez, y algúnperro tan sólo como ella.

El barrio tiene esa tranquilidad que serompe con los gritos de los niños; con algunamúsica que destruye el buen gusto. Que loquiebra un furioso ladrido o el destempladobocinazo apurando a alguien.

Barrio tranquilo donde todos conocen lossecretos de todos. Donde todos se aman y secritican. Y se envidian y son solidarios.

Ella vivía en él desde hacía veinticuatroaños, cuando llegó desde Catamarca paratrabajar y estudiar. Se enamoró del lugar encuanto lo vio, quizás porque le traíareminiscencias de su provincia natal.

El teléfono. Se apuró para llegar a tiempoy atenderlo.

— ¿Hable...? — Ya habían cortado.Observó el indicador de llamada: el número

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le era desconocido. Marcó su clave, buscandoa ver si le habían dejado algún mensaje.Nada. Y era la única llamada del día. ¿Porqué habrían de hacerlo? ¿Quién se acordaríade ella?

Tiró la cartera sobre la cama, se quitó elabrigo y se encaminó a la cocina. En esepreciso momento sonó nuevamente elteléfono. Volvió corriendo a atenderlo.

— ¿Hable...?

— ¿Sonia...? ¿sos vos...? ¿Cómo estás,Sonia...? ¡No podrás creer quién te estállamando! ¡Ha pasado tanto tiempo!

No era Sonia. Ella no era Sonia.

— ¿Quién habla...?

— Adiviná. O, mejor dicho, acordate aquién dejaste esperando tu regreso y nuncavolviste.

— ¿Que volviera adónde...?

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— Por Dios, no me digas que me hasolvidado tanto... Dejame seguir creyendoque he sido importante en tu vida. Que note has olvidado de nuestros besos, de lo queme prometiste... yo sé que ha pasado muchotiempo –años—pero... no puede ser... Acabasde destrozarme el alma de nuevo...

Se oía dolido, con dolor auténtico deheridas no cerradas.

— Perdón... pero no soy Sonia —balbuceó — Está equivocado.

Su voz sonó tan sentida que le resultómolesta. Colgó el auricular con fuerza y secruzó de brazos abrazándose. Quedómirando el auricular con tristeza.

¡Pobre hombre...! ¿Quién sería esa Soniaque le había hecho tanto daño?

Podía adivinarlo sufriendo por tantotiempo, esperándola, buscándola. Buscandoel olvido, la muerte. Ella jamás había sentido

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así; sabía que existía gente que amaba de esamanera, aferrándose al recuerdo, al pasadoy que no olvidaba. Pero eso no era para ella.Eso no entraba en sus planes.

Abrió la heladera y sacó un yogur. Seubicó frente a la computadora, tenía queterminar unos trabajos. Pero no podíaconcentrarse.

El identificador de llamadas encendía yapagaba su lucecita roja. La voz repetía ensus oídos: «¿Sonia? –Acabas de destrozarmeel alma de nuevo...— ¿Sonia?— ¿Quién quedóesperando que volvieras y nunca lo hiciste...?— ¿Sonia? – Y yo que creí que había sidoimportante en tu vida...—¿Sonia?... ¿Sonia?...¿Sonia?»

«Importante en tu vida... Importante...en tu vida...»

Ella estaba segura que jamás había sidoimportante en la vida de nadie. Y nadie había

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sido importante en su vida. Jamás.

Bella e inteligente, sólo había conocidolos placeres que da la carne, nunca el sufrirhasta la agonía por el amor de alguien. Creíahaber manejado su vida de una maneraracional y se hallaba muy orgullosa de ello.Mas, desde algún tiempo atrás, un vacíooscuro, profundo, se iba adueñando poco apoco de su ser.

En unos días cumpliría cincuenta años. Semiró en el espejo: cincuenta quilates demujer.

Había pedido licencia por tres meses;pasaría el cumpleaños en su provincia, consu anciano padre y sus dos hermanos. Porlógica tendría que bancarse a su cuñadaErnestina y a sus desagradables sobrinos.

De allí partiría a Europa... sesenta y tantosdías de placer. ¿Placer en un viaje solitario?No sentía ansiedad: su espera era,

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simplemente, fría. Como ella.

El identificador seguía latiendo. Pulsó«arriba» y le dio, claramente dibujado, elnúmero desde el que la desolada voz habíallamado.

Su largo dedo se posó –casi con timidez—sobre «discar»; en la pequeña pantalla seescribió «levantar el tubo». Lo levantótemblando, para oír la voz de lacomputadora... «que el número solicitado nocorresponde a ningún abonado registrado...»

Cabina. El había llamado desde unacabina pública. Había derramado su dolorde tanto tiempo ¡desde una maldita cabinapública!

Sintió una rabia creciente que no sabía aqué atribuir. ¿Cómo sería él? Comenzó adibujarle un rostro, luego otro.

Volvió a la computadora. No podíaconcentrarse. «...dejame seguir creyendo que

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he sido importante en tu vida...»

Amaneció gris el día de su viaje aCatamarca. Durante toda la noche no hapodido separar de su cabeza la vozmodulando el nombre de «Sonia» eninfinitos matices de nostalgia, de desespera,de desamor...

¿Y si alguien la hubiese querido tanto yella jamás se enteró?

¿Y si cuando le dijeron «te amo» y ellano creyó o no sintió amor, el otro hubiesequedado pegado a su recuerdo, sufriendo porella, esperándola...?

¿... y si hubiese alguien esperándola enalgún punto de su pasado...?

El micro partió de la terminal en mediode saludos, sonrisas, lágrimas. Encargos deúltimo momento. Nadie estaba allí por ella;le pesó la soledad hasta agobiarla. Cincuentaaños. No era vieja. Tampoco joven. Pero sí

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era una mujer sola.

Tan sólo una mujer sola.

Y que ahora cargaba con el recuerdo deuna desconocida soledad.

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Sonia FiguerasCdad Autónoma de Buenos Aires – Argentina

Conversando con Gastón

Se ligó su teléfono y del otro lado de lalínea una voz de niño, algo altanera,preguntó inquisidora si era la tía Mariela.Parecieran tener la voz igual.

Desde entonces siguieron conversandoen plenas confidencias. Había algo raro enél. Un dejo de resentimiento, un poco de celosy bastante de envidia. No llegaba a meterbaza ya que hablaba de corrido y apenas lepermitía un bocadillo cada tanto. Sepreguntó cuándo podría hacerlo. Leinteresaba, intuía algún problema. Su oficiole incitaba a continuar esas pseudoconversaciones.

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En la primera de ellas, le preguntó elnombre – Gastón - y le contó que tenía unlibro en la mano pero pasaba las hojas unapor una. (Gastón no leía).

Esa tarde de primavera adivinó su pelocobrizo brillante por la luz que entraría porla ventana. Estaría sentado en ese altillo«detestado» y miraría hacia afuera. «Él veríamucho desde ahí, de lo que quería y noquería ver. Le hablaba de los regalos del tíoGuille, los libros que le trajo la tía Mariela ycajas con la ropa de invierno que eranjustamente odiadas. ¡Tantas! En cambiohabían objetos que le conformaban y mucho,las ropas que le compró mamá y elplanisferio que le trajo su papá para sucumpleaños.»

- ¡Ese interlocutor! discernía la oyente

-Desde la ventana del altillo, mediodetrás del jacarandá que me acompaña las

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tardes y me esconde tantas otras, miro jugara los chicos en la calle. Hay uno que hace girarun trompo. Pienso que es muy grandulón elpibe ése para jugar con el trompito. Otrotonto se raspa las rodillas de tanto arrastrarsey jugar a las bolitas. Seguro, me juego, notiene el bolón de colores como el mío, que esverde con rayas rojas, seguro

que no lo tiene - le dice. ..Y las chicas...tan tontas. Las chicas, como siempreempujando cochecitos y muñecas jugando ala mamá, haciéndose las grandes. ¡Qué tontas!repite. Una nena de trencitas largas hace rolesy verticales. ¿No se habrá dado cuenta quese le ve la bombacha? Sigue de corrido, comosi del otro lado de la línea no hubiera quienescuchara,

-Ah, es la única respuesta que concibe.

- Si por lo menos se hubiera puesto

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pantalones se luciría más con su vertical tanperfecta, justo en perfecta vertical.

Ella se dice que miraría jugar a loschicos como al descuido, como casi de reojo yen su descuidado mirar se embelesarían susdeseos. En tanto entrevé, por el balbuceo, quesus ojos se empañaban.

La plática continua otros día y en unamuy lluviosa, le dice, triste, que muy a pesarsuyo, la ventana del altillo es su compañeroleal.

Los días, con sus mañanas, sus tardes sesuceden con la misma tónica y Fernandaimagina una cabeza ensortijada cargada deresentimientos y una obligada aceptación.

Ahí estaba esa voz, la voz cotidiana quese repetía, que le hablaba incansablementey exclamó finalmente - ¡la silla en que estoyatado no me permite jugar!

Fue entonces cuando conoció la génesisdel problema.

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Sonia FiguerasCdad A. de Buenos Aires – Argentina

De fantasmas y otras formas

Cómo entrar sin miedo y ser valiente. Nopensar en un instante más allá. En ése queaterra y te deja paralizado, sin habla. Cómono entrever la cara de Vilma, la más perfectade la perfección. Los chicos nosdeslumbrábamos con ella, la agilidad parasaltar los charcos, más que nosotros, sabe quenos despierta admiración, envidia, se esmeray despliega esa habilidad que muchos notenemos. Quiere participar, Juancho le diceque ella no viene con nosotros. Se enoja, peronos ponemos de acuerdo. La aventura esdifícil y no nos arriesgamos a que venga.

La casa en medio del caserío deshabitado,

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tiene el desasosiego de aquellas noches de laluz mala en que pequeño y sin saber por qué,hacía la cruz para espantar al mal agüero. Enincursiones anteriores llegamos hasta la verjacon verdín que hacía de puerta y ninguno seanimó a entrar… hoy sin Vilma…quizás conella hubiera sido mejor… pero la decisiónestá tomada.

- Vamos muchachos, dice Manuel. Losotros, los muy cobardes, a la retaguardia. Ala cola de Manuel, me fortalezco. PobreManuel. Tiene tanto miedo como yo. Se leescapan las zapatillas del susto. Saposverdinegros como pelotitas de goma, seesconden en el verdinegro de las matas,movimientos me rodean. Son ratas, digobajito y me estremezco a cada zanco. No merindo. Sigo adelante de mis huestes queabandonan la retaguardia. Voy con loseternos miedos pegajosos de plasticoladesparramada. Los otros, de lejos, me gritan

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- que no, Leo, que no, que no vayas.Acordate de la última vez, el hombre noscorrió con ladrillos y con un cuchillo.

Mas, David, voy al encuentro de Goliat,con mi honda, cuatro piedras - una me daManuelito - y tengo como cinco. Me dijeronque David era chiquito y Goliat era muygrande y nadie podía con él. Pero si el hombrede las piedras me tira una, yo también loasusto y le doy un hondazo.

No se explica su existencia y el no. Fluctúaen la búsqueda de la razón de la vida. Delincreíble misterio de estar vivo y de repente,de qué forma un individuo deja de serrespetable. No le encuentra sentido alguno.Pasa por diferentes estadíos, entra en la naday la nada es él vacío. Leo se dice, no nací paraello….alguien, un sabio maestro mesentenció una vez «ante el dolor no hayconsuelo sino dolor», y ellos me necesitan,me necesitan, repite.

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Un mareo le da vueltas en la cabeza quegira y gira .De pronto lo lleva al infinito unhilo transparente que solamente él ve. Unhilo fuerte que le da tirones y le hace darmovimientos espasmosos tal un «muñecopedroso» de un circo con espantajos que sóloél ve, y si lo cuenta, se mofan de él. El temblorde sus labios no para y él no cesa en eltemblequeo. Alcanza con sigilo a llegar a lapuerta - ¿de verja?... El hombre aquel noaparece. La empuja, esa puerta del infiernoque lo intriga desde siempre. Desde chico.Obedece la puerta que lo espera. Leo suponeque detrás de ella se esconde el secreto, susecreto, el misterio Entra. Y se quedaquietecito.

Sobreviene la pregunta que cada tanto loatenacea ¿Hoy quién es? ¿Es el Leo de labarrita, la del Industrial, o es el médico delhospital al que tienen atado por sus tobillosen la cama con un suero que penetra sus

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venas?

– Ay, que me duele, dice. Oye voces - novayas, quedate Leo, otras, acompañan manossuaves que tocan su cuerpo, lo dan vueltacomo un panqueque, secan su sudor deplasticola sobre ¿un lienzo verdoso? Se queja.Está en una cama. Sombras verdinegras lorodean, circulan a su alrededor. El tirón delhilo tironea menos. El hombre de la casa, asu derecha, lo espía. Ha cambiado el color desu pelo, ahora es blanco. ¿Es el pelo? ¿Es ungorro? Cuál es este personaje, entreabre losojos y quiere descubrir. A pesar de la luz deuna lámpara que desde el techo lo obnubiladetecta un gorro blanco y un par de lentesque habla.

- Ah, los lentes hablan y el individuo sinescopeta ni piedras. Vamos mejor, Manuel,Manuel… Manuel no contesta, es otro, es eldel gorro blanco que acerca los labios a sucara y comienza a atemorizarse. Con lo bien

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que la estaba pasando con esas manos suaves.¿Vilma? ¿Es Vilma, acaso, la saltarina Vilmaque se aleja en una nebulosa? Intentamoverse, acudir a buscarla, a ella, la reina desus ensueños. No hay pastos verdinegros nicharcos barrosos y no es el sol que loobnubila, no hay respiración en lado algunoy la niña saltarina ha desaparecido.

Un par de tijeras apunta a su pecho, lequema, le arde. Sudor helado lo cubre, pareceque las sábanas se le han pegado al cuerpo.Abre un ojo, un sólo ojo.

- Hola Leo, despertate. Ya te operamos.Descansá tranquilo. ¡Mirá que andar por losandurriales y caerte en un pozo! Cosa dechiquilines ¿qué buscabas en casa ajena,sapos?

- No, balbucea. Sapos no. Al fantasmacon patitas.

- Leo, otra vez el fantasma te persigue.

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Y Leo, aunque mezcle la infancia con laadultez, que la lámpara del quirófano lociegue, Vilma sea un recuerdo en el tiempo,se caiga en un pozo, enferme infectado,termine en la cama de «su hospital» y ademáslo pinchen, duerman, cosan, los hilos seantanzas, huela el alcohol que lo marea, soportecon paciencia el sonsonete, la burla suscompinches, que lo reten porque anda detrásde «ese fantasma con patitas»…su colega sabeque seguirá luchando contra el dengue, conlos otros profesionales de su equipo mientraspueda, en tanto tenga vida y fuerza. Está enel lugar de sus sueños dormidos. En el de losdesconsuelos, imbuido de que para paliar lasmiserias que duelen, en el que la aflicciónpuede alivianarse y olvidar antiguosintereses. El milagro de vivir la vida, nomerece, de otro modo, ser vivida.

Leo, adolescente del industrial, el Leo delquirófano del hospital, no ha cambiado suesencia.

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Diego Martín LanisCdad Autónoma de Buenos Aires - Argentina

Ambos nos descubrimos en unasituación poco feliz

Giró el picaporte de la puerta. No abrió.Se alejó y emprendió una carrera a todavelocidad para impactarla. Se detuvo.

-Pasa, pasa- le dijeron mientras le abrían.

Sus fosas nasales se agrandaron. Tosió.

Retrocedió unos metros hasta encontrarun pasillo. Caminó por él hacia el fondo.Abrió la ventana y saltó.

El hombre, que esperaba detrás de lapuerta empezó a correr. Golpeó contra lapared y cayó desplomado. Tan pronto comopudo se levantó. En el piso tirado un cartel.Baño en reformas.

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Juan Carlos MasochiMar del Plata (Buenos Aires) - Argentina

El conventillo

Cuando vine de la colimba, iba seguidoal conventillo de la calle Marconi. Me habíahecho amigo del Telo García, un vago yputaniero de ley. Él vivía ahí con su madre.El patio era un lugar de relación, decomplicidad, reinaba la solidaridad, siemprehabía buena onda, charlas, tomábamos matecon tortas fritas, se compartía lo que se tenía.Todos aportaban algo. Se escuchaba músicacon una radio y si había ambiente se bailabaen la azotea del primer piso. Era un lugarsociable de encuentros, donde se fortalecíanlos afectos. En definitiva todos eran una granfamilia. Algo que yo desconocía

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absolutamente. El conventillo es un lugarentrañable. No sé por qué últimamente lorecuerdo tanto, lo recuerdo como si esasvivencias que añoro hubiesen ocurrido ayer.Esto que relato sucedió hace cuarenta y picode años. Al regresar del servicio militar mehabía alejado de la familia, por culpa de uncuñado que vivía en casa y me quería ponerlímites. En realidad nunca nos llevamos bien,para conservar la armonía familiar, decidíirme. Le pedí al gerente de la empresametalúrgica donde yo trabajaba un mesadelantado, le planteé el problema y meentendió. Por la tarde me fui con las pocaspertenencias que tenía al conventillo, queríaexperimentar una nueva experiencia y nodepender de nadie. Esa tarde cuando llegué,dije que necesitaba por un tiempo una pieza.Me atendió el turco Abraham, que era eldueño y no vivía ahí, enseguida me puso lospuntos.

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— Usted, ¿Trabaja?

— Si. Dije

— ¿Dónde?

— En la Metalúrgica local.

— Bueno tiene que pagar ya, un mesadelantado que son cuarenta pesos,» Acá noquiero vagos ni quilombo.» Y, hay una reglade oro que la hago respetar a rajatabla. «Todoel mundo sabe todo y nadie sabe nada»¡Muzzarela!

— Bueno Don, no me apure de entrada,porque soy de pocas pulgas.

— Eso es cosa suya, si le gusta bien y si nose va.

— Bueno está bien, no me queda otra.Tome la plata.

— Ocupará la pieza diez del primer piso,que está frente a la azotea.

Fueron pasando los días y ya era parte

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del conventillo, enseguida me integré comouno más, como dije anteriormente la genteera macanuda, hice amistades nuevas, mesentía cómodo. Eso si permanentemente sesentía olor a fritangas, de día y de nocheestaba en mis fosas nasales.

Un sábado, las mujeres en la azoteaescuchaban las novelas por la radio que estabadebajo de una parra, después se armó elbailongo entre los inquilinos, la gente ahí sedivertía sanamente. La Perla, o Perlita, comola llamaban, que también se alojaba ahí.Papá, decía que era prima lejana a la cual yono conocía, el viejo últimamente, decíacualquier cosa, ella enseguida me sacó abailar, la verdad que estaba muy bien, laapreté un poquito, es que ante una situaciónasí uno se inquieta. Perla, posteriormente, mepresentó a la chilena, Laura, a quien invité abailar. Su pieza estaba en el mismo piso quela mía. Mientras bailábamos, me dijo que era

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casada, el marido trabajaba en el campo yvenia cada quince días, ella lavaba ropa paraafuera. Pusieron un bolero del «Trío LosPanchos», razón por la cual tuve queacercarla más, bailar apretadito en realidadtenía ganas de sentirla cerca, ella merespondía en un momento dado entre risasy cantos, me clavó las uñas en la espalda.

Esa noche yo creí que la tenía y le hiceuna invitación, no aceptó y me dejó plantado.Me dijo que si aceptara eso sería una«traición», mi marido se rompe el lomotrabajando en el campo, para que yo la pasemejor. Bueno la cosa quedo así. Pensaba quea veces hay circunstancias que los impulsosnaturales se imponen sobre los sentimientos.Todo es cuestión de tiempo. Fueron pasandolos días, y por las noches no podía dormirmeestaba obsesionado con los pechos de laescultural Laura. A los pocos días, era undomingo, después del partido que ganó Boca,

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para festejar, se armó el bailongonuevamente. Enseguida no muy seguro,saqué a Laura, quien vino sonriente,bailamos más de una hora, sus senosenormes se bamboleaban, y me rozaban elpecho, me pareció ver que movía los labioscomo si se le secaran, al bailar cara a cara,noté que sus mejillas estaban ardientes. Enun momento dado me dijo.

—Juan, me voy a la pieza estoy cansada,mañana me tengo que levantar tempranotengo mucha ropa que lavar.

Esa noche a una hora prudencial tambiénme retiré, hice coraje y lentamente fui hastasu pieza, que estaba semiabierta; ella estabaparada, con una leve sonrisa se puso un dedoen la boca indicándome que hiciera silencio.Esa noche inolvidable, irrepetible, de comúnacuerdo hicimos el amor. Ambos quedamosextenuados. Con ella tuvimos encuentrosocasionales. Se puede decir que con Laura,

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me hice hombre, me dejó muy buenosrecuerdos. Como mujer era excelente. Ella sinsaberlo durante mucho tiempo estuvo en mispensamientos. Después le perdí el rastro. Mefui de ese templo que para mi fue elconventillo. Siempre recuerdo ese lugarcomo algo sagrado, sobretodo por lasolidaridad de la gente. Es que en ese tiempovenir del interior y ubicarse digamoscómodamente no era fácil, el trabajoescaseaba y si uno no dependía de un buensueldo, la vida se tornaba sumamente difícil.A pesar de todo eso teníamos ilusiones,proyectos de vida, sobretodo para nuestroshijos. Para que aprendieran un oficio oestudiaran. Y, aquí quiero detenerme, ydestacar que con el tiempo supe que muchoshijos de esas familias, que conocieron laadversidad extrema, con esfuerzo y sacrificio,se elevaron socialmente, algunos llegaron aser profesionales. Es que en ese tiempo

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estudiar y esforzarse era algo normal paraellos. Tenían metas, ilusiones, esperanzas. Nolo tomaban como un sacrificio. Siemprepienso, que esa es la cultura que debiéramosrescatar, la del esfuerzo personal. Parecieraque en lugares como ese, el ser humano, seesforzara para hacer el mundo mínimamentemás agradable.

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Rusvelt Julián

Nivia CastellanosIbague – Colombia

Hackers

El ingeniero de sistemas, quedó preso ensu conciencia. Hace diez años, sufrió dichopercance. Esto se dio, porque inventó unprograma de realidad virtual. Lascaracterísticas del sistema binario, fueronentonces de lo más caóticas. Las reglasabstractas de aquí fueron las reglas físicas deallá. El constructo social de allá fue la soledadde este mundo de aquí. En este idénticoembrollo de ideas; el creador se supo comouna máquina de ciclos cuando comenzó amanejar aquel programa, pero él no se dabacuenta de tal particularidad. Poco a poco,

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vivió quieto en el plano corporal. Sobre loparadójico, se sentía estresado en el planodimensional. Creía moverse rápidamente.Con la mente, traspasaba un montón deventanas. En este sin modo, su mundomaterial fue volviéndolo lentamente uncírculo repetitivo. El ingeniero a loconsecutivo, no quiso salir más a la calle dela gente. Dejó de visitar hasta su familia. Yacasi ni comía nada saludable. Iba a la tiendapor obligación nomás. Su obsesión era estarsiempre en ese artificio. Incluso, olvidó iradonde los amigos. A tal extremo llegó, queabandonó a su novia. En menos de un mes,perdió el recuerdo que tenía de ella. Hacia lodesbocado; se fugó de las rutinas urbanas, sedistanció del universo. Por lo pronto, buscóuna galaxia entre una cosa cuadrada. Bajo loincierto, pretendió encontrarla en una simpleirrealidad y lo peor del caso es que en esairrealidad, sigue metido este hombre, sin daraún con la escapatoria.

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Rusvelt Julián

Nivia CastellanosIbague – Colombia

La luna del fuego blanco

Durante esta tarde velada, la luna vuelaprendida en un fuego oscuro, así la observoyo desde la ventana de la habitación circularen donde yo me sé con depresión. Ahora,bajo la mirada al frente mío y por allí de cercaevidencio a los niños del encantamientoatardecido. Ellos están felices escondiéndoseen los rincones de este barrio misterioso.Algunos de los jovencitos, nomás acaban dejuntar sucesivamente sus caras ruborizadas,mientras ellos van y vienen y siguenbesándose lindamente, adentro del parquedel otoño, que hay recreado al frente del

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hogar de apariencia campestre en donde yovivo. Un poeta fantasma me divisa entretantocon sus ojos de íntima ternura. El lirista meexamina desde lo lejos y entonces por estardetallándome, hoy él deja su inspiración paraotro tiempo, más vivo en versos de bondad.Entre otras cosas extrañas, descubro que elcielo sigue bañado de cenizas, por lo tanto,sigue suave de melancolía. Hay tambiénmucha gente asocial, sufriendo la soledad delespanto, debido al desapego en este barrio.Ellos van lanzado burlas contra sus amigosartistas y ellos van vacilantes por entre loscaminos de esta ciudad borrosa. Son muchoslos paseantes solitarios de este día nublado,quienes van solos recorriendo los andenes.Van ellos cabizbajos con sus caras malhumoradas y van ellos mal con sus muecasrabiosas. Y que feo lo que acaba de pasar; unniño es tumbado del triciclo rojo y suyo en elcual iba montado felizmente hacía un rato.

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Sin nada de duda, le botaron su inocenciacontra el gris asfalto. El niño iba rodandoantes por un sendero de rosas. Jugaba a lascarreras veloces en este parque de árbolesdeshojados. Más luego del tiempo él fuearrojado del cacharro, luego de un puñetazobestial, que recibió a traición. El niñitoentonces, sufrió el áspero golpe, como si suhumanidad fuera un muñeco de trapoinservible. Ahora él llora un poquito, entrelos paisajes de esta realidad imperfecta y yolo espío con mucho cuidado.

El mismo sardino flaquito, quien siempreme ha gustado, se levanta ya de pronto de laagreste caída. Eso quedó todo lleno deraspones. Al otro tiempo, mira al ladrón dejuguetes correr por un portal incierto. Eldesquiciado se va como hacia un túnelclaroscuro. Y con extrañeza, mi enamoradoadvierte de que su triciclo, no está al ladosuyo. El ratero se llevó de un solo zarpazo,

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su más valioso divertimento. Así que elhombre malvado, debido a su sagacidad, sefue yendo de bufón con la máquina. Se alejóde allí, forrado con una máscara de payaso,burlándose de lo más victorioso, entre susrisas maléficas. Este maldito, así pues así,anda feliz en la otra dimensión, por haberhecho llorar a mi niño de pelos negros, porhaber dejado a mi chiquito, lleno demoretones.

Mientras tanto yo sigo sola, viendo todoeste drama indecible, junto a la ventana demi casa rosada. Y los otros andantes dispares,siguen sin hacer nada, sólo se saben chistosospor ahí sin pensar, sobre el robo alocado, malcausado contra el lindo niño. Es apenas unchico recién abandonado a quien la acabande robar la fantasía. Además este gentío, nihace bulla, ni ayuda al peladito bondadoso,entre su tristeza suya, pero ella efímera. Asípor esta sorpresa, yo me tiro al cielo brumoso,

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desde mi cuarto y desde la ventana, otra vezabierta. Caigo aquí de golpe sobre el pradomojado con las lluvias pasajeras. Al rápidoinstante, corro como despavorida para ir aauxiliar al morenito hermoso. El pobrecitoaún está sin la compañía de alguienbondadoso y aún está sin el arrullo de algunaesperanza. De momento descubro es latempestad del universo, veo es a loscrepúsculos sin días, sin muchos rayos desoles rayados. Entre las hojas muertas de losárboles; veo es la palidez decolorada en estejovencito, bajo la sombra de las enramadas.

Ya más y más después, menos mal meacerco a ti y por fin te acojo con regocijo, miniño bonito. En encanto rodeo tus brazosflojos con mis brazos de suave hermosura.Te abrazo así amándote con mi únicablancura de mujer preciosa. Te seco devota,tus lágrimas, mi lindo. Limpio tu agua delalma con mis dedos débiles, todos sensibles.

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Y yo sigo aún enamorada de tu purezainfantil. Así entonces galán tú, mi niñoadorado, mejor esperemos a solas por algúnmilagro verdadero, aguardemos mejorrejuntos, una búsqueda de tiempos máscalmados, sin más inútiles guerras, sin másmuertes horrendas. Asimismo, trata decalmar la soledad tuya y aquieta la soledadmía, una soledad sola de nuestra intimidad.

A mi seguido sentir de dulzura, mejorsoñemos unidos juntos; queramos que nohaya tantos desamores incautos; hoy a loíntimos en compañía; imaginemos que haymás amores vivos. Intentémoslo, pese a verlas hojas grises, recién esparcidas por losárboles, cayendo sobre nuestras cabezas depelos enredados. Entre tanto tú, mi niño debrazos calientes, para lo sublime, te vieneshacia mí y te recuestas sobre mis pechos dequeja. Me acoges con dulzura. Así nomás,abajo de un leve suspiro, ambos entonces

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miramos amados, hacia otro día mejor, haciaun día más inmortal, ansiado de poesía enmí y lleno contigo en romance, mi niñohumano. Y claro el poeta fantasma; se aparecefulgurante otra vez, ya nos sonríe y nosprotege, atrás del otro cielo espejado;mientras la luna mágica, nos baña ahora enluz celeste, mientras la luna llena, se nosprende ahora de fuego blanco.

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Carlos F. Pérez de VillarrealMar del Plata (Buenos Aires) - Argentina

Parafraseando a Julio Cortázar

Es un aparato negro (aunquedependiendo del status social, puede ser dediferentes colores y variados modelos), debakelita, brillante; cuya base deaproximadamente 20 x 20 cm. se elevaarmoniosamente en forma curva hacia unapirámide truncada que termina en unaDoble T.

Esta sirve para apoyar el «elementomovible», denominado vulgarmente «tubo»y que en realidad es el comunicador-receptor.

Este tubo de aproximadamente 30 cm.posee en el centro una especie de agarraderapor donde se lo toma.

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En su extremo anterior lleva un auricularinsertado por el que se escucha, con su tapaagujereada de pequeños orificios.Aproximadamente diez.

En su parte posterior posee unmagnetófono para hablar, que termina enuna protuberancia con cinco canaleslabrados, permitiendo de este modo, dejarpasar la voz.

El tubo está unido a la base por un cable(también negro) rizado en tirabuzón. Nopocas veces este rizado se dobla, provocandoimprecaciones por parte de quien usa elaparato, ya que no es fácil volverlo a su lugary se enreda (y si no lo creen inténtenlo).

La Doble T lleva incorporada una teclacon un resorte interno que permite que alcolocar el tubo sobre ella, el mismo secomprima interrumpiendo la comunicacióny si la soltamos, se descomprime,

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permitiendo comunicarnos.

En uno de los cuatro lados de la base(preferentemente debe ser el que está frentea uno), posee un disco con diez agujerosredondos, calados, del tamaño del dedoíndice, que al girar -teniendo un tope metálicoy un resorte que lo devuelve a su origen-,permite discar.

Este disco gira sobre otra pequeña basemarcada a su vez con los números 1 al 0 (esdecir: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9 y 0) que en descansocoinciden perfectamente con el disco encuestión.

Estos agujeros permiten introducir eldedo índice derecho (o siniestro si se es zurdo,entendiendo esta última acepción como laotra mano que no es la derecha y no la de laideología), cuando se requiere marcar undeterminado número y establecer lacomunicación.

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Suelen emplearse aparte del dedo índice,los otros dedos de las manos (menos el pulgarporque no entra y es complicado su uso) ydiferentes elementos como: lápices, lapiceras,horquillas, escarbadientes, agujas de tejer…y todo lo que se le pueda ocurrir que sirvapara tal propósito.

Un cable especial sale de la base y seconecta con un terminal de la línea generalque normalmente es externa y aérea.

Al sonar la campanilla interna de esteaparato -colocada especial y estratégicamenteen la pirámide-, con un sonido característico(ring… ring… ring…) Ud., percibirá quealguien quiere comunicarse.

No deje pasar más de seis ring, porqueposiblemente la persona que lo llama creeráque Ud. no está e interrumpirá lacomunicación (la carrera o marcha hacia elaparato dependerá directamente en forma

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proporcional a la distancia que los separa).

Si se encuentra en óptimas condiciones,levantará el tubo suavemente, lo llevará aciento diez grados aproximadamente ycolocará su oreja y su boca en los lugarescorrespondientes (al revés seríacontraproducente), emitiendo un ¿Holaa?Esto establecerá la comunicación (porsupuesto si no le cortan).

Si Ud. está exaltado, nervioso omalhumorado, puede levantar muyfuertemente el tubo y lastimarse la oreja, ola boca. Alguien puede luego encontrarlo conhielo sobre la cara y el aparato roto sobre elespejo del trinchante o bahiú, espejo que porsupuesto también se encontrará roto.

Al establecerse la comunicación, estapuede ser interesante, banal o simplementechismosa, del tipo de:

-¿Viste lo que le pasó a María…?

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Ud. piensa: ¡Lo sé, pero capaz que vossabés algo que yo no sé!

Y responde con toda sutileza:

-¡No! ¿Qué pasó…?

Y esto es todo.

Este aparato suele ser útil y como todaherramienta, dependerá de su uso si esconveniente o no para nuestro confort ycalidad de vida.

¡Ah, Me olvidaba!, se denominaTELÉFONO.

Teléfono antiguo de bakelita negra

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Carlos F. Pérez de VillarrealMar del Plata (Buenos Aires) – Argentina

TOC: Orden

Carlos era extremadamente ordenado.Tan extremadamente ordenado queprácticamente vivía enajenado con el controldel orden en todo sentido: horarios, comidas,visitas, ropa, utensilios…

Ya había tenido problemas en su trabajo,e incluso familiares; pero era más fuerte queél: debía ordenar. Vivía acomodando yacomodando lo acomodado.

Era un «ordenador»; las cosas que lorodeaban debían estar dispuestasrígidamente como él las acondicionaba. Porsupuesto esto incluía distribucionesperfectamente simétricas y horarios a

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cumplir a rajatabla.

En principio, pensó que era solamenteuna manía, o un ritual, como muchos otrosque podemos tener los seres humanos, peropoco a poco se fue convenciendo que era algomás y comenzó a tratarse psiquiátricamentecon un profesional, el cual lo llevó a unaterapia conductista, que finalmente derivó enfármacos.

Ninguna de las dos posibilidades dioresultado (vaya uno a saber porqué).

La cuestión es que Carlos dejó de trabajar,casi de salir y comenzó a vivir prácticamente,encerrado en su casa.

Por supuesto, su mujer (un poco alterada)con la excusa de que su mamá no estaba biende salud, partió a verla un domingo por lamañana y no volvió más.

Su hija, un sábado por la tarde, salió consu novio, dijo: «hasta luego» y

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«desaparecieron en acción» los dos. Nuncamás se los volvió a ver.

Su hijo mayor -era el único que loacompañaba-, encontró trabajo muyrápidamente (algo que siempre le costóhallar). Logrado ese objetivo, un lunes por latarde, aparentemente se olvidó de regresar.

Así Carlos, un día, quedó solo…

Eso sí, preparaba su desayunoexactamente a las 8 de la mañana, almorzabajusto a las 12, tomaba mate (como el fiveo’clock) a las 5 de la tarde, cenaba a las 8 dela noche y dejaba todo dispuesto. Cada cosaen su lugar. Ordenar sobre lo ordenado.

Todo venía desarrollándose casinormalmente, pero algunas fallas lo hicierondarse cuenta que el accionar del común delos mortales, no coincidía con el suyo, ennada. En esos momentos se desmoronaba.

Su pasatiempo favorito eran las series

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televisivas que pasaban exactamente a lashoras indicadas. Una tarde (vaya uno a saberporqué), una de las películas se atrasó 5minutos. Fueron fatales, casi rompe eltelevisor y aunque no lo hizo (porque pensóque después tendría que limpiar todo yordenar), se desestabilizó.

Su angustia era tremenda y sudesasosiego, feroz.

Tomó una determinación.

El tema, importante por sí mismo por lasimplicancias que pasaron a futuro, es que,pasado un tiempo, su mujer en contacto consus hijos, decidieron visitarlo para ver conque se encontraban.

Sorpresa mayúscula: para variar, todoordenado, todo en perfecto orden, sin unamácula de polvo ni ningún objeto fuera desu lugar correspondiente… pero Carlos noestaba.

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Revisaron la casa, las habitaciones, elliving, el baño, la cocina, el patio, el jardín ynada. Carlos no aparecía.

Todo estaba intachablemente dispuesto,pero aparentemente el marido-padre-suegrose había evaporado.

Dieron aviso a la policía, se lo buscó enlos hospitales, las clínicas, las iglesias, hastaen la morgue… y nada.

La familia volvió a su normalidad -ocupónuevamente la vivienda-, hasta que la mismafue interrumpida, cuando comenzaron aembalar las pertenencias del dueño de casa,presuntamente desaparecido.

En un rincón del placard, bien escondido-arriba de unas remeras muy bien ordenadas-, limpio, almidonado, planchado y dobladoen «perfecto estado» se encontraba«guardado»…Carlos.

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Carlos F. Pérez de VillarrealMar del Plata (Buenos Aires) - Argentina

La Diosa del Árbol

El «árbol» era inmenso, extremadamenteinmenso. Su circunferencia medía centenaresde metros y su altura sobrepasaba las nubesbajas que se aletargaban en el frío invierno.

Ninguno de los clanes que vivían allí,sabía desde cuándo estaba; para muchossiempre había existido, lo considerabaneterno.

Se veía desde distancias enormes, ya quela planicie en la que se encontraba, permitíaver su inconfundible silueta desde varioskilómetros a la redonda.

Sus ramas sobresalían en todas lasdirecciones y cobijaban a casi toda la

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humanidad que vivía en la región.

Su Diosa era la de todos.

Nadie la había visto completamente, nihabía hablado con ella… pero sabían queexistía. Una rama retorciéndose con forma demujer… una cabellera rubia llena de hojasque caían lentamente… unas manos «decorteza» que se movían acariciando larugosidad de algún tallo… unas orejaspuntiagudas nunca vistas… Retazos de unser que se movía sobre el árbol, formandoparte de él.

Eso era lo que habían visto algunos y secontaba en las largas reuniones de invierno,cuando el frío y la lluvia arreciaban.

Era una cuestión de creencia que seenseñaba a los más jóvenes, para quetransmitieran el mensaje: la Diosa del Árbolprotegía a quienes creían en ella.

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Y este fue pasando de generación engeneración, hasta que llegó a mí desdepequeño.

Por ese entonces, mi padre era el jefe delClan de los Corredores, llamado así, por lavelocidad y resistencia de sus hombres,mujeres y niños, en las largas travesías através de la llanura.

Siempre cobijados por el inmensoespécimen vegetal.

De muchacho -al trote-, paso especial quehabíamos desarrollado, recorría sucircunferencia, dándome cuenta que cada vezera más grande. Sin cansarme, tardaba tressoles en hacerlo. Al año siguiente eran tressoles y medio y así en forma sucesiva. Deadulto comprobé que ya tardaba casi unaluna en recorrerlo.

La rugosidad de su corteza era suavecaricia en mis manos. Sus ramas, enormes,

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pendían como un techo en las alturas, dandosombra en verano y calor en invierno. Sushojas, verdes y azuladas nos transmitían pazy fortaleza.

Amaba ese árbol, era la madre de mitierra, era todo lo conocido.

Y amaba a su Diosa.

Me encantaba escuchar las historias dequienes creían haberla visto.

Era mi anhelo más ferviente el poderencontrarme con ella algún día.

Y al final sucedió…Hallándome en ellecho de mi vejez, tuve una visión: unahermosa mujer con sus cabellos al viento,desenredándose de una rama, con suspeculiares orejas y mirándome con esos ojostan propios, se acerco a mí cuerpo.

Extendiendo sus manos y tocándome elpecho dijo:

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-Al fin me conocerás. Al fin vendrásconmigo, pero algo tendrás que dejar acambio.

-¡Que es! –dije anhelante.

-Tuinmortalidad,h u m a n o .Tendrás que sermortal y morir.

-¡Que asísea! –exclamégozoso.

Y así fuecomo sinsaberlo, yo

también forme parte del Árbol y meincorporé a él.

Savia de savia, esencia de esencia…

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Giancarlo Sasso FernándezMontevideo - Uruguay

Dona Bertha

La tarde transcurría con normalidad, nadahacia suponer que sería una tarde diferentea las demás en mi pueblo, tranquilas, calladasy sobre todo eternas, que largas eran lastardes cuando todos se tiraban a dormir lasiesta luego del almuerzo para escapar alintenso calor agobiante que el verano haciasentir por las tardes, no se veía a nadie en lascalles, el pueblo parecía desierto y solo detanto en tanto se escuchaba pasar algún autopor la carretera.

Serian las cinco ya, calculo porque el solno pegaba tan fuerte y los comercios abríansus puertas nuevamente para retomar la

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actividad, estaba con mi primo Juan que viveen la casa de al lado, apoyados en el muro,viendo a la ruta, cuando notamos quenuestros amigos iban a la canchita de tierracon la pelota abajo del brazo, bastó una señacon la cabeza para que saltáramos el muro ycorriéramos a unirnos a la caravana de niños,la canchita quedaba a un par de cuadras demi casa y la habíamos forjado a trajín depelota y corridas, no tenía marcas que ladelimitaran ni arcos de metal pero todossabíamos cuando se había ido afuera ycuando había sido gol, no necesitábamos niun referí para correr tras la pelota y pasar lastardes allí.

Sobre un lado de la cancha y comoseparando el terreno, la vieja fábrica de jabónque ya estaba abandonada hacia mucho,había una zanja, bastante profunda, que elpaso del tiempo y la falta de cuidado habíanllenado de pasto y maleza gruesa, donde

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siempre bromeábamos con mis amigos quepodríamos llegar a encontrar dinosaurios detal estado de abandono del lugar, yaestábamos llegando y todos corrían a tomarsu posición en la cancha, ya sabíamos comose dividían los equipos y quien jugaba en quepuesto, cuando sin querer la pelota va a pararcerca de aquel zanjón, corrí en busca de ellay mayúscula sorpresa me llevé al ver allí,tendida sobre el pasto, tiesa y con la bocaabierta a la señora Bertha, una vecina quetenía una tienda donde vendía botones,cierres, agujas, lanas y todas esas cosas quelas madres y abuelas adoran, no lo podíacreer, quedé inmóvil por un momentomientras mis amigos me gritaban que fuerapor la pelota para seguir el juego, sólo atinéa mover mi mano y gritarle a mi primo queviniera corriendo, hicieron caso omiso a migesto y continuaron gritando para que lestirara la pelota, pero yo seguía inmóvil y con

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mi vista fija en la señora Bertha, entonces losolté de un grito

– ¡Un muerto!!! –

Al mismo tiempo corría directo a la callealejándome con todas mis fuerzas de aquellugar, mis amigos al verme huir corrierondetrás de mí sin siquiera mirar hacia la zanjapara ver si era verdad.

Llegué como un rayo a la comisaría y entrécomo loco gritando, el policía que estabasentado tranquilo escuchando la radio ydejando pasar la tarde para terminar el turnose paró de un golpe y tiró el gorro que teníaapoyado en su cara para que no le molestarala luz.

- Qué, qué pasó – desorbitado preguntabael policía que no entendía nada, mientras yotrataba de decir algo pero las palabras noparaban de salir de mi boca como unaametralladora, a un ritmo tan rápido que

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nada se me podía entender

- Tranquilo, tranquilo – me decía para queno hablara tan rápido

- ¡La señora Bertha está muerta!!! , ¡Laseñora Bertha está muerta!!! – repetía comoun loro sin dejar de correr por la comisaría

- Tranquilo porque te meto preso porvenir a molestar a la comisaría – me tomóde un brazo y me sentó para que parara unpoco - ¿Qué te pasó? –

Entonces respiré profundo y tratando demodular mis palabras le conté lo que habíapasado y lo que había visto en la zanja de lafábrica, él me escuchó mientras me observabasin decir ni una palabra, hasta que terminémi relato y me dijo:

- Mas vale que esta no sea una bromatuya y de tus amiguitos porque sino voy atener que hablar con sus padres, no puedenandar inventando semejantes cosas y

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molestando a la policía, vayan a su casa queyo iré a revisar –

Corrí a mi casa mientras el policía con suparsimonia de fin de turno se dirigía a lafábrica, les conté a mis padres lo que habíavisto, ellos me dijeron que no me preocuparaque luego averiguarían que era lo que habíapasado.

Efectivamente, al día siguiente el puebloentero hablaba de la muerte de Doña Bertha,parece que la señora salió temprano a hacerlos mandados y su corazón falló cuando ibapasando por la vieja fábrica lo que hizo quese desplomara cayendo al zanjón donde yola encontré aquella tranquila tarde en mipueblo.-

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Giancarlo Sasso FernándezMontevideo – Uruguay

El Café

El reloj jamás se les detuvo, cada unorecorrió su camino formando familias,creando vínculos, ganando amigos,siguiendo sueños, pero como un haz de luzque viaja miles de años para llegar a la tierra,chiquito, latente, punzando una y otra vezpor salir al exterior, vivía el recuerdo entredormido de aquel amor.

Un día frente a su computadora mientrastrabajaba, Juan se preguntó que sería de lavida de Mariana, casi sin pensarlo y como unacto reflejo a su pensamiento, decidióenviarle un e-mail que decía algo así:

Querida Mariana ¿Cómo estás? hace

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tiempo que deseaba saber de ti, espero queno te incomoden estas líneas, pero no pudeevitar las ganas de escribirte, aunque eltiempo ha pasado no consigo dejar depensarte, me gustaría poder vernos,compartir un café y charlar un poco, tengomil cosas que contarte.

Un beso.

Juan.

Los días fueron pasando sin recibirrespuesta de aquella misiva, Juan continuópensando en ella, pero ya con una carga dedesazón al no recibir noticias, hasta que undía, la tan ansiada respuesta llegó, Juan dudóun instante en abrir el e-mail por miedo a larespuesta de Mariana y cuando tomó valorleyó lo siguiente:

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Querido Juan, que alegría enorme saberde ti, en más de una oportunidad estuvetentada de escribirte, pero debo confesar queno sabía como lo tomarías, claro que meencantaría tomar un café contigo, yo tambiéntengo mil cosas que contarte.

Si gustas, te espero mañana a las ocho enel viejo café que está frente a la plaza.

Un beso.

Mariana.

Interminables se le hacían las horas aJuan, el día pasó muy lento para él y quinceminutos antes de las ocho llegó al café, sesentó en un mesa junto a la ventana que dabavista a la calle, con una seña pidió al mozoque se acercara y ordenó un café mientrasesperaba a Mariana.

El reloj dio las ocho, ya era la hora

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pactada, Juan observaba impaciente por laventana la gente que iba y venía por doquier,intentando adivinar en los rostros de lostranseúntes el rostro de Mariana. El reloj yamarcaba las ocho treinta y no se detenía, Juancomenzaba a dudar, pero se decía a sí mismoque pronto llegaría su cita. Otra ojeada alreloj, ya marcaba las ocho cincuenta, Juanresignado pide otro café y piensa en lo quepodría haber sucedido para que aún nollegara. Daba sorbos lentos, como tratandode dilatar el tiempo para que este no pasaratan rápido, sacó su libreta, hizo algunosapuntes para el trabajo y nuevamenteobservó el reloj, pasaban quince minutos delas nueve, ya era un echo, no vendría,resignado, guarda las cosas en su portafolio,con pereza pide al mozo la cuenta, paga,agradece y se marcha del café, pensativo,distante, lento, observando a su alrededor,haciéndose mil preguntas, sintiéndose untonto.

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Giancarlo Sasso FernándezMontevideo - Uruguay

El extraño

En una ciudad pequeña cuyo nombre yano consigo recordar, hace muchos años atrás,tantos que me falla la memoria intentandocalcularlos, ocurrió la historia que hoy les voya contar.-

Rodeada por un gran bosque de pinos,tan inmenso que me parecía eterno, seencontraba una pequeña casa muy humilde,allí vivíamos con mis padres y mis doshermanos Javier y Leonardo; mi padre unleñador de tradición familiar era un hombremuy callado y reservado, creó que pasar eldía entero en ese bosque lo hacía como era;mi madre una mujer brillante y llena de

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ternura siempre tenía la palabra justa paracada situación y era quien mediaba en cadaoportunidad que, como todo niño, peleabacon mis hermanos. La vida no era nadaesplendorosa en mi casa, no éramos unafamilia adinerada ni de clase media siquierapero lo que mi padre traía a la mesa con sutrabajo nos enseñaba lo valioso del esfuerzohonesto.-

Una tarde mientras jugaba junto a mishermanos en el frente de la casa vimos desdelejos venir por el sendero que daba al norteun hombre, presurosos corrimos a avisarle amamá, ella salió a su encuentro en la entradade nuestra propiedad y luego de unosminutos regresó a la casa con aquel extraño,un hombre flaco de unos cuarenta y tantosaños que por su aspecto parecía habercaminado por ese bosque desde hacia días.Mi padre ya estaba por regresar a la casa ymi madre gentilmente invitó a aquel extraño

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a pasar y descansar un poco sus pies tomandoasiento en el banco que teníamos en laentrada, nosotros mirábamos desconfiadosde aquel extraño y no entendíamos muy bienpor qué mi madre lo dejaría entrar. Mi padre,quien vio con recelo la presencia de aquelforastero en su casa, lo miró sin mediarpalabra, mi madre se le acercó y le dijo algoen voz baja, entonces mi padre con suhabitual silencio asintió con la cabeza y entróa la casa, nosotros lo hicimos tras él y trasnuestro lo hizo aquel extraño hombre.-

Ya era la hora de la cena cuando todo esoy en un gesto que jamás había visto en mipadre, invitó al viajero a tomar asiento connosotros y compartir la cena, jamás olvidaréese momento ya que mi padre no actuabaasí ni sus palabras tampoco

-Ven, siéntate con nosotros y comparte lagracia que Dios nos da hoy – dijo mi padrepobre y no esperábamos visitas a cenar, pero

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mis padres igual compartieron lo poco conaquel extraño. Luego de la cena mi padre leofreció al viajero un antiguo catre queteníamos para que pasara la noche, pero else rehusó, diciendo que debía continuar suviaje pero no sin dejar sobre nuestro hogarsu bendición, ya que le dieron descanso,refugio y comida a un viajero cansado yeterno, en ese momento no entendí conclaridad sus palabras, simplemente levantóla cabeza, agradeció a Dios por nuestrabenevolencia y se marchó.-

Luego de esa extraña situación nuestravida comenzó a cambiar, prosperábamoseconómicamente y vivíamos mucho mejor nofaltaba jamás el pan en nuestra mesa y mispadres tuvieron dos hijos más a los quellamaron Miguel y Rafael.-

Aún hoy no consigo comprender muybien que pasó aquella noche en mi casa ni

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quien era aquel extraño viajero que llegó porel camino del norte, ni que palabras le dijoen el portal a mi madre para que lo dejaraentrar, pero yo creo, más bien estoyconvencido de que aquella noche dimosdescanso y cobijo a un ángel de Dios.-

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Liliana SavoiaRosario (Santa Fe) – Argentina

Doscientos trece días

Han pasado siete meses. Doscientos trecedías alargados por la pérdida. Tenía quehacerlo, se lo había prometido a Inés.

«Escuchá Alejandro, apenas termine lo tumadre deberemos alquilar el cuarto. No, nome mires con esa cara, tenemos que hacerlo,con ello podremos afrontar el gasto de laescuela de Marquitos. Vos sabés lo que nosestá costando mantener el colegio nuevo y élse lo merece».

«Además Olga siempre estuvo dispuestaa ayudarnos, así que esta sería una manerade honrar su memoria».

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Debía vaciar el cuarto más iluminado dela casa. Su cuarto. A mamá le gustabasentarse al lado de la ventana para tejer.

Era imposible postergarlo, Inés es de esaspersonas que no claudican en sus caprichos.Las últimas semanas no había hecho otra cosaque hablar sobre el tema.

¿Qué haré con sus cosas? Ya me dijo Inésque ella no quiere nada.

«Hay que deshacerse de las cosas viejasque recuerdan más a la muerte que a la vida».

Mis manos acarician el acolchado decrochet. Me acuesto del otro lado de la camaesperando que me lea el último cuento quetrajo la tía Susana. La niñez se me instala enla memoria y en los ojos.

La idea de tener que desprenderme detodas sus pertenencias me destroza.

« Alejandro, ni se te ocurra andar por ahíregalando todo. Primero se pone a la venta,

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después veremos, yo tengo una prima que secasa a fin de año y a lo mejor necesita algo».

En las cajas que conseguí en elsupermercado voy poniendo sus cosas.Separo algunas que voy a esconder en elcuartito del fondo. Allí Inés casi no entradesde que vio la rata.

Una vida guardada en cartones degalletitas y vinos.

Se desparraman en el piso las pocas cartasque le envié desde Malvinas, todas envueltasen una cinta roja con la estampita de SanExpedito en el frente. Y la voz de Inés, queme taladra la cabeza:

«No guardés porquerías, tira todo lo queno sirva».

Inés, siempre Inés pisándome los talones.

«Apúrate que el sábado va venir elmuchacho que recomendó mi tía. Es de

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buena familia, está estudiando y aquí leresultará cómodo, le queda cerca de laFacultad de Medicina. ¿Y quién te dice, a lomejor le puedo hasta le cobrar para cocinarle?Vos no hables. Dejame a mí que yo mearreglo. No te metas. Siempre lo hechas todoa perder. Solo yo sé los malabares que hagopara llegar a fin de mes»

Ya casi está todo ordenado, vaciado elarmario, la cómoda, los estantes, el ropero.

«Alejandro no te olvides de revisar ese cajóncon olor a humedad que está a los pies de lacama. A lo mejor allí hay algo de valor.Cuidado no vas a tirar justamente lo único quesirva». Inés. Inés. Inés.

Abro el baúl que el abuelo trajo de Italia,me siento inseguro, furtivo. Mamá nunca medejaba abrirlo, decía que «había cosas degrandes.» Me había obsesionado durante miinfancia en saber que guardaban, pero con

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el tiempo fui perdiendo el interés en saberque ocultaban allí, mi madre no volvió atocar el tema.

Un sobre de papel marrón con los bordesdesdentados, en cuyo frente se lee: Juzgadode Familia, me llama la atención.

Mis dedos hurgan en las comisuras delpapel: El sobre estaba vacío.

Revolví más y más, pero solo encontréfotografías antiguas.

Al apretar un ángulo del piso del baúlnoté que la diagonal se movía dejandolevantado el ángulo opuesto.

¿Qué habría allí? Tal vez aquello que contanto empeño ocultaba «los grandes». Nopude más con mi angustia y mi deseo desaber. Un desagradable cosquilleo recorrió miespalda y un puño pareció golpearme elestómago.

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Casi con desesperación saqué todos losobjetos del baúl y levanté la madera delfondo, allí una carpeta anillada medeslumbro con su vejez.

Extraje varios papeles amarillentos y alleerlos caí de rodillas frente al espejo de lacómoda:

«A los veinte días del mes de Julio de 1963comparecen ante este Juzgado Doña OlgaMéndez y Don Augusto Contreras, casados,ambos cónyuges pasan a ser los padresadoptivos de Alejandro Pintos, en adelanteAlejandro Contreras»…

No sé cuánto tiempo pasó. Un negro vacíose apoderó del cuarto y mil voces seinstalaron en mi cabeza.

El grito de Inés me despertó del tranceen que me encontraba para pedirme que lehiciera un café. El espejo me devolvió unrostro ojeroso y muy avejentado.

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Caminé a su encuentro, pensando enMarquitos. En mí. En Inés. En mi recurrentesometimiento a sus caprichos. En todoaquello que me ocultaron mis padres. Yo noharía mismo. No me dejaría convencer porInés y que se saliera con la suya.

Con una decisión que ni yo ni ellacomprendió la encaré y le dije:

-Tenemos que hablar seriamente en cómodecirle a Marquitos la verdad.

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Liliana SavoiaRosario (Santa Fe) - Argentina

Las líneas del acolchado

Estaba parada. Sí, no había dudas. Laspiernas erguidas aunque algo acalambradas.El torso tieso venciendo al dolor que se habíainstalado hacía unos días en el lado derechoa la altura del omóplato. No le importó.Había calmantes para ello y la faja. Giró lacabeza hacia el sillón y la vio, negra, de bordesrojos. Sin tocarla sintió la textura de la telaelastizada. Se la pondría cuando fuera elmomento. Tal vez en unos minutos o algunashoras.

Dudó un instante, estaba aún algoadormilada. Se había despertado varias vecesen la noche y vuelto a dormir con dificultad.

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La cabeza no le dolía pero la sentía embotada.Miró hacia arriba, la luz estaba prendida.

Debía comenzar el día como todos losdías. Con lentitud no provocada se sacó elcamisón celeste de algodón. ¿A quién habíapertenecido antes? No lo sabía y no leimportó. Le servía y eso era lo importante.Lo deslizó por la cabeza como una segundapiel que no se quiere despegar. Sintió un leveescalofrío al quedarse solo con su ropainterior. Con un ademán repetitivo lo colocósobre la baranda de la escalera.

La ropa del día anterior estaba colgadasobre el sillón. Tomó el pantalón negro, sesentó al borde de la cama para poner unapierna y luego la otra. Listo. La remera rayadaentró sin casi darse cuenta por su cabeza.

Tenía los minutos contados paracepillarse los dientes, después se peinaría. Alfin de cuentas a quien le importaban esos

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pocos cabellos desprolijos por un corte malhecho. Ya no más atarse la colita y sentir elpeso de sus cabellos sobre el cuello y la partede arriba de la espalda.

Tomó la punta de las sábanas y sus dedosigualaron la garganta que se cerró en puño.Nada es lo que parecía ser. Solo estaba seguraque era de mañana y el reloj marcaba las seis,porque así eran todos los días de cada semanay cada mes.

Alisó con la palma el cubrecamasiguiendo las rayas trazadas en el dibujo delestampado. Recorrió una de las líneas comosi caminara por ella. Hacía tanto que nocaminaba en línea recta hacia algún lado, sinimportar dónde.

Y la línea ahí, invitándola a seguirla.Larga, perfecta. No se parecía nada a ella, tanllena de defectos y enfermedades. Nada eslo que parecía ser. Solo estaba segura que

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pronto, muy pronto comenzaría el día. Largo,muy largo y ella caminando por la línea pretendiendo ir a alguna parte.

Había ganado mucho peso producto desu ansiedad que solo calmaban los dulces,¿pero a quién le interesaba? Si la línea no lallevaría más que a la cocina y así fue, comodebería ser. Sus manos en forma automáticatomaron la cajita roja con los tres patitos ysacó de ella un fosforo, lo frotó con la mismade energía de ayer o la de anteayer y prendióla hornalla que se tornó un círculo ardientey azulado. Puso la pava sobre ella. Unosmates amargos le vendrían muy bien.

Todo progresaba como de costumbre. Diodos pasos hacia la derecha, y sus ojos seclavaron en el horno eléctrico. Sin dudar extendió su mano y en forma mecánica pusola perilla en dos. Era el punto ideal para dorarlas tostadas.

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Se llevó la mano hacia la cabeza y susdedos peinaron los pocos y cortos cabellosen forma desprolija. Pensó en su pelo, aquelpelo que una vez había tenido. Largo,ondulado, que le enmarcaba el rostroovalado. No quiso mirarse al espejo de larepisa, como ayer, como la semana pasada,como hacía mucho tiempo. En cambio tomóel cuchillo y como un inexperto carnicerorebanó el pan para colocar las irregularestajadas sobre la rejilla del horno. Cerró lapuertecita y miró a través del vidrio algomanchado por la grasa y el tiempo.

Sus ojos se clavaron en otras líneas, laslíneas de la rejilla. Paralelas, perfectas, listaspara llevar a cualquiera en forma directa acualquier parte menos a ella. ¿Por qué dóndeiría? No había lugar para su desaliento.Aunque quería irse, huir a cualquier parte,porque además era una molestia para todos.Siempre hablando de cosas que a nadie le

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interesaba. Por eso había decidido solo hablarcuando fuese necesario. Así las cosas sehabían calmado algo, aunque no mucho,porque a veces hablaba y las molestiasaparecían en los gestos de los otros.

Las tostadas estaban doradas, el café listo,la manteca esperaba amarillenta y preparadapara ser untada.

El día empezaba. Lo sabía. No por elhorario, ni por la mesa servida del desayunosino por los gritos. Sí los gritos anunciabanel día y también algunos llantos, No el deella. Ella había prometido no llorar más. Noporque no tuviera más lágrimas sino porquese lo había prometido a sí misma. Porque notenía sentido llorar más y sobre todo porquemolestaba a los demás.

El día empezaba e iba a ser tan largo,larguísimo. Sí sería larguísimo esperar docehoras para volver a la cama y cubrirse con el

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acolchado a rayas, y, tal vez, con la ayuda delos arcángeles las líneas la llevarían a algúnlugar que la hiciera soñar que mañana todofuera diferente.

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Liliana SavoiaRosario (Santa Fe) – Argentina

El último de los campeones

Una vez más, sentado en este bar, endonde tantas veces creí redescubrirmealrededor de una copa, aprendiendo que eltiempo es tan relativo como lo es la maneraque desprende el vaso destilando alcohol.Que existe una forma para acelerar y otrapara lentificar las vueltas cíclicas, a la nadadel tiempo, sin dejar relucir todo aquello quesignifica estar vivo:

<< ¿Estoy vivo?>>

Pienso una y otra vez en lo que era antes,en lo que fui y en lo que he dejado atrás;pienso como apuro la copa y el bar me hacesentir el hombre más tranquilo y mejor

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dispuesto del mundo,

Esta es la séptima copa, ¿quizá? Me pareceen extremo divertido el no estar seguro nisiquiera de esto. Sentirme perdido yadormecido. Tanto como en la última peleaen que perdí el título por K.O.

No recuerdo a qué hora llegué al boliche,sólo que estoy aquí sin saber cuánto hetomado. El mozo me mira, ¡tal vez mereconozca!

Se acerca, le pido otro trago dando ungolpe seco con la mano izquierda mientrassostengo con la derecha la copa para indicarle,que ya no tengo ningún líquido. Insisto, meparo, lo increpo y se empieza a molestar. Labronca se va escapando hacia mi puñoderecho, aquel que tantas veces me hizoganar, ahora se estrella contra su mentón.

Me confundo con el mozo. Siento queestoy dentro de su cabeza, doblando a la

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derecha de su conciencia y un poco más abajo.Quiero gritar. Gritarle que soy el <<MartilloAndrés>>, el último campeón de peso galloque tuvo el país.

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Celeste TeotinoItuzaingó (Buenos Aires) – Argentina

Antítesis

En los naufragios de mis sueños, el aguaes oscura, fría, pero no insípida; su sabor esamargo y su profundidad es grande como milocéanos. El viento ya no es invisible. El solya no brilla como antes. Las nubes son rígidas,grandes y están cerca. La luna, ya no girasobre la tierra, sino sigue su órbita libre ypocas veces se ve en la noche.

En mis sueños solo veo el reflejo de laantítesis del mundo.

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Celeste TeotinoItuzaingó (Buenos Aires) – Argentina

En llamas

Era de noche, un poco antes de las once.Cuando me senté a tomar algo en el livingde mi casa, cerca de la chimenea, escuché unruido y me pareció que había sido el gato,que quizá jugaba en la cocina. Fui a ver y nohabía nadie.

Recorrí toda la casa, pero no lo encontréy tampoco pude saber que había sido eseruido.

Mas tarde, me dirigí hacia el dormitoriopara saber si veía a mi gato, pero no lo pudeencontrar. Luego de un rato, volví al living yvi que mi sillón se quemaba con las llamasde la chimenea. Me acerqué con una manta

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para apagar el fuego, pero la inextinguiblelumbre, no se rindió ante la lucha. Y suextensión por la casa fue inevitable.

Había sombras en llamas bajo mispárpados.

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Mis Escritos

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