cuentos niños vaca

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EL ARCO IRIS Y EL CAMALEÓN Comienza así nuestra historia: Un camaleón orgulloso, que se burlaba de los demás por no cambiar de color como él. Pasaba el día diciendo: ¡Que bello soy!. ¡No hay ningún animal que vista tan señorial!. Todos admiraban sus colores, pero no su mal humor y su vanidad. Un día, paseaba por el campo, cuando de repente, comenzó a llover. La lluvia, dio paso al sol y éste a su vez al arco iris. El camaleón alzó la vista y se quedó sorprendido al verlo, pero envidioso dijo: ¡No es tan bello como yo!. ¿No sabes admirar la belleza del arco iris?: Dijo un pequeño pajarillo que estaba en la rama de un árbol cercano. Si no sabes valorarlo, continuó, es difícil que conozcas las verdades que te enseña la naturaleza. ¡Si quieres, yo puedo ayudarte a conocer algunas!. ¡Está bien!: dijo el camaleón. Los colores del arco iris te enseñan a vivir, te muestran los sentimientos.

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EL ARCO IRIS Y EL CAMALEÓN

 

Comienza así nuestra historia:

Un camaleón orgulloso, que se burlaba de los demás por no cambiar de color como él. Pasaba el día diciendo: ¡Que bello soy!.

¡No hay ningún animal que vista tan señorial!.

Todos admiraban sus colores, pero no su mal humor y su vanidad.

Un día, paseaba por el campo, cuando de repente, comenzó a llover.

La lluvia, dio paso al sol y éste a su vez al arco iris.

El camaleón alzó la vista y se quedó sorprendido al verlo, pero envidioso dijo: ¡No es tan bello como yo!.

¿No sabes admirar la belleza del arco iris?: Dijo un pequeño pajarillo que estaba en la rama de un árbol cercano.

Si no sabes valorarlo, continuó, es difícil que conozcas las verdades que te enseña la naturaleza.

¡Si quieres, yo puedo ayudarte a conocer algunas!.

¡Está bien!: dijo el camaleón.

Los colores del arco iris te enseñan a vivir, te muestran los sentimientos.

El camaleón le contestó: ¡Mis colores sirven para camuflarme del peligro, no necesito sentimientos para sobrevivir!.

El pajarillo le dijo: ¡Si no tratas de descubrirlos, nunca sabrás lo que puedes sentir a través de ellos!.

Además puedes compartirlos con los demás como hace el arco iris con su belleza.

El pajarillo y el camaleón se tumbaron en el prado.

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Los colores del arco iris se posaron sobre los dos, haciéndoles cosquillas en sus cuerpecitos.

El primero en acercarse fue el color rojo, subió por sus pies y de repente estaban rodeados de manzanos, de rosas rojas y anocheceres.

El color rojo desapareció y en su lugar llegó el amarillo revoloteando por encima de sus cabezas.

Estaban sonrientes, alegres, bailaban y olían el aroma de los claveles y las orquideas.

El amarillo dio paso al verde que se metió dentro de sus pensamientos.

El camaleón empezó a pensar en su futuro, sus ilusiones, sus sueños y recordaba los amigos perdidos.

Al verde siguió el azul oscuro, el camaleón sintió dentro la profundidad del mar, peces, delfines y corales le rodeaban.

Daban vueltas y vueltas y los pececillos jugaban con ellos.

Salieron a la superficie y contemplaron las estrellas. Había un baile en el cielo y las estrellas se habían puesto sus mejores galas.

El camaleón estaba entusiasmado.

La fiesta terminó y apareció el color azul claro. Comenzaron a sentir una agradable sensación de paz y bienestar.

Flotaban entre nubes y miraban el cielo.

Una nube dejó caer sus gotas de lluvia y se mojaron, pero estaban contentos de sentir el frescor del agua.

Se miraron a los ojos y sonrieron.

El color naranja se había colocado justo delante de ellos.

Por primera vez, el camaleón sentía que compartía algo y comprendió la amistad que le ofrecía el pajarillo.

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Todo se iluminó de color naranja.

Aparecieron árboles frutales y una gran alfombra de flores.

Cuando estaban más relajados, apareció el color añil, y de los ojos del camaleón cayeron unas lagrimitas. Estaba arrepentido de haber sido tan orgulloso y de no valorar aquello que era realmente hermoso.

Pidió perdón al pajarillo y a los demás animales y desde aquel día se volvió mas humilde.

 

 El Asno y el perrito

 

El Asno y el perrito (Relato Popular)

Un homre poseía un perrito y un asno. El perrito era muy inteligente y juguetón; el asno, muy trabajador, aunque un tanto torpe. El perrito era, en verdad, sumamente gracioso y gran compañero de su amo, que le adoraba. Cuando el hombre salía de la casa, siempre, al regresar, le traía alguna golosina, pues le alegraba ver cómo el animalito daba grandes saltos para sacárle de las manos.

Celoso de tal predilección, el simple del burro dijose un día, sin disimular su envidia. - ¡ Le premia por verle mover la cola, y por unos cuantos saltos le colma de caricias ! ¡ Pues yo haré lo mismo ! Se acercó saltando y, sin querer, le dio una tremenda coz a su dueño, quien, furioso, le condujo para atarle al pesebre.

Moraleja

Asume tu papel con optimismo:

No todos sirven para hacer lo mismo.

 

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La abeja haragana

 

La abeja haragana

Autor : Horacio Quiroga.

La abeja haragana

Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.

Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.

Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.

Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole:

-Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.

La abejita contestó:

-Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.

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-No es cuestión de que te canses mucho -respondieron-, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.

Y diciendo así la dejaron pasar.

Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:

-Hay que trabajar, hermana.

Y ella respondió en seguida:

-¡Uno de estos días lo voy a hacer!

-No es cuestión de que lo hagas uno de estos días -le respondieron-, sino mañana mismo. Acuérdate de esto. Y la dejaron pasar.

Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes de que le dijeran nada, la abejita exclamó:

-¡Si, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!

-No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido -le respondieron-, sino de que trabajes. Hoy es diecinueve de abril. Pues bien: trata de que mañana veinte, hayas traído una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.

Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.

Pero el veinte de abril pasó en vano como todos los demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a soplar un viento frío.

La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensando en lo calentito que estaría allá adentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.

-¡No se entra! -le dijeron fríamente.

-¡Yo quiero entrar! -clamó la abejita-. Esta es mi colmena.

-Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras le contestaron las otras-. No hay entrada para las haraganas.

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-¡Mañana sin falta voy a trabajar! -insistió la abejita.

-No hay mañana para las que no trabajan- respondieron las abejas, que saben mucha filosofía.

Y diciendo esto la empujaron afuera.

La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche caía y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.

Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, a tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.

-¡Ay, mi Dios! -clamó la desamparada-. Va a llover, y me voy a morir de frío. Y tentó entrar en la colmena.

Pero de nuevo le cerraron el paso.

-¡Perdón! -gimió la abeja-. ¡Déjenme entrar!

-Ya es tarde -le respondieron.

-¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!

-Es más tarde aún.

-¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!

-Imposible.

-¡Por última vez! ¡Me voy a morir! Entonces le dijeron:

-No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.

Y la echaron.

Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por un agujero; cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.

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Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. AI fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.

En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habían trasplantado hacia tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.

Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por eso la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:

-¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.

Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devoró sino que le dijo: -¿qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas.

-Es cierto -murmuró la abeja-. No trabajo, y yo tengo la culpa.

-Siendo así -agregó la culebra, burlona-, voy a quitar del mundo a un mal bicho como tú. Te voy a comer, abeja.

La abeja, temblando, exclamo entonces: -¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.

-¡Ah, ah! -exclamó la culebra, enroscándosé ligero -. ¿Tú crees que los hombres que les quitan la miel a ustedes son más justos, grandísima tonta?

-No, no es por eso que nos quitan la miel -respondió la abeja.

-¿Y por qué, entonces?

-Porque son más inteligentes.

Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reír, exclamando:

-¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer, apróntate.

Y se echó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamó:

-Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.

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-¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? -se rió la culebra.

-Así es -afirmó la abeja.

-Pues bien -dijo la culebra-, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que haga la prueba más rara, ésa gana. Si gano yo, te como.

-¿Y si gano yo? -preguntó la abejita.

-Si ganas tú -repuso su enemiga-, tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que sea de día. ¿Te conviene?

-Aceptado -contestó la abeja.

La culebra se echó a reír de nuevo, porque se le había ocurrido una cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:

Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.

Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.

-Esto es lo que voy a hacer -dijo la culebra-. ¡Fíjate bien, atención!

Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.

La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:

-Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.

-Entonces, te como -exclamó la culebra.

-¡Un momento! Yo no puedo hacer eso: pero hago una cosa que nadie hace.

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-¿Qué es eso?

-Desaparecer.

-¿Cómo? -exclamó la culebra, dando un salto de sorpresa-. ¿Desaparecer sin salir de aquí?

-Sin salir de aquí.

-¿Y sin esconderte en la tierra?

-Sin esconderme en la tierra.

-Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida - dijo la culebra.

El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda de dos centavos.

La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:

-Ahora me toca a mi, señora culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando diga "tres", búsqueme por todas partes, ¡ya no estaré más!

Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente:"uno..., dos..., tres", y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miró arriba, abajo, a todos lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido.

La culebra comprendió entonces que si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho?, ¿dónde estaba?

No había modo de hallarla.

-¡Bueno! -exclamó por fin-. Me doy por vencida. ¿Dónde estás?

Una voz que apenas se oía -la voz de la abejita- salió del medio de la cueva.

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-¿No me vas a hacer nada? -dijo la voz-. ¿Puedo contar con tu juramento?

-Sí -respondió la culebra-. Te lo juro. ¿Dónde estás?

-Aquí -respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.

¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestión era una sensitiva, muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aquí que al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.

La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para salvar su vida.

La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla.

Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado, y el agua entraba como un río adentro.

Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta creía entonces llegado el término de su vida.

Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.

Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en sólo una noche un duro aprendizaje de la vida.

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Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:

-No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, sí hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche. Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos -la felicidad de todos- es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.

Fin.

 

 El árbol mágico

 

El árbol mágico

En el centro de una placita, en el pueblo, había un precioso árbol. El árbol tenía ramas muy largas para los costados y también para arriba. Parecía un poquito unos brazos locos que invitaban a los niños a subirse a él.

Pero el árbol, que ya era muy viejito, porque tenía 103 años, estaba un poquito triste. Resultaba ser, que de tan abuelito que era, de tan tan pero requete tan gordo que estaba - Había bebido mucha lluvia decían - , le pusieron una cerca a su alrededor...con un cartel. Pero como el no sabía leer... Estaba más y más triste porque era un abuelito sin la alegría de sus chiquitos.

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Un día escuchó el árbol - porque saben oír muy bien ellos, eh! - que alguien leía el cartelito: - Árbol centenario. Monumento histórico nacional. Plantado por.....

Pero al árbol no le interesaba nada esas cosas, el quería oír risas y sentir cómo se trepaban los chicos... oir los secretos que le contaban... pero no le gustaba nada cuando las personas grandes le hacían daño, escribiéndolo o rompiéndolo.

Tanto tiempo había pasado... que el árbol ya se había cansado de esperar.

Cuando esa tarde de primavera, un chiquito, de unos 10 años, pasó la cerca! Qué contento se puso el árbol...! Tanto, que escuchen bien lo que pasó:

El chiquito fue a buscar a otro amigo para no estar tan solito. Treparon a una rama que iba para el costado del sol y se quedaron recostados contándose cosas... pequeños secretos de cosas que les gustaría hacer.

El árbol escuchaba todo y se reía con sus hojas alegres. Entonces pensó que sería una linda idea hacer un poquito de magia.

El chiquito que primero había trepado se llamaba Guillermo, el otro Agustín. Guillermo le contó a Agustín que él quería poder ganar muchas veces a las bolitas para que Jorge no se riera más de é en el colegio, y así Carlota se haría su amiga.

Al día siguiente misteriosamente, Guillermo ganó en todos los recreos a las bolitas y Carlota le dijo que lo había hecho muy bien y le regaló una bolita preciosa. Guillermo estaba muy contento y guardó esa bolita como "la bolita de la buena suerte"

Esa misma tarde, después del cole, fue saltando y cantando de alegría al árbol, a encontrarse con Agustín y le contó todo lo que pasó.

Así, el árbol escuchó todo y estaba muy feliz, ahora se reía muy fuerte con sus ramitas y sus hojas... - La magia funcionó! se dijo el árbol.

Agustín también le contó lo que quería hacer con muchas ganas y fue así como el árbol abuelito se convirtió en el ÁRBOL MÁGICO, el que concedía los sueños.

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La bella durmiente

 

Èrase una vez... una reina que dio a luz una niña muy hermosa. Al bautismo invitó a todas las hadas de su reino, pero se olvidó, desgraciadamente, de invitar a la más malvada. A pesar de ello, esta hada maligna se presentó igualmente al castillo y, al pasar por delante de la cuna de la pequeña, dijo despechada: "¡A los dieciséis años te pincharás con un huso y morirás!" Un hada buena que había cerca, al oír el maleficio, pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: al pincharse en vez de morir, la muchacha permanecería dormida durante cien años y solo el beso de un joven príncipe la despertaría de su profundo sueño. Pasaron los años y la princesita se convirtió en la muchacha más hermosa del reino. El rey había ordenado quemar todos los husos del castillo para que la princesa no pudiera pincharse con ninguno. No obstante, el día que cumplía los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar del castillo que todos creían deshabitado, y donde una vieja sirvienta, desconocedora de la prohibición del rey, estaba hilando. Por curiosidad, la muchacha le pidió a la mujer que le dejara probar. "No es fácil hilar la lana", le dijo la sirvienta. "Mas si tienes paciencia te enseñaré." La maldición del hada malvada estaba a punto de concretarse. La princesa se pinchó con un huso y cayó fulminada al suelo como muerta. Médicos y magos fueron llamados a consulta. Sin embargo, ninguno logró vencer el maleficio. El hada buena sabedora de lo ocurrido, corrió a palacio para consolar a su amiga la reina. La encontró llorando junto a la cama llena de flores donde estaba tendida la princesa. "¡No morirá! ¡Puedes estar segura!" la consoló, "Solo que por cien años ella dormirá" La reina, hecha un mar de lágrimas, exclamó: "¡Oh, si yo pudiera dormir!" Entonces, el hada buena pensó: 'Si con un encantamiento se durmieran todos, la princesa, al despertar encontraría a todos sus seres queridos a su entorno.' La varita dorada del hada se alzó y trazó en el aire una espiral mágica. Al instante todos los habitantes del castillo se durmieron. " ¡Dormid tranquilos! Volveré dentro de cien años para vuestro despertar." dijo el hada echando un último vistazo al castillo, ahora inmerso en un profundo sueño.En el castillo todo había enmudecido, nada se movía con vida. Péndulos y relojes repiquetearon hasta que su cuerda se acabó. El tiempo parecía haberse detenido

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realmente. Alrededor del castillo, sumergido en el sueño, empezó a crecer como por encanto, un extraño y frondoso bosque con plantas trepadoras que lo rodeaban como una barrera impenetrable. En el transcurso del tiempo, el castillo quedó oculto con la maleza y fue olvidado de todo el mundo. Pero al término del siglo, un príncipe, que perseguía a un jabalí, llegó hasta sus alrededores. El animal herido, para salvarse de su perseguidor, no halló mejor escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el castillo. El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino. Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa. Descorazonado, estaba a punto de retroceder cuando, al apartar una rama, vio... Siguió avanzando hasta llegar al castillo. El puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las riendas, entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el patio, pensó con horror que estaban muertos, Luego se tranquilizó al comprobar que solo estaban dormidos. "¡Despertad! ¡Despertad!", chilló una y otra vez, pero en vano. Cada vez más extrañado, se adentró en el castillo hasta llegar a la habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha se desesperezó y abrió los ojos, despertando del larguísimo sueño. Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado." El encantamiento se había roto. La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. En aquel momento todo el castillo despertó. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos y diciéndose qué era lo que había sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca. Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de cantos, de música y de alegres risas con motivo de la boda. 

 

 

LA BELLA Y LA BESTIA

LA BELLA Y LA BESTIA

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Èrase una vez... un mercader que, antes de partir para un largo viaje de negocios, llamó a sus tres hijas para preguntarles qué querían que les trajera a cada una como regalo. La primera pidió un vestido de brocado, la segunda un collar de perlas y la tercera, que se llamaba Bella y era la más gentil, le dijo a su padre: "Me bastará una rosa cortada con tus manos." El mercader partió y, una vez ultimados sus asuntos, se dispuso a volver cuando una tormenta le pilló desprevenido. El viento soplaba gélido y su caballo avanzaba fatigosamente. Muerto de cansancio y de frío, el mercader de improviso vió brillar una luz en medio del bosque. Amedida que se acercaba a ella, se dio cuenta que estaba llegando a un castillo iluminado. "Confío en que puedan ofrecerme hospitalidad", dijo para sí esperanzado. Pero al llegar junto a la entrada, se dio cuenta de que la puerta estaba entreabierta y, por más que llamó, nadie acudió a recibirlo. Entró decidido y siguió llamando. En el salón principal había una mesa iluminada con dos candelabros y llena de ricos manjares dispuestos para la cena. El mercader, tras meditarlo durante un rato, decidió sentarse a la mesa; con el hambre que tenía consumió en breve tiempo una suculenta cena. Después, todavía intrigado, subió al piso superior. A uno y otro lado de un pasillo larguísimo, asomaban salones y habitaciones maravillosos. En la primera de estas habitaciones chisporroteaba alegremente una lumbre y había una cama mullida que invitaba al descanso. Era tarde y el mercader se dejó tentar; se echó sobre la cama y quedó dormido profundamente. Al despertar por la mañana, una mano desconocida había depositado a su lado una bandeja de plata con una cafetera humeante y fruta. El mercader desayunó y, despues de asearse un poco, bajó para darle las gracias a quien generosamente lo había hospedado. Pero al igual que la noche anterior, no encontró a nadie y, agitando la cabeza ante tan extraña situación, se dirigió al jardín en busca de su caballo que había dejado atado a un árbol, cuando un hermoso rosal atrajo su atención. Se acordó entonces de la promesa hecha a Bella, e inclinándose cortó una rosa. Inesperadamente, de entre la espesura del rosal, apareció una bestia horrenda que iba vestida con un bellísimo atuendo; con voz profunda y terrible le amenazó: " ¡Desagradecido! Te he dado hospitalidad, has comido en mi mesa y dormido en mi cama y, en señal de agradecimiento, ¿vas y robas mis rosas preferidas? ¡Te mataré por tu falta de consideración!" El mercader, aterrorizado, se arrodilló temblando ante la fiera: ¡Perdóname!¡Perdóname la vida! Haré lo que me pidas! ¡La rosa era para mi hija Bella, a la que prometí llevarsela de mi viaje!" La bestia retiró su garra del desventurado. " Te dejaré marchar con la condición de que me traigas a tu hija." El mercader, asustado, prometió obedecerle y cumplir su

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orden. Cuando el mercader llegó a casa llorando, fue recibido por sus tres hijas, pero despues de haberles contado su terrorífica aventura, Bella lo tranquilizó diciendo: " Padre mio, haré cualquier cosa por tí. No debes preocuparte, podrás mantener tu promesa y salvar así la vida! ¡Acompáñame hasta el castillo y me quedaré en tu lugar!" El padre abrazó a su hija: "Nunca he dudado de tu amor por mí. De momento te doy las gracias por haberme salvado la vida. Esperemos que despues..." De esta manera, Bella llegóal castillo y la Bestia la acogió de forma inesperada: fue extrañamente gentil con ella. Bella, que al principio había sentido miedo y horror al ver a la Bestia, poco a poco se dio cuenta de que, a medida que el tiempo transcurría, sentía menos repulsión. Le fue asignada la habitación más bonita del castillo y la muchacha pasaba horas y horas bordando cerca del fuego. La Bestia, sentada cerca de ella, la miraba en silencio durante largas veladas y, al cabo de cierto tiempo empezó a decirles palabras amables, hasta que Bella se apercibió sorprendida de que cada vez le gustaba más su conversación. Los días pasaban y sus confidencias iban en aumento, hasta que un día la Bestia osó pedirle a Bella que fuera su esposa. Bella, de momento sorprendida, no supo qué responder. Pero no deseó ofender a quien había sido tan gentil y, sobre todo, no podía olvidar que fue ella precisamente quien salvó con su sacrificio la vida de su padre. "¡No puedo aceptar!" empezó a decirle la muchacha con voz temblorosa,"Si tanto lo deseas..." "Entiendo, entiendo. No te guardaré rencor por tu negativa." La vida siguió como de costumbre y este incidente no tuvo mayores consecuencias. Hasta que un día la Bestia le regaló a Bella un bonito espejo de mágico poder. Mirándolo, Bella podía ver a lo lejos a sus seres más queridos. Al regalárselo, el monstruo le dijo: "De esta manera tu soledad no será tan penosa". Bella se pasaba horas mirando a sus familiares. Al cabo de un tiempo se sintió inquieta, y un día la Bestia la encontró derramando lágrimas cerca de su espejo mágico. "¿Qué sucede?" quiso saber el monstruo. "¡ Mi padre está muy enfermo, quizá muriendose! ¡Oh! Desearía tanto podderlo ver por última vez!" "¡Imposible! ¡Nunca dejarás este castillo!" gritó fuera de sí la Bestia, y se fue. Al poco rato volvió y con voz grave le dijo a Bella: "Si me prometes que a los siete días estarás de vuelta, te dejaré marchar para que puedas ver a tu padre." ¡Qué bueno eres conmigo! Has devuelto la felicidad a una hija devota." le agraceció Bella feliz. El padre, que estaba enfermo más que nada por el desasosiego de tener a su hija prisionera de la Bestia en su lugar, cuando la pudo abrazar, de golpe se sintió mejor, y poco a poco se fue recuperando. Los días transcurrían deprisa y el padre finalmente se levantó de la cama curado. Bella era feliz y se olvidó por completo de que los siete

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días habían pasado desde su promesa. Una noche se despertó sobresaltada por un sueño terrible. Había visto a la Bestia muriéndose, respirando con estertores en su agonía, y llamándola: "¡Vuelve! ¡Vuelve conmigo!" Fuese por mantener la promesa que había hecho, fuese por un extraño e inexplicable afecto que sentía por el monstruo, el caso es que decidió marchar inmediatamente. "¡Corre, corre caballito!" decía mientras fustigaba al corcel por miedo de no llegar a tiempo..Al llegar al castillo subió la escalera y llamó. Nadie respondió; todas las habitaciones estaban vacías. Bajó al jardín con el corazón encogido por un extraño presentimiento. La Bestia estaba allí, reclinada en un árbol, con los ojos cerrados, como muerta. Bella se abalanzó sobre el monstruo abrazandolo: "No te mueras! No te mueras! Me casaré contigo!" Tras esas palabras, aconteció un prodigio: el horrible hocico de la Bestia se convirtió en la figura de un hermoso joven. "¡Cuánto he esperado este momento! Una bruja maléfica me transformó en un monstruo y sólo el amor de una joven que aceptara casarse conmigo, tal cual era, podía devolverme mi apariencia normal. Se celebró la boda, y el joven príncipe quiso que, para conmemorar aquel día, se cultivasen en su honor sólo rosas en el jardín. He aquí porqué todavía hoy aquel castillo se llama "El Castillo de la Rosa".

  

EL CUERVO Y LA ZORRA

 

Erase en cierta ocasión un cuervo, el de más negro plumaje, que habitaba en el bosque y que tenía cierta fama de vanidoso. Ante su vista se extendían campos, sembrados y jardines llenos de florecillas... Y una preciosa casita blanca, a través de cuyas abiertas ventanas se veía al ama de la casa preparando la comida del dia. -Un queso!- murmuró el cuervo, y sintió que el pico se le hacía agua.

El ama de la casa, pensando que así el queso se mantendría más fresco, colocó el plato con su contenido cerca de la abierta ventana. -que queso tan sabroso!- volvió a suspirar el cuervo, imaginando que se lo apropiaba Voló el ladronzuelo hasta la ventana, y tomando el queso en el pico, se fue muy contento a saborearlo sobre las ramas de un árbol.Todo esto que acabamos de referir había sido visto también por una astuta

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zorra, que llevaba bastante tiempo sin comer. En estas circunstancias vio la zorra llegar ufano al cuervo a la más alta rama del arbol. -Ay, si yo pudiera a mi vez robar a ese ladrón! -Buenos días, señor cuervo. El cuervo callaba. Miró hacia abajo y contempló a la zorra, amable y sonriente. -Tenga usted buenos días -repitió aquella, comenzando a adurarle de esta manera. -Vaya, que está usted bien elegante con tan bello plumaje!

El cuervo, que, como ya sabemos era vanidoso, siguió callado, pero contento al escuchar tales elogios. -Sí, sí prosiguió la zorra. Es lo que siempre digo. No hay entre todas las aves quien tenga la gallardía y belleza del señor cuervo. El ave, sobre su rama, se esponjaba lleno de satisfacción. Y en su fuero interno estaba convencido de que todo cuanto decía el animal que estaba a sus pies era verdad.Pues, acaso había otro plumaje más lindo que el suyo? Desde abajo volvió a sonar, con acento muy suave y engañoso, la voz de aquella astuta: -Bello es usted, a fe mía, y de porte majestuoso. Como que si su voz es tan hermosa como deslumbrante es su cuerpo, creo que no habrá entre todas las aves del mundo quien se le pueda igualar en perfección.

Al oír aquel discurso tan dulce y halagueño, quiso demostrar el cuervo a la zorra su armonía de voz y la calidad de su canto, para que se convenciera de que el gorjeo no le iba en zaga a su plumaje. Llevado de su vanidad, quiso cantar. Abrió su negro pico y comenzó a graznar, sin acordarse de que así dejaba caer el queso. Que más deseaba la astuta zorra! Se apresuró a coger entre su dientes el suculento bocado. Y entre bocado y bocado dijo burlonamente a la engañada ave: -Señor bobo, ya que sin otro alimento que las adulaciones y lisonjas os habéis quedado tan hinchado y repleto, podeis ahora hacer la digestión de tanta adulación, en tanto que yo me encargo de digerir este queso. Nuestro cuervo hubo de comprender, aunque tarde, que nunca debió admitir aquellas falsas alabanzas. Desde entonces apreció en el justo punto su valía, y ya nunca más se dejó seducir por elogios inmerecidos.

Y cuando, en alguna ocasión, escuchaba a algún adulador, huía de él, porque, acordándose de la zorra, sabía que todos los que halagan a quien no tiene meritos, lo hacen esperando lucrarse a costa del que linsonjean. Y el cuervo escarmentó de esta forma para siempre.

FIN

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LA CASITA DE CHOCOLATE

Dos hermanitos salieron de su casa y fueron al bosque a coger leña. Pero cuando llegó el momento de regresar no encontraron el camino de vuelta. Se asustaron mucho y se pusieron a llorar al verse solos en el bosque.

   Sin embargo, allá a lo lejos vieron brillar la luz de una casita y hacia ella se dirigieron. Era una casita extraordinaria. Tenía las paredes de caramelo y chocolate. Y como los dos hermanos tenían hambre se pusieron a chupar en tan sabrosa golosina. Entonces se abrió la puerta y apareció la viejecita que vivía allí, diciendo:

   Hermosos niños, ya veo que tenéis mucho apetito. Entrad, entrad y comed cuanto queráis.

   Los dos hermanitos obedecieron confiados. Pero en cuanto estuvieron dentro, la anciana cerró la puerta con llave y la guardó en el bolsillo, echándose luego a reír. Era una perversa bruja que se servía de su casita de chocolate para atraer a los niños que andaban solos por el bosque.

   Los infelices niños se pusieron a llorar, pero la bruja encerró al niño en una jaula y le dijo:

   - No te voy a comer hasta que engordes, porque estas muy delgado- Primero te cebaré bien.

   Y todos los días le preparaba platos de sabrosa comida. Mientras tanto a la niña la obligaba a trabajar sin descanso. Y cada mañana iba la bruja a comprobar si engordaba su hermanito, mandándole que le enseñara un dedo. Pero como tenía muy mala vista, el niño, que era muy astuto, le enseñaba un huesecillo de pollo que había guardado de una de las comidas. Y así la bruja quedaba engañada, pues creía que el niño no engordaba.

   - Sigues muy delgado decía -. Te daré mejor comida.

   Y preparaba nuevos y abundantes platos y era la niña la que se encargaba de llevarlos a la jaula llorando amargamente porque sabía lo que la bruja quería hacer con su hermano.

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   Escapar de la casa era imposible, porque la vieja nunca sacaba la llave del bolsillo y no se podía abrir la puerta. ¿Cómo harían para escapar?

   Un día llamó la bruja a la niña y le dijo:

   - Mira, ya me he cansado de esperar porque tu hermano no engorda a pesar de que come mejor que un rey. Le preparo las mejores cosas y tiene los dedos tan flacos que parecen huesos de pollo. Así que vas a encender el fuego enseguida.

   La niña se acercó a su querido hermanito y le contó los propósitos de la malvada bruja. Había llegado el momento tan temido.

   La bruja andaba de un lado para otro haciendo sus preparativos. Como veía que pasaba el tiempo y la niña no había cumplido lo que le había mandado, gritó:

   ¿A qué esperas para encender el fuego?

   La hermana tuvo entonces una buena idea:

   - Señora bruja - dijo -, yo no sé encenderlo.

   - Pareces tonta - contestó la bruja -; tendré que enseñarte. Fíjate, se echa mucha leña, así. Ahora enciendes y soplas para que salgan muchas llamas. ¿Lo ves?

   Como estaba la bruja en la boca del horno, la niña le arrancó de un tirón las llaves que llevaba atadas a la cintura y, dando a la bruja un tremendo empujón, la hizo caer dentro del horno.

   Libre ya de la bruja, y usando las laves, abrió con gran alegría la puerta de la jaula y salieron los dos corriendo hacia el bosque. Se alejaron a todo correr de la casita de chocolate y cuando encontraron el camino de regreso a su casa lo siguieron y llegaron muy felices.

(Hermanos Grimm)

 

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 DE COMO TIO CONEJO SALIO DE UN APURO

DE COMO TIO CONEJO SALIO DE UN APURO

Pues ahora verán: yo no estoy bien en qué fue lo que le hizo tío Conejo a tío Tigre, el caso es que lo dejó muy ardido y con unas grandes ganas de desquitarse y juró que lo que era ese gran trapalmejas no se iba a quedar riendo, y no y no.

El pobre tío Conejo como vió la cosa tan mal parada, se estorrentó por lo pronto de ese lugar, mientras al otro se le iba bajando la cólera. Tío Tigre llamó a varios amigos, y les dijo que cuáles querían ganarse un camaroncito ayudándole a buscar a tío conejo.

Tía Zorra que era muy campanera y muy amiga de quedar bien con los que veía que podía sacarles tajada, y que además le tenía tirria a tío Conejo por las que le había hecho, dijo que adió, que qué era ese cuento de camarón, que ella le ayudaría con mucho gusto sin ningún interes, y que por aquí y que por allá.

Tío Tigre no quería y le dijo: --No, no, Tía Zorra, cómo va a ser que a cuenta de ángeles somos vaya usté a maltratarse, a mí me da pena.

Entonces Tía Zorra le contestó que no se llamaba Tía Zorra si no daba con Tío Conejo.

Y no fue cuento, sino que desde ese día no paró en su casa, sino que dijo a correr por todo, y usté fisgonea por aquí y usté escucha por allá, y lo que le gustaba era pasar por la casa de Tío Tigre con la lengua de fuera haciendo que ya no echaba...

Por fin dió el tuerce que un día pilló a Tío Conejo metiéndose en una cueva, y tío Conejo no la vió.

Estuvo un buen rato a la mira a ver si salía, y como no, se acercó poquito a poco y puso la oreja a la entrada y oyó a tío Conejo ronca y ronca allá dentro.

Entonces paró el rabo y dijo a correr y correr, hasta que llegó donde Tío Tigre con el campanazo de que ya había dado con tío Conejo.

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Tío Tigre le dijo: -- Bueno, tía Zorra, cuidado me va a chamarrear, porque entonces usté también sale rascando.

--¡Adió, tío Tigre, cómo va a ser eso! Póngaseme atrás y se convencerá. Eso sí queditico,porque si no se pasea en todo.

De veras, el otro se le puso atrás y llegaron. Tía Zorra se volvió una pura monada, para señalarle donde estaba Tío Conejo.

La entrada era muy angosta y tío Tigre lo que hizo fue meter la mano, que era lo que cabía, y echó traca; pero quiso Dios que agarró a Tío Conejo por la pancilla.

Tío Conejo que estaba bien privado se recordó con sobresalto.

¡ Y cuál no sería el susto que se llevó al verse agarrado por la mano, que era de Tío Tigre, porque por un rayito de luz que entrabapudo mirar bien y no le quedó la menor duda de eso!

Pero no quiso dar su brazo a torcer, y hablando lo más hueco que pudo, metió esta gran rajonada: --¿Quién me toca la muñeca?

La voz entre la cueva sonaba muy feo y parecía salir de una boca muy grande.

Tío Tigre, que no había soltado, se frunció toditico.

--¡Ni por la perica! ¿Quién sería el que hablaba así y tenía una muñeca tan galana? ¿De qué tamaño sería entonces la mano? ¿Y el brazo? ¿Y la persona que hablaba?

Porque él se la comparó y creyó que la panza era la muñeca. Y se le puso que era un gigante y que tía Zorra le estaba haciendo cachete a este gigante para salir de él.

Entonces pensó que quién lo mandaba hacerle caso a esa gran lambuza, sinverguenza, y sin aguardar más razones, dijo por aquí es camino, y tía Zorra quedó cuál sus patas.

 

 

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DOÑA CONEJA Y COLORÍN

Mamá coneja, recogía las zanahorias del huerto y las echaba en su cestita.

Camino de casa se encontró con Colorín que era un pajarito de brillantes colores.

¡Buenos días Colorín!, dijo Doña Coneja.

¡Si, si buenos días¡, Colorín dio un traspiés y se lanzó sobre la cestita de la coneja.y se le quedó una zanahoria pegada en la nariz, parecía como si de repente se hubiera convertido en un pájaro-zanahoria.

Ja, ja, ja rió Doña Coneja. ¡Qué raro estás¿. Pero colorín se enfadó un poco porque pensaba que se estaba riendo de él.

Doña coneja le explicó que no pretendía burlarse de él sino que era muy divertido verlo con esa nariz tan grande que se le había puesto.

Colorín se miró y remiró y la verdad que a él también le hacia gracia verse así.

Se miraron los dos y volvieron a reir.

Colorín ayudó a Doña Coneja a recoger zanahorias después de librarse de la que tenía en el pico.

La acompañó hasta su madriguera y luego se fue.

Al caer la tarde colorín salió a dar un paseo por el bosque pues la tarde era muy agradable y no hacía frío.

De repente vió que algo se movía en los matorrales y se oían unos gemidos extraños.

¡Me acercaré a ver!.se dijo:

Vió dos enormes orejas sobresaliendo de la maleza, y le resultaron conocidas, en efecto eran de Doña Coneja, que había resbalado y se había caído en una pequeña poza que había cerca de un riachuelo. Tenía cubierta la cara con un espesa masa y parecía una estatua de barro. Su

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lindo cuerpecito blanco estaba ahora cubierto por una pastosa capa de lodo.

Colorín, empezó a reir, sin parar, ja, ja , ja,.

¡Pues yo no veo la gracia, dijo la coneja!. ¡Estás muy divertida!, respondió colorín.

¡No me estoy burlando de ti, no te enfades, me rio porque estás graciosa!.

¡No, no y no , se que te burlas de mi, no eres un buen amigo!.

Esta mañana me dijiste que no me enfadara y yo lo entendí y no me enfadé. Ahora tú debes hacer lo mismo.

Colorín continuó diciendo:

Si haces bromas o te ríes con los demás, también debes saber reirte de tus propias gracias.

Doña Coneja después de quedarse un rato pensativa, se dio cuenta de que colorín tenía razón, hay que saber disfrutar de las bromas graciosas de los demás y nuestras propias bromas pero siempre cuando se hacen con buen corazón y no las bromas pesadas que pueden hacernos daño.

 © Marisa Moreno, Spain

 

 LAS DOS GALLINAS

 

LAS DOS GALLINAS

¡Figúrate!, Dos gallinas se pelearon por un grano de semilla y fueron corriendo a quejarse al gallo.

-¡Traedme el grano!- ordeno el gallo.

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Las gallinas obedecieron, el gallo dio un rápido picotazo y el grano desapareció.

-¡No es justo! - gritaron las gallinas, y se fueron hacia el interior del bosque para decírselo a la zorra.

- ¡Traedme el gallo! Dijo la zorra, relamiéndose-. ¡Es sin duda más gordo que vosotras y el grano que ha engullido no le servirá para nada!

Las gallinas regresaron y atrajeron al gallo hacia el bosque. Con dos o tres golpes de mandíbula de la zorra el gallo desapareció.

-¡No es justo!- farfullaron las gallinas, y fueron corriendo a quejarse al lobo.

- ¡Traedme la zorra!- gruño el lobo.

Las gallinas atrajeron a la zorra hasta la cueva del lobo. El lobo mordió y mastico unas cuantas veces y la zorra desapareció.

- ¡No es justo! Cacarearon las gallinas y fueron al encuentro del oso.

-Nos hemos peleado por un grano de semilla y el gallo se lo ha comido. La zorra se ha tragado al gallo y el lobo se ha comido a la zorra. ¡Es realmente injusto!- se quejaron las gallinas.

-¡Traedme al lobo!- refunfuño el oso. Y en un par de bocados el lobo acabo en su panza-. Y ahora desapareced antes de que os coma a vosotras también- amenazo el oso. Y estas huyeron lo mas rápidamente que pudieron.

 

 El flautista de Hamelín

 

El flautista de Hamelín

Autor: Desconocido

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El flautista de Hamelín

Hace mucho, muchísimo tiempo, en la próspera ciudad de Hamelín, sucedió algo muy extraño: una mañana, cuando sus gordos y satisfechos habitantes salieron de sus casas, encontraron las calles invadidas por miles de ratones que merodeaban por todas partes, devorando, insaciables, el grano de sus repletos graneros y la comida de sus bien provistas despensas.

Nadie acertaba a comprender la causa de tal invasión, y lo que era aún peor, nadie sabía qué hacer para acabar con tan inquitante plaga.

Por más que pretendían exterminarlos o, al menos, ahuyentarlos, tal parecía que cada vez acudían más y más ratones a la ciudad. Tal era la cantidad de ratones que, día tras día, se enseñoreaba de las calles y de las casas, que hasta los mismos gatos huían asustados.

Ante la gravedad de la situación, los prohombres de la ciudad, que veían peligrar sus riquezas por la voracidad de los ratones, convocaron al Consejo y dijeron: "Daremos cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones".

Al poco se presentó ante ellos un flautista taciturno, alto y desgarbado, a quien nadie había visto antes, y les dijo: "La recompensa será mía. Esta noche no quedará ni un sólo ratón en Hamelín".

Dicho esto, comenzó a pasear por las calles y, mientras paseaba, tocaba con su flauta una maravillosa melodía que encantaba a los ratones, quienes saliendo de sus escondrijos seguían embelesados los pasos del flautista que tocaba incansable su flauta.

Y así, caminando y tocando, los llevó a un lugar muy lejano, tanto que desde allí ni siquiera se veían las murallas de la ciudad.

Por aquel lugar pasaba un caudaloso río donde, al intentar cruzarlo para seguir al flautista, todos los ratones perecieron ahogados.

Los hamelineses, al verse al fin libres de las voraces tropas de ratones, respiraron aliviados. Ya tranquilos y satisfechos, volvieron a sus prósperos negocios, y tan contentos estaban que organizaron una gran fiesta para

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celebrar el feliz desenlace, comiendo excelentes viandas y bailando hasta muy entrada la noche.

A la mañana siguiente, el flautista se presentó ante el Consejo y reclamó a los prohombres de la ciudad las cien monedas de oro prometidas como recompensa. Pero éstos, liberados ya de su problema y cegados por su avaricia, le contestaron: "¡Vete de nuestra ciudad!, ¿o acaso crees que te pagaremos tanto oro por tan poca cosa como tocar la flauta?".

Y dicho esto, los orondos prohombres del Consejo de Hamelín le volvieron la espalda profiriendo grandes carcajadas.

Furioso por la avaricia y la ingratitud de los hamelineses, el flautista, al igual que hiciera el día anterior, tocó una dulcísima melodía una y otra vez, insistentemente.

Pero esta vez no eran los ratones quienes le seguían, sino los niños de la ciudad quienes, arrebatados por aquel sonido maravilloso, iban tras los pasos del extraño músico.

Cogidos de la mano y sonrientes, formaban una gran hilera, sorda a los ruegos y gritos de sus padres que en vano, entre sollozos de desesperación, intentaban impedir que siguieran al flautista.

Nada lograron y el flautista se los llevó lejos, muy lejos, tan lejos que nadie supo adónde, y los niños, al igual que losratones, nunca jamás volvieron.

En la ciudad sólo quedaron sus opulentos habitantes y sus bien repletos graneros y bien provistas despensas, protegidas por sus sólidas murallas y un inmenso manto de silencio y tristeza.

Y esto fue lo que sucedió hace muchos, muchos años, en esta desierta y vacía ciudad de Hamelín, donde, por más que busquéis, nunca encontraréis ni un ratón ni un niño.

FIN

 

FABULA DE LA LECHUZA Y LA CODORNIZ

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Muchas actitudes humanas que engendran conflictos e insatisfacciones, se pueden explicar con la ayuda de una fábula que se atribuye a un pensador Chino. Partimos de un diálogo entre animalitos.¿Adónde pretendes volar?, le preguntó una codorniz a una lechuza que apareció por allí, fuera de horario, con el proyecto de un viaje lejano en mente, disconforme por la situación que le rodeaba.

Me voy hacia el sur; ya lo tengo decidido, fue la respuesta amarga de la lechuza.

¿Y por qué te vas? Desaparezco de aquí porque los vecinos de la aldea ya no soportan mis chillidos y gritos estridentes. Estoy cansada de amenazas... La codorniz, perpleja, tratando de no perder la calma, hizo una mueca intentando una sonrisa, y le aconsejó: -"No te apresures... pensá bien lo que vas a hacer. Con salir de aquí no se soluciona mucho el problema.

Lo que tienes que hacer es cambiar ese grito estridente y molesto por otro más suave, cadencioso y en unas horas verás cómo la gente te va a apreciar y más de uno te admirará...

Si no te animas a cambiar tu ruidoso comportamiento, acordate de que en ningún lugar de la tierra encontrarás paz... a lo sumo que quieras habitar en un solitario desierto".

La solución no está en huir de las dificultades, sino en reubicarnos en la comunidad, respetando para que nos respeten.

Esta fábula se hace realidad muchas veces en la vida de los humanos.

Hay personas que son un problema continuado, para sí mismos y también para los que están cerca...

Los defectos personales no se solucionan sólo con cambiar de aire o de geografía. El cambio de posturas o conductas irritantes e hirientes por otras más humanas, hacen más fácil la convivencia.

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El dominio de sí mismo y la superación de defectos ayuda a crecer y da personalidad. Por eso antes de huir de las realidades es preferible cambiar nuestra manera de pensar, de actuar, de hablar, de vivir... Francisco de Sales nos dejó este pensamiento:"Obrar el bien, si además se hace con alegría, es un doble bien".

Comportándonos correctamente, sin mentirnos a nosotros mismos ni al prójimo, viviendo nuestra realidad y dejando vivir en paz a los demás, encontraremos el camino del equilibrio que lleva a la felicidad.

 

Reynaldo Vázquez

 

 Fábulas de Esopo Sobre el Águila

 

Fábulas de Esopo Sobre el Águila

El águila, el cuervo y el pastor

Lanzándose desde una cima, un águila arrebató a un corderito.

La vio un cuervo y tratando de imitar el acto, se lanzó sobre un carnero, pero con tan malas artes que sus garras se enredaron en la lana, y batiendo en vano sus alas no logró soltarse.

Viendo el pastor lo que sucedía, cogió al cuervo, y cortando las puntas de sus alas, se la llevó a sus niños.

Le preguntaron sus hijos acerca de que clase de ave era aquella, y les dijo:

- Para mí, sólo es un cuervo; pero él, se cree águila.

Pon tu esfuerzo y dedicación en lo que realmente estás preparado, no en lo que no te corresponde.

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El águila y el escarabajo

Estaba una liebre siendo perseguida por un águila, y viéndose perdida pidió ayuda a un escarabajo, suplicándole le salvara. Le pidió el escarabajo al águila que perdonara a su amiga. Pero el águila, despreciando la insignificancia del escarabajo, devoró a la liebre en su presencia.

Desde entonces, buscando vengarse, el escarabajo observaba los lugares donde el águila ponía sus huevos, y haciéndolos rodar, los tiraba a tierra. Viéndose el águila echada del lugar a donde fuera, recurrió a Zeus pidiéndole un lugar seguro para depositar sus futuros pequeñuelos.

Le ofreció Zeus colocarlos en su regazo, pero el escarabajo, viendo la táctica escapatoria, hizo una bolita de barro, voló y la dejó caer sobre el regazo de Zeus. Se levantó entonces Zeus para sacudirse aquella suciedad, tirando por tierra los huevos sin darse cuenta. Por eso desde entonces, las águilas no ponen huevos en la época en que salen los escarabajos.

Nunca desprecies lo que parece insignificante, pues no hay ser tan débil que no pueda alcanzarte.

El águila de ala cortada y la zorra

Capturó un día un hombre a un águila, le cortó sus alas y la soltó en el corral junto con todas sus gallinas. Apenada, el águila poderosa, bajaba la cabeza y pasaba sin comer: era como una reina encarcelada.

Pasó otro hombre que la vio y decidió comprarla. Le arrancó las plumas cortadas y se las hizo crecer de nuevo. Repuesta el águila alzó vuelo, apresó a una liebre para llevársela en agradecimiento a su liberador.

La vio una zorra y maliciosamente le dijo: --No le lleves la liebre al que te liberó, sino al que te capturó; el que te liberó ya es bueno sin más. Procura más bien ablandar al otro, no vaya a atraparte otra vez y te arranque completamente las alas.

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Siempre corresponde generosamente con tus bienhechores, y por prudencia mantente alejado de los malvados que insinúan hacer lo incorrecto.

El águila y la zorra

Un águila y una zorra eran muy amigas y decidieron vivir juntas con la idea de que eso reforzaría su amistad. Entonces el águila escogió un árbol muy elevado, poniendo allí sus huevos, mientras que la zorra soltó a sus hijos bajo unas zarzas sobre la tierra al pie del árbol.

Un día que la zorra salió a buscar su comida, el águila hambrienta cayó sobre las zarzas, arrebató a los zorruelos, y así, ella y sus crías se regocijaron con un banquete.

Regresó la zorra y más le dolió el no poder vengarse, que ver la muerte de sus pequeños; ¿ Cómo podría ella, siendo un animal terrestre, sin alas, perseguir a uno que vuela ? Tuvo que conformarse con el consuelo de los débiles e impotentes: maldecir desde lejos a su nuevo enemigo.

Mas no tardó el águila en sufrir el pago de su traición contra la amistad. Se encontraban en el campo unos pastores sacrificando una cabra; cayó el águila sobre ella y se llevó una víscera inflamada, colocándola en su nido. Vino un fuerte viento y transmitió el fuego a las pajas, ardiendo también sus aguiluchos, que por pequeños aún no sabían volar, los cuales cayeron al suelo. Corrió entonces la zorra, y tranquilamente devoró a todos los aguiluchos ante los ojos de su enemiga.

Nunca traiciones la amistad sincera, pues si lo hicieras, tarde o temprano del cielo llegará el castigo.

El águila y la flecha

Estaba un águila en el pico de un peñasco esperando por las liebres.

Mas un cazador le lanzó una flecha que atravesó sus carnes.

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Viendo el águila entonces que la flecha estaba construida con sus propias plumas exclamó:

-- ¡ Qué tristeza tener que morir por causa de mis propias plumas !

Más profundo es nuestro dolor cuando nos vencen con nuestras propias armas.

El águila y los gallos

Dos gallos reñían por causa de las gallinas; y al fin uno puso al otro en fuga.

Se retiró el vencido a un matorral, ocultándose allí. En cambio el vencedor se subió a una tapia alta dándose a cantar con gran sonoridad.

Mas no tardó un águila en caerle y raptarlo. Desde entonces el gallo que había perdido la riña se quedo con todo el gallinero.

A quien hace alarde de sus propios éxitos, no tarda en aparecerle quien se los arrebate.

 

 

La figura de madera

Al bajar del autobús, camino del colegio, Rodrigo paseaba todos los días cerca de una chabola, que estaba al lado de un viejo caserón.

La chabola estaba hecha de ladrillos viejos y maderas, con el techo de aluminio y las ventanas de plástico.

Sentados en la puerta, unos niños de corta edad, el pequeño apenas balbuceaba dos palabras nada más.

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Al ver a Rodrigo se quedaban embobados viendo sus bonitas ropas y su cartera y entre ellos murmuraban: ¡Qué feliz será ese niño, con tantas cositas bellas y una buena cazadora que le calma del frío en el invierno!.

¿Seguro que vivirá en una linda casita, rodeado de gente que le quiere,

tendrá juguetes y una cama dónde dormir.

Tendrá un colegio, una maestra, que le enseñará del mundo todo lo más hermoso y le contará historias.

Aprenderá ha hacer números y a leer muchos cuentos.

Podría ir al parque, al zoo y de excursión.

Tendría unos amigos con los que jugar al fútbol.

Rodrigo escuchaba sus voces infantiles y el balbuceo del más pequeño y su cara inocente de niño tierno se llenaba de lágrimas y desconsuelo.

El, hizo lo que pudo por ayudarles, les traía ropa y alimentos muchas veces, pero eso no era todo lo que él quería, no era lo justo, que les debía ofrecer la vida.

Los niños deberían tener derecho a que sus sueños les hicieran crecer, a no pasar hambre, miserias ni sed.

Derecho a aprenderlo todo sobre la libertad, a ser solidario y a saber amar.

Rodrigo volvió a aquella casita, un día un chaval le dio en su manita, una figura de madera que el mismo había tallado con un viejo cuchillo y muchas horas de trabajo.

Era la figura de un niño que el mismo había pintado, era un niño de cabellos rubios y pelo rizado. La cara llena de bondad, que refleja un alma límpia.

Al cogerlo Rodrigo lloró, al sentir la gratitud del chaval.

Hay cosas que sólo se pagan con amor y llenan el alma de paz.

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Rodrigo siguió paseando por allí, hasta que un día se hizo mayor, dejo el colegio y se marchó y nunca más volvió.

Pero en una estantería de su habitación guardado en un sitio muy especial, tiene un tesoro, un tesoro de amor que un día le talló un chaval.

Es algo tan valioso para él, que en los momentos bajos de moral,

lo mira y empieza a crecer y la fuerza del recuerdo es tan poderosa

que vuelve a sentirse ilusionado casi sin darse cuenta.

 © Marisa Moreno, Spain

 EL GATO CON BOTAS

EL GATO CON BOTAS

Autor: Perrault

EL GATO CON BOTAS

Un molinero dejó como única herencia a sus tres hijos, su molino, su burro y su gato. El reparto fue bien simple: no se necesitó llamar ni al abogado ni al notario. Habrían consumido todo el pobre patrimonio.

El mayor recibió el molino, el segundo se quedó con el burro, y al menor le tocó sólo el gato. Este se lamentaba de su mísera herencia:

-Mis hermanos, decía, podrán ganarse la vida convenientemente trabajando juntos; lo que es yo, después de comerme a mi gato y de hacerme un manguito con su piel, me moriré de hambre.

El gato, que escuchaba estas palabras, pero se hacía el desentendido, le dijo en tono serio y pausado:

-No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis.

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Aunque el amo del gato no abrigara sobre esto grandes ilusiones, le había visto dar tantas muestras de agilidad para cazar ratas y ratones, como colgarse de los pies o esconderse en la harina para hacerse el muerto, que no desesperó de verse socorrido por él en su miseria.

Cuando el gato tuvo lo que había pedido, se colocó las botas y echándose la bolsa al cuello, sujetó los cordones de ésta con las dos patas delanteras, y se dirigió a un campo donde había muchos conejos. Puso afrecho y hierbas en su saco y tendiéndose en el suelo como si estuviese muerto, aguardó a que algún conejillo, poco conocedor aún de las astucias de este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había dentro. No bien se hubo recostado, cuando se vio satisfecho. Un atolondrado conejillo se metió en el saco y el maestro gato, tirando los cordones, lo encerró y lo mató sin misericordia.

Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidió hablar con él. Lo hicieron subir a los aposentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo una gran reverencia ante el rey, y le dijo:

-He aquí, Majestad, un conejo de campo que el señor marqués de Carabás (era el nombre que inventó para su amo) me ha encargado obsequiaros de su parte.

-Dile a tu amo, respondió el rey, que le doy las gracias y que me agrada mucho.

En otra ocasión, se ocultó en un trigal, dejando siempre su saco abierto; y cuando en él entraron dos perdices, tiró los cordones y las cazó a ambas. Fue en seguida a ofrendarlas al rey, tal como había hecho con el conejo de campo. El rey recibió también con agrado las dos perdices, y ordenó que le diesen de beber.

El gato continuó así durante dos o tres meses llevándole de vez en cuando al rey productos de caza de su amo. Un día supo que el rey iría a pasear a orillas del río con su hija, la más hermosa princesa del mundo, y le dijo a su amo:

-Sí queréis seguir mi consejo, vuestra fortuna está hecha: no tenéis más que bañaros en el río, en el sitio que os mostraré, y en seguida yo haré lo demás.

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El marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejó, sin saber de qué serviría. Mientras se estaba bañando, el rey pasó por ahí, y el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas:

-¡Socorro, socorro! ¡El señor marqués de Carabás se está ahogando!

Al oír el grito, el rey asomó la cabeza por la portezuela y reconociendo al gato que tantas veces le había llevado caza, ordenó a sus guardias que acudieran rápidamente a socorrer al marqués de Carabás. En tanto que sacaban del río al pobre marqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al rey que mientras su amo se estaba bañando, unos ladrones se habían llevado sus ropas pese a haber gritado ¡al ladrón! con todas sus fuerzas; el pícaro del gato las había escondido debajo de una enorme piedra.

El rey ordenó de inmediato a los encargados de su guardarropa que fuesen en busca de sus más bellas vestiduras para el señor marqués de Carabás. El rey le hizo mil atenciones, y como el hermoso traje que le acababan de dar realzaba su figura, ya que era apuesto y bien formado, la hija del rey lo encontró muy de su agrado; bastó que el marqués de Carabás le dirigiera dos o tres miradas sumamente respetuosas y algo tiernas, y ella quedó locamente enamorada.

El rey quiso que subiera a su carroza y lo acompañara en el paseo. El gato, encantado al ver que su proyecto empezaba a resultar, se adelantó, y habiendo encontrado a unos campesinos que segaban un prado, les dijo:

-Buenos segadores, si no decís al rey que el prado que estáis segando es del marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín.

Por cierto que el rey preguntó a los segadores de quién era ese prado que estaban segando.

-Es del señor marqués de Carabás, dijeron a una sola voz, puesto que la amenaza del gato los había asustado.

-Tenéis aquí una hermosa heredad, dijo el rey al marqués de Carabás.

-Veréis, Majestad, es una tierra que no deja de producir con abundancia cada año.

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El maestro gato, que iba siempre delante, encontró a unos campesinos que cosechaban y les dijo:

-Buena gente que estáis cosechando, si no decís que todos estos campos pertenecen al marqués de Carabás, os haré picadillo como carné de budín.

El rey, que pasó momentos después, quiso saber a quién pertenecían los campos que veía.

-Son del señor marqués de Carabás, contestaron los campesinos, y el rey nuevamente se alegró con el marqués.

El gato, que iba delante de la carroza, decía siempre lo mismo a todos cuantos encontraba; y el rey estaba muy asombrado con las riquezas del señor marqués de Carabás.

El maestro gato llegó finalmente ante un hermoso castillo cuyo dueño era un ogro, el más rico que jamás se hubiera visto, pues todas las tierras por donde habían pasado eran dependientes de este castillo.

El gato, que tuvo la precaución de informarse acerca de quién era éste ogro y de lo que sabia hacer, pidió hablar con él, diciendo que no había querido pasar tan cerca de su castillo sin tener el honor de hacerle la reverencia. El ogro lo recibió en la forma más cortés que puede hacerlo un ogro y lo invitó a descansar.

-Me han asegurado, dijo el gato, que vos tenias el don de convertiros en cualquier clase de animal, que podíais, por ejemplo, transformaros en león, en elefante.

-Es cierto, respondió el ogro con brusquedad, y para demostrarlo, veréis cómo me convierto en león.

El gato se asustó tanto al ver a un león delante de él que en un santiamén se trepó a las canaletas, no sin pena ni riesgo a causa de las botas que nada servían para andar por las tejas.

Algún rato después, viendo que el ogro había recuperado su forma primitiva, el gato bajó y confesó que había tenido mucho miedo.

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-Además me han asegurado, dijo el gato, pero no puedo creerlo, que vos también tenéis el poder de adquirir la forma del más pequeño animalillo; por ejemplo, que podéis convertiros en un ratón, en una rata; os confieso que eso me parece imposible.

-¿Imposible?, repuso el ogro, ya veréis; y al mismo tiempo se transformó en una rata que se puso a correr por el piso.

Apenas la vio, el gato se echó encima de ella y se la comió.

Entretanto, el rey que al pasar vio el hermoso castillo del ogro, quiso entrar. El gato, al oír el ruido del carruaje que atravesaba el puente levadizo, corrió adelante y le dijo al rey:

-Vuestra Majestad sea bienvenida al castillo del señor marqués de Carabás.

-¡Cómo, señor marqués, exclamó el rey, este castillo también os pertenece! Nada hay más bello que este patio y todos estos edificios que lo rodean; veamos el interior, por favor.

El marqués ofreció la mano a la joven princesa y, siguiendo al rey que iba primero, entraron a una gran sala donde encontraron una magnífica colación que el ogro había mandado preparar para sus amigos que vendrían a verlo ese mismo día, los cuales no se habían atrevido a entrar, sabiendo que el rey estaba allí.

El rey, encantado con las buenas cualidades del señor marqués de Carabás, al igual que su hija, que ya estaba loca de amor, viendo los valiosos bienes que poseía, le dijo, después de haber bebido cinco o seis copas:

-Sólo dependerá de vos, señor marqués, que seáis mi yerno.

El marqués, haciendo grandes reverencias, aceptó el honor que le hacia el rey; y ese mismo día se casó con la princesa. El gato se convirtió en gran señor, y ya no corrió tras las ratas sino para divertirse.

MORALEJA

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En principio parece ventajosocontar con un legado sustanciosorecibido en heredad por sucesión;más los jóvenes, en definitivaobtienen del talento y la inventivamás provecho que de la posición.

OTRA MORALEJA

Si puede el hijo de un molineroen una princesa suscitar sentimientostan vecinos a la adoración,es porque el vestir con esmero,ser joven, atrayente y atentono son ajenos a la seducción.

Fin.

EL GIGANTE EGOÍSTA

 

EL GIGANTE EGOÍSTA

Todas las tardes, a la salida de la escuela, los niños se habían acostumbrado a ir a jugar al jardín del gigante. Era un jardín grande y hermoso, cubierto de verde y suave césped. Dispersas sobre la hierba brillaban bellas flores como estrellas, y había una docena de melocotones que, en primavera, se cubrían de delicados capullos rosados, y en otoño daban sabroso fruto.

Los pájaros se posaban en los árboles y cantaban tan deliciosamente que los niños interrumpían sus juegos para escucharlos.

-¡Qué felices somos aquí!- se gritaban unos a otros.

Un día el gigante regresó. Había ido a visitar a su amigo, el ogro de Cornualles, y permaneció con él durante siete años. Transcurridos los siete años, había dicho todo lo que tenía que decir, pues su conversación era limitada, y decidió volver a su castillo. Al llegar vio a los niños jugando en el jardín.

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-¿Qué estáis haciendo aquí?- les gritó con voz agria. Y los niños salieron corriendo.

-Mi jardín es mi jardín- dijo el gigante. -Ya es hora de que lo entendáis, y no voy a permitir que nadie mas que yo juegue en él.

Entonces construyó un alto muro alrededor y puso este cartel:

Prohibida la entrada.Los transgresores seránprocesados judicialmente.

Era un gigante muy egoísta.

Los pobres niños no tenían ahora donde jugar.

Trataron de hacerlo en la carretera, pero la carretera estaba llena de polvo y agudas piedras, y no les gustó.

Se acostumbraron a vagar, una vez terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardín que había al otro lado.

-¡Que felices éramos allí!- se decían unos a otros.

Entonces llegó la primavera y todo el país se llenó de capullos y pajaritos. Solo en el jardín del gigante egoísta continuaba el invierno.

Los pájaros no se preocupaban de cantar en él desde que no había niños, y los árboles se olvidaban de florecer. Solo una bonita flor levantó su cabeza entre el césped, pero cuando vio el cartel se entristeció tanto, pensando en los niños, que se dejó caer otra vez en tierra y se echó a dormir.

Los únicos complacidos eran la Nieve y el Hielo.

-La primavera se ha olvidado de este jardín- gritaban. -Podremos vivir aquí durante todo el año.

La Nieve cubrió todo el césped con su manto blanco y el Hielo pintó de plata todos los árboles. Entonces invitaron al viento del Norte a pasar una temporada con ellos, y el Viento aceptó.

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Llegó envuelto en pieles y aullaba todo el día por el jardín, derribando los capuchones de la chimeneas.

-Este es un sitio delicioso- decía. -Tendremos que invitar al Granizo a visitarnos.

Y llegó el Granizo. Cada día durante tres horas tocaba el tambor sobre el tejado del castillo, hasta que rompió la mayoría de las pizarras, y entonces se puso a dar vueltas alrededor del jardín corriendo lo más veloz que pudo. Vestía de gris y su aliento era como el hielo.

-No puedo comprender como la primavera tarda tanto en llegar- decía el gigante egoísta, al asomarse a la ventana y ver su jardín blanco y frío. -¡Espero que este tiempo cambiará!

Pero la primavera no llegó, y el verano tampoco. El otoño dio dorados frutos a todos los jardines, pero al jardín del gigante no le dio ninguno.

-Es demasiado egoísta- se dijo.

Así pues, siempre era invierno en casa del gigante, y el Viento del Norte, el Hielo, el Granizo y la Nieve danzaban entre los árboles.

Una mañana el gigante yacía despierto en su cama, cuando oyó una música deliciosa. Sonaba tan dulcemente en sus oídos que creyó sería el rey de los músicos que pasaba por allí. En realidad solo era un jilguerillo que cantaba ante su ventana, pero hacía tanto tiempo que no oía cantar un pájaro en su jardín, que le pareció la música más bella del mundo. Entonces el Granizo dejó de bailar sobre su cabeza, el Viento del Norte dejó de rugir, y un delicado perfume llegó hasta él, a través de la ventana abierta.

-Creo que, por fin, ha llegado la primavera- dijo el gigante; y saltando de la cama miró el exterior. ¿Qué es lo que vio?

Vio un espectáculo maravilloso. Por una brecha abierta en el muro los niños habían penetrado en el jardín, habían subido a los árboles y estaban sentados en sus ramas. En todos los árboles que estaban al alcance de su vista, había un niño. Y los árboles se sentían tan dichosos de volver a tener consigo a los niños, que se habían cubierto de capullos y agitaban suavemente sus brazos sobre las cabezas de los pequeños.

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Los pájaros revoloteaban y parloteaban con deleite, y las flores reían irguiendo sus cabezas sobre el césped. Era una escena encantadora. Sólo en un rincón continuaba siendo invierno. Era el rincón más apartado del jardín, y allí se encontraba un niño muy pequeño. Tan pequeño era, no podía alcanzar las ramas del árbol, y daba vueltas a su alrededor llorando amargamente. El pobre árbol seguía aún cubierto de hielo y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía en torno a él.

-¡Sube, pequeño!- decía el árbol, y le tendía sus ramas tan bajo como podía; pero el niño era demasiado pequeño. El corazón del gigante se enterneció al contemplar ese espectáculo.

-¡Qué egoísta he sido- se dijo. -Ahora comprendo por qué la primavera no ha venido hasta aquí. Voy a colocar al pobre pequeño sobre la copa del árbol, derribaré el muro y mi jardín será el parque de recreo de los niños para siempre.

Estaba verdaderamente apenado por lo que había hecho.

Se precipitó escaleras abajo, abrió la puerta principal con toda suavidad y salió al jardín.

Pero los niños quedaron tan asustados cuando lo vieron, que huyeron corriendo, y en el jardín volvió a ser invierno.

Sólo el niño pequeño no corrió, pues sus ojos estaban tan llenos de lágrimas, que no vio acercarse al gigante. Y el gigante se deslizó por su espalda, lo cogió cariñosamente en su mano y lo colocó sobre el árbol. El árbol floreció inmediatamente, los pájaros fueron a cantar en él, y el niño extendió sus bracitos, rodeó con ellos el cuello del gigante y le besó.

Cuando los otros niños vieron que el gigante ya no era malo, volvieron corriendo y la primavera volvió con ellos.

-Desde ahora, este es vuestro jardín, queridos niños- dijo el gigante, y cogiendo una gran hacha derribó el muro. Y cuando al mediodía pasó la gente, yendo al mercado, encontraron al gigante jugando con los niños en el más hermoso de los jardines que jamás habían visto.

Durante todo el día estuvieron jugando y al atardecer fueron a despedirse del gigante.

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-Pero, ¿dónde está vuestro pequeño compañero, el niño que subí al árbol?- preguntó.

El gigante era a este al que más quería, porque lo había besado.

-No sabemos contestaron los niños- se ha marchado.

-Debéis decirle que venga mañana sin falta- dijo el gigante.

Pero los niños dijeron que no sabían donde vivía y nunca antes lo habían visto. El gigante se quedó muy triste.

Todas las tardes, cuando terminaba la escuela, los niños iban y jugaban con el gigante. Pero al niño pequeño, que tanto quería el gigante, no se le volvió a ver. El gigante era muy bondadoso con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y a menudo hablaba de él.

-¡Cuánto me gustaría verlo!- solía decir.

Los años transcurrieron y el gigante envejeció mucho y cada vez estaba más débil. Ya no podía tomar parte en los juegos; sentado en un gran sillón veía jugar a los niños y admiraba su jardín.

-Tengo muchas flores hermosas- decía, pero los niños son las flores más bellas.

Una mañana invernal miró por la ventana, mientras se estaba vistiendo. Ya no detestaba el invierno, pues sabía que no es sino la primavera adormecida y el reposo de las flores.

De pronto se frotó los ojos atónito y miró y remiró. Verdaderamente era una visión maravillosa. En el más alejado rincón del jardín había un árbol completamente cubierto de hermosos capullos blancos. Sus ramas eran doradas, frutos de plata colgaban de ellas y debajo, de pie, estaba el pequeño al que tanto quiso.

El gigante corrió escaleras abajo con gran alegría y salió al jardín. Corrió precipitadamente por el césped y llegó cerca del niño. Cuando estuvo junto a él, su cara enrojeció de cólera y exclamó:

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- ¿Quién se atrevió a herirte?- Pues en las palmas de sus manos se veían las señales de dos clavos, y las mismas señales se veían en los piececitos.

-¿Quién se ha atrevido a herirte?- gritó el gigante. -Dímelo para que pueda coger mi espada y matarle.

-No- replicó el niño, pues estas son las heridas del amor.

-¿Quién eres?- dijo el gigante; y un extraño temor lo invadió, haciéndole caer de rodillas ante el pequeño.

Y el niño sonrió al gigante y le dijo:

-Una vez me dejaste jugar en tu jardín, hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el Paraíso.

Y cuando llegaron los niños aquella tarde, encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el árbol, todo cubierto de capullos blancos.

OSCAR WILDE

 

 La Gatita Encantada

Erase un príncipe muy admirado en su reino. Todas las jóvenes casaderas deseaban tenerle por esposo. Pero él no se fijaba en ninguna y pasaba su tiempo jugando con Zapaquilda, una preciosa gatita, junto a las llamas del hogar. Un dia, dijo en voz alta:

-Eres tan cariñosa y adorable, que, si fueras mujer, me casaría contigo.

En el mismo instante apareció en la estancia el Hada de los Imposibles, que dijo:

-Principe, tus deseos se han cumplido.

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El joven, deslumbrado, descubrió junto a él a Zapaquilda, convertida en una bellísima muchacha.

Al dia siguiente se celebraban las bodas y todos los nobles y pobres del reino que acudieron al banquete se extasiaron ante la hermosa y dulce novia.

Pero, de pronto, vieron a la joven lanzarse sobre un ratoncillo que zigzagueaba por el salón y zampárselo en cuanto lo hubo atrapdo. El príncipe empezó entonces a llamar al Hada de los Imposibles para que convirtiera a su esposa en la gatita que había sido. Pero el Hada no acudió, y nadie nos ha contado si tuvo que pasarse la vida contemplando como su esposa daba cuenta de todos los ratos de palacio.

Fin

 

GUMERSINDO EL GNOMO

 

GUMERSINDO EL GNOMO

- ¡Ay!

- ¿Pero, qué pasa?

- ¡Oh.. Ay!

- ¿Pero... qué sucede?

- ¡Ah... Ay... Ay!

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- ¿Qué es lo que hay?

- ¡Oauh! ¡No hay nada... nada!

- Pero, si no hay nada, ni nadie: ¿Quién chilla?

- ¡Oauhhhh! ¡Oauhhhh! ¡Sácame de aquí por favor! ¡No puedo más! ¡Oauhh... oauhhhhh!

- ¡Es que no sé dónde estás!

- ¡Debajo... debajo... debajo de tu pie!

Carlitos, era aún pequeño pero el gran tamaño de su pie indicaba claramente que estaba creciendo a pasos agigantados. Primero levantó un pie y no vio nada, después el otro y tampoco...

- ¡Uff... menos mal que te has apartado! ¡Qué mal lo estaba pasando!

- ¿Dónde estás que no te veo?

- ¿Que no me ves? ¿y tampoco ves mi pobre casa, que acabas de destrozar? ¡Bruto, más que bruto!

- Perdóname.... es que yo no veo nada ¡Ay!

Carlitos, acababa de sentir un tremendo pellizco debajo del pantalón, justo por encima de su zapatilla deportiva. Se agachó rápidamente y propinó un tremendo manotazo sobre la zona que le acababa de picar, por si se le había colado algún insecto

- ¡Oahuuuu... ahora si que me duele!

Algo cayó al suelo, chillando de dolor

- ¡Oahuuuu... bruto más que bruto!

Carlitos se agachó y miró aquello que se había caído de su pantalón

- ¡Anda, pero si eres.... no puede ser... si eres!

- ¡Sí, soy un duende! ¿qué pasa?

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- No.. nada, sólo que yo creía que los gnomos no existían... que eran pura fantasía

- ¿Sí? ¡Ya te daré yo fantasía... ! te daré un bofetón, como el que tu me has propinado y verás que clase de fantasía es esa. Y mi pobre casa destruida ¡Valiente fantasía la tuya!

- ¿Tu casa? ¿no la veo por ninguna parte? ¿dónde está?

- Querrás decir que dónde estaba, porqué la has aplastado con tus patas de elefante

- ¿Pero dónde...?

- Al lado mismo de tu pie derecho: esa preciosa seta, roja y blanca, que tan buen cobijo me daba

Carlitos vio un hongo, muy grande, que acababa de aplastar sin querer y exclamó:

- ¡Si es una seta venenosa!

- Y a mi que más me da, si no era para comérmela ¿o acaso, te comerías tu casa?

- No, claro que no ¡Vaya como lo siento, señor gnomo!

- ¡Me llamo Gumersindo, Gummy para los amigos!

- ¡Bueno Gummy discúlpame!

- ¿Acaso te he dicho que seas mi amigo, para que puedas llamarme así?

- ¡Perdone, Don Gumersindo!

- ¡Don Gumersindo... Don Gumersindo!.. ¡ni que fuera un duende viejo de 500 años...! Prefiero que me sigas llamando: Gummy

- ¿Es que hay gnomos de 500 años?

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- ¡Uy... pues claro y de 1000 también! ¡Yo, por ejemplo, tengo 501.. digo... 499... no vayas a pensar que soy tan viejo! ¡Es que tú eres muy ignorante! ¿Sabes algo sobre nosotros, los duendes?

- ¡Sólo lo que contáis bonitos cuentos!

- ¡Cuentos.. cuentos! ¡Pamplinas! La realidad es que vivimos desde siempre pero, somos tan listos, que tan sólo los más listos que nosotros, nos han visto alguna vez

- ¿Entonces, yo debo de ser muy listo.. aunque dice la maestra que podría estudiar mucho más..?

- ¡Nada de listo... tu eres un patán.. y si no gastaras dos tallas más de lo que mide tu pie, jamás me habrías pillado!

- ¡Ya! es que mi mamá dice que crezco demasiado deprisa y que, si comprara mi talla, no utilizaría los zapatos más de una semana porque ya no me cabría el pie. Además, los zapatos buenos son muy caros..!

- ¡Ya! ¿y que culpa tengo yo de que la vida vaya muy cara o de que crezcas tan deprisa? ¿No ves que casi me apisonas? Además, con medidas tan grandes, podrías tropezar y, caerte encima mío o de algún compañero, haciéndonos papilla

- ¡Lo siento, yo..!

- ¡Lo siento... lo siento... así no se puede hacer nada!

- ¿Qué quieres decir?

- ¿Qué quieres decir... que quieres decir?

- ¿Porqué lo repites todo dos veces?

- ¡No, si encima te vas a burlar de mi!

- ¡No, de verdad que no. Sólo que me parece raro que lo repitas todo!

- ¡Te parece raro... te parece raro..!

- ¿Ves?

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- ¡Basta, a callar!

Carlitos se calló para no enfadar más al pobre duende que había pisado y dejado sin hogar. Mientras tanto, el gnomo, con la cabeza baja y las manos atrás, comenzó a pasear de arriba a abajo, de abajo a arriba.. hasta que, de pronto, se paró, levantó la cabeza, miró fijamente al sorprendido Carlitos y sonrió:

- ¡Ya sé lo que voy a hacer! ¡Me iré a vivir a tu casa!

- ¿Cómo?

- Sí, ya que has destruido mi hogar, por lo menos deberás dejarme cobijar en la tuya

- ¡Está bien, tienes razón! Lo que no sé es como voy a explicárselo a mis papás

- ¡Guarda el secreto!

- ¡Imposible, yo a mis papás siempre les digo la verdad!

- Bien, pues toma dinero de tu casa y cómprame una seta de plástico para poder vivir

- Pero.. es que no tengo nada ahorrado y tampoco puedo quitárselo a mis papás. Yo lo siento pero es que abrimos la hucha la semana pasada para hacerle un regalo a mi hermana. Aunque si quieres... te prometo ahorrar, a partir de ahora, para comprarte una casa de muñecas..

- ¡No, no y no!... ¿Cómo iba yo a vivir en una casa de muñecas? Todos vendrían a verme, a molestarme.. y yo lo que quiero es pasar desapercibido, para poder vivir tranquilo otros 500 años más. ¿Porqué te crees que vivía dentro de una seta venenosa?

- ¡Pues no lo sé!

- Porque nadie se atrevería a cogerla por miedo a envenenarse: así siempre me dejaban en paz y pasan de largo... ¡Hasta que llegaste tú!

-¡Caray que listo que eres!

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- ¿Verdad que sí?: son los años, que me han hecho aprender muchas cosas, y mi gran curiosidad

- Entonces, Gummy: ¿Qué puedo hacer para compensar el mal que te he hecho?

- Tranquilo, amigo Carlitos, porque mereces ser mi amigo, ya que has pasado, con éxito, las cinco pruebas mágicas

- ¿Qué pruebas?

- Te lo voy a explicar: En la primera de ellas, te he querido hacer enfadar, pero tú has sabido mantener la calma; para la segunda, te he pedido tu casa y no me la has negado; como tercera trampa, te he pedido que ocultes algo a tus padres y te has negado, porque los quieres de veras. En cuarto lugar, te he pedido algo tan feo como que robaras y tampoco lo has hecho, a pesar de ser por una justa causa

- ¿Y la quinta?

- La quinta y la más bonita es que te has ofrecido a ayudarme, incluso ahorrando para satisfacerme. Por todo esto seré, para siempre, tu amigo, aunque nadie más que tú me podrá ver jamás. Lo único que sucede es que...

- ¿Qué.... qué sucede?

- Es que sólo puedes pedirme tres deseos, antes del anochecer y, ya comienza a oscurecer. Después de esta noche ya no te podré ayudar más y deberás conseguir todo lo que te propongas mediante tu propio esfuerzo. Aunque, siempre que lo necesites, te daré buenos consejos, nada más y tu deberás decidir, si los sigues o no.

- ¡Yo, siempre seguiré tus consejos, igual que hago con los de mis papás!

- ¡Eso, sólo el tiempo y tu orgullo lo decidirán, amigo Carlitos! Ahora dime: ¿Qué deseas?

- Yo.. es que tengo todo lo que necesito y lo que quisiera, no son más que cuatro juegos para el ordenador, que mis papás me comprarán de todas formas, si me porto bien... aunque, tal vez...

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- ¡Dime... di rápido, que va a oscurecer!

- Bien, en primer lugar, quiero un buen trabajo para mi papá, con más dinero, más seguridad en su empleo y mejor considerado

- ¡Concedido! además, para eso no le va ha hacer falta ni cambiar de empleo, tan sólo cambiaré la forma de tratarlo su jefe

- Como segundo deseo, quiero que mi madre pueda hacer la carrera que tanto le había gustado y que nunca pudo hacer por tener que cuidarnos

- ¡Concedido! ¡Y ahora ya sólo te queda un deseo: piénsatelo bien antes de formularlo!

- No tengo que pensarlo, porque hace rato que ya lo decidí

- Pues dímelo rápido, que apenas te queda tiempo

- ¡Una gran seta para ti!

Una hermosa seta apareció en el lugar donde antes, Carlitos, había pisado la humilde casa de Gumersindo

Gummy no pudo evitar unas lágrimas de emoción que se convirtieron de inmediato en hermosas perlas de color rosa. Gummy las cogió en sus pequeñas manos, que apenas podían con tanto peso, y se las entregó a Carlitos

- Gracias amigo, toma este regalo para que puedas ayudar aún más a tus papás que tanto quieres y ten por seguro que, siempre que necesites a un buen amigo, aquí me encontrarás. Ahora, vuelve a tu casa, antes de que se preocupen por tu tardanza. ¡Hasta luego, amigo Carlitos!

- ¡Hasta pronto, amigo Gummy!

Carlitos, llegó a casa, cantando y repleto de alegría. Sus papás se quedaron tan sorprendidos, al verlo tan feliz, que no pudieron regañarlo por llegar tarde, además, tenían que celebrar el ascenso de su papá y la decisión de su mamá de emprender su deseada carrera. Carlitos no pudo evitar decir la verdad

- ¡Ya lo sabía, me lo ha contado Gummy!

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Todos sonrieron y fue la primera vez que no le creyeron, aunque a media noche, y a la misma hora, se despertaron papá y mamá con la misma pregunta en sus labios:

- ¿Quién es Gummy?

Por la mañana, se lo preguntaron a Carlitos, que enseguida se lo explicó, pero tampoco se lo creyeron. Se miraron, el uno al otro y comenzaron a hacerle cosquillas, en medio de tremendas risas:

- ¡Toma, por venirnos con fantasías!

Cuanto más repetía Carlitos, que todo era verdad, más cosquillas le hacían y más se divertían

- ¡Fantasioso! ¡más que fantasioso!

Carlitos, estaba contento de ver tan felices a sus papás, además, les había dicho toda la verdad. Y que le iba a hacer, si no se lo creían. Lo importante es que eran muy felices y había conseguido el mejor amigo que alguien pueda soñar.

FIN