cuentos infantiles cortos 3
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Historia de los cuentos infantiles
WINTER´S PEAK | Cuentos para primaria infantiles
Hace tiempo, mucho tiempo…el invierno no era tan frío como lo es ahora. Al
menos, eso es lo que se rumorea en los pueblos cercanos a Winter’s Peak, el
lugar más remoto y humilde que ha existido en toda la humanidad…El pueblo
de la Navidad.
Entonces la ahora fría estación, se caracterizaba por corrientes tan suaves
como las que rozan las rosadas mejillas de los niños en primavera, y la gente
ansiaba su llegada con ilusión, sabedores de la alegría tan inmensa que cada
año traía con él a la pequeña localidad.
Las luces de mil colores; el olor a siropes, jengibres y chocolate caliente
inundando las calles y los resquicios de las puertas de las casas; el descanso
escolar; los deseos hechos cartas y canciones; y sobre todo, los encuentros y
abrazos de aquellas familias…ablandaban al invierno de tal manera, que se le
hacía imposible cometer su función de traer la lluvia, el frío y la nieve,
permaneciendo calmo y observador ante la muchedumbre alegre.
Sin embargo, con el tiempo, los habitantes de Winter’s Peak comenzaron a
perder interés por el invierno y la Navidad. Ya no festejaban aquella fiesta
como lo hacían antaño; ni olía tanto a dulce por los resquicios de las calles y
las casas; ni se escribían cartas…ni apenas se reunían las familias ya.
Los habitantes de Winter’s Peak ya no soñaban, porque sentían que lo habían
soñado todo ya. El invierno se sentía tan enfadado ante tanta ingratitud, que
finalmente decidió realizar sus tareas, al tiempo que les mostraba la peor de
sus caras a todos los vecinos de aquella localidad:
– ¡Qué frío tan horroroso! ¡Qué invierno tan duro y desolador!…–Exclamaban
los lugareños ateridos de frío y azotados por incesantes lluvias y tormentas de
nieve.
Tanto castigó a aquel pequeño pueblo el invierno, que nadie podía salir a la
calle a la panadería de John Woodle, ni a la escuela, ni siquiera a la tienda de
comestibles de la señorita Pich. Y tal fue la tristeza que provocó el aislamiento
de frío y nieve en los habitantes de Winter’s Peak, que de nuevo se llenaron de
sueños que pedirle a la Navidad. A su llegada, todos decidieron abrir sus
puertas y fueron retirando poco a poco las sendas montañas de nieve,
trabajando codo con codo en la espera última de celebrar como se merecía la
mejor y más bella Navidad.
Se sintió tan satisfecho y emocionado el invierno ante aquel duro esfuerzo y
sólida unión, que no dejó de llorar copos de cristal fino de nieve sobre las
colinas de Winter’s Peak durante toda la Navidad; tan suaves, que ni siquiera
mojaban. Sin embargo, se olvidó de atemperar los grados de aquellos finos y
blancos copos de nieve, el pobre invierno ante tanta dicha. Y uno a uno, fueron
congelando para siempre aquellos bellos instantes en Winter’s Peak, cual
preciosas estampas navideñas.
Pobre Winter’s Peak…El pueblo de la Navidad, dicen. El lugar donde se
endureció el triste y culpable corazón del frío invierno, que ya no se ablandaría
jamás…
El Monstruo del Canapé | Cuentos infantiles para primaria
¿Alguna vez habéis convivido con monstruos?
En casa lo hacemos con uno a diario, aunque es mamá la que siempre se
enfrenta a él y… ¡hasta le da de comer!
Todo empezó cuando una tarde, al volver del colegio, oí contar a mamá que
por fin habían traído al Monstruo del canapé.
Hasta aquel día siempre había pensado, que de haber monstruos en una
habitación, se encontrarían en el armario o debajo de la cama. Pero dentro de
ella…Aquella idea me resultó terrorífica.
No lograba comprender por qué había que rellenar el hueco existente bajo la
cama con un monstruito al que encima debíamos dar de comer. ¡Y no cualquier
comida no! Que aquel monstruo solo quería alimentarse de nuestras cosas
para dejarnos sin nada y atemorizarnos, y yo me enfadaba con mamá, que
todos los caprichos le daba: «Voy a llevar estas sábanas al canapé…Los abrigos
que no te valgan al canapé…». Incluso engullía los adornos del árbol de
Navidad que nos sobraban! Y eso que el cabello de ángel que utilizábamos, no
se le parecía en nada al que usaba la abuela en sus deliciosas empanadillas
dulces.
En las noches, procuraba conciliar el sueño con dificultad, puesto que la idea
de dormir con un monstruo en la habitación de al lado, se debía hacer difícil
para el más grande de los valientes. A veces me preguntaba si el Monstruo del
canapé sería en realidad un monstruo de los buenos, encargado de mullirnos el
colchón bajo nuestras espaldas al más mínimo movimiento y de hacer sonar los
muelles. Sin embargo, esta idea de bondad duró poco en mi cabeza. De pronto
imaginé a aquel Monstruo del canapé colocándonos también la almohada y
saciando su sed con el rastro de nuestra saliva nocturna, como lo hacían de
savia las flores según mi profesora de naturales, haciéndose cada vez más y
más grande.
Desde la llegada de aquel extraño ser, aquella era la rutina de nuestros días.
Cada tarde al volver de clase, observaba desde el fondo del salón como mamá
organizaba su cuarto y daba de comer a la fiera, casi siempre enfurecida dado
el forcejeo que mamá se traía siempre subiendo y bajando la tapa de su
guarida.
Todo fue sucediéndose con aquella relativa normalidad, hasta que una mañana
tomé una decisión. Aquel día papá había salido del cuarto de mal humor,
refunfuñando que el dichoso canapé le había triturado la espalda. Esa misma
mañana elaboré un plan estratégico para enfrentarme al monstruo que,
claramente, quería comerse a mis padres.
El primer asalto sería la elaboración de un suculento menú, con el que sin
duda debilitaría al gran bicho. El menú estaría compuesto de: tornillos de
bicicleta, goma de borrar, puré de plastilina y polvos pica-pica. Una vez
debilitado con mi delicioso menú, volvería a la habitación a enfrentarme a él,
cara a cara, en una lucha más igualitaria. Tal vez hasta podríamos conversar, y
me permitiría preguntarle por qué había engullido nuestras cosas, incluido mi
disfraz de guerrero medieval tan necesario en aquella misión.
Pero nada de aquello ocurrió finalmente, porque mientras yo aún terminaba de
ultimar los detalles finales de mi plan, mamá ya se había enfrentado sola y en
silencio al monstruo. Me recogió del colegio, y durante el paseo a casa, me
sonrió suspirando y dijo:
– Al fin dormiremos tranquilos. Ya me he librado del dichoso canapé.
Y yo la entendí perfectamente y me alegré, aunque en el fondo lamenté el no
haber podido llevar a cabo mi estratégico plan, y haber estado frente a frente
con aquel Monstruo del canapé. Mamá había sido una heroína. Siempre tan
tranquila y tan segura…No podía dejar de mirarla ni un momento. Estaba
convencido, de que algún día, me contaría el secreto de aquella batalla. Pero
en aquel instante caminamos en silencio. La vuelta a casa jamás había sido tan
agradable…
LA SEÑORITA INGRID | Cuentos educativos infantiles
«Recuerdo muy bien a la señorita Ingrid. Recuerdo el día que llegó a la escuela
enfundada en su traje de cuadros, con sus grandes gafas de persona lista. Era
el primer día de colegio. La señorita Ingrid entró en la clase con una sonrisa y
se presentó. Tenía una voz de niña que no le iba nada a su traje de cuadros.
– Para mí que esta presunta profesora no es la que esperábamos… ¿Quién
es? – Exclamó mi amiga Pepa intrigada ante la presencia de aquella curiosa
mujer.
Aquel día, todos los niños al verla se quedaron perplejos y dijeron con voz
susurrante: – ¡Qué rara es!, no solo Pepa.
La maestra al poco de entrar abrió la mochila, y sacando piezas una a una con
mucho cuidado, comenzó a montar su clarinete. Al instante, las notas de una
sencilla canción llenaron la clase. Recuerdo como todos escucharon la melodía,
hasta que se percataron de que un sinnúmero de pajarillos estaba tras la
ventana, silbando las mismas notas que nacían de aquel instrumento. Pero
también recuerdo su perfume llenándolo todo, su sonrisa templando el día.
Recuerdos de ayer…que parecían ahora irrecuperables.
Nunca creí que la señorita Ingrid fuese una persona extraña. Para mí no era
rara, desde luego. Era muy especial, encantadora y risueña, y todo era magia
cuando pronunciaba alguna palabra. Pero no todos pensaban igual que yo, y
me venía a la mente el día en que mamá volvió a casa enfadada con la señorita
Ingrid, por no sé qué motivo. Aquel día me contó entre gritos que vivía con un
elefante. Desde entonces, no pude parar de imaginar a aquella mujer con su
elegante traje de cuadros, sus gafas de persona lista y su elefante gigante,
embelesando en algún tiempo a toda la selva africana al son de su clarinete.
Exactamente igual que había embelesado a los pájaros; a Alicia, Galiana, Luisa,
Jota, Natalia o Lucila…Igual que me había hipnotizado a mí.»
Daba gusto ver al pequeño Pablo rememorando en su cuarto todos aquellos
dulces recuerdos, acontecidos el año anterior. Apenas quedaba un día para la
vuelta a clase y los nervios le estrujaban y entumecían su diminuto estómago.
Pero no eran nervios malos, sino de emoción. ¿Volvería la señorita Ingrid a
clase? ¿Estarían todos sus compañeros y compañeras con él? Fuese como fuese
aquella vuelta, Pablo estaba convencido de que, sin duda, era el momento de
volver a pescar nuevos y emocionantes recuerdos con ella…