cuentos de hadas

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María José Fernández Aguilera

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Maqueta presentación tipografía ornamental: Flora

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Page 1: Cuentos de Hadas

María José Fernández Aguilera

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“¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener

algo por lo que vivir.” Confucio

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La fuente encantada 4-5

Las hadas y un príncipe en el bosque 6-7

Coraje, valentía y amor 8-9

Juliana y su deseo 10-11

El jardín de las hadas 12-13

El hada Flor 14-15

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asta hace muy poco tiempo se conservó en Grana-da una fuente que todos creían encantada desde el tiempo en el que los árabes hicieron de esta ciudad uno de los emplazamien-tos culturales más importantes de Europa. A la fuente se llegaba por una senda que salía del puente de las Cornetas, y todos los que alguna vez bebieron en ella ya no olvidaron el extraño sabor de aquellas aguas.

Como ocurre con tantas cosas que se han ido perdiendo con el paso de los siglos, o han sucumbido bajo el negro peso de la memoria de los hombres, el viajero que se acerque a Granada buscando algún vestigio legendario del viejo reino Nazarí, ya no podrá degustar el sabor agridulce de las aguas de la fuente en-cantada, ni tendrá ocasión de ver ya al hada acuática que un día moró allí mismo.

Pero hubo un tiempo en el que muchos peregrinos se acer-caban a la fuente sólo para comprobar si era verdad aquello que se contaba de sus aguas, que cambiaban de sabor según el estado de ánimo de la ondina que por allí vivía, y así era dulce cuando estaba alegre y amarga cuando estaba triste, e incluso hay na-rradores que afirman que muchos enloquecieron de tristeza y hasta se dejaron ahogar por la pena que les embargó al beber del licor de la fuente mezclado con el llanto del hada. También hay quienes dicen que otros volvían jubilosos de la fuente tras haber bebido la alegría que aquella tarde animaba la corriente. Muchas mujeres embarazadas se acercaban por allí con la esperanza de que ese día la ondina estuviese de buen humor y el parto pudiera ser menos doloroso. Y todas las novias del lugar, la noche antes de la boda, recorrían la senda que llevaba hasta la fuente para calmar los nervios del día siguiente.

Sin embargo todo esto ocurrió hace mucho tiempo, incluso antes de que Granada cayera en poder de los cristianos. Tras la caída del reino Nazarí ya nadie volvió a ver a la ondina y, aun-que muchos siguieron creyendo en las propiedades mágicas de la fuente, nadie volvió nunca a morir de pena por beber con des-

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cuido en sus aguas. Ya nadie volvió exaltado de alegría por el dulce sabor de aquella corriente, y aunque hasta hace poco las mujeres embarazadas y las novias seguían recorriendo la senda que conducía a la fuente encantada, aquel paseo no era ya más que una vieja tradición que se había conservado de generación en generación, de madres a hijas, sin fe y sin espera, pues ningu-na de ellas creyó de verdad la leyenda a pesar del sabor agridulce que tenían aquellas aguas.

Agustín Celis Sánchez

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ientras las hadas jugaban y cantaban con las flores de colores, llegó un hermoso príncipe de unas lejanas y desconocidas tierras a visitar el bosque, huyendo del pasado, buscándo un lugar donde descansar y sentirse libre de pensar y soñar.

Era el príncipe más lindo que las hadas habían visto, cami-naba despacio, miraba todo y sonreía siempre. Ellas se quedaron calladas y se pusieron a mirarlo. Era muy lindo, tenía los ojos marrones muy dulces, las pestañas largas y la sonrisa más her-mosa, el pelo un poquito largo y las manos parecían suaves.

Se sentó a descansar debajo de un árbol y cerró los ojos como tratando de recordar algo. Las hadas no se animaban a molestarlo y hablaban muy bajito entre ellas, pero una, la más chiquita, la más saltarina quería estar cerquita para mirarlo. Lo miro y pensó que nunca se alejaría de el, porque le descubrió el corazón que era lo mas bello de ese príncipe.

Él comenzó a cantar bajito y las hadas corrieron a esconder-se atrás de las flores, menos la chiquita que no podía creer lo que escuchaba, su voz que era más bonita que el canto de los pájaros. Ella sintió ganas de saltar, cantar y sintió que crecía de golpe.

Así decidió que lo iba a acompañar siempre. Se despidió de todas las hadas y del bosque. Muchas se enojaron y otras se pu-sieron tristes, pero ella les explicó que ese príncipe la necesitaba y que nunca lo iba a dejar solo. Él cuando la escuchó por primera vez le hizo una hermosa sonrisa, una sonrisa muy dulce y tierna y la invitó a caminar con el. Él cantaba y ella lo escuchaba y se sentía feliz de estar a su lado. Él no tenía caballo ni princesas que rescatar, solo deseaba cantar y nunca dejar de soñar.

Hablaron mucho un día porque se tenían que poner de acuerdo, o él tenia que tener alas o ella tendría que dejar de vo-lar, entonces se durmieron y soñaron un hermoso sueño: ella siempre volaba porque así llegaba a lugares lejanos y él camina-ba siempre porque eso lo hacia grande y valiente, por lugares

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llenos de flores y canciones, y así cuando se despertaron se mi-raron como lo hacían siempre y se abrazaron como lo hacían siempre, y con una hermosa sonrisa él comenzó a caminar y cantar y ella no paraba de volar a su lado por el camino que los llevaba a un gran sueño de amistad…

Pilar Payer

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ste relato hace muchos años que existe por lo tanto es muy antiguo y las hadas y elfos que salen en él, quizás ya hayan muerto. Era un pueblo lejano, en unas altas montañas, debajo de una cascada. Allí nadie iba por lo tanto era un buen lugar de vida para las hadas.

No habían tenido contacto con los humanos y por ello vi-vían felices. No existía la rivalidad entre hadas y elfos, al contra-rio, convivían felices.

Tenían una reina hada, llamada Shorin. Ella vivía feliz, rei-naba con tranquilidad y nunca había tenido problema alguno para convivir con los demás. Tenía 4 hijas. Todas ellas muy her-mosas, pero la mayoría de hadas del reino de Shorin envidiaban la belleza de la pequeña, Charlsa. Pero, no sólo había una reina, sino que también había un rey, un rey elfo, Porine. Él tenía 2 hijos. El mayor era un luchador nato, pero también era un envi-dioso y posesivo. Su hermano, Corintio, era un valeroso y sim-pático príncipe.

Charsla, siempre había sentido atracción por Corintio, pero, en el país de Shorin las hadas no tenían derechos por lo tanto, ella no podía elegir marido.

Cada mes, el día 15, se unían todos, los elfos y las hadas; tras muchas pruebas de valentía y coraje se elegían los respectivos maridos de las princesas hadas. Charsla nunca le había tocado el turno de que un buen elfino le pidiera mano, porque las pruebas para ella eran muy complicadas ya que era la hada más bella del reino.

Corintio nunca se había presentado al concurso, él amaba a Charlsa pero no podía competir por ella.

Con el corazón partido a pedacitos, se dirigió al elfo más sabio de todos los elfos, Podin. Él era viejo, pero tenía un gran corazón, un corazón transparente y puro. Corintio le explicó su problema, le explicó lo que sentía por la princesita Charlsa. Po-din le dio un buen consejo:

- Hijo, tu corazón es muy grande y en el está el nombre de

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Charlsa. Eres valeroso y todo un caballero por lo tanto, tienes que someterte a esas pruebas.

- ¿y si muero? - Corintio, si mueres, morirás por amor, por amor a alguien

que te está esperando, a alguien que te quiere y que te esta es-perando.

Así fue como se presentó. Las pruebas eran duras y cada prueba duraba muchísimo

tiempo. Demostró amor, valentía y coraje. ¿Y sabéis? Eso es lo más importante de esta vida, el amor la

valentía y el coraje, todo en conjunto forman un corazón puro y si estás enamorado lo demás no importa para nada.

Esas características son propias de los personajes “fantás-ticos”.

Besos y tomad ejemplo.Caratula, el hada del viento.

María Pastor Santos

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ace un tiempo, una niña llamada Juliana estaba muy triste ya que sus padres habían muerto en un accidente; y quedó a cargo de su tía Isabela, que la cuidaba como su propia hija.

Un día Juliana salió de su casa para ir al bosque. En camino a éste, vio a una familia, que eran unos padres abrazando a sus hijos. Juliana, con mucha tristeza, corrió tan fuerte y rápido que se perdió en el tiempo y, de pronto, no se dio cuenta y llegó al bosque. Aún se acordaba de esa imagen, de aquella familia feliz que encontró en camino a éste.

Lloraba angustiadamente y sólo pensaba que quería volver a ver a sus padres.

Empezó a recorrer por el bosque hasta que vio un lago muy bello. Juliana se sentó al lado del lago y le cayó una lágrima. Mientras su cara se reflejaba en el agua, apareció un hada, y le dijo:

-¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras tanto? Y ella le respondió: -Estoy muy triste. Quiero volver a ver a mis padres. Ellos ya

no están aquí conmigo. Y el hada le dijo: -Te puedo conceder un deseo. Y Juliana, mirando al hada con sus ojos claros y brillosos,

le dijo: -Quiero volver a ver a mis padres, quiero estar con ellos

por siempre. El hada le contestó -Sólo podrás verlos un día completo, nada más. Ellos ya es-

tán muertos, y lo muerto no puede volverse vivo, sólo puede estar vivo en el corazón.

La niña, sin otra opción, deseó estar con ellos por última vez y el hada se lo concedió. En un momento Juliana cerró los ojos y, cuando los abrió, vio a sus padres. Los besó y los abrazó cuantas veces pudo. Les hablaba de cómo le había ido en la escuela y de

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cuánto los amaba. Juliana, muy feliz de sentir de nuevo a sus papás, de sentir su aroma y presencia, les dijo: “siempre estaré con Uds. y los amaré por siempre”, y sus padres le respondieron: “siempre, hija, te tendremos en nuestro corazón”.

Jugaron durante un rato y se quedaron dormidos los tres. Cuando Juliana despertó, ya era otro día. Ella estaba feliz y triste a la vez; triste porque sus padres se habían ido y muy contenta porque, en un futuro cercano, se iba a encontrar nuevamente con ellos hasta la eternidad.

Carla Cortés Maggi

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ace más de mil años atrás existió, en un gran bos-que encantado, un pueblito en miniatura donde habitaban ha-das y duendes juntos en armonía. El pueblito se llamaba “hongo verde”, y tal como indicaba su nombre, en el centro de la ciudad podía verse un gran hongo verde que daba vida a todas las cria-turitas mágicas que ahí nacían, es decir, que si el hongo era des-truido todos los moradores morirían.

Un día una tragedia los azotó. El hombre comenzó a des-truir el bosque arrasando todo lo que podía tener vida y luego, después de muchos años de destrucción, el bosque desapareció por completo llevándose consigo toda la magia que un día pudo existir.

Pasaron los días, los meses y los años, y poco a poco una gran ciudad empezó a nacer en lo que alguna vez fue un gran bosque.

Mil años después, en un gran jardín de una bella casa, algo extraño comenzó a suceder en un rincón desolado y sin vida. Lo que nunca había podido florecer lo estaba haciendo y, lo que en un tiempo fue maleza y hierba mala, ahora era pasto tierno y verde rodeado de un colchón de violetas, todas tan perfectas que parecía que había magia. El rincón que alguna vez fue el más feo de ese jardín, de la noche a la mañana se había convertido en el más bello lugar. Sin embargo, un pequeño detalle intrigaba a los dueños de la casa: justo el día en que su hija Dalia descubrió aquel bello jardín en miniatura, una extraña mancha en forma de hada le salió en su brazo derecho. Pero eso no era todo, aún más intrigante resultaba el hecho de que todos descubrieran esa mancha justo después de que ella tocara el hongo verde en me-dio de toda la hermosura del jardincito.

Pese a las circunstancias los padres de Dalia decidieron que aquel hongo se iría para siempre en la mañana. Y esa noche, mientras todos dormían, la manchita de Dalia comenzó a bri-llar haciéndola despertar. Dalia miraba atónita la mancha en su brazo cuando, de repente, la mancha salió de su brazo para con-

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vertirse en una bella hada que no dejaba de mirar a la niña pa-ralizada en su cama. Con una dulce voz, le dijo: “sígueme”. Dalia se paró rápidamente de su cama y, poniéndose los zapatos con prisa, salió tras el hada que volaba hasta el pequeño jardín. Dalia se detuvo al descubrir que, alrededor del hongo verde, miles de hadas volaban haciendo florecer bellas flores y cuidando las que ya estaban allí. Fue en eso que otra hada se le acercó a Dalia y le explicó que sus padres querían arrancar el hongo y, que si lo hacían, todas ellas morirían y ese rincón no volvería a florecer. Dalia les prometió que hablaría con sus padres y los convencería para que no lo hiciera, pues ella quería ese trozo de jardín para ella sola. Sus padres aceptaron y Dalia guardó en su corazón el secreto del jardín mágico toda su vida.

Ana María Olivares

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ilisant era un hada niña; y como todas las niñas, sea de la especie que sea, era traviesa, curiosa, dulce y juguetona. Vivía en un bosque mágico que era frontera con el mundo de los sueños, en el colegio de hadas, puesto que estaba aprendiendo a tener todos los poderes de un hada adulta. Era hija de una ninfa del bosque y un elfo enano; y la reina de las hadas había dicho a sus padres que necesitaba niñas para su clan de hadas verdes, y allá fue Milisant... a convertirse en hada verde.

Sólo que nuestra pequeña amiga no quería ser hada verde... Las hadas verdes son las encargadas de pintar de este color to-dos los árboles, las plantas, arbustos... que habitan en el bosque mágico. Ella quería ser un hada flor. Las hadas flor son aquéllas que, como las hadas verdes, se encargaban de dar color a todas las flores del bosque, pero con una ventaja: ellas podían utilizar infinidad de colores: rojo, rosa, blanco, azul, violeta, amarillo...

Milisant llevaba una estación en la escuela de hadas. En la próxima primavera, que sería muy pronto, tendría que salir a ayudar a las hadas adultas a colorear de verde todo el bosque. Para ello tenían que agitar las alas que la reina le había impues-to y éstas derramaban un polvillo verde que pintaba las hojas. Pero estaba enfadada. No quería llevar el color verde. Quería ser como las otras, como las hadas flor, y por eso estaba siempre haciendo travesuras y siendo castigada por ello.

Por fin llegó la primavera. La reina de las hadas congregó a todas sus súbditas y nombró jefas de grupo para comenzar su trabajo de todos los años. A Milisant le tocó ir con el grupo de Jhone, que era el encargado de dar color a las hojas de los pequeños arbustos. Era el trabajo más sencillo y por ello se le encargaba a las principiantes.

Jhone, precavida no dejó que Milisant se apartara de su lado, pues sabía de las travesuras que era capaz nuestra chiquitina.

Transcurría el día con tranquilidad. Milisant se aburría mu-cho, todas las hojas eran iguales y Jhone no le dejaba moverse para nada. Al cabo de un rato, se acercó un grupo de hadas flor

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y su jefa de grupo, ésta se puso a charlar con Jhone sobre el tra-bajo. Milisant veía maravillada los colores de las hadas flor... y entonces se dio cuenta de una cosa: ¡No había ninguna hada flor que llevara el color verde! Por eso, se le ocurrió una idea. Poqui-to a poquito se fue metiendo entre el grupo de las otras sin que nadie se diera cuenta.

Jhone y la otra hada terminaron de hablar y se despidieron. Ésta última se marchó junto con su grupo y Milisant, escondida entre ellas, también. Llegaron a un gran campo de flores y todas comenzaron a hacer su trabajo, y Milisant también. Empezó a teñir de verde las flores que más le gustaban. ¡Quedaban muy bonitas!

De pronto la jefa del grupo flor la vio, y vio lo que estaba haciendo, y empezó a gritarle para que parara. Milisant, muy asustada se escondió en un capullo de rosa que antes había te-ñido de verde. Enseguida llegaron el resto de las hadas para ver el desastre y todas murmuraban reproches entre sí. De pronto, todo el mundo calló: era la reina Aldara, que llegaba a poner orden.

Durante un rato se quedó mirando la escena, después pre-guntó quien era responsable de aquel desaguisado. Jhone se ade-lantó cabizbaja y avergonzada y le contó toda la historia. Enton-ces la reina llamó a Milisant, le dijo que saliera de su escondrijo y le explicara porque había hecho aquello con las flores. Ella asustada, se lo contó todo, que se había dado cuenta de que las flores no era ninguna verde y por eso lo había hecho, porque ella quería ser un hada flor...

La reina sonrió y le dijo que tenía razón, eran muy bonitas y raras las flores verdes. Todos miraron asombradas como la reina se reía de la travesura de la pequeña en vez de ser castigada.

Así a partir de ese día, hubo un hada flor que teñía las flores de verde, y fue muy feliz, tanto, que llegó a amar el color verde.

Amelia Ortiz Carreño

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