cuento lambayecano:huerec

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CONCURSO DE CUENTO: JULIO RAMÓN RIBEYRO ORGANIZA: I.N.C. (INSTITUTO NACIONAL DE CULTURA – CHICLAYO, LAMBAYEQUE- PERÚ) PRIMER PUESTO: “HUEREC, NOBLE CORAZÓN DE ALGARROBO” ESCRITOR: HUMBERTO TEJADA JIMÉNEZ CUENTO LAMBAYECANO: "HUEREC, NOBLE CORAZÓN DE ALGARROBO" En los ojos llenos de tiempo de nuestros paisanos lambayecanos, yace aún reflejada una historia que jamás ha sido contada —hasta ahora— y que nos habla del amor por la vida natural, de la admiración por nuestra gente, y que es un viaje fascinante hacia nuestro pasado mochica y, a la vez, un reencuentro con nosotros mismos. Fue así que un día nuestra memoria amaneció despejada y, entonces, pudo recordar la increíble historia de Huerec, una mágica ave que se quedó para siempre en el corazón de todos los lambayecanos. Al leer cada línea de este cuento, querido paisano, podrás escuchar las voces de un pueblo que hablaba como si estuviera cantando y que siempre se ponía de pie cada vez que la adversidad lo visitaba. Bajo la sombra de un algarrobo... Fue así como empezó a escribirse esta historia. Confundido entre sus mismos pasos, un poderoso brujo mochica de nombre Ñañ Paia escuchaba, ya muy cansado, el sonido que producían sus pisadas sobre las hojas calcinadas del bosque y veía cómo su cuerpo era cubierto por el humo fantasmal que se desprendía de la tierra. Con los latidos de su corazón, que cada vez se hacían más fuertes y seguidos, se preguntaba qué había pasado con el maravilloso bosque que tenía bajo su cuidado y que le servía de sustento a todo su pueblo: — ¡Ots! ¡Ong! ¡Naym! ¡Sad! (guabas, algarrobos, aves, maíz) —gritaba a viva voz, renegando su suerte y nadie le respondía—. ¡Min yang! ¡Min yang! (mi casa) — repetía y repetía sin encontrar consuelo alguno. Por aquellos días, el Señorío Mochica estaba sufriendo una prolongada sequía y —se cree— que las elevadas temperaturas del día habrían encendido los pastos y los árboles de este noble bosque seco, llevándose para siempre a las plantas y animales que

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Page 1: Cuento Lambayecano:Huerec

CONCURSO DE CUENTO: JULIO RAMÓN RIBEYROORGANIZA: I.N.C. (INSTITUTO NACIONAL DE CULTURA – CHICLAYO, LAMBAYEQUE- PERÚ)

PRIMER PUESTO: “HUEREC, NOBLE CORAZÓN DE ALGARROBO”ESCRITOR: HUMBERTO TEJADA JIMÉNEZ

CUENTO LAMBAYECANO:

"HUEREC, NOBLE CORAZÓN DE ALGARROBO"

En los ojos llenos de tiempo de nuestros paisanos lambayecanos, yace aún reflejada una historia que jamás ha sido contada —hasta ahora— y que nos habla del amor por la vida natural, de la admiración por nuestra gente, y que es un viaje fascinante hacia nuestro pasado mochica y, a la vez, un reencuentro con nosotros mismos.

Fue así que un día nuestra memoria amaneció despejada y, entonces, pudo recordar la increíble historia de Huerec, una mágica ave que se quedó para siempre en el corazón de todos los lambayecanos. Al leer cada línea de este cuento, querido paisano, podrás escuchar las voces de un pueblo que hablaba como si estuviera cantando y que siempre se ponía de pie cada vez que la adversidad lo visitaba.

Bajo la sombra de un algarrobo... Fue así como empezó a escribirse esta historia.

Confundido entre sus mismos pasos, un poderoso brujo mochica de nombre Ñañ Paia escuchaba, ya muy cansado, el sonido que producían sus pisadas sobre las hojas calcinadas del bosque y veía cómo su cuerpo era cubierto por el humo fantasmal que se desprendía de la tierra. Con los latidos de su corazón, que cada vez se hacían más fuertes y seguidos, se preguntaba qué había pasado con el maravilloso bosque que tenía bajo su cuidado y que le servía de sustento a todo su pueblo: — ¡Ots! ¡Ong! ¡Naym! ¡Sad! (guabas, algarrobos, aves, maíz) —gritaba a viva voz, renegando su suerte y nadie le respondía—. ¡Min yang! ¡Min yang! (mi casa) —repetía y repetía sin encontrar consuelo alguno.

Por aquellos días, el Señorío Mochica estaba sufriendo una prolongada sequía y —se cree— que las elevadas temperaturas del día habrían encendido los pastos y los árboles de este noble bosque seco, llevándose para siempre a las plantas y animales que servían de alimento a este pueblo mochica.

Ñañ Paia, que acostumbraba transitar por esos frondosos caminos y ofrecer, desde allí, muchos rituales a su dios Ai-Apaec, se sentó pensativo sobre lo que quedaba de un algarrobo; no se sabe cuánto tiempo estuvo allí, porque, cuando alzó la cabeza, se dio con la sorpresa de que la noche lo cubría completamente.

Mortificado y abatido por el incendio de este bosque, Ñañ Paia cogió con sus robustas manos un poco de las ramas y las hojas chamuscadas de un algarrobo y, rociando chicha de jora sobre la tierra

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ceniza, le habló así a Ai-Apaec: — ¿In tse sagma, Siec? (¿Por dónde andas, Señor?) —al mismo tiempo que movía sus maracas y entraba en un estado de inconsciencia. Y levantando sus ojos al cielo, le suplicó con voz temblorosa y grave: — ¡Devuélvele la vida a tu bosque!

Así pues, el viejo brujo ofreció sus manos para que Ai-Apaec se mostrara a través de ellas y pronto se sintió fortalecido y utilizado para dar vida a nuevos animales que, desde ese entonces, despertarían la curiosidad y asombro de todos los hombres de este mundo; además, para crear plantas maravillosas que nacerían a partir del bendito algarrobo, rey de la flora de este bosque.

Ñañ Paia, siendo instrumento del dios mochica, mostró al cielo un grueso tronco quemado y lo tiró unos metros más adelante. Con los ojos llenos de admiración, vio que ese tronco cobraba vida hasta convertirse en un bello oso negro, cuyos ojos y algunas partes de su vientre habían sido impregnados del color del humo y de la neblina que se dejaba ver esa noche. Este noble animal se acercó a Ñañ Paia y luego se perdió de su vista. Mientras él lo contemplaba extasiado, entendió que este oso había recibido el encargo de formar otros bosques, de conservarlos y extenderlos para siempre en esta tierra.

Posteriormente, dado que había mucha hambre por la ausencia de lluvias, de agua en los ríos y, ahora, con la destrucción del bosque, Ñañ Paia le pidió a Ai-Apaec que envíe alimentos. Fue así que, mientras éste hablaba al cielo, se desprendió repentinamente la rama quemada de un enorme árbol y, para sorpresa del brujo, esta rama no cayó, sino más bien empezó a tomar vuelo hasta verse convertida en un ave. Era, pues, un bello pájaro de color gris que siguió el rastro del oso y que sólo pudo mostrar, ante los ojos del brujo, unas pequeñas plumas blancas en sus alas. Esta ave sería, desde entonces, un alimento venido del cielo y que debería ser cuidado por todos los pobladores mochicas para que nunca faltase en el bosque.

Súbitamente, Ñañ Paia, como si hubiera recibido una orden, tuvo la necesidad de encontrar algunas semillas y se puso a buscarlas rápidamente por la zona. Despejó con gran dificultad las malezas, y muchas hojas quemadas. Sus dedos, muy afectados por tanto escarbar la tierra caliente, solo pudieron encontrar unas pequeñas piedrecillas que, en las manos del brujo, se convirtieron en las semillas de un árbol fantástico, regalo maravilloso del bosque seco, y que sería, en adelante, el perfecto acompañante del algarrobo. Las hojas de este árbol se convertirían en un rico follaje para el ganado, sus raíces evitarían la degradación del bosque, sus frutos darían un aceite comestible al hombre, de su pulpa saldría un excelente pegamento y donaría mucha madera para que los mochicas puedan darle formas distintas, según sus múltiples necesidades. —"Sapot" "sapot" "sapot" —se le escuchaba balbucear al brujo, mientras guardaba las semillas que luego sembraría en otro bosque del Señorío Mochica.

Por aquellos tiempos, era muy conocido entre los sacerdotes mochicas que Ai-Apaec tenía predilección por los pájaros singulares, ya que siendo dominador de las aguas y de las tierras —a veces pulpo y otras tantas felino, según como era mostrado en los frisos y murales— le cautivaban, además de los cielos y los vientos. Recordando esto, Ñañ Paia —siempre en estado de conexión con su dios— le sugirió darle vida a otra ave, de características extrañas pero muy especiales.

Y así fue que este nuevo pájaro habría de ser raro; ya que, habiendo sido creado de noche, no se conocerían tanto sus costumbres. Durante el día sería como un fantasma, o sea, pasaría

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desapercibido. Para ello, su creador le otorgaría cualidades para confundirse con su entorno, dándole a sus plumas el mismo color plomo cenizo de la tierra que Ñañ Paia apretaba —en ese momento— entre sus manos y, además, tendría la capacidad de estar en silencio e inmóvil por largos momentos durante el día. Asimismo, para no olvidarse jamás que fue producto del fuego y de la noche, tendría unos grandes y hermosos ojos amarillos y negros, un pico quemado en la punta y unas patas, cual ramas largas y amarillentas, que inspirasen, pues, las raíces largas y profundas del algarrobo.

Para finalizar, Ñañ Paia le recomendó a Ai-Apaec donarle a esta ave un corazón de algarrobo y así, sin quererlo, harían de esta ave un ser noble y generoso, pues así es el espíritu de este árbol milenario.

Así pues, Ñañ Paia, siendo parte de esta noche interminable y recibiendo la luz cómplice de la Luna que le caía en sus cansados ojos, vio aparecer, por primera vez, de la tierra humeante, a un pájaro realmente único, que hasta se podría decir mágico. Mientras hacía su aparición esta ave, el brujo mochica notó que el bosque fue invadido por un fuerte viento que hacía parecer como si las ramas y las hierbas dijeran: "ere, ere, ere..."

Por tan simbólico detalle, Ñañ Paia distinguió a esta ave con el nombre de Huerec: —¡Chizzoer tañeim ejep nayn Huerec! (¡Bienvenida a esta tierra ave Huerec!) —exclamó con autoridad el brujo mochica. — ¡Huerec! ¡Huerec! —respondió esta increíble ave, como si entendiera al hechicero, mientras se elevaba por los aires y se distanciaba, tratando de encontrar un aire más puro y diáfano.

Tantas horas habría estado "fuera de sí" el brujo mochica, cantando sus artes en el bosque y hablando con su dios, que, sin percatarse, se encontró de nuevo "entre dos luces", tal y como dirían los sabios ancianos moches para recibir un nuevo día (cuando se encuentran la Luna y el Sol). —¡Amam a tinm! (¡Ya está amaneciendo!) —se dijo para sí mismo. Y, recobrando la conciencia, pensó en voz alta: —Amos meyepantse ansmam (Anda despacio, no te vayas a caer) —mientras retomaba, muy fatigado y agotado, el camino hacia su cabaña mochica.

Con el paso de los días, pronto llegó la noticia de la llegada del agua al Señorío mochica y, gracias a ella, se pudo aplacar la sed de los hombres, plantas, animales y tierras del pueblo. Tal parece que las nubes y las montañas sagradas de los andes se hubieran apiadado de esta parte de la costa norte, provocando, así, generosas lluvias para alimentar sus ríos. Mientras esto sucedía, Huerec y los demás animales, que no se cansaban de explorar estas tierras, empezaban ya a adaptarse al bosque y a la vida silvestre de la maravillosa naturaleza lambayecana.

Huerec, por su parte, como estaba muy dado a recoger insectos, pronto se convirtió en el limpiador del bosque. Durante las noches, cuando la Luna se ponía de acuerdo con las estrellas para iluminar los campos, Huerec se dejaba ver y, levantando su pico al cielo, recordaba con nostalgia y gratitud a su creador y cómo apareció por estos lares. En el día, esta ave se las arreglaba para ver muy de cerca a ese laborioso y guerrero pueblo mochica, trascendente en el tiempo, vencedor del desierto y gran artista de la vida.

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Así, pues, pasó un tiempo más o menos prolongado y tranquilo en el pueblo mochica; hasta que un día, del cual no se tiene tanto recuerdo, Huerec miró como de costumbre el cielo y vio que éste estaba muy extraño y muy cargado de agua. Llegó la noche de ese aciago día y las lluvias se desataron de la manera más furiosa e interminable. Era, sin duda, el inicio de un fuerte y destructor fenómeno climático que los hechiceros habían pronosticado y que, una vez más, azotaría esta región.

Huerec, refugiado en el bosque, sintió el temor y la desesperación de la gente. De día y de noche, veía cómo las personas se movilizaban y eran alcanzadas por unas sonoras y despiadadas lluvias que traían abajo sus construcciones y arruinaban sus cultivos.

Pronto, una corte de desesperados hechiceros tomarían la fatal decisión de ofrecer sacrificios humanos a su dios Ai-Apaec y la sangre de muchos infortunados sería levantada en copas desde lo alto de muchas pirámides truncas para contentar a su dios y suplicarle que parasen las lluvias. Por aquellos días, de ingrata recordación para los mochicas, se hallaba nuestro viejo Ñañ Paia, quien, en el atardecer de su vida, postrado en la hamaca de su cabaña, veía resignado la suerte de su pueblo...

Por otro lado, testigo de excepción de tantas muertes absurdas en el bosque seco y en los arenales, Huerec, con sus alas humedecidas y tiritando de frío, esperó un día a que cayera la noche y, levantando una vez más su pico en dirección a las estrellas, se dirigió a Ai-Apaec para decirle: "¡Huerec, Huerec, Huerec!", agudamente por los aires. Y esto lo hacía con mucha constancia el mágico pajarito. Si alguien lo escuchaba, diría que esta avecita estaba llorando y también reclamando algo.

— ¡¿Am?! (¡¿Qué?!) —se escuchó decir estruendosamente a lo lejos, a manera de eco.      Era pues la voz de Ai-Apaec que empezó a hablar en el lenguaje del ave. En ese diálogo, Huerec le pidió a su creador que cesaran las lluvias y le reclamó, con osada valentía, por qué había acostumbrado tanto al pueblo mochica a matar a su misma gente, creyendo que con estos sacrificios iban a solucionar sus problemas. Ai-Apaec, viéndose ofendido por tan insignificante criatura, no escuchó más a Huerec, más bien, montó en cólera contra el indefenso pájaro y esperó a que se haga de día para darle un escarmiento. Resulta ser que, en el espíritu de Ai-Apaec, siempre hubo algo oscuro y malvado que se fue gestando con las injusticias, carencias y necesidades al interior del pueblo mochica. Así pues, con los primeros rayos del sol, Ai-Apaec divisó a Huerec desde el cielo y de un certero ventarrón lo mandó a la tierra. Desde ese instante, Huerec, muy difícilmente volvería a volar como lo solía hacer.

Con sus facultades de vuelo limitadas, Ai-Apaec hizo que Huerec sea perseguido por cientos de serpientes "macanches" en el bosque y, si se acercaba a tomar agua de los ríos, de seguro que encontraría la muerte en la boca de unas culebras de agua llamadas "colambos". Acorralado y sin ningún tipo de ayuda, Huerec recordó su naturaleza y su condición de mágico ser, sintió que su noble corazón de algarrobo estaba más fuerte que nunca y que su capacidad de confundirse con el paisaje estaba intacta. Echó, pues, una mirada a sus patas y vio que podía correr más rápido que cualquier otra ave del bosque. Y, desde ese momento hasta ahora, no para de correr.

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Usando, pues, todas sus facultades, Huerec engañó muchas veces a su propio creador, que nunca lo pudo atrapar. Convertido en una gran amenaza para el culto hacia Ai-Apaec, Huerec se valió de muchas formas para mostrar a los brujos y sacerdotes mochicas el nuevo rostro del dios al que veneraban. Pronto empezaron a pintarse en los frisos de los templos y palacios mochicas un dios terrorífico y cruel. Y todo esto era por influencia de Huerec. Mostrando gran preocupación por lo que acontecía, Ai-Apaec hizo que las aguas dejaran de caer del cielo para alegría de miles de rostros y vidas mochicas, y miró resignado cómo los pobladores mochicas empezaban a mostrar, de a pocos, una crisis de identidad con su propia religión.

Huerec decidió, entonces, quedarse para siempre en nuestros mágicos campos lambayecanos y desde allí acompañar a este pueblo mochica que, de vez en cuando, lo observa, lo admira y se pone a pensar sobre la herencia de un pasado glorioso y el real significado de trascender en la vida.

FIN