cuento de valeria macías - 10mo basica

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Page 1: Cuento de Valeria Macías - 10mo Basica

Valeria Macías

10mo. EBS

Samantha

Clima frío, mañana lluviosa, todo aparentemente normal. Así empezó el día de Samantha.

Al llegar al colegio vuelve a recibir las mismas miradas criticonas de todos los días hasta que se

acomodó en su banca favorita. A pesar de que había espacio para más de cinco personas, nadie se

sentaba con ella. Muchos preferían ignorar su presencia; eso les convenía. A nadie le gusta estar con

personas raras, es decir, diferentes; pero, irónicamente, todos lo somos. Vivimos en un mundo donde la

gente tiene miedo a lo desconocido; nos gusta la monotonía, saber qué pasará todos los días, qué

veremos y cómo nos sentiremos.

A pesar de que aparentaban indiferencia, todos compartían la misma duda: ¿quién era ella? Solo sabían

que se sentaba en su banco con su cabello recogido en una alta cola de caballo, sus profundas ojeras,

libros completamente intactos a su lado derecho y, por último, sus ojos cerrados. La mayoría del tiempo

los tenía así, acompañados de esa leve sonrisa, casi malvada, que mantenía a lo largo del día.

Por otro lado estoy yo. He sido compañera de Samantha por seis años, y nunca he hablado con ella

directamente. Desde que tengo memoria ella siempre ha sido igual, tal vez ahora que tenemos dieciséis

se nota mucho más, pero todos sabemos que ella siempre fue así.

Recuerdo el primer año que la conocí, sentí un gran apego hacia ella. Me gustaba su presencia, el solo

hecho de saber que estaba en el mismo lugar que yo me hacía sentir más segura, más normal. Pero

luego se volvió obsesivo. Era enfermiza la forma en la que yo la vigilaba. Sentía la necesidad de saber

quién era y qué era lo que le había pasado para que se volviera así, porque algo tenía que haberle

pasado para se convirtiera en una persona tan diferente a los demás. Y lo peor de todo es que ella

estaba consciente de que me intrigaba, que yo no la ignoraba.

Un día, tal vez harta de mi comportamiento, se acercó, abrió sus ojos y me dedicó una delicada, pero

retorcida mirada. A pesar de que estuviera impactada por lo sucedido, pude fácilmente percibir muchas

cosas en ella; perturbación, dolor, ansiedad y algo más... eso hizo que me alejara de ella porque me

hizo sentir vulnerable, como si yo fuera la siguiente, como si me estuviera esperando. Esta fue la única

interacción que hemos tenido en seis años, hasta hoy.

Repentinamente sentí algo extraño que no me pasaba hace mucho tiempo. La necesidad de seguirla, de

hablarle, de saber qué era lo que me había tratado decir hace cinco años.

Terminaron las clases y esperé un poco antes de seguirla. Probablemente ella ya lo sabía, pero eso no

me detuvo. Caminé unas dos horas, tal vez más, tal vez menos. Pero llegué. Esperé unos veinte minutos

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antes de tocar su puerta y cuando lo hice ella, ya me estaba esperando. Al verla, me entró un miedo

escalofriante. No sabía si fingir no estarlo para poder controlarme un poco o demostrarlo para que no me

hiciera daño. Se alejó unos metros de la puerta invitándome a pasar…y lo hice. Me sentía en otro

mundo, pero al mismo tiempo en el mío. A pesar de sentirme diferente, sabía que de algún modo éramos

parecidas, tal vez el hecho de que yo me hubiera interesado tanto en ella me había afectado. O tal vez

mi interés por saber qué era lo que le había pasado me había llevado al mismo destino. Finalmente, no

necesité hablar con ella para entenderla, yo ya lo hacía.

A la mañana siguiente, todavía confundida y con mucho qué pensar, llegué al colegio. Pude sentir

algunas miradas clavadas en mí, pero, sorprendentemente, no me importó. No había dormido en toda la

noche y podía sentir la pesadez en mis parpados, pero aún así no me sentía cansada. Recogí mi cabello

en una alta cola de caballo, caminé hacia una banca, ubiqué mis libros y me senté.

Al poco tiempo me di cuenta de que estaba al lado de Samantha, solo que esta vez…yo era igual.