AMNESIA

Ahí estaba el hombre. Se creía en soledad, desapercibido; nada más contrario a la realidad. Sin sospecharlo siquiera su imagen era arrebatada por los ávidos ojos de un centenario pino; cómo iba a poder imaginar entonces que era víctima del viento, que se quedaba con cada uno de sus aromas en cada ráfaga. Este personaje no poseía tampoco las cualidades que le permitieran notar los sutiles pero arriesgados juegos de la luz, en los que cada sombra y destello cuestan un trocito de alma.

− La mirada del hombre se limita a los contornos, los colores, las siluetas; sus sentidos habilitan apenas una miradita fugaz a la realidad -

El hombre, a pesar de su sordera bien aprendida, escuchó lo que bien pudo haber sido la voz del pino, la del viento o hasta la ensordecedora voz de la luz. Sufrió pánico, aquél miedo atroz que se siente cuando la cordura revela su fragilidad; decidió echarse a correr, como a huir de sí mismo o algo así, pero su pie izquierdo se encontró con una raíz recién emergida del pino y en menos de lo que dura un parpadeo perdió el equilibrio y su frente fue a dar contra el suelo.

El árbol decició que dadas las circunstancias no había necesidad de regresar a aquél hombre las imágenes que observara por tanto tiempo. De la misma forma eligió actuar el viento, quien sencillamente partió llevándose consigo los aromas completos de una tarde. La luz por su parte lo tenía claro desde el principio: al caer la noche, cada sombra, cada resplandor, cada trozo de alma era suyo para siempre.

Ahí estaba el hombre, unos cuantos segundos después de haber caído cerca de la raíz del pino. Había olvidado un par de cosas, pero tenía la sensación de pertenecer al pino, al viento a la sombra o a la luz, que es lo mismo.