cuarto domindo de adviento

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DOMINGO IV DE ADVIENTO AÑO C Si la pregunta clave del tercer domingo de Adviento era: ¿Qué tenemos que hacer? En este domingo IV de Adviento encontramos una afirmación rotunda, elocuente y clara: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Jesucristo, obediente al Padre hasta la muerte y muerte de cruz. Jesucristo, Palabra eterna del Padre, obedece por amor, y tomando carne de las entrañas de Maria la Virgen, nace según la profecía de Miqueas y la promesa hecha al rey David, en una pequeña aldea de pastores, Belén de Efrata, para ser entregado al mundo, para pagar una deuda contraída, para realizar una oblación, una ofrenda, la de su propio cuerpo que será la causa de nuestra salvación. María, la mujer del adviento, la Madre de la Iglesia que nos ha acompañado desde que comenzó este tiempo preparatorio. Por obediencia y por amor también dice al Padre: “hágase en mí según tu palabra”. Y consagra toda su vida a Dios en la persona de su Hijo Jesucristo, asociándose a la obra del Redentor y cooperando en ella. Y a lo largo de la historia de la salvación cuántos hombres y mujeres, cuántos creyentes conocidos o desconocidos han dicho y dicen diariamente a Dios: “Aquí estoy”. ¿Eres tú uno de ellos? ¿Eres tú de los que le dices al Señor, estoy a tu servicio, mándame que yo escucho y cumplo? En esta recta final del tiempo preparatorio a la Navidad, la Palabra de Dios nos invita a ello. A mostrarnos confiados en Dios, muy confiados por mal que pinten las cosas, o las circunstancias. Por una razón, que la expresa Isabel claramente en el Evangelio: “porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Y porque como decía el Salmo 79 la mano del Señor nos protegerá. Esa confianza plena en quien todo lo puede ha de pasar por la obediencia y el amor. La obediencia y la confianza son el crisol que purifican la fe del creyente. Y esta es la mejor ofrenda, el mejor regalo que podemos hacer a Dios que viene a nosotros. Si de verdad queremos depositar ante el pesebre de nuestro Señor Jesucristo un don maravilloso, no depositemos nada externo a nosotros, porque Dios que es creador de cielo y tierra, de todo lo visible e invisible no necesita nada, no necesita “cosas”.

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Reflexión Cuarto Domingo de Adviento

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DOMINGO IV DE ADVIENTO

AÑO C

Si la pregunta clave del tercer domingo de Adviento era: ¿Qué tenemos que

hacer? En este domingo IV de Adviento encontramos una afirmación

rotunda, elocuente y clara: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.

Jesucristo, obediente al Padre hasta la muerte y muerte de cruz. Jesucristo,

Palabra eterna del Padre, obedece por amor, y tomando carne de las

entrañas de Maria la Virgen, nace según la profecía de Miqueas y la

promesa hecha al rey David, en una pequeña aldea de pastores, Belén de

Efrata, para ser entregado al mundo, para pagar una deuda contraída, para

realizar una oblación, una ofrenda, la de su propio cuerpo que será la causa

de nuestra salvación.

María, la mujer del adviento, la Madre de la Iglesia que nos ha acompañado

desde que comenzó este tiempo preparatorio. Por obediencia y por amor

también dice al Padre: “hágase en mí según tu palabra”. Y consagra toda su

vida a Dios en la persona de su Hijo Jesucristo, asociándose a la obra del

Redentor y cooperando en ella.

Y a lo largo de la historia de la salvación cuántos hombres y mujeres,

cuántos creyentes conocidos o desconocidos han dicho y dicen diariamente

a Dios: “Aquí estoy”.

¿Eres tú uno de ellos? ¿Eres tú de los que le dices al Señor, estoy a tu

servicio, mándame que yo escucho y cumplo?

En esta recta final del tiempo preparatorio a la Navidad, la Palabra de Dios

nos invita a ello. A mostrarnos confiados en Dios, muy confiados por mal

que pinten las cosas, o las circunstancias. Por una razón, que la expresa

Isabel claramente en el Evangelio: “porque lo que te ha dicho el Señor se

cumplirá”. Y porque como decía el Salmo 79 la mano del Señor nos

protegerá.

Esa confianza plena en quien todo lo puede ha de pasar por la obediencia y

el amor. La obediencia y la confianza son el crisol que purifican la fe del

creyente. Y esta es la mejor ofrenda, el mejor regalo que podemos hacer a

Dios que viene a nosotros.

Si de verdad queremos depositar ante el pesebre de nuestro Señor

Jesucristo un don maravilloso, no depositemos nada externo a nosotros,

porque Dios que es creador de cielo y tierra, de todo lo visible e invisible

no necesita nada, no necesita “cosas”.

Aunque Dios, con todo su poder y gloria, tampoco violenta la libertad ni la

voluntad de nadie. Por eso, el regalarnos a nosotros mismos, al dejar

nuestra libertad, inteligencia y voluntad en las manos de Dios, estamos

dando lo mejor de nosotros, lo mas bueno y auténtico.

La carta a los hebreos nos recordaba este deseo de Dios: “tu no quieres

sacrificios ni ofrendas, no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias”.

La confianza en Dios, el amor a Dios, el buscar su voluntad, el ofrecernos

por entero no supone un encerrarnos en Dios, un quedarnos sólo en Dios

sino que rápidamente Dios nos devuelve al mundo, a la realidad, y nos

pone a servir, nos pone a disposición de los demás, especialmente de los

que más lo necesitan:

“María se puso en camino y fue aprisa a la montaña”. Y todo porque su

prima Isabel, mujer madura y embarazada necesitaba ayuda en ese trance.

Esa disposición de María, ya embarazada de Cristo, provoca la alegría en

casa de Isabel, absolutamente en todos, hasta en el pequeño Juan Bautista

que aún en el seno de su madre salta de alegría.

La alegría del que sirve es contagiosa, la alegría de María por llevar a Dios

hasta la casa de su prima Isabel se percibe por todos. María irradia la luz de

Cristo por todos sus poros y esa fragancia invade la vida de todos los

presentes.

Cristo también haciéndose hombre, nace en Belén, y son los más sencillos

los que descubren que Dios ha nacido y se llenan de gozo al ver al

pequeño, envuelto en pañales en el regazo de su madre.

Nosotros, si servimos de corazón, por amor a Dios y porque reconocemos a

Dios en cada hombre, no solo experimentaremos la alegría de la fe, sino

que también seremos capaces de llevarla a los demás, hacer a Cristo

presente en nuestro mundo con nuestras vidas.

Estos tres pasos: confianza, obediencia por amor y servicio a los demás

puede ser un buen resumen de lo que ha tenido que suponer para nosotros

el Adviento y un buen proyecto de Navidad para regalar a Jesús que se

hace hombre para salvarnos.

Que la Virgen María y todos los que han sido fieles y obedientes a Dios

rueguen por nosotros para que no desfallezcamos en esta recta final y

tengas un hermoso encuentro con el Señor en esta Navidad.

Que así sea.