cuando eramos felices (1)

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EN VERDAD ERAMOS FELICES Lebrija era apenas una veintena de manzanas, delineadas por casas de una arquitectura española de tapia pisada, alares y teja de barro, que gravitaban al rededor del parque, situado en el centro del hermoso valle, surcado por apacibles quebradas, de cuyos vapores se formaban en las mañanas copos de niebla que la envolvían, ofreciendo la impresión de un remanso y vividero en paz. Quien se aventuraba a desbordar sus límites, encontraba el omnipresente olor de la piña madura que se cultivaba por todos los alrededores. Por el Oriente, siguiendo la antigua carretera que comunicaba con Bucaramanga, se encontraba La Popa con las caballerizas de los Esparza, antes de tomar la ruta definitiva hacia Palonegro, cuyo aeropuerto apenas terminaba su construcción. Hacia el Norte, aún permanecían los aljibes del Chirilí, que surtían de agua a los habitantes antes de inaugurarse el acueducto, y continuando unos kilómetros más, se llegaba en peregrinación a las ruinas de Cantabria, origen primigenio de esta población. Por el Occidente, la aventura maravillosa de alquilar una bicicleta donde Don Elías y tomar la vía pavimentada del Magdalena medio, subir hasta El Punto y volver antes de quince minutos para no pagar la multa y ahorrarse la amonestación por el exceso. Y el inolvidable Sur. La ruta lacustre de la laguna del Mayor Muñoz, luego subir hasta Piedras Negras, bajar a Manchadores mitigando el hambre con los pipos de piña olvidados por los cultivadores y después al Pozo del Águila, donde se exhibían las peripecias de los mejores nadadores, lanzándose del Pico y de la Peña hasta sus raudales aguas, en cuyos fondos quedaron por siempre muchos inexpertos.

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Page 1: Cuando eramos felices (1)

EN VERDAD ERAMOS FELICES

Lebrija era apenas una veintena de manzanas, delineadas por casas de una

arquitectura española de tapia pisada, alares y teja de barro, que gravitaban al

rededor del parque, situado en el centro del hermoso valle, surcado por apacibles

quebradas, de cuyos vapores se formaban en las mañanas copos de niebla que la

envolvían, ofreciendo la impresión de un remanso y vividero en paz.

Quien se aventuraba a desbordar sus límites, encontraba el omnipresente olor de

la piña madura que se cultivaba por todos los alrededores. Por el Oriente, siguiendo

la antigua carretera que comunicaba con Bucaramanga, se encontraba La Popa con

las caballerizas de los Esparza, antes de tomar la ruta definitiva hacia Palonegro,

cuyo aeropuerto apenas terminaba su construcción. Hacia el Norte, aún

permanecían los aljibes del Chirilí, que surtían de agua a los habitantes antes de

inaugurarse el acueducto, y continuando unos kilómetros más, se llegaba en

peregrinación a las ruinas de Cantabria, origen primigenio de esta población. Por el

Occidente, la aventura maravillosa de alquilar una bicicleta donde Don Elías y tomar

la vía pavimentada del Magdalena medio, subir hasta El Punto y volver antes de

quince minutos para no pagar la multa y ahorrarse la amonestación por el exceso.

Y el inolvidable Sur. La ruta lacustre de la laguna del Mayor Muñoz, luego subir

hasta Piedras Negras, bajar a Manchadores mitigando el hambre con los pipos de

piña olvidados por los cultivadores y después al Pozo del Águila, donde se exhibían

las peripecias de los mejores nadadores, lanzándose del Pico y de la Peña hasta

sus raudales aguas, en cuyos fondos quedaron por siempre muchos inexpertos.

Page 2: Cuando eramos felices (1)

Ahora sí la represa de La Angula, después de la casa y la escuela, el tercer hogar.

Infinidad de horas nadando después de volver polvorientos y embarrados de jugar

futbol en la cancha, a “repelar” el sancocho que nos ofrecían los turistas.

Y quedaba tiempo aún para ir en las noches al parque, a jugar y gritar después que

escuchábamos la retreta, hasta que algún energúmeno agente de policía, nos corría

con la amenaza de tener que ir a lavar los baños de la comandancia.

Como todos los años, esperábamos que llegara El Circo, las Ferias de la Piña y el

Campeonato de Futbol, eventos donde cada uno de los locos daba algo que decir.

Pero todo esto ha pasado, quizás porque como afirman algunos, en la vida todo es

cambio, pero yo pienso que no es por eso, es porque aquellos verdaderos locos,

quienes hacían que la vida luciera a fantasía, se han marchado de este mundo sin

tomarse la molestia de dejarnos sus excentricidades.

GABRIEL AYALA PEDRAZA

Escritor, gestor cultural y docente santandereano. Ha publicado los libros de cuentos

Escritos en 1996 y Violeta y otros relatos en 2003. En un País Verde, novela corta,

en 2003. Poética de la Ciudad, antología de poesía urbana, en 2006. El cuartelazo

de Pasto en Bucaramanga, crónica, en 2010. Fuera de Escena novela corta en

2010. Territorios singulares, libro de poesía inédito, Estación de los Vientos, crónica

de un viaje a Cuba, inédito.