cuando era pequeña

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“CUANDO ERA PEQUEÑA” Cuando era pequeña, esperaba las fiestas de Navidad, como algo excepcional, no había colegio y ¡venían los Reyes Magos!. Mi casa siempre estaba llena de gente, tanbien es verdad que éramos muchos hermanos, cada uno iba a un colegio , teníamos muchos amigos y nos daban permiso para invitar a alguno de ellos a jugar y pasar la tarde en casa. Esos días sucedía un hecho invariable que marcaba el inicio del año. La familia siempre se reunía el día de Año Nuevo. Entonces aun era una niña que veía lo que sucedía a mí alrededor con ojos infantiles y una gran alegría. A mi casa acudían tíos, tías, primos, abuelos, amigos y algún que otro conocido de mis padres; era el santo del cabeza de familia y todos venían para celebrarlo. Ese día, desde bien temprano la casa se transformaba, se guardaban las cosas que mi madre llamaba “inútiles”, quería decir que los muchos niños que acudían, podían romper. Se sacaban sillas, aun no puedo explicar ni saber, de donde salían tantas, pero allí estaban, una por comensal. Se Montaban dos grandes mesas una para la chiquillería y otra para los mayores. Cuando llegaba la hora de la merienda, comenzaban a llegar, al rato ya estaban todos sentados, hablando, comiendo, bebiendo y fumando. Los niños permanecíamos sentados esperando el momento, de irnos a jugar por la casa. Al rato, entrábamos una prima y yo, a gatas en el comedor, nos escondíamos en un rincón donde nadie nos viera y permanecíamos quietas, muy calladas, atentas a lo que hablaban, aunque entonces no entendíamos nada, solo percibíamos que eran cosas secretas o casi. Nos enterábamos de todas las novedades familiares que habían pasado o estaban a punto de suceder, era una gaceta, repasaban todo lo sucedido (siempre y cuando el interesado no estuviera allí).

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“CUANDO ERA PEQUEÑA”

Cuando era pequeña, esperaba las fiestas de Navidad, como algo excepcional, no había colegio y ¡venían los Reyes Magos!. Mi casa siempre estaba llena de gente, tanbien es verdad que éramos muchos hermanos, cada uno iba a un colegio , teníamos muchos amigos y nos daban permiso para invitar a alguno de ellos a jugar y pasar la tarde en casa. Esos días sucedía un hecho invariable que marcaba el inicio del año. La familia siempre se reunía el día de Año Nuevo. Entonces aun era una niña que veía lo que sucedía a mí alrededor con ojos infantiles y una gran alegría. A mi casa acudían tíos, tías, primos, abuelos, amigos y algún que otro conocido de mis padres; era el santo del cabeza de familia y todos venían para celebrarlo. Ese día, desde bien temprano la casa se transformaba, se guardaban las cosas que mi madre llamaba “inútiles”, quería decir que los muchos niños que acudían, podían romper. Se sacaban sillas, aun no puedo explicar ni saber, de donde salían tantas, pero allí estaban, una por comensal. Se Montaban dos grandes mesas una para la chiquillería y otra para los mayores. Cuando llegaba la hora de la merienda, comenzaban a llegar, al rato ya estaban todos sentados, hablando, comiendo, bebiendo y fumando. Los niños permanecíamos sentados esperando el momento, de irnos a jugar por la casa. Al rato, entrábamos una prima y yo, a gatas en el comedor, nos escondíamos en un rincón donde nadie nos viera y permanecíamos quietas, muy calladas, atentas a lo que hablaban, aunque entonces no entendíamos nada, solo percibíamos que eran cosas secretas o casi. Nos enterábamos de todas las novedades familiares que habían pasado o estaban a punto de suceder, era una gaceta, repasaban todo lo sucedido (siempre y cuando el interesado no estuviera allí).

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“El primo Luis cambio de trabajo, pero creo que no le va muy bien”, pobre. “A la prima Elena, le han pedido la mano de su hija Carmencin” (comentario) La pobre viuda de guerra, con tres hijas a su cargo, en edad de merecer, como lo tendrá que estar pasando, caras de congoja y pena, pobre…………, pero seguían…….. “La hija de Garcés, si el de Buñol, tío abuelo de Amparin (que era mi madre) esta embarazada después de tantos años, ahora que ya no lo esperaban” pobre……. El resto de la tarde seguía por estos derroteros. Siempre nos descubrían cuando estaba la conversación en lo mas escabroso y nos mandan a jugar, muy enfadados, a otra habitación. Cuando se marchaban, la casa se quedaba vacía, silenciosa, con mucho humo y un fuerte olor a tabaco de puro (desde entonces no lo aguanto), así, hasta el año siguiente. Por la mañana al despertar todo estaba limpio y en su sitio, hasta las sillas que tanto me intrigaban, habían desaparecido, nunca le pregunte a mi madre de donde las sacaba, era otro misterio para mi y aun lo guardo en el inconsciente, me gusta tener muchas sillas guardadas por si las necesito para que nadie se quede de pie. Los días festivos seguían con paseos, ir a ver los belenes de la familia, de los Escaparates y de las iglesias, entonces aun no existía Papa Noel para los niños españoles. Los Reyes se iban acercando al pesebre, cada día un poco mas, hasta bajarlos de los camellos y llegar al portal de Belén. Pero el día cumbre de las fiestas llegaba por fin, con gran expectación, emoción, muchos nervios, risas, llantos y unas sensaciones difícilmente entendidas por los adultos. ¡Era la cabalgata de Reyes! Acudíamos por la tarde cuando anochecía a la calle de la Paz, cogidos de la mano de

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nuestro padre (nunca que recuerde vino mi madre) pegados a él, con los abrigos, los gorros y las bufandas, porque entonces hacia mucho frío. Todo era mágico, las antorchas, los pajes, las calles iluminadas, por donde transcurría la cabalgata y el griterío de todos nosotros, luego, las bocas abiertas por el estupor y el temor de algunos niños que pensaban que habían sido malos y no tendría regalos, era una mezcla de emociones e ingenuidad, que aun hoy perdura cuando la contemplo y acudo a la calle a verla pasar. Cuando llegaban las altas carrozas con los Reyes Magos allí arriba, con sus ropajes, las barbas, las coronas, eran de verdad los Reyes Magos. Los mirábamos desde las aceras en silencio, casi como un milagro, cuando tiraban caramelos, nos matábamos a cogerlos, eran los únicos que íbamos a comer en todo el año. Luego volvíamos a casa rápidamente, cenábamos y elucubrábamos sobre lo que traerían, nos acostábamos. Dejábamos unas copitas de mistela con pastas, para endulzarles la parada y nos dejaran más cosas, pero todos los niños hacían lo mismo, tenían que repartir. Creo que aun era de noche cuando nos levantábamos sigilosamente a ver lo que nos habían traído. Gritábamos tanto por la sorpresa, que toda la casa se despertaba; nos reñían por la hora, pero era igual, seguíamos jugando con todo, los coches, el tren, las arquitecturas, un año me dejaron mi primera muñeca, no de trapo, ni de cartón, una muñeca de plástico, la sujetabas por la cintura y las piernas se movían, parecía que andara, era “la Güendolin”, quedó en mi memoria como la más bella y real de todas las que después he tenido, nunca la olvidaré. Al día siguiente, otra vez al colegio, íbamos con alegría para contar a nuestros compañeros nuestros regalos y todo lo que habíamos hecho. Cuando era pequeña todo me parecía más grande y más hermoso……

Lolita.

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