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EL MUNDO, SAN JUAN, P. R. - DOMINGO 25 DE DICIEMBRE DE 1938. Cuando a Austin le incendiar el Uo compañero medio loco comenzó a arrojarle bolas in- cendiadas .que prendieron fuego a la seda ele su aparato.- Una gracia que estuvo a punto de costarle la vida Al principio me pareció una hazaña di*na de mí, aunque después lo consideré una Idiotez. Pero allí eataba en el ala, ain paracaida, el motor aparado y el aylón en un ánrulo de 70 grado*. El morir es un trabajo que tar- de o temprano todoi estamos obli- gado! á ejecutar, pero ain exage- ración ' puede declrie que el acró- bata ea- el que siempre está mejor preparado para él. Esta Idea está fija etr su mente, y es natural, puesto que se gana la vida preci- samente ofreciendo un cuello a la guadaña de la que todo el mundo ha convenido en llamar La Infali- ble. 'Vosotros, en realidad saca* mos la' cabeza ofreciendo el cuello, que se deja ahj esperando que la guadaña baje vertiginosa sobre 41. Ea el momento en que va a lo- carlo, hacemos una mueca, refi- ramos el cuello y la Parca queda burlad». Por supuesto, más o me- nea pronto llegará el desquite. Pero: sentado aquí en- mi mesa, pensando en, alia, me- viene* o la memoria A* euantaa y cuantas ve- í Long Island donde un amigc me prestó su avión, un viejo biplano Waeo, con su tanque muy lleno de gasolina y muy listo para lan- zarse al aire. Dije a mi esposa que primero lo probaria yo, en un corto vuelo, y que si lo considera- ba seguro, subiríamos en él. Con ésto subi a la cabina y la dije ale- gremente: —Vuelvo en seguida, querida. Y me elevé. Un motor parado atena Me hallaba todavía, subiendo len- tamente y a unos ciento cincuen- ta metros de altura, cuando el mo- tor falló y dejó de funcionar. No dejéis que ningún aviador os enga- ñe: esto da una sensación horri- ble, espantosa. El zumbido ensor- decedor del motor cesa de pronto y nos envuelve un silencio mortal, con el viento susurrando como ur. Todos tenían miedo de acercar- se a mi Ümerosos de que se dea- prendiera cualquier pedazo del avión, cuyos restos parecían jun- tos por milagro. Comencé a perder el sentido. No me desmayaba del todo, sólo ex- perimentaba cortos lapsos de in- consciencia, como' si el mundo y -ni vida estuvieran parpadeando. —Algo debe detenerme aquí pensé— por eso no puedo mover- me. Pero después el médico declaró que me habla fracturado la espi- na dorsal. Tuve en el hospital un descanso muy largo y al fin sali perfecta- mente bien, pero durante mucho tiempo tuve miedo. Primero, te- nia miedo de morir. Después te- no volver a caminar, pero todo sanó a perfección y pronto volví a la- andadas para derribar una montana de deudas que se acumu- laron durante mi estancia en el hospital. Batalla aérea con velas romanas Recuerdo bien la primera tarea que tuve que realizar después de» accidente. Fué en la playa "Art", lugar, de recreo cerca de Long Beacri y fui contratado para dar una exhibición nocturna de acro- bacia coronando el espectáculo con dos hombres descendiendo en pa- racaldas, descenso adornado con un combate entre los dos disparán- donos con velas romanas mientras bajábamos. Advertí al compañero que habla de hacer do adversario, no disparar su vela romana sobre el paracaldas. —Dispara hacia mis pies o por debajo de ellos. le dije— Asi ninguno de los dos tendrá que arrepentirse mañana. Todo fué muy bien hasta el mo- mento del combate. La muche- dumbre gozó de grandes emocio- nes al ver al avión describiendo volteretas a la luz de los proyec- tores, perdiéndose en la oscuridad para relucir de nuevo bajando o subiendo en la imaginarla batalle aérea y después los dos hombres nos lanzamos de la cabina, cada uno con su paracaidas, bajando en la luz cegadora de los proyecto- res. Bajamos armados de velas.roma- nas y no teníamos más que arran- car el capillo de encendido y dejar que laa bolas de fuego salieran lanzadas al espacio. Nunca he po- dido comprender que ocurrió en el cerebro de mi compañero, si es que lo tenia. El hecho es que des- de que lanzó su piimera bola de fuego hacia mi nunca más nos he- mos hablado. Esa primera bola pasó junto a mi cara, zumbando; después otra zumbó muy cerca de mi oído. Le grité que anduviera con cuidado, que en qué pensa- ba. Una tercera bola luminosa pa- aún más cerca de mi. El paracaldas incendiado En la luz cegadora de los pro- yectores dirigidos desde abajo ha- cia nosotroj yo no podía ver nada y tuve que esperar varios segundos de agonía antes de verme envuel- to en la oscuridad. Lo que vi en- tonces hizo que el corazón me sal- tar* a la garganta, ahogándome y provocándome u n temblor gene- ral de miedo, porque 1o que vi fué una luminosidad en la seda seca del paracaldas. Las chispas ha- blan hecho efecto, dos. tres pun- tos de fuego en la comba de seda devorando vorazmente lo que sostenía con vida en el espaelo.-Só- lo tuve tiempo de pensar, /decidir y proceder, todo a la vez. Levan- el brazo y agarré un puñado de las cuerdas cerrando con ello li mitad del paracaidas, y comencé a bajar como una roca en el vacio. Ahora, la mitad de un paracaldas no vsle lo que uno entero, ni mu- cho menos, y. bajé, alejándome de aquel Idiota y sus malvadas bo- las de fuego, a razón de dos y me- dio kilómetros por minuto. En- tonces, sólo a unos sesenta metros del suelo, .solté las cuerdas y el paracaldas se abrió de nuevo deto- nando. Pero el daño causado por las chispas se habla extendido y el viento pasaba silbando por los agujeros. Cuando toqué tierra sen- una sacudida tal que los dientes parecieron clavarse dentro de las encías y romo si la tierra entera hubiera temblado. Fueron necesarios varios minu- tos para comprender que eataoa vivo y que ya no najaba bajo una lluvia de bolas de fuego y cuando volví de nuevo a mis cables, el so- cio ya habla aterrizado y venia co- rriendo hacia mf. Cuando lo A perdí la cabeza; estaba todavía lle- no de sobresalto, mis nervios es- taban de punta a causa de aquel viaje ultra rápido, y le propiné un puñetazo en la quijada, al mismo tiempo qu« de palabra le dije cuantas lindezas pude recordar. Una broma que cuesta cara Cayó sobre una rodilla, lleno.de sorpresa. —¡Qué! ¿No puedes sorportir una broma? preguntó. —¡Claro! ¿por qué no? ¡Aquí ve una para ti!— Con esto me lancé sobre él. Era de mayores propor- ciones que yo y quizá en cual- quier otra ocasión habría podido vencerme con facilidad, pero yo es- taba ciego de cólera y él no salla de su sorpresa cuando noa sepa raron le hable propinado tantos golpes que yo me sentía muy ali- viado. Nunca lo he vuelto a ver ni tengo el menor deseo. Hay ocasiones, como en la que apenas hsbla unos palmos entre las ruedas del avión y el techo del hangar, en que un accidente es só- lo cuestión de mala suerte, pura mala suerte, pero hay otras en que el accidente se debe nada más que a idiotez. Tod-s somos Idiotas le vez en cuando, por ejemplo, cuan- do vemos una chispa en el' aire o en los ojos de una mujer y la vida nos parece lind y sacamos el pe cho sintiéndonos llenoa de algo muy grande e indefinible y de la Idea de que algo ha de suceder... y en efecto sucede. Hallábame un día en el aero- puerto de Jamaica cuando un Jo- ven a quien llamábamos Lindy (precisamente porque no sabia vo- lar bien I se presentó ron su novia y me dijo que querían hacer un vuelo. eientoe cincuenta metroa da altu- ra: —Vamos a dar un paseo por la terraza. Y le señalé el ala, en la que ha bia notado un ancho larguero, que me sugirió 4a Idea. La joven me miró riendo y moviendo negativa- mente la cabeza. Seguramente pen- que yo chanceaba, pero cuando uno quiere hacer aspavientos ante una muchacha bonita no vadla. Le añardl: —¡Üated no querrá estirar las piernas, pero yo si! Yo no llevaba paracaidas. moti- vo por el que tal ves la oca«ión ea para mi histórica, ya que fué la última vez que me elevé sin llevar nnm'rns v i Jsrte raer sin enredarse en las avión que <enla haca M**¡^¿ ruM . fl v )nmtn so sudarlo de se- el piloto nos hacia señas bajáramos. Más tarde supimos que se trataba de un agente del De pertamento de Comercio, furioso porque yo estaba sobre el sla sin un paracaidas. Pero en aquellos momentos ni Mndy ni yo da, y nadar tranquilamente a tie- rra. Ya me habla quitado el co- rreaje y colgaba como un mono de un trapecio cuando al mirar otra vez hacia abajo para calcular a qué distancia estaba de la superfi- sablamos i ^ Mté qut Io qut hth | t tomado quién se trataba y Lindy. que I p ©r charco no era otra cosa que sabia cual otro locura podía un invernadero cuyos vidrios, heri- el sol daban desde arriba de no oeurrirseme. .v pensando en que en el otro avión estabs. alguno de mis locos amigos que se elevó para di- vertirse con nosotros haciendo ca- briolas, creyó ver venir lo peor, se llenó de pánico y acabó por apa- gar el motor. dos por el efecto de aaua. Ya era demasiado farde para cambiar de nimbo y lo que hice fué seguir colgando hasta chocar for- mando una aterradora confusión de vidrios y caer eobre un lecho de rosas. Cuando me pude levantar y quitarme todoe los escombros que Los tres juimos a un Iplano Ea- °* «"•"» «ventura salí con la eapalda deshecha. Y mi» compañeros todavia lo echaron a broma y pn- glerock. de tres asientos, y yo me senté atrás con la muchacha, que estaba llena de animación. Los ojos parecían querérsele salir de lee órbitas, su cara estaba roja y sus dientes brillaban entre sus <a- bloa entreabiertos. Se Indinó a mi oído y me dijo: —¡Esta es la primera vez que vuelo! Un paseo a pie en el aire A poco me vino la idea de ha- cer alguna travesura y la dije ruando estábamos a unos euatro- sleron el cartellto de "¡Vuele! 11.00". uno. El caso es que asi diciendo II al ala y comencé a pararme de manos y de cabeza. Me diver- tía enormemente. La muchacha parecía asustada, aterrada, y Lin- dy, cuando me miró ¡oh! casi «a traga la lengua. No si temió qtee yo dañara el ala o que hiciera algo que provocara un desastre. Lo que hizo fué incorporarse en la cabina, hacerme un seña con !a mano y decirme algo que no pude entender. En es» momento vimos otro Todo* caminamos hada la muerta, pero la verdad guatarfa morirme de- vejes... ea que a mi me ABONOS QUÍMICOS MARCA ees en que ha visto mi vida pen- diente, de un hilo, da un cabello fino, con el corazón en la gargan- ta y con un inmenso espacio vacio entre mis huesos sobresalientes por la piel y saltando en pedazos •obre la madre tierra. Un instante de descuido Un solo instante de descuido i puede ser la causa del- desastre-. Cuando un sujeto, sea cual fuere, se pono a jugar con la huesosa da la guadaña, tiene que tener los ojos tan abiertos que los párpados desaparezcan, sus 'nervios tienen que estar de punta, ti cerebro per- fectamente lúcido. Paro en un instante puede sentirse seguro, ai, afloja la tensión y ¡zas! ¡se acabó! Recuerdo bien al Signor Monaco, uno de loa acróbatas más eminentes que han dado un salto mortal. Este "tigner" ae bajó de un cocha, se enredó tropezó. «« desnucó y falleció instantáneamen- te. Todo esto en al momento de llegar tranquilamente a au caaa después de hacer en un circo mil piruetas a cual más peligroaa. La vez en que estuvo más cerca de verme o no verme—, difunto y llorado, fué un dia en que ded- dia dar el guato a mi esposa \i un vuelo con ella y la dije: r-Querida, deja tus quehaceres y vamos a dar una vuelta espléndi- da por el aire,.. —Siempre que no haya .pirue- taa —Convenido respondí con un apretón de manos que sellaba d trate. Asi noa fuimos «i aeropuerto de suspiro. Este silencio súbito y ate- rrador se Introduce en la cabina como un .opio de muerte y de pronto, dentro de uno mismo, se siente el correr de la sangre mien- tras el corazón golpea contra el pecho con violencia tremenda. No hay tiempo para pensar, el pánico nos invade. Coloqué el avión en potición ver- tical para dar la vuelta y volver sobre el campo que acababa do de- Jar y bajábamos veloces, pues tu* ve que poner la trompa hacia aba- jo con el fin de planee/ a veloci- dad de vuelo. Asi, en silencio y como hoja que cae en el viento, me vi rozando casi lea alambres j del teléfono pasando junta a una i carretera y bajando en dirección de une de les hangares. Mirando ' hacia abajo en el instante antas de la- colisión, observé que apenas ' habla unos palmos entre las rué- ¡ das y el 'echo. Pero ese día no tuve tuerte. Uno de eses vacíos dal al- re tuvo la ocurrencia de plantarse precisamente sobre el techo, y me ' estrechó contra él, volando tede ! en estillas para caer a tierra en ! grandes voíteretae. % Cuando vinie- ron por mi me hallaron sentado en medio de los escombros, perfec- tamente inmóvil. espi- Fractura da la na dorsal —¿Está usted preguntaron. Yo lio sabia si No- sentía nada, tarmo, pero no pude. —No puedo moverme dije.— Aigo me impide moverme. herido? me lo estaba o no. Trate do levan- Compre SUPER-A. para mejorar su pro- ducción de cualquier cosecha. . Fórmulas completas que dan resultados sorprendentes, SUPER-A es sinónimo de seguridad y protección al Agricultor. SUPER-A supera por su calidad y garantía. , ........... •* » SUPER-A FERTILIZER WORKS Aterrizaje sin motor Yo estaba de pie en ala en aquef momento y al inclinarse súbita- mente el avión en un ángulo de setenta grados, por fortuna ful lanzado hacia delante contra los alambres del fuselaje y de ellos me agarré demasiado asustado pa- ra siquiera blasfemar. En un ins- tante una sin., le travesura se ha- bla transformado en intenso dra- ma, en .'uesllón de vida o muerte, lo mismo que si el telón se hubie- ra bajado de pronto sobre una co- media para presentar una trage- dla. La muchacha miraba con ojos espantosos hacia delante, con la boca enterament» abierta, en ale rradora expresión de horror. Y el joven, Lindy, permanecía sentado en la cabina, inmóvil, lívido, con la lengua colgando fuera de los ' JJ'HIJO _ pensé- si has de ha- I Aterrizaje en un cer ago tienes que hacerlo al ina- ¡ sello de correos 'ante, pues eres el único que pue- tenia encima, en todo mi cuerpo no habla prácticamente un solo peda- clto de carne que no tuviera espi- nas y astillas de vidrio. Un ápice de negligencia puede ocasionar también graves dificulta- des. Un domingo, no hac« mucho tiempo, Boh Galloway, uno de los mejores pilotos de transporte que he conocido, me dijo que ese día tenia libre un avión de catorce pa- sajero», de tres motores, y que po- dríamos ganarnos buen dinero lle- vando a la gente del campo en pa- seos aéreos, a peso y medio por ca- beza. —Muy bien - le contesté— Ire- mos primero a New City y si ahí no hay quien quiera volar, vamos a. Caldwell, después a Teeterbo- rotigh y al aeropuerto de Holmes. Para entonces tendremos bastante gente. sí. Box 457 - Mayagüez, P. R. - Tel. 67§. ti den salvarnos a loa tres! El aterrizaje sin motor no es na- da fácil para un aficionado, y por lo tocante a mi seguridad tenia que ser perfecto en tres punios, pues de todos modos el sostenerme en .1 ala requería un esfuerzo tremendo, aun cuando todo saliera a perfee- rión. y de haber cualquier cabriola al bajar, mi destino estaba cumpli- do. Pero Lindy tuvo éxito en Ipa tres puntos y cuando el avión ate- rrizó, salí lanzado hacia arriba y creí que atravesarla el ala supe- rior, pero seguí asido de los alam- bres, y casi me arranqué los bra- zos. Sin embargo, no solté y me hice profundas cortadas en las ma- nos. / La muchacha no quiso ni mirarme y pasaron dos semanas antes de que Lindy me saludara otra vez. La primera vez que salí maltre- cho efectuando una de mis laborea fué en Malne, en los días en que acostumbraba lanzarme desde la barquilla de un globo en un gran paracaldas de tela blanca, azul y roja. Justamente en el momento en que grité a la dotación de tie- rra que soltaran el globo, en el te- rreno de la feria, vino una ráfaga de viento, poderosa como un hura- cán, ladeó al globo que se elevaba y le arrastró furiosamente sobre los campos, chocando la barquilla conmigo adentro contra las pie- dras, la tierra y cuanto obstáculo se oponía a nuestro arrollador pa- so. El globo se rejo en la parte inferior. Yo esperaba que no se rajase o que de rajase fueo lo su- ficiente para "ue no se ele- ! vara en absoluto. Pero la suer- te quiso que no se rajara lo su- ficiente y al espacio ful dando locas ! bandadas a cada golp de viento. Me sentía como colgado de la na- j da con solo las unas, Sin embago, no me quedó má- remedio que t*n- ! tarme a esperar que se elevara o ¡ suficiente para lanzarme en mi | vistoso paracaldas blanco, azul y 'rojo. Después de un rato que fué una eternidad, que pasé orando y esperando vivir, salté fuera de 'a barquilla rom* quien el ¡w trer ad'ó» a un acreedos persisten le, fetis.de marcharme. Un lecho de roaas Era un dia brillante, lleno de so'. aire relumbraba ,y dea* puée de abrirae mi gran saco trs-. color, miré hacia abajo y vi que aterrizaría en un charco. La cosa no tenia importancia, pues ya -n otras ocasiones habia caldo en el agua. El procedimiento para casos os desprenderse al del paracaldas y colgarse de él con las manes huta que te está a po- ca altura eobre el agua, para de- Nos buscamos un par de sujetos para que anunciaran los vuelos y vendieran los boletos y nos dirigi- mos a New City. En el camino tratamos de avisar, volando muy bajo, a cuanta gente encontrába- mos. Cuando llegamos al aeropuer- to descubrimos lo que a mi se me habla pasado por alto, o sea que el campo era demasiado pequeño y que ningún avión grande podía ate- rrizar en él. Sin embargo, no po- díamos desperdiciar tantos prepara- tivos y Bob dijo que tratarla de aterrizar. Volamos muy bajo, por sobre loe árboles, y quisimos bajar más, pero a poco vimos la imposibilidad y nos elevamos de nuevo, alejándonos del campo y dirigiéndonos a los bos- ques. Bob subia veloz. —Trata de entrar al campo por el otro lado - le dije . Entremos contra el viento. Pero tampoco pudimos hacer na- da y entonce» pensé que de ate- rrizar realmente, no tendríamos medio* de salir. Pero Bob movió la cabeza diriéndome que ahora no se trataba de hacer negocio, sino que era cuestión de orgullo personal, de honor. —¡Firmes, muchachos» grité ye en la tercera tentativa entrando al campo arrancando laa hojee de loa árboles. No obstante, las ruedas tocaron efectivamente el suelo del aeropuerto de New City, pero ape- nas lo tocaron salieron disparadas por el campo, como conejos, hasta perderse en una hendedura del.te- rreno. Más allá, el terreno subía en fuerte pendiente hasta una co- lina en la que descansaba tranqui- lamente un granero. Los frenos, en aquella circuns- tancia, no vallan nada, y Bob lo sabia, y tan lo sabia que aceleró cuanto pudo los tres motores, dio una vuelta brusca al velante y nos elevamos vertical man te. Yo cerré loe ojos, no queriendo ver más. Oi un ligero y alarmante choque al arrancar una de las tejas del gra- nero e lnmedlatemente un ruido aterrador de hojarasca y de ramas. al pasar por las copas de loe arbo- lea. Después estábamos en el aire Ambos permanecimos en silencie. Transcurrido largo rato, Bob pre- guntó: -;En qué dirección está Cald- well? —Mejor es que volvamos a ca- ía —repliqué yo débilmente. 3 ¡¡CANAS!! Desaparecen con ZHYNGAJtO No mancha Se usa con laa manca. Fabricante: F rORRES Box 157 - Juana Días. P. R »•

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  • EL MUNDO, SAN JUAN, P. R. - DOMINGO 25 DE DICIEMBRE DE 1938.

    Cuando a Austin le incendiar el Uo compañero medio loco comenzó a arrojarle bolas in- cendiadas .que prendieron fuego a la seda ele su aparato.-

    Una gracia que estuvo a punto de costarle la vida

    Al principio me pareció una hazaña di*na de mí, aunque después lo consideré una Idiotez. Pero allí eataba en el ala, ain paracaida, el motor aparado y el aylón en un ánrulo de 70 grado*.

    El morir es un trabajo que tar- de o temprano todoi estamos obli- gado! á ejecutar, pero ain exage- ración ' puede declrie que el acró- bata ea- el que siempre está mejor preparado para él. Esta Idea está fija etr su mente, y es natural, puesto que se gana la vida preci- samente ofreciendo un cuello a la guadaña de la que todo el mundo ha convenido en llamar La Infali- ble. 'Vosotros, en realidad saca* mos la' cabeza ofreciendo el cuello, que se deja ahj esperando que la guadaña baje vertiginosa sobre 41. Ea el momento en que va a lo- carlo, hacemos una mueca, refi- ramos el cuello y la Parca queda burlad». Por supuesto, más o me- nea pronto llegará el desquite.

    Pero: sentado aquí en- mi mesa, pensando en, alia, me- viene* o la memoria A* euantaa y cuantas ve-

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    Long Island donde un amigc me prestó su avión, un viejo biplano Waeo, con su tanque muy lleno de gasolina y muy listo para lan- zarse al aire. Dije a mi esposa que primero lo probaria yo, en un corto vuelo, y que si lo considera- ba seguro, subiríamos en él. Con ésto subi a la cabina y la dije ale- gremente:

    —Vuelvo en seguida, querida. Y me elevé.

    Un motor parado atena Me hallaba todavía, subiendo len-

    tamente y a unos ciento cincuen- ta metros de altura, cuando el mo- tor falló y dejó de funcionar. No dejéis que ningún aviador os enga- ñe: esto da una sensación horri- ble, espantosa. El zumbido ensor- decedor del motor cesa de pronto y nos envuelve un silencio mortal, con el viento susurrando como ur.

    Todos tenían miedo de acercar- se a mi Ümerosos de que se dea- prendiera cualquier pedazo del avión, cuyos restos parecían jun- tos por milagro.

    Comencé a perder el sentido. No me desmayaba del todo, sólo ex- perimentaba cortos lapsos de in- consciencia, como' si el mundo y -ni vida estuvieran parpadeando.

    —Algo debe detenerme aquí — pensé— por eso no puedo mover- me.

    Pero después el médico declaró que me habla fracturado la espi- na dorsal.

    Tuve en el hospital un descanso muy largo y al fin sali perfecta- mente bien, pero durante mucho tiempo tuve miedo. Primero, te- nia miedo de morir. Después te- mí no volver a caminar, pero todo sanó a perfección y pronto volví a la- andadas para derribar una montana de deudas que se acumu- laron durante mi estancia en el hospital.

    Batalla aérea con ■ velas romanas

    Recuerdo bien la primera tarea que tuve que realizar después de» accidente. Fué en la playa "Art", lugar, de recreo cerca de Long Beacri y fui contratado para dar una exhibición nocturna de acro- bacia coronando el espectáculo con dos hombres descendiendo en pa- racaldas, descenso adornado con un combate entre los dos disparán- donos con velas romanas mientras bajábamos. Advertí al compañero que habla de hacer do adversario, no disparar su vela romana sobre el paracaldas.

    —Dispara hacia mis pies o por debajo de ellos. — le dije— Asi ninguno de los dos tendrá que arrepentirse mañana.

    Todo fué muy bien hasta el mo- mento del combate. La muche- dumbre gozó de grandes emocio- nes al ver al avión describiendo volteretas a la luz de los proyec- tores, perdiéndose en la oscuridad para relucir de nuevo bajando o subiendo en la imaginarla batalle aérea y después los dos hombres nos lanzamos de la cabina, cada uno con su paracaidas, bajando en la luz cegadora de los proyecto- res.

    Bajamos armados de velas.roma- nas y no teníamos más que arran- car el capillo de encendido y dejar que laa bolas de fuego salieran lanzadas al espacio. Nunca he po- dido comprender que ocurrió en el cerebro de mi compañero, si es que lo tenia. El hecho es que des- de que lanzó su piimera bola de fuego hacia mi nunca más nos he- mos hablado. Esa primera bola pasó junto a mi cara, zumbando; después otra zumbó muy cerca de mi oído. Le grité que anduviera con cuidado, que en qué pensa- ba. Una tercera bola luminosa pa- só aún más cerca de mi. El paracaldas incendiado

    En la luz cegadora de los pro- yectores dirigidos desde abajo ha- cia nosotroj yo no podía ver nada y tuve que esperar varios segundos de agonía antes de verme envuel- to en la oscuridad. Lo que vi en- tonces hizo que el corazón me sal- tar* a la garganta, ahogándome y provocándome u n temblor gene- ral de miedo, porque 1o que vi fué una luminosidad en la seda seca del paracaldas. Las chispas ha- blan hecho efecto, dos. tres pun- tos de fuego en la comba de seda devorando vorazmente lo que m« sostenía con vida en el espaelo.-Só- lo tuve tiempo de pensar, /decidir y proceder, todo a la vez. Levan- té el brazo y agarré un puñado de las cuerdas cerrando con ello li mitad del paracaidas, y comencé a bajar como una roca en el vacio. Ahora, la mitad de un paracaldas no vsle lo que uno entero, ni mu- cho menos, y. bajé, alejándome de aquel Idiota y sus malvadas bo- las de fuego, a razón de dos y me- dio kilómetros por minuto. En- tonces, sólo a unos sesenta metros

    del suelo, .solté las cuerdas y el paracaldas se abrió de nuevo deto- nando. Pero el daño causado por las chispas se habla extendido y el viento pasaba silbando por los agujeros. Cuando toqué tierra sen- tí una sacudida tal que los dientes parecieron clavarse dentro de las encías y romo si la tierra entera hubiera temblado.

    Fueron necesarios varios minu- tos para comprender que eataoa vivo y que ya no najaba bajo una lluvia de bolas de fuego y cuando volví de nuevo a mis cables, el so- cio ya habla aterrizado y venia co- rriendo hacia mf. Cuando lo A perdí la cabeza; estaba todavía lle- no de sobresalto, mis nervios es- taban de punta a causa de aquel viaje ultra rápido, y le propiné un puñetazo en la quijada, al mismo tiempo qu« de palabra le dije cuantas lindezas pude recordar. Una broma que cuesta cara

    Cayó sobre una rodilla, lleno.de sorpresa.

    —¡Qué! ¿No puedes sorportir una broma? — preguntó.

    —¡Claro! ¿por qué no? ¡Aquí ve una para ti!— Con esto me lancé sobre él. Era de mayores propor- ciones que yo y quizá en cual- quier otra ocasión habría podido vencerme con facilidad, pero yo es- taba ciego de cólera y él no salla de su sorpresa • cuando noa sepa raron le hable propinado tantos golpes que yo me sentía muy ali- viado. Nunca lo he vuelto a ver ni tengo el menor deseo.

    Hay ocasiones, como en la que apenas hsbla unos palmos entre las ruedas del avión y el techo del hangar, en que un accidente es só- lo cuestión de mala suerte, pura mala suerte, pero hay otras en que el accidente se debe nada más que a idiotez. Tod-s somos Idiotas le vez en cuando, por ejemplo, cuan- do vemos una chispa en el' aire o en los ojos de una mujer y la vida nos parece lind y sacamos el pe cho sintiéndonos llenoa de algo muy grande e indefinible y de la Idea de que algo ha de suceder... y en efecto sucede.

    Hallábame un día en el aero- puerto de Jamaica cuando un Jo- ven a quien llamábamos Lindy (precisamente porque no sabia vo-

    lar bien I se presentó ron su novia y me dijo que querían hacer un vuelo.

    eientoe cincuenta metroa da altu- ra:

    —Vamos a dar un paseo por la terraza.

    Y le señalé el ala, en la que ha bia notado un ancho larguero, que me sugirió 4a Idea. La joven me miró riendo y moviendo negativa- mente la cabeza. Seguramente pen- só que yo chanceaba, pero cuando uno quiere hacer aspavientos ante una muchacha bonita no vadla. Le añardl:

    —¡Üated no querrá estirar las piernas, pero yo si!

    Yo no llevaba paracaidas. moti- vo por el que tal ves la oca«ión ea para mi histórica, ya que fué la última vez que me elevé sin llevar

    • nnm'rns v i Jsrte raer sin enredarse en las avión que