cuaderno rojo estelar 1
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Revista semestral y a caballo entre el fanzine y el journal, dedicada al estudio y recuperación de literatura mexicana de género, como la policiaca, la de ciencia ficción o la de misterio, entre otras. Esta versión es buena para leerse en pantalla.Es parte integral del proyecto literario Jornadas de detectives y astronautas.www.detectivesyastronautas.comTRANSCRIPT
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ROJCUADERNO
estelar
Año 1 | Volumen I | Octubre de 2011
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ROJ
CUADERNO
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Año 1 | Volumen I | Octubre de 2011
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Joserra Ortiz
Director y diseñador de las Jornadas de detectives y astronautasCoeditor de Cuaderno rojo estelar
Rodrigo PámanesCoeditor de Cuaderno rojo estelar
Adriana Alatorre
Diseñadora de Cuaderno rojo estelar
Todos los artículos y ensayos presentados son propiedad de sus autores y
nos han autorizado para publicarlos en Cuaderno rojo estelar. Los textos y
las imágenes de Santa.Ste-la fueron facilitados y autorizados para su pu-
blicación por Pepe Rojo. Los tres cuentos y el artículo de Juan Hernández
Luna que se recuperan en este número, fueron cedidos por el autor a Jose-
rra Ortiz en 2004.
Cuaderno rojo estelar es una revista semestral y gratuita, dedicada al es-
tudio, la difusión y la recuperación de literatura mexicana de género. Esta
revista forma parte integral del proyecto Jornadas de detectives y as-
tronautas, originalmente fundado por Francisco Calleja y Joserra Ortiz ydirigido por este último desde 2003.
Todas las colaboraciones se reciben como documentos adjuntos y con las
extensiones .doc (en el caso de textos), y .jpeg (en el caso de imágenes),
en la dirección [email protected]
Síguenos en Twitter: @detectronauta
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DIRECTORIO
Agradecemos profundamente a
todos los amigos que han hecho
posible este primer volumen. Muy
especialmente a Pepe Rojo y a
Juan Hernández Luna (qepd), a
la Feria Internacional del Libro
de Monterrey por auspiciar a las
Jornadas de detectives y
astronautas, particularmente a
su director de asusntos culturales
Felipe Cavazos, y a David Ortiz
Celestino, por su consejo.
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Bienvenidos
al primer número del
Cuaderno rojo estelar,
la bitácora de las Jornadas de detectives y
astronautas. Aquí escribimos nuestras guardias,
anotamos el estado de las cosas según las leemos y
las entendemos. Participamos entusiastas, críticos y
académicos de las literaturas de género mexicanas.
Nuestra intención, además de estudiar y difundir
estas corrientes narrativas, es encontrar y rescatar
textos de aquellos a quienes leemos y queremos quesean preservados.
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Su nombre era muerte. Un manantial de la ciencia
ficción en México
Salvador García
Tres detectives perdidos en México
Rodrigo Pámanes
El miedo de Carlos ToroEl prólogo como apología en la posrevolución mexicana
Juan Ramírez-Pimienta
Hacer una lista resulta difícil
Mis 10 novelas favoritas
Juan Hernández Luna
14 preguntas a…
Joaquín Guerrero-Casasola
Santa Ste-la
La estética vulgar como componente esencial
de la novela policiaca en México
Jesús Miguel Domínguez Rohán
Cuatro autores policíacos clásicos mexicanos en la sombra
Jafet Israel Lara
La recreación del espacio amenazante en Amparo Dávila
y Cristina Rivera Garza
Adriana Álvarez Rivera
Juan Herández Luna
(1962-2010)
Mudanza
Le dije que yo estacionaba el auto...Por tercer año consecutivo mi mujer volvió a pedirme
que viajara con ella...
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Su nombreera muerteUn manantial
de la
ciencia ficción
en México
Salvador García
El Colegio de San Luis
Más allá del oasis literario que representa El com-
plot mongol («¡Pinches chales!»), la obra de Rafael
Bernal es casi desconocida. Sus palabras resuenan
en el silencio o acaso entre esa sociedad secreta de
seguidores quienes hallaron las palabras de este es-
critor en librerías de viejo.
Desde hace algunos a ños se van descubriendo,
poco a poco, dejos de la calidad de su obra. Recien-
temente la editorial Jus ha publicado reimpresiones
de esos textos que eran casi imposibles de conse-
guir. ¿Autor de culto? Probablemente, si tomamos
como defnición de este tópico no sólo el descono -
cimiento del gran público de tal o cual autor, sino
más bien el entusiasmo generado por un escr itor en
particular entre los lectores no importando el nú-
mero de éstos. Ni es el mejor escritor mexicano del
siglo pasado, ni trató de serlo, pero quien sigue a
Rafael Bernal siempre encuentra una literatura en
búsqueda constante de nuevos derroteros que la ha-cen particular y, por tanto, imprescindible.
Nacido en el Distrito Federal en 1915, Bernal
mantuvo siempre un coqueteo con las corrientes
ideológicas de derecha y, en especial, con el Sinar-
quismo, un movimiento social constituido el 12 de
junio de 1937 en la ciudad de León, Guanajuato, que
buscaba «la salvación de la patria», bajo las pautas
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de un Estado mexicano afín a las directrices del catolicismo. A este autor se
le atribuye falsamente la hazaña mítica de encapuchar la estatua de Benito
Juárez durante un acto sinarquista en el df, por lo que fue aprehendido y poste-
riormente indultado por parte del presidente Miguel Alemán. Ante tal afrenta
al «Benemérito de las Américas», se estableció el 21 de marzo como esta
nacional. Nadie sabe para quién trabaja. Luego de su militancia, el autor «se
desengañaría […] del movimiento sinarquista por considerar que cedía a inte-
reses de banqueros y terratenientes, perdiendo así sus esencias campesinas quepugnaban por el respeto y la conquista de la pequeña propiedad». Pese a ello,
Rafael Bernal siempre fue un «hombre religioso», como lo arma su viuda
Idalia Villarreal.
No es casualidad que la mayor parte de su obra se hilvane a partir de
aspectos reconocibles en la religión católica. Una excepción sobresaliente es
El complot mongol (la mejor novela policiaca del siglo xx en México, para
las pulgas de Paco Ignacio Taibo ii), pero no deja de ser eso: una muy grata
excepción. Vicente Francisco Torres, uno de los máximos conocedores de su
literatura, pugna por «darle a Bernal –mediante la lectura y edición de sus
obras– la oportunidad de ser juzgado más allá de sus ideas políticas». Sin em-
bargo, muchas de esas «ideas políticas» se erigen como el manantial literariode donde se sostendrá la riqueza de algunas de sus novelas, como precisamen-
te sucede con Su nombre era muerte. El mismo Vicente Francisco Torres ha
vilipendiado este texto bajo el argumento de que se trata de «un libro menor
porque es muy discursivo y, aunque quiere ser la fantasía alucinada –en forma
de memorias– de un tipo que ha logrado dominar el lenguaje de los moscos y
con ellos se propone someter y reordenar el mundo de los hombres, las páginas
enfebrecidas dejan pasar muchas tiradas pseudolosócas. Al nal, creo que la
anécdota le sirve a Bernal para predicar sobre una libertad y una igualdad que
concede Dios tanto a los a nimales como a los hombres. Además, con el pretex-
to de hablarles a los moscos, pugna por una organización social más justa».
En contraparte Francisco Prieto, en el prólogo del mismo texto, lo tilda
de obra maestra, ya que a su consideración se trata de «una de las mayores
novelas en la historia de la literatura mexicana [:] Su nombre era muerte es un
libro narrado en un estilo puro y clásico donde los tres elementos que Graham
Greene destaca para la construcción de novelas alcanzan la máxima ecacia:movimiento, acción signicativa, personajes vivos».
A pesar de estas visiones contradictorias que se tejen alrededor de la nove-
la, no comulgo con ninguna de ellas. Su nombre era muerte no es ninguna obra
maestra, ni mucho menos, debido a sus deciencias en la trama y en la presen -
tación de los personajes, como por ejemplo el halo del «buen salvaje» con el que
se dota a los lacandones, así como los estereotipos que expone Bernal: la mujer
rubia y mordaz que acompaña la expedición a la selva chiapaneca, el cientíco
anciano enamorado de su bella asistente y el joven bohemio que, careciendo
de toda virt ud, conquista a esta mujer. Además, la narrativa es, en ocasiones,
demasiada plana, especialmente cuando se trata de describir las escenas en que
el protagonista interactúa con los indios.Su nombre era muerte, considerada como una de las primeras novelas de
ciencia cción de la literatura mexicana del siglo xx, nos cuenta los sentimien-
tos de orfandad y odio de un alcohólico hacia el género humano. Cansado de
padecer humillaciones ante sus semejantes, busca refugio en la tierra inhós-
pita de la selva lacandona, donde es acogido por los nativos y adoptado como
su protegido. Luego de sufrir terribles arranques de esquizofrenia, causados
por el aguardiente, en los que vaga por la zona, entra en un estado de vacuidad
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–como si fuera iniciado en un ritual de vida– que le permite mirar al mundo
desde otro ángulo. De estas observaciones, el hombre devela, basado en sus
conocimientos musicales, que el zumbido de los moscos goza de diversos
matices y en conjunto forman un lenguaje: «Deduje que el verbo en idioma
mosquil tiene siempre en voz de bajo un sentido armativo, en voz de barítono,
negativo, en voz de soprano interrogativo y en voz muy aguda o de niño, supli-
cativo o exclamativo»:
Seducido por la idea de que los moscos ostentan un lenguaje, manda a elaborar una
especie de auta, por medio de la cual pueda emitir sonidos semejantes a los de ellos y
así ser el primer hombre que se comunique con algú n animal. El experimento funciona.
Logra entablar una relación con los moscos y enterarse que mantienen una organiza-
ción jerarquizada, cuyo menor rango son las recolectoras –los moscos que extraen de
los humanos su sangre– y liderada por un órgano llamado el Gran Consejo. Además,
esta sociedad mosquil se cree superior a la humana, por lo que no la considera su con-
trincante, sino más bien un recurso natural para sobrevivir. Uno de los moscos le expli-
ca el hombre: «Nunca ha s sido nuestro enemigo. […] Nosotros los moscos, los dueños
de todo, no tenemos enemigos. Tú has servido de fuente de sangre para alimentar al
Gan Consejo, que no puedo nombrar porque su nombre es demasiado alto para que lo
pronuncie yo…»
Los moscos le advierten que cuentan con enfermedades mortales que pue-
den usar para eliminar a toda la humanidad y seducen al hombre con la idea de
ayudarlos para establecer un nuevo orden mundial, en donde él será su repre-
sentante. Siguiendo un proceso de cambio ideológico, el hombre llega a mirarse
como un dios y es en ese preciso instante donde empieza el declive. La herencia
religiosa del hombre –por supuesto, fue educado en el catolicismo–, lo hace
dudar de sus intenciones de reinar el mundo junto a los moscos que, a n
de cuentas, simbolizan la maldad: «Sentía un temor
indescriptible, un temor vago y a la vez concreto,
frente a Dios. (…) Creo que esa mañana fue cuando
estuve más cerca del a rrepentimiento. El poder que
iba a adquirir no me parecía ya tan hermoso ni tan
dulce, visto a través del Señor». La humildad cris-
tiana será parte fundamental de la trama que a cada
página seduce aún más al lector.Rafael Bernal logra una novela donde muestra
de manera diáfana su ideología religiosa, sin que
por ello el texto se establezca como un simple pan-
eto. Gran conocedor de la literatura y sobre todo
un hombre rme en sus convicciones religiosas,
Bernal brinda, en Su nombre era muerte, trazos de
una literatura teológica que se nutre de la ciencia
cción. Es una novela simplemente digna de leerse.
Como buen escritor católico sabe que si existe al-
guna salvación durante el naufragio tiene que estar
concebida en la palabra.
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Tresdetectives
perdidos enMéxico
Rodrigo PámanesUniversidad de Salamanca
La narrativa policiaca en México ha logrado instalar-
se en la tradición literaria como un género potente,
expansivo y representativo. La cantidad de autores
que cultivan este arte es amplia y los lectores que
cautivan siempre han sido muchos desde sus prime-
ros textos en los lejanos años cuarenta. Mucho se dice
que la empatía entre lectores y artistas se debe a que
las historias policiacas escritas en México son una
representación casi hiperrealista de la cotidianidad
mexicana; un estado fallido donde solo pueden hacer
justicia ciudadanos valientes que están dispuestos a
todo por desenmarañar un hilo negro lleno de sangre.
Es posible estar de acuerdo en la apreciación,
pero es necesario recordar que no siempre el poli-
ciaco mexicano ha sido protagonizado por héroes
civiles, y no siempre se ha combatido la corrupción
y el narcotráco. Este breve escrito busca rememo-
rar algunos textos que nos han otorgado detectives
ajenos al estereotipo de la narrativa mexicana, esosque no son detectives privados, ni abogados, ni tuer-
tos cargados de ideología; mostrará algunos de los
raros, esos que muchas veces son relegados por la
historia ocial por no pertenecer a esa extirpe que
buscan conspiraciones gubernamentales.
¿Cuántos detectives «raros» habrá en México?
No muchos, tal vez muy pocos. En esta ocasión nos
ocuparemos de tres investigadores de los más peculiares en el policial mexica-
no: Filiberto García, Francisco Reyes Ibáñez y Leyenda Morgan. La peculiari-
dad de cada uno radica en diferentes continentes: Reyes Ibáñez es un profesor
ultraeducado de clase media, Filiberto García es un antiguo revolucionario
capaz de obedecer a su coronel hasta las últimas consecuencias, y ni hablar
de Leyenda Morgan, judicial egoísta que termina la investigación cuando sus
bolsillos se llenan de pesos.
Es necesario comenzar hablando de Filiberto Ga rcía, personaje que Rafael
Bernal trajo a la vida en El complot mongol (1969). Sobre esta novela y su pro-
tagonista se dicen muchas cosas: que fue la primera novela policiaca mexicana,
que Filiberto es un detective privado o un matón a sueldo, e incluso algunos
distraídos colocan al agente García como un investigador al más estilo clásico.
El complot mongol dista de ser el primer texto policíaco en México, los libros
La obligación de asesinar de Antonio Helú, y Ensayo de un crimen de Rodol-
fo Usigli de los años cuarenta y Diferentes razones tiene la muerte (1953) de
María E. Bermúdez son solo algunos libros que demuestran lo contrario.
El misterio más grande es lo referente a la identidad de Filiberto García.
Siempre se le ha etiquetado como un bruto insensible capaz de matar a cual-
quier mosca que vuele de alguna forma que sea de su desagrado. Es verdad quees de gatillo fácil, pero recordemos que es un revolucionario triunfador (puesto
que sobrevivió) y un agente policial sin entrenamiento ni recursos capaz de
desentramar una serie de engaños y corruptelas que involucran a la más alta
esfera de México y a dos gobiernos extranjeros. La cantidad de artículos en la
red que circulan armando que Filiberto es un detective privado es sorpren-
dente, se podría suponer que son aseveraciones hechas por aquellos que no han
leído la novela, pero esos mismo artículos muestran más adelante un conoci-
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miento del texto, lo cual solo genera más dudas en el lector. En todo caso, es
precisamente el hecho de que García no sea un detective privado y sí un agente
del gobierno su principal características para ser considerado un raro en la
narrativa policial mexicana.
Antes y después del El complot mongol hemos estado acostumbrados en
México a observar ciudadanos valientes que hacen frente a las injusticias, o a
detectives privados que mezclan su vida y su ideología con algún trabajo de
investigación. Filiberto García porta placa y pistola ocial, trabaja junto con
la kgb y el fbi, tiene licencia para matar y no dar explicaciones y en todo mo-
mento busca cumplir con su misión en la lucha contra la ilegalidad. Filiberto
García es el a su profesión hasta la última letra de la novela: cuando ve que un
empresario de alto vuelo y un general del ejército han construido un problema
internacional para beneciarse no duda en hacer que se maten entre ellos y dar
parte a su jefe sobre lo sucedido. Pero Filiberto también es persona, y al más
puro estilo del hardboiled , pistola en mano termina de ejecutar a aquellos que
le jugaron una mala pasada. Después de este agente del gobierno no volvere-
mos a ver este tipo de investigador perteneciente a las fuerzas de la ley, rudo
pero nunca visceral, preocupado por las personas y ocupado con hacer justicia.
Tal vez Gil Baleares de Joaquín Guerrero-Casasola se aproxime en personali-dad y profesión.
Otro personaje perteneciente a las fuerzas del orden es Pr imitivo Machuca
Morales, mejor conocido como Leyenda Morgan, que apareció por primera
vez en Leyenda Morgan (cinco casos de sensacional policiaco) (2005). El
teniente Morgan no solo tiene el mejor nombre que un personaje policiaco
en México posee, también es parte de este pequeño grupo de investigadores
fuera de lo normal. La rareza de Morgan se puede observar en muchas de sus
actitudes, pasatiempos y pesquisas.
Primitivo es un policía judicial y esto le da un matiz diferenciador impor-
tante pues su placa y su pistola hacen que cualquier paso que dé esté avalado
por la ley. La gran diferencia con Filiberto García es que a Leyenda Morgan
no le importa la ley ni mucho menos la justica social, (como a casi todos los
detectives en México) este detective es un verdadero carroñero que cierra los
casos cuando los culpables le ofrecen un soborno.
Una de las grandes diferencias entre el neopolicial y la novela de enigma es
que al contrario que en la primera, en la novela clásica siempre hay un nal feliz.
En el caso de las aventuras de Leyenda Morgan, pase lo que pase el nal siempre
es grato pues termina con los bolsillos hinchados de pesos. Podríamos suponer
que el detective en cuestión está interesado en resolver los casos, que su actitud
miserable no compromete su profesionalismo, pero sería mucho suponer.
Leyenda Morgan presenta un método de investigación sencillo donde en-
cuentra la punta de un hilo y lo va recorriendo con base en las pistas que los
interrogatorios le indican, método muy parecido al de la mayoría de los in-
vestigadores mexicanos, la única diferencia es que en este caso parecer ser un
pretexto ideal para recorrer todas las cantinas y los prostíbulos de la ciudad.Otra particularidad es su ación a las novelas policiacas semanales, de mala
calidad que se venden en puestos de revistas y que según vemos en las ilustra-
ciones del libro son acompañadas con lustraciones. Esto es importante porque
las historias de Leyenda Morgan las conocemos por medio de los recuerdos del
policía y él explícitamente se pregunta «¿Qué sería de esas historias si alguna
vez tuviera (sic) la suerte de ser transformadas en novela policiaca semanal y la
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vendieran en todos los estanquillos de la república?» (Muñoz Vargas, 2009:12).
La siguiente página a esta cita es la simulación de una portada de las novelas
semanales que ilustra un caso del Teniente Morgan. Lo mismo pasará al inicio
de cada relato mostrando un recurso divertido y eciente.
No podemos dejar de mencionar que Pr imitivo Machuca es un detective de
La Laguna, zona geográca ubicada al norte de México cuya ciudad principal
es Torreón, situación que le da otra de sus dosis de ra reza, pues en el panorama
literario existen muy pocos detectives que pertenezcan a tan olvidada zona. No
es el único, como veremos más adelante, pero sí uno de los pocos ojos de agua
en el desierto.
Morgan es un tipo extraño; no tiene apegos, no entabla amistad, la vida de
los demás le tiene sin cuidado, fuma cigarros Raleigh y se mueve por Torreón
como pulga en perro no. Es un verdadero verdugo de la honestidad y la civi-
lidad, y es por eso que Leyenda Morgan merece un lugar en este escrito.
Es posible que el detective más raro de la narrativa mexicana sea Francisco
Reyes Ibáñez, hijo de tinta del escritor lagunero Francisco Amparán, que apa-
reció por vez primera en el libro de relatos Algunos crímenes norteños (1992).
Estamos ante un investigador que rompe con todos los esquemas de personali-
dad, profesión, método de investigación y causas que combate.
Francisco Reyes Ibáñez es un tipo culto perteneciente a la clase media por
su cartera pero a la alta por su educación. Se mueve con solvencia lo mismo en
un barrio bajo que en una reunión con millonarios. Su profesión de profesor
en una preparatoria privada (itesm) le da una de sus peculiaridades más ca-
racterísticas. Es un detective involuntario; el espacio escolar es relevante para
conocer su personalidad (arrogante y divertida) y a la vez sus compañeros de
trabajo le ayudan a resolver crímenes y son víctimas de sus quejas sobre el país.
De esta manera no solo tenemos a un investigador que es profesor, también
tenemos a un detective que recibe ayuda externa de forma constante dejando
de lado la gura del detective autosuciente y solitario.
Al igual que Leyenda Morgan, los relatos de Francisco Reyes Ibáñez se
desarrollan en La Laguna, principalmente en la ciudad de Torreón, lugar donde
suceden muchos crímenes reales y muy pocos de papel. Tenemos pues al pri-
mer gran detective de esta zona de México donde las espinas y los granos de
arena vuelan libres por el viento.
Su método de investigación es una mezcla de los investigadores clásicos
y los hardboiled , algo así como un Philp Marlowe que fue a la universidad.
La mixtura de estilos es visible, pero Reyes Ibáñez es más cercano a la novela
policiaca clásica por que su compromiso social no es tan generalizado como
en el neopolicial ni su sed de justicia es tan clara como en el hardboiled . Está
molesto con su país y las injusticias que se comenten, pero al nal todos los
crímenes que resuelve benecian a unos pocos ciudadanos pertenecientes a la
clase media o alta. También podemos observar una exagerada conanza en el
poder judicial mexicano (la intervención de Reyes Ibáñez termina cuando los
culpables conesan y son esposados por la justicia, incluso podemos leer en
algunos relatos las sentencias que les dictan). Esta actitud, sin duda, lo hace
alejarse de los demás detectives mexicanos que ven en el Gobierno un enemigo
peligros del que hay que cuidarse. El detective lagunero tiende trampas a sus
sospechosos y los va acorralando hasta que los hace confesar, un método muy
cercano a Sherlock Holmes que nos arroja siempre nales felices.
Las narraciones donde participa Reyes Ibáñez siempre comienzan una vez
que el crimen se ha cometido, de esta manera la historia de la resolución es el
marco donde el investigador, el narrador y el lector se encuentran. Este modelo
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donde: a) hay un crimen b); se investiga c); se resuelve, es contrario al modelo
del neopolicial y del hardboiled donde la historia del crimen está presente en
casi todos los relatos. De esta manera, podemos decir que mientras en las no-
velas de los contemporáneos de Francisco Amparán la historia puede nacer y
crecer sin un crimen en la primera página, sus textos no podrían existir sin un
crimen pues la historia es la narración de la resolución.
Un rasgo distintivo de los relatos donde aparece Reyes Ibáñez son sus inten-
ciones nales. Mientras en los relatos clásicos el detective busca justicia social,
en la literatura de Amparán su investigador combate a una variopinta clase de
criminales y, la mayoría de las veces, es la clase media la que recibe la ayuda y
no la sociedad en general, pues nunca termina por descubrir grandes fraudes ni
destapa actividades corruptas. Estamos, pues, ante el gran detective de la clase
media que solo resuelve los crímenes que atañen a su más cercano círculo.
¿Habrá más detectives fuera de lo normal en el panorama mexicano? Se-
guro que los hay, pero este escrito busca presentar solo algunos de los que
fueron cosidos fuera de la horma nacional. A Leyenda Morgan le aburre el
sindicalismo, a Francisco Reyes Ibáñez le preocupa poco lo que pase afuera de
su círculo íntimo y Filiberto García se jubiló del servicio cuando logró salvar
al presidente de México por ordenes de sus superiores.
No sabemos que camino le depara a los nuevos detectives mexicanos, sería
grato que los investigadores de tinta y celulosa dejen de perseguir narcos, em-
presarios avariciosos y gobernantes corruptos para que se ocupen de otro tipo
de misterios que nunca son resueltos en la república literaria mexicana: ¿estará
naciendo ya el detective de los muertos? ¿Existirá alguna vez un investigador
infantil que resuelva crímenes inocentes?
Habrá que esperar que ese día llegue y que
los investigadores raros en la narrativa mexicana
se multipliquen.
Bibliografía
AmpArán, Francisco José. Algunos crímenes norteños.
México, D.F.: Universidad Autónoma de Puebla y Uni-
versidad Autónoma de Zacatecas, 1992.
bernAl, Rafael. El complot mongol . México: Booket,
2008.
muñozVArgAs, Jaime. Leyenda Morgan (cinco casos
de sensacional policiaco). México, D.F.: Ediciones Sin
Nombre, 2009.
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El miedo deCarlos Toro
El prólogo comoapología en la
posrevoluciónmexicana
Al hacer un recorrido por las obras del género fan-
tástico y de ciencia cción publicadas en la posre -
volución mexicana (las décadas de los años veintes,
treintas y cuarentas), llama la atención que en los
casos en que las novelas o colecciones de cuentos
contienen un prólogo, muchas veces éste realiza una
función distinta de la que tales textos usualmente
cumplen. En lugar de presentar el libro en el contex-
to de la obra del autor o de hablarnos de lo que nos
espera en las páginas siguientes, estos preludios,
como también se les llamaba, funcionan más como
apologías que como orgullosa presentación.
Y si bien la función apologética no es completa-
mente ajena a las labores de un prologuista (después
de todo se suele presentar el material de una manera
positiva al lector) la exculpación a la que me refe-
riero es, como se verá más adelante, diferente. En
este punto es necesario hacer al menos dos pregun-
tas. Primero, ¿de qué se disculpan los prologuistas
de obras fantásticas y de ciencia cción? Y segundo,
¿por qué siente el prologuista la necesidad de discul-
par al autor? La respuesta a la primera interrogante
es, precisamente y por desconcertante que pueda
parecer, que se disculpan del elemento no realista
en las obras. En cuanto a la segunda, la respuesta ra-
dica en la desconanza con que el Estado mexicano
Juan Ramírez-PimientaSan Diego State University
posrevolucionario percibe el género fantástico y la ciencia cción. Un Estado
como el mexicano de ese periodo que abraza la estética realista desconfía de
lo fantástico y la ciencia cción y los tolera sólo cuando le son útiles a su pro-
yecto cultural. Lo anterior, así, hizo necesario que el potencial subversivo de
estos géneros fuese diluido a través de mediatizaciones que se maniestan de
distintas formas.1
El tipo de mediación que nos concierne aquí, como dije antes, es el que
queda en manos del prologuista, algún conocido, amigo (o pariente en algu-
nos casos) que siente la necesidad de justicar el uso de elementos fantásticos
por parte del escritor que prologa. No puedo estar seguro si es el autor mismo
quien pide la apología pero lo que sí es seguro es que esta se repite en el corpus
fantástico y de ciencia cción haciendo evidente la necesidad de esta disculpa
o justicación en el tejido mental de los i ntelectuales de la época.2
En esta nota examinaré el prólogo de la colección de cuentos El miedo, de
Carlos Toro. (México: Secretaría de Educación Pública, 1947.) Al estudiar este
preludio se revelan las estrategias y los extremos a los que llegaron los prologuis-
tas en su afán por desligar a los autores de las estéticas no realistas. Todo esto no
hace sino enfatizar el clima hostil en el que se producía los corpus fantásticos y
de ciencia cción en los años posrevolucionarios y la inuencia que este ambien-
te hostil tuvo en la creación de un cuerpo literario en el siglo xx.
1 Quizá la manera más clara en que lo fantástico y la ciencia cción se mediatizaron en la posrevo-lución haya sido el matiz que tomaron la mayoría de las obras publicadas en estos años: Envolver lafantasía en el folklore y la leyenda como una forma de paliar la faceta pert urbadora de lo fantástico. Esdecir, a los artistas en la posrevolución se les pedían básicamente dos cosas: ser nacionalista y seguiruna estética realista. En el caso del género fantástico si se suprime (como es lógico dentro del género) enalgún momento el realismo para da r paso a lo sobre natural se espera que al menos no falte el elementonacionalista, folclórico y de leyenda.
2 Otros ejemplos de estos prólogos serían el de Ignacio García Telles a Leyendas del Bajío (México:Cultura, 1931) obra de Rodolfo González Hurtado y el de Carlos González a Las calles de México(México: Botas, 1936) obra de Luis González Obregón.
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El proceso para desligar al prologado de la tradición no realista es práctica-
mente el mismo en muchas obras fantásticas y de ciencia cción de este periodo.
El prologuista se ocupa de enfatizar cualidades que sí eran apreciadas en los
escritores de la época al mismo tiempo que oscurece aquellas que no lo son. Una
de las cualidades más apreciadas era un nacionalismo a toda prueba que usual-
mente iba ligado a la práctica de un realismo en las artes. Así, vemos que estos
prólogos se reeren continuamente al escritor más como un autor de lo fantástico
y ciencia cción por curiosidad (o por error) que como un verdadero cultivador
de estos géneros. Al mismo tiempo, se enfatiza que su verdadera vocación es un
realismo-nacionalista.
Si bien fue en 1947 cuando se publicó la colección de cuentos El miedo, el
libro se redactó muchos años antes ya que Toro murió en 1914. 3 Los relatos vie-
nen prologados por un interesante texto de Leopoldo Ramos en el que se obser-
va claramente lo que mencioné antes, un afán de desligar al autor de la tradición
fantástica y presentarlo como un escritor eminentemente realista y nacionalista.
Para lograr esto Ramos comenta acerca de otras obras de Toro publicadas en
vida de éste (es decir, antes de 1914) y de lo que hubiesen signicado –según
él– de haber sido publicadas en el contexto cultural posrevolucionario:
Vencedores y vencidos [es una] honda novela mexicana que, sin duda, de haberse escrito
posteriormente, cuando se redescubrió el alma de nuestra patr ia en la literatura [...] en el
periodo post revolucionario, habría sido recibida con más atención. [Por otra parte] La
novela de un perseguido no es la historia de lances que le ocurren a un personaje ima-
ginario; es la narración verídica, comprobada por el testimonio de los contemporáneos,
3 Un muy interesante y olvidado cuento de ciencia cción de la colección de Toro es «El hombre arti-cial». En este inquietante texto una patrulla milita r se acuartela en la antigua residencia de un cientícoalemán muerto unos días antes y encuentra un hombre articial mezcla de músculos y alambre.
de sucesos reales registrados y padecidos en propia carne, sin que se pueda decir que
el libro se aparta de la ordenación clásica de la novela, que según ciertas deniciones,
amplica el cuento y propende al trasunto de la realidad y al acopio de observaciones
exactas. ( El miedo, 5)
Con deniciones tan cerradas como la anterior que propone que sólo la
realista es novela no sorprende que la producción de lo fantástico y la cien-
cia cción se haya inhibido en la época posrevolucionaria. De acuerdo a esta
denición que cita Ramos («propende al trasunto de la realidad y al acopio de
observaciones exactas») novela no realista sería una suerte de contradicción en
términos. Al estar Ramos consciente del poco aprecio que las obras fantásticas
y de ciencia cción reciben en la época, se siente, en la necesidad de justicar
el que su prologado se haya acercado al género. Para hace esto, llega al extremo
de sugerir que en sus escritos no realistas Carlos Toro se aproxima a Zolá, uno
de los padres del realismo:
[E]l mundo de la fantasía, a pesar de que era uno de los dominios de Carlos Toro, y
dominio absoluto, pedía a sus exigencias estéticas el enlace progresivo de toda acción
ordenada y cabal. Ningún suceso cticio dejó de salir de su pluma sin los atributos de la
realidad hasta en las obras disparatadas en la pista de la adivinación cientíca, como es
la que lleva el nombre de México en el año 3000. Vencedores y vencidos nos apoya conobservaciones documentales idénticas a las requeridas por E milio Zolá. (El miedo, 5-6)
Además de realismo Ramos se asegura de dejar en claro que la obra de
Carlos Toro tenía otro elemento altamente apreciado en el contexto de las polí-
ticas culturales de esos años: un profundo sentido social y revolucionario, que
Carlos Toro fue, precisamente, un revolucionario aun antes de la revolución, al
enfrentase al poder de Porrio Díaz:
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[Carlos Toro] fue también un periodista y un batallador infatigable en el palenque del
diarismo, jamás transigió con los usos establecidos en los años de la interminable,
quieta y timorata sociedad pastoreada por el dictador Porrio Díaz. Un hombre de se -
mejante estructura mental y psíquica, no pod ía menos que hacer de su vida una protesta
múltiple y airada, en contra de un orden de cosas que tenía por precintas la amenaza, la
ignominia y el miedo. ( El miedo, 7)
Al leer lo anterior resulta claro que los prologuistas de las obras no rea-
listas presentían una fría recepción y que esta no sería debido a la buena o
mala calidad de los textos sino al uso que en estas se hacía de lo fantástico y
de la ciencia cción. Al analizar los prólogos de estas obras resulta evidente la
necesidad de volver los ojos hacia el corpus literario mexicano y las prácticas
culturales que dieron lugar a las exclusiones e inclusiones del panteón de la
narrativa mexicana del siglo xx. Ahora que ya no rigen los parámetros inva-
lidantes y exclusionistas de la posrevolución es imprescindible empezar una
reexaminación de estas literaturas «incómodas». Es necesario, pues, rescatar
los corpus de la fantasía y ciencia cción y reintegrarlas al lugar que les co-
rresponda en la república de las letras mexicanas.
Bibliografía
gonzález HurtAdo, Rodolfo. Leyendas del Bajío.
México: Cultura, 1931.
gonzález obregón, Luis. Las calles de México. Mé-
xico: Botas, 1936.
toro, Carlos. El miedo. México: Secretaría de Educa-
ción Pública, 1947.
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Hacer
DIFÍCILLISTA
una
RESULTA
Juan Hernández Luna
Hacer una lista de sólo 10 novelas de corte policiaco
como las preferidas resulta difícil. Ya sé que estoy
cayendo en un lugar común. Ni modo. Pero una lista
que sólo incluya trabajos escritos de este lado del
Atlántico, reduce de manera considerable la canti-
dad de autores y títulos. En un principio hice una
lista de casi un centenar, poco a poco fui podando
y luego lo más complicado; escribir un texto donde
explicara por qué su lectura me había cautivado.
Fue un par de semanas revisando libreros y re-
leyendo pasajes. Creo que he terminado. Me resulta
curioso que en la lista sobresalgan escritores argen-
tinos, lo cual me duele por la producción de mis
colegas escritores mexicanos. En la lista hubo un
par de chilenos, pero quedaron de lado ante el peso
de los otros.
En n. Aquí va la lista, obvio, no en orden de
preferencia.
AMERICAN PSHYCO, Bret Easton Ellis, Estados Unidos
Denitivo, esta novela transformó mi manera no sólo de ver una estructura
criminal sino la manera de construir una atmósfera y de plantear lo sórdido y
la crueldad basado en la sugerencia: el asunto de las cabezas congeladas de un
crimen ya ocurrido pero que jamás se lee es brutal: la crueldad del personaje
y nuestro temor cada que se acerca a un mendigo: su obsesión por la marca y
el status... Easton Ellis, contó lo que Tom Wolfe jamás se atrevió a narrar en la
Hoguera de las vanidades y lo hizo de una manera genial.
UNA SOMBRA YA PRONTO SERÁS, Osvaldo Soriano, Argentina
El asunto de confundir la frontera boliviana con la de Ohio, en un páramo
donde las muertes ni siquiera pueden ser dignas ni lógicas, en un paraje donde
todo escasea desde la gasolina hasta la fe. Soriano logra contar la desesperan-
za de una Argentina perdida, extraviada, sin rumbo, totalmente caótica que
era el reejo de la administración menemista que se avecinaba. Sus dotes de
narrador que había mostrado desde Triste, Solitario y Final logran en ésta su
forma más renada. Del «gordo» Soriano me gustan también No habrá más
penas ni olvido y Cuarteles de invierno, pero me quedo con Una sombra ya
pronto serás. Obra maestra.
PLATA QUEMADA , Ricardo Piglia, Argentina
La manera de abordar un caso real, en este caso el asalto a un banco, pero
narrado desde el lado de los malos, provoca una novela llena de vértigo, de
avance frontal que no se detiene, como un carro sin frenos, y así mismo se
estrella contra el lector que no puede dejar de leerla. Piglia ha sido un gran
mis10NOVELAS
FAVORITASNEGRAS
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narrador, pero tenía que encontrar esta trama policiaca/negra para contar no
una gran historia, sino la excelente forma de abordarla, sin perder aliento, ¡zaz,
zaz, zaz, zaz!
MANUAL DE PERDEDORES, Juan Sasturain, Argentina
Una novela que une el estilo de folletín, con la novela policiaca, con un de-
tective que jamás sabe para dónde va la vida y siempre en eterno desconcierto.
La leí hace muchos años pero aun recuerdo el goce de su trama, a la que le
seguirían una segunda parte y otra novela llamada Arena en los zapatos. Lo
último que ha escrito Sasturain no me gusta pero me quedo con ésta por lo
irreverente de la trama.
LA MEMORIA DONDE ARDÍA, Miguel Bonasso, Argentina
En una Argentina que se convulsiona tras el reacomodo de las fuerzas
democráticas, un exiliado por la dictadura regresa con el dolor de los años
pasados y encuentra que en el fondo la Argentina mantiene los resabios, los
mismos fantasmas del miedo y el dolor de descubrir que los traidores siempre
estuvieron cerca de uno. Una novela de nostalgia. Bonasso no es un gran nove-
lista, obvio, es mejor periodista, y acaso sea mucho mejor su novela Recuerdo
de la muerte, pero por anécdota me quedo con ésta.
EL COMPLOT MONGOL , Manuel Bernal, México
Es la novela que inicia el buen policiaco en México, más allá de formas
antiguas. Un agente del gobierno federal debe detener el atentado contra el pre-
sidente norteamericano de visita en un D. F. de los años sesenta. El resultado, la
maldad viene desde dentro, el enemigo está con nosotros, era una síntesis de la
corrupción criminal que existía en el gobierno mexicano, si a eso le agregamos
el tono de tristeza y frases tremebundas como «qué solos se quedan los muer-
tos”» o «chingá, nunca se me ha hecho con una china». Sin duda Bernal es el
padre de todos los que han querido escribir policiaco en México.
1280 ALMAS, Jim Thompson, Estados Unidos
El mejor narrador del género negro en su país. Un tipo atormentado, lleno
de alcohol que supo hacer novelas donde la voz principal era la del malo de la
historia. Y lo peor del asunto es que cuando uno lee sus historias, a pesar de
saber que es el malo quien narra el asunto uno quiere que le vaya bien, que todo
le resulte magníco. Sin duda, escalofriante. Consideré otras novelas como
El asesino dentro de mí , El asesino burlón, La huída, pero preero ésta, la
cantidad de vueltas de tuerca, la forma de mostrar la maldad en un ser aparen-
temente disminuido ante los demás lo convierten en una novela inquietante y
difícil de olvidar. Jim Thompson, rules!
¿ACASO NO MATAN A LOS CABALLOS?, Horace McCoy, Estados Unidos
A veces no se puede hablar demasiado sobre una obra. Eso lo sé desde
que en la escuela una compañera pasó el examen de análisis dramático con un
sencillo «no sé, pero me gusta». Igual ocurre con McCoy, cuando se le lee, uno
dice «me gusta, pero no sé por qué». Lo que yo sí sé es que es una historia sobre
el Hollywood más pinche, una novela de dignidad, donde no se vale bailar con
los corruptos.
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LA VIDA MISMA, Paco Ignacio Taibo ii, México
Taibo ii ha escrito muchas novelas, demasiadas. Ha creado un personaje in-
olvidable, Belascoarán Shayne, y sin duda es el renovador del género policiaco
en México. Y de sus novelas, son varias las que me gustan, desde Cosa fácil , La
bicicleta de Leonardo y Cuatro manos-Four hands, pero me quedo con La vida
misma, una historia donde un escritor de novelas policiacas es solicitado para
ser jefe de policía de un municipio ganado por la izquierda. Totalmente singular.
El diálogo vía cartas con la ex esposa son de una ternura grande pero además la
forma de armar con esto un contrapunto literario es de un gran escritor.
PASADO PERFECTO, Rubem Fonseca, Brasil
La novela de novelas. Fonseca es el maestro, ha escrito de todo y para to-
dos. Algunas de sus novelas abordan la t rama policiaca. Pasado perfecto me
gusta porque en ella se reúnen tres géneros policiacos: el thriller, la enigma
o de cuarto cerrado y la de private eye. Si a esto le sumamos la investigación
forense ofrece un plus y si a esto se agrega el genio de Fonseca para narrar un
Brasil corrupto, lleno de samba y calor, resulta una novela fascinante.
ROSARIO TIJERAS, Jorge Franco, Colombia
Narcotráco, violencia exacerbada, la ciudad a punto de destruirse. Es la
novela que mejor me ha contado la Colombia cruenta de nuestros días. Una
mujer que es suicida en su forma de acometer la vida, plagada de corr upción
y bandas de maleantes, en un ambiente de todos contra todos. Aquí ya no hay
esperanza, todo se lo llevó el carajo. Inicia con la protagonista recibiendo un
balazo y desde entonces confunde el amor con la muerte. Esa es la clave, eros
y tánatos en la Colombia más lumpen.
LOS ALBAÑILES, Vicente Leñero, México
Uno de los mejores escritores mexicanos. La novela inicia en un edicio
en construcción donde el velador es asesinado. Con distintos cambios de tono
narrativo, de múltiples voces, de registros varios, por la historia deslan desde
ingenieros hasta albañiles, todo el estrato social, como referencia a un mosaico
social mexicano. La novela en sí no ofrece solución al crimen, por el contrario,
de manera obsesiva demuestra cómo cada personaje pudo haber sido el asesi-
no. Escrita a inicios de los años setentas, es la mejor metáfora del México que
se avecinaba: el país en construcción, el velador —el que cuida que todo se
mantenga en orden— es un ser corrupto, y por eso todos pudimos haber sido el
asesino. Una genialidad.
Bueno, al nal resultaron doce títulos. Como lo
dije al principio, tuve que dejar de lado varias nove-
las como las de Thorndyke, Sacomano, Eterovick,
Heredia; las de José Luis Zárate y Eduardo Anto-
nio Parra.
Me siento culpable por haber incluido un par
de escritores norteamericanos, ya que iniciado ese
proceso tendría que haber metido también a Jerome
Charyn y Ross Mc Donald y Ross Thomas y Ham-
met y Raymond Chandler y un largo etcétera, pero
mis obsesiones ganaron terreno y los coloqué en esta
lista. Con estas doce novelas podría irme a una isla
desierta y leerlas una y otra vez. (Obviamente, tarde
o temprano saldría de dicha isla para proveerme de
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Esquilo y Shakespeare y Borges y Cortázar). Pero
si de encontrar luces en el terreno policiaco de es-
critura latinoamericana, aquí hay diez referencias
—eliminando a Ellis y a Thompson—, todas ellas
forman un tour por las ciudades negras que el neo-
liberalismo ha forjado. Y de qué manera.
(¡Chin! ¿Y cómo pude olvidar a Tomás Eloy
Martínez con su novela Santa Evita?).
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Joaquín Guerrero Casasola
Rodrigo Pámanes
Joaquín Guerrero Casasola (1962), es uno de los
escritores de novela policíaca más importantes de
México en la actualidad. Sus novelas Ley garrote
(2007), El Pecado de Mamá Bayoú (2008) y La
Sicaria de Polanco (2011), lo han colocado como
uno de los autores a seguir en el panorama literario
contemporáneo. Su obra ha sido traducida al alemán
y al italiano. Su labor literaria la compagina con la
escritura de guiones para televisión (Capadocia, El
sexo débil, Mientras haya vida, entre otras). Su labor
ha sido acreedora de diferentes premios en Europa
y sus guiones lmados en países tan dispares como
El Salvador o Serbia. Diferentes radionovelas y se-
ries radiofónicas han nacido de la mente de Joaquín
y su inquietud creativa le ha llevado a enrolarse en un
doctorado en Literatura Inglesa en la Universidad de
Salamanca, ciudad desde donde hace años desarrolla
la mayor parte de su labor literaria.
1.-Eres escritor de serie de televisión, has escrito t e-
lenovelas, ¿por qué a la hora de hacer tu debut en la
narración decides hacerlo con una literatura casi an-
tagonista (en intención, tema, personajes, etc.) como
es la novela policíaca?
Comencé a escribir hace 25 años literatura, pero al no haber oportunidades de
publicar me decanté por el único medio donde era medianamente posible es-
cribir cción: la televisión. Por otra parte siempre tuve tendencia a lo «negro».
Aunque lo negro me escogió a mí. No yo a lo negro. Fue un azar que lo policiaco
fuera lo primero que me publicaran.
2.-Entre los escritores siempre ha existido el deseo de viajar. Vargas Llosa
comenta que él sabía que para ser escritor tenía que vivir en París. ¿Crees que
tu trashumancia que ha ido de Serbia a Querétaro pasando por España y el
Distrito Federal ha sido determinante para tus letras, o consideras que aún sin
esta movilidad cultural hubieras recorrido el mismo camino?
Ha sido determinante, casi apuesto a que no hubiera publicado si no viajo.
El DF es un territorio grande en complejidad y estrecho en rutinas. Publicar
me sorprendió viajando. Los viajes me regresaron mentalmente a casa y a la
necesidad de hablar de ella.
3.- Has vivido varios años en España, un país que es complicado para los mexi-
canos pues pensamos que tenemos mucho en común y cuando aterrizamos nos
damos con la realidad en la cara, ¿has logrado integrarte a la sociedad españo-
la, o por el contrario te ha sido complicado adaptarte?
Tengo grandes e insustituibles a migos españoles, pero no me siento adaptado
ni integrado a la sociedad española. En muchas partes de España encontré
14preguntas a…
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menosprecio en general hacía Latinoamérica. En ese sentido me sentí más
integrado a Serbia, cuya gente, por ejemplo, suele sentir fascinación por las
culturas prehispánicas.
Sobre sus obras
4.-En las tres novelas que has publicado encuentro muchas frases propias del
español hablado en este país. En novelas de otros escritores se puede obser-
var una clara intención de las editoriales españolas de quitar mexicanismos
y traducirlos a un castellano peninsular, ¿en tu caso pasó algo así o tu prosa
«bilingüe» es natural?
Nunca ninguna editorial española me ha coartado ni cambiado palabras.
Lo que pasa es que yo me dejo «ensuciar» por el lenguaje de otros lados y lo
pongo en mis personajes. Les doy esa licencia. Por otra parte, m i madre es es-
pañola, así que ciertas expresiones me vienen de raíz, no de vivir en España.
5.- Mucha de la narrativa contemporánea está exagerando el papel de la histo-
ria en detrimento del estilo y la reexión, cada vez vemos menos digresiones
y más acciones. Tu personaje Gil Baleares ( Ley Garrote, El pecado de Mama
Bayou) reexiona constantemente sobre diversos temas triviales y trascenden-
tales. ¿Crees que la literatura debe permanecer en la reexión, o conside-
ras que la acción es lo más importante?
Creo que no es la literatura quién decide, sino el escritor quien la escribe. A
mi me gusta que haya mucha acción. Me aburre leer algo que reexiona un
punto en la página 5 y termina de reexionarlo en la 99 (a menos que se trate
de Luis Lambert, del genial Balzac, las reexiones de muchos escritores sue-
len ser, hablando en español de España, ¡un coñazo!). No obstante me gusta
que los personajes, en ciertos momentos o en los propios diálogos narren las
entretelas de sus perplejidades ante el mundo en el que viven.
6.-En un momento de Ley Garrote, la ex esposa de Gil Baleares (personaje
principal) le hace ver que su vida se descompuso en el momento que dejó la
policía; ahora está divorciado, es pobre, tiene pocos amigos y t ratan de mata rlo
cada pocas páginas. Gil dejó la policía por ética, porque no quería ser parte
de ese teatro de falsa justicia, ¿consideras que en México el precio de ser
honesto es más alto que el de ser corrupto?
Buena pregunta, se la haré a Baleares en la tercera parte, cuyo nombre provi-
sional es «El rey chilango». Pues no estoy claro si dejó de ser policía por ética
o lo echaron por no t ener capacidad para ser corrupto. Y sí, desde luego el pre-
cio de ser honesto es altísimo, lo pagas todos los días cuando los corruptos te
atropellan de distintas formas y con sus distintos actores: el policía, el tipo que
pone cajas en las calles para dejar estacionarte, el recibo donde te quieren co-
brar de más, el banco que t e encaja una tarjeta de crédito que no pediste y cuya
comisión ya te enjaretaron. La lista es larga. Aunque a veces los corruptos se la
juegan más que tú. Sobre todo si s e meten a las ligas mayores: el narcotráco.
7.- La escena más heroica en Ley Garrote es cuando Gil Baleares dispara un
cuerno de chivo (Ak-47) con los pantalones en los tobillos ¿Es Gil un perdedor
o sencillamente es más una persona que un personaje?
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Por ser Gil Baleares una persona, es precisamente un perdedor. Y con esto
quiero decir que cuando vives en una sociedad tan aplastante y corrompida,
impredecible y descarnada, ser una persona común y corriente es una condi-
ción de alto riesgo. Lo menos que te puede pasar es que en el juego truculento
de dicha sociedad, seas a ojos de quienes saben jugarlo bien, un pobre diablo
o un perdedor.
Entre la ción y la realidad
8.- La muerte de Juanelo (Ley garrote) me pareció una representación de mu-
chos de los males de los mexicanos: machismo, racismo e incomprensión. ¿Es
México un país donde el error mortal más grande es ser diferente o perci -
bes un país tolerante como muchos dicen que lo es?
Para mí, México —valga la generalización—es un país de una intolerancia
complaciente. Una gran mayoría es racista del estilo paternal, por eso aquí se
le llama a ciertas personas «el indito» «el negrito» «el jotito», aunque también
existe un sector profundamente racista e intolerante dispuesto al exterminio.
Juanelo es un «pez chico» devorado por un «pez mediano»: José Chón, quien
se siente en un rango más alto de la sociedad; la sola idea de que Juanelo se
convierta en su yerno, le perturba porque le reaviva sus complejos de inferio-
ridad. Le recuerda, precisamente, que es «morenito» «naco» y de barr io bajo.
9.- El Pecado de Mama Bayou es una novela mucho más reexiva que su pre-
decesora, y La Sicaria de Polanco llega a ser una novela que invita en todo mo-
mento a detenerse en las palabras de la protagonista y emitir una opinión sobre
el texto ¿Es una estrategia narrativa meditada o Joaquín Guerrero-Casasola se
ha vuelto más reexivo?
Siempre he sido bastante reexivo, pero no suelo tener estrategias narrativas.
Es decir no me programo a «de ahora en adelante voy a escribir de tal modo» o
«mi nueva etapa como escritor será…». Cada novela es más bien una aventura
y termina siendo algo de lo que trato de salir lo mejor librado posible, pues
nunca quedo conforme. Cuando las releo vivo entre la vergüenza y el orgullo.
10.- Tus novelas muestran a las relaciones familiares como una parte funda-
mental para la historia, el clima moral, e incluso modican las acciones de los
personajes de forma determinante. La Sicaria de Polanco es el caso extremo,
incluso podemos leer su genealogía en más de una página; el peso del núcleo
familiar y su interacción es muy importante, ¿consideras que tus novelas son
criminales (o policíacas), o el peso está en las relaciones afectivas, dejando al
crimen y la investigación como el marco que engalana una foto de familia?
La verdad es que para mi el crimen y lo policiaco es el pretexto para hablar
del ser humano. Un pretexto excelente porque ambas cosas dan movimiento,
acción, suspenso. Y permiten que al hablar de nuestra especie desde esa na-
rrativa, no torne un asunto losóco y plomizo. El crimen me fascina porque
creo que lo que esencialmente diferencia al ser humano de los animales no es
la capacidad de amar, de jugar ni de ser inteligentes (ellos hacen todo eso y
veces mucho mejor), sino nuestra conciencia de futuro y nitud. Con lo cual,
cuando un ser humano da muerte a otro, o a sí mismo, se aboga el derecho de
acelerar ese proceso y de darle realidad a esa frase de aquel juglar urbano:
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«la vida no vale nada». En muchas de mis pesadillas más horrendas he mata-
do a mis enemigos y me han asesinado de cinco balazos.
11.- ¿ La Sicaria de Polanco es la novela de una madre, de una asesina o de un
pequeño engranaje más de la maquinaria política mexicana?
De cada una de esas piezas «es una perdedora distinguida». Es la antítesis
de Gil Baleares. Es capaz de urdir y matar, pero a la vuelta de la esquina el
payasito callejero la pone en su lugar o pierde el control de sus hijos y suf re preguntándose qué será de ellos en este cochino mundo.
12.-En tus relatos la política y la conducta moral de los personajes aparecen
como los grandes enemigos de la sociedad, ¿esta situación es particular de Mé-
xico, o por el contrario consideras que es extensiva a todo el género humano?
México no es la cuna de los miserables. Los podemos encontrar en el fondo
monetario internacional y en cualquier cultura y sociedad. En este sentido,
Wikileaks ha sido más que revelador.
13.-Considero que La Sicaria de Polanco es la más «mexicana» de tus novelas.
Podemos observar en sus páginas la dinámica social del país: corrupción, una
problemática interacción de clases sociales, una juventud cercana a la violencia,
desorganización social y política, etc. ¿Es México lo que más le preocupa a
Joaquín Guerrero-Casasola, o es simplemente un escenario o un pretexto para
mostrar las palabras de Octavio Paz cuando decía que «En el Valle de México el
hombre se siente suspendido entre el cielo y la t ierra
y oscila entre poderes y fuerzas contrarias, ojos pe-
tricados, bocas que devoran».
Escribo sobre México, y en particular sobre el Dis-
trito Federal porque me siento como pez en el
agua…, o mejor dicho como ajolote en el charco a
la orilla de la calle. Por otro lado me parece que en
este contexto puedo escribir cualquier despropósi-to y siempre será verosímil. Soy como un sastre que
encuentra mucha tela de donde cortar en el lugar
en el que vive.
14.- Siguiendo la evolución de tu escritura podemos
pensar que la siguiente novela tenderá al intimismo
y los razonamientos morales y sociales, ¿es ese el
camino que están tomando tus letras o debemos es-
perar una misteriosa sorpresa?
No me puedo predecir.
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SANTA.STE-LA
Todo ocurre después de El Desastre.
Para empezar: Ste-la nunca nació; a ella la hi-
cieron. ¿Qué quién la hizo? Pues ugg, United for the
Greater Good, Juntos por el Bien Común, allá, del
otro lado del muro, en el parque humano. En pocaspalabras: ste-la no conoció el mundo asomándose
entre las piernas de una mujer; nació en un criadero,
lo que quiere decir que ya venía equipadita. Que
si era un clon de placer o un obrero de la industria
radioactiva o un procesador neural, pues bueno,
eso es pleito de historiadores; que si ugg la mejoróPepe Rojo
Bernardo Fernández-Bef
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di j ifé i i i ó ó i j ó Y í l il A l i i á
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mediante ajustes periféricos, que si sustituyó sus órganos, que si mejoró su
hardware, pues esa es cuestión de ingenieros; lo que sí, como todos con los
que compartía destino, estaba programada para nunca reproducirse, ¿para qué
quiere hijos un clon?
¿Qué por qué ste-la? Pues porque es más fácil decir ste-lA que ste-800, Synthe-
tic Trade Existence, y un 800 misterioso, casi místico. ¿Que si siempre hacía
milagros? Pues no que yo sepa, pero tampoco es como que sepa de su vida del
otro lado del muro. Lo que sí sé es que con ella se equivocaron. Algo estaba
mal. ¿Han visto otros clones de trabajos forzados? ¿Han visto su mirada per-dida? ¿Su obediencia total? Pues con ste-la se equivocaron, algo hicieron mal,
estaba defectuosa pues. Y un día miró un monitor de vigilancia. Y la cámara la
apuntaba a ella. Y ahí se vio, en la cámara, en la pantalla, entre líneas de luz. Ya
nada fue igual. Ese día ste-la se conoció. Y empezó a oír voces, la transmisión
estándar: «Trabaja», «Pórtate bien», «Cumple», «Produce», «Obedece». Y su
existencia le pareció triste, un desecho, una sombra. Y cuando se escapó, las
voces le subieron al volumen, y ahí andaba, caminando en el desierto, volvién-
dose loca con las voces, con el sol, con su vida. Hasta que decidió ar rancarse
la oreja. Así: un, dos, tres, fuera. Y dejó de oír el mundo. Y por eso nunca la
encontraron, por que los muy pendejos habían puesto ahí el gps, junto a los
nanófonos. Y ste-800 se les perdió.Y lo juro por que yo no estuve allí.
¿A dónde va un clon mal programado para ser libre, después del Desas-
tre? Pues al otro lado del muro, a Tijuana la fea, a Tijuana la libre; pues aquí.
¿Quién ve raro a otro fenómeno más, a un nuevo fantasma caminando en la
calle, buscando substancia? ¿En qué otro lado más? Un antiguo narcotúnel la
parió en TJ.
Y ya aquí: a la maquila. A levantarse temprano, a morirse un poquito más
día día, a sudar, a aburrirse y a que nunca te alcance, ni las ganas ni el dine-
ro, ni tu tiempo ni tu alma. A los implantes de eciencia. A la actualización
del software. Las voces seguían, pero ahora afuera: «Trabaja», «Pórtate bien»,
«Cumple», «Produce», «Obedece». Y ste-la escapó otra vez. ¿A dónde? A la
Cahuila, ¿a dónde más? A caminar entre los renglones torcidos de la genética,
de la programación, del software obsoleto, del freeze mental, del hardware
cuya fecha de caducidad es una reliquia del pasado; a nadar entre los expe-
rimentos fallidos de la industria biogenética, de la maquila tecnorgánica, delas glándulas psicotrópicas, de la cirugía plástica radical, de los cambios de
sexo, de la ontogenética, de las enfermedades de diseñador, la psiquiatría y las
drogas antigeriátricas. A vender su cuerpo para mantener su tiempo. A regalar
placer para no arrendar su alma y mantener lleno su estómago.
Y muchos dicen que ahí empezaron los milagros, aunque el sólo hecho de
que ste-la hubiera llegado hasta acá ya era milagro suciente, ¿qué más quie-
ren? Y dicen que aquel que compraba su lecho no lo olvidaba jamás, que las
estrellas bajaban del cielo para bailar en tu cabeza cuando te sostenía entre sus
piernas, que el universo entero te cantaba una canción de cuna entre sus bra-
zos, que el Desastre se diluía entre sus ojos; que regresabas a tí, otro. Pero sólo
una vez, y ése era el pacto. Con ella, en la cama, sólo una vez. Para proteger sucorazón, y el tuyo también.
Y lo juro por que yo me extravié allí.
Y en aquellos tiempos, el Desastre impedía tener hijos. Las mujeres com-
praban pastillas para menstruar en las farmacias y le pedían a las brujas amule-
tos para preñarse, los hombres acudían a los doctores buscando milagros, y a los
curanderos buscando medicinas. Como si todos fuéramos clones. Y nada servía.
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Hasta que pasabas una noche con ste la Sus clientes empezaron a fecundar ban cuando la sentían pasar y el hardware obsoleto de la tecnomáquila volvía a
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Hasta que pasabas una noche con ste-la. Sus clientes empezaron a fecundar
a sus mujeres. Una noche era suciente, y hay quién dice que era su sangre y
hay quién dice que eran sus feromonas y hay quién dice que era puritita tecno-
logía, pero los que pasaron esa noche con ella saben que era un m ilagro. Y las
mujeres embarazadas se volvieron a ver en las calle de Tijuana la fea, Tijuana
la libre. Y la calle afuera del cuartito de ste-la se llenó de veladoras, de me-
dicinas pro-conceptivas deshechadas, de dibujos y letreros, y peticiones. Y la
risa de los niños se escuchó otra vez en la calle, cuando empezaron a nacer y a
crecer. Y quizás yo soy uno de esos niños, o quizás tú, o tú, o tú.Y todo iba bien hasta que ste-la se enamoró. Y se enamoró perdidamente,
hasta volverse casi t ransparente. ¿De quién? Quizás de ti, quizás de mi. Quizás
de otro clón que se había escapado, o de un cyborg de miembros articiales, o
de un niño-niña que no encontraba placer en ella, o de un desahuciado, o de un
mutante, o de una sonrisa que vió pasar en la calle, o quizás se enamoró de una
infección programada por sus enemigos. ¿Que si importa? Pues la verdad que
no, pues lo que importa es que los hombres ya no se derretían entre sus piernas,
y que todo coincidió con la epidemia de abortos simultáneos. Todas esas mu-
jeres preñadas, pues qué decir, el futuro y sus sonrisas se les escurrieron entre
sus piernas, inundando Tijuana de rojo y desesperación. La ciudad estaba de
luto. Tijuana lloró fetos. Las pocas que lograron amarrarse el bebé con ayudaquirúrgica, implantes y soportes exobiológicos parieron monstruos, seres de-
formes o bebés anormales que a los tres alientos se negaban a vivir. Como tú,
como yo.
Y lo juro por que yo nací en esos días.
Pero Ste-la seguía haciendo milagros, y aunque se le acabó el don del pla-
cer, su piel corregía errores de software, y los aparatos electrónicos repiquetea-
ban cuando la sentían pasar, y el hardware obsoleto de la tecnomáquila volvía a
funcionar y podías trabajar otra vez, con tan sólo pasar junto a ella, con tan sólo
rozarla. Hasta que le salió el bulto en la panza Y podrán decir lo que quieran,
pero ese fue el mayor milagro. Estaba embarazada. Una criatura de laborato-
rio, diseñada para no tener hijos, con órganos reproductivos atroados, sin la
plomería adecuada: ste-la estaba preñada. ¿Qué quién fue el padre? Quizás, tú,
quizás yo. Que si fue el mismo del que estaba enamorada. Que si un embarazo
es un tumor. Que si un embarazo es una enfermedad. Que si un embarazo es
un milagro. Que si ste-la no lo soportó y se volvió loca. Y que las voces vol-vieron, y que era su bebé el que le hablaba, y le susurraba dentro de su vientre
diciéndole «soy imposible», diciéndole, «no soy tuyo», contándole historias del
amor entre una madre y un hijo, con palabras de ternura y dolor, mientras le
enseñaba el futuro, susurrándole todas las profecías que se le atribuyen, mien-
tras ella saltaba de delirio en delirio por las calles de Tijuana, sin reconocer a
nadie, atravesándote con la mirada y con su cuerpo, en otro lado, ya no aquí.
¿Es de sorprender que la gente la odiara? Como hiciste tú, como hice yo. ¿Y
que la apedrearan cuando veían pasar a esa mujer sucia, con la mirada perdida,
vomitando sinsentidos, con su cobija raída como única prenda y su corazón en
las manos? ¿Es de sorprenderse que amaneciera encobijada, sangrando por to-
dos sus poros? ¿Es de sorprenderse que la asesinaran? Con tanto bebé muerto,con tanto milagro por cumplir, con tantos que no fueron ni curados ni malde-
cidos, con tanta promesa por saciar, con tanto mal que enderezar...
La encontraron muerta en un callejón, ahí donde esta su capilla ahora, en-
vuelta en su cobija, con la mirada en paz y el cuerpo convertido en campo de
batalla. ¿Qué quién la asesinó? La mataste tú, la maté yo. La secuestramos noso-
tros. Nosotros, los asesinos. Con su vientre abierto, su fruto perdido. Que si los
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cortes eran per fectos quirúrgicos y que alguien se robó al bebé Que si el vientre
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cortes eran per fectos, quirúrgicos, y que alguien se robó al bebé. Que si el vientre
estaba destrozado y que un grupo de fanáticos asesinó al bebé. Que si ella se
provocó el aborto para huir de nuevo a las voces. Que si se desangró en un mal
parto. Que si la mataron a patadas. Que si ese día todos los aparatos electrónicos
resonaron con sus gritos. Que si su imagen apareció aquí y allá, en tu monitor,
en tu conexión, en tu corazón. Que si Tijuana lloró. Que si Tijuana sonrió. Que si
Tijuana soñó. Todo es verdad. ¿Qué todavía no lo entiendes?
Y la policía llegó y se llevó el cuerpo a la morgue de la ciudad. Y Tijuana
se indignó. Y fue a la morgue a reclamar su cuerpo. Y ahí estabas tú, y ahi es-taba yo. Y Tijuana puricó con fuego lo que había ensuciado con sangre. Y la
morgue ardió por tres días. Y en las calles los mutantes lloraban y la gente se
escondía y los niños se escondían en los ri ncones oscuros y le rezaban a Ste-la
para que todo parara. Y Y Ste-la se consumía. Y su imagen llenó las pantallas
de todo el mundo, y si ella escuchaba voces, ahora su voz la escuchaban todos.
Y que si su hijo sobrevivió, y que si murió, y que si lo han visto por ahí.
Que si nos va a salvar. Que si nos va a condenar. Quizás eres tú, quizás soy yo.
Y al incendio sobrevivió su cobija, y su ma rcapasos y todas esa reliquias
que ves por aquí y por allá, en sus templos. Y su imagen. Y su rostro. Y su voz.
Y sus milagros. Aquí, en Tijuana la fea, Tijuana la libre. Aquí, con los hijos del
Desastre. Aquí, donde el futuro una vez se asomó.Y lo juro yo, porque estuve allí, porque lo vi todo, porque te vi a ti.
Juan.a el Ciego
Tijuana, después de El Desastre
Patricio Betteo
Patricio Betteo
!Oh Santa Ste-latú que viviste semi-incompleta
Concédeme con tu ausencia
hoy presente en toda imagen y oración
una de tus partes i nservibles
llenas de vida
devuélveme y devuélvele a mis
queridos las oportunidades de vivir
limpiar su sangre intoxicada
bajar sus f recuencias
estridentes por la tarde
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!LÍBRANOS DEL ECO! Líbranos por favor de aparecer
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que surge en los silencios
y asxia por las noches
el rastro de nuestros chips.
En el nombre de la bioingeniería,
el panel solar y tu alma in humana
llena de bondad
echa a imagen y semejanza,Ste-la por favor, líbranos del mal.
Santa Ste-la, que estás entre los escombros
santicados sean tus órganos
frescos y llenos de vitalidad,
venga a nosotros tu macra presencia
dentro de nuestras extensiones;
nuestros automóviles
y nuestros tajos inpuricables,
oxidados.
Santa Ste-la danos la fuerza necesaria
para que nuestros
oricios secundarios
no dejen de funcionar
perdona nuestros antiguos rechazos
ante tus ancestros de reproducción masiva
p p
mutilados en la esquina,
ser renovados por clones que no son uno,
y ser formateados para no poder recordar
a nuestra madre Tijuana.
Santita Ste-la
perdona aquellos que quisieron asesinarte,
perdona aquellos que mataron a tus hermanos,perdona el mal que habita entre los choques
metálicos
y la biorobótica gringa que nos amenaza
con controlarnos.
Nosotros, que no conocimos a tus hermanos
los C.800,s los veneremos desde un presente
desintoxicado
y con la esperanza de un nuevo futuro
que llevará tu nombre tatuado en la espalda
de cada niño.
Oliver Gasparri
Santa Ste-la, divina electricidad la tuya
que fue semilla de mi organismoGracias Ste-la Santísima que sanaste tanto a vivos
como programados
Ste-la Purísima, equilibrio de mi sistema, en ti con-
fío para sanarme
Divina y excelsa santa Ste-la, se puricó tu sangre
con nuestra locura
Ste-la santísima, que la sangre divina de tu manto
proteja nuestro andar
DeyaniraTorres
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Simple máquina
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Bendíceme con tu mirada oh Santa Ste-la, cúrame con tus ojos benditos
Fecunda y purísima Santa Ste-la, gracias por cumplir el milagro de la semilla
Creo en ti Santa Ste-la. Tu sagrado manto abriga a vivos y activados por igual
Bendita Santa Ste-la, unción gloriosa es la sangre que derramaste, dame de beberSeñora mía, purísima Santa Ste-la, bendice mi camino por esta tierra de muerte
Te doy las gracias Señora mía Santa Ste-la, tu divina electricidad renovó mi energía
Oh gloriosa Santa Ste-la, intercede por mí en este caos de mis circuitos
Excelentísima y purísima Santa Ste-la, en ti mi fe circuital descansa, señora mía
Perfecta y Divina Santa Ste-la, guíame por los caminos benditos de tu energía absoluta
Pura y excelsa Santa Ste-la, en ti mi fe reposa y mi paz se regocija, gracias Señora mía
Señora mía santísima, fuiste luz de vida en esta oscuridad del t iempo
Ste-la Santísima, bendice mi embarazo y llena de glorias mi casa
Ste-la Purísima, que tu sagrado manto cubra el camino de mis hijos
Bendita Santa Ste-la, tu corazón es mi refugio en esta tierra de agonía.
Jhonnatan Curiel
La herramienta sexual
Quitaste karma.
Te traicionamos.
Robamos tu vientre.
Ahora te rezamos.
Levanto mano,Me perdona el tiempo.
Libérame tú.
Sin oreja, nos oías.
Tu cuerpo lo perdiste
Pero sigues aquí.
Tu muerte marcó.
Mi senda hacia tu ser;Lente de madre.
La subrealidad.
Formatea mi dolor.
Ven por tus hijos.
Estela santa,
Amiga, madre y puta
Llantos de aceite.
Hacia tu Muerte,
Te exilio la vida
Libre eres, ahora.
Un marcapasos.
Cuerpo i ncinerado.
Sangre de Madre.
MichelSandoval
Efraín Velásco
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Créditos:
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madre muere mal
mira mijo masallá
máquina mujer milagro
mama muerde mata
mima miente mecemarea mientras marcha
moldea mientras mata
magia-membrana-matemática
madre-meretriz-madrastra
mueve mundo muro y mascara
Pepe Rojo Sophimera
Sophimera
Oliver Gasparri,
Alex Sánchez,
Karla castro,
Annia Bautista,
Inés García
Carlos, Matsuo,
Michel Sustersick
Luis ValenciaKonely González
Juan Carlos Arreguín
Ana Laura Béjar
Edgar Hernández
Elizabeth Montes de Oca,
Yahaira Ruiz,
Cecilia Ventura
Pepe Rojo
Hasta hace unos años, la novela policiaca no gozaba La estética
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de mucha estima en los cí rculos académicos mexi-
canos. Aunada a la consideración de que el policia-
co es un género marginal estaba quizás la intuición
de su pasado sa ngriento: una i ncomodidad entre las
muchas de nuestra identidad mestiza. La genealogía
de la novela policiaca de México no sería posible de
escribirse sin remitir a ciertos textos llamados «vul-
gares», que desde el siglo xVi al xix desempeñaronuna importante función informando sobre crímenes
y todo tipo de atrocidades. De esta proliferación nos
quedan en la actualidad la denominada «nota roja»
y la narrativa policiaca.
Para comprender esta trayectoria es necesario
acudir a un concepto recurrente en los estudios sobre
el Romancero: estética vulgar. Principalmente aso-
ciado con el tremendismo, este término sirve para
distinguir entre aquellos romances que se incorpo-
ran a la tradición y aquellos que quedan al margen.
Sin embargo, tal distinción merece atenuarse, puessi bien los romances vulgares no perduran de igual
manera que los tradicionales, algunas de sus carac-
terísticas, como el tremendismo, se maniestan en
otros géneros con especial recurrencia aun y des-
pués de haber desaparecido la fuente original.
vulgar comocomponenteesencial
de la novelapoliciaca enMéxico
Jesús Miguel Domínguez Rohán El Colegio de San Luis
62 63
La referencia más remota a esta estética vulgar la encontramos en los pri-
meros años de la Colonia Como otras tantas cosas de nuestro pasado posee
depender cada vez menos de la oralidad. Más que ser transmitidos por ciegos,
la literatura de cordel se imprimía en cuadernillos que obtuvieron un éxito in
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meros años de la Colonia. Como otras tantas cosas de nuestro pasado posee
una vertiente mestiza, emparentada en ambas partes con el t remendismo. Por el
lado prehispánico se encuentran los relatos de espanto difundidos en Tenochtit-
lán por los tecpúyutl , miembros de la nobleza mexica cuyo ocio de pregoneros
gozaba de gran aprecio social, y que ponían particular énfasis en las sentencias
de hechos criminales. Hernán Cortés da cuenta del caso de un tlaxcalteca que
robó a un español, y de cómo otros indios lo apresaron y pregonaron su delito
en el mercado para después matarlo golpeándolo en la cabeza con unas porras.1 Después de la Conquista, la estética vulgar de los «romances de ciego» se
trasladó al Nuevo Mundo. Surgidos en España a principios del siglo xVi, estos
«romances» daban cuenta de toda clase de delitos —especialmente los más
sangrientos— además de contar con múltiples referencias a acontecimientos
sobrenaturales, epopeyas medievales y desastres naturales.2 Los transmiso-
res eran principalmente ciegos, «recitadores, poetas y músicos arquetípicos»3
que se organizaban en hermandades. Desde 1748, por decreto del Consejo de
Castilla, la Hermandad o Cofradía de Ciegos podía solicitar un extracto de las
«causas» de los criminales con el objeto de componer «coplas» sobre el tema.4
Favorecidos por la costumbre prehispánica de los pregoneros, los «roman-
ces de ciego» y los «pliegos de cordel» encontraron en el nuevo continente unespacio muy fértil para la difusión. No obstante, su reproducción comenzó a
1 Marco Lara y Francesc Barata, Nota (n) roja.La vibrante historia de un género y una nueva manerade informar, México, Editorial Debate, 2009, pp. 24-25.
2 Ibid., p. 25.
3 Ju lio Caro Baroja, Ensayo sobre la literatura de cordel , Madrid, Istmo, 1990, p. 49.
4 Enrique Flores, « La ene de palo: décimas de la calle de la Trapana», en Un sombrero negro salpicadode sangre, Enrique Flores y Adriana Sandoval (editores), México, UNAM, 2008, p. 14.Lara y Barata, op. cit., p. 26.
la literatura de cordel se imprimía en cuadernillos que obtuvieron un éxito in-
mediato poco tiempo después de la llegada de la primera imprenta a la Nueva
España en 1539.5 Estos pliegos tenían de cuatro a ocho páginas, se tiraban de
500 a 300 ejemplares y se vendían a precios accesibles para la clase popular.
Al incorporarse a la vida cultural de la Nueva España, ambas tradiciones
—tanto la prehispánica como la española— perdieron poco a poco sus asideros
con la oralidad. Es de suponer que los tecpúyutl desparecieron para ceder su
lugar a medios de difusión más emparentados con la escritura. Los ciegos, porsu parte, aunque tenían el privilegio en España para transmitir las «coplas» de
ajusticiados, en Nueva España no se encargaron de cantar este género, como
según aparece en El Periquillo de Lizardi.6
A pesar de que la oralidad perdió su soberanía frente a la imprenta, duran-
te el periodo colonial y gran par te del siglo xix proliferaron distintos géneros
literarios que incorporaban el tremendismo de la estética vulgar. El más empa-
rentado de ellos con la oralidad es la «décima de a horcados».
Introducida por los franciscanos desde la Conquista, la décima consolidó su
popularidad a nales del siglo xViii y durante el xix, frecuentemente como glosa
en décimas o «valona», como se le conoce en algunas regiones del país. 7 El uso
que se le había dado durante el barroco para componer «décimas fúnebres» seactualizó en tierras americanas para asimilar y difundir el espectáculo de los
ahorcamientos públicos. Aunque la décima designa un tipo de improvisación
poética popular, desde la época colonial las de carácter tremendista circularon
5 Lara y Barata, op. cit., p. 26.
6 Flores, op. cit., pp. 14-15.
7 Ibid., p. 34.
64 65
en papeles manuscritos o en hojas impresas. Su existencia está estrechamente
relacionada con los «diarios de los ahorcados» narraciones en primera persona
histórico-político-literarias. Posteriormente, en 1870, una versión novelada se
incluyó en El libro rojo recopilación de casos criminales famosos en el que
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relacionada con los «diarios de los ahorcados», narraciones en primera persona
que contenían los detalles del crimen además de un acto de contrición por par-
te del criminal. De acuerdo con Vicente T. Mendoza, la mayor parte de estas
«décimas de a horcado» se imprimieron entre 1840 y 1860.8
Otro género que adquirió gran popularidad, más desligado todavía de la
oralidad, fue el de las «causas celebres». Su nombre proviene del término fo-
rense «causa», que designaba especícamente los procesos judiciales. Se tra-
ta de relatos de crímenes redactados por scales, criminalistas, periodistas ypolicías que «familiarizaron al público con los crímenes escuetos: los casos y
las causas».9 François Gayot de Pitaval las publicó en Francia por primera vez
en 1743.10 Las «causas» tuvieron un impacto muy favorable tanto en las clases
populares como en la burguesía, y muy pronto dieron motivo a obras de drama-
turgos y novelistas más o menos folletinescos o románticos.11
En México, las «causas célebres» comenzaron a circular desde el siglo
xViii, pero no fue sino hasta la primera mitad del xix cuando alcanzaron una
extraordinaria popularidad. La más famosa de todas ellas fue la del multiho-
micidio ocurrido en la casa del español don Joaquín Dongo en 1789. El crimen
fue lo sucientemente atroz como para ser famoso en su época, pero su éxito
se consolidó años más tarde cuando en 1835, Carlos María Bustamante publicóuna síntesis del caso con algunos guiños irónicos a propósito de sus Efemérides
8 Lara y Barata, op. cit., p. 36.
9 Julio Caro Baroja, op. cit., p. 186.
10 Flores, «Causas célebres. Orígenes de la narrativa criminal en México», en Bang! Bang! Pesquisassobre narrativa policiaca mexicana, Miguel G. Rodríguez Lozano y Enrique Flores (editores), México,UNAM, 2005, p. 15.
11 Caro Baroja, op. cit., p. 90.
incluyó en El libro rojo, recopilación de casos criminales famosos en el que
colaboraron Vicente Riva Palacio y Manuel Payno, entre otros.12
El caso de Dongo es un ejemplo muy notable de la ruptura entre la estética
vulgar y la culta. El motivo del crimen sirvió para que Bustamante elaborara una
crítica al sistema judicial mexicano y experimentara sobre sus efectos literarios.
Payno también incursionó en este campo utilizando el argumento de la «causa»
de Dongo para su compilación de crímenes afamados, además de prestar espe-
cial atención a otro caso13 que después incorporó en su novela Los bandidos de Río Frío.14 Pero quizá el primero en cuestionar abiertamente esta la separación
entre lo culto y lo vulgar, e intuir la rentabilidad de los géneros tremendistas
para propósitos literarios cultos haya sido Lizardi, quien en más de una ocasión
se sirvió de sus motivos para elaborar piezas teatrales.15
De todo esto se desprende una suspicacia hacia la distinción entre lo vulgar
y lo culto: tal parece que la frontera entre uno y otro es articial y producto
de cierto maniqueísmo de raíz académica. Caro Baroja ha señalado el carácter
despectivo de una etiqueta como «vulgar» y una categoría como «romancero
vulgar» para la literatura de cordel.16 Sin embargo, no es nuestro propósito po-
lemizar al respecto; antes bien encontramos mayor relevancia en comprender
la evolución de los géneros tremendistas a lo largo de los siglos en los términosde una sustitución de la oralidad por una cultura de la escritura, y por consi-
12 Flores, op. cit., pp. 23-24.
13 Se trata del proceso seguido a los asaltantes del coronel Juan Yáñez.
14 Flores, op. cit., p. 24.
15 Flores, « La ene de palo: décimas de la calle de la Trapana», p. 25.
16 Caro Baroja, op. cit., pp. 124 y ss.
66 67
guiente, en una refuncionalización de los elementos tremendistas, todo esto con
el propósito de explicar su la presencia de la estética vulgar en los géneros cultos.
La explotación del sensacionalismo por parte de las gacetas no es evidente
en México sino hasta nales del siglo xix: «la noticia, a través del llamado re-
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p p p p g g
Entre los «romances de ciegos» y las «causas célebres» existe un procedi-
miento de pérdida-ganancia: lo que se perdió en oralidad se ganó en escritura.
Aunque en la Nueva España los ciegos nunca cantaron romances de temática
tremendista, los pliegos que se imprimieron poseyeron durante algún tiempo
ciertos rasgos de oralidad. El surgimiento posterior de las «décimas de ahorca-
do» conrma este hecho. Respecto a las «causas célebres», la escritura permitió
establecer relaciones lógicas más complejas, lo que facilitó la inclusión del casoen conjunto, desde el crimen propiamente dicho hasta el procedimiento judicial.
En cuanto a la refuncionalización del tremendismo, todo parece indicar que se
produjo una atenuación en los propósitos moralizantes. Los ciegos gozaban del
permiso de la Corona española para hacer «coplas» sobre las «relaciones de
ajusticiados» con el propósito de generar un escarmiento en la población. Enri-
que Flores reconoce que la retórica de las «décimas de ahorcado» es semejante
a la de los sermones fúnebres, y que en última instancia poseen una conexión
con los exempla medievales y sus raíces populares.17
Cuando las «causas célebres» aparecieron en Francia los motivos para el
escarmiento se habían diluido. Lo que existía entonces era un ansia por conocer
los detalles de los crímenes y acontecimientos funestos: un interés meramenteinformativo aunque potencializado por cierta curiosidad por la desgracia ajena.
La prensa emergente supo aprovechar esta necesidad y utilizó los recursos que
antes habían sido la fuente de los géneros tremendistas. Tal es el caso de la
republicación de la «causa» de Dongo y los propósitos de Bustamante.
17 Flores, op. cit., p. 38.
g ,
portazgo y la entrevista que sucedieron al periodismo literario, partidista y de
tono edicante, comenzó a fraguarse como género desde la República restau-
rada, entre los sesenta y setenta del siglo xix, retomando la tradición de la lite-
ratura de cordel, para terminar siendo el rasgo editorial de la prensa industrial
—el resultado del empuje modernizador de los regímenes liberales—en las dos
últimas décadas de aquella centuria».18
Durante estos años, la estética vulgar de los géneros tremendistas atravesó porun proceso de culturalización que le otorgó posibilidades de incorporarse en las
esferas cultas del discurso escrito. La «nota roja» se consolidó formalmente con
la prensa industrial en México a lo largo del último cuarto del siglo antepasado.
Existen varias teorías respecto al surgimiento de la denominación «nota roja».
Se dice que Manuel Caballero, editor de El Mercurio Occidental de Guadalaja-
ra hizo imprimir en una ocasión una mano en tinta roja en todos los ejemplares
que salieron a la calle, lo que escandalizó a la clase burguesa que confundió la
tinta con la sangre de las víctimas del homicida de la noticia. Otra posibilidad
es la relación con el sello rojo que el Tribunal del Santo Ocio de la Inquisición
imponía sobre sus sentencias.19
Según Lara Klahr y Barta, los orígenes de la prensa sensacionalista mexi-cana se encuentran en «los resabios inquisitoriales y la cultura popular de los
pliegos de cordel».20 No obstante, con base en la información recaudada consi-
deramos que los fundamentos son más bien de carácter mestizo, y que hunden
18 Lara y Barata, op. cit., p. 30-31.
19 Ibid., p. 32.
20 Ibid., p. 33.
68 69
sus raíces en la idiosincrasia tanto de la sociedad prehispánica como de la
española anteriores al choque cultural de la Conquista.
Como bien señala Flores, muchos coinciden en la genealogía de la narra-
tiva policiaca: novela negra, novela de terror, historia trágica, causa célebre,
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Si en las «causas célebres» el tremendismo había perdido sus objetivos pe-
dagógicos, cuando pasó a formar parte de la literatura culta su función se había
depurado a tal punto que se convirtió en mero entretenimiento:
Los ciegos españoles y los buhoneros franceses ceden la plaza. Así comienza a ges-
tarse el superhéroe de los folletines. Y así comienza a gestarse también la «literatura
policiaca», por el intermedio de las causas célebres.21
Antonio Gramsci ha dicho que las novelas de folletín no eran sino «causas
célebres» noveladas.22 La tenue diferencia entre lo expositivo y lo lúdico propi-
ció el tránsito del tremendismo de las «causas célebres» a la narrativa ccional.
La fascinación por lo sangriento constituyó la clave para la supervivencia
del tremendismo y su consecuente refuncionalización. La actualización de la
estética vulgar en la medida de las necesidades de la época propició el sur-
gimiento de varios géneros a lo largo de tres siglos. En este ensayo tan sólo
hemos dado cuenta de algunos de ellos. Faltan algunos que también ejercieron
inuencia, como las hojas volantes impresas a nales del siglo xix por Antonio
Vanegas Arroyo, herederas del género canard nacido en Francia a nales del
siglo xVi,23 o las «historias trágicas», también surgidas en Italia en el mismosiglo y que se popularizaron en Francia a principios del xVii.24
21 Flores, «Causas célebres. Orígenes de la narrativa criminal en México», p. 22.
22 Citado por Flores, op. cit., p. 13.
23 Ibid., p. 19-20.
24 Ibid., p. 20.
novela de folletín, novela policiaca.25 El camino, por lo tanto, ha sido ya tra-
zado. La seriedad para abordar el tema también es reciente. Tan sólo hemos
planteado unas cuantas hipótesis que tendrían que ser puestas a prueba una vez
recuperada la gran cantidad de material que aún reposa en los archivos, para
así comenzar a escribir la historia de la narrativa policiaca en México.
25 Flores menciona a Gramsci, Eco, Baroja, Lever y Foucault, Ibid., p. 22.
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71
Cuatroautores
Hacia 1976 la editorial Grijalbo publicó Días de
combate de Paco Ignacio Taibo ii. En ella el detective
sentaron las bases del género policíaco. De este grupo sobresalen Enrique F.
Gual, Antonio Helú, Rafael Bernal y Ma ría Elvira Bermúdez.
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autorespolicíacosclásicos
mexicanos enla sombra Jafet Israel LaraUniversidad de Sevilla*
privado Héctor Beloascoarán Shayne —un ingeniero
que ha renunciado a su trabajo—se enfrenta a un pe-
ligroso asesino en serie autodenominado «Cerevro».
Con bombo y platillo se habla del nacimiento del
neopolicial en México, de una literatura, en palabras
del propio autor (1987, 170), «de crímenes muy jodi-
dos, en la que lo que importa no son tanto los críme-nes como el contexto».
Gracias a la extensa obra de este autor —Cosa
Fácil (1977), No habrá nal feliz (1981), Algunas
nubes (1985), Regreso a la misma ciudad y bajo
la lluvia (1989), Amorosos fantasmas (1989), Sue-
ños de frontera (1990), Desvanecidos difuntos
(1991), Adiós Madrid (1993) y Muertos incómodos
(2005)1— la narrativa policíaca mexicana da un
gran paso en su desarrollo, dejando de lado los es-
quemas clásicos, que hasta la década de los setenta
eran parte esencial del género policíaco.Sin embargo, la gura de Taibo II termina por
eclipsar a un grupo de escritores que años atrás
1 Esta última fue escrita a cuatros manos entre Taibo ii y el sub-comandante Marcos.
Hacia 1942, Enrique F. Gual ve publicada su primera novela policíaca, El
crimen de la obsidiana, a la cual le seguiría El caso de los Leventheris (1945).
No obstante, ninguna de ellas puede catalogarse como la primera novela poli-
cíaca mexicana, ya que ambas se desarrollan en Europa. Realmente es en 1946,
con Asesinato en la plaza, que Gual ofrece un texto ambientado totalmente en
México: un torero es asesinado mediante unas aguas envenenadas con curare que
le pusieron en la empuñadura del estoque, pero ante la incapacidad de la policíapor resolver el crimen, Toñito, un cronista taurino del periódico El Mundo e
investigador amateur, será el responsable de la investigación. Un año después se
apareció La muerte sabe de modas. En esta ocasión las víctimas son tres ciuda-
danos norteamericanos que habían llegado a México para establecer un negocio.
Ese mismo año de 1947, Enrique F. Gual ve publicada su última novela policíaca:
El caso de la fórmula española. El protagonista nuevamente es Toñito que, nue-
vamente, tiene que desenvolverse entre las intrigas de toreros y novilleros.
Aunque existe humor e ingenio en las novelas de Gual, predomina en ellas
el simple enigma con algunos trucos típicos de la novela de enigma: las trans-
formaciones del rostro, los cambios de ropa, los falsos culpables y las coartadas
obvias. No obstante, es llamativo observar que los personajes de la obra deGual, en especial Asesinato en la plaza, La muerte sabe de modas y El caso
de la fórmula española, pertenecen a un ámbito popular mexicano: porteros,
taxistas, policías corruptos, vendedores ambulantes, borrachos, etc.
Hacia 1946 Antonio Helú, Enrique F. Gual y Rafael Bernal fundan el pri-
mer club literario policíaco: «El Club de la Calle Morgue», en homenaje a
Edgar Allan Poe, el cual pretende formalizar la aparición de lo policíaco en la
72 73
literatura mexicana. Ese mismo año la editorial Albatros, perteneciente a Gual,
publicó La obligación de asesinar de Antonio Helú, una compilación de seis
del criminal que inmediatamente informa a los dos agentes que probablemente
ese hombre es un agente de seguridad que los ascenderá si lo ayudan en la perse-
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cuentos —Un clavo saca a otro clavo, El hombre de la otra acera, El stol de
corbata, Piropos a medianoche, Cuentas claras, Las tres bolas de billar— y
la novela corta La obligación de asesinar.
Llama la atención que el primer relato, Un clavo saca a otro clavo, no es
un relato policíaco, sino uno criminal: Máximo Roldán es un hombre que vive
apegado a la Ley y que no contempla siquiera cometer el menor delito. Sin
embargo, el día en que Don Pancho, el administrador de los bienes de doñaJuana Fernández de Serrano, abre la caja fuerte para realizar las debidas tran-
sacciones mensuales, Máximo descubre que el administrador está robando las
ganancias mensuales de la mujer. Al verse descubierto Don Pancho amenaza a
Máximo con matarlo, pero este logar distraer al ladrón arrebatándole el arma y
matándolo. Después de meditar lo sucedido, decide coger el dinero y escapar,
ya que nadie le creería lo que había sucedido: «Máximo Roldán empezaba, en
ese momento, su vida de ladrón profesional» (Helú, 1991: 22).
Ahora bien, si Máximo Roldan es un criminal ¿qué relación hay con lo policíaco?
¿Cómo puede ser Antonio Helú uno de los impulsores de este género en México?
Es más que evidente el escritor manipula los esquemas policíacos clásicos.
La situación más obvia para Helú sería inclinarse hacia la tradición folleti-nesca de los «héroes criminales» como Rocambole o Fantômas, pero opta por
explotar ciertas características de Máximo Roldán, como su perspicacia y em-
pleo de la racionalidad, que lo relacionan más con los investigadores clásicos, tal
y como apreciamos en El hombre de la otra acera: mientras es escoltado por dos
agentes —que lo arrestaron en su anterior aventura— Roldan observa que en la
acera de enfrente un hombre camina de manera extraña. Esto llama la atención
cución de una banda de delincuentes.
La realidad es que el texto no posee siquiera un discurso policíaco. Roldán
simplemente observa un hecho, lo interpreta y con ello manipula a los dos
policías. Si hay una persecución de una banda de criminales o de anarquistas
que quieren asesinar al presidente, el lector jamás podrá comprobarlo, ya que el
criminal no pretende indagar más, dado que ha conseguido su objetivo: escapar
de sus captores.El hecho es que solo El stol de la corbata, Las tres bolas de billar y La
obligación de asesinar pueden ajustarse a esquema policíacos de «investigación
de un crimen». En el primer cuento, Máximo Roldán soluciona el asesinato
de un viejo en manos de su hija —fruto del adulterio de la mujer de este y su
amante—, aunque, posteriormente, aprovecha la desaparición de la joven y la
búsqueda de ella, por parte de la policía, para robar las alhajas familiares. En el
segundo relato, Roldán, junto a su socio Carlos Miranda —a quien reclutó como
cómplice en Cuentas claras—, resuelve una serie de asesinatos ocurridos en un
local de la ymCA —Young Men’s Chr istian Association—. En la novela corta La
obligación de asesinar, observaremos un nuevo crimen: el Dr. Gracián ha sido
asesinado y Carlos Miranda —ya sin Roldán— es descubierto por un policíamientras entraba a robar, es acusado del delito. La situación dentro de la man-
sión se complica cuando la tía del asesinado y la esposa de uno de los invitados
son asesinadas. No obstante, Mirada logrará resolver los tres asesinatos.
A Máximo Roldán, y también en menor medida a Carlos Mirada, se le
relaciona con otro delincuente: Arsène Lupin. María Elvira Bermúdez (1955:
2) así lo asevera:
74 75
Máximo Roldán, el héroe de las novelas y cuentos de Antonio Helú, es un digno sucesor
de Arsenio Lupin; tanto el personaje mexicano como el francés poseen rasgos rmes
de su audacia y astucia que infaliblemente los ponen a cubierto de toda sanción, y en
La importancia de Antonio Helú dentro de la narrativa policíaca se mag-
nica con su otra faceta: divulgador del género en México. Ese mismo año
d 1946 f dó l i t S l i P li í d Mi t i t l í
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ambos se concreta la tendencia, tan latina, a menospreciar los principios y los procedi-
mientos pena les […].
Aunque resulta evidente está comparación es necesario aclarar ciertos pun-
tos. Si bien ambos son delincuentes perspicaces que emplean el raciocinio para
cometer fechorías e investigar algunos delitos, Roldán solo se aprovecha para
seguir robando, incluso cuando se presenta como voluntario para resolver uncrimen. Por su parte, Lupin establece ciertos límites e incluso se le ve trabajan-
do del lado de la ley, como se aprecia en Le tri angle d’or (1918).
De acuerdo a Edith Negrín (2005: 41) «Si bien no todas las historias na-
rradas pueden ubicarse bajo el rubro policial, la mencionada novela corta y
los seis relatos, reunidos entre ambas compilaciones, corresponden sin duda al
género». La realidad de la obra de Helú es mucho más compleja: nos lleva a un
problema del límite policíaco.
Monseñor Knox (1928), S.S. Van Dine (1928), Dorothy Sayers (1937),
Howard Haycraft (1941) y Joseph W. Krutch (1944) —algunos de los fundado-
res de la teoría policíaca— maniestan que no es posible que el investigador
sea el criminal, sino que ningún clase de delincuente puede ser el investigadorde un relato policíaco. Si se hace una revisión de los textos policíacos clásicos
se descubrirá que hay pocos policías, como el sargento Cuff o el comisario
Lecoq, y sí muchos agentes consultores o asesores como Holmes o Poirot, y
algunos amateurs, como el padre Brown, pero ningún criminal. Si el discurso
policíaco se centra en la investigación del delito solo los investigadores profe-
sionales o amateurs pueden llevarla a cabo.
de 1946 fundó la revista Selecciones Policíacas y de Misterio, una antología
policíaca-misteriosa-terroríca, que además tenía interesantes comentarios y
útiles datos biográcos de los autores, entre los que sobresalen Rafael Bernal,
María Elvira Bermúdez y Pepe Mar tínez de la Vega.
Con la aparición de Selecciones Policíacas y de Misterio se dio inicio a con-
cursos, traducciones y antologías. Sin embargo, debemos aceptar que la jación
de estos trabajos pioneros es sólo provisional, ya que hay un conjunto de textosque, por desconocimiento o por su escasa calidad artística, han permanecido al
margen de los esbozos de historia del género que existen en México. Es posible
que bajo nombres anglosajones o franceses, que aparecían en la revista policíaca
Detectives y Bandidos, que lanzaba Publicaciones Herrerías en la década de los
treinta, se oculten respetables autores. Esto sin pasar por alto algunos nombres
que hoy dicen poco o nada: Juan Castellanos, Marcelo Montarrón o Armando
Salinas (Torres, 2003: 22-23).
El caso de Ra fael Bernal es sumamente llamativo. Idalia Villareal, la viu-
da de Bernal, confesó que su marido escribía textos policíacos, ya que «eran
para descansar de los proyectos que traía en mente; lo divertían mucho» (To-
rres, 1994: 56). Villareal (ibídem) asegura que en las constantes mudanzas quehacían —Bernal pertenecía el Servicio Diplomático mexicano— su marido
optaba por abandonar las novelas policíacas: «No era posible cargar con ellas y
él no les daba tanto valor como para conservarlas. No le daba el mismo valor a
los libros de historia que a las novelas policiacas».
Es paradójico apreciar que uno de los grandes escritores policíacos en Méxi-
co no le diera la importancia debida a esta narrativa, sobre todo porque en un
76 77
período relativamente corto ofreció una gran cantidad de textos: Un muerto en
la tumba (1946), La muerte poética (1947), La muerte madrugadora (1948), El
extraño caso de Aloysus Hands (1948) De muerte natural (1948) y El heroico
desarrollada totalmente en los Estados Unidos—; en la segunda don Teodulo
esclarece el homicidio, en un hospital, de una adinerada viuda; nalmente, en
El heroico don Serafín don Serafín un profesor de zoología debe investigar
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extraño caso de Aloysus Hands (1948), De muerte natural (1948) y El heroico
don Serafín (1948).
A diferencia de Helú, Bernal es un autor que opta por crear un investigador
amateur que nada tiene que ver con el cr imen: Téodulo Batanes es un curioso
detective miope, desgarbado y que tiene el vicio de usar sinónimos de cuanta
cosa dice. Un personaje basado indudablemente en la gura del padre Brown
de G.K. Chesterton.Un muerto en la tumba se desarrolla tanto en la ciudad de Oaxaca como en
las célebres ruinas de Monte Albán. En una tumba prehispánica aparece un se-
nador con un puñal de pedernal clavado en el pecho. Teódulo, que desempaña
el ocio de antropólogo, se encarga de desenredar ese embrollo en el que anda
mezclado un contrabandista de piezas arqueológicas. En La muerte poética
un joven poeta es asesinado mientras participaba en los juegos orales de la
universidad. Mientras investiga, Batanes descubre que el verdadero objetivo
del asesino no era el poeta, sino un rico y poderoso político local. La muerte
madrugadora es otro caso de asesinato: Eulalio Robleda y Lagos es asesinado
aparentemente por su sobrino Enrique, pero Teodulo Batanes, sin siquiera visi-
tar la escena del crimen, descubre al verdadero asesino, el vigilante de la casa.El estilo típico de la novela-enigma o policíaco clásico se mantiene en las
tres novelas cortas de Bernal: El extraño caso de Aloysus Hands, De muerte
natural y El heroico Don Serafín. Lo único que cambia es el protagonista: en
la primera el investigador es Ruppert L. Brown un detective amateur que tiene
que solucionar varios asesinatos provocados con arsénico —en una historia
El heroico don Serafín, don Serafín, un profesor de zoología, debe investigar
el asesinato del rector de la universidad.
El verdadero cambio de Bernal se dará con la que es catalogada su obra
maestra, pero también su último gran texto relacionado con lo policíaco: El
complot mongol (1969). Catalogada por algunos como la primera novela negra
mexicana y por otros el primer gran texto policíaco, El complot mongol es un
brillante thriller de espionaje que tiene como tema principal la conspiración.La maestría de Rafael Bernal radica no solo en el empleo de un lenguaje
coloquial o de plantear situaciones de enorme violencia protagonizadas por
Filiberto García, un veterano de la Revolución mexicana convertido en sicario
del gobierno federal, sino en la «vuelta de tuerca» que da a la historia y que
sorprende tanto a los personajes como al lector: de una conspiración interna-
cional se pasa a un intento de golpe de estado.
El caso de María Elvira Bermúdez puede ser el más llamativo ya que ella
no solo ejerce como autora, sino también como teórica del género.
Para Eladio Cortés (1992: 88) es hacia 1948 cuando Bermúdez comenzó a
escribir en el periódico El nacional y en la revista Selecciones Policíacas y de
Misterio, aunque evita dar el nombre de un relato en particular. Por su parte,Aurora Ocampo (1988: 180) señala como primer relato Mensaje inmotivado
(1948) 2. Sin embargo, para la investigadora uruguaya Gianna Martella (2008:
123) El embrollo del reloj (1948) es el primer relato de esta escritora (Lara,
2010: 182-183).
2 Publicado en Selecciones Policíacas y de Misterio, número 25, 1948.
78 79
Aunque las fechas no son del todo precisas, la autora es la creadora de dos
investigadores amateurs. El primero es Armando H. Zozaya, un periodista a-
cionado a resolver casoscriminales, aunque no trabaja en la nota policíaca, sino
En lo que respecta a su obra teórica, María Elvira Bermúdez deja constan-
cia de su conocimiento sobre los clásicos policíacos y criminales. En Ensayo
sobre la novela policial (1947) establece la existencia de uctuaciones entre
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, q j p ,
en la deportiva.3 A primera vista parece moldeado al estilo de Ellery Queen:
realiza sus deducciones en el lugar del crimen. Salvo ese detalle no comparte
mayores similitudes con el norteamericano. Queen tiene como única arma su
capacidad deductiva, mientras que Zozaya la emplea junto a la psicología y a
la intuición y que, en Diferentes razones tiene la muerte (1953) la ún ica novela
de Bermúdez, se plasma de manera más evidente (ibídem, 183-184).Georgina Llorente, una millonario viuda mexicana, invita a varios amigos y
conocidos a su quinta en Coyoacán. Con reticencias todos aceptan la invitación.
Durante la visita los asesinatos comienzan: Mario Ortiz —primer marido de
la antriona— y, después, Diana Leech —amiga de Georgina—. A continua-
ción, la propia Georgina y el doctor Juan Requena —su amante— sobreviven
a intentos de asesinato. Finalmente gracias al razonamiento y al empleo de la
psicología, Zozaya logra descubrir al asesino,
Por lo que respecta al otro investigador creado por María Elvira Bermúdez
este es una mujer, María Elena Morán, la esposa de un político, y la primera mu-
jer detective en Hispanoamérica. Protagonista de los cuentos Precisamente ante
sus ojos (1951) y Las cosas hablan (1985), María Elena es una mujer inteligentey creativa que utiliza su imaginación para resolver los más complicados mis-
terios, ya sea tratando de recuperar un documento perdido o rescatando a una
mujer secuestrada.
3 Mensaje inmotivado(Selecciones policíacas y de misterio, No. 25), La clave literaria (Selecciones policíacas y de misterio, No. 39), El embrollo del reloj (Selecciones policíacas y de misterio, No. 67 ), Muerte a la zaga (Selecciones policíacas y de misterio, No. 70) o Cabos sueltos —no se tiene una fechaexacta, aunque aparece en la primera edición, 1985, de la compilación de cuentos Muerte a la zagapublicada en 1985—.
sobre la novela policial ( 9 )
distintos géneros y deja entrever el problema del límite en lo policíaco. Además
explora las causas que llevan al desprecio en México de la narrativa policíaca
por parte de autores y críticos literarios llegando a una conclusión: los estudios
literarios de la época son extremista, ya que se sustentan exclusivamente en
consideración de literatura alta y baja y no en la calidad del texto literario.
Encontrar un texto que marque el inicio de la narrativa policíaca en Méxicoes complicado, ya que muchas novelas o cuentos son imposibles de rastrear ya
que no encuentran en bibliotecas, sino en colecciones privadas desconocidas.
No obstante, más que visualizar quién fue el responsable del nacimiento de
lo policíaco en México resulta más interesante observar la obra de Enrique F.
Gual, Antonio Helú, Rafael Bernal y María Elvira Bermúdez, ya que en estos
cuatros autores radica, realmente, la aparición y desarrollo del género policíaco.
Cada uno utilizó distintas estrategias y aunque sus textos se ajustan a los
esquemas típicos de la novela problema o etapa clásica, su obra es clave para
entender lo que en la actualidad se hace en México. Estos cuatros autores re-
presentan el pasado de una l iteratura que todavía en pleno siglo xxi no termina
de popularizarse, pero que invariablemente terminará por vencer las reticen-cias de los más escépticos.
* Grupo de investigación «Literatura, transtextualidad y nuevas tecnologías»
de la Universidad de Sevilla, dirigido por la Dra. María Elena Barroso Villar
80 81
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La recreacióndel espacio
Introducción
La obra cuentística de la mexicana Amparo Dávila
se caracteriza por t ratar espacios y temas cotidianos,
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pamenazanteen Amparo
Dávila yCristinaRivera Garza Adriana Álvarez RiveraUniversidad de Salamanca
así como personajes comunes puestos en situacio-
nes que desbordan los límites de la cordura a través
de con paranoias, alucinaciones y locura, logrando
la transformación de una realidad ‘normal’ en otra
amenazante y pavorosa.
En este trabajo abordaré la relación con otraescritora mexicana contemporánea, Cristina Rivera
Garza, cuya novela La cresta de Ilión retoma ele-
mentos de la poética de Dávila —e incluso crea un
personaje homónimo de la cuentista— para cons-
truir de nuevo una realidad que, más que permitir el
desarrollo vital del ser humano, lo obstaculiza.
El análisis estará sustentado principalmente en
las ideas de Gilbert Durand en Las estructuras an-
tropológicas del imaginario y de Gastón Bachelard
en La poética del espacio, a partir de los cuales in-
tentará establecerse el vínculo entre algunos cuentosde Dávila y la recreación del espacio amenazante en
La cresta de Ilión.
84 85
Contraposición entre los espacios de reposo (Bachelard) y la construcción
del espacio amenazante (Durand)
Sin embargo, muchos estudiosos se han preocupado por reivindicar y validar
aquello que suele llamarse «pensamiento prim itivo»2 , dentro del cual el sím-
bolo cumple una función determinante.
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— Imágenes, símbolos, persecución siniestra—gritó el más viejo, inte-
rrumpiendo al otro, -no hay escapatoria posible al huir de nosotros mis-
mos; el caos de adentro se proyecta siempre hacia fuera; la evasión es un
camino hacia ninguna parte… pero no hay que sufrir ni atormentarse,
iniciemos el juego; el ambiente es propicio, sólo la magia perdura, el
pensamiento mágico, el sortilegio inasible de la palabra…—Amparo Dávila, «El patio cuadrado»
Una de las escisiones más antiguas en el ser humano se da a partir del en-
frentamiento entre razón lógica y aquello que podríamos llamar i rracionalidad:
es decir, sentimientos, emociones, sueños, ciertos tipos de creencias religiosas,
espirituales y/o mágicas e incluso el arte. El hombre ilustrado tiende a denigrar
este pensamiento por el hecho de no poder desmenuzarlo con la razón.1
1 Jos é María Mardones postula que, ante las «patologías» de la sociedad moderna, la complementa-riedad de lo mitológico-simbólico, relacionado siempre con el «pensamiento primitivo», y lo racionalpodría ser una «curación» social efectiva (véase Mardones). De la misma forma, Rollo May consideraque el origen de los problemas sociales es la ausencia de mitos, por lo que sugiere que su reelaboraciónpodría ayudar a construir una vida más positiva (véase May).
Mircea Eliade considera que el símbolo, como forma de pensamiento, res-
ponde a una necesidad oculta, revelando un conocimiento que pertenece a una
etapa primordial —siempre arquetípica, irreal e irrealizable—, anterior a cual-
quier etapa histórica del ser humano.3 Y opina que los símbolos, expresados
en imágenes, permiten que el espíritu aprehenda la realidad última de ciertas
cosas que suelen mostrarse de forma contradictoria y por tal motivo no puedeexpresarse en conceptos, es decir, las imágenes simbólicas expresan lo que
no puede expresarse con palabras (15). Por su parte, José María Mardones,
apoyándose en ideas de Umberto Eco habla del «modo simbólico» como un
procedimiento de uso del texto según el cual basta una intención pragmática
de querer interpretar simbólicamente para que el texto se «active» y surjan, en
un plano semántico, nuevos contenidos (26).
2 Lévi-Strauss opina que «no es posible el domino de la naturaleza por el mito, ya que éste será impo-tente cuando trate de dar cuenta de las contradicciones de lo real. Es por ello que deberán elaborarsetantos mitos como problemas imponga lo real en su devenir, en sus acontecimientos y en su renovada yaparente fenomenología» ( Mito…, 12) pero añade que tal vez el pensamiento cientíco tendría que in -corporar los datos del pensamiento mitológico. Por otra parte, analiza lo que él llama «pensamiento delos pueblos ágrafos» en la conferencia «Pensamiento ‘primitivo’ y mente ‘civilizada’» ( Mito…, 35-46).Y también demuestra que la «mentalidad primitiva» no es menos racional que la moderna: «los mitosy los ritos ofrecen como su valor principal el preservar hasta nuestra época, en forma residual, modosde observación y de reexión que estuvieron (y siguen estándolo sin duda) exactamente adaptados adescubrimientos de un cierto tipo: los que autorizaba la naturaleza, a partir de la organización y de laexplotación reexiva del mundo sensible en cuanto sensible. Esta ciencia de lo concreto tenía que estar,por esencia, limitada a otros resultados que los prometidos a las ciencias exactas naturales, pero no fuemenos cientíca, y sus resultados no fueron menos reales. Obtenidos diez mil años antes que los otros,siguen siendo el sustrato de nuestra civilización» ( El pensamiento…, 34-35).
3 «Cada ser histórico lleva en sí una gran parte de la humanidad anterior a la Historia» (12). Aunqueen realidad tampoco puede posicionarse como «anterior», pues tal etapa está fuera de la temporalidady de la espacialidad, con lo cual, resulta impropio adjetivarla de ese modo, sin embargo, se respetará latraducción hecha a Eliade.
86 87
En la postura psicoanalítica de Jung, un símbolo es un término u objeto
—comúnmente expresado en sueños— con connotaciones especícas además
de su signicado corriente: es decir, representa algo oculto o desconocido, con-
i i i d l d li d l l l i
mortuoria y, como la noche, gura del devenir, del transcurso temporal. De
esta agua tenebrosa se desprenden dos temas: las lágrimas —y el ahogamien-
to, relacionados ambos con la tristeza— y la cabellera —relacionada a su vez
l l D h h i ú D d l li id i d l
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tiene un aspecto inconsciente nunca del todo explicado, el cual se relaciona con
el conocimiento que se obtiene a través de las cosas que se perciben conscien-
temente y que permanecen en un nivel subliminal (18 y 31).
Así pues, el símbolo oculta signicados pero al mismo tiempo los des -
cubre, se vuelve un medio de expresión distinto a los referentes verbales y
‘nombra’ una realidad para la cual todavía no existen las palabras. De hecho, seexpresa mediante imágenes que en muchas ocasiones se presentan como poé-
ticas o f uncionan dentro de un contexto literario como elementos creadores y
recreadores de realidades cticias. En este sentido, Gilbert Durand las estudia
en relación a los arquetipos fundamentales de la imaginación humana (35).
Dentro de los símbolos que llama nictomorfos, Durand analiza la angustia
ante lo negro, el impacto casi natural, infantil, ante la ausencia de luz que implica
una sensación de riesgo ante lo desconocido y donde surge, por tanto, el temor
a la obscuridad. La noche se constituye así como la primera imagen de lo terro-
ríco y simultáneamente aparece como símbolo y sustancia del tiempo, motivo
por el cual suele ser sacralizada. Como isomorfos —símbolos análogos— de
las tinieblas Durand menciona el bramido —la noche amplica el sonido—, elciego —reforzado por los símbolos de la mutilación—, el aspecto nocturno o
inconsciente del alma —las sombras perdidas 4, los reejos en el espejo…— y en
relación a esto último, el espejo lleva a pensar en un agua estancada y obscura,
4 Chevalier menciona el simbolismo de la sombra: opuesta a la luz, imagen de cosas fugitivas, cam-biantes, puede contener la esencia sutil de los seres o ser una segunda naturaleza ligada a la muerte,relacionada con la espiritualidad del hombre (955-956). Véase también Biedermann (438).
con el agua menstrual—. De hecho, continúa Durand, la liquidez misma de la
menstruación constituye la feminidad del agua, por lo que puede decirse que el
arquetipo del elemento acuático y nefasto es la sangre menstrual, lo que conr-
ma la relación agua-Luna (105)5.
Gastón Bachelard, tomando en cuenta las dos funciones del psiquismo hu-
mano —lo real e irreal—, pero sobre todo desde una perspectiva fenomenológicabasada en la conciencia imaginante, realiza lo que él llama un «topoanálisis».
Lo dene como el estudio de los espacios de lenguaje que producen una signi -
cación poética, delimitando su análisis a los «espacios felices» —por lo que
introduce el nuevo término de «topolia»— es decir, deja fuera de su estudio los
espacios amenazantes u hostiles, intentando «determinar el valor humano de los
espacios de posesión, de los espacios defendidos contra fuerzas adversas, de los
espacios amados» (28).
En los cuentos de Dávila, así como en la novela de Rivera, se encuentran
elementos que recuerdan a los símbolos nictomorfos de Durand y que se con-
traponen a los espacios de tranquilidad y descanso de Bachelard.
«El patio cuadrado» tiene una estructura fragmentada ya que está compues-to por cuatro relatos aparentemente independientes, pero en realidad unidos
por dos circunstancias: la narración en primera persona femenina y las frases
construidas con el verbo retroceder que enlazan los cuatro relatos: «Y comencé
5 Gracias a este isomorsmo entre sangre, agua sombría, femineidad y tiempo menstrual, la imagina-ción relaciona la mancha con la falta que precipita el arquetipo de la caída, esto es, el descenso y, portanto, de nuevo surge un vínculo con lo obscuro (Durand 114).
88 89
a retroceder, a retroceder…», «Yo comencé a retroceder, a retroceder…», «Y
comencé a retroceder...» ( Árboles…, 10, 12, 15). Los símbolos nictomorfos que
aparecen en él son numerosos: noche ensangrentada, puñal negro, embozados,
jirones sangrantes la frase «se va a matar» la imagen de «dos dagas clavadas
En el segundo, la narradora entra en una habitación con juguetes de infancia
y percheros repletos de ropa que le impiden acercarse al otro personaje, Olivia:
«Lograba pasar entre un perchero y encontraba otro y después otro y luego
otro y otro como si la ropa y los percheros se multiplicaran y no me dejaran
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jirones sangrantes, la frase «se va a matar», la imagen de «dos dagas clavadas
frente a frente», la muerte inesperada de Horacio (pareja de la narradora), graz-
nido / ropa y gasas negras, la aparición de una mujer muerta (Olivia), negros
murciélagos, búhos, buitres, telarañas / sueño con un puñal, mariposas negras,
sombras, lágrimas / piscina, agua, descenso. En un principio el lector tiene la
impresión de estar leyendo la narración de una pesadilla, pero al nal se da
cuenta de que no es así —o no del todo—: el cuento cobra un sentido diferente
a partir de las frases que conectan los cuatro fragmentos pues se crea la im-
presión de que el personaje tiene un tipo de regresión consciente —como una
conciencia intermitente—, además de que al nal la narradora se encuentra
atrapada pues sus manos tocan algo «como la tapa de un enorme sarcófago», lo
que podría sugerir que el momento del relato es el instante previo a la muerte
en el que se representan escenas de la vida, y por otra parte sugiere también la
posibilidad de que ha sido enterrada viva, por lo que en cada una de las cuatro
partes, el espacio se vuelve amenazante.
En el primer relato, una mujer está mirando a un posible suicida y avisa a
su acompañante, Horacio, para que vaya a detenerlo, sin embargo, cuando am-bos hombres se enfrentan, se vuelven uno solo y es Horacio quien cae mientras
los embozados que acechan, replegados en los rincones, «se arrojaron voraces
sobre el cuerpo caído, cubriéndolo con sus alas parduzcas y membranosas»
( Árboles…, 10), aunque en este caso, el espacio no rodea a la narradora direc-
tamente, sino al cuerpo del suicida/doble de Horacio.
otro y otro, como si la ropa y los percheros se multiplicaran y no me dejaran
nunca llegar hasta Olivia» ( Árboles…, 11), pero cuando mira el rostro hueco de
la muerta Olivia, intenta escapar y regresa a «aquella maraña de vestidos, que
ahora volaban y eran negros murciélagos y búhos y buitres y telarañas que mis
manos arrancaban en la huida…» ( Árboles…, 12).
En el tercero, la nar radora aparece en otra habitación en la que dos hom-
bres leen La interpretación de los sueños, por lo que ella les relata un sueño
recurrente: «Un hombre, el mismo siempre, me persigue con un enorme puñal
todas las noches cuando duermo. Es un tormento indecible el temor con que
vivo de que algún día me dé alcance y yo no despierte más» ( Árboles…, 12)
por lo que uno de ellos contesta con una imagen paralela, aunque real, es decir,
para él no es un sueño recurrente:
Yo sufro la persecución diaria, constante, de una nub e de mariposas negras (…). Es una
nube espesa que se cierne sobre mi cabeza y que, si corro, se desplaza con el mismo
ritmo de mi carrera no dejándome sitio dónde protegerme y librarme de ella; me per-
sigue sin descanso como una sombra delatora proyectada hacia arriba. ( Árboles…, 13)
Y en una escena repleta de símbolos freudianos6 comienzan a quemar las
mariposas negras, pero para la narradora tal liberación resulta, más bien, ame-
nazante: «Yo comencé a toser sin parar porque el polvillo de las alas quemadas
6 El encendedor con que inician la fogata tiene forma fálica, uno de ellos dice que está quemando lasmemorias de su infancia, hablan del fuego como matriz que los abortó, destruyen las cartas de amor,queman todo lo que pueda remitir a un orden, salvan los retratos pornográcos.
90 91
de las mariposas negras se me metía hasta la garganta, y el humo comenzaba a
asxiarme» ( Árboles…, 15).
En el cuarto, la narradora pretende adquirir el Rabinal Achí en una libre-
ría pero el encargado se niega pues dice que para leerlo se necesita llegar a
no me saca uno? / —¿Por qué no va usted por él? —dijo mirándome de una manera
tan burlona que me fue imposible soportar. / ¿Por qué no? —contesté al tiempo que
me zambullía en la piscina.7 (11)
En el cuento es justo el momento previo a que la narradora de la última parte
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ría, pero el encargado se niega, pues dice que para leerlo se necesita llegar a
un estado de gra n pureza mental, sin embargo, ante la insistencia de la mujer,
le muestra que el libro se encuentra en una piscina —en agua, que es «su ele-
mento»— y la reta a que lo saque. La narradora se sumerge, pero la distancia
comienza a agrandarse conforme desciende y no logra tocar el fondo, hasta que
el aire empieza a faltarle:
Comencé entonces a nadar hacia arr iba con toda la rapidez de que era capaz, no desean-
do ya ni libros ni ninguna otra cosa sino respirar, respirar hondo, llenar los pulmones,
respirar una vez más, una vez más, y subía y subía ya sin aire, desesperada por respirar
un poco de aire, de aire, de aire… hasta que mis manos chocaron con algo duro y
metálico, algo como una tapa, como la tapa de un enorme sarcófago. ( Árboles…, 19).
El cuento naliza con la realización de la pesadilla, como si el hombre del
puñal hubiese alcanzado a la narradora y ella ya no despertase —saliese del
agua— y entonces fuese cierta la hipótesis de que al estar a punto de morir, la
persona mira pasar episodios de su vida en un instante.
Rivera utiliza un fragmento de este cuento como epígrafe para La crestade Ilión:
Invitación primera: / -Pero ¿qué hacen los libros dentro de la piscina? —le pregunté
sorprendida—. ¿No se mojan?/ — Nada les pasa, el agua es su elemento y ahí estarán
bastante tiempo h asta que alguien los merezca o se atreva a rescatarlos. / —¿Y por qué
En el cuento es justo el momento previo a que la narradora de la última parte
decida sumergirse —y perderse— en el agua, en la novela la frase prepara al
lector para la sumersión en el texto. La novela está narrada en primera persona
por un personaje inicialmente masculino —pero cuya sexualidad es cuestionada
y armada nalmente como femenina— que recibe en su casa a dos mujeres:
una ex amante, la Traicionada (también llamada la Mujer del Jueves y la Mujer
de Todos los Días) y una desconocida, Amparo Dávila, la Falsa (también llama-
da la Muchacha Remojada, la Mentirosa Desaparecida, la Pequeña). Conforme
se narra, se van poniendo en duda ciertos aspectos de la realidad, además de
la sexualidad del narrador: la identidad misma de Amparo Dávila (pues apa-
rece otro personaje llamado «Amparo Dávila, la Verdadera», que habla de la
Falsa como perteneciente a un grupo de Emisarias, pero ninguna de ellas, ni
siquiera la Verdadera, es la Amparo Dávila real, cuya desaparición —motivo
que da coherencia a todo el texto— intentan resolver), la veracidad y certeza
de los espacios geográcos, el concepto de normalidad que se da en la relación
entre el personal del hospital (incluido el narrador en su trabajo como médico)
y los pacientes que son tratados como muertos antes de estarlo. Además, Riveraintroduce la frase «se va a matar» de la primera parte del cuento de Dávila —en
la que la narradora advierte que un hombre se suicidará y espera que Horacio lo
7 Todas las citas textuales de los cuentos de Dávila que realiza Rivera aparecen en cursivas en lanovela. Así pues, a menos que se especique lo contrario, todas las cursivas en las citas de la novelapertenecen a la versión original.
92 93
detenga— en tres ocasiones importantes. En la primera, la Verdadera la susurra
misteriosamente en una conversación con el narrador:
(…) no sé si soy Amparo Dávila —abundó—. Pero su nombre me recuerda algo que me
anterior. Justo después de que la Verdadera susurra la frase de «se va a matar»
aparece otra cita de «El patio cuadrado», cuando la narradora del cuento se en-
cuentra con el personaje llamado Olivia: «—¿Qué haces aquí?— le pregunté. /
Ella avanzó un paso, o nada, pero yo sentí que se encaminaba hacia mí, mien-
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viene de más allá de la memoria. (…) —Viene del océano, ¿sabe? De un día de mucho
sol. De una fras e. —Bajó el volumen de su voz entonces—. Se va a mata r—susurró. / Vi
el crepúsculo del otro lado de mis pupilas, en alguna cámara recóndita del cerebro. Y oí
la frase. Y su eco. Se va a matar. Y una extraña du lzura invadió mi cue rpo. (Rivera 151)
Según la Verdadera, a partir de esa frase que viene de otra dimensión
(¿temporal, espacial u otra…?), le viene también el nombre que no sabe si real-
mente le pertenece, pero que independientemente de eso, le da identidad. En la
segunda, la Falsa la repite también en una conversación con el narrador, como
un vaticinio antes de que un pelícano se estrelle en el mar (Rivera 169). Y la
tercera está incluida en una lista de cosas que se pueden hacer desde la cama de
un hospital, mientras el narrador permanece en el pabellón, al nal de la nove-
la: «Escuchar voces que no existen, voces que todo lo destrozan a su a lrededor:
/ —Se va a matar —le dije. / —Se va a matar —le dije de nuevo, porque el
hombre permanecía quieto sin retroceder un paso, como si estuviera resuelto
a lanzarse» (Rivera 160).8
Rivera utiliza otros fragmentos del cuento intercalados en la narración en
primera persona que constituyen una voz narrativa diferente y por tanto apa-
rentan ser algo de lo que el narrador no está plenamente consciente, como si esa
otra voz apareciese de pronto en su mente/narración, provocando una ruptura
en la linealidad narrativa de la primera persona, como se advierte en la cita
8 Las cursivas constituyen una cita textual del mismo cuento «El patio cuadrado».
p p y q
tras sus manos apartaban las gasas que la velaban. –Estoy muerta –dijo-,
¿no te has dado cuenta de que estoy muerta, de que hace mucho tiempo que
estoy muerta?» (Rivera 151) y a partir de estas frases, el narrador de la novela
se da cuenta de que la Verdadera no es tal, sino que es la Desaparición Misma,
es decir, se conrma la no identidad de las Amparo Dávila.
Ahora bien, si se considera como válida la posibilidad de que el cuento está
escrito desde el último instante de la vida del personaje enterrado vivo, valdría
la pena detenerse en el verbo que conecta las cuatro partes y que Rivera retoma
para el personaje principal de su novela: retroceder, ‘volver hacia atrás’, puede
aplicarse por igual a una categoría temporal que a una categoría espacial, sin
embargo, en este cuento de Dávila, más bien parece aplicarse a una cuestión
temporal en la mente del personaje, aunque el retroceder en el tiempo no im-
plica necesariamente que tal retorno se lleve a cabo de manera cronológica, es
decir, se puede retroceder hacia un pasado más lejano que el inmediatamente
anterior y luego ‘adelantarse’ a un pasado más reciente o ir, incluso, a un pa-
sado remoto —que podría ser lo que le sucede al personaje del cuento cuyos
supuestos recuerdos/pesadillas no permiten armar o negar una sucesión cro-
nológica, ya sea progresiva o regresiva—, pero que en el personaje de la novela
parece, más bien, una especie de retroceso interior que tiene que ver sobre
todo con una cuestión de identidad: las Amparo Dávila (y después, también, la
Traicionada) arman que conocen el secreto del narrador —información que
utilizan para manejar, en cierta medida, a este personaje— es decir, saben que
94 95
era mujer: «—¿Sabes? —mencionó [la Falsa] como distraída—. Yo sé tu secreto
(…). Acercó sus labios olorosos a anís a mi rostro y dijo: / —Yo sé que tú eres
mujer —sonrió cuando por n guardó silencio y, sin más, regresó a su puesto
frente a la chimenea» (Rivera 59-60) y en una escena paralela, pero conversan-
La primera frase aparece cuando sale del edicio donde habita la Verdadera
y mira en el fondo de la piscina: «Ahí estaban, en el fondo, aguardándome. Un
enjambre de ojos azules, perfectos, me miraban jamente, elípticamente, desde
debajo del agua. Y entonces retrocedí. Retrocedí. / Retrocedí» (Rivera 94). Estos
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do con la Verdadera:
Posó su mano huesuda en mi antebrazo izquierdo. Una garra. Un animal de rapiña. Su
respiración olía a moho y a anís. Las caries de sus dientes me conrmaron una vez más
que la mujer era real. Que el tiempo pasa. Esa boca cavernosa se aproximó a mi oreja.
/ —Todas sabemos tu secreto —susurró entonces—. No te preocupes, pero tampocotrates de engañarnos. (Rivera 93-94)
También, en un momento de la narración, la Falsa le dice que lo conoce «de
cuando eras árbol» (Rivera 19) 9. A lo largo de la novela, el tema de la identidad
cuestionada es constante: el narrador hombre/árbol/mujer, las Amparo Dávila
Falsa y Verdadera —falsedad y veracidad que también son cuestionadas—,
hombres y mujeres del hospital que se comportan de forma indistinta —como
si no existiese una diferencia de géneros—, enfermos que han perdido su iden-
tidad personal y han adquirido —o les ha sido asignada— una colectiva como
cadáveres en fosa común. En la novela, pues, las frases construidas con el ver-
bo retroceder van marcando la regresión interior del narrador hacia sí mismo,
hacia el secreto que no comparte con el lector, pero que al nal, en la última
página de la novela, le descubre: él es, en realidad, una narradora.
9 Esta idea de «ser árbol» puede estar relacionada con el cuento de Dávila «Muerte en el bosque», enel cual un hombre cansado de trabajar y discutir con su mujer imagina cómo sería su vida si fuese unárbol y lo que al principio parece un alivio, poco a poco se convierte en una pesadilla, pues se da cuentaque la inmovilidad a la que estaría sujeto, es una especie de prisión. Lo que podría unir el pasado comoárbol y el pasado como mujer en el narrador de la novela es, posiblemente, la idea de inmovilidad quelo caracteriza y que se reitera a lo largo del texto.
ojos lo esperan para perseguirlo y empujarlo hacia atrás, hacia adentro, hacia
su secreto. En un momento de la narración reexiona sobre el comportamien-
to indistinto de los trabajadores del hospital y a partir de eso concluye que si
nalmente él fuese en realidad una mujer nada cambiaría, piensa que no sería
ni más dulce ni más cruel de lo que ya era, pues según él/ella, todo es parte de
lo mismo. Y sin dar mayor información al lector continúa: «El silencio me dijo
más de mi nueva condición que cualquier discurso de mi Emisaria [la Falsa].
Y entonces, sumido en la materia viscosa de las cosas indecibles, retrocedí. Y
retrocedí. / Retrocedí. / Supongo que las mujeres han entendido. A los hombres,
básteles saber que esto ocurre más frecuentemente de lo que pensamos» (Rivera
109). De manera análoga, habla del encuentro con lo invisible como consecuen-
cia del retroceso: «Algo sucede en el mundo cuando uno retrocede. Ese lento
trance durante el cual el sujeto se aleja del objeto y se aproxima, de espaldas,
hacia el lugar que no puede ver, siempre tiene consecuencias. [Se trata de] aden-
trarse en la fascinación de lo visual pero invisible» (Rivera 111). Él mismo es
sujeto y objeto que se separan para encontrarse con otra parte, con otro objeto
que también lo constituye y cuando se siente excluido de la conversación entre
el Director del hospital (el Seductor), la Falsa y la Traicionada, reitera la idea de
que retroceder provoca cambios en la realidad: «Retrocedí. No hacía otra cosa,
en realidad. Y algo pasaba en el mundo entonces» (Rivera 137) y lo repite en
una conversación con la Falsa, cuando ella le conesa que ya no puede más con
el desamparo —juego de palabras para referirse a la búsqueda infructuosa de
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Amparo Dávila y sus palabras perdidas en un manuscrito robado—: «Retroce-
der. Algo pasa ineludiblemente en el mundo cuando uno retrocede» (Rivera
140). En este retroceder interior, mientras mira una parvada de pelícanos, el
narrador piensa en el Director del hospital y la sensación que esto le produce le
cuanto más lo intentara, más denitivamente se alejarían de mí el rostro y el instante.
Sospeché, entonces, que ésta y no otra había sido la razón para abrirle la puerta de mi
casa aquella noche de tormenta a inicios de un invierno que se resistía a concluir. Uno
siempre necesita, después de todo, un lugar hacia el cual retroceder. (Rivera 169)
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recuerda su primera experiencia con un hombre cuando era adolescente: «me
llevé las yemas de los dedos a los labios tratando de encontrar las huellas de
algo que uno presiente lejos en el tiempo. Sí, en efecto, uno retrocede. Y retro-
ceder no sirve de nada» (Rivera 125). Para el narrador retroceder, recordar en
este caso, no sirve de nada, pues lo lleva hacia el pasado como una realidad que
quiere evitar y que, por eso, mantiene guardada en forma de secreto para el lec-
tor. Retroceder es algo indeseable, difícil, «Retroceder cuesta t anto, a veces»
(Rivera 142) dice cuando se entera de que el Director del hospital y la Traicio-
nada están juntos. La Falsa comparte esta analogía entre retroceder y recordar
como algo que duele, que desgasta: «—Ya no puedo más -me confesó en la voz
más baja que le había escuchado hasta la fecha—. A veces me pregunto si todo
esto vale la pena. —Guardó silencio y yo no me atrevía a romperlo—. Recor-
dar, quiero decir —continuó—. Retroceder» (Rivera 139). Pero en su último
encuentro con la Falsa, al nal de la novela, el narrador no tiene más remedio
que entregarse al retroceso porque el recuerdo —o lo que sea que permanezca
de las vivencias en la memoria— también es una especie de refugio, aunque sea
móvil, inasible por completo:
Tuve la impresión de que tanto el rostro [de la Falsa] como el instante quedarían gra-
bados en mi memoria y que, por lo tanto, como suele suceder con las pocas cosas que
quedan grabadas en la memoria, me pasaría el resto de la vida tratando de a lcanzar tanto
el rostro como el instante a sabiendas de que no podría lograrlo, a sabiendas de que,
Y un poco más adelante, cuando el narrador se niega a darle la mano y acom-
pañarla, dice: «Mientras desaparecía una vez más, la observé, retrocediendo
al mismo tiempo. Volví a retroceder. Y entonces la escuché» (Rivera 171) e
inmediatamente después hay fragmentos de otro cuento de Dávila 10:
Somos dos náufragos en la misma playa, con tanta prisa o ninguna como el que sabe
que tiene la eternidad para mirarse… hemos robado manzanas y nos persiguen… sé
que estamos huyendo de este momento o de las palabras directas, de una emoción…
momentos tan honda y confusamente vividos dentro de nosotros mismos… no sé decir
las cosas que siento. Tal vez algún día las escriba frente a otra ventana… los únicos
sobrevivientes del invierno… conserva la moneda, tu rostro y el mío, para tardes llu-
viosas en que el tedio pesa enormemente… ni un alma transita por ninguna parte…
(Rivera 171-172)
El pronombre ‘la’ que antecede a esta cita descubre posibilidades insolu-
bles: esa voz que el nar rador escucha ¿pertenece a la Falsa, a la Verdadera…?
¿O a la Amparo Dávila real, histórica, que se encuentra fuera de la novela, en
la vida real y que ‘presta’ su voz, a través de sus cuentos? ¿Esto signicaría
que la búsqueda de la Amparo Dávila desaparecida en la novela ha terminado?
¿A través de esa voz aparece nalmente Amparo Dávila? La cita anterior de
10 Véase Dávila, «Árboles…».
98 99
«Árboles petricados» completa narrativamente la escena de la despedida en-
tre el narrador y la Falsa, como una voz ajena que mira tal escena desde otros
ojos, como una focalización diferente.
Por otra parte, «Tiempo destrozado» tiene una estructura similar a «El patio
En la segunda, una niña brinca dentro de una fuente para sacar una man-
zana, a pesar de las advertencias y alarma de sus padres y entonces «estaba
oscureciendo… tenía miedo y frío… mi papá, mi mamá… miré hacia abajo; el
fondo del estanque era un gran charco de sangre…» ( Muert e…, 86). En la ter-
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cuadrado» desde el punto de vista de la fragmentación, pues está formado por
seis partes que aparentemente no se relacionan entre sí: la primera está narrada
de manera impersonal, a partir de verbos reexivos en forma enclítica, mientras
que las otras cinco están narradas en primera persona por una voz femenina en
diferentes etapas de la vida (una niña, una señora, una mujer joven) y cada parte
relata hechos aislados, sin embargo, todos ellos se presentan bajo un mismo
título, «Tiempo destrozado», lo que implica que todas esas voces femeninas —e
inclusive la impersonal— pueden referirse a un mismo personaje cuyo tiempo
ha sufrido una fragmentación, idea que se fundamenta en la sexta y última parte
del cuento, en la cual la narradora se encuentra con tres versiones diferentes de
ella misma: como anciana, como madre, como recién nacida. Además, igual
que en «El patio cuadrado», en cada parte de este cuento, el espacio se vuelve
hostil, agresivo y asxiante, es decir, se repite la estructura de una pesadilla.
En la primera parte la voz impersonal cuenta cómo el dolor va provocando la
transformación del ambiente, las cosas y el espacio:
Primero fue un inmenso dolor. Un irse desgajando en el silencio. Desarticulándose en
el viento oscuro. Sacar de pronto las raíces y quedarse sin apoyo, sordamente cayendo.
Despeñándose de una cima muy alta (…). El instante sin n estaba desierto, sin espec -
tadores que aplaudieran, sin gritos. Nada ni nadie para responder. Los espejos perma-
necían mudos. No reejaban luz, sombra ni fuego… ( Muerte…, 84)
cera, una mujer intenta comprar una tela hermosa para un vestido, pero todas
las telas están vivas de una u otra forma y cuando insinúa que quiere cortar una
de ellas, el vendedor se indigna y los personajes en las telas comienzan a sali r
de ellas y «todos se han salido, todos vienen hacia acá, hacia usted, y se van
acercando, cada vez más, más estrecho, más cerca, hasta que usted ya no pueda
moverse ni respirar, así, así, así…» ( Muerte…, 88). En la cuarta, una niña relata
sensaciones delirantes en relación a un algodón de dulce y a la muerte de un
borrego cuya sangre ella vomita:
(…) tenía la boca llena de pelos, de pelos tiesos de sangre, nieve con pelos, algodón con
sangre… Quintila me metía el algodón en la boca (…). Mi brazo, papá, me duele mu-
cho, un negro muy grande y gordo se ha sentado sobre mi brazo y no me deja moverlo,
mi brazo, papá, dile que se vaya, me duele mucho, voy a vomitar otra vez el caldo, qué
espeso y qué amargo… ( Muerte…, 89)
En la quinta, la narradora se encuentra en una librería donde la gente ad-
quiere libros gratuitamente, pero cuando ella intenta llevarse algunos descubre
que son demasiado pesados y que no puede cargarlos, por lo que va dejando uno
por uno, hasta que nalmente ni siquiera puede cargar el último que le queda.
Repentinamente, las personas, los libros, la puerta de salida, todo desaparece:
Comencé a gritar y a golpear con los puños a n de que me oyeran y me sacaran de all í,
de aquel salón sin puertas, de aquella tumba; yo gritaba, gritaba desesperada… sentí
100 101
entonces una presencia, oscura, informe; yo no la veía pero la sentía totalmente, estaba
atrapada, sin salida (…) ya estaba muy cerca, cada vez más cerca, y yo allí, sin poder
hacer nada, ni moverme, ni gritar, de pronto… ( Muerte…, 90)
En la sexta, la narradora aborda un tren en el que el olor de un puro le provoca
el vómito pero el tocador está cerrado con candado y las ventanillas están
te, ojos negros hundidos y brillantes, sangre de la tela que ahoga / sangre de
borrego, llanto, «pelos con sangre», «nieve con pelos», «algodón con sangre»,
negro gordo y grande sobre el brazo, vómito / libreros como ataúdes verticales,
tumba, presencia oscura e in forme, gritos ahogados, inmovilidad / pecera con
vómito basca negra espejo que no reeja llanto pañuelo que ahoga
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el vómito, pero el tocador está cerrado con candado y las ventanillas están
selladas, por lo que vomita dentro de la pecera que lleva y el pececito azul
que estaba en ella desaparece. La narradora se sienta frente a una mujer vieja
que la observa jamente y comienza a sentir terror cuando se da cuenta que es
ella misma, pero el terror aumenta cuando se reconoce también en una mujer
gorda más joven que se sienta a su lado cargando un bebé que llora, con el que
nalmente también se identica:
Saqué un espejo de mi bolsa para comproba r mejor mi rostro. No pude verme. El espejo
no reejó mi imagen. Sentí frío y terror de no tener ya rostro. De no ser más yo, sino
aquella marchita mujer llena de joyas y de pieles (…). Quise levantarme y hui r, bajarme
de aquel tren, librarme de ella. La mujer vieja me miraba jamente y yo supe que no me
dejaría huir (…). La miré [a la mujer gorda] buscando ayuda. También era yo aquella
otra. Ya no podría salir, ni escapar, me habían cercado (…). La madre, yo misma, le
tapaba [al bebé] la boca con un pañuelo morado y casi lo ahogaba (…). El pañuelo con
que me tapaban la boca era enorme me lo metían hasta la garganta, más adentro, más…
( Muerte…, 91)
Los símbolos nictomorfos son abundantes en este cuento: dolor, silencio,
viento oscuro, descenso-caída, rostro de agua, música oscura, sustancia de
humo o sueño, llorar, gritar, espejos mudos que «no reejaban luz, sombra
ni fuego»/ estanque, gritos, fondo, agua de muerte, ardor en garganta, llanto,
miedo, frío, oscuridad, estanque-sangre / mariposas muertas, tela desquician-
vómito, basca negra, espejo que no reeja, llanto, pañuelo que ahoga.
De este cuento, Rivera retoma una armación del padre de la niña en la
segunda parte, «Las manzanas son un enigma, niña» (Muerte…, 85) cam-
biándola por una pregunta que la Verdadera hace al narrador de su novela:
«¿Sabía usted que las manzanas son un enigma»? (Rivera 148), como si ella
—la supuestamente Verdadera Amparo Dávila—, al ser la supuesta escritora
del cuento real, conociese por tanto con absoluta certeza la armación de las
manzanas. También, casi al nal de la novela, traslada una cita textual que
aparece —igual que las citas de «El patio cuadrado»— como desfasada de la
voz narrativa, intercalada como una voz inconsciente del narrador, como un
recuerdo o incluso como la voz de la Verdadera, que el narrador percibe como
si fuese un intruso en la conversación: «Primero fue un inmenso dolor. Un
irse desgajando en el silencio. Desarticulándose en el viento oscuro. Sacar de
pronto las raíces y quedarse sin apoyo, sordamente cayendo. Despeñándose
de una cima muy alta. Un recuerdo, una visión, un rostro, el rostro del silencio
y del agua» (Rivera 153). La Verdadera le pregunta si ha «tocado» las palabras
y cuando él contesta que no, vuelve la voz en cursivas, es decir, la cita textual
del cuento: « Las palabras nalmente como algo que se toca y se palpa, las
palabras como materia ineludible» (Rivera 153). Aunque, sin duda, más allá
de estas relaciones directamente intertextuales, lo que Rivera rescata del cuen-
to es, otra vez, el tema de la identidad cuestionada en este texto de Dávila por
102 103
la idea del doble y el encuentro mortal con las duplicaciones 11, idea que, como
ya se indicó, en la novela sirve para dar una coherencia estructural a partir de
la que se construye toda la realidad narrativa.
Algunos de los símbolos nictomorfos se muestran también en Rivera,
sobre todo en relación al agua: lluvia constante tormentas humedad mar
vieja nca, pues a pesar de todo, por alguna razón desconocida para el lector,
el personaje no puede deshacerse de ellos. En la novela de Rivera, el narrador
enumera las cosas que pueden hacerse desde una cama de hospital, entre las
cuales está: «Percatarse de que los dos enfermeros al cuidado de uno se lla-
man Moisés y Gaspar» (Rivera 158) quienes después se trasladan a su casa:
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sobre todo en relación al agua: lluvia constante, tormentas, humedad, mar,
lágrimas y sollozos, pero también, espejos, noche, frío, obscuridad, campo
semántico de la muerte —sobre todo al hablar del hospital y los enfermos—, el
descenso —salto al abismo de Juan Escutia, el supuesto ladrón del manuscrito
perdido—, miedo, alberca…
Sin embargo, aunque este par de cuentos parecen empapar la novela, hay
más elementos tomados de otros textos de Dávila que contribuyen a construir
una atmósfera agobiante. En las citas textuales del cuento «Árboles petrica-
dos» (Rivera 171-172) el espacio estático de la narración sugiere el no-tiempo
de la muerte, lo que también se relaciona en la novela con la relatividad de la
muerte misma al contrastar a los t rabajadores del hospital con los enfermos (no
se sabe quiénes de ellos están verdaderamente vivos, las fronteras entre vida y
muerte son difusas) y con el lugar de bruma en el que se encuentra el narrador
al nal de la novela.
En el cuento «Moisés y Gaspar» (véase Muerte…) existen dos seres (homó-
nimos del título) que controlan de forma aparentemente premeditada y malévola
la vida del personaje, a tal grado que destruyen sus relaciones laborales y so-
ciales y lo obligan a vender sus pocas pertenencias y a autoexiliarse en una
11 Antes de entregar este trabajo, se encontró un artículo que analiza, a partir de Gérard Genette, losconceptos de intertextualidad, hipertextualidad y paratextualidad entre los cuentos de Dávila y la no-vela de Rivera. También realiza un análisis del personaje a partir de conceptos de género e identidad.Concluye que el/la narrador(a) sufría trastornos psicológicos con raíces sexuales y que en ‘realidad’ noera médico en el hospital, sino una enferma más (véase Mercado).
man Moisés y Gaspar» (Rivera 158) quienes después se trasladan a su casa:
«el Director General tuvo a bien ordenar que Moisés y Gaspar continuaran
con sus responsabilidades en mi domicilio» (Rivera 163) y se vuelven casi una
parte del narrador:
A sabiendas de que su presencia era inoportuna y poco grata, Moisés y Gaspar guar-
daron silencio en el trayecto a casa (…). Desde entonces, muy a mi pesar, los dos se
convirtieron en mis sombras. Así, con sus miradas suspicaces sobre mis hombros, in-
troduje la llave en la cerradura de la puerta ngiendo tranquilidad. (Rivera 165)
Se convierten, como en el cuento, no en personas conables que brinden
seguridad, sino en presencias inquietantes que al llegar a casa del narrador
contribuyen a conformar un espacio adverso: «Me sentí fuera de lugar dentro
de ella. La presencia sigilosa pero amenazante de Moisés y Gaspar no ayuda-
ba. Al contrario, sus respiraciones agitadas sobre mi nuca no me provocaban
otra cosa que no fuera ansiedad. Llegué a creer, por unos segundos, que me
encontraba en peligro» (Rivera 167). Y al nal de la novela, son ellos quienes
custodian el cuerpo del nar rador: «Supongo que Moisés y Gaspar recogieron
mi cuerpo de la playa, lo depositaron, después, bajo las mantas de la cama.
Supongo que ellos dos velan mi sueño desde aquella bruma amar illenta donde
no puede verse nada» (Rivera 172).
También, por otra parte, la Granja del Buen Descanso donde trabaja el na-
rrador de la novela y «El Pabellón del Descanso» (véase Árboles…), en el
104 105
que permanecen los cadáveres de un hospital para no inquietar a los demás
enfermos, comparten una idea irónica del ‘descanso’: en la Granja, el ‘buen
descanso’ recuerda, más que un hospital para sanar enfermos, un lugar para
velar muertos, idea que, según el narrador, se cumple efectivamente y en el
Pabellón el ‘descanso’ se reere al n de la agonía del enfermo, pero también y
Ahora bien, al ya mencionado tema del ciego en Durand se relaciona, por
oposición13, la gura del ojo, la cual, por su parte, implica toda una gama de
signicaciones simbólicas relacionadas con la exteriorización del espíritu y/o
el corazón (que implican la bondad, pero también la maldad con el llamado
‘mal de ojo’), los ritos de iniciación al conocimiento (en el hecho de ‘abrir los
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g , p y
sobre todo a la t ranquilidad que se busca en los enfermos, es decir, al orden que
se pretende mantener (aunque en ese cuento de Dávila, la mujer protagonista
experimente todo lo contrario: una inquietud incontrolable por «acompañar»
al pabellón de la que surge una obsesión mortal). Cerca del nal, el narrador
de la novela vuelve al hospital y piensa que «Ahí estaba mi salvación. Ése era
el pabellón de mi descanso» (Rivera 155), cita con la cual se comprueba esta
relación intertextual.
Existe también una relación entre «El huésped» (véase Muerte…) y la no-
vela, ya que en un inicio el narrador de La cresta… recibe en su casa a la
Traicionada y a la Falsa, pero en determinado momento se vuelve preso de sus
huéspedes, de la misma manera que en el cuento de Dávila la mujer protago-
nista, su empleada y los hijos de cada una, viven amenazados por un huésped
misterioso y atemorizante que el esposo ha llevado a vivir en su casa.
Existe un elemento simbólico que Dávila usa con frecuencia en sus cuentos
y que tanto en ella como en Rivera -sobre todo en esta última- no pertenece a
la atmósfera, sino que contribuye a crear el espacio que incluye tal atmósfera:
los ojos.12
12 «La muerte y los ojos son algunos de los motivos y temas reiterados en la cuentística de Dávila,por otro lado propios de la tendencia de lo fantástico en que se inscribe (en la que están Poe, Cortázar,Fuentes) (…). Es coherente, entonces, que los ojos sobresalgan en los cuentos fantásticos de AmparoDávila como característica de los personajes, bellos, inquietantes, como una pesadilla paranoica vueltarealidad o como el tópico personal de su narrativa, trabajado de un modo sorprendente.» (García 137).
j ), (
ojos’ a una nueva realidad), o la representación del dios que todo lo ve (Che-
valier 770-774 y Hall 235-236). Además, el ojo representa la acción de ver, a
partir de la cual se da el enfrentamiento con el agua negra que es el espejo, 14
es decir, a través del ojo se percibe el mundo de manera visual, lo que implica
que al mismo tiempo se reciben diferentes clases de información: colores, for-
mas, movimientos, categorías espaciales, por lo que, más que los otros sentidos
humanos, el ojo, la visión, permite un conocimiento en diversas dimensiones
de la percepción y gracias a esto también se experimenta el encuentro con uno
mismo a partir del reejo especular. A su vez, este reejo está determinado por
otros aspectos como la conciencia de ‘ver-se’, el ángulo de visión, la distancia
entre sujeto e imagen, la claridad u obscuridad del espejo e incluso el tipo de
espejo (plano, cóncavo, convexo, redondo, con sus respectivas imágenes, ‘ve-
rídicas’ o deformadas). Durand opina que una mirada siempre se imagina en
forma de ojo, aunque sea cerrado, y que ojo y mirada siempre están ligados al
sentido de trascendencia, por lo que considera esos tres t érminos como isomor-
fos (157). Así, la visión es inductora de clarividencia y de rectitud moral.
En Rivera la visión tiene un sentido muy alejado de la clarividencia, aunque
por otra parte se relaciona con el espejo en el sentido de un agrandamiento
13 O, incluso, no necesariamente por oposición, pues ya menciona Bachelard que en algunos lugares laceguera es signo de videncia.
14 Para Jakob Böhme «el espejo es un ojo que al mismo tiempo es espejo y se ve a sí mismo» (Bieder-mann 179).
106 107
del espacio: es a través de los ojos, es decir, la mirada, que las Amparo Dávila
Falsa y Verdadera crean un espacio que atrapa al nar rador a tal grado que esa
mirada expansiva es uno de los motivos por los cuales el protagonista deja en-
trar a la Falsa en su casa y dice de ella:
se pierde en esa inmensidad y el personaje tiene que cerrar los ojos para evitar
caer en ese abismo que se crea con la mi rada de la Verdadera:
Luego los abrió [los ojos] y el efecto de expansión se produjo con puntualidad de relo-
jero. De repente nos encontrábamos en el centro de una explanada inmensa, sin orillas,
i id id d l L d h í ñ i i i i
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Recuerdo, sobre todo, sus ojos. Estrellas suspendidas dentro del rostro devastador de
un gato. Sus ojos eran enormes, tan vastos que, como si se tratara de espejos, lograban
crear un efecto de expansión a su alrededor. Muy pronto tuve la oportunidad de conr -
mar esta primera intuición: los cuartos crecían bajo su mirada; los pasillos se alarga-
ban; los closets se volvían horizontes innitos; el vestíbulo estrecho, paradójicamente
renuente a la bienvenida, se abrió por completo. (Rivera 14)
Es decir, a parti r de la mirada que funciona como un espejo, el espacio se
ensancha y se vuelve receptor. Pero casi inmediatamente esta apertura se vuel-
ve amenazante, como sucede siempre con muchos elementos de Dávila.
La diferencia entre cómo se construye el espacio atemorizante en los textos
de las dos escritoras es mínima: en ambas se parte de un espacio cotidiano,
hasta cierto punto neutral, que de un momento al otro, casi siempre sin previo
aviso, se torna agresivo —es decir, la línea o líneas que divide(n) la cordura de
la locura o la realidad de la irrealidad son tan sutiles que a veces es innecesario
o, más bien, imposible nombrarlas—. Sin embargo, mientras que en Rivera el
espacio amenazante se crea sobre todo a partir de la mirada, en Dávila la mi-
rada o los ojos son un elemento que sustenta o contribuye a crear la amenaza,
pero que no determina la agresividad y la violencia de la intromisión como en
Rivera, cuyo protagonista corre el riesgo de desaparecer: «Cuando se volvió a
verme [la Falsa] el espacio vacío alrededor de mi cuerpo se multiplicó otra vez.
De tan solo, estaba casi sordo. Estaba perdido» (Rivera 19). Incluso el sonido
sin identidad alguna. Los dos nos hacíamos pequeños, tan insignicantes que casi nos
era imposible escucharnos. El espacio entre los dos crecía y adelgazaba a l mismo tiem-
po. Tuve que cerrar los ojos para evitar mi propia desaparición en ese medio. (Rivera
45-46)
También el narrador de La cresta… se siente invadido, a pesar de ser él quien
‘invade’ el espacio —la casa— de la Verdadera: «De mi primera visita a Amparo
Dávila, la Verdadera, recuerdo sobre todo la invasión de los ojos» (Rivera 85)
y es forzado a enfrentarse consigo mismo —y su realidad triste y solitaria— a
través de la memoria:
Los ojos de la mujer [la Verdadera] crearon a mi alrededor una estepa vasta, un es-
pacio de tonos ocres donde poco a poco, en la cámara lenta del recuerdo, apareció la
semilla y, de ella, emergió el cordón umbilical que, después le trasminó la savia a mis
miembros pequeñísimos. El proceso de gestación se llevó a cabo en el subsuelo, pero,
más tarde, sin aviso alguno, sin seña de ning ún tipo, algo descompuso la regularidad de
la tierra. Mi cabeza, el cuello, el torso, las piernas. Mi cuerpo a medias enter rado, a me-
dias en libertad. En mi recuerdo, la inmovilidad de mi c ondición me llenaba de pesar y,
a la vez, de júbilo. Tenía, después de todo, una excusa, una justi cación. Nadie tendría
por qué saber de qué textu ras se componía mi m iedo (…). Y así, frente al umbral donde
la Verdadera medio aparecía y medio desaparecía, mi vida como árbol me llenó de la
más absoluta de las tristezas. Me avergoncé de mi soledad. (Rivera 87)
108 109
En la obra de Dávila, algunos ojos —o su ausencia— acechan, invaden la
intimidad, persiguen a los personajes. En «La quinta de las celosías» el perso-
naje principal es un hombre que se dirige a casa de su novia, pensando en una
boda futura, sin embargo, al llegar ahí, el espacio se transforma, destruyendo
así su ensoñación: «Todo parecía rígido allí y con ojos, miles de ojos que ob-
nar la violación: «Ella completamente desnuda en una mesa fría, sujeta de las
muñecas y los tobillos y todos como buitres sobre ella, manos, ojos, en ella,
adentro, afuera, por todas partes, y ella desnuda ante cien ojos que la devora-
ban» ( Música…, 128). En «La noche de las guitarras rotas», una madre con sus
dos hijas dialoga con la mujer que atiende un puesto de guitarras en el mercado,
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servaban, que lo cercaban poco a poco» ( Muerte…, 40) y no sólo el espacio,
sino la misma novia se convierte en una amenaza: «Y los ojos claros de Jana
eran como los ojos de una era brillando en la noche, maligna y sombría…»
( Muerte…, 45). Los ojos en Dávila no crean el espacio como en Rivera, pero
sí condicionan el ambiente que impera en dicho espacio, como sucede también
en el cuento «Moisés y Gaspar»: «De pronto sentí unos ojos detrás de mí, salté
de la silla y me di vuelta; allí estaban Moisés y Gaspar. Me había olvidado por
completo de su existencia, pero allí estaban mirándome jamente, no sabría
decir si con hostilidad o desconanza, pero con mirada terrible» ( Muerte…,
106). En «El jardín de las t umbas» un niño vive aterrorizado con la imagen de
un obispo sin ojos: «pero también está el Obispo sin ojos ya y carcomido por
los gusanos y esto, realmente, resulta superior a nuestras fuerzas. Por la sola
profanación de su t umba él me persigue todas las noches» ( Música…, 47). En
«El desayuno», una joven cuenta a su familia una supuesta pesadilla en la que
ella asesina a su novio y dice: «Los ojos de Luciano me miraban jamente,
jamente, como si quisieran traspasarme. Y yo ahí a mitad del cuarto con su
corazón latiendo entre mis manos, latiendo todavía… latiendo…» ( Música…,
87). En «Tina Reyes» una mujer joven, soltera y trabajadora, es interceptada
por un hombre a quien ella atribuye todas las características de un violador
y comienza a imaginar cómo será, en dónde, de qué manera e incluso cómo
tendrán que revisarla -con cuántos ojos- los médicos, la policía, para determi-
cuando de pronto, llega un hombre, vociferando contra las niñas que juegan
con las guitarras, pero especialmente contra la mujer del puesto:
(…) los ojos extraviados. No supe bien a bien cómo era su rostro, porque como atraída
por un imán toda mi atención se detuvo en unos ojos que se entrecerraban y se empe-queñecían como los de las serpientes cuando van a atacar y de ellos salía una mirada
helada que penetraba hasta los mismos huesos. ( Árboles…, 33)
En «Griselda», una joven se encuentra con una anciana —que le da nombre
al cuento—, quien le cuenta la historia de la muerte de su esposo y su posterior
decisión de sacarse los ojos que, en este caso, se multiplican para acechar:
Martha contempló entonces un rostro transgurado por el dolor y dos enormes cuencas
vacías; mientras los ojos de Griselda, cientos, miles de ojos, lirios en el estanque, la
traspasaban con sus inmensas pupilas verdes, azules, grises, y después la perseguían
apareciendo por todos lados como tratando de cercarla, de abalanzarse sobre ella y
devorarla, cuando ella corría desesperada abriéndose paso entre las sombras vivas de
aquel jardín. ( Árboles…, 57)
Esta ‘escena’ de Dávila se repite en Rivera, cuando el narrador sale del edicio,
la primera vez que visita a la Verdadera y es, también, una escena de persecu-
ción a través de la multiplicación de los ojos:
110 111
[La vieja de la mecedora] Me chistó al pasar y me volví hacia ella cuando se quitaba
las gafas: entonces pude ver la cuenca vacía de sus ojos. El descubrimiento me llenó
de terror. La materia pegajosa de la que no me había podido librar en el departamento
minimalista de la Verdadera ahora se ceñía a mi a lrededor como una telaraña. Creo que
me inmovilicé una vez más. Recordé mi vida como árbol, y la posibilidad de quedarme
tieso, paralítico para siempre, sólo me hizo correr más aprisa, sin dirección. Estaba tan
b d l i ió d l i i í l lb M d i Y
casos perdidos y, en lugar de perderlos mejor, lo que hacíamos era olvidarnos
de ellos» (Rivera 53)—. La mirada o, en este caso, la ausencia de la misma,
crea un espacio,16 una barrera infranqueable entre los enfermos por una parte
y sus médicos, enfermeras y cuidadores por otra, es decir, se crea una real idad
espacial —irónicamente llamada Granja del Buen Descanso— en la que se han
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embotado con la visión de la anciana que casi caí en la alberca. Me detuve a tiempo. Y
entonces los vi. Ahí estaban, en el fondo, aguardándome. Un enjambre de ojos azules,
perfectos, me miraban jamente, elípticamente, desde debajo del agua. Y entonces re -
trocedí. Retrocedí. (Rivera 94)
Griselda, en el cuento de Dávila, al perder a su marido en un accidente de
caballo se saca los ojos —que el marido adoraba— para que nadie más los vea,
como un tipo de penitencia o, más bien, una forma de llevar su luto y cargar
con su pena. Durand habla del sacricio del ojo como una forma de reforzar la
visión y adquirir una videncia mágica,15 pero no es el caso de Griselda, como
no lo es, tampoco el de la anciana de la novela.
Por otra parte, los ojos en La cresta de Ilión provocan una implicación, es
decir, a través de la mi rada hay un contacto humano, un estrechamiento de las
relaciones entre personas, motivo por el cual, ninguno de los trabajadores del
hospital mira a los ojos a los enfermos —«sólo en raras ocasiones los mirá-
bamos a los ojos y, aún menos, nos atrevíamos a tocarlos» (Rivera 54)—. Los
enfermos no son tratados como si tuvieran la posibilidad de ser curados, sino
como despojos humanos, muertos vivientes a quienes se les administra morna
para mantenerlos más cerca de la muerte que de la vida —«Aquí llegaban los
15 «La extrema valorización intelectual y moral del órgano visual acarrea su sacricio, porque el órga -no carnal se sublima y una segunda visión, arquetípica en el sentido platónico de este término, viene aremplazar la visión común» (159).
perdido los conceptos básicos de humanidad y dignidad. El narrador, a t ravés
de su no-mirar a los enfermos también contribuye a crear un lugar atemorizan-
te y no sólo eso, sino que al hacerlo, también recrea a los demás trabajadores
y a sí mismo como seres casi humanos, pues los límites entre vida y muerte
son difusos, hasta cierto punto irreales, y ambos ‘estados’ se superponen, se
invierten, se relativizan:
Tomé conciencia, tal vez como nunca antes, de que la comun idad que se había formado
alrededor de un puñado de moribundos estaba desaparecida. Y desaparecidas nuestras
voces, nuestros olores, nuestros deseos. Vivíamos, por decirlo así, a medias. O mejor:
vivíamos con un pie dentro de la muerte y otro todavía pisando el terreno de algo pare-
cido de manera muy remota a la vida (Rivera 35).
Pero el narrador no ‘cierra los ojos’ solamente ante sus enfermos, sino que
en ocasiones utiliza la frase «cerré los ojos» para evadirse de la realidad, del
espacio que lo rodea o, más bien, lo cerca: cierra los ojos para escapar, al menos
en ensueño, de la amenaza exterior o para alargar un estado de tranquilidad,
cuando se toma un café en la Ciudad del Norte: «Una lenta, delicada tibieza
invadió por completo mi interior. Cerré los ojos. Y no los abrí hasta que el
16 «La visión es por esencia un órgano de la lejanía, porque la ‘ocularidad’ aleja instintivamente elhorizonte a través de los ‘espacios innitos’» (Durand 417n).
112 113
caos me despertó» (Rivera 72) o también cuando es internado en el hospital,
después de su segunda visita a la Verdadera: «Cuando me desperté, vi la luz
mercurial que entraba por la ventana rectangular del pabellón selecto y me sen-
tí amparado (…). Luego cerré los ojos y me dispuse a seguir bebiendo» (Rivera
155). Además, el mar se construye como un isomorfo simbólico de cerrar los
j U it l t d j d l lid d P h
Conclusión
Entonces pensé en su nombre, en lo inadecuado que era un nombre como ése
sobre los hombros de todas las mujeres que osaban llevarlo. Amparo.
Como si lo fueran, como si pudieran brindarlo.
C i ti Ri G L t d Ilió
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ojos: «Uno necesita el mar para esto: para dejar de creer en la realidad. Para ha-
cerse preguntas imposibles. Para no saber. Para dejar de saber. Para embriagarse
de olor. Para cerrar los ojos. Para dejar de creer en la realidad» (Rivera 95).
Bachelard considera que «El escritor sabe por instinto que todas las agre-
siones, vengan del hombre o del mundo, son animales. […] Y contra esta jauría
que se desencadena poco a poco, la casa se transforma en el verdadero ser de
humanidad pura, el ser que se deende sin tener jamás la responsabilidad de
atacar» (76). Sin embargo, en Rivera ese espacio de humanidad que sería la
casa del narrador —espacio en torno al cual se desenvuelve gran parte de la
trama— desaparece pues la agresión animal se crea dentro de ella: en las en-
trañas mismas de lo que debería ser un centro de protección nace la amenaza
de las huéspedes, del Seductor, y se convierte en un espacio sitiado, amenazado
pero al mismo tiempo a menazante, en el que prevalece el presente eterno del
narrador: «Supongo que ellos dos [los cuidadores Moisés y Gaspar] velan mi
sueño desde aquella bruma amarillenta donde no puede verse nada» (Rivera
172). Finalmente, el personaje principal de la novela ha logrado cerrar los ojos,
entregándose al abismo de la obscuridad en la que ya no hay tiempo ni espacio
y en la que ya no resulta necesario ponerse máscaras: el narrador devela enton-
ces su secreto como nar radora.
-Cristina Rivera Garza, La cresta de Ilión
Estos espacios oscuros en la mente del lector se contraponen por completo
a los «espacios felices» de Bachelard: en estas casas, habitaciones o edicios
no se encuentran reductos en que el lector pueda albergarse, «descansar» en los
ensueños de su pasado. En las imágenes de estas escritoras, no existen valores
positivos de protección, sino que el lector siente la presencia agobiante de un
espacio que, si antes le pert enecía simbólicamente, ahora se ha vuelto un espa-
cio invadido, en el que el límite entre lector y obra se ve traspasado: el lector se
siente, como el personaje, agredido.
Sin embargo, el lector sigue leyendo, pues, como menciona Octavio Paz, la
fascinación de lo Otro provoca vértigo, al que precede una parálisis, suspen-
sión temporal de la vida: «El universo se vuelve abismo y no hay nada frente a
nosotros sino esa Presencia inmóvil, que no habla, ni se mueve, ni ar ma esto
o aquello, sino que sólo está presente. Y ese estar presente sin más engendra
el horror» (171), pero el horror no sólo se muestra como presencia total, «sino
también como ausencia: el suelo se hunde, las formas se desmoronan, el uni-
verso se desangra. Todo se precipita hacia lo blanco. Hay una boca abierta, un
hoyo» (173).
114 115
El lector, al igual que los personajes, se paraliza al tiempo que se asoma
al abismo del Otro que es él mismo y experimenta la fascinación de lo desco-
nocido. Entonces ya no se puede cerrar los ojos: la lectura no puede dejarse
incompleta; se tiene que saltar hacia el abismo de sí mismo, hacia la ruptura y
el encuentro que implica mirarse en un espejo:
Bibliografía
De las autoras:
dáVilA, Amparo. Tiempo destrozado. México: Fondo de Cultura Económica, 1959.
Música concreta. México: Fondo de Cultura Económica, 1964.
Árboles petricados. México: Joaquín Mortiz, 1977.
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Algo sucede en el mundo cuando uno retrocede. Ese lento tranc e durante el cual el suje-
to se aleja del objeto y se aproxima, de espaldas, hacia el lugar que no puede ver, siem-
pre tiene consecuencias. No se trata, como creí por años enteros, de borrar el mundo y
ni siquiera de apartarse de él. Se trata, apenas comenzaba a darme cuenta, de un salto
o, mejor, de un guiño que parte de la fascinación visible y visual, sólo para adentrarse
en la fascinación de lo visual pero invisible (…). Por más terror, por más algarabía, por
más desazón que se sienta, uno no puede cerrar los ojos. Uno ve. Uno ve vorazmente.
Uno no puede dejar de ver. (Rivera 111)
Los espacios en la cuentística de Amparo Dávila así como en la novela de
Cristina Rivera Garza no sólo se construyen como amenazas para los perso-
najes, sino que, apoyados en la fuerza simbólica de las imágenes, superan el
límite de la hoja y logran que los lectores, como personajes añadidos, tú, lector,
camines también de espaldas, vibres ante el vértigo de mirar tu propio interior
como un espacio íntimo amenazado. Y no puedas dejar de hacerlo.
Muerte en el bosque. México: Fondo de Cultura Económica, 1985.
riVerA gArzA, Cristina. La cresta de Ilión. Barcelona: Tusquets, 2004.
Marco teóricobACHelArd, Gastón. La poética del espacio. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1998.
biedermAnn, Hans. Diccionario de símbolos. Barcelona: Paidós, 1993.
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mitad del siglo XX, y una revista. Coord. Elena Urrutia. México: Instituto Nacional de
las Mujeres y El Colegio de México, 2006. 129-162.
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mArdones, José María. El retorno del mito. La racionalidad mito-simbólica . Madrid:
Síntesis, 2000.
(1962-2010)
Uno de los autores mexicanos más importantes de
género negro, Juan Hernández Luna tuvo, entre
otros logros, conseguir dos veces el Premio Ham-
mett otorgado por la Semana Negra de Gijón. Pri-
mero en 1997 por Tabaco para el puma, una de las
novelas más importantes en la narrativa policial
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Síntesis, 2000.
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pAz, Octavio. «La revelación poética». En su libro Obras completas i . La casa de la
presencia. Poesía e historia . Barcelona: Galaxia Gutenberg/Círculo de Le ctores, 1999.
novelas más importantes en la narrativa policial
mexicana, y diez años después por Cadáver de ciu-
dad , suceso que lo consagró defnitivamente como
un referente fundamental de la narrativa mexicana
del cambio de siglo. Antes, entre y después de estos
dos libros, y además del género policiaco, cultivó
una obra literaria de múltiples registros, traducida
en gran parte a otros idiomas, sobre todo al francés.
Destacó también en el terreno de la ciencia
fcción (su cuento «Soralia» ganó el Premio Pue-
bla en 1995), y en el de la literatura erótica—con
uno de sus libros más gustados y leídos, Me gus-
tas por guarra, amor; pero sobre todo, Hernández
Luna manifestó siempre una nar rativa vigorosa que
le permitió explorar sin tapujos ni misericordia las
brusquedades y vicisitudes del drama humano. Por
razones como esta, su amigo Paco Ignacio Taibo ii
llegó a declararlo no solo el más duro, sino el mejor
de los narradores de género mexicanos. Testigos de
su calidad son dos de sus novelas más inquietantes
y contundentes, mismas que se alejan del registro
118
propiamente noir: Yodo y Las mentiras de la luz.
Además de los ya mencionados, otros títulos popu-
lares del autor son Naufragio, Quizás otros labios y
Tijuana Dream.
Dedicado por completo a la literatura, rmó tex-
tos que aparecieron tanto en respetadas antologías,
Mudanza JuanHernández Luna
Terminé de poner el árbol de Navidad a mitad de la sala y fui a la cocina
en busca de una cerveza. Tomé una casi de golpe y sentí la garganta abierta
como por un torniquete de púas. Cada vez ponían más cantidad de esas cosas
llamadas conservadores en las bebidas y eso me tenía jodido.
Meses atrás, mi mujer, yo y el niño, nos habíamos mudado a esa ciudad
donde la cerveza era vendida en latas y casi nadie recordaba que alguna vez se
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como en el alarmista Semanario de lo insólito. An-
tes de morir, se dedicó por años a dirigir talleres
literarios con policías y bomberos de la Ciudad de
México, con quienes editó antologías y compartiólecturas y escrituras. En homenaje a su ejemplo y
dedicación, los policías auxiliares de la capitalina
delegación Cuauhtémoc bautizaron su biblioteca
con el nombre del escritor.
Los tres cuentos que se presentan a continuación,
así como el lista do de novelas favoritas que aparece
en este número, fueron donados por Juan Hernán-
dez Luna a Joserra Ortiz en 2004. Se los dio con
la conanza que siempre tuvo en las Jornadas de
detectives y astronautas. No tenemos noticia de
que hayan sido publicados en ningún otro lugar.
había vendido en hermosas botellas oscuras y redondas y amables. Y el cambio
se debió a que mi esposa quería estar cerca de su anciana madre y para que
nuestro hijo creciera con la presencia entrañable de una abuela.
No me resistí a tal decisión, de hecho no me oponía a ninguna cosa que ellaadujera. La herencia que su ex marido le había dejado al morir bastaba para
alimentarnos al menos durante cuatro generaciones, así que podía dedicarme
a simular que trabajaba por aquí y allá haciendo trabajos de traducción y como
profesor de literatura en algunos colegios que aceptaban gustosos que un escri-
tor con algunos premios internacionales estuviera en su nómina.
El dinero obtenido lo llevaba a mi cuenta personal de donde salía única-
mente para llenar el refrigerador con cerveza y algo de vodka que tomaba con
agua mineral, jugo de limón y una pizca de azúcar. No recuerdo de donde
saqué tal combinación pero no estaba mal. Cada trago era como una gamuza
azotada contra un valle lleno de ores amarillas.
Así que esa noche terminé de poner el árbol de Navidad y revisé por últimavez que estuviera bien erguido, sin ánimo de caerse a mitad de la sala.
Hacía calor. Vaya invierno tan extraño, con veintitantos grados por la no-
che y casi treinta a mediodía. De seguir así aquella ciudad terminaría matán-
dome del sofoco.
120 121
Aun era temprano y consideré que sería bueno dar un paseo, así podría conocer
un poco mejor el rumbo. A esa hora los vecinos estarían recogidos en sus casas
y no había peligro en que alguien me saludara o me viera con extrañeza o, lo
peor, que alguien me reconociera y me saludara con esas cosas de la cortesía y
me viera obligado a responder semejante saludo.
Caminé por las aceras de aquel barrio con casas casi idénticas entre sí a
Caminé un par de cuadras más y me dirigí a la casa de Moisés, un me-
cánico que había conocido desde mi llegada a la ciudad y que a veces me
reparaba el auto. Toqué el timbre pero nadie salió, miré el reloj y me pareció
inapropiado, seguramente todos en la casa estarían durmiendo. A punto de
retirarme abrió la puerta una señora de rostro pequeño y manchas de viruela.
Me preguntó qué deseaba.
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no ser por leves diferencias en el color de las cercas que rodeaban los prados
extremadamente cuidados, algo extraño para una ciudad establecida a mitad
del desierto y con escasez de agua.
Vagué sin rumbo hasta que noté que un perro me seguía, me detuve unmomento y luego volví a caminar para notar si era una casualidad. No, efecti-
vamente, el perro me seguía. Si yo me detenía él hacía lo mismo y viceversa.
Era un animal con cara de interrogación. Favor de no preguntar cómo es
una cara de interrogación, el caso es que el animal la tenía, no en el sentido del
acto de interrogar sino en el s entido de las líneas y el trazo. Su cara conformaba
extrañas curvas que parecía le hubieran aplastado y modicado el cráneo a tal
grado que todo su rostro era algo informe y con signo de pregunta.
Quise preguntarle cómo se llamaba pero me pareció absurdo preguntarle
semejante cosa a un perro, solo de imaginar que un vecino me mirase hablan-
do con el animal o que éste me respondiera me causó pavor, así que seguí
caminando y el perro continuó tras de mí, en ocasiones se adelantaba y luegose detenía como esperando mi paso, en otras lo hacía a mi lado. Comencé a
desesperarme. Cuarenta años de mi vida sin jamás haber tenido una mascota
para venir a caer con un perro de aspecto callejero siguiéndome a todas partes
con su cara de interrogación.
—Busco a Moisés —respondí—. Se trata de mi auto, se descompuso.
—Ha de estar en casa de Miguel —dijo y como intuyendo mi pregunta
agregó: «dos casas abajo, de este mismo lado.»
Respondí un gracias y me dirigí a casa del tal Miguel. El perro había des-aparecido y dejé de sentir aquella presión extraña sobre mi pecho.
Toqué el timbre de la casa señalada y tampoco apareció nadie, pero la
puerta estaba entreabierta así que puse mi mano en la madera y ésta se fue
abriendo lentamente.
La cara de Moisés fue de asombro al verme.
—Profesor, usted por aquí...
Lo saludé y le dije que necesitaba un favor.
—Necesito una pistola.
Moisés se quedó pensativo murmurando algo entre dientes. Luego comen-
zó a mover un bulto que estaba a su lado y sólo hasta entonces lo noté: era el
cuerpo de un hombre recostado en el sillón, totalmente borracho y dormido.El lugar olía a a lcohol y cigarros baratos, la televisión obsequiaba el resu-
men de partidos de futbol americano con el volumen casi al mínimo. Como
intuyendo mi pregunta Moisés comentó:
—Es que la esposa de mi compa se molesta cuando venimos a ver futbol,
por eso le bajamos el volumen.
122 123
—No despiertes a tu amigo, olvida la pistola.
—No, orita se despierta, permítame.
Miguel siguió moviendo aquel bulto.
—Lo que pasa es que yo no tengo una pistola, sabe, pero mi amigo tiene
una, me la mostró alguna vez.
Cuando el hombre pudo apenas reaccionar, Moisés le preguntó dónde podía
Pensé en un buen trago de vodka, pensé en aquella maldita ciudad que me
agobiaba con su calor, pensé en mi mujer que había salido junto con el niño a
visitar a su madre y que a esa hora seguramente estaba de regreso en casa vien-
do el árbol de Navidad que me había ordenado montar para que al día siguiente
pudiera adornarlo en compañía del pequeño. «Porque no hay nada como cele-
brar la Navidad en familia», dijo antes de salir. En todo eso pensé cuando hice
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tomar la pistola y éste respondió con un gruñido señalando un mueble de la sala.
Moisés fue hasta el lugar y abrió los cajoncillos. Removió papeles y frascos
de medicina hasta levantar una masa de color oscuro.
—Aquí está. Tome.—¿No me acompaña? -pregunté.
—Por supuesto.
Moisés salió tambaleándose y nos fuimos calle arriba rumbo a su casa.
—Espero que mi mujer no aparezca ahorita porque me llamará y ya no
podré acompañarlo.
—No te preocupes, supongo que se habrá vuelto a dormir.
Mientras se fajaba la camisa y caminaba con malos pasos, Moisés quiso
preguntarme como le había encontrado pero se encontraba tan borracho que
solo sonrió con su rostro torcido, me pareció que ponía la misma cara de inte-
rrogación del animal que seguía sin aparecer.
—Y a todo esto ¿para qué quiere usted una pistola?—Quiero matar un perro que me viene siguiendo.
—Ah —dijo, como si aquello aclarara todas las dudas de toda su vida.
—Me parece bien -dijo y seguimos caminando. Yo por mi parte seguía
buscando una sombra que indicara que el animal volvía a aparecer cercano y
nefasto para mi concepción del mundo.
el primer disparo hacia el bulto que miré surgir al nal de la cuadra.
—Parece que no le atinó, profesor. El perro sigue ahí, mire.
Claro que lo miraba. El animal estaba detenido en la esquina de la calle,
como sorprendido de también haberme encontrado. Volví a apuntar el arma y jalé del gatillo.
El perro siguió estoico, con su cara de i nterrogación y acaso aturdido por
escuchar aquellos ruidos que rompían la noche del vecindario sin que nadie se
asomara a ver qué diablos era lo que ocurría.
—Creo que es imposible, no podré matar a ese maldito perro.
—No pierda la esperanza, ahorita lo volvemos a encontrar —dijo Moisés.
Y es que el animal se había desaparecido de inmediato ante nuestros ojos cuan-
do llegamos a la esquina.
Seguimos caminando y hablamos algo sobre la temporada de la nfl y el
inicio de clases en la escuela y algunas tonteras más hasta que el animal apare-
ció detrás de nosotros, justo a los pies de Moisés.—Hágase a un lado, voy a dispararle.
—Con cuidado, apunte bien -dijo Moisés temiendo que le hiriese a él.
Disparé. El animal ni siquiera se movió, solo se hizo a un lado y se perdió
entre unos a rbustos.
124 125
—Mala cosa esta de matar perros —dijo Moisés—. Alguna vez yo tuve
una novia que tenía un perro, creo que era el perro más gigante del mundo y
se había vuelto viejo, el animal solo babeaba y defecaba por todas partes y ya
ni comer podía. Esa novia me pidió que lo matara así que pedí una pistola a mi
padre y fui a casa de mi novia. El animal estaba tirado, enorme, en el patio tra-
sero. Le apunté a la cabeza, directo, sin escapatoria, solté un disparo y el perro
í i d j l l S l é di á
Al cerrar la puerta del refrigerador miré por la ventana y vi al animal para-
do en la calle. Mi corazón volvió a oprimirse y maldije por mi mala puntería.
Tres veces lo había tenido a mi disposición y en todas había fallado de manera
ridícula y ahora el animal aparecía frente a mi ventana como burlándose.
Prendí la televisión y busqué un canal donde hubiera algo de interés pero no
encontré nada, la pantalla se miraba borrosa y casi sin sonido. Nuevamente mal-
dij i d d d d i i i l l i ió f i b d l
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me seguía mirando con sus ojos l lorones. Solté otro disparo y otro más y otro
más, hasta que alguien me gritó y me dijo que yo era una bestia, un perfecto
bruto, entonces miré la cabeza del perro y vi una masa de sesos regados por
todo el lugar. Volteé y vi a mi novia que estaba super encabronada por la formaen que había matado a su perro.
—Mmm, creo que conozco el nal de la historia. La novia terminó con usted.
—Así es, ¿cómo lo supo?
—Suele ocurrir.
—Así es, esa novia terminó conmigo, pero la culpa fue de ella porque jamás
me dijo que un maldito perro de esos resistiera cuatro balazos en la cabeza.
—Tal vez estaba muerto desde el primer disparo y usted jamás lo notó.
—Puede ser, pero eso ya jamás lo sabremos.
—Tiene razón, jamás lo sabremos.
Mire el reloj, era probable que mi esposa ya estuviera en casa. Así que le
devolví la pistola a Moisés y me despedí.Regresé a casa esperando encontrar a mi esposa y al niño contemplando
mi estupendo trabajo con el árbol de Navidad, pero no encontré a nadie así que
fui a la cocina en busca de otra cerveza misma que volví a tomar de un t rago.
El maldito asunto del animal me había despertado la sed.
dije a esa ciudad donde ni siquiera la televisión funcionaba de manera normal.
Fue cuando sonó el teléfono, levanté la bocina y escuché la voz aigida de
mi mujer.
—¿Qué pasa? —pregunté.—Estoy en el hospital. Tienes que venir.
—Claro, ya salgo -respondí sin preguntar más nada.
Saqué de la cochera el otro auto y me dirigí al hospital donde encontré a mi
esposa con la cara angustiada. Le pregunté de qué se t rataba, temeroso por no
verla con nuestro hijo a su lado.
—Íbamos saliendo de casa de mi madre cuando el auto comenzó a fallar.
Te llamé a casa para que fueras por nosotros, pero no estabas. Así que nos fui-
mos caminando...
-¡Por dios, dime qué fue lo que pasó!
—A eso voy. Que íbamos caminando y casi al llegar a casa de pronto se
escuchó un ruido.—¿Un ruido?
—Sí, un ruido extraño y entonces el niño se llevó la mano al brazo y al
revisarlo me di cuenta que tenía sangre. Creí que se había cortado con alguna
rama de arbusto en la calle, ya ves que esta gente no los poda como debe ser,
siempre dejan ramas hacia fuera...
En ese momento salió el médico. El niño estaba a su lado con un vendaje en la
parte alta del brazo.
—No hay peligro, señora, en un par de días comenzará a cicatrizar.
—¿Qué ocurrió, doctor?
—No lo sé, señora —dijo el doctor, ignorándome como si yo fuera parte del
decorado—, pero mi experiencia me dice que fue un rozón de bala.
¡Dios mío! exclamó mi mujer
Le dije que yoestacionaba elauto... JuanHernández Luna
Le dije que yo estacionaba el auto pero insistió que no, que ella lo hacía y mien-
tras maniobraba con el volante aprovechó para decirme toda una retahíla de
frases sobre los hombres que no creen que las mujeres sean capaces de hacer lo
mismo y esas cosas que dicen las mujeres cuando han bebido de más.
Yo me dediqué a pensar en aquella novelita donde un hombre es bastante
malo que arrasa con todo un pueblo y luego la gente vuelve a construir el pue-
blo y el hombre malo regresa y lo vuelve a destruir Era un hombre malo en
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—¡Dios mío! —exclamó mi mujer.
Salimos del hospital. Yo cargue al niño y lo acosté en el asiento trasero del
auto. Quise sonreírle pero sabía bien que no respondería a mi gesto.
—Pareces cansado —dijo mi esposa cuando íbamos ya rumbo a la casa.—Sí, poner ese árbol fue una verdadera chinga.
—No hables así, el niño puede escucharte.
—Okei, disculpa.
—Y si te sientes cansado puedes pedir el día de mañana a la escuela, yo
hablaré, si gustas, diré que te sientes enfermo.
—Me parece buena idea —respondí—. Así puedo ir con Moisés, el mecá-
nico, y traer tu auto para que lo ar regle.
—Gracias, amor.
—Oye, ¿sabías que la televisión únicamente recibe tres canales?
—Lo sé —dijo—.
—Ah —respondí.Era la media noche.
blo y el hombre malo regresa y lo vuelve a destruir. Era un hombre malo en
verdad.
—¡Chingada madre! —era la voz de mi mujer—. Estaciónalo tú -dijo, bajan-
do del auto con un portazo.Yo dejé de pensar en el hombre malo que destruía el pueblo y me pasé al lado
del conductor deslizándome a través del asiento, mientras ella entraba al edicio.
En todo caso debo decir que m ía no era la culpa, ella era quien había deci-
dido comprar ese departamento por aquello de la ubicación y lo prestigiado de
la zona. En ese entonces no teníamos auto y tampoco teníamos tantas reunio-
nes, así que jamás reparamos en la falta de un garaje.
Con los años, la zona se fue llenando de restaurantes y bares y los nes de
semana luego de ir a cenar con alguna de sus amigas el encontrar un lugar era
todo un lío. Esa vez teníamos suerte, ahí estaba el lugar y todo bastaba con es-
tacionar el auto y yo podría ir a casa, prepararme un t rago y seguir pensando en
esa novelita que tanto recordaba. Todo ocurría en el desierto, en el viejo oeste.Puse la primera velocidad, me coloqué a la par del auto de adelante del
hueco donde me iba a estacionar. Metí reversa y torcí el volante. El auto co-
menzó a deslizarse. Cuando iba a la mitad del auto torcí las llantas hacia el lado
contrario y el auto encajó a la perfección. Torcí las llantas nuevamente hasta
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dejarlas de manera recta, revisé las portezuelas, tomé la ca rátula del estéreo y
salí. Activé la alarma, me guardé las llaves.
En la esquina había luz en uno de los bares. Vaya prestigio de zona, daba
risa, convertida en un hormiguero de noctámbulos y hippies. Cuando entré al
lugar un mesero acomodaba las sillas sobre las mesas. Me miró sorprendido.
—Son las cuatro de la mañana —dijo—. No pensará que lo atienda, ¿verdad?
—No pero igual podemos tomar una copa juntos
la energía, se ignoran las erecciones matinales, y llega el momento en que a
partir de entonces cada noche se duerme como un bendito.
Quedamos en silencio, bebiendo cada uno de su vaso. Cuando terminé el
mío me preguntó:
—¿Otro trago?
—No, es tarde, será mejor ir a casa. ¿Cuánto es por la bebida?
—Nada la casa invita
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No, pero igual podemos tomar una copa juntos.
—Me parece buena idea. ¿Whisky?
—Sí, whisky está bien.
El tipo con pinta de mesero fue tras la barra y sirvió un par de vasos conabundante licor.
—¿Agua?
—No, solo, está bien.
—Salud.
Nos acodamos en la barra del lugar cada cual con su bebida.
—Supongo que usted tampoco espera una historia triste ¿verdad? —
le pregunté.
—Oh, no por dios, de eso tengo suciente cada noche.
—Bien, entonces le contaré una divertida.
—Adelante.
—Hace más de un año que no tengo sexo con mi mujer.El joven puso cara de asombro y bebió de su copa.
—¿Y se puede saber cómo lo resuelve? Supongo que tendrá una amiguita,
o alguna vez irá a un putero.
—Nada de eso, amigo, no tener sexo con la esposa ni con nadie es… como
decirlo, extremadamente relajante. No hay obligaciones maritales, importa poco
Nada, la casa invita.
—Entonces yo pongo la propina —dije, poniendo un billete sobre la barra.
—Se agradece.
Salí del lugar y miré algunos perros husmear con las bolsas de la basura.Así que aquel era el barrio encantador y de clase donde mi esposa siempre
había querido vivir.
Subí las escaleras del edicio. Entré a casa y me preparé un trago en la
barra de la sala. Caminé por el pasillo, le sonreí a esa pintura que mi esposa
había comprado en alguna subasta. La pintura me parecía ridícula y acaso por
eso me gustaba ta nto, llena de manchas y rayones que me impedían entenderla.
«Siempre serás un inculto. Ese óleo es un Guayasamín y es original.»
Yo aprovechaba para burlarme del nombre del tal Guayasamín, incluso le
pregunté si era un apodo o qué diablos, pero ella ya no me explicó nada. Le
molestaba que me burlara de sus apreciaciones intelectuales y sus altas dotes
de cultura.La encontré en la recámara frente al espejo, se cepillaba el pelo con aquella
parsimonia elegante y lenta. Me m iró de reojo cuando me senté en la cama y
me descalcé. Me quité la bufanda y ar rojé el abrigo y el saco, zafé la corbata y
también la aventé con el resto de la ropa. Me acerqué a ella y acaricié con un
dedo la curva de su espalda, luego hice lo mismo con sus hombros, pasé mi
130 131
dedo suavemente por su cuello aprovechando que ella tenía el pelo todo reco-
gido hacia un lado. No hubo respuesta. Ninguna. Nada.
Busqué mi vaso y me fui a mi lado de la cama, terminé de quitarme los
pantalones y la camisa. Me metí bajo las mantas y di un último trago antes
de sumirme por completo, dispuesto a dormir durante los próximos treinta y
cinco años que supuestamente aún me restaban de vida.
—¿Con quién fuiste esta vez?
—¿Llegó ot ro? —pregunté.
Por toda respuesta metió la mano a su bata y de ahí saco el sobre. Lo arrojó
sobre la barra de la cocina.
Miré aquel rectángulo de papel, bebí de mi vaso y me senté desconsolado
en uno de los taburetes. Ella se fue a la recámara. Yo me quedé ahí, viendo el
sobre, era el número quince que mi mujer recibía a lo largo de varios meses y
que alguien enviaba con un propósito indenido, o que al menos a mí no me
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¿ q
—¿De qué hablas?
—No njas. De seguro has ido con alguien a contar esa historia de que
entre nosotros no hay sexo.—Tal vez. Buenas noches.
—Eres un cretino, no deberías contar eso. Ya todo el barrio lo sabe, ade-
más, me avergüenzas ante mis amigas y nuestras amistades.
—Las amistades, querida, son tuyas, toda esa gente que conocemos y visi-
tamos y cenamos y vamos a sus bodas y les damos regalos en n de año, son
tuyas, tú las trajiste a nuestra vida.
—Son nuestras— dijo ella, remarcando las palabras.
—De acuerdo, puedes quedarte con mi parte.
Por la mañana me desperté y fui a la cocina. Encontré la botella que había
tomado en la madrugada, misma que no había guardado, y me serví un pocopara activar las malditas papilas de mi boca que parecían de ca rtón.
Ella salió del baño, vestida aun con su preciosa bata de ribetes blancos, y el
rostro humedecido. Parecía haber estado llorando.
Nuestras miradas se cruzaron.
q g p p q
quedaba claro. ¿Cuál era la razón de enviar anónimos, cuál era la razón de es-
cribir semejantes frases en el interior?
Tomé el sobre y lo arrojé al cubo de los desperdicios. Terminé mi trago yfui al baño para despejarme por completo.
Cuando salí de la ducha ella estaba frente a su espejo terminando de maquillar-
se, de vez en cuando lloraba un poco.
—¿Lo leíste?
—Sí —le dije con naturalidad ocultando mi mentira de no haber leído el
contenido del sobre. Hacía tiempo que yo había dejado de leerlos para ya no
enterarme de nada.
—¿Es triste no?
—Sí, demasiado triste.
Cuando terminé de arreglarme quise despedirme de ella con un beso en la
mejilla, obviamente viró el rostro y mi beso quedó en el aire. Era tan ridículotodo, como un juego matinal y eterno.
—Me voy a la ocina, querida.
—Voy contigo. Necesito pasar a recoger algo.
132
—Deberíamos pensar en comprar otro auto, así
podrías ir a donde quisieras y a la hora que gustaras.
—No, así está bien. De regreso tomaré un taxi.
—Okei, como gustes.
Por tercer año consecutivo mi mujer volvió a pedi rme que viajara con ella des-
de Canadá hasta Santiago de Chile pero esta vez le dije que no, estaba loca si
pensaba que yo volvería a meterme a un avión donde se prohibía fumar durante
quince horas.
Habíamos perdido la mañana, por lo menos yo así lo sentía, deambulando
por los pasillos del Palacio de Hierro, luego fuimos a Liverpool y tres o cuatro
tiendas más que no conozco sus nombres para terminar en un maldito Suburbia.
Por tercer añoconsecutivo mimujer volvió apedirme que
viajara conella... Juan
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En ese momento estaba seguro de que el chofer nos odiaba para el resto de su
vida, pero a Carmen eso siempre le importaba poco, jamás pensaba en que la
servidumbre es gente de carne y hueso y tiene sentimientos. Bueno, la verdades que a mí también me importa un bledo toda esa gente que limpia y cocina y
trapea y maneja. Así que estaba en el Suburbia cuando de pronto se me ocurrió
la idea de crear una tienda donde las mujeres pudieran buscar y mirar y probarse
todo lo que quisieran, mientras los maridos las esperaban tranquilamente en un
vestíbulo con una buena barra de bar y pantallas gigantes transmitiendo depor-
tes o videos musicales. Con una tienda así no me importaría ir de compras con
mi esposa y ya jamás estaría aburriéndome en los pasillos.
Busqué mi celular y le marqué a Josie Cohen, quería saber si le atraía la
idea y cuando se la hube platicado me dijo que era buena, que «el concepto se
podía vender», si acaso el único problema era tener dos permisos diferentes.
El llamado «uso de suelo», se necesitaría uno para boutique y otro para bar.Tampoco me parecía nada del otro mundo conseguir dichos permisos, así que
quedamos de vernos para almorzar tres días después debido a lo apretado de
nuestras agendas y ambos coincidimos en que mientras pondríamos a trabajar
nuestros respectivos equipos de publicidad que casi siempre estaban de ocio-
sos, para que hicieran algunas maquetas sobre conceptos y costos.
Hernández Luna
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Mi mujer salió cargando algo así como tres mil novecientos cuarenta y dos
paquetes y parecía algo acalorada por el esfuerzo. Simulé estar ocupado con el
celular para no ayudarle y verla sufrir un poco con aquella cantidad de bolsas
y cajas llenas de regalos para n de año lo cual me parecía una idiotez, sobre
todo el haber recorrido tienda por tienda del maldito Polanco para venir a ter-
minar en un maldito Suburbia.
—Es que no sabes —dijo. Aquí todo es más barato y a n de cuentas son
saneara las nanzas para que sus padres no se enterasen que los ahorros de su
vejez estaban niquitados.
Lo primero que hice fue hablar con el banco y pedirles que transrieran de
mi cuenta una cantidad semejante a la de mis suegros para que jamás sospe-
chasen que sus tiendas estaban prácticamente al borde de la ruina. Luego hablé
con Samuel, mi narizón cuñado, y le mostré un mapa del Caribe. Le dije que
eligiera una isla, y puso el dedo en algo cerquita a Barbados y le dije que hasta
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las mismas marcas.
«Y a n de cuentas es mi tarjeta», pensé, pero no le dije nada porque en ese
momento llegó el chofer y comenzó a ayudarle con la tremenda cantidad depaquetes y de pronto me angustié al recordar el maldito vuelo aquel de Calgary
a Santiago de Chile y le dije que no era mi culpa que sus padres se mudaran a
vivir al culo del mundo, que si deseaba pasar las Navidades y estas de guardar
y hasta el maldito día del cartero por mí estaba bien, pero que no me iba a subir a
un avión con la prohibición de no fumar durante quince horas y todo para llegar
a un maldito país donde la Navidad se celebra con treinta y tantos grados a la
sombra. ¡El único pinche país del planeta donde los santacloses son acos y sin
barba porque el puto calor no les permite vestirse como dios manda la tradición!
Además, yo no le era grato al padre de mi mujer y todo porque yo no era
judío ni por asomo ni por méritos aunque fuera mucho mejor para los negocios
que todos los Cohen y Shawrkoffs juntos de toda la ciudad de México.Cuando los padres de mi mujer se largaron a vivir al culo del mundo deja-
ron encargado de los negocios a Samuel, pero al niñito le bastó medio año para
llevar a la quiebra las cinco camiserías y aquella tienda de azulejos y tinas de
baño por el rumbo de División del Norte. Fue cuando mi mujer me pidió que
ahí podía irse mucho a chingar a su madre porque a partir de ese momento yo
me haría cargo de los negocios de su padre, pero que ta mpoco buscaba ser un
ojete completo, así que cada mes encontraría en su cuenta una cantidad paraque siguiera bebiendo y cogiendo con esos maricones adolescentes.
Samuel quiso protestar pero mi mirada es lo sucientemente dura para
no aceptar protestas, así que días después me habló desde Puerto Vallarta di-
ciendo que no se interpondría en las decisiones que yo tomara respecto a los
negocios de su padre. Fue así como comencé a mantener a mi cuñado y a mis
suegros mientras intentaba poner a ote nuevamente su único patrimonio.
Cuando las nanzas se sanearon mi mujer se puso feliz, contrató un par
más de sirvientas y redecoró el departamentito de la Narvarte que jamás he
sabido quién lo habita. Lo que mi mujer jamás supo fue que las camiserías de
mi suegro dejaron de ser alacenas de ropa para convertirse en tiendas donde
se vendía soya, vitaminas, complementos alimenticios, tratamientos contra laobesidad y vigorizantes del apetito sexual.
Respecto a la tienda de azulejos decidí rematar todo y aprovechando el in-
menso galerón lo transformé en estacionamiento. De esta forma, todos los clien-
tes que iban a comprar con la ex competencia ahora tenían donde estacionar
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el auto y revisar precios y categorías. Debo reconocer que esa fue una jugada
maestra, como algunas otras que ya había realizado, como esa de casarme con
una mujer Mizrahi sin ser judío.
A todo esto, ¿por qué diablos mi mujer insistía que debíamos viajar desde
Edmonton hasta Santiago de chile? Y a todo esto, ¿era Edmonton o Alberta?
Bah, a nal de cuentas poco me importaba el lugar, lo que no explicaba era qué
diablos íbamos a hacer en Canadá en n de año, o igual y ya me lo había dicho
encontraba internada mi hija. ¡Quebec, claro! Tenía que ser Quebec, su cultura,
su amor irredento por el francés, la pasión de Europa en Norteamérica le atraía,
estaba seguro, aunque realmente no tan seguro. Hacía varios años no la miraba,
qué podría saber de sus gustos.
El chofer me observó con cara de preocupación e hizo una seña señalando la
gaveta colocada en mitad de los asientos delanteros. Ahí estaba la bolsa de piel
con una botella de whisky que le había pedido siempre llevara consigo. Tomé la
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y lo había olvidado.
Para ese entonces ya estábamos de vuelta en Polanco. Mi mujer pidió al cho-
fer que se detuviera y se metió en una tienda de lencería de Avenida Mazaryk yyo me quedé con el chofer, apagué el celular y me dediqué a mirar la calle.
Una patrulla de tránsito se detuvo junto al auto y el agente parecía tener
ganas de pedir al chofer que el auto circulara. No lo hizo. Tal vez fue mi m ira-
da dura o la marca del auto, supongo que ambas cosas, el caso es que seguimos
ahí estacionados, en doble la, esperando a mi mujer.
—Oiga. ¿Usted sabe a qué va mi mujer a Canadá este n de año?
—La escuché mencionar algo sobre una graduación —respondió el chofer
tras su mi rada cubierta por los lentes negros.
¡Su reputa madre! Sólo a mí se me olvidaba una hija internada en un cole-
gio del extranjero. Así que ya se graduaba, pero ¿de qué? Su madre jamás me
contaba esas cosas. Y si no lo recordaba al nal la culpa era de ella, jamás sabíaen qué internado o colegio se encontraba mi hija. A veces llegaban llamadas
desde Bruselas o postales desde Barcelona y alguna vez supe que estaba en
Glasgow, aunque de eso ya hacía años.
Bueno, al menos ya me enteraba que estaba en Canadá, pero ¿en que parte?
Quise recordar alguna palabra que me dijera en qué puta parte del mundo se
botella y le di un buen sorbo, lo necesitaba como pocas veces. Aquellos pensa-
mientos sobre mi hija, el saber que me había perdido su infancia y su adolescen-
cia y lo que putas uno puede perderse de los hijos me molestaban, odiaba todaesa sensiblería. En todo caso, mejor padre no pudo haber tenido, rmé cuantos
cheques mi esposa pidió que rmara y jamás la molesté respecto a su sexuali-
dad y porque además estaba seguro que ella ocultaba su apellido poniendo sólo
una letra inicial para rmar con el Mizrahi que su madre le había heredado.
Mi mujer regresó de la tienda con otro montón de paquetes que el chofer
colocó en la cajuela del auto y los que no cupieron los puso en el asiento delan-
tero junto al suyo. Entonces mi mujer me mostró tres boletos de avión.
—Todo listo, querido.
—¿Tres boletos? ¿No me digas que Samuel viajará a Canadá con nosotros?
—No, el tercero es para nuestra hija, ella viajará a Santiago de Chile para
visitar a sus abuelos.Sentí en mis manos el frío resbaloso de la botella de whisky.
«No quiero ir», pensé fuertemente. «No quiero ir.»
El chofer encendió el auto y nos fuimos a casa por una avenida llena de árboles.
ROJCUADERNO
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ROJestelar Jornadas de detectives y astronautas
Abril 2012, No. 2Órgano de difusión de las Jornadas de detectives y astronautas
Ensayos, artículos, reseñas, entrevistas & textos recuperados de literatura de género mexicana.
ConvocatoriaCuaderno rojo estelar No.2
(Abril 2012)
Cuaderno rojo estelar es una revista semestral, gratuita y facilitada en formato .pdf,dedicada al estudio, la difusión y la recuperación de literatura mexicana de género. Formaparte de las Jornadas de detectives y astronautas, proyecto dedicado a permitir espacios para larecepción, lectura, discusión y divulgación de narrativas mexicanas concretas, como la cienciacción, el género policiaco, la literatura de terror y de misterio, la narrativa de aventuras ytodas las que por sus especicidades no son habitualmente atendidas desde los canales de lacultura literaria dominante. Editada por estudiantes de posgrado de Brown University y de laUniversidad de Salamanca, en esta revista se tiene por principal objetivo rescatar textos recientesque por cualquier circunstancia hayan caído en la desatención editorial, proporcionándolos demanera gratuita a los lectores interesados en las literaturas de género. La misión de la revista esque, al proceder de esta manera, pueda evitarse el olvido y procurarse un presente conscientede sus antecedentes. De forma paralela, Cuaderno rojo estelar apuesta por la discusión yel análisis, facilitándose como un espacio para la transmisión de ensayos académicos, artículosde divulgación, reseñas bibliográcas y entrevistas que mejor cooperen con el fortalecimientode una cultura alrededor de estas literaturas.
Cuaderno rojo estelar ya está recibiendo colaboraciones para su segundo númeroa publicarse en abril de 2012. Se aceptan materiales escritos en español que traten cualquiertema relativo a las literaturas de género mexicanas, inclusive en sus condiciones trasnacional,trasatlántica o internacional. No hay preferencia por trabajos inéditos, pero el facilitador de unmaterial anteriormente publicado o leído debe poseer la totalidad de los derechos de autor sobreel mismo. Serán considerados para dictaminarse y publicarse únicamente los textos recibidoshasta la noche del 25 de febrero de 2012, en cualquiera de estas direcciones electrónicas:
[email protected]@gmail.com