cronicas - j a osorio lizarazo

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NOVELAS Y CRONICAS J. A. Osorio Lizarazo BIBLIOTeco B081CO COLomBlon

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N O V E L A S Y C R O N I C A SJ . A .O s o r i o L i z a r a z oBIBLIOTecoB081COCOLomBlonMANSIONES DE POBRERIA.A'h?ra vamos a pasear un poco por entrela miseria. Lamiseriaurbana, que es tan horrible y tan monstruosa. Va-m?~ a ver esos antros de pobrera dondese aglomeran fa-milias enteras con sus chiquillos, sus perros, sus cerdos ysus harapos. Vamos a contemplar las fauces hambrientasde esos pobres perros que no tienen segurala comida.yvamos tambin a escuchar los gruidos de los cerdos en-flaquecidos por las privaciones, que moran dentro de lasmismas pocilgas donde viven sus amos.Vamos a escucharlos .cantos triunfales delgallo,los anuncios ruidosos de lasgallmas, los murmullos trmulos de las palomas, los gritosde los nios sucios y todos esos ruidos confusos todase~~s voces ~ultiformes de la fauna que se aglomer en losSItIOSdenommados en elargot bogotano, pasajes.* * '"Una mujer conunchiquillo esculido, quese prendedesesperadamente de las fuentes exhaustas de la materni-dad,me gua altravs delprimero. Abre una puerta. Porel suelo de una pieza oscura, de negras paredes, se deba-ten, e_ntumulto horrible, algunos harapos. En un rincn,un cana~azo donde duerme, medio escondido entre los plie-gues grisseos, otro chiquillo de tres aos.Es, aquello, su hogar. All se desarrolla su vida.-Es micasa- explicala mujer.El n~o que est tendido, se agita. Tiene fiebre. Estenfermito. Probablemente morir. Morir, como ha vivido,entrela mugre. Porque es eldesaseo, la miseria, ms quela enfermedad, lo que lo est matando.-Por qu no lo lleva -le pregunto- a la CruzRoja,a la Gota de Leche, a alguna parte?-Lo. hacen esperar a uno largo rato. No lo atiendenen seguida ...-Pero deberaesperar ... Se muere el chiquillo.~albucea la m~jer.No ~abe qu decirme. Es que no quie-re 1 : . Es q~e ~a indolencia en que la misma miseriala hasumido le impidetoda accin. Es que las privaciones hanaho~ado, tal ye~, en ella el sentimiento maternal. Los des-graciados casisiempre son fatalistas.302En otra habitacin es un anciano. En una de sus pier-nas ostenta una llaga,en cuyo fondo se vislumbra la blan-curade Ia tibia. Las moscas acuden a millares a alimen-tarse en la carne putrefacta. Los ojos del ancianodemues-trantambin el fatalismo, la inercia, la indolencia.-Sufre mucho?-Un poco,seor. No me duele hoy tanto. Ya me estoyacostumbrando.-De qu vive usted?-Tengo unahija. Est trabajando. Cuando viene, porlas tardes, me da los alimentos. Gana muy poco.Lava bo-tellas en Germania.-Y no se hace remedios?-Para qu? Esto ya no tiene curacin. A veces me lavocon agua caliente, cuando me duele mucho.Msall, otra mujer contempla con ojos sin expresin,con mirada de idiota, un grupode niosque en vanoin-tentan divertirse contapones de botellas por nicos ju-guetes.-Me abandon, seor --exclama convozlastimosa-oMe abandon con estas criaturas, elcanalla. Hacecomodos meses, una maana, se fue y no volvi. Yo s dndevive.Con otra mujer, elinfame. Lo busqu. Me ultraj yme golpe cobardemente. No he sido mala con l. No hepodido encontrar trabajo. Quin me va a ocupar con estosnios? No es por pedirleuna limosna, seor, pero hoy nonos hemos desayunado. Tienen hambre, los pobrecitos, yno tengonada para empear, nada para vender.-Enve los niosalhospicio -le aconsejo.-S. As me dicen todos. Al hospicio. Es lo natural. Lospobres no tenemos derecho a tener hijos. No merecemosla dicha de cuidarlos, de quererlos, de recibir sus cariosysus sonrisas. Al hospicio! Al hospicio! Eso me aconsejantodos. Pero es porqueno tienenhijos, porqueno saben1 0que es el amor de las madres. Al hospicio, s, seor! Alhospicio!. ..y termina. con una sonrisa amarga, tan amarga, que mehace dao. .-Hay varias otras asociaciones de caridad ...303-Eso aseguran. Yo no s.Elotroda,hacecomounmes, escrib una carta a ciertos seores que son de unasociedad de esas. No me han contestado. Ni me contestarn.A ~na infeliz,madre de tres hijos! Y me espera algo peor.Manana tengo queentregar estapieza. Para dnde memarchar? Hoy,estamaana, me insult eldueo. Elnotiene obligacin de dar casa a holgazanes.Llora la mujer ruidosamente, y los nios la contemplanazorados. Uno de ellos, el mayor -cuatro aos a lo sumo~intenta consolarla con su lenguaje infantil. Y en su dolorla desamparada lo rechaza brutalmente. Oh, la tristez~indescriptible del chiquillo!: ;: : : : : ;:Es ahora otra mujer. Susojos amortiguados aparecencircudos por una aureola intensamente amoratada. Tienela nariz hinchada y trata de ocultar, alverme, estashue-llas de la brutalidad del hombre que abus de su fuerza. Alpreguntarle, me narra sencillamente la escenaviolenta dela vspera.-Pero no es malo -termina, mientras lava un plato debarro. -Es que a veces viene trastornado, porquese tomasus tragos. Y me pega cuando llega as. Pero eso no ocurresiempre. Cuando ms, los sbados, que es cuandole pagan.Pero no es malo.Algo trae, a veces, a la casa.En otro cuarto hacen dulces que venden por las calles.Trabajan dos mujeres de trajes sucios, de brazos ennegre-cidos,rodeadas de chiquillos. Otros estn cerrados, celososdelmisterio de su miseria.y as en todo el pasaje. Para entrar a algunas de las ha-bitaciones ~s precisoque me incline bajo las ropas a mediolav~, tendidas en las puertas. Por elcentro delpatio, unpatio de dos metros de ancho, corre un cao de agua suciay maloliente., Elaguapotable se recoge en un pozodecemento, y alh se amontonan todoslos inquilinos a lavarsus h~rapo,s. ~ae la mugre entre el pozo, ylos nios extraende alh el lquido necesario para el serviciode cocina.La so-brante se derrama y corre por el patio en busca delcao,haciendo visos tornasolados.Curiosos, muchos chiquillos me rodean. Sus faccionesSO? indescfrables, ocultas como estnpor el polvo que hacaldo sobre ellas. El cabellorevuelto penetrapor los ojos.304-'. He sorprendido en casitodas las miradas reflejos hoscos.Bien s que los moradores de esos cuartos me han malde-cido, porque momentneamen e les he turbado la paz desu miseria.***Peroes ms repugnante anelcuadro que contemplen otro pasaje. Abajo, elque fue ro San Francisco, correen ondas negras, perezosamente, a perderse por la oscuraboca de la alcantarilla. Las riberas abruptas se han .pobladode casitas. Casas hechas con restosde derribos, cuyos agu-jeros se han cubierto con p~azos de. tablas, con latas, ~oncartones, alojanuna poblacin de miserables. Por la orilladelro un agentede policaambulacon la misma perezacon que correnlas aguas negras. Y desde las puertas de laschozas, dondese desarrolla una enfermiza actividad, arro-jan sobre el transente aguas sucias,basuras, trapos, cosasinformes, que van a encenegar ms la decrepitud de} ro yque esparcen por el ambienteun fuerteolor a amomaco.Comohay gentes que no pueden vivir solas en unacasita, un negociante ha construdo tambin pasajes. Hay.dos. Al aproximarse a uno de ellos, una gallinaespantadapor lo que acaba de hacer -sin duda ha puest~ un h~evo-pasa por entremis pies.Un perro me da la blenvemd.a ensu lenguaje agresivo, y al orlo, de cada una de las piezasvan saliendo ms oanes esculidos, que se entretienen enaullar. La invasin de perros es seguida por otra de chi-quillos, que se paran a mirarme mientras s~ limpian lasnarices con las mangas. Uno de ellos se dedica a llevarseun dedito a la boca, sin dejar de espiar mis movimientos.yluego aparecen rostros de mujeres desgreadas que lla-man a sus hijos con palabras indecorosas.Allno hay siquiera agua. El lquidose lleva en .vasijasdesde una fuente pblica situada ms arriba. En las puertasse extienden ropas recin lavadas, y en el patio, de un me-tro de anchura, se secan alsol los lechos: colchones inor-mes de paja y mantas indefinibles.* * ..,Son muchos los pasajes que hay en Bogot. La miserialos presidecomo un monstruoso dios mitolgico. En todosse aglomeran, en repugnante promiscuidad, los productosmultiformes de la mxima pobreza. Por todas partes pueden305verse chiquillos sucios y mujeres repulsivas. De vez encuando se observa tambin un rostro siniestro, que evocaelpresidio. Hayzapateros que van a buscar trabajo a laciudad (la ciudad, porque podra creerse queaquello esun mundoaparte). Hay carpinteros, latoneros, y hay tam-bin vagos. Me conmueve una mujer que llora, sentada enuna puerta, con un nio en los brazos, en un gesto de aban-dono infinito.-Lo pusieron ayerpreso --dice, refirindose a su mar-do-. No me lo han dejadover.No s qu habr hecho. ycuando se lo llevaron no haba nada. en la casa. Ni un pe-dazode pan.Tienenhambre los nios. Y como ahoranose puede pedir limosna, nos dejaremos morir.No tengo qudarles. No tengo nada,nada.y con una miradacircular recorreel cuarto, desprovistode todo.All no hay nada,en realidad. Ni siquiera un pocod~ esperanza. Es lo mismoque all en elotropasaje, lomrsmo que en todas estas mansiones de pobrera.Pasa, entre tanto, a mi lado,frentea la puerta de aquelcU'a~o,un cerdoflaco. Sus gruidos tienen ecos de blas-femia (no hay nadams doloroso que elenflaquecimientode un cerdo. Los cerdos nacieron para ser gordos).El Pasaje Pales un lugar histrico. Sus paredes, sus es-caleras y sus cuartos evocan mltiples leyendas. La sombrade Murger se pase por all. Est situado frentea la plazade mercado .y desemboca por la calle lO, junto al templodeLa Concepcin. No hace muchos aos aquellos corredoressombros fueronalegrados con las carcajadas de una turbade estudiantes. Pero todo ha cambiado. Los estudiantes re-voltosos de entonces son hoy hombres serios. Personajesinfluyentes en la poltica y en los nombramientos. Yelpasaje que albergsu juventud, que se contagi de su ale-gra, es hoy un mercado de latas. Los inquilinos y las habi-taciones han corrido dos vidas paralelas.Viven muchos de los que habitaron all. Casitodos. Re-cuerdan an las alegres noches que pasaron. Tocabantiple,ca~taban! rean, seemborrachaban y usaban drogas he-r?~c~s. SI les falt~ba la alegra, sabanproporconrsela ar-tcialmente. Tuvieron tambin su Mim. Una Mimromn-tica y generosa que convivi con ellos en una de aquellas306habitaciones, Y que ms tarde se cas con el ms simpticode sus compaeros. Los futuros hombres de entonces tuve-ron una gestacin de bohemia en los cuartos oscuros. Seviva en plenoromanticismo, y la higiene no preocupabalos espritus. La bohemiaera contagio~a, y la. cabellerala~-ga ydescuidada era un smbolo. La hdrotoba era un lujoy otro smbolo.Conserva todava el pasajesu aspecto anticuado y som-bro. Es uno de los lugares que ms margen han dado apleitos. Fue de los padres capuchinos. Fue ms tarde delseor Felipe Pal, que le dio su nombrea la' parte qu.e daa la calle 1 0. y algunos aos ms tarde, elseor Luis G.Rivas hizo colocar su apeltido en la entrada de la carre~a1 0. Pero siempreha sido ycontina siendo un lugar SUCIOyrepulsivo digno de su nombre de pasaje. Ahora vendenen los cor;edores, como quedadicho, empaques de .lata.Venden tambin calzado y frutas. Hasta hace poco vivanallmuchas personas, Y casitodas se aglomeraban con susfamilias enuna pieza estrecha y hmeda. Una prudentedisposicin de la oficinade higiene ordendesocuparlo.Cuando cre no encontrar a nadiealojado all,observun anciano que iba a abrir una puerta. Me haballamadola atencin esa puerta, cubierta por gruesos letreros quecontenan invectivas contralas autoridades Y cor: tra el pre-sidente de la Repqblica, frases que erantermmadas pormsticas plegarias.Me dirig al anciano, que se qued con la llave entre losdedos mirndome con fijeza. Y luego, mientras me hablaba,como' quien tiene costumbre de hacerlo, abri .elcandadomaquinalmente, sin dejar de observarme, Y cogindolo, ac-cionabacon l.-Esos letreros son una venganza -me dijo-. Una ven-ganzacontra las autoridades, ~ue me han perseguido: Mepervirtieron dos hijas ytreshIJ OS. C?mofueronnmcona-rios de polica los autores de esos delitos, nada pude ha~er.ymis pobreshijos andanpor el mundo, con su peryerSI?na cuestas seor. Una vez me encerraron en el mamcormo ..y sabe ~ulfue mi falta? Casinada.Publiquvariashoj,,: s~ueltas, en que cambiaba algunos artculos de la Consti-tucin. Me declararon loco.Cuandome fueron a poner untraje infamante, me insurreccion. Golpee rudamente al en-fermero en el rostro. Dijeronentonces que no estaba loco,peroque las autoridades habanordenado que me encerra-3071 8- NOVELAS Y CROHICASsen ante el temor de que siguiera cambiandoartculos dela Constitucin. Al fin sal. Me dediqu entonces a escribirtodas las tristezas de mi vida. Tengo un drama en cincoactos, que se llama "Costumbresbogotanas" o "Un amantede la crme".Quiere que se lo recite? Me lo s de memo-ria. Es la aventura de una de mis hijas. Tengo tambin unanovela, en la que cuento algunos de mis dolores. Tambinme la s. Quiere escucharla? Se la regalo. Publquelausted, que puede ganar mucho dinero con ella, y se lo ob-sequio todo.Yo para mnada pido.Que me devuelvanmis hijos, pero sanos y buenos, y no pervertidos como estn.Tan pervertidos, que fueron partidarios de que me encerra-ran en el manicomio.Rea. Rea el anciano por entre sus barbas blancas y s-peras.Rea al pensaren la conmocin socialque hubieseproducido al continuar invirtiendo los artculos de la Consti-tucin. Y rea tambin sin duda al recordar la persecucinde que haba sido vctima por parte de las autoridades ypor parte de la fortuna.Y luego, al pensar otra vez en sushijas, se indign.-Porque la sangre delpadre tiene que lavar el honorde los hijos -termin con energa de iluminado.y como su apstrofe empezase a atraer la atencin delos curiosos, me retir, prometindole escuchar otro dala recitacinde su drama. Mas el ancianome persiguidndome detalles de sus sufrimientos, sus venganzas y susproyectos. Era yo, probablemente, el primero que le habaescuchado media hora sin interrumpirle.* * *Hay muchos otros pasajes en la ciudad. El Pasaje de laFlauta, trgicamenteclebre, el Pasaje Copete, el Bolivia, elPer, el Medelln, el...Suspendo la enumeracin. En todos ellos se aloja la mi-seria. Todos son pequeas Cortes de los Milagros, refugiosde mendigos, de vagos,de criminales, y a veces tambinde personas honradas que no disfrutan del pan de cada da.La pobreza tiene erigido all un imperio esplndido, y confrecuencia a esa pobreza se une el delito en odiosa promis-cuidad, en la misma promiscuidaden que viven los inquili-nos de los pasajes.(Bogot, 1 926)308,LAS PARABOLAS DE LA VIDA ABSURDAEl tranva inmviler se detuvo un tranva durante una hora. La fuerzain.: 1 '~ble que hace girar sus ruedas se ~~~~~c~~ot~~~~~~~peligrosos alambres conductores eran, .D ba lstima verbres alambres como para secar ropa. I aesos alambres tan inofensivos! .Dentro del tranva detenido,unos c~anto~ pasajeros. po-nan en vigencia sus temperamentos: impaciente, graCIOSO,tranquilo, irascible.:;: * *El seor impaciente miraba de ~inutoen lm.i)nuri~: ;n~~IO~i(L rsonas impacientesusan SIempre re O). .. as pe 1 reloj intentabadescansar en el bolsillo, elm~tant~ qU~i: nte morda sus propias uas,se estirabaelsenorl: ~uitaba el sombrero para alisarse el. c~bello,se~~~~~b~la corbata. y. ~aca una serie d~: ~~~I~~t~~: ~~apresurados como ntles, Dentro de s 1 t ' , conti-elaboraba y desechaba proyectos para que e ranvianuase su viaje. Deca:-Por qu no telefoneana la planta para que arreglenel dao? - dNadie responda.Meditaba un nuevo proyecto y ana la:-Tal vez empujndoloun poquito ...O bien:f. ?-Ya observaronsi el trolley unciona.309,LAS ESCENAS DE HORROR Y DE MISERIAQUE BOGOTA PRESENCIODURANTELA EPIDEMIA DE GRIPA DE 1 91 8Yo, Pascual Gaya, me encontrabaen una cama de hospi-talcuando se present la epidemia. Tena a mis costadosdos rufianes de tipo clsico, ypor toda la extensinde lasala se extendanlos cuerpos, laceradospor la miseria demendigos,vagabundos y obreros de nfima categora. E~elambiente flotaba a todas horas un penetrante olor de cidofnico, con el cual los practicantes y enfermeros queranamortiguar el que despedanlas carrofas humanas que sedescomponan entre las camas.Por las ventanas, abiertassobre el patio colonial, de ladrillos perpetuamente humede-cidos, se entraba tambin un olor de enfermedad y de muer-te, y las macetas de flores que trataban de prender entreaquella humedad esparcan aromas agonizantes como de co-rona mortuoria.Yo, PascualGoya, era adolescente y habame solidarizadoen el padecimiento con esa gentuza. Tena, como los rufia-nes,una llaga purulenta, que me abri las puertas de lagran casona misericordiosa en cuya escalera de piedra,an-churosa y cmoda, hecha como para que no se desbaratasecon el excesi~o ejercicio el vientre obeso de los frailes quehaban de habitar en sus aposentos,despus salas de ciruga,~e desta~aba, con coloresopacos por eltiempo,la efigiemexpresrva del fundador espafol. Bajo un numerito quehab~ .reemplazado mi nombre,Pascual Gaya, como en lospresidios, se descompona mi carneadolorida, sin que losyoduros, las aguas oxigenadas y los jarabes innocuos quecosteaba la beneficencia, trajeranalivio alguno para la agre-sividad implacable del mal, que corroa, corroa sin cesar,hasta perforar el hueso y hacer ~recisa, al cab~,de afos desufrimientoen el lecho mercenario, la amputacin.Entonces fue cuando se presentla epidemia.Los super-vivientesde aquella poca recuerdan los das ang~stios~sque vivieron. Era hacia septie~bre de 1 .91 8y el bacilo mIS-teriosoque no pudo ser 1 0ca~Izado bajo .las .lent~s. de losmicroscopiosni pudo ser seguido en su historia