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Celeste Vianey Elías López A01206833 Escritura creativa, grupo 1 José Manuel Velázquez Febrero 22, 2016 Manicura perfecta La noche de nuestra primera junta de equipo, además de agradecer la excelencia de mis compañeros, me alegré de estar con Diego, mi buen amigo gay. Mientras discutíamos nuestro documental sobre el queer en México, aprendí mucho de la comunidad LGBT y, después de notar algo diferente en sus manos, aprendí más sobre mi propio amigo. El azul de sus uñas perfectamente arregladas, resplandeció bajo las amarillas luces del departamento. Por primera vez lo noté. Diego tenía mejor manicura que yo. La curiosidad me invadió. Esperé hasta terminar con los pendientes del documental y solté el primer comentario. Diego miró su mano, soltó una carcajada amigable y, pese al humo de los cigarros, el espacio pequeño y la poca ventilación, inició una conversación amena. –Tenía 17 años, –me dijo– iba a haber una pastorela y yo era Satanás –un papel perfecto para él. Ja. –¿Y luego? –No quería algo tradicional y lo hice punk. Me pinté las uñas por primera vez y dije “pues se ven cool”. Después seguí haciéndolo, pero sólo con dos o tres dedos.

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Crónica abierta sobre una manicura perfecta en hombre. Una tendencia queer o femenina o de empoderamiento.

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Page 1: Crónica-2

Celeste Vianey Elías LópezA01206833

Escritura creativa, grupo 1José Manuel Velázquez

Febrero 22, 2016

Manicura perfecta

La noche de nuestra primera junta de equipo, además de agradecer la excelencia de mis compañeros, me alegré de estar con Diego, mi buen amigo gay. Mientras discutíamos nuestro documental sobre el queer en México, aprendí mucho de la comunidad LGBT y, después de notar algo diferente en sus manos, aprendí más sobre mi propio amigo.

El azul de sus uñas perfectamente arregladas, resplandeció bajo las amarillas luces del departamento. Por primera vez lo noté. Diego tenía mejor manicura que yo. La curiosidad me invadió. Esperé hasta terminar con los pendientes del documental y solté el primer comentario. Diego miró su mano, soltó una carcajada amigable y, pese al humo de los cigarros, el espacio pequeño y la poca ventilación, inició una conversación amena.

–Tenía 17 años, –me dijo– iba a haber una pastorela y yo era Satanás –un papel perfecto para él. Ja.

–¿Y luego?–No quería algo tradicional y lo hice punk. Me pinté las uñas por

primera vez y dije “pues se ven cool”. Después seguí haciéndolo, pero sólo con dos o tres dedos.

Al principio, la historia me resultó banal, Diego se dio cuenta y me contó la verdadera razón. Efectivamente, todo inició con la pastorela. Sí, las uñas lucían bonitas. Y sí, había algo más detrás de ellas.

Un tanto temeroso, Diego me contó sobre su época en la preparatoria y cómo sus compañeros lo rechazaron por ser gay. Primero destrozaron su confianza y después su paciencia. Así

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desarrolló una enorme necesidad de decir “aquí estoy”, de hacer presencia de alguna manera y vio en sus uñas un medio para hacerlo.

–Sentía empoderamiento, –me explicó– pero las ocultaba. No me di cuenta de eso hasta el año pasado, cuando iba con la psicóloga. Yo decía que me valía lo que pensaran los demás, pero me di cuenta de que no era así.

–¿Por qué? –inquirí.–Porque te chingan. Además, ya sufriste tanto que llegas al límite.

No quieres más. Como hombre, no tienes permitido ciertas cosas. Si las traes pintadas, eres como el sunshine de la gente.

En ese momento me percaté de cuánta razón desbordaba mi amigo. Nuestra sociedad no acepta, e incluso prohibe a los hombres hacer “cosas femeninas”. Aún siendo el siglo XXI, y después de varios años de lucha por la libre expresión del género, los estereotipos persisten. Si no encaja en el molde no sirve. La sociedad me decepcionó.

–Por eso mi barniz favorito es el azul oscuro. No es muy llamativo o femenino y no es negro como para confundirse con una tribu urbana.

–Pero, ¿no querías mostrar que podías ser femenino?–Es que no se trata de eso. Las uñas, –aclaró– son un recordatorio

de que te vale madre lo que piense la gente. Haces lo que quieres hacer. Punto.

Me tomé unos minutos para procesar la información y la admiración hacia mi amigo creció. Jamás imaginé el enorme significado detrás de una práctica tan sencilla como la manicura.

–Es una especie de my time muy padre –dijo, Diego, interrumpiendo mis pensamientos.

–¿Cuál?–Cuando me hago las uñas. Pienso “qué chingón es hacer esto”.

Claro, en medio de los “puta madre, ya la cagué”, mientras busco la acetona –reímos.

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La atmósfera poco a poco se volvió más ligera, Diego seguía fumando y la plática continuó su curso hacia temas más triviales. Sus perfectas uñas azules resplandecieron de nuevo y nuestro momento de confesiones se dispersó con el humo de su último cigarrillo.