críticas muestra mitav 2015
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Críticas Muestra MITAV 2015TRANSCRIPT
Saludo El Dr. Hugo Intensini quisiera mandar a sus fieles lectores un abrazo de felicitaciones por el apoyo
a esta magnífica muestra que, a pesar de sus altibajos, o quizás a raíz de ellos, fue una espléndida
ocasión para el Dr. de salir de sus oscuras oficinas y disfrutar de la inagotable maravilla de las
artes. Quisiera el Dr. agradecer al equipo académico de la MITAV por el arduo trabajo de dos años;
a los artistas, o a algunos de ellos, expresar el deseo de pronto ver nuevas producciones suyas. A
otros de ellos, preferiría dar el encarecido consejo de visitar elempleo.com.
Lastimosamente, no se pudo reseñar la totalidad de las obra por empeños de crítica de otra índole
y también debido a las largas filas de espectadores.
Buena lectura,
Hugo
Muerte por chocolate – Ana María Gómez
La aparente austeridad emocional de un juego de ajedrez puede desencadenar episodios de
locura, ridículo y suspenso. Leyendas como Fischer o Murphy, o la misma tensión de partidos
entre jugadores de este y oeste en los tiempos de la pretérita guerra fría son prueba de ello. Un
anecdotario se alimenta de estos registros y sirve de texto a Muerte por Chocolate. Escenario, y
vestuario recrean la rutina de una fábrica de chocolate sobria y sutilmente premonitoria donde
tres trabajadores preparan lo que lentamente crece como una dulce neurosis. El sorpresivo
aunque lento inicio de un partido de ajedrez, coloca la tensión en un punto máximo, que se
suspende por el uso del cronómetro, árbitro implacable. Los jugadores juegan contra ellos pero
sobre todo contra el tiempo. Lo que propiciaría una exasperación de la corporeidad, sin embargo
no fluye del todo. La presión del cronómetro, que invita a exasperar o a contrapuntear, a veces
termina siendo exactamente lo que es. Un tic-tac tedioso. Maniobras inesperadas corrigen esta
rigidez, esporádicamente. Una canción napolitana cantada por uno de los jugadores en un acto
exquisito y grotesco es una de estas. La ruptura del tic-tac es decidida. Asimismo, las fichas
perdidas en juego son fundidas por los contendores, en un gesto del que éstos se apropian y que
genera una óptima curva de descenso de la tensión. Sin embargo se desaprovecha la importante
presencia escénica de dos personajes a punto de explotar. Y si bien lo ideal es mantenerse en ese
punto, y no estallar, el riesgo, que se convierte en falla, es volver ese punto una línea, con visos de
monotonía, a pesar de la ambigua sensación de empalagamiento hábilmente ocasionada. La
Servicios Secretos y Crítica
Dr. Hugo Intensini [email protected] Críticas de la IV Muestra de Tesis V Encuentro de Artes Vivas. Museo de Arte. Universidad Nacional. Agosto 24-29 de 2015.
resolución tampoco hace justicia a la preparación y al juego mismo. El abandono del partido es
extrañamente ceremonioso, cosa que genera un problema cuando la ceremonia anula el
sentimiento. Un interesante concepto, que deja sin embargo la idea de un desaprovechamiento
del brillante calibre escénico, del ritmo, y de no llevar a destino lo que se prevé como una neurosis
tan absurda y negra como la lejana guerra fría.
Antes muerta que sencilla – Jessica Garcés
La pasarela es un gran lugar. El ir y venir del desfile crea una línea narrativa que se traza y se borra
continuamente. Con una carrera desaforada sobre esta línea se abre Antes muerta que sencilla. Lo
que sigue es un lento y tortuoso ejercicio de actos desarticulados que vuelven la línea de la
pasarela una grieta narrativa. La primera acción sentencia la falla estructural, de tipo conceptual y
dramático que abre esta grieta. A través de un estímulo eléctrico la artista busca generar un
temblor en su mano, y por consiguiente una caligrafía angustiada para su enunciado. ¿De dónde
nace ese estímulo? Es una acción sin causalidad y toda acción sin causalidad, si no es lo
suficientemente absurda, es arbitraria y fracasa. El enunciado (y título del performance) que
resulta de esta acción prepara lo que se empieza temer. Una postura política que banaliza el
trabajo de interpretación del espectador. Ya se perfila la obviedad de una serie de acciones que
arrastran la obra a lo largo y ancho de la superficialidad. El maquillaje histérico, la flagelación y las
acciones de exagerada objetivización del cuerpo en general, son previsibles, y van en detrimento
de una corporeidad cuya presencia escénica, no obstante la desarticulación de los actos, funciona.
El panorama es desolador, y la grieta nunca se logra resanar en un desperdicio de medios y
objetos sin contexto, carácter o naturaleza.
El Auténtico Consuelo – Carolina Saavedra
Mucho se ha escrito alrededor de las crisis de identidad de la burguesía, si aún se permite el
término, de sus múltiples representaciones de desazón, y por consiguiente de la proliferación de
métodos de cura para males verdaderos o imaginarios de quienes se pueden conceder este tipo
de duda. Estas crisis han sido motor de inspiración y de expresión en todas las artes, generando un
espiral de ironía que ha alcanzado la saturación no sin antes llegar al disfrute popular. Por eso
sorprende el riguroso estancamiento temático de El Auténtico Consuelo donde se repiten hasta la
saciedad fórmulas de relato que derivan en una inequívoca desidia dramática difícil de soportar.
Sólo hay que elegir el cliché. De la enumeración de terapias y fórmulas de cura, al clásico diván de
consulta, al tono desparpajado y confundido de la paciente. Todo ya visto y oído. Todo ya
representado y relatado, como la lista de terapias y rituales de la grabación. Por el lado de la
apuesta formal, no existe una puesta en escena consistente. El uso del amplificador es innecesario
para el parlamento y a él se sobrepone el sonido, anulando la sincronía, y de paso ambas cosas; la
edición de los vídeos, estos sí de buena calidad, composición y disposición, es deficiente; la
escenografía pasa de ser minimalista a ser un paisaje de equipos y cables. Por último, la repetitiva
rotación de recursos (voz-grabación-vídeo) no hace sino garantizar el aburrimiento, en una espera
que sólo se disuelve con el final. Un auténtico consuelo.
Bosa Día Segundo – Camilo Cogua
Una tendencia del futurismo ha sido antropomorfizar el futuro, en una serie de presupuestos
sobre el tiempo a venir. La robotización, las interferencias de los dispositivos de comunicación, el
vicio de la programación, el surgimiento de un sentimiento aséptico, entre otros. Territorios que
recorre Bosa Día Segundo con una propuesta formal impecable. El primer espacio recrea la espera
de dos amantes en una suspensión generada por dos magníficas voces, y el sutil juego de sombras
y ecos de una estación. Se transita luego por una instancia de llegada, controlado por una fuerte
presencia escénica. El tercer espacio explora la voluntad y la programación, generando una muy
interesante relación de dependencia entre dos momentos (experimentados por los dos
espectadores separadamente). Es seguramente el nervio de la obra. Surge legítimamente el
interrogante acerca de la relación entre intencionalidad y espontaneidad en esta última instancia y
en las antecedentes. El mérito del énfasis sobre los límites de la programación y de la robotización
es que suspende el disfrute, entre la incertidumbre de la espera, el frío espacio de la llegada, y
finalmente el acercamiento a los sentidos, cuya hipotética realización es sujeta a una voluntad no
necesariamente propia. Aunque es un muy válido proceso, los preconceptos sobre un tiempo
futuro, así como exploran lo matices de estos tres tránsitos, corren el riesgo de reducirlos en una
serie de banales conjeturas. La propuesta desde un comienzo adolece de este problema
conceptual, manifiesto por ejemplo en la fuente usada para imprimir la lista de espera, las
descripciones del espacio que hacen las voces, el uso del término “viajero”, la escenografía del
espacio de llegada, el vestuario y el mensaje recibido verbalmente y a través de SMS al finalizar la
experiencia. Por momentos se cae en un futurismo años 80, desestimando el potencial elaborado
en buena parte de explorar otro futuro, menos televisivo y caricaturesco. El futuro no es la
negación del presente, ni su superación. Es su transformación. Esta idea insinúa la obra aunque
lastimosamente no la llegue a explotar del todo.
Agujero Blanco – Paloma Salgado
La oscuridad es una valiosa obertura para el espacio de Agujero Blanco, donde pronto la luz se
apodera de una forma que rara vez llega a ser cuerpo. La intermitencia de las luces es funcional,
quizás no tanto como la elección de sus tonos, demasiado pronunciados y comerciales. Los
movimientos trabajan la escena con habilidad, cómplices de la rotación y de una tenue
suspensión, que de hecho contrasta con la esquizofrenia que la intermitencia y los colores
originan. La forma se agita, se descuelga en una fina maniobra, a través de lo que se percibe como
una membrana. Esto hace brotar algo orgánico, que se exaspera con la vibración del cuerpo. Hay
un juego con lianas, más oscilación. Son acciones que se suman, se repiten y no hallan un nudo
dramático. Talvez no lo busquen, pero esta falta ocasiona un descenso de la tensión. El espectador
está frente a un número, delicado y formalmente pulido, pero no frente a una obra. No hay una
expectativa, o por lo menos se absorbe con el pasar de los minutos de más forma y más destreza.
La creciente desatención tiene sin embargo un golpe de teatro. Una esfera es rota y decenas de
canicas caen al suelo. De nuevo regresa lo orgánico, sobre todo mientras las canicas alcanzan la
audiencia. Un acto fenomenal. El final desafortunadamente no es un desenlace, ante la carencia
de una curva dramática. El número se vuelve plano, cuando sería un fragmento muy sobresaliente
de una pieza más compleja. Pieza que nunca se encuentra aunque los actos de organicidad la
alcancen preparar, por momentos.
Tusen takk for hjelpen – Agnes Brekke
Una gran puesta en escena hace dramaturgia, aún sin un soplo de vida. Los primeros pasos a
través de Tusen takk for hjelpen son precisamente el preámbulo de un soplo de vida que se
extingue. Se percibe de inmediato la inquietud a través del vestuario y la disposición de las
herramientas de narración, con un ápice que nunca se deja leer y que por consiguiente nunca
disminuye la atención en el espectador. Son los cuervos/operadores, el espíritu de una vigilancia.
¿Y qué se vigila? El texto y su negación. La incomunicación. Las palabras se proyectan en una
angustia que se reúsa a enmudecer, como la historia que se relata. Son preguntas, exclamaciones,
groserías. Medios de comunicación sin medio, transmitiendo la falta de una voz. Y esa voz surge,
en espléndidas retahílas, repeticiones e iteraciones, que exploran el vacío que las palabras dejan
como secuela, cuando no logran coser la distancia, ni curar el mal de muerte. Los pasos que
acompañan estas frases son menudos y sinuosos, desnudando la desesperanza a través del
ridículo y de la exasperación del lenguaje. La ausencia nunca se termina de subsanar, la presencia
se escabulle entre palabras, propósitos y la frialdad de diagnósticos e instrumentos de
comunicación. Una ambigua experiencia de ternura y abandono fluye en el espectador de
principio a fin. La curva dramática es exquisita cuando el espíritu de la vigilancia sobre la
enfermedad se transforma en entrega, elemento que se manifiesta además con la generosidad de
la propuesta, y de la actriz, que pueblan de sensaciones el escenario. El concepto logra su
cometido a través de una notable serie de acciones, personajes y recursos, delicadamente unidos
por el hilo de la nostalgia y el pesar. El último registro de conversación es borroso como la historia
de toda pérdida. Lleva consigo la dulzura de las frases simples. El idioma de lo vulnerable.
Inspección Ocular – Douglas Salomón
¿Hasta qué punto una referencia puede contar una historia? Inspección Ocular lo hace, sin
forzamientos, ni excesos en forma o contenido. Simplemente con convicción. En sus referentes
hay símbolos, de búsqueda, de identidad, de desenfreno, aventura y sobre todo cotidianidad de
un funcionario kafkiano. La representación alcanza periódicamente momentos de fantástica
serenidad, tan equívocos como el ventilador que genera una sensación de bochorno del ánima. La
pausa se antepone a la acción, en un ritmo tan cautivante como natural. Es la autoreferencia la
cúspide verdadera de la obra, y la inspección se realiza, sin llegar a completarse por fortuna y
dejando la espiral abierta, cuando se espían espontáneamente, sin esfuerzo, lo vellos de un
hombre, el peso de su espalda, su anónima ropa interior, sus recortes y lecturas. Referencias de
una referencia, deseos de creación que se realizan por el mero hecho de existir. La experiencia es
sublime, así como la transformación de un ser en escarabajo. Cosa que acontece,
maravillosamente, y se documenta. Las músicas elegidas son casi un arrullo que permanece en los
sentidos aún al finalizar el ejercicio. Prueba de una gran propuesta que conjuga recursos
audiovisuales, materiales, muy materiales, y vida, simplemente.
La Isla Bonita – Santiago Sepúlveda
En una fabulosa puesta en escena La Isla Bonita explora los confines del bodegón, o,
preferiblemente, de la naturaleza muerta. La estaticidad es elemento portante de la obra,
sustentada por la proyección de pinturas en tonos que preparan a la espera y a la mordacidad. El
tiempo se siente, y mucho en esta propuesta, pero no duele. Talvez abandona, con un sentimiento
que atraviesa por completo al espectador que acepte dar algo a cambio, que se deje invadir por la
espera, a propósito. No es una casualidad que en la apreciación de una naturaleza muerta haya
que aprender a observar, como en un lenguaje de sordomudos. La vida de un edificio y sus
empleos de control, la alusión a los citófonos y las siluetas tras ventanas, adquieren matices de
hiperrealismo cuando son traducidos y narrados. Esta elección absorbe totalmente la atención,
que luego se relaja en el disfrute de los cuadros, desplegados siempre de manera impecable y
misteriosa suscitando un mágico juego de profundidad y duda entre lo presente en escena y lo
proyectado. La presencia de un perro (¿Anubis?) en ambos lugares funda y aprovecha esta
ambigüedad, así como el cuidado de las plantas o su rociado en otra formidable proyección. Se
conjuga continuamente la paciencia y la espera, como homenaje al bodegón, hasta llegar al
momento de mayor sofisticación y apuesta formal con el cuadro de una portería. ¿Quién no ha
sentido el tedio y el frío de ese espacio y sus personajes? Parecen pasar horas, y esa es otra vez la
victoria de la obra, el regreso a la falsa quietud. El desenlace no puede ser mejor cuando este
cuadro se desocupa para dar lugar al pop melancólico. Un karaoke dentro de una naturaleza
muerta. Si bien roza lo críptico, el mérito conceptual de la obra es explotar la forma, hasta ver
nacer el contenido. Exactamente como en un bodegón.
En el Corazón del Área – Hernando Parra
Con el ritual de la preparación de un partido de fútbol, En el Corazón del Área, logra construir una
expectativa que muy pronto se diluye entre confusión, desatención e improvisación. A pesar de la
danza, en cierta medida catártica, y de la disquisición táctica, levemente ridícula, los movimientos
con el balón no son ni diestros ni lo suficientemente torpes. La lista de apodos, que podría ser una
buena idea, un interesante ejercicio de lenguaje, se desaprovecha precisamente por falta de
preparación. Hay continuos problemas de forma, dicción y precisión. Se cita al “maestrico”
Pachón, cuando es en realidad Cañón, y se hace referencia a una anécdota gravemente inexacta.
Argentina no jugó las eliminatorias de España 82 en cuanto campeón vigente, por ende no hay tal
Maradona ni tal partido contra Colombia en 1981. La invitación a recordar el Argentina –
Inglaterra de México 86, citándolo como un 3-2 cuando es un 2-1, es sólo otra ocasión para
demostrar la falta de rigor de quien se despacha por sabedor del fútbol. Se persiste en monólogos
y preguntas retóricas sin ritmo ni cuidado, que desnudan un contenido superfluo, a nivel de
meme, que pretende instaurar un tema de discusión con terribles pretensiones políticas. Si bien es
verdad que también podría haber provocación, ésta tampoco funciona, pues no lleva a ningún
lado, no empuja, ni molesta. Se pregunta el artista si preferiría ser artista o futbolista. Según lo
visto, no se le recomendaría ninguna de las dos.
Martillo, yunque y estribo - Rafael Acero
Martillo, yunque y estribo se abre con el ruido punzante y agudo del martilleo. El quiebre de tazas
en su cuidadoso empuje es tenaz y exacerba el concepto de fractura de manera quirúrgica, en lo
que constituye sin duda un experimento valiente. Sin embargo, la osadía de la propuesta empieza
a languidecer cuando el ejercicio se estanca, se arena en lo experimental. No pasa nada. No fluye
una idea, y menos un sentimiento. No se excluye, como siempre en lo experimental, que sea éste
el propósito. Pero tampoco se percibe una negación o una ausencia. La forma sola no se mantiene.
El recurso de la vibración y la interpretación del artista de nuevo exploran el crescendo, la histeria
de alguna forma limada por la importante presencia de una greca, del café y su penetrante olor.
Esta valiosa idea no obstante tampoco teje un acontecimiento. El penúltimo número juega con el
equilibrio y la tensión del espectador, en un sostenido paralelo a la gimnasia del protagonista. Esta
tensión inevitablemente se transforma en voluntad de abandonar el espacio, antes aún del
epílogo; el exceso de concentración sobre una finalidad, tan plana como la totalidad del ejercicio,
propicia desatención a nivel narrativo. Seguramente porque nunca hay contenido y, si lo hay, no
se logra transmitir.
Extrañosísimo Superfluo – Juan Pablo González
La iluminación y la disposición de pocos pero certeros objetos de Extrañosísimo superfluo son el
perfecto balance para la reproducción de voces y la escucha de sus mensajes aislados de juicio y
opinión. Con un megáfono se origina una válida sensación de ahogo, de grito en esencia. Esto es
posible gracias además a la ubicuidad que elabora el artista con sus breves tránsitos por el
espacio. Alrededor se construye sólidamente un escenario de exploración entre las lámparas y las
cabinas, emulando los cables que transmiten la naturaleza coloquial de existencias comunes. Tras
unos minutos de deambular sin sentido, surge la pregunta sobre la definición de la obra. La
excesiva libertad de desatender concedida al público y por consiguiente las conversaciones entre
espectadores son síntomas de estar en el medio de una instalación. Se tiene la impresión de que la
ubicuidad se podría originar sin la presencia del artista, cuyas intervenciones no son esenciales, en
realidad. Esto debilita la construcción dramática, que tiene suficientes cimientos para ser mucho
más fuerte, por un lado. Por el otro lado, abandona el trabajo en un limbo entre performance e
instalación. Esta vaguedad, causada por una ambigua presencia escénica, decepciona y genera un
creciente e inexorable desinterés. La no aconsejable espera del aplauso como desenlace.