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ROSALBA DELGADILLO TORRES* ¿ Quién no ha oído hablar de Cacaxtla? Esta zona arqueológica situada en el municipio de Natívitas, Tlaxcala, causó gran expecta- ción por el descubrimiento de cuartos en cu- yos muros se observaron exquisitas pinturas en un casi perfecto estado de conservación y con fuertes influencias mayas… Pero, ¿acaso hubo mayas en el territorio tlaxcalteca? Fue la gran pregunta que, a más de treinta años de investi- gaciones, no ha logrado contestarse. Pero Cacaxtla es mucho más que bellas figuras humanas, animales mitológicos y complicados significados religiosos. También en la explora- ción de sus habitaciones y patios se encontraron otros vestigios que nos hablan de la religiosidad de sus habitantes y el dominio de técnicas arte- sanales, así que aprovecharé este espacio para compartir con ustedes algo de ello. En 1977, quien esto escribe era ayudante de campo en la tercera temporada de excavación. Los trabajos se habían reanudado en el mes de octubre, después de la prolongada temporada de lluvias, y en el mes de noviembre, cuando yo estaba a cargo de la liberación del edificio E, situado justo al poniente del famoso Mural de la Batalla, que muestra desde mi personal punto de vista, elementos decorativos que re- cuerdan a uno de los símbolos más simples con los que identificamos a una de las deidades más importantes de las tantas que tenían nuestros antepasados; me estoy refiriendo a Tláloc, el dios de la lluvia. Estábamos situados justo por detrás de una es- calinata que tapó al edificio E, y que aún a la fe- cha podemos apreciar, cuando uno de los traba- jadores, vecino del poblado de San Miguel del Milagro, y hoy en día vigilante de Cacaxta, el señor Germán García Tlacuilo empezó a decir, “…la olla, la olla, ya salió la olla…”. Cuando me acerqué para ver qué le había cau- sado tal exclamación, observé entre la tierra pequeños fragmentos de barro, de color azul y rojo, así como una vasija casi completa con la tapa, que tenía color y algunas formas que mi- raban hacia el oriente, hacia donde nace el sol. La pieza se encontró en un excelente estado de conservación, aunque algo fragmentada. La época de elaboración sería de poco después del año 650 de nuestra era. La vasija no contenía nada en su interior, caso contrario a las urnas de la zona mixteca de Oaxaca, que se emplea- ron para colocar en ellas los restos ya quema- dos de los personajes principales de ese grupo cultural. La pieza se llevó a restaurar a Puebla, ya que la Delegación del INAH comprendía ambos esta- dos y cuando la institución abrió sus oficinas en el estado de Tlaxcala, Andrés Santana y yo hicimos la petición formal para que se incorpo- rará a la Sala de Arqueología del Museo Regio- nal de Tlaxcala, para posteriormente ubicarse EL HALLAZGO DE LA URNA DEL SACERDOTE QUETZAL Edificio “E” frente al cual se encontró la urna —— 1

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Rosalba DelgaDillo ToRRes*

¿Quién no ha oído hablar de Cacaxtla? Esta zona arqueológica situada en el municipio de Natívitas, Tlaxcala, causó gran expecta-

ción por el descubrimiento de cuartos en cu-yos muros se observaron exquisitas pinturas en un casi perfecto estado de conservación y con fuertes influencias mayas… Pero, ¿acaso hubo mayas en el territorio tlaxcalteca? Fue la gran pregunta que, a más de treinta años de investi-gaciones, no ha logrado contestarse.

Pero Cacaxtla es mucho más que bellas figuras humanas, animales mitológicos y complicados significados religiosos. También en la explora-ción de sus habitaciones y patios se encontraron otros vestigios que nos hablan de la religiosidad

de sus habitantes y el dominio de técnicas arte-sanales, así que aprovecharé este espacio para compartir con ustedes algo de ello.

En 1977, quien esto escribe era ayudante de campo en la tercera temporada de excavación. Los trabajos se habían reanudado en el mes de octubre, después de la prolongada temporada de lluvias, y en el mes de noviembre, cuando yo estaba a cargo de la liberación del edificio E, situado justo al poniente del famoso Mural de la Batalla, que muestra desde mi personal punto de vista, elementos decorativos que re-cuerdan a uno de los símbolos más simples con los que identificamos a una de las deidades más importantes de las tantas que tenían nuestros antepasados; me estoy refiriendo a Tláloc, el dios de la lluvia.

Estábamos situados justo por detrás de una es-calinata que tapó al edificio E, y que aún a la fe-cha podemos apreciar, cuando uno de los traba-jadores, vecino del poblado de San Miguel del Milagro, y hoy en día vigilante de Cacaxta, el señor Germán García Tlacuilo empezó a decir, “…la olla, la olla, ya salió la olla…”.

Cuando me acerqué para ver qué le había cau-sado tal exclamación, observé entre la tierra pequeños fragmentos de barro, de color azul y rojo, así como una vasija casi completa con la tapa, que tenía color y algunas formas que mi-raban hacia el oriente, hacia donde nace el sol.

La pieza se encontró en un excelente estado de conservación, aunque algo fragmentada. La época de elaboración sería de poco después del año 650 de nuestra era. La vasija no contenía nada en su interior, caso contrario a las urnas de la zona mixteca de Oaxaca, que se emplea-ron para colocar en ellas los restos ya quema-dos de los personajes principales de ese grupo cultural.

La pieza se llevó a restaurar a Puebla, ya que la Delegación del INAH comprendía ambos esta-dos y cuando la institución abrió sus oficinas en el estado de Tlaxcala, Andrés Santana y yo hicimos la petición formal para que se incorpo-rará a la Sala de Arqueología del Museo Regio-nal de Tlaxcala, para posteriormente ubicarse

el Hallazgo

De la URna

Del saceRDoTe

QUeTzal

Edificio “E” frente al cual se encontró la urna

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en el museo de la zona arqueológica de Cacaxtla, donde se exhibe desde 1985, año en que fue in-augurado.

En esta bella pieza de barro se encuentra un personaje central con tocado que podemos identificar como perteneciente a un ave, cuyas alas están elaboradas con plumas de color azul; porta a su vez un adorno sobre el pico a base de cuentas tubulares pintadas del mismo color; y tiene las manos sobre la cintura. Viste un tapa-rrabo que le llega a las rodillas, con diseños de colores rojo, blanco y azul.

El personaje lleva un cinturón de caracoles pro-venientes del mar Caribe, orejeras tubulares de botón, collar de cuentas esféricas y un pendien-te en forma ojival de piedras azules; además de pulseras y calzas anudadas al frente. Es visible

la mutilación dentaría; tiene una boquera de co-lor azul y la pintura facial así como la corporal es de color rojo. A sus lados observamos dos elementos que hemos identificado, por la forma de las mazorcas, como árboles de cacao estili-zados, los cuales arrancan de los pies de este sacerdote.

En la urna, el personaje central aparece acom-pañado por dos sacerdotes que visten un ta-parrabo mucho más sencillo, decorado con diseños de colores azul y blanco, orejeras y adornos en los tobillos; ambos están descalzos y presentan recortes de pelo peculiares. El que se encuentra situado al lado izquierdo tiene los pies deformes y en la mano izquierda sostiene un palo plantador de color blanco, mientras que con la mano derecha, por la posición que guarda, debió sujetar una trompeta de caracol elaborada a partir seguramente de un caracol originario del mar Caribe la cual no se recupe-ró en la excavación.

Mientras que el sacerdote que está situado en el lado derecho, está jorobado y sostiene con am-bas manos una trompeta de caracol a través de la cual sopla. En este caso, el palo plantador, también de color blanco, aparece a su espalda. Ambos sacerdotes presentan pintura corporal de color rojo. Toda la composición a excepción de la parte inferior, esta enmarcada por discos con un punto central, pintados en color azul que podrían simbolizar chalchihuites. En la base se observa un glifo también de color azul, muy borroso, que pareciera un moño, aunque no ha sido claramente identificado. No se en-contraron restos de ningún tipo en el interior de la urna.

La tapa de la vasija está pintada con líneas con-céntricas en colores azul, rojo, blanco y amari-llo; su asa consiste en una flor de cuatro pétalos con una perforación en el centro, repitiéndose los colores, a excepción del blanco. Por las ca-racterísticas de la pieza la hemos llamado Urna con Sacerdote Quetzal.

Es de destacarse el hecho de que este impor-tante sacerdote presenta atributos específicos, como los ricos tocados y la presencia de alas, situación que lo asocia a representaciones zoo-

Urna lista para el proceso de restauración

Composición plana de la urna

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morfas, por lo que podemos inferir que en su elaboración se tomaron rasgos de rituales ma-yas, ya que:

“…los animales en la religión maya se asocian a las fuerzas naturales y a los niveles del univer-so, ámbitos y materializaciones, a la vez, de las fuerzas divinas.”1

Finalmente, podemos agregar que esta pieza de cerámica policromada seguramente se elaboró como parte de complicados rituales, asociados a festividades que tenían que ver directamente con complejas ceremonias religiosas que se re-alizaban al inicio, durante y al finalizar el ciclo de lluvias para propiciar buenos resultados en los trabajos agrícolas, ya que son muchos los elementos que nos indican esta posibilidad, como los palos plantadores, las plumas de quet-zal, las trompetas de caracol, el color azul, en-tre muchos más, y posteriormente fue enterrada como ofrenda. También nos muestra, además de los existentes en los ya muy conocidos murales, numerosos elementos con fuerte influencia de la zona maya.

*Investigadora del Centro INAH de Tlaxcala1 De la Garza, Mercedes. “Las Fuerzas Sagradas del Uni-verso Maya”. El Universo Sagrado de la Serpiente entre los Mayas. Centro de Estudios Mayas/Instituto de Inves-tigaciones Filológicas/Universidad Nacional Autónoma de México. México. 1984. www.geocities.com/Athens/Atrium/9449/garza_animales.htm

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Tapa con asidera de cuatro pétalos

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Diana Molatore Salviejo*

Para Beatriz Palavicini BeltránIn memoriam

Uno de los sitios de patrimonio arqueólogico más importante del estado de Tlaxcala, abierto al público, es Cacaxtla. Sus singulares características constructivas, su superposición de construcciones y las pinturas que decoran los distintos espacios, lo hacen un sitio muy

importante en la arqueología del valle Puebla-Tlaxcala.

Cacaxtla se localiza al suroeste de la entidad tlaxcalteca, a un kilómetro de la población de San Miguel del Milagro, en el municipio de Natívitas, a 126 kilómetros de la capital de México. Se te-

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nía noticia de la existencia de la zona, gracias a la mención que de ella hace Diego Muñoz Camargo, cronista tlaxcalteca del siglo XVI, ya que es el único que describe el lugar después de haberlo visitado y atribuye su habitación a los Olmeca-Xicallanca. También se conocía el lugar

por trabajos arqueológi-cos realizados en sus in-mediaciones. El término Cacaxtla es posible que fuese tomado a partir del cacaxtli o ca-caxtle, que lleva a la es-palda el personaje ancia-no en el mural oriente del Templo Rojo, que son ca-nastos de viaje que usa-ban los pochtecas para el transporte de mercancías para comerciar.

Cacaxtla está construida sobre un conjunto mon-tañoso conocido como el Bloque Xochitécatl-Natí-vitas-Nopalucan y tuvo

una localización geográfica estratégica, pues desde Cacaxtla y Xochitécatl se domina hacia el sur todo el valle de Puebla y el de Tlaxcala hacia el norte. El cerro de Cacaxtla esta prote-gido por barrancos en dos lados; es una buena posición defensiva natural, situada entre los va-lles de los ríos Atoyac y Zahuapan. Los fosos, los barrancos y los muros que, según Muñoz

Camargo, abrigaban a los defensores del lugar, convierten a Cacaxtla en una gran fortaleza.

GRAN BASAMENTOEl Gran Basamento de Cacaxtla, como se da por llamarle, no constituye la totalidad del sitio prehispánico. En el cerro se localiza una serie de adoratorios, plataformas, plazas, pirámides, etc., que forman parte de un conjunto económi-co-administrativo y ceremonial. Éste se extien-de ininterrumpido al este y al noroeste hasta las pequeñas pirámides de Atoyatenco. En las laderas de Cacaxtla, de los otros cerros cercanos y en las tierras llanas circundantes, se encuen-tran vestigios de terrazas, áreas de cultivo y de zonas habitacionales.

Parece que originalmente fue un centro cere-monial convertido en fortaleza en posteriores tiempos difíciles, pues las construcciones que se hicieron en Cacaxtla modificaron las lade-ras del cerro con contrafuertes y plataformas. En la parte superior se localiza el mayor núme-ro de estructuras, las que aparecen dispuestas en torno a plazas y patios, por lo que es posi-ble distinguir varias etapas constructivas y en los edificios se encontraron superposiciones y modificaciones realizadas durante el auge de la ciudad. La que fue su última fase fue rodea-da por fosas y diques. Dichas construcciones defensivas son el testimonio de tiempos de asedio por parte de grupos tolteca-chichimeca, los que finalmente habrían de enseñorearse de la región.

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Se dice que los olmecas xicalancas habían rei-nado en Cholula durante cinco siglos, de don-de habían desalojado a gente teotihuacana. El asentamiento de los olmecas xicalancas en Ca-caxtla podía abarcar desde aproximadamente 500 a. C. hasta 1100 d. C., según las caracterís-ticas de los diferentes materiales arqueológicos encontrados. El apogeo del sitio se ubicaría pro-bablemente entre 600 y 800 d. C.

Diego Muñoz Camargo ubica a los xicalancas como los antiguos habitantes del territorio com-prendido entre los poblados actuales de Natí-vitas, Texoloc, Mixco, Xiloxochitla, Xochiteca-titla y Tenanyecac, distribuidos en aproxima-damente la misma extensión del municipio al que pertenecen actualmente: 69,980 kilómetros cuadrados.

LOS MURALESEl tratamiento de las superficies y el acabado de los muros en Cacaxtla están hechos a base de cal aplicada de manera estriada en la mayor parte de los muros, con guardapolvos bruñidos en rojo o blanco dependiendo la habitación. Este estriado, por decirle de alguna manera, está hecho a base de la aplicación de la cal un tanto espesa, con una brocha, que al pasarla so-bre la superficie iba dejando un rayado que se puede observar a simple vista y fue realizado por tareas, subiendo y bajando la brocha, por lo que se pueden ver las vueltas del regreso de la misma, por lo regular hasta 2 metros de altura, lo cual hace suponer que las personas que se dedicaban a esta tarea tenían una estatura de entre 1.65 y 1.70 m

La pintura mural fue aplicada sobre estas su-perficies al fresco con colores mezclados con la cal, mucílago y goma de nopal que permitía ma-yor adherencia al soporte. En la mayoría de los murales encontramos una paleta básica de cin-co colores: rojo óxido de hierro, amarillo ocre, azul maya, negro de humo y el blanco de la cal. Estos colores podían ser mezclados, encontrán-dose diversas tonalidades y algunos colores se-cundarios.

Mucho se ha hablado de los efectos de la luz sobre los colores, pero lo que realmente ha su-cedido es que a partir de su descubrimiento, la erosión del terreno, aunado a los fuertes vien-tos, ha desgastado algunas de las pinturas.

La paleta cromática antes mencionada, la pode-mos encontrar en la mayor parte de las pintu-ras del sitio, salvo en las jambas del edificio A, donde la cantidad de colores aumenta, agregán-dose un color carne, rosa pálido y verde.

Una de las características de las pinturas de Ca-caxtla es una franja de agua que tiene animales, tanto marinos como lacustres, y que se encuen-tra en todas las pinturas, a excepción de la Bata-lla, lo que hace suponer contemporaneidad en

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su ejecución y uso de los espacios. Esta franja de agua la encontramos en el edificio A, tanto en los personajes del Caballero Jaguar y Caballero Aguila, como en los personajes de las jambas de los mismos muros. También aparece en el llama-do Templo Rojo y en el Templo de Venus. Asi-mismo, los elementos dentro de la franja se repi-ten, siendo muy importante la representación de Venus como estrella de cinco picos

LA CONSERVACIÓNEl tema de la conservación del sitio arqueológi-co de Cacaxtla aún es un reto para los arqueólo-gos y los restauradores, ya que por la composi-ción de las estructuras, de los edificios y de los murales hace que esta tarea sea muy complica-da, por lo que es muy importante estar pendien-te de la zona permanentemente.

Uno de los problemas mayores tiene que ver con la composición de las estructuras, ya que se componen de tepetate y adobe, por lo que al paso de los siglos la misma presión de las estructuras superpuestas, la erosión y la hume-dad, han causado disgregación del material de soporte así como el desprendimiento de enluci-dos, tanto los de color liso, como los pintados.

Esto ha llevado a desarrollar proyectos y pro-gramas de trabajo en base a una investigación acuciosa de los diferentes factores de deterioro, por lo que se han hecho estudios de radar, me-cánica de suelos, monitoreo de grietas, estudios fotográficos, monitoreo climático, prospección

geofísica, análisis de estabilidad estructural, le-vantamiento y control topográfico, análisis de quimica de suelos y algunos otros que han per-mitido tomar decisiones acerca del tratamiento de los diversos elementos que conforman este sitio tan importante.

Se ha hecho mucho trabajo por parte de los ar-queólogos y restauradores, conformando equi-pos de trabajo multidisciplinarios para poder dar las mejores soluciones para el sitio. Aún así, falta mucho por hacer y podría decirse que a 37 años del descubrimiento de Cacaxtla, exis-ten áreas que permanentemente están en riesgo y que la zona debería tener un monitoreo cons-tante de los focos rojos por parte de los especia-listas, para evitar daños que sean irreversibles.

Es muy difícil conservar una zona como Ca-caxtla sin que haya un programa permanente de mantenimiento y solución de problemas que a diario surgen, lo que tiene mucho que ver con cuestiones presupuestales que, a fuerza de vo-luntad y creatividad, en muchos casos se han subsanado, pero no es suficiente.

Cacaxtla es un lugar de visita muy atractivo en Tlaxcala, por lo que debemos protegerlo y con-servarlo para que sea posible su permanencia en un futuro.

*Directora del Museo Regional INAH-Tlaxcala. Respon-sable del Proyecto de Conservación de Cacaxtla, del 2002 al 2009.

iñigo gonzález De la FUenTe1*

El sistema político-ceremonial de Jesús Te-pactepec, municipio de Natívitas, entra en las categorías de sociedad urbanizada,

industrializada y mestiza. En este texto, se pro-ponen algunas reflexiones sobre la articulación de las formas de organización comunitaria ba-sadas en los “usos y costumbres” y las formas de organización constitucionales. Concreta-mente, se coteja si las formas constitucionales de participación y elección de autoridades es-tán paulatinamente desplazando a las que se ri-gen por el sistema de “usos y costumbres”, o si, por el contrario, los miembros de la comunidad de Jesús Tepactepec están logrando una readap-tación y una vigorización de las instituciones comunitarias tradicionales a partir de la imbri-cación de éstas con las formas constitucionales de participación política.

La localidad de Jesús Tepactepec (en nahua, “cerro bonito”) forma parte del municipio tlax-calteca de Natívitas. El municipio es uno de los más antiguos del estado de Tlaxcala (data del s. XVI). Ubicado en el altiplano central mexica-no a 2,200 msnm y localizado al sur de la enti-dad, el municipio colinda al norte con los mu-nicipios de San Damián Texóloc y Santa Ana

1 Este trabajo es fruto de la investigación titulada “Repensar lo rural y el concepto de nueva ruralidad como propues-ta para entender las transformaciones contemporáneas en el Valle Puebla Tlaxcala” financiada por CONACYT (clave CB-98651) y cuyo responsable principal es Hernán Salas Quintanal (IIA-UNAM).

Nopalucan; al sur con el estado de Puebla; al oriente se establecen linderos con los munici-pios de Tetlatlahuca, Santa Apolonia Teacalco y Zacatelco; y al poniente con el municipio de Tepetitla de Lardizábal. De acuerdo con la in-formación del INEGI, el municipio comprende una superficie de 61,990 Km. cuadrados, lo que representa el 1.4 % del total del territorio esta-tal, y tiene una población de 21,863 habitantes.

Actualmente, el municipio de Natívitas cuenta con 15 localidades (12 pueblos; 1 barrio; 2 co-lonias exhaciendas) que funcionan mediante la figura del “presidente de comunidad”. De entre todas ellas, se elige para el presente artículo la comunidad de Jesús Tepactepec ya que combi-na la presencia del sistema de cargos político-religioso de “usos y costumbres” y de institu-ciones constitucionales.

Jesús Tepactepec presenta los elementos pro-pios de lo que se conoce como el típico siste-ma de cargos, los cuales, son: un número de oficios claramente definidos, rotación entre los miembros de la comunidad, orden jerárquico de los cargos, comprende a todos o casi todos los miembros, la no remuneración del servicio –pero compensado en forma de prestigio-, y dos jerarquías separadas, la política y la religiosa. La comunidad tiene un total de 990 habitantes, de los cuales, 270 jefes de familia cooperan re-gularmente sufragando los diversos gastos aso-ciados a las esferas política y religiosa del siste-ma de cargos.

laS ForMaS De organización coMunitaria De natívitaS1

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La primera de las dos esferas está dirigida por un presidente de comunidad, quien elige a su equipo de trabajo: un número determinado de “alguaciles” o “comandantes” quienes, no te-niendo asignada una remuneración oficial, se dedican a la vigilancia de la comunidad y a dis-tribuir los avisos a cada jefe de familia. Es de destacar en la organización política, la asamblea general, como espacio donde puede participar una mayoría de miembros tanto en la toma de decisiones como en la organización de nume-rosas actividades –incluidas las religiosas-, que competen a toda la comunidad. De hecho, es la asamblea la que, cada 31 de diciembre, propo-ne, en primer lugar, a tres candidatos a presi-dente entre sus miembros, para después elegir por mayoría simple a uno de ellos (situándo-se los asambleístas detrás del candidato al que apoyan), quien no puede rechazar el ofreci-miento. Los dos candidatos no elegidos podrán serlo en futuras convocatorias.

Con respecto a la esfera religiosa, su organigra-ma consta de un fiscal (responsable principal de la administración del presupuesto destinado a las actividades religiosas), un mayor (vela por el buen funcionamiento de los eventos litúrgicos), un portero (protege la iglesia, en donde vive con su familia) y dos campaneros (encargados de ha-cer sonar las campanas de la iglesia en diversos momentos del día). Estos cargueros organizan y administran las fiestas del ciclo ceremonial cató-lico, siendo las más importantes la festividad del quinto viernes de cuaresma, cuando se venera la imagen del Padre Jesús de los Tres Caminos, y el día de Corpus Christi. La elección del fiscal tiene el mismo procedimiento que la del presidente auxiliar; el resto de cargos religiosos menores se eligen con mayor celeridad a mano alzada.

En este contexto, se considera oportuno re-flexionar sobre la articulación entre las formas de organización comunitaria basadas en los “usos y costumbres” y las formas de organi-zación constitucionales en Jesús Tepactepec. Para ello, se parte de la concepción de los car-gos como centros públicos de decisión políti-ca. Se entiende como núcleos de decisión po-lítica los órganos y cargos representativos y/o ejecutivos de un sistema político, en los cuales se formulan, elaboran y aplican las opciones

genuinamente cruciales que sí afectarán ine-vitablemente la vida del conjunto de la co-munidad política. A nivel local, estos centros implican disputas entre las distintas facciones y, quizás, conflictos entre los distintos titula-res de los cargos locales, como en el caso de las autoridades seculares y las religiosas. Tal perspectiva cobra mayor fortaleza si se tiene en cuenta los cambios legislativos, que des-de 1985 se han llevado a cabo en el estado de Tlaxcala para proteger y garantizar el sistema de “usos y costumbres”.

Se propone repensar las comunidades que tie-nen instituidos los sistemas de cargos como es-cenarios donde los actores participan política-mente, esto es, los ciudadanos tratan de influir en los procesos políticos y en sus resultados a nivel local. Siguiendo esta línea de argumen-tación, la mayor parte de las transformaciones en los sistemas de cargos político-religiosos vendrían generadas por su coexistencia con los puestos electos asociados a la democracia formal, como por ejemplo, el cambio en la du-ración de algunos cargos de uno –lo tradicio-nal- a tres años –lo constitucional-.

La articulación entre la participación en el siste-ma de cargos y el acceso a los centros de decisión política formal, es decir, la articulación entre los “usos y costumbres” y las instituciones constitu-cionales, invita a plantear las siguientes pregun-tas en torno al funcionamiento del típico sistema de cargos en la comunidad de Jesús Tepactepec: 1) ¿Los cargos escalafonados siguen siendo ocu-pados de forma ascendente?; 2) ¿La ocupación de los cargos sigue siendo considerado como un servicio de trabajo comunitario no remunerado?; 3) ¿Los cargos son asignados por la comunidad al individuo o, por el contrario, es éste el que hace saber a la comunidad sus intenciones de ocupar-lo?; y 4) ¿El tiempo de ejercicio de los cargos se ajusta a la normativa constitucional o se rige por los “usos y costumbres”?

Con respecto a estas cuestiones, teniendo en cuenta que la mera presencia del sistema de car-gos en una comunidad mestiza, urbanizada e industrializada habla por sí mismo de una gran fortaleza de la jerarquía cívico-religiosa, se po-dría afirmar que esta institución no ha resistido

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el impacto de las formas constitucionales de par-ticipación si se encuentra en Jesús Tepactepec que: a) un candidato a los cargos de mayor pres-tigio puede llegar directamente a ellos sin pasar por los cargos menores; b) una mayoría de cargos son remunerados; c) se presentan candidaturas apoyadas por partidos políticos en las asam-bleas; d) el ciclo de cada cargo es de tres años.

En primer lugar, se detecta con cierta nitidez en la comunidad de Jesús Tepactepec que los car-gos siguen estando jerárquicamente posiciona-dos. Al mismo tiempo, tal y como ha ocurrido en otras comunidades del municipio de Natívitas y las tlaxcaltecas en general, el mayor impacto al funcionamiento de la jerarquía cívico-religiosa ha sido la asignación de un “salario” público al cargo de “presidente municipal auxiliar”. De esta forma, este cargo ha desbancado de la jerarquía al fiscal, siendo ahora el de mayor prestigio el cargo político aunque también queda claro que los car-gos siguen siendo ocupados de forma ascenden-te: primero hay que ocupar cargos en diversas comisiones y “haber pasado por la iglesia”, por ejemplo de campanero, para después llegar a los puestos de fiscal y presidente auxiliar. En todo caso, ambos cargos principales son sustentados por diversas partidas presupuestarias públicas, impuestos, limosnas y las cooperaciones de los miembros de la propia comunidad.

La gente de Jesús Tepactepec recuerda que hace años nadie quería ocupar el cargo de presidente de comunidad ni los cargos religiosos menores: el cargo de portero ha llegado a estar ocupado por la misma persona y su familia durante tres años seguidos. Desde que el cargo político tiene asig-nado el mencionado salario, hace unos 15 años, se puede hablar de una “carrera política” que concluye –a nivel comunitario- en la presidencia de comunidad. Un reducido grupo puede aspi-rar posteriormente a encabezar una candidatura a nivel municipal o estatal. A pesar de todo ello, en cuanto a la esfera política se refiere, la pre-sidencia de comunidad constantemente ha con-trolado un presupuesto considerable debido a la renta de espacios para la colocación de pequeños puestos comerciales durante las ferias más im-portantes de la comunidad. De la misma manera, el cargo de fiscal siempre ha manejado un pre-supuesto importante producto de las limosnas

“que trae consigo el Padre Jesús”, por lo que no es extraño que para ocupar este cargo siempre haya voluntarios. En definitiva, reconociendo que la mayoría de los cargos son ocupados como servi-cio no remunerado, sí es cierto que, quien más o quien menos, tiene en la cabeza llegar a ocupar los dos cargos principales, cuyas actividades sí son remuneradas, sea oficial o extraoficialmente, sobre todo en la esfera política.

En otro orden de cosas, los cargos de fiscal y presidente auxiliar son elegidos en asamblea: se eligen tres candidatos y los asambleístas se for-man detrás de su favorito. Se selecciona aquel candidato que tiene todo un historial de cargos menores en la comunidad, lo que confirma la existencia implícita de toda una carrera por lle-gar al cargo de mayor prestigio. Una vez que se cumple en la cúspide de la jerarquía, el indivi-duo ya no vuelva a ocupar cargos menores, tal y como un ex-presidente auxiliar señala: “si ya fui pastor, ya no puedo ser perro”. Paralelamente, a diferencia de las fiestas pagadas entre todos los cooperantes, los padrinos asumen gastos que, en muchos casos, están por encima de sus posibili-dades económicas; en este sentido, aquéllos sue-len ser los miembros de la comunidad (u otras comunidades aledañas) a los que menos mal les ha ido económicamente respecto al resto del gru-po. Entre los padrinazgos eclesiásticos, destaca como el de mayor prestigio el de “la acostada del niño Dios”, cuyos costes rondan el millón de pesos según varios de los vecinos consultados. Concretamente, ha de sufragarse durante dos días (23 y 24 de diciembre) comida, bebida, mú-sica y cohetes para miembros de la comunidad y visitantes. Este cargo de apadrinamiento tiene lista de espera hasta más allá del año 2025.

Sobre la influencia de los partidos políticos en las personas que ocupan los cargos y, concreta-mente, en su elección durante la asamblea, por un lado, varios de los entrevistados coinciden en que, efectivamente, los partidos políticos tienen favoritos; sin embargo, la asamblea cuenta con mecanismos para amortiguar los intentos de lle-gar a la presidencia “por la vía rápida” (publi-cidad del evento; experiencia del candidato en cargos menores). Aquellos que explícitamente quieren llegar de inmediato a presidente de co-munidad, provocan que la asamblea sancione

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sus pretensiones eligiéndoles para cargos meno-res, truncando así, momentáneamente –o quizás para siempre-, las ambiciones políticas. En todo caso, la gente también reconoce que, a veces, los asambleístas eligen candidatos en función de su pertenencia partidaria; sobre todo existe una tendencia a elegir presidentes de comunidad afi-nes al presidente municipal en turno.

En cuanto al tiempo de duración de los cargos, se presta especial atención a los dos cargos más importantes y la cifra ha variado en los últimos años hasta tres veces. Hasta hace pocos años, se elegían por periodos de tres años –siguiendo de esta manera la vía constitucional-. No obstante, hoy en día, los cargos son anuales “por los actos de corrupción”, tal y como nos cuentan algunos de los vecinos.

Todo esto permite señalar que en la comunidad de Jesús Tepactepec se está dando una mutua influencia entre los “usos y costumbres” y las formas constitucionales de participación políti-ca. La “constitucionalización” de la presidencia de comunidad, situando este cargo en la cúspi-de de la jerarquía político-religiosa, ha supuesto la fractura de tal jerarquía que confería antes el mayor prestigio a los fiscales; sin embargo, a pe-sar de tal modificación, el sistema de cargos ha salido reforzado en el sentido de que la recom-pensa del salario ha activado la participación de una mayoría de miembros y ha reducido la disidencia de los posibles conversos, sobre todo de aquello que pudieran sentirse atraídos por confesiones religiosas distintas a la católica.

La elección a la manera de “usos y costumbres” asegura, en primer lugar, que los cargos más im-portantes (los que manejan presupuesto público) sean ocupados por personas con larga experiencia de servicio a la comunidad; en segundo lugar, la rotación anual permite que el acceso a los centros decisorios sea factible para una gran parte de los cooperantes; por último, el filtro de la asamblea como una de las estrategias para elegir vecinos con largo historial de servicio a la comunidad, re-duce el posible impacto de los partidos políticos en su papel de gestores del dinero público.

A modo de conclusión, se destacan las formas de organización comunitaria como mecanis-

mos de identidad que refuerzan a los distin-tos grupos que interaccionan, y el sistema de cargos como mecanismo de cohesión social. Es muy difícil conjeturar cómo evolucionarán es-tas instituciones comunitarias en el cambiante contexto socioeconómico y político en el que se desenvuelven las comunidades rurales del México del siglo XXI. Sin embargo, las inves-tigaciones llevadas a cabo señalan que las per-sonas siguen agrupándose en territorios, que se relacionan a través de instituciones que gene-ran, mantienen y, en documentados casos, po-tencian escenarios de interacción social y rela-ciones de cooperación que coexisten con las de conflicto, de manera que las comunidades no sólo persisten, sino que en algunos aspectos, su comportamiento se ha fortalecido.

*Personal Docente e Investigador de la Universidad de Can-tabria (España). Correo electrónico: [email protected]

Fotografía: Richard Xochitiotzi

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Paola Velasco sanTos*

Visitar los sitios arqueológicos de Xochi-técatl y Cacaxtla no sólo vale la pena por la riqueza histórica, artística y cultural

contenida en ambos complejos. Subir estos ce-rros bien vale el esfuerzo ya que desde ahí se puede apreciar el amplio valle de Puebla-Tlax-cala rodeado por grandes e impresionantes ele-vaciones como el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl al oeste y la Malinche al este; justo en las faldas de los cerros, verde y fértil se puede observar el valle de Natívitas flanqueado hacia el oriente por el río Zahuapan y al oeste y suroeste por el río Atoyac. Observar este paisaje hoy en día sig-nifica apreciar el resultado, inacabado, de años de cambios en el ecosistema de la región y en las prácticas de los grupos humanos que de ma-nera intermitente, pero a lo largo de cientos de años, han ocupado estos espacios.

Hace más de un siglo, desde el mismo punto, se habría observado un paisaje acuático que guar-da poca semejanza con las planicies agrícolas del presente. Hacia el lado norte de los cerros donde se asientan ambos sitios, se encontraba el grueso de una zona lacustre. Imponentes, se ha-brían apreciado la laguna del Rosario, un cuerpo de agua que tuvo una extensión aproximada de 250 hectáreas, y otros cuerpos de agua menores que servían como hábitat de cientos de especies animales y vegetales acuáticas. Hacia el sur, se extendía la llamada Ciénega de Tlaxcala, una zona que aunque no contenía lagunas impor-tantes, estaba llena de humedales, pantanos y zonas inundables. En suma, hace casi 150 años todo este espacio conocido como Valle de Na-tívitas estaba, en diferentes grados, cubierto de agua. Hoy en día, la abundancia del vital líqui-

do se encuentra sólo en el subsuelo y los únicos cuerpos hídricos visibles son los dos ríos.

El fértil valle de Natívitas abarca alrededor de 10 mil km2 y se ubica en la parte noroeste del valle Puebla-Tlaxcala y al oriente del Altiplano central mexicano. Las planicies del valle, ubica-das entre los ríos Atoyac y Zahuapan, son una zona privilegiada de descarga de flujos de agua subterránea que provienen de zonas con mayor elevación. La condición acuática de la región, por la que se ganó el nombre de Ciénega de Tlax-cala, es producto de esta confluencia, y aunque las lagunas y humedales hayan desaparecido, el agua sigue estando muy cerca de la superficie.

Enclavada en el corazón del valle de Natívitas, la ciénega abarcaba una superficie de aproxima-damente 325 km2 y comprendía casi la totalidad de los hoy municipios de Tepetitla de Lardizá-bal, Natívitas, Tepeyanco, Tetlatlahuca, Tlaxca-la, Zacatelco y parte de Ixtacuixtla, Panotla y Xicohtzingo; mientras que la parte lacustre, se calculó, medía alrededor de 560 hectáreas, ex-tendiéndose por los municipios de Santa Ana Nopalucan, Santa Inés Tecuexcomac y San Vi-cente Xiloxochitla. Toda la zona era rica en re-cursos alimenticios y materias primas para las actividades de la vida diaria, provenientes de dos ecosistemas distintos, el lacustre y el mon-te. Esta multiplicidad de opciones de subsisten-cia hicieron atractivas estas planicies y cerros desde tiempos anteriores a la ocupación de Ca-caxtla y Xochitécatl. Grupos nómadas utiliza-ban de manera periódica los manantiales para proveerse de pescados y animales acuáticos como el pez blanco, acociles, tortugas, ranas y ajolotes; de animales de caza relacionados con los ecosistemas lacustres como las garzas, pa-tos y gallaretas; y de vegetación y materia prima como el tule y otras plantas para fabricar cestos, petates y utensilios diversos. Igualmente, las liebres, conejos, comadrejas y otros animales de monte eran presas de caza.

Algunos de esos grupos comenzaron a asentar-se en el lugar y al poco tiempo lograron desarro-llar una agricultura incipiente. Según datos de arqueólogos como Abascal y García Cook, en el 1200 a.C se establecieron los primeros grupos sedentarios en las laderas montañosas. A tra-

vés de terrazas, estos pobladores comenzaron a sembrar cultivos de temporal, que fueron me-jorando a través del control y almacenamiento de agua de lluvia. Para el periodo entre el 300 a.C y 100 d.C los ya asentados residentes ha-bían desarrollado canales que se alimentaban de las aguas de ríos, lagunas y manantiales; y poco tiempo después llegaron a utilizar el cul-tivo de humedad como las chinampas (en lagos y lagunas) y los camellones1 (en ríos, ciénagas o pantanos), que les permitió tener una pro-ducción más intensiva. La boyante producción agrícola, así como el inicio de una modificación más activa del medio ambiente, dieron pie para el florecimiento de estas sociedades.

El exceso de agua fue ambivalente para estos pobladores. El agua era la fuente de la fertilidad de la tierra, pero las lluvias torrenciales provo-caban el desbordamiento de los ríos y múltiples inundaciones. Innegablemente, esto hizo difícil el asentamiento humano en la región, aunque no fue ningún impedimento para la fundación de ciudades prehispánicas prósperas y, poste-riormente, de enclaves españoles, congregacio-nes indias y haciendas cerealeras.

A mediados del siglo XVI, en el corazón del va-lle se estableció Santa María Natívitas Yancuit-lalpan, un pueblo español en medio de pueblos de indios asentados de manera dispersa, hecho que modificó drásticamente el contexto social, pero también el medio ambiente y la forma en la que sus habitantes se relacionaban con él. El aprovechamiento de las aguas de ambos ríos se intensificó con el establecimiento de las pobla-ciones hispanas y las haciendas, las cuales ba-saron su desarrollo en la agricultura extensiva, la ganadería y la agroindustria textilera.

Desde entonces, comenzó un progresivo deterio-ro del medio ambiente. Este proceso involucró, sólo por destacar los tres más evidentes, a todo el ecosistema lacustre, a los bosques y a los ríos. Para el último cuarto del siglo XIX los cultivos

1 Los camellones eran franjas rectangulares de tierra drenada para cultivar en las orillas de los ríos o lagunas. Estas tierras eran distribuidas de forma paralela a los canales por donde podía correr el agua.

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de trigo y el ganado vacuno de las haciendas co-menzaron a demandar extensiones más amplias de tierra, las cuales estaban ocupadas por lagu-nas y humedales. El deseo de los hacendados de ampliar la frontera agrícola surgió de manera paralela a las políticas de desecación en el país, que estaban influenciadas por las ideas europeas sobre el agua y la higiene y con el proyecto mo-dernizador de Porfirio Díaz. De un momento a otro, las zonas lacustres del centro de México se convirtieron en un enemigo a combatir. El proce-so de desecación de las lagunas del suroeste de Tlaxcala fue largo y difícil: los primeros trabajos comenzaron alrededor de 1869 y el último tramo de la laguna se drenó en 1970.

Tal vez la ciénega ya no sea visible en términos de cuerpos de agua superficiales, sin embargo, el azolvamiento de los canales y zanjas por basura, tierra y descuido, junto con la ininterrumpida confluencia de flujos de agua subterránea que ha mantenido altos los niveles del manto freático (aunque están siendo abatidos cada día más por la extracción de agua), dejan latente a esa vieja zona lacustre que aflora de vez en cuando, al lle-gar anualmente la temporada de lluvias.

Además de la intensiva explotación de la tierra y el agua, otro factor de deterioro ambiental fue la deforestación del valle, como consecuencia de la extensión de las áreas de pastoreo y la in-corporación del ganado menor a la economía indígena. Los bosques, en los alrededores de la ciudad de Puebla, desaparecieron rápidamente poco después de la conquista, lo que aumentó la demanda de la madera tlaxcalteca. Durante el siglo XVII la deforestación alcanzó su punto culminante por la creciente demanda de ma-teria prima para las construcciones y para au-mentar la superficie cultivable. La desaparición de la cubierta vegetal, generó –y sigue ocasio-nando—, problemas intensos de erosión, fuer-tes inundaciones, el relleno de los valles con material sedimentario y, entre otras cosas, la dificultad de los acuíferos de recargarse de for-ma adecuada. Las riberas del río Zahuapan fue-ron de las más afectadas por la tala de árboles y coincidentemente, los peores desbordamientos de la corriente se dieron a partir del siglo XVII, lo que provocó aún más aversión al exceso de agua en las regiones más bajas.

A partir de este mismo siglo, el Atoyac y el Za-huapan se convirtieron en piezas clave de las ac-tividades agrícolas e industriales tanto de Puebla como de Tlaxcala. Desde la colonia, los obrajes textiles utilizaron sus aguas para su producción; después en el siglo XIX ambos ríos permitieron la instalación de las primeras fábricas textiles impulsadas por la fuerza hidráulica. Ya para el siglo XX y XXI su fuerza motriz dejó de ser útil para la industria, y su función fue sustituida por la de receptores de desechos. El Valle de Natívi-tas, bañado por ambos ríos y vecino directo de los municipios con las aglomeraciones indus-triales más importantes de la región, es una de las zonas más afectadas por la contaminación.

El estado de deterioro de estas corrientes es cau-sado principalmente por las industrias y los de-sechos urbanos, y comenzó a ser más percepti-ble a partir de la década de 1970. En el caso del Zahuapan, se relaciona con el crecimiento de la zona urbana de Tlaxcala y posteriormente con el de otras pequeñas concentraciones urbanas e industriales. Por otro lado, la contaminación del Atoyac se intensificó a partir del crecimiento de la ciudad de San Martín Texmelucan y de la ins-talación en esta ciudad del complejo petroquí-mico Independencia (PEMEX) y de otras indus-trias. El problema para el valle se agudizó hacia los años 90, con la consolidación y crecimien-to de varios corredores industriales. En su gran mayoría, estas grandes industrias, junto con las pequeñas lavanderías clandestinas de mezclilla, descargan sus aguas residuales directamente a las corrientes del río o a los drenajes municipa-les, sin ningún tratamiento, ocasionando graves problemas, tanto por el número de productos tóxicos vertidos, como por las múltiples reac-ciones químicas que pueden surgir del contacto entre las diferentes sustancias presentes en la corriente. El caso más grave es el del río Atoyac.

La debacle ambiental de ambos ríos es eviden-te. Basta con estar en las cercanías para perci-bir un olor penetrante y fétido, sobre todo en el Atoyac. El color de la corriente oscila entre el azul índigo, el negro, el gris y otros colores dependiendo de la época del año y la hora del día. Lo único que flota en este cauce son bol-sas de plástico, botellas PET y, seguramente, algunas bacterias microscópicas resistentes a

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los químicos; la demás fauna ha desaparecido. Se han realizado diversos estudios que señalan que el Atoyac rebasa todos los límites permisi-bles de contaminación establecidos por las au-toridades competentes. Esta situación amenaza los derechos a la salud, a un medio ambiente limpio y a la subsistencia misma. Por diversas razones, una buena cantidad de agricultores se ven obligados a continuar regando sus tie-rras y a tener contacto directo con las aguas de ambos ríos al momento de colocar las presas o romper los bordos para regar sus parcelas. Los cultivos siguen creciendo, pero los efectos que estos pueden tener a mediano y largo plazo so-bre quienes las producen y consumen y sobre la tierra misma aún son desconocidos, aunque ya se ha documentado la incidencia de ciertas en-fermedades que pueden estar relacionadas con la exposición a químicos tóxicos.

Además de los peligros a la salud humana y a la continuidad productiva de la región, la con-taminación ha modificado algunas dinámicas sociales y de recreación. Los habitantes de la región mayores de 30 o 40 años recuerdan que ambos ríos, así como las acequias, canales y azolcos2 como el Totolac, servían como lugares de esparcimiento, recreación y convivencia fa-miliar. Tatuado en la memoria tienen el recuer-do de un río cristalino donde muchos apren-dieron a nadar, donde mientras trabajaban de boyeros3 se zambullían con sus amigos en los

2 Canales que corren junto al río para captar agua excedente.

3 Pastores.

canales de riego, y donde las familias podían ir a pasar un día al campo a divertirse junto al río y a pescar con chiquehuites4 carpas y acociles para comer. Era cosa común de propios y extra-ños pasar el sábado de gloria en las riberas de los ríos. En la actualidad, no es posible realizar ninguna de estas actividades.

De esta manera, la transformación de la región que circunda los cerros donde se erigen orgullo-sos los sitios de Cacaxtla y Xochitécatl, ha sido drástica. De ser una zona lacustre, pasó a ser un valle agrícola boyante y posteriormente el patio trasero de las industrias contaminantes, lo que también ha modificado las formas de vida de sus pobladores y la manera en la que se rela-cionan con el medio ambiente que los rodea. De manera inequívoca la historia sociocultu-ral, económica y religiosa del Valle de Natívitas está, de principio a fin, relacionada con el agua; su abundancia, su veneración, los esfuerzos por controlarla, las disputas por hacer uso de ella y, ahora, su relativa escasez y degradación son la columna vertebral de su historia. Como es evi-dente, los procesos de transformación de una sociedad y del medio ambiente son inevitables; pero cuando el ritmo de cambio actúa en perjui-cio de ambos sujetos, cabe preguntarnos quién está marcando el paso y para beneficio de qué o de quienes.

4 Cesto tejido de carrizo. *Posgrado en Antropología FFyL-IIA, UNAM

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¿Cuál es el significadoque tienela observaciónde los astros?

laura Parrao*

¿Qué pensaba la gente que vivía en México hace más de 600 años? ¿Cuál sería el sig-nificado que tenían los astros para esos

pueblos prehispánicos? Mirando entre sus piedras y el resto de sus construcciones, trato de analizar lo que creían interpretar e inte-rrelacionar con su vida diaria y sus necesida-des, para entender la importancia que tenía para ellos la observación del cielo.

Rescatando en mi mente los restos de sus edifi-cios y escrituras, después del paso de guerras, de destrucción y observando sólo vestigios del conocimiento que poseían, que sobrevive a todo por la necesidad de todos, deformado en parte por el tiempo y adecuado a los intereses de poder, trato de reconstruir ese conocimiento.

De acuerdo con la información que el INAH proporciona, si pensamos en la antigüedad de las construcciones, tenemos en nuestras ma-nos el legado de más de mil años de historia, repartidos en zonas arqueológicas, códices y

posesiones personales acumuladas en museos. Somos el resultado de una mezcla de más de un milenio, formados por diferentes culturas: toltecas, mayas, olmecas, chichimecas, tlax-caltecas, nahuas, españoles, franceses, ingle-ses, italianos, y de diferentes razas, esa mezcla de colores de muchas naciones, blancas, ama-rillas, negras, cobrizas, con mezcla de cultura entre casa y casa, que somos todos nosotros: los mexicanos, los herederos actuales de ese patrimonio cultural.

Para poder entender ese legado, busco sus re-gistros, pero queda muy poco de esas perso-nas; la mayoría de sus edificios, documentos y posesiones fueron destruidos y otros fueron robados, lo poco que queda habla de una cul-tura maravillosa. Me asomo a sus edificios, rescatados por el INAH y camino por los sen-deros marcados, viendo la altura que tenían, su tamaño, su arquitectura, el tallado de las piedras. Leo en los textos actuales de investi-gación sobre su arquitectura y resalta a mis

ojos el trabajo realizado por Marquina, donde indica cómo fueron orientados estos edificios, en forma exacta. Cada uno de los lados de la pirámide coincide con cada uno de los puntos cardinales.

¿Por qué resalta a mis ojos el que los cuatro la-dos de cada uno de sus edificios estén orienta-dos en la misma dirección de los puntos car-dinales? Para que comprendan mi sorpresa les pido que realicen el siguiente ejercicio: tomen una hoja de papel y piensen que es la casa que van a construir. Coloquen la hoja en el terre-no que quieren utilizar. ¿Cuántos de nosotros actualmente nos sentaríamos a medir la posi-ción exacta por donde sale el Sol y por donde se oculta?, y ¿tomar el tiempo suficiente para que queden orientadas las cuatro caras de la hoja con los puntos cardinales, en forma exacta, y en esa orientación construir la casa? Podemos observar que esas personas, de las que descen-demos, fueron capaces de hacerlo: sus edificios son magníficos y están orientados con los pun-tos cardinales. Admiro su paciencia, su cons-tancia y su disciplina.

Propongo analizar este patrimonio en las cons-trucciones que nos dejan y en los códices que sobreviven a la destrucción, para poder entender qué sabían de las estrellas. Observo que busca-ron sitios altos, con horizontes despejados para, en especial, observar hacia el Oriente y hacia el Occidente que son los lados por donde aparece y se oculta el Sol. Comparo estas actitudes con la forma en que seleccionamos actualmente los lugares para tener nuestros observatorios y veo que, igual que antaño, hoy buscamos sitios altos, con horizontes despejados, orientamos nuestros edificios y nuestros telescopios quedan apun-tando al Norte celeste en todos los observatorios, dejando la base orientada a los cuatro puntos cardinales. Curioso.

Sabemos actualmente que el Sol se mueve so-bre el horizonte, amaneciendo del lado oriente, y podemos desde nuestras ciudades en Méxi-co, observar cómo va desplazándose sobre el Oriente de Sur a Norte, alcanzando su posición más al Norte el 22 de junio, fecha que conoce-mos como el solsticio de Verano, y nuevamente camina el Sol en el amanecer de Norte a Sur,

hasta alcanzar el punto más al Sur sobre el hori-zonte Oriente, el 22 de diciembre, fecha que co-nocemos como solsticio de Invierno. Si mido la distancia entre ambos puntos y la divido entre dos, encuentro el punto exacto de los equinoc-cios de Primavera y Otoño.

La necesidad y el deseo de saber más, de enten-der todo lo que nos rodea, se conjuga en una mezcla que nos da el movimiento cada mañana en el amanecer. Contemplar el amanecer y ver que el sol aparece en un punto diferente, nos hace pensar en la exactitud para calcular su po-sición cada día. ¿Cuánto tardará en volver a lle-gar al mismo punto? La observación cuidadosa de por dónde sale el sol nos indica con claridad el momento en que comienza cada estación y a ellos les dio la certeza de cuándo sembrar y cuando cosechar. Cada mañana debe haber sido una tarea que no admitía el más ligero error y para alinear su posición debió construirse una segunda edificación. ¿Por qué dos?, porque se requieren mínimo dos puntos para trazar una línea recta.

La observación continua del Sol día a día, per-mite medir el tiempo que tarda el astro en apa-recer en el mismo lugar en el horizonte y el tiempo que tarda en llegar al mismo punto se le llamó y llama año. Me pregunto ¿cómo llegaron ellos a ese conocimiento? Y lo relacionaron con las interrogantes de ¿cuándo debemos de sem-brar?, ¿en qué momento podrá ser más óptimo?, ¿cuándo conviene cosechar? Y ¿habrá algo con lo que nos podamos guiar?

¿Cuánto tiempo se habrá quedado el ser hu-mano en la incertidumbre, hasta conocer e identificar la relación de los ciclos de las esta-ciones y los tiempos de siembra y recolección con el movimiento del sol en el horizonte? No creo que sea algo inmediato el mirar el movi-miento del Sol desde el amanecer y a lo largo del día hasta el atardecer para definir cuándo sembrar y cuándo cosechar. La observación, a lo largo del tiempo, nos genera una intuición que nos permite ir relacionando los fenóme-nos. Pero requiere la observación, el análisis y la prueba de verificación de las hipótesis planteadas el que podamos llegar a tener el conocimiento.

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¿Qué tan exacto pudieron calcular el tiempo usando el momento del amanecer para medir el primer ciclo, el ciclo del día y la noche, que se repite una y otra vez, para medir un segun-do ciclo formado por el movimiento de la luna; un tercer ciclo descrito por el movimiento de Venus; un cuarto ciclo descrito por la posición del Sol en el horizonte; un quinto ciclo descrito por el movimiento de Júpiter?, donde cada ci-clo se establece en números enteros, en forma de días. ¿Cómo pudieron calcular el tiempo que dura el año con exactitud de milésimas? Pode-mos observar la exactitud del cálculo que se re-fleja en su calendario de 18 meses de 20 días cada uno, más sus cinco días festivos; éste sería su ciclo anual de 365 días, similar al nuestro actualmente, y el atado de los años, donde des-pués de 52 años, festejan 13 días, muestra que están conscientes de esa pequeña fracción que se acumula a lo largo de los años. Algo similar a lo que hacemos nosotros actualmente, al agre-gar el 29 de febrero cada cuatro años.

No puedo demostrar que sabían que la Tierra gira sobre un eje de rotación inclinado 23.7 grados, lo que da el ciclo en el que observamos el desplazamiento del Sol sobre el horizonte oriente, lo cual nos permite medir el tiempo que tarda la Tierra en completar una vuelta en torno al Sol, pero puedo observar que disfruta-ban de mirar al cielo, la luna y las estrellas, ese cielo que nos envuelve por la noche en espacios callados, silenciosos, en donde ese silencio se puede cortar de lo denso que lo sentimos, y que nos lleva a cuestionarnos sobre nosotros y sobre el Universo. Puedo ver también la coincidencia en el tiempo que lleva a la gente en Europa a considerar el movimiento de la Tierra en torno al Sol, la coincidencia en los espacios y profe-siones de aquellos que llegan a esta conclusión. Y eso me hace pensar en la influencia de Amé-rica en Europa.

Mirar al cielo tiene otras recompensas, y poder predecir los movimientos de los astros lleva intrínseca la satisfacción de aquel que se da el tiempo para pensar, razonar y analizar lo que ve. La capacidad para calcular y predecir, de-pende de lo que logramos entender y de aquello que somos capaces de observar.

Por supuesto podemos exagerar y extender el análisis y tratar de predecir el movimiento hu-mano y, claro, fallar drásticamente, pues el ser humano posee la voluntad para decidir y hacer algo diferente a cada instante. Así que es mejor predecir los movimientos de los astros que no se desvían en ningún momento y que repiten, en forma cíclica, día a día, siglo a siglo sus giros interminables.

Encontrar el movimiento cíclico de la Luna y ver en qué momento se alinean los tres astros; Sol, Tierra, Luna, debe haber sido algo increí-blemente maravilloso. La satisfacción de aquél que percibe que puede predecir, medir cuan-do va a ocurrir, donde ocurrirá, cuánto tiempo tomará el fenómeno, es gigantesca y esto debe haber dado un gran poder a aquel que tenía el conocimiento de la psique del ser humano, de sus miedos y del movimiento de los astros.

Creo que, aún ahora, al recordar el eclipse de Sol del 11 de julio de 1991, reunida con amigos y familiares, podía sentir su asombro, su silencio durante la fase del eclipse total marcaba la ex-pectación que nos inundaba. Teníamos el cono-cimiento, sabíamos con certeza cuánto iba a du-rar el eclipse de Sol, pero la vivencia nos sobre-cogía. Me pregunto ahora ¿y si no hubiéramos sabido lo que pasaba?, ¿cuál habría sido nuestro sentir? Creo que ese algo desconocido nos habría maravillado, pero también llenado de temor. El conocimiento heredado a través de los siglos abre nuestro entendimiento y detiene nuestro te-mor, pero igual nos sorprende y emociona.

Calcular ciclos más complejos como el paso de Venus frente al Sol y saber cuándo lo podrían observar desde México, en el atardecer, pues la intensa luz del Sol difícilmente los dejaría ver este fenómeno en el cenit. Y ¿por que no?, ¿cuándo se alinearían el Sol, Venus, la Tierra y la Luna? Ese tránsito de Venus del 5 de junio, con el eclipse de Luna que se da el 4 de julio ¿era parte de sus cálculos? De ser así, tendrían el conocimiento del tiempo que tarda un año con cuatro decimales.

¿Cuánto tiempo midieron para poder hacer estos cálculos? Las tablas del Códice de Dresde marcan el movimiento de la Luna, los eclipses de Sol,

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los eclipses de Luna y el movimiento de Venus. Ciertamente Venus los fascinó como nos fascina ahora a nosotros, pues cuando Venus aparece en el amanecer cerca del solsticio de Verano (cer-cano al punto mas norte en el lado oriente que alcanza el Sol) Venus es el más hermoso lucero que podamos ver. Conforme amanece, Venus pa-rece aumentar de tamaño luciendo como un lu-cero que se agiganta con el amanecer, dándonos un espectáculo inolvidable.

Impresionante pensar que algunos ciclos pue-den tomar más de dos millones de días y que querer darles seguimiento por generaciones es parte de nuestra herencia. Resumiendo: de su arquitectura y de sus códices, podemos inferir que desde la época prehispánica nuestros an-tepasados conocían bien el movimiento de la Tierra en torno al Sol; que tenían un excelente calendario. Conocían bien el movimiento de la Luna y podían predecir eclipses de Sol y de Luna, y observaban y registraban los movi-mientos de los cuerpos más brillantes, como los planetas: Venus, Júpiter y Saturno. Identi-ficaban regiones en el cielo o constelaciones y podían asociar su posición con las estaciones. Tenían un cálculo muy preciso de la duración del año sidéreo. Desafortunadamente buena parte del conocimiento que tenían se perdió en la destrucción de muchos de sus elementos culturales. Nos queda a nosotros el resguardar los restos y cuidarlos para heredarlos a nues-tros hijos.

*Física, representante del Instituto de Astrono-mía (UNAM)Organizadora de la Noche de las Estrellas a rea-lizarse el 22 de septiembre del 2012 como par-te del Festival Cacaxtla-Xochitécatl organizado por el ITC.

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Mónica Blanco García Méndez*

Las investigaciones arqueológicas realiza-das en el área habitacional del sitio Xo-chitécatl - Cacaxtla, y que forman par-

te de las diferentes temporadas de campo del Proyecto “El hombre y sus recursos en el Valle de Tlaxcala durante el Formativo y el Epiclá-sico”, nos han permitido conocer diversos as-pectos relacionados con el aprovechamiento y uso de los recursos naturales, así como la vida cotidiana de los antiguos pobladores de la re-gión del Valle de Tlaxcala. De la misma mane-ra, los estudios etnoarqueológicos en poblados otomíes de Tlaxcala, Puebla e Hidalgo, bajo el Proyecto “Identidad étnico-arqueológica de los grupos prehispánicos que se asentaron en el Va-lle Puebla-Tlaxcala”, enriquecen la información acumulada hasta el momento y nos sugiere que la identidad étnica de los habitantes prehispá-nicos de la región señalada pudo haber sido de filiación otomí (Serra, Lazcano, Romero 2011). Aspectos relacionados con el modo de vida, el uso de recursos naturales como el maguey, sis-temas constructivos, patrón de asentamientos,

así como aspectos que pueden estar relaciona-dos con mitología y religión, vista a través de las representaciones de Cihuacóatl y el culto a los volcanes Malinche y Popocatépetl, reflejan pri-mordialmente aspectos cotidianos de los habi-tantes prehispánicos del Valle Puebla-Tlaxcala.

El estudio de la cerámica prehispánica, siendo el vestigio más abundante de restos de activi-dad humana en sociedades mesoamericanas, es materia de trabajo a todos niveles cuando hablamos de materiales. El punto de partida son las clasificaciones y tipologías basadas en observaciones macroscópicas de los atributos que las caracterizan, contextualizadas local y regionalmente. Los estudios de arqueometría, fluorescencia de rayos X y análisis con mi-croscopio de luz polarizada (Lira l.1995) para detectar origen de bancos de arcilla utilizados para la elaboración de vasijas pueden ser de gran utilidad cuando los datos son suficientes para hablar de conceptos como producción y redes comerciales. Los estudios que involucran

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etnoarqueología (Serra, Lazcano 2011) para contextualizar hallazgos arqueológicos con pa-trones observables en sociedades actuales, es otra de las herramientas que aportan informa-ción relevante. Una visión multidisciplinaria aplicada al análisis cerámico es lo que propo-nemos.

El presente trabajo se enfocará en aspectos re-lacionados con algunas conclusiones a las que hemos llegado a través del análisis cerámico de contextos referentes a unidades habitacionales del sitio Cacaxtla - Xochitécatl, dejando los de-más aspectos referidos para su posterior plan-teamiento y desarrollo. Los dos momentos ocu-pacionales del sitio, el primero del 800 A.C. al 100 d.C. (período Formativo medio-tardío); se enmarca dentro de los primeros centros cere-moniales de dimensiones monumentales para la región (Serra y Lazcano 2011:13); el segundo durante el Epiclásico (600 a 950 d.C.), forma parte del surgimiento o resurgimiento de im-portantes ciudades una vez abandonada la gran urbe del Clásico: Teotihuacan. En este marco nos referiremos a ambos momentos. Con refe-rencia al periodo formativo, nos centraremos en un tipo de vasija muy frecuente en los con-textos que hemos estudiado y que aunque de carácter doméstico trae implícita alguna activi-dad cotidiana de carácter ritual; nos referimos a braseros zoomorfos. Para el período Epiclá-sico nos enfocaremos en algunos tipos cerámi-cos cuya decoración nos remite, de la misma forma, a la ritualidad.

López Austin, en su obra Los Mitos del Tlacua-che (2006), se refiere a la cercanía entre mito-logía e iconografía, mito e imagen; en donde estos conceptos no son objetos de estudio tan diferentes. Mitos e imagen, como signos, pue-den ser estudiados desde el punto de vista de la ideología (13). En este marco nos referimos a las vasijas zoomorfas ubicadas cronológica-mente en el período Formativo.

Los braseros zoomorfos (Figura 1 a 7): son vasi-jas de cuerpo cilíndrico o ligeramente cónico, en cuyo extremo superior está modelada la cara de un animal. La parte inferior es hueca, misma que se asienta sobre el piso en donde se depositan las brasas. Se trata de braseros a primera vista

burdos, de paredes gruesas y simplemente alisa-das. En la mayoría de los casos se pueden obser-var las marcas de los dedos que los moldearon, principalmente en la parte interior de la pieza. Presentan huellas de haber estado expuestos al fuego; recuerdan a las ya reportadas por García Cook y Merino Carreón (1988:279–283 Lam 5) quien las relaciona con algún ceremonial agríco-la, como un “culto al Tejón”. También son repor-tados por R. Lesure et al (2012:28-28 Fig. 3.4 y 3.5)) para el área de Tlaxcala quienes los ubican para el Formativo desde Tzompantepec hasta Tezoquipan. El material analizado hasta la fecha para el área de Xochitécatl-Cacaxtla nos permite hablar de tres variantes: la primera recuerda la trompa o nariz de un pecarí o jabalí, la segunda es la representación de un tejón o tlacuache y una tercera variante representada por tres inci-siones que se refieren a ojos y boca; puede tra-tarse de algún personaje antropomorfo. Pueden presentar orificios de 2 cm. de diámetro aproxi-madamente, normalmente paralelos a los lados del cuerpo o un solo orificio en la parte central posterior del cuerpo (abdomen o marsupio) ade-más de una gran abertura en la parte posterior de la cabeza. En el caso de los tlacuaches o tejo-nes, las manos o garras, cuando están presentes, pueden ir modeladas a los costados, al frente a la altura del abdomen o bien cubriendo la boca a la altura de la nariz. La evidencia que tenemos nos sugiere que estas vasijas van directamente en el piso y son utilizadas como sahumerios en contextos domésticos, quizá conteniendo bra-sas, en cuyo caso la posibilidad de ritualidad podría estar implícita.

El contexto de los sahumadores a los que nos re-ferimos está asociado a cerámica de uso domés-tico, (utilizada para la elaboración de alimentos), y en muchos casos cerca de hogares o fogones. También han sido localizados cerca de áreas de actividad relacionadas con producción (Serra et al 2011). Todos ellos presentan huellas de haber estado expuestos al fuego. La asociación del tla-cuache con el mito del “robo del fuego”, quien como animal astuto baja al inframundo, lo roba y posteriormente lo entrega al hombre (López Aus-tin 2006:19-21), nos remite a la asociación de es-tas vasijas con una leyenda que involucra a este animal no solamente en el altiplano mexicano sino en grupos huicholes, tzotziles, coras, entre

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otros, (Ibid,). La evidencia nos indica que estas vasijas pudieron ser utilizadas para resguardar las brasas, cerca de un fogón, en donde estarían disponibles o a la mano, principalmente de las mujeres dedicadas a la preparación de alimen-tos, o bien, cerca de algún área de actividad de cualquier otra índole.

En cuanto a la cerámica del período Epiclási-co (650-950 d.C.), y que se refiere a la segunda ocupación del sitio, la identificación de algunos diseños cerámicos que creemos son de filiación otomí están sustentados en la presencia de in-dicadores arqueológicos de elementos alusivos a la diosa Cihuacóatl. Esta deidad “que ya era una diosa venerada en el Preclásico” (Aguilera

2000:29), está presente en el sitio, y diferentes alusiones a ella son repetitivas tanto en material cerámico como en la indumentaria de las figu-rillas femeninas de la pirámide de las Flores, entre otros.

En el caso que nos compete hablaremos de al-gunos aspectos que han llamado nuestra aten-ción. El análisis iconográfico de los motivos decorativos presentes en tipos cerámicos lo-cales, mismos que son diagnósticos del período Epiclásico para la zona referida, han demostra-do la presencia de algunos aspectos que den-tro de la sencillez que a simple vista denotan, resguardan una complejidad que nos remite al mundo de los símbolos o conceptos que nos re-flejan aspectos referentes a la visión del mundo o cosmogonía del pueblo o sociedad en estudio: el paralelismo observado en material cerámico epiclásico y su relación con actividades cotidi-anas pero con carácter simbólico.

Nuestro análisis iconográfico se basa en la co-rrelación de dos aspectos: algunos atributos de Cihuacóatl, diosa otomí, para lo cual nos ba-samos en Carmen Aguilera (2000:29-43) y los motivos plasmados en el trabajo artesanal del “pepenado” (Lazcano y Romero; en prensa). Al hablar de los elementos iconográficos que nos sugieren filiación otomí, partimos del estudio del material cerámico, el cual nos remite al mundo de la simbología otomí. Nuestro objeti-vo no es ahondar en este complejo problema, ni profundizar en cada uno de los elementos que caracterizan a la diosa Cihuacóatl, sino referir-nos a algunos aspectos que creemos están re-lacionados con nuestra evidencia arqueológica. En la Introducción a Cihuacóatl, Diosa Otomí

Figura 1.-Brasero pecari o jabalí

Figura 2. Braseropecari o jabalí

Figura 3. Braserotlacuache o tejón

Figura 4. Braserotlacuache o tejón

Figura 5. Braserotlacuache o tejón

Figura 6. Braserocon rostro

Figura 7. Braserocon rostro

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(Aguilera, Carmen 2000:29) la autora nos remi-te a algunas fuentes etnohistóricas al referirse a la diosa mencionada de la siguiente manera: “De las diosas principales que se adoraban en esta Nueva España; la primera destas diosas se llamaba Cioacoatl”: Fray Bernardino de Sa-hagún (Códice Florentino 1979 Libro1, fol 2v). “Cihuacóatl era una diosa otomí”: Fray Bernar-dino de Sahagún (Códice Florentino 1979 Li-bro2, fol 121v).

Cihuacóatl en Xochitécatl, pirámide de las Flores.

Se trata de una escultura de piedra de origen volcánico, en la cual observamos el rostro de una mujer rodeada por una serpiente. Fue loca-lizada en la pirámide de las Flores. En ella ob-servamos como indicador importante, la mane-ra en la que está esculpida la boca. Al respecto, Carmen Aguilera al referirse a los rasgos y ata-víos que la definen nos dice lo siguiente: “Tiene

pintura roja alrededor de la boca y unos colmil-los blancos curvos… extraños en una diosa tan maravillosa. Este rasgo indica que Cihuacóatl es una tecuani, “bestia fiera (Códice Florentino 1979, 1:fol. 2v), sedienta de sangre y corazones humanos” (2000:36). Aunque esta escultura no tiene ni pintura roja ni colmillos blancos, sí es notoria la protuberancia de la boca, misma que relacionamos con los atributos mencionados por Carmen Aguilera.

Atavíos diagnósticos de Cihuacóatl:Cuauhpiliolli y Atl-tlachinolliCuauhpiliolli: “Colgado de (plumas) de águila”. “Son dos plumas oscuras de águila juntas, ata-das con cinta roja a un plumón, no enhiestas sino que caen horizontalmente sobre la cabeza. … Las dos plumas están rodeadas de plumones que muchas veces, como en Coyolxauqhi, in-dican estrellas” (Ibid.:34). De esta forma nos podemos referir a Cihuacoátl de tres maneras: “Creadora de las estrellas”, “Mujer águila- ser-piente de nubes”, y como “Aspecto femenino de la Vía Láctea” (Ibid.:31-34).

FIGURA 10. CUAUHPILIOLLI.(Aguilera, Carmen 2000:33)

Atl.tlachinolli: “Agua y algo quemado”, “es el símbolo de la guerra. Está compuesto por una corriente de agua azul con caracolillos y cuen-tas de concha alrededor, entrelazada con otra de parcelas ardiendo, que termina en una flama en forma de mariposa” (Ibid: 34-35). Por medio de este atavío podemos nombrar a Cihuacóatl como “Mujer guerrera” (Yoacíhuatl), “Capitana noble” o “Augurio de guerra” (Ibid: 35).

FIGURA 11. ATL-TLACHINOLLI.(Aguilera, Carmen 2000:34)

Una referencia importante en la que observa-mos al Atl tlachinolli es el Códice Huamantla, en el cual se narra la peregrinación de los otomíes desde la cueva de Chiapán hasta Tlaxcala. Este elemento está presente, bien definido con los colores rojo y azul entrelazados e indicando la batalla en Atlancatepec “…que opuso a los mi-grantes con otros otomíes defensores de la fron-tera tlaxcalteca”. En este códice se refiere a la Cihuacóatl como la diosa patrona e identificada como una gran serpiente con ganchos blancos y grises que representan las nubes.

Indumentaria: El PepenadoEl trabajo artesanal del pepenado en las comu-nidades otomíes es conocido ampliamente, y tiene que ver con las actividades productivas realizadas en el patio central del conjunto habi-tacional respectivo (Lazcano, J. C. 2010). Desta-ca por ser una actividad llevada a cabo en telar de cintura, actividad que es hoy en día hecha so-lamente por una minoría de mujeres. Por medio de esta técnica se elaboran camisas, huipiles, o quexquémitl y fajas, que conforman la indu-mentaria típica de comunidades otomíes. Estas prendas están diseñadas con motivos geométri-cos, dentro de los que destacan flores y fauna, así como grecas simétricas; mismas que nos re-miten a una compleja simbología que creemos

va más allá del mero atractivo visual. Es aquí en donde encontramos similitudes con diseños plasmados en la cerámica prehispánica, y en concreto en el tipo “Celosía café sellado”, al que nos referiremos más adelante.

FIGURA 12. PEPENADO.(Lazcano C., Romero H. 2010)

FIGURA 14. PEPENADO.(Lazcano C., Romero H. 2010)

FIGURA 13. PEPENADO.(Lazcano C., Romero H. 2010)

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CerámicaLa evidencia que analizaremos está basada en cuatro tipos cerámicos diagnósticos del perio-do Epiclásico: “Celosía café sellado”, “Tablero negro esgrafiado”, “Templo rojo y blanco sobre café pulido” y “Café cerritos burdo”, dentro de éste ultimo nos centraremos en la cerámica ce-remonial y en concreto a las “aplicaciones de braseros”. Para ampliar la información consul-tar La Cerámica de Xochitécatl (Serra, Puche; Lazcano J. C.; De la Torre 2004), Informe Técni-co de Análisis de Material Cerámico: 5ª, 6ª tem-poradas de campo (Blanco, M. 2008, 2009), In-forme Técnico de Análisis de Material Cerámico: 7ª temporada de campo (Blanco, M. en prensa).

Celosía café selladoDentro de este tipo cerámico nos referiremos a dos formas específicas, que son las más comu-nes: cajetes curvos convergentes y vasos. Son vasijas de diámetros pequeños, de entre 15 y 25 cm. para los cajetes y entre 10 y 15 cm para los vasos. Presentan un pulido de palillo sobre un engobe del mismo color de la pasta (café claro a oscuro), sobre el cual se aplicó ya sea alrededor de toda la superficie media exterior de la vasija, o a manera de rosetón de dos a cuatro estampa-dos distribuidos simétricamente en la parte ex-terior. Es este diseño el que estamos postulando como similar a lo observado en la indumentaria producto del trabajo del pepenado.

Figura 15. Cajete Celosía Café Sellado

Tablero negro esgrafiadoEste tipo cerámico está compuesto por cajetes de paredes curvo divergentes. Son vasijas pe-queñas con un diámetro de entre 15 y 20 cm. La superficie está cubierta por un engobe del mis-mo color de la pasta (café claro a oscura) mismo que está pulido a palillos. Los diseños son muy

variados, están realizados por esgrafiado en la superficie exterior de la vasija. Nos centraremos en un diseño en particular. El motivo principal consiste en un “Venus seccionado” y enmarcado por dos círculos rojos (que creemos representan sangre), uno a cada lado y posteriormente dos grecas a manera de “rayo o caña”. Este motivo está formado por dos líneas esgrafiadas, cuyo interior esta raspado y posteriormente pintado en rojo. La importancia de estos cajetes radica, por un lado, en la simbología que los motivos decorativos entrañan, y por otro la frecuencia y manera en que están elaborados. Son muy co-munes y pareciera que están hechos en serie, de tal forma que el motivo a plasmar está domi-nado por completo tanto en la técnica utilizada como en el tamaño y forma de las piezas.

Figura 18. Cajete TableroNegro Esgrafiado

Cenefa. Cajete Tablero Negro Esgrafiado

Templo blanco y rojo sobre café pulidoLa forma que define a este tipo son cajetes de paredes curvo divergentes. El diámetro varía de 15 a 20 cm. La superficie está cubierta por

Figura 17. VasoCelosía Café Sellado

Figura 16. Vaso Celosía Café Sellado

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un engobe que va de negro a café oscuro, so-bre el cual se efectuó un pulido de muy buena calidad, dándole brillo a la superficie. La deco-ración consiste en motivos esgrafiados en toda la superficie exterior de la vasija. El interior de las líneas esgrafiadas que conforman el diseño están pintadas de blanco, posteriormente el di-seño esta raspado y pintado en su totalidad de rojo. Los motivos que pueden estar todos en un solo cajete o intercalados son los siguientes: dos bandas de “caracoles seccionados” (o ganchos blancos) en movimiento, es decir, unos suben y otros bajan; este elemento enmarca: “estrellas” (o “Venus”), “trenzas” (o Atl-tlachinolli), y “co-razón sangrante”.

Figura 20. Cajetes Templo Blanco Y Rojo Sobre Café Pulido: “Venus-Caracoles-Trenza-Caracoles” Y “Corazón Sangrante-Trenza”.

Figura 21. Reconstrucción Cajete Templo BlancoY Rojo Sobre Café Pulido “Trenza-Corazón

Sangrante-Trenza”

Aplicaciones de braserosLos braseros a los que pertenecen las aplicacio-nes a las que nos referiremos son en forma de “reloj de arena invertido”. Aunque no contamos con ningún ejemplar completo, sí tenemos la evidencia suficiente para reconstruirlos. Son vasijas muy burdas llegando a tener 1.5 cm. de

grosor en paredes y un alisado como acabado. Las aplicaciones son la decoración de estas va-sijas ceremoniales. Hay restos de pintura roja en ellas y algunas poseen restos de estuco. La mayoría tiene evidencia de haber estado ex-puestas al fuego. Las representaciones de flores son las más abundantes, junto con las grecas. Destacan como elemento importante las repre-sentaciones de “corazón sangrante”, mismas que tienen pintura roja

Reflexiones finalesEl cúmulo de información obtenida a lo largo de las diferentes temporadas de campo del si-tio Xochitécatl - Cacaxtla, y en concreto de las unidades habitacionales localizadas en las la-deras del sitio, así como los resultados del aná-lisis de materiales arqueológicos, nos aportan información relevante para hablar cada vez con más seguridad de una serie de relaciones que ligan nuestra evidencia con una posible identidad otomí.

La información que nos aporta el estudio del material cerámico y en concreto la iconografía de los diseños, es un intento de ir un paso más allá de la simple estética, simetría y belleza de las vasijas. Para ello es de gran utilidad el estu-dio de fuentes etnohistóricas y etnoarqueológi-cas que de alguna manera nos ayudan a contex-tualizar o a “leer” el significado o mensaje im-preso en esta forma de “lenguaje prehispánico”.

*Arqueóloga, estudiante de Posgrado (IIA-UNAM).

Figura 23. Aplicaciónde Brasero:

Caracol Seccionado

Figura 22. Aplicación de Brasero:

Corazón Sangrante

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Referencias

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tanto, sus sacerdotes y devotos debían abando-narlo o morir en él, pero para que sus deida-des disculparan tal agravio, les ofrendaban lo más valioso que los hombres podian ofrecer: la sangre humana. Por ello ofrecían ese sacrificio inusual por sus proporciones.

Los primeros materiales que nos permitieron conocer estas costumbres, en que se disponía de los cuerpos humanos, fueron los restos óseos localizados al avanzar la exploración del Gran Basamento, desde el año de 1975, los cuales se encontraron tanto en cistas como sobre los pi-sos de los edificios.

De estos materiales y sus ofrendas asociadas me he ocupado en otros trabajos, motivo por el cual solo citaré que de los 208 conjuntos óseos, 199 pertenecieron a niños de muy corta edad que,

anDRés sanTana sanDoVal

El objetivo de este traba-jo, es exponer algunos de los hallazgos que nos

llevan a concluir que en Ca-caxtla, además de la práctica del sacrificio humano, en al-gunos casos se separaban las extremidades del cuerpo, en otros casos eran las cabezas y asimismo se recurría a otras prácticas que denominamos mutilaciones.

Pero, es prudente aclarar que estas prácticas y otras muchas más, en las cuales se sacrifica-ban niños, ancianas o guerre-ros, formaban parte de rituales y por tal motivo no eran frecuentes, además se combinaban con holocaustos de leña, alimentos, animales, co-pal, ayunos y autosacrificios, como formas de penitencia y devoción, motivo por el cual debe-mos de considerar que existía una graduación en estos actos, de acuerdo a la causa de intran-quilidad o temor.

El área de Cacaxtla que conocemos como el Gran Basamento, es un conjunto de uso religioso y, por tal motivo, cuando se realizaban modifica-ciones a esos espacios sagrados, era necesario hacer sacrificios por aquello que se iba a cubrir y por lo que se iba a construir.

El sacrificio múltiple de niños obedecía a algo mucho mas grave: su santuario seria mancilla-do inevitablemente por grupos invasores, por

MutilaciónY DesmembramientoEn Cacaxtla, Tlaxcala

28 ——

cuando menos en 114 casos, presentaban mu-tilaciones que dejaron incompletos los cuerpos, además de que algunos presentaron huellas de exposición al fuego.

La mutilación era evidente, porque se encontra-ron partes de cuerpos: cráneos, un brazo, con-junto de costillas, un torso de la cintura hacia arriba, entre otros, con sus componentes en posición anatómica pero disociadas totalmente del resto del cuerpo.

El estado de conservación de los huesos, por tratarse de individuos de corta edad y por la forma descuidada en que fueron depositados desde aquella época, formando masas de restos humanos amontonados, no permitieron deter-minar con mayor detalle si hubo un patrón re-gular en la forma de seccionar los torsos. Lo que era evidente, era la decapitación, el despren-dimiento de extremidades y la separación del cuerpo en dos partes a la altura de la cintura.En el caso de la cista “B” del Patio Hundido, se

encontraron los restos de dos infantes desmem-brados y acomodados en ese espacio de 75 por 50 centímetros, mientras que en la cista del Pa-tio de los Altares se depositó a un individuo en posición sedente y los cráneos de otros seis.

Si bien estos datos, recuperados durante las tres primeras temporadas de investigación de cam-po, muestran claramente que la mutilación era frecuente, otros materiales provenientes de las temporadas posteriores realizadas en el lugar han ayudado a precisar con mayor detalle su importancia.

Durante la exploración del Templo Rojo, a cargo del autor, localizamos en el relleno depositado cuando construyeron la última etapa del Con-junto 2, una ofrenda consistente en fragmentos de esculturas de barro, semejantes a las que se localizaron durante el salvamento que se reali-zó para instalar la techumbre que actualmen-te protege el Gran Basamento. Los fragmentos muestran que a las figuras antropomorfas se les

MutilaciónY DesmembramientoEn Cacaxtla, Tlaxcala

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desprendieron los brazos y piernas, para poste-riormente depositarlas en ese lugar, cual si se tratara de uno de los individuos cuyas osamen-tas encontramos en El Palacio. En condición se-mejante se encontraron las figuras antropomor-fas localizadas durante el salvamento citado.

Por otra parte, la Urna número Dos, depositada como ofrenda frente a la subestructura que fue sepultada para construir encima el edificio D, se encontró decapitada, al presentar despren-dida la cabeza del personaje central, quizá por esta misma costumbre, ya que en el caso de la Urna número Tres -recuperada en un salvamen-to realizado al sureste de la Plaza de los Tres Montículos- no se localizó la cabeza del perso-naje central entre los fragmentos recuperados.

En 1976, durante la exploración del relleno del edificio “B” se localizó un cráneo de adulto, tre-panado post mortem, para ser utilizado como recipiente, y entre las ofrendas asociadas a en-tierros se encontró un disco con perforación al centro, elaborado con un fragmento de hueso frontal o parietal humano, que nos muestran un claro interés por utilizar la cabeza humana completa, o parte de ella, con fines rituales, ya que la procedencia de todos estos elementos tienen ese contexto como común denominador.

Las pinturas murales, por último, son más explí-citas y nos corroboran la hipótesis central de este trabajo, ya que en el Mural de la Batalla, en su sección poniente, se puede apreciar un glífo que consiste en el cuerpo desnudo de un individuo decapitado, de cuyo vientre afloran las vísceras, y en esa misma sección del mural se representó otro glifo, que muestra una mano que sostiene la piel de la cara de un individuo decapitado.

Ambos elementos descritos son símbolos utili-zados de acuerdo a su forma de escritura y si el Mural de la Batalla en realidad se refiere a un evento de sacrificio, como proponìa Piña Chan; a favor de esta hipótesis vemos en este mismo mural, a hombres que son atados como cauti-vos, representados con el cuerpo cercenado a la altura de la cintura, o aquél al cual otro hombre le está abriendo el pecho y, entre ambos, un te-colote que simboliza la obscuridad de la muerteEs en la sección oriente del mismo mural, don-

de observamos en el suelo la mitad superior de un cuerpo humano cortado a la altura de la cintura, con la columna vertebral y las vísceras expuestas, mientras que frente a otro personaje se pinto un fémur con manchas rojas.

En el Templo Rojo, sobre el piso, se pintaron figuras humanas de color rojo con brazos y pier-nas separadas del torso, mostrando las epífisis proximales del húmero y del fémur, además de que la cabeza fue pintada de manera muy te-nue, de tal suerte da la impresión de que es un individuo decapitado.

Con todos los elementos anteriores concluimos que el desmembramiento, la decapitación, el uso de la piel del rostro y de huesos como tro-feos o amuletos, así como la mutilación y uso de otras partes del cuerpo fueron práctica co-mún en Cacaxtla, hasta el momento en que los constructores del Gran Basamento y autores de las pinturas fueron expulsados por los nuevos invasores chichimecas.

*Arqueólogo, investigador del Centro INAH Tlaxcala.

Octavio Paz*

(…) En el mito mesoamericano de la creación aparece con toda claridad la doble naturaleza del sacrificio: los dioses, para crear al mundo, derramaron su sangre; los hombres, para man-tener al mundo, deben derramar su sangre, que es el alimento de los dioses. La figura del monarca-dios es la manifestación visible de la dualidad del sacrificio: el rey es guerrero (sa-crifica prisioneros) y es dios (derrama su propia sangre). El sacrificio de los otros se realiza en la “guerra florida”; el autosacrificio en las prácti-cas ascéticas de los monarcas.

El arte maya ha expresado en obras inolvidables -relieves, frescos, pinturas, dibujos e incisiones en jade, hueso y otros materiales- las dos formas del sacrificio. La manifestación guerrera y ca-balleresca aparece con fuerza extraordinaria en numerosos relieves y sobre todo -al menos para una imaginación y una sensibilidad modernas- en los frescos de Cacaxtla. Este santuario-forta-leza, enclavado muy lejos del área maya, me re-cuerda los castillos de los templarios en el Cer-cano Oriente: edificios a un tiempo militares y religiosos, conventos que son plazas de armas rodeadas de enemigos y palacios habitados por

hermandades aristocráticas de guerreros-sacer-dotes. En Cacaxtla dos pinturas murales, una frente a otra nos presentan en vivos colores y perfecto aunque recargado dibujo, los númenes de las dos órdenes militares, los águilas y los jaguares. En la explanada central hay un vasto fresco -en parte dañado- que tiene por tema una batalla. El conjunto hace pensar en ciertas com-posiciones complementarias de colores, líneas y formas. Brillo de los ropajes de los combatien-tes, relampagueo de lanzas, escudos, macanas y flechas: la batalla evoca el fasto de los torneos del gótico florido. Ballet de formas y colores vívidos, danza alucinante y atroz; estandartes, ondear de plumas verdiazules, charcos de san-gre, hombres destripados, rostros deshechos. El fresco glorifica la “guerra florida” y su fúnebre cosecha de flores: los corazones de los prisione-ros. El torneo medieval era una fiesta cortesana, erótica y cruel; la batalla de Cacaxtla es la re-presentación de un rito terrible, un drama que termina con el sacrificio de los cautivos. (…)

*Fragmento del artículo “Reflexiones de un intruso”, en Post-scriptum. Ensayo. Los privilegios de la vista. Fondo de Cultura Económica.

Reflexiones de un intruso sobre Cacaxtla

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32 —— Don Juan, Dolores Sordo ColubiTécnica: acrílico

MaURicio RaMos MoRales*

Te la pasaste así dos semanas, durmien-do hasta la madrugada y levantándote al medio día, llorando inconsolable por las

tardes. Sin hacer nada, te descuidaste, despei-nada no querías ni bañarte, ya no atendías a tus animalitos, no cantabas, no le encontrabas sabor a las comidas, las que antes tanto te gus-taban, no sonreías, ya ni siquiera salías de tu jacal, te sentabas y mirabas algo, un punto fijo, el suelo, tus manos, daba igual. No era lo que querías ver. Tampoco hablabas con nadie, no estaba ya con quien querías platicar, recordar tus juegos de niña, tomar su mano y apoyar-te en su brazo para hacerte ilusiones de una vida futura, segura en sus corazones. Sin su respuesta, te dejaron de importar las palabras de los demás.

Así estuviste dos semanas, porque se fue, te lo quitaron: llegó la leva y dijeron que él ya era grande, lo suficiente para disparar un rifle y te-nía que pelear por la patria, defenderla de los bandidos, los mugrosos revolucionarios. Aun-que se resistió no pudo detenerlos, se lo lleva-ron, te llamó desesperado, te quedaste sola, re-cordando sus gritos.

Pero después llegó el otro, el hombre de espal-das anchas, piel de cobre, las manos rudas, de brazos firmes, caminar serio y cabello corto, negro; con ropas sucias de tierra y sangre, suya y de otros. El hombre que llegaba siempre al frente, al que llamaban coronel, con el que se pensaban dos veces las palabras antes de de-círselas, porque cuando algo no le parecía lo arreglaba, a gritos, puños o balazos. Así llegó, dos semanas después y tú seguías pensando

en el primero, imaginabas el sufrimiento que debería estar pasando, te lo figurabas pensan-do en ti. Pero todo se te borró de la mente, se te olvidó de repente cuando viste al coronel. Te encontró sentada junto al jacal y te pidió agua. No te negaste, corriste, no por miedo ni por nervios, sino por algo que en ese momento no supiste decir qué era, pero que te ablandó hasta los huesos y te volvió la sangre un re-molino, te mandó obedecer, tomar y llenar la jarra, rápido; regresar y bajar la mirada, esti-rar la mano y ofrecerle el recipiente. Entonces sentiste su mano sobre tu cabeza, sobre el lar-go cabello rizado, sentiste su tacto gentil. Lo escuchaste bebiendo muy rápido, tuviste que verlo, alto y fuerte, imponente bajo los rayos del sol, con el agua cayendo en hilos por la barbilla mojando su camisa, sus botas y la tie-rra. Terminó de beber y volteó hacia ti, sonrió y te dio las gracias, dijo más cosas, pero tú no distinguiste palabras en su voz, vibraciones incontenibles se metieron en tu cabeza y tu vientre, sacudiéndote la vida, borrándote las ideas, entibiándote toda. Ahí supiste que algo había cambiado en ti, no en las ondas de tu cabello que su mano había tocado, no en tus entrañas alborotadas, no en tu piel suave, ni en tus ojos quietos, sino en algo más adentro, más que la carne, más allá de tus recuerdos e ilusiones; conociste algo nuevo, incontrolable en tu espíritu envuelto ya en la necesidad de él, de su presencia, de sus manos cálidas y su mirada, brava y dulce.

No pudiste aguantar, cuando llegó la noche, a escondidas de tus ‘apás, te saliste a buscarlo. En la plaza donde comían unos y descansaban

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Sangre enamorada

34 ——

con el coronel, con el fuego de sus ojos que-mando tu ser.

Pero a veces, cuando estabas sola, pensabas en el primero, ése que debía andar igual que tú, de camino en camino, debería, porque no se podía haber muerto. Viviste así, rezando, a veces tam-bién por el primero.

Un día te dijeron que el próximo pueblo era im-portante, que la cosa se iba a poner fea, aunque todos sabían de tu valor te tenían que cuidar, el coronel lo había mandado. Que se murieran to-dos los de café, rayas y estrellitas doradas en la tatema, que no quedara ninguno, había dicho, pero que a ti no te pasara nada.

Volados entraron todos, a caballo o corriendo, fieros desataron la lluvia de plomo. Había que tomar la plaza. La friega fue muy dura, larga; parecía que se morían todos de los dos lados, pero hubo más pantalones en la gente del co-ronel, tú y otras mujeres también se supieron fajar. Importó poquito la guardia que te dieron, disparaste cuanto quisiste, atenta siempre de tu hombre. Al final hubo algo de pena por los di-funtos queridos, pero igual se alegraron mucho, el pueblo era suyo.

Se juntaron todos frente a la iglesia para cele-brar. Reían, disparaban al aire, empezaban ya a sonar las guitarras. El coronel te buscó ardiendo de emoción, con labios temblorosos lo besaste; abrazaron todo su cuerpo para curarse los ras-guños de la muerte. Necesitaban entregarse, unirse, vivir y palpitar los dos a un ritmo. Pen-saron en cualquier cosa, se imaginaron hasta dentro de la iglesia. Buscarían la pensión del pueblo, impacientes empezaban a caminar.

Entonces apretaste su mano bien fuerte, reac-cionando ante un fogonazo. Llegaban más tro-pas federales, de sorpresa, muy armadas.

La alegría se esfumó de repente, el espanto asal-tó los corazones, se escucharon suspiros, las mi-radas se pusieron tristes, temblaron las piernas de algunos, con pocas balas y muchos muertos sabían que ya no había nada qué hacer. El coro-nel controló el miedo de sus venas y miró noble a sus amigos, se adelantó para enfrentar el final.

otros, en la calle donde vigilaban pocos, en la cantina donde gritaban todos. Nada más que-rías saludar al valiente hombre que los guiaba, decías tú, cuando alguien te preguntaba para qué lo buscabas. Por fin lo encontraste, gracias a los pocos que te respondieron. Estaba sentado al medio de una gran mesa, entre risas y can-tos, comiendo a gusto, brindando, aplaudiendo, apurando a las tres viejas guitarras detrás de él, siempre sonriendo. Entraste en el lugar, la fonda del pueblo; nadie te detuvo, todos tenían libertad de acercarse a quien quisieran. Esa no-che, él dijo, no había quien fuera más que otro, no había rangos ni héroes, todos eran iguales, así para celebrar mejor.

Llegaste frente a él y lo viste, quisiste hablar pero te costó, se te murió la lengua, las pala-bras se hicieron humo, él seguía como si tú no estuvieras ahí, miraba a uno y otro lado, be-bía y comía. En algún momento debió notar tu callada presencia, tu figura femenina. Dejó su cuchara y se acomodó en la silla, te contempló y le sostuviste la mirada. Muchos fueron los que pudieron darse cuenta, el quiubo fuerte, decidido y amable que te dio era más que un simple saludo, se había sellado un pacto, en su cara se podía ver, él también sintió algo nuevo esa noche.

Mandó a que le trajeran una silla y la puso junto a él, pidió otro plato, les dijo a los músicos que tocaran algo alegre de veras, después te llamó señalándote el asiento, quería que fueras, que estuvieras ahí, con él, a su lado.

Dos días después dejaron el pueblo. Él ya no iba solo delante de todos. Tus viejos se quedaron algo enojados, pero sabían que te iba a cuidar, se los había asegurado.

Viviste así, con su nombre en los labios, su fi-gura en tu mente, bañándote en ríos, andando a caballo, aprendiendo a disparar, apuntando y acertando los tiros; hablando con todos los de la bola, queriéndolos cada vez más; cubriéndote con los brazos del coronel en las madrugadas, durmiendo sobre sarapes en los campamentos, escuchando bajo la luna voces nostálgicas, el deseo hecho música en armónicas y guitarras maltratadas. Días, semanas, meses, así viviste,

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Pasmada viste todo: los caballos acercándose entre una nube de polvo, el fuego incontrolable en los cañones, las balas arrasando a los ami-gos, los compadres, las hermanas; y todavía los últimos esfuerzos por defenderse, mentadas de madre al caer al suelo; el aire dejando los cuer-pos, los ojos abiertos pero sin vida.

El revólver del coronel disparaba valentía, ma-taba a uno y dos pelones, apuntaba con odio a otro, uno cualquiera que tú reconociste, el bi-gote más crecido pero la misma cara, todavía chamaco, era el primero. Se te reventó el alma.

Él coronel no pudo hacer el tercer disparo, cayó pesado, una de tantas balas le entró en la espi-na, hasta el suelo tembló por su dolor, su san-gre enamorada ardía en la tierra. Corriste a él y todavía viste luz en su mirada, le entendiste, te pedía ayuda, para no morir así, impotente ante el enemigo, derrotado.

En la desesperación del momento no todos se dieron cuenta de lo que pasó, pero los que escu-charon tu último disparo y te vieron con el fusil sobre la cabeza del coronel se olvidaron de los pelones, te figuraron traicionera y su único blan-co fuiste tú, total que ya todo se lo había llevado la fregada; el cuerpo se te llenó de agujeros.

Acabó la balacera y el primero pudo acercarse a ti, te reconoció también, cerró tus ojos, te cargó con cuidado para que tu cuerpo no se deshicie-ra, lloró sin explicarle a nadie, no le importaron los gritos de sus superiores, limpió tu cara con su uniforme, quitó la sangre hecha lodo de tus labios, te acomodó con cuidado en un rincón de la fosa y te dejó su corazón revuelto en un puño de tierra. No pudiste decirle que todavía lo querías, no como a un hombre sino como un sueño lejano, un tesoro infantil enterrado; que te entristecía no haberle cumplido las ilusiones, porque habías muerto enamorada de otro.

*Integrante del taller de Narrativa del ITC que coor-dina la maestra Laura Rivas.

Todo empieza de una manera más bien inocente. Es la abuela, el padre o la tía quien lo inicia sin darse cuenta. Son his-

torias infantiles de duendes, dragones, piratas, príncipes o alienígenas, que los chiquillos es-cuchan como si bebieran vida pura. La primera embriaguez la provocarán las palabras. Luego, la familia se sorprenderá cuando alguno de los vástagos presente buenas calificaciones en his-toria o español. Pero la verdadera alarma em-pieza cuando la niña parece preferir la lectura a muñecas y amiguitas, o bien cuando su pros-pecto de orgullo futbolero se pasa el día de na-rices en algún libro. Poco importa que en la casa no haya muchos. Se será inusualmente apegado a los libros de texto gratuito, o se leerá con frui-ción cualquier folleto, comic o periódico que le pase a uno junto a los dedos.

Entonces los padres presentan una ambiva-lencia aguda. Por un lado se sienten orgullosos de poder presumir las calificaciones del hijo(a), pero en su fuero interno, algo avergonzados de que el joven lector(a), al parecer, vaya que vue-la para ratón de biblioteca. Perdedores, les di-cen ahora en las series de tv gringas. Si es hija la cosa es grave. Empieza una campaña publici-taria en torno a que los hombres, aun los prín-cipes azules, no soportan a las chicas que se las dan de sabelotodo. Incluso se reprograman los horarios caseros para sumergirla en activida-des consideradas más femeninas. Se le enseña a lavar, a planchar y hasta se adelanta, a pesar de su corta edad, el aprendizaje cocineril. En-tre los regalos que recibe proliferan muñecas, pulseras, kits de juegos de maquillaje infantil. Al muchacho se le compran balones de basket

o fut, y si se deja, terminará dando patadas en algún dojo de karate o tae-kwan-do.

Inútil. El lector(a) algo ha aprendido en el trato constante con vagabundos, salteadores de ca-minos y mosqueteros. Así que empieza un ro-mance oculto. Leerá en la escuela, si ésta tiene biblioteca. Leerá a escondidas, con una lámpara bajo las cobijas, para ocultar su pasión vergon-zosa. Pedirá dinero en su cumpleaños y volverá con algún libro de cuentos para disgusto de los suyos. Por llevar la fiesta en paz fingirá abando-narlo a los pocos días y lo leerá y releerá a es-condidas, entre tareas escolares o caseras. Para llevarlo a la escuela, lo forrará con un papel de autos deportivos o motos, si es chico, o de hello kity si es chica.

En la secundaria, junto con la pubertad, su adicción escalará a otro nivel. Escribirá sus pri-meros versos, cursis y patéticos como los gra-nos que ni el jabón asepsia disimula. Y, si acaso las clases resultan en exceso soporíferas, perpe-trará sus primeros intentos de narrativa. Algún maestro lo detectará y le dirá que tiene talento para escribir. Años después el adicto comentará enfurruñado que aún no sabe si agradecer esas palabras o reprocharlas, por sus funestas con-secuencias.

Por lo pronto, en plena adolescencia soñará con buhardillas en París, barcos bucaneros, naves intergalácticas o vidas bohemias y libertinas. En la vida cotidiana en realidad su paseo más leja-no será al centro del pueblo que le tocó en suer-te, a mirar, desde lejos, con anhelo hambriento, las vitrinas de librerías y casas de música. Poco

Adictos a la LiteraturalaURa RiVas*

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a poco alternará el cine con la literatura, al fin todo son historias, contadas o por contar.

Un día, si se atreve, gritará que quiere ser es-critor y vivir de eso. Los padres lo mirarán con esa mirada compasiva que se destina a locos o enfermos graves. No importa. Falta la preparato-ria y sus trampas y puede cambiar de opinión. Sucederá que, según su temperamento, estu-diará algo que nada que ver, algo asociado o ter-minará sacando dientes en algún consultorio, o elaborando estados contables.

Pero sea como sea, el virus de la literatura le circula ya por la sangre. Leerá o escribirá, o las dos cosas simultáneamente, a contracorriente, en los escasos lapsos que sus ocupaciones le dejen, con la misma carga de culpa que si ingi-riera anfetaminas.

Si alguno(a) sigue su vocación convencido de que ese es su destino, se encontrará con que sus opciones de trabajo se reducen al magisterio, a explicar las conjugaciones verbales y el uso del sustantivo, mientras el mal que lleva en las venas le grita que sí, pero eso es sólo la herra-mienta, no sirve para nada si no se le mete ima-ginación al asunto. Sería lo mismo que si un escultor dedicara a perorar sobre las virtudes tecnológicas de su cincel, sin esculpir ni soñar estatuas.

Entonces buscará otras escuelas, libros de teo-ría literaria, talleres, seminarios, en donde oh!, ah!, sí claro, por supuesto que la sintaxis y la semántica. Pero cuando por fin escriba su pri-mera historia verdadera, una que hará más allá del miedo y las modas, no pensará ni en gramá-tica ni en ortografía, porque una música ances-tral le brotará por dentro y rezumará desde sus dedos hasta la hoja en blanco.

Si ha adquirido la peligrosa costumbre de la autenticidad, escribirá entonces desde sus mie-dos, sus odios y amores, sus esperanzas y derro-tas. A pesar de ello, en la juventud soñará con fama y riqueza (o lo que su mundo le ha ense-ñado que es eso); luego, la lucidez se impondrá como la primera arruga. Escribirá desde la con-vicción de que si no lo hace algo muy grave su-cederá. O al menos le sucederá a su alma. Sabrá

que no tiene otra opción y escribirá como quien habla con el mundo, con la misma impresión de inminencia e inevitabilidad. Sus tiempos es-tarán ya para siempre divididos. Se ganará el pan como pueda (porque de algo hay que mo-rir), pero la vida verdadera siempre estará atada a la lectura de un libro, en el que busca tesoros ocultos e incomprensibles para los demás, o a la escritura de un sueño que puede suceder en el pasado, el presente o el futuro. Leerá como quien busca el amor verdadero entre las líneas. Escribirá dejando un pedazo de sí mismo en la línea que escribe, entre conatos de mal humor y desesperanza.

Será inmensamente feliz... por momentos... cuando ha logrado terminar una buena lectura o las líneas que perpetró le parece que respiran y laten como un corazón enamorado. Llorará a escondidas, cuando muera alguno de sus au-tores favoritos, aunque entre los cuates ponga cara de “así es la vida”, mientras su espíritu sangra y se pregunta porque es así la muerte cuando amamos a quien muere.

Alguna vez comprenderá que la cosa no tiene remedio. Es un adicto a las historias, contadas, cantadas, escritas, vueltas imagen. Pero el cami-no recorrido le dice que no está solo. Compar-ten su adicción otros como él(ella), que luchan contra la economía precaria, la desesperación y la rutina. Aún así se sabe sacerdote de una es-pecie de culto milenario, que se inició cuando el Hombre trazó las primeras letras sobre papi-ros o tablillas de barro.

Heredero de saberes olvidados de tan conoci-dos, comprende que no tiene otra salida que preservar lo que ha encontrado en distintas ve-redas. Es entonces cuando decide transmitir a otros jóvenes adictos los hallazgos del sendero, los trucos que ha pulido con el tiempo. Nada que hacer, no hay otro remedio más que inau-gurar un taller de narrativa.

* Escritora, narradora oral y coordinadora del taller de na-rrativa del ITC

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aMelia DoMíngUez*

En el marco del Festival Cacaxtla-Xochitécatl y para realizar una celebración a la vida, a la ar-monía entre sus comunidades y a la cultura, se estrenó en el Teatro Xicoténcatl, una obra del arte universal -patrimonio de toda la humanidad-: El Principito, de Antoine de Saint-Exupèry,

bajo la dirección de Salvador Lemis. Se trata de una versión teatral con títeres y máscaras, recreada por artistas tlaxcaltecos para su comunidad como un gran regalo de investigación, esfuerzo, diseños y alegría.

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En el argumento, un niño cae de las estrellas y busca amigos en la tierra, pasando muchas aventuras hasta conocer un importante secre-to de identidad, amor, amistad y respeto por el otro. Pero, en la versión tlaxcalteca, el Principi-to aparece mágicamente en los paisajes de Ca-caxtla y Xochitécatl y trae un regalo de toleran-cia, sabiduría y amor…

El Grupo “Machincuepa”, de Huamantla, con lar-ga trayectoria titiritera, descubre el difícil arte de la máscara para la novedosa propuesta estrena-da. Participan en esta puesta en escena solamen-te cinco actores interpretando numerosos roles: Rocío Juárez, Karemi Pimentel (artista invitada), Néstor Montes, Elvira Sánchez García y Aidé Briones. Todos miembros de UNIMA-México.

Como diseñadores de máscaras, títeres de vari-lla, esperpentos, planos, sombras, mojigangas, bocones, muñecos Bunraku, participan el pro-pio maestro Lemis con su equipo: Jaime Bañue-los Arteaga, Jesús Franco, Mariano Ruíz Rosi-llo, Alejandro Palmero, Karemi Pimentel, Rocío Juárez, Néstor Montes, Alberto Palmero Soto y Aidé Briones, entre otros espontáneos que se sumaron a la producción.

El director y dramaturgo Salvador Lemis –quien es licenciado en Artes Escénicas, Pre-mio Nacional de Dramaturgia de Bellas Artes y miembro de la Presidencia Coordinadora de la Unión Internacional de Marionetistas-México, nos dice: “Me siento sumamente complacido con el trabajo de cientos de horas del equipo de diseño y del Grupo de Títeres ‘Machincue-pa’, y el apoyo de la ELAT y la Casa de la Cul-tura de Huamantla, por haber hecho posible este sueño. El grupo de actores titiriteros ha descubierto que lo ultra-contemporáneo no está reñido con los elementos tradicionales del teatro de muñecos universal, generando imá-genes inolvidables”.

Aclara que “esta una historia tan bella como singular. No se trata de un “Manual de aclara-ción de dudas” para sociólogos o antropólogos, sino de una obra de arte escénico realizada con

gran esfuerzo y sin prejuicios: un regalo para el alma, simplemente…”, destacó el director teatral.

Así, quienes tengan oportunidad de ver esta obra se darán cuenta de que títeres, actores y máscaras recrean un cuento que parte de la tierra, que se labra a la sombra del contexto de las zonas hermosas de Tlaxcala –en plena feria-, la llegada de un pequeño niño mágico que vuela desde las estrellas lejanas… Halla entonces a un aviador -a quien se le ha des-compuesto su nave- y le pide, asombrosamen-te, que le dibuje un borrego… Ante la sorpresa del hombre, la criatura le cuenta que provie-ne de otro planeta… que en ese planeta posee tres volcanes, una rosa a la que ama y muchas puestas de sol…Al final la enseñanza que el niño le deja es que “lo esencial es invisible para los ojos, que sólo con el corazón pueden verse bien las cosas.”

Hay además, ciertas historias tejidas sobre jar-dines de flores, vendedores de píldoras, ritua-les, leyendas y pozos de agua clara… todo ello narrado analógicamente con los mismos sueños de la gente del pueblo, de los actores y las más-caras que participan en esta obra de teatro.

Finalmente, se trata de una historia que ofre-ce enseñanzas sobre la defensa de los valores más genuinos de nuestros sagrados pueblos, acerca de la protección a la niñez y juventud, expuesta a tantos peligros…, una defensa con-tra las personas mayores que ya devienen in-capaces de reír, de entregarse a la fantasía y que tratan de “demostrarlo todo” a través de números fríos, discursos falsos y oscuras in-tenciones.

¡Esta es la Tercera Llamada! ¡Comienza a atar-decer y el cielo se llena de tonos oro, rosa, azu-les, rojo y amarillo…! ¡Aparecen las estrellas! ¡Empieza la función!

*Antropóloga social, escritora y periodista cultural.

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Paty Blake

La ventana caía en gotas tras los ojos el camino de barro, las llantas derrapadas y zapatos entre las paradas a medio camino, la puerta las respiraciones agitadas del que recién subía el verde deslavado que entraba en ráfagas de aire recién nacido.

No sé a dónde voy, dije. Apreté bajo el brazo el mapa húmedo y sonreí al saber que no volveríamos a estar juntos al poner un pie en la banqueta de tierra los que ahora escapábamos de la lluvia.

Tocó mi turno. Bajo el agua, a primera vista, la ciudad pareció un río, una canica escondida, un laberinto entre las voces, cualquier cosa, menos un silencio denso corriendo a toda prisa entre los árboles.

Ese día quise conocerte, decirte mira lo que he encontrado mira que las piedras, los caminos, pero recordé el listón de tiempo en mi cintura y lo desaté en un zumbido sobre el aire.

Cacaxtla*

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Se abrió un paréntesis para que en ese instante te asomaras.

El lugar donde la lluvia cae ¿lo recuerdas?

*Poema tomado del libro Amanecer de viaje(patyblake.blogspot.mx)