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Cre -do 3

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Cre-do 3

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Nuestra religión cristiana no se basa en ideas ni en filosofías, sino en una persona, que es el centro y final de nuestra fe. El Cristianismo es Cristo conocido, creído, amado, seguido y transmitido.

Por eso nos interesa, más que nada, saber bien quién es Jesucristo.

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¿Quién eres tu?

Automático

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Quiero saber. Jesús, quién eres Tu.

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Eres un Dios,

eres un hombre?

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Quiero saber, Jesús, quién eres Tu.

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San Mateo, que fue testigo de ello, nos lo cuenta: "viniendo Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías u otro de los Profetas. Y El les dijo: y vosotros, ¿quién decís que soy?" (Mt 16, 13-15).

Un día Jesús dirigió a los discípulos, que estaban con Él, unas preguntas importantes.

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San Pedro, superando sus propias fuerzas, dio la respuesta: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Para que nosotros podamos darla, como una expresión vital, fruto del don del Padre, cada uno debe dejarse tocar personalmente por la pregunta: Y tú, ¿quién dices que soy? Tú, que oyes hablar de Mí, responde: ¿Qué soy yo de verdad para ti?.

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El nombre de Jesús, dado por el ángel en el momento de la Anunciación, significa «Dios salva». Expresa, a la vez, su identidad y su misión, «porque él salvará al pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). A lo largo de todo el Antiguo Testamento se repite la promesa de que Dios salvará definitivamente a su pueblo y a toda la humanidad. San Pedro afirma que «bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos» (Hch 4, 12).

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En nuestro lenguaje habitual, Jesucristo es una sola palabra, un nombre propio. Para nosotros, Jesús, Cristo y Jesucristo es una misma persona. Sin embargo, en los orígenes del cristianismo no fue así. Cristo era un adjetivo. Cristo, aplicado a Jesús, es un título dado a Jesús.

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Decía San Cirilo de Jerusalén: “Se le llama Cristo, no por haber sido ungido por los hombres, sino por haber sido ungido por el Padre en orden a un sacerdocio eterno supra-humano”.

Cristo es una palabra griega que significa ungido y traduce la expresión bíblica hebrea Mesías.

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Luego pasa a designar al destinatario de las esperanzas de Israel, al MESIAS. Cristo, aplicado a Jesús de Nazaret, era, por tanto, la confesión de fe en Él como Mesías, «el que había de venir», el esperado, en quien Dios cumplía sus promesas, el Salvador de Israel y de las naciones.

En la Escritura el título de Cristo, Ungido, se aplica primeramente a reyes y sacerdotes, expresando la elección y consagración divinas para su misión.

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Los cristianos confesamos que Jesús es el Cristo. Muy pronto las dos palabras de esta confesión de fe "Jesús" y Cristo", se fundieron en una, Jesucristo, con la que desde los tiempos del Nuevo Testamento venimos nombrando a Jesús.

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¿Existió realmente Jesús, o el Cristianismo se ha construido sobre una leyenda? Pocos estudiantes o intelectuales se cuestionan su existencia, pero algunos enemigos del Cristianismo están intentando probar lo contrario. Suele ser para evitar tener que cumplir los mandamientos y con ello justificarse a si mismos su libertinaje y mal proceder.

Nos interesa en primer lugar saber si Jesucristo existió.

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La historia, no sólo cristiana, sino también pagana, da testimonio de que Jesucristo realmente existió. Pero estos escritos ¿son fiables y objetivos? Veamos.

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Todos los libros del Nuevo Testamento están escritos por autores que conocían a Jesús o recibieron el conocimiento  de primera mano por parte de otros. Los cuatro evangelios relatan información de la vida de Jesús y sus palabras desde diferentes perspectivas. Estos relatos han sido ampliamente estudiados por eruditos tanto dentro como fuera del Cristianismo.

 De hecho, el Nuevo Testamento ha sido considerado el “más fiable de todos los documentos históricos antiguos”. 

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Otros escritos judíos también hablan de la existencia de Jesús. Hay un pasaje interesante del Talmud judío que se refiere a Jesús. Aunque parece ser que la intención era negar la divinidad de Jesús, por lo menso asegura que fue una persona histórica.

Entre los no cristianos: Flavio Josefo fue un destacado historiador  judío que nació unos pocos años después de que Jesús murió. En su libro “Antigüedades de los Judíos” en el año 93 Josefo escribió sobre Jesús como una persona real.

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Tácito nació alrededor de 25 años después de la muerte de Jesús, y él había visto cómo la propagación del Cristianismo empezó a impactar en Roma. Otros autores de aquel tiempo, que hablan sobre Jesús, son Plinio el joven y Suetonio.

Uno de los más grandes historiadores antiguos, Cornelio Tácito, afirmó que Jesús había sufrido bajo Poncio Pilato. 

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Hay varios relatos independientes en tiempos antiguos. Todos, incluso los oponentes al Cristianismo, no dudaron de la historicidad de Jesús.

Sobre Jesús se han escrito más libros que sobre alguna otra persona en la historia.

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Algunos creen que más que una persona histórica, Jesús es un mito. Pero no puede ser si nos atenemos al factor tiempo. Los mitos y leyendas suelen tomar cientos de años para evolucionar.  Sin embargo, las Buenas Nuevas del cristianismo despegaron tan rápido que no pueden ser un mito o una leyenda.

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Su vida y sus palabras han influido muy favorablemente en la vida social. Su sermón de la montaña es como un ejemplo y modelo en la ética y la moral. Multitud de escuelas, hospitales y obras humanitarias se han fundado en su nombre. El elevado papel de la mujer en la cultura occidental tiene sus raíces en las enseñanzas de Jesús. La esclavitud fue abolida debido a las enseñanzas de Jesús.

Una importante distinción entre un mito y una persona real es cómo la figura impacta en la historia.

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Quizá la evidencia más convincente de que Jesús existió fue el rápido desarrollo de los cristianos. ¿Cómo puede explicarse sin Jesús? ¿Cómo puede este grupo de pescadores  y otros hombres trabajadores inventar a Jesús en unos escasos años?

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“Que unos pocos y simples hombres debieran en una generación haber inventado tan poderosa y atractiva personalidad, tan elevada ética y tan inspirada visión de la fraternidad humana, sería un milagro mucho más increíble que ningún otro relatado en los evangelios”.

Decía un ateo convertido:

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Quizás la evidencia más grande de que Jesús existió es el hecho de que miles de cristianos del primer siglo, incluidos los 12 apóstoles, estuvieron gozosos de

ofrendar sus vidas como mártires por Jesucristo. La gente morirá por lo que creen que es verdad, pero ninguno

morirá por lo que ellos saben que es una mentira.

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 No existe ningún experto legítimo en la actualidad que niegue que Jesús es una figura histórica que caminó sobre esta tierra hace unos 2.000 años, que hizo extraordinarias maravillas y actos de caridad, y que sufrió una horrible muerte en una cruz romana en las afueras de Jerusalén.

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Jesús no fue sólo un personaje histórico, sino que causó en el mundo un impacto mayor que cualquier otro líder moral o religioso.

¿Qué tenía Jesucristo que marcó la diferencia? ¿Fue meramente un gran hombre, o fue algo más?

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La fe cristiana católica confiesa que Jesús, aquel hombre que nació y murió crucificado en Palestina al comienzo de nuestra era, es el Hijo de

Dios, el Cristo, el Ungido de Dios, centro de toda la historia.

¿Jesucristo es el Hijo de Dios?

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¿Es Jesús Dios? Muchas personas lo han negado, aceptando a Jesús como a un gran hombre, un gran maestro, o un gran profeta. Sin embargo, Jesús y sus inspirados seguidores declararon ser Dios (Juan 10:30-38, Mateo 16:13-17, Marcos 14:61-64, Juan 14:6, Hebreos 1:8, Colosenses 1:16, Juan 12:40-41.  

Por lo tanto, llamar a Jesús sólo un "buen hombre" es lógicamente inconsistente.

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O es un mentiroso, o un lunático, o nuestro Señor y Dios. Ya que Jesús afirmó ser Dios, sus afirmaciones son verdaderas o falsas. Si son falsas, Él debió haber sido un mentiroso, deliberadamente engañando a las multitudes. O, fue un lunático, sinceramente creyendo ser Dios, cuando en realidad era sólo un hombre.

¿Por qué? Porque existen realmente sólo tres alternativas legítimas para la identidad de Jesucristo.

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Sin embargo, si Jesús fue un "buen hombre," ¿cómo, entonces, pudo ser bueno y loco, o loco y mentiroso? Existe sólo una alternativa lógicamente consistente: Él tiene que haber dicho la verdad. Además de la inconsistencia lógica, la extraordinaria evidencia histórica, arqueológica, y de manuscritos, muestra que Jesús no fue un mentiroso, ni un loco. Por lo tanto su afirmación es verdadera. Jesús es el Señor y Dios.

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En otro momento Jesús proclamó, “¡De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy!” Tomaron entonces piedras para arrojárselas (Juan 8:59). Jesús, anunciando Su identidad como “Yo soy” es una aplicación directa del nombre del Antiguo Testamento para Dios.

Jesús en Juan 10:30 declara ser Dios: “Yo y el Padre somos uno”. Así lo entendieron sus mismos enemigos: “Por ninguna obra buena te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios”. Y Jesús nunca corrige a los judíos diciéndoles, “Yo no me hago Dios”.

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Después de ser acusado de blasfemia, él decía: “El Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados”. A los muertos él podía decirles: “Sal fuera” o “Levántate”. Y ellos obedecían. A las tormentas en el mar les decía: “calma”. Y al pan le multiplicaba. Y todo se realizaba inmediatamente.

Jesús afirmó tener poderes que pertenecían exclusivamente a Dios.

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Cuando un santo “hace” un milagro, no lo hace él, sino que lo pide a Dios, si es su voluntad. Jesús sí realizaba los milagros, por su mandato. El milagro es el sello de Dios. Es una obra de su poder y también de su amor.

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Todos los milagros de Jesús son para el bien; nunca realiza ningún milagro para castigar o hacer caer fuego del cielo sobre los injustos o los malhechores. Los que los observan, ven el dedo de Dios que señala: mirad a mi Hijo. Los beneficiados se gozan. Los ciegos se llenan de alegría, al ver; los paralíticos saltan de gozo, y los leprosos estrenan nueva convivencia al quedar limpios.

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Cuando Jesús se bautiza en el Jordán, «se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y se posaba sobre El. Y una voz desde los cielos dijo: Este es mi Hijo amado, en quien me com-plazco» (Mt 3,16-17).

Los cielos, cerrados por el pecado para el hombre, se abren con la aparición de

Jesucristo entre los hombres. 

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San Juan concluirá su evangelio con la misma confesión: “Estos signos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyéndolo tengáis vida en su nombre» (Jn 20,31).

Y dirá luego en una carta: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de El”.

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El segundo concilio ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo único de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre“.

Después, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al Padre, es decir, un solo Dios con él.

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Jesús es el Hijo eterno del Padre. No lo es por elección o adopción, sino por naturaleza.

Jesús no es el Hijo de Dios en el mismo sentido con que vemos aquí a un padre y su hijo. Dios no se casó y tuvo un hijo. Jesús es el Hijo de Dios en el sentido de que Él es Dios manifestado en forma humana (Juan 1:1, 14).

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Ser el Hijo Único de Dios es lo central en la persona de Jesús. La filiación divina es su identidad personal. Por eso, antes de aparecer en su realidad débil, pobre y mortal de hombre, ya estaba Jesús precisamente como el Hijo único de Dios, desde la eternidad en el seno del Padre. (Cfr. Jn 1, 1. 14. 18; 17,5; 2 Cor 8,9; Flp 2, 6-11)

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San Juan afirma claramente que el Verbo, que «estaba en el principio con Dios, es el mismo que se hizo carne» (Jn 1,2.14). Jesús es el Verbo encarnado, una sola persona e inseparable: no se puede separar a Jesús de Cristo, ni hablar de un «Jesús de la historia», que sería distinto del «Cristo de la fe». 

No se puede separar el Verbo eterno y Jesucristo.

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La vida humana de Jesús es, por decirlo así, una proyección de esta relación eterna, que es amor divino. Y esto, no como un mero reflejo o representación de la realidad, sino en el sentido de que el amor que el Padre tuvo por el Hijo «antes de la fundación del mundo» y al que Éste corresponde perpetuamente, opera activamente en toda la vida histórica de Jesús.

La relación de Padre a Hijo es una relación eterna, no alcanzada en el tiempo y que tampoco termina con esta vida o con la historia del mundo.

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Algunos sostienen que Jesús solamente estaba afirmando ser parte de Dios. Algo así como entre los panteístas, como los hindúes, cualquiera podría decir que él es parte de Dios, o que es uno con Dios. O también como los de la “nueva era”. La idea de que todos somos parte de Dios, y que dentro de nosotros está la semilla de la divinidad, no es el significado de las palabras y acciones de Jesús.

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Jesús enseñó que él es Dios de la manera que los judíos entendían a Dios y la manera que las Escrituras hebreas describían a Dios. Para los judíos Dios significaba el Ser que está fuera del mundo, que lo ha creado y es infinitamente distinto a cualquier otra cosa.

Por eso impresionaron tanto las palabras de Jesús.

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Jesús se designó como el "Hijo" que conoce al Padre. Distinguió su filiación de la de sus discípulos, no diciendo "nuestro Padre“, sino subrayando la distinción: "Mi Padre y vuestro Padre". Después de su Resurrección, su filiación divina aparece en el poder de su humanidad glorificada: "Constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su Resurrección de entre los muertos“.

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La fe cristiana nos dice que Jesús no es un portador del reinado de Dios y, en ese sentido, por la función mesiánica que ejerce, un «hijo de Dios». Es el único Hijo, el único que ha sido investido del poder de Dios, el único realizador de su reinado. Es el único camino, toda y la única verdad que Dios nos comunica, el único cauce por el que Dios nos da la vida.

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Jesús es perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad, compuesto de alma racional y cuerpo. Es consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación.

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Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad.

En la unión misteriosa de la Encarnación "la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida“. La naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. El Hijo de Dios comunica a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad.

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Esta alma humana que el Hijo de Dios asumió está dotada de un verdadero conocimiento humano. Pero, al mismo tiempo, este conocimiento verdaderamente humano del Hijo de Dios expresaba la vida divina de su persona. Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar.

El Hijo eterno asumió también un alma racional humana.

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Cristo posee dos voluntades y dos operaciones naturales, divina y humana, no opuestas, sino cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación.

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El Corazón del Verbo encarnado, Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: Nos ha amado a todos con un corazón humano. Amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres.

Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado. Dios, "que era invisible en su naturaleza, se hace visible“.

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Hoy te hace la misma pregunta que a los apóstoles y lo único que quiere es escuchar tu respuesta de amor. Conoce el amor y la misericordia de Dios sobre ti, y no habrá nada más importante en tu vida.

¿Quién es para ti Jesucristo?

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Jesús, en un momento delicado, cuando algunos de los primeros discípulos lo abandonaban, hizo a los que se habían quedado con Él otra de estas preguntas tan penetrantes e ineludibles: "¿Queréis iros vosotros también?". Fue de nuevo Pedro quien le respondió: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 67-69).

Jesús es signo de contradicción.

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¿A quién iremos, Señor? Tu tienes palabras de vida eterna.

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¿A quién iremos, Señor?

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Tu eres Jesucristo, el profeta esperado.

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¿A quién iremos, Señor?

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Tu eres el camino, la verdad y la vida.

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¿A quién iremos, Señor?

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¿A quién iremos, Señor? Tu tienes palabras de vida eterna.

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¿A quién iremos, Señor?

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Que la madre María nos acompañe para ir al encuentro de Jesús.

AMÉN