cotidianidad y mundos posibles. relatos autobiográficos

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COTIDIANIDAD Y MUNDOS POSIBLES

RELATOS AUTOBIOGRÁFICOS

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COTIDIANIDAD Y

MUNDOS POSIBLES

RELATOS

AUTOBIOGRÁFICOS

Alirio Torres - Alexis David Tique - Germán Aldana - Héctor Conde - Herminzo Garzón Rubiano – Jesús Ernesto Leal Marín - Juan David Aldana - – Marcelo González - William Leal Marín

Tutor

Oscar Fernando Chambo Ruíz

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Relatos Autobiográficos

De conformidad con el artículo

32 de la Ley 23 de 1982, las

imágenes de la portada y las

citas textuales utilizadas en este

libro se hacen con propósitos

educativos, sin ánimo de lucro

y con circulación restringida.

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INDICE Prólogo RELATOS AUTOBIOGRÁFICOS El man es Germán

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Cosas de la Vida 20 El Conde Vallenato 28 Rafael Montoya 50 William Leal Marín 52 Marcelo Andrés González 55 Un esfuerzo y su recompensa 61 El Biche 79 Henry Duck 91 OTROS RELATOS EL Héroe del aljibe

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Caminos 100 Asociación de Mujeres Productoras de Cárnicos ASOMUPCAR

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PRÓLOGO

La presente colección de relatos autobiográficos es el resultado de una propuesta de investigación que atiende al desarrollo de la producción escrita en la Enseñanza Para Jóvenes y Adultos “EPJA”. El objetivo asumido buscó valorar la incidencia del relato autobiográfico de historias de vida como mediación didáctica para el desarrollo de la producción escrita, cuyo resultado se evidencia en la presente colección de relatos autobiográficos. Los estudiantes que participaron en la propuesta fueron personas jóvenes y adultas pertenecientes al CLEI III de la jornada nocturna de la Institución Educativa Jesús María Aguirre Charry, del municipio de Aipe – Huila, en el año 2011. El trabajo realizado se sustenta desde la pedagogía de Freire (1970), quien brinda un método de alfabetización que desarrolla junto con la escritura una comprensión crítica de la realidad

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social, política y económica del estudiante, los trabajos de Vygotsky (1995) quien concibe el pensamiento y el lenguaje como fenómeno social y, Bajtín (1975) desde la comprensión de los elementos que se entrecruzan en las formas literarias, como lo son, las narrativas de relatos autobiográficos. Fue necesario realizar una caracterización del problema de escritura en EPJA desde el nivel internacional, nacional y regional, por lo cual se recurrió a la complementariedad de métodos cualitativos y cuantitativos para realizar el estudio. Se utilizó una rejilla para el análisis de la documentación nacional e internacional respectiva al tema, una encuesta abierta para estudiantes, una entrevista semiestructurada para docentes y una rejilla de evaluación para conocer el nivel de coherencia global y lineal que manejaban los estudiantes que participaron en la propuesta; todo lo anterior con el fin de valorar el nivel de desarrollo de la

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producción escrita en la población objeto de estudio. Los resultados que se han alcanzado y que se evidencian en el presente libro, demuestran que es más fácil desarrollar la producción escrita a partir de relatar la propia experiencia, que escribir a partir de un tema abstracto y lejano. Igualmente, se presentaron mejoras significativas en las habilidades de lectura y escritura, los estudiantes se reconocieron como personas activas en la habilidad de desarrollar la producción escrita, asumieron el rol de escritores pertenecientes a una comunidad y, lo mejor de todo: no se enfrentaron al trabajo de escribir desde una hoja vacía sino desde el reconocimiento de la propia experiencia de vida como fuente de significación.

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“La más noble función de un escrito es dar testimonio como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir” Camilo José Cela (1916 – 2002) “Un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras; a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas” Ernesto Sábato (1911 – 2011) “Los escritores viven de la infelicidad del mundo. En un mundo feliz, no sería escritor” José Saramago (1922 – 2010) “Escribir es la forma más profunda de leer la vida” Francisco Umbral (1935 – 2007)

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EL MAN ES GERMAN

Nací el 7 de julio de 1961 en el municipio de Chaparral, Tolima, mi infancia fue un poco complicada porque mi mamá era cabeza de hogar y no contaba con recursos para suplir las necesidades básicas de sus hijos. Éramos tres hermanos: Leonor, Beatriz y yo, quien soy el menor de los tres. Mi hermana mayor vivía con mi papá en otro hogar. Mi mamá a los treinta y dos años se enfermó de cáncer en el vientre, ella era analfabeta, inocente y como no contaba con dinero para acudir al médico acudió a espiritistas que abundaban en el año de 1967, para que le trataran la enfermedad. Después de un año de no ver mejoría, mi mamá acudió al médico, gracias a la colaboración de algunas personas caritativas. Fue sometida a dos cirugías pero su enfermedad ya era muy avanzada y cada día su salud desmejoraba.

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Fue entonces cuando decidió buscar contacto con la familia que había dejado en Aipe y con quienes no se comunicaba hace quince años. Ellos eran campesinos y analfabetas como ella. Mi abuelo y un tío acudieron a su llamado y en ese día mi mamá decidió que me fuera a vivir con mi tío Pablo, mientras ella se iba a someter a un tratamiento. En ese tiempo yo tenía ocho años y llevaba dos meses de estar viviendo con mi tío. No sabía nada de mi madre. Una tarde llegó la noticia que mi mamá había fallecido hacía ocho días y que al día siguiente era el último rezo del novenario. Mi tío Pablo me mandó con mi tío Daniel para que al menos me diera cuenta del lugar donde fue sepultada y que me devolviera para que me quedara a vivir con ellos y que a mi hermana Beatriz la recogiera papá. Cuando cumplí los diez años la esposa de mi tío me matriculó en la escuela y pude terminar la primaria a los quince años. Mi tío me enseñó a

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trabajar en las labores del campo junto a sus seis hijos. Con mis primos nos tratábamos como hermanos, pero a veces peleábamos, ellos me humillaban porque yo era el arrimado. Cuando terminé mi primaria no pude ingresar al colegio porque mi tío me dijo que ya no me hacía falta más estudio, que con lo que había aprendido ya tenía, que él no sabía leer y escribir y no se dejaba robar de nadie y que tenía finca y ganado sin necesidad de estudio. Según él, solo debía ayudarle en la finca como pago por la crianza y al estudio que me había dado. Ya a los diez y siete años me fui del lado de mi tío porque no me pagaba por mi trabajo en la finca. A esa edad me gustaba salir con los amigos y bailar en la discoteca cuando tenía la oportunidad de salir al pueblo los fines de semana. Trabajé en otras fincas con patrones que apreciaban mi trabajo, mi meta

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era cumplir los dieciocho años para ingresar al cuartel a prestar el servicio militar. Pues, así pasó y ya en el cuartel conocí gente buena y gente con malas costumbres; tuve experiencias que me sirvieron para llegar a ser la persona que soy hoy en día. Mientras prestaba el servicio militar aprovechaba los permisos que nos daban los domingos para saber de mi papá y mis hermanas, porque desde hacía nueve años no sabía nada de ellos. Lo único que logré averiguar fue que mi papá se había ido a vivir a Cali con la familia que tenía y mis dos hermanas. Él había fracasado como negociante de ganado y expendedor de carne en Chaparral, Tolima, pueblo donde yo había vivido hasta los ocho años y donde ahora me encontraba prestando servicio militar. Cuando salí del cuartel con mi libreta de reservista, regresé a casa de mi tío Pablo, quien fue a buscarme prometiéndome ayuda. Después de dos semanas esperando la forma en

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que me iba a ayudar mi tío, me fui a trabajar con un amigo a otra vereda, porque mi tío no salió con nada. Como no tenía ninguna obligación, el dinero que ganaba lo gastaba en licor en las cantinas, prostíbulos y discotecas. Estaba muy joven y me parecían normales esas experiencias. Tampoco tenía una meta en la vida. Después de un año de llevar esa vida, me encontré en un bar con mi tío Pablo, quien me dijo que el amigo con quien yo andaba no me convenía y que me podía meter en problemas. Él me dijo que volviera a su casa, que ya tenía algo para mí. Al otro día me fui con mi tío para la finca y él me propuso que me entregaba un lote de ganado y un terreno en arrendamiento. Acepté la propuesta, pero, solo no quería irme, así que hablé con una novia que tenía y a quien quería mucho y le propuse que se fuera a vivir conmigo. Ya en el lote empezamos a trabajar los dos y al año de estar juntos nació nuestro

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primer hijo, a los cuatro el segundo y así trabajamos en ese lote que se convirtió en finca durante nueve años. Algo muy difícil que pasamos con mi compañera fue la enfermedad de los bronquios que padeció nuestro segundo hijo a la edad de dos años. La finca donde vivíamos quedaba lejos del pueblo y no teníamos un medio de transporte en caso de emergencia. Una noche, le dio una crisis a mi hijo y por poco se nos muere, pero gracias a un primo que se había quedado esa noche en casa con nosotros y quien tenía una moto, pude traerlo al médico. Llegamos a las dos de la mañana al hospital de Aipe, donde nos remitieron de emergencia para el hospital de Neiva. Tuvimos al niño internado ocho días, fue muy difícil para nosotros pero gracias a Dios lo sacamos adelante sin que le quedaran secuelas.

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Luego se me presentó la oportunidad de trabajar de vigilante de una empresa petrolera. Por ser reservista de primera clase y pertenecer a la vereda donde se explotaba el petróleo, cumplí con los requisitos para el cargo. Este trabajo fue un hecho muy importante en mi vida, porque el salario que devengaba era cuatro veces mayor al que ganaba en las labores del campo. Esto nos permitió cambiar la calidad de vida y construir una vivienda en Aipe. Por tres años recibí salarios, primas y subsidios que nunca había ganado. En este tiempo nacieron mis otros dos hijos: una niña y otro varón. Después de la construcción equipe la casa, los hijos empezaron a estudiar y el dinero que ganaba nos alcanzó para comprar unas vaquitas que con el tiempo se fueron multiplicando. Luego nos pusimos la meta de comprar una finca y gracias a la

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reproducción de los animales y a un crédito en el banco lo logramos. Así continuó mi vida al lado de mi señora y mis hijos. El año 2010 fue importante, pues gracias a mi hijo Cesar dimos con el paradero de mi papá y mis hermanas, de quienes no sabía nada desde hace cuarenta años. Así pude pagar una deuda que tenía con mi esposa y mis hijos, a quienes les prometí que buscaría a mi familia para que la conocieran. A la semana de haberlos ubicado, viajé a Cali con mi hijo César para encontrarme personalmente con ellos. La primera en recibirnos fue mi hermana Leonor, nos llevó a su casa para que conociéramos su familia. Después llegó Beatriz ansiosa de volverme a ver. Fue muy emocionante el encuentro tras cuarenta años de separación. Al otro día fuimos a la casa de mi papá, quién estaba esperándonos en compañía de su esposa y dos hijas, que también son hermanas nuestras.

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Después llegaron dos hermanos más y nos mostraron la foto de otra hermana que no pudimos conocer personalmente. Le dije a mi hijo que ya no tenía dos tías sino siete tíos y unos veinte primos. Mi papá está anciano, pero vimos su emoción durante los tres días que estuvimos con él. Hablábamos hasta altas horas de la noche, contándonos cómo habían transcurrido los días de cada uno de nosotros, especialmente con Leonor y Beatriz. Cuando regresamos, mis hermanas y mi papá prometieron visitarnos. A los tres meses recibimos en mi casa a mis dos hermanas con casi toda su familia. Siete meses después nos visitó mi papá con su esposa y una hija. De ahí en adelante las visitas son mutuas. Mis hijos son los más alegres con este reencuentro. A futuro quiero disfrutar con mi familia lo que la vida nos ha dado y que hemos logrado a base de

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dedicación y esfuerzo; quiero pasar lo que me queda de vida con tranquilidad, poder servirle a los que me necesitan en lo que pueda, ver a mis hijos triunfar en sus metas y que ellos sean útiles a la sociedad.

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COSAS DE LA VIDA

Mi mamá nos pegaba porque éramos muy cansones. Mi hermano menor le cogió odio y no le obedecía. Por el momento con ella no hablamos nada, ni mi papá ni yo. Cuando vivíamos como una familia normal, un día mi papá cumplió años. Él empezó a tomar con sus amigos para celebrar su aniversario y le pidió a mi mamá que se fuera a dormir a la casa de mi abuela y que más rato le golpeara la puerta. Mi mamá no le contestó nada y como a la media noche mi mamá fue a golpearle y mi papá no le quiso abrir la puerta. Mi mamá se fue a traer la policía para que le permitieran entrar a la casa para sacarnos de ahí. Cerca del colegio mi hermano mayor nos encontró y mi mamá nos mandó por el andén para donde mi abuela. En el momento en que nos mandó a dormir, mi mamá le envenenó la

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cabeza a mi hermano mayor y él fue a la casa y cogió una macheta para matar a mi papá. Mi hermano mayor se montó en la bicicleta. Cuando le preguntamos a mi mamá qué le había dicho, ella dijo que no le había dicho nada. Cuando se encontraron, mi papá no sabía qué quería mi hermano: Y empezó la discusión y luego las agresiones. La pelea empezó a trompadas, pero, cuando mi hermano mayor vio que mi papá le estaba ganando, sacó la macheta y lo hirió. Después de lo sucedido mi hermano saltó una cerca de alambre y otra de guadua y huyó del sitio. En ese momento la policía estaba haciendo patrullaje y dijeron: Don Lorenzo ¿qué le pasó? Que vino mi hijo a pegarme, yo solo estaba durmiendo señor agente. Vaya y se acuesta a dormir y, si vuelve su hijo a molestar nos llama que nosotros venimos.

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Cuando el policía le alumbró la cara a mi papá le dijo Don Lorenzo está sangrando, le revisaron la camisa y estaba sangrando por la herida que le hizo mi hermano. Papá entró solo a la casa, peló un limón y él mismo se echó en las cortadas, se acostó a dormir hasta el otro día. Mi papá estaba cumpliendo años y mi hermano mayor con qué cara se los celebraría, si por pelear le metió un machetazo. Sin embargo, mi hermano le dio pena y al otro día le compró una torta y una gaseosa. Mi papá esa torta se la dio a los perros y la gaseosa la regó. Por el problema, mi mamá hizo llamar a la Fiscalía para que mi papá le pagara la alimentación de ella, de mi hermano mayor y del mozo que tenía. Fue donde gracias a los testigos mi papá consiguió la custodia de nosotros, los hijos menores. Entonces, mi papá le exigió a mi mamá ochenta mil pesos de alimentación para nosotros, pero ella

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solo nos da veinte mil. A partir de ese momento se acabó mi familia, pero con mi papá vivimos bien, yo trabajo vendiendo cosas en los buses, estudio y colaboro en la casa.

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EL CONDE VALLENATO

Me llamo Héctor Conde, nací en el municipio de Aipe, Huila; el 22 de octubre de 1968. Mi madre se llama Odilia Conde, una humilde madre cabeza de hogar. Mi niñez la viví al lado de ella. El tiempo de mí infancia pasaba y me daba tristeza al ver a otros niños que recibían regalos en tiempo de navidad pero yo ni siquiera tenía quién me regalara un juguete. Así transcurrió el tiempo de mi infancia: en muchas ocasiones, aguantando hambre. Mi mamá era dueña de dos burros y cargábamos leña para vender a 50 pesos la carga. Así pasaba mi vida, a veces con un tinto y un pan hasta el otro día. A menudo los vecinos nos colaboraban a la hora del almuerzo o de la comida con algo para comer. Viendo la situación económica tan difícil, tomé la decisión de ir a pedir limosna. A veces, iba a la plaza de

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mercado y ayudaba en los negocios para que me colaboraran económicamente o con víveres de la plaza, tales como papa, cebolla, tomate, plátano y yuca. Cuando recorría todo el pueblo a veces me iba bien y la comida era suficiente, pero otras veces no era así. Una vez llegué a una casa, golpeé la puerta y salió una señora joven y morena. Le pedí ayuda y ella me dijo que de dónde era yo; le contesté que de aquí, de Aipe, ella me dijo que si yo sabía leer y escribir y yo le dije que no; entonces, me dijo que fuera a mi casa y hablara con mi mamá y que me fuera a vivir con ella; La señora me dijo que me pondría a estudiar en la escuela y después en el colegio y que si quería ella me serviría de madre. Yo le comenté a mi mamá y me dijo que no me dejaba ir a vivir con esa señora, porque de pronto me robaba. Pues, creo que perdí mi primera oportunidad para estudiar. Pasaba el tiempo y yo seguía recorriendo a pie descalzo las calles

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polvorientas del pueblo pidiendo limosna. Un día la esposa de mi padrino me dijo que fuera con ellos a vivir al campo y que por allá me pondría a estudiar en la escuela. Me dijo que fuera a mi casa y alistara la ropa, yo le dije que sí, pero, fui preocupado pensando que de pronto por allá los profesores me pegaran, porque en ese tiempo pasaba eso. Decidí no irme para el campo por y volví a perder otra oportunidad de estudiar. En esos días anunciaron la llegada de Noel Pero, el “Burro Mocho” a la caseta Candilejas, que era muy famosa en esos tiempos. Quería entrar a verlo, pero no tenía dinero. Esa noche estaba sentado en la banca del parque frente a la caseta con unos amigos. De pronto pasaron unos policías y les gritamos ¡Aguacates! Los policías se devolvieron hasta donde estábamos y uno de ellos me miró fijamente con ganas de pegarme. Inmediatamente me paré de la banca y me espanté a correr. Corrí lo más que pude y mirando hacia atrás casi me caigo

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encima de un perro grande que estaba echado en la calle. Por temor a los “tambos” preferí irme para una vereda llamada “El Callejón”, y cada 15 días venía al pueblo cuidándome de la policía. No pude entrar a la caseta Candilejas, pero en el campo si pude ver la Candileja. Después de un tiempo me fui para otra finca del mismo pueblo y allí madrugaban todos los días a las 4 de la mañana a prender el fogón para hacer el tinto y llevarle a los patrones a la cama, y a las 4:30 de la madrugada, debíamos estar en el corral para ir a buscar a las vacas en esos potreros enmontados y llenos de espinas, sin con qué alumbrar y arriesgando la vida porque de pronto me mordiera una cascabel. Empecé a recibir humillaciones de todos, incluyendo los hijos de los patrones. Me pagaban 400 pesos mensuales en ropa y el otro mes se lo pagaban a mi mama en efectivo. Me tocaba apartar los terneros, manear las vacas y achicar los terneros; el

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patrón solamente ordeñaba. En el transcurso del día me tocaba alimentar marranos y traer leña. Una vez me mandaron a buscar una bestia y duré medio día. Cuando la encontré y la llevé a la casa, el patrón ya se había ido a pie a entregar la cuajada a un caserío llamado “El Igua” y, ese fue el motivo por el que me despidieron. Trajeron a otro muchacho mayor que yo a reemplazarme. No me podía ir sin que le enseñara todos los oficios que yo hacía. Como reacción contra mis patrones, aproveché que ellos se vinieron para el pueblo a pasar fiestas, y que estaba solo con Rafael (mi remplazo) haciendo los oficios de la finca. Entré a la pieza de los patrones y encontré una botella de aguardiente, se la mostré a Rafael y me dijo que nos la bebiéramos. Yo le dije que no porque pertenecía a los patrones y él dijo que tranquilo, que él respondía por ella y que les diría que se las iba a pagar. Le dije que listo y me pegué la primera borrachera de mi vida. Por la tarde me

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sentía muy mareado y con mucho sueño. Rafael que no estaba tan borracho fue el primero en ir a apartar los becerros y a las 5:30 fuimos a buscar el burro para llevar la leche. Por allá me estrellaba con las piedras, no veía el camino y me caía porque no podía sostenerme de lo mareado que estaba. Anduvimos por un potrero piedriscoso con árboles de chaparro y gigantescas piedras. Tenía una resaca por el efecto del aguardiente, así que, iba vomitando dentro de la botella que tenía al menos ¼ de contenido. Yo le quería revolver alcohol puro para que el patrón no sospechara que la habíamos gastado, pero mi otro compañero me dijo que no porque era muy peligroso y que al tomar se podrían intoxicar. Al día siguiente nos tomamos todas las pastas efervescentes que había en la finca y mucha agua. Finalizando la semana ya estábamos bien. El sábado a medio día llegaron los patrones del

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pueblo y ese hideputa de Rafael me acusó con los patrones que yo era el que había insistido en que nos tomáramos la botella de aguardiente. Me tocó pagarla y buscar un nuevo empleo. Al regresar al pueblo me fui con un señor Teodoro a otro departamento lejos de mi familia. Sentí que la tristeza se apoderaba de mí. Teodoro me compró unos tenis para que me los pusiera solo para ir al pueblo, pero él nunca me llevó, por lo contrario, me puso a trabajar como un esclavo mandándome a hacer cualquier clase de oficios como rodear los terneros, llevar el almuerzo a los trabajadores, llevar leña, traer plátanos y yucas para la casa, moler plátanos y cachacos para sacar harina, amontonar cacao, etc. Después de hacer esos oficios me tocaba también ir a trabajar con los trabajadores, quienes me asustaban con unos bejucos que parecían culebras y me los tiraban encima. Una vez tomé la decisión de estrenarme los tenis que don

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Teodoro me había regalado. Cuando él me los vio me ordenó que me los quitara pero yo le dije que él nunca me había llevado al pueblo y que yo trabajaba descalzo hiriéndome los pies cuando iba a rodear, Pues quítemelos usted mismo si nos me los quiere ver puesto… le dije. La verdad fue que viví un calvario de sufrimientos y humillaciones en ese sitio. Salía al pueblo cada mes y a veces cada quince días, con quince mulas cargadas con yuca, cacao, harina de plátano, café, maíz y carbón de leña. A mí me tocaba ir hasta una vereda llamada El Mesón, donde se descargaban los productos en espera de la chiva, luego, yo devolvía las bestias a la finca. El viaje de regreso duraba cuatro horas. Al verme en tan mala situación hable seriamente con don Teodoro y le dije que arregláramos porque yo me iba, él me dijo que yo antes le salía debiendo a él por el pasaje y la alimentación. Este señor me pago tristes 25 pesos.

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Mal vestido y con poco dinero empecé a buscar trabajo en otras fincas, pero no encontré. A donde llegaba me daban de comer y al día siguiente seguía mi camino, así duré como dos semanas. Hasta que una madrugada llegue a una finca que estaba al borde de la carretera a pedir trabajo, pero me dijeron que no había; me regalaron un tinto y me ordenaron hacer un oficio mientras estaba el desayuno. La idea era desayunar y seguir mi camino, pero los dueños y esposos Doña Margarita y Don Eulalio, resolvieron que yo me quedara haciendo oficios varios. Los patrones fueron muy respetuosos conmigo y después de un tiempo yo me gané la confianza de ellos. El trato que ellos me dieron fue muy bueno y muy positivo, un hijo del patrón me dijo que si yo sabía leer y escribir; yo le dije que no y me dijo que si me gustaría aprender. Me

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compraron un cuaderno, un lápiz y un borrador. Aprendí a conocer las letras. Al comienzo de este proceso se me hizo difícil, porque cuando me calificaban y salía bien me regalaban un bonbonbún y cuando salía mal me daban coscorrones en la cabeza con el mismo bonbonbún, esto me daba rabia y me ponía a llorar de la puteria. Eran dos muchachos los que me dictaban clases: uno se llamaba Jorge y el otro Hernando. Yo trabajaba de día y uno de ellos me daba clases de noche. Recuerdo que una noche Jorge me calificó la tarea y salí mal, él me dio dos coscorrones duros en la cabeza con el bonbonbún y, yo se lo tire con todas mis fuerzas por los pies; le dije tenga su hideputa bonbonbún y él me ordeno que recogiera los pedazos, yo le dije recójalos usted si quiere, malparido. Después de todo, medio aprendí a leer y escribir y, con el paso del tiempo, fui poniendo en práctica este

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conocimiento: mi vida mejoró, conseguí buena ropa y buen calzado. Recuerdo que una noche a las 7:00 p.m. pasaba el ejército nacional y, al rato, llegaron unos tipos de civil: nos saludaron y pidieron gaseosa en la tienda que había en la finca. Esa noche no había luz y los tipos de civil nos encañonaron con pistolas y revólveres. Eran ocho tipos quienes se robaron las cargas de café, cacao, mercados, enlatados, galletas, chicles y dinero en efectivo; todos estábamos secuestrados, mientras éstos comían lo que querían hasta saciar su hambre. Los ladrones destapaban aguardiente, tomaban a pico de botella y nos obligaban a tomar con ellos el aguardiente regurgitado que ellos echaban a la botella. De repente llegó la energía, todos los bombillos alumbraron y sonaron los enfriadores. Los ladrones se asustaron y corrieron a bajar los tacos de la luz,

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después subieron lo que se robaron en una camioneta 350. Nosotros habíamos quedado con los brazos amarrados, yo como pude me solté y solté a todos los demás; fui corriendo hacia la finca de arriba, donde el hermano de Don Eulalio, a informar lo ocurrido; vinieron algunos vecinos con palos y machetes, pero ya los ladrones no había ni el rastro. Al otro día organizamos la tienda. Don Eulalio, esa misma noche, con algunos vecinos inició inmediatamente la persecución en un campero que venía de Rio Blanco. En la búsqueda algunos vecinos se devolvieron, el patrón siguió con el conductor y alcanzaron a los ladrones antes de llegar a la población llamada El Limón; los ladrones al ver que otro carro venia atrás de ellos se detuvieron y con armas en mano hicieron parar el campero y apuntándoles a los dos ocupantes se fueron a requisarlos. El patrón abrió

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rápidamente la puerta y se escondió detrás del campero. Mientras interrogaban al conductor don Eulalio se tiro al rastrojo y siguió por dentro del monte a toda carrera, después dejaron ir el campero delante de la camioneta para evitar cualquier sospecha. Más adelante el patrón salió a la carretera y vio la luz de un carro que venía atrás de él. El no hallaba qué hacer: si ocultarse en el monte, porque no sabía si era el campero o la camioneta de los ladrones o hacerle el pare, así que tomó la decisión de esperar el carro que por suerte era el campero de su amigo. Se subió nuevamente y llegaron a El Limón a poner la denuncia, pero, mientras que la policía salía a hacer el retén, los ladrones alcanzaron a pasar. Entonces, la policía coordinó con las autoridades de Chaparral, Tolima, la operación de captura. El cargamento robado fue recuperado por las autoridades chaparralunas, gracias a que la camioneta se les varó

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llegando a casco urbano de Chaparral. Una parte del dinero en efectivo se perdió y algunos ladrones se alcanzaron a volar. Después de uno meses de lo sucedido me fui de esa finca, porque los defraudé, todo por el amor de una mujer; lo más triste fue que yo salí perdiendo. Llegue a otra finca a trabajar, acabé la ropa buena y empecé otro calvario. Este otro patrón, llamado Jorge, tenía una vaca, la cual ordeñaba todos los días. La ternera era grande casi como una novilla y muy mansita, uno la cogía donde estuviera y ella cabresteaba como cualquier otro animal. Una tarde me mandaron a rodear, la traje a la casa, pero como yo no sabía asegurarla del cuello le dije a los hijos de la señora Argenis, la mujer de Don Jorge, que la aseguraran. Estos manes estaban mirando televisión y se les olvidó ir a asegurar el lazo, en ese momento Doña Argenis me mandó a

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otra finca a dejar un mercado en un caballo. Cuando yo volví, el cuento era que la novillita se había ahorcado y pues que yo era el culpable. Don Jorge era el dueño de la novilla y el padrastro de todos esos manes que se habían quedado viendo televisión. El viejo formó problema: me insultó y tuvo malas intenciones conmigo. Me acusó de lo sucedido porque según él la novilla estaba bien en el potrero. Quiso vengarse de mí. Planeaba asesinarme y dejarme tapando entre hojas en un hueco dentro del cafetal. Don Jorge siguió dando lora por lo sucedido y una noche le iba a pegar a Doña Argenis. Los hijastros intervinieron y él le ofreció machete a uno de ellos. Por el problema de la novilla y la forma como el patrón me había tratado, Doña Argenis lo abandonó. Esa fue la gota que llenó el vaso. La señora se fue para otra finca que era de su propiedad y me llevó a vivir con

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ella. Pasaron unos días y el patrón volvió a buscarla para arreglar las cosas. La señora accedió nuevamente pero con el tiempo volvieron a pelear por el mismo motivo: la novilla que yo había matado. En esta última pelea el patrón le pegó brutalmente a Doña Argenis y hubo necesidad de que sus hijos se metieran a defenderla. Un hijo sacó un revólver para pegarle un tiro a don Jorge, pero una sobrina del patrón que estaba en el lugar le suplicó que no lo hiciera porque tendría que matarla a ella también. Varias personas se dieron cuenta del incidente que se volvió un lio judicial. Quedé como testigo y el hijo de la señora quién tenía el arma me empezó a manipular para que declarara al favor de él, pero gracias a Dios las autoridades judiciales desecharon mi testimonio por ser un menor de edad. Tres meses después, Marcela quien es sobrina de don Jorge, me llevó a otra finca donde vivía su amante llamado don Carlos, quien fue buena persona

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conmigo. Volví a estrenar ropa, zapatos y la comida era abundante. Las cosas marcharon positivamente y duré una larga temporada viviendo bien y leyendo los periódicos viejos y las revistas en las que venía envuelta la remesa; así volví a poner en práctica la lectura y la escritura. En esa época disfrutaba viendo en la televisión a Colt Silver, los Magníficos, el Hombre Nuclear, el Hombre Increíble, la Mujer Maravilla, Chespirito, el Chavo del Ocho, entre otras, y cada vez que veía televisión pensaba que yo sería un personaje importante como los que aparecen en esa caja mágica. Así pasé unos buenos años de mi vida en el campo: trabajaba, comía, tenía ropa y amores fugaces y aventureros. Un día la patrona (la mujer oficial de Don Carlos) no le gustó mi trabajo, así que decidí marcharme para el municipio de Aipe, donde mi mamá.

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Estando con mi mamá conocí a un camionero llamado Lucas que se alimentaba en el restaurante donde mi madre lavaba platos. El señor necesitaba un ayudante y me mandaron a viajar con él. En el primer viaje llegamos a Bogotá, la primera noche me tocó quedarme dentro del camión, en un parqueadero, mientras que Don Lucas fue a dormir a su casa. Esa noche fue muy fría y yo estaba sin cobijas. Cuando amaneció fuimos a entregar la carga y luego me llevó a su casa y conocí a su familia: tenía cuatro hijas grandes, bonitas y profesionales. Les caí bien a las muchachas por mis ojos verdes, en especial a Breidy, una que me regalaba dinero de vez en cuando. Recuerdo que en la casa de Don Lucas comían con bastante ají y a mí no me gustaba porque me vomitaba. Dormía en una colchoneta y me arropaba con dos cobijas de lana, que no eran suficientes para aguantar el frío, tal vez, porque dormía en el suelo.

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Don Lucas era muy regañón y todos los días manteníamos cambiándole las ruedas al camión. Un día terminamos de hacer el oficio que hacíamos diariamente y nos vinimos para el Huila a hacer un flete, en la vía Rionegro - Iquira y, como de costumbre, me tocaba quedarme a dormir dentro del camión. Don Lucas se fue para un hotel y yo quedé en mi lugar habitual recostado tratando de dormir. En la noche no había energía eléctrica porque la planta la apagaban a las 8: 00 p.m. A media noche sentí que el camión se movía rápidamente porque estaba parqueado en una pendiente. Me levanté de inmediato pensando que en ese mismo momento me estrellaría contra alguna casa, pero era una falsa alarma. La psicosis no me dejó descansar. Era una noche de invierno, con relámpagos, truenos y lluvia, que acompañó mi vigilia en aquel pueblo que parecía fantasmagórico.

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Al amanecer fuimos a cargar el camión a un sitio que estaba a casi un día desde aquel pueblito, adentro de la montaña. Era un viaje de madera que me tocó cargarlo con otros. Después nos venimos, pero la vía estaba en mal estado y me tocaba bajarme por partes a colocar piedras para que el carro pasara. Al fin llegamos a Rionegro, yo me quedé durmiendo dentro del camión y otra vez cayó un fuerte aguacero. Al amanecer partimos rumbo a Bogotá, Don Lucas llevaba en la cabina a un amigo con dos gallos de pelea, así que me tocó viajar encima de la madera. La carretera hasta Neiva era lisa, el camión patinaba y se atravesaba. Era bien peligroso porque habían barrancos que creo que el carro que se rodara quedaría de por vida por allá. Después de muchos tropiezos estábamos a punto de llegar a Bogotá. No obstante, en un trayecto de subidas constantes el camión se recalentó. Paramos y don Lucas me

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mandó a echarle agua al radiador; abrí el capot y destapé el radiador jalando la tapa por la cadena porque estaba caliente y salió un chorro de agua hirviendo con una presión que no me la imaginaba. Me quemé el brazo derecho, el capot se cerró bruscamente y casi pierdo mis dedos. Don Lucas se bajó y me regañó diciéndome que él no me había mandado a quemarme sino a echarle agua al carro. Seguimos para Bogotá y el brazo me ardía mucho, así que lo sacaba por fuera de la carrocería para que el viendo me lo refrescara y me calmara el ardor. A las cuatro y media de la tarde llegamos a Bogotá, fuimos a descargar la madera y al ayudar a bajarla pensaba si el infierno era así de doloroso como lo que estaba sintiendo al cargar madera con un brazo quemado. Pobres los caballos que jalan zorras en las ciudades, cuando los veo todos aporreados y quemados por los barandales de las zorras, recuerdo este episodio de mi vida y siento pena por los pobres animales.

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Terminado el trabajo, Don Lucas me dio cinco pesos para que comprara una pomada y me la aplicara en el brazo que ya estaba completamente avejigado. Mi brazo parecía una bolsa de agua a pesar que unas vejigas se me habían reventado cargando la madera. Al aplicarme la pomada sentí un alivio y una tranquilidad enorme. En ese instante pensé: ¿qué estoy haciendo por acá? No lo dude y me devolví a mi pueblo natal donde se vive pobremente sin humillaciones.

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RAFAELMONTOYA

Tengo catorce años y soy de Aipe. Mi recuerdo de infancia era que vivíamos mi papá, mi mamá y mis hermanos en el campo. Ya en el pueblo nos matricularon para estudiar; asistimos a la escuela y en los ratos libres ayudábamos a ordeñar en un corral cerca del pueblo. Cuando estaba en el campo no hacía nada, solamente esperaba que ordeñaran para ir a tomar leche con espuma y panela. ¡Qué delicia que era esa vida de niñez! Al transcurrir el tiempo ingresé al bachillerato; el primer día de clases no hablaba con nadie porque no conocía a ninguno. Ya cuando se acabó el año perdí sexto, lo perdí porque evadía muchas clases y los profesores ponían muchos puntos negativos y me bajaban en las áreas. Al año siguiente empecé nuevamente el grado sexto y seguí evadiendo clases, no llevaba tareas y me daba mucha pereza por las clases tan

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repetitivas donde solo copiábamos. Mi mamá me sacó de estudiar porque perdía muchos sextos. Me pusieron lavar loza en un restaurante de la galería de Aipe. Pasaron los meses y yo seguía lavando loza. Ya cuando empezó el año 2011 mi papá me matriculó en la jornada de la noche para que estudiara con él, porque yo tenía que ser alguien en la vida; si por fin paso el año, (yo creo que sí porque voy muy bien en el estudio), voy a seguir formándome y aprovechando el tiempo para no defraudar a mis padres y sentirme bien yo mismo. Este es el resumen de mi vida hasta ahora.

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WILLIAM LEAL MARIN

Mi nombre es William Leal, tengo quince años. No sé en dónde nací porque mis padres nunca me lo dijeron. En estos momentos estoy viviendo en el municipio de Aipe, Huila, en el barrio Pueblo Nuevo, sector “El Hueco”. En mi infancia estudié en la Escuela Central y, pues, gracias a Dios me fue muy bien porque la profesora me quería y no tuve problemas con nadie en ese momento de mi vida. Un domingo no tuve estudio y me fui para el municipio de Villavieja con unos compañeros a mirar un desfile. Cuando estaba pasando el desfile me pasé para el otro lado porque vi a mi hermano mayor y al pasar me atropelló un tractor. Cuando recuperé la conciencia estaba en el hospital. Desperté con el brazo derecho enyesado y tres costillas fracturadas. Gracias a Dios no me pasó gran cosa.

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En estos momentos estoy estudiando en el colegio Jesús María Aguirre Charry, aunque no tengo muchas ganas de seguir, porque trabajo en la minería para poder comer y siempre salgo muy cansado. Tan bonitas que son las joyas de oro, pero es duro encontrar el oro para hacerlas. De mi adolescencia recuerdo las peleas. También recuerdo que los profesores en mi primer año de secundaria me la tenían montada y como yo no me dejaba, llamaban a mis padres y ellos me castigaban una que otra vez. Cuando cumplí 11 años ya no iba a pedir dulces en Halloween porque conseguí novia. Como ella era mayor me decía que pedir dulces era pa tontos, por eso deje de jugar como niño y deje de pedir dulces con mis amigos. Lo más difícil que he vivido en la vida es que me ha tocado trabajar desde muy temprana edad por falta de recursos económicos. He trabajado

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en minería, abriendo brechas, cogiendo café, maíz y algodón. También trabajé donde Don Carlos sacando larvas. Siempre me ha tocado poner mi espalda al rayo de sol pa ganarme el arroz. No puedo olvidar el fallecimiento de mi abuela; ella murió de un ataque cardiaco en el municipio de Villavieja. Al siguiente día de su fallecimiento la acompañamos a darle su último adiós y pa’ la casa. En mi vida personal me gustaría ser policía o un sargento de la fuerza aérea, para darle una mejor vida a mi familia, y si Dios me lo permite a mis hijos. Pero primero que todo voy a ponerle empeño al estudio para cumplir mis sueños.

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MARCELO ANDRÉS GONZÁLEZ

Buenas noches porque soy estudiante de la nocturna y escribí estas palabras al caer la tarde. Mi nombre es Marcelo Andrés González, nací el 23 de diciembre de 1992 en un pueblo llamado Zarzal, Valle y vivo en la actualidad en Aipe, Huila. El total de hermanos somos seis, dos mujeres y tres hombres. La mayor se llama Erika, y los que siguen somos Marcelo, Sindi, Jorge, Fener y Javier. Mi infancia fue chévere porque tuve comida y aprendizajes. Estudié en la mayoría de colegios de Neiva por motivos de cambio de residencia. Me gusta el fútbol, videojuegos y las muchachas sencillas. Mi primaria la hice en la Institución Educativa Las Brisas del municipio de Neiva. El grado sexto lo hice en la Normal Superior de la misma ciudad, donde comenzaron mis problemas académicos: no hacía tareas,

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irrespetaba a los profesores y conseguí un grupo de amigos de los que hoy en día quedan pocos vivos; los que aún viven duermen debajo de los puentes. Lo más bonito que me acuerdo de mi infancia es por el lado del deporte. Gané una medalla de campeón a los ocho años en el club deportivo Los Gatos. Lo más triste que recuerdo fue el fallecimiento de mi abuela: ella iba para el baño y se cayó golpeándose la cabeza. Nos llamaron desde Zarzal, Valle para darnos la noticia. Mi papá consiguió plata para el transporte, porque no teníamos un centavo y así pudimos llegar a Cali al siguiente día. La primera en ver a mi abuela fue mi hermana, después mi papá y por ultimo yo. Mi abuela me había dicho que me dejaba encargado de su hijo menor y de la sobrina menor quienes eran unos niños. Me quedé largo rato al lado del ataúd de mi abuela, hasta que me dijeron que me alejara de ella, yo me puse a

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llorar porque mi abuelita me pedía agua y mis familiares no me creían. En el fondo sabía que esa situación nos iba a pasar. Prácticamenteella solo nos estaba esperando en otro lugar porque nos la quitó mi Dios. Por mi inasistencia, ya que me tocó viajar al entierro de mí abuela, y, por mis malas calificaciones, me expulsaron de la Normal. Mis padres aún juntos y en un solo año me matricularon en la Institución Educativa Santa Librada, luego en el Ricardo Borrero Álvarez, seguidamente en el INEM y hasta en el Heisenberg, pero en ninguno de esos colegios puede terminar el grado sexto por la vagancia, los problemas entre mis padres, las amistades y la falta de sentido que tenía para mí estudiar. Mi mamá al ver las situaciones que estábamos pasando decidió que nos viniéramos a vivir al municipio de Aipe junto con mis tres hermanos y un padrastro que nos consiguió.

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Hace poco mi padre tuvo un accidente y lamentablemente no lo pude acompañar porque estaba trabajando. Él iba en una moto taxi para el trabajo cuando de repente los estrellaron. Dicen que fue un taxista que estaba borracho y que se dio cuenta que el señor de la moto estaba pirateando, o sea, robándole los pasajeros. El taxista que estrelló a mi papá y al mototaxista se escapó y los dos quedaron golpeados. Como al mes de lo ocurrido llamé a mi papá y se encontraba en cama; duró como dos meses sin ir a trabajar, pero gracias a Dios y a los cuidados de la mejor enfermera (mi hermana mayor) ya se encuentra bien. Hace como seis meses conseguí novia, un día ella me esperó en el portón del colegio y me dijo: amor ¿por qué no vino ayer?, Porque salí tarde de trabajar y me fui a dormir…de una vez me metió una cachetada, pero amor, ¿por qué me pegas?, Mentiroso, mentiroso, mentiroso…. Pero ¿por qué mentiroso? Porque ayer usted no

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vino por quedarse en la casa de mi amiga. Eso es mentira, Sabes que… deja de mentirme y váyase preparando para ser papá…. Yo no le creí de una vez y se me vino a la mente que esta nena me quiere amarrar; le dije que con eso no se juega y me pegó otra cachetada durísimo y se fue. Entré a las clases pero a la hora de descanso me volé, porque estaba muy preocupado por lo que la hembra me contó. Llegué a su casa y le dije que si podíamos hablar, ella me dijo que de qué íbamos a hablar, si ya lo tenía todo claro; ella me cerró la puerta en la cara no sin antes darme otra cachetada. Cuando me retiré aburrido, mi novia se asomó por la ventana y me dijo: Tranquilo… ya mañana me voy para Bogotá. Ahora ¿qué hago?, pensé. Me fui para mi casa y al día siguiente le conté a mi mamá. Ella me regañó por pipi caliente, pero de todas maneras me

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apoyó en esos momentos de mi vida que nunca se olvidarán. A los días pude conversar con mi novia, ahora ella tiene tres meses de embarazo, estamos contentos y yo le voy a responder como hombre que soy. He vivido muchas experiencias y creo que el resumen de mi vida hasta ahora, me servirá para planear lo que siga de mi existencia.

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UN ESFUERZO Y SU RECOMPENSA

Mi nombre es Howard, nací en Aipe al igual que mis padres. Tengo ocho hermanos, cuatro mujeres y cinco hombres. Mi infancia fue muy triste, porque vivir en la pobreza es muy duro. Uno de niño siempre anhela tener juguetes y por la falta de dinero fueron pocos. Lo que ganaban mis padres en el campo escasamente alcanzaba para la medio comida. Hubo ocasiones que nos tocaba acostarnos a dormir sin cenar así fuera Navidad, Año Nuevo o San Pedro. Los únicos hijos legalmente aceptados por mi papá son mi hermana menor y yo, el resto de hermanos mayores son hijos de otros señores. Resulta que cuando yo estaba pequeño, el man que me hizo se abrió, entonces mi mamá conoció al señor que yo llamo papá, él me dio el apellido y procreó con mi mamá una hermanita. Por

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eso lo quiero como un verdadero padre así ya haya muerto, Cuando tenía siete años nos unimos con otras familias y nos fuimos a invadir una isla del río Magdalena ubicada a seis kilómetros del municipio de Aipe – vía al Tolima. Allí comenzamos a guachapear y descepar el terreno para hacer la parcela y poder sembrar víveres tales como plátano, yuca, cachaco y batata. Cuando llegaba la policía a desalojarnos nos poníamos de pie y cantábamos el himno nacional; después la policía nos decía que nos subiéramos al motor – canoa para transportarnos por el río hasta el municipio de Aipe. Cuando llegaba la media noche nos alistábamos para recuperar las tierras. Ya con el tiempo la policía se aburrió de sacarnos y comenzamos a cultivar algodón, maíz de tuza, sorgo, ajonjolí, etc. Mis padres empezaron a darme el estudio, pero cuando iba cursando el grado tercero me sacaron porque les

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quedaba difícil llevarme todos los días a la escuela. En la escuela me pegaban algunos compañeros. Los que más recuerdo que me pegaban eran unos gemelos llamados Jesús y Giovanni, quienes por desgracia mi nos tocaba en el mismo salón cada año. A veces me acuerdo de ellos y estoy seguro que si en este momento yo no tuviera esposa, hijos, ni mamá ya los hubiera matado. A la edad de once o doce años, cerca de mi casa vivía una muchacha llamada Gina; nos entendíamos por medio del silbido, manteníamos de piquitos tras piquitos y pues, la verdad me daba miedo que me terminara. Hasta que llegó un amigo y se la cuadró y a los pocos días la hizo suya. Lógicamente ella me terminó. Después de esa situación amorosa seguí estudiando y terminé la primaria en el noventa. Luego me dediqué solamente a ayudarle en el cultivo a mi papá, en otro lote llamado Pasto Pelado, que

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habíamos conseguido con el trabajo de la parcela invadida. Lo que obteníamos del trabajo en Pasto Pelado era solamente para pagar los gastos, pero, bueno, tocaba hacerlo. Un día mi papá y mi mamá discutieron y partieron las tierras porque una vez nos quedó como ganancia dos millones de pesos y mi papá se los tomó con el finado Enrique, quién era hermano de la profesora Marina. La parcela de la isla quedó entonces para mi mamá y la de Pasto Pelado la cogió mi papá. A principios de 1996 mi papá comenzó con un dolor en el pecho y era un cáncer que le había brotado en esa parte. Me tocó terminar de sacar la cosecha de algodón solo y muchas veces duraba hasta las tres de la tarde sin almorzar. Ni porque tenía siete hermanos (porque mi hermanita estaba pequeña) se preocupaban por irme a dejar el almuerzo. El hambre me ganaba, me tocaba dejar de trabajar y regresar a casa en busca del almuerzo y alistarme para irme a

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estudiar a la nocturna, ya que estaba cursando el grado séptimo. Todo me coincidió: terminé de sacar la cosecha a fines de mayo, un compañero de clases me pegó un puño, entre otros problemas, Así que tomé la decisión de retirarme del colegio porque ya iba a cumplir mis dieciocho años y podría ingresar al ejercito. Desde que tenía dieciséis años mi anhelo era ser militar y gracias a Dios ese momento había llegado. Estaba un poco despreocupado por el cultivo de la familia porque el lote quedó arrendado para ganado y mi papá quedó enfermo, pero con la esperanza de las quimioterapias que le estaban haciendo. Me dolió mucho irme porque mi papá estaba enfermo, yo le comenté que me iba, y que si servía iba a bregar a quedarme como soldado profesional para ayudarles. Mi papá me dijo: “ya usted es mayor de edad,

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hágale”… se me aguanosearon los ojos y arranqué. Un cinco de septiembre mi hermano mayor me acompañó a la ciudad de Neiva a presentarme al servicio militar. No tuve ningún problema de salud y pude ingresar al grupo más grande que prestaría servicio en el departamento del Caquetá. Estaba un poco ilusionado cuando nos dijeron que arrancábamos para el Caquetá, ya que yo quería pertenecer al Batallón Juanambú, porque allí prestaron servicio dos amigos que me hablaron bastante de aquel sitio. A veces me daba miedo ser soldado porque en la vida civil no soportaba mirar sangre. Temía que me desmayara al ver algún herido. Luego de estar allá por más de tres meses fue el juramento de bandera y me dieron un permiso de doce días; visité a mi familia muy alegre, pero yo me sentía triste por ver a mi padre en las mismas condiciones. Bueno, se

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me cumplió el tiempo y me tocó regresar al batallón. A los cuatro meses me encontraba en la base San Isidro, cuando el sargento viceprimero comandante del pelotón me mandó a llamar y me preguntó que si mi papá había quedado enfermo. Yo le contesté que sí, pero por dentro sentía que algo malo había sucedido. El sargento me dijo que había recibido una llamada de mi casa, informándole que me necesitaban urgente, me alisté para regresar a casa, pero estaba complicado el viaje, ya que el comandante solamente me dio diez mil pesos. Gracias a un compañero que me prestó dos mil y otros dos mil míos emprendí el viaje sin tener completo el dinero de los pasajes completa. El cerro donde me encontraba tenía de altura como de dos kilómetros y era un camino bastante peligroso para un militar, lo cual me preocupaba bastante. Ese día no quise desayunar, cogí el plato y el jarro del desayuno y

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lo tiré al campo minado del dolor por lo sucedido y por el problema estomacal que tenía ese día. Empecé a descender corriendo por ese cerro montañoso para ahorrar tiempo; al rato empezó a llover y me pegué una lavada que sirvió para camuflar mis lágrimas. Después de un largo viaje logré llegar a una carretera destapada en un punto que se llama Tres Esquinas. Allí esperé como unos cuarenta minutos hasta que me recogió un señor y una señora de bastante edad, quienes cruzaban por ahí y me llevaron gratis en su campero. La media hora de viaje hasta Florencia fue bastante estresante porque me tocaba llegar al batallón para presentarme al comandante de la unidad a pedirle permiso y algo de dinero para completar lo del pasaje. Al llegar al batallón me presenté al comandante y él me dijo: “Arranque con la plata que tiene que aquí no hay”… salí decepcionado por la falta

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de solidaridad de mi superior y tomé un taxi hacia el terminal. Hay veces que las taxis no hacen sino dar vueltas y vueltas para cobrar más y ese taxi estaba en ese cuento. Le dije al taxista que me llevará rápidamente que yo le pagaría la carrera normalmente, que lo importante para mí era llegar pronto. El taxista me cobró mil quinientos y me quedaron doce mil quinientos. Averigüé cómo salir para el departamento del Huila. Sin embargo, para los pocos carros que partían no me alcanzaba el dinero. Los pasajes baratos salían por la tarde y a mí no me servían porque apenas eran las diez de la mañana. En ese momento quedé neutro: no hallaba qué hacer, ni para dónde coger; en medio del desespero me acordé que en la entrada a Florencia había un retén de policías antinarcóticos y pensé que ellos me podían ayudar. Salí del terminal y en ese momento un ayudante de un bus me preguntó

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hacia dónde iba, yo le contesté que iba para el Huila y me dijo que el chofer me iba a cobrar doce mil, pero que solo ofreciera diez mil, yo hice lo que el ayudante me dijo y gracias a Dios me embarqué en ese bus. A veces me sorprendo porque estando en una situación como esa, no pedí rebaja, ni mucho menos le dije al conductor que estaba prestando servicio militar para que me trajera gratis. Por todo el camino fueron mareos, cansancio y malestares estomacales. Tampoco podía comprar nada porque me quedaba sin plata, solo cerraba los ojos y bregaba a quedarme dormido para no sentir todo eso. Bueno, llegué como a las ocho de la noche a Neiva y me tocó pagar una carrera para que me llevaran hasta el terminalito que quedaba al lado del Tizón. Gracias a Dios no fue mucho lo que demoré en coger el carro para Aipe.

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Al llegar a la casa no creía que se había muerto mi papá, porque en la calle del frente no había nadie y lo normal en un velorio en Aipe es que saquen sillas fuera de la casa para que la gente se siente. Todo parecía normal, pero, cuando entré a mi casa me di cuenta que la gente estaba adentro y estaban velando a mi papá en el patio que era bastante grande. Me asomé en el ataúd y miré el rostro de mi papá durmiendo, sentía que el alma se me destrozaba y que yo era el culpable por haberlo dejado solo. Fui hasta su cuarto y vi el altar de ese tal San Gregorio y me provocó meterle candela y golpear a mi tía porque ella años atrás había maldecido a mi padre. Me detuve por mí mamá. En el momento en que escribo estas letras mi tía tiene cáncer de seno, está grave y se repite la historia. Pasó el velorio y a los doce días me alisté para volver al batallón. Ese día por ser el último me puse a tomar. Mi hermano Héctor y otros más me acompañaron hasta el terminal de

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Neiva; estando dentro me detuvo la policía dos días, porque me acusaban de haber quebrado un espejo; la única solución era pagarlo. Me encerraron en la cárcel permanente por la embarrada mía: mi mamá sin plata, adolorida por la muerte de mi papá y de repeso voy y la embarro. Pasé en la permanente jueves y viernes Santo y gracias a mi pobre madre pude regresar a la base militar. En esos días me la montó un teniente investigando el hecho que había ocurrido en mi ausencia: Un compañero había perdido un pie al pisar una mina quiebra patas por recoger un desayuno. Con todo ese aburrimiento acumulado fue cuando aprendí a fumar. Continué mi servicio militar obligatorio, en ese tiempo no tuve ningún combate aguerrido, solamente un hostigamiento en Currillo Caquetá. Al cumplir los dieciocho meses deservicio militar supuestamente nos

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sacaban del área porque ya cumplíamos el tiempo, pero, nos mamaron gallo con el cuento del fracaso de la compañía móvil número III: habían matado a unos setenta soldados o más, lo cierto es que por eso no era que no nos sacaban sino que era un retardo por las elecciones presidenciales. Nos tocó continuar con el servicio en la Larandia, Caquetá, donde habían quedado sesenta y nueve placas de los finados enterradas en el piso. Me hice inscribir como soldado voluntario para completar la brigada móvil de Larandia, pero cuando le conté a mi mamá se puso a llorar y me colgó el teléfono. Sin pensarlo ni dudarlo fui y me hice tachar. A veces me duele mucho el comportamiento de mi familia; cuando mis hermanos mayores prestaron servicio militar a ellos no les faltaba la carta mandada por mí mamá. ¿Por qué recrimino esto? Porque es que una carta en el ejército es la moral más grande que uno

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puede tener. Mi mamá a mí me hizo dos llamadas y una carta en todo el tiempo que estuve. En el ejército lo más duro es estar lejos de la familia y que lo olviden duele más que un tiro o que le peguen; lo digo por experiencia propia. A conciencia creí que iba a ser mal hijo porque cuando cogía algodón le daba la plata a mi mamá y no me la recibía. Me decía que yo la necesitaría. Gracias a Dios no salí miserable con mi mamá. Si tengo mil quisiera darle dos mil, mi misión es ayudarla porque ella está solita y si Dios quiere la voy a ayudar hasta que Dios todo poderoso me lo permita. A pocos días de terminar mi servicio militar obligatorio hubo incorporación para seguir como soldado voluntario, lo que ahora se llama soldado profesional. Les conté a mi mamá y a mis hermanos que me iba a incorporar y que necesitaría plata para irme, pero ninguno en mi familia me quiso prestar. Bueno, Dios sabe cómo hace sus cosas.

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Pero una señora llamada Ángela Acevedo cuando le conté lo sucedido me brindó su apoyo y me prestó diez mil pesos que su hijo me entregó. Mi mamá estaba trabando en el ancianito cocinándole a los viejitos y ese día mi mamá no se quiso despedir de mí. La entiendo porque quedó llorando y sentimentalmente destruida. Agachando la cabeza me fui nuevamente al ejército, ya no a regalar mi tiempo sino ganando sueldo y buscando nuevas aventuras. Me incorporaron para el batallón de contraguerrilla número doce -Diosa del Chaira y lo hice para triunfar, combatir o morir. Ser soldado voluntario es otra clase de vida muy diferente a estar prestando servicio militar. Al inicio nos hicieron calle de honor que es como si mi mamá me diera un beso en la frente; el entrenamiento solamente duró tres semanas y nos

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mandaron de una vez a las compañías a que íbamos a pertenecer. Cuando llegué al batallón me pareció extraño que todos los soldados usaban bigote, en ese tiempo era permitido, sin embargo el derecho al bigote lo quitaron como a los seis meses. Hoy en día la guerrilla ha hecho lo mismo: anda igualita como el ejército: bien peluqueados, bien vestidos y bien afeitados. Empecé a camellar: uno va aprendiendo perradas por medio de las amistades que va haciendo y por eso a los tres meses ya me quería salir, estaba muy aburrido, le pedía a mi Dios todas las noches que me diera valor de seguir adelante a ver si algún día podía tener una pensión. Los primeros meses del noventa y ocho fueron suaves, ya en el noventa y nueve empecé a sentir el silbido del plomo sobre mi cabeza. En un combate por lo general cuando uno está nuevo los compañeros le aconsejan a quién pegársele para

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continuar avanzando en combate. En ese tiempo la guerrilla practicaba mucho la maniobra de la bolsa, que consistía en que el ejercito los persigue y cuando menos se piensa envuelto por el contrincante en forma circular. Yo le pedía mucho a mi Dios que si había un combate me permitiese estar allí, aunque ya sabía cómo se escuchaba el plomo. Quería sentirme muy cerca de la muerte. Al año de estar trabajando empecé a tener esos momentos intensos y tenebrosos, donde uno se desespera por dispararle al enemigo y darlo de baja. Es tanto que, cuando teníamos un combate, siempre iba en la línea fuego corriendo en ancho frente, en zigzag y disparando. A mí me gustaba mucho gritar en el combate y repetir la palabra ¡hiépalehijueputa! Intentaba guiar a mis compañeros para hacer las cosas bien, pues, como en la mayoría de combates los comandantes casi no se aparecían en la línea de fuego y

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cuando se aparecían no decían nada, me tocaba a mí guiar al grupo, no sé si era por miedo que los comandantes no avanzaban o por estrategia para proteger al grupo. En uno de los primeros permisos conocí a una muchacha del campo, nos ennoviamos y formamos un hogar muy hermoso, nos casamos y tuvimos tres hijas. Cuando estaba en la fuerza aprovechaba cuarenta y ocho horas de permiso y venía hasta el Huila a visitar a mi mamá, mi esposa y mis hijas. Luego de seis años salí trasladado para la ciudad de Neiva al batallón Los Panches; estando allí, durante seis meses me pensionaron por problemas psiquiátricos y por ser herido dos veces. Ahora pienso que siempre voy a vivir con este trauma. Sin embargo, creo que cuando uno sufre en la vida y se salva de muchos peligros y cree en Dios todopoderoso, viene luego su recompensa.

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EL BICHE

Mi nombre es Alejandro, nací el 14 de octubre de 1993en Villavieja, tengo 17 años. Mi mamá y mis hermanos somos de allá y mi papá es de Aipe. Somos 5 hermanos: 1 mujer 4 varones. Recuerdo que a los 6 años, estaba cortando un palo, no muy grueso no muy delgado y con la peinilla me corté un pie. Estuve hospitalizado 2 semanas y me cogieron trece puntos. Después de eso me alenté, y mi tío me invitó a que fuéramos a coger unas lombrices para ir a pescar. Emprendimos el viaje en bicicleta y, atravesé la llanta de atrás con mi pie y me atrapó la pierna; se me veía todo el hueso, del talón y tuve que ir nuevamente al médico y estar hospitalizado una semana más. Como a los 8 años, el ingreso a la escuela fue difícil porque mi hermano y yo nos agarrábamos todos días con los peladitos que nos la montaban,

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pues, no nos la dejábamos montar ni de los de quinto. Con los profesores la relación no fue muy buena porque no aprobábamos ningún grado. De tanto perder primero me regalaron el año y pude pasar a segundo, donde por la pendejada de estar peleando casi dejo a mi hermano tuerto con una silla. Así transcurrió mi infancia al lado de mi familia. La situación para nosotros no ha sido ni tan buena ni tan mala, hemos tenido los tres golpes de comida del día. Mi papá trabaja duro, él saca algodón, café y va a minear. Actualmente voy a trabajar con él. Conseguir novia fue muy bonito para mí. Yo tenía 12 al igual que Clara. Ella una vez fue a la casa y nos pusimos a hablar, me dio confianza y yo aproveché. En ese tiempo salíamos todos los sábados y pues yo le pedí el cuadre, Clara dijo que sí y nos cuadramos el 6 de agosto del 2000. Eso nunca lo olvidaré porque son cosas muy bonitas que cambian la vida. Lastimosamente nos dejamos de

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ver y ya han pasado cuatro años desde la última vez que nos vimos. A mi mamá a veces le saco la rabia. Ella dice que soy muy cansón y que yo no la quiero, “Era mejor haber parido un montón de alambre púa en vez de tenerlo a usted” decía. Yo me quedaba callado y pensativo; eso me dolía antes, ahora ya no, uno se acostumbra a que le digan esas cosas y el dolor queda en el pasado. Mi primer trabajo fue cogiendo algodón con mi papá. Yo me amarré una tula y no sabía cómo era y él me enseñó. Mi segundo trabajo fue cogiendo café en Pitalito y Santa Rita. Anduve esos lugares cogiendo café y lo que recuerdo era que mi papá me daba los sábados 2000 pesos y él se ponía a jugar billar pull. Cuando se me acababan los 2000 pesos yo le pedía otros 2000. Él solo me daba 1000 y con eso compraba galguerías. Uno de los lugares donde anduve era una finca grande que tenía las camas

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llenas de pulgas que no me dejaban dormir. A pesar de las pulgas fue un lugar muy bonito porque los palos de café no eran ni muy grandes ni muy pequeños, nadie molestaba, los trabajadores eran buena gente con nosotros. Cuando estuve por allá aventurando con mi papá, nos íbamos para la zona como se dice, nos sentábamos por allá a tomar y pues, yo tuve relaciones sexuales con una muchacha de allá. También conocí en otra finca a la hija de un patrón. En esa finca estuvimos cogiendo café dos semanas y los dos primeros días de la primer semana que llegué a mí la peladita me gustó y pues al parecer yo también le gusté. Nos cuadramos y no habíamos completado ni un día de novios cuando ella se me entregó. Recuerdo que estábamos mirando televisión, ella se fue para la cocina y como a mí siempre me ha gustado colaborar, me fui y le ayudé a lavar los platos y a colgarlos. Ella me dijo que quería hablar conmigo y fuimos a hablar allá

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en el galpón donde dormíamos los trabajadores. La nena me dijo que quería tener relaciones conmigo y yo solo era un niño de aproximadamente diez años y ella tenía como trece años. A pesar de que era más grande que yo, parecía una niña, no tenía cañones allá y yo tampoco. Nos salimos del galpón y nos fuimos a una parte baja y pasó lo que tenía que pasar. Durante el tiempo que duré en esa finca esa era la tarea de todos los días. Los sábados ella quedaba sola y yo aprovechaba para recoger leña, colaborar en la casa y quedarme acompañándola toda la noche. Recuerdo los sitios donde andábamos con ella: la finca de al lado que era del papá, los paisajes, los laureles, las flores y el aroma a campo que no he vuelto a sentir desde que estuve allá. Ese sitio era chévere, mejor que los otros lugares donde me ha tocado trabajar. No había pulgas, la finquita

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estaba bien cuidada, tenía buenos colchones, buenas camas, comida y los patrones y jornaleros eran muy respetuosos. No se perdían las cosas. Como había escrito anteriormente, la primera vez que fui a la zona fue en Santa Rita. Yo tenía ocho años, estaba chino y mi papá me dijo que desde los siete años él se metía por todo eso, que no sería raro que yo me metiera en esos sitios porque es algo normal para todo hombre. Mi papá me dio trago y pues me dijo que no le fuera a contar esto a mi mamá ni a nadie. Mi papá me dejó estar con una de las muchachas. Era una china, más niña que mujer y mi primera relación fue con ella. A los ocho años yo no eyaculaba como lo hago ahora. Esa noche que fui al prostíbulo con mi papá fue como de casualidad, porque nosotros ya veníamos para la finca sanos. Mi papá se encontró con unos amigos y ellos lo invitaron a tomarse unas cervezas: Vamos a tomarnos unas

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cervezas que hace rato que no hablamos, le dijeron a mi papá, Que queremos hablar con usted, le dijeron, además le ofrecieron transporte hasta la finca y un puesto dentro del carro para que me acostara si me quedaba dormido. Mi papá aceptó y nos fuimos. Cuando llegamos allá, llegó la niña que ya estaba desarrollada. Mi papá habló con ella, le pagó y nos fuimos para una pieza. Yo no temblaba de miedo, pues, estaba borracho. La muchacha me decía que yo era muy joven para estar en ese sitio y me contó que ella quería salirse de esa vida porque era muy dura. Qué fácil iba a ser acostarse con viejos borrachos, gordos pecuecudos y hasta cagados. También me dijo que yo era muy chusco, me comenzó a tocar y el resto no me acuerdo. Creo que fue mi primera borrachera en la edad del biberón. La muchacha me decía que cada noche atendía a un hombre, ella lo lamentaba porque no tuvo la oportunidad de tener una mamá o un

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papá que la cuidara. Gracias a Dios yo si tuve papá y mamá durante mi infancia. Al tiempo, conseguí una novia hasta el año pasado. La quise mucho y lo que no hice con ninguna mujer lo hice con ella. Ya no tenemos nada por mi culpa. Ella dice que soy el culpable de que hayamos terminado, porque me tocó irme a trabajar a Caldas por el tiempo de la cosecha de café, así que yo se la dejé encargada a Daniel, mi amigo. Él estudió en este año 2010 con nosotros y ahora está en Bogotá. Estando en Chinchiná llamé a mi novia desde mi celular pero no me entraba la llamada. Insistía cada ocho días pero nada, por lo cual llamé a mi mamá y le dije que buscara a Daniel para que pudiéramos hablar. Cuando estuve en contacto con él le pedí el favor que fuera donde mi novia y le preguntara qué pasó con el celular porque no contesta. Él fue pero no sé qué le dijo, porque cuando accedió a contestarme estaba muy brava.

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Cuando llegué otra vez al municipio de Aipe se movió otra hoja: Daniel me dijo que mi novia se besaba con un pelado de la tarde que se llama Franco, pero yo soy de los que piensan que ojos que no ven corazón que no siente. Cuando pude hablar con la nena me dijo que yo andaba con otra según le había dicho Daniel. Busqué a mi amigo y le pregunté qué le había dicho, a lo que me respondió que sí, que él le había dicho eso pero que era molestando. Mi novia a los dos días me dijo que por eso ella me había puesto los cachos con el tal Franco. En Caldas yo estuve trabajando juicioso y esperando el día de volverla a ver. Sentía tristeza e impotencia al no poderme comunicar con ella. Las únicas mujeres con las que hablaba en Caldas era la señora que hacía la comida y la mujer del patrón. Mis únicos amigos fueron los andariegos que metían vicio todas las tardes. A pesar que me portaba bien, el amor es algo que no alcanzo a entender.

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Mi ingreso a la nocturna fue porque no pude continuar estudiando en la tarde por problemas disciplinarios y además tenía que ayudar en los gastos de la casa. Cuando estudiaba en el colegio por la tarde mis amigos me decían que no me dejara de nadie porque en la escuela yo mandaba y tenía que seguir siendo así. Yo les decía “no es que yo me deje”, sino es que no quiero tener problemas con nadie en el colegio. Yo no sabía qué era evadir clases, pero gracias a mis amigos aprendí a hacerlo. Creo que por eso perdí el año, por estar de pendejo. Ahora mis amigos andan por ahí de arriba para abajo, sin una profesión u oficio propio, fuman, beben y hay uno que anda en pasos peores. Ahora que estoy grande mi mamá me ha cogido más respeto; si tengo un problema con alguno de mis hermanos ella ya no se pone a llorar y a decirme que era mejor haber parido un kilo de alambre púa. Tal vez es que

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me quiere más ahora porque colaboro para los gastos en el hogar. Antes por cualquier cosa era con un palo encima a pegarme, pero como ya tengo casi dieciocho años ella no quiere que me vaya de la casa, ni mucho menos a prestar el servicio militar. La plata que me gano trabajando se la doy a mi mamá. A veces dejo cinco mil, diez, veinte mil pesos para salir a dar una vuelta o cuando tenía novia para comprarle algún vinito, una torta el día de los cumpleaños, tomarnos una gaseosa, un collar, aretes, manillas, etc. He pensado retirarme de la nocturna porque si no le puse cuidado al estudio cuando estaba más pequeño, mucho menos ahora que tengo diecisiete años. Pero al ver que tengo compañeros con más de cincuenta años que están estudiando, pienso que sí puedo, que vale la pena el sacrificio de estudiar en la nocturna.

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Muchas veces asisto sin cenar hasta las diez de la noche que salgo. Mi mamá me motiva a que siga estudiando para que cuando preste el servicio militar no me manden al monte. Sé que si estudio tengo más posibilidades de conseguir un trabajo en una empresa y ganarme un salario justo, trabajar en la sombra y ganarme lo suficiente para tener los recursos para ayudar a mi familia y formar la mía propia. Mi vida ahora que ya soy adolescente no ha sido tan suave pero tampoco muy dura. Ahora estoy solterito para la que quiera compartir conmigo. No tengo un trabajo estable pero cualquier trabajo que me salga yo le hago: guadañar, minería, agricultura, trabajo en lo que sea siempre y cuando no le haga daño a nadie y si no sé hacer el oficio, lo aprendo rápido.

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EDWIN DUCK

Mi nombre es Edwin, tengo 17 años, vivo en el municipio de Aipe con mi mama y mis hermanos, estudio y trabajo. Son muy pocas las amistades que tengo. Nací en Aipe Huila el 4 de junio de 1994 a las 7 de la mañana, tengo 7 hermanos y soy el quinto hijo. Mi papa vive en Bogotá y él tiene 2 hijos por aparte. Mi vida no ha sido dura pero uno en esta vida uno no tiene que renegar de nada. Mi infancia la viví con mi abuelo y los hijos de mi tía y mi mamá. Nosotros estudiábamos, mirábamos televisión, íbamos al rio con mis primos y buscábamos frutas que estuvieran en cosecha. Económicamente vivíamos no tan mal, pero también en esta vida nadie nace con plata y pues para uno tener lo que quiere hay que conseguirlo y saber conseguirlo por las buenas,

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De mi papá no recuerdo nada porque se fue cuando yo tenía cuatro años de vida. Mi mamá tuvo un hijo, el tercero de los cuatro, quien a los cuatro meses de haber nacido le dio parálisis cerebral. Él está en silla de ruedas y en el momento tiene 21 años, mi mamá lo cuida y lo protege a pesar de las dificultades. ¿Qué más le escribo? Lo más bonito que recuerdo de la infancia es la navidad en especial el 24 de diciembre porque iban unas amigas y unos amigos que llevaban regalos y todo eso. Pensaba que lo más duro de mi infancia era vivir sin papá, pero no: lo más duro de la infancia es el comportamiento y la actitud que uno toma hacia la familia y hacia la mamá. De mi mamá pienso que es una mujer muy verraca al criar a 7 hijos, uno en silla de ruedas sin la ayuda de mi papá. Ella es una mujer luchadora, trabajadora, echada pa’lante y muy responsable con nosotros.

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Al terminar la primaria mi mamá me matriculó en el colegio en la jornada de la tarde. Ese día nos reunieron y repartieron en grupos; con los pocos estudiantes que conocía estábamos un poquito perdidos, pero, al final y como siempre, ese día no tuvimos clase. Al otro día si tuvimos clase, nos presentaron con los compañeros y al inicio del periodo todo era bien. En el transcurso del grado sexto yo no quería estudiar; me comportaba mal, los profesores me sacaban del salón y me ponían a dar vueltas en el polideportivo, me tocaba barrer todo el espacio afuera del salón por comportarme mal. Entonces, me ponía a recoger basura y a jugar fútbol. Barría los pasillos, recogía plásticos, hacíamos jornada de limpieza dentro del colegio, en el bosque hacíamos bancas, a limpiar el lago y todo eso, pero poco estudio ya que eso no me importaba. A veces hacer trabajos varios sirve para distraerse de las cosas de la vida.

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Me salí de estudiar por tener problemas con los compañeros. Una vez me sancionaron por la confusión de un problema de mi hermana, pues, a mí me inculparon y después de la sanción no volví a estudiar dos semanas. A la tercera semana vine y me tocó adelantarme en los talleres y ejercicios que habían hecho. Me sancionaron por defender a mi hermana. Ella tuvo problemas con una vieja y mi hermana tenía que hacerle unas preguntas. Yo le dije a la vieja que mi hermana la necesitaba y la ella le mando a decir a mi hermana:”Abrase, vaya coma mierda”. Luego a mi hermana le dio rabia y la paró y, entonces la muchacha se le alzó a mi hermana y fue a pegarle junto con una amiga que la acompañaba, por lo que yo me metí en el problema para que no le fueran a pegar a mi hermana. De ahí peleamos y gritamos en el polideportivo del colegio, los

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profesores nos separaron y de ahí nos llevaron para rectoría. A la salida del colegio se agarraron las amigas de mi hermana con la vieja esa, y a lo último el problema llegó a la policía, todos salimos corriendo y al otro día nos llamaron a la rectoría. Yo no quise volver a estudiar en esa época. Salí aburrido de los problemas y de la incomprensión de muchas personas. Ahora estoy estudiando de noche. Si Dios quiere y me lo permite quiero prestar el servicio militar en la policía, pero, si el ejército me coge pues me toca irme para allá porque no hay plata para pagar la libreta. Pensaba en la política desde pequeño pero me he dado cuenta que eso tiene muchas vueltas raras y uno gana muchos problemas y más grandes que el que tuve en el colegio. Claro está, uno se puede ganar problemas en todas partes, pero jugar con la plata de todos es algo que me parece muy grave.

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Esperaré a ver si puedo terminar el bachillerato aquí en la nocturna y esperar a ver si puedo ingresar a la policía para poder ayudar un poco más a mi familia y a muchas personas que me han ayudado. Esto es lo único que les puedo contar de mi vida, esas son las cosas más importantes y también más irritantes que me han sucedido.

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EL HÉROE DEL ALJIBE

“Mi hermana vivía por aquel tiempo en una casa de Jesús Guzmán, a quien llamaban Mierda de Perro. Yo había ido a pasar las vacaciones de fin de año. Había terminado el grado primero y esperaba la navidad sin mucha ilusión. Tenía claro que en la casa, y en el barrio, las cosas no iban bien. Esa mañana me levanté temprano y me fui al patio donde había gallinas, cuyes y otros animales que llamaban la atención. En el centro del patio, entre los árboles, había un aljibe que tenía los bordes recubiertos con chonta, que es una madera de palma. La hija de Luz Dary, la vecina, podía tener unos tres años y estaba acurrucada sobre la chonta, mirando el fondo del pozo. Yo la vi y corrí hasta allá para mirar lo que ella veía en el espejo del agua. Cuando llegué al borde, pisé la chonta que se levantó con mi peso y lanzó la niña al vacío. Fueron sólo unos instantes. Miré a todos lados. No había nadie.

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Luego miré hacia abajo y la vi salir una y otra vez mientras se ahogaba. Sentí un montón de emociones que, aún hoy, no se definir. Entonces, me lancé al aljibe. En el agua supe que no sabía nadar, pero que estaba allí para salvarla. Los dos empezamos a subir y bajar, mientras el agua nos entraba por boca y nariz. En una de las subidas que coincidimos arriba, la agarré por el cabello y seguimos subiendo y bajando los dos al mismo tiempo. Sentí que íbamos a morir. Pero no me importó. Tenía más miedo que ella muriera por mi culpa y que a mí no me pasara nada. En una de las subidas agarré una raíz que salía de la tierra y grité pidiendo ayuda. Pasó bastante tiempo antes que llegaran para sacarnos. Era de mañana y hacía frío. A ella se la llevaron sus padres envuelta en una frazada. Nadie preguntó por mí, pero ya me había pasado el miedo y la vergüenza. Estaba solo, pero estaba contento. En realidad estaba orgulloso de mí mismo. En la casa, por aquellos años, la navidad era escasa. Luz Dary, la madre de la niña, me regaló una

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camisa amarilla en la que un cazador mataba patos verdes sin clemencia y, al parecer, sin necesidad. Después vino la vida y los hechos de ese día se convirtieron en algo parecido al olvido. Solo cuando tenía cincuenta años y estaba haciendo el balance de las cosas por las que la vida ha tenido sentido, lo volví a pasar por el corazón (Recordare). Fueron pocas cosas, pero allí, entre las primeras estaba la historia del aljibe. No sé si en lo que queda del camino podré hacer algo mejor, pero en los días en que se me hace difícil bajarme de la cama para enfrentar la vida, recuerdo que ya a los seis años había sido un héroe. Entonces el día se anima y la vida recobra su status de digna de vivir.”

Aníbal Quiroga Tovar Profesor Invitado.

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CAMINOS Después de mi encierro por más de ocho años como prisionero de guerra, creí que nada podría derrumbar mis planes y expectativas en el futuro. Sin embargo, muchos creen que estoy loco, para otros, soy torpe e ignorante por mi forma de pensar y me cierran la puerta a la sociedad intelectual. Si, está bien: reconozco que sufro de nervios. Sin embargo, usted amigo lector puede apreciar con cuanto ordenamiento, con cuánta rigurosidad selecciono mis ideas para contar esta historia: ¿no creo que usted piense como ellos? usted, si usted querido lector, es una persona cuerda como yo. Usted sabrá racionar y estructurar mi relato para darme la razón y estribarme en este proceso que ha marcado mi vida. Todo comenzó con un viaje, un simple viaje en avión como de costumbre en mis funciones de servidor público. Pero no… no fue así; fue el viaje que me llevó a conocer la montaña y la manigua

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desde adentro y no simplemente desde el cielo al lado de un buen vodka y alguna acompañante de vuelo. Después del aterrizaje forzado en una carretera del municipio del Jobo, los secuestradores me llevaron por docenas de fincas y en cada una de ellas los campesinos que me atendían, tal vez por obligación, reconocían mi rostro: algunos se apiadaban de mí ofreciéndome su hospitalidad, pero otros, se acordaron de las reuniones en donde los elogié por su arduo trabajo y les prometí mil ayudas que nunca llegaron. Tal vez confié tanto en mis asesores que creí que ellos se encargarían se eso. Anduve por la cordillera oriental por más de un año hasta que llegué a la llanura, a una pequeña casa rodeada de muchos árboles de más de quince metros de altura donde solamente se le veía la cara al sol veinte minutos al medio día. La casa a pesar de ser pequeña era acogedora. Estaba completamente construida con

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madera de Roble y de Nogal (cómo olvidar ese olor tan agradable a Nogal, me daban ganas de volverme una termita y devorarme la madera). La casa contaba con un subterráneo en el cual me encerraban y se ocultaban los guerreros para no ser olfateados por el Tucano y los helicópteros que cada veinte días sobrevolaban la manigua. El encargado de custodiarme era un anciano enjuto de carnes que no medía más de uno cincuenta. Era un hombre pequeño, en una casa pequeña custodiando a un gran hombre de la patria. Pero, ¿por qué después de dos años de secuestro me dejaron solamente con el viejo? ¿Por qué cuando vivía en sociedad me protegían hasta quince escoltas y ahora en mi cautiverio solamente me vigila un anciano decrépito y apestoso? Estás preguntas me las hice más de mil veces y creí que sería muy fácil salir de mi secuestro. Para escapar aproveché que el anciano se quedó dormido leyendo un libro

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sobre Niklas Luhmnann escrito por un tal profesor de la Universidad de la Amazonía. Eché un pedazo de panela para iniciar mi huida y caminé por más de tres horas entre la selva; luego me senté a descansar en una piedra quedándome dormido por unos diez minutos. Quise continuar mí huida, pero los pellizcos y las mordeduras que me dieron las hormigas alrededor de mis caderas en busca de la panela hicieron que me arrancara los pantalones. Esos insectos eran los más grandes que he visto de su especie y tal vez para ellos la panela era una ambrosía como lo era para mí lograr escapar. Decidí quitarme los pedazos de pantalón que me quedaban y estando en la diligencia no pude desprender una hormiga de la entrepierna que estaba a punto de entrar en mis pantaloncillos. No supe cuál fue el dolor más fuerte, si el de mi pene erecto por las picaduras, o el de mi garganta por el grito tan fuerte que exclamé. Sin embargo, ¿sería tan fuerte mí grito si nadie lo escuchó?

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Creo que en la selva el lenguaje y el pensamiento son una quimera. Con mucho esfuerzo me repuse del incidente y en mi desgraciada situación pensé que lo mejor sería volver donde mi secuestrador, así que no dude en seguir el camino que había recorrido. Con mucha dificultad llegué en la noche. El anciano al verme nuevamente no se inquietó con mi presencia. No me regañó, ni se alarmó al verme suelto. Nunca me había hecho daño y nunca me dirigió palabra, solamente se la pasaba leyendo y tosiendo por toda la casa. Sabía que tenía que huir, así que a los pocos días intenté realizar mi aventura a pesar de la fiebre que me acompañaba. El anciano me daba unos menjunjes para el dolor, ya que observaba mi dolencia constantemente. Me los tomaba y a veces los aplicaba sobre mi piel; el dolor se iba pero la fiebre no. Esa fiebre, la misma fiebre que sentí y a veces siento cuando me pongo nervioso. Pienso… pienso que no me

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hablaba por su posible tuberculosis que lo atacaba cada día más fuerte. En mi segunda huida fui más prevenido con los alimentos que llevé. Los granos de arroz que juntaba de las comidas de las últimas semanas los guardé en un calcetín; estaba un poco duro, pero cuando el hambre apremia cualquier bocado es un manjar. La ruta de escape fue diferente: había observado hacia dónde caía el sol durante los veinte minutos que lo podía ver y decidí buscar el occidente. Creía que si seguía esta ruta podría llegar a las montañas del Huila por donde me trajeron. Anduve un día entero con su noche y el fiambre que llevaba fue el motor que me impulsó a seguir. Al día siguiente sentí un calor infernal pero conté con la suerte de encontrarme un río de aguas azules, o tal vez verdes, como no había visto ninguno. Con mucha precaución y observando que no hubiesen animales peligrosos decidí descansar y darme un baño.

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Llevaba unos tres minutos en el agua cuando observé que muy silenciosamente se acercaba a mí un tronco lleno de musgo. Al percatarme que ese tronco tenía dos bolas maras, pude reconocer que se trataba de un caimán de más de tres metros. Me repuse e intenté salir rápidamente, pero en la orilla resbalé sobre el barro. ¿Alguna vez dormido has querido despertarte y correr pero no puedes? Esa es la sensación que sentí al ver a ese caimán cerca de mí: Impotencia y nervios, muchos nervios… iguales a los que siento ahora… amigo lector… ¿Me puedes dar un cigarro o una leche condensada?... Bueno, intenté buscar un palo o una piedra para espantarlo, pero el caimán ya estaba cerca de mí, así que comprendí que ese destino era el único camino a la libertad. El caimán inició su ataque. Lo miré fijamente y me acordé de un senador amigo que miraba como aquel animal cuando hablaba de la seguridad demo gástrica y del terrorismo. Sin previo

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aviso, de una rama que estaba cerca al barrial cayó una anaconda tan larga como un poste de luz, claro que más flaca, (no quiero que usted amigo lector comience a pensar como ellos). La anaconda envolvió al caimán debilitándolo y empezó a devorarlo. Dicen que estoy loco por decir esto. ¿A quién se le va a ocurrir que un caimán con su gran poder y agilidad en las riveras de los ríos pueda ser devorado por una culebra? Yo lo vi y no era un sueño. Tardé un tiempo en salir del fango que rodeaba el río y pude ver a la serpiente tan apacible e indefensa, devorando lentamente el caimán en una coordinación tan armoniosa que solamente la puesta del sol podría decir a qué hora terminó su manjar. Quise correr y no pude. Quise gritar pero ¿qué ganaba? Fue un momento de impotencia. Sin embargo, no sentía miedo, ni rabia ni nada. Ya no era nadie, así que no era nada. Sentía como pasaba el tiempo, como viraba

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el mundo y comprendí que mi presencia era efímera. De repente, en la orilla donde yo estaba apareció el viejo enjuto de carnes y mal vestido. Traía en su mano un gusano mugriento que apuntaba hacia donde yo estaba. Al lado del gusano traía my billetera y unas hojas masticadas parecidas al laurel. Él no me dijo nada ni yo le dije nada. Sólo contemplábamos la anaconda devorando al caimán. El anciano tomó el camino de regreso a la pequeña casa sin decirme nada. Lo único que pensé fue en seguirlo. Qué más daba, no fue bueno pero fue lo mejor haberlo seguido y darme por vencido. Así permanecí en esa casa solamente con el viejo y su tos asquerosa. Tosía por todos lados y por todos lados habían escupitajos. No aguantaba más esa situación: incomunicado con la civilización, con mi familia y con mis deseos de

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servicio a la comunidad, además, conviviendo con un ser despreciable. Tenía que hacer algo o me enloquecería, así que esperé muchos pero muchos días, tal vez años. Observé al viejo y lo analicé todo el tiempo sin oírle pronunciar palabra, tratando de ver cómo se comunicaba con el mundo y qué lo hacía vivir tan apacible en ese lugar. Nunca fui amable con el viejo a pesar de ser el único ser humano que convivía conmigo. Lo observé cada minuto, cada segundo, a la hora de cenar, en sus lecturas matutinas, a la hora de ir al baño y hasta en los momentos del día en que sabía que iba a escupir sin precaución. Esperé días y noches, sigilosamente… una noche llegué hasta su cuarto, abrí la puerta, esperé un rato observándolo tan indefenso roncando. Su garganta no paraba de resoplar como si estuviera lleno de flemas; lo tenía en la mira, sabía que tenía que hacerlo, pues ante todo era mi secuestrador. Sabía que tenía que era el momento, pues ya llevaba mucho tiempo en su

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cuarto, sin embargo esperé un rato contemplando cómo una araña devoraba un insecto. El viejo se despertó y no se percató de mi presencia, se acercó a la jarra del agua que tenía en la mesa de noche; entonces, me acerqué rápidamente y sin darle tiempo de reaccionar hice lo que tenía qué hacer. La araña que se había dado un banquete con aquel insecto ahora se daba un festín con el vino de sangre que bebía sobre el piso de la habitación. Durante una hora contemplé el cuerpo al lado de las patas de la cama. Podía sentir miles de arañas llegar hasta la mancha de sangre que se regaba por el suelo. Pero, su garganta seguía sonando con su carga maldita que me desesperaba, así que, tomé nuevamente el machete y terminé decapitando el cuerpo inerte. Todo quedó en silencio y por fin era libre. No me afané por desaparecer el cuerpo ni por limpiar los regueros esa misma noche, pues sabía que nadie

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llegaría, al fin y al cabo, yo ya era libre. En la mañana había algo que hacer: recogí el cuerpo y lo colgué detrás de la casa en un árbol que servía para curtir cueros, sabía que las aves de rapiña merodeaban el sitio y sería cuestión de horas para acabar con la evidencia. El cuarto lo arreglé tan ingeniosamente, no sé por qué lo hice, si lo que quería era salir de allí rápidamente. Ahora era libre para hacer lo que quisiera, pero ¿por dónde escaparía? Registré los papeles del viejo en busca de alguna guía para salir de allí, pero no había esperanzas. Sentí unos pasos y unas palabras en clave, por lo cual sabía que se trataba de otros secuestradores; me preguntaron por el viejo, y les dije que había salido en busca de una clase de gusanos para su enfermedad. Pero pasen por favor, les dije como si fuera mi casa, y sin contestarme palabra tomaron mi ropa y me llevaron con ellos.

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¿Para dónde me llevan? les pregunté, Ya va a salir de esto, ¿Y el viejo?, El sabe lo que tiene que hacer, mañana llegan unos heridos que lo acompañaran, Pero ¿para dónde me llevan?... No alcancé a escuchar la respuesta del guerrero. Cuando me desperté me llevaban en guando. Al reponerme les dije que yo podía caminar, pero me dijeron que no había necesidad. Al girar mi cabeza sentí un gran dolor en el cuello, que se alivió al darme cuenta que ya estaba en campo abierto esperando un helicóptero. Me llevaron a otro país, salí en la tv internacional y me hicieron miles de recibimientos al llegar a Colombia como si fuera un héroe. Me sentí como Jesús de Nazaret en Domingo de Ramos, por fin, mí libertad era completa. Dos semanas, o tal vez más, al asistir a homenajes y reuniones sociales, me percaté de olvidarme del aquel tema y no comentarlo con nadie, no quería

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que pensaran mal de mí. Pero, en una tan acostumbrada rueda de prensa pude sentí que el viejo estaba allí. No lo pude ver pero lo sentía entre la gente, podría haber sido algún periodista con problemas de garganta, tal vez un escolta de los que nuevamente tenía o, tal vez, la primera dama de algún burgomaestre con problemas respiratorios que abundan en estos lugares, pero ahí estaba, con su tos inmunda. Primero fue muy tenue, los demás no la sentían o lo callaban, por no comentarlo en frente de las buenas personas. Todos me preguntaban cosas, querían fotos conmigo, me aclaman, pero me torturan con la tos o la voz ronca del viejo reencarnado en muchos cuerpos. Me torturan, siento la carraspera en mi garganta, ¡No más, no más!, ¡demonios repugnantes!, ¡sí lo he hecho, maté a un maldito viejo tan repugnante como ustedes, esta allá, allá en la selva, detrás de la casa, colgado de un árbol!

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El liberado se encuentra en shock, y habla sin cordura, publicaron las noticias y no faltó el columnista que se apiadó de mí y comentó que lo que había confesado no era tan grave, pues los enemigos hay que tratarlos a plomo. Sí, estoy nervioso, muy terriblemente nervioso, por favor, no vayas a toser. ¿Te das cuenta que no estoy loco?

Oscar Fernando Chambo Ruíz Docente – tutor de la propuesta.

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Asociación de Mujeres Productoras de Cárnicos – ASOMUPCAR

Me llamo Beatriz Rodríguez Rengifo, soy una mujer sencilla, muy tranquila, tengo 42 años, soy nacida en Pereira, departamento de Risaralda, llegué al oficio, yo diría que por razones culturales y educativas de mi propia familia. Bueno de mi madre, a la que por lo demás, no culpo. Yo cerré con ella ese capítulo hace ya muchos años. Conocí el sexo de manera temprana, como a los 14 años. Fue con mi primer novio. Mamá se enteró y se le vino el mundo encima. Ella, una mujer casada por la iglesia y católica practicante, creció con la idea de la virgen como modelo femenino. Algo así como bonita, obediente, trabajadora, hogareña, rezandera y buena para criar hijos. A partir de esa visión, la virginidad era el legado más grande que la naturaleza me había dado; con ella tenía que abrirme

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camino a través de la vida. Es decir, debería utilizarlo para conseguir un hombre, casarme y cumplir con las tareas de reproducción de los hijos y de continuidad del modelo agrocatólico que imperaba en el país, y que todavía se estira hasta nuestros días en muchas partes de esta sufrida Colombia. Mi mamá se había separado, la familia de su esposo, de quien figuraba como mi papá, seguía apoyándola en la crianza mía y de mis hermanos. Una hermana de mi padre, mi tía para todos, era dueña de muchos bares finos en Pereira. Cuando me pasa eso de la metida de patas, mi mamá consideró que yo ya no servía para nada, que no tenía futuro, que sin virginidad ya había perdido los derechos a vivir en la sociedad normal. Ya no tenía opción de casarme y de organizar una familia o de estudiar. Bueno, esta última alternativa no estaba tan clara para nosotras las mujeres. Aún hoy las mujeres de los sectores populares no vemos esa opción como algo real. Los

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roles de la mujer estaban por el lado de casarse y parirle hijos al marido, cuidar y arreglar la casa y la cocina, que eran los espacios vitales de las mujeres de mi tiempo. Allí pasaban buena parte de sus vidas, resignadas y envejecidas en forma prematura. Mi mamá me dijo que yo ya había perdido todo lo que tiene que perder una mujer. Entonces me llevó donde mi tía y me entregó a la familia de mi padre. Yo no sabía que iba a pasar con mi vida, siempre he creído que mi mamá tampoco, pero la que si tenía las cosas claras era mi tía. Mamá fue y se lavó las manos: “Ahí se la entrego, ella me defraudó, no estuvo a la altura de mis expectativas. Entréguensela al papá pa´que vea que hace con ella. Yo a esa muchacha le dije, le rogué, le supliqué, le lloré, le pegué, pero siempre metió las patas. Ya no tengo nada que hacer con ella. Avísenle al papá o ustedes miraran que hacen con ella, porque yo hasta aquí llegué. Salvo responsabilidad. Ya en ese estado, ¿cómo la voy casar?” -dijo y se despidió de mi tía que la

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sostenía económicamente en representación del marido separado. “Ya es hora de misa y estoy retardada” –comentó mientras caminaba hacia la puerta para salir. En ese momento sentí el peso de la orfandad y dos lágrimas abrieron surcos en los polvos que ella me había puesto para maquillarme la cara, luego bajaron hasta la boca y se metieron por las comisuras de los labios. Literalmente me las tragué, y aunque sé que las lágrimas son un poco saladas, esas me supieron amargo. Mi tía Eva, que al mismo tiempo era mi madrina de bautismo, me miró con una lástima mezclada con la alegría que apareció en sus ojos de proxeneta veterana. “No, váyase tranquila pa´ la casa mija, que yo si sé qué hacer con ella. Claro, déjemela aquí. Tranquila, váyase tranquila”-dijo mientras dejaba ver cada vez más el entusiasmo por mi llegada a su negocio. Ese día fue triste, pero después supe que la vida no cree en lágrimas y, como el primer día, aprendí a comérmelas callada.

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Mi tía no me dejaba juntar con las “putas”, como decía ella. Yo dormía con ella en la cama. La comida de ella y la mía eran muy diferentes a la de las demás prostitutas, los maricas y los travestis. Yo comía a la carta, de buenos restaurantes, por pedidos a domicilio. No podía sentarme con las otras mujeres, porque mi tía decía que eran unas “perdidas” y que yo apenas era una niña. Para mí ella llamaba los mejores clientes. No eran clientes de tomar trago, ni de droga, ni que de noche, no. De noche no me dejaba salir al negocio, yo solamente me movía en la casa de mi tía. Y los clientes que mi tía reservaba para mí, entraban por la puerta de la casa, como si fueran a hacerle visita, y de una vez estaban conmigo. No me dejaba salir. El nivel social de los clientes que atendía comprendía secretarios del despacho departamental, funcionarios públicos, uno que otro cura, abogados y el obispo. Allí me di cuenta que el obispo era un hombre común y corriente y que su forma de

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hacer el amor era lo mismo que la de cualquier otro cristiano y que no se me había santificado el cuerpo por hacerlo con él. Tampoco me convertía en mula del diablo en la semana santa, como dicen por ahí que pasa con las mujeres que se acuestan con un obispo. Pero no solo el clero desfilaba por la casa de mi tía. Además de proxeneta, mi tía era política. Era de las que se envolvían en la bandera del partido liberal, y contrataba 5 o 10, carros a los políticos de su preferencia, en campaña y en elecciones. Ese Santofimio, era uno de los clientes que ella apoyaba. Y era una señora de dedo parado en ese pueblo. Usted va allá y todo el mundo tiene que ver con mi tía. Ella tenía una relación muy fuerte con los políticos, pero era, ella mi tía, la dueña del negocio, convertía a esos políticos en mis clientes. Lo de ella conmigo era un negocio sano, porque consideraba que yo no era puta. Me mantenía guardada. Para salir tuve que volarme. No me dejaba salir para ningún lado sin su compañía. Además tenía una

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vaina como de feria de exhibición, porque muchos de esos políticos y funcionarios iban al negocio y hacían vales o cheques por sus consumos. Y, al final de mes, me hacía vestir con el mejor vestidito y nos íbamos a cobrar los vales. Entonces ellos me decían con un susurro: -“Mañana voy a las 4 pm. Evita, no me deje ir la muchacha que el sábado voy, téngamela listica”. Allí estuve encerrada, durmiendo con mi tía 2 años oliendo sus humores de tabaco, perfume y alcanfor. A los 16 años me volé. Pero antes de que eso pasara, los clientes más pulidos traían otros amigos y entonces ya no querían estar escondidos, viéndole la cara a mi tía y a mí, sino que querían estar en la parranda. Entonces mi tía, a las buenas o a las malas, me tenía que dejar salir, porque el cliente quería estar afuera y el cliente siempre tiene la razón. Allí fue cuando empecé a hacer amistad con las otras putas. No tanto, porque mi tía me echaba mucho ojo y no me dejaba tomar bebidas alcohólicas. Cuando

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lograba tomar algo me sentía feliz, luego me quería desquitar con todos y después llegaba el dolor, porque me estaba haciendo consciente de lo que estaba pasando con mi vida. En esos dos años me gustaron muchos pero no me enamoré de ninguno, solo lo hacía por oficio y porque ya sabía que parte de la plata que ganaba era entregada por mi tía a mi mamá, para ayudar a criar a mis hermanos. Yo pensaba que lo que mi tía había hecho, era lo mejor, sino por qué me protegía tanto. Además ella decía que yo vivía lo mejor, o sea, lo que ella consideraba lo mejor. Mi tía cogía la plata y le daba una parte a mi mamá. Y mi mamá cada ocho días iba al negocio, pero solo podía ir un ratico en la tarde, porque siempre había clientela. Tampoco mi mamá, casada y pura como una hostia y, además, recién salida de comulgar, se iba a quedar con mi tía por mucho tiempo. Mi tía la echaba ligero: “Bueno mijita, váyase que van a venir unos clientes”, le decía mientras ella se santiguaba con los billetes

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recibidos y se marchaba sin mirar atrás por un momento. Cuando comencé a hacer relaciones con las putas más veteranas del negocio, que, curiosamente, se parecían a mi mamá. O, bueno, eso me parecía a mí. Eran muy recorridas, habían estado en Surinam, en Panamá, en Aruba, en Brasil. Ellas me contaban, mientras estábamos atendiendo la clientela. Una puta señorona, que se llamaba Doris, me dijo: “No, no, no, usted si es muy bobita, yo con ese cuerpo que usted tiene y la juventud, ya estaba cagada en plata”. Y eso me hablaba maravillas y, pues, imagínese, yo todo el tiempo encerrada, era una tonta que no conocía nada. Y esos comentarios me deslumbraban. Hasta que un buen día me volé, para Buenaventura. Mi cédula es de allá, llegué de 16 años y allá, en un negocio que se llamaba, “El Jardín de las Estrellas”, la dueña me consiguió la cédula, con los clientes de la Registraduría, porque así es como funciona, solo unos polvos más y ya era mayor de edad, algo así

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como si la edad se midiera por la cantidad de polvos que uno se tira. Claro que eso no es del todo cierto porque entonces yo sería una octogenaria. Luego, me volví como una gitana, iba y venía. Después de que salí de donde mi tía, nunca me quedé mucho tiempo en una sola parte. Iba y venía de acuerdo con las noticias que llegaban, anunciando donde estaba la plata. En Leticia, con los coqueros, en Boyacá con los mineros, en La Dorada con los paracos, en Puerto Asís, con los coqueros y los políticos. Allá conocí a muchos políticos que ya están muertos. Entre otros, conocí al brasileño que era enlace de la guerrilla, Fernandiño. Ese era dueño del negocio donde yo trabajaba. El lugar se llamaba dizque, Brasilia. Otro fue uno de esos capos famosos de la coca, Carlos Lehder, trabajé mucho para él en el Ecuador, tenía unas tierras allá con cultivos de flores, llevaba muchos colombianos. Todavía conservo una pijama del pendejo ese.

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En esas vueltas de ande y conozca, me dijeron que en el Caquetá había mucha plata, que eso rodaba la plata. De eso hace ya 19 años. Llegué al bar Las Pereiranas, en la carrera 13°, frente a las carnicerías y las ventas de huevos del mercado público, en pleno centro de la ciudad. Todavía existe ese bar. Ahí donde queda el paradero del bus que sube para el barrio Tovar Zambrano. Después me pasé para el bar California, en la esquina del DAS, en la carrera 12 con calle 18. Allí trabajaba durante la semana y, los sábados y domingos me iba con un montón de amigas a pasar mercado a los pueblos, a las puntas coqueras donde había plata, porque esa información fluye entre nosotras. Eso se va sabiendo, donde venden, donde compran. Donde bajó el helicóptero con tal cantidad de plata, eso se sabe y ya desde antes de salir para el trabajo. Yo llegué al Caquetá fue buscando plata, por lo del auge coquero. Me gustó el Caquetá a pesar de toda la adrenalina que hay que tener para vivir aquí y peor en una casa de

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prostitución. Pero pasó algo para lo que no había venido: me enamoré y me quedé hasta el sol de hoy. Fue de un cliente diferente que me rompió todos los esquemas. Antes no me había enamorado, en el Caquetá me enamoré. Era un funcionario público atípico: inteligente, culto, respetuoso y honesto. No parece posible, pero se podía ver a través de él. El también se enamoró de mí. Los que vivimos del amor sabemos cuando llega, porque llega como debe llegar, sin buscarlo y quizás sin merecerlo. Vino y se posó sobre nosotros para hacernos vivir una experiencia que nos transformó. Estuvimos muchos años juntos, yo seguía trabajando como puta y él era mi marido. Eso es difícil en un país como el nuestro lleno de prejuicios y complejos. Es un hombre al que le agradezco muchísimas cosas. Yo suelo decir que parte de lo que soy ahora, se lo aprendí a él. Ya no me importaba tanto lo que tenía sino lo que era. Él me cambió la cabeza, me la llenó de esperanza y empecé a creer que yo también cabía en el mundo. Que había un lugar para mí. Me devolvió

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la confianza y sentí que podía hacer cosas por mí misma y por las que compartían el mundo de la prostitución conmigo. Ya no tenía ni miedo, ni vergüenza. El amor me había devuelto la idea de que la vida vale la pena ser vivida. Entonces decidí quedarme, ¡quería vivir y darle sentido a mi existencia! Si, fue al amor el que me devolvió la fe perdida. Por eso me quedé. Esa es la verdad. A las putas o trabajadoras sexuales, como nos dicen ahora –eso cambia muy poco- nos discriminan por lo que somos y por lo que hacemos. Quizás, porque proyectamos con nuestros actos todo lo que las personas temen y desean. Porque les descubrimos su lado oscuro y les disparamos unas fuerzas propias que no pueden resistir. Si supieran todo lo que conoce una puta en el oficio, quizás nos tuvieran más respeto que a un confesor. Hay más intimidad y comunión en el diálogo de la piel, que en la confesión. Los secretos que se descubren en la pausa de la entrega

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amorosa no se logran con la presión de la violencia. Pese a todo hay gente que nos detesta. Por ejemplo, conozco una señora que es una empleada antigua de la Alcaldía, y yo sabía que ella estaba casada y tenía un amante, un hombre chusquísimo. Resulta que ese mismo tipo se volvió tan amigo, tan cliente mío que llegó a enamorarse de mí, estando yo trabajando en el California y esta vieja se dio cuenta. Ella pasaba por el bar y veía el carro del tipo parqueado enfrente y supo con certeza que su tipo andaba detrás de una puta del California. Desde allí me marcó y esta es la hora que la tipa me detesta. Después, la doctora Lucrecia, que era la alcaldesa, brindó a las trabajadoras sexuales un espacio organizativo, laboral y formativo. Ese hecho nos convirtió a ambas en compañeras. La tipa nunca aceptó reconocerme como alguien diferente y con especificidades que estaba ahí, en el mundo al lado de ella. Es una profesional, pero no puede perdonar la competencia en los asuntos de la cama. Hoy, cuando voy a la alcaldía, ella me dice ¿Que

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necesita señora? Siempre en tono irónico. No puede perdonar que una pueda saber sobre su desempeño en la cama. O que conozca que le da al marido y que le da al amante, o que sepa las debilidades y las enfermedades que pueda tener. Porque los hombres que atendemos cuentan todo. Y si tienen unos tragos en la cabeza, casi que puede uno escuchar lo que quiera escuchar. Nosotras lo que hacemos es una transacción, un intercambio y buscamos ganar en él, porque tenemos hijos que atender, con todas las necesidades que implica levantar una familia. Vendemos lo que vendemos de acuerdo con el cliente, porque en la vida todo está estratificado. La vida nos enseña muchas cosas que nos ayudan a vivir. Y como la calidad de lo que hacemos depende de muchos factores, entregamos servicios personalizados que consideran: ¿a quién se ofrece el servicio?, ¿dónde se ofrece?, ¿cómo se ofrece?, ¿cuándo se ofrece?, ¿por qué se ofrece? ¿para qué se ofrece el

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servicio?, ¿Por cuánto se ofrece? Los servicios a los raspachines son a la carrera y se le cobra lo que es. Ellos, generalmente, son jóvenes que piden rebaja, lo hacen trabajar duro a uno y la piden la ñapa o encima. Sin embargo, con ellos se va al grano, porque cuando llegan están casi regándose, después de muchos días de abstinencia. Preguntan ¿por cuánto me lo da?, Antes se han tomado unas dos cervezas para tener el valor de preguntar. La acción es a la carrerita y ya, sale pa´pintura. Se les cobra lo de la pieza y se los despide tan pronto terminan. Otra cosa es con el dueño de la finca o del laboratorio. Ese generalmente es casado y llega con sigilo, se toma una cerveza y llama a la muchacha que le gusta. Le ofrece una cerveza y almuerzo. Como es un hombre mayor, que dice: “Mija, trabaje todo el día y me guarda la amanecida”. Luego sale, hace la remesa, y empieza una ronda por las cantinas del pueblo para ver, hablar y saber lo que pasa. En cada una de ellas se toma 2 o 3

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cervezas, almuerza, compra los insumos para los cultivos y llega hacia a las 8 o 9 de la noche, por la reserva de amanecida que tiene pactada con una de las mujeres del bar. Algunos nunca llegan porque mueren en la ronda por las cantinas del pueblo. Fuera de nuestro mundo se cree que las muchachas que trabajan en esto se gozan lo que hacen. No niego que pueda ocurrir, pero la mayoría de las que estén en esto, más que disfrutarlo lo soportan como un trabajo. Cuando se vende un servicio, es solo eso, un servicio, no nos involucramos. Los hombres que utilizan los servicios de prostitución, en general, no son exigentes, sólo buscan lo suyo y eso se les entrega rápidamente. La verdad, la mayoría son huérfanos que buscan compañía y pagan por confesar que la necesitan. No todas las muchachas están preparadas y quitan la soledad sin dar la compañía. Buscan a alguien que los escuche o con quien desinhibirse de muchas cosas que no han tenido en

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esta sociedad de complejos e hipocresías. Muchos buscan con quien bailar y reírse un rato. Pagar por tener alguien con quien reírse en compañía, parece increíble, pero eso ocurre en el mundo en el que actuamos bajo la máscara de la prostitución. A la larga, solo quieren ser ellos mismos sin tener que rendir explicaciones. Todo porque a sus esposas les han dicho que son casadas por la iglesia y no les dejan acariciar los senos, Muchas posiciones están prohibidas, les da pena decirles a sus parejas y tienen miedo que los hijos sepan que tienen fantasías para llegar a un orgasmo. Eso mismo ocurre con las novias, pues no quieren mostrar todo lo que saben y practican para que sus enamorados no crean que son experimentadas y las desechen por impuras. Otros se visten de mujer y se maquillan, entonces uno se quita la ropa y se la presta. A nosotras que actuamos en el espacio de lo íntimo, nos sorprenden pocas cosas. Después cobramos y ya. Yo digo por la experiencia que me tocó y me quedo con la idea, que la mayoría de los

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clientes lo que busca es un poco de compañía, es decir, que llega donde nosotras por pura soledad. Y de eso no son culpables las personas de forma individual, es que esta sociedad cerrada y rezandera, educó a las mujeres para la frustración en el plano sexual, porque tienen que jugar, durante toda la vida, a parecerse a la virgen, para poder ser considerada una mujer decente. Hoy que se habla del diálogo de la piel y creo que tienen la razón. Los clientes llegan buscando el diálogo como una forma de encontrarse consigo mismos y, ya pudiendo ser propios, extenderse a la comunicación con los otros. Bueno, es cierto que comunicación es comunión y por eso hacemos las veces de confesoras. Si, ese papel que la iglesia no permite a las mujeres de forma oficial, pero que ocurre en estos espacios que rompen con lo que se impone como normal. Sin embargo, esto es lo que permite que la sociedad funcione, porque da salida a muchas cosas necesarias pero prohibidas. Es curioso, pero así

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funciona la vida. Ya ve que no nos pueden censurar, porque jugamos un papel importante en el mantenimiento del equilibrio de la sociedad. Es así de sencillo, la nuestra es la profesión humana más antigua, sin embargo, no quieren reconocer su estatus y su necesidad. En mi carrera, creo haber dado los más impropios de los consejos, pero me han sido agradecidos como los mejores. No son pocos los matrimonios que se han equilibrado por las sugerencias de una compañera, apenas con sentido común. Así es la vida, nosotras no la inventamos. Así funciona pese a todos los prejuicios que hay sobre nosotras. En la práctica de nuestro trabajo el cuerpo se convierte en un territorio en el que se reflejan los conflictos de la sociedad y de las personas, es decir, en estas regiones tan permeadas por la guerra, poco a poco, todo se militariza. El prostíbulo es un escenario donde llegan todos los actores sociales que usted pueda imaginarse: limosneros, indigentes,

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viciosos, empleados, propietarios, raspachines, comerciantes, artesanos, obreros, ganaderos, curas, vendedores de tinto, de agua, de chontaduro, de mariguana, curas, acordeoneros, mariachis, obispos, una que otra monja descarriada o alguna ama de casa desconsolada. Porque allá también llegan mujeres que van a buscar relaciones con otras mujeres. El prostíbulo es como un micro mundo al que llegan desde diferentes posiciones sociales y todos se igualan en la necesidad de sexo, compañía, ternura, confianza, comunicación, fantasías o extravagancias. Pero los clientes más comunes son los hombres que llegan como huérfanos buscando entrar por la misma puerta por donde salieron al mundo. Me ponía a verles la cara al entrar y luego al salir y comprendía toda la soledad y el abandono al que sometemos lo que más queremos y no nos damos cuenta. Por ratos, he pensado en el prostíbulo como un elemento necesario para mantener la salud social y personal de

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la comunidad. Se imaginan esta zona del país donde, además de la cantidad normal de hombres, participan en la puja por las mujeres los jóvenes alistados en el ejército, los milicianos, los paramilitares, los policías, el DAS, los guerrilleros, los informantes, los delincuentes comunes, los sicarios y los aventureros. Nosotras tenemos que atender a este inmenso grupo de hombres jóvenes que son muy activos en lo sexual. Como saben que pueden morir en cualquier momento quieren sacarle el mayor gusto a la vida, y ven en el sexo una forma de escape a los horrores de la guerra. Ellos llevan la plata y nosotras estamos allí para ganárnosla. Nosotras no podemos hacer distingos, trabajo es trabajo. Por esa misma razón termina uno acostándose con gentes de todos los bandos y por lo tanto, sabiendo más de lo que deseara saber. Eso es muy peligroso porque además de las cosas que interesan de forma directa al curso de la guerra, están los aspectos familiares que los pueden hacer vulnerables, porque la guerra no respeta nada. Los que descansan en la

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apacible vida del hogar también pueden recibir el impacto de las acciones que se dan en los escenarios de la guerra. En nuestros cuerpos se dan cita los cuerpos de los hombres que salen a morir o a matar. En las agonías del amor salen a flote los temores, los odios, los afectos, el respeto, la dignidad, la identidad. Todo un manojo confuso de sentimientos y emociones que muchas veces se expresan en lágrimas. En la piel se citan los rivales con diferencias de horas. Cuando van a matar, vienen porque no quieren irse sin tener un encentro con el placer de vivir la vida. Cuando regresan de matar, también vienen con la carga de sus culpas o con la idea del heroísmo y la victoria, para disfrazar el vacío que causa matar a otros por razones que la mayoría de las veces no alcanzan a comprender. Más allá de ser un cuerpo para complacer los ardores de la carne insatisfecha, las trabajadoras sexuales somos amigas, confidentes, confesoras de secretos con los que no

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puede cargar un solo hombre, consejeras, escuchas pacientes, cómplices, baúles de secretos, acompañantes propicias, parejas de baile, consoladoras y amigas. El cuerpo de una es lugar de encuentro de todos los actores de la guerra y en toda su jerarquía, porque el impulso sexual es muy democrático, lo siente desde el comandante hasta el último de los reclutas y los informantes, que son los últimos y más despreciados entre las tropas. Todos se sienten muy hombres y pueden hacer casi cualquier apuesta para demostrarlo, pero en el juego erótico muchos héroes de la patria y de la contraparte, prefieren vestirse de mujer, ponerse medias veladas, ser castigados y sodomizados por la compañera para llegar al éxtasis. Luego se van sombríos, cargando sus consciencias, mientras nos dejan con sus miradas la responsabilidad del secreto y la amenaza sin palabras que nos compromete con la responsabilidad del confesor. Ellos hacen las guerras

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por la tierra para otros, pero también libran sus propias guerras por el dominio de las mujeres del sector y pasamos a ser botines que quedamos a merced de los vencedores, los ocupantes o los que ejercen la influencia en la zona. En la guerra se llega a los peores extremos y, cuando no se puede causar daño directo al oponente, se trata de dañar a todo lo querido y respetado por él. La mujer está siempre en el riesgo de convertirse en “objetivo militar” por ceder sus amores o sus favores a alguien de algún bando. Sus oponentes tratarán de dañarlo, dañando a sus novias, a sus compañeras, a sus esposas, aún a sus hijas, pues ellas son como una continuación del cuerpo masculino: su parte hermosa, amada y vulnerable que representa valores como la dignidad, el honor y la vergüenza, blanco propicio para venganza. Cuando el sexo cae en la red de intercambio del dinero, el cuerpo se entiende como una mercancía que se entrega a quien tenga para pagarlo. Si

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a eso se le agrega el hecho de que los armados se resisten al respeto de las convenciones, facultados por tenencia de las armas, entonces es muy difícil resistírseles o ser selectivos con ellos. Cada uno de ellos, independiente del grupo al que pertenezcan, es solo un cliente y nada más. Pero la vida nos juega malas pasadas y el amor cambia el curso de las exigencias del poder impuestas por el miedo o la fuerza. Cuando alguien se enamora de un actor armado se vuelve débil en el escenario de la guerra. Pues ella no soporta las reglas del amor y trata de destruirlo. Volvemos sobre el tema del cuerpo como teatro de combates, como cuerpo parcelado que se demarca en su posesión y en su uso. El cuerpo nuestro, en la zona de conflicto en la que vivimos, es mayormente un cuerpo que no tiene iniciativa para el amor y para la libertad, porque la fuerza de los hechos hace que sea cuerpo sumiso para la obediencia. Pero eso que nos ocurre a nosotras, no es diferente a lo que le ocurre al

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resto de mujeres colombianas que viven presas de una falsa moral que les impide ser y hacer lo que quieren. Cuando llegué aquí, ante la ausencia del Estado en lo sustantivo, la regulación de la prostitución quedó en manos de la subversión, que estaba muy preocupada con la salud sexual de sus combatientes. Entonces hacía controles que debíamos cumplir y que materializábamos utilizando los servicios del Estado. Ellos nos exigían no enfermar a sus guerreros, bajo la amenaza del castigo. Muchas prostitutas tuvieron que pagar sanciones trabajando en la construcción de caminos veredales. Bueno, no solo prostitutas, también mujeres del común, infieles, chismosas, mal habladas, mentirosas, etc. Sancionadas trabajaban por meses al lado de los hombres. A algunas les tocó trabajar cortando caña y haciendo panela para la guerrilla. El cuerpo no era solo deseado sino que era sumiso a las órdenes del grupo regulador. Cuando llegaron los otros la cosa se complicó mucho más. Empezaron a aparecer mujeres

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muertas, luego se dieron las desapariciones. Todavía tengo en mi agenda compañeras que no hemos encontrado, pese a que las hemos buscado durante años, por la selva, los pueblos, los ríos o los potreros del departamento. En ese periodo es cuando asumo el liderazgo para organizarnos, porque nos estaban matando y nadie decía o hacía nada por nosotras. Es más, creo que los moralistas, las beatas y los sectores más atrasados de la sociedad veían con buenos ojos lo que nos estaba pasando. La “limpieza social” mordía nuestro grupo. Cada mañana se encontraban en los basureros, en los recodos del río, en las zonas periféricas de la ciudad unos muertos sin dolientes. Todos eran pobres, unos estaban enfermos, otros eran drogadictos, otros solo eran ancianos y mendigos que “ensuciaban el centro de la ciudad”. Cuando nos organizamos, nos armamos de valor y empezamos a preguntarnos ¿qué pasaba? ¿Por qué nos habíamos

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convertido en carne de cañón para los grupos armados? Con la presión tan grande de la nueva población sobre las mujeres locales, no dábamos abasto atendiendo a la gente armada. Pese a que es un oficio, algunas se enamoran y sufren las consecuencias de pertenecer a un solo hombre. Los celos ocasionan tragedias y con alguna frecuencia la alternativa era, matar al cliente con el que la encontraban, matarla a ella o matarse por ella. Yo vi caer, unas veces junto a mí, otras veces sobre mí, a compañeras que se habían enamorado o de las que se habían enamorado. No enamorarse es una regla de oro en la prostitución, pero las reglas, sin excepción terminan por violarse y puede sobrevenir el drama y la tragedia, o… el encuentro con la vida, como fue mi caso. La verdad, también puede ser una comedia. En ese caso es bueno porque la risa nos ayuda a vivir en medio de la guerra, y fuera de ella también. Todos saben cuando alguna se ha enamorado. La cara de los clientes es diferente a la

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cara de los “mozos” (amantes). Generalmente, un mozo siempre fue primero un cliente y antes de que llegue el amor ha pagado sus encuentros. Al mozo no se le cobra, se le entrega todo a cambio de nada. En un ambiente donde la vida transcurre entre gente armada con conductas militares, poco a poco la vida va militarizándose, el lenguaje se militariza, las conductas se militarizan, las relaciones se militarizan, en fin, la vida adquiere comportamientos cuartelarios. El prostíbulo es un espacio con fuerte presencia militar, que termina por imponer sus formas de comunicación e interacción. La información es capital en el desarrollo de la guerra. Los diferentes bandos pagan por ella o por desinformar a su oponente. Ya vimos que las prostitutas funcionan como confesoras del ciudadano del común y del actor armado. Portadoras de información, se convierten en instrumentos del acopio de datos que alimentan el curso de la guerra. Todos los

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participantes directos e indirectos de la guerra corren riesgos y hacen correr riesgos a sus próximos. En los años duros de la confrontación era como si los prostíbulos fueran una continuación de los escenarios de combate en los que se enfrentaban las fuerzas del Estado y sus aliados y la subversión. Muchas de nuestras compañeras recibieron el impacto. Inermes, débiles, los machos guerreros se ensañaron en ellas sin consideración. Por supuesto, la militarización desbordó las fronteras de los escenarios directos de confrontación y llegó a la comunidad toda. El militar se convirtió en una figura admirada, reforzada por la apología del heroísmo militar del cine al uso en el medio. Las jóvenes veían en el militar, y después en otros actores armados, una opción que las sacara del incierto futuro de la vida monótona de los pueblos. Los largos brazos de la militarización, que empezó en los escenarios próximos, se extendieron a nuevos escenarios y

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penetraron la célula social básica. Muchas mujeres terminaron de novias, de amantes, de esposas y de amigas de actores armados y pronto se hicieron ver sus consecuencias de la militarización del amor. La relación puede verse en las oficinas de servicios de mensajería. Una larga cola de jovencitas recibe o envían giros y provisiones a sus héroes en sitios lejanos de la geografía del departamento o de la región. Han recibido de su amado la tarjeta donde se consigna su paga, que no llevan al teatro de guerra porque pueden morir en cualquier momento. Ellas son intermediarias que cumplen las órdenes de los que están en el frente: giro a las mamás, remesas y el mercado propio. Tampoco alcanzan para mucho los salarios de los guerreros. Ellas son también las madres de los hijos de la guerra. Los diferentes destinos se refieren a las zonas de dominio de los diferentes grupos. Un buen día puede ocurrir que los trasladan y cambian las claves de sus tarjetas. No vuelven más, una nueva ronda del amor con otras

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jovencitas se abrirá en otro frente, en la costa, en los llanos o en las selvas del Chocó. Durante buena parte del tiempo de la guerra yo no era sino una puta más, sin liderazgo, una puta común y corriente. No me senté a tomar esa decisión, nunca dije lo que sería, la dinámica de la vida me fue dando lo que soy. Es que me hacía falta darle sentido a mi vida más allá del simple respirar y comer y volver a respirar hasta que llegue el día final. Me nacía, defender las mujeres, me nacía estudiar. Yo trabajaba en Las Pereiranas mientras hacía mi bachillerato. Se burlaban de mí todas las otras prostitutas, porque llegaba de estudiar, dejaba el bolso y me sentaba a tomar trago, a bailar y a trabajar. Yo el bachillerato lo terminé en Comfaca, con unos módulos. Era todos los sábados, en el Juan XXIII. Yo estaba con mi cliente, lo dejaba y le decía: ya vengo voy a estudiar. Ahora tengo amigos que estudiaron conmigo y se ríen de mí. Los otros estudiantes salían de allá y llegaban

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hasta Las Pereiranas a hacerme barra. Si, eso se fue dando, yo nunca me senté a decir que hasta aquí, que fue hoy, que hago esta raya, y mañana ya dejo de prostituirme, no. Yo duré mucho tiempo en la Asociación ya como miembro de ASOMUPCAR y trabajaba en el California. Hacía las dos cosas al mismo tiempo. A ASOMUPCAR lo creamos nosotras, con el apoyo de la doctora Lucrecia Murcia. Éramos unas 20 mujeres, todas practicábamos la prostitución. Lo que hacíamos era chorizos. Fue que Lucrecia Murcia, la alcaldesa de hace no sé cuantos años, decía que en su Plan de Gobierno era recuperar el tejido social, y en ese tejido social, ella miró el tema de la prostitución. Cuando eso estaba lo de Madres Cabeza de Hogar, todavía no había tanto desplazamiento. Entonces con lo de Madres Cabeza de Hogar, ella lo que hizo fue montar un proyecto para enseñarnos un arte o un oficio para mirar como cambiábamos de oficio. Y, entonces, escogimos de manipular el chorizo

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por plata a hacer el chorizo pa’ fritarlo. Yo era como esa líder afectiva y de conocimiento. Les contaba a ellas lo que oía en la radio y ellas se descrestaban porque no sabían nada. También les contaba de otras cosas. Hasta las consultas jurídicas me las hacían a mí. Yo leía, no más. Y con lo que me decía este señor, él, que tiene una cultura general impresionante, yo aprendía mucho, y cogía los libros de él, porque él comía libros: desayuno, almuerzo y comida. Un melómano, también me contaba la historia de la música. Entonces todo eso descrestaba a mis compañeras. Ahora somos sólo amigos, él vive acá todavía. Aún cuando lo veo pasar me da alegría, porque, él con sus güevonadas, me cambió la vida. Lo que pasó fue muy doloroso, y casi que era el acabose de toda la vaina. Estábamos allí haciendo los chorizos, ahí tratando de organizarnos, ya teníamos la batica blanca. La doctora Lucrecia Murcia bajaba de su alcaldía,

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y nos daba vuelticas a cada rato. Nos dio un puesto para que nosotras vendiéramos los chorizos fritos en la puerta de la alcaldía, todos los lunes. Vendíamos mucho. En las ferias ella trataba de darnos espacio para que nosotras empezáramos a mirarnos como una microempresa. Pero un mago, de esos periodistas de pueblo, le pareció muy fácil decir que las mujeres que estábamos tratando de organizarnos, teníamos SIDA, que por eso era que Lucrecia Murcia nos había sacado de los bares. Ninguna, por supuesto, nos habíamos salido del prostíbulo, era un intento de organización. Ni siquiera sabíamos si era, asociación, microempresa, o venta de chorizos, en fin, eran solo intentos. Eso fue el acabose. Se acabó todo, la organización, los chorizos, todo, y comenzaron a matarnos las compañeras. Se desencadenó una “limpieza social” y el miedo de los comandantes de que contagiaran sus guerreros. Cuando eso nos sacaron unos carteles grandísimos con las fotos de nosotras, y abajo tenía escrito: SE BUSCAN. Cuando a mí me

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cuentan eso, que mi fotografía estaba por los ríos abajo y comienzan a matarnos y tirarnos al río y a los basureros, eso de la Asociación y los chorizos se acabó. Todo el mundo comenzó a echarme la culpa: “Usted que habla tanto”, “Usted que nos cita para hacer esos chorizos”, etc. El mismo día que el tipo dijo que teníamos SIDA salimos a vender los chorizos. Nosotras teníamos unos termos de icopor, y así hacíamos las ventas. Los clientes que nos compraban ese día no lo hicieron y regaban la bola susurrando “Esas son”. Y ese día no vendimos un solo chorizo. Cuando comenzaron las muertes, yo me voy con otras compañeras hasta el Secretariado, porque los carteles los pusieron por el lado del Bajo Caguán, Peña Roja, Remolinos. Bueno, allá en lo profundo de la selva, hablamos, les dijimos que nosotras no teníamos SIDA y les contamos la historia de quiénes éramos. Fueron muy amables, dijeron que estaban muy preocupados por la contaminación y

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que la solución era que nosotros teníamos que, cada 3 meses, hacernos los exámenes y, así lo hicimos. En los hospitales nos hacían el examen y les entregaban los resultados a ellos. Fue de la única manera que cesaron las matanzas. En ese momento decidimos organizarnos. Dijimos, no más, así no se puede. Eso fue hace unos años. Lucrecia Murcia estaba en el primer año de mandato. Ahí es donde yo tomo la decisión de reorganizarnos, de recuperar lo perdido. Voy y hablo con Lucrecia. Ella me da ánimo, pero le contesto diciendo que ya las muchachas no creían en mí y me echaban la culpa de lo que había pasado. Ella busca a Luz Mary Condomí, como psicóloga y a otra psicóloga, muy buena que se llama Nancy Losada, y pone esas dos mujeres a que se vayan a los bares de día y de noche a volver a convencer a las mujeres para hacer chorizos. Y volvimos a empezar, pero después de un trabajo psicológico impresionante que hicieron estas dos mujeres.

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Lo que nosotras hacemos desde la asociación es desarrollar buenas prácticas, para, desde la sociedad civil, disminuir la vulnerabilidad y para reivindicar los derechos de las mujeres que están en la prostitución. No es una lucha contra la prostitución, no somos tontas para creer que vamos a acabarla, pero si tratar de empoderar a las mujeres que están en situación de prostitución y a sus familias, porque nosotras ya nos dimos cuenta que cuando una mujer es la que está en situación de prostitución, es toda la familia la que está. Por ejemplo, yo tengo 3 hijos y nunca fui a un colegio de un hijo mío. Yo nunca fui a un paseo con un hijo mío, siempre pagaba para que me hicieran todas esas cosas. Por vergüenza y por miedo de ir a un colegio, o porque hacía media hora me había acostado con el rector, con el coordinador, con el profesor, con el vigilante, o con el barrendero. También porque uno a toda hora está escondido en el bar para que el muchachito no le diga: “huy parce yo vi a su mamá en el putiadero, usted es un hijo de puta”.

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Es que es toda la familia la que está en situación de prostitución. Trabajamos mucho ese tema, trabajamos también el tema de familia, la prevención y, con las mujeres que ya están en prostitución, trabajamos lo que son las buenas prácticas, trabajamos el tema del sustento. Cuando nosotras comenzamos a mostrarles esto a las mujeres y a darles herramientas para lograr su sustento diario de otra forma, vamos disminuyendo, a tal punto que algunas terminan haciendo otras cosas para no ir al prostíbulo. Por eso digo que en la prostitución el disfrute es muy poco, se sufre mucho por la discriminación, y la primera discriminación la padece uno en la casa, y no es que lo rechacen a uno en la casa, sino al contrario, todo el mundo sabe, pero todo el mundo lo ignora y se hacen los locos, porque es la única que trae plata a la casa. Entonces la mamá termina diciendo: “Esa muchacha me ayuda mucho, pero yo no sé en qué es que trabaja, como que en una cafetería. Sabiendo que uno está en la prostitución. Los

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primeros que lo secuestran a uno, los primeros que lo discriminan a uno son los de la familia. Por vergüenza o por dolor, o por todo lo que usted quiera, lo discriminan a uno. Y de ahí en adelante, se sufre mucha discriminación. Las mujeres miembro de la asociación somos muy inquietas, mantenemos mirando las necesidades, el trato que están recibiendo, la salud, la vivienda, la educación de sus hijos e hijas, la educación de ellas, si así lo quieren. Nunca obligamos a las mujeres que se salgan del prostíbulo, nosotras solo les mostramos las herramientas; les enseñamos unas cosas que hemos aprendido y que nos ofrecen instituciones como el SENA, la Universidad de la Amazonía. Porque no es fácil que usted le diga a una prostituta “Venga mijita haga chorizos y gánese 20.000 pesos y no vaya al prostíbulo a ganarse 50.000. Eso es ilógico. Pero si tratamos de involucrarlas en toda la dinámica, hasta el punto que las absorba tanto, el tiempo de la asociación, que

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disminuyen en un 70% las idas al prostíbulo. Hace unos años hicimos una alianza con Fundacomunidad, que es la fundación ejecutora de los recursos del proyecto Garidka. Una alianza para que desde nosotros, con nuestra experiencia, aportar en lo técnico y en lo educativo en los procesos que Garidka tiene en el departamento. Entonces ASOMUPCAR aporta mucho con el tema de género, todo el tema de mujeres, y en la parte técnica, en eso ha apoyado a Fundacomunidad. Desde luego que se apoya a mujeres que no están en situación de prostitución porque no podemos tomar a 20 o 30 prostitutas y ponerlas aparte de las otras. Y usted mira ahí en la dinámica como es. Cuando están en el proceso de capacitación, de acogida, de amistad, no se está preguntando ¿Usted de qué lado viene? Todas son beneficiarias de alguno de los procesos que ASOMUPCAR lidera y ese es el universo. Entonces, es como tratar de meter a las mujeres, que son

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discriminadas, que son punto aparte, y meterlas en la vida normal, porque cuando uno está en la prostitución no tiene una vida normal, es más, yo diría que es un secuestro, porque usted no va a la iglesia, a la fiesta, ni a la tienda. Que las prostitutas se vinculen con las otras mujeres. “La Casa de la Mujer” ha sido una iniciativa que nace de la necesidad de las mismas mujeres que nosotras apoyamos. Hay mucho problema jurídico: la demanda por alimentos, la reclamación de la ley de víctimas, mujeres desplazadas, es allí donde nace la idea de tener un espacio físico donde atender a estas mujeres. También por una iniciativa de ASOMUPCAR, en alianza con Fundacomunidad, y que apoyan organizaciones del País Vascoi, se busca que las mujeres tengan una casa para su familia. Tenemos datos de investigación, que muestran que cuando se disminuye el nivel de vulnerabilidad de las mujeres y se les da herramientas de sustento, ellas

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comienzan a disminuir las visitas al prostíbulo. Ya no tienen que ir un sábado, domingo y lunes festivo, enferma o aliviada, al prostíbulo o a un extramuros a conseguirse la plata del arriendo, porque ya tiene casa propia. Entonces comienza uno también con lo de la huerta casera y la ración de alimentos que se le da mensual, para la seguridad alimentaria, pero también conseguimos el cupo para los niños o niñas en el colegio, con gratuidad para esa mujer. Miren todos los componentes que se le van aportando y ella va dejando de ir allí. Las buenas prácticas para disminuir la vulnerabilidad hacia la prostitución. No tenemos otra alternativa para sacarlas de ese quehacer, pues cuando se tiene hambre… Yo soy feliz con lo que hago, me siento muy bien, quiero morirme haciendo lo que hago; no quiero cambiar de oficio; no quiero cambiar de pueblo; amo esta región profundamente, y cada vez, yo les digo a mis compañeras cuando nos

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despedimos; ustedes hasta mañana, porque tranquilamente se van a dormir, yo me voy a soñar en lo que tengo que hacer y esos sueños me toca ponerlos en un papel para convertirlos en realidad. Y ese papel me toca echármelo bajo el brazo para buscar los recursos y cumplirle con los sueños a las otras. Eso no es fácil. Los políticos me coquetean mucho, yo no la voy con ninguno, me coquetean en tiempos de campaña. No les ponemos cuidado, la asociación es neutral en ese tema. Cuando ya se posesionan en los cargos para los que fueron elegidos nos olvidan y algunos nos desprecian. Para ellos ASOMUPCAR no existe, por mas proyectos que les presentemos, no nos apoyan, no nos ponen cuidado y, fuera de eso, hay mandatarios sectarios y mandatarias sectarias que, al contrario, dicen: “Si esta no está conmigo es mi enemiga”. Entonces en los espacios donde saben que uno está, tratan de cortarnos las alas. Pero el reconocimiento que tenemos no lo hemos ganado, y eso

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lo dicen las mujeres y la gente, por eso, difícilmente un político, creo yo, nos pueda hacer mucho daño. Siempre que puedo rescatar, o disminuir la discriminación hacia una mujer, pienso que valió la pena. Siempre le doy gracias a Dios, a la vida y a Lucrecia, esa que no puede faltar, uno para empezar necesita el planteii, y ella nos dio la oportunidad. De pronto, nosotras sabíamos que íbamos a hacer muchas cosas, pero nadie nos había dado esa oportunidad, ni nadie nos había enseñado a hacer nada. Y yo creo que todos los días que me levanto y hago cosas, siempre pienso que vale la pena seguir. Aníbal Quiroga Tovar Florencia febrero del 2011

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FIN