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FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LAS EDUCACIÓN UNIVERSIDAD DE JAÉN Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación Trabajo Fin de Grado Correlatos neurobiológicos del proceso de duelo patológico o traumático Alumno/a: Marta Marín Arcos Tutor/a: Prof. D. Mª. Lourdes de la Torre Vacas Dpto: Psicobiología Octubre, 2016

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UNIVERSIDAD DE JAÉN Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación

Trabajo Fin de Grado

Correlatos neurobiológicos del

proceso de duelo patológico o traumático

Alumno/a: Marta Marín Arcos Tutor/a: Prof. D. Mª. Lourdes de la Torre Vacas Dpto: Psicobiología

Octubre, 2016

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Índice

Resumen

1. Introducción

2. Trastorno por estrés postraumático

3. Duelo

3.1 Fases

3.2 Tipos de duelo

3.3 Factores de riesgo y factores de protección

3.4 Repercusiones del duelo a nivel familiar, laboral y social

3.4.1 A nivel familiar

3.4.2 A nivel laboral

3.4.3 A nivel social

4. Bases biológicas del duelo patológico con síntomas de TEPT

5. Conclusiones

6. Bibliografía

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Resumen

El trastorno por estrés postraumático está presente en la vida de muchas personas.

Existen diversos eventos traumáticos, entre ellos se encuentra la muerte de seres

queridos. Este evento ocasiona un conjunto de reacciones físicas, emocionales, y

sociales que forman parte de un proceso llamado duelo. Ciertos tipos de muertes, como

las violentas y/o inesperadas son más proclives a que el doliente desarrolle un duelo

patológico o traumático, que puede incluir síntomas del trastorno de estrés

postraumático. Estas dos patologías tienen cierta similitud al ser dos síndromes de

respuesta al estrés. Las áreas cerebrales que parecen estar implicadas en ambos son la

amígdala, la corteza cingulada anterior y la corteza prefrontal medial. Cabe destacar que

el núcleo accumbens, que forma parte del circuito de recompensa del cerebro, parece

estar también implicado en el duelo complicado. Al respecto, se ha elaborado la

hipótesis de que los apegos activan los circuitos de recompensa y pueden, por tanto,

convertirse en una interferencia para la adaptación a las pérdidas. En definitiva, hay que

tener en cuenta que el tipo e intensidad de duelo dependerá de muchos factores

inherentes o circunstanciales de cada persona, del modo en que sucede el evento y del

grado de parentesco con la persona fallecida.

Palabras claves: duelo, duelo patológico o traumático, trastorno por estrés

postraumático, amígdala, corteza cingulada anterior, corteza prefrontal medial, núcleo

accumbens.

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Abstract

The post traumatic stress disorder is present in the lives of many people. There

are different traumatic events, among them is the death of loved ones. This event causes

a set of physical, emotional, and social reactions that are part of a process known grief.

Some types of deaths, such as those violent and / or unexpected are more likely to

develop the mourner a pathological or traumatic grief, which can include symptoms of

PTSD. These two pathologies have certain similarity to be two syndromes of stress

response. The brain areas that seem to be involved in both are the amygdala, the anterior

cingulate cortex and the medial prefrontal cortex, Is noteworthy that the nucleus

accumbens, which is part of the reward circuitry of the brain, appears to be also

implicated in the complicated grief. About it has been drawn up the hypothesis that the

attachments activate reward circuits and can therefore become a nuisance for adaptation

to losses. Definitively, we must take into account the type and intensity of grief will

depend on many factors inherent or circumstantial each person, the way it happens the

event and the degree of kinship with the deceased.

Key words: grief, pathological or traumatic grief, post traumatic stress disorder,

amygdala, anterior cingulate cortex, medial prefrontal cortex, nucleus accumbens.

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1. Introducción

Los eventos traumáticos y la pérdida de seres queridos son frecuentes en la vida.

Según un estudio publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2013,

llevado a cabo en 21 países, más del 10% de las personas encuestadas declararon que

habían sido testigos de actos de violencia (21,8%) o habían sufrido violencia

interpersonal (18,8%), accidentes (17,7%), exposición a conflictos bélicos (16,2%) o

eventos traumáticos relacionados con seres queridos (12,5%). Se estima en el estudio

que un 3,6% de la población mundial ha sufrido un trastorno de estrés postraumático

(TEPT) en el último año.

A lo largo de la historia, el ser humano se ha visto enfrentado a una diversidad

de sucesos traumáticos. Aunque en la actualidad las sociedades más modernas están

más desarrolladas, los hechos traumáticos en la vida diaria de las personas están siendo

cada vez más frecuentes, ya que los problemas habituales de la sociedad moderna como

pueden ser los bajos ingresos pueden dar lugar a conductas de robo con armas,

secuestros u homicidios; igualmente, la desintegración familiar puede conllevar a la

violencia doméstica, el tráfico y el consumo de sustancias ilícitas; por otro lado, los

fenómenos climáticos pueden originar una mayor frecuencia de catástrofes naturales.

Estos eventos traumáticos pueden llegar a desencadenar el trastorno por estrés

postraumático (TEPT), que está caracterizado por una triada de síntomas que incluyen

tanto fenómenos invasores (pensamientos, emociones, sensaciones, etc.,) como

conductas de evitación y síntomas de hiperalerta en respuesta al acontecimiento

traumático, que puede presentarse en cualquier individuo y a cualquier edad. Esta

patología constituye un problema de salud pública por su alta prevalencia, por afectar a

la población general, por la incapacidad que genera y por los altos costos de salud que

implica (Carvajal, 2002).

En este trabajo se tratará en especial un evento traumático como es la muerte de

un familiar cercano. Este tipo de evento traumático genera un conjunto de reacciones

emocionales, cognitivas y conductuales que se conocen como duelo (Romero, 2013).

La literatura recoge que entre un 10 y un 15% de las personas que han

experimentado una perdida van a desarrollar síntomas de duelo intenso durante un

periodo de tiempo prolongado (Kersting, Brähler, Glaesmer y Wagner, 2011; Prigerson,

Vanderwerker y Maciejewski, 2008). Actualmente a este tipo de duelo se le denomina

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duelo complicado o patológico. Los síntomas incluyen un fuerte anhelo por la persona

que ha fallecido, dificultad para aceptar la pérdida, sentimientos de incredulidad,

emociones como la pena, amargura o culpabilidad con respecto al fallecimiento y

problemas importantes a nivel de funcionamiento cotidiano, que se mantienen por al

menos seis meses tras la pérdida (Boelen y Prigerson, 2012; Prigerson et al., 2009;

Shear et al., 2011).

Aunque el duelo no es tratado como una enfermedad, es un acontecimiento vital

negativo que puede llegar a ser de gran intensidad para la persona afectada, sobre todo

cuando la pérdida se refiere a la muerte de un ser querido (Barreto y Soler, 2007). Por

su naturaleza estresante, puede llegar a producir un riesgo de enfermedad o llegar a ser

un problema sin solución y convertirse en duelo patológico. El duelo complicado puede

llegar a provocar un estado de aflicción y presentar síntomas parecidos a los de un

episodio depresivo mayor (Bayés, 2001).

Según un estudio realizado por Villaciero, Magaña, Bermejo, Carabias y Serrano

(2014), con una muestra en situación de duelo complicado, se encontró que las personas

afectadas por duelo que más suelen acudir en busca de ayuda psicológica son personas

que perdieron a su cónyuge o a un hijo/a, y que los que tardaron más tiempo en acudir

en busca de ayuda revelaban tener una relación de alguna forma negativa con el

fallecido.

Respecto a mi elección de este tema, he decido trabajar sobre él porque la

muerte de un ser querido es una realidad universal por la que tarde o temprano todos los

seres humanos tenemos que pasar. El proceso de duelo subsecuente a este hecho puede

tener en la vida de la persona afectada un mayor o menor impacto; cuando un duelo es

complicado la persona puede llegar a desarrollar un trastorno de estrés postraumático u

otras patologías. Es interesante conocer qué lleva a que un duelo pueda complicarse o

no superarse y, estudiar qué procesos neurobiológicos podrían estar a la base de este

hecho.

Las noticias sobre muertes trágicas, ya sean de carácter esperado pero inevitable

(por causa del cáncer, por ejemplo) o bien de carácter inesperado, traumático y/o

violento (atentados terroristas, catástrofes naturales como terremotos, accidentes,

violencia doméstica, etc.), son desgraciadamente un tema que invade de forma cotidiana

nuestras vidas. Este tipo de muertes, especialmente, pueden provocar en los familiares

más cercanos un trastorno de estrés postraumático caracterizado por un sentimiento de

miedo, angustia o ansiedad.

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El presente trabajo tiene como objetivo resumir las características de un proceso

de duelo complicado, que puede cursas con síntomas propios de un trastorno de estrés

postraumático, e intentar recopilar los datos publicados sobre los correlatos

neurobiológicos de este tipo de proceso.

2. Trastorno por estrés postraumático

El trastorno por estrés postraumático (TEPT) especifica un patrón de síntomas

que puede desarrollarse en personas que han sufrido estímulos estresantes traumáticos.

Existen cuatro tipos de síntomas que caracterizan al Trastorno de Estrés

Postraumático (MedlinePlus, 2005):

1. Reviviscencia del hecho, lo cual perturba las actividades diarias como por

ejemplo recuerdos reiterativos y angustiantes del hecho o pesadillas repetitivas del

hecho.

2. Evasión, como sentimientos de indiferencia o evitar personas, lugares o

pensamientos que le hagan recordar el hecho.

3. Hiperexcitación, como sobresaltarse fácilmente o tener dificultades para

conciliar el sueño o para permanecer dormido.

4. Pensamientos y estados de ánimo o sentimientos negativos, como culpa

constante acerca del hecho, incluso culpa del superviviente.

También puede tener síntomas de ansiedad, estrés y tensión: agitación o

excitabilidad, mareo, desmayo, sensación de latidos del corazón en el pecho o dolor de

cabeza.

Este trastorno se ha aplicado a un gran número de traumas, entre los que se

incluyen los asociados con el sufrimiento de delitos, violación o cualquier forma de

abuso sexual, abuso físico, accidentes de tráfico, muertes cercanas inesperadas, tortura y

desastres, tanto naturales como provocados por el hombre (Astin y Resick, 1997).

Según el DSM-V (APA, 2013), el trastorno de estrés postraumático aparece

cuando la persona ha sufrido, ha sido testigo o ha sabido por personas cercanas, de la

existencia de acontecimientos de agresión física o que representan una amenaza para su

vida, su integridad física o la de otra persona, y cuando la reacción emocional

experimentada implica una respuesta intensa de temor, desesperanza u horror.

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En el DSM-V (APA, 2013) se incluyen los siguientes criterios diagnósticos para

el TEPT aplicados a adultos, adolescentes y niños mayores de 6 años:

A. Exposición a la muerte, lesión grave o violencia sexual, ya sea real o amenaza, en

una (o más) de las formas siguientes:

1. Experiencia directa del suceso(s) traumático (s).

2. Presencia directa del suceso(s) ocurrido(s) a otros.

3. Conocimiento de que el suceso(s) traumático (s) ha ocurrido a un familiar próximo o

a un amigo íntimo. En los casos de amenaza o realidad de muerte de un familiar o

amigo, el suceso(s) ha de haber sido violento o accidental.

4. Exposición repetida o extrema a detalles repulsivos del suceso(s) traumático(s) (p. ej.,

socorristas que recogen restos humanos; policías repetidamente expuestos a detalles del

maltrato infantil).

B. Presencia de uno (o más) de los síntomas de intrusión siguientes asociados al

suceso(s) traumático (s), que comienza después del suceso(s) traumático (s):

1. Recuerdos angustiosos recurrentes, involuntarios e intrusivos del suceso(s)

traumático (s).

2. Sueños angustiosos recurrentes en los que el contenido y/o el afecto del sueño está

relacionado con el suceso(s) traumático (s).

3. Reacciones disociativas (p. ej., escenas retrospectivas) en las que el sujeto siente o

actúa como si se repitiera el suceso(s) traumático(s). Estas reacciones se pueden

producir de forma continua, y la expresión más extrema es una perdida completa de

conciencia del entorno presente.)

4. Malestar psicológico intenso o prolongado al exponerse a factores internos o externos

que simbolizan o se parecen a un aspecto del suceso(s) traumático (s).

5. Reacciones fisiológicas intensas a factores internos o externos que simbolizan o se

parecen a un aspecto del suceso(s) traumático (s).

C. Evitación persistente de estímulos asociados al suceso(s) traumático(s), que

comienza tras el suceso(s) traumático (s), como se pone de manifiesto por una o las dos

características siguientes:

1. Evitación o esfuerzos para evitar recuerdos, pensamientos o sentimientos angustiosos

acerca o estrechamente asociados al suceso(s) traumático (s).

2. Evitación o esfuerzos para evitar recordatorios externos (personas, lugares,

conversaciones, actividades, objetos, situaciones) que despiertan recuerdos,

pensamientos o sentimientos angustiosos acerca o estrechamente asociados al suceso(s)

traumático(s).

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D. Alteraciones negativas cognitivas y del estado de ánimo asociadas al suceso(s)

traumático(s), que comienzan o empeoran después del suceso(s) traumático(s), como se

pone de manifiesto por dos (o más) de las características siguientes:

1. Incapacidad de recordar un aspecto importante del suceso(s) traumático(s) (debido

típicamente a amnesia disociativa y no a otros factores como una lesión cerebral,

alcohol o drogas).

2. Creencias o expectativas negativas persistentes y exageradas sobre uno mismo, los

demás o el mundo (p. ej., “Estoy mal”, “No puedo confiar en nadie”, “El mundo es muy

peligroso”, “Tengo los nervios destrozados”).

3. Percepción distorsionada persistente de la causa o las consecuencias del suceso(s)

traumático(s) que hace que el Individuo se acuse a sí mismo o a los demás.

4. Estado emocional negativo persistente (p. ej., miedo, terror, enfado, culpa o

vergüenza).

5. Disminución importante del interés o la participación en actividades significativas.

6. Sentimiento de desapego o extrañamiento de los demás.

7. Incapacidad persistente de experimentar emociones positivas (p. ej., felicidad,

satisfacción, sentimientos amorosos).

E. Alteración importante de la alerta y reactividad asociada al suceso(s) traumático(s),

que comienza o empeora después del suceso(s) traumático(s), como se pone de

manifiesto por dos (o más) las características siguientes:

1. Comportamiento irritable y arrebatos de furia (con poca o ninguna provocación) que

se expresan típicamente como agresión verbal o física contra personas u objetos.

2. Comportamiento imprudente o autodestructivo.

3. Hipervigilancia.

4. Respuesta de sobresalto exagerada.

5. Problemas de concentración.

6. Alteración del sueño (p. ej., dificultad para conciliar o continuar el sueño, o sueno

inquieto)

F. La duración de la alteración (Criterios B, C, D y E) es superior a un mes.

G. La alteración causa malestar clínicamente significativo o deterioro en lo social,

laboral u otras áreas importantes del funcionamiento.

H. La alteración no se puede atribuir a los efectos fisiológicos de una sustancia (p. ej.,

medicamento, alcohol) o a otra afección médica.

Por otro lado según la Clasificación Internacional de Enfermedades, en su

décima versión (CIE-10), el trastorno de estrés postraumático surge como la respuesta

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tardía o diferida a un acontecimiento estresante o a una situación excepcionalmente

amenazante o catastrófica, que causaría por sí mismo malestar generalizado en casi

cualquier persona. Los síntomas esenciales para su diagnóstico, además de la vivencia

de una experiencia traumática, son: las evocaciones o representaciones del

acontecimiento en forma de recuerdos o imágenes durante la vigilia o el sueño, la

evitación de circunstancias que recuerden el trauma y la presencia de amnesia respecto a

algún aspecto importante de lo vivido, o bien de al menos dos síntomas de

hiperactivación.

Gran parte de la población está expuesta a más de un evento o experiencia

traumática que ocurre repetidamente (Kessler, 2000). En diferentes estudios

epidemiológicos se ha estimado una prevalencia anual del 1,1%-2,9% en Europa,

hallándose la prevalencia más alta (2,9%) en población de entre los 14 y 34 años de

edad. La prevalencia del TEPT parece ser más baja en Europa que en Estados Unidos o

Australia, debido a la variación que resulta del grado de exposición a los eventos

traumáticos (Wittchen et al., 2011). Stein y colaboradores (2014), llevaron a cabo un

estudio en 13 países en el que los resultados mostraron una prevalencia del TEPT del

3,3% según los criterios del DSM-IV, del 4,4% según la CIE-10 y del 3% según una

aproximación a los criterios del DSM-V.

Según el estudio ESSEMeD (Haro y colaboradores, 2006) la prevalencia vida

del TEPT en la población española es del 1,95%, siendo del 2,79% en la mujer frente al

1,06% en el caso del varón.

Hay que señalar que no todas las personas que se exponen a un suceso

traumático desarrollan TEPT. Hay varios factores de riesgo que hacen que la

posibilidad de que se presente TEPT y su cronicidad sea más alta. Estos factores pueden

ser que el evento se experimente en etapas tempranas, que se padezcan a la vez otros

hechos traumáticos, el género de la persona que lo experimenta, la severidad del hecho

traumático, una historia personal de estrés y de problemas conductuales o psicológicos,

la psicopatología comórbida, factores genéticos, una historia familiar de psicopatología,

historia de TEPT en los padres o una exposición por sucesos medioambientales

reactivantes (Hidalgo y Davidson, 2000).

Foa, Zinbarg y Rothbaum (1992), proponen que hay factores que contribuyen a

graduar la intensidad de la respuesta al trauma, como son la capacidad de control que

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tiene el sujeto sobre la situación, la capacidad de predecir el hecho y la amenaza que se

percibe.

También se destaca el papel que tiene el dolor en la intensificación de la

respuesta frente a la situación traumática (Schreiber y Galai-Gat, 1993). Cuando el

hecho traumático se acompaña de alguna pérdida, o cuando aparecen sentimientos de

culpa o humillación por lo ocurrido, posiblemente la intensidad de la respuesta

emocional ante el trauma se acentuará (Yehuda, 2002). Por otra parte, puede haber

factores de peor pronóstico cuando se incluyen lesiones físicas que acompañan al

trauma o la necesidad de hospitalización (Carvajal y Carbonell, 2001). Por otro lado,

hay factores de riesgo que se asocian al sujeto, pero que no son exclusivos para el

TEPT; como por ejemplo el sexo. Las mujeres tienen el doble de riesgo de desarrollar

TEPT que los hombres (Kessler, Sonnega, Bromet, Hughes y Nelson, 1995). Algunos

factores de personalidad como neuroticismo o una historia con alteraciones de conducta

en la adolescencia (robo, vandalismo, etc.) aumentan el riesgo de TEPT (Breslau, Davis,

Andreski y Peterson, 1991). En un meta-análisis llevado a cabo por Brewin, Andrews y

Valentine (2000), de trabajos realizados en población civil y en veteranos de guerra,

encontraron que un soporte social débil o ausente, o la aparición de algún

acontecimiento vital significativo después del hecho traumático, constituyen factores de

riesgo más importantes que las características propias del trauma, como la severidad de

éste.

Como se ha señalado anteriormente, puede existir una psicopatología

comórbida. Hay estudios con población clínica que informan que aproximadamente del

50 al 90% de los individuos con TEPT crónico presentan trastornos psiquiátricos

comórbidos, como pueden ser el trastorno depresivo mayor, trastorno de angustia, fobia

social, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno por abuso de sustancias, trastornos

de la personalidad (p. ej., limítrofe, evitativo, antisocial, etc.) y trastornos disociativos

(revisado en Palacios y Heinze, 2002). Según el centro de control de enfermedades

específicamente en los veteranos de Vietnam se ha encontrado que el 66% presenta otro

trastorno afectivo o ansiedad, y el 39% tiene abuso o dependencia al alcohol. De

acuerdo con la extensa investigación de comorbilidad en población general, dirigida por

Kessler y colaboradores (1995) se halló que el TEPT se relacionaba con otro

diagnóstico en el 17% de las mujeres y en el 12% de los hombres. En cifras declinantes,

el TEPT se asoció con abuso de alcohol en hombres (51,9%), depresión mayor (48%),

trastornos de conducta en hombres (43,3%), fobia simple (30%), fobia social (28%),

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abuso de alcohol en mujeres (27,9%) y agorafobia en mujeres (22,4%); los otros

diagnósticos tuvieron menores frecuencias de aparición (revisado en Serrano, Ortiz y

Bohórquez, 2009).

Señalado todo lo anterior, hay que especificar que el estrés postraumático está

causado por una serie de eventos traumáticos los cuales ocurren inesperadamente y son

incontrolables, amenazando de forma intensa el sentimiento de seguridad y la auto-

confianza de la persona que lo sufre y desencadenando intensas reacciones de miedo

hacia el entorno, dejándole al individuo una sensación de vulnerabilidad. Según un

estudio de Kessler y colaboradores (2014) sobre diferentes eventos traumáticos en el

que se investigó la proporción de ocurrencia de estos eventos, el riesgo condicional de

desarrollar TEPT tras cada uno de ellos y la proporción de todos los casos que

representan, se hallaron los siguientes datos:

Evento traumático Proporción de

ocurrencia del

evento traumático

Riesgo condicional

de TEPT

Proporción de todos

los casos de TEPT

Violación

1,8% 19% 8,4%

Malos tratos físicos

y/ o psicológicos

1,4% 11,7% 4,1%

Asalto con

violencia

3,2% 10,5% 8,4%

Experiencia de

combate 1,0%

3,6%

0,9%

Ser amenazado con

un arma o

secuestrado

0,4% 11% 1%

Accidentes de

trafico

6,2% 2,6% 4,1%

Desastres naturales 3,9% 0,3%

0,3%

Muerte

inesperada y

repentina de un

ser querido

16,8% 5,4% 22,6%

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Enfermedad

potencialmente

mortal

5,1% 2,0% 2,5%

Tabla 1.Tipos de eventos traumáticos y sus respectiva proporción de ocurrencia, riesgo

condicional de desarrollar TEPT tras cada uno de ellos y proporción de todos los casos

de TEPT que representan.

A continuación nos centraremos en el proceso de duelo que normalmente tiene lugar

tras la muerte de un familiar cercano, y que puede, en algunos casos, adquirir una

naturaleza patológica, y compartir características y síntomas del trastorno que acabamos

de tratar en este apartado.

3. Duelo

El duelo es un conjunto de reacciones de tipo físico, emocional y social, que

tiene lugar por el fallecimiento de una persona próxima, y que pueden oscilar desde un

sentimiento transitorio de tristeza hasta una desolación completa, que en algunos casos

puede durar desde algunos años a toda la vida (Echeburúa, 2004).

Las manifestaciones del duelo pueden ser en forma de síntomas somáticos como

pérdida de apetito, insomnio, dolor, etc., y psicológicos, como pena. También pueden

aparecer sentimientos de culpa, por no haber cumplido lo posible para evitar el

fallecimiento, o por no haber hecho al fallecido lo suficientemente feliz en vida.

Cuando la muerte del ser querido ocurre en circunstancias inesperadas y

repentinas (como puede ser un accidente, un suicidio o un homicidio), el sufrimiento

por la pérdida es más traumático y por lo tanto las reacciones son más severas y pueden

llegar a complicarse (Tal Young I et al., 2012).

Según el DSM-V (APA, 2013) los criterios del duelo complicado o patológico

(duelo complejo persistente según el DSM-V) son los siguientes:

A. El individuo ha experimentado la muerte de alguien con quien mantenía una relación

cercana.

B. Desde la muerte, al menos uno de los síntomas siguientes está presente más días de

los que no, a un nivel clínicamente significativo, y persiste durante al menos 12 meses,

en el caso de adultos en duelo, y 6 meses para niños en duelo:

1. Anhelo/añoranza persistente del fallecido. En niños pequeños, la añoranza puede

expresarse mediante el juego y el comportamiento, incluyendo comportamientos que

reflejan la separación y también el reencuentro con un cuidador u otra figura de apego.

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2. Pena y malestar emocional intensos en respuesta a la muerte.

3. Preocupación en relación al fallecido.

4. Preocupación acerca de las circunstancias de la muerte. En los niños, esta

preocupación con el fallecido puede expresarse a través de los contenidos del juego y

del comportamiento, y puede extenderse a una preocupación por la posible muerte de

otras personas cercanas.

C. Desde la muerte, al menos 6 de los síntomas siguientes están presentes más días de

los que no a un nivel clínicamente significativo, y persisten durante al menos 12 meses

en el caso de adultos en duelo y 6 meses para niños en duelo:

Malestar reactivo a la muerte

1. Importante dificultad para aceptar la muerte. En los niños, esto depende de la

capacidad del niño para comprender el significado y la permanencia de la muerte.

2. Experimentar incredulidad o anestesia emocional en relación a la perdida.

3. Dificultades para rememorar de manera positiva al fallecido.

4. Amargura o rabia en relación a la pérdida.

5. Valoraciones desadaptativas acerca de uno mismo en relación al fallecido o a su

muerte (p. ej., auto inculparse).

6. Evitación excesiva de los recuerdos de la perdida (p. ej., evitación de los individuos,

lugares o situaciones asociados con el fallecido; en los niños, esto puede incluir evitar

pensamientos y sentimientos acerca del fallecido).

Alteración social/de la identidad

7. Deseos de morir para poder estar con el fallecido.

8. Dificultades para confiar en otras personas desde el fallecimiento.

9. Sentimientos de soledad o desapego de otros individuos desde la muerte.

10. Sentir que la vida no tiene sentido o está vacía sin el fallecido, o creer que uno no

puede funcionar sin el fallecido.

11. Confusión acerca del papel de uno en la vida, o una disminución del sentimiento de

identidad propia (p. ej., sentir que una parte de uno mismo murió con el fallecido.

12. Dificultad o reticencia a mantener intereses (p. ej., amistades, actividades) o hacer

planes de futuro desde la perdida.

D. La alteración provoca malestar clínicamente significativo o disfunción en áreas

sociales, laborales u otras áreas importantes del funcionamiento.

E. La reacción de duelo es desproporcionada o inconsistente con las normas culturales,

religiosas, o apropiadas a su edad.

Especificar si:

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Con duelo traumático: Duelo debido a un homicidio o suicidio con preocupaciones

angustiantes persistentes acerca de la naturaleza traumática de la muerte (que a menudo

aparecen en respuesta a recordatorios de la pérdida), incluyendo los últimos momentos

del fallecido, el grado de sufrimiento y de lesiones mutilantes, o la naturaleza maliciosa

o intencionada del fallecimiento.

Por ejemplo, las muertes por accidentes, ya sea de índole natural como

huracanes, terremotos, etc., como accidentes aéreos, automovilísticos, de barco, etc.,

son las que resultan más traumáticas, y pueden ocasionar que se desarrolle en la persona

un trastorno de estrés postraumático completo o alguno de sus síntomas que complican

el duelo. Otro tipo de muerte traumática es la muerte por homicidio o asesinato. En

estos casos, el doliente maneja una serie de sentimientos como el miedo, vulnerabilidad,

ira, culpa o remordimiento. El suicidio también puede desarrollar en los familiares

afectados un trauma ya que estos pueden experimentar una fuerte culpa y la necesidad

de entender por qué su ser querido decidió quitarse la vida.

Por lo tanto, las muertes violentas o accidentales son más difíciles de elaborar

que otras en las que haya previo aviso de inminencia de muerte como en una

enfermedad grave, salud deteriorada, etc., porque el familiar afectado no tiene la

posibilidad de prepararse mental ni emocionalmente ante la pérdida.

Respecto a la similitud con otros trastornos, Simon y colaboradores (2007)

señalan la importante comorbilidad entre el duelo complicado, el trastorno depresivo

mayor y el trastorno de estrés postraumático. Concretamente, la prevalencia del duelo

complicado es de aproximadamente un 2,4-4,8% (DSM-V, 2013). Según un estudio

realizado con 432 universitarios españoles estudiantes de psicología de la universidad

de Barcelona, 102 de ellos informaron de haber sufrido una muerte inesperada de

alguien cercano. La prevalencia actual de probable TEPT fue de un 5,2% (Bados, Greco

y Toribio, 2012).

Recientes estudios también han señalado la relación del duelo con otros aspectos

emocionales como trastornos de ansiedad (Pini et al., 2012) y otros tipos de

psicopatología (Boelen, Van Den Bout, De Keijser y Hoijtink, 2003).

Respecto al duelo complicado, poco se sabe acerca de su prevalencia dado que el

término es relativamente de reciente creación (Barreto et al., 2008), pero a partir de la

evidencia clínica, Jacobs (1999) estimó un porcentaje de entre el 10- 20% en las

personas que tienen problemas en la resolución de su duelo, Bonanno y Kaltman (2001)

apuntaron un 10-15% de acuerdo a sus muestras de afectados y Maercker, Fortmeieer,

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Enzler y Ehlert (2005) encontraron sólo un 7,4% de personas con duelo complicado en

una muestra de personas mayores. Las diferentes poblaciones evaluadas y los criterios

clínicos diferenciales son la razón de estas discrepancias.

3.1 Fases

Las primeras reacciones no señalan necesariamente la evolución del duelo. Hay

individuos que al principio tienen una leve respuesta emocional y sin embargo más

tarde el duelo se cronifica, esto suele ocurrir en un 10-20% del total de los casos. Otras

personas, sin embargo, expresan un intenso sufrimiento inicial, y luego superan el duelo

más fácilmente (Echeburúa, 2004).

Bowlby (1961) propuso cuatro fases que tienen lugar en el duelo:

La fase 1, “fase de shock”, es la fase más temprana y se produce una intensa

desesperación, se caracteriza por el aturdimiento, cólera, negación y la no

aceptación del duelo. Su duración puede ser de un momento o de varios días y la

persona afectada puede recaer en esta fase varias veces durante el proceso de

luto.

La fase 2, “fase de anhelo y búsqueda”, es un periodo donde se tiene un intenso

recuerdo y de búsqueda de la persona fallecida, se caracteriza por inquietud

física y pensamiento recurrentes sobre el fallecido. Puede durar de varios meses

hasta años de una manera atenuada.

La fase 3, “fase de desorganización y desesperanza”, en esta fase la realidad de

la pérdida comienza a establecerse, la sensación de no poder evitar los

acontecimientos está presente y la persona en duelo parece apática e indiferente,

puede padecer insomnio, tener pérdida de peso y sensación de que su vida ha

perdido sentido. La persona en duelo revive continuamente los recuerdos de la

persona que ha fallecido; aceptar que los recuerdos son solo eso provoca una

reacción de desconsuelo.

La fase 4, “fase de reorganización”, es una etapa en la que comienzan a remitir

los aspectos más dolorosos del duelo y el individuo comienza a experimentar la

sensación de reincorporarse a su vida, en esta fase se tiene el recuerdo del

fallecido con una sensación de alegría y tristeza y se internaliza la imagen de la

persona perdida (Olmeda, 1998).

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3.2 Tipos de duelo

Según diferentes autores se puede distinguir entre diferentes tipos de duelo como

son los siguientes:

Duelo patológico o complicado:

Es el conocido duelo anormal, también llamado patológico, complicado o

crónico. En el DSM-V se hace referencia a las reacciones anormales de duelo como

“duelo complicado”. En este tipo de duelo se intensifican las reacciones hasta que la

persona se encuentra desbordada, recurre a conductas desadaptativas o permanece

estancado en el proceso de duelo sin llegar a su resolución. Se considera que hay riesgo

de duelo patológico cuando el dolor moral se prolonga considerablemente en el tiempo,

cuando su intensificación no coincide con la personalidad de la persona que lo padece,

cuando le impide relacionarse o interesarse por otras personas y cuando la persona se

siente invalidada en su vida diaria, sin más ocupación que recordar al fallecido (Meza et

al., 2008).

Duelo anticipado

El proceso de duelo comienza un tiempo antes del momento en el que se

produce la muerte. Cuando se emite un mal pronóstico del paciente, se provoca en el

familiar un estado de tristeza y una adaptación más o menos consciente a la nueva

situación que tendrá lugar. A partir de ese momento se crea el duelo anticipado, que

ofrece a las personas allegadas la oportunidad de compartir los sentimientos y

prepararse para el duelo (Meza et al., 2008).

Duelo inhibido o negado

Se niega la expresión del duelo ya que la persona no afronta la realidad de la

pérdida. Puede aparecer una falsa euforia, esto puede llegar a acabar en un duelo

patológico (Meza et al., 2008). Por otro lado, según Bonanno y Kaltman (2001), la

ausencia de síntomas en los primeros meses tras el duelo es un indicador de adaptación,

no siendo una respuesta patológica o anormal.

Duelo agudo

Este tipo de duelo dura semanas o meses, tiempo en el que la persona tiene

pensamientos de negación y no acepta emocionalmente la muerte aunque

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conscientemente si la pueda reconocer. Algunos síntomas físicos se suavizan y otros

pueden cronificarse como el insomnio, cefalea, etc. (Muñoz, Espinosa, Portillo y

Rodríguez, 2002).

Se caracteriza por bloqueo emocional, parálisis psicológica y sensación de

aturdimiento e incredulidad ante lo que se está viviendo (Block, 2009).

Duelo crónico

El duelo crónico se encuentra dentro de las variantes del duelo patológico, este

tiene lugar cuando la duración es excesivamente prolongada o permanente. Se suele dar

en personas con una relación previa de fuerte dependencia con el fallecido. El doliente

está absorto en sus recuerdos y es incapaz de reestablecer sus lazos sociales.

Son frecuentes las reacciones a fechas señaladas por el recuerdo que suscita y la

“momificación” (mantener intactos los objetos personales del fallecido, supone la

persistencia no consciente de la idea de que el difunto volverá) (Muñoz et al., 2002).

Una variable importante a la hora de entender la intensidad del duelo es la

relación que existía entre el fallecido y la persona en duelo. Si bien el duelo complicado

puede desarrollarse ante una pérdida de cualquier tipo, hay casos dónde se da con mayor

frecuencia. Por ejemplo, al comparar la muerte de un hermano con la muerte de un

compañero de la misma edad, se encontraron síntomas de duelo y emocionales más

intensos en aquellos que habían perdido a un hermano (Herberman, Fullerton y Ursano,

2013). Diversos estudios han puesto de relevancia que la pérdida de un hijo es un

estresor importante que puede desencadenar un duelo complicado con mayor facilidad,

siendo considerada una de las pérdidas más traumáticas (Lannen, Wolfe, Prigerson,

Onelov y Kreicbergs, 2008). Así, parece que el sufrimiento que genera es más intenso

que el que tiene lugar tras la pérdida de un cónyuge u otro pariente (Zetumer et al.,

2015). En esta línea, Pour y Moradi (2015) encontraron diferencias con respecto a las

experiencias de duelo, indicando que la pérdida de un hijo supuso mayores síntomas

somáticos, búsqueda de explicaciones y sentimientos de abandono.

La pérdida de un hijo, frente a la del cónyuge y/o padres supone una fuente de

estrés sumamente más alta. Este grupo presenta unos síntomas más intensos de duelo,

encontrándose los valores más altos en las dimensiones de despersonalización, pérdida

de control, desesperanza y enfado (Fernández-Alcántara, Pérez-Marfil, Catena-

Martínez, Pérez-García y Cruz-Quintana, 2016). La pérdida de un hijo se puede

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considerar como un evento de carácter altamente traumático, provocando una gran

cantidad de sufrimiento (Bosquet-del Moral et al., 2012).

También Echeburúa y Corral (2001) encontraron que el suceso traumático más

significativo en un duelo es la muerte de un hijo y que este puede ser el factor más

estresante en la vida del ser humano, especialmente si se produce de forma imprevista y

violenta. Alrededor de un 20% de los padres que pierden a un hijo no llegan a superarlo

nunca.

3.3 Factores de riesgo y factores de protección

Los factores de riesgo en el proceso de duelo aumentan el peligro de enfermedad

incidiendo sobre el impacto en la salud (factor de vulnerabilidad) o en la velocidad de

recuperación (factor de recuperación) (Stroebe, Hansson, Stroebe y Schut, 2001).

Los factores de riesgo de duelo generales son factores de la personalidad o del

contexto social que afectan la salud de dolientes y no dolientes, y se subdividen en:

factores que modulan los efectos del duelo y factores con efectos específicos en el

duelo.

Por ejemplo, el nivel socio-económico está relacionado a la salud en general,

pero no se ha probado que module los efectos del duelo (Hegewald y Crapo, 2007). Por

el contrario, el apoyo social de familiares y amigos parece estar relacionado a la salud

en la población general, y también intensifica el impacto del duelo o enlentece su

recuperación (Ogrodniczuk, Joyce y Piper, 2003). Respecto a los factores de riesgo de

duelo específico, son aspectos de la situación del duelo que influyen en el impacto que

tiene la pérdida o en su recuperación. Por ejemplo, las circunstancias que rodean la

pérdida, como en el caso de una muerte súbita que tendrá mayores consecuencias para

el bienestar del doliente que si la muerte fuera previsible (Sanders, 1983).

Además de los factores de riesgo, es importante conocer los factores que pueden

proteger a las personas en un proceso de duelo. Uno de los factores protectores más

estudiados es el papel de las creencias religiosas y el apoyo social (Stroebe et al., 2001).

Las personas practicantes de una determinada confesión religiosa recibirían, no sólo

apoyo espiritual, sino también apoyo social de los mismos asistentes al grupo, esto es

común en los países anglosajones. En cambio, en nuestro medio, el apoyo social es

principalmente recibido de los propios familiares, por ello en nuestro ámbito la

influencia de las creencias religiosas se vería matizado por este fenómeno (Barreto,

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2007). La investigación empírica sobre los factores protectores indica que los términos

de resiliencia, crecimiento post-traumático, personalidad fuerte (hardiness) serán ejes en

este nuevo campo (Bonanno et al., 2004).

3.4 Repercusiones del duelo a nivel familiar, laboral y social

3.4.1 A nivel familiar

Las relaciones familiares que fueron gratificantes antes del duelo podrían pasar a

ser tensas después de la pérdida (Wortman y Boerner, 2011). Por ejemplo, en una caso

en el que el padre de la familia muere, dejando a su esposa y a su hijo adolescente, el

hijo perdería la asistencia de su padre a sus actividades deportivas y además se podría

resentir por la ausencia de su madre a estas actividades; por el contrario la madre puede

asumir erróneamente que su hijo entiende la situación por la que está pasando tras la

muerte de su marido.

Tras un duelo traumático, la mayoría de las personas notan un cambio dramático

en la atmósfera del hogar (Finkbeiner, 1996). Algunos miembros de la familia pueden

estar más afectados y hallarse en una lucha constante contra su propia angustia, esto

puede contagiarse a otros familiares y provocar un efecto negativo que puede

intensificar el dolor de cada persona (Rando, 1993).

Incluso en las mejores relaciones de pareja, la muerte de un hijo ocasiona

tensión en ellas (Lehman, Wortman y Williams 1987; Wortman y Boerner, 2011). Por

ejemplo, pueden surgir discrepancias si un miembro de la pareja siente la necesidad de

hablar acerca de su hijo mientras que el otro prefiere guardarse sus sentimientos.

A menudo los cónyuges informan de que se sienten excluidos y que notan una

diferencia y pérdida en cuanto a la forma de establecer la cercanía que mantenían

anteriormente (Mehren, 1997).

Respecto a cuándo es un miembro de la pareja el que fallece, la otra persona se

puede quedar con numerosos problemas, además de tener que hacerse cargo de toda la

familia (Glazer, Clark, Thomas y Haxton 2010). Por ejemplo, en una familia en el que

el padre es el principal sustento económico, participa en la crianza de los hijos y además

ayuda en las tareas domésticas, cuando este fallece se produce una perdida traumática

en la otra persona dejándole un estado emocional bajo que por lo tanto repercutirá en los

hijos.

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Los padres que se quedan viudos pueden preocuparse por la ausencia de un

modelo para los hijos del sexo opuesto. Por ejemplo, un padre puede tener dudas sobre

la crianza de dos hijas adolescentes, además los padres pueden tener más dificultades

para cumplir una disciplina consistente, y es común que estos sean más sobreprotectores

y dispongan nuevas restricciones sobre los hijos. Este tipo de acciones suelen dar lugar

a sentimientos de hostilidad y resentimiento (Rando, 1993).

3.5.2 A nivel laboral

Para algunas personas el trabajo es un medio para mantener una rutina y sentirse

competente. Sin embargo, las personas en duelo traumático al regresar al trabajo pueden

enfrentarse con serias dificultades de concentración y memoria, lo que reduce su

capacidad de funcionamiento (Tehan y Thompson, 2012). Los cambios fisiológicos

relacionados con trastorno de estrés postraumático (incluyendo hiperexcitación, dolores

de cabeza, dolores de estómago y dificultades de sueño) pueden conducir a problemas

de demora, asistencia y productividad.

En consecuencia, los afectados pueden experimentar una considerable ansiedad

acerca de su rendimiento en el trabajo (Pearlman, Wortman, Feuer, Farber y Rando,

2014).

3.5.3 A nivel social

El apoyo social ayuda a las personas a que se sientan queridos, cuidados y

entendidos. Por el contrario, la investigación hallada indica que los afectados por la

pérdida rara vez reciben un apoyo efectivo (Dyregrov, Nordanger y Dyregrov, 2003).

La situación puede ser especialmente difícil si el fallecido era una importante fuente de

apoyo social para el doliente. Además, muchos de los afectados tienen una fuerte

tendencia a retraerse socialmente después de la tragedia, acortando de ese modo las

relaciones sociales (Dyregrov et al., 2003).

Algunos estudios sugieren que la razón principal por la que las personas no

reciben un apoyo eficaz es porque los demás no saben cómo proporcionárselo. Las

personas en proceso de duelo informan de que los demás evitan o hacen comentarios

que están destinados a ser útiles, pero son profundamente dolorosos (Dyregrov et al.,

2003). Estos comentarios incluyen la exposición de los sentimientos (por ejemplo, “Hay

que ser fuerte para los hijos”), minimizar el problema (“Al menos no es un vegetal”),

una perspectiva religiosa o filosófica (“Ella es una flor en el jardín de Dios”), dar

consejos (“usted no debería de ir al cementerio todos los días”) y afirmar saber cómo se

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siente el doliente (“yo sé cómo se siente, perdí a una prima”) (Dyregrov et al., 2003).

Por el contrario, los comentarios que les resultan útiles a los afectados serían cuando les

trasmiten una presencia de apoyo (“yo estoy aquí para lo que necesites”), cuando

expresan su preocupación (“me importa lo que te pasa”), o cuando ofrecen una ayuda

tangible como por ejemplo con la comida o las tareas. La mayoría de los dolientes

también valoran la oportunidad de hablar acerca de la perdida si deciden hacerlo

(Lehman et al., 1986).

Respecto al ocio y tiempo libre, pueden aparecer sentimientos de tristeza al

recordar los momentos y las actividades que se hacían con el fallecido, tales

sentimientos es probable que surjan en torno a las vacaciones, eventos deportivos o

funciones del colegio que la familia disfrutaba antes de la tragedia. Para los dolientes a

veces es complicado relajarse mientras ven la televisión o películas porque no saben

cuándo pueden encontrarse con recordatorios de la pérdida (Pearlman et al., 2014).

4. Bases biológicas en duelo patológico con síntomas de TEPT

En este apartado trataremos los aspectos neurobiológicos del duelo prolongado o

patológico, teniendo en cuenta que en este tipo especial de duelo los síntomas coexisten

o se alternan con los propios del estrés post-traumático. Por ejemplo el duelo patológico

y el TEPT comparten similitudes ya que son síndromes de respuesta al estrés. Tanto en

el TEPT como en el duelo patológico pueden presentarse pensamientos intrusivos, la

diferencia se encuentra en que en el primero estos pensamientos se centran en la

memoria del trauma, mientras que en el segundo abundan los pensamientos de anhelo

de estar con la persona fallecida (Maercker y Lalor, 2012).

Como se ha mencionado en apartados previos, el vivenciar la muerte de un ser

querido de cerca puede implicar altos niveles de angustia, y esto, a su vez, puede llevar

a desarrollar un tipo de patología como es el ya mencionado Trastorno de estrés

postraumático (TEPT). El duelo será más traumático cuanto más se acerque a esta

patología, existiendo una escala de sentimientos y reacciones que transcurre desde un

duelo transitorio y normal hasta grandes trastornos de angustia o estrés postraumático

(García de Haro, 2001).

Se considera que el TEPT contribuye de forma especial al desarrollo del duelo

patológico al suprimir la función de la corteza prefrontal medial y de la corteza

cingulada anterior, las cuales actúan facilitando el proceso de duelo normal.

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Según diferentes estudios, una variedad de trastornos mentales, como la

depresión, el TEPT y otros trastornos de ansiedad, coexisten en individuos afligidos por

un duelo complicado (Melhem et al., 2001). Otros estudios informan de la existencia de

una correlación positiva entre el TEPT y el duelo complicado, por lo que los síntomas

de estrés postraumático se asocian con los síntomas del duelo patológico (Momartin,

Silove, Manicavasagar y Steel, 2004). Los hallazgos en imagen funcional verifican las

similitudes en estos tipos de patologías, hallando que la amígdala, responsable de

procesar el miedo y la ansiedad, se activa al procesar los estímulos negativos tras el

TEPT (Rauch, Whalen y Shin, 2000). Por otra parte se encontró una menor activación

de la corteza prefrontal medial, la corteza cingulada anterior y el tálamo en pacientes

con TEPT comparados con pacientes sin el trastorno (Lanius, Williamson y Densmore,

2001). Otros estudios sobre la función cerebral del dolor emocional, han encontrado que

en sujetos con una condición cercana al duelo patológico, también se indicó una elevada

actividad de la amígdala, al igual que en el TEPT, responsable no solo de los

sentimientos de miedo sino también de las situaciones de angustia (Freed, Yanagihara,

Hirsch y Mann, 2009).

En otro estudio se indica que la conectividad funcional de la amígdala y la

corteza cingulada anterior derecha (CCAd) tuvieron una correlación negativa con el

grado de tristeza. La CCAd y la corteza prefrontal juegan un papel importante en la

regulación de las emociones utilizando la estrategia de la reevaluación cognitiva. Por lo

tanto, se supone que la activación de la CCAd en la fase aguda del duelo contribuye a

llevar un duelo normal, por lo que la baja activación de la CCAd en la etapa inicial de la

pérdida familiar que ha resultado traumática produce una disfunción de la regulación de

las emociones, lo que lleva a no desarrollar un duelo normal (Phan et al., 2005).

El duelo, sobre todo el duelo patológico (Olmeda, 1998), se caracteriza por una

situación de estrés en el que con frecuencia aparecen estados disociativos, como puede

ser negación de la muerte del fallecido, pensamientos intrusivos, vivencias de presencia

del muerto, etc. lo que nos indica que existe una alteración vinculada a las estructuras

que controlan la angustia y la memoria.

El estrés y sus bases biológicas han sido muy estudiados en los últimos tiempos.

En concreto, existe un alto interés en el estudio de los mecanismos subyacentes al

TEPT, para lo cual se han realizado numerosos estudios tanto en veteranos de la guerra

del Vietnam, como en personas que han sufrido un trauma por catástrofes naturales,

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incendios, etc., al igual que en personas que sufrían trastornos disociativos relacionados

con traumas infantiles (Bremnar y Marmaar 1998).

Las áreas o estructuras cerebrales implicadas en el estrés y, por lo tanto, en esta

patología son el hipocampo, la amígdala y el córtex prefrontal medial.

El hipocampo es un área cerebral implicada en el aprendizaje y en la memoria,

especialmente sensible al estrés (Bremnar et al., 1998). Su función es básica para la

respuesta a las situaciones estresantes. Esta estructura es la encargada de buscar la

huella mnémica en la que se va a basar la respuesta ante un reto. En experimentación

animal, se ha demostrado que las altas tasas de glucocorticoide (cortisol en el hombre),

que aparecen como consecuencia del estrés, se asocian a daño en el hipocampo. Los

animales expuestos a un estrés muy fuerte, al igual que en la exposición crónica al

estrés, pueden morir súbitamente, encontrándose en la autopsia múltiples úlceras

gástricas e hipertrofia de la corteza adrenal, lo que significa que ha habido una

producción alta de glucorticoides. En la exposición prolongada a estas hormonas se

encontraron daños en los campos CA3 del hipocampo. Así mismo, otros estudios

muestran que la exposición directa del hipocampo a glucocorticoides determina una

disminución de las ramas dendríticas, alteraciones en la estructura terminal de la

sinapsis, pérdida de neuronas y una inhibición de la regeneración neuronal (Bremner,

Sauthwick y Charney, 1999).

La reducción hipocampal se asocia con la severidad o duración del

acontecimiento traumatizante y con la intensidad de los fenómenos disociativos y déficit

psíquicos (Gurvits et al., 1996). Con el estrés tóxico-cerebral, el sujeto puede sufrir

afectación en su memoria, afectividad y habilidades ejecutivas superiores (Freeman et

al., 1998).

Estos hallazgos indican que el estrés tiene una gran influencia sobre el

hipocampo y, por ende, sobre sus funciones, aprendizaje y memoria.

Experimentalmente, la implantación por largo tiempo de glucocorticoides en el

hipocampo simula el efecto de un estrés prolongado, produciendo un déficit en el

aprendizaje de lo nuevo y en la memoria. El hipocampo, también tiene un papel

importante en los trastornos disociativos producidos por un trauma, como sería el duelo.

Esta estructura interviene en la integración o unión de los datos con las huellas

mnémicas. Es considerada la responsable de emplazar la memoria de un acontecimiento

en el tiempo, lugar y contexto. La disociación puede ser definida como un fallo en la

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memoria normal, la conciencia o la identidad; el daño en el hipocampo puede ser

considerado como responsable de este fallo.

La amígdala tiene un importante papel en el estrés y en las situaciones

angustiosas (Davis, 1992). Esta estructura es esencialmente un procesador de la

angustia. La información que llega a la amígdala es interpretada como peligrosa o no, la

repetición o la intensidad de la experiencia hace que la amígdala se hipersensibilice.

Este estado de hipersensibilidad se produce por el efecto del cortisol, que se produce en

cantidades elevadas en situaciones de estrés. En este fenómeno de sensibilización

progresiva es posible que intervenga la propiedad de potenciación a largo plazo (PLP)

de los receptores NMDA de glutamato. Estos receptores se hacen cada vez más

receptivos a medida que se estimulan, por lo que cada vez necesitarían menos intensidad

del estímulo para activarse, induciendo de esta forma cambios más o menos duraderos

en el procesamiento amigdalar de la información aferente, de forma que cada vez se

interpretan con mayor ansiedad (y de forma catastrófica o pesimista) los datos

procedentes del exterior (Bauñoso, 1999). De esta manera, se forman huellas mnémicas

o estructuras interpretativas nuevas que asignarían una emotividad negativa, y que

predominaría sobre las interpretaciones racionales de los eventos que le ocurran al

sujeto que haya padecido varios episodios estresantes o de gran intensidad (Bremner,

Sauthwick y Brett, 1992).

Una de las funciones del córtex medial prefrontal es la inhibición de la

amígdala. Ello significa que el buen funcionamiento de esta área garantiza que los

acontecimientos angustiosos puedan ser controlados o relegados a la memoria. Se ha

hallado que los pacientes con TEPT presentan lesiones en esta estructura. Estas lesiones

puede que sean las causantes de la dificultad en controlar los recuerdos intrusivos y las

cogniciones que irrumpen en la conciencia de estos enfermos y en los que sufren un

duelo traumático (García de Haro, 2001).

En cuanto a los estudios focalizados en los correlatos neurobiológicos del duelo

patológico, éstos sugieren que pueden existir alteraciones en las estructuras

hipocámpicas, amigdalares y del córtex prefrontal medial, como consecuencia del

trauma y que serían las responsables de la sintomatología y de su carácter patológico.

Tras los hallazgos experimentales sobre el cerebro, se puede presuponer que no

siempre tiene que haber una lesión en las estructuras mencionadas para que aparezcan

síntomas de los síndromes que venimos comentando, sino que sería suficiente con que

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se haya establecido una huella mnénica potente que impida que pueda ser desplazada

con facilidad, sobre todo si es reforzada con estímulos reiterativos, como es en el caso

del duelo, en el que existen distintos estímulos reforzantes como la misma sociedad y

familiares, situación socioeconómica, rotura de planes de futuro, etc. (García de

Haro,1999).

El duelo traumático da lugar a la pérdida de algunas costumbres que teníamos

anteriormente y la sustitución por otras. En la situación traumática se pueden formar

maneras anormales de interpretar la realidad, como no aceptar la muerte, creerse en

contacto con el muerto, creer que la vida ya no es posible, etc. Estas interpretaciones se

establecen en las neuronas formando las huellas mnémicas cargadas de significado para

el afectado. Su constancia puede ser un factor para que el duelo se cronifique y para que

aparezca una patología. La investigación pone de manifiesto que no todos los estímulos

angustiosos son capaces de activar la sintomatología, sino que esta estimulación está

estrechamente vinculada a un recuerdo igual o semejante al vivido en la experiencia

traumatizante. Este hecho da lugar a pensar que más que un trastorno biológico cerebral

sea el resultado de una huella mnémica patológica que ha causado unas conexiones

patológicas determinantes de las vivencias anormales y de su persistencia.

Experimentalmente, se ha comprobado, que las estructuras condicionadas o aprendidas

no se extinguen, sino que simplemente son desplazadas por otras. Si estas otras no

vuelven a aparecer, es decir, el afectado no es capaz de reemplazar sus vivencias por

otra realidad, las estructuras surgidas tras el trauma se perpetuarán fijándose cada vez

más en las rutas neuronales (García de Haro, 2001).

Por otro lado, científicos de la Universidad de California en los Ángeles han

realizado una investigación en la que se comparan las dos formas de duelo (el duelo

complicado o patológico y el no-complicado) a nivel neurológico, gracias al uso de

tecnologías para el registro de imágenes de la actividad cerebral. Específicamente, los

investigadores usaron la tecnología de Resonancia magnética funcional (RMf), la cual

permite la toma de imágenes dinámicas o funcionales del cerebro (Martínez, 2008)

Los resultados de esta investigación mostraron que el duelo complicado activa

las neuronas de los centros de recompensa del cerebro, concediendo a los recuerdos

dolorosos propiedades similares a las de cualquier adicción. Hasta el momento existe

poca investigación acerca de los mecanismos neurales que distinguen ambos tipos de

duelo, pero se han considerado algunos mecanismos hipotéticos, como la actividad

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relacionada con el dolor (con la angustia social por la pérdida) y la actividad relacionada

con la recompensa (con los comportamientos de apego).

La doctora Mary-Frances O'Connor, declaró para la publicación de la

universidad de California que, en lo que se refiere al mecanismo de recompensa, la idea

es que, mientras nuestros seres queridos están vivos, obtenemos señales gratificantes

cuando los vemos o cuando vemos objetos que nos recuerdan a ellos. Tras el duelo del

ser allegado, los que se adaptan a la pérdida dejan de obtener esta recompensa neural.

Por el contrario, los que no consiguen adaptarse, continúan esperándola, porque cada

vez que ven una señal del ser querido aún obtienen la recompensa neural

correspondiente. Todo este mecanismo sucede a nivel inconsciente, es decir, que el

afectado no pone en ello ninguna intención.

La investigación se centró en analizar si las personas que sufren un duelo

complicado muestran una mayor actividad, tanto en el circuito de recompensa del

cerebro, como en el circuito del dolor. Para ello, fueron analizadas 23 mujeres que

habían sufrido la pérdida de sus madres o hermanas como consecuencia del cáncer de

mama, de esta muestra 11 mujeres padecían duelo complicado mientras que las otras 12

pasaban por un duelo normal. Cada participante llevaba consigo una fotografía de su

familiar fallecida, y esta imagen les fue mostrada mientras sus cerebros eran escaneados

con la fMRI. Posteriormente, en el experimento también se escanearon los cerebros de

las participantes mientras miraban la fotografía de una mujer que no conocían.

Los científicos buscaron actividad neuronal en un área del cerebro, el núcleo

accumbens, que ha sido tradicionalmente asociada con la recompensa. Se ha

demostrado que esta región juega un importante papel también en el desarrollo de los

afectos sociales, como el apego a los hermanos y padres y madres. De igual forma, los

investigadores examinaron la actividad neuronal del circuito del dolor en el cerebro, en

regiones como el cortex cingular anterior dorsal o la ínsula, implicadas tanto en el

dolor social como en el físico.

Descubrieron que en los cerebros de todas las mujeres (de las que padecían un

duelo complicado y de las que no) se activó la red cerebral del dolor tras la

visualización de la foto de su ser querido fallecido. Sin embargo, sólo en el caso de las

mujeres que padecían duelo complicado, también hubo una activación significativa del

núcleo accumbens, es decir, del circuito de recompensa del cerebro.

El estudio respalda la hipótesis de que los apegos activan los circuitos de

recompensa y pueden por tanto convertirse en una interferencia para la adaptación a las

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pérdidas. Es decir que, aunque la activación del núcleo accumbens no satisfaga

emocionalmente a los dolientes, señala O’Connor, se convierte en una respuesta que

hace aún más difícil de superar la realidad del duelo.

En otro estudio realizado por O'Connor, Allen y Kaszniak (2002), se examinó la

función autonómica en sujetos en estado de duelo y depresión. Los sujetos del estudio

eran personas que habían perdido a un familiar o amigo cercano, en los últimos dos

años. Los investigadores encontraron que los sujetos en duelo mostraban

significativamente mayor frecuencia cardíaca que otros sujetos deprimidos o normales.

Este estudio no solo sugiere un patrón específico de la respuesta cardiovascular en el

duelo, sino que también se halló el llamado fenómeno del "corazón roto", este

fenómeno indica que algunos individuos en duelo pueden experimentar muerte cardiaca

súbita.

Por último, añadir que el duelo es tanto una respuesta fisiológica como

emocional. Durante la fase aguda del duelo puede tener lugar la alteración de los ritmos

biológicos. El sistema inmune también puede verse afectado como consecuencia del

duelo ya que se produce una disminución de la proliferación de leucocitos, al igual que

disminuye el funcionamiento de células que protegen el organismo. No está

comprobado si los cambios inmunológicos son significativos, pero algunos estudios

ponen de manifiesto que el índice de mortalidad de viudos en un periodo cercano al

fallecimiento de su cónyuge es mayor que al de la población general (Kaplan y Sadock,

1999).

5. Conclusiones

A través de este trabajo hemos podido comprobar como el trastorno por estrés

postraumático está presente en muchas vidas de personas siendo un trastorno con alta

prevalencia. Son diversos los eventos que pueden dar lugar al desarrollo de un trauma

en los individuos, entre esto se encuentran, por ejemplo, los actos violentos, ataques

terroristas, accidentes de tráfico, desastres naturales, muertes de seres queridos, etc.

En este último tipo de evento traumático es en el que hemos focalizado la

atención en la presente revisión teórica. La muerte de un ser querido ocasiona un

conjunto de reacciones de tipo físico, emocional y social. Estas reacciones forman parte

de un proceso llamado duelo, que de forma más o menos generalizada consta de cuatro

fases (shock, anhelo y búsqueda, desorganización y desesperanza y reorganización). Se

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han establecido diversos tipos de duelo (anticipado, inhibido o negado, el agudo, el

crónico y el duelo complicado o patológico). Ciertos tipos de muertes, como las

violentas y/o inesperadas, y sobre todo las de un hijo (especialmente si ha sido violenta

y/o inesperada), son más proclives a que el doliente desarrolle un duelo complicado o

traumático, que puede incluir síntomas del trastorno de estrés post-traumático.

Como se ha mencionado, existen una serie de factores de riesgo, así como de

factores de protección en un duelo, siendo el apoyo social de la familia y amigos, entre

otros, clave en estas situaciones; si se tiene escaso apoyo social se agravará la situación,

en cambio sí se obtiene un buen apoyo de los demás familiares se podrá llevar de una

mejor forma el proceso de duelo. En cualquier caso, es innegable que el duelo tiene

repercusiones en la vida de los dolientes a nivel social, laboral y familiar, que

dependerán de la duración, intensidad y naturaleza del proceso de duelo, evidentemente.

Por último, hemos abordado los aspectos biológicos del duelo patológico o

traumático, enfocando la relación entre el TEPT y el duelo. Hemos encontrando que hay

cierta similitud entre estas patologías al ser dos síndromes de respuesta al estrés. Las

estructuras que juegan un papel importante en estos trastornos son la amígdala, la

corteza cingulada anterior y la corteza prefrontal medial. Ciertos estudios parecen poner

de manifiesto que en las personas con TEPT, se da un alto nivel de activación de la

amígdala lo que propicia altos niveles de estrés, al tiempo que se observa en estas

personas una baja activación de la corteza cingulada anterior y de la corteza prefrontal

medial, relacionada con una disfunción de la regulación de las emociones.

Las estructuras que juegan un papel importante en el estrés son el hipocampo, la

amígdala, el tálamo y el córtex prefrontal medial. Respecto al duelo patológico o

complicado, los estudios sugieren que pueden existir alteraciones en las estructuras

hipocámpicas, amigdalares y del córtex prefrontal medial. Según estas investigaciones,

se establecen unas conexiones por las que se forman unas huellas mnémicas cargadas de

afectividad y que su persistencia puede ser un factor para que el duelo se cronifique y de

lugar a una patología.

Cabe mencionar el estudio de la doctora Mary-Frances O'Connor, en el que se

descubrió que había otra zona del cerebro que se activaba en el duelo complicado, el

núcleo accumbens, que forma parte del circuito de recompensa del cerebro. Según este

estudio se respalda la hipótesis de que los apegos activan los circuitos de recompensa y

pueden por tanto convertirse en una interferencia para la adaptación a las pérdidas.

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En definitiva, hay que tener en cuenta que todo duelo es siempre la reacción a un

trauma (la muerte de alguien cercano, en este caso), y esta reacción dependerá de

muchos factores inherentes o circunstanciales de cada persona, del modo en que sucede

el evento y del grado de parentesco de la persona fallecida, que éste se convierta en

duelo complicado o por el contrario pueda llevarse un duelo normal.

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