contribucion a la doctrina del caudillaje - alberto reig tapia

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  • 8/4/2019 Contribucion a la doctrina del Caudillaje - Alberto Reig Tapia

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    APROXIMACIN A LA TEORA DEL CAUDILLAJEEN FRANCISCO JAVIER CONDEPor ALBERTO REIG TAPIA

    SUMARIOI. UNA CUESTIN TERM INOL GIC A. II. LA CONCEPCIN JOSEANTONIANA DELLIDERAZGO. I I I . L A JUSTIFICACIN DEL PODER. I V . L A REPRESENTACIN

    DEL CAUDILLAJE.V. ALGUNAS CONCLUSIONES.

    I . UNA CUESTIN TERMINO LGICASe entiende por caudillaje el mando o gobierno de un caudillo; por cau-dillismo, el sistema de caudillaje o gobierno de un caudillo; por caudillo, elque, como cabeza, gua y manda la gente de guerra (1). Pero las cosas no sontan sencillas, pues los trminos caudillismo y caudillo se hallan revestidos deuna significacin positiva o negativa segn el contexto o intencin con quese utilicen, como, por otra parte, ocurre con todos los conceptos polticos quese han visto sometidos a un autntico vaciado o deformacin ideolgica porparte interesada (2).

    (1) Diccionario de la Lengua Espaola (2 vols.), Real Academia Espaola, Espasa-Calpe, Madrid, 1984, 20.a ed., t. I, pg. 294. Para mayores precisiones, vase la vozcaudillismo en DAVID L. SILLS (ed.): Enciclopedia Internacional de las Ciencias So-ciales, Ed. Aguilar, Madrid, 1974, vol. II, pgs. 223-225.(2) Sirva, a mo do de ejemplo, el trm ino patrio ta. A partir d e 1789, en Fran ciasurgen espontneamente dos partidos: el Royaliste, que aglutinaba a los aristcratas,a aqullos que disponan de ttulo y patrimonio personal y eran de estricta fidelidadal rey, y el Patrite, que aspiraba a la construccin de la nacin como mbito comnde todos los ciudadanos, y, por tanto, su fidelidad se circunscriba estrictamente a lanacin. As, en su origen histrico, patriota haca referencia a revolucionario, en contra-posicin a aristcrata o contrarrevolucionario. Los aristcratas tenan un sentido patri-61Revista de Estudios Polticos (Nueva poca)Nm. 69. Julio-Septiembre 1990

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    Esta instrumentalizacin ideolgica por parte de la derecha alcanz sumxima expresin bajo el franquismo. Este explot el sentimiento patriticoy sus smbolos como la bandera en rgimen de monopolio y con carcterexcluyente. De ah que la izquierda en general se abstenga de su uso y recurraa todo tipo de eufemismos para eludir trminos como patria, patriota opa-triotismo, que la cultura de izquierda, equivocadamente, ha venido identifi-cando no ya con sentimientos, ideologas o mentalidades conservadoras, sinocon el fascismo, con el franquismo y con la ultraderecha en general (3).Siendo, pues, general esta polisemia en los conceptos polticos, parece in-evitable intentar separar el trigo de la paja para no sumergirnos en las aguascenagosas de la ideologa en su significacin ms negativa, de acuerdo conla conocida tipologa de Norberto Bobbio o la an ms precisa de Rossi-monial, conservador de Francia, a la que consideraban como algo suyo que les perte-neca por derecho natural, era su patrimonio, su-propiedad privada. Los patriotas, porel contrario, aspiraban a extender la posesin de la nacin, el disfrute de la misma atodos los connacionales o compatriotas, y por eso eran revolucionarios; eran patriotasporque aspiraban a construir un pas para todos y no slo para unos pocos. Hacanpatria y no patrimonio. Los reaccionarios y conservadores, la derecha en general, fueapropindose del trmino, fue usurpndoselo a la izquierda sobre la base de que staera internacionalista antes que nacionalista, y, en definitiva, relegaba el sentimientonacional a un puesto inferior en relacin con un ideal superior universalista.(3) Un reciente y oportuno artculo de ANDRS DEBLAS GUERRERO: La situacindel patriotismo, en El Pas, Madrid, 3 noviembre 1989, pg. 13,vena a recordar variascosas no por obvias menos necesarias de ser puestas de manifiesto: que la herenciadel antifranquismo ha venido imponiendo la ms rigurosa de las sospechas respectoa la idea del patriotismo, confiando en que algn da se superen las contradicciones ycomplejos generados por el franquismo; que el patriotismo puede convertirse en elltimo y mejor refugio de un canalla. (Lo que en estos tiempos aado yo sirvetanto para el fascista irredento como para el etfilo montaraz, tipos biolgicos perte-necientes a la misma especie canalla.) Como deca fray Benito Jernimo Feijoo: Noes lo mismo el amor a la patria que la pasin nacional: lo primero es una bella virtud;lo segundo, un feo vicio: que puede degenerar hasta en el crimen o en la mscara en-sangrentada de quienes lo cometen. Reivindica, finalmente, Andrs de Blas un patrio-tismo moderado, entendido como actitud de solidaridad respecto al Estado y a la nacinespaola en tanto que realidad poltica insoslayable, no incompatible con otras reali-dades nacionales internas de signo cultura ni, naturalmente, con la construccin polticade Europa, la cual no tiene por qu suponer la prdida de las seas de identidad deEspaa. As, sin comillas y sin recurrir al eufemismo Estado, invento franquista conel aadido de nuevo, siendo algo tan viejo como el aorado Estado imperial de lossiglos XV-XVII, y luego tildado por otros de centralista, espaol y opresor. Loprimero ha dejado de serlo; lo segundo, lo es y lo seguir siendo mientras haya sufi-ciente nmero de ciudadanos que as se sientan, y lo tercero, provoca la carcajada encualquiera que haya superado la cultura del panfleto por la mucho ms recomen-dable de la escrita con pie de imprenta.

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    L A T E O R A DELC A U D I L L A J E EN F. J. C O N D E

    Landi (4). Slo despus deesta depuracin, acertada o equivocadamente,sa-bremos de questamos hablando cuando utilicemos vocablos como caudilloy caudillismo en relacin con susequivalentes continentales duce o fhrer.Podemos utilizar dichos trminos en sentido meliorativo como equivalen-tes de lder y liderazgo para referirnos a alguien con capacidad de mando,organizacin y decisin. Ypodemos, igualmente, usar tales expresiones peyo-rativamente como equivalentes de dictador y dictadura. En realidad, dentrodel primer grupo habra que situar a los militaristas, dada la significacinguerrera originaria delconcepto, y en el segundo, a los civilistas, en el con-texto de la ya superada polmica sobre la supremaca del poder civil. Inclusoes posible utilizar el trmino caudillo aspticamente sin adscribirle ningunaconnotacin ideolgica positiva (caso de los franquistas) o negativa (caso delos antifranquistas) para referirse al jefe de Gobierno, de Estado o lder na-cional de la poca anterior. Locual sirve, enparte, para poner de manifiestoel increble poder de impregnacin psicolgica de la propaganda poltica delas dictaduras y cuan difcil essuperar semejante deformacin ideolgica.Planteadas as las cosas, y para noperdernos en excesivas digresiones nicaer en la falsa disyuntiva planteada: el caudillismo como elemento positivoe integrador o negativo y desintegrador (5), pudiera resultar ms fructferoceirnos a la teorizacin que sobre el caudillismo hicieron los propios intelec-tuales e idelogos delrgimen franquista.Por evidentes razones de tiempo y espacio, apenas podemos aqu y ahoraesbozar una aproximacin terica a lo que sobre esta materia escribi unode lospolitlogos ms significativos delrgimen franquista: Francisco JavierConde. Pero antes noresultar superfluo aludir a la teorizacin que Jos An-tonio Primo de Rivera hizo sobre esta cuestin, si bien demanera fragmen-taria y muy breve, en tanto quefuente de inspiracin ideolgica posterior.

    I I . LA CONCEPCIN JOSEANTONIANA DEL LIDERAZGOCiertamente, hablar de teorizacin resulta excesivo. Jos Antonio Primode Rivera apenas hizo en susescritos y discursos unas breves alusiones a suconcepcin del liderazgo en unpartido fascista.

    (4) Segn este auto r, hay dos usos principales del trmino: el peyorativo, que en-tiende la ideologa como pensamiento falso, deformado, engaoso..., y el puramentedescriptivo de la ideologa como visin del mundo o postulacin de un sistema po-ltico. Vase FERRUCCIO ROSSI-LANDI: Ideologa, Labor, Barcelona, 1980.(5) Vase ALBERTO REIG TAPIA: Francisco Franco; un caudillismo frustrado,en Revista dePoltica C omparada, nm. 9, Universidad Internacional Menndez-Pelayo,Madrid, 1982, pgs. 187-220.6 3

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    En contra de lo que pudiera pensarse, los idelogos del fascismo espaoldedicaron muy poca atencin a la justificacin terica de la jefatura en el senodel movimiento poltico que les inspiraba. La teora del caudillaje es prctica-mente inexistente antes de la guerra, aunque algo dijeran al respecto dichosidelogos; pero, en cualquier caso, no se elabora una teora del caudillaje nipara Onsimo Redondo, ni para Ramiro Ledesma Ramos, ni para Jos An-tonio Primo de Rivera. Hay algunas referencias, ciertamente, pero el esfuerzoterico fundamental se desarrollar ms adelante, a partir de la guerra civily ad majorem Franco gloriam. Esto no puede sorprender cuando el mismoJos Antonio Primo de Rivera, siendo ya un destacado lder del fascismo es-paol, despreciaba una futura jefatura caudillista para su persona. En suconocida carta a Julin Pemartn del 2 de abril de 1933 afirmaba que

    el ser caudillo tiene algo de profeta, necesita una dosis de fe, desalud, de entusiasmo y de clera que no es compatible con el refi-namiento. Yo, por mi parte, servira para todo menos para caudillofascista. La actitud de duda y el sentido irnico, que nunca nos dejana los que hemos tenido, ms o menos, una curiosidad intelectual,nos inhabilitan para lanzar las robustas afirmaciones sin titubeos quese exigen a los conductores de masas. As, pues, si en Jerez, como enMadrid, hay amigos nuestros cuyo hgado padece con la perspectivade que yo quisiera erigirme en caudillo del fascio, los puedes tran-quilizar por mi parte (6).

    Sin embargo, unos meses ms tarde, tras el acto fundacional de FalangeEspaola, el 29 de octubre de 1933, J. A. Primo de Rivera se afianzaba comocaudillo fascista, trayectoria que culminara con la fusin de su Falange Es-paola con las Juntas Ofensivas Nacional Sindicalistas de Ramiro Ledesmay Onsimo Redondo el 13 de febrero de 1934. En su discurso de proclama-cin del nuevo partido, pronunciado en Valladolid, en el teatro Caldern, el4 de marzo de 1934, haba comenzado afirmando que no poda haber aplau-sos ni vivas para Fulano ni para Mengano. Aqu nadie es nadie, sino una pie-za, un soldado en esta obra nuestra y de Espaa. Utilizando el plural mayes-ttico, deca q ue no aspiraban a nada salvo a ser los primeros en el peligro,pero, tras la obligada proclamacin de humildad, descubre al final de su dis-curso su secreta ambicin: tomar el testigo del emperador Carlos V. Les re-cuerda a los vallisoletanos que en 1516 escriban al cesar Carlos: Vuestra(6) Obras completas de Jos Antonio Primo de Rivera (recopilacin de Agustndel Ro C isneros), Delegacin Nacion al d e la Seccin Feme nina de F . E. T. y de lasJ. O. N . S., M adrid , 1959, pg . 50.

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    LA TEORA DEL CAUDILLAJE EN F. J. CONDEalteza debe venir a tomar en la una mano aquel yugo que el catlico reyvuestro abuelo os dej, con el cual tantos bravos y soberbios se domaron,y en la otra, las flechas de aquella reina sin par, vuestra abuela doa Isabel,con q ue puso a los moros tan lejos. As, el refundado lder del fascismo es-paol concluye: Pues aqu tenis, en esta misma ciudad de Valladolid, queas lo peda, el yugo y las flechas: el yugo de la labor y las flechas del po-dero. As, nosotros, bajo el signo del yugo y de las flechas, venimos a deciraqu mismo, en Valladolid: "Castilla, otra vez por Espaa!" (7).A partir de entonces, las espordicas referencias al caudillaje, al liderazgo,a la jefatura o al mando, como gustar de decir Franco, estarn impreg-nadas de misticismo y resignacin, se acepta como una carga, una insoslayableresponsabilidad a la cual sera indigno hurtarse. Se funden la vivencia reli-giosa y la pica guerrera del fascismo. Todo ello responde a una filosofa dela vida que el mismo J. A. Primo de Rivera supo sintetizar clarividentemente:Es cierto; no hay ms que dos maneras de vivir: la manera religiosa y lamanera militar o, si queris, una sola, porque no hay religin que no seauna milicia ni milicia que no est caldeada por un sentimiento religioso;y es la hora ya de que comprendamos que con ese sentido religioso y militarde la vida tiene que restaurarse Espaa (8). En un discurso pronunciado enel acto fundacional del Sindicato Espaol Universitario, el 21 de enero de1935, afirmaba que la jefatura es la suprema carga; la que obliga a todoslos sacrificios, incluso a la prdida de la intimidad; la que exige a diarioadivinar cosas no sujetas a pauta, con la acongojante responsabilidad deobrar. Por eso hay que entender la jefatura humildemente, como puesto deservicio; pero por eso, pase lo que pase, no se puede desertar ni por impa-ciencia, ni por desaliento, ni por cobarda (9). As, en el breve espacio deun ao, Jos Antonio Primo de Rivera pasa de rechazar cualquier ambicinde liderazgo a asumir ste con tal conviccin, que afirma que bajo ningnconcepto debe abandonarse la jefatura una vez asumida. Tres meses despusdeca en una conferencia pronunciada en un curso de formacin organizadopor F. E. y de las J. O. N. S., q ue el jefe es el q ue tiene encomendada la tareams alta, es l el que ms sirve. Coordinador de los mltiples destinos par-ticulares, rector del rumbo de la gran nave de la patria, es el primer servidor;es, como quien encarna la ms alta magistratura de la tierra, "siervo de lossiervos de Dios" (10).

    (7) Ibidem , pg . 197.(8) Discurso pronunciado en el Parlamento el 6 de noviembre de 1934 (Ibidem,pg. 333).(9) Ibidem, pg. 399.(10) Ibidem , pg. 477.65

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    ALBERTO REIG TAPIAPero no siempre J. A. Primo de Rivera se desenvuelve en este tema porlos intricados vericuetos de la trascendencia, y tambin sabe enredarse en una

    retrica clsica de despotismo ilustrado: Todo para el pueblo o al servi-cio del pueblo, pero [naturalmente] sin el pueblo, que es incapaz y quedadiluido, amorfo, en la despectiva calificacin de masa. Dice J. A. Primo deRivera:Ser jefe, triunfar y decir al da siguiente a la masa: "S t laque mande; estoy para obedecerte", es evadir de un modo cobardela gloriosa pesadumbre del mando. El jefe no debe obedecer al pue-blo; debe servirle, que es cosa distinta; servirle es ordenar el ejer-

    cicio del mando hacia el bien del pueblo, procurando el bien delpueblo regido, aunque el pueblo mismo desconozca cul es su deber;es decir, sentirse acorde con el destino histrico popular, aunque sedisienta de lo que la masa apetece (11).J. A. Primo de Rivera acepta, pues, con resignacin la pesada carga de lajefatura que antes rechazara y nos hace toda una demostracin de inconse-cuencia que, necesariamente, tiene que disimular en oleadas de retrica paraque no se perciba con nitidez la clarividencia del mensaje: el desprecio de

    la voluntad popular, el paternalismo aristocratizante de considerar al puebloincapaz de saber cules son sus intereses, sus metas, sus objetivos. El pueblono tiene ms camino que seguir ciegamente a sus lderes, los cuales, no sesabe muy bien debido a qu excepcional cualidad, saben en todo momentocul es su bien, qu es lo que le conviene sin preguntrselo. Tal teorizacindel caudillaje resultaba ptima para el fascismo. Cuadra a la perfeccin conel caudillaje franquista y sobre ella se elevar su teorizacin. No se acude a larazn o a la lgica, sino a la fe y a la religin, cuyos designios, obviamente,slo le son dados interpretar al jefe. Es, pues, una cuestin de trascendencia;no de inmanencia (aunque tambin se acudir a sta cuando interese, parareforzar la justificacin ideolgica del caudillaje). J. A. Primo de Rivera diren su Homenaje y reproche a don Jos Ortega y Gasset que

    (...) toda gran poltica se apoya en el alumbramiento de una granfe. De cara hacia fuera pueblo, historia, la funcin del polticoes religiosa y potica. Los hilos de comunicacin del conductor consu pueblo no son ya escuetamente mentales, sino poticos y religio-sos. Precisamente para que un pueblo no se diluya en lo amorfopara que no se desvertebre, la masa tiene que seguir a sus jefes

    (11) Ibidem , pg. 663.66

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    LA TEORA DEL CAUDILLAJE EN F. J. CONDEcomo a profetas. Esta compenetracin de la masa con sus jefes selogra por proceso semejante al del amor.

    De ah la imponente gravedad del instante en que se acepta unamisin de capitana. Con slo asumirla se contrae el ingente com-promiso ineludible de revelar a un pueblo incapaz de encontrarlopor s en cuanto masa su autntico destino (12).Destino obvio: el de ser sistemticamente violado. Destino de ser igno-rado, interpretado, conducido por otro que no sabemos gracias a qu extra-ordinaria facultad sabr, en todo momento, sin preguntrselo, qu es lo quele conviene a pueblo tan afortunado que camina hacia una unidad de destinoen lo universal, que, por lo visto, no es otra cosa que la voluntad del jefe.Camino que Franco emprendi un 18 de julio de 1936 cuando decidi em-barcarse en el Dragn Rapide de Canarias al Protectorado de Marruecos,una vez que tuvo garantas de que sus amigos controlaban all la situacin.

    I I I . LA JUSTIFICACIN DEL PODER

    Probablemente Francisco Javier Conde fue el politlogo espaol que des-arroll mayor esfuerzo intelectual por conceptualizar el rgimen poltico sur-gido de la guerra civil. Nacido en Burgos en 1908, se doctor en Derecho yfue profesor auxiliar de Derecho Poltico y Administrativo en la Universidadde Sevilla y secretario tcnico de Enseanza Universitaria en el Ministeriode Instruccin Pblica. Catedrtico de Derecho Poltico en Santiago de Com-postela en 1942, pas, en 1946, a la carrera diplomtica, desempeando des-tinos en Filipinas, Uruguay, EE. UU., Canad y Repblica Federal Alemana,donde le sorprendi la muerte en Bonn en 1974. Catedrtico en Madrid en1948, desempe importantes funciones en las instituciones del rgimenfranq uista: procurador en Cortes, miembro del Consejo de Estado, directordel Instituto de Estudios Polticos, acadmico de la Real de Ciencias Moralesy Polticas desde 1955, fue traductor al espaol de su maestro Cari Schmitt,etctera. Una vida poltica, pues, intensa, repartida entre la teora y la acti-vidad poltica.Hubo otras personalidades relevantes, como Juan Beneyto Prez o LuisLegaz y Lacamba, entre otros, que, como l, trataron de dotar de contenidoterico al por entonces llamado nuevo Estado, diferencindolo de los otrosEstados totalitarios de la poca que le eran prximos ideolgica y poltica-

    (12) Ibidem , pg . 749.67

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    mente, pero, de todos, Conde es, probablemente, quien ha escrito las pginasms significativas sobre la justificacin ideolgica del caudillismo y el rgi-men de caudillaje franquista (13).Como es lgico, los idelogos del franquismo se esforzaron en legitimarel nuevo rgimen poltico ms all de la retrica belicista de circunstanciasde algunos plumferos de la poca que la fundamentaban en la sangre vertidaen las trincheras frente al enemigo eterno y externo. Qu valor podan tenerlas urnas ante la sangre de hroes y mrtires vertida por la salvacin de lapatria? Concluida la guerra, se trataba de construir el armazn terico-polticodel franquismo con cierta solvencia intelectual y una mnima dignidad aca-dmica. Juristas, politlogos e idelogos se afanaban en la bsqueda y cons-truccin de una legitimidad poltica ajena a la tradicin liberal y constitucio-nal heredada de la Ilustracin y la Revolucin francesa, y al mismo tiempointentaban diferenciarla de sus homologas doctrinas nazis y fascistas.Francisco Javier Conde fue el primero en Espaa que utiliz la famosatipologa weberiana de los tipos puros de dominacin poltica para caracteri-zar y definir el rgimen poltico franquista. Esto ha sido muy usual a partirde la recepcin de Max Weber en la sociologa poltica a travs de TalcottParsons, y desde entonces es un punto de referencia comn citar en estacuestin al autor de Economa y Sociedad; pero Conde estaba sin duda fami-liarizado con la obra de Weber desde haca tiempo como consecuencia de suestancia en la Universidad de Berln en el curso 1933-1934 y su trato conlos grandes juristas alemanes de entonces: Hermann Heller, Cari Schmitt yRudolf Smend. Fue, pues, testigo de excepcin de la irresistible ascensin deHitler al poder absoluto y de la paralela construccin del Fhrerprinzip porlos profesores, politlogos, juristas e idelogos nazis y prohitlerianos.Las circunstancias polticas y la coyuntura histrica en q ue se fundamentael caudillaje en Espaa son hijas de la guerra civil. Como se encarga de ex-plicar el mismo Conde, surge el trmino en airada pugna, con armas soste-nida, frente al Estado demoliberal socializante espaol de signo pluralistaencarnado en la II Repblica. A lo largo del siglo xix habamos asistido a la

    (13) Hay q ue destacar fundamentalmente su Contribucin a la doctrina del caudi-llaje, Ed. de la Vicesecretara de Educacin Popular, Madrid, 1942, y Representacinpoltica y rgimen espaol, Ed. de la Subsecretara de Educacin Popular, Madrid, 1945.Otras obras importantes suyas son Introduccin al Derecho poltico actual, Ed. Escorial,Madrid, 1942; Teora y sistema de las formas polticas, Instituto de Estudios Polticos,Madrid, 1944, y El saber poltico en Maquiavelo, Instituto Nacional de Estudios Jurdi-cos, Madrid, 1948. Aparte de conferencias y artculos diversos, lo ms significativo desu obra, incorporando algunas lecciones de ctedra inditas, fue publicado el ao desu muerte. Vase Escritos y fragmentos polticos, Instituto de Estudios Polticos, Madrid,1974 (2 vols.).

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    LA TEORA DEL CAUDILLAJE EN F. J. CONDErelativizacin y despersonalizacin que la racionalizacin democrtica habaproducido en nuestro aejo sistema poltico monrquico tradicional, fundadoen la gracia trascendente. Los principios racionales pretendan nada me-nos! fundar el poder poltico sobre bases puramente inmanentes (14).Parece, pues, que Conde va a desarrollar su justificacin ideolgica sobrela dicotoma trascendencia/inmanencia, reivindicando la preeminencia deaqulla sobre sta. En esta lnea argumental, el proceso de legalizacin cre-ciente del Estado de Derecho Conde hurta conscientemente el trmino delegitimacin, hasta llegar a la despersonalizacin radical del poder poltico,es juzgado como negativo; el paso de la dominacin tradicional y carismticaa la legal-racional en la terminologa weberiana es rechazado, pues se consi-dera absurda la idea de que se es ms libre obedeciendo a la ley que al poderarbitrario. Inmerso en esta dialctica, Conde afirma que Espaa no es su-prema unidad de destino, sino pura agregacin de tomos individuales, adi-cin de clases o, como reza el artculo 1. de la Constitucin: "Repblica detrabajadores de toda clase", que tanto da decir lucha de clases. As, el pro-fesor universitario cede el paso al idelogo falangista, para concluir que elproceso de despersonalizacin delmando desemboca en la guerra civil (15).Conde se encuentra ya en condiciones de desempolvar el concepto delegitimidad,quehasta elmomento se haba cuidado deutilizar, y lo introduceen su discurso abruptamente. Tras conceptualizar al caudillaje como la accinpropia de guiar y dirigir a la gente de guerra y afirmar que, en la situacinespaola concreta, no se trata ni de un grupo ni de un ejrcito profesional-mente organizado, sino de Espaa en armas en su totalidad, y dirigindosea una meta, la conclusin, rotunda, resulta obvia: Acaudillar es, ante todo,mandar legtimamente (16). La legitimidad parece as una cuestin de n-mero, aunque, lgicamente, Conde no puede afirmar tal.El segundo gran supuesto al que llega F. }. Conde en sus esfuerzos porfijar los elementos conceptuales del caudillaje es que acaudillar no es dic-tar; caudillaje no es sinnimo, sino contrapunto de dictadura (17). Condepondr ahora el nfasis en distinguir entre dictadura y caudillaje.Tras la quiebra del sistema democrtico liberal, y roto el principio, con-

    (14) FRANCISCO JAVIER CONDE: Contribucin a la doctrina del caudillaje, op. cit.,pgs. 9-10.(15) Ibidem , pgs . 14-15. Tesis esta de la despersonalizacin del mando, inditahasta el momento, al menos as planteada, que gustosamente brindo a los historiadoresde la guerra civil, que tanto tiempo llevan calentndose la cabeza con las variadascausas y complejos orgenes de nuestra guerra de 1936.(16) Ibidem, pg. 17.(17) Ibidem, pg. 18.69

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    sustancial a l, de la divisin de poderes, todo el poder, que se encuentradisperso (en la calle), viene a parar [obsrvese el delicioso eufemismo: elpoder no es conquistado, tomado, ocupado... cae llovido del cielo o setropieza con l en medio de la acera] a una sola mano (es recogido por elEjrcito). El poder militar se ha visto impelido a proclamar el estado deguerra y a asumir la plenitud del mando. Los espaoles, deduce Conde,aceptan la situacin de buen grado, y as el poder de jacto se convierte enpoder de iure, y nos encontramos ante un nuevo Estado cuyo resultado es elcaudillaje. A partir de aqu, la dialctica de Conde se esfuerza en desconectarel concepto de caudillaje del de dictadura, que, de acuerdo con su maestroCari Schmitt, es excepcional y transitoria, para poner el nfasis en que no setrata de una dictadura comisoria, sino soberana;es decir, no sujeta a lmitede tiempo. No se trata de restaurar, caso de la dictadura, sino de instaurar,caso del caudillaje. Y para crear un nuevo Estado se necesita un fundadorexcepcional revestido de todo tipo de virtudes.Desembocamos as en el tercer gran supuesto conceptual del caudillaje:Acaudillar es mandar carismticamente (18). Aq u Conde sigue fielmentea Max Weber y afirma que el mando carismtico descansa en la devocinextraordinaria a la ejemplaridad o temple heroico de una persona y de losrdenes por ella establecidos. La razn inmanente de la obediencia es enton-ces la confianza personal en el herosmo o la ejemplaridad de la persona ca-rismticamente cualificada (19).Cita F. J. Conde dos textos esenciales, a su juicio, para la fundamentacindel principio de legitimidad carismtica: uno, el mensaje del secretario gene-ral del Movimiento al caudillo, ledo en el II Consejo Nacional, celebradoen Burgos, y el otro, la respuesta del mismo Franco . En el primero se recogentodos los elementos conceptuales del caudillaje: la misin religiosa del mandopoltico, la interpretacin de la guerra como cruzada y de Espaa como pue-blo elegido de Dios. Como reza el mensaje, el milagro de la guerra ha obradoel milagro de un mando soberano carismtico, fervorosamente acatado yamado por todos los espaoles, en el que sealadamente concurren todos losttulos de legitimidad. El documento subraya a continuacin los tres princi-pios de legitimidad en que el caudillaje descansa: La legitimidad que otorgala razn a quien ha instaurado un nuevo orden constitucional y nuevas ins-tituciones polticas. La legitimidad que otorga la propia ejemplaridad y laespecial asistencia con que Dios favorece a quien, en combate victorioso porla Verdad y por la salvacin de su pueblo, le son desvelados los arcanos del

    (18) Ibidem , pg. 23 .(19) Ibidem , pg . 24.70

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    LA TEORA DEL CAUDILLAJE EN F. J. CONDEfuturo histrico y asume el deber indeclinable de forjarlo por su mano (20).Razn, tradicin y ejemplaridad concurren as en el caudillo Franco. El ele-mento racional, el tradicional y el carismtico de la tipologa weberiana seconjugan armoniosamente en la configuracin del caudillaje, si bien en elpredominio del elemento carismtico sobre los otros dos estriba la dialcticagenuina del caudillaje.Y llegamos as al ltimo gran supuesto conceptual del caudillaje: Acau-dillar es mandar personalmente (21). Es decir, no se obedece a una instanciaimpersonal y objetiva, a un poder despersonalizado, sino a un hombre con-creto; de espaol a espaol, establecindose una relacin directa de serviciofundada en la lealtad y fidelidad al titular concreto del mando. La argumen-tacin recuerda la relacin de vasallaje propia del feudalismo, donde el va-sallo juraba fidelidad y entraba en una relacin de dependencia personal ymilitar con su seor, que, a cambio, le ofreca proteccin y seguridad. Ladisolucin del Derecho pblico como ocurriera en la Edad Media en be-neficio del Derecho privado parece total, pero con la salvedad de que ahorano hay contraprestacin alguna y el derecho del seor [del caudillo] es totaly absoluto frente a sus subditos. (Dicho sea todo esto, naturalmente, salvandolas distancias y los contenidos especficos, riesgos de toda analoga.) No se tra-ta en absoluto de proteger la seguridad de los que obedecen, como se en-carga el mismo Conde de dejar bien claro. No hay lmites para el gobernanteni sistema de pesos y balanzas. No hay, pues, originalidad alguna. Se tratade los viejos argumentos esgrimidos por los tericos del Estado absoluto, ideasy conceptos tomados de Maquiavelo, Bodino (autor sobre el cual Conde hizosu tesis doctoral), Hobbes o Bossuet al servicio del tirano.Nos encontramos con que el caudillo es hroe hecho padre. Qu lmiteso control habra de establecer un hijo con su padre, todo amor, devocin yentrega?, como deca el mismo J. A. Primo de Rivera en el prlogo que es-cribiera al libro Fascismo, de Mussolini: Qu aparato de gobernar, qusistema de pesos y balanzas, consejos y asambleas puede reemplazar a esaimagen del hroe hecho padre que vigila, junto a una lucecita perenne, elafn y el descanso de su pueblo? (22). Todo este discurso alcanza el puntoculminante de la paradoja cuando intenta afirmar lo que previamente se havenido negando sistemticamente: La relacin personal entre el caudillo y

    (20) Ibidem , pg s. 28-29.(21) Ibidem , pg. 34.(22) Ibidem , pg. 35 . Vem os, pues, qu e la referencia del ltimo presidente del Go-bierno del franquismo, Carlos Arias Navarro, a la lucecita del Pardo, haciendo men-cin a los desvelos del generalsimo por el plcido descanso de su pueblo, tiene ante-cedentes relevantes.

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    los caudillados no es principio de servidumbre, sino de libertad (sic). Elcaudillo se encarga del cuidado de sus vasallos, iluminndolos para que asacierten a ver mejor por s mismos; y por si hiciera falta aclarar ms semejanteviolencia conceptual, se nos remite nada menos! que al Sein und Zeitde Heidegger... (23).A continuacin, F. J. Conde acomete el deslinde conceptual de caudillo,fhrer y duce. Le interesa resaltar las diferencias ms que las equivalencias,y para ello no tiene inconveniente alguno en forzar la realidad histrica delos hechos para demostrar el caso singular espaol. As, dice que lamarcha sobre Roma fue un acto cuya violencia frente al orden establecidoes ms mtica que real, como queriendo desvanecer el tpico de la vio-lencia fascista o queriendo sugerir que el acceso del fascismo al poder serealiz pacficamente. Sin duda, la violencia de los jasci di combattimentoy sus squadre d'azione, reventando mtines, incendiendo peridicos, destro-zando locales de organizaciones adversas, quemando y saqueando cuanto noles resultara grato, los asesinatos indiscriminados de obreros y campesinos, lossucesos de Trieste, Venecia, Giulia, Bolonia, la Emilia, en 1920, que desembo-caron en una cuasi guerra civil; los de Segotti, Vareschi, Zuechi, Mormorano,Piaa..., en 1921, ao en cuyos primeros seis meses los fascistas destruyeron85 cooperativas agrarias, 59 cmaras sindicales, 43 sindicatos agrarios, 25centros del pueblo y muchas imprentas y peridicos de izquierdas (24); losde Rimini, Sant'Arcangelo, Savignano, Cesena, Bertinoro, Ancona..., en 1922,ao en que el mismo Mussolini amenazaba el 15 de julio, a travs de II Po-plo d'Italia, a quienes osaban denunciarles: Publicis insultos, intilescaballeros; nuestra respuesta ser romperos los huesos: una ciruga aplicadasin contemplaciones, o ms adelante, ya desde el poder, el asesinato deldiputado Giacomo Matteotti por militares fascistas, que sumieron a todaItalia en un clima de terror, pertenecen al vaporoso mundo del mito ms queal de la realidad. Claro que, como dijo el mismo Mussolini a cuatro das dela marcha sobre Roma, ellos, los fascistas, haban creado su propio mito. IImito una fede, una passione. Non necessario che sia una realt (25).Todo esto es peccata minuta para F. J. Conde, que argumenta sobre la base deque la misma institucin monrquica legitim el trnsito a un orden poltico

    (23) Ibidem , pg. 36.(24) Citad o po r FRANCIS L. CARSTEN: La ascensin del fascismo, Ed. Seix Barral,Barcelona, 1971, pg. 77.(25) Discurso de aples de 24 de octubre de 1922, q ue puede consultarse enBENITO MUSSOLINI: Escritos y discursos (5 vols.), Bosch, Barcelona, 1935, en el vol. II:La revolucin fascista (23 de marzo 1919-28 de octubre 1922), pgs. 363-372, cit. p-gina 369.72

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    LA TEORA DEL CAUDILLAJE EN F. J. CONDEnuevo y tuvo una importancia decisiva como fuente de legitimidad del poderdel Duce. Mussolini no sera as ms que un jefe de Gobierno con facultadesexcepcionales que haba concentrado los clsicos tres poderes demoliberales ensus manos, pero que su posicin podra cambiar cualquier da en virtud demecanismos constitucionales independientes de su voluntad.El caso de Hitler resultara parecido: El advenimiento del nacionalsocia-lismo se ha producido histricamente sin quiebra violenta de la continuidadjurdica. Y como no poda ser menos, Conde, a pesar de haber sido testigode excepcin en Berln esos aos y disponer de una notable formacin jur-dica, incurre en el tpico de afirmar que el camino de acceso del Fhrer can-ciller al poder fue constitucional, es decir, democrtico. Como es sabido,haciendo abstraccin, para no repetirnos, del clima de terror y persecucindesencadenado por los nazis, lo que de por s invalidara cualquier pretensinde normalidadconstitucional, la ley de autorizaciones de 24 de marzo de 1933titulada Ley para Remediar la Miseria del Pueblo y del Reich, que permi-tira a Hitler asumir sus poderes excepcionales, determinaba en su art. 5.que dicha ley quedara sin efecto si el actual gabinete del Reich era reempla-zado por otro, tal y como haba exigido Hindenburg. Por consiguiente, lospoderes excepcionales correspondan a ese gabinete nica y exclusivamentey no a cualquier otro modificado parcialmente o en su totalidad. Pero las vio-laciones de dicha ley no se limitaron nicamente al artculo 5. exclusiva-mente (26).Conde llega a la conclusin de que es el principio de legitimidad inma-nente, el principio de vigencia real, lo que deslinda los modos del mandopropios del rgimen italiano, alemn y espaol contemporneos (27). Parece,pues, que el caso espaol, como no poda ser menos, es especial y genuino.La identidad del caudillo y de su pueblo afirma no es identidad en unacontecer comn hacia metas comunes (...) (28). El caudillaje franquistainaugura un modo nuevo de mandar, cuyo signo es genuinamente fundacio-nal; con l, los espaoles sern capaces de vencer al Leviatn moderno hob-besiano. Tal fundacin y aqu s que la diferencia con el fascismo italianoy el nacionalsocialismo alemn resulta obvia haba de ser distinguida, diceConde, por la sangre; sangre espaola primero en una guerra civil internacio-nalizada y sangre internacional despus en una guerra mundial devastadora.

    (26) Esta cuestin ha sido pues ta de relieve po r FRANZ NEUMANN, testigo algo msatento que F. J. CONDE de lo que ocurra en Alemania, su patria, en aquellos turbulen-tos aos. Vase Behemoth. Pensamiento y accin en el nacional-socialismo, Fondo deCultura Econmica, Madrid, 1983, pgs. 72-77, al cual remito para mayores precisiones.(27) Op. cit., pgs. 38-40.(28) Ibide m, pg. 47.

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    Con razn puede concluir Conde parafraseando a Virgilio, queTantaemolis erat [hispanam] condere gentem. Lanica diferencia es que el terri-ble Leviatn era el Estado fascista y no el liberal-democrtico, que el cau-dillaje, loscaudillajes, sehaban encargado dedinamitar.Sin necesidad de tanto oropel intelectual, Raimundo Fernndez Cuesta,ministro de Agricultura y secretario general de F.E.T. y de las J.O. N. S.,en undiscurso pronunciado enValladolid con motivo delsegundo aniversariodel llamado Alzamiento Nacional, resuma a la perfeccin el concepto decaudillaje, diferencindolo del tradicional de dictadura. El lenguaje de Fer-nndez Cuesta, genial muidor del francofalangismo, salvando todas las con-tradicciones inherentes a tal ensamblaje terico, haba de llegar muchomsfcilmente a losodos del padre-hroe-caudlo-Franco.Las crisis delEstado, dice Fernndez Cuesta, obedecen fundamentalmentea causas materiales y formales o a causas profundas y sociales. En el primercaso seexige, simplemente, un rgimen de autoridad, unadictadura que res-tablezca el orden anterior perturbado. Es,pues, una solucin provisional ytransitoria que responde a la funcin tradicional de la dictadura. En el se-gundo caso es necesaria unanueva concepcin delEstado queexige una re-volucin. Es, pues, unasolucin definitiva querequiere unaaccin fundacio-nal, y para ello se precisa como apunta Fernndez Cuesta un jefe caris-mtico. Se requiere un hombre... sealado por el dedo de la Providenciapara salvar a supueblo. Figura ms que jurdica histrica, que escapa de loslmites de la ciencia poltica para entrar en el del hroe de Carlyle o en eldel superhombre de Nietzsche. Es,sencillamente, la idea quemueve a todoel proceso revolucionario, gestador delnuevo rgimen, y es en Espaa Fran-cisco Franco(29).

    I V. LA REPRESENTACIN DEL CAUDILLAJESi, en su Contribucin a ladoctrina delcaudillaje, F. J. Conde intentabadestacar la originalidad del rgimen poltico espaol frente a los otros reg-menes totalitarios, en su obra Represen tacin poltica y rgimen espaolcen-trar susesfuerzos en demostrar la legitimacin y representacin poltica delcaudillaje y el proceso poltico que lleva al rgimen surgido de la guerra civila evolucionar de una simple legitimacin personal y carismtica irracio-nal a otra que, sin abandonar sta, fundamento esencial del caudillaje, se

    (29) Vase SERRANO SER, FERNNDEZ CUESTA, GEN ERALSIMO FRANCO: Dieciochode julio. Tres discursos. Ed. Arriba, S. L., 1938, pg. 37.74

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    LA TEORA DEL CAUDILLAJE EN F. J. CONDEencamina a trasladar, descargar o delegar parte de dicha legitimacin en lasinstituciones pertinentes q ue va creando el nuevo Estado. F . J. Conde es cons-ciente de que la soberana, la capacidad primera y ltima de decisin, siguedonde siempre, pero que esa orientacin, esa tendencia, esa voluntad de dele-gacin (?), es ya, en s misma, significativa y demostrativa de racionalizacincristianamente entendida, eso s y de representacin poltica.As, Conde nos va a presentar la evolucin de la teora del poder polticoespaol, del caudillaje franquista (jams se utiliza esta adjetivacin ni semenciona nunca al destinatario natural de esta teorizacin por su nombre),del mando poltico como un despliegue hacia un modo cristianamente racio-nal de autoridad y representacin (30). No se trata, pues, de divisin, distri-bucin, trasvase o delegacin alguna de poder, sino de despliegue sin explica-cin conceptual alguna; sta habr de deducirse a lo largo del despliegue dia-lctico. Se utiliza la palabra mando, en vez de poder, trmino militar queimpregna toda la teora poltica del momento. Espaa era un Estado campa-mental, como lo defini el mismo Ramn Serrano Ser; se trata de unadictadura no ya militar o de militares, sino de un militar que haba asumidoel mando total e indefinidamente, lo cual, segn parece, responde al modocristianamente racional de autoridad y representacin.

    En este despliegue, Conde va a diferenciar tres etapas: la primera abar-cara desde el mismo 18 de julio hasta la conclusin de la guerra en 1939;la segunda, hasta el verano de 1942, y la tercera en curso hasta el ve-rano de 1945 (el libro de Conde se publica ese ao). Ciertamente, el desenlacede la Segunda Guerra Mundial marca el cierre no ya de una etapa, sino deuna poca en la historia poltica del rgimen franq uista: la q ue va de la beli-gerancia contenida y manifiesta (Divisin Azul) y el ferviente espritu pro-fascista e imperial a la reivindicacin de un lugar en el sol de la defensa deOccidente, desplegando las credenciales del anticomunismo y el catolicismoms fervientes.Veamos muy brevemente estas tres etapas.La primera se caracteriza por la culminacin del proceso de concentra-cin del poder en una instancia nica y suprema: el general Franco, al cual,insisto, jams se refiere Conde, a pesar de ser el destinatario natural de suscavilaciones. Esta primera etapa blica se desenvuelve por los cauces propiosdel estado de guerra en el cual el poder es asumido en su plenitud por los

    (30) F. J. CONDE: Representacin poltica y rgimen espaol, segunda parte, cap-tulo II: El despliegue del mando poltico espaol hacia un modo cristianamente ra-cional de autoridad y representacin, Ed. de la Subsecretara de Educacin Popular,Madrid, 1945, pgs. 103-149.75

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    ALBERTO REIG TAPIAmilitares con el objetivo comn de acabar con el a dversario. Argumentacinque Conde fundamenta en su maestro Schmitt cuando afirma: El resultadoa que se dirige la accin puesta en obra por el dictador recibe por ello uncontenido claro, que lo da de una manera inmediata el adversario a elimi-nar (31). Este proceso, esta etapa estrictamente militar, corre paralelo conel especficamente poltico del general Franco imponiendo su autoridad sobrela del resto de sus compaeros; proceso rpido que se ver acompaado detoda una serie de disposiciones jurdicas que vienen a sancionar formalmentelo que ya es un poder absoluto de facto. El instrumento jurdico de esta com-petencia excepcional se ampara en el Cdigo de Justicia Militar, es decir, unaley anterior a la declaracin del estado de guerra. Se conculcan los principiosms elementales del Derecho. Una vez declarado el estado de guerra, los mi-litares sublevados podran haber derogado dicho Cdigo o, cuando menos,haber reformado determinados artculos del mismo para salvar, al menos for-malmente, su pretendido juridicismo. El caso es que no lo hicieron y se sir-vieron profusamente del Ttulo VI: Delitos contra la seguridad del Estadoy del Ejrcito, que contemplaba los delitos de sedicin, auxilio, provoca-cin, induccin y excitacin a la rebelin para fusilar profusa y arbitraria-mente a miles de asombrados republicanos, alguno de los cuales recordaracon impotencia y horror ante el paredn el artculo 237, sobre cuya base sele asesinaba legalmente, y que rezaba as:

    Son reos del delito de rebelin militar los que se alcen en armascontra la Constitucin del Estado republicano, contra el presidentede la Repblica, la Asamblea Constituyente, los Cuerpos colegisla-dores o el Gobierno constitucional y legtimo, siempre que lo veri-fiquen concurriendo algunas de las circunstancias siguientes: 1.a Queestn mandados po r m ilitares, o q ue el movimiento se inicie, sostengao auxilie por fuerzas del Ejrcito (...) (32).

    Tiene razn F. J. Conde cuando afirma que la victoria sobre el adversarioes el nico criterio q ue define el mbito de ejercicio del poder, y q ue para elloel mando militar debe tomar cuantas medidas sean precisas y sin sujecin atraba alguna, si se acepta la axiologa sobre la q ue fundamenta su argumenta-(31) Vase CARL SCHMITT: La dictadura. Desde los comienzos del pensamiento

    moderno de la soberana hasta la lucha de clases proletaria, Alianza Editorial, Madrid,1985, pg. 180.(32) Vase M . GRANADOS y G . PECES-BARBA (eds.): Legislacin espaola. Leyespenales, Ed. Lex, Madrid, 1934, pgs. 4748.76

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    LA TEORA DEL CAUDILLAJE EN F. J. CONDEcin, pero que dichas medidas se sirvieran del precitado artculo del C-digo de Justicia Militar entonces vigente, para acabar con el adversario ennombre del nuevo orden, aparte de una aberracin jurdica era una ignomi-nia moral.El famoso decreto de 29 de septiembre de 1936 tiene el sentido, a juiciode Conde, de llevar a su plenitud y conferir forma jurdica a la concentra-cin de poder con q ue la Jun ta de Defensa Nacional contaba de hecho, comoestableca el prembulo del decreto:

    Razones de todo linaje sealan la alta conveniencia de concen-trar en un solo poder todos aquellos que han de conducir a la vic-toria final y al establecimiento, consolidacin y desarrollo del nuevoEstado, con la asistencia fervorosa de la Nacin (33).

    Vemos, pues, que se trata de concentrar el poder para garantizarse mejorla victoria final, pero tambin de establecer, consolidar y desarrollar el nuevoEstado, para lo cual se cuenta con la totalidad del pas. Con la legitimidadque de ello se deriva, ms la conferida por el propio proceso revolucionarioque pretende instaurar el nuevo orden. No se pretende un mero cambio depersonal poltico, sino sustituir un orden de vida y de convivencia entera-mente anticristiano e injusto por otro ms justo y esencialmente cristia-no (34). A continuacin Conde conceptualiza la guerra como una cruzadareligiosa, con lo cual sta no es slo el centro de una contienda histrica, sinoel eje de una pugna universal entre el cristianismo y sus adversarios. Se siguela lgica agustiana de las dos ciudades, las dos Espaas, en definitiva (35).La segunda etapa se abre con la promulgacin de los Estatutos del Mo-vimiento de 31 de julio de 1939 y se caracteriza por el diseo de un planpor parte del mando poltico. El plan propio del caudillaje se basa en la ideacristiana de justicia, y el programa poltico concreto se cifra en los 26 puntosdel Movimiento. Durante este tiempo, los espaoles han tenido tiempo deapreciar la ejemplaridad y temple heroico del titular del mando y, por consi-guiente, de las instituciones por l establecidas. As, devocin y confianza

    (33) Decre to 138/1936, de 29 de septiembre (Boletn Oficial de la Junta d e D efensaNacional de Espaa, nm. 32, Burgos, 30 de septiembre de 1936).(34) F. J. CONDE: Representacin poltica..., op. cit., pg. 116.(35) Para un anlisis de la justificacin ideolgica de la guerra desde la pers-pectiva de los vencedores, remito a la ponencia que present en el IV Coloquio de Se-govia sobre Historia Contempornea de Espaa, dirigido por Manuel Tun de Lara.Vase ALBERTO REIG TAPIA: La justificacin ideolgica del 'Alzamiento', de 1936,en J. L. GARCA DELGADO (ed.): La II Repblica espaola. Bienio rectificador y FrentePopular, 1934-1936, Ed. Siglo XXI de Espaa, Madrid, 1988, pgs. 211-237.

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    son buenas razones de obediencia y, por tanto, de legitimacin, pero, enrealidad, el autntico y principal mvil de la obediencia no es otro que la fe ,por lo q ue no puede sorprender q ue el artculo 47 de los Estatutos de Falangeremita la responsabilidad del jefe a Dios y a la historia. Puestas as las co-sas, cuando se obedece porq ue se tiene fe en la ejemplaridad del que m anda,es en la cspide del mando donde se centra propiamente la representacin,porq ue esa cspide es la q ue, con sus mandatos personales, actualiza de hechola unidad poltica (36).Ya en la tercera etapa, en que la misin heroica se halla en trance decumplimiento, es posible un proceso de racionalizacin del poder, cuyosdocumentos constitucionales decisivos seran la Ley de Cortes, el Fuero delos Espaoles y la Ley sobre el Referndum de 22 de octubre de 1945.En la Ley de Cortes se aprecia la creciente huella del elemento racional,al haber creado un principio de divisin del trabajo en la formacin delas leyes. Es, por tanto, el primer intento de establecer un principio de jerar-quizacin del orden jurdico. El empezar a distinguir entre poder legislativoy poder ejecutivo, por mucho que el ejecutivo conserve intacta su soberanapara dictar normas de carcter general, pone de manifiesto segn Condeel proceso de racionalizacin del mando poltico en curso, lo que, evidente-mente intil aclaracin que nos brinda el autor, no entraa un regresoal principio de la divisin de poderes a la manera de Locke o de Montes-quieu (37).El Fuero de los Espaoles de 18 de julio de 1945 introduce la importantenovedad de ser considerado una ley fundamenal en la cual se proclaman(que no se reconocen) derechos fundamentales y principios polticos bsicosen la Constitucin del nuevo Estado. Considerado en bloque, el Fuero delos Espaoles entraa la racionalizacin del poder poltico en sentido ge-nuinamente cristiano. El eje espiritual del Fuero es la libertad como principiopoltico. La superioridad del Fuero respecto a las clsicas Declaraciones deDerechos de los textos clsicos estriba en el concepto de persona del que parteel fuero frente al de hombre del que parten las declaraciones. Adems, stasson una mera agregacin de derechos atomizados y contradictorios sin armo-na entre s ni nexo esencial supremo. Sin embargo, en el Fuero, el eje espi-ritual es la libertad, pero no como arbitrio indeterminado, sino como atribu-to ontolgico de la persona cristianamente entendida. Es decir concluyeConde, a diferencia de la anarqua de valores reinante en la Constitucinde 1931, el Fuero ofrece un cuadro de derechos de la persona, perfectamente

    (36) F. J. CO ND E: op. cit., pg. 125.(37) Ibidem , pg . 133.78

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    LA TEORA DEL CAUDILLAJE EN F. J. CONDEsistemtico, fundado el sistema sobre el esquema tripartito de libertad, digni-dad e integridad, en que puede cifrarse la idea de la persona como valoren s (38).Y, finalmente, la Ley de 22 de octubre de 1945, estableciendo la institu-cin del referndum, pone de manifiesto que la racionalizacin adopta re-sueltamente formas democrticas (39), y, ciertamente, se trata de formas queno de contenidos, pues en modo alguno se va a apelar al pueblo, vocablodice Conde en s mismo confuso y equvoco, sino a la nacin, quetiene la ventaja de cifrar en s no slo la idea de un destino comn y de unacomunidad de valores reales y vigentes, sino tambin el sentido dinmico deempresa universal permanente y creadora (40). En cualquier caso nacino pueblo no existe el derecho de iniciativa. Para F. J. Conde, la auctoritasdel mando poltico y la representacin alcanzan el punto justo de equilibrioentre lo racional y lo irracional en la actitud cristiana (41).

    V . ALGUNAS CONCLUSIONESLa sabidura poltica y habilidad dialctica de F. J. Conde no impiden

    desvelar las contradicciones en que incurre. As, se esfuerza en destacar elcarcter fundacional del caudillaje frente al fascismo italiano o el nacional-socialismo alemn y, por tanto, el carcter completamente nuevo del na-ciente Estado, as conceptualizado, a la espera de posteriores elaboracionestericas. Sin embargo, en la legitimacin que hace del caudillaje, la tradicines un elemento fundamental. El caudillo se desvela como tal, entre otras ra-zones, en tanto en cuanto se convierte en paladn de la tradicin espaola. Sele acepta como tal en tanto que adquiere el compromiso formal de garantizarla continuidad y afirmacin de las esencias patrias. El titular del mando, diceF. J. Conde, es considerado como el ms genuino actualizador de la tradicinespaola y su mejor intrprete (42). Esta flagrante contradiccin de con-jugar lo viejo y lo nuevo estallaba pblicamente entre carlistas y falangistas,cuya hostilidad mutua era manifiesta; contradiccin que Franco salv por lava contundente del decreto de unificacin de abril de 1937 y la del exilioo los consejos de guerra sumarsimos para los disidentes. Precisamente en elprembulo de dicho decreto (una parte del cual, por cierto, no reproduce

    (38)(39)(40)(41)(42)

    Ibidem,Ibidem,Ibidem,Ibidem,Ibidem,

    pg.pg.Pg.pg.pg.

    141.142.145.148.123.

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    F. J. Conde en su apndice documental), y consciente el legislador de que setrataba de ensamblar en un destino comn elementos tan antitticos al me-nos aparentemente, se afirma claramente que, como en otros pases dergimen totalitario, la fuerza tradicional viene ahora en Espaa a integrarseen la fuerza nueva (43). Ya, con perspectiva histrica, estamos en condicio-nes de apreciar en qu ha consistido esa Fuerza Nueva, que iba a resultarsntesis superadora.Todo el esfuerzo intelectual de F. J. Conde, encaminado a una teora delcaudillaje que resultara original frente a los movimientos fascistas homlogosal espaol q ue se desarrollaron en Europa, tena necesariamente q ue encubrir-se con una ptrea retrica acadmica que fuese capaz de presentar como nuevolo vetusto; como original, lo tradicional; como revolucionario y fundacional,lo contrarrevolucionario y restaurador. Adivinamos la decepcin del autorante la frialdad con que su exaltado caudillo acogi segn parece suContribucin a la doctrina del caudillaje. Probablemente Franco no entendinada o sencillamente le pareci excesivo tanto artificio dialctico, tanta am-pulosidad verbal, tanta abstraccin conceptual para justificar la razn de sujefatura, los legtimos ttulos que concurran en un predestinado, elegido porla Providencia para regir los destinos patrios.

    Francisco Javier Conde, a lo largo de su exposicin, va poniendo el nfa-sis en la tradicin o en la fundacin, en la inmanencia o en la trascedencia,en la personalizacin o en la norma, en el cansina o en la razn, segn con-viene al objetivo fundamental de su discurso. Necesariamente incurre en con-tradicciones e incoherencias que su inteligencia se ocupa de velar todo loque puede sobre la base de una retrica y una dialctica que se esfuerzanpor salvar lo salvable de ese despliegue del mando poltico espaol, o caudi-llaje fascista, en un modo supuestamente cristiano y racional de autoridady representacin, todo lo cual no puede ocultar, a pesar de los mprobos es-fuerzos, su deuda con el Fhrerprinzip hitleriano. De todo ello, y a pesar delatado y bien atado, nada ha resultado, finalmente, salvable. Y la legitimacindemocrtica y los denostados principios demoliberales y socialdemocrticostienen hoy ms vigor que nunca y se proyectan hacia el futuro como irrenun-ciable bandera para los pueblos y naciones del mundo entero. Todo ello acincuenta aos de que fuesen derrotadas por la fuerza de las armas ideologasy movimientos polticos el caudillaje franquista entre ellos, aunque stefuese capaz de sobrevivir cuyo fundamental objetivo no era otro que aplas-tar la democracia, paradigma poltico de la civilizacin occidental cuya salva-

    (43) Decreto 55/193 7, de 19 de abril (BOE, nm. 182, Burgos, 20 de abril de 1937).80

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    LA TEORA DEL CAUDILLAfE EN F. J. CONDEguarda se abrog en exclusiva, para mayor escarnio, el santo cruzado, eltitular del mando poltico, al cual, F. J. Conde se esfuerza intilmente enlegitimar sin tan siquiera osar nombrarlo...; suponemos que de acuerdo conel segundo mandamiento de la suprema ley divina, que prohibe taxativamentepronunciar el sagrado nombre de Dios en vano. Y es que, ciertamente, todoera vano y en vano (44).

    (44) Vano, na. (del lat. vanus.) adj. 1. Falto de realidad, substancia o entidad.|| 2. Hueco, vaco y falto de solidez. || 3. Dcese de algunos frutos de cascara cuandosu semilla o substancia interior est seca o podrida. || 4. Intil, infructuoso o sin efec-to , | | 5. Arrogante, presuntuoso, envanecido. | | 6. Insubsistente, poco durable o estable.|| 7. Que no tiene fundamento, razn o prueba. || 8. fig. y fam., vase cabeza vana.|| 9. m. Arq. Parte del muro o fbrica en que no hay sustentculo o apoyo para eltecho o bveda; como son los huecos de ventanas o puertas y los intercolumnios.|j en vano. loe. adv. 1. Intilmente, sin logro ni efecto. II 2. Sin necesidad, razn o jus-ticia. || una vana y dos vacas, loe. fig. y fam. con que se nota al que habla muchoy sin substancia (Diccionario de la Lengua Espaola, op. cit., t. II, pg. 1366).

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