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CONSTRUCCIÓN Y REPRESENTACIÓN LITERARIA DEL CONFLICTO ARMADO EN COLOMBIA A TRAVÉS DE LAS VOCES DE LOS PERSONAJES EN LOS EJÉRCITOS DE EVELIO ROSERO Y EN EL BRAZO DEL RÍO DE MARBEL SANDOVAL Jorge Andrés Cárdenas Santamaría Universidad Nacional de Colombia Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Literatura Bogotá, Colombia 2016

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CONSTRUCCIÓN Y REPRESENTACIÓN

LITERARIA DEL CONFLICTO ARMADO EN

COLOMBIA A TRAVÉS DE LAS VOCES DE

LOS PERSONAJES EN LOS EJÉRCITOS DE

EVELIO ROSERO Y EN EL BRAZO DEL RÍO

DE MARBEL SANDOVAL

Jorge Andrés Cárdenas Santamaría

Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Literatura

Bogotá, Colombia

2016

2

CONSTRUCCIÓN Y REPRESENTACIÓN

LITERARIA DEL CONFLICTO ARMADO EN

COLOMBIA A TRAVÉS DE LAS VOCES DE

LOS PERSONAJES EN LOS EJÉRCITOS DE

EVELIO ROSERO Y EN EL BRAZO DEL RÍO

DE MARBEL SANDOVAL

Jorge Andrés Cárdenas Santamaría

Tesis o trabajo de investigación presentada(o) como requisito parcial para optar al

título de:

Magister en Estudios Literarios

Director (a):

Doctora, Ángela Inés Robledo

Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Literatura

Bogotá, Colombia

2016

3

A la vida, a su misteriosa lección que día a día

le concede al ser humano.

A la palabra, a su fuerza para enunciar

las verdades que tanto oculta la vanidad humana.

4

Agradecimientos

El sentido de gratitud debo expresarlo a todos los que han hecho parte de mi formación

tanto intelectual como humana; por un lado, debo exaltar la contribución de aquellos

maestros que configuraron la pasión y la disciplina para pensar la escuela a partir de una

mirada crítica y propositiva. Especialmente debo agradecer a los maestros Ángela

Robledo, Carmen Elisa Acosta, William Díaz y otros más, quienes guiaron mis horizontes

de investigación hacia escenarios llenos de complejidad. Ellos forjaron en mí el placer por

las ciencias del lenguaje, el gusto por la indagación literaria y, más aún, la constancia

que debe tener el ser humano en su vida académica y social.

Por otro lado, agradezco a mi familia: Jorge Eliécer Cárdenas, Mercedes Santamaría y

Edisson Cárdenas, quienes a través de sus valores y consejos han apoyado todos los

proyectos que he emprendido en la vida. Sus palabras y esfuerzo han hecho de mí un

docente que ha puesto por encima de todo el sentido de lo humano. Finalmente, quiero

dar gracias a mis grandes amistades, en especial Jhon Erick Cabra quien ha sido un

apoyo constante y sincero. Agradezco también a quien comparte mi vida y es consejera

de los propósitos que he realizado para conseguir este logro, Nicolle Gordillo.

5

Resumen

Esta investigación está basada en el análisis hecho a dos obras publicadas en el año

2006: Los Ejércitos de Evelio Rosero y En el brazo del río de Marbel Sandoval Ordóñez.

El interés investigativo está esencialmente situado en la configuración de las voces

narrativas que subyacen a las condiciones de violencia representadas en cada obra. Es

decir, se busca identificar los cambios a nivel literario que se han llevado a cabo en la

representación de la violencia durante más de un siglo. Lo anterior con el fin de

reconocer cómo se ha narrado y representado la guerra en textos literarios y cuál ha sido

el papel de los personajes que sufren directamente el acto violento en tales

producciones. Además, se prestará especial atención al análisis del lugar enunciativo que

tiene cada personaje dentro de la resignificación de la guerra en los relatos, con el

objetivo de establecer cuáles son los discursos de los personajes involucrados, en las

tramas narrativas, sobre la violencia.

Palabras clave: Violencia, conflicto armado, representación, voces narrativas, víctimas.

6

Abstract

This research is based upon the analysis of two literary works published on 2006: Los

ejércitos, by Evelio Rosero, and En el abrazo del río, by Marbel Sandoval Ordoñez. It

focuses on the construction of narrative voices that lie behind the violent conditions of

each literary piece. The main purpose of this analysis is to identify the changes that have

occurred for more than a century, with regards to the representation of violence on the

literary level, focusing on the questions: How has the war been narrated and represented

in the literary texts and what has been the role of the characters who suffer directly from

the violent act in these texts. Additionally, special attention will be given to the enunciative

point of each character, within the redefinition of war in these stories; in order to establish

the speeches of the characters involved with respect to violence, within the literary plot.

Keywords: Violence, military conflict, representation, narrative voices, victims.

7

Contenido

Introducción y marco conceptual .......................................................................................... 9

1. Capítulo I ......................................................................................................................... 19

Aproximación histórica y narrativa de la literatura sobre la violencia en Colombia en los

siglos XIX y XX ................................................................................................................... 19

1.1 Tres momentos en la historia de la violencia colombiana ....................................... 19

1.1.1 Representación de la violencia en la literatura. Primeras décadas del Siglo XX

..................................................................................................................................... 23

1.1.2 Panorama de la literatura de la violencia en la mitad del Siglo XX ................... 28

1.1.3 La violencia en Colombia en el ámbito literario. Años 80 y fin de siglo XX ...... 34

2. Capítulo II ........................................................................................................................ 40

Construcción narrativa de los personajes en la novela los Ejércitos de Evelio Rosero... 40

2.1 Evelio Rosero y su obra ............................................................................................ 40

2.2 Ismael Pasos: ángulo, punto de vista y perspectiva de la guerra en San José ...... 43

2.3 Interacción de las voces: relato múltiple sobre la violencia en San José ................ 51

3. Capitulo III ....................................................................................................................... 59

Representación narrativa de la violencia en la obra En el brazo del río de Marbel

Sandoval ............................................................................................................................. 59

3.1 Marbel Sandoval y su obra ...................................................................................... 59

3.2 Dos voces, dos perspectivas que resignifican la violencia ...................................... 61

3.3 Recuerdo y memoria: elementos de representación sobre el acto violento en

Paulina y Sierva María .................................................................................................... 68

4. Capítulo IV ...................................................................................................................... 77

Propuestas y aportes de Evelio Rosero y Marbel Sandoval en la narrativa sobre la

violencia del siglo XXI. ........................................................................................................ 77

4.1 Contexto histórico, social y político........................................................................... 77

4.2 Propuesta literaria y cambios en la narrativa de las obras de Evelio Rosero y

Marbel Sandoval ............................................................................................................. 83

4.2.1 Los Ejércitos y En el brazo del rio frente a la tradición literaria de mitad del siglo

XX ................................................................................................................................ 83

4.2.2 Divergencias respecto a la literatura de inicios del siglo XX. El caso Pax ....... 86

8

4.2.3 Encuentros y desencuentros con la narrativa de finales del siglo XX .............. 89

4.2.4 Puntos en común y diferencias narrativas, temáticas y críticas en las obras de

Rosero y Sandoval ...................................................................................................... 93

5. Conclusión ...................................................................................................................... 96

Bibliografía ........................................................................................................................ 100

9

Introducción y marco conceptual

Este trabajo está enfocado en dos obras sobre la violencia en Colombia publicadas en el

año 2006: Los Ejércitos de Evelio Rosero y En el brazo del río de Marbel Sandoval

Ordóñez. En él analizo, en cada una de las novelas, cómo las voces narrativas configuran y

representan el conflicto político-militar protagonizado por guerrilla, paramilitares y Estado

durante las últimas décadas en Colombia. Para ello, es importante entender cómo se ha

narrado la guerra y cuál ha sido el papel de los personajes que sufren directamente la

violencia desde comienzos del siglo XX hasta hoy.

Para abordar lo anterior, me he valido de conceptos como ángulo, perspectiva y punto de

vista que hacen parte del estudio adelantado por el teórico francés Gérard Genette en su

texto Figuras III (1989). De la misma manera, es oportuno afirmar que pretendo valorar

teóricamente el lugar enunciativo1 que tiene cada personaje dentro de la resignificación del

acto violento2 en el relato

3, esto con el fin de advertir la forma como se configura el

1 La enunciación es definida por Tecla Gonzáles Hortigüela (2009) ―…como el ámbito de la inscripción del

sujeto en el acto lingüístico…‖ (pág. 151). Afirmación que nace de los postulados del lingüista francés Émile

Benveniste (1966) y que posibilita vislumbrar un sujeto que es producido en el discurso y no productor del

mismo, esto en tanto que el lenguaje constituye su figura dentro de la comunicación. De esta manera, se

configura la noción de sujeto de la enunciación que, en el ámbito literario, se representa como narrador y,

más específicamente, en el organizador de las otras instancias discursivas que hacen parte del relato. Este

mismo se encarga de ―…manejar el discurso a partir de un ángulo de visión u otro, es decir, desde cierto

punto de vista…‖ (Beristáin , 2002, pág. 112) que ofrece la percepción de los acontecimientos.

2 Para la presente investigación el término acto violento estará relacionado con las acciones violentas de las

que son víctimas los ciudadanos en un contexto de confrontación armada.

3 Genette (1989) propone tres definiciones sobre el término relato. En primera medida lo define como ―…el

enunciado narrativo, el discurso oral o escrito que entraña relación de un acontecimiento o de una serie de

acontecimientos.‖ (pág. 81). En un segunda medida, lo determina como la designación sucesiva de

acontecimientos, reales o ficticios, objeto del discurso y sus diferentes relaciones. Y por último, lo define

como aquel que ―…designa también un acontecimiento; pero no ya el que se cuenta, sino el que consiste en

que alguien cuente algo: el acto de narrar tomado en sí mismo…‖ (pág. 82). Para efectos de la presente

investigación es necesario advertir que, según el propio Genette y en beneficio de evitar cualquier tipo de

confusión teórica, la concepción de la palabra relato se tratará de acuerdo ―al significante, enunciado o texto

narrativo mismo…‖ (1989, pág. 83). A saber, a partir de esta aclaración conceptual es posible asumir el

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discurso sobre la violencia en los personajes que la experimentan directamente. Y como

última instancia, considero el entorno socio-económico y político que rodea el siglo XXI

como factor relevante en la escritura sobre la violencia en Colombia, asimismo concentro

la reflexión sobre la propuesta de Rosero y Sandoval respecto a la manera como llevan a

cabo la reconstrucción literaria del conflicto armado en el país.

Los ejércitos y En el brazo del río son textos paradigmáticos de una escritura sobre la

guerra que tienen marcas específicas y que le dan espacio a las voces de las víctimas, a

tono con las teorías contemporáneas de los nuevos sujetos subalternos y descentrados de

los discursos de poder. Hay que tener en cuenta que la primera de ellas, la obra de Rosero,

es reconocida, y ha sido objeto de varios análisis académicos, mientras que la novela de

Sandoval4 no ha tenido el reconocimiento que merece.

Así expuesta, la estructura de la investigación cuenta con cuatro capítulos en donde

abordo los temas y problemáticas ya enunciadas. En las siguientes líneas establezco un

breve resumen de cada uno y el contenido con el que cuenta.

El primer capítulo que contiene esta investigación denominado Aproximación histórica y

narrativa de la literatura sobre la violencia en Colombia en los siglos XIX y XX, trata

sobre el contexto histórico desarrollado en el país durante los siglos ya citados. Allí, bajo

horizonte analítico que se desarrollará en las novelas seleccionadas, ello en relación al discurso narrativo que

presenta cada una.

4 Algunas publicaciones han resaltado la importancia de la obra En el brazo del río en el ámbito literario y

sociológico, entre ellas se encuentra ―The social origins of human rights. Protesting political violence in

Colombia’s oil capital, 1919-2010‖ de Luis Van Isschot (2015). También es posible advertir la inclusión de

la novela en el análisis titulado ―La literatura como una expresión de duelo que permite establecer procesos

de memoria. Un análisis de dos narraciones literarias colombianas de la primera década del Siglo XXI

ligadas al conflicto armado, desde los enfoques de Acción Sin Daño y Psicosocial‖ de Karol Tatyana Duarte

Bello.

11

conceptos propios del campo de la Historia y la Sociología, hago un recorrido por los

eventos violentos que han marcado al país. En principio, describo la Guerra de los mil días

como el posible antecedente que desencadena la escritura de obras literarias sobre la

violencia en Colombia, caracterizo el entorno socio-político de la época, y, además, cito

las principales producciones literarias que relataron tal evento y los autores que se

interesaron por esta temática en aquel momento. Luego, centro la argumentación en la

conformación histórica de los partidos políticos (Conservador y Liberal) y su

confrontación hacia la mitad del siglo XX, lo cual culminó en lo que se ha denominado

como El Bogotazo.

El enfrentamiento bipartidista se describe como un conflicto que corresponde a un

ambiente político en crisis, el cual provoca una aguda pugna social que va encaminada a

defender los principios ideológicos de cada colectividad y a combatir a ultranza los

contrarios. Como consecuencia de ello, el resultado es un escandaloso número de muertos

en diferentes zonas del país. En este apartado también realizo un balance de la narrativa

que enfocó su contenido hacia la representación de esta problemática, es decir, el

tratamiento narrativo que llevaron a cabo los escritores sobre la contienda política, y,

además, las condiciones e implicaciones culturales derivadas de dicha situación bélica.

Aquí integro referentes teóricos que posibilitan señalar el viraje dado a la literatura

colombiana respecto a la forma representativa de la violencia.

Finalmente, efectúo una caracterización de la literatura que se ha escrito a finales del siglo

XX. Allí discuto algunos de los temas que fueron constantes en la década de los ochenta y

los noventa, en relación a fenómenos como el narcotráfico, la lucha armada y el

crecimiento de grupos paramilitares. Destaco, bajo la reflexión analítica, los conceptos que

12

enmarcan el estilo narrativo de las obras inscritas en este marco espacio-temporal,

teniendo en cuenta, claro está, el ámbito socio-económico y político que se presenta por

ese lapso histórico.

En el segundo y tercer capítulo: Construcción narrativa de los personajes en la novela Los

ejércitos de Evelio Rosero y Representación narrativa de la violencia en la obra En el

brazo del rio de Marbel Sandoval, respectivamente, llevo a cabo la reflexión concerniente

a las dos novelas seleccionadas. En este apartado reúno la aplicación de categorías de

análisis como: focalización interna, narrador-personaje, voz5 e instancia narrativa (1989),

asimismo, la ilustración narrativa de los diversos aspectos, problemáticas y asuntos que

ambas producciones escritas proponen.

Mediante el ejercicio analítico defino y desarrollo los conceptos y términos que han sido

estudiados en la investigación y permiten, a su vez, la reflexión de los componentes

temáticos que se derivan de los objetivos de este ejercicio de indagación. Tales elementos

los desarrollo en las obras escogidas acorde con los pasajes y ejemplos que soportan la

dinámica teórica.

En las obras seleccionadas como corpus para el análisis de esta investigación, preciso que

la voz narrativa esté situada en aquellos personajes que padecen directamente las

consecuencias de la guerra. Voces que operan a partir del relato vivencial de la guerra y

que desde la experiencia que tienen sobre esta, la cuenten mediante distintos recursos

5 A este concepto Genette (1986) dedica un amplio estudio en su texto Figuras III. Valiéndose de las ideas

sobre esta temática propuestas por el lingüista francés Joseph Vendryes, asume la voz como: ―…la acción

verbal considerada en sus relaciones con el sujeto, sujeto que aquí no solo es el que realiza o sufre la acción,

sino también el que la transmite y eventualmente todos los que participan, aunque sea pasivamente en esa

actividad narrativa‖ (pág. 271). Así visto, tomo en cuenta en esta investigación, este horizonte conceptual

para desarrollar el análisis propuesto en las obras escogidas.

13

narrativos. Por ello, la primera novela seleccionada titulada Los Ejércitos, escrita por

Evelio Rosero y que tiene como personaje principal al profesor Ismael Pasos, es un

ejemplo esencial para adecuar la reflexión de esta indagación hacia el carácter experiencial

y autónomo del testimonio ficcional sobre la guerra. Son dos características que

particularmente vuelven al personaje central en el portavoz de un relato soportado por

juicios de valor e ideas propias sobre lo que sucede a su alrededor.

La ya citada voz narrativa, en términos de Patricia Martínez (2002), es: ―…el dispositivo

retórico que establece quién cuenta y desde dónde en un relato‖ (pág. 198). Permite

asimismo reconocer el origen de lo discursivo a través de la figura del narrador, que a su

vez, es una proyección ficcional del autor y presenta al lector el mundo narrado. No cabe

duda de que este elemento es indispensable a la hora de hablar sobre el lugar enunciativo

que poseen los personajes marginales en un relato, pues su intervención, a nivel narrativo,

deja entrever la importancia que tienen al momento de contar la historia propuesta. Si se

habla de una temática novelesca sobre la violencia es mucho más evidente y explícita la

forma en como se exponen los modos de pensar y actuar de un personaje en las acciones

de la trama ficticia. Tanto su punto de vista6 como su perspectiva sobre los

acontecimientos que suceden, permiten concebir hasta qué punto su locus enunciativo es

válido, en términos de representación de la realidad y más, en este caso, de la violencia.

Así visto, el personaje de Ismael deja de ser un simple eco de su autor y toma una

independencia total en las acciones de la obra. Es portador de una ideología y un carácter

6 Según Patricia Martínez en su trabajo de 2002 titulado Algunos aspectos de la voz narrativa en la ficción

contemporánea: el narrador y el principio de incertidumbre, este concepto está relacionado con la voz

narrativa en tanto ―La puesta en escena enunciativa de esa voz permite asimismo delimitar la posición de la

misma con respecto al universo de la ficción, y encuadrar la perspectiva o el punto de vista desde el cual se

percibe y aprehende el mundo ficcional representado en la novela‖ (198).

14

propios a la hora de emitir opiniones o ideas sobre la violencia desatada. En palabras del

crítico literario ruso Mijaíl Bajtín (1999): ―…el autor crea, pero ve su creación tan solo en

el objeto que está formando, es decir, únicamente ve la generación del producto y no su

proceso interno, psicológicamente determinado‖ (pág. 15). Ismael Pasos asume un rol

autónomo en el trasegar de la trama ficcional, mediante la ocurrencia de diversas

situaciones en la obra, propone y expone una serie de ideas que le aseguran un lugar de

enunciación único en el universo ficcional desarrollado. Por lo tanto, configura un modo

de pensar y decir que le permite observar y reflexionar; posición desde la cual consolida su

voz narrativa en tanto que es víctima directa y brinda un testimonio ficcional a partir de lo

que puede ver, oír y sentir.

Por su parte, la segunda obra seleccionada: En el brazo del río de Marbel Sandoval

Moreno, aporta no solo una voz narrativa desde la cual se relata la violencia, sino dos

voces a partir de las cuales es posible reconocer y comprender la misma. Al igual que en

Los Ejércitos, se ubica el foco de enunciación en las víctimas del conflicto armado, en este

caso son dos adolescentes que cuentan los estragos que ha dejado la guerra en cada una y

cómo su relación de amistad produce todo un escenario de reconstrucción sobre los actos

violentos. El recuerdo y la evocación son los elementos narrativos que permiten dar cuenta

del enfrentamiento armado que viven día a día; también estas voces juveniles se apoderan

de una idea propia que surge por el trajinar en medio de hechos violentos.

La marginalidad que ostenta el habitar un lugar donde los grupos al margen de la ley

combaten diariamente, lleva a que las voces de Paulina y Sierva María se apropien de todo

el espacio narrativo de la novela debido a que son testigos directos, y, asimismo, víctimas

de las acciones presentadas en el plano ficcional. Sus posiciones respecto al relato

15

muestran además, un ángulo desde el cual enuncian sus apreciaciones. Por lo anterior,

existe una conciencia, a través de los propios personajes, que advierte y señala cuáles son

las injusticias, los hechos atroces y las inequidades que se derivan de los contextos de

guerra. Ambos personajes pueden decir, según su propio criterio, cuál es la opinión al

respecto de que, ni el Estado ni los mismos medios de comunicación, puedan hacer algo

para evitar más muertes en su territorio y a nivel general en el país. Todo ello, claro está,

dentro de una consideración de personajes ficcionales y que pertenecen al mundo propio

de la obra literaria.

Así visto, en esta investigación propongo, al escoger estas dos obras, no simplemente

advertir cómo las voces narrativas se configuran a partir de la marginalidad, sino que, aun

mejor, trato de analizar cuáles son los recursos y estrategias narrativas que permiten

consolidar su representación de la violencia. En términos generales, busco señalar cuáles

son los aspectos enunciativos y discursivos que diferencian el relato sobre la violencia en

Colombia; esto contemplado en lo que realizan las dos novelas respecto a otras

producciones literarias que han abordado el tema en épocas diversas y bajo estilos

narrativos distintos. En síntesis, pretendo reconocer y resaltar por qué los personajes que

integran estas dos obras se valen de juicios de valor, opiniones o ideas para resignificar el

acto violento y presentar al lector una visión de mundo que posibilita comprender el

testimonio7 que produce la guerra en las víctimas que deja esta misma.

Esta idea de narrar a partir de quien vive el relato, es decir, a través del personaje en

primera persona, permite identificar la referencia y el punto de vista que este propone

7 En su trabajo ―Violencia, memoria y literatura testimonial en Colombia. Entre las memorias literales y las

memorias ejemplares‖, Juan Carlos Vélez (2003) argumenta que la narrativa testimonial permite darle la voz

a los protagonistas involucrados en el conflicto. A saber, el testimonio implica reconocer los hechos que

subyacen a la violencia a partir de quien los vive y quien se ve afectado por los mismos.

16

sobre las acciones presentadas en la obra. En esencia, el relato se efectúa en tanto ―…el

propio personaje asume la función de narrador y nos refiere el mundo ficcional desde la

perspectiva del Yo‖ (Martínez García, 2002, pág. 200). Existe entonces una pluralidad de

conciencias que interactúan, esto hace que el mundo para cada personaje aparezca bajo un

determinado aspecto conforme al cual se estructura su representación. Para Ismael Pasos,

en el caso puntual de Los Ejércitos, el acto violento tiene su trasfondo debido a la

interacción que ha tenido con este mismo, mientras que para otro personaje que no ha

vivido la violencia de cerca, las implicaciones son distintas y su concepción es muy

opuesta.

Para Bajtín (1993), en su estudio sobre el carácter polifónico en las obras de Dostoievski,

las ideas que encarnan los personajes o ―héroes‖, como los llama él, parten de la

independencia que se establece entre autor y personaje. A saber, no se permite confundir el

pensamiento de quien escribe la obra con el personaje creado simplemente porque este

último posee una autonomía dentro de las acciones del relato; estos personajes no son una

imagen determinada en un sentido unitario. Más bien constituyen un punto de vista

particular sobre el mundo y sobre sí mismos. Son discursos libres que conforman su

postura dentro de la trama narrativa y el universo simbólico de la obra. Asegura el mismo

Bajtín, con relación al autor y sus personajes, que si ―…el cordón umbilical que los

une…no se corta, estaremos frente a un documento personal y no frente a una obra‖ (pág.

77). El personaje en este caso cuestiona, profundiza, valora y hasta se opone a su mismo

creador; construye una voz que lo independiza y permite su manifestación más allá de lo

narrado.

17

En el caso de los personajes en cuestión (Ismael Pasos en Los Ejércitos y Paulina y Sierva

María que hacen parte de En el brazo del río) cabe anotar que responden a estos

planteamientos dados por el teórico literario ruso, en consideración a su misma actividad y

participación en las obras citadas. Tales personajes están constantemente evaluando las

acciones del relato y además discuten, de manera monológica o dialogada, las barbaridades

cometidas antes, durante y después de la guerra, pero sus juicios de valor son libres y hasta

contradictorios de lo que sus creadores pueden llegar a enunciar. Esto es dicho, no en el

sentido de que la intención que persiguen tanto Evelio Rosero como Marbel Sandoval diste

de aquello que pretendan en sus obras, sino más bien en que el discurso establecido por

cada personaje va más allá de la propia potestad de sus autores. La violencia para estos

personajes se vive de cerca y se sufre en el plano ficcional, pero esto no quiere decir que

sus autores también la hayan vivido de la misma manera en el terreno de la realidad.

Por lo anteriormente dicho, esta es la idea que también persigue la presente investigación,

a saber: la configuración de una estructura narrativa que sitúe en los personajes una voz

propia desde la cual se pueda advertir la indignación y hasta el mismo cuestionamiento

sobre la duradera y frenética guerra en el país. Puntos de vista que, como la afirma

Martínez García (2002), no solo se entiendan como ―…punto de mira o ángulo de visión

que condiciona la configuración del mundo ficcional— sino también en su acepción

ideológica: como el sistema de juicios, conceptos y valores que sustentan una visión del

mundo‖ (pág. 201). En síntesis, un lugar desde el cual se puedan denunciar los crímenes y

las afectaciones que sufren quienes son golpeados por el extenso conflicto armado que por

más de un siglo padece Colombia. Ello a partir del ejercicio de imaginación y creación que

puede ofrecer la literatura.

18

En el cuarto y último capítulo, denominado Narrativa sobre la violencia del siglo XXI.

Propuesta de Evelio Rosero y Marbel Sandoval, realizo un análisis comparativo entre

algunas obras literarias del Siglo XX y Los Ejércitos y En el brazo del rio, de acuerdo a las

incidencias, influencias y divergencias que se presentan entre unas y otras obras a nivel

estilístico. Es este capítulo establezco la diferenciación entre elementos narrativos que

hacen explícita la especificidad de cada novela, en referencia a la disposición espacial,

personajes, posición de narrador y focalización, propios el relato; aspectos que permiten

visibilizar las técnicas narrativas utilizadas, el modo como se lleva a cabo la representación

de la violencia en las obras y la tradición literaria que ostentan. Esto, ligado también a una

descripción del contexto histórico en los planos social, político y cultural del presente

siglo, con el propósito de reconocer los fenómenos, circunstancias y hechos de violencia

que afectan a Colombia en este periodo histórico.

19

1. Capítulo I

Aproximación histórica y narrativa de la literatura sobre la violencia en

Colombia en los siglos XIX y XX “Entre los textos y hechos se ratifica que la literatura

no guarda silencio frente a la historia, que ha tenido

necesidad de contar, de afirmar y exorcizar el dolor y

el horror” (Luz Mary Giraldo. En otro lugar.

Migraciones y desplazamientos en la narrativa

colombiana contemporánea)

1.1 Tres momentos en la historia de la violencia colombiana

Por más de un siglo la representación de la violencia en Colombia ha sido tema recurrente

en la literatura nacional. Algunas obras literarias han buscado abordar ficcionalmente las

voces de quienes padecen directamente las consecuencias de la guerra, y así mismo,

valorar su importancia dentro de la configuración narrativa de cada época histórica.

Siguiendo a María Helena Rueda en su texto ―Nación y narración de la violencia en

Colombia (de la historia a la sociología)‖, es posible asumir que tal vulnerabilidad

histórica a la que se han visto sometidas miles de personas, ha presentado una notoria

preocupación en la literatura del país. Ello es explicado en tanto que ―…si bien la

escritura ofrece la posibilidad de un distanciamiento con respecto a la violencia, es difícil

pensarla como un acto ajeno a ella…‖ (Rueda, pág. 346), pues en esencia el acto bélico ha

sido la constante del proceso de conformación de la propia nación colombiana.

Es por ello que eventos como La Guerra de Los Mil Días, la lucha bipartidista, la

incidencia del narcotráfico y el conflicto armado que se han desarrollado durante los siglos

XX y XXI, denotan un extenso contenido sobre el cual se ha hecho literatura en Colombia.

Esto conduce a señalar que algunos episodios de violencia en la historia del país, han

incidido en la producción artística de novelas y además en la manera en como los

20

escritores pretenden representar la violencia de acuerdo al contexto socio-político que los

rodea.

Ante este panorama es indiscutible que la forma de narrar la violencia en Colombia ha

tenido transformaciones y estilos diversos a través del paso del tiempo, pues la influencia

misma del contexto social y político de cada época incide en las maneras de configurar la

representación de los actores del conflicto. Por ejemplo, en gran parte del siglo XIX y

como lo advierte Vera Castro (2013):

…se escribe una cantidad inequívoca de novelas que presentan algunas formas de la

violencia de esa época, y que para ese tiempo hacía curso en algunas comunidades de la

sociedad colombiana. Las guerras civiles colombianas, por ejemplo, aportaron al

imaginario de los escritores de aquel tiempo, para escribir lo que serían décadas más

tarde, novelas que retratarían la historia de esas luchas. Ese episodio de la historia

colombiana probablemente hace parte del génesis de la novelística moderna del país.

(pág. 28).

Estas son construcciones literarias que obedecen a los hechos bélicos y conflictivos que

acontecen en este momento histórico, claro está que bajo un estilo de narración propio y

bastante disímil a lo que posteriormente se presenta en el plano narrativo sobre la

violencia.

Aquí es menester señalar que los personajes incluidos en estas novelas son

fundamentalmente creados desde una perspectiva histórica, y además, a partir de los

principales referentes que participan en los enfrentamientos armados de las diferentes

guerras civiles. Sumado a ello, no solo el tema de la violencia es parte principal de este

periodo; cabe resaltar que las costumbres, gustos y dinámicas del diario vivir son aspectos

21

que se tienen en cuenta para la elaboración del trabajo artístico de finales de siglo XIX y

comienzos del XX. Para ampliar este panorama referencio el capítulo ―Representación de

la violencia literaria en las primeras décadas del Siglo XX‖, donde llevo a cabo el análisis

de dos obras y los elementos narrativos que hacen explícita la manera en cómo se sitúan la

violencia en el plano narrativo.

Otro momento de confrontación y gran incremento de la producción de las letras en

Colombia sobre el tema de la violencia, se deriva de la contienda bipartidista de mitad del

siglo XX. Para Pablo Montoya (1999) en su artículo ―La representación de la violencia en

la reciente literatura colombiana‖, este suceso de lucha por el poder político afectó

notablemente la estructura social de país, es decir, que miles de campesinos se vieron

obligados a abandonar sus tierras de origen debido a las reyertas entre los bandos opuestos

(liberales y conservadores). Tal ―éxodo‖, como él mismo lo denomina, y las condiciones

de miseria evidentes per se a los enfrentamientos, motivaron la escritura de un sinnúmero

de historias que, por un lado, mostraron los horrores de la guerra de manera escalofriante y

explícita y, por el otro, permitieron la apertura a un escenario conciente sobre el

tratamiento de la violencia.

A partir de lo anterior, se proponen dos puntos de vista sobre cómo abordar y presentar la

violencia en la literatura, pero también se polariza el modo en que se representan los

actores de tal fenómeno, narrativamente hablando. Además, vale anotar que hasta la

década de 1950 y atendiendo a lo que bien apunta María Helena Rueda (2008) ―…las

agresiones y heridas de las guerras que tuvieron lugar en Colombia a partir de los primeros

años del siglo XX no entraban en el discurso historiográfico, aunque sí en crónicas y en

relatos novelados…‖ (pág. 351). Esto quiere decir que la representación de la violencia y

22

su misma presencia estuvo explícita solo en el discurso narrativo, debido a que la función

o rol asumido por la historiografía a partir de la constitución de 1886 promulgada por

Rafael Núñez, apoyó la configuración de un ideal de nación que denotara un aspecto

ejemplarizante conforme a su difusión en la esfera educativa del país. Para una mejor

comprensión de esta temática, el apartado titulado ―Panorama de la literatura de la

violencia en la mitad del Siglo XX‖, aborda con mayor profundidad las problemáticas y

asuntos expuestos.

Transcurridas algunas décadas y tras los enfrentamientos entre miles de civiles por la

defensa de los dos bandos políticos, surgen algunas colectividades alzadas en armas que

pretendían representar ideas de oposición respecto al gobierno central. Tales pensamientos

divergentes se gestan, por un lado, en las zonas rurales donde algunos campesinos

conformaron colectividades para combatir y luchar por la defensa de intereses políticos; y

por otro lado, en claustros universitarios donde la corriente marxista y la inspiración

castrista permiten que el radicalismo estudiantil comience a configurar lo que se ha

denominado como ―guerrilla‖. Según Mario Arrubla (1991), este proceso de conformación

guerrillera está mediado por la indignación y profundo desacuerdo con el aparato de

Estado que se forjó en el Frente Nacional. En otras palabras, la confluencia de las

corrientes liberales y conservadoras en el escenario político, permitió que muchas

decisiones económicas y sociales afectaran a los propios ciudadanos de clases populares en

el país.

Ante este panorama de subversión cabe señalar que al iniciar la década del ochenta se da la

conformación de grupos paramilitares y de autodefensas, los cuales fueron creados, tanto

para repeler y combatir a las guerrillas, como también para apoderarse de las tierras a

23

través del ejercicio de la violencia. En palabras de Gustavo Duncan (2006), empieza

entonces una disputa por los territorios y por el capital que se deriva al asumir el control

económico de alguna zona del país. La siembra y comercialización de cultivos ilícitos

resulta el mejor medio para incrementar el poder, y además, el clientelismo se torna en el

pan de cada día para administrar el control político a nivel local. A causa de ello, el

Ejército Nacional da apertura a las incursiones armadas para exterminar tales

colectividades armadas ilegales, pero el resultado es la masiva muerte y desplazamiento de

la población civil.

Colombia culmina el siglo XX con un nuevo éxodo de campesinos, como ya se había

presentado a finales del XIX. Se repite la historia y una vez más se advierte la constante y

perturbadora violencia que ha acompañado al país durante más de un siglo. Ante este triste

panorama, la literatura no es ajena a representar estos hechos violentos; escritores,

periodistas e intelectuales emprenden la tarea de retratar el fenómeno del narcotráfico. Así,

y como lo afirma Cardona López (2002), se publica en 1986 la novela El divino de

Gustavo Álvarez Gardeazábal, obra pionera en la escritura sobre esta problemática social y

que da pie a la publicación de diversas producciones sobre esta temática. Para ampliar la

información sobre este periodo en la narrativa de Colombia recomiendo la lectura del

apartado titulado ―La violencia en Colombia en el ámbito literario. Años 80 y fin de siglo

XX‖.

1.1.1 Representación de la violencia en la literatura. Primeras décadas del Siglo XX

Al situar el hecho violento dentro del contexto colombiano es imprescindible el

acercamiento a la historia que ha configurado su presencia. Para efectos de este documento

contaré con la valoración de un periodo comprendido entre finales de siglo XIX y

24

comienzos del XX. Evidentemente no concentro la atención en la totalidad de hechos

ocurridos en el país durante esta prolongada temporalidad, sino que especifico de acuerdo

a las situaciones violentas más relevantes acaecidas en Colombia. Para ello, debo anotar

que uno de los acontecimientos primarios que permite reconocer la elaboración de un

escenario violento en Colombia, parte sin duda del evento denominado Guerra de Los Mil

Días. Hecho que, debido a su gran carga de prácticas explícitas de guerra y con un enorme

contenido de imágenes que exhibían la muerte, significó un perfecto panorama para los

contenidos de las diversas obras literarias realizadas años después.

Por lo anterior, el final del siglo XIX marca para Colombia un momento en el desarrollo

de la producción escrita sobre la violencia política y social, debido a la ya citada Guerra de

los Mil Días, sucedida en el periodo que va de 1899 a 1902. En pleno cambio de siglo se

presenta este conflicto librado entre el Gobierno ultra-conservador de la Regeneración y el

sector belicista del partido liberal, pugna que desembocó en la pérdida de Panamá y que

condujo a una serie de masacres en las diversas zonas del país. Para Jorge Orlando Melo

(1991) este enfrentamiento fue generado por la aprobación de la constitución de 1863,

pues esta le atribuía una autoridad mayor al presidente para ejercer sus funciones y le

concedía privilegios a los militantes o seguidores de su propio partido. A saber, el enorme

poder que la esfera gubernamental ostentaba para los liberales y los beneficios que se

derivaban de esta situación, desencadenaron una intensa disputa política en el país.

Este escenario político que permitió la polarización ideológica en el país, motivó a la

esfera radical de los liberales a lanzarse a la guerra. En razón de ello, en agosto de 1899 se

dio inicio a la contienda que ―…sería la más violenta y prolongada de la historia

colombiana: en ella se volvieron a ver los familiares reclutamientos forzosos, la

25

expropiación de bienes, los empréstitos obligatorios a cargo de los enemigos del régimen,

y la muerte de un elevado número de colombianos…‖ (Melo, 1991, pág. 68). Y si con este

panorama no bastara para advertir la terrible condición de violencia que ostentaba

Colombia, se suma que en 1902 y debido a la alianza establecida con Estados Unidos para

dar solución al conflicto, se establecen algunos acuerdos y tratados con los

norteamericanos que, a su vez, aprovechan la situación para invadir Panamá y así

apoderarse de este territorio que antes de 1903 formaba parte de la geografía colombiana.

En literatura, esta circunstancia histórica tuvo resonancia en cuanto ―…la agitación social,

la crisis económica y las polémicas ideológicas…. determinan, la total liquidación de las

formas románticas hasta entonces imperantes‖ (Trujillo, 2005, pág. 4). Y son ejemplo de

este cambio narrativo obras literarias como Pax (1907) de José Rivas Groot y Lorenzo

Marroquín, Diana La Cazadora de Clímaco Soto Borda (1917), A flor de tierra (1904) de

Saturnino Restrepo, entre otras. Tales narrativas exponen un panorama que involucra una

serie de problemáticas derivadas por la situación de guerra vivida y los cambios que esta

misma genera al interior de una sociedad.

La mirada histórica que proponen estas novelas sobre el ya mentado acontecimiento, parte

de la misma reivindicación del pasado, y de igual manera, del tratamiento a nivel narrativo

que los escritores llevan a cabo; en cuanto a Pax, Curcio Altamar (1975) afirma:

…ella viene a demostrar plenamente cómo la novela en Colombia no ha tomado al

margen los sucesos y la idiosincrasia de la nación, sino que los ha tomado desde

principios de siglo…los ha subido a categoría de novelable… (pág. 162).

26

Por lo tanto, la configuración del universo simbólico de la obra se ve influenciado por el

mismo contexto que rodea a quien escribe. Las situaciones y personajes inmersos en la

narración proponen al lector un panorama sobre lo ocurrido en su entorno.

En el caso de Diana La Cazadora se indica que ―…es otro aspecto del Bogotá de

principios de siglo, filmado ahora por el lado de la vida bohemia y de los bajos fondos,

pero con los mismos colores de exotismos que el autor quiso criticar‖ (Curcio Altamar A. ,

1975, pág. 166). Aquí la voz de la clase baja se impone un poco más, las prestezas de

quien vive las consecuencias del enfrentamiento civil se tornan de manera evidente, la

experiencia de la ciudad y los personajes marginados se presentan de forma ajustada a la

cotidianidad de un contexto de violencia y guerra. Más aún, se privilegia el punto de vista

de quien lleva a cabo actos violentos y quien motiva la presencia del descontento social

para dar continuidad al caos.

Finalmente, a propósito de la obra A flor de tierra, Augusto Escobar Mesa en su artículo

―Tres novelas sobre la guerra civil de los ―mil días‖ afirma que esta, a través de su

personaje protagonista, ―…brinda una imagen terrible de lo que implicó para el país su

vigésima novena y última guerra civil del siglo XIX.‖ (pág. 2). Tal descripción,

corresponde a las imágenes y cuadros que se presentan en cada una de las obras

caracterizadas anteriormente, pues sin duda alguna deja entrever el impacto de la violencia

que este acontecimiento bélico representó en sus víctimas.

Estas tres obras sitúan un punto de referencia para la descripción de la violencia política

que de ahí en adelante afectaría al país durante varias décadas. Es más, los crueles cuadros

presentados en estas y otras obras que se publicaron años más adelante muestran un

27

escenario notoriamente atroz e inhumano, ya que en algunas de estas producciones se

incluían fotografías de los procedimientos usados por los victimarios para masacrar a sus

víctimas. De hecho, en algunos pasajes de la novela Pax es visible la descripción de la

muerte en un sentido explícito y que llega a chocar con el amarillismo o el morbo; el locus

enunciativo además es asumido por la alta sociedad dejando de lado la voz de quien

padece los estragos de la guerra directamente.

Esta última afirmación es condescendiente con fragmentos de la obra, pues se citan salones

de baile ostentosos, tertulias sobre filósofos o escritores europeos y además discusiones

sobre música clásica. Ligado a ello, las reuniones entre bandos políticos se dan en grandes

hoteles y los teatros donde se entretienen con las funciones de opera están plagados de

pomposidad. Ejemplo de ello es visto en el siguiente pasaje:

El inmenso comedor del Hotel Bicontinetal resuena con el taconeo de los criados

sobre el entablado que hacen los últimos preparativos para el banquete organizado por

González y Mogollón en honor a Landáburo, y para iniciar unión de los íntegros y de

los revaluadores…‖ (Rivas Groot & Marroquín , 1986, pág. 88).

De esta manera, se otorga relevancia a la instancia discursiva caracterizada por quienes

tienes un poder económico y social, dejando de lado las circunstancias marginales y las

condiciones precarias de los barrios de clase baja de la Bogotá allí representada.

Así como lo anota Armando Romero (1987), es interesante observar cómo los escritores

colombianos de finales del siglo XIX y comienzos del XX pertenecen a una posición

económica alta, lo cual posibilita advertir que desde su nacimiento estaban

ideológicamente predispuestos para convenir con su clase dirigente. De este modo, se

percibe cómo los intereses de muchos de los escritores estaban guiados por la

28

particularidad política que, por tradición, los influenciaba y los determinaba

narrativamente hablando; caso concreto es el del diplomático Lorenzo Marroquín, co-autor

de Pax, quien se codeaba con las grandes esferas del poder gubernamental colombiano.

Ello permite evidenciar un marcado tinte político en las producciones literarias de esta

época y además un privilegio por las ideas de un sector socio-económico, valga anotar que

en años posteriores esta tendencia estaría dispuesta en muchas de las novelas que retratan

los conflictos civiles del país.

1.1.2 Panorama de la literatura de la violencia en la mitad del Siglo XX

El tema de la violencia en la literatura colombiana se ha abordado a partir de los hechos

que, política y económicamente, marcaron la historia del país y además repercutieron

directamente en la sociedad de cada época donde estuvo presente el acto violento. A saber,

y según la perspectiva de Óscar Osorio (2008):

…ha sido un tema recurrente en nuestra literatura. Desde las novelas que se referían a

las guerras civiles del siglo XIX, pasando por la centena de textos narrativos que

enfrentaron el asunto de la Violencia de los años cincuenta… (pág. 178)

Así, los diversos novelistas que bajo la perspectiva histórica de su momento crearon

relatos e historias ficcionales, no solo situaron un punto de vista sobre la violencia en

Colombia, sino que representaron las condiciones socio-culturales que en cada periodo de

conflicto el país vivió.

Sin duda, el hecho histórico más trabajado para la construcción de novelas fue el de la

lucha bipartidista entre liberales y conservadores desarrollada durante la mitad de siglo

XX. Este suceso hizo parte de un gran número de publicaciones, que a través del

testimonio de personajes y situaciones, retrataron las condiciones relacionadas con los

29

enfrentamientos entre ambos partidos políticos en algunas regiones del país. En su texto

denominado ―Siete estudios sobre la novela de la Violencia en Colombia, una evaluación

crítica y una nueva perspectiva‖, Osorio (2006) da cuenta de las obras que trataron la

violencia en Colombia en el ámbito literario de acuerdo al periodo de su publicación. La

idea en común que comparten las investigaciones analizadas por el autor es aquella que

plantea el año de 1948, y más exactamente El Bogotazo, como precedente para el

surgimiento de la vasta producción novelística en Colombia.

Si bien la contienda entre partidos se venía gestando durante el siglo XIX, es interesante

advertir cómo esta problemática se va desarrollando al iniciar el XX y cómo tiene su punto

álgido en 1948 con el asesinato del líder político Jorge Eliecer Gaitán. Dicha situación se

presenta debido a que hacia 1946 el partido liberal pierde el poder político en Colombia y

por ende los conservadores toman las riendas de los asuntos gubernamentales en el país.

Situación que desencadena una serie de vetos a los seguidores liberales y una serie de

limitaciones mediadas por procedimientos violentos. En sus dos periodos de predominio

(treinta años en el siglo XIX a partir de 1850 y quince en el siglo XX a partir de 1930) el

liberalismo, según Mario Arrubla (1991), realizó una serie de rupturas y cambios en el

terreno socio-económico del país, transformaciones situadas propiamente en la

configuración de escenarios sindicales para motivar a las clases populares y medias a

enfrentar a latifundistas, esclavistas y a la misma iglesia terrateniente.

Así, la denominada hegemonía liberal8 motivó de este modo la libre circulación mercantil

de la tierra, y con claridad evidente, el mejoramiento de las condiciones laborales. Incluso,

8 Periodo de dominio presidencial por parte del partido Liberal que se desarrolló en Colombia entre 1930 y

1946.

30

con la llegada del conservatismo al poder y de acuerdo con sus principios fundados en el

orden y la autoridad, concede mayor importancia a las clases altas, centraliza el control en

el Estado y además le atribuye importancia política a la Iglesia. Este cúmulo de situaciones

sumado a la impotencia del sector liberal por carecer de participación en las decisiones

gubernamentales, llevan al desencadenamiento de la guerra civil más cruel y aterradora

que ha sufrido el territorio colombiano en su historia.

Como lo indica María Helena Rueda (2008):

Pese a haber comenzado como un enfrentamiento partidista, la guerra terminó siendo

una lucha generalizada en la cual cualquier habitante de las regiones afectadas podía ser

víctima. Tanto conservadores como liberales llevaron a cabo campañas de terror para

promover la anexión de grandes territorios, mediante métodos de exterminio que

buscaban la expulsión de los miembros del partido contrario, quienes huían de sus

tierras acosados por el miedo. En los asaltos que se llevaban a cabo se realizaron

prácticas exhibicionistas y elaboradas de la agresión, que incluyeron el uso de diversos

tipos de ―cortes‖ y la exposición de los cuerpos violentados como trofeos de guerra…

(Rueda, 2008, pág. 352).

Este cuadro de masacres, matanzas y exterminio, que por más de dos décadas padeció el

país, estuvo enmarcado en las letras de algunos escritores porque esta compleja

circunstancia histórica, no les fue ajena.

A partir de lo asegurado por Augusto Escobar Mesa (2002), algunos de los textos literarios

que se ocuparon de la violencia en el periodo de 1948 hasta finales de la década del 70,

entraron en la dinámica de presentar tal problemática a partir de las masacres y muertes

ocurridas en diversas zonas de confrontación. Se hizo un tratamiento al estereotipo de la

31

muerte y la escena de crueldad dejando de lado la voz narrativa viva de las víctimas que

padecían el desdén de la guerra. Se lleva entonces, un abordaje sobre la violencia en el

cual los acontecimientos que suceden en la cotidianidad trascienden al ejercicio escritural

de una manera directa, en este caso con una carencia regular de la metaforización y más

bien presentación del horror y la tortura a través de lo explícito. A esta serie de obras y al

periodo en el cual fueron publicadas se le denominó Literatura de la Violencia (Escobar

Mesa, 2002).

Para el mismo autor, en su edición crítica sobre la obra Marea de ratas (1994) de Arturo

Echeverri, se evidencian en este periodo una serie de novelas donde ―…había inconciencia

artística previa a la escritura e irresponsabilidad estética frente a la intención clara de la

denuncia…‖ (pág. 64). Lo cual contrasta con algunas obras literarias publicadas en este

mismo periodo de la historia y que, según el propio Escobar Mesa, hacen parte de

excepciones que no se relacionan con este tratamiento de la violencia, sino que, aún mejor,

apelan a la reelaboración imaginativa y al uso de recursos que presentan las situaciones o

acciones violentas, de forma diferente. Entre estas novelas están: El gran Burundún

Burundá ha muerto (1952) de Jorge Zalamea; Marea de ratas (1952) de Arturo Echeverri;

El coronel no tiene quien le escriba (1961) de Gabriel García Márquez, La casa grande

(1962) de Álvaro Cepeda Samudio; Respirando el verano de Héctor Rojas Herazo; El día

señalado (1964) de Manuel Mejía Vallejo.

En el caso particular de Marea de ratas9 se presenta una historia ficcional encarnada en la

disputa territorial y política entre los partidos políticos (liberal-conservador) a mitad de

9 Escrita por Arturo Echeverri y publicada en 1960, hizo parte de los textos que fueron declarados

subversivos, recogidos de bibliotecas y librerías y posteriormente quemados por orden del clero y bajo las

consignas del gobierno conservador. Junto a esta novela tuvieron la misma suerte El monstruo de Carlos H.

32

siglo XX. ―En ella…los actos de violencia operan como en una caja de resonancias; están

allí como trasfondo, como parte de un escenario inseparable de lo narrado…la novela está

mediada por la violencia, pero elevada a su mejor condición, la literaria…‖ (Escobar Mesa

, 1994, pág. 78). Por ello, en tal escenario narrativo cabe destacar la utilización de recursos

literarios que logran asumir la violencia desde otro punto de vista, es decir, que las

imágenes de cuerpos mutilados, muertos a la deriva y masacres brutales, son

representadas, en este caso, a partir de la problematización de las acciones y las

experiencias de los personajes. Se narra la violencia a partir del conflicto generado

internamente en el relato, pues en este los personajes, las condiciones espacio-temporales y

las prácticas discursivas que subyacen al mismo, transcienden el marco descriptivo de los

acontecimientos presentados.

En la misma obra de Echeverri los ejemplos son extensos y puntuales para justificar tales

afirmaciones. Pues, sin duda alguna, en el contenido de esta novela son partícipes

elementos retóricos que permiten caracterizar la violencia como un hecho cuestionable y

narrado a partir de la experiencia de su padecimiento. Fragmentos como el siguiente

permiten hacer explícita esta visión:

…una patrulla de hombres tristes y trasnochados izó una bandera de un solo color en

el mástil del cuartel. Bajo la lluvia, ahora tenue, sus botas militares chasquearon en el

barro y los sonidos repercutieron sordos y monótonos a todo lo largo de la calle

(Echeverri Mejía, 1994, pág. 193).

Pareja, Viernes 9 de Ignacio Gómez Dávila, Lo que el cielo no perdona del cura liberal Ernesto León

Herrera, entre otras.

33

La bandera aquí izada es la de uno de los partidos políticos en contienda y en contraparte

se expresa la amargura de autoridades armadas que han librado una guerra que ha dejado

la muerte de miles de personas en todo el país.

Pero no solo es la confrontación política lo que en la obra se discute, también entran en

juego los cuestionamientos que se hacen respecto a los ámbitos religioso, social y político.

Es posible encontrar en los personajes las fuertes contradicciones que poseen a nivel moral

y autoritario, pues, por un lado, está el cura de la aldea que discrimina y censura a quienes

van en contra de lo que la iglesia católica indica; y por otro lado, se expone El Capitán

que, bajo la figura de jerarquía armada y en representación del gobierno conservador, tiene

un secreto escandaloso: su homosexualidad. Estas dos construcciones discursivas

inherentes a la novela entran a establecer la ruptura de la tranquilidad y a instituir un nuevo

orden a los habitantes de la aldea. Realizan persecución a los profesores y a quienes no

comparten las ideas de su partido político, torturándolos y asesinándolos por no ser parte

de su componente ideológico. Así, la obra no solo se mueve en la descripción de la disputa

entre liberales y conservadores, sino que trasciende la problematización de la realidad de

acuerdo a los elementos sociales que subyacen de este conflicto.

En relación a lo anterior, se configura un notorio desapego al tipo de narración cruda de la

violencia y se comienza a advertir un panorama distante en tanto que los novelistas ―…se

despojan del anecdotismo, superan el maniqueísmo y tornan hacia una reflexión crítica de

los hechos, vislumbrando una nueva opción estética y, en consecuencia, una nueva manera

de aprehender la realidad‖ (Escobar Mesa, pág. 324). Se toma posición respecto a la

historia asumiéndola como un hecho que a través de la literatura es posible ficcionalizar y

resignificar. La violencia ya no se comprende como un reflejo mecánico de la realidad;

34

ahora, en cambio, se expresa bajo una reelaboración más consciente de sus implicaciones

socio-culturales.

Para Luz Mary Giraldo (1995) este cambio en la forma de narrar la violencia pasa por el

movimiento vertiginoso que toman los modos de vida de la sociedad de mitad de siglo, los

valores, ideologías y componentes tanto culturales como artísticos generan una transición

en la representación de la realidad. Lo anterior, conforme al complejo entorno del presente

y al cuestionamiento de las formas narrativas del pasado, se evidencia entonces en un

compromiso por parte del escritor en la conformación de una actitud reflexiva y crítica de

su conciencia histórica. Ya el lugar enunciativo no se ubica en los muertos y la cantidad de

víctimas que se presentan al momento de una confrontación armada, sino que se plantea un

escenario donde la voz de los vivos toma un protagonismo activo; la experiencia de la

guerra y la vivencia se sitúan como ejes esenciales para relatar la violencia. A este tipo de

manejo estilístico en la narración se le denominó Literatura sobre la Violencia (Escobar

Mesa, 2002).

1.1.3 La violencia en Colombia en el ámbito literario. Años 80 y fin de siglo XX

Hacia la década de 1980 y tras las dinámicas de violencia ejercidas tanto en La Guerra de

los Mil Días y posteriormente en la confrontación bipartidista de mitad de siglo, miles de

campesinos tuvieron que abandonar sus tierras y lugares de origen para desplazarse a las

ciudades principales del país. Cinturones de miseria comenzaron a construirse en las zonas

periféricas de Bogotá (Ciudad Bolívar) y Medellín (Comunas Nororientales), espacios

evidentemente peligrosos y marginales que denotan la crisis de la sociedad colombiana.

Para Luz Mary Giraldo en el texto ―En otro lugar. Migraciones y desplazamientos en la

narrativa colombiana contemporánea", este fenómeno migratorio posibilitó el incremento

35

de las problemáticas sociales, pues existe una carencia de adaptación al llegar a un

territorio desconocido y por ello, ajeno a sus costumbres.

Este tránsito del campo a la ciudad afecta al desplazado porque ―…experimenta la

organización ciudadana, las señales de desempleo, las dificultades para la educación y la

reubicación, además de inseguridad social, formas de agresión, repulsión y exclusión‖

(Giraldo L. M., 2008, pág. 37). Esto significa vivir en un espacio ajeno a las costumbres

que se tenían en el ámbito de origen. Existe un choque con los modos de pensar, actuar y

decir con relación a los habitantes del entorno urbano, las formas de interactuar y

relacionarse con el otro cambian de manera vertiginosa. Este desarraigo de lo propio y la

rapidez que lo genera encausan una serie de violencias a nivel local que no solo pasan por

lo político, social y económico, sino que se sitúan en el plano emocional de los individuos

desplazados.

Mientras unos comienzan a adaptarse a la experiencia citadina, quienes causaron estos

desplazamientos empiezan a apoderarse de los territorios rurales invadidos. Autodefensas,

paramilitares, guerrilla y otros grupos al margen de la ley, emprenden la lucha por la

apropiación de diversas zonas que proporcionan un beneficio económico notable. Bajo este

complejo escenario social comenzó a darse apertura al tráfico de estupefacientes y la

disputa por el manejo de su comercialización a nivel nacional e internacional, muchos

carteles comenzaron a crearse en torno a este negocio y por ende a enfrentarse

violentamente. En medio de este conflicto armado están los civiles inocentes quienes

deben salir, sin mediar palabra, de sus hogares hacia un destino incierto, ir ―a cualquier

parte‖.

36

En el plano literario, las obras publicadas a partir de 1980 y finales del siglo XX suponen

un tratamiento ficcional y testimonial sobre las dinámicas, anotadas párrafos atrás,

respecto al narcotráfico. Abundan narrativas cargadas de voces testimoniales que dan

cuenta de experiencias de la guerra, el secuestro, el desplazamiento y demás eventos que

se derivan de la actividad conflictiva. Más aún, algunas de estas obras realizan una

representación de la realidad que no cuestiona o toma posición respecto al hecho violento,

sino que se caracterizan por relatar una serie de experiencias traumáticas de la guerra. Para

Fernando Reati (2000) ―…títulos como La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo

(1994), Noticia de un secuestro de García Márquez (1996), Rosario Tijeras de Jorge

Franco Ramos (1999)… sin duda agregan nuevas miradas y sujetos al fenómeno, pero no

cuestionan la posibilidad última de representación de lo real…‖ (pág. 18).

Complementando lo anterior, José Cardona López (2002) argumenta que muchas de las

novelas que se publicaron en esta época realizan un trabajo de índole testimonial, pues los

autores llevan a cabo una serie de investigaciones y entrevistas a víctimas o actores reales

del narcotráfico para con ello llevar a la ficción sus historias, representando así su

experiencia en tal problemática. Las temáticas que atravesaron estas producciones escritas

representaron, principalmente, las condiciones o dinámicas que se desprendieron de la

incursión de grupos al margen de la ley. Es por ello que historias sobre secuestros,

matanzas, migraciones y otros asuntos propios de esta confrontación respondieron a los

intereses de periodistas, escritores o intelectuales.

En el estudio adelantado por Giraldo (2008) es visible la manera como se ejemplifica la

narrativa del desplazamiento en dos obras; por un lado La virgen de los sicarios (1994) de

Fernando Vallejo, y, por el otro, Rosario tijeras (1999) de Jorge Franco. Estas dos novelas

37

están enmarcadas por la compleja situación del sicariato en las comunas de Medellín (zona

periférica y marginal donde miles de desplazados por la violencia vinieron a parar).

Responden al contexto social vivenciado por aquellos años en esta ciudad del país, y así

mismo, conciernen al estilo narrativo que ambos escritores pretendían efectuar. Escritura

que tiene su particularidad en la velocidad de las acciones y la concentración de temáticas

derivadas por el agobiante hecho violento. Se hace explícita una sociedad en crisis

extenuada por la pobreza y también carente de valores morales que permitan la

consecución de un ideal de vida en paz.

De esta manera, y siguiendo nuevamente a Giraldo (2008), se establece un cambio

respecto a la forma de narrar la violencia en lo que se denominó ―novela sicaresca‖, ya que

―…el nuevo escritor no se manifiesta consciente de la frustración, la reiteración, la

continuidad y el vacío…‖ (pág. 43). El compromiso asumido por los autores se torna

diverso respecto a aquellos que relataron la violencia de mitad de siglo. Los personajes que

narran se ubican, en el caso de estas dos obras, en estratos socio-económicos privilegiados

y ven desde su comodidad los comportamientos de la clase marginada. Así, ―llama la

atención el protagonismo del intelectual ―enajenado‖ que mira la ciudad como un tejido

ajeno, en contraste con los que viven desde su condición marginal, quienes parecen tener

conciencia de un papel sólo restringido en su territorio barrial…‖ (pág. 68).

Como ilustración de lo anterior, se toman algunos pasajes de la obra La virgen de los

sicarios escrita por Fernando Vallejo y publicada en 1994, para reconocer algunos

elementos que hacen parte de la configuración narrativa de este periodo histórico. Primero,

es indiscutible la manera como el narrador es propuesto a través de la figura de un

personaje que relata lo que sucede a su alrededor. La violencia ocurre próxima a él pero

38

este mismo no es partícipe activo de ella; a partir de las acciones de otros personajes es

posible advertir los acontecimientos que se libran en el espacio-tiempo y aquel narrador

ve, cuenta y opina sobre los sucesos acaecidos. Ejemplo de ello es visto en el siguiente

fragmento:

Yo hablo de las comunas con la propiedad del que las conoce, pero no, sólo las he visto de

lejos, palpitando sus lucecitas en la montaña y en la trémula noche. Las he visto, soñado,

meditado desde las terrazas de mi apartamento, dejando que su alma asesina y lujuriosa se

apodere de mí… (Vallejo, 2001, pág. 30).

El conflicto se observa desde la lejanía y la pasividad práctica, más las circunstancias son

valoradas por un juicio crítico de quien detesta existir en un país como Colombia.

El mismo narrador se siente extranjero en una tierra que lo vio nacer, pero la ausencia que

por años ha tenido al habitar países diferentes, lo lleva a establecer un punto de vista

crítico sobre los cambios sociales y políticos de Medellín. En cada paso que realiza por su

ciudad de origen nota una transformación evidente, los personajes que lo acompañan, que

en este caso son dos de sus amantes, le permiten identificar el incremento y la cotidianidad

de la violencia en este territorio colombiano. Asesinatos, robos, inequidades e injusticias

sociales son el panorama que se encuentra al retornar a su patria, un regreso que bajo las

prácticas de sicariato de sus compañeros logra evidenciar y aceptar como prácticas

normales de violencia en un contexto tal. Y es este fenómeno de muerte representado en el

sicario, lo que posibilita proporcionar una visión sobre los cambios y dinámicas de

violencia que por más de un siglo han estado presentes en Colombia.

En el mismo acto discursivo del narrador se discuten escenarios de violencia que denotan

el desarrollo y progreso de la misma, pues, según él mismo, el origen de las comunas de

39

Medellín es producto de quienes libraron la guerra bipartidista de mitad de siglo y que

―…huyendo dizque de la "violencia"… fundaron estas comunas sobre terrenos ajenos,

robándoselos, como barrios piratas o de invasión. De "la violencia"... ¡Mentira! La

violencia eran ellos. Ellos la trajeron, con los machetes. De lo que venían huyendo era de

sí mismos…‖ (pág. 83). Aquí es admisible considerar que el accionar de la violencia ha

estado vigente en el país y, aún mejor, que su evolución ha derivado en otras formas de

asesinar o matar al otro. Por herencia y tradición existe un sentimiento colectivo de

venganza y odio en aquellos que bajo la forma de la violencia han crecido y se han forjado

durante su vida.

Vale anotar en este punto que la validez de esta posición del narrador es oportuna para el

tratamiento literario de la violencia, así no intervenga directamente en las acciones

conflictivas del relato sí propone una visión de las mismas. Su odio a los medios de

comunicación, particularmente a la televisión, dentro la trama ficcional, da a entender la

crítica que él mismo construye respecto a los mecanismos que operan en la sociedad para

distorsionar la crudeza y permanencia de la guerra en Colombia. Los noticieros

bombardean a sus usuarios de imágenes de horror y miedo, pero, a su vez, enaltecen la

figura de narcotraficantes y gobernantes corruptos que diariamente esconden su verdad al

país. Aun siendo una mirada cómoda para el narrador, en donde hay una carencia de

afectación y padecimiento de los problemas que enfrenta su entorno mismo, es adecuado

señalar que es una manera de representar la violencia y de ofrecer una perspectiva

diferente sobre la misma, distante, eso sí, de la realizada por algunos escritores del mitad

del siglo XX.

40

2. Capítulo II

Construcción narrativa de los personajes en la novela los Ejércitos de

Evelio Rosero

“Así Oye viene a dar soporte a todas aquellas voces apagadas en

el fragor de la guerra. Esas voces decapitadas son las de los

sobrevivientes, las de los desterrados, las de los deudos: los

dolientes del desarraigo, cuyo dolor es índice de la verdad trágica

que encarnan” (Belén Moreno Cardozo. Un grito que rompe

espejos)

2.1 Evelio Rosero y su obra

El escritor Evelio José Rosero Diago (1958) fue criado y educado en Bogotá. Comenzó su

carrera de escritor publicando, a los catorce años, un poema de amor en el Magazín de El

Espectador. Seis años después aparece un cuento, en El Tiempo, titulado Juliana, que

luego formaría parte de la base de una de sus primeras novelas, Juliana los mira (1987). A

los 21 años, gana el primero de muchos premios, por el cuento Ausentes, premio de la

Gobernación del Quindío que brinda un gran estímulo al joven escritor. Otros cuentos y

premios siguieron hasta que aparece el ―poema novelado‖ El eterno monólogo del LLO10

publicado por Ediciones Testimonio de Medellín en 1981.

El género cuento ha sido esencial en el proyecto creador de Rosero. De la práctica de este

género, se destaca la antología Cuento para matar un perro y otros cuentos (1989)

10

En la entrevista que Cecilia Caicedo realiza a Evelio Rosero en 2011 es posible advertir la importancia de

esta publicación. El mismo Rosero afirma que ―El Monólogo de LLO son todos mis poemas de

adolescencia, que decidí llevar a la prosa. Fue una obra primeriza, experimental. Durante algunos años

pensaba que nunca debí permitir su publicación, pero ahora creo todo lo contrario. Allí se encuentran las

raíces de mi obra posterior. Ahora bien, con ella me despedí de la poesía‖. Para visualizar la entrevista

completa dirigirse a: http://www.banrepcultural.org/escritoresyeditores/evelio-rosero/entrevista-de-cecilia-

caicedo-a-evelio-rosero

41

publicada después de regresar de España. Años después la Editorial Magisterio le publica

en 1991 la novela para niños Pelea en el parque. En 1992 gana el Premio Nacional de

Literatura con el libro de cuentos El aprendiz de mago, publicado en su primera edición

por Colcultura. Posteriormente la editorial norma publica Cuchilla (2000), reconocida el

premio latinoamericano de literatura infantil y juvenil Norma Fundalectura.

En el año 2006 Rosero publica la novela Los ejércitos11

, producción escrita que recibió el

premio Tusquets de Novela y además un gran reconocimiento en la crítica literaria del

país. Siendo una narración que recoge la representación de las eventualidades de la guerra

vivida en Colombia durante las últimas décadas del siglo XX y parte del XXI, constituye

una historia ficcional que permite reconocer la experiencia de las víctimas y el sinnúmero

de complejidades que deben superar en momentos de violencia. Dentro de la configuración

narrativa que propone el autor se advierte una toma de posición12

, primero, frente a ―…la

novela contemporánea anclada, en algunos casos, en la representación amarillista, gratuita

y morbosa de la violencia producida por el narcotráfico, la guerrilla, el paramilitarismo, la

11

Ismael, un anciano profesor jubilado, y su mujer, Otilia, viven morosa y modestamente en el pueblo de

San José desde hace cuatro decenios. A Ismael le gusta espiar a la mujer de su vecino, y Otilia suele

reconvenirlo, avergonzada. Hasta que el ambiente idílico del pueblo se enrarece. Las desapariciones de

algunos familiares extienden el miedo entre los habitantes de San José y parecen preludiar sucesos aún más

graves. Una mañana, tras volver de un paseo, Ismael se entera de que unos soldados de no sabe qué ejército

se han llevado a sus vecinos. Le cuentan también que su mujer lo ha estado buscando e intenta dar con ella

en vano... Los ataques continúan y, cuando los acontecimientos se precipitan y se desata la violencia, los

supervivientes deciden huir antes de que sea tarde. Pero Ismael opta por quedarse en el pueblo devastado.

Una decisión que le revelará un destino oscuro e imprevisible. Extraído de: Rosero, Evelio (2006). Los

ejércitos. España: Tusquets.

12

Para Pierre Bourdieu en su texto ―El campo literario. Prerrequisitos críticos y principios de método‖

(1990), el concepto tomas de posición es ―…el conjunto estructurado de las manifestaciones de los agentes

sociales comprometidos en el campo — obras literarias o artísticas, evidentemente, pero también actos y

discursos políticos, manifiestos o polémicas, etc…‖ (pág. 24). A saber, son actos concretos que producen

transformaciones, cambios y luchas respecto a las producciones realizadas por otros agentes sociales en

diferentes temporalidades históricas, son expresiones que provocan una ruptura, en este caso en el campo

literario, para crear problemáticas y propuestas innovadoras en el tratamiento de los componentes históricos,

sociales, culturales y artísticos. Para Iván Padilla la obra literaria de Evelio Rosero ostenta una toma de

posición de acuerdo al compromiso que el autor asume con la realidad colombiana y con las dinámicas de

guerra que subyacen de este escenario.

42

descomposición social o los problemas urbanos…‖ (Padilla Chasing , 2012, pág. 147). Y

segundo, a la histórica lucha que se libra en zonas de Colombia por controlar el poder

económico, social y político, suponiendo ello un conflicto que recae en campesinos y

civiles que deben morir o desplazarse hacia otras regiones donde exista una calma posible.

Los personajes en los cuales recae la acción violenta son afectados por esta misma, poseen

una voz en la obra que, a través de sus diálogos y acciones dentro del relato, permite

representar la vivencia de la guerra a partir de la interioridad y la experiencia. Es decir, la

conciencia misma del personaje da cuenta de los horrores que lo afectan y asimismo

describe las imágenes de muerte que hacen parte de la naturalización de la violencia. En

términos de Liliana Ramírez (2013) ―…la novela hace visible a los otros… al alumbrar las

márgenes, al mostrar y narrar la violencia no solo mostrando el impacto que tiene en las

víctimas… sino además narrándolo desde las víctimas de la violencia‖ (pág. 111). Se

asume entonces un punto de vista situado, ya no en los violentos sino en los violentados; el

foco o énfasis narrativo deja de establecerse a partir de quienes ejercen la guerra y pasa a

determinarse desde la perspectiva de quien padece y quien sufre directamente las

consecuencias del acto violento.

Entre las últimas obra escritas por Rosero están Los almuerzos (2001), relanzada por

Tusquets en 2009, se caracteriza por su tono irónico y la sucesión de enredos, por su

opulencia verbal y su carga simbólica. Encontramos también La carroza de Bolívar (2012)

que sin duda es la novela más ambiciosa de Rosero, en ella se propone una reflexión sobre

el pasado y la independencia colombiana.

43

2.2 Ismael Pasos: ángulo, punto de vista y perspectiva de la guerra en San José

El locus enunciativo está concentrado en el personaje de Ismael Pasos en tanto que, según

Bajtín (1999), es una imagen artística que se torna independiente debido a que ofrece un

punto de vista y reflexiona sobre las situaciones que suceden a su alrededor. Este profesor

jubilado propone una voz dentro de la narración que ostenta una percepción y un ángulo

desde el cual se va a mirar y juzgar las acciones inmersas en la historia ficcional, por ello

es que su posición dentro de la novela se constituye a partir de quien observa, o en

términos coloquiales, es ―el mirón‖. Este ―fisgón‖, como lo denomina Belén Moreno

Cardozo (2013) se configura, narrativamente hablando, en testigo de imágenes de lujuria y

deseo al ver la desnudez de su vecina Geraldina, por un lado; y de violencia y crueldad tras

el conflicto armado que se desata posteriormente, por el otro. Contenidos divergentes que

producen en él sensaciones que sintetizan la vivencia de la guerra en los habitantes del

pueblo de San José y que de igual manera lo ubican como portador del sentimiento

colectivo.

Ismael asume una perspectiva narrativa al emitir juicios de valor sobre lo que se le

presenta, constituye él un punto desde el cual se contemplan los elementos pues mediante

lo que ve y recuerda, el lector puede comprender los acontecimientos que ocurren en la

trama narrativa. En palabras de Genette (1989) este tipo de personaje realiza una

focalización interna fija, pues a partir de la acción que desarrolla permite al lector

reconocer el panorama que la obra despliega; gracias a las vivencias que expone, mediante

la imagen que se hace de los demás, se pueden comprender las acciones internas del relato.

Por ejemplo, en el cuadro descriptivo con que inicia la novela, él narra la situación familiar

de Gracielita y señala que ―…tempranamente huérfana, sus padres habían muerto cuando

44

ocurrió el último ataque a nuestro pueblo de no se sabe todavía qué ejercito-si los

paramilitares, si la guerrilla: un cilindro de dinamita estalló en mitad del pueblo… ‖

(Rosero, 2007, pág. 12) . Aquí es explícita la forma cómo el lector puede observar con los

ojos del personaje la incertidumbre de vivir en constante guerra y además la crudeza de los

ataques que acaban con miles de vidas humanas.

Continuando con Genette, se vincula de esta manera a Ismael Pasos como personaje-

narrador en cuanto participa activamente dentro de la historia ficcional. Tanto sus

pensamientos, evocaciones y recuerdos como también sus diálogos con otros personajes,

logran exponer una serie de situaciones que desarrollan los acontecimientos inmersos en el

relato. Al remitirse a la obra literaria es indiscutible que el entorno que rodea a Ismael, y al

mismo pueblo de San José, es de calma y tranquilidad, más aún, episodios como la

rememoración del encuentro con su actual esposa, la tragedia familiar de Gracielita y la

desaparición de Marcos Saldarriaga, obligan a pensar en un contexto de violencia que la

memoria no deja atrás. Pasajes como estos sitúan a este personaje como un referente donde

se condensa el pasado de quien ha habitado por mucho tiempo este pueblo y por tanto sabe

cuál ha sido su historia, tristemente atravesada por la guerra. Ya de viejo, acude a sus

recuerdos de la niñez para señalar que su país ha vivido constantemente en conflicto y que

aún en el presente no tiene certeza de un futuro en paz.

Las reminiscencias de este personaje cuentan el estado de guerra en el que ha subsistido

por décadas; sin embargo, algunas calles de su pueblo y rostros de antiguos vecinos y ex-

alumnos los ha olvidado por completo, su memoria solo tiene cabida para imágenes que le

ha dejado la violencia. Lo anterior debido a que ―…la voz narrativa de Ismael es el

remanente que sobrevive cuando el yo ha sido desposeído de su humanidad, el residuo que

45

sigue a la catástrofe, el dispositivo simbólico que liga a la persona ficticia con su espectro‖

(Moraña, 2010, pág. 193). Su miedo al habitar la incertidumbre de la muerte, de no

asegurar cuándo encontrará la tranquilidad perdida por tantos años, lo torna como un

fantasma que recorre San José al dejar a su mujer de camino a la casa de Hortensia. De

repente escucha algún ruido en la calle y lo invade la probabilidad de que ataquen su

pueblo, aquel miedo asedia su conciencia hasta la distorsión de su propia racionalidad.

La idea de morir en cualquier instante, ronda al personaje durante el desarrollo de la

narración. Esta idea parte, sin duda alguna, del mismo miedo que le produce la suerte que

muchos de sus amigos o conocidos han tenido. La desaparición de Marcos Saldarriaga, la

supuesta muerte de Carmina Lucero en cautiverio, el desplazamiento de habitantes del

pueblo que en los últimos años se ha presentado por la violencia, etc., hacen parte de

algunos episodios que llevan a Ismael a reconsiderar la idea de continuar viviendo allí, en

este territorio azotado y maltratado por la inhumana guerra. Sabe que su propia existencia

está en duda, pero continúa caminando y paseando por lugares apartados de su casa, lejos

de su ―querida‖ Otilia, como pretendiendo mostrarse ante el peligro y encontrar de frente

esa tan anhelada muerte que su vejez le incita. Así como su apellido, Ismael se aventura a

dar pasos hacia lugares de los que él mismo no tiene certeza; cada andada lo lleva quizás a

su esperado fallecimiento.

Hasta aquí los estruendos, estallidos y explosiones aún no son explícitos, más bien han

sido leves sonidos de disparos que se escuchan en la lejanía: ―Oigo un grito en la

madrugada y después un tiro…‖ (LE, 62)13

. Sin embargo, dichos disparos, cada vez se

acercan más y retumban en los oídos de Ismael con más ahínco, con mayor intensidad. Y

13 De aquí en adelante usaré la abreviatura LE para referirme a Los Ejércitos.

46

es aquí donde el personaje no sólo muestra lo que ve, sino que también empieza a oír lo

que sucede; primero con ecos que provienen de la montaña, y según avanza el relato, con

ruidos próximos que anuncian la inminente llegada de la guerra. Este panorama es

analizado por Belén Moreno en su artículo Un grito que rompe los espejos (2013), allí se

indagan las ―…voces apagadas en el fragor enloquecedor de la contienda, los balbuceos

torpes en que se descompone la palabra, por temor o cobardía, y hasta los gritos que, por

ensordecedores, terminan taponando las orejas de los asustados…‖ (pág. 24). Todo ello en

la figura de Ismael como aquel que hace oír y quien, a partir de su posición de testigo,

cuenta las penurias que le producen aquellos sonidos e imágenes.

Tras el análisis de algunas tonalidades que se presentan en diversos personajes de la obra,

Moreno establece y consolida la idea de visibilización de voces apagadas en cuanto las

víctimas del conflicto deben ser quienes protagonicen el relato de la guerra. Ello debido a

que tal narración no debe asimilarse desde el punto de vista de los victimarios, sino que su

tratamiento debe darse a partir de quienes sufren directamente los estragos de la violencia.

Así, mediante lo que ella denomina gritos, balbuceos, susurros y hasta silencios es posible

advertir cómo el registro de la voz permite mostrar la vivencia y los estragos que causa el

conflicto bélico en las víctimas. A través de la figura ficcional de quien vende empanadas

en el pueblo mediante el grito ―oyeee‖ y que, a su vez, es el nombre con el cual los

habitantes lo han caracterizado, la autora pretende comparar el grito que miles de víctimas

profieren por el sufrimiento que lleva consigo el acto violento. Oye es aquel llamado que

intenta protestar ante los vejámenes e injusticias que se cometen diariamente por los

grupos alzados en armas sobre los inocentes pobladores de San José y otras regiones del

país.

47

Claro está que al ubicar el foco de atención, o en términos de Genette, el personaje-focal

del relato, en las víctimas, es posible que se corra el riesgo de representar únicamente a

dichos personajes con el arquetipo de ―víctimas‖, pues el énfasis narrativo en las voces de

aquellos personajes que cuentan los sucesos del conflicto, tendería a mantenerlos atrapados

en la señalización de marginados o en aquel círculo vicioso que consiste en reforzar, cada

vez que se nombra a dichos personajes, su categoría de víctimas. Sin embargo, y

acudiendo a Ramírez (2013), esto no se da en la obra de Rosero pues al dar voz y visión a

Ismael se humaniza y desnormaliza la violencia. La tensión que produce la cercanía de la

guerra genera un estado de incertidumbre donde el miedo y el horror se apoderan de este

personaje, la violencia se torna como una constante que altera todo tipo de normalidad y

además causa expectativa respecto a lo que Ismael va observando y escuchando. No solo

se da luz a las márgenes o a las voces invisibilizadas, sino que se les atribuye una

participación activa y vivencial en las acciones de la novela.

En la propuesta de Rosero no se llega a victimizar a Ismael Pasos en cuanto este personaje

asume un punto de vista sobre lo que ocurre, su opinión sobre los acontecimientos que

protagoniza o que lo circundan, pasa por la reflexión propia de su carácter. En esencia,

valora desde su posición de víctima los sucesos que se derivan de la violencia y no

simplemente es afectado por ella sin ofrecer un balance o criterio sobre la misma. En

términos bajtinianos ello se debe:

…a la individualidad completa del personaje, en la cual su aspecto, sus modales, las

circunstancias absolutamente determinadas de su vida tienen tanta importancia como

sus ideas; es decir, en este caso, en vez de la fundamentación y propaganda de una

idea tiene lugar la encarnación del sentido al ser (Bajtín, 1999, pág. 18).

48

Asume Ismael una autonomía y una singularidad ideológica que lo establece como aquel

lugar de enunciación que evalúa las implicaciones sociales nacidas de los enfrentamientos

armados. Para él la idea sobre la violencia se funda a partir de las vivencias y experiencias

que ha tenido durante muchos años, se ha forjado un concepto sobre la guerra conforme al

conocimiento que le ofrece su vejez y su misma profesión.

En el desarrollo del relato Ismael juzga, advierte, aclara y establece una variada

perspectiva sobre lo que va presentándose a su alrededor. Su voz de personaje-narrador

representa la vida dentro de la violencia que se presenta en las acciones de la historia

ficcional, existencia que tiene su vivacidad al momento de ver a Geraldina: ―…no pido

otra cosa a la vida sino esta posibilidad, ver a esta mujer sin que sepa que la miro, pero

verla, mi única explicación de seguir vivo…‖ (LE, 34). Sus ojos están enfocados en el

deseo que le despierta la corporalidad seductora de esta mujer, ante su avanzada edad y por

lo tanto su cercana muerte lo consuela el hecho de poder mirar y fantasear el femenino

cuerpo de la juventud. La guerra para él, pasa a segundo plano, cuando deleita su vista y su

imaginación; no hay descaro ni vergüenza ante esta mirada, más bien, es un consuelo ante

la lucha por mantenerse vivo tantos años como sea posible, en un territorio en donde lo

más seguro que hay, es la propia muerte.

No obstante, como se había anotado previamente, los pensamientos de muerte siempre

están latentes dentro de las acciones de Ismael. Recurre a las preguntas: « ¿qué pasa,

qué me está pasando?, ¿será que me voy a morir?» (LE, 84) advierte así una duda en su

condición de vida, y así mismo, cuestiona su supervivencia ante este panorama violento.

Incluso la incertidumbre por su propia existencia es valorada en cuanto a que él mismo

asume que ya murió desde un tiempo atrás: «De manera que me mataron mientras dormía»

49

(LE, 178). Ismael, en tanto víctima del conflicto armado, carece de una sólida idea sobre el

porvenir. Sus actos y monólogos están mediados por la inmanente seguridad de su

fallecimiento, sabe que en cualquier momento será alcanzado por alguna bala perdida o

por alguna explosión y por ello adopta un estado anímico que tiende a demostrar el

inevitable destino que tendrá.

La voz entonces se configura como prueba de la existencia en la guerra. Ismael Pasos

interactúa con los demás personajes a través del diálogo o la referencia que ofrece sobre

ellos. Cuando alguna de esas voces deja de ser narrada es porque desapareció dentro de la

historia ficcional, ya sea por un secuestro, como en el caso del brasilero, o por muerte

violenta como se denota en el transcurso de la novela; dejan de participar y entran en el

silencio mismo que otorga la muerte. No obstante, aquel silencio es situado en el personaje

de Eusebito como un trauma que le generó el rapto que vivió junto a su padre (El

brasilero), pues una vez retornó a la libertad lo hizo sin pronunciar palabra alguna, solo

emitió posteriormente un mensaje sobre la suerte que correría su padre. Aquí la ausencia

de la palabra cobra significado para señalar la pérdida de la voz, y por ende de la vida, a

causa de las imágenes violentas que destrozaron la inocencia y la paz de su niñez.

Esta misma mudez, como lo propone Belén Moreno (2013), es comparada con la que tuvo

Ismael en el momento en que una reportera lo interrogó, su respuesta fue nula pues a

través de sus gestos hizo entender que era mudo. Silencio voluntario que no sólo consolida

la idea de callar para vivir, sino que permite considerar las condiciones a las que se

someten los testigos de la violencia. Esto en tanto que su voz como testimonio de

veracidad ante crímenes atroces e inhumanos debe esconderse y por lo tanto condenarse al

silencio absoluto, Ismael prefiere no decir ni una palabra y quedarse totalmente mudo ante

50

los periodistas porque su vida está en peligro y además porque la distorsión que causan los

medios de comunicación puede tomar su relato como una prueba en su misma contra.

Pero no solo la voz mediante el grito, el susurro o el mismo silencio se tornan en el único

medio para narrar la violencia por parte de Ismael y de los demás personajes de la obra. De

igual forma, es notoria también la manera como, en algunos episodios oníricos, se denotan

pasajes relacionados con las imágenes violentas y hasta la configuración de un pasado

tranquilo, un presente caótico y un futuro incierto. El sueño se torna para Ismael, en

algunos pasajes de la novela, como reparador en tanto afirma: ―…venía a ayudarnos, y era

que nos encontrábamos más que rendidos gravitando en una cama en un pueblo en un país

en el suplicio…‖ (LE, 60). La cama es el espacio donde se consigue algo de seguridad y a

través del sueño se puede estar en calma ante la guerra que amenaza y quiere arrebatar su

propia existencia.

Sin embargo, aquella siesta para que sea realmente un descanso y donde se sienta una

calma absoluta solo es posible sin soñar, es decir, que dormir es el aliciente físico que

provoca aislarse del agotamiento de produce la violencia, pues el mismo hecho de soñar ya

revela de nuevo imágenes sobre la irrupción de la violencia, contenidos que el inconciente

exhibe al momento en que el sueño se apropia de la existencia de Ismael. Por ello, él

mismo dice: ―…esta noche sí podré dormir, espero no soñar, simplemente no soñar…‖ y

agrega ―…tendré que despedirme, quiero dormir, ojalá de una buena vez y para

siempre…‖ (LE, 139). Estar en su cama bajo la tranquilidad que le produce dormir es el

máximo anhelo del profesor Pasos, quisiera al otro día no despertar nunca más para evadir

la realidad que le concede el estado de guerra que lo rodea.

51

Despertar un día más en el caos, desconocer hasta el mismo tiempo y espacio que

circunda, oír ruidos y tener justamente el sentimiento más paradójico en una situación tan

difícil: la risa. Se cuestiona Ismael: ―… ¿por qué me da por reír justamente cuando

descubro que lo único que quisiera es dormir sin despertarme? (LE, 161). Este sentir en

una situación tan compleja, donde lo cómico no tiene cabida, es al que acude este

personaje para, irónicamente, burlarse de su situación. Una burla que él mismo justifica

por la alocución del presidente donde afirma que ―no pasa nada‖, una risa que se torna

carcajada por las injusticias que se cometen día a día en Colombia y donde nadie hace

nada ni dice nada. Una risotada de indignación y dolor por habitar un país que da tristeza y

llanto, pero que produce risa y es uno de los ―más felices del mundo‖.

Al profesor solo le queda por decir ante su risa que:

se trata del miedo, este miedo, este país, que prefiero ignorar de cuajo, haciéndome el

idiota conmigo mismo, para seguir vivo, o con las ganas aparentes de seguir vivo,

porque es muy posible, realmente, que esté muerto, me digo, y bien muerto en el

infierno, y vuelvo a reír. (LE, 161).

Miedo desde el cual las voces de algunas víctimas han luchado para narrar una violencia

que debe ser contada para que próximas generaciones no queden en el silencio.

2.3 Interacción de las voces: relato múltiple sobre la violencia en San José

Dentro de los acontecimientos que suceden en la obra, existe la presencia de una

diversidad de personajes que participan en la construcción representativa de la violencia

sucedida en San José. Como se vio en el apartado anterior, el lector recorre, bajo el punto

de vista de Ismael Pasos, los hechos que se presentan en la historia ficcional, su voz

narrativa interactúa con otros universos simbólicos y permite que estos intervengan en las

52

acciones allí acaecidas. Cada vez que camina por el pueblo, cada vez que entabla un

diálogo y hasta cada vez que rememora la figura de algún personaje, Ismael está

concediéndole participación a otras voces en el relato. Él mismo es narrador que se

presenta como personaje en la acción, es el foco narrativo14

que cuenta los sucesos que

transcurren a su alrededor.

En el comienzo de la novela es claro observar que las primeras palabras referidas son las

de Ismael: ―Y era así:‖ (LE, 11). De ahí en adelante toma la narración e interactúa con los

demás personajes y espacios incluidos en la obra. Bajo su discurso enunciativo se van

creando las imágenes que el lector identifica y reconoce. Así, la construcción sobre los

episodios de violencia que se presentan en San José, espacio ficcional donde se desarrollan

las acciones, parte de la comunicación que tiene el profesor con sus vecinos o conocidos.

Por ejemplo, en el pasaje donde Ismael escucha a unas ex alumnas suyas se advierte:

―«Mataron una recién nacida…Descuartizada. No hay Dios…»‖ (LE, 35). Asimismo, oye

la intervención de Geraldina sobre el tema en tanto afirma: ―«Mejor pudieron dejarla en la

puerta de la iglesia, viva… ¿por qué matarla?»‖ (LE, 36). En ese momento se conoce la

opinión de estos personajes a través de lo que Pasos narra en el momento, pero también es

posible visualizar la interpelación que se le hace a él de acuerdo al pensamiento que tiene

sobre la situación comentada, a lo cual responde: ―No es la primera vez…ni en este

pueblo, ni en el país‖ (LE, 36).

Independiente de la actitud adoptada por este personaje tras el cuestionamiento que se le

hace, él da la posibilidad para que otras voces intervengan en el relato. El ángulo desde el

14

Según el esquema de los norteamericanos Cleanth Brooks y Robert Penn Warren propuesto en 1943 y que

fue incluido como complemento teórico de Gérard Genette (1986, pág. 240) en su abordaje sobre la

perspectiva del narrador, el foco narrativo es equivalente al punto de vista que en este caso se desarrolla en el

relato de manera interna, en términos de los propios autores ―el héroe cuenta su historia‖.

53

que cuenta permite al lector examinar la confluencia de otras conciencias, de otras voces

que tienen una idea o un argumento sobre la violencia. Para este caso, la frialdad con la

que Ismael contesta a las preguntas resulta algo realmente desconcertante para sus

interlocutores. No obstante, esta visión de los hechos, por parte del profesor, responde a lo

que Iván Padilla (2012) señala como la actitud de ―…un personaje que actúa y piensa en

él, pero sobre todo, que experimenta aquello que verbaliza‖ (pág. 125). Una conciencia

que al experimentar por largos años los clamores de la guerra, se refiere a ella de la manera

más cruda y sincera posible. Esto en consonancia a que sus oídos ya están acostumbrados a

escuchar tantas injusticias y tantos vejámenes producidos por la inacabable violencia.

Más aun, lo que encuentra a su paso siempre son historias sobre desapariciones, masacres,

desplazamientos y otras consecuencias derivadas de la condición bélica que ha perseguido

su existencia por tanto años. En otro apartado de la obra, Pasos se halla escuchando el

relato que el maestro Alfaro le ofrece en torno a la retención que sufrió por parte de un

grupo al margen de la ley. Cuenta este último que:

Estaba en la hamaca, quitándome las alpargatas, ya era tarde, y se aparecieron:

«venga con nosotros» me dijeron. Les dije que no me importaba…Eso fue caminar a

lo bruto; a toda carrera: como que ya los soldados los cercaba. «Y este quién es, por

qué lo llevamos», se decía uno de ellos. Ninguno me conoce, pensé, y era que tampoco

yo los conocía, jamás los vi en mi vida; tenían acento paisa; eran jóvenes y trepaban;

yo les seguía el paso, cómo no… (LE, 46).

Cuenta así, la experiencia que tuvo al ser obligado sin motivo a abandonar su hogar. Irse

con hombres armados que desconoce y de los cuales no tenía certeza sobre sus intenciones

54

reales para con él. Por su parte, Pasos solo emite palabras de aprobación y se dedica a

tratar de entender lo que su interlocutor pretende compartir con él.

Así visto, la experiencia de otros personajes es narrada por el propio profesor Pasos. De

primera mano el lector conoce las vivencias que sufren otras conciencias inmersas en el

relato. El personaje-narrador, según Marta Cecilia Lora Garcés (2011), ―…se coloca del

lado de las víctimas y de la miseria humana que abruma al lector, por el horror de las

historias contadas‖ (pág. 3). Víctimas ficcionales que al encontrarse con Ismael se

desahogan y le comunican una serie de sucesos que los convierten en protagonistas

centrales de la violencia. Los cuadros que él va describiendo aseguran la creación de

imágenes violentas en el lector y por ende la interpretación del escenario narrativo

dispuesto en el relato.

Ahora bien, los oídos del personaje están prestos a escuchar las posibles causas que

motivaron la desaparición del Brasilero, en voz del médico del pueblo. Cuenta el Doctor

Orduz que: ―…el brasilero pagaba sus buenas vacunas, tanto a los paras como a la

guerrilla, a escondidas, con la esperanza que lo dejaran tranquilo, ¿y entonces?, ¿por qué

se lo llevaron?, vaya usted a saber‖ (LE, 68). Interviene entonces una voz que relata los

sucesos que desconocía hasta el momento Ismael, pero también se hace explícita la forma

de identificar que en San José debe pagarse una cuota de dinero para estar protegido. A

saber, que la incursión de guerrilla y paramilitares en la zona lleva a que propietarios,

comerciantes o campesinos deban pagar para que su ganado, sus fincas o sus cultivos no

sean arrebatados por algunos de estos dos grupos subversivos. Al describir lo que el

médico le relata, Ismael está proponiendo un punto de vista sobre lo que pasa en estas

zonas y además está revelando un panorama que la guerra trae consigo.

55

La desaparición del brasilero y sus hijos repercute en Geraldina a partir del desconcierto y

la indignación. Ella pregunta al propio Pasos en tanto le dice: ―Se los llevaron, profesor,

quién sabe hasta cuándo, por Dios, si nosotros ya íbamos a irnos, y no sólo de este pueblo,

sino del maldito país‖ (LE, 79). Así pues, Pasos es constantemente interrogado por los

personajes que interactúan con él, se dirigen a la perspectiva o idea que tiene sobre la

situación y de esta forma se piensa que puede tener la verdad o la solución a tales

problemáticas. En cuanto personaje focal se concentra el relato en sus acciones y la

narración que hace de los acontecimientos que pasan, su punto de vista valora las

interacciones discursivas que tiene con los demás, pero asimismo establece un escenario

de crítica sobre las condiciones a las que se someten quienes habitan zonas de guerra.

La siguiente voz que aparece en el relato es la del padre Albornoz, sacerdote del pueblo y

autoridad religiosa para los habitantes de San José. Un nuevo cuestionamiento surge ante

las explosiones que se escuchan en las montañas, una nueva pregunta se le formula a

nuestro personaje. Albornoz acude al profesor para señalarle: ―¿Y si sucede otra vez?... ¿si

viene la guerrilla hasta esta plaza, como ocurrió?‖ (LE, 90). A lo cual Ismael afirma ―No

creo…No creo, esta vez‖ (ibíd.). Aquí, se busca un referente de seguridad ante la

incertidumbre de morir por la incursión de este grupo alzado en armas, colectividad que ya

antes había invadido y azotado a la población; ni el mismo representante de la iglesia está

convencido de vivir y acude a Pasos para tener un aliciente o posible calma ante un

panorama desolador.

Ya en el caos que desatan los enfrentamientos armados y la explosión de la guerra, Ismael

escucha una advertencia: ―Cuidado, profesor. No sabemos aún en manos de quién quedó el

pueblo…‖ (LE, 110). Es la voz de Gloria Dorado quien trata de indicar al profesor el

56

peligro en el que puede estar, una voz de incertidumbre ante el grupo armado que se tomó

el pueblo. A saber, se desconoce si paramilitares o guerrilleros son quienes controlan San

José y cuáles son las intenciones que tienen respecto a la población que lo habita. Ya sea

en manos de uno u otro, los afectados directamente, y quienes sufrirán el rigor de las

armas, serán los inocentes pobladores de este territorio; miles de campesinos que tendrán

que abandonar sus enceres y desplazarse hacia otras ciudades o quedarse a morir en una

tierra que solamente les ha brindado desazón, tristeza y dolor.

Dentro de este ambiente desconcertante y de inquietud total, el profesor Pasos comienza a

entrar en un estado de locura o pérdida de la razón. Las voces que escucha no ostentan un

referente definido, los rostros de quienes enuncian son desconocidos para él. El relato en

este instante se torna caótico. Llegan a su oído diferentes sonidos que hablan de

desapariciones, muertes, desolación, miedo e incertidumbre; se agolpan en su conciencia

susurros y gritos que lamentan la situación vivida. Según el propio personaje ―…las voces

hablan de Yina Quintero, la joven de quince años que pisó una mina y perdió el oído y el

ojo izquierdo. Los que vinieron a San José ya no se pueden ir, dicen, y tampoco se quieren

ir‖ (LE, 118). Además que ―….Fanny, la portera, con una esquirla de granada que

atravesaba su cuello, y Sultana García, la madre de Cristina, que apareció acribillada

debajo de unos ladrillos «todavía con la escoba en las manos» –cometario amargo de las

gentes–‖ (LE, 123). Ello resume un cuadro de desesperación e impotencia que el propio

Ismael vive y lo trasmite al lector.

En la obra, y como lo resalta la propia Belén Moreno (2013), es menester hablar del

personaje Oyee, pues ―….más que ser un personaje es el lugar de la enunciación más

elemental‖ (pág. 27). Y lo es en razón a que, particularmente, este personaje se dirige a la

57

nada, su grito característico para vender empanadas no tiene un interlocutor fijo o estable.

Pero aun así, dice algo. Pretende, mediante la fuerza de su gran ruido ensordecedor,

soportar el silencio de aquellas voces apagadas por el acto violento. Busca

denunciar las muertes que la guerra ha llevado consigo y retumbar en los oídos de quienes

poseen una sordera voluntaria ante la injusticia. Sus palabras, descritas por Ismael,

ostentan un sentimiento de odio y venganza que está enfocado en poder rebanar el

pescuezo de algún ladrón como lo hizo años atrás en Bogotá. Su muerte, al final de la

novela, sintetiza las consecuencias de quien acusa en voz alta y quien lo hace en un

territorio marcado por la violencia.

Al igual que Oyee, existe la figura de otro personaje que cobra importancia dentro del

relato y, aún más, para el propio Ismael Pasos. Es una figura que durante la historia

ficcional apaga su voz como también su presencia física, ella es Otilia, esposa y

acompañante fiel del profesor hasta su desaparición. Si bien las intervenciones discursivas

de esta mujer no son evidentes respecto a la violencia, sí se convierte en el motivo por el

cual su esposo se aferra a una esperanza y a una convicción que se resume en estas

palabras: ―…quedaré solo, supongo, pero de cualquier manera haré de este pueblo mi casa,

y pasaré por ti, hasta que llegue Otilia por mi‖ (LE, 194). Esta travesía tiene como fin

encontrar su paradero y además lo lleva a vislumbrar todo el escenario que desencadena la

guerra en el pueblo. A través de sus pasos este personaje ofrece el antes, durante y después

de la guerra, su relato sobre la violencia permite comprender la magnitud del conflicto

armado y las graves consecuencias que este tiene contra las víctimas inocentes.

A partir de lo visto, es indiscutible la manera como la representación que se hace de la

violencia en la obra de Rosero, parte de la configuración que, narrativamente hablando,

58

hacen los personajes sobre esta. La multiplicidad de voces concentradas en el relato que

son integradas, valoradas y que interactúan con el personaje-narrador Ismael Pasos,

cuentan las experiencias que han tenido con el acto violento y además las percepciones

que tienen sobre este mismo. Bajo el ángulo del propio Ismael se van resiginificando los

hechos y sucesos que escucha sobre la guerra, voces que le permiten consolidar una

diversidad de percepciones sobre la violencia en el relato.

59

3. Capitulo III

Representación narrativa de la violencia en la obra En el brazo del río de

Marbel Sandoval

“Porque los dolientes están del mismo lado de los

muertos de los desaparecidos, de los desplazados de

esos días y a ellos no les dejan oír su voz”. (Marbel

Sandoval. En el brazo del rio).

3.1 Marbel Sandoval y su obra

Marbel Sandoval Ordóñez (1959) es bogotana y experta en documentación por formación

en la Universidad de Navarra. Ha sido redactora de El tiempo y Vanguardia Liberal, donde

se destacó como jefe de redacción en la oficina de Barrancabermeja. En 1997 publica el

libro Gloria Cuartas por qué no tiene miedo y en 2002 Petróleo colombiano más futuro

que pasado. Durante más de 15 años ha ejercido su profesión en los campos del

periodismo, la docencia y la comunicación organizacional, como preparación para la

escritura.

En el año 2006 la editorial Hombre Nuevo publica su primera novela En el brazo del rio15

.

Tal producción literaria estuvo inspirada en la masacre llevada a cabo en la década del

ochenta en Vuelta Acuña, población ubicada cerca de Barrancabermeja. Su autora, de

acuerdo a la labor periodística ejercida durante años en la zona del Magdalena Medio,

15

―En el brazo del río, Paulina Lazcarro y Sierva María Malagón, dos adolescentes, se inmortalizan cuando

a través de la novela se narra la vida, desaparición y muerte de una de ellas. La amistad, el amor, el miedo y

la desolación en un punto del río Magdalena dejan ver y sentir al lector lo corta que puede ser la vida y lo

largo que puede ser el dolor y el sufrimiento, simplemente por estar en la mitad de un conflicto en el cual no

se eligió estar. Marbel Sandoval Ordóñez consigue en El brazo del río ponerle rostro, color y vida a Paulina

Lazcarro, el único cuerpo no encontrado de la masacre ocurrida en el año 1984 en la vereda Vuelta Acuña.

En este hecho real fueron asesinadas ocho personas en la región del Magdalena Medio colombiano, zona

marcada por la despiadada violencia de los años ochenta…‖ (Fragmento tomado de la entrevista titulada ―La

trilogía de una Colombia aguerrida‖, publicada en 2015 por el diario El Espectador, que Marbel Sandoval

concede a la periodista Roselia Aguirre).

60

pretende mediante el recurso literario reconstruir aquella historia de violencia ocurrida en

el país. Esta obra está enmarcada por la narración del conflicto armado en la voz de dos

personajes adolescentes, dos jóvenes que relatan la crudeza de la guerra evidenciando las

condiciones de disputa por algunos territorios de Colombia y el temor que enfrentan los

habitantes de los pueblos atacados por parte de los grupos al margen de la ley.

En la entrevista concedida en 200616

por Marbel Sandoval a Diego Alejandro Olivares es

posible advertir los elementos que inspiraron la creación de esta novela y además conocer

algunas opiniones sobre la violencia en Colombia. Allí la escritora señala que la literatura

cuenta la propia vida y permite recrear cómo sentimos los colombianos los diferentes

hechos violentos que ocurren en el país, por ello el dolor de conocer la masacre de Vuelta

Acuña fue lo que motivó la escritura de su novela. Afirma además que los medios de

comunicación están embelesados en contar siempre lo mismo y de la misma manera. Ella

propone que ―…en la medida en que los medios asuman con responsabilidad contar los

hechos desde las diferentes fuentes y no satanizando algunas, los lectores sacarán sus

propias conclusiones…‖, ya que al creer tener la verdad de lo que sucede distorsionan la

mirada y el punto de vista de los hechos.

Lo sucedido en la masacre fue el detonante de escritura para Marbel Sandoval, en otra

entrevista ella misma dice que escribe:

…para bucear en quiénes somos y para contarnos como una manera de romper el

hechizo de la costumbre ante la barbarie, porque si nos acostumbramos más, estamos

perdidos. Al contar estas historias, al humanizarlas, al dejar en claro los odios y los

16

Entrevista llevada a cabo en 2006 y publicada en la página de la Universidad Autónoma de Bucaramanga

(unab). Link de consulta: http://www.unab.edu.co/content/tener-memoria-es-una-forma-de-no-repetir-la-

historia

61

amores, podremos descubrir que el otro estaba vivo y no tuvimos por qué quitarle la

vida. Busco sondear nuestra alma y mirar qué nos hace ser como somos.17

Existe un motivo de denuncia en la autora, un ánimo de dar fuerza a la protesta de los

miles de afectados y víctimas de una guerra que en Colombia completa más de un siglo.

Una preocupación artística y ciudadana para no callar los crímenes que se cometen en

zonas apartadas del país y que en muchas ocasiones quedan silenciadas o arrojadas al

olvido.

3.2 Dos voces, dos perspectivas que resignifican la violencia

La configuración narrativa desarrollada en la obra denota principalmente la inclusión de

dos voces juveniles. Dos lugares enunciativos que ostentan un punto de vista propio y una

perspectiva desde la cual se relata la violencia. Sierva María y Paulina no solo son

personajes esenciales en la historia ficcional, sino que fundamentalmente son personajes

focales (Genette, 1989) que permiten al lector comprender el universo simbólico inmerso

en la novela. De la misma manera, posibilitan reconocer la representación de la realidad

sobre el acto violento a partir de las acciones o diálogos que llevan a cabo, pues la

comunicación que se efectúa entre las dos adolescentes sitúa un escenario donde se

construyen las voces que valoran las situaciones sucedidas en el entramado narrativo.

En esencia y siguiendo a Mijaíl Bajtín (1999), ambos personajes asumen un punto de vista

independiente a partir del cual cuentan su relato. Sus ideas y juicios de valor sobre las

diversas situaciones que ocurren en el relato, parten de una postura propia y fundada en lo

que han vivido ficcionalmente. A saber, los personajes ―…poseen una autoridad ideológica

17

Entrevista realizada por Roselia Aguirre a Marbel Sandoval en 2015. Contenida en la página

http://blogs.elespectador.com/

62

y son independientes, se perciben como autores de una concepción ideológica propia…‖

(Bajtin, 1993). En el momento en que intervienen en la obra con una opinión, anécdota o

recuerdo, tanto Paulina como Sierva María están proponiendo una forma de pensar que es

autónoma y responde a un ideal representado a través de la violencia vivida

cotidianamente.

Por lo anterior, estos personajes consolidan su voz narrativa de acuerdo al establecimiento

de un dispositivo retórico desde el cual cuentan el relato. En palabras de Patricia Martínez

(2002) citando a Nora Catelli (1997)18

, ello es visto como ―…un principio constructivo que

determina la configuración del mundo referido en la novela, y constituyéndose en un

problema fundamental para la comprensión de la misma‖ (pág. 198). Entonces, la

participación discursiva de las dos voces narrativas adolescentes que se presentan en la

obra, no solo posibilita el entendimiento del entramado narrativo, sino que además da pie

para presentar al lector el mundo allí narrado. Para los personajes, las condiciones de

violencia que han enfrentado vivencialmente no son similares ni se equiparan en términos

de igualdad, más bien la experiencia que han tenido dentro de la guerra hace que se

diferencien sus puntos de vista sobre la misma.

A partir de ese foco de percepción o punto de vista se desarrolla la narración de los

eventos acaecidos en el espacio ficcional de la obra. En este caso, y como ya se había

enunciado antes, dicha perspectiva se ajusta al personaje en tanto es él quien cuenta y vive

el relato. Para Genette (1989) ello responde a una focalización interna en donde se

despliega ―…una imagen que se hace de los demás…conciencia inmediata de las cosas, de

18

CATELLI, N. (1997). «El punto de vista en la novela», La novela del siglo xx y su mundo, Escuela de

Letras, n.o 11 y 12, pp. 183-196.

63

nuestras actitudes respecto a lo que nos rodea, sobre lo que nos rodea…‖ (pág. 247).

Evidentemente este ángulo desde el que se cuenta condiciona la construcción del mundo

ficcional, es decir, la intervención por parte de los personajes mediante juicios de valor y

opiniones dentro de la obra, se encuentran influidos por un sistema de valores y una

ideología que sustentan la visión de ese mundo que se relatan.

Como ilustración a lo anterior, y tomando como sustento la obra literaria en cuestión, cabe

decir que si el personaje de Sierva María no ha sufrido la violencia directamente, sino que

su referencia sobre ésta se determina por los medios de comunicación como el periódico,

es claro que su visión frente al acto violento está condicionada por el mismo hecho

experiencial. Mientras que el personaje de Paulina en tanto víctima de la guerra sí puede

tener la certeza sobre las implicaciones de la violencia en tanto que vivió directamente y

sufrió vivencialmente el impacto de la misma. Incide así la manera de asumir o hablar

sobre la violencia de acuerdo a la participación y proximidad que se ha tenido con esta, el

solo hecho de vivir el desplazamiento, la muerte y demás aspectos derivados de la guerra,

lleva a tener una autoridad enunciativa respecto a sus consecuencias.

En ese caso, Sierva María cuenta diferentes hechos de violencia que hacen parte de

noticias que escucha, ya sea por radio, cometarios que hacen sus vecinos o por voz de la

misma Paulina. Su conocimiento sobre el acto violento está mediado por la voz de otros,

indirectamente tiene una noción sobre la guerra que transcurre a su alrededor y bajo este

criterio asume una idea sobre la misma. En el siguiente pasaje expresa una masacre que su

amiga le relató:

…la matazón se había incrementado, sobre todo por los lados de Puerto Berrío, y los

vivientes que seguían en sus tierras lo hacían con miedo de que llegaran los hombres

64

por el río a quemar sus casas, a comerse sus reses, a violar a sus mujeres, a matar a sus

hijos y a ellos mismos. Ya hasta contaban haber visto y escuchado almas en pena que

vagaban por las márgenes del Magdalena y por el mismo centro del río... (Sandoval

Ordóñez , 2006, pág. 32)19

.

Aquí es notoria la forma como las colectividades armadas invaden poblaciones y cometen

un sinnúmero de delitos contra ellos sin ninguna justificación.

Cada circunstancia violenta narrada por Sierva procede de la voz de terceros. Su

construcción discursiva sobre la violencia está compuesta por referencias externas a su

experiencia, pero esto no quiere decir que carezca de una representación sobre las acciones

bélicas. Más bien, ella realiza un juicio de valor sobre tales acontecimientos y refiere los

hechos para posibilitar la comprensión de las dinámicas propias de la guerra. Por su parte

Paulina, víctima directa del conflicto armado, sitúa una enunciación que va más allá de la

propia descripción de los hechos y sienta una crítica al momento de referirse a la violencia.

Cuestiona y discute ciertas injusticias que ocurren en las diversas esferas del ámbito

político y económico cuando son permeadas por la corrupción. En su voz narrativa se

hacen explícitos los rasgos de indignación por las cosas que suceden en el país que le tocó

vivir.

Ejemplo de lo anterior, se halla cuando Paulina habla sobre las condiciones de los barrios

habitados por desplazados, pues afirma que estos ―… nacieron de muchas invasiones, de

las que organizaban los políticos bigotudos para las elecciones de mitaca y de las que

improvisaban los campesinos que iban llegando del Magdalena arriba… ‖ (BR, 37). Es

clara aquí la forma como se establece un desacuerdo con aquellos personajes que en época

19

De aquí en adelante usaré la abreviatura BR para referirme a En el brazo del rio.

65

electoral aparecen en los pueblos, políticos que abusan y se aprovechan de los pobladores

prometiéndoles terrenos para la construcción de casas o viviendas propias, las cuales, a la

postre, resultan siendo ilegales. Se adopta así, una actitud de inconformismo que

corresponde a la experiencia sufrida por ella misma al ser desplazada junto a su familia y

adaptarse a un modo de vivir distinto, sabe que los miles de campesinos desarraigados de

sus tierras sufren en zonas ajenas a sus costumbres.

Esta huida de campesinos afectados por la expropiación de sus terrenos y condenados a la

incertidumbre por el arribo a lugares que desconocen totalmente, es vista por Sierva María

desde otra mirada. Visión que claramente carece de un tono denunciante como el de su

amiga, pero que connota un acto de conciencia sobre lo que ocurre en su entorno. Así, es

evidente la manera como ella establece una comparación, una analogía, entre la situación

de los desplazados que habían llegado al puerto petrolero, y el éxodo del pueblo de Israel

que el padre Eduardo le habló en la catequesis. Para Sierva estas dos situaciones son

equiparables en cuanto unos y otros estaban dejando su lugar de origen; no obstante, ella

tiene la certeza de que en el éxodo que se presentaba en el puerto ―…la gente no salía de la

tierra extranjera sino de la propia‖ (BR, 72). Hay conocimiento de las implicaciones que

recaen en las personas que deben irse de sus hogares por mecanismos delictivos y

vandálicos, este personaje encarnado en una niña sabe que se están cometiendo violaciones

contra los derechos de estos campesinos en el país.

Sierva María interactúa con las diversas voces del relato para obtener referencias sobre los

enfrentamientos armados en Barrancabermeja, la historia ficcional se va disponiendo

conforme a sucesos que van pasando y de los cuales se va enterando por diversos medios.

Algunos pasajes a continuación expresan este aspecto: ―…Dijeron que ya eran como tres

66

mil los campesinos que se encontraban en el puerto petrolero, como acostumbraban llamar

a la ciudad…‖ (BR, 72), ―Argumentaban que la muerte había empezado a bajar en lancha

desde Puerto Berrío y aseguraban que no regresarían a sus tierras hasta que no se hiciera

presente el gobierno para garantizarles que podían volver a ellas sin peligro para sus vidas‖

(BR, 73). La narración de los hechos por parte de Sierva, según los fragmentos anteriores,

concede importancia a lo que escucha y lo que puede inferir de las voces que rodean su

ambiente.

Otro aspecto que da luces sobre la especificidad narrativa de ambas voces está situado en

los pasajes que rodean la desaparición de Paulina. De hecho, gran parte de la obra se

despliega en torno a las causas que rodean su desaparición y la incesante búsqueda que

emprende su amiga Sierva María. Se concentra el relato en la dualidad de experiencias

vividas por cada joven, de lado y lado se advierten las acciones que recaen en tal

circunstancia. Por una parte, Sierva se entera de una masacre cometida en Vuelta Acuña y

empieza a recibir noticias al respecto, sabe que su amiga se trasladó a esa zona y que su

vida está en riesgo. Por otra parte, Paulina da cuenta de esta masacre y describe los

pormenores que condujeron a su muerte y la de su madre. Ella narra las sensaciones que

percibió desde el momento en que hombres armados llegaron a la finca, y bajo amenaza,

perpetraron el asesinato de todos los habitantes de esta, también menciona la última

imagen que la agonía le permitió observar: su cuerpo maltratado y trasgredido en su

inocencia.

La muerte de Paulina es algo desconocido de acuerdo a las pesquisas realizadas por Sierva,

sus opiniones y pensamientos sobre la situación se derivan de los recortes que día a día lee

en el periódico. Más aún, y conforme al oficio de su mamá como costurera del pueblo,

67

logra enterarse que efectivamente Paulina fue asesinada a manos de paramilitares y que la

policía emprendió una compleja investigación para la captura de cada uno. Este testimonio

fue revelado por uno de los sobrevivientes de la masacre, que se hizo pasar por muerto,

quien, una vez a salvo, contó los hechos que rodearon la muerte de quienes habitaban la

finca ubicada en Vuelta Acuña. La voz del testigo aparece como punto de apoyo para que

Sierva María no solo conozca la verdad, sino para que su preocupación esté ahora

encauzada en resolver lo que aconteció con el cadáver de su amiga.

Este interrogante que al final de la obra no tiene una respuesta, lleva a que Sierva no

obtenga la justicia que tanto anhelaba y además a reconocer que su inocencia fue

violentada por la cruda violencia del país. Ella misma enuncia que:

―Mi verdad era que todavía no cumplía catorce años y que un día, y de una sola vez,

me tocó abrir los ojos. Sólo que no me gustó la luz que me llegó, porque me decía que

no siempre podía confiar en lo que veía bajo el primer rayo y también que podía no

gustarme lo que viera‖ (BR, 123).

El inclemente y tortuoso resplandor de la realidad la golpea con su mayor fuerza, cae en

cuenta que los esfuerzos por evitar la violencia son en vano. Que en el país donde ella ha

nacido no hay posibilidad para conseguir la paz.

El relato impotente de la propia Paulina, enunciado después de su muerte, lleva a

considerar el tipo de voces que se escuchan y a las cuales se les concede mayor valor en el

testimonio sobre la violencia. Argumenta ella que ―…en la Colombia real, en la que a mí

me tocó vivir y morir, la paz es más una palabra para adornar que un intento verdadero‖

(BR, 139). Dentro de esa concepción y teniendo en cuenta que hace parte de un hecho

ficcional, un escenario de paz es imposible en el país mientras las víctimas del conflicto

68

armado no tengan una voz activa, es decir, que sus relatos y experiencias deben tener una

trascendencia dentro del discurso de la violencia.

En síntesis, la voz narrativa de Paulina refleja la incidencia y mediación que sus

experiencias han tenido en la configuración discursiva sobre la violencia. El ángulo desde

el cual narra, que es el de las víctimas, le brinda la oportunidad de relatar actos criminales

y hechos de corrupción que ha podido observar durante su existencia. Las imágenes,

cuadros y episodios que contienen actos de terrorismo son el sustento enunciativo

fundamental para narrar los acontecimientos que la trama ficcional desarrolla. Mientras

tanto, la voz narrativa de Sierva María, retoma tales eventos y experiencias para afianzar

su comprensión sobre lo que ocurre –ficcionalmente hablando– en el país con relación a

las violaciones, agresiones y atropellos a los inocentes. Ella viene a narrar, desde una

perspectiva y ángulo disímil, las consecuencias que deben padecer aquellas víctimas del

conflicto armado. Se apropia del relato para dar vida a la voz de desaparecidos y muertos

que deja la guerra.

3.3 Recuerdo y memoria: elementos de representación sobre el acto violento en

Paulina y Sierva María

En este apartado se torna relevante el cómo se narra, es decir, el recurso que se utiliza para

referir las inclemencias y crudezas que trae consigo el acto bélico. Así pues, cabe señalar

que la particularidad narrativa llevada a cabo en la obra, viene dada por la inclusión del

recuerdo y la evocación, como elementos principales del relato. Ambos personajes

proponen mediante la rememoración del pasado, un aparato discursivo desde el cual

comunican su experiencia sobre la violencia. Violencia que representan, no con cuadros

terroríficos de masacres y mutilados, ni tampoco asumiéndola con la normalidad que

69

conduce la constante presencia de esta. Sino más bien, a partir del encuentro entre

sentimientos y pasajes contradictorios, entre la amistad y la felicidad del pasado con la

tristeza y desolación del presente; entre la búsqueda de la justicia y la decepción de la

incertidumbre. En síntesis, la representación de una violencia que pretende, mediante la

narración del recuerdo, permanecer en la memoria para no ser olvidada, y aún mejor, no

repetirla.

A partir del carácter narrativo de la memoria y del recuerdo se resignifican los eventos

sucedidos en la obra. Sierva María y Paulina en cuanto personajes principales de la historia

ficcional, constituyen el lugar de enunciación desde el cual se relata la violencia. La

historia que ambas voces narran viene dada y establecida a través del recuerdo, pues

mediante las imágenes que de la misma guerra han tomado y experimentado, se valen para

contar episodios que tienen un propósito fundamental y es el de no ser olvidados. En este

punto entonces es posible hablar de la memoria, la cual, en términos de Elsa Blair (2002)

es ―…una construcción que se elabora desde el presente y, fundamentalmente, desde el

lenguaje‖ (pág. 23). Es en esencia, una vivencia que se comunica y que pretende dejar una

impresión o huella en el futuro.

Por lo anterior, el encuentro próximo que se tiene con la guerra, en el caso de Paulina,

asegura una serie de recuerdos que son comunicados a su amiga Sierva María. Ésta última

relata, desde la rememoración de dichos sucesos, la experiencia que la violencia deja en

quienes son víctimas directas. Tales condiciones de terror presentadas en la obra son

evidentes desde su mismo inicio, ya que es menester advertir, en voz de la propia Paulina,

el desplazamiento al que se sometió con su familia y asimismo la muerte de su padre a

manos de no se sabe quién o quiénes. Ella misma afirma que ―…la llegada a

70

Barrancabermeja no fue fácil porque nos tocó dejar la tierra y la casa de un día para otro,

apenas un mes después de que mataran a mi papá" (Sandoval Ordóñez, 2006, pág. 23).

Esta reminiscencia admite reconocer el complejo modo de vida motivado por el

desplazamiento forzado al que fue sometida y la adaptación que, junto con su familia

próxima, debió hacer en la ciudad.

Este recuerdo es importante en la vida de las dos niñas porque la figura paterna en los dos

casos está ausente, ya sea por hechos de violencia o por desconocimiento total. En el caso

de Paulina, la intervención de grupos al margen de la ley en la zona donde vivía, obligó a

que, junto a su madre y a sus hermanos, tuvieran que huir hacia la ciudad. Este fenómeno

produjo el abandono de su hogar y de la tranquilidad que tenían antes de la incursión de lo

que ella misma llama ―Los masetos‖, es decir, grupos paramilitares que pretenden

controlar zonas del país donde no llega el Estado central. Por su parte, Sierva María no

sabe a ciencia cierta quién es su progenitor y solo sabe que existe una gran probabilidad de

que él haya sido un petrolero que embarazó muy tempranamente a su mamá, y de la misma

manera, desapareció sin dejar rastro alguno. Opera así la evocación de estos sucesos como

eventos que han marcado la existencia infantil de los personajes y además como relato que

justifica su incertidumbre en medio de la guerra.

Así visto, el lugar desde el cual se narra es el recuerdo. De hecho, la misma Paulina

advierte en un pasaje de la obra que:

…no es este lugar desde el que estoy contando, sino las largas horas que

transcurrieron entre la noche del martes doce de enero y el amanecer del miércoles

trece. La eternidad es un grito que nunca fue escuchado, es la voz que no sale, es el

71

corazón que late desbocado…es el miedo que seca la boca, es desear que todo termine

de una vez y para siempre‖ (BR, 19).

Ella cuenta, desde su lecho de muerte, los acontecimientos que ocurrieron antes de la

lamentable masacre que paramilitares cometieron contra ella, su madre y algunas personas

más. Pero lo hace con la impotencia de quien comprende que su voz no se escuchará para

que exista justicia y para señalar a los asesinos que sometieron su voluntad a través del

acto violento.

Para Blair Trujillo en su texto ―Memoria y Narrativa: La puesta del dolor en la escena

pública‖ (2002), una de las formas de tramitación del dolor20

o, en pocas palabras, de

sanar heridas producidas por situaciones traumáticas, viene dado por la manifestación

textual, la ―puesta en palabras‖ de ese sufrimiento. El discurso sobre la violencia que

subyace en los relatos o testimonios que surgen por el conflicto armado, se torna como un

mecanismo para desahogar el trauma ocasionado por la guerra. Se busca con ello, contar

los detalles que rodearon el tormento, en el caso de Paulina, de ser violada por varios

hombres que sin ningún remordimiento arrebataron su vida y la de su madre. Las escenas

que ella ofrece en su relato posibilitan la comprensión del calvario que enfrentó, de las

vejaciones a las que fue obligada y la inhumanidad con la que actuaron sus victimarios. Su

voz narrativa, y más aún, el ángulo desde el cual narra estas acciones, posibilita al lector

sentir la experiencia que ella vivió y las sensaciones que tuvo instantes antes, durante y

después de su muerte.

20

En su texto Memoria y narrativa: la puesta del dolor en la escena pública Elsa Blair propone tres vías o

formas de tramitación del dolor. ―Ellos son: la puesta en escena pública del dolor (reconocimiento y discurso

político de los dirigentes); la conmemoración histórica para recrear (resignificando) ese dolor y, finalmente,

la puesta en palabras del dolor (relatos y/o testimonios)‖. Para la investigación en literatura, evidentemente la

última de estas formas, es la que se adecúa en el proceso de reconstrucción de la memoria, ello en eventos

derivados del conflicto armado en Colombia y más aún en el terreno ficcional.

72

Esta estrategia de sanación de las heridas, propuesta por Blair, permite bajo el recurso de

la literatura, asegurar un lugar enunciativo válido que reconstruya la memoria de las

víctimas de la guerra. Valga anotar que el uso de esta memoria ―…se elabora desde el

presente y, fundamentalmente, desde el lenguaje‖ (pág. 23), pues carecería de sentido un

cúmulo de hechos del pasado que no se quebranten para su recordación. Con ello, si bien

Paulina cuenta desde el más allá, o sea después de su muerte, no se debe olvidar que lo

hace en el presente de la trama ficcional, lo cual no solo determina el dejar un registro de

su desaparición, sino también una voz que sea recordada para que, actos violentos como el

que le sucedió, no pasen de nuevo. Se pretende así, configurar una memoria narrada que

reinterpreta la realidad y la pone de manifiesto como una versión de su padecimiento.

Este medio de reproducción es el recurso primario que Sierva utiliza para informarse sobre

la desaparición de Paulina; mediante la recopilación de noticias sobre este acontecimiento

ella examina lo que pudo haber sucedido. Ante este propósito Sierva María dice: ―Compré

un cuaderno rayado, de pasta de argollas, y un frasco de goma, y empecé a recortar y a

pegar las noticias que contaban los hechos parecidos a lo que podía haberle sucedido a

Paulina‖ (BR, 120). Pretende así reconstruir las causas que motivaron la ausencia repentina

de su amiga y, ligado a ello, recomponer la historia de miles de desaparecidos en el país

que han sido desposeídos de su libertad y su existencia. Su voz narrativa se establece a

partir de quien tiene la oportunidad de vivir para contar, de encaminarse a descifrar la

verdad, y a partir de esta, señalar a los culpables del homicidio de Paulina. Lo que Sierva

persigue es asumir la memoria de su fiel compañera para no disiparla en la nada.

Sierva acude al recuerdo no simplemente de situaciones dramáticas o dolorosas, sino que

advierte panoramas de felicidad con relación a Paulina. Para ella la mejor manera de

73

recordar la memoria de su amiga es revivir los instantes de amistad, en la soledad que está

después de conocer la suerte de su confidente, y además, en el estado de incertidumbre por

no conocer el paradero de su cadáver, aparecen pasajes como este: ―Nos fuimos subidas

las dos en la bicicleta y antes de llegar hasta mi casa nos acercamos a la orilla del río, la

misma a donde me bajo ahora cuando siento que me llama‖ (BR, 44). Se cruza, en aquellos

momentos de evocación, la cruda imagen espectral de Paulina, su ausencia encierra una

visión fantasmal que la presenta como un alma en pena que recorre el cauce del río. Así

visto, el recuerdo se aborda con un detalle contrastivo, las sensaciones opuestas encierran

la figura de Paulina y someten su recordación a un difícil procedimiento por parte de

Sierva María.

Siguiendo la idea señalada por Alejandra López (2014, pág. 3) respecto a la existencia de

una memoria válida, se sugiere que debe haber ―algo‖ que se quiere memorar y ―alguien‖

que rememore. En este caso Paulina es aquel algo y Sierva María ese alguien, pero estos

dos componentes deben valerse del lenguaje para que trascienda y no se quede como

estático recuerdo del pasado. Más bien, debe existir un reconocimiento que sobrepase la

esfera individual y conlleve al interés colectivo, esto es, que se ponga en circulación hacia

lo público y represente una historia que transite temporalmente el pasado, presente y futuro

en pro de ser comprendido por los demás. De esta manera, la incansable tarea que realiza

Sierva María al recortar noticias de periódico sobre lo sucedido en Vuelta Acuña y

recopilarlas para definir un camino hacia la verdad de la desaparición de Paulina, hace que

exista una huella y un punto de referencia para que socialmente no se olvide tal evento.

No se busca entonces, insertar en la memoria un suceso violento para evitar su repetición,

pues el solo acto de fijar un recuerdo y no tener conciencia del mismo se torna simple e

74

intrascendente. Valga anotar aquí, que tal manera de hacer memoria es tan vacía como

aquel pasaje de la obra donde una lora repite las sílabas ra-ta-ta-ta-ta; el animal es el eco

de las ráfagas de ametralladora de los paramilitares que atacaron Vuelta Acuña, pero este

carece de conciencia y claramente no reflexiona sobre los hechos que equivalen a este

sonido propio de la incursión armada. Sierva María se cuestiona, interroga y discute

asuntos como el siguiente: ―…los periódicos seguían hablando de los ocho muertos, pero

sólo había seis cadáveres desenterrados. ¿Dónde está Paulina?‖ (BR, 144). Esta duda

asevera la confusión y distorsión que este medio escrito expone con relación a la muerte de

Paulina, Sierva se da cuenta de que lo que estas noticias informan no tiene coherencia con

lo que está ocurriendo.

Por lo anterior ella misma afirma:

Entendí también que las noticias que nos cuentan como verdades, y así las recibimos,

no son sino versiones y, por tanto, sólo una de las caras, para recomponer en cada caso

lo que en realidad sucedió se necesitaría reunir todas las versiones como lo he hecho

yo por Paulina, como una manera de recuperarla, como una manera de explicarme qué

pasó, qué fue lo que le pasó… (BR, 151).

Su misión es crearse una idea diferente sobre lo que el periódico afirma y por tanto decide

mirar la masacre de Vuelta Acuña desde otra perspectiva. Ella no se queda con la versión

que le da la prensa y comienza a averiguar por su cuenta cada indicio o sospecha que le

abra el horizonte de indagación. Se enfrentan la versión oficial y la versión alterna, esta

última como voz que se elimina y no hace parte del relato sobre la violencia, pero que

nunca se da por vencida y lucha por ser escuchada.

75

Para López Getial (2014), esta situación obedece a que ―…el contexto colombiano ha

legitimado un exceso de memorias oficiales que han ido en contra de la palabra y de las

pruebas de las víctimas y la sociedad civil…‖ (pág. 5). Así, la historia ficcional presentada

en la obra se establece como un discurso alterno sobre la violencia, al rescatar las voces de

quienes padecen el conflicto armado y son afectados directamente por este. Se logra no

sólo hacer visibles sus relatos y testimonios sino que además se aspira a revalidar una

memoria que no los deje ni en el anonimato ni en el olvido. La legitimidad de los

desplazados, familiares de masacrados, testigos de la cruda violencia y quienes deben

asistir cada día al caos de la guerra, debe partir de un lugar enunciativo autorizado y

participativo tanto en el plano literario como en el ámbito de la realidad social que enfrenta

el país. Paulina y Sierva María narran su experiencia en la violencia de la Barrancabermeja

que hace parte del mundo simbólico, pero asimismo trascienden este ejercicio narrativo a

la memoria real de Colombia.

Ante la decepción creada por los medios de comunicación, Sierva María comprende la

indiferencia e injusticia que existe con las víctimas, desaparecidos y personas objeto de

masacres en su país. Tiene la seguridad de que la normalidad con la que muchos asumen la

violencia los vuelve partidarios de ella, pues dice que ―Así éramos y así seguimos siendo.

Mientras lo que suceda no toque a nuestra puerta, todo puede pasar‖ (BR, 135). Si la

guerra no afecta los intereses o familiares propios nunca se tendrá conciencia de su

magnitud y poder, el olvido será la mayor excusa para dejar de pensar en muertos ajenos

porque ―…así vivíamos y así seguimos viviendo, y los muertos de enero se habían

olvidado‖ (BR, 132). El consuelo de Sierva María es, finalmente, mantener vivo en el

recuerdo a su amiga Paulina y saber que hizo hasta lo imposible para que su muerte no

76

entrara a hacer parte de los crímenes sin resolver. De los millones de asesinados que

habitan fosas comunes y aún esperan por ser nombrados y reconocidos.

77

4. Capítulo IV

Propuestas y aportes de Evelio Rosero y Marbel Sandoval en la

narrativa sobre la violencia del siglo XXI.

4.1 Contexto histórico, social y político

El siglo XXI, antes de evidenciar esbozos de paz en Colombia o de presentar una notoria

reducción de la violencia, da cuenta de un escenario complejo donde el conflicto armado

es cada vez más dramático y en donde la influencia de grupos al margen de la ley o bandas

criminales demuestra un dominio aún más potente. Con grupos paramilitares reinando en

zonas periféricas del país donde el estado no hace presencia, se recrudecen los combates

entre colectividades armadas que continúan la búsqueda del control absoluto de vastos

territorios de Colombia. Guerrillas como el ELN y las FARC que vienen por más de

cincuenta años persiguiendo su tan anhelada revolución, día a día se enfrentan con las

fuerzas del estado que, bajo el mando del por entonces presidente Álvaro Uribe Vélez,

hacen ahínco para derrotar y exterminar estos grupos ilegales.

Las incursiones armadas en diversas zonas del país, comandadas por el alto mando

presidencial, obligan a que se registren diversos combates entre guerrilla y ejército.

Enfrentamientos armados que evidentemente propenden por la finalización del conflicto en

Colombia, pero que mediante el mecanismo de las armas solo impulsa las muertes de

civiles e inocentes. Estos ataques y la carrera acelerada por dar de baja a los líderes

guerrilleros, privilegia los intereses del gobierno central ―…con el agravante de que aquí

se siguen defendiendo los privilegios no con la palabra sino con la sangre, pero no la

sangre de los poderosos de siempre, sino la sangre de los excluidos de siempre…‖ (Celis,

2010, pág. 3). Esto último, afirmado por Luís Eduardo Celis (2010) en su informe Política

78

y violencia en Colombia, sitúa el detrimento al que han estado sometidas las víctimas

directas de la guerra, las que por más de un siglo han padecido las consecuencias de la

misma en el país.

Ligado a ello, la asociación de grupos al margen de la ley con el narcotráfico y la

instauración de paramilitares en alcaldías, asambleas, concejos y gobernaciones para

ejercer desde allí el control político, motivaron la ilegalidad y el crimen en las

instituciones del vasto territorio nacional. Su incidencia fue tal, que en el propio Congreso

de la República se crearon leyes para defender y dar prerrogativas a quienes cometieron

crímenes de lesa humanidad. Resultado de ello, fue la rebaja de penas y la no extradición

de un gran número de jefes paramilitares y de autodefensa que cometieron masacres en

zonas apartadas de Colombia. A este fenómeno se le denominó la parapolítica y aún en el

desarrollo de la segunda década del siglo XXI siguen apareciendo nuevas revelaciones al

respecto.

En 2011 se publicó el Informe anual de la Corporación Arco Iris21

, el cual tiene como

frase de encabezado: ―Las cuentas no son tan alegres‖. En este documento, según la

periodista Maureén Maya, se advierte la persistencia del conflicto armado en el país y la

incidencia que ha tenido en la generación de grupos alternos de paramilitarismo, es decir,

la creación de fuerzas denominadas, por el propio Gobierno Nacional, Bacrim o mejor,

bandas criminales. Ante la imposibilidad de frenar el crecimiento de estas fuerzas al

margen de la ley, tanto el reclutamiento forzado como su inclusión en los poderes políticos

han acelerado su potencial, y asimismo, la violencia en Colombia. Además de esta grave

21

Documento tomado de la página viva.org.co donde la periodista Maureén Maya realiza un recuento de los

resultados que arrojó este informe anual, el cual fue realizado en 2011 por el analista político León Valencia

Agudelo.

79

situación, muchos líderes sociales han sido asesinados por reclamar las tierras de algunos

desplazados y por promulgar la defensa de los derechos humanos, hechos que han quedado

en la impunidad y están asediados por la desviación o distorsión de la justicia.

En las revelaciones más importantes de este informe están la consolidación de las bacrim

en 209 municipios del país, presencia que evidentemente ejerce un control político y

económico en tales zonas, obligando a sus pobladores a someterse a las reglas allí

establecidas. También es visible la manera cómo, tras las bajas considerables que ha tenido

la guerrilla y los numerosos militantes abatidos en combate, ha llevado a una segmentación

en pequeñas unidades de esta colectividad armada. Sin embargo, ―…lejos de terminarse

está aún su capacidad de causar daño y lesionar el espejismo de la seguridad que trató de

imponerse bajo la anterior administración‖. Otro grave suceso es el referido al miedo a

reclamar las tierras despojadas por grupos al margen de la ley, los desplazados que se

cobijan con la medida de restitución de tierras han sido amedrentados para no realizar tal

acción, pues los intereses de las bandas criminales por apoderarse de estos territorios

conlleva a que miles de campesinos opten por abandonar este propósito.

Se afirma además en el documento que:

Un condicionante esencial para la paz es la verdad y la justicia; pues sin estos, será

imposible apelar a una genuina reconciliación, superar los odios y sanar las heridas de

la violencia padecida. El Estado no puede regular sus normas a partir de las presiones

o chantajes de los criminales porque al hacerlo no sólo se desdibuja y lacera la

institucionalidad del Estado, sino que además socava los principios esenciales de un

genuino Estado democrático. (Maya, 2012).

80

Si las leyes están permeadas por criminales, paramilitares o grupos que buscan solo el

interés propio, un proceso real de paz en Colombia sería muy complejo. Mientras las

víctimas de crímenes atroces y los miles de desplazados que ha dejado la guerra en el país

sigan siendo desconocidos y manipulados, seguirá la violencia acechando por varias

décadas más.

En literatura, este contexto histórico incide en las diversas propuestas aparecidas en el

ámbito de la producción literaria. Dentro del repertorio de novelas que realizan un

tratamiento ficcional sobre la violencia en Colombia en el nuevo siglo están: Angosta

(2004) de Héctor Abad Faciolince, Delirio (2004) de Laura Restrepo, Rencor (2006) de

Óscar Collazos, Abraham entre bandidos (2010) de Tomás González o El ruido de las

cosas al caer (2011) de Juan Gabriel Vásquez, producciones que hacen énfasis en

temáticas del desplazamiento, el conflicto armado y violencias que se han venido

desarrollando durante las últimas décadas en el país. A esta selección se le suman obras

que, según Alejandra Jaramillo en su texto Nación y melancolía: literaturas de la violencia

en Colombia, 1995-2005, ostentan una perspectiva policial ―…como: Camús, la conexión

africana (Moreno Durán, R-H. 2003), Los impostores (Gamboa, Santiago. 2002), Cinco

tardes con Simeón (Paredes, Julio. 2003)…‖ (2007, pág. 324).

Dentro de este listado de obras publicadas en el último siglo, se destaca la del escritor de

origen chocoano Óscar Collazos, Rencor. Publicada en 2006, narra la cotidianidad, en

medio de la violencia, de una adolescente que junto a su familia ocupa una zona de

invasión en la periferia de Cartagena, territorio que habitan a partir del desplazamiento al

que se vieron sometidos años atrás por parte de grupos al margen de la ley. Keyla cuenta a

un periodista su vida y narra los acontecimientos que tuvo que enfrentar en cada una de las

81

etapas de su existencia. Allí se evidencian las problemáticas de orden civil que tuvo que

enfrentar su familia por tener que huir de la violencia. Prostitución, desplazamiento

forzado, guerra entre pandillas y masacres son algunos de los cuadros que la obra presenta

y que posibilitan al lector comprender la realidad que se busca representar.

Collazos permite vislumbrar en su obra la manifestación del sentimiento más arraigado de

las víctimas de la violencia: el rencor. Mediante la figura protagónica de Keyla, quien

asume la voz narrativa del relato, es posible conocer los hechos que se desatan alrededor

de un contexto de conflicto y beligerancia, situaciones que ella misma describe a partir de

lo que le ha tocado vivir y padecer. A partir de la evocación de los momentos más

complejos de su existencia, logra contar su historia que particularmente es la historia

misma de la guerra en Colombia. La evidencia de un abuso sexual por parte de su padre, la

condición de desarraigo espacial y sentimental, la presencia constante de la violencia en su

vida y su supervivencia en la prostitución, conllevan a dilucidar el sufrimiento de una

adolescente en un entorno que ha golpeado y cercenado su propia dignidad.

Para Keyla ―…el rencor es una rabia que va creciendo y nunca se va, parece que se fuera a

veces y, cuando uno menos piensa, vuelve a meterse en el cuerpo y en los pensamientos‖

(Collazos, 2006, pág. 147). En ese sentido, al habitar un territorio que le es ajeno y

acoplarse a unas dinámicas de interacción alejadas de lo que en su niñez aprendió, lleva a

que se cree en ella un odio y una venganza sobre todo aquello que le ha impedido ser feliz.

Al estar latente la violencia en sus recuerdos y establecerse como parámetro de

recordación, motiva ello a que sus comportamientos estén encaminados a involucrase en el

mundo de la confrontación y del peligro; en cada etapa de su vida encuentra que la

solución ante el desamparo es la violencia y el estar inmiscuida en ella. Forja entonces un

82

rencor hacia todo aquello que nunca tuvo, a las oportunidades a las que no pudo acceder y

a los privilegios con los que muchos cuentan.

Por otra parte, existen también novelas que trabajan la violencia desde un punto de vista

testimonial, como lo asegura Jorge Eduardo Suárez (2011) en su artículo La literatura

testimonial de las guerras en Colombia: entre la memoria, la cultura, las violencias y la

literatura. En esta última perspectiva:

Hay temas nuevos que se posicionan en el mercado editorial como los testimonios de

mujeres inmersas en el mundo de la prostitución de alto nivel. Pero sin lugar a dudas

el tema con más circulación es el de los ex secuestrados por las FARC (Suárez Gómez

, 2011, pág. 292).

Tras las experiencias en cautiverio vividas por algunos personajes de la política

colombiana, algunas editoriales comienzan a publicar novelas o instant books realizadas

por militares, policías y políticos que dan testimonio de todas las peripecias, anécdotas y

situaciones vividas en los años que padecieron el secuestro. Efectivamente, este tipo de

testimonios proponen una forma de escritura que involucra un acercamiento más directo

con la realidad, pero que se distancia de la labor literaria emprendida por sus antecesores.

Entre el corpus de producciones que salieron a luz es posible encontrar: El mundo al revés

(2010) del ex gobernador del Meta Alan Jara, Años en silencio (2009) del político

risaraldense Oscar Tulio Lizcano, Lejos del Infierno (2009) de los estadounidenses

Gonsalves, Stansell y Howes; ¡Desviaron el Vuelo! Viacrucis de mi secuestro (2008) del

político huilense Jorge Gechem; El trapecista del ex canciller Fernando Araujo (2008);

Las cadenas de la infamia (2009) del teniente del ejército Raimundo Malagón. Y un texto

que tuvo bastante publicidad fue No hay silencio que no termine (2010) de la ex candidata

83

presidencial Íngrid Betancourt, debido al revuelo que causaron sus declaraciones, una vez

liberada por las FARC.

El mismo Suárez Gómez aduce que en estas publicaciones el actor central son las

guerrillas o quienes hacen la guerra en el país. Afirmación que malogra los intentos de

aquellos escritores que han intentado ficcionalizar la violencia y darle un sentir a las

víctimas para que la violencia no siga normalizándose o tomándose de manera natural.

Prevalece entonces la voz de cabecillas de autodefensas o paramilitares que toman un

protagonismo absoluto en la narrativa sobre la guerra, se apagan de nuevo las voces de

aquellos que padecen las acciones bélicas y se retoma una visión que motiva y da

protagonismo significativo a los actos violentos. Enfoque que también incide en las

producciones televisivas y que expone una serie de telenovelas o series donde los

protagonistas principales son narcotraficantes o políticos corruptos que siguen otorgando

una imagen negativa de Colombia en países extranjeros.

4.2 Propuesta literaria y cambios en la narrativa de las obras de Evelio Rosero y

Marbel Sandoval

4.2.1 Los Ejércitos y En el brazo del rio frente a la tradición literaria de mitad del siglo

XX

Tras lo expuesto en los capítulos anteriores y bajo los presupuestos teóricos que orientan la

investigación presente, cabe señalar que existe una tradición literaria que ha incidido e

influenciado las obras de Rosero y Sandoval. Se elaboran recursos retóricos, estilísticos,

temáticos y simbólicos que, a mitad del siglo XX, algunas novelas presentaron en el

tratamiento de su narrativa. A saber, y proponiendo el caso de novelas como Marea de

ratas (1960), El coronel no tiene quien le escriba (1961) y La rebelión de las ratas (1962),

se establece la integración de elementos figurativos y metafóricos para representar las

84

acciones violentas y los pasajes de muerte, horror y desolación. Además, se realiza el

cuestionamiento de aspectos derivados de las circunstancias bélicas caracterizadas, ya que

no sólo se especifican las escenas que tienen que ver con la guerra, sino que también

interesa la discusión de las implicaciones sociales, políticas y económicas estas mismas.

En obras citadas en el párrafo anterior y que ayudan a establecer puntos en común con Los

Ejércitos y En el brazo del rio, se advierten fragmentos donde se abordan conflictos

sociales generados por la violencia allí representada. Por ejemplo, en La rebelión de las

ratas, de Fernando Soto Aparicio, es notable la forma como el personaje Rudecindo

Cristancho, tuvo que dejar sus tierras a causa de la lucha bipartidista y emigrar hacia la

ciudad junto con su familia. Él mismo advierte que ―Antes todo era sencillez, rusticidad,

paz. Y de pronto el valle se vio invadido por las máquinas…y el silencio, ese bendito

silencio… huyo para siempre hacia las montañas (pág. 5)‖. Aquí existe la controversia

sobre el desplazamiento forzado y también las condiciones de adaptación a una nueva

vida, de laborar por un salario precario y someterse a una jornada de trabajo extensa,

también es posible señalar cómo las industrias se convierten en centros de explotación de

mano de obra.

En El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez, confluyen

problemáticas que se hacen explícitas alrededor de la historia ficcional. En este caso, se

evoca el pasado de un veterano combatiente de la guerra (La Guerra de los Mil Días), para

así, evidenciar el ideal de esperanza frustrada y la constancia de la violencia en el país. Se

habla de frustración en tanto el anciano coronel no obtiene el beneficio que le corresponde

por participar en el evento bélico, por una parte; y se afirma una violencia extendida

debido a las acciones que subyacen en la historia ficcional, por otra parte. Estos dos

85

elementos desarrollan en la obra no solo la promesa incumplida del Estado a sus figuras de

autoridad armada, sino que también presenta las resonancias de un conflicto que durante

décadas se viene manifestando en Colombia. La muerte de Agustín (hijo del coronel), la

propaganda política censurada, el toque de queda impuesto por el gobierno, entre otras,

permite asumir la afectación social de las innumerables víctimas de este flagelo.

Por su parte, en Marea de ratas de Arturo Echeverri, los cuestionamientos pasan por la

imposición de unos ideales políticos y religiosos a los que deben someterse los habitantes

de una aldea. Ello es, que tras la instauración de una tropa de soldados perteneciente al

partido conservador en este territorio, se establecen una serie de demandas y

requerimientos para poder vivir allí; principalmente hay que compartir los propósitos de tal

colectividad política y asimismo actuar de acuerdo a lo pautado tradicionalmente por la

iglesia católica. Ante este cuadro, muchos de los pescadores y personas que habitan la

aldea son perseguidos y asesinados al mostrarse reticentes u opositores al nuevo orden,

entra aquí el problema del control y la afectación a quienes se presentan como apolíticos,

ateos, liberales o simplemente desinteresados en las cuestiones políticas o religiosas. En

palabras de Augusto Escobar (1994) la obra pretende ―…mostrar no una, sino muchas

formas de violencia, pues…ésta es una herencia histórica…‖ (pág. 87).

En las tres obras es posible asumir la violencia desde las implicaciones y problemáticas

sociales que desencadena. Esto visto como el desajuste de la calma y de la cotidianidad en

los diversos personajes que se ven afectados por la violencia: desplazamientos,

enfrentamientos armados, persecuciones, muertes anónimas y otros mecanismos

subyacentes a la guerra, hacen parte de paisaje expuesto por las narraciones de Soto

Aparicio, García Márquez y Echeverri Mejía. Aspectos que Rosero y Sandoval rescatan en

86

sus novelas y que, adecuados al contexto de violencia que representan, exhiben a sus

lectores de una manera particular y diferente. Divergencias que radican no solo en el

contexto de violencia que narran, sino en el tipo de narrador que proponen para hacerlo, ya

que mientras en La rebelión de las ratas, El coronel no tiene quien le escriba y Marea de

ratas existe un narrador omnisciente que junto a narradores22

en primera persona,

configuran el relato; en Los Ejércitos y En el brazo del rio la narración en primera persona

acapara la obra.

Pero aun así, lo disímil en la tipología del narrador no deja de lado el hecho de que se está

representando la violencia desde las víctimas que experimentan y viven la violencia.

Evelio Rosero y Marbel Sandoval vienen a proponer en sus obras una configuración

narrativa donde la perspectiva de la narración no se sitúa en la voz del victimario o aquel

perteneciente a la élite, sino que ubica tal locus de enunciación a partir de la víctima. Para

ambos escritores lo que interesa a la hora de referir el acto violento no es el simple hecho

de describir muertes o masacres, ni tampoco caracterizar la forma como se cometen actos

violentos contra inocentes, lo que realmente pretenden es relatar desde la experiencia de

los personajes víctimas de la guerra, el discurso literario vivencial y la voz que estos

ostentan como testigos directos que han sido afectados por la situación violenta.

4.2.2 Divergencias respecto a la literatura de inicios del siglo XX. El caso Pax

Se acaba de hacer explícita la manera como algunas obras de mitad del siglo XX han

contribuido a la creación artística de las novelas de Rosero y Sandoval, lo que ahora se

pretende es mostrar cuáles son las principales diferencias respecto a la novela Pax

22

Para Genette, algunas obras literarias no tienen una constancia en la focalización del narrador, él mismo

arguye que ―…la fórmula de la focalización no se aplica siempre a una obra entera, sino más bien a un

segmento narrativo determinado que puede ser muy breve…‖ (pág. 246). Por ende, estas novelas

referenciadas, en algunos de sus pasajes narrativos, proponen narradores diferentes.

87

publicada a comienzos de siglo XX. Por lo tanto, si se equiparan los diversos aspectos

narrativos propios de estos escritores con producciones literarias de comienzos de siglo

XX, es posible advertir diferencias notables en elementos enunciativos que se desarrollan

en cada obra. Aspectos estilísticos que evidencian la especificidad de cada escritor y

además el influjo que el contexto político y cultural de su época les otorga. Con ello, son

explícitos los cambios en el ángulo desde el cual narran los personajes y la voz narrativa

que asumen dentro del relato. Para mejor comprensión de este panorama es necesario

acudir a la comparación entre las obras en cuestión (Los Ejércitos y En el brazo de rio) y

la novela Pax (1907) escrita por Lorenzo Marroquín y Rivas Groot, con el fin de elaborar

un esquema de ejemplificación que ubique al lector en la comprensión de las diferencias

antes expuestas.

Si en Pax es notoria la ubicación del narrador a partir de las élites sociales, en Los

Ejércitos y En el brazo del rio se sitúa en la figura del campesino de clase baja. Ello indica

que la voz de quien narra se inscribe en un plano socio-económico distinto, el punto de

vista con el cual los personajes describen los hechos de la historia ficcional, cambia en

relación a su cercanía con el acto violento. Mientras en la novela de inicio del siglo XX la

voz narrativa está ubicada en los personajes que invierten grandes sumas de dinero en

favor de la canalización del Magdalena, en las obras de siglo XXI son habitantes de

poblaciones perturbadas por la incursión de grupos al margen de la ley.

Otro aspecto que diferencia las obras es aquel que contempla los cuadros que caracterizan

las consecuencias de la guerra. En Pax se encuentran pasajes que exhiben la crudeza de las

masacres realizadas en pro de la lucha por el poder, esto se advierte en el siguiente

fragmento: ―Entre la paja estaban tendidos los cadáveres de un viejo y un muchacho. El

88

viejo con su barba bíblica manchada de sangre por una cuchillada que le cruzaba la

frente…el muchacho, entre un charco de sangre…en el cuello un tajo formidable que ha

dejado la cabeza apenas pendiente de un tendón‖ (1986, pág. 338). En Los Ejércitos y En

el brazo del rio existen cuadros donde confluyen imágenes violentas y crueles de la guerra,

pero aquí no se presenta una descripción detallada de lo que les sucede a los muertos y el

estado de sus cuerpos; más bien, se trata de elaborar un cuadro experiencial de lo que los

personajes hacen al momento de la situación violenta y los padecimientos que deben

enfrentar para sobrevivir.

Evidentemente son dos maneras y estilos diferentes de narrar la violencia, lo cual pone de

manifiesto que existen unos intereses diversos a la hora de representar el acto violento y

las dinámicas derivadas del mismo. Aquí no solo incide el hecho de que Pax esté escrita

por un autor cercano a la política colombiana del momento como lo fue Lorenzo

Marroquín, también es clara la forma cómo influye el contexto histórico en el cual se

realiza la obra y el evento violento que se está resignificando. Rosero y Sandoval hacen

parte de una época histórica distinta y asimismo tratan en sus obras un acontecimiento de

violencia diferente. Pero aquí vale anotar que existe un cambio notable en cómo las

víctimas están siendo referidas en el relato, es decir, cuál es su participación en las

acciones que la obra propone y qué alcances tiene su discurso sobre la violencia en el

terreno ficcional.

Así visto, el lugar enunciativo en Pax permite reconocer una voz narrativa que está

ubicada en los personajes que cometen las acciones violentas y quienes desencadenan los

ideales de la guerra. Nunca es explícito el personaje que sufre las prácticas criminales y su

voz no se considera como válida dentro de la construcción narrativa. En su lugar, las dos

89

obras que ocupan el interés de esta investigación pretenden darle ese espacio y esa voz,

literariamente hablando, a los afectados por más de un siglo de violencia en Colombia.

Buscan recuperar ese punto de vista que, en mitad de siglo XX con obras como La

rebelión de las ratas, Siervo sin tierra, La mala hora23

y otras más, se había considerado

por su experiencia y proximidad con la violencia. Estas obras resaltan el ángulo desde el

cual es posible comprender el miedo y el horror que causa la guerra constante, ese juicio

de valor que denuncia los actos vandálicos y asume una protesta respecto a las injusticias

que recaen sobre aquellos que sufren la transgresión armada.

4.2.3 Encuentros y desencuentros con la narrativa de finales del siglo XX

Tras ser la tradición más cercana y próxima, en términos temporales, a las obras Los

Ejércitos y En el brazo del rio, la de las décadas del ochenta y noventa constituyen un

punto de análisis fundamental para abordar el tratamiento de la violencia en las propuestas

literarias respectivas. Por un lado, existe un contexto histórico que marca una incidencia

directa en la configuración narrativa y la forma de hacer novela a partir del narcotráfico y

el fenómeno del sicariato; y por otro lado, existe un ámbito social y político donde

problemáticas como la guerra entre paramilitares, guerrilleros, autodefensas y ejército

toma relevancia esencial en la producción literaria del país. Dos realidades que no solo

consolidan la permanencia del conflicto armado en Colombia, sino que permiten visibilizar

las divergencias y similitudes entre las obras literarias pertenecientes a los periodos de la

historia referenciados.

23

En el subcapítulo, que hace parte de esta investigación, denominado Panorama de la literatura de la

violencia en la mitad del Siglo XX, es posible identificar los cambios narrativos que se presentan en la

literatura de esta época.

90

Para el caso específico y en pro de ejemplificar este análisis, se toman en cuenta dos

novelas que sitúan la temática del sicariato de los años ochenta y los elementos que a nivel

social y cultural se derivan de este. De esta manera, No nacimos pa’ semilla (1990) de

Alonso Salazar y La virgen de los sicarios (1994) de Fernando Vallejo son los soportes

literarios que admiten la reflexión sobre la elaboración narrativa hecha sobre la violencia a

finales del siglo XX. Estas dos obras consideran la trascendencia histórica de los

mecanismos de violencia en la sociedad y los cambios que la misma ha tenido durante más

de cincuenta años en el país, a partir del personaje del sicario y la cotidianidad del mismo

en un ambiente que está permeado por las acciones violentas.

En la obra de Salazar están contenidas una serie de historias ficcionales que narran

diferentes protagonistas en primera o tercera persona. Tales relatos reflejan problemáticas

sociales que se han presentado en el trascurso del siglo XX en el país, con relación a las

dinámicas de violencia que cada periodo histórico han estado latentes. De esta manera, es

posible reconocer en la narrativa de Alonso Salazar un legado histórico de acciones

violentas que ha definido y modelado las actividades delincuenciales de finales de siglo.

Se advierten así, familias que han huido de la violencia política de las décadas del cuarenta

y cincuenta, obligando a su desplazamiento y asentamiento en diferentes ciudades de

Colombia. En estos territorios de invasión, ubicados en las periferias de las zonas urbanas,

se concentran familias que cuentan con limitaciones económicas y niveles de pobreza

extrema, seres que son la voz de la guerra y que asumen el punto de vista desde el cual se

habla en la novela en referencia.

Así, la multiplicidad de personajes que se presentan en No nacimos pa’ semilla logran

representar la violencia a través de recuerdos, vivencias y acciones que ellos mismos

91

caracterizan y describen. Asumen la violencia como propia, la conocen y pueden dar

cuenta de ella: ―Si quiere hablar de violencia, le cuento mi vida, o la de cualquier vecino.

Es que nosotros hemos vivido siempre de violencia en violencia, con muy pocos tiempos

de paz. Cada uno de nosotros es una novela completa…‖ (1993, pág. 39). Existe una

experiencia que permite dar autoridad y voz a quien relata pasajes o situaciones violentas,

y es que la vida misma de cada personaje ha estado directamente relacionada con

imágenes, circunstancias y hechos crueles o trágicos. La muerte ha rodeado sus historias

de vida y para lograr sobrevivir en tal contexto, pues han recurrido a la aplicación de la

violencia por la violencia.

Por otra parte, para hablar de la novela de Vallejo es indispensable reconocer que existen

ejes temáticos y estilísticos que complejizan el escenario narrativo de la violencia.

Mediante la voz del narrador es posible advertir un cúmulo de asesinatos y muertes que

observa y hasta justifica, él mismo dice: ―…Lo matamos por chichipato, por bazofia, por

basura, por existir. Porque contaminaba el aire y el agua del río‖ (Vallejo, 2001, pág. 28).

Es explícito un atentado contra la vida de cualquiera sin mayor sustento que el de la

sinrazón, se mata a quien esté en contra de lo que se piensa o lo que se quiere, un odio

social que ostenta una herencia de antaño y que está cobijada por la venganza de no tener

las mismas oportunidades que los demás. Nuestro narrador es parte de la clase alta, vive en

el extranjero y reniega de su regreso al país, maldice el conformismo de una sociedad que

mediante la violencia ha formado sus principios y degenerado sus valores.

Narra sin participar pragmáticamente en las circunstancias del relato, es decir, que no se

involucra activamente en los asesinatos y muertes acaecidas. A través del accionar de sus

amantes logra vislumbrar al sicario como producto de condiciones políticas e históricas en

92

Colombia, pues tanto las consecuencias de la guerra de mitad de siglo, como también la

ineptitud de los gobiernos para frenar los componentes derivados de la violencia

(desplazamiento, narcotráfico, inequidad social, entre otras), producen este fenómeno

social que tiene gran impacto en el país. El sicario además de ser amante del narrador, es

su compañía y el referente para relatar los actos delincuenciales que día a día se producen

en la Medellín representada en la obra. Es cómplice de cada uno de los hechos vandálicos

cometidos y testigo presencial de los mismos, es una voz que acepta la violencia como

mecanismo de una sociedad en decadencia.

En consecuencia, teniendo en cuenta la configuración narrativa de Salazar y Vallejo en sus

novelas, es adecuado afirmar que existen problemáticas, prácticas y dinámicas de violencia

que se diferencian en su tratamiento y estilo literario con relación a lo propuesto por

Rosero y Sandoval. Ello particularmente visto en la forma como se da relevancia a la voz y

punto de vista desde el que se narra, ya que mientras en No nacimos pa’ semilla y La

virgen de los sicarios se muestra la visión de quien comete el crimen, produce pánico y

temor en la sociedad, en Los Ejércitos y En el brazo del rio se exhibe la perspectiva de la

víctima que padece el enfrentamiento armado. Mientras en estas últimas quienes proponen

la narración son afectados y sufren la inclemencia del conflicto, en los personajes de

Vallejo y Salazar se encargan del acto discursivo aquellos que ven la guerra desde afuera o

participan de ella como victimarios.

No obstante, ambas narrativas poseen puntos en común a la hora de abordar la violencia

como un hecho que ha prevalecido y se ha incrustado en cada dimensión de la vida social.

Resulta la acción violenta un eje bajo el cual se articulan los sucesos y conforme al cual se

representa la realidad en el escenario literario correspondiente. La preocupación en unos y

93

otros es dar por sentado que la guerra en Colombia ha ido desarrollándose en diversas

manifestaciones que se adecuan al contexto en que se presentan, expresiones que cada vez

son más crueles e inhumanas en quienes recaen. Desde la producción literaria y el recurso

artístico estos autores pretenden reconocer la evolución de la violencia en el país, sus

componentes, elementos y sus protagonistas.

4.2.4 Puntos en común y diferencias narrativas, temáticas y críticas en las obras de

Rosero y Sandoval

Escritores como Evelio Rosero y Marbel Sandoval quieren dejar una huella y un producto

creativo donde se evidencie la fuerza que tiene la literatura para denunciar y sentar una voz

de protesta ante tantas injusticias cometidas en el país. No obstante, este punto donde

compaginan sus propuestas narrativas tiende a diferenciarse en otros elementos. Ambos

estilos narrativos y, más aún, las dos producciones literarias analizadas, proponen unos

narradores opuestos en sus características físicas y hasta en sus edades cronológicas,

además cabe señalar que en Los Ejércitos la crítica literaria24

es bastante amplia si se

compara con el poco o nulo trabajo investigativo sobre En el brazo del río. Por un lado,

Rosero le da la voz narrativa a un anciano profesor jubilado y, por el otro, Sandoval juega

con dos voces adolescentes que aún asisten a la escuela. Se presenta el discurso sobre la

violencia a partir de dos generaciones muy disímiles, lo cual hace que sus puntos de vista

varíen y el lugar enunciativo desde el que narran cambie según la experiencia que han

24

Es indiscutible que los estudios adelantados en torno a la obra de Rosero son múltiples y cuentan con una

bibliografía extensa. Algunos de los referenciados en esta investigación son: Toma de conciencia y

socialización del duelo, el dolor y la muerte en la novela colombiana contemporánea. Lectura de dos casos:

Los Ejércitos y Rencor (2012) de Caleb Harris; Respirando desde los asediados: una lectura de Los

Ejércitos de Evelio Rosero Diago y Los vigilantes de Diamela Eltit (2013) de Liliana Ramírez; El conflicto

armado y la lucha prolongada, en Los Ejércitos, de Evelio Rosero (2011) de Marta Cecilia Lora-Garcés; Los

ejércitos: novela del miedo, la incertidumbre y la desesperanza (2012) de Iván Padilla; Un grito que rompe

los espejos (2013) de Belén de Rocío Moreno; y finalmente, La novelística de Evelio Rosero Diago: los

abusos de la memoria (2011) de Paula Andrea Marín.

94

vivido. Sin embargo, el foco de referencia que sitúan está siempre relacionado con las

dinámicas de la guerra y las afectaciones que produce esta en su quehacer social.

Al seleccionar estas dos obras dentro del corpus de investigación se busca proponer dos

visiones sobre la violencia en Colombia. Primero, la perspectiva de un anciano que se

encuentra en el ocaso de la vida y que permite con ello referenciar el extenso padecimiento

de la guerra, las crudas batallas que se han librado por más de un centenario en Colombia

por divergencias de carácter político, económico y social. Segundo, el punto de vista de

dos jóvenes que apenas están empezando a reconocer las implicaciones de vivir en un país

que ha librado un estado de violencia por más de un siglo y que comprenden que el

padecimiento pasado y presente no tiene una clara salida para la paz en el futuro. Así, se

presencian dos relatos sobre un enfrentamiento armado que ha trascendido cada época y

momento de la historia en el país, dos concepciones sobre el amargo estrago que posee la

violencia en cada uno de los que la padecen.

Lo claro es que, en uno y otro, la representación llevada a cabo sobre la violencia es el

interés esencial. Así no sea explícita ni cuantitativamente vasta la crítica de la novela de

Sandoval, sí es notoria la forma como su escritura pretende alumbrar las márgenes y

concederle la voz a los personajes afectados por la guerra. Si en Rosero la bibliografía de

artículos, documentos, análisis literarios, etc. es numerosa y evidentemente es merecedor

de premios literarios, es también sabido que su propósito es hacer visible las voces de

quienes sufren el conflicto armado. En palabras de Iván Padilla (2012)―…Rosero

representa el estado mental, la forma de sentir, la manera cómo viven los colombianos la

guerra‖ (pág. 122). Existe una toma de posición sobre lo que el relato desarrolla y sobre lo

95

que narrativamente está dispuesto dentro de él, la importancia que le atribuyen al acto

violento, tanto Rosero como Marbel, es vital para forjar una postura crítica en sus lectores.

96

5. Conclusión

La narrativa que se ha realizado sobre la violencia en Colombia desde el plano literario,

cuenta con una diversidad de técnicas, estilos y estrategias discursivas para ser abordada.

Representar la violencia en las diferentes épocas en las que ha hecho presencia y en las que

incidió en la configuración misma de la nación, ha sido una tarea bastante ardua para

quienes emprenden la escritura de obras y quienes bajo el recurso de la literatura intentan

contar una historia a nivel ficcional. Parte de esta tarea dependió sin duda alguna de los

acontecimientos y hechos violentos más relevantes o de mayor trascendencia que el país

enfrentó, pero asimismo estuvo mediada por el manejo narrativo que escritores y

periodistas le dedicaron a estos eventos a la hora de desarrollar los interrogantes: quién,

cómo y desde dónde se cuenta la violencia.

La configuración del discurso del narrador dentro de las diversas obras que tratan el tema

de la violencia, constituye entonces una de las problemáticas más relevantes en el

desarrollo del relato. Y se torna compleja esta situación no solo por el tipo de suceso que

se retrata, sino por el manejo que se le da a este mismo en el plano netamente narrativo. En

síntesis, el problema aquí es valorar el ángulo desde el cual el personaje enuncia su

discurso y el punto de vista que adopta en el momento de opinar y enjuiciar un

acontecimiento, pues es claro que no es lo mismo relatar una historia ficcional desde el

lado del victimario que hacerlo a partir de la propia víctima que sufre la violencia. Si bien

algunas producciones literarias de comienzo de siglo XX estuvieron enmarcadas por

personajes situados en las élites y que además cometían acciones que motivaban la

violencia, no se debe dejar de lado que, a partir de mitad de siglo, esto cambió de manera

97

radical con la propuesta de nuevos horizontes narrativos que sitúan el relato en las

víctimas.

El mismo hecho de dar un viraje a la concepción de la guerra en Colombia en el ámbito

literario, da pie para otorgar tonalidad y figuración a las voces que fueron apagadas

durante más de tres décadas. Voces que ficcionalmente viven en carne propia los clamores

y padecimientos que se derivan de las acciones violentas, personajes que, a su vez, son

víctimas directas y que tienen un punto de vista sobre las dinámicas de la guerra. Para

Evelio Rosero y Marbel Sandoval, en las obras aquí analizadas, estos criterios y

características narrativas, son la base para la construcción de sus personajes. El universo

de representación que encarnan estos mismos y la idea que proponen sobre la violencia en

sus diálogos, acciones e intervenciones en las novelas, consolidan su posición narrativa del

relato. En él interactúan y movilizan una serie de puntos de vista, argumentos y opiniones

sobre el acto violento que, sin duda, muestra una visión próxima y cercana a la experiencia

bélica.

Antes de contar una violencia reiterada donde la cantidad de muertos o el sin número de

desaparecidos es el pilar de la trama narrativa, estos dos escritores buscan ubicar al lector

en un ángulo desde el cual logren comprender las dinámicas y el entorno que se vive al

interior de un escenario de guerra. Ello es, que a través de los recursos utilizados en la

configuración de las obras, tanto Rosero como Sandoval posibilitan la creación de voces

narrativas que observan, escuchan y perciben todo aquello que les sucede antes, durante y

después de estallar la confrontación armada o el evento violento. En Los Ejércitos hay

expectativa por la inminente llegada de la guerrilla o los paramilitares, una vez estalla el

enfrentamiento existe caos total y se desatan diversas acciones que son narradas por Ismael

98

Pasos, mientras que En el brazo de rio la narración del encuentro amistoso de Paulina y

Sierva María da paso a la posterior masacre cometida a la primera de ellas y su familia.

Son dos momentos violentos cumbres en cada obra y que actúan como detonante para el

abordaje de las categorías de análisis que se desarrollan en la investigación. Elementos de

indagación que posibilitan observar la manera como, bajo un ángulo y una perspectiva, se

narran las condiciones de violencia, y además, formas de vivir la guerra, formas que hacen

explícita la particularidad de ambos autores y que exhiben la especificidad de sus

propuestas literarias en el vasto campo editorial. Si bien muchas otras novelas hacen parte

del periodo temporal de publicación de Los Ejércitos y En el brazo del río, es definitivo

afirmar que la selección de estas dos obras estuvo mediada por la inquietud y

desestabilidad emocional que produjeron en quien realiza esta investigación. Sin estos

requerimientos otro fuera el panorama de escogencia y además otra sería la idea que se

configuraría sobre la violencia en Colombia.

Por último, cabe advertir las ideas que Gabriel García Márquez propone acerca de la

novela de la violencia. Allí, el novel afirma que ―La novela no estaba en los muertos de

tripas sacadas, sino en los vivos que debieron sudar hielo en su escondite, sabiendo que a

cada latido del corazón corrían el riesgo de que les sacaran las tripas‖ (García Márquez,

1959). Rescatar las voces de los vivos dentro de las obras literarias en Colombia y

presentarlas como un aspecto fundamental en la narración sobre la violencia, otorga al

lector la posibilidad de experimentar el relato con los protagonistas de las historias

ficcionales, sentir el padecimiento de quienes son víctimas del conflicto y asumir un punto

de vista desde el cual hable sobre la violencia en el país. Tanto Rosero como Sandoval

logran utilizar y sacar provecho de este recurso en sus obras y es por ello que su

99

producción artística adquiere un inmenso valor, revitaliza lo que novelas en décadas

pasadas lograron y permite reconocer una propuesta bajo las condiciones sociales, políticas

y culturales que rodean a Colombia en la actualidad.

100

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