constitución subjetiva. levin

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LETRA VIVA LIBROS | Av. Coronel Díaz 1837 | Ecuador 618 | Buenos Aires, Argentina | Telefax 4825-9034 | www.imagoagenda.com 18 | Imago Agenda | N° 152 | Agosto 2011 Constitución subjetiva Escribe Esteban Levin [email protected] L os que trabajamos en la clínica con niños estamos muy preocupados. Nos encontramos con diagnósticos y pro- nósticos precoces que estigmatizan el desarrollo y la cons- titución subjetiva, por ejemplo: Los padres de Martín, 2 años, concurren con su hijo a una entrevista con una neuróloga especialista en problemas del desarrollo infantil. A los diez minutos, Martín quiere agarrar unas galletitas que la mamá de ex profeso había colocado en el escritorio, entonces extiende la mano pero en ese momento la doctora coloca la suya antes, evitando que la tome. Martín sin mirarla se retrae y se acurruca claramente inhibido en los brazos de su madre. La doctora insiste con el gesto tomando las galletitas y pretende al mismo tiempo que Martín las aga- rre, le demanda que busque nuevamente las galletitas que an- tes quería. Ella insiste e insiste, el pequeño en un gesto clara- mente defensivo no le responde. Reitera su insistencia y final- mente exclama: —“Tenemos que hacer más estudios pero su hijo es un TGD. ¿Ve esta actitud? No vuelve a buscar las galletitas, no respon- de a mi pedido. Además el retardo en el lenguaje es signo del mismo problema. Sí, sí, es un niño TGD y tiene que hacer la terapéutica y el entrenamiento correspondiente. Tomaremos unas pruebas para ver cuál es el tratamiento conductual. Igual no se preocupen, todo eso lo paga la obra social, con el certi- ficado de discapacidad que van a obtener sin problemas con este diagnóstico”… Agustín es un niño de 2 años que posee un diagnóstico de Trastorno General del Desarrollo no especificado. Con anteriori- dad habían recibido otro diagnóstico de espectro autista, según ese criterio clínico tenía “trastornos cualitativos de la relación social, de las funciones comunicativas, del lenguaje receptivo y expresivo, de las competencias de anticipación y freno inhi- bitorio, de la imaginación y las capacidades de ficción y de la flexibilidad comportamental”. Frente a este verdadero catálo- go y clasificación de trastornos, que a su vez requiere diferen- tes programas de modificación de conducta, los padres angus- tiados y desorientados deciden hacer otra consulta. ¿Qué efectos puede tener para los padres semejante diag- nóstico? ¿Pueden tantos trastornos abarcar la problemática y el sufrimiento de un niño de 2 años? ¿Qué se evalúa y espera de un niño pequeño que todavía no habla? El papá comenta preocupado que él se apegó mucho a su hijo ya que durante muchos años “era todo lo que quería tener”. La madre ya tenía otra hija de un matrimonio anterior y cedió el protagonismo de la crianza al papá, quien se ocupa de alimen- tar, cuidar y estar con Agustín. Agustín cada vez se aísla más, no registra cuando lo llaman o le piden algo. En esa soledad desolada comienza a tener con- ductas repetitivas, como balanceos, estereotipias y movimien- tos sensorio-motores descontrolados (salta, corre, se agita, va y viene). Cuando tiene 16 meses, la mamá queda embaraza- da y al nacer la beba, niega su presencia. Se mantiene total- mente indiferente a ella, la ignora por completo. “Para Agus- tín-afirma la mamá-la hermana no existe, él está peor desde que ella nació”. De la estereotipia al susurro del gesto: Cuando Agustín entra al consultorio junto a sus padres, reproduce las mismas acciones, se mueve de un lado para el otro por la sala, el escri- torio, el balcón, la cocina, el pasillo, el baño, parece no mirar nada. Toca una pelota, luego un papel, un autito, un muñeco y al instante lo suelta. Se mueve, busca otra cosa, agarra una pelotita y comienza a balancearse con ella en la mano. Ante esta actitud, intento frenar el movimiento para relacionarme con él. Le pido la pelota, le tiro otra, lo llamo, intento compar- tir ese movimiento alocado pero “indiferente” gira y sigue ca- minando o balanceándose estereotipadamente. Toca una cosa, otra, mueve un sonajero, un lápiz, una cuerda y así, sin dete- nerse continúa moviéndose, aprieta su mano, la tensiona, se crispa y sigue sin pausa el movimiento. Frente a esta movilidad anónima intento demandarle un gesto, relacionarme con él, a partir de cada objeto que toca. Sin embargo, el toque es inconsistente y se pierde en el trajín de cada movimiento. Al terminar la sesión, muchos juguetes y cosas del consultorio permanecen desparramados, dispersos. En esa “realidad fragmentada”, sin escenario ni escena, termi- nan las primeras sesiones con Agustín sin encontrar todavía el modo de relacionarme con él. En esta intensidad e incertidumbre ¿de qué modo constituir un gesto al estereotipar? ¿Cómo abrir una demanda frente a tanta fragmentación? ¿Es posible entrever un diálogo a través de la mirada, el rostro, la palabra y la gestualidad? Durante varias sesiones, deambulando con Agustín, procuro relacionarme con él y comparto la desazón, el quehacer caótico y la indiferencia que no deja de asediarme. Hasta que en una sesión, Agustín hace un movimiento para dirigirse a la cocina y le tomo la mano. “Qué linda mano”, exclamo con mi voz y la actitud postural que lo acompaña. La crispación y tensión pa- rece ceder, el tono baja y parece abrirse. Comienzo entonces a acariciarle la mano, hablándole, cantándole de este modo: “Hola, hola, hola mano, hola, hola dedos”, y a medida que voy recorriendo los dedos, lentamente voy creando una canción que nos cobija y habita pues al mismo tiempo que toco su mano y Agustín se acomoda a ese toque, soy tocado por él. Ese diálo- go sensible y vivaz, se estructura entre toques, que se alejan del tacto en sí mismo para acariciar palabras, imágenes, ges- tos que en ese instante se producen. Surge lo intocable del to- que en la intimidad del encuentro. Pensemos ese movimiento gestual ya que en ese momento le- vanto la mirada que acariciaba la mano junto a la tonalidad de la voz, la melodía y la canción y me sorprendo con la mirada y el rostro de Agustín que me mira… En ese umbral levanto el rostro y allí estamos, juntos, en ese espacio “entre los dos” que se produce en escena: “Hola, hola Agustín”. Me mira, lo miro. “Hola, hola Esteban”, enuncia desde la gestualidad de un ros- tro que se empieza a abrir a un otro. Entreveo la postura relacionándose con la escena en el pla- cer de las miradas y la tristeza de una historia que no alcan- Plasticidad simbólica y experiencia corporal en el origen del sujeto

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Articulo sobre el juego con niños

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  • LETRA VIVA LIBROS | Av. Coronel Daz 1837 | Ecuador 618 | Buenos Aires, Argentina | Telefax 4825-9034 | www.imagoagenda.com

    18 | Imago Agenda | N 152 | Agosto 2011

    Constitucin subjetiva

    Escribe

    Esteban [email protected]

    Los que trabajamos en la clnica con nios estamos muy preocupados. Nos encontramos con diagnsticos y pro-nsticos precoces que estigmatizan el desarrollo y la cons-titucin subjetiva, por ejemplo:

    Los padres de Martn, 2 aos, concurren con su hijo a una entrevista con una neurloga especialista en problemas del desarrollo infantil. A los diez minutos, Martn quiere agarrar unas galletitas que la mam de ex profeso haba colocado en el escritorio, entonces extiende la mano pero en ese momento la doctora coloca la suya antes, evitando que la tome. Martn sin mirarla se retrae y se acurruca claramente inhibido en los brazos de su madre. La doctora insiste con el gesto tomando las galletitas y pretende al mismo tiempo que Martn las aga-rre, le demanda que busque nuevamente las galletitas que an-tes quera. Ella insiste e insiste, el pequeo en un gesto clara-mente defensivo no le responde. Reitera su insistencia y final-mente exclama:

    Tenemos que hacer ms estudios pero su hijo es un TGD. Ve esta actitud? No vuelve a buscar las galletitas, no respon-de a mi pedido. Adems el retardo en el lenguaje es signo del mismo problema. S, s, es un nio TGD y tiene que hacer la teraputica y el entrenamiento correspondiente. Tomaremos unas pruebas para ver cul es el tratamiento conductual. Igual no se preocupen, todo eso lo paga la obra social, con el certi-ficado de discapacidad que van a obtener sin problemas con este diagnstico

    Agustn es un nio de 2 aos que posee un diagnstico de Trastorno General del Desarrollo no especificado. Con anteriori-dad haban recibido otro diagnstico de espectro autista, segn ese criterio clnico tena trastornos cualitativos de la relacin social, de las funciones comunicativas, del lenguaje receptivo y expresivo, de las competencias de anticipacin y freno inhi-bitorio, de la imaginacin y las capacidades de ficcin y de la flexibilidad comportamental. Frente a este verdadero catlo-go y clasificacin de trastornos, que a su vez requiere diferen-tes programas de modificacin de conducta, los padres angus-tiados y desorientados deciden hacer otra consulta.

    Qu efectos puede tener para los padres semejante diag-nstico? Pueden tantos trastornos abarcar la problemtica y el sufrimiento de un nio de 2 aos? Qu se evala y espera de un nio pequeo que todava no habla?

    El pap comenta preocupado que l se apeg mucho a su hijo ya que durante muchos aos era todo lo que quera tener. La madre ya tena otra hija de un matrimonio anterior y cedi el protagonismo de la crianza al pap, quien se ocupa de alimen-tar, cuidar y estar con Agustn.

    Agustn cada vez se asla ms, no registra cuando lo llaman o le piden algo. En esa soledad desolada comienza a tener con-ductas repetitivas, como balanceos, estereotipias y movimien-tos sensorio-motores descontrolados (salta, corre, se agita, va

    y viene). Cuando tiene 16 meses, la mam queda embaraza-da y al nacer la beba, niega su presencia. Se mantiene total-mente indiferente a ella, la ignora por completo. Para Agus-tn-afirma la mam-la hermana no existe, l est peor desde que ella naci.

    De la estereotipia al susurro del gesto: Cuando Agustn entra al consultorio junto a sus padres, reproduce las mismas acciones, se mueve de un lado para el otro por la sala, el escri-torio, el balcn, la cocina, el pasillo, el bao, parece no mirar nada. Toca una pelota, luego un papel, un autito, un mueco y al instante lo suelta. Se mueve, busca otra cosa, agarra una pelotita y comienza a balancearse con ella en la mano. Ante esta actitud, intento frenar el movimiento para relacionarme con l. Le pido la pelota, le tiro otra, lo llamo, intento compar-tir ese movimiento alocado pero indiferente gira y sigue ca-minando o balancendose estereotipadamente. Toca una cosa, otra, mueve un sonajero, un lpiz, una cuerda y as, sin dete-nerse contina movindose, aprieta su mano, la tensiona, se crispa y sigue sin pausa el movimiento.

    Frente a esta movilidad annima intento demandarle un gesto, relacionarme con l, a partir de cada objeto que toca. Sin embargo, el toque es inconsistente y se pierde en el trajn de cada movimiento. Al terminar la sesin, muchos juguetes y cosas del consultorio permanecen desparramados, dispersos. En esa realidad fragmentada, sin escenario ni escena, termi-nan las primeras sesiones con Agustn sin encontrar todava el modo de relacionarme con l.

    En esta intensidad e incertidumbre de qu modo constituir un gesto al estereotipar? Cmo abrir una demanda frente a tanta fragmentacin? Es posible entrever un dilogo a travs de la mirada, el rostro, la palabra y la gestualidad?

    Durante varias sesiones, deambulando con Agustn, procuro relacionarme con l y comparto la desazn, el quehacer catico y la indiferencia que no deja de asediarme. Hasta que en una sesin, Agustn hace un movimiento para dirigirse a la cocina y le tomo la mano. Qu linda mano, exclamo con mi voz y la actitud postural que lo acompaa. La crispacin y tensin pa-rece ceder, el tono baja y parece abrirse. Comienzo entonces a acariciarle la mano, hablndole, cantndole de este modo: Hola, hola, hola mano, hola, hola dedos, y a medida que voy recorriendo los dedos, lentamente voy creando una cancin que nos cobija y habita pues al mismo tiempo que toco su mano y Agustn se acomoda a ese toque, soy tocado por l. Ese dilo-go sensible y vivaz, se estructura entre toques, que se alejan del tacto en s mismo para acariciar palabras, imgenes, ges-tos que en ese instante se producen. Surge lo intocable del to-que en la intimidad del encuentro.

    Pensemos ese movimiento gestual ya que en ese momento le-vanto la mirada que acariciaba la mano junto a la tonalidad de la voz, la meloda y la cancin y me sorprendo con la mirada y el rostro de Agustn que me mira En ese umbral levanto el rostro y all estamos, juntos, en ese espacio entre los dos que se produce en escena: Hola, hola Agustn. Me mira, lo miro. Hola, hola Esteban, enuncia desde la gestualidad de un ros-tro que se empieza a abrir a un otro.

    Entreveo la postura relacionndose con la escena en el pla-cer de las miradas y la tristeza de una historia que no alcan-

    Plasticidad simblica y experiencia corporal en el origen del sujeto

  • Imago Agenda | N 152 | Agosto 2011| 19

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    20 | Imago Agenda | N 152 | Agosto 2011

    za a descifrarse ni a traducirse en palabras, y sin embargo, en una pausa, en un silencio, son las palabras encarnadas en las melodas, en los timbres de voz y el gesto los que constituyen e instalan un puente entre esa sensacin, ese afecto y la expe-riencia infantil que vamos descubriendo.

    Esta experiencia del toque sutil en lo intocable, del rostro abierto al otro rostro, que mira la mirada del otro y se recono-ce en ese espacio-tiempo, irrumpe de repente, sin aviso previo y brota la extraeza y el acontecimiento que nos estremece y conmueve. La experiencia sensible del encuentro de los rostros es una gestualidad implanificable e improgramable. Surge de la demanda y el deseo del otro.

    En este sentido llama a una respuesta anudada a una relacin evidentemente transferencial, marcante, que como efecto de ese acto provoca una huella que transforma de all en ms la monotona de la accin en la espesura de un gesto, el ver en la riqueza de la mirada, el ruido en el sabor de la meloda, el to-que en la tenue caricia.

    El acontecimiento sorprende por lo imprevisto de la reali-zacin, del acontecer que se desconoce a s mismo, quiebra el orden o el desorden imperante y obliga a una transformacin, a una nueva configuracin del cuerpo, de la imagen corporal, del espacio como lugar de relacin, del tiempo como histori-cidad encarnada.

    En el origen, sin duda, el inconsciente es cuerpo, espacio y tiempo que se entrelaza en la singularidad del acontecimien-to que realiza y crea cada sujeto. Agustn y Esteban se miran los rostros, en esa perplejidad se encuentran por unos instan-tes, suficientes para habitar un espacio que no podra soste-nerse slo; ocurre entre ambos. All se juega el deseo de donar al otro y el don del deseo, la intensidad que marca la diferen-cia y la plasticidad.

    En ese espacio donde la mirada deviene gesto, el eje del cuer-po se acomoda al rostro y ste acaricia el sentido. Lo intoca-ble del toque se hace sonoridad convocante y la voz se pliega en la sensibilidad. Nuestra funcin es dar lugar a que el acon-tecimiento suceda y como tal desaparezca ya que lo esencial est en lo que sucede. Para que la experiencia se transforme en acontecimiento, el don del deseo se transmite en el acto mis-mo de mirar y reconocerse en el rostro del otro sin esperar re-ciprocidad. Se le ofrece un lugar deseante que lo cobije, lo ha-bite y lo aloje, al mismo tiempo que genere la intimidad nece-saria para la emergencia de la subjetividad en escena.

    Nosotros consideramos que la condicin corporal es condicin subjetiva y responde a una tica del deseo que se estructura des-de la experiencia corporal de un sujeto. Desde una posicin di-ferente a la de quienes piensan la conducta y lo metodolgico desde una perspectiva tcnica y moralista que determina anti-cipadamente cul es la respuesta o la experiencia normal y cul es el dficit, segn criterios estandarizados y clasificados siem-pre previamente a cualquier singularidad e historicidad. El nio pasa a ser un instrumento, un apndice del mtodo.

    En la intimidad de la escena con Agustn, del rostro de uno al rostro del otro, hay un pasaje nico, una potencia, donde se pierde la cara (como organismo) y aparece el rostro (como gesto). En l se asienta la plasticidad neuronal, las nuevas re-des neuronales con el fulgor deseante, con el impulso afecti-vo, propios de la plasticidad simblica. Los ruidos y sonidos se metamorfosean en voz y la palabra cantada deviene meloda infantil y se abre al vrtigo de la curiosidad por lo que vendr en un prximo encuentro.

    Agustn me mira, nos miramos rostro a rostro. La cara se ha perdido como rgano y sucede el gesto. Agustn, sin dejar de mirarme, acerca la mano y toca la barba, es un toque curio-so, tierno, acompao la gestualidad con palabras s, esta es la

    barba, hola barba, hola Agustn, hola Esteban. El gesto crea la caricia y la caricia el gesto, la presencia y la ausencia, la dis-continuidad entre toque y toque se articula en la palabra me-ldica. De este modo adquiere fuerza y consistencia el escena-rio que se encarna en el rostro, en lo corporal. Concomitante-mente la postura, el tono y la sensibilidad propioceptiva se aco-modan a la escena y generan la experiencia infantil que pro-duce plasticidad simblica y anuda la neuroplasticidad entre-lazada al campo del Otro.1

    Sostenemos una posicin que lejos de esquivar o excluir el sufrimiento, la sensibilidad y lo inverosmil del azar, nos inclui-mos en l para rescatar la singularidad de cada gesto, de cada rostro. En esa alteridad surge la tica como respuesta mvil, plstica a la problemtica que nos presenta cada nio y su fa-milia. Agustn, mirndome, toca mi barba, al mismo tiempo es tocado por ella, por la mirada y la palabra. Doble espejo de fuerzas, miradas, toques y palabras que se sustentan en la ex-periencia infantil, productora de subjetividad.

    El rostro del Otro representa la humanidad de una demanda y un interrogante que ni los ojos, ni la cara, ni el cuerpo alcanza a responder y, sin embargo, no es sin ello que la experiencia de rostro a rostro, de lo corporal abre las vas para el nacimiento de un sujeto. Por eso, la relacin con la infancia, con la propia y la del otro sin duda tiene que estar viva. Slo de este modo, la punta de los dedos de Agustn tocan el rostro y lo intocable se juega en la inminencia de esa imagen donde l puede reco-nocerse. La piel se configura entonces como superficie de aper-tura pero los dedos como tales, como rganos, se pierden tan pronto como aparece all un sujeto. ste hurta la organicidad y crea la trama deseante que lo convoca a la novedad de lo nue-vo, al origen que en tanto tal est perdido y a la vez no deja de ser recuperado como memoria imperecedera, aquella que jams se recordar del todo pero que nunca podr olvidarse.n___________1. Vase Levin, Esteban: La experiencia de ser nio. Plasticidad simblica,

    Nueva Visin, Buenos Aires, 2010

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