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CONQUISTA DEL PERÚ
La Conquista del Perú es el proceso histórico de anexión del Imperio incaico o Tahuantinsuyo al
Imperio español. Tradicionalmente, se considera que se inició el 16 de noviembre de 1532 cuando un
ejército incaico se topó en Cajamarca con los conquistadores españoles encabezados por Francisco
Pizarro, a poco de haber finalizado la guerra civil entre los dos herederos al trono inca, Huáscar y
Atahualpa (hijos del inca Huayna Cápac). En dicho encuentro, Atahualpa, que aún celebraba su triunfo
sobre Huáscar, fue tomado preso por los españoles y meses después fue ejecutado, el 26 de julio de
1533. Luego los españoles, aliados con los cañaris, chachapoyas y otras etnias hasta entonces
vasallas de los incas, marcharon al Cuzco, la capital del imperio, donde ingresaron el 14 de noviembre
de 1533 y proclamaron como nuevo monarca inca a Manco Inca, con la intención de convertirlo en un
rey títere. Pero pronto Manco encabezó una guerra de reconquista, sitiando el Cuzco y la recién
fundada ciudad de Lima (1536). Aunque causó grandes bajas a los españoles, Manco tuvo finalmente
que retirarse a las agrestes montañas de Vilcabamba, donde instaló la sede de la monarquía incaica
(1538), mientras que el resto del territorio era ocupado por los españoles, que llevaron adelante el
proceso de asentamiento y colonización. El reinado de estos incas de Vilcabamba duraría hasta 1572,
cuando el virrey Francisco de Toledo ejecutaría al último de ellos: Túpac Amaru I. La conquista del
imperio incaico duró pues, en propiedad, cuarenta años (1532-1572).
ANTECEDENTES
El primer encuentro entre europeos e incas
Felipe Guamán Poma de Ayala, cronista mestizo (inicios del siglo XVII), afirma que el inca Huayna
Cápac tuvo un encuentro en el Cuzco con el conquistador Pedro de Candía (griego al servicio de
España), lo cual sería el primer contacto directo de los europeos con el Imperio inca. Ello debió ocurrir
no antes de 1527. Se dice que la entrevista fue utilizando señas, según la cual el Inca interpretó que
Candía comía oro, por lo que le brindó oro en polvo y luego le permitió marcharse. Pedro de Candía
se llevó consigo a un indio huancavilca a España y lo presentó al rey, siendo luego traído de vuelta al
Tahuantinsuyo para que hiciera de intérprete. Este indio sería conocido luego como Felipillo. El informe
de Candía, según Guamán Poma, alentó a numerosos aventureros españoles a marchar hacia el
Nuevo Mundo. Sin embargo, se considera que la crónica de Guamán Poma contiene datos erróneos
y que este encuentro entre Candía y Huayna Cápac no es sino una leyenda.
Un autor moderno, José Antonio del Busto, refiere que el primer encuentro de los europeos con el
imperio incaico se habría producido en realidad entre 1524 y 1526, cuando el portugués Alejo García,
junto con un grupo de sus compatriotas atraídos por la leyenda del “Rey blanco” o Reino de la plata,
avanzó desde el Brasil recorriendo los actuales territorios de Paraguay y Bolivia, hasta internarse en
suelo del Tahuantinsuyo. Incluso, Alejo García habría comandado una fuerza de 2.000 indios
chiriguanas y guarayos, que asaltaron la fortaleza incaica de Cuscotuyo y aniquilaron su guarnición.
Dicha fortaleza marcaba el límite oriental del imperio incaico, protegiendo la provincia de Charcas (en
el Collasuyo) de los avances de las tribus de los chiriguanas. El cronista Pedro Sarmiento de Gamboa,
cuenta, efectivamente, que durante el reinado de Huayna Cápac los chiriguanas asaltaron dicha
fortaleza, por lo que el inca mandó tropas al mando del general Yasca, que lograron repeler a los
invasores, aunque no menciona la presencia de Alejo García. Éste emprendió luego el retorno,
cargado de un rico botín e incluso informó a Martín Alfonso de Sousa, gobernador de San Vicente de
Brasil, hoy Santos, sobre la existencia de un opulento reino hacia el oeste de su gobernación. Pero el
portugués y sus compañeros acabaron siendo asesinados por sus propios aliados indios, en la orilla
izquierda del río Paraguay, desapareciendo también su botín y las pruebas de la existencia del imperio
incaico.
SITUACIÓN INCAICA
En 1527, cuando los españoles se hallaban explorando las costas norteñas del imperio incaico, el inca
Huayna Cápac y su heredero Ninan Cuyuchi murieron a causa de una rara enfermedad, que algunos
autores atribuyen a la viruela traída con los europeos.
Tras la anarquía posterior al deceso del Inca, Huáscar asumió el gobierno por orden de los orejones
(nobles) de Cuzco, quienes creían que su experiencia como vice-gobernante era suficiente para asumir
el mando. Huáscar, preocupado por el excesivo poder que tenía su hermano Atahualpa en la región
de Quito, donde era apoyado por los generales Quizquiz, Rumiñahui y Challcuchima, ordenó a
Atahualpa que le rindiera vasallaje. Pero éste reaccionó organizando un ejército y declarándole la
guerra. El enfrentamiento, que habría de durar tres años, finalizó con la victoria de Atahualpa y la
captura y posterior ejecución de Huáscar.
SITUACIÓN DE LOS CONQUISTADORES
Los españoles en Tierra Firme
Tras los viajes descubridores de Cristóbal Colón, los españoles se fueron asentando en las islas de
las Antillas y se dedicaron a explorar las costas septentrionales de América Central y América del Sur,
territorio al que llamaron Tierra Firme.
En 1508 la corona española dividió a Tierra Firme en dos circunscripciones con miras a su
colonización, teniendo como eje el golfo de Urabá:
Veragua, futura Castilla de Oro, que comprendía el territorio al oeste del golfo de Urabá hasta el Cabo
Gracias a Dios (en la frontera entre los actuales estados de Honduras y Nicaragua). Es decir las
actuales costas de Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Fue concedida a Diego de Nicuesa.
Nueva Andalucía, llamada también Urabá, que comprendía el territorio al este del golfo de Urabá hasta
el Cabo de la Vela, en la península de la Guajira, es decir la actual costa atlántica de Colombia. Fue
concedida al capitán Alonso de Ojeda.
Ambos conquistadores, Nicuesa y Ojeda, partieron hacia sus provincias desde la isla de La Española
(Santo Domingo), que por entonces era el centro de las operaciones de los españoles en el Nuevo
Mundo.
Nicuesa tomó posesión de su gobernación en 1511, donde fundó Nombre de Dios, pero hubo de
enfrentar lo agreste del territorio y la hostilidad de los indígenas.
Por su parte, Ojeda desembarcó en la actual Cartagena de Indias y tras soportar un recio combate con
los indígenas, fundó el fuerte de San Sebastián. Herido gravemente, Ojeda retornó a La Española,
dejando al mando del fuerte a un entonces oscuro soldado llamado Francisco Pizarro. Desde La
Española, Ojeda envió refuerzos al mando del bachiller Martín Fernández de Enciso, que partió al
mando de una armadilla en la que viajaba de polizón Vasco Núñez de Balboa, que pronto habría de
tener figuración en la empresa conquistadora. Estando en alta mar, Enciso se tropezó con un
bergantín, en donde iban Pizarro y unos cuantos sobrevivientes de la expedición de Ojeda, que habían
decidido abandonar el fuerte de San Sebastián y retornar a La Española. Pizarro, contra su voluntad,
se unió a las huestes de Enciso y juntos retornaron a Tierra Firme.
Adentrándose más al oeste del golfo de Urabá, en territorio que legalmente pertenecía a Nicuesa,
Enciso fundó la villa de Santa María la Antigua del Darién (o simplemente La Antigua), el primer
asentamiento estable del continente americano (1510). Enciso, convertido en alcalde, se hizo pronto
odioso por su despotismo. Balboa se perfiló entonces como caudillo de los descontentos y pregonó
que al estar el nuevo poblado situado en territorio de Nicuesa, Enciso no era sino un usurpador. La
autoridad de Enciso mermó aún más cuando los colonos nombraron como alcaldes a Balboa y a Martín
de Zamudio. Enciso fue remitido preso a España, donde llegó en 1512.
Por su parte, Nicuesa, enterado de estos sucesos, partió desde Nombre de Dios hacia La Antigua,
pero a la semana de su arribo fue arrestado y desposeído del mando por Balboa. Contra su voluntad
fue embarcado en 1511, rumbo a La Española, pero no se supo más de él. Debió de morir durante el
trayecto en el mar.
EL DESCUBRIMIENTO DEL MAR DEL SUR
Fue así como Balboa se convirtió en el único caudillo de los colonos de Tierra Firme. Fue también el
primero en recibir noticias de un fabuloso imperio situado más al sur, por el lado donde se abría un
inmenso mar. Las crónicas cuentan que, en una ocasión, estando un grupo de españoles riñendo por
una pequeña cantidad de oro, se alzó la voz de Panquiaco, el hijo del cacique Comagre, quien les
increpó: « ¿Qué es esto cristianos? ¿Por tan poca cosa reñís? Si tanta gana tenéis de oro... yo os
mostraré provincia donde podáis cumplir vuestro deseo; pero es menester para esto que seáis más en
número de los que sois, porque habéis de tener pendencia con grandes reyes, que con mucho esfuerzo
y rigor defienden sus tierras». Y al decir esto señaló hacia el sur, añadiendo que allí había un mar
«donde navegan otras gentes con navíos o barcos... con velas y remos». (Bartolomé de las Casas,
Historia de las Indias, libro III, cap. XLI).
Balboa tomó muy en serio la información y organizó una expedición que partió de La Antigua con
dirección al oeste. Tras cruzar el istmo en medio de una penosa travesía, el 25 de septiembre de 1513
avistó un gran mar, al que denominó Mar del Sur, que no era otro que el Océano Pacífico. Fue este un
momento crucial para la historia de la conquista del Perú, pues a partir de entonces la meta de los
españoles fue avanzar más hacia las costas meridionales, en busca del imperio rico en oro
mencionado por Panquiaco.
Primeros intentos de llegar al Perú
Fue así como el istmo de Panamá quedó convertido de hecho en el nudo de la conquista y colonización
de América del Sur. Balboa fue nombrado Adelantado de la Mar del Sur (1514) y planeó una expedición
destinada a avanzar por las costas del Mar de Sur. Para tal efecto empezó a construir una flota. Pero
no llegó a cristalizar este proyecto pues sucumbió ante las intrigas que urdieron contra él sus enemigos
desde España. En efecto, el depuesto bachiller Enciso, al arribar a España presentó su queja ante el
rey, sosteniendo que Balboa no había tenido facultad para deponerlo como alcalde. La Corona,
haciéndose eco de los reclamos de Enciso, nombró a Pedro Arias Dávila o Pedrarias como gobernador
de las nuevas tierras conquistadas. Éste arribó al mando de una expedición de 1500 hombres, la más
numerosa y completa que había salido de España para el Nuevo Mundo.
Ejecución de Vasco Núñez de Balboa.
Pedrarias, hombre sanguinario y astuto, buscó la manera de eliminar a Balboa; finalmente, lo acusó
de conspiración y ordenó su apresamiento. Esta orden la cumplió un piquete al mando de Pizarro.
Balboa fue llevado de regreso a La Antigua, donde Pedrarias y el alcalde Gaspar de Espinoza
aceleraron su juicio, siendo condenado a muerte y decapitado en Acla (1519). Tal fue el triste final del
descubridor del Mar del Sur, que de haber sobrevivido se hubiera convertido, sin duda, en el
descubridor y conquistador del imperio incaico.
Pedrarias dedujo la gran importancia que tendría la Mar del Sur u Océano Pacífico para los futuros
descubrimientos y conquistas, y decidió trasladar la sede de su gobernación a Panamá, que fundó
para tal efecto el 15 de agosto de 1519. A partir de entonces, esta villa, que obtuvo el título real de
ciudad en 1521, vino a ser la llave de comunicaciones con el Pacífico y la puerta por donde se entraría
al Perú. Nombre de Dios fue el puerto destinado a ponerlo en comunicación con el Atlántico.
Las noticias de la existencia de un imperio con enormes riquezas en oro y plata, influyó sin duda en el
ánimo de los aventureros españoles y aportó el ingrediente decisivo para la preparación de
expediciones hacia esos rumbos. En 1522 Pascual de Andagoya fue el primero en intentar realizar
esta empresa, pero su expedición terminó en un estrepitoso fracaso.
Fue precisamente a partir de Andagoya que las tierras situadas más al sur del Golfo de San Miguel
(sureste de Panamá) se denominaron Birú (palabra que después se convertiría en Perú). Se
desconoce el origen de este vocablo; posiblemente se trataba del nombre de un cacique que
gobernaba una pequeña comarca en la actual costa pacífica colombiana, nombre que los soldados
españoles, en el habla coloquial, harían paulatinamente extensivo a todo el Levante, como también se
conocía a esa región (este último término es de uso geográfico).
Los tres socios de la Conquista
Hacia 1523, el conquistador extremeño Francisco Pizarro radicaba en Panamá, ciudad de la que llegó
a ser alcalde en 1522. Pizarro era un vecino más o menos acomodado, como todos los residentes
españoles en Panamá. Empezó a entenderse con su más cercano amigo, el capitán Diego de Almagro,
sobre la posibilidad de organizar una expedición hacia el tan mentado Birú. Ambos eran rudos y
curtidos soldados con experiencia en la conquista de Tierra Firme. La sociedad se concretó en 1524,
sumándose un tercer socio, el cura Hernando de Luque, quien debía aportar el dinero necesario para
la empresa. Se repartieron las responsabilidades de la expedición: Pizarro la comandaría, Almagro se
encargaría del abastecimiento militar y de alimentos y Luque se encargaría de las finanzas y de la
provisión de ayuda. Se convino en que todas las utilidades se dividirían en tres partes iguales para
cada socio o sus herederos, y que ninguno tendría más ventaja que otro.
El análisis histórico se inclina a creer que Pizarro poseía una fortuna modesta, porque para emprender
la aventura, él y Almagro tuvieron que asociarse con un cura influyente, Hernando de Luque, que a la
sazón era párroco de Panamá. Villanueva habla de un cuarto "socio oculto": el licenciado Gaspar de
Espinosa, que no quiso figurar públicamente, pero que fue el verdadero financista de las expediciones,
usando como testaferro a Luque. Ello debió ser así, por cuanto nunca uno sólo de los socios decidía
de manera unilateral las acciones. Sólo posteriormente, iniciada ya la conquista física del Perú, Pizarro
tomaría decisiones de campaña o sobre acciones militares y administrativas, prerrogativas de su cargo
de gobernador de Nueva Castilla, concedido por la corona española a través de la Capitulación de
Toledo, firmada en 1529.
Primer viaje de Pizarro
Conseguida la autorización del gobernador Pedrarias Dávila, el 14 de noviembre de 1524 partió Pizarro
de Panamá a bordo de un pequeño bergantín, con cerca de 80 hombres y cuatro caballos. Dejó a
Almagro el encargo de reclutar más voluntarios y armar otra nave para que le siguiera cuando estuviera
listo.
Pizarro llegó a las islas Perlas, bordeó las costas de Chochama o Chicamá, llegando hasta Puerto
Piñas y Puerto del Hambre (costa pacífica de la actual Colombia); prosiguió viaje, luego de una serie
de padecimientos y falta de víveres, hasta Pueblo Quemado (también llamado Puerto de las Piedras
o Río de la Espera), donde sostuvo un recio combate con los indígenas, con el resultado de dos
españoles muertos y veinte heridos (según Cieza) o cincos muertos y diecisiete heridos (según Jerez).
El mismo Pizarro sufrió siete heridas.
La hostilidad de los indios y la insalubridad de la zona obligaron a Pizarro a enrumbar de vuelta hacia
el norte, arribando nuevamente a las costas de Chochama. Por su parte, Almagro, que ya había partido
de Panamá en un bergantín con 60 hombres, debió cruzarse con Pizarro en alta mar, aunque no se
llegaron a avistar. Siguiendo el rastro de Pizarro, Almagro desembarcó en Pueblo Quemado, donde
igualmente libró un feroz combate con los indios, perdiendo un ojo a consecuencia de un lanzazo o un
flechazo.
Almagro decidió continuar más al sur, llegando hasta el río San Juan, pero no halló a su socio y decidió
regresar a la isla de Perlas, donde se enteró de los trajines de Pizarro. Partió entonces a encontrarse
con su socio en Chochama. Pizarro, interesado en continuar con la empresa, ordenó a Almagro que
dejara allí a sus soldados y que retornara él solo a Panamá para reparar los dos navíos y juntar más
gente.
En Panamá, el gobernador Pedrarias culpó del fracaso de la expedición y de la pérdida de vidas
españolas a Pizarro. Ello motivó a que Almagro y Luque intercedieran por Pizarro ante el gobernador,
logrando aplacar por el momento la tensa situación. Pedrarias autorizó, no sin recelos, la continuación
de la empresa. De pasada, Almagro logró el nombramiento de capitán adjunto.
Segundo viaje de Pizarro
Antes de emprender un segundo viaje, los tres socios formalizaron su sociedad ante un notario de
Panamá, en las mismas condiciones en que verbalmente la habían conformado. A este acuerdo escrito
se conoce como el Contrato de Panamá, que se suscribió el 10 de marzo de 1526. Sin embargo, hay
discrepancias en cuanto a la fecha de este contrato, pues por entonces Pizarro no había regresado
aún a Panamá.
En diciembre de 1525, Almagro partió de Panamá, llevando dos navíos, el Santiago y el San Cristóbal,
a bordo de los cuales iban 110 soldados, entre ellos dos grandes adquisiciones: el piloto Bartolomé
Ruiz y el artillero griego Pedro de Candía. Almagro se dirigió a Chochama, al encuentro de Pizarro y
sus hombres. Estos habían quedado reducidos a 50; reunidos con los hombres traídos por Almagro,
llegaron a 160.
A principios de 1526, Pizarro y Almagro, junto con sus 160 hombres, se hicieron nuevamente a la mar.
Siguieron la ruta anterior hasta llegar al río San Juan, donde fue enviado Almagro de regreso a Panamá
en busca de refuerzos y provisiones; de otro lado, el piloto Bartolomé Ruiz fue enviado hacia el sur a
fin de que explorase esas regiones. Ruiz avistó la isla del Gallo, la bahía de San Mateo, Atacames y
Coaque; a la altura de esta última se tropezó con una balsa de indios tumbesinos que iban a comerciar,
según parece, a Panamá. Ruiz tomó algunas de las mercaderías: objetos de oro y plata, tejidos de
algodón, frutas y víveres, y retuvo a tres muchachos indios, que los llevó consigo para prepararlos
como intérpretes. Luego enrumbó al norte, de vuelta al río San Juan, donde le esperaba Pizarro.
Bartolomé Ruiz fue el primer navegante que traspasó la línea ecuatorial, descendiendo uno o dos
grados de la línea equinoccial.
Mientras que Almagro estaba en Panamá y Ruiz navegaba el océano, Pizarro se dedicó a explorar el
río San Juan, sus brazos y afluentes. Muchos de sus hombres murieron a consecuencia de las
enfermedades y otros fueron devorados por los caimanes. Cuando regresó Ruiz, Pizarro prometió a
sus hombres que, no bien llegado Almagro, partirían hacia el sur, a la tierra donde decían venir los
muchachos indios que había traído el piloto. Cuando finalmente arribo Almagro, con 30 hombres y seis
cabalgaduras, todos se embarcaron y enrumbaron hacia el sur.
Pasaron por la isla del Gallo y luego por la boca del río Santiago. A continuación, se adentraron en la
bahía de San Mateo. Viendo que la costa era muy segura y sin manglares, saltaron todos a tierra,
incluyendo los caballos y se dedicaron a explorar la región. Habían arribado a la boca del río
Esmeraldas, donde vieron ocho canoas grandes, tripuladas por indígenas. Continuando su marcha,
llegaron hasta el poblado de Atacames, donde sostuvieron un combate o guazábara con los nativos.
Allí encontraron comida pero poco oro. Ello aumentó el descontento, pues los españoles no veían
recompensados los sufrimientos que padecían. Nada menos que unos 180 españoles habían fallecido
hasta ese momento, desde que empezaran los viajes de Pizarro. Fue en Atacames donde se produjo
la llamada “Porfía de Atacames”, entre Almagro y Pizarro. Ella se originó cuando Almagro reprendió
severamente a los soldados que querían volver a Panamá, calificándoles de cobardes, ante lo cual
reaccionó Pizarro defendiendo a sus hombres, pues él también había sufrido con ellos. Ambos
capitanes fueron a las palabras mayores, llegando hasta a sacar sus espadas, y se hubieran batido en
duelo si no fuese porque Bartolomé Ruiz, Nicolás de Ribera y otros lograron separarlos y avenirlo en
conciliación.
Calmados los ánimos, los expedicionarios retrocedieron hasta el río Santiago, que los nativos llamaban
Tempulla. Mientras tanto, continuaban las penalidades entre los soldados, traducidas en
enfermedades y muertes. Finalmente, buscando un lugar más propicio, Pizarro y Almagro decidieron
pasar a la isla del Gallo, donde llegaron en mayo de 1527. Se acordó que, nuevamente, Almagro
debería volver con un navío a Panamá a traer nuevos contingentes.
Pizarro y Almagro solían tener mucho cuidado de que no llegaran a Panamá las cartas que los
soldados enviaban a sus familiares, para evitar que las quejas de estos fueran conocidas por las
autoridades. En Panamá, Almagro tuvo sin embargo dificultades pues en un ovillo de lana que había
sido enviado como obsequio a la esposa del nuevo gobernador, Pedro de los Ríos, un soldado
descontento había remitido escondida la siguiente copla:
"Pues señor gobernador,
mírelo bien por entero,
que allá va el recogedor
y aquí queda el carnicero".
Informado así de los padecimientos de los expedicionarios, el gobernador impidió la salida de Almagro
con nuevos auxilios y, por el contrario, envió un barco al mando del capitán Juan Tafur para que
recogiese a Pizarro y sus acompañantes, que se hallaban en la isla del Gallo.
Ciertamente, el descontento entre los soldados de Pizarro era muy grande, pues llevaban mucho
tiempo pasando calamidades. Habían transcurrido dos años y medio de viajes hacia el sur afrontando
toda clase de peligros y calamidades, sin conseguir ningún resultado. Pizarro intentó convencer a sus
hombres para que siguieran adelante, sin embargo la mayoría de ellos quería desertar y regresar a
Panamá.
Tafur llegó a la isla del Gallo en agosto de 1527, en medio de la alegría de los hombres de Pizarro,
que veían así finalizado sus sufrimientos. Fue en ese momento cuando se produjo la acción épica de
Pizarro, de trazar con su espada una raya en las arenas de la isla exhortando a sus hombres a decidir
entre seguir o no en la expedición descubridora. Tan solo cruzaron la línea trece hombres. Estos "Trece
de la Fama", o los "Trece de la isla del Gallo", fueron:
Nicolás de Ribera, el viejo
Pedro de Halcón
Alonso Briceño
Pedro de Candía
Antón de Carrión
Francisco de Cuéllar
García de Jarén
Alonso de Molina
Cristóbal de Peralta
Domingo de Soraluce
Juan de la Torre
Martín de Paz
Gonzalo Martín de Trujillo (que falleció poco después en la isla Gorgona, por lo que su puesto fue
ocupado por el piloto Bartolomé Ruiz).
Sobre la escena que se vivió en la Isla del Gallo, luego que Juan Tafur le trasmitiera a Pizarro la orden
del gobernador Pedro de los Ríos, cuenta el historiador José Antonio del Busto:
"El trujillano [Pizarro] no se dejó ganar por la pasión y, desenvainando su espada, avanzó con ella
desnuda hasta sus hombres. Se detuvo frente a ellos, los miró a todos y evitándose una arenga larga
se limitó a decir, al tiempo que, según posteriores testimonios, trazaba con el arma una raya sobre la
arena:
Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos; escoja el que fuere buen
castellano lo que más bien le estuviere.
Un silencio de muerte rubricó las palabras del héroe, pero pasados los primeros instantes de la duda,
se sintió crujir la arena húmeda bajo los borceguíes y las alpargatas de los valientes, que en número
de trece, pasaron la raya. Pizarro, cuando los vio cruzar la línea, "no poco se alegró, dando gracias a
Dios por ello, pues había sido servido de ponelles en corazón la quedada". Sus nombres han quedado
en la Historia".
Pizarro y los Trece de la Fama esperaron cinco meses por los refuerzos, los cuales llegaron de
Panamá enviados por Diego de Almagro y Hernando de Luque, al mando de Bartolomé Ruiz. El navío
encontró a Pizarro y los suyos en la isla Gorgona, (situada más al norte de la isla del Gallo),
hambrientos y acosados por los indios. Ese mismo día, Pizarro ordenó zarpar hacia el sur, dejando en
la Gorgona a tres de los “Trece” que se hallaban enfermos: Cristóbal de Peralta, Gonzalo Martín de
Trujillo y Martín de Paz. Estos quedaron al cuidado de unos indios de servicio.
El tesón indoblegable de Pizarro daría sus frutos. Los expedicionarios llegaron hasta las playas de
Tumbes (extremo norte del actual Perú), la primera ciudad incaica que divisaban. Allí, un orejón o
noble inca se les acercó en una balsa, siendo recibido cortésmente por Pizarro. El noble invitó a Pizarro
a que desembarcase para que visitara a Chilimasa, el cacique tallán de la ciudad de Tumbes, que era
tributario del Imperio Inca. Pizarro ordenó a Alonso de Molina que desembarcara con un esclavo negro
y llevara como obsequios para el cacique un par de puercos y unas gallinas, todo lo cual causó gran
impresión entre los indígenas. Luego fue enviado el griego Pedro de Candía, para que con su arcabuz
demostrara a los indios el poder de las armas españolas. Los indios acogieron hospitalariamente a
Candía, dejándole que visitara los principales edificios de la ciudad: el Templo del Sol, el Acllahuasi o
casa de las escogidas y la Pucara o fortaleza, donde el griego apreció los ricos ornamentos de oro y
plata. Luego, sobre un paño Candía trazó el plano de la ciudad, y posteriormente escribió una relación,
hoy perdida. De vuelta donde sus compañeros, relató su experiencia, afirmando que Tumbes era una
gran ciudad construida a base de piedra, todo lo cual causó asombro y alentó más a continuar en la
empresa conquistadora.
Pizarro ordenó continuar la exploración más hacia el sur, recorriendo las costas de los actuales
departamentos peruanos de Piura, Lambayeque y La Libertad, hasta la desembocadura del río Santa.
En algún punto de la costa piurana (posiblemente en Sechura), se entrevistó con la cacica lugareña,
de la etnia de los tallanes, a la que los españoles dieron el nombre de Capullana, por la forma de su
vestido. Durante el banquete con el que le agasajó la Capullana, Pizarro aprovechó para tomar
posesión del lugar a nombre de la Corona de Castilla.
Ya en viaje de retorno a Panamá, Pizarro recaló nuevamente en Tumbes, donde el soldado Alonso de
Molina obtuvo permiso para quedarse entre los indios, confiado en las muestras de hospitalidad que
daban estos. Ya anteriormente, otros españoles habían optado también por quedarse entre los indios:
Bocanegra, que desertó en algún punto de la costa del actual departamento de La Libertad; y Ginés,
que se quedó en Paita (costa de Piura). Los tres españoles, Molina, Bocanegra y Ginés, se reunieron
probablemente en Tumbes, con la idea de reunirse con Pizarro cuando éste regresase en su tercer
viaje.
Pizarro continuó su viaje de retorno a Panamá; al pasar por la isla Gorgona, recogió a los tres
expedicionarios que había dejado recuperándose de sus males, pero se enteró de que uno de ellos,
Gonzalo Martín de Trujillo, había fallecido. Arribó finalmente a Panamá, con la seguridad de haber
descubierto un opulento imperio, cuya riqueza y alta civilización lo atestiguaban los mismos nobles
indígenas, que iban vestidos con primorosos y coloridos ropajes, y que llevaban adornos de oro y plata
labrados con exquisita técnica. Ya no se trataba pues, de tribus primitivas, como la que había vistos
en las agrestes costas de las actuales Colombia y Ecuador.
Ante la negativa del gobernador De los Ríos de otorgar permiso para un nuevo viaje, los socios
acordaron gestionar este permiso ante la misma corte. Por tal motivo, a comienzos de 1528, Pizarro
marchó a España para exponer el asunto directamente ante el rey Carlos I de España. Esta decisión
la tomaron de mutuo acuerdo los tres socios, debido a que Pizarro, pese a ser iletrado, tenía porte y
fluidez de palabra. Almagro no quiso acompañar a Pizarro, ya que creía que su falta de modales y el
hecho de ser tuerto podrían de alguna manera afectar negativamente al éxito de las negociaciones,
decisión de la que se arrepentiría posteriormente.
Capitulación de Toledo
Pizarro salió de Panamá en septiembre de 1528, cruzó el istmo y llegó a Nombre de Dios, en donde
se embarcó rumbo a España. Le acompañaban el griego Pedro de Candía y el vasco Domingo de
Soraluce, así como algunos indígenas tallanes de Tumbes; llevaba también consigo camélidos
sudamericanos, primorosos tejidos de lana, objetos de oro y plata y otras cosas que había recogido
en sus viajes, para mostrarlas al soberano español, como pruebas del descubrimiento del imperio de
los incas.
Después de una travesía sin contratiempos, Pizarro arribó a Sevilla en marzo de 1529. No bien
desembarcó, fue apresado por una demanda de deudas que le entabló el bachiller Martín Fernández
de Enciso, por un asunto que se remontaba a los primeros trabajos de Pizarro en Tierra Firme. Sin
embargo, el rey Carlos I ordenó que lo pusieran inmediatamente en libertad.
Pizarro, junto con sus acompañantes, partió hacia Toledo para entrevistarse con el monarca. Se dice
también que su pariente, el conquistador Hernán Cortés, ya prestigiado por la conquista de México, lo
ayudó a vincularse con la Corte. Pizarro fue recibido por Carlos I en Toledo, pero éste monarca, que
estaba a punto de partir a las Cortes de Monzón, dejó el asunto a manos del Consejo de Indias.
Fue así como Francisco Pizarro terminó negociando con el Consejo de Indias, presidido entonces por
el conde de Osorno, García Fernández Manrique. Tanto Pizarro como el griego Candía expusieron
ante los consejeros sus razones para que el rey diera la autorización para la conquista y población de
la provincia del Perú; Candía exhibió su paño donde había dibujado el plano de la ciudad de Tumbes.
Terminada la larga negociación, los consejeros redactaron las cláusulas del contrato entre la Corona
y Pizarro, que la historia conoce como la Capitulación de Toledo. Ante la ausencia del rey Carlos I, la
reina consorte Isabel de Portugal firmó el documento el 26 de julio de 1529.
Estos fueron los principales acuerdos de esta Capitulación:
Se autorizó a Francisco Pizarro el descubrimiento y conquista de toda la provincia del Perú o
Nueva Castilla, situada desde el pueblo de Tempulla o Santiago (actual Ecuador) hasta 200
leguas al sur, terminando en el pueblo de Chincha (actual Perú).
Se dio a Pizarro los títulos de Gobernador y Capitán General de la provincia del Perú, así como
los de Alguacil Mayor y Adelantado, todos ellos de por vida, con un sueldo anual de 725.000
maravedíes.
A Diego de Almagro se le concedió la gobernación de la fortaleza que debía elevarse en
Tumbes, así como el título de hidalgo, con un salario de 5.000 maravedíes al año y con una
ayuda de gastos de 200.000 maravedíes.
Hernando de Luque recibió el Obispado de Tumbes y el título de “Protector de los Indios”, con
1000 ducados de sueldo al año.
A los Trece de la Isla del Gallo se los elevó a la categoría de hidalgos de solar conocido, y a los
que ya lo eran, se les concedió el título de “Caballeros de la Espuela Dorada”.
Bartolomé Ruiz fue nombrado “Piloto Mayor de la Mar del Sur”, con 75.000 maravedíes de
salario anual.
Pedro de Candía fue nombrado “Artillero Mayor del Perú” y Regidor de Tumbes.
Pizarro debía salir a los seis meses a partir de la fecha del documento, y desde Panamá tenía
otros seis meses para seguir a las tierras del Perú. Se le autorizaba a llevar 150 peninsulares,
100 que podían reclutar en América, así como 50 esclavos negros, oficiales de la Real
Hacienda, eclesiásticos y religiosos.
Como se puede ver, el gran beneficiado por esta Capitulación fue Francisco Pizarro, en desmedro de
sus socios Almagro y Luque.
Tercer viaje de Pizarro
Pizarro aprovechó su estancia en la península ibérica para visitar Trujillo, su ciudad natal, donde se
reunió con sus hermanos Gonzalo, Hernando y Juan, a quienes convenció para que se sumaran a la
empresa conquistadora. Con ellos preparó su tercer y definitivo viaje por la conquista del Perú, pero le
fue difícil reunir los 150 hombres que le exigía una de las cláusulas de la capitulación. Sin embargo,
logró burlar los controles de las autoridades y en enero de 1530 zarpó con dos buques que
transportaban a menos de 150 hombres.
Tras un viaje sin contratiempos, arribó a Nombre de Dios, donde se encontró con su socio Almagro
que, como era de esperarse, recibió con desagrado la noticia de las pocas prerrogativas conseguidas
para él en la capitulación, en comparación a los títulos y poderes otorgados a Pizarro. A este disgusto
se sumó la actitud prepotente de Hernando Pizarro, el más temperamental de los hermanos Pizarro.
Almagro pensó incluso a separarse de la sociedad, pero Luque logró, una vez más, reconciliar a los
dos socios.
De Nombre de Dios, los tres socios y sus hombres pasaron a la ciudad de Panamá. Allí lograron reunir
tres naves a las que proveyeron con todo lo necesario para realizar la “entrada” definitiva al Perú.
El 21 de diciembre de 1530 los expedicionarios oyeron misa en la iglesia de La Merced de Panamá.
Eran 180 de a pie y 37 de a caballo (datos de Jerez). Estaban ya listos para embarcarse, pero tuvieron
que esperar unas semanas para dar cumplimiento a las disposiciones que exigía que la expedición
llevara oficiales reales.
Pizarro partió finalmente de Panamá el 20 de enero de 1531, con dos navíos. Después de 13 días de
navegación, llegó a la bahía de San Mateo, donde decidió avanzar por tierra. Sus huestes caminaron
bajo las inclemencias del clima tropical, la creciente de los ríos y las enfermedades exóticas, a una de
las cuales denominaron bubas, por los tumores que les brotaban en la piel. La expedición encontró
algunos pueblos abandonados, y en uno de ellos, Coaque, encontraron algo de oro, piedras preciosas
y telas que enviaron a Almagro, que se había quedado en Panamá para proveer de todo lo necesario
para la expedición, como en anteriores ocasiones.
Al llegar a Portoviejo se encontraron con Sebastián de Benalcázar, que estaba al mando de 30
hombres bien armados, todos los cuales se sumaron a la expedición de Pizarro.
EL INICIO DE LA CONQUISTA
PRIMERA FASE
Conquista de la isla de Puna
Pasando por el golfo de Guayaquil, Pizarro llegó a la isla de Puná, que planeó usarla como cabeza de
puente para el desembarco en Tumbes. El curaca o cacique de la isla, llamado Tumbalá, entró en
tratos con Pizarro, ofreciéndole su ayuda en su proyectado avance hacia Tumbes. Y es que entre Puná
y Tumbes existía una continua guerra; incluso, en la isla había unos 600 prisioneros tumbesinos,
esclavizados por los puneños. Los españoles recibieron regalos e instrumentos musicales por parte
de Tumbalá, quien, aparentemente, se ofrecía así como su aliado.
En Puná, Pizarro se enteró del violento fin que tuvo Alonso de Molina y otros soldados españoles que
se habían quedado entre los indios en el curso de su segundo viaje. Se dice que los españoles hallaron
en la isla un lugar que tenía una cruz alta y una casa con un crucifijo pintado en una puerta y una
campanilla colgada y que luego salieron de dicha casa más de treinta chiquillos de ambos sexos,
diciendo en coro «Loado sea Jesucristo, Molina, Molina». Los indios contaron entonces que Molina
había llegado a Puná huyendo de los tumbesinos y que se había dedicado a adoctrinar a los niños en
la fe cristiana: luego, los isleños lo convirtieron en su caudillo durante la guerra librada contra los
chonos y tallanes, peleando en varios combates, hasta que, en cierta ocasión, hallándose de pesca a
bordo de una balsa, fue sorprendido y ultimado por los chonos.
Llegó por entonces a Puná el curaca Chilimasa de Tumbes, que se entrevistó secretamente con
Pizarro; éste hizo que Chilimasa y Tumbalá se amistaran e hicieran las paces, lo que no fue sino una
farsa, pues ambos ya no peleaban entre sí, sino que se hallaban sometidos a la voluntad del inca
Atahualpa, a través de un noble quechua que ejercía como gobernador de Tumbes y Puná. Ambos
guardaban también un secreto plan para exterminar a los españoles, siguiendo las directivas del inca.
Los españoles, como era su costumbre, empezaron a cometer una serie de atropellos contra los
nativos, demostrando una sed insaciable por los metales preciosos y abusando de las mujeres.
Tumbalá se preparó para realizar el exterminio de los españoles, pero Felipillo, el intérprete tallán de
los españoles (uno de los muchachos recogidos de la balsa tumbesina por Ruiz), se enteró del plan y
lo puso al tanto de Pizarro, que ordenó entonces apresar a Tumbalá. En plena lucha entre indios y
españoles, arribó a Puná el capitán Hernando de Soto, procedente de Centroamérica, posiblemente a
fines de 1531. Soto trajo consigo cien infantes y unos caballos, refuerzo significativo que decidió el
triunfo español sobre los indios.
Pizarro, para ganarse el apoyo de los tumbesinos, les entregó a algunos de los jefes de Puná que
habían sido tomados prisioneros y puso en libertad a los seiscientos tumbesinos esclavizados que se
hallaban en la isla. Como señal de agradecimiento, Chilimasa fue a visitar a Pizarro y ofreció sus balsas
para facilitar el transporte de bagajes de los españoles. Sin embargo, Chilimasa escondía otra
intención, como veremos enseguida.
Pizarro permaneció en Puná hasta abril de 1532, cuando emprendió el avance hacia la costa
tumbesina.
SEGUNDA FASE
Desembarco en Tumbes
La navegación de los españoles hacia Tumbes duró tres días. Estando todavía en alta mar, Pizarro
ordenó que se adelantaran las cuatro balsas que Chilimasa le había cedido para transportar los
equipajes, en las cuales iban tripulantes indios y tres españoles en cada una de ellas. Fue entonces
cuando los indios procedieron a realizar la estratagema ideada por Chilimasa para exterminar a los
españoles. La primera balsa que llegó a tierra fue rodeada por los indios y los tres españoles que en
ella iban fueron atacados y arrastrados hasta un bosquecillo, donde fueron descuartizados y echados
sus pedazos en grandes ollas con agua hirviente. La misma suerte iban a correr otros dos españoles
que llegaban en la segunda balsa, pero los voces de auxilio gritadas a tiempo hicieron efecto, ya que
Hernando Pizarro, con un grupo de españoles a caballo, arremetió contra los indios. Muchos de estos
murieron a manos de los españoles y otros huyeron a los bosques.
Los españoles, que no entendían el motivo de la belicosidad de los tumbesinos, a quienes habían
considerado como aliados, encontraron a la ciudad de Tumbes completamente arrasada y
comprobaron que no era una gran ciudad de piedra, como había informado el griego Candía, lo que
desilusionó a no pocos. Hernando de Soto con su tropa persiguió a los tumbesinos levantados durante
toda la noche y en la mañana: cayeron sobre sus campamentos, sorprendiéndolos y matándolos. Al
día siguiente continuó la persecución. El cacique Chilimasa con las debidas garantías para su vida, se
presentó ante Hernando de Soto, quien lo llevó donde estaba Pizarro. De la conversación con
Chilimasa, Pizarro se enteró que Tumbes había sido arrasada por orden del inca Atahualpa, en castigo
por haber apoyado a Huáscar, en el contexto de la guerra civil incaica. Los tumbesinos fueron
obligados a rendir vasallaje a Atahualpa, quien ordenó a Chilimasa realizar una comisión especial,
para demostrar su lealtad: ganarse la confianza de los españoles, para luego, una vez en pleno
desembarco, matarlos a todos. Sin embargo, como ya vimos, este plan fracasó, al igual que el plan
similar de Tumbalá.
Otra conversación importante fue la que sostuvo Pizarro con un principal venido del interior. Al respecto
Pedro Pizarro, dice: «...pues preguntando al indio qué era el dijo que era un pueblo grande donde
residía el Señor de todos ellos, y que había mucha tierra poblada y muchos cántaros de oro y plata, y
casas chapeadas con planchas de oro; y cierto el indio dijo verdad, y menos de lo que había...»; les
informó también sobre valles más fértiles. Además de lo anterior, informó a Pizarro sobre la situación
Inca. Todos estos informes entusiasmaron a Pizarro, quien decidió continuar con la conquista.
El 16 de mayo de 1532 Pizarro abandonó Tumbes donde dejó una guarnición española al mando de
los oficiales reales.
Las huestes de Pizarro, que sumaban unos 200 hombres, avanzaron con dirección a Poechos,
divididos en dos grupos. La vanguardia estaba al mando del mismo Francisco Pizarro, acompañado
por Hernando de Soto. La retaguardia, al mando de Hernando Pizarro, salió de Tumbes poco después,
avanzando lentamente porque en sus filas había enfermos.
Los españoles en Poechos
Poechos era una localidad habitada por indios tallanes y gobernaba por el curaca Maizavilca, un indio
muy astuto y rechoncho. Éste recibió cordialmente a los españoles y para ganarse más la voluntad de
Pizarro, le regaló a su sobrino, un muchacho que fue bautizado como Martinillo y que se convirtió en
intérprete.
En Poechos, Francisco Pizarro tuvo noticias de Atahualpa, que se estaba desplazando de Quito a
Cajamarca. Además, tuvo detalles de la guerra que sostenía con Huáscar. Decidió enviar a Hernando
de Soto a Caxas, con la finalidad de recopilar información sobre Atahualpa. Soto se tomó un tiempo
en esto, lo que causó la preocupación de Pizarro. En tanto, llegó a Poechos la retaguardia de
conquistadores que venía con Hernando Pizarro. Por entonces se habían levantado los indios de Chira
y Tangarala (Tangarará), obligando a los españoles de Hernando de Soto, a atrincherarse en la huaca
Chira y enviar un mensaje a Pizarro en demanda de ayuda.
Francisco Pizarro dejó a Hernando Pizarro en Poechos, y se dirigió a la huaca Chira para auxiliar a
sus compañeros de armas. Allí castigó severamente a los curacas: «Trece curacas fueron muertos a
garrote y quemados sus cuerpos».
La fundación de San Miguel
Luego de apaciguar a Chira, Pizarro se dirigió a Tangarala (Tangarará), en donde fundó la villa de San
Miguel de Tangarará (actual Piura), el 15 de agosto de 1532 (según el cálculo hecho por el historiador
José Antonio del Busto). Se eligió ese lugar pues era muy fértil y se hallaba regularmente poblada de
indios; estaba a la margen derecha del río Chira, a unas 6 leguas de un lugar llamado Amotape y a 40
km del mar. Fue la primera ciudad española fundada en el Perú. Tiempo después, en 1588, su sede
fue trasladada a donde se halla actualmente. Como su teniente de gobernador fue nombrado el
contador Antonio Navarro y como alcaldes ordinarios al asturiano Gonzalo Farfán de los Godos y al
castellano Blas de Atienza. Francisco Pizarro hizo el primer reparto de tierras y siervos indios entre los
españoles que quisieron afincarse en la villa. Este primer reparto incluyó además de Piura, Tumbes,
repartimiento que fue concedido a Hernando de Soto.
El orejón espía
El cronista Pedro Pizarro, que había quedado con Hernando Pizarro en Poechos, describe la presencia
de un espía de Atahualpa en dicha localidad: un orejón o noble inca, al que llama Apo (que en realidad
es un título, que significa “señor”). Betanzos afirma que se llamaba Ciquinchara y que era un orejón
natural de Jaquijahuana.
Disfrazado de un rústico vendedor de pacaes, Ciquinchara se adentró en el campamento de los
españoles sin levantar sospechas. Pero Hernando Pizarro, maliciando de su presencia, lo empujó y le
dio de puntapiés, armándose entonces un alboroto entre los indígenas, lo que aprovechó Ciquinchara
para escabullirse e ir donde el Inca, a quien dio un informe. Particularmente, llamaron la atención del
orejón tres españoles: el domador de caballos, el barbero que con su arte “rejuvenecía a los viejos” y
el herrero que forjaba espadas. El orejón opinó ante Atahualpa, que cuando se procediese a exterminar
a los españoles, se conservaran a estos tres, pues serían de gran utilidad para los incas.
Fue pues, en los parajes piuranos, que Pizarro tuvo por primera vez noticia de Atahualpa y de la guerra
civil que éste enfrentaba con su hermano Huáscar, el cual, tras ser derrotado, se hallaba cautivo.
Viaje de Piura a Cajamarca
Antes de entrar a la sierra, Francisco Pizarro tomó una serie de precauciones, que según Villanueva,
fueron:
1. Que su hermano Juan Pizarro, con cincuenta de a caballo, se instalase en Piura, alerta ante las
huestes de Atahualpa, haciendo gran actividad de espionaje;
2. Y que, con las demás gente su hermano Hernando Pizarro se instalara en Tangarala;
3. El repartimiento de Túmbez, que era el más ambicionado, lo entregó a Hernando de Soto,
cumpliendo la promesa que le hiciera a Hernando Ponce de León cuando le fletó dos navíos en
Panamá;
4. En Tangarala puso como su teniente gobernador a Antonio Navarro, contador del rey de España;
5. Además, dejó en Tangarala a cincuenta y cinco vecinos españoles, que se quedaron a poblarla
Luego de dictar las disposiciones anteriores y de reforzar su retaguardia, se dirige a Cajamarca por el
Caminos del Inca (Cápac Ñam), en donde sabía se encontraba Atahualpa. Jerez dice que Pizarro salió
de San Miguel de Piura el 24 de septiembre de 1532 con «sesenta y dos de caballo y ciento dos de
pie». Camino a Cajamarca, un noble orejón se entrevista con Pizarro para hacerle saber que el Inca
«tiene la voluntad de ser su amigo, y esperalle en paz en Caxamarca». Luego de esto el indio retornó
a Cajamarca a informar a Atahualpa y a entregarle los regalos que envió con él Francisco Pizarro y
para decirle «que se apresuraría en llegar a Caxamarca y ser amigo del Inca». Para no ser hostigado
por ambos bandos de la confrontación intestina, Pizarro pregonaba indistintamente que era partidario
de Huáscar o de Atahualpa, según se presentase el caso.
Las tropas de Atahualpa acababan de derrotar a las de su hermano Huáscar en Huanacopampa, el
cual había sido hecho prisionero. Según María Rostworowski, «El consenso de cronistas, está de
acuerdo en señalar las crueldades ordenadas por Atahualpa contra los deudos, mujeres e hijos de
Huáscar. Todos fueron ahorcados y se persiguió en las casas de los difuntos Incas a los que habían
pertenecido al linaje de Huáscar. El mayor ensañamiento se cumplió con los miembros de la panaca
de Tupac Yupanqui, matando a todos los miembros que se pudieron hallar» (Historia del
Tahuantinsuyu). Mientras esta represión tenía lugar, Atahualpa permanecía en Huamachuco
festejando los triunfos de sus generales y se preparaba para dirigirse a Cajamarca. En esto llegaron
mensajeros enviados por los curacas de Payta y de Tumbes avisando de la llegada de unos extraños
personajes que habitaban unas casas flotantes y montaban unos enormes animales. Atahualpa retrasó
su marcha a Cajamarca para ver a los recién llegados y dio a sus generales la orden de ir a Cajamarca
con Huáscar, lugar donde se reuniría con ellos.
En la llacta de Cinto, el curaca informó a Pizarro de que Atahualpa había estado en Huamachuco y de
que se dirigía a Cajamarca con cincuenta mil hombres de guerra. Continuando su camino hacia
Cajamarca, los españoles llegaron a una bifurcación del camino. Uno de ellos llevaba a Chincha y el
otro a Cajamarca. Algunos españoles opinaban que sería mejor ir a Chincha y postergar el
enfrentamiento con Atahualpa. Sin embargo, Pizarro decide ir a Cajamarca, por varias razones que
explica Villanueva Sotomayor:
1. Recuerda las recomendaciones de Hernán Cortés: "lo primero que hay que hacer es apoderarse del
jefe, lo consideran como su dios y tienen poder absoluto. Con ello, los demás no saben qué hacer".
2. Por su propia experiencia, en Coaque, la Puná y Túmbez, sabe que apresando un curaca y
teniéndolo como rehén se gana mucho. En cambio, suelto, el curaca se convierte en enemigo
peligroso.
3. Los huascaristas lo ayudan porque él se ha declarado "su partidario". Tomar una ruta distinta a
donde están los protagonistas de la guerra civil sería perder ese valioso apoyo.
4. A Atahualpa le ha mandado decir que va a su encuentro porque "quiere ser su amigo" y "apoyarlo"
en su lucha contra Huáscar Inca Yupanqui. No cumplir con esa promesa debilitaría las posibilidades
de la sorpresa y el engaño que le tenía preparado al Inca.
5. Cambiar la ruta hacia Chincha sería la perdición para Pizarro, porque quedarían al descubierto sus
planes secretos...".
En un poblado de sierra, Pizarro decidió dividir su ejército en dos grupos: la vanguardia con él y
cuarenta de a caballo y sesenta de a pie. El resto, al mando de Hernando Pizarro, formaría la
retaguardia y se uniría a Pizarro cuando él lo indicase. Luego de unos días de marcha, Pizarro mandó
decir a su hermano Hernando que se le uniese para continuar el viaje a Cajamarca juntos. Los informes
que le daban eran tranquilizadores. Pizarro hizo acampar a su fracción. En ese campamento, fue que
Pizarro recibió una embajada de Atahualpa, con diez llamas que el Inca había enviado como regalo y
para conocer el día que llegarían a Cajamarca, a fin de enviarles comida por el camino. En otra poblado
del camino (llacta), Pizarro recibió otro obsequio de diez llamas, más informes que lo tranquilizaron, y
con ellos se quedó uno de ellos que los acompañó todo el camino hasta Cajamarca.
En otro poblado, según Villanueva, hubo un incidente entre dos indios (entre el venido de Cajamarca
y el que dio el alcance a Pizarro, de San Miguel de Piura, que había sido enviado a Cajamarca). La
razón del pleito la explicó el indio de San Miguel así:
1. El enviado del Inca mentía. Atahualpa no estaba en Cajamarca sino en el campo (Baños del Inca)
y tenía mucha gente.
2. A él lo habían querido matar, pero se había salvado porque amenazó con que los embajadores de
Atahualpa serían ajusticiados por el Gobernador.
3. No permitieron que hable directamente con el Inca, porque estaba ayunando.
4. Se entrevistó por fin, con un tío de Atahualpa, quien le requirió por los cristianos. Su respuesta
resumida por Jerez, fue: «Y yo les dije que son valientes hombres y muy guerreros; que traen caballos
que corren como viento y los que van en ellos, llevan unas lanzas largas, y con ellas matan a cuantos
hallan, porque luego en dos saltos los alcanzan, y los caballos con los pies y bocas matan muchos.
Los cristianos que andan a pie dije son muy sueltos, y traen en el brazo una rodela de madera con que
se defienden y jubones fuertes colchados de algodón y unas espadas muy agudas que cortan por
ambas partes, de cada golpe, un hombre por medio, y a una oveja (nota: llama) llevan la cabeza, y
con ella cortan todas las armas que los indios tienen; y otras traen ballestas que tiran de lejos, que de
cada saeteada matan un hombre y tiros de pólvora que tiran pelotas de fuego, que matan mucha
gente».
El mensajero de Atahualpa replicó:
1. Que si Atahualpa no estaba en Cajamarca era porque esa llacta había sido reservada para
aposentar a los cristianos.
2. Que Atahualpa acostumbraba acampar desde que estaba en guerra con Huáscar Inca Yupanqui.
3. Que cuando el Inca ayunaba no dejaban que hablara con nadie más sino con su padre el Inti.
4. Muy diplomáticamente, Pizarro, zanjó la discusión "...teniendo en lo secreto por cierto que era
verdad" la versión del huascarista, su aliado".
Luego del incidente, los españoles continuaron su camino hacia Cajamarca. Muy cerca de ese poblado
(llacta), Francisco Pizarro recibió otra embajada de Atahualpa con comida. Después se situó a una
legua de Cajamarca, «y toda la gente y caballos se armaron, y el Gobernador los puso en concierto
para la entrada del pueblo, e hizo tres haces de los españoles de pie y de caballo». «Llegado a la
entrada de Caxamalca vieron estar el real de Atahualpa una legua de Caxamalca, en la falda de una
sierra».
Los españoles habían llegado a Cajamarca por las alturas de Shicuana, al noreste del valle. Era el
viernes 15 de noviembre de 1532. Habían caminado 53 días desde San Miguel de Piura.
Captura de Atahualpa
El Inca Garcilaso de la Vega y Miguel de Estete aseguran que los españoles encontraron en Cajamarca
«gente popular y algunos de la gente de guerra» de Atahualpa. Además, que fueron bien recibidos.
Otros cronistas, como Jerez, aseguran que los españoles no encontraron gente en el poblado. Herrera
dice que «sólo se veían en un extremo de la plaza unas mujeres que lloraban la suerte que el destino
reservaba a los españoles que habían provocado la cólera del emperador indio» (Hechos de los
castellanos, Década V).
Cuando Pizarro entró en Cajamarca, Atahualpa se encontraba a media legua del asiento, en
Pultumarca o los Baños del Inca, donde había asentado su real, «con cuarenta mil indios de guerra»
como cuenta Pedro Pizarro. Este campamento, conformado por extensas hileras de tiendas blancas,
con miles de guerreros y servidores incas, debió ofrecer una vista sorprendente a los conquistadores.
El cronista soldado Miguel de Estete, testigo de los hechos, relata así sus impresiones:
Y eran tantas las tiendas... que cierto nos puso harto espanto; porque no pensamos que indios
pudieran tener tan soberbia estancia, ni tantas tiendas, ni tan a punto; lo cual hasta allí en las Indias
nunca se vió; que nos causó a todos los españoles harta confusión y temor…
Entrados en Cajamarca, Francisco Pizarro envió a Hernando de Soto con veinte jinetes y el intérprete
Felipillo, como embajada para decirle a Atahualpa «que él venía de parte de Dios y del Rey a los
predicar y tenerlos por amigos, y otras cosas de paz y amistad, y que se viniese a ver con él.» Soto se
hallaba ya a medio camino, cuando Pizarro, viendo desde lo alto de una de las “torres” de Cajamarca
el impresionante campamento del Inca, temió que sus hombres pudieran sufrir una emboscada y envió
a su hermano Hernando Pizarro con otros veinte encabalgados más y el intérprete Martinillo.
Tras cruzar el campamento inca, Soto primero, y luego Hernando Pizarro, llegaron ante el palacete del
Inca, situada en medio de un pradillo, custodiado por unos 400 guerreros incas. A través de los
intérpretes, los españoles inquirieron la presencia del Inca, pero éste demoró en salir, a tal punto que
inquietó a Pizarro, quien ofuscado, ordenó a Martinillo « ¡Decidle al perro que salga...!»
Al fin se animó a salir Atahualpa hasta la puerta de su palacete, sentándose sobre un banco colorado,
tras una cortina que únicamente dejaba ver su silueta. Los españoles le transmitieron la invitación de
Pizarro de que fuera a Cajamarca. Atahualpa no respondió de inmediato, lo que nuevamente molestó
a Hernando Pizarro. Hasta que finalmente Atahualpa ordenó correr la cortina y se dejó ver. Los
españoles conocieron así por primera vez al Señor del Tahuantinsuyo: era un indio de unos 35 años,
de cabellos largos (así los usaba para ocultar su oreja mutilada) y vestido con traje multicolor. En su
cabeza llevaba una borla colorada, la mascapaicha, el símbolo de su poder. Y tenía una mirada feroz.
El Inca respondió a la embajada comunicando que «podían quedarse [los españoles] en la llacta de
Cajamarca, que él no podía ir porque estaba terminando su ayuno». Y que iría al día siguiente, no sin
advertir a los españoles que debían pagarle por todo lo que habían tomado desde la bahía de San
Mateo hasta allí.
El Inca, una vez que se fueron los españoles, ordenó que veinte mil soldados imperiales se apostasen
en las afueras de Cajamarca, para capturar a los españoles: estaba seguro que al ver tanta gente, los
españoles se rendirían.
Sólo eran soldados de profesión además de Pizarro, únicamente de Soto y Candía. Pedro Pizarro dice
«Pues estando así los españoles, fue la noticia a Atahualpa, de indios que tenía espiando, que los
españoles estaban metidos en un galpón, llenos de miedo, y que ninguno aparecía por la plaza. Y a la
verdad el indio la decía porque yo oí a muchos españoles que sin sentirlo se orinaban de puro temor».
Los conquistadores a las órdenes de Pizarro velaron armas durante la noche, Francisco Pizarro en
base a los largos relatos que le hacía Hernán Cortés sobre la conquista de los aztecas, tenía en mente
capturar al Inca imitando a Cortés en México.
Pizarro dispuso que Pedro de Candía se colocase en lo más alto del tambo real, en el centro de la
plaza, con tres trompeteros y un falconete pequeño. Tenían la orden de disparar cuando ya el Inca, se
encontrara en la plaza. Luego del estruendo del falconete, harían sonar las trompetas. A los de caballo
los dividió en dos fracciones al mando de Hernando de Soto, uno y de Hernando Pizarro, el otro. La
orden era que cuando escuchasen el estruendo deberían salir de sus escondites. La infantería también
estaría dividida en dos fracciones, una al mando de Francisco Pizarro y la otra al mando de Juan
Pizarro. La orden, avanzar a capturar al Inca. Todos debían estar escondidos en los edificios que
rodeaban la plaza hasta escuchar la voz de ataque: ¡Santiago!, que sería dada por el cura Valverde,
en su momento.
Los cronistas fijan las cuatro de la tarde como la hora en que Atahualpa ingresa a la plaza de
Cajamarca. Estete dice: "A la hora de las cuatro comienzan a caminar por su calzada delante, derecho
a donde nosotros estábamos; y a las cinco o poco más, llegó a la puerta de la ciudad". El inca comenzó
su entrada en Cajamarca, antecedida por su vanguardia de cuatrocientos hombres con "grandes
cantares", ingresó a la plaza con toda su gente, que cubría toda ella, en una "litera muy rica, los cabos
de los maderos cubiertos de plata...; la cual traían ochenta señores en hombros; todos vestidos de una
librea azul muy rica; y él vestido su persona muy ricamente con su corona en la cabeza y al cuello un
collar de esmeraldas grandes; y sentado en la litera en una silla muy pequeña con un cojín muy rico".
Jerez, escribía. "Entre estos venía Atahualpa en una litera aforrada de plumas de papagayos de
muchos colores, guarnecida de chapas de oro y plata".
Francisco Pizarro envió al cura dominico, fray Vicente de Valverde, al soldado Hernando de Aldama y
al intérprete Martinillo. Ante el Inca, el cura Valverde hace el requerimiento formal a Atahualpa de
abrazar la fe católica y someterse al dominio del rey de España, al mismo tiempo que le entregaba un
evangelio. El diálogo que siguió es narrado de forma diferente por todos los testigos. Según algunos
cronistas, la reacción del Inca fue de sorpresa, curiosidad, indignación y desdén. Atahualpa abrió y
revisó el evangelio minuciosamente. Al no encontrarle significado alguno a lo escrito en él, lo tiró al
suelo. Villanueva, dice que "luego le pidió (el Inca) su espada a Aldama. El español se la enseñó, pero
no la entregó". La reacción posterior de Atahualpa fue decirle a Valverde que los españoles
devolviesen todo lo que habían tomado de sus tierras sin su consentimiento; que nadie tenía autoridad
para decirle al Hijo del Sol lo que tenía que hacer y que él haría su voluntad; y finalmente, que los
extranjeros "se fuesen por bellacos y ladrones"; en caso contrario los mataría.
A una señal de Francisco Pizarro se puso en marcha lo planificado por él. Disparó el falconete de la
artillería de Pedro de Candía y las trompetas y salieron los caballos. Algunos cronistas dicen que los
millares de indígenas apiñados dentro la plaza no estaban con armados para defenderse de los
españoles y que la mortandad se debió a su propia estampida humana que derribó muros.
...sonaban los cascabeles atados a los caballos, disparaban ensordecedores los arcabuces; los gritos,
alaridos y quejidos eran generales. En esta confusión los aterrorizados indígenas, en un esfuerzo por
escapar, derribaron una pirca de la plaza y lograron huir. Tras ellos se lanzaron los jinetes, dándoles
alcance mataron a todos los que pudieron, otros murieron aplastados por la avalancha humana".
Mientras tanto, en la plaza de Cajamarca Pizarro buscaba el anda del Inca y Juan Pizarro la del Señor
de Chincha. El Señor de Chincha y el Señor de Cajamarca fueron muertos por los españoles que los
capturaron. También mataron a mucha gente del entorno de ambos señores. "Otros capitanes
murieron, que por ser gran número no se hace caso de ellos, porque todos los que venían en guarda
de Atahualpa eran grandes señores" (Jerez).
Igual suerte hubiera corrido Atahualpa de no ser por Francisco Pizarro, que ya se encontraba cerca de
él, debido a que no podían derribar la litera del Inca, a pesar de que mataron a los portadores de la
litera, ya que otros de refresco se metían a cargarla. Así estuvieron forcejeando gran tiempo; un
español quiso herir al Inca, cuando Francisco Pizarro, gritó que "nadie hiera al indio so pena de la
vida...", hasta que hicieron caer el anda y capturan al Inca, al que ponen bajo arresto en un ambiente
del Templo del Sol.
Al caer la noche de aquel 16 de noviembre de 1532, habían terminado para siempre el Tahuantinsuyo,
el Inca estaba cautivo y con su prisión llegaba a su fin la independencia del estado inca.
TERCERA FASE
Reparto del botín
Tras la victoria en Cajamarca los vencedores se repartieron el botín de guerra en los Baños del Inca.
El soldado cronista Estete dice: "... todas esas cosas de tiendas y ropas de lana y algodón eran en tan
gran cantidad que a mi parecer fueran menester muchos navíos en que cupieran". Otro cronista dice:
"...el oro y la plata y otras cosas de valor se recogió todo y se llevó a Cajamarca y se puso en poder
del Tesorero de Su Majestad". Jerez nos dice: "el oro y plata en piezas monstruosas y platos grandes
y pequeños, y cántaros y ollas o braseros y copones grandes y otras piezas diversas. Atahualpa dijo
que todo esto era vajilla de su servicio, y que sus indios que habían huido habían llevado otra mucha
cantidad". Fue los primeros trofeos de importancia que tomaron los españoles. Villanueva Sotomayor
dice al respecto: "Se valoró ese primer tesoro de los incas en "ochenta mil pesos de oro y siete mil
marcos de plata y catorce esmeraldas"". A su vez, Francisco López de Gomara señala que "ningún
soldado se enriqueció tanto en tan poco tiempo y sin riesgo" aunque agrega "nunca se jugó de esa
manera, pues hubo muchos que perdieron su parte a los dados".
Atahualpa ofrece un rescate
Estando en prisión Atahualpa, venían los curacas a visitarle trayéndole obsequios, en oro y plata. El
Inca se dio cuenta entonces de que el oro y la plata tenían para los españoles otro valor, diferente, al
que él y su pueblo le daban. También se dio cuenta y se convenció que la única forma de salvarse era
ofreciéndoles gran cantidad de oro y plata. Y así lo hizo. Le propuso a Francisco Pizarro que le daría
una sala "de 22 pies de largo y diecisiete de ancho, llena hasta una raya blanca que está en la mitad
del alto de la sala; y dijo que hasta allí henchiría la sala con diversas piezas de oro, cántaros, ollas y
tejuelos, y otras piezas, y que de plata daría todo aquél bohío dos veces lleno, y lo cumpliré dentro de
dos meses" (El Perú en los tiempos modernos). Pizarro se apresuró a confirmar la promesa por escrito
en un acta ante escribano. Atahualpa le informó además del Templo de Pachacámac y de sus riquezas,
que se encontraba a "diez jornadas al sur".
Pizarro comenzó a tomar una serie de providencias; reforzó la seguridad de Cajamarca, con obras
civiles, en las cuales trabajaron "muchos indios huascaristas". El primer cargamento de oro ofrecido
por Atahualpa llegó del sur y lo trajo un hermano del Inca, "trájole unas hermanas y mujeres de
Atahualpa, y trajo muchas vasillas de oro; cántaros y ollas y otras piezas y mucha plata, y dijo que por
el camino venía más; que como es tan larga la jornada, cansan los indios que lo traen y no pueden
llegar tan aína; que cada día entrará más oro y plata de los que quedan más atrás". "Y así, entran
algunos días veinte mil, y otras veces treinta mil, y otras cincuenta, y otras sesenta mil pesos de oro
en cántaros y ollas grandes de tres arrobas y de a dos, y cántaros y ollas grandes de plata y otras
muchas vasijas". Pizarro iba acumulando esas piezas en uno de los aposentos donde estaba
Atahualpa, "hasta que cumpla su promesa".
La llegada de Almagro
Estando en Cajamarca Pizarro, arribaron al puerto de Manta (actual Ecuador) seis navíos. El 20 de
enero de 1533, Pizarro recibió mensajeros enviados desde San Miguel de Piura, avisándole tal arribo.
Tres de las naves mayores arribaron de Panamá, al mando de Diego de Almagro, con 120 hombres.
Las otras tres carabelas llegaron de Nicaragua, con 30 hombres más. En total desembarcaron,
además, 84 caballos. El cacique de Túmbez entró en rebeldía, más no levantó a su gente.
Esta tercera etapa de la conquista fue más de consolidación del triunfo que habían tenido en la plaza
de Cajamarca y de reparto del primer botín de guerra. A Francisco Pizarro debió preocuparle no sólo
la presión de sus hombres para el reparto del oro y la plata, sino la presión que debían estar recibiendo
sus socios en Panamá y Nicaragua para el pago de los fletes y demás pertrechos. Para demostrar el
éxito de su empresa y poder así reclutar más gente para la empresa, gente que por otro lado debía
necesitar con suma urgencia, dada la escasez de hombres con que contaban.
CUARTA FASE
Recolección del rescate
El 5 de enero de 1533, Hernando Pizarro, con Francisco de Jerez, secretario del Gobernador, parten
con 20 hombres a caballo, algunos de infantería y varios indios auxiliares, hacia Huamachuco, por
orden de Francisco Pizarro. En Huamacucho, los españoles tranquilizan a Pizarro, al informarle que
todo se encontraba en calma, a lo que Pizarro les ordena avanzar hasta Pachacámac, ya que tenía de
rehenes a los señores de este lugar, que también habían ofrecido oro y plata por su libertad.
El 21 de enero de 1533, ingresó a Cajamarca otro cargamento de oro y plata, traídos por otro hermano
de Atahualpa. Fueron “trescientas cargas de oro y plata en cántaros y ollas grandes y otras diversas
piezas”. Este hermano del Inca, informó también de la existencia de otro cargamento que se
encontraba en Xauxa, al mando del general Challcuchimac. Entre tanto, en Cajamarca, Pizarro a
comisionó a un hermano de Atahualpa, a los españoles Pedro Martín de Moguer y a Martín Bueno,
negros esclavos y cientos de indios aliados, para que viajen al Cuzco, por el Cápac Ñam, y apresuren
el envío del oro y plata de Xauxa y se informen de la situación en la capital del Imperio. Esta tropa
salió de Cajamarca el 15 de febrero de 1533.
El 25 de marzo de 1533, llega Diego de Almagro a Cajamarca y el 28 del mismo mes, entró otro
cargamento de oro y plata a esa ciudad, procedente de Xauxa; traían “ciento siete cargas de oro y
siete de plata”.
El 14 de abril de 1533, llega a Cajamarca el grupo enviado al mando de Hernando Pizarro; habían
recorrido Huamachuco, el Callejón de Huaylas, Pachacámac, Xauxa, las pampas de Junín y el Callejón
de Conchucos. De Pachacámac, traían “veintisiete cargas de oro y dos mil de plata” y un rehén
importante: el general Challcuchimac, apresado en Jauja.
El 13 de mayo de 1533, se procede a la fundición de las piezas de oro y plata que había en Cajamarca
para su reparto; además, existía el convencimiento de Francisco Pizarro, que ya se había recolectado
la mayor parte del oro y plata de este reino.
Uno de los españoles, que había ido al Cuzco, informó a Pizarro que “se había tomado posesión en
nombre de su majestad en aquella ciudad del Cuzco”, entre otras cosas, como el número y descripción
de las ciudades existentes entre Cajamarca y el Cuzco, de la cantidad de oro y plata recogidas, entre
otras cosas. Quizá un dato importante que informan a Pizarro es la presencia en el Cuzco del general
Quízquiz con “treinta mil hombres de guarnición”.
El 13 de junio llega a Cajamarca el oro y plata procedentes del Cuzco y de Jauja, eran “doscientas
cargas de oro y veinticinco de plata”. Días después llegaron “otras sesenta cargas de oro bajo”.
Villanueva Sotomayor, nos dice sobre Francisco Pizarro, para cuidar sus “dos tesoros” (el Inca y las
riquezas de oro y plata): “El Gobernador hacía resguardar la plaza fuerte de Cajamarca con una
vigilancia permanente, por rondas, de 50 soldados de a caballo, durante el día y gran parte de la noche.
Durante las madrugadas, era de 150 de a caballo, amén de los espías, informantes y vigías de pie;
indios y españoles”.
El reparto del tesoro
Se sabe que no existía moneda en el Imperio Inca, en donde se presume se usaba trueque. El Oro y
la Plata poseían un valor ritual, pero no tenían ni mercado ni comercio en las culturas prehispánicas,
no tenían valor comercial. El valor monetario se lo añadió el transporte español al mercado de Europa.
El 18 de junio de 1533, el Gobernador Francisco Pizarro, ordenó fundir lo recaudado y se repartiese.
Toda la fundición arrojó un valor español total de “un ciento y trescientos mil veintiséis mil quinientos
treinta y nueve pesos de buen oro” (1.326.539 pesos de oro).
En el libro “El Perú en los tiempos modernos”, se dice al respecto: “Luego de pagar los derechos del
fundidor, el quinto real para la Corona española fue de 262.259 pesos de oro de alta pureza; el fundidor
al que se le pagó fue un orfebre español. Pero toda la fundición la hicieron metalistas indígenas, de
acuerdo con su método. “Comúnmente se fundían cada día cincuenta o sesenta mil pesos. Esta
fundición fue hecha por los indios, que hay entre ellos plateros y fundidores, que fundían con nuevas
forjas”. El total de plata fundida se valorizó en 51.010 marcos. A la Corona le tocó 10.121 marcos.
Los de a caballo recibieron en total: 610.131 pesos de oro y 25.798,60 marcos de plata. Promedio
individual: 9.386,60 pesos de oro y 396,90 marcos de plata. Los de infantería recibieron en total:
360.994 pesos de oro y 15.061,70 marcos de plata. Promedio individual: 3.438 pesos de oro y 143,4
marcos de plata.
El Gobernador, según su criterio, premió a unos con más y a otros les quitó algo. También entregó
unos 15.000 pesos de oro a los vecinos que quedaron en San Miguel. A Diego de Almagro y sus
huestes le repartió de acuerdo con su criterio. Les dio 20.000 pesos de oro para que se repartan entre
todos ellos. Por supuesto, recibieron mucho menos que los caballeros e infantes que intervinieron
directamente en la captura de Atahualpa.
Almagro había pedido que a él y a sus compañeros les tocase la mitad que a los de Cajamarca. Como
no se pusieron de acuerdo, fue otro motivo para que ambos socios se distanciasen más, arrastrando
en sus diferencias a los soldados que estaban bajo el mando de cada uno de ellos. Los que en
Cajamarca se beneficiaron del repartimiento fueron el cura Valverde, 65 de a caballo y 105 de
infantería. Según Pablo Macera:
“El Rescate de Atahualpa consistió en 6,087 kilogramos de oro y 11,793 kilogramos de plata. A cada
soldado a caballo le tocaba 40 kilogramos de oro y 80 kilogramos de plata. A los peones, la mitad. A
los soldados con perros más que a los peones. A Pizarro 7 veces lo que a un jinete de caballo, además
del trono de Atahualpa que pesaba 83 kilogramos de oro. Los sacerdotes recibieron la mitad de un
peón”.
Prescott dice del valor monetario que en el mercado de Europa alcanzó el tesoro transportado:
“teniendo presente el mayor valor de la moneda en el siglo XVI, vendría a equivaler en el actual (siglo
XIX) a cerca de tres millones y medio de libras esterlinas o poco menos de quince millones y medio de
duros… La historia no ofrece ejemplos de semejante botín, todo en metal precioso y reducible como
era a dinero constante”.
En el marco del comercio de España, esta fortuna, que consiguió cada español, generó la “primera
inflación de la historia del Perú” considerando al país ya incluído en el mercado español donde todo
subió de precio. Villanueva dice que:
"...el precio del caballo antes del repartimiento 2.500 pesos; después del repartimiento 3.300. Inflación:
32%. Su precio en el mercado subió una cuarta más que el día anterior. Una botija de vino de tres
azumbres (un poco más de 6 litros), que costaba 40 pesos, se empezó a vender a 60 pesos. Inflación:
50%. Un par de borceguíes (nota: botas hasta más arriba de la rodilla que usaban los conquistadores)
pasó de 30 a 40 pesos. Inflación: 33%. Un par de calzas (ropa interior; calzoncillo largo, bien ceñido a
muslos y piernas), de 30 a 40 pesos. Inflación: 33%. La capa subió de de 100 a 120 pesos. Inflación:
20%. Una espada de 40 a 50 pesos. Inflación: 25%.
Sacando la media de lo expuesto por Villanueva Sotomayor, tenemos que al día siguiente del reparto,
hubo una inflación promedio del 32,17%.
Ejecución de Atahualpa
Nunca estuvo en la mente del Gobernador Francisco Pizarro, respetar la vida del Inca. Para continuar
con su estrategia, inventó rebeliones de los leales a Atahualpa, responsabilizándolo de actos de
traición.
Luego el Gobernador, con acuerdo de los oficiales de su majestad y de los capitanes y personas de
experiencia, sentenció a muerte a Atahualpa, y mandó por su sentencia, por la traición por él cometida,
que muriese quemado si no se tornase cristiano…, Atahualpa dijo que quería ser cristiano…, y
bautizóle el muy reverendo padre Fray Vicente de Valverde…”.
Le pusieron de nombre Francisco y no de Juan, como muchos han asegurado. Juan de Santa Cruz
Pachacuti, sostiene que el Inca fue muerto por garrote; “… se le dio una vuelta al cuello con un cordel
y de ese modo fue ahogado”, nos dice Sancho de la Hoz. Por su parte Jerez, dice: “…a la hora que
fue preso y desbaratado”.
Según Carlos Huerta, el juicio y sentencia de muerte de Atahualpa, fue dado el 25 de julio de 1533:
“25 de julio. Juicio de Atahualpa en Cajamarca. Fue acusado de idólatra, hereje, traición, homicidio,
poligamia e incesto. Antes de ser ejecutado, fue bautizado por fray Vicente Valverde”.
Al día siguiente sábado 26 de julio de 1533, fue ejecutado a muerte con el garrote en la plaza de
Cajamarca. Hay cierta discusión sobre las fechas. Franklin Pease, de un documento del Archivo de
Indias, encontrado en Sevilla, por él, dice:
“Y en dicho pueblo de Caxamalca en treinta y un días del dicho mes de julio en presencia de los dichos
oficiales de S.M. manifestó Francisco Pizarro mil ciento ochenta y cinco pesos en piezas labradas de
indios que dijo que se le había dado el cacique Atahualpa y manifestóles después de la muerte de
dicho Atahualpa cinco días”.
Franklin Pease
Por su parte María Rostworowski, escribe:
“Es lógico suponer que la muerte del Inca ocurrió después del 8 de junio y antes del 29 de julio de
1533. La partida de Cajamarca se inició a mediados de agosto por grupos, el 26 de ese mismo mes,
estaban en Andamarca y el 2 de septiembre arriban a Huaylas. La fecha antojadiza del 29 de agosto
es completamente equivocada y se hace necesario rectificar el error”.
María Rostworowski
Muerto Atahualpa, termina la dinastía de los Incas, que gobernaron el Imperio (aunque Atahualpa, no
fue reconocido por las panacas reales cusqueñas, los españoles lo consideraron Sapa Inca). Para
guardar las apariencias, y tener un seguro hasta la toma del Cuzco, Francisco Pizarro, nombra otro
Sapa Inca, que recae en un hijo de Huayna Cápac, duodécimo Sapa Inca del Imperio: Túpac Huallpa,
y que los cronistas españoles nombran como Toparpa, quien reconoce vasallaje al rey de España.
Se dice mucho sobre la amistad de Hernando Pizarro con el Inca Atahualpa, cuando éste último estuvo
en prisión. Curiosamente, antes del juicio al, su hermano Francisco Pizarro, lo comisiona para que
lleve a España el primer botín. A su retorno al Perú, fue nombrado Gobernador del Cuzco. Villanueva
Sotomayor, dice:
“La ausencia temporal de Hernando Pizarro no descarta una maniobra maliciosa de los
conquistadores, ya sea por culpa de él o por imposición de su hermano. ¿Hernando Pizarro ya sabía
que iban a matar al Inca? ¿Fue ese viaje una salida airosa del capitán español, único amigo de
Atahualpa Inca? ¿O fue una premeditada maniobra de su hermano Francisco para alejarlo y que no
interfiriera en las decisiones drásticas que ya pensaba tomar con la vida del Inca?”
Lo cierto es que Hernando Pizarro salió de esta plaza con el botín, que representaba el “quinto real”,
es decir, la quinta parte del botín de Cajamarca, con rumbo a San Miguel de Piura; ahí embarcaron
rumbo a Panamá, cruzando el istmo, se embarcaron nuevamente hacia Sevilla, España. La primera
de las cuatro naos, llegó a Sevilla, el 5 de diciembre de 1533, con los españoles Cristóbal de Mena y
Fray Juan de Sosa (misionero de la Orden de La Merced); el oro y la plata que se desembarcó de
dicha nave, ascendía a 38.946 pesos. El 4 de enero de 1534, arribó y ancló en Sevilla la nao “Santa
María del Campo”, en donde estaba embarcado Hernando Pizarro. Desembarcó con 153.000 pesos
de oro y 5.048 marcos de plata. Todo lo traído de Perú, fue depositado en la Casa de Contratación de
Sevilla; de ahí fue trasladado al aposento del rey de España. Finalmente, el 3 de junio de 1534, llegaron
las otras dos naos, en donde estaban embarcados Francisco de Jerez, primer secretario del
Gobernador Francisco Pizarro y Francisco Rodríguez, en una y otra nao; se desembarcó de estas
naos, 146.518 pesos de oro y 30.511 marcos de plata. Villanueva dice que el total desembarcado por
las cuatro naos,
“… fue valorizado en 708.580 pesos. El peso y el castellano eran monedas equivalentes; pero cada
uno era igual a 450 maravedíes. Sólo el oro fundido (convertido en barras y otros pedazos) se valorizó
en 318.861.000 maravedíes. La plata fundida valió 180.307.680 maravedíes”.
QUINTA FASE
Marcha al Cuzco
A pesar de tener casi dominado el norte del Imperio, con la toma de la isla de la Puná, Tumbes, haber
fundado una ciudad en San Miguel de Piura, haber tomado la plaza fuerte de Cajamarca, tener de
rehenes a varios curacas y haber asesinado al Inca y tener de apoyo a muchos indios huascaristas y
etnias esperanzadas en ser liberadas del yugo Inca, los españoles aún no habían consolidado la
conquista. Antes de dirigirse a Xauxa, Pizarro envió una comitiva de 10 soldados a San Miguel con la
finalidad que esperasen en ese lugar al primer navío de entrase procedente de Panamá o de
Nicaragua. Con lo desembarcado, deberían reunirse con él en Xauxa. En Xauxa, Pizarro realiza otra
fundición de oro y su respectivo reparto, con las piezas llegadas a Cajamarca antes de la salida de los
españoles de la misma.
Los españoles salieron de Cajamarca “un lunes por la mañana”. En el camino, se enteran del asesinato
de Guaritico, que era hermano de Atahualpa y de Túpac Huallpa (Toparpa), éste era colaboracionista
de los españoles y había salido antes que Pizarro de Cajamarca y formaba su vanguardia en el viaje
al Cusco. Lo anterior prueba lo que se viene diciendo, que los españoles, a su desembarco en el Perú,
ya tenían ganado a parte del Imperio, que los ayudó; ello se debió, no a las simpatías que pudieron
haber generado ellos, sino, simplemente, a que muchos en el Imperio, ya estaban descontentos de la
pesada opresión Inca. Llegaron a Huamachuco y luego de reponer fuerzas por dos días, Pizarro envía
una avanzada al mando de Diego de Almagro, luego se encuentran en Huaylas, donde quedan por
ocho días.
Continúan su viaje al sur por Andamarca, Corongo, Yungay, Huaraz, Recuay, Chiquián y llegan a
Cajatambo. Ahí, Pizarro refuerza su vanguardia y retaguardia, ante el temor de levantamientos y
ataques de los naturales, leales a Challcuchimac, que venía con él y porque las llactas por donde
pasaban, siempre estaban abandonadas. En este camino, Francisco Pizarro se entera por
informantes, que los generales atahualpistas Yncorabaliba, Yguaparro y Mortay, venían reclutando
gente de guerra en Pumpu (Bombón). A partir de entonces quedaron incomunicados, el remedo de
Sapa Inca, Túpac Huallpa y Challcuchimac. El cronista Sancho de la Hoz, dice que el motivo de esa
rebelión era porque ellos “querían guerra con los cristianos, porque veían la tierra ganada por los
españoles y querían gobernarla ellos”.
Tomando el camino de Oyón, se enteran que a cinco leguas de Xauxa había gente de guerra para
destruirla y para que los españoles no encontraran nada. Llegaron a Tarma, sin encontrar resistencia.
En esta llacta, pasaron la noche. Al amanecer reemprendieron la marcha hacia Xauxa. A dos leguas
de Xauxa, Pizarro divide su ejército. Cerca, se da cuenta que la llacta está íntegra y no sólo eso, sino
que tuvieron un recibimiento cordial, “celebrando su venida, porque con ella pensaban que saldrían de
la esclavitud en que les tenía gente extranjera”.
Entrando a Xauxa, encuentran levantado al general Yukra Huallpa, dejado ahí por Challcuchimac,
antes de su captura, El enfrentamiento fue una atroz matanza de indios; los españoles con sus armas,
perros dogos e indios auxiliares, emboscaron a las tropas de Yukra Huallpa, haciendo una matanza;
como dicha tropa fuera dejada por Challcuchimac, eran partidarios de Atahualpa. Esta tropa inca, había
sido enviada por los generales Yncorabaliba, Yguaparro y Mortay, que se encontraban con el grueso
de su ejército a 6 leguas de Xauxa y en permanente contacto con el ejército de Quízquiz, que se
hallaba en el Cusco. Enterado Francisco Pizarro, envía una tropa a hacerles frente, más los incas los
hacen retroceder. Pizarro ante esto pretende atacar por sorpresa a la tropa inca; pero es engañado y
cuando quiere continuar hacia el Cusco, se da cuenta que los puentes estratégicos, habían sido
cortados.
Francisco Pizarro, funda la ciudad de Jauja, muy cerca de la Xauxa inca, deja en ella a 80 españoles,
al tesorero de Su Majestad y a un lugarteniente como su representante. En esta ciudad muere
misteriosamente Túpac Huallpa.
Muerto Túpac Huallpa, Pizarro convoca a Challcuchimac y otros nobles colaboracionistas que viajaban
con él, para que propongan al nuevo Sapa Inca “títere”. En esta reunión y frente al enemigo común,
nuevamente se notan las diferencias entre huascaristas y atahualpistas, lo que es explotado
hábilmente por Francisco Pizarro. Challcuchimac, propone a Aticoc, hijo quiteño de Atahualpa,
mientras que los nobles colaboracionistas cusqueños proponen a un hermano del Sapa Inca muerto,
pero de origen cusqueño. Como estaban cerca del Cusco, Pizarro hábilmente, se decide por el Inca
de origen cusqueño.
Mientras los colaboracionistas nobles, buscaban a este hermano cuzqueño del Sapa Inca asesinado,
Pizarro envió expediciones a la costa, con la finalidad de encontrar lugares idóneos para instalar
puertos marítimos, y esperando los resultados, se quedó en Xauxa. Entre tanto, envió otra tropilla con
rumbo al Cusco, a fin de que fueran reponiendo los puentes que estuvieran cortados. Los españoles,
en su viaje por todo el valle del Mantaro, fueron constantemente ayudados por los huancas. Entraron
a Tarcos, una llacta entre Xauxa y Vilcas, el 31 de octubre de 1533. En Vilcas se enfrentan a los incas,
en una feroz batalla, que a pesar de la superioridad numérica, los incas pierden, por la superioridad
de las armas españolas, con gran matanza entre los indios.
Continuó Pizarro su viaje hacia el Cusco, cuando recibe la noticia de Hernando de Soto, que el general
inca Narabaliba, se encontraba con una tropa de 2.000 soldados, enviados por Quízquiz en Andabailla
(Andahuaylas). Algo que contribuyó a debilitar los ataques de los incas, en este tramo del viaje hacia
el Cusco, fue el hecho que tuvieran como rehén al general Challcuchimac, hombre muy querido por
sus tropas. Temían la represalia de Pizarro y la muerte del valiente general atahualpista.
Pizarro entró en Andahuaylas (Anadabailla, para los españoles), sin ser molestado, pasó la noche y al
día siguiente continuaron hasta Curamba o Airamba, en donde encontraron dos caballos muertos. Esto
preocupó al Gobernador sobre la suerte de Hernando de Soto y su tropa. Luego de la entrada a
Andahuaylas y del hallazgo de los caballos, Pizarro recibe la noticia que Hernando de Soto, se
encontraba en el camino al Cusco, que estaba bloqueado, pero que no había tropas incas y que los
caballos habían muerto de “tanto calentarse y enfriarse”. Luego de Andahuaylas, Pizarro continuó su
viaje hacia el Cusco y encontrándose en un río, recibe la noticia de un enfrentamiento de su vanguardia
con los rebeldes incas.
Lo que había pasado era que Hernando de Soto, en su avance con la vanguardia hacia el Cusco,
luego de vadear un río, al que habían cortado los puentes, se encontró con tropa imperial, que le hizo
frente. Esta tropa pertenecía al ejército imperial de Quízquiz. Los incas, se habían dado cuenta, que
ya los españoles, estaban cansados, de igual manera sus caballos y perros, por lo que de “mutu
propio”, a veces sin órdenes de Quizquiz, atacaban a los españoles. Eso fue lo que pasó luego del
vadeo del río, al subir la cuesta, fueron atacados por los indios, que presionaron con tanta fuerza que
mataron a cinco jinetes españoles. “A cinco cristianos cuyos caballos no pudieron subir a lo alto, cargó
tanto la muchedumbre, que a dos de ellos les fue imposible apearse y los mataron encima de sus
caballos…”; “les abrieron a todos la cabeza por medio, con sus hachas y porras”; “…hirieron diez y
ocho caballos y seis cristianos; pero no de heridas peligrosas, que sólo un caballo de éstos murió”.
Luego de este ataque, los incas se fueron a una colina cercana, esperando el enfrentamiento franco,
“casi concertado, esperando siempre un arreglo amistoso”, costumbre de la guerra andina; mientras
que Hernando de Soto, recurría al engaño, al fingir que se refugiaba en un llano, aparentando huir,
mientras que una parte de la tropa imperial, los perseguía a hondazos, hasta que una vez que los
hubieron alejado lo suficiente del grueso de las tropas incas, sobreparó la caballería y arremetió contra
ellos, aniquilándolos. Cuando el grueso del ejército inca vio esto, se retiró, pero acamparon muy cerca
los dos ejércitos, que se oían las voces. La llegada inesperada de Diego de Almagro, con 40 a caballo,
hizo que los indios se retiraran, sin presentar batalla. Juntos, Hernando de Soto y Diego de Almagro
continuaron viaje hacia el Cuzco, cuando fueron informados de la presencia de una tropa inca, que
había enviado el general Quízquiz, por lo que optaron por atrincherarse en una llacta, en donde
esperaron a Francisco Pizarro.
Noticiado de estos hechos, Francisco Pizarro, sospechó que todos sus movimientos eran espiados y
que el general Challcuchimac, era el que enviaba dichos informes a las tropas incas. Continuando el
camino y estando ya cerca del Cusco, Diego de Almagro, se presentó en el campamento del
Gobernador y continuaron hasta donde se encontraba Hernando de Soto. Unidos así, siguieron ese
mismo día, a “Sachisagagna (Xaquixaguana), Sacsahuana o Jaquijahuana), donde acamparon”.
Diego de Almagro y Hernando de Soto, estuvieron de acuerdo con Francisco Pizarro, que todas las
cosas que les estaban pasando, eran producto de la “infidencia de Challcuchimac”, y lo condenaron a
muerte quemado vivo. “El religioso trataba de persuadirlo a que se hiciera cristiano diciéndole que los
que se bautizaban y creían en fe verdadera en nuestro redentor Jesucristo iban a la gloria del paraíso,
y los que no creían en él iban al infierno y a sus penas, haciéndole entender todo por un intérprete.
Mas él no quiso ser cristiano diciendo que no sabía que cosa fuese esa ley y comenzó a invocar a
Paccamaca (Pachacámac) y al capitán Quízquiz que vinieran a socorrerlo". Murió en la plaza de
Sachisagagna, quemado vivo.
El 14 de noviembre de 1533, se presentó en el campamento de Francisco Pizarro, de Xaquixaguana,
Manco Inca Yupanqui, hijo de Huayna Cápac, de ascendencia cusqueña, que había andado siempre
fugitivo de las huestes de Atahualpa. Manco Inca Yupanqui, llamado también Manco II, era uno de los
hijos de Huayna Cápac con la Coya Imperial del Cusco. Nació, probablemente, en 1515. Fue nominado
Sapa Inca pizarrista al poco tiempo de morir Túpac Huallpa (Toparpa). Su ascenso a Sapa Inca títere,
fue pactado en el encuentro que tuvo con Pizarro en Jaquijahuana. Su reconocimiento y colocación de
la mascapaycha se produjo en el Cusco ocupado. Fiel a los términos del compromiso adquirido, al
principio colaboró en todo con Pizarro.
Llegó a ayudarlo en la guerra contra las tropas rebeldes del general Quízquiz, hasta alejarlo de
Huánuco y situarlo a merced de los españoles y huscaristas en las tierras norteñas. Pero la armonía
entre Francisco Pizarro y Manco Inca Yupanqui duró muy poco. No por culpa de él sino de los
españoles, hasta que llegó Hernando Pizarro de España y lo puso en libertad en febrero de 1536; pero
sin que pueda salir del Cusco. Harto de la situación en que se encontraba, se subleva a Pizarro y a los
españoles.
Villanueva Sotomayor, opina que los incas habían observado las costumbres de los españoles, y que
fatalmente, no pudieron aprovechar las debilidades de los mismos, por las rivalidades, producto de la
guerra civil que aún continuaba, a pesar de la presencia del verdadero invasor. Y lo grafica muy bien,
diciendo que Manco Inca Yupanqui, sabía muy bien que los españoles en día domingo, no comían
carne roja y habiendo ido a pescar con unos indios la “comida de los españoles del día de guardar”,
recibió a un chasqui que le avisaba noticias del Cusco. Regresó Manco Inca Yupanqui al campamento
donde Francisco Pizarro para decirle: “… dice que Quízquiz con su gente de guerra va a quemar el
Cusco y que está ya cerca, y he querido avisártelo para que pongas remedio”. Nos parece excelente
el ejemplo del historiador Julio R. Villanueva Sotomayor, sobre cómo los responsables del Imperio, no
se daban cuenta, que el verdadero enemigo no eran las legiones de Huáscar ni de Atahualpa, sino, a
los que ayudaban. Es entendible la ayuda por parte de huancas, chankas, aymaras y otras etnias que
estaban sometidas al Imperio, pero, la ayuda de quechuas, que sostenían el Imperio…
La adhesión de Manco Inca Yupanqui o Manco II, a los españoles, adicionó más tropas incas al lado
de Francisco Pizarro; este inesperado apoyo, influyó en el ánimo del conquistador para entrar al Cusco,
presentando batalla a las huestes de Quízquiz.
Sin obstáculos, entró al Cusco el conquistador Francisco Pizarro, con Manco Inca y las huestes
españolas e incas huascaristas. “De este modo entró el Gobernador con su gente en aquella gran
ciudad del Cusco sin otra resistencia ni batalla, el viernes a la hora de misa mayor, a quince días del
mes de noviembre del año del Nacimiento de Nuestro Salvador y Redentor Jesucristo MDXXXIII” (nota:
año 1533).
Pizarro, entre tanto, al no ser hostilizado cuando tomó el Cusco, organizó otro ejército con gente de
Manco Inca Yupanqui que logró reunir “cinco mil guerreros”. Pizarro ordenó a Hernando de Soto, que
apoye a dicha tropa india con 50 de a caballo, saliendo del Cusco para presentar batalla a Quízquiz a
5 leguas de la ciudad, en donde estaba su campamento. En la localidad de Sapi, se enfrentaron ambos
ejércitos, de donde salió victoriosa la tropa combinada de Manco Inca Yupanqui, pero sin poder
derrotarlo. Luego de esta batalla, regresaron al Cusco. El general Paullu Inca, que comandaba las
tropas de Manco Inca, persiguió al ejército de Quízquiz, siendo derrotados en esa persecución; en el
Cusco se recibió la noticia “que les habían muerto mil indios”. Entre tanto Manco Inca Yupanqui solicitó
a los curacas “gente de guerra”, y en menos de diez días, tenía en el Cusco un ejército de 10 mil
guerreros.
El astuto Francisco Pizarro hizo legalizar el vasallaje un día domingo saliendo de misa a la que había
asistido con Manco Inca Yupanqui. Los hizo salir a la plaza al Inca, y le ordenó a su secretario Sancho
de la Hoz que leyera la “demanda y requerimiento”. Pizarro siguió el protocolo español tradicional para
estos casos; al final Pizarro abrazó a Manco Inca Yupanqui y éste retribuyó el gesto, ofreciéndole
chicha en un vaso de oro.
Llegado el verano y las copiosas lluvias estivales, no se organizó ninguna campaña contra las tropas
de Quízquiz. En febrero de 1534, el ejército de Manco Inca Yupanqui, que a la sazón contaba con 25
mil soldados y los 50 de a caballo de Hernando de Soto, se puso en movimiento, persiguiendo a
Quízquiz, por la ruta de Vilcas. Llegando a Vilcas, el ejército de Manco Inca, descansó; allí fueron
noticiados de que el ejército de Quízquiz, se encontraba en Xauxa. Esto preocupó sobremanera a la
tropa española de Manco Inca Yupanqui, porque en Xauxa, se encontraba la guarnición que había
dejado Francisco Pizarro, en su avance sobre el Cusco. Toda la caballería española al mando de
Hernando de Soto más 4.000 guerreros del ejército de Paullu Inca, comandados por él, se apresuraron
a ir en auxilio de los españoles dejados en Xauxa. Manco Inca Yupanqui y el resto del ejército, regresó
al Cusco. Parece que la tropa de Hernando de Soto y de Paullu Inca, llegó a tiempo, porque el ejército
de Quízquiz, había puesto sito a la plaza sin atacarla.
En uno de los reconocimientos a la plaza de Xauxa, por parte del ejército de Quízquiz, llegaron a una
legua de dicha llacta; Hernando de Soto y Paullu Inca, tomaron 20 de a caballo y 3.000 guerreros incas
y fueron en su búsqueda. Los de Quízquiz, fueron alcanzados en Maracaylla, en donde se produjo el
enfrentamiento. Villanueva, dice que el enfrentamiento fue duro, aunque no de “cuerpo a cuerpo”, ya
que un ejército se encontraba en una orilla del río Mantaro y el otro, en la otra orilla; las armas que
más se usaron en esta batalla, fueron la ballesta, flechas y “arcos como de piedra”. Los españoles,
decidieron cruzar el río, mientras las tropas de Quízquiz inician la retirada del lugar, siendo perseguidas
por las tropas de Paullu Inca “hasta hacerlas ocultar en un monte”. Como no salían de él, las tropas
de Paullu Inca, las atacaron en ese monte, muriendo varios curacas comarcanos y miles de la tropa
de Quízquiz, retirándose y siendo perseguidos por Paullu Inca, “tres leguas”. El ejército de Quízquiz,
se retiró a Tarma. Ahí, el curaca impidió la entrada de Quízquiz a la llacta, presentándole batalla. Las
tropas de Francisco Pizarro y de Paullu Inca, se habían enfrentado a las de Quízquiz en Vilcaconga,
Anta y Sapi, en el Cuzco; Jauja y Maracaylla, en Junín y en Vilcashuamán, en Ayacucho.
Francisco Pizarro se apresuró en nombrar "Sapa Inca" a Manco Inca Yupanqui, por las razones que
nos explica Villanueva Sotomayor:
“El 16 de noviembre, a un año de la toma de Cajamarca y de la captura de Atahualpa. Pizarro convirtió
a Manco Inca en Sapa Inca. … e hizo lo tan presto para que los señores y caciques no se fueran a sus
tierras, que eran de diversas provincias y muy lejos unas de otras, y para que los naturales, no se
juntaran con los de Quito sino que tuvieran un señor separado al que habían de reverenciar y obedecer
y no se abanderizaran, y así mandó a todos los caciques que lo obedecieran por señor e hicieran todo
lo que les mandara".
Era costumbre inca que cada curaca tuviera en el Cusco su alojamiento, porque tenía que venir a la
ciudad imperial para entregar sus tributos al Sapa Inca, a las fiestas (principalmente, al Inti Raymi) y a
toda convocatoria que se le hiciera desde el “Ombligo del mundo”. Pero, además, el auqui del curaca
(su hermano o uno de sus hijos) siempre estaba en el Cusco, disfrutando de los favores de la corte del
Sapa Inca. Su permanencia era la garantía del vínculo entre el Estado cuzqueño y los dominios del
curaca. Era una especie de rehén.
"Si Pizarro no optaba por darle el mando imperial a Manco Inca, los auquis y los curacas que estaban
en esos momentos en el Cusco, podían romper ese vínculo y actuar a su manera. Tal vez, podrían
haberse unido a las tropas rebeldes de Quízquiz u organizar de otro modo la resistencia”.
Los nobles del Cusco, no se daban cuenta aún de que Francisco Pizarro, estaba manipulando el
gobierno del Imperio, al nombrar como Sapa Inca, primero a Túpac Huallpa y luego a Manco Inca
Yupanqui, manteniéndolos como rehenes, incluso. Bien pudieron haber nombrado los curacas del
Cusco al nuevo Sapa Inca de entre las panacas reales, y manejar el gobierno con más independencia,
para organizar mejor la resistencia inca; pero, la guerra civil, ya había llegado a la capital del imperio
también. Pero lo cierto es que ni huascaristas ni atahualpistas, lo hicieron, con lo que se perdió la
oportunidad de unir nuevamente al Imperio y ofrecer a los españoles, una resistencia más organizada
y efectiva. Quizá, mientras estuvo vivo Challcuchimac, los ataques incas fueran débiles, por el temor
a las represalias de los españoles en la persona de dicho general inca; pero asesinado el general inca,
no creemos que a Quízquiz, le importara mucho la vida de Manco Inca Yupanqui, por ser huascarista.
El otro concepto que podría explicar la aislada resistencia, sería el modo de combatir de ambos
ejércitos: mientras los incas ofrecían batalla en campo abierto de manera franca; los españoles
apelaban a argucias para derrotarlos incluso antes de presentar batalla. No hay duda y esto está
sumamente claro, que las armas jugaron un papel determinante en esta fase de la historia del Perú,
por las razones que se explicó anteriormente.
Los españoles en el Cuzco
No hay duda que en el Cuzco era la ciudad principal de todo el Tahuantinsuyo. Al tomarla los
españoles, mermó significativamente la resistencia inca, no sólo porque allí se encontraba toda la
organización del imperio, sino por el significado que tenía para los ejércitos incas ver su capital tomada
y dominada por los españoles.
Hay en dicha ciudad otros muchos aposentos y grandezas; pasan por ambos lados dos ríos que nacen
una legua (5,5 kilómetros) más arriba del y desde allí hasta que llegan a la ciudad y dos leguas (11
kilómetros) más abajo, todos van enlosados para que el agua corra limpia y clara y aunque crezca no
se desborde; tienen sus puentes por lo que se entra a la ciudad...
Los españoles también dieron suelta a su codicia de metales preciosos en él, saqueándolo,
especialmente el Coricancha, los palacios imperiales y otros aposentos señoriales. Este oro y plata
fueron fundidos, obteniéndose 580.200 pesos de "buen oro". El quinto real representó 116.460 pesos
de oro; además la plata representó 215.000 marcos: 170.000 "eran de plata buena en vajilla y planchas
limpias y buena, y el resto no porque estaba en planchas y piezas mezcladas con otros metales
conforme se sacaba de la mina.
El 23 de marzo de 1534, Francisco Pizarro realiza la fundación española de la ciudad del Cuzco con
el título de La Muy Noble y Gran Ciudad de Cuzco. Se hizo el acta de fundación y se repartió entre los
españoles solares, tierras e indios. Como en toda ciudad española, se escogió la Plaza Mayor, el sitio
de la iglesia y se instalaron los primeros vecinos españoles del Cusco. Bajo el pretexto de "los
enseñaran y doctrinarán en las cosas de nuestra santa fe católica", se entregó a los españoles una
cantidad de indios para su uso en trabajo e impuestos. Pizarro favoreció a sus amigos; en el Cusco el
reparto de solares, tierras y nativos. Ello disminuyó la ya frágil cohesión española, aumentó las
diferencias y ahondó los resentimientos entre ellos.
Postrimerías
Francisco Pizarro, en compañía siempre del inca Manco Inca Yupanqui y de su ejército, sale del Cusco
en busca de Quízquiz, hacia Xauxa, en la zona central norte del Imperio. En Vilcas, el Gobernador se
entera de que Quízquiz con su ejército se encontraba 40 leguas (225 kilómetros) al norte de Xauxa,
camino a Cajamarca. Pizarro solicita envío de refuerzos y pasa a Xauxa. Allí se entera que Diego de
Almagro, que había sido enviado a socorrer al general Paullu y a Hernando de Soto, luego de
ahuyentar a las tropas de Quízquiz, pasó a Chincha y Pachacámac.
Llegado a Xauxa, el 25 de abril de 1534, Pizarro funda la nueva ciudad española de Jauja, con reparto
de solares y demás protocolo español de la ocasión. En este ínterin llegan los refuerzos del Cusco,
consistente en 4.000 indígenas a los que se unen los 30 españoles de a caballo y 30 de a pie. Paralelo
a lo anterior, Pedro de Alvarado había organizado otra expedición de conquista al Perú y ya se
encontraba en las costas del imperio con cuatro navíos, desembarcando en Puerto Viejo (actual
Ecuador) cuatrocientos soldados, "de los cuales 150 eran de a caballo", mientras que Sebastián de
Banalcázar, con 70 de a caballo.
Preocupado Francisco Pizarro por la presencia de Pedro de Alvarado en el Perú, instruye a Diego de
Almagro para que celebre negociaciones con él. Almagro, con el apoyo de Sebastián de Benalcázar,
salió el encuentro de Pedro de Alvarado, el cual se encontraba camino a Quito. Alvarado había salido
con destino al Perú desde Guatemala, con la intención de conquistar la zona norte del imperio inca.
Para ello, desembarcó en Bahía de Caráquez (actual Ecuador), dirigiéndose inmediatamente hacia
Quito. En Riobamba se encuentra Pedro de Alvarado con Diego de Almagro y Sebastián de Benalcázar
y celebran conversaciones. En ellas se acuerda que Pedro de Alvarado debía retornar a Guatemala,
dejando en el Perú a su tropa, buques y todo el parque, recibiendo a cambio una cantidad en oro y
plata como compensación.
El pago efectuado por Francisco Pizarro a Pedro de Alvarado fue una fortuna: se le entregaron 100.000
pesos de oro. Esa compensación significaba el doble del oro que recibió Francisco Pizarro en la
repartición de Cajamarca. Era de cuatro veces más que la que recibió Hernando Pizarro y cinco veces
más que la que recibió Hernando de Soto. Por sólo llegar hasta el Perú, Alvarado recibió más oro que
la que obtuvo por todas sus conquistas de Mesoamérica y "sin disparar un solo tiro de arcabuz". Todo
lo anterior, hizo una zanja aún más profunda entre los socios de la conquista.
Para Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Sebastián de Benalcázar, fue un negocio haber recibido
las tropas, los navíos y los pertrechos traídos por Pedro de Alvarado, para poder consolidar la
conquista.
BIBLIOGRAFIA
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Editora El Comercio S.A., 2011. ISBN 978-612-306-077-0
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El Perú en los tiempos modernos, Julio R. Villanueva Sotomayor, Empresa Periodística Nacional
S.A.C., Lima, Perú.