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Conflictos de distribución ecológica Joan Martínez-Alier l. Resumen Este artículo empieza analizando brevemente si el crecimiento económico mejora o dete ri ora el medio ambiente. En sociología ambiental, la tesis "postmaterialista" supone la "desmaterialización" de la economía, mientras la economía convencional considera los impac- tos ambientales bajo la categoría de "externalidades". La economía ecológica, por el contrario, considera una variedad de indicadores físicos (por ejemplo, el "espacio ambiental"). En este artículo se presentan ejemplos de distintos tipos de externalidades locales e internacionales. Las externalidades deben ser entendidas como conflictos de distribución ecológica -es por esto que surge el movimiento de "justicia ambiental" en Estados Unidos-. El valor de las externalidades en mercados reales o ficticios depende de la fuerza que tengan estos movimien- to s ambicntalistas. Sin embargo, algunos temas ambientales internacionales (capa de ozono, efecto de invernadero, pérdida de la biodiversidad "silvestre") no han dado origen a movi- mientos ambientalistas de base. En este documento se consideran algunos movimientos arnbientalistas de los pobres, tanto en lo referido a sus manifestaciones locales corno a sus irnplicancias globales. Palabras clave: Indicadores ambientales I Conflictos de distribución ecológica/ Justicia Ambiental I Biodiversidad I Externalidades Internacionales I Derechos de Propiedad sobre los Sumideros de Carbono I Espacio Ambiental I Deuda Ecológica I Ecología Política I Valores '' postrnaterialistas". Nº 1, julio 1997 41

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Conflictos de distribución ecológica

Joan Martínez-Alier

l. Resumen

Este artículo empieza analizando brevemente si el crecimiento económico mejora o deteriora el medio ambiente. En sociología ambiental, la tesis "postmaterialista" supone la "desmaterialización" de la economía, mientras la economía convencional considera los impac­tos ambientales bajo la categoría de "externalidades". La economía ecológica, por el contrario, considera una variedad de indicadores físicos (por ejemplo, el "espacio ambiental"). En este artículo se presentan ejemplos de distintos tipos de externalidades locales e internacionales. Las externalidades deben ser entendidas como conflictos de distribución ecológica -es por esto que surge el movimiento de "justicia ambiental" en Estados Unidos-. El valor de las externalidades en mercados reales o ficticios depende de la fuerza que tengan estos movimien­tos ambicntalistas. Sin embargo, algunos temas ambientales internacionales (capa de ozono, efecto de invernadero, pérdida de la biodiversidad "silvestre") no han dado origen a movi­mientos ambientalistas de base. En este documento se consideran algunos movimientos arnbientalistas de los pobres , tanto en lo referido a sus manifestaciones locales corno a sus irnplicancias globales.

Palabras clave: Indicadores ambientales I Conflictos de distribución ecológica/ Justicia Ambiental I Biodiversidad I Externalidades Internacionales I Derechos de Propiedad sobre los Sumideros de Carbono I Espacio Ambiental I Deuda Ecológica I Ecología Política I Valores ''postrnaterialistas".

Nº 1, julio 1997 41

Estudios y Debates

2. Externalidades habituales

A medida que las economías mundiales crecen (debido al aumento de la población y/o al aumento del consumo exosomático de energía y materiales), utilizan más recursos y servicios medioambientales. Las externalidades locales e internacionales se vuelven comu­nes. Con el fin de adecuar la economía al medio ambiente, en un proceso que podría deno­minarse ''aj uste ecológico" (de manera análoga al ajuste financiero de los programas de estabilización económica), un enfoque es el de la economía ecológica. La economía ecológica argumenta que es imposible asignar valores monetarios actualizados a la gran cantidad de externalidades, muchas de las cuales son desconocidas y muchas de las cuales tendrán efectos iITeversibles e inciertos en el futuro. Cuando se aconseja a los empresarios o políticos usar frases como "aplicar los precios correctos" o "debemos incluir todos los costos medio­ari1bientales y sociales", se trata de un consejo inaplicable a la realidad. Por ejemplo, un estimado de los costos marginales externos de la energía nuclear requeriría de estimados del valor presente de los costos (o beneficios) de los desperdicios radioactivos considerando un horizonte temporal de decenas de miles de años. ¿Con qué tasa de descuento? Una solución, en términos de otorgar "derechos de propiedad" y luego realizar negociaciones de mercado sobre los desperdicios radioactivos y la contaminación, realmente no eliminaría la incerti­dumbre actual, ni resolvería la cuestión intergeneracional. Los economistas ecológicos sos­tienen que los elementos de una economía con externalidades inciertas e irreversibles son inconmensurables.

La economía ecológica sostiene que los límites ambientales que se le pongan a la economía (metas, estándares o normas), no pueden establecerse a través del proceso de com­paración de beneficios privados, y costos externos y sociales, sino más bien deben establecerse y están establecidos en la práctica, a través de un proceso de "evaluación social" (¿de qué otra manera podría ser?) luego de debates científico-políticos 1. Una vez que estos límites ambientales se han establecido, los economistas convencionales pueden volver a escena, con especial habilidad y experiencia en la discusión de instrumentos (es decir, ¿para una reducción de emisión de S02 de X%, un impuesto pigouviano* sería más económico que el funcionamiento de un mercado de permisos de contaminación o viceversa?).

Ha habido propuestas de indicadores monetarios sobre la situación del medio ambien­te, tales como el "PBI verde". Asimismo, se ha propuesto la "sostenibilidad débil", es decir que la inversión neta debe ser al menos igual a la depreciación del "capital natural ''. La sostenibilidad débil es un indicador monetario sintético. Sostener que la economía sería "débilmente" sostenible si la inversión neta excede la suma de depreciación de recursos medioambientales renovables y no-renovables, implica confiar en la sustituibilidad entre el capital y los recursos medioambientales, así como en la posibilidad de medir la depreciación

*

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La idea de Funtowicz y Ravetz sobre "ciencia post-nonnal" y "revisión por pares ampliada". S. Funtowicz y J. Ravetz. "A New Scientific Methodology for Global Environmental Issues" en R. Costanza, ed. , Ecological Economics, Columbia U.P. , N. York. 1991. Impuesto pigouviano: Es un impuesto (del nombre del economista Pigou) que se añade al precio de los productos, y cuyo valor debería ser igual al costo de la contaminación. (N. del E.)

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de recursos medioambientales en las mismas unidades que el capital. La "sostenibilidad débil ' ' asume que sabemos cómo valorar, en términos monetarios, los servicios no-apropiables y no­comercializables de los recursos naturales, así como los sistemas ecológicos de supervivencia. Sin embargo, las técnicas de valoración económica no tienen la capacidad de proporcionar estimados actualizados convincentes del valor de los recursos naturales, o de extemalidades futuras e inciertas. Por lo tanto, los indicadores monetarios resultan creíbles sólo para audien­cias cautivas de economistas profesionales.

Nos quedan entonces los indicadores físicos ( o equivalentemente "cuentas satélite" de variaciones del "patrimonio natural", no integradas en términos monetarios a las cuentas nacionales). Detrás de una lista de indicadores, siempre habrá una historia de investigación científica y controversia política. Sin embargo, hay que recalcar que una lista de indicadores está lejos de ser una lista de "metas" para los indicadores; además, hay que considerar que la lista siempre estará incompleta. Una vez que se construye un indicador y se establece una "meta" para dicho indicador, se pueden discutir cuáles serán los instrumentos para alcanzar tal objetivo o meta. Este es el enfoque "costo-efectividad". Pero, como economistas ecológicos, debemos interesarnos también por los procesos de percepción social de las extemalidades ligados a la selección de indicadores y metas. Por ejemplo, un índice de pérdida de biodiversidad natural sería la apropiación humana de la producción neta de biomasa anual (HANPP). Existe la conocida cifra de 40% para ecosistemas tetTestres de todo el mundo, que proviene de la suma del uso humano directo (4%), uso indirecto (26%), y pérdidas (10%), que indica cla­ramente cómo se está reduciendo el espacio para otras especies2. Este sería un indicador in­teresante para realizar comparaciones entre diferentes regiones , algunas de las cuales están usando más biomasa de la que producen. Ahora bien, ¿cuánta biomasa y espacio necesitan otras especies para su conservación y evolución futura? ¿Hay grupos sociales que hacen uso político de tal indicador?

¿Cómo se pueden agregar los índices de impacto ambiental? A menudo, unos índices mejoran mientras otros se deterioran. El Instituto Wuppertal está tratando de desairnllar un índice físico sintético, MIPS (insumos materiales por unidad de servicio prestado),(Schmidt­Bleek, 1994), basado en la expectativa de que la economía se está orientando hacia la "desmaterialización". En general, ha habido intentos inconclusos de decidir si el crecimiento económico es malo (o bueno) para el medio ambiente. Tras la presentación del Informe Bruncltlancl de 1987, la moda fue comprobar que la pobreza era el principal enemigo del medio ambiente. Es cierto, la cantidad ele energía usada para cocinar podría disminuir con el creci­miento económico ele los países pobres (ya que las cocinas a kerosene o LPG sustituyen a fuegos abiertos con leña o estiércol seco), pero en términos generales el crecimiento econó­mico va ele la mano con la degradación. Los indicadores seleccionados siguen diferentes tendencias. Los estudios ele Ecología Industrial (Ayres, 1997) muestran que la creciente efi­ciencia en el uso ele materiales y energía a veces es superada por un "efecto Jevons" - como sus costos se vuelven más baratos, hay una tendencia a aumentar su uso-.

2 Yitousek, P. P. Erhlich. A. Erhlich, P. Matson, "Human Appropriation ofthe Products of Photosynthesis", Bioscience . 36(6) , 1986. pp. 368-373.

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Estudios y Debates

¿Estamos en buen camino si las emisiones de dióxido de azufre disminuyen mientras las emisiones de dióxido de carbono siguen aumentando? Mientras algunos indicadores mejoran. otros se deterioran, y necesitamos saber qué pesos relativos asignarles para evaluar el impacto ambiental global. Así pues, MIPS podría mejorar mientras que HANPP o el "costo energético de obtener energía" (Cleveland, 1991) se deteriora. (La inconmensurabilidad de valores se discute en Martínez-Alier, Munda y O'Neill, 1996). ¿Podemos aplicar la evaluación multi­criterial no compensatoria a la macroeconomía? No hay una unidad común . Hay diferentes, inconmensurables, tipos de valores. Es por eso que la Economía Ecológica usa una variedad de indicadores físicos .

3. Justicia ambienta.[ (local y global)

Las relaciones entre crecimiento económico e impactos ambientales son ampliamente debatidas por los economistas ecológicos. En la corriente principal de la sociología ambiental, se asume que la economía se vuelve "desmaterializada" ; es así que en los países ricos han iden­tificado un ambientalismo "postmaterial" preocupado por los valores recreacionales del medio ambiente más que por los sistemas y condiciones de supervivencia y producción. En contraste, desde mi punto de vista, se puede ver a los movimientos medioambientales como expresión social de (algunas) extemalidades no internalizadas (Leff, 1986, 1994). Los movimientos ambientalistas señalan los conflictos entre la economía y el medio ambiente , la denominada "segunda contradicción" del capitalismo (J. O'Connor, 1988). En otras palabras , algunos movimientos ambientalistas que actúan fuera del mercado elevan los costos que las empresas (o gobiernos) tienen que pagar para usar los recursos y servicios ambientales. Pero, ¡,de qué movimientos ambientalistas hablamos? ¿Locales o globales? ¿En los países ricos o en los pobres? Apoyarse en movimientos ambientalistas (ya sea en países ricos o pobres) podría parecer fuera de lugar porque son, en su mayoría, movimientos locales, mientras que algunos problemas ambientales, como el calentamiento global de la atmósfera o la pérdida de biodiversidad, aparentemente van más allá del ámbito de los movimientos ambientalistas locales.

Este aitículo indaga acerca de los vínculos entre lo local y lo global en los conflictos distribucionales sobre las condiciones ecológicas de supervivencia y producción. Tal como hemos propuesto Frank Beckenbach (1992, 1995), Martin O'Connor y yo mismo, la "distri­bución ecológica" se refiere a las asimetrías o desigualdades sociales, espaciales y temporales en el uso que hacen los humanos de los recursos y servicios ambientales, comercializados o no, por ejemplo, la degradación de recursos naturales (incluyendo la pérdida de biodiversidad), o las cargas de contaminación (Martínez-Alier y Martín O'Connor, 1996). "Ecología Política" (término que ya es usado por los antropólogos y geógrafos desde hace algún tiempo, cf Schmink y Wood, 1987), se refiere al estudio de estos conflictos de distribución ecológica. Como ejemplo, una distribución desigual de tierra unida a la presión de las exportaciones agrícolas puede causar la degradación de la tierra por parte de los campesinos que se ven obligados a establecerse en las laderas de las montañas (Stonich, 1993). Otro ejemplo viene dado por la discusión creciente sobre el " intercambio ecológico desigual", y también sobre la "biopiratería". Por ejemplo, se ha trabajado sobre el espacio ambiental efectivamente ocupado

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por economías industriales (para conseguir recursos y para colocar sus desperdicios3). Noso­tros los europeos no pagamos nada por el espacio ambiental que usamos para colocar nuestras emisiones de C01 . En este caso, los europeos actuamos como si todavía fuéramos propietarios de una considerable porción del planeta fuera ele Europa. Casi nadie se queja, o trata de cobrarnos una tarifa, pero la ocupación de un espacio ambiental más grande que el espacio territorial propio, origina una deuda ecológica con dimensiones espaciales y temporales (Azar y Holmberg 1995; Borrero, 1994; Robleto y Marcelo 1992). En este artículo, presentaré ejemplos (tanto locales como internacionales) de estos "conflictos de distribución ecológica". Primero, sin embargo, se requiere una discusión más profunda de la tesis "postmaterialista" ele fnglehart , la cual explícitamente deja de lado los conflictos distribucionales.

4. ¿ Valores postmaterialistas?

La relación entre degradación ambiental y bienestar (económico) varía de acuerdo a cada factor analizado. La calidad del agua es inferior en las zonas urbanas en los países pobres y aumenta con el bienestar económico, pero el consumo de agua también aumenta con la riqueza, y con ello, las reservas ele agua son sobrexplotadas en algunos países ricos y sufren ele salinización en las zonas costeras. Las emisiones de dióxido de carbono aumentan con la riqueza. La producción de desechos domésticos aumenta con la riqueza, y su composición los hace más difíciles ele reciclar. Ha habido una discusión sobre las relaciones entre la riqueza y el impacto ambiental en ténninos de la denominada "relación ele la 'U ' invertida" (Selden y Song, 1994; Arrow y otros 1995; Opschoor, 1995 ). Esta relación se aplica al dióxido de azufre. Las emisiones por habitante aumentan en las etapas iniciales de la industrialización , y luego disminuyen en la medida que se instalan filtros en las fundiciones ele metal o en las centrales tenno-eléctricas, o por cambios en los combustibles (de lignitos a gas). Si uno define la mejora de la "calidad ambiental" como la disminución de las emisiones ele dióxido de azufre, entonces, los países ricos industrializados están mejorando su calidad ambiental. Sin embargo, aún no hay evidencias ele una separación relativa, mucho menos ele una separación absoluta (que ya existe para emisiones ele S02) entre el crecimiento de la economía y el impacto ambiental (De Bruyn y Opschoor, 1994; Opschoor, 1995).

No obstante, suele creerse que la riqueza proporciona los medios para coITegir los daños ambientales y la gente rica es, ambientalmente hablando, más conciente porque puede afrontar la preocupación por la calidad ele vicia. Para muchos ambientalistas o ecologistas del Sur, tales creencias provocan ira, incluso cuando quien las profesa proviene del Sur tal como el ex-Ministro de Finanzas de la India, Dr. Manmohan Singh, quien justificaba los programas de liberalización comercial argumentando que generarían recursos para limpiar el medio am­biente (Singh, 1991 ).

3 Ver los informes del Insti tuto Wuppertal, Tmrnrds Sustninable Eumpe , y Zukunftsfdhiges Deutschland ( 1995)

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Estudios y Debates

Permítanme preguntar ahora: ¿Cuáles son las razones del crecimiento del ambientalismo (es decir, las acciones tomadas o las preocupaciones expresadas sobre el estado del medio am­biente debido a la acción humana)? Algunos autores creen que el crecimiento de ambientalismo en los países ricos se explica básicamente a pai1ir de un cambio cultural posterior a 1968, hacia los valores del "postmaterialismo". Esta posición optimista , que da por hecho la "desmalerialización", es conocida como la tesis "postmaterialista" de Ingleharl. Yo no estoy de acuerdo con ella, o más bien, me parece que sólo considera un tipo ele ambientalismo. Inglehart ( 1977, 1995) acepta que en los países ricos hay una preocupación por el deterioro de algunos indicadores ambientales, y que una parte creciente de PBI debe utilizarse para gastos "protectores", "defensivos", "correctivos" o de "mitigación" del daño ambiental (tal como se muestra en Leipe11, 1989), pero sin embargo, lejos de los costos e impactos ambientales, la te­sis de Inglehart es que el cambio cultural hacia los valores poslmaterialistas "subjetivos" sensi­biliza a algunas sociedades respecto a los temas ambientales. En realidad , los economistas convencionales que han trabajado sobre el tema de los recursos naturales en Estados Unidos4

han propuesto que la demanda de bienes ambientales aumenta con los ingresos y que, de ma­nera implícita, los pobres son "demasiado pobres para ser verdes".

Al tratar de desenmarañar las fuentes de apoyo para el ambientalismo en varios países, Inglehat1 ( 1995:61) describe el ambiente de los Países Bajos como relativamente "prístino", una evaluación sorprendente ya que es un país con una densidad de 400 personas por kiló­metro cuadrado, y hablando a grosso modo, tiene igual número de seres humanos como de vacas, cerdos y carros. Entonces, esta representación distorsionada permite atribuir el ambientalismo holandés principalmente al "postmaterialismo". Los países escandinavos tam­bién son clasificados por Inglehart como ambientes relativamente "prístinos" ( ibid). De hecho están menos poblados que los Países Bajos. Inglehart atribuye el ambientalismo escandinavo sobre todo al "postmaterialismo", sin considerar los siguientes hechos: una porción de sus economías se basa en la extracción de recursos naturales, uno de ellos (Suecia), tiene un número excesivo de centrales nucleares respecto a su población; han estado expuestos a la radiación de Chernobyl , y también a la "acidificación" de fuentes externas. Entonces hay suficientes razones materiales para volverse ambientalista en los países escandinavos. Pero hay muchas razones para volverse ambientalista en países pobres o regiones pobres, cuyo espacio ambiental está siendo utilizado en beneficio de los países ricos.

S. Variedades del ecologismo

Como hemos visto, la tesis postmaterialista explica los movimientos ambientales de los países ricos en términos de un cambio de valores culturales hacia temas de "calidad de vida", lejos del consumo material. El hecho de que los conflictos de distribución económica ya no sean tan agudos, ha llevado a un cambio generacional hacia nuevos valores que incluyen un creciente aprecio del valor recreativo del medio ambiente debido a la disminución de la

4 Al menos desde H.J. Barnett y Chandler Morse, 1963, y John Krutilla, 1967. Ver una crítica en R.B . Norgaard, 1990.

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utilidad marginal que proviene de los bienes materiales abundantes y fácilmente obtenidos. La tesi s de Inglehart puede ser criticada si suponemos que el crecimiento económico va unido a la degradación ambiental. Por lo tanto, en los países ricos existe un arnbientalismo materialista contra los peligrosos y molestos "afluentes de la opulencia'' (por ejemplo, el movimiento de Justicia Ambiental en Estados Unidos, Bullard, 1993; Schwab, 1994; Szasz, 1994). La tesis ' ·postrnaterialista" también ha sido criticada porque es fácil (según encuestas de opinión) encontrar evidencia de un gran interés por el medio ambiente en países pobres (Brechin y Kempton , 1994). En realidad hay evidencia del "ecologismo de los pobres' ' no sólo en las encuestas de opinión sino también en muchos conflictos sociales en la historia o en el presente (Guha, 1989; Martínez-Alier, 1991; Guha y Martínez-Alier, 1997). A veces tales conflictos son identificados corno "ambientales" por los actores mismos; en otras ocasiones, tales con­flictos han sido expresados en lenguajes no-ambientales - por ejemplo, los "seringueiros" en Acre a fines de los años 80 eran miembros de un Sindicato, tenían vínculos con algunos movimientos cristianos locales inspirados en la "teología de la liberación" , y fueron conocidos como ecologistas quizás para su propia sorpresa.

En los países pobres a veces se asume que el ambientalismo ha sido irnp011ado y organizado por el arnbientalismo postmaterialista del Norte, inspirado por grupos con ingresos suficientemente altos como para pennitirles preocuparse por temas postmateriales de calidad de vida en vez de por la vida y la supervivencia. Hugo Blanco (un ex-líder campesino de Perú) señaló en 1991 que, a primera vista, los ambientalistas o conservacionistas son unos tipos ligeramente locos cuyo propósito en la vida es prevenir la desaparición de las ballenas azules o los osos panda, pero la gente común tiene cosas más importantes en qué pensar, por ejemplo. cómo conseguir el pan diario. A veces no son tipos tan locos, sino inteligentes que , bajo el pretexto ele proteger las especies en peligro de extinción, han fo1mado las denominadas ONGs a fin ele obtener jugosas sumas ele dólares en el extranjero ... Tales opiniones a veces son ciertas. Sin embargo -concluyó Hugo Blanco- en el Perú existe un gran número de personas que son ambientalistas. Por supuesto, si le digo a esa gente, ustedes son ecologistas, ellos tal vez replicarían , "ecologista tu madre". Veamos, pues . ¿No es el pueblo de Bambamarca realmente ambientalista, al luchar valientemente una y otra vez contra la contaminación mi­nera ele sus aguas? ¿No son realmente ambientalistas la ciudad de Ilo y los pueblos aledaños que están siendo contaminados por la Southern Peru Copper Corporation? ¿No es el pueblo de Tambo Grande (Piura) ambientalista cuando se levanta corno un puño ce1Tado y está dispuesto a morir para prevenir la contaminación minera ele su valle? También la gente del Valle del Mantaro que vio a sus ovejas morir debido al humo ele la fundición ele La Oroya. Y la población de la Amazonía es totalmente ambientalista, y muere defendiendo sus bosques contra la depredación . También la gente pobre de Lima es ambientalista cuando se queja de la contaminación ele las playas5.

Conozco casos similares en otros países. Por ejemplo, en Ecuador, el vecino norteño de Perú, ¡_acaso no son ambientalistas los pobres e indígenas ele Zárnbiza, que viven alrededor del valle al noreste de Quito donde cada día se descarga más de un millón de kilos de desperdicios

5 Artículo en 'La República· . Lima, 6 de abril de 1991. Los 1érminos "ecologista" (no en el sentido científico sino de activisla social) y "a111bientalis1a" los usó Hugo Blanco como sinónimos.

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Estudios y Debates

domésticos quienes reclaman, sin éxito, que ese basurero contaminado se cie,,-e? ¿Y la población de Salango. en la costa, que se queja de la contaminación que provoca la fábrica de harina de pescado, tal como sucede en otras partes de la Costa del Pacífico de Chile (Talcahuano) y Perú (Chimbote)? ¿Acaso no han sido ecologistas los campesinos de Salinas en la provincia de Bolívar, quienes a pesar de no contar con el apoyo de sus propias autoridades comunales, evitaron la explotación minera de Río Tinto en su territorio? ¿Y la población amazónica que se queja de los de1i-ames de petróleo? ¿Y la población negra pobre de la provincia de Esmeraldas en la costa, formada sobre todo por mujeres , que están al frente de la defensa de los manglares y en contra de la industria del camarón, como en muchas otras partes del mundo? (Varea y otros, 1997).

Y al sur de Perú , en Chile, ¿no fueron realmente ecologistas , los habitantes urbanos pobres de Santiago que se quejaron una y otra vez hasta que el basurero de Lo Errázuriz fue suprimido? ¿No eran ecologistas, a pesar de su ignorancia por tal le1111inología, las comuni­dades Huilliche de Compu y Güequetrumao en la isla de Chiloé, que se enfrentaron a la tinna forestal Golden Spring, en un caso similar a muchos otros en el sur de Chile y en otras partes? ¿ Y la población de Paipole, que se quejó de las emisiones de dióxido de azufre de la fundición de cobre, arriesgándose a perder sus propias fuentes de empleo? ¿Y los agricultores de Huasco, pobres y no tan pobres, cuyos olivos se ven dañados por las emisiones de pai1ículas de fierro provenientes de la fábrica situada en su valle?

Quizás los ejemplos más conocidos de ecologismo de los pobres son Chico Mendes y los "seringueiros", el Movimiento Chipko, el movimiento contra las represas del Narmada, y ahora la lucha de los Ogoni contra la Shell. Pero hay muchos más. En la Amazonía brasileña. aparte de muchos casos de resistencia ambiental de los grupos indígenas, hay otros casos bien documentados de "ecologismo de los pobres". Así, Acevedo y Castro ( 1993) describen el pro­blema que recayó sobre un grupo étnico en el río Trombetas, un antiguo 'quilombo', que desde mediados de 1970 ha tratado de combatir la hidroelectricidad y minería de bauxita de las com­pañías brasileñas y extranjeras (que amenazaban con destruir la Carhoeira Porteira , un lugar sagrado para ellos). Al mismo tiempo, este grupo se enfrentó a IBAMA, la agencia ambiental brasileña que designó al tenitorio ocupado por estos negros de Trombetas como "reserva bio­lógica". Esto se entendió como un truco para desalojarlos en beneficio de las corporaciones mineras . En la región que rodea Santarem existe un conflicto entre los pescadores ribereños, que pescan en los lagos que el Río Amazonas dejó atrás en la varz.ea , el período de aguas bajas, entre julio y diciembre, y los pescadores industriales llamados 'geleiros' (es decir, hombres con hielo). Se están haciendo intentos para instituir legalmente un sistema de manejo comunal de los lagos, para beneficio de los habitantes del lugar, y para la conservación de recursos (McGrath y otros, 1993). El movimiento en defensa de las palmeras 'babassu ' en Maranhao y en los estados vecinos, al noreste brasileño, confo1mado sobre todo por mujeres, las "quebradoras de coco'' (Anderson y otros , 1991 ; May 1990; Almeida, 1995) también se está haciendo conocido. Decenas de miles de personas están involucradas en una amplia área. Mujeres que se ganan la vida o complementan sus bajos ingresos cosechando y partiendo cocos y vendiendo esas semillas ricas en aceite, desean proteger y preservar las palmeras contra los dueños de las tiem1s. Otro ejemplo más, en todo Brasil, son los movimientos de 'atingidos pelas barragens' (ver Magalhaes, 1994; Schmitt, 1995; Waldman, 1992), similares a otros movimientos contra grandes represas en todo el mundo.

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Martínez-Alier: Conflictos de distribución ecológica

Uno podría viajar alrededor del mundo recopilando casos de "ecolog ismo de los po­bres". ¡Qué viaje de investigación tan agradable y entretenido sería ese! Entre una y otra jornada se podría desarro ll ar una investi gación sobre obras de ficción , si ése es el término aprop iado6. En la Tabla I se clasifi can los tipos (y teorías) del arnbientalismo. Un criterio es la dimensión material/no-material. Otro criterio es el ambientali smo de abundancia versus el ambientalismo de supervivencia; el ambientalismo que busca mejorar la calidad de vida versus el ambientali smo de la supervivencia (Martínez-Alier y Hershberg, 1992). Algunas situac iones cruzan los límites de las cas ill as de la Tabla 1. Por ejemplo, hay luchas en países pobres contra los desperdicios tóxicos (i mportados o localmente producidos), mientras hay protestas en países ricos (Canadá, Nueva Zelanda, Estados Unidos) encabezadas por nativos a fin de reforzar sus derechos teJTitoriales para proteger el acceso a sus propios recursos naturales o para protegerse a sí mismos de las descargas de desperdicios 7 . También, la defensa de comunidades contra el Estado o el Mercado a veces se basa, en parte, en los valores religiosos -como en la creencia de la Pachamama en los Andes-. Y, sin duda, hay casos que no encajan en absoluto con la idea de un "ecolog ismo de los pobres" -por ejemplo, los "garimpeiros" amazónicos que buscan oro y contaminan ríos con mercurio-. Observen que la dimensión global versus local aún está ausente en la Tabla 1, y se discutirá posterionnente.

Figura 1 La economía imbricada en las instituciones sociales y en el ecosistema

J Recursos naturales

~

Energía solar e

industrial

Reciclaje

Recursos degradados

~ Energía

degradada

Energía térmica (calor

disipado)

6 De regreso al Perú. en el Perú ele 'Todas las Sangres· de José María Argueclas, ¿acaso no eran ecologistas los vec inos pobres del pueblo ele San Pedro de Lahuayrnarca. quienes en alianza con los indígenas de la comunidad. quemaron su propia iglesia y mataron al ingen iero ele la mina. exasperados por la a1rngancia de la firma minera Wi sther y Bozart. la cual arrojó escori as en los maizales de La Esperanza?

7 El ecologismo de las mujeres a veces ha sido explicado en términos de una identificación no-materia li sta y esenciali sta con la naturaleza. Presento corno ejemplo a Vandana Shi va ( 1989) La misma autora ha publicado trabajos más sociales y materialistas. Se puede aprec iar excelentes intentos de superar la tensión dentro del ecofeminisrno entre la línea esencial ista y la línea social , en la entrevista de V. Kuletz a Barbara Hotl and-Cunz ( 1992). en el capítulo de A riel Sa lleh en Martín O'Connor ( 1994 ). y en Bina Agarwal ( 1992).

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Estudios y Debates

En países ricos

En países pobres

Tabla 1 Algunos tipos de ambientalismo

Materialistas

Reacción contra el creciente impacto de la contaminación producida por la abundancia, por ejemplo el "movimiento de justicia ambiental" en E.U., el movimiento antinuclear.

El "ecologismo de los pobres", por ejemplo la de­fensa de la supervivencia y el acceso comunal a los recursos naturales, amenazados por el Estado o el Mercado (Guha, 1989).

Reacción contra la degrada­ción ambiental causada por el intercambio desigual , pobreza, el crecimiento de la población.

También el ecofeminismo social (Bina Agarwal).

No-Materialistas

Cambio cultural a valores postmateriales de calidad de vida y creciente apreciación por la naturaleza debido a la decreciente utilidad marginal de los bienes materiales abundantes y fáci lmente obtenidos (Inglehart).

Religiones biocéntricas dis­tintas a las religiones antropo­céntricas (Lynn White).

Ecofeminismo esencialista (por ejemplo, Vanclana Shiva, 1989).

6. Externalidades producidas por empresas transnacionales

La asignación de bienes ambientales e impactos ambientales negativos será diferente si se da a través del mercado o fuera de él. Los economistas explican, a veces, la existencia de externalidades o el agotamiento y rápida disminución ele recursos por la ausencia de derechos de propiedad sobre el medio ambiente. Mi propia interpretación es que las externalidades a menudo pueden verse como "conflictos de distribución ecológica" (Martínez Alier & O'Connor, 1996) -o como Kapp lo planteaba, "transferencias de costos", donde "costo" no significa sólo costo monetario- . Los casos locales de contaminación a menudo obtienen respuestas locales. Pero, ¿qué tipo de respuesta social obtienen las depredaciones de recursos o las externalidades globales tales como el efecto de invernadero? A veces hay quejas sobre la poca respuesta o el escaso interés que el Sur del planeta muestra por el cambio climático. Más allá de las incertidumbres científi-

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Martínez-Alier: Conflictos de distribución ecológica

cas (que son muy amplias respecto a los impactos locales) , se cree que las luchas día a día por la supervivencia económica impiden que la gente piense en la ecología global. La preocupación por el cambio climático sería un lujo de los ricos, no una necesidad de los pobres.

En el caso de pérdidas de biodiversidad (sin duda un nuevo ténnino para la mayoría de la gente en el mundo) , la situación es diferente. Hay reacciones locales. Hay una nueva percepción de la apropiación de los recursos genéticos sin el reconocimiento o pago por la propiedad intelectual de los campesinos e indígenas o por el conocimiento que ellos poseen sobre detenninados recursos. La "biopiratería" (una palabra introducida por Pat Mooney alrededor de 1993) es un nuevo té1mino, pero la práctica es antigua. Incluso las compañías que en principio están dispuestas a compensar los conocimientos locales (tales como Shaman Phannaceuticals) incurren en intercambios desiguales8. El hecho de que se hayan venido apropiando de recursos genéticos agrícolas y "silvestres" gratuitamente, sobre los cuales re­cientemente se han aplicado derechos de propiedad intelectual , está originando una discusión general en el Sur sobre la "biopiratería" y sobre los méritos e inconvenientes de la comercialización ele la biodiversidad. Sin embargo, aun cuando los derechos ele propiedad sobre la biodiversidad fuesen conferidos a la gente pobre, habrá una tendencia a que los precios sean bajos, de acuerdo al principio "los pobres venden barato" , que llamo también el principio de Lawrence Summer (The Economist, 8 ele febrero, 1992). Sabemos que todas las personas son dueñas de sus propios cuerpos y salud (excepto los esclavos), sin embargo la gente pobre vende barata su salud cuando trabaja por un bajo salario en minas o plantaciones. Al parecer en algunos países los servicios sexuales de algunos niños pobres (sobre los cuales presumiblemente tienen derechos ele propiedad) son vendidos a un bajo precio a turistas del norte; y hay rumores plausibles de que partes de cuerpos son extirpadas y exportadas a bajo precio para transplantes, lo que podría considerarse una eficiente asignación de tales "mercan­cías ficticias" dada la actual distribución de ingresos ("mercancías ficticias" era el término de Karl Polanyi para la tierra y el trabajo en ú1 Gm11 Tra11sfor111aciá11).

Voy a dar ahora algunos ejemplos de externalidades internacionales con el fin de insistir en el siguiente punto: los valores económicos de las externalidades dependen no sólo de la per­cepción social de la realidad física, sino también de las instituciones de derechos de propiedad y de la distribución del poder y los ingresos (Figura 1). Las "externalidades internacionales" pueden referirse a la contaminación que traspasa fronteras (como con la lluvia ácida en Euro­pa, o la radiación de Chernobyl), a la "exportación" de dióxido de carbono a sumideros distan­tes, o a las exportaciones de desechos tóxicos. Voy a referirme a algunos casos que resultan de prácticas de empresas multinacionales en el sur del planeta. Actualmente hay casos judiciales pendientes contra compañías internacionales por daños ocasionados en países pobres -lo que he denominado "la internacionalización de la internalización de las extemalidades"-. Tales casos muestran la influencia del marco institucional en la valorización de extemalidades. ¿Cómo se construyen socialmente esas externalidades? ¿Cómo contabilizar, por ejemplo, los daños a la salud humana y a la biodiversidad de los de1Tames de petróleo en la Amazonía? ¿Cómo valo-

8 V. Reyes. "El Valor de la Sangre de Drago", Seedling, The Quarterly Newsletter of Genetic Resources Ac1ion lnternational (Publicación lrimestral de Acción Internacional de Recursos Genéticos). vol.! 3. n. l. Barcelona. Marzo 1996, pp.16-21.

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Estudios y Debates

rarlos'! Aunque tales casos judiciales a veces surgen del gusto de los abogados por I itigar más que del deseo de defensa del medio ambiente y de la justicia social, son un subproducto del creciente impacto ambiental de la economía industrial. Estos daños no son "sorpresas" (técni­cas o nuevos productos que no resultaron bien). Se producen debido al crecimiento de la eco­nomía, a las disparidades de poder e ingresos, y a la ausencia de un sistema claro de derechos de propiedad para los habitantes del lugar. Tengo información de casos (juicios que se llaman class acrion .rnirs), promovidos desde Ecuador contra Texaco (en Nueva York) debido a los derrames de petróleo en la Amazonía, y contra Dow Chemical y otras firmas (en Texas y Mississipi) debido a la esterilidad producida por el nematicida DBCP a los trabajadores de las plantaciones de bananos. Hay un caso (en Texas) contra la Southern Peru Copper Corporation por contaminación de aguas y por daños a la salud (debido a las emisiones de SO~) en Ilo (ver el New York Times , 12 de diciembre, 1995, y Balvin, 1995). Hay un caso judicial (en Nueva Orleans) contra la compañía minera Freepo11-McMoran por daños en lrian Jaya (The Economist, 20 de julio 1996, p.52; Down to Earth , 31 de julio, 1996). Si la jurisdicción en las cortes de Estados Unidos es rechazada (como para Bhopal) , entonces las externalidades costarán poco, serán baratas. Por el contrario, si la jurisdicción es aceptada, entonces el dinero destinado a compensar los daños puede ser abundante. Debido a la explotación intensiva de petróleo y madera, y la expansión de la minería en los Trópicos , es de esperar que tales conflictos se incrementen (involucrando también a firmas europeas), por ejemplo, se podría esperar acusa­ciones judiciales contra la Shell (¿de Perú?, ¿de Nigeria?), contra la Elf (¡.de Ecuador'?).

Corriendo el riesgo de crear una situación incómoda, quiero citar un infonne sohre las consecuencias de las actividades de la Shell en la Amazonía peruana en los años 80. ·'En el área del b.~o Urubamba en el Perú, la Shell inició un programa de exploración sísmica con miras a evaluar el estado de las reservas de gas natural. El grupo más afectado por el programa fue el pueblo Nahua. Antes de 1984, los Nahua no tenían contacto con el mundo exterior. Los primeros contactos fueron , a menudo, esporádicos y violentos, sus enfrentamientos con la Shell, por ejemplo. causaron una serie de daños y pusieron en peligro la continuidad del trabajo. La compañía trató de mejorar sus relaciones con los Nahua ofreciéndoles herramientas, comida y otros regalos, incluso llevando a algunos de los Nahua a los campos de la Shell . La iniciativa fue un éxito y el programa de exploración pudo continuar. La relación cordial entre la Shell y los Nahua llevó a las compañías de explotación forestal a intentar un acercamiento similar, ofreciendo regalos a cambio de madera. Desafortunadamente, el contacto repetido introdujo la tos ferina y la influenza, enfennedades que los Nahua no resistieron . Los cálculos más conservadores indican que el 50% de la población murió, y que muchos otros huyeron a un área vecina o a la población de Sepahua, donde su cultura se desintegró completamente, con­denándolos a vivir como mendigos en las calles. Recientemente, la Shell firmó un contrato con el gobierno peruano para explotar las reservas del gas de Camisea"9.

Por supuesto, las compañías multinacionales no son responsables de la desaparición de la gente y las culturas en América a partir de 1492. Sin embargo, hay información reciente

9 De un folleto de Oilwatch de 1995. una red de organizaciones activistas en países tropicales , <[email protected]·x.ec>. En sus publicaciones, Oilwatch establece la conexión entre las crecientes exportaciones de petróleo y gas, que implican fuertes impactos sociales y ambientales a nivel local. y las excesivas emisiones de dióxido de carbono en el mundo.

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Martínez-Alier: Conflictos de distribución ecológica

sohre situaciones que podrían ser similares a la ele los Nahua, también en la Amazonía peruana. involucrando a compañías petroleras muy conocidas 10. Tales e,iemplos muestran que, a pesar de todas las promesas de "Jesmaterialización", e l creciente impacto ambiental de la economía humana (las mejoras en la eficiencia técnica son más que compensadas por los ingresos y las pohlaciones crecientes) está causando nuevos conflictos de distribución ecológica a nivel internacional. Tales conllictos en los que el petróleo, e l gas, los minerales, el efecto inverna­dero. la cu ltura y las vidas humanas están involucradas, no pueden resolverse a través de simples llamados a la ''internalización ele externalidades·· en el sistema de precios.

La incertidumbre científica convertida en una dudosa contabilidad ele beneficios y costos monetarios (a tasas arhitrarias ele descuento) no es realmente útil para guiar la explo­ración y explotación de los hosques tropicales, o. en un nivel menor, para decidir la técnica de eliminación de desechos del Brent-Spar. Mientras en algunos círculos empresariales (y políticos) una ciega confianza en el simple sloian de " internalizar las externalidades" aún predomina (éste era el principal mensaje de Schmidheiny), la experiencia muestra la necesidad de un enfoque más participativo. Según The Economist (20/7/96), la Shell introdujo un debate ahierto sohre el Brent-Spar en Internet. Mi opinión es que lo que es bueno para el Mar del Norte debería ser bueno para el bajo Urubamba (o para los Ogoni en el delta del Niger), no sólo por justicia sino también por el bien del medio ambiente.

7. Implementación conjunta: el caso de FACE en Ecuador

El aumento del efecto invernadero no es atribuihle a ninguna empresa o ciudadano en particular. y no hay jurisdicc ión internacional (en mi opinión) a la que un país o grupo de ciudadanos pudiera recurrir como demandantes contra quienes son responsables por el camhio climático. Algunas incertidumhres están siendo aclaradas lentamente por la investigación científica sobre las causas y consecuencias del cambio climático, pero no se aplica ningún principio Je ' ·el que contamina paga" ni ninguna ley internacional de responsabilidad por daños. Esto debe cambiar.

Cuando las filmas o los individuos producen externaliclades negativas, y estas no son contabilizadas, entonces están actuando como si fuesen dueños del medio ambiente, no en el sentido legal , pero sí en un sentido económico. Esta es la noción económica de "derechos de propiedad". La economía está abierta al insumo de energía y materiales , y produce residuos, tales como el dióxido de carbono, los metales pesados, los desperdicios radioactivos ... Hasta hace cerca de cien años, no existía la percepción social de que las emisiones de C02 por parte ele los humanos que quemaban combustibles fósiles, fuesen una externalidad negativa y, de hecho hasta los años 50, la interpretación usual de los científicos era que un aumento en la temperatura sería bueno. Incluso hoy, hay mucha incertidumbre respecto a los efectos locales del efecto aumentado de retención de calor solar. Los intentos de hacer un análisis costo­beneficio del efecto invernadero no son convincentes por la arbitrariedad de la tasa de des-

1 O Oilwatch. "Los desastres del petróleo en la Amazonía peruana". Ecología Política, 12. 1996. pp. 141 -144.

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Estudios y Debates

cuento (Azar y Sterner, 1996), y también porque muchas cuestiones no son fácilmente medibles en tétminos físicos, mucho menos valorizables en tétminos monetarios (Funtowicz y Ravetz, 1994 ). Además , los valores económicos de las propiedades de las vicias humanas dependen de instituciones sociales. La "internalización de externalidades" no es un ejercicio técnico menor. Cuando las cosas se hacen de esta manera, los resultados pueden ser adversos, como sucedió con la aplicación por el IPCC (el Panel Internacional sobre Cambio Climático) del análisis costo-beneficio al cambio climático.

La falta de acciones en el Norte para prevenir las emisiones de dióxido de carbono (el principal gas que causa el efecto invernadero) que sobrepasan la capacidad de la Tierra para absorber dióxido de carbono a través de nueva vegetación o de los océanos, quizás conducirá a un reclamo generalizado en el Sur sobre los derechos de propiedad de esta capacidad ele absorber las emisiones. En este contexto, podríamos ver casos de "implementación conjunta" en el Trópico como, por ejemplo, entre FACE (una fundación holandesa formada por firmas eléctricas, con el nombre de Absorción Forestal ele Emisiones de Dióxido de Carbono) e INEFAN, la agencia ecuatoriana de parques naturales y bosques. Aquí vemos un caso típico de compra de un sumidero barato de CO,, esperando que sea reconocido como parte de la reducción de emisiones holandesas de CO,~ si no ahora, al menos después del año 2,000 (Kuik y otros, 1994, p.xiii , 117). FACE tiene proyectos en varios países. Uno de ellos (llamado Profafor) consiste en plantar 75,000 hectáreas de eucaliptos y pinos en los Andes ecuatorianos. Hay mucho que decir del eucalipto (y no tocio negativo). También hay mucho que decir sobre la competencia y/o complementariedad entre árboles y agricultura, ele la seguridad alimenticia, y del hecho que, como dicen los activistas ambientales, "las plantaciones no son bosques". Dejando todo esto de lado, el infotme FACE señala 11 que en los Andes ele Ecuador a una altura de 2,400 y 3,500 metros "la agricultura ya no es posible, y la ganadería es menos rentable", una afirmación an-ogante, aunque quizás uno no debería esperar que una fundación holandesa muestre una gran destreza en temas de agricultura ele montaña.

La discusión sobre la "implementación conjunta" - en el sentido de pagar por proyectos de forestación en el Sur para compensar las excesivas emisiones de dióxido de carbono en el Norte - quizás llevará a un reclamo generalizado en el Sur sobre los derechos de propiedad sobre la capacidad ele absorción de la Tien·a, quizás en términos proporcionales a la población (siguiendo la platafmma de Agarwal y Narain, 1991 ). La "implementación conjunta" usual­mente es propugnada a partir del "costo-efectividad", es decir, resulta más barato colocar dióxido de carbono en la creciente vegetación de los países tropicales que reducir las emisio­nes de dióxido de carbono en países ricos. En realidad, si no fuera por la absorción de las emisiones de dióxido de carbono producidas por los humanos en sumideros naturales, como la nueva vegetación o los océanos, el efecto de invernadero sería mayor que en la actualidad. Aproximadamente la mitad del dióxido de carbono producido por humanos al quemar com­bustibles fósiles, no se llega a acumular en la atmósfera, sino que es colocado gratuitamente en estos sumideros "naturales". Los ricos actúan, entonces, como si fueran propietarios de una

11 FACE, Informe Anual, Arnhem, 1995. p.18 . El presidente del Directorio de FACE es E.H.T.M. Nijpels , un ex-Ministro de Medio Ambiente. y de los siete miembros del Directorio. cuatro representan a ministros del gobierno.

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desproporcionada parte de la capacidad ele absorción ele dióxido de carbono por la nueva vegetación y los océanos. El remanente del dióxido de carbono se descarga en la atmósfera como si ellos fueran también su dueño. Al pe1mitir que continúen las emisiones masivas hasta alcanzar una concentración de 500 ppm ó 600 ppm de dióxido de carbono en la atmósfera (el llamado nivel máximo permisible o nivel seguro), surgen las preguntas científicas y políticas ele "seguro para quién" y "permitido por quién". La " implementación conjunta" , en el sentido ele exportar dióxido ele carbono a sumideros externos, más allá del propio espacio ambiental , se ha producido por décadas. Lo que ahora se propone es que, en casos específicos, una cantidad pequeña de emisiones excesivas de dióxido de carbono se colocará, previo pago, en el sumidero proporcionado por la nueva vegetación. Por lo tanto, tales propuestas de forestación para una " implementación conjunta" pondrían sobre la mesa de negociación el tema de De­rechos de Propiedad sobre la capacidad de absorción del dióxido de carbono. También levan­tarían el tema de la Deuda Ecológica del No11e al Sur, originada por los servicios ambientales de absorción de dióxido de carbono proporcionados por el Sur gratuitamente hasta hoy. Los países que están en posición de acreedores de la Deuda Ecológica, podrían acelerar las nego­ciaciones sobre el cambio climático reclamando esta Deuda Ecológica (que es difícil de cuantificar en términos financieros).

8. Lo global y lo local

El confiar en el surgimiento de movimientos ambientales como signo del conflicto entre economía y medio ambiente parece errado cuando los temas son globales. Hay casos en los que, a pesar de la existencia de una externalidad reconocida (calentamiento global, destrucción de la capa de ozono, pérdida de la biodiversidad silvestre) , no han surgido espontáneamente movimientos ambientalistas ele base. Primero, los científicos y a veces el movimiento interna­cional de la vida silvestre, llamaron la atención sobre tales externalidades, antes de que cualquier movimiento de base se ocupara de estos temas. El debate sobre Comercio y Medio Ambiente fue iniciado efec tivamente por el WWF (con un documento de Arden-Clarke), aunque si este debate se sitúa en un contexto más general sobre intercambio desigual, su origen es ciertamen­te más remoto. La ausencia de movimientos de base contrasta con su gran presencia en otro tipo de conflictos ambientales, como por ejemplo contra el dióxido de azufre de las centrales tenno-eléctricas o fundiciones, o contra la pérdida de acceso a los recursos de propiedad co­mún por la privatización o por la expropiación estatal. Tal como se explicó anterionnente, después de Bhopal, hay cierto debate sobre "internacionalización de la internalización de extemalidades" producidas por empresas transnacionales, pero los movimientos ambientales usualmente son movimientos locales, mientras que muchos problemas ambientales son globales. A primera vista hay una gran distancia entre movimientos locales y asuntos globales. Sin em­bargo, este tema está abierto a la investigación. Por ejemplo, existe una Alianza por el Clima entre COICA (un grupo 'paraguas ' de organizaciones indígenas de la Amazonía) y varias ciu­dades europeas, cuyas autoridades al menos aparentan estar de acuerdo con la reducción del C02. Los indígenas se oponen a la deforestación, los ambientalistas del Norte pueden quejarse de la deforestación sólo si reducen ellos mismos el C02 que producen. La discusión global sobre dióxido de carbono se vuelve pertinente localmente cuando se vincula a campañas en favor del

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Estudios y Debates

buen transporte público, y contra la planificación urbana al servicio de los automóviles, un tema incluso más pertinente en Bangkok o en la ciudad de México que, digamos, en Boloña. El uso de ideas globales al servicio de objetivos sociales locales o nacionales y ambientales está presente también en debates sobre Transgresión Ecológica, Deuda Ecológica, Inten.:ambio Ecológico Desigual , Biopiratería. Ha habido quejas contra las filmas extranjeras bioprospectoras que compran recursos genéticos y conocimientos indígenas baratos. En la agricultura, existe un movimiento mundial de agroecología campesina autoconcicnte que no es en absoluto un capricho o moda postmodema sino una ruta hacia una modernidad alternativa basada en la defensa de la biodiversidad agrícola y las prácticas agronómicas sensatas (Martínez-Alier, 1994 ). Las ideas ambientalistas globales se usan para, y son apoyadas por, luchas locales. Como res­puesta a los intentos que a través de las negociaciones del GA TI buscan reforzar los derechos de propiedad intelectual sobre las semillas "mejoradas", cuando nunca se ha pagado nada por semillas y conocimiento tradicional de los campesinos (salvo el apoyo de la FAO a los deno­minados derechos de los agricultores), hubo fuertes movimientos de protesta en la India. Por ejemplo, la oposición al NAFf A en México podría combinar el nacionalismo petrolero (como Cárdenas en los años 30) y la defensa de la agricultura de milpa, al señalar que NAFTA sig­nifica intensificar las exportaciones baratas de petróleo de México a los Estados Unidos (a precios que sin duda no internalizan las externalidades locales y globales) que serán intercambiadas por importaciones de maíz a bajo precio. Tales importaciones destruirán la agricultura del Sur de México a pesar de que la agricultura maicera en los Estados Unidos desperdicia más energía procedente de combustibles fósiles , y es biológicamente más frágil que la mexicana y depende de los recursos genéticos del sur de México (centro de diversidad original del maíz). De ahí surge la expresión de Víctor Toledo después del levantamiento de Chiapas, un "neozapatismo ecológico".

El nombre "Imperialismo Tóxico" ha sido usado para luchas contra la exportación de desperdicios tóxicos. Tales luchas podrían vincularse fácilmente con el movimiento de Justicia Ambiental de Estados Unidos. Hay otros casos en los que lo local está conectado con lo global , en un movimiento generalizado de resistencia. Hay redes internacionales contra grandes repre­sas, para la defensa de los manglares, contra los impactos de la industria minera, contra las plantaciones de pinos o eucaliptos para pasta de papel -todos presentan vínculos entre movimientos ambientalistas locales e ideas globales-. A decir verdad, la pertinencia de una idea global proveniente de ecologistas de la India (Agarwal y Narain, 1991) -igual acceso de todos a los sumideros de carbono- ha sido explícitamente reconocida en los Estados Unidos por personas involucradas en el movimiento de "justicia ambiental", cuyo origen era puramente local y que se convirtió en un movimiento de ámbito nacional en Estados Unidos 12.

La Tabla 2 da los nombres y definiciones de algunos conflictos de distribución ecológica, y los movimientos de resistencia relacionados, tanto locales como internacionales.

12 Como Sunita Narain lo explica, "al haber trabajado para la justicia ambiental a nive l nacional. este grupo fue atraído por los conceptos presentados en nuestro libro, pidiendo justicia en el gobierno ambiental mundial". Notebook, Boletín del Centro para la Ciencia y el Medio Ambiente, (Delhi). n. 5, Abril -Junio 1996, p.9.

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Martínez-Alier: Conflictos de distribución ecológica

Tabla 2 Conflictos de distribución ecológica y movimientos de resistencia relacionada

Nombre

Racismo ambiental

Justicia ambiental

Chantaje ambiental

Imperialismo tóxico

Intercambio ecoló­gico desigual

Ra11b11'i rtschafi

Dw11ping ecológico

Internacionalización de la internalización de externalidades

Deuda ecológica

Contaminación transfronteriza

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Definición

Descarga de desperdicios tóxicos en lugares habitados por afroamericanos, latinos, americanos nativos (E.U.).

Movimiento contra el racismo ambiental (E.U.).

Ud. acepta el LULU (uso de tierras localmente inaceptable), o Ud., se queda sin trabajo.

Descarga de desperdicios tóxicos en países más pobres.

Importar productos de las regiones o países pobres, a precios que no incorporan el agotamiento de recursos ni las externalidades locales.

Intercambio ecoló!!ÍCo desigual, economía de saqu~o. ~

Vender a precios que no incorporan el agotamiento de recursos ni las externalidades. Se produce de No11e a Sur (agroexportaciones de Europa o E.U.), y de Sur a Norte.

Juicios contra empresas transnacionales (Unión Carbide, Texaco, Dow Chemical) en su país de origen, reclamando indemnización por daños por extemalidades en países pobres.

Reclamo de daños de los países ricos considerando las emisiones pasadas (de C02 por ejemplo) o el saqueo de recursos naturales.

Aplicada básicamente al traspaso de fronteras de S02 en Europa y a la producción de lluvia ácida.

Fuente principal

Bullard, 1993

Bullard, 1993

Bullard, 1993

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Raumoulin, 1984

IEP Chile 1992, Azar, 1995, Borrero, 1994

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Estudios y Debates

Derechos naciona­les de pesca

Espacio ambiental

Transgresores ecoló­gicos versus gente del ecosistema

Huella ecológica o capacidad de carga apropiada

Biopiratería

Luchas de trabaja­dores por adecuadas condiciones de salud y seguridad

Luchas urbanas por agua limpia, y espacios verdes

Ecologismo indígena

Ecofeminismo social, feminismo ambiental

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Intentos de detener la depredación causada por el acceso abierto (desde los años 40 en Perú, Ecuador, Chile) imponiendo áreas de pesca exclusivas (200 millas, y más allá, como en Canadá, en pesquerías transzonales).

El espacio geográfico realmente ocupado por una economía, considerando importacio­nes de recursos naturales y eliminación de emisiones. Se ha hecho trabajo empírico.

Aplicado a la India, pero podría aplicarse a todo el mundo. El contraste entre la gente que vive de sus propios recursos, y la gente que vive de los recursos de otros territorios y pueblos.

El impacto ecológico de las regiones o ciudades grandes sobre el exterior. Se ha hecho trabajo empírico.

La apropiación de recursos genéticos ("silvestres" o agrícolas) sin un adecuado pago o reconocimiento del conocimiento campesino o indígena y su propiedad sobre ellos (incl. el caso extremo del pro­yecto de Genoma Humano).

Acciones (en el marco de la contratación co­lectiva o fuera de ella) para prevenir daños a los trabajadores en las minas, plantacio­nes o fábricas (conflictos "rojos" por fuera y "verdes" por dentro).

Acciones (fuera del mercado) para mejorar las condiciones ambientales de vida o ganar acceso a la recreación en el contexto urbano.

Uso de derechos territoriales y resistencia étnica contra el uso de recursos locales para beneficio externo (p. ej. Crees contra Hydro Québec, Ogoni contra Shell , Uwa, en Colombia, contra Occidental).

El activismo ambiental de las mujeres, motivado por su situación social. El idioma de tales luchas no es necesariamente el del feminismo y/o ambientalismo.

Amigos de la Tierra Holanda, 1993.

Gadgil & Guha, 1995

W. Rees, M.Wackernagel. 1994

Pal Mooney RAFI c. 1993

Gedicks, 1993

Bina Agarwal 1992

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Ecologismo de los pobres

Martínez-A/ier: Conflictos de distribución ecológica

Conflictos soc iales (actuales o históricos) con contenido ecológico de los pobres contra los (relativamente) ricos, no sólo pero sobre todo en ámbitos rurales.

R. Guha 1989

9. Del espacio ambiental a la deuda ecológica

La mayor parte de los conflictos mencionados en la Tabla 2 ya han sido explicados, pero es necesario hacer algunas observaciones adicionales sobre el "espacio ambiental". El infonne de "Los Amigos de la Tierra" sobre los Países Bajos de 1993 (Buitenkamp y otros, 1993) usan­do supuestos apropiados, mostró que los Países Bajos ocupan un espacio ambiental equivalente a cerca de 15 veces su propio territorio 13 . En un contexto urbano, Rees y Wackernagel ( 1994 ), Rees ( 1996) han desarrollado la noción de la huella ecológica (ya implícita en la planificación "orgánica" urbana de Patrick Geddes y Lewis Mumford) . Otra buena idea es el contraste entre "gente del ecosistema" y "transgresores ecológicos" (Gadgil y Guha, 1995, con referencia a la India, pero que podría aplicarse al mundo). Si la creciente riqueza significa (a pesar de la eficiencia creciente en el uso de los recursos), mayor uso de recursos naturales infravalorados de otros territorios, y también una producción creciente de residuos, entonces, existe una creciente Deu­da Ecológica (que es difícil de cuantificar en ténninos monetarios). Tal Deuda Ecológica es hacia las futuras generaciones (Azar y Holmberg 1995), y también hacia los miembros de nuestra ge­neración que están usando una pequeña porción del espacio ambiental. También incluye un ele­mento histórico, basado en la anterior ocupación del espacio ambiental.

Sin duda, una tesis de límites ecológicos globales estrictos reduciría el crecimiento econó­mico a un juego de suma de cero, y esto puede conducir (en el rico Norte), no tanto a sentimien­tos de culpa respecto a la Deuda Ecológica como, por el contrario, a una reacción agresiva (p. ej. la guem1 colonial contra Irak en 1991 , o el énfasis actual en la OTAN hacia el Flanco Sur rico en petróleo y gas). Afortunadamente no hay límites ecológicos globales estrictos porque hay cierta posibilidad de "desmaterialización" y "desenergización" sin una disminución en los estándares de vida. Sin embargo, mientras se escuchan llamados alentadores pidiendo una reducción por un "factor 4" o incluso un "factor I O" de la energía y materiales usados en las economías ricas, la Deuda Ecológica que surge del uso excesivo del espacio ambiental se acumula.

1 O. Conclusión

En conclusión, no sólo las extemalidades locales sino también las internacionales (in­cluyendo las emisiones de dióxido de carbono) comienzan a discutirse en un marco de "jus­ticia ambiental", es decir, el acceso equitativo a los recursos naturales y la distribución equi­tativa de las cargas de contaminación. El movimiento de Justicia Ambiental en los Estados Unidos nació en los años 80 a raíz de varias luc;has locales contra el "racismo ambiental", es

13 Respecto al concepto de espacio ambiental, consultar también las referencias de Opschoor, 1995 .

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Estudios y Debates

decir, la desproporcionada colocación de desperdicios tóxicos en áreas habitadas por gente pobre que también resultó ser afroamericana, latina o americana nativa. Para mejorar el estado del medio ambiente, la preocupación por la Justicia Ambiental debe extenderse a todo el planeta, incluyendo a las generaciones futuras. La Justicia Ambiental puede ser una fuerza para la sostenibilidad. En otras palabras, los impactos ambientales serán mayores si la preocu­pación por la Justicia Ambiental es menor. Esta conclusión no es producto de una tendencia igualitarista, sino que está sólidamente basada en la razón . No se trata de internalizar externalidades futuras, inciertas e irreversibles dentro del sistema de valores monetarios (vía mercados reales o ficticios), que es una tarea imposible, sino de inwrporar consideraciones de equidad en el análisis de la valoración. La valoración monetaria (en mercados reales o ficticios) depende de la distribución. 1) No todo se asigna a través de mercados reales o ficticios; 2) "los pobres venden barato"; y 3) las generaciones futuras no pueden participar en los mercados. Por tanto, otros tipos de valor (distintos del valor monetario) también son relevantes. Si interpretamos las externalidades como conflictos de distribución ecológica, en­tonces, la pregunta no es cómo internalizar las externalidades en el sistema de precios. La pregunta pertinente es cuáles son los movimientos sociales que se quejan y actúan (o no actúan) contra las externalidades locales y globales. La palabra "externalidad", en sí contami­nada por su origen económico, ya no resulta apropiada.

60

Joan Martínez-Alier Universidad Autónoma de Barcelona

Departamento de Economía e Historia Económica Edificio B

08193 Bellaterra (Barcelona) España

[email protected]

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COMENTARIOS

Claude Auroi EADI, 10 rue Richemont

1211 Geneva 21 [email protected]

Es difícil di scutir brevemente del texto de Joan Martínez-Alier, porque abarca un sinnúmero de lemas de la más alta importancia para el mo­vimiento ecologista, muchos ejemplos prácticos cuyo sentido exacto habría que analizar cuidado­samente.

Haremos unas reflexiones sobre los tres puntos mayores de este texto: 1. La cuestión de las externalidades. 2. Los movimientos medioambientalistas. 3. Lo global y lo local en las luchas ambienta­

les.

La cuestión de las extemalidades

Varios intentos han sido hechos por autores e instituciones para medir el costo ambiental de las acli vidades económicas , incluso por el Banco Mundi al, el PNUD, demostrando que si se apli­can los indicadores retenidos , se llega a la con­clusión de que el suroeste de A frica está comien­do físicamente cada año su capital ambiental na­cional no renovable para pagar su deuda externa. Pero como Joan Martínez-Alier lo reconoce, to­dos estos cálculos son aleatorios en su técnica, y no muy prácticos a corto plazo, por ejemplo para convencer a gente "pobre" de levantarse en nom­bre de la protección de su medio ambiente.

Sabemos también que a largo plazo el "ecological assesment" oculta el hecho de que los recursos no renovables justamente nunca lo serán más. A este propósito, lo que Joan Martínez-Alier dice sobre la biodiversidad es sólo parcialmente correcto. El escribe: "Por ejemplo, un índice de pérdida de biodiversidad natural sería la apropia­ción humana de la producción de biomasa anual neta". No hay que confundir biodiversidad, que refleja la variedad de las especies, poblaciones y

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genes en un medio determinado. y la biomasa que es un concepto global que mide la materia orgáni­ca neta (producción primari a neta o PPN) producida cada año por la naturaleza. Sabemos que el endemismo de ciertas especies hace que una reducción mínima de biomasa, por ejemplo el corte de un gran caoba amazónico, puede llevar a la extinción de una a varias especies enteras. De modo que no hay una relación directa entre biomasa y biodiversidad. Y en términos de reno­vación, la biodiversidad es definitivamente menos "renovableº ' que la biomasa per se. En definitiva podríamos decir que las externalidades negativas existen indudablemente pero que todavía ni sabe­mos medirlas correctamente. ni sabemos para qué fines exactos medirlas (¿reemplazarlas, eliminar los efectos negativos, acumular para invertir?).

Movimientos medioambientalistas

Acordamos con el autor que la gente del Sur no es menos ambientalista que la gente del Nor­te, y que este movimiento no resulta de un post­materialismo sino de condiciones económicas y ecológicas concretas. El único matiz que se po­dría sugerir es que los movimientos ambientales son más impactantes y organizados en el Norte, y que esta diferencia viene de sus recursos eco­nómicos superiores.

Aunque eso parece evidente, su relevancia explica también porqué los movimientos ecologistas parecen más activos en el Norte que en el Sur. También no se debe desconocer la existencia de redes internacionales de ambienta­listas, a veces radicales como Greenpeace, que influyen sobre la constitución y la actividad de organizaciones locales. ¡La internacionalización de las externalidades no-internalizadas está en marcha!

Ahora bien, en este conjunto habría que en­focar también el asunto de los derechos de pro­piedad intelectual o real sobre los recursos natu­rales y la larga discusión que está en pleno pro­ceso entre las Partes al Convenio sobre biodiversidad. Allá reside la próxima gran bata-

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Estudios y Debates

lla entre la ETNs de un lado, y los agricultores y comunidades en el Sur de otro lado. Si no hay movilización general en el Sur, y apoyo firme de los Estados en cuanto a su soberanía sobre sus recursos y su contenido bio-químico, temo fuer­temente que nos vamos a encontrar otra vez en un "Keystone Dialogue", en el cual las grandes Farmacéuticas llegaron hace unos años a un seudo-arreglo con los Ambientalistas. El resul­tado fue la aceptación de parte de estos de un derecho a patentar la vida contra el reconoci­miento de un vago e hipotético "derecho de los agricultores" que nunca fue aplicado. Fue una engañifa, no hay otra palabra.

Lo global y lo local

El vaivén entre los dos niveles de la apre­hensión de los fenómenos bioquímicos es cons­tante en el texto de Joan Martínez-Alier, tradu­ciendo la dificultad que encontramos en la re­flexión para ubicarnos en un contexto que ver­daderamente es biosférico en el sentido de Yernadsky y Lovelock. Pero en la práctica la gente que defiende su patrimonio natural no siempre comprende los ciclos del azufre o del carbono. Esta comprensión es sin embargo ca­pital para alcanzar el conocimiento ecológico, luego la importancia fundamental de la educación ambiental a todos los niveles. Solamente esta educación permitirá tal vez la iniciación de mo­vimientos a gran escala, a escala mundial, coor­dinados, y capaces de abarcar temas planetarios como los fenómenos atmosféricos perturbados por los tóxicos industriales.

Roxa11a Barra11tes Madrid 476 - Lima 18 - Perú

rbarra11t@pnudl 2.p11udreg. org.pe

La preocupación por la eficiencia económi­ca hace a los economistas "convencionales" per­der de vista, con más frecuencia de la debida, los problemas de distribución. Sin ser econo­mista "convencional", en este artículo, el autor llama la atención sobre los conflictos

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distributivos en relación al deterioro de la cali ­dad ambiental. Y para ello, plantea una hipóte­sis bastante interesante, a saber: "El valor de las externalidades ambientales en mercados reales o ficticios depende de la fuerza de los movimien­tos ambientales". Luego de ilustrar con ejem­plos del Tercer Mundo, diferentes ··movimientos ambientales", sin embargo, no tenemos medidas ni de la fuerza de dichos movimientos ni de las externalidades ambientales, por lo que la hipóte­sis no queda demostrada. Justo es decir que el autor no cree en las medidas de las externali­dades: " ... las técnicas de valoración económica no son aptas para el uso de recursos naturales o futuras e inciertas externalidades. Por lo tanto, los indicadores monetarios sólo son creíbles para públicos cautivos de economistas profesionales''. Valga aquí, sin embargo, una precisión: ninguna medida de valor de externalidades ambientales puede ser tomada como absolutamente precisa sino como la cota inferior de un posible valor -desconocido precisamente por la inexistencia de un mercado por dicho bien ambiental-. De ahí que cualquier indicador monetario debe ser to­mado como una aproximación al mínimo valor que se estaría dispuesto a pagar por evitar dete­rioros ambientales, por ejemplo.

Por encima de estas observaciones, el artí­culo es más político que económico. Y como artículo político, aporta un conjunto de reflexio­nes de las que el autor es la vanguardia en la literatura de lengua castellana. El tema local­global es, por ejemplo, de central importancia para determinar quién debe incurrir en los costos y quién debe beneficiarse del uso de bienes am­bientales escasos. Pero el tema trasciende las jurisdicciones nacionales y requiere de retlexio­nes en el derecho internacional y en el campo de las negociaciones de comercio internacional.

Asimismo, y sin que hayan sido tratados ex­tensamente en el artículo, el tema de los derechos que las poblaciones indígenas tienen sobre los recursos genéticos es uno que cuestiona la perti­nencia y validez de tratados internacionales que reconocen derechos a quienes "mejoran" dichos recursos.

Otro punto interesante a discutir en más ex­tensión y profundidad es aquel de la jurisdicción

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Martínez-Alier: Conflictos de distribución ecológica

relevante cuando de la responsabilidad civil se trata. El hecho de tener demandas sobre el deterioro ambiental ocurrido en Perú presentadas ante Cortes en Estados Unidos habla bastante de la globalización de la economía pero más de la falta de confianza y credibilidad de las leyes y cortes locales para abordar estos problemas . Esperamos que en el futuro, Martínez-Alier siga dedicado a demostrar la importancia de los mo­vimientos ambientales en la " internalización'' de externalidades.

Jorge Caillaux Zau.ali SPDA (Sociedad Pernana de Derecho Ambie1úal)

Plaza Arróspide 9 - Lima 27 [email protected]

Luego de más de 6 años el Centro Bartolo­mé de Las Casas nuevamente me da la oportu­nidad de comentar un ensayo de Martínez-Alier, a quien personalmente no conozco, pero de quien recibimos constantemente a través de sus publi­caciones buenas señales y estimulantes ideas en torno al problema ecológico y su relación con la interpretación de los hechos históricos (ver Re­vista Andina, año 8, No.!, Julio 1990).

Leyendo el ensayo cuyo título "Conflictos de Distribución Ecológica" alude a las asimetrías e inequidades que surgen por el uso de los re­cursos naturales, sea a través del mercado o en la condición de bienes y servicios ambientales no transables, Martínez-Alier nos vuelve a in­quietar con cuestionamientos y preguntas siem­pre pertinentes. En efecto, si uno mira el entor­no político y económico neoliberal que ha inun­dado el pensamiento y la acción de los gober­nantes de América Latina, surge esta primera pregunta: ¿existe una salida a la crisis ambiental desde la visión del desarrollo sostenible, tanto en el ámbito global como local? ¿No será que el concepto de sostenibilidad está siendo caracteri­zado solamente como la incorporación de los costos de la prevención ambiental en el sistema de precios, independientemente de esa otra di­mensión que tiene que ver con lo ecológico, lo cultural y lo religioso? ¿Cómo incorporar al sis-

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tema de precios, al mercado, las externalidades si, como dice el autor, éstas deben entenderse también como una apropiación indebida de es­pacios ambientales, es decir, como una distribu­ción de conflictos ambientales generados por unos pero asumidos y pagados por otros?

Coincido con el autor en que no hay forma de valorizar las externalidades debido a que son inciertas o no predecibles e imposibles de monetizar a valores presentes y que no es posi­ble un ajuste ecológico real que se apoye en instrumentos meramente económicos sin pasar por una evaluación de los intereses de la socie­dad a partir de un debate en el ámbito político, científico y cultural pues la dimensión económi­ca del medio ambiente no es la única a tomarse en cuenta. En este debate, la cuestión de la dis­tribución de los derechos de uso (y propiedad) de los recursos ambientales así como de las res­ponsabilidades respecto de su deterioro ("la deuda ecológica") resultan centrales, pero hasta la fecha no han pasado la barrera de las declara­ciones diplomáticas contenidas en textos no vinculantes, es decir, sin posibilidad de adquirir la categoría de normas de derecho internacional. Estas declaraciones -conocidas también como el "soft law"- tienen un valor principista que llega a influenciar el desarrollo de las legislaciones nacionales, a partir de las cuales cada país construye su propia política ambiental y define sus programas de acción. Es más, los principios contenidos en la Declaración de Río de Janeiro de 1992 en ocasión de la Cumbre de la Tierra ya perfilan el concepto de la deuda ecológica al establecer que respecto a la conservación exis­ten "obligaciones comunes pero diferenciadas" entre los Estados.

Martínez-Alier sugiere que los economistas podrían ofrecer instrumentos o mecanismos para incorporar los costos ambientales al mercado pero solamente después de haberse acordado un mar­co socio-político (a través de un "proceso de evaluación social"), que tome en cuenta las transferencias de recursos ambientales que se producen desde los países pobres hacia los paí­ses con economías de gran consumo, pues, es evidente que a mayor crecimiento económico mayor deterioro ambiental. En el análisis también

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Estudios y Debates

debería incluirse -dice el autor- las "externalida­des internacionales" que tienen relación con el siempre creciente impacto ambiental derivado de la acción de las corporaciones transnacionales y de una economía industrial.

En verdad, el ensayo tiene muchos más ele­mentos y referencias que por razones de espacio no podría describir aquí. Quisiera solamente plantear -a modo de invitación al autor- algunas líneas de acción hacia la búsqueda de solucio­nes -tanto en el ámbito local como global- en esta difícil tarea de lidiar con el fenómeno de lo que alguien llamó "la cultura de la riqueza" y su nefasta relación con la naturaleza. La idea es la siguiente: frente a una injusta asignación (de­facto y de-jure) de derechos de propiedad sobre recursos naturales, que a su vez genera reaccio­nes adversas de las poblaciones locales y que constituyen la fuente de innumerables conflic­tos o pugnas entre partes normalmente disímiles en términos de poder e información, ¿no debe­ríamos acaso concentrar los esfuerzos en meca­nismos ya reconocidos -por imperfectos que sean- para echar a andar local y globalmente un lenguaje de entendimiento común'l Me explico.

Creo, por ejemplo, que es conveniente adoptar el mecanismo de los estudios o evalua­ciones de impacto ambiental (EIA) como un instrumento central (o "pervasive") para la ac­ción a través del cual -al igual que un tren que transita adhiriendo vagones cargados de los dis­tintos intereses involucrados- pudiéramos esta­blecer principios comunes y reglas claras para la inversión. Me refiero a que los procesos de los EIA podrían convertirse en el escenario para plasmar la obligación de informar del inversionista y el derecho de acceder a la infor­mación de la comunidad, a la necesaria consulta y participación ciudadana, la asignación y deli­mitación de derechos de propiedad y de uso de los recursos naturales y elementos ambientales, los niveles de responsabilidad, la distribución de beneficios, las consideraciones culturales y religiosas, es decir, todo aquello que fuera rele­vante en la prevención de conflictos futuros. La idea es concentrar esfuerzos sobre situaciones concretas como son los EIA para que, de un lado el aporte de la inventiva y la introducción

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de nuevas tecnologías tengan un espacio de ap licación directa y, de otro lado, la acción de los movimientos ambientalistas de toda índole encuentre un hilo conductor donde su participa­ción en la forma de propuestas, oposición , infor­mación ciudadana, seguimiento y fiscalización permitan a la sociedad civi l tener una suerte de ojo avizor sobre el cumplimiento de las obliga­ciones asumidas en los EIA.

Obviamente -y volviendo a Martínez-Alier­su referencia a que las organizaciones privadas de defensa de los intereses ambientales actúan más en el ámbito local, probablemente en au­sencia de una "autoridad global", tiene explica­ciones lógicas, por ejemplo, el hecho de legitimarse en la acción frente a su propia co­munidad, población o país. La sensación de ac­tuar en una suerte de limbo internacional es fre­cuente cuando una ONG trabaja en el debate y solución de los problemas ambientales globales .

Más aún , es evidente que en los países del Sur los problemas globales no han concitado in­terés, salvo el de la pérdida de la biodiversidad que ha abierto un interesante espacio para el de­bate político y económico sobre la conservación del patrimonio biológico nativo (prístino) que todavía queda en el planeta, los derechos de propiedad de los pueblos que habitan en la Amazonía y su re lación con la pretendida estandarización del sistema de patentes y dere­chos del obtentor de variedades vegetales a tra­vés de los acuerdos de la Organización Mundial de Comercio. Precisamente en este debate los países pobres deberían -en coordinación con sus instituciones privadas- plantear y defender cier­tos principios básicos basados en las teorías es­grimidas por los movimientos de resistencia de los que habla Martínez-Alier, especialmente el referido a los espacios eco lógicos realmente ocupados por las economías de los países ricos.

Una reflexión final que me sugiere el ensa­yo de Martínez-Alier tiene que ver con el tema de los subsidios e incentivos y su relación con el desarrollo sostenible. En un mundo que preten­de guiar sus economías hacia un mercado global libre de subsidios e incentivos -luego de prácti­cas intensivas de subsidios nacionales a sectores claves de una economía como son la energía,

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Martínez-A/ier: Conflictos de distribución ecológica

agricultura, recursos naturales en general, trans­porte, ciertos productos industriales de consumo masivo-, ¿cuál ha sido y puede ser el costo de estos subsidios en términos ecológicos? ¿No se estaría produciendo aquí también el mismo fe­nómeno que los países pobres achacan a los ri­cos respecto de que luego de haber contamina­do el mundo entero para desarrollarse ahora pretendan que los países menos desarrollados paguen también por sus externalidades? En el Perú , por ejemplo. los subsidios e incentivos estatales han sido prácticamente erradicados en la creencia -bastante ingenua- de que la reinserción al sistema financiero y a la economía mundial exigía sacrificar pequeñas economías sectoriales tales como la del ganadero, la pequeña y mediana industria, las inversiones del sector privado en desarrollo social con ahorro y donaciones desde actores con recursos hacia ONGs y fundaciones con buenos proyectos, pero sin financiamiento adecuado.

¿Tiene sentido acaso que la distribución de los recursos sea sólo una función del mercado? ¿Puede considerarse sostenible una política arancelaria que, de un lado, abre las puertas a productos subsidiados de otros países -como la leche- mientras los ganaderos nacionales venden sus animales a precios inferiores a su valor es­tratégico por no contar con las condiciones mí­nimas para desa1TOllar su actividad? Creemos que por allí, es decir, confiando sólo en una visión economicista o materialista del fenómeno am­biental, caeremos al despeñadero, aunque sería interesante conocer las opiniones del autor.

Enrique Leff PNUMA-Red de Formación Ambiental

Boulevard de los Virreyes N" 155 - Col. Lomas Virreyes - 11000 México - México

JMA propone la categoría de distribución ecológica para dar cuenta de los conflictos am­bientales y un análisis sobre las variedades del ambientalismo, incluyendo los movimientos de resistencia y justicia ambiental. Restringiré mi

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comentario a una reflexión sobre el estatuto teó­rico de la noción de distribución ecológica, de su importancia y limitaciones para comprender las externalidades ambientales y los movimientos sociales que emergen de estos "conflictos distributivos".

La categoría de distribución ecológica com­prende los procesos extraeconómicos (ecológicos y políticos) que vinculan a la economía ecológica con la ecología política, en analogía con el con­cepto de distribución que convierte a la econo­mía en economía política. La distribución ecológica designa así "las asimetrías o desigual­dades sociales, espaciales, temporales en el uso que hacen los humanos de los recursos y servi­cios ambientales , comercializados o no, es de­cir, la disminución de los recursos naturales (in­cluyendo la pérdida de biodiversidad) y en las cargas de la contaminación".

El conflicto distribucional surge de las con­diciones ecológicas de supervivencia y produc­ción, en contraste con las concepciones postmaterialistas (lnglehart) o "desmaterializa­doras" (Wuppertal lnstitut), que remiten el pro­blema ecológico a una cuestión ética o a una so­lución tecnológica, desconociendo el conflicto social que emerge de las formas dominantes de aDropiación de la naturaleza y contaminación del espacio ambiental.

La distribución ecológica comprende proce­sos de valoración extraeconómicos del ambiente, e incluye las luchas sociales por intereses mate­riales y simbólicos (de supervivencia, identidad, autonomía y calidad de vida) más allá de las demandas estrictamente económicas de empleo y distribución del ingreso. Busca así introducir en la economía ecológica lo que la economía neoclásica de los recursos naturales y la conta­minación pretende internalizar a través de la asignación de derechos de propiedad y precios a bienes y servicios ambientales. La economía ecológica incorpora indicadores físicos y ecológicos que expresan las condiciones de sustentabilidad del proceso económico y reco­noce a la distribución económica (de la riqueza y del ingreso) como determinante de la valoriza­ción de la naturaleza. Más aún, incorpora el conflicto generado por la desigual distribución

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Estudios y Debates

de los costos ecológicos del creci miento y su internalización a través de los movimientos so­ciales en defensa del ambiente y los recursos naturales. Los conflictos de distribución ecológica expresan así la politización del campo de las ''externalidades".

La di stribución ecológica permite ver cómo la subvaloración de la naturaleza favorece un in­tercambio desigual de mercancías al tiempo que genera destrucción ecológica y cultural. JMA lo ha ejemplificado con el caso del subsidio del pe­tróleo mexicano a la agricultura sobrecapitalizada en los Estados Unidos, ofreciéndole una ventaja comparativa en la producción de granos que desplaza a la agricultura de subsistencia más próxima a la agroecología.

Esta categoría también apunta hacia procesos de valoración y negociación en el orden econó­mico/ecológico globalizado (la implantación complementaria) que reconvierten la biodiversi­dad de los países tropicales en sumideros de CO, para compensar el exceso de gases invernadero que producen los países del Norte, y en fuente de recursos genéticos para la industria transnacional de biotecnología, sujetando así la valorización de la productividad biológica a las estrategias de ca­pitalización de la naturaleza; es en este contexto , deformado por el orden económico dominante, que la ecología política se acerca al estudio de los movimientos de justicia ambiental que responden a daños ecológicos causados, planteando de­mandas de di stribución más igualitaria de costos ambientales y derechos de contaminación.

La distribución ecológica levanta el velo economicista: descubre cómo la preservación del orden económico se sostiene en la infravaloración ecológica y en la pobreza que él mismo genera, y denuncia sus estrategias de dominación ecológica y cultural. Como concepto encuentra su límite, no tanto en la imposibilidad de internalizar los costos ecológicos, sino porque se le escapa la sustancia misma de los procesos (inconmensurables) que conforman ese espacio de externalidades.

Con la categoría de distribución ecológica, la economía ecológica no logra salir del cerco de la racionalidad económica. El ambiente apa­rece como un costo del proceso económico, no como un potencial para un desarrollo alternati-

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vo. Concebir la apropiación excedentari a de biomasa de una sociedad en relación a su pro­ducción biológica, o la disposición de desechos contaminantes más allá de la capacidad de con­finamiento , absorción y dilución de su espacio ambiental , como una deuda ecológica, implica que ésta podría saldarse con una distribución más eq uitat iva de lo s costos y potenciales ecológicos, o compensarse a través de movi­mientos de justicia ambiental, dentro del orden económico prevaleciente.

En el fondo, los "conflictos de distribución ecológica" surgen de la negación de la ecología dentro de la racionalidad económica y de la apropiación desigual de los recursos ecológicos, los servicios ambientales y el espacio atmosféri­co. De una apropiación destructiva generada por una racionalidad productiva antinatura. Por ello, si bien existen movimientos de resistencia, y re­clamos compensatorios que se dan dentro del orden económico, institucional y jurídico domi­nante, el "ecologismo de los pobres" , más allá de distinguirse por sus objetivos (lucha por la supervivenci a) de los valores postmaterialistas (calidad de vida) de los ricos, plantea proyectos productivos y sociales alternativos. En esta perspectiva, toda lucha por la equidad y la justi­cia se plantea a partir de un principio de diversi­dad y diferenciación (ecológica, cultural) y no de las transacciones y compensaciones estable­cidas por las reglas de valorización y negocia­ción de los costos ecológicos del orden econó­mico global, aun si éstos se expresan a través de movimientos sociales y se transmiten por una "distribución del poder".

La biopiratería no es una di str ibución ecológica desigual, no se reduce a una deuda ecológica zanjable por el establecimiento de tér­minos de intercambio y compensaciones más justas, o por el poder de negociación de los mo­vimientos de justicia ambiental. Hoy en día, las organizaciones indígenas y campesinas podrían reclamar la apropiación de la biodiversidad como un patrimonio histórico de recursos ecológicos y culturales. Los nuevos derechos culturales po­drían llevarles a reivindicar derechos de apro­piación y autogestión de los recursos producti­vos de la naturaleza a través de nuevas formas

Revista Andina, Año 15

Martínez-A/ier: Conflictos de distribución ecológica

de resignificación cultural, redefiniendo el cam­po del conflicto socioambiental.

No obstante su valor heurístico para ecologizar y politizar a la economía, la catego­ría de distribución ecológica no alcanza a com­prender estos procesos de reapropiación de la naturaleza. No es un concepto que oriente la construcción de una nueva racionalidad produc­tiva y social fundada en la diversidad cultural y los potenciales ecológicos. que elimine desde la base las causas de la insustentabilidad y la inequidad. Esta racionalidad ambiental asume como principio ontológico y político la inconmensurabilidad de los procesos que la constituyen (potencial ecológico, diversidad étnica, significación cultural), rompiendo con el orden homogeneizador dominante.

Desde el principio de inconmensurabilidad, JMA reconoce que no pueden existir precios "ecológicamente correctos" , sino precios "ecológicamente corregidos" por indicadores y normas ecológicas. Las influencias sociales e institucionales fuera del mercado en la valoriza­ción de las extemalidades, no guardan relación con ningún balance contable de costo-beneficio; no permiten definir una tasa de descuento para actualizar preferencias futuras.

Ante la imposibilidad de que la teoría marginalista incorpore las extemalidades am­bientales asignándoles precios, podemos afirmar que son los movimientos sociales ambientalistas los que llevan los costos ecológicos más cerca de su valor real. Sin embargo, las limitaciones que imponen los movimientos de resistencia a la apropiación capitalista de la naturaleza (y de la cultura), las acciones y negociaciones compen­satorias, y los movimientos por la justicia am­biental , difícilmente podrían dar a las extema­lidades ambientales su justo y "real" valor.

Los pobres son desposeídos y venden barato sus recursos ambientales, pero la intemalización de los costos ambientales a través de los movi­mientos ambientalistas no depende simplemente de los niveles de ingreso a escala mundial, sino de la eficacia de sus estrategias de poder (de resis­tencia, de negociación) que emergen de los va­lores culturales y los intereses sociales que mo­vilizan a estas organizaciones.

N9 1, julio 1997

En este punto, la "distribución del poder'' (¿"empowerment of the people" ?) resulta una formulación vaga, ya que el poder no es un bien que pueda repartirse o suministrarse, sino un proceso que surge en la confrontación de intere­ses diferenciados. Lo que está en juego en los conflictos de distribución ecológica, son estrate­gias de poder en tomo a racionalidades producti­vas y paradigmas sociales alternativos. Es esto lo que aparece en el escenario de los movimientos ambientalistas, y no sólo el reclamo de una cuota de participación en una toma de decisiones don­de las opciones están configuradas de antemano por los criterios e intereses dominantes del pro­ceso de globalización. Es en este nuevo orden económico-ecológico donde se definen los pro­yectos de implantación conjunta, las compensa­ciones a deudas y daños ecológicos ya causados y la negociación de conflictos ambientales con­forme a reglas establecidas por los centros fi­nancieros, empresariales y tecnológicos domi­nantes.

Por ello conviene no reducir el campo de la ecología política a los conflictos de "distribu­ción ecológica" . Los nuevos movimientos socia­les están intemalizando demandas ambientales dentro de luchas que no son sólo de defensa del ambiente y los recursos, sino por la democracia, la autonomía y la autogestión. La distribución ecológica es en realidad un campo estratégico y político heterogéneo donde se mezclan intereses sociales, significaciones culturales y procesos materiales de diferente orden, donde lo ecológico puede quedar subordinado (por razones históri­cas y estratégicas) a demandas apremiantes de autonomía cultural y democracia política, como ejemplifican diferentes movimientos campesinos e indígenas emergentes en México.

En este sentido, afirmar que los movimien­tos ambiental is tas son el mecanismo que intemaliza los costos ecológicos, puede ser una formulación sugerente, pero limitada. Implica que no hay un mecanismo interno a la economía o la ecología que permita zanjar la cuestión de la justicia social; que no son sólo valores económi­cos y criterios ecológicos los que definen los "costos" y los sentidos movilizadores en defen­sa de la naturaleza y la apropiación de los po-

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tenciales ambientales. Pero ese mecanismo es tá limitado por las condiciones de formación de las conciencias colectivas , la constitución de nuevos actores sociales y de sus estrategias de poder en democracias imperfectas, donde además las conciencias ambientales son pervertidas, so­metidas y controladas por el discurso economi­cista dominante de la sustentabilidad.

El principio de inconmensurabilidad que ofrece la ecología a la economía no sólo implica la imposibilidad de establecer entre ambas un estándar común de medida, de dar valores pre­sentes a inciertas contingencias futuras , o de fi­jar valores económicos independientemente de la asignación de derechos de propiedad y de la distribución del ingreso. El sentido de la inconmensurabilidad lleva a pensar la produc­ción sustentable como un sistema complejo in­tegrado por procesos ecológicos, tecnológicos y culturales de distintos órdenes de materialidad , con diferentes espacialidades, temporalidades y significaciones, que imprimen diferentes formas de valorización del ambiente.

Con la categoría de distribución ecológica se reconocen los factores extraeconómicos que valorizan al ambiente pero no se los capta en su especificidad: condiciones de conservación y productividad ecológica sostenible, significación cultural de los recursos, estrategias de poder en la valorización de las extemalidades ambienta­les , formas de reapropiación de la naturaleza y del proceso productivo. La crisis de la racionalidad económica lleva, más allá de la refuncionalización y apertura de la economía ambiental hacia la ecología, a plantear estrate­gias de poder frente a paradigmas alternativos, en los que el ambiente no sea tratado como una externalidad (o conflicto de distribución ecológica dentro del orden económico prevale­ciente), sino como el potencial de una nueva racionalidad productiva.

La noción de distribución ecológica no al­canza el estatus de un concepto : en su uso metafórico y transposición analógica al campo de las externalidades pierde capacidad explicativa de los procesos que intenta comprender. El término no alcanza el sentido teórico (estructural, interno)

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que ti ene la distribuci ón económica en la econo­mía política (sraffiana o marxista), como deter­minante del proceso eco nómico (de costos de producción, de valorización del capital). Si la economía ecológica se pretende ciencia y admi­nistración de la sustentabilidad, si la ecología po­lítica debe iluminar las estrategias y prácti cas de construcción de la sustentabilidad, es necesario producir los conceptos de estos procesos y la teoría de una transición haci a el desarrollo sus­tentable. Ello implica llevar a sus últimas conse­cuencias el principio de inconmensurabilidad.

Para salir del cerco de la racionalidad eco­nómica es necesario construir otra racionalidad y entender a partir de ella las estrategias de po­der que se están generando en la producción , que finalmente determinan la valorización del ambiente. Se trata en última instancia de nuevas estrategias de apropi ación de la naturaleza como fuerza productiva, de una nueva economía cons­truida a partir de las condiciones y potenciales de la ecología y de la cultura, no de un capital natural y un capital humano.

Si no hay conmensurabilidad posible entre racionalidad económica y racionalidad ambiental , habrá que producir los conceptos que permitan aprehender los procesos que o rientan la cons­trucción de una sociedad basada en la equidad social, la diversidad cultural y la sustentabilidad ecológica. Ello impli ca nuevas formas de valora­ción de la naturaleza y de los procesos producti­vos, de estrategias de reapropi ación de la natura­leza (la biodiversidad), de nuevos principios y sentidos que movilizan a la sociedad frente a la globalización económico-ecológica.

El principio de inconmensurabilidad en el campo de una economía política del ambiente, va más allá de la imposibilidad planteada por Kapp de encontrar un patrón de medida común para costos y beneficios extraeconómicos: im­plica volver al concepto de Kuhn de inconmensu­rabilidad entre paradigmas científicos alternati­vos. Más que disimetrías y desigualdades dentro de un paradigma económico ecologizado, el conflicto ambiental pone en juego la construc­ción de paradigmas alternativos de desarrollo.

Revista Andina, Año 15

Martínez-Alier: Conflictos de distribución ecológica

RESPUESTA Joa11 Martínez-Alier

UAB - Departamento de Economía e Historia Económica

Edificio B. 08193 Barcelona, Espa,ia [email protected]

Roxana Barrantes resume bien el contenido principal de mi artículo, a saber, la economía no puede estudiarse como un sistema aislado porque está situada en un contexto social de desigual­dades en la distribución del poder y del ingreso. y está también imbricada en la percepción social de sus vínculos con la naturaleza. No se trata tanto de una hipótesis como de una visión pre­anal ítica , para decirlo con las palabras de Schumpeter. Por ejemplo, si queremos discutir las externalidades producidas por la Southern Peru Copper Corporation hoy en día, no podemos prescindir del marco político y legal ni tampoco, por supuesto, podemos prescindir de las discu­siones científicas acerca de los daños causados por el dióxido de azufre. Se trata de una obser­vación elemental pero que tiene interés si vemos un caso como este no como una anécdota histó­rica sino como parte de una pauta de relaciones entre el Norte y el Sur. De hecho, abundan los episodios de contaminación por fundiciones de cobre en diversos países andinos. Lo interesante no es tanto ponerle un valor monetario a cierta externalidad, sino ver cómo las externalidades son percibidas socialmente, cómo dan lugar a veces a movimientos ecologistas, etc. , no porque lo político sea más interesante o emocionante que lo económico, sino para entender que lo econó­mico está metido en un contexto social y físico.

Desde el otro extremo, Enrique Leff sugiere que mi posición se queda corta, y estoy bastante de acuerdo con él. No se trata de discutir los valores económicos que los economistas colocan a las externalidades, sino más bien de apuntar a la inconmensurabilidad de valores. Por ejemplo, los Uwa de Colombia, al oponerse a la explota­ción petrolera , han declarado que la tierra es "sagrada'', es decir, excluida de la valoración

Nº 1, julio 1997

mercantil. Eso es lo que inconmensurabilidad significa. Ese es el verdadero fundamento de una economía ecológica. También me reprocha Leff que atienda más a la contaminación que a la ló­gica ecológica de proyectos históricos alternati­vos al desarrollo económico habitual , pero creo que son aspectos diversos de la misma cuestión. Al criticar, por ejemplo, la agricultura moderna por empleo de pesticidas , por la erosión genética que produce. por el uso intenso de energía de petróleo, no sólo se llama la atención sobre al ­gunas externalidades sino que también se está elogiando, al menos implícitamente, otros siste­mas agrícolas. Así, la conciencia de biopiratería (como en las protestas recientes por los intentos de patentar algunas propiedades de algunas va­riedades de quinua, en Estados Unidos), suele ir unida a un orgullo agroecológico andi no.

El tema de la inconmensurabi lidad de valores (es decir, que al valorar económicamente un lu­gar o una situación , no por eso lo valoramos en otras escalas de valor: ecológica, estética, o en la escala de lo "sagrado") , aparece también en el comentario de Jorge Caillaux. Las evaluaciones de impacto ambiental suelen hacerse con carác­ter correctivo o incluso cosmético, una vez aprobado un proyecto de inversión. Desde la economía ecológica más bien estamos propo­niendo Evaluaciones Multi-Criteriales, tal como las ha descrito, entre otros, Giuseppe Munda, que se basan en lo que llamamos "comparabilidad débil" de valores. A Caillaux le agradezco en general sus comentarios, y espero que, desde el punto de vista jurídico, pueda avanzarse en un derecho internacional que obligue realmente a compensar de algún modo las extemalidades in­ternacionales negativas. Pero aquí, de nuevo, ¿cómo valorar en dinero la pérdida de una cul­tura, tal vez de una etnia entera, como actual­mente la de los Huorani en la Amazonía ecua­toriana?

Este artículo mío tiene que ser visto como un intento más en la construcción de la Ecología Política como un campo de estudio que podemos definir así: el estudio de cómo la conservación,

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el uso y la destrucción de recursos ·naturales y también las cargas de la contaminación, depen­den de las estructuras soc iales, políticas y cul­turales . Los conflictos ecológicos distributivos que mi artículo anali,za no son todos los exi.s­tentes. De algunos de ellos hay más conciencia general que de otros. En los últimos años se ha avanzado mucho en la 'discusión sobre apropia­ción de recursos genéticos. y no t•antO' en otros campos· ( por ejemplo ,. el efecto · invernadero)'. Estos conflictos vincufan lo local con lo global, y lo ecológico con lo social ,y político ., Así; un indicador como el ,HA,NPP· (de ., V,itousek; Erhli'ch. :.) no .es , sólo u na medfola ,de cuánta­biomasa es apropiada por los. humanos (como explica Auroi) sino que también quiere indicar, en la intención de esos autores, cuánta biomasa queda disponible para otras especies "salvajes"

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(de ahí su uso como in¡iicado r .de biodiversidad), y además nos revel a diferencias regionales im­portantes, es decir, conflictos distributivos.

Por último, agradeciendo de nuevo sus co­me.ntari os á t~dos los colegas, quiero insistir en una idea del ·artículo, que aprendíde los trabajos de R a n"i at l~anclra Guha sobre el movimiento Ch¡'pko ·en la Indi,a. Para entender los conflictos ecológicos distributivos y el ecologismo popular, hay que estar atentos a di versos lenguajes . Los ecologistas populares, rara vez hablan del ciclo del azufre o. ele! carbono. Por ejemplo, en· La Oroya o ,en Ho, hablarán de los '\humos" . Más profun­dameFJte, una acción social basada en lenguaJes de derechos territoriales indígenas, por ejemplo, o en un lenguaje sindical de defensa de la salud en las minas, puede tener uh profundo significado ecologista.

Revista Andina, Año 15