confesiones de un nostalgico con reticula

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Carta de un artesano al espiritu de William Morris

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Bogotá, 12 de noviembre 2011Asunto: Catarsis Sr. William Morris

No sé muy bien porque escribo, incluso, a quien o a que. Su nombre lo veo a menudo, lo leo, lo deletreo, lo pienso y lo imagino, en esas calles gélidas de Walthamstow, correteando aves o un balón, aunque, no tengo certeza de ello. Discúlpeme, pero es común atribuirle momentos propios a esas vidas que desconocemos pero nos emocionan. Por eso lo imagino, porque es lo que hice en mi infancia, y no creo que sea muy distinta a la del siglo XIX. No crea que su nombre esta una placa en cada esquina, ni que una avenida lleva su apellido, mucho menos aquí, tierra de facinerosos donde la treta se valora como la mayor de las artes. Usted me es conocido solamente por un libro, que por casualidad o causalidad llegó a mis manos. Pero no me crea un ignorante, no le rehuyó a la lectura, al fin y al cabo, es lo único que hago mientras viajo de feria en feria, de ciudad a ciudad, sorteando la hostilidad con la que se nos juzga a los nómadas del arte. Como lo supondrá hasta este momento de mi misiva, yo soy de los suyos, de los que aun trabajan con las manos, a pesar de que ya ni se emplean para dar un abrazo. Cuánto hemos ‘avanzado’ hacia lo opuesto de su ideal; menos dedos entintados, menos pinceles sucios, mas lienzos impolutos, más maquinas.

El hoy, si pudiera verlo, con los ojos translucidos de un espectro, tengo la certeza, le seria repulsivo, y no culpo o no lo culparía, (¿qué tiempos verbales empelar cuando se le escribe algo o alguien que le ganó la pelea a cronos?) a mí, en ocasiones, también me lo parece. Mi amor por el pasado no se acerca a sus terrenos, no sueño con las aldeas nórdicas medievales, que dice la biografía, usted idealizaba. La maestría que viste su historia, está lejos de la destreza con la que manejo el escoplo o el formón. Soy un simple artesano, como muchos otros que exhiben sus trabajos en grandes carpas, presentadas como ‘palacios’ de cultura. A mis colegas les he hablado de usted, me ha dicho, que lo describo como un superhéroe, como el paladín de los artesanos, ¿exagerado? por qué no, pero su historia no es menos que inspiradora. Siempre me he preguntado, si los grandes

hombres tienen la certeza de lo genial de su existencia, de si sabrán que causan admiración, incluso idolatría. Tal vez nunca habrá respuesta, porque quienes

la poseen comparten su mismo paraje, la muerte.

El éxtasis no es divisible, igual asombro me causo el Morris so-cialista que en plazas públicas gritaba arengas por un nuevo

orden social. O el poeta y prosista que en el papel levan-

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taba reinos de ignotas llanuras, y que influiría a J. R. Tolkien , autor del ‘Señor de los Anillos’, símbolo de la literatura fantástica y un éxito cinematográfico; aunque con usted señor Morris, la crítica no fue benevolente, destrozaron sus paginas. Pero no se alarme, usted mismo lo dijo, “siento que nací en la época equivocada”, y efectivamente muchas hombres brillantes encandelillaron a sus coterráneos, lo que evitó atisbar la grandeza de sus obras.

Pero usted no, usted si saboreo la ambrosía; se regodeo en el éxito; no vendió sus muebles en la calle. Si, porque ¡usted también hizo muebles!, pero confíeseme, cómo aprendió a hacerlo todo, a hacerlo sublime . La verdad, cuando pasaba las paginas que hablaban de usted, pensé que el tiempo allí, en el Reino Unido, era distinto, más lento, más días, más talento. He intentado imaginarme el interior de aquella fábrica, de Morris & Co, aunque creo que esa palabra le molestará, será mejor emplear taller, como los de sus delirios, los que adornaban los reinos que tanto añoró, y por los que también abogo, pero por una simple razón, allí yo sería otro y no quien mendiga una compra. Aunque, creo que usted no sabrá a que me refiero, sus sillas, sofás, neceseres, adornaron las casas de los más acaudalados señores ingleses. Mis compradores no se pueden comparar a los suyos, no son estetas, sus prosaicas retinas me advierten que están lejos de la admiración, solo buscan algo útil al menor precio, al menor aprecio.

Más tarde letras, virtuosas y bellas. Hay quienes buscamos ser aristas, otros son simplemente arte, esa la gran brecha que nos separa, y la acepto con humildad. Siempre he creído que la litera-tura solo utiliza al papel, a los caracteres, como un medio, el vehículo de sus emociones, pero usted se opuso, le dio protagonismo en forma y color. El libro que lo retrata, y que esta al costado de la mesa en donde escribo, es su opuesto, obvió quien fue realmente usted. No se confunda, me refiero a su verdadera naturaleza, no llegó a su ánima. Lo sé por las fotografías de esos libros que usted quiso inmortalizar, de hermosas tramas y elaboradas capitales. Hoy cuando abro las grandes obras, de Balzac o Dostoievski, se me tornan aun más grises que sus protagonistas. No enmarcan, no invitan; hasta a la literatura la han vestido con harapos. Tal vez, solo sea nostalgia, y porque no, envidia la que me invita a escribirle. No es el mejor modo, lo sé, pero creo que así podrá sentir mi agitación, esta angustia que me obliga a poner una palabra tras otra sin pausa. ¿Es resentimiento? ¿Encono?, pero cómo no, cuando se prefiere a la mesa- puzle, auto-armable; Automatización, el lupus de lo excelso. Lo hecho por el hombre se ha devaluado, más preciados son los engranajes que los dedos. Más vale el ‘artista’ sin alma. Todo es más sencillo, más ágil, veloz, pero a qué precio. Discúlpeme, perdimos la batalla, caímos en la misantropía, en el desprecio por lo propio, en el reino de la hojalata. Pero, basta. Ya debí cansarlo con tantas líneas monótonas. Aun así yo termino con el mismo amargura, y sin saber muy bien a quien o que le escribo, sin embargo, gracias señor Morris por leerme en la nada…

Eusebio Angarita

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