condiciones y límites de la autobiografía. (pdf). (georges gusdorf)

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Condiciones y límites de la autobiografía* Georges Gusdorf Suplemento Anthropos, N° 29. 1991 [9] La autobiografía es un género literario firmemente establecido, cuya historia se presenta jalonada de una serie de obras maestras, desde las Confesiones de san Agustín hasta Si le grain ne meurt de Gide, pasando por las Confesiones de Rousseau, Poesía y verdad, las Memorias de ultratumba o la Apología de Newman. Muchos grandes hombres, e incluso muchos hombres no tan grandes, jedes de Estado o jedes militares, ministros, exploradores, hombres de negocios, han consagrado el ocio de su vejez a la redacción de recuerdos que encuentran constantemente un público de lectores atentos. La autobiografía existe de todas todas (sic); está protegida por la regla que protege a las glorias consagradas, de modo que ponerla en cuestión puede parecer ridículo. Diógenes demostró el movimiento andando, en su disputa con el filósofo eleata que pretendía, por la autoridad de la razón, impedir a Aquiles que atrapase la tortuga. De manera similar, felizmente, la autobiografía no ha esperado que los filósofos le otorguen el derecho a la existencia. Pero tal vez no es demasiado tarde para preguntarnos por el sentido de tal empresa y pos sus condiciones y posibilidades, a fin de entresacar las presuposiciones implícitas. En primer lugar, conviene resaltar el hecho de que el género autobiográfico está limitado en el tiempo y en el espacio: ni ha existido siempre ni existe en todas partes. Si las Confesiones de San Agustín ofrecen el punto de referencia inicial de un primer éxito fenomenal, vemos en seguida que se trata de un fenómeno tardío en la cultura occidental, y que tiene lugar en el momento en que la aportación cristiana se injerta en las tradiciones clásicas. Por otra parte, no parece que la autobiografía se haya manifestado jamás fuera de nuestra atmósfera cultural; se diría que manifiesta una preocupación particular del hombre occidental, preocupación que ha llevado consigo en su [10] conquista paulatina del mundo y que ha comunicado a los hombres de otras civilizaciones; pero, al mismo tiempo, estos hombres se habrían visto sometidos, por una especie de colonización intelectual, a una mentalidad que no era la suya. Cuando Gandhi cuenta su propia historia, emplea los medios de Occidente para defender el Oriente. Y los emotivos testimonios recogidos por Westermann en su Autobiografías de africanos manifiestan la conmoción de las civilizaciones tradicionales en su contacto con las europeas. El mundo antiguo está en trance de morir dentro incluso de esas conciencias que se interrogan acerca de su destino, convertido, de grado o por la fuerza, al nuevo estilo de vida que el hombre blanco ha traído desde más allá de los mares. La preocupación, que nos parece tan natural, de volverse hacia el pasado, de reunir su vida para contarla, no es una exigencia universal. Se da solamente tras muchos siglos y en una pequeña parte del mundo. El hombre que se complace así en dibujar su

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Georges Gusdorf. Ensayo sobre la autobiografía desde la perspectiva de los reflejos en el espejo.

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  • Condiciones y lmites de la autobiografa* Georges Gusdorf

    Suplemento Anthropos, N 29.

    1991

    [9] La autobiografa es un gnero literario firmemente establecido, cuya historia se

    presenta jalonada de una serie de obras maestras, desde las Confesiones de san Agustn

    hasta Si le grain ne meurt de Gide, pasando por las Confesiones de Rousseau, Poesa y

    verdad, las Memorias de ultratumba o la Apologa de Newman. Muchos grandes hombres, e

    incluso muchos hombres no tan grandes, jedes de Estado o jedes militares, ministros,

    exploradores, hombres de negocios, han consagrado el ocio de su vejez a la redaccin de

    recuerdos que encuentran constantemente un pblico de lectores atentos. La

    autobiografa existe de todas todas (sic); est protegida por la regla que protege a las

    glorias consagradas, de modo que ponerla en cuestin puede parecer ridculo. Digenes

    demostr el movimiento andando, en su disputa con el filsofo eleata que pretenda, por

    la autoridad de la razn, impedir a Aquiles que atrapase la tortuga. De manera similar,

    felizmente, la autobiografa no ha esperado que los filsofos le otorguen el derecho a la

    existencia. Pero tal vez no es demasiado tarde para preguntarnos por el sentido de tal

    empresa y pos sus condiciones y posibilidades, a fin de entresacar las presuposiciones

    implcitas.

    En primer lugar, conviene resaltar el hecho de que el gnero autobiogrfico est

    limitado en el tiempo y en el espacio: ni ha existido siempre ni existe en todas partes. Si

    las Confesiones de San Agustn ofrecen el punto de referencia inicial de un primer xito

    fenomenal, vemos en seguida que se trata de un fenmeno tardo en la cultura

    occidental, y que tiene lugar en el momento en que la aportacin cristiana se injerta en

    las tradiciones clsicas. Por otra parte, no parece que la autobiografa se haya

    manifestado jams fuera de nuestra atmsfera cultural; se dira que manifiesta una

    preocupacin particular del hombre occidental, preocupacin que ha llevado consigo en

    su [10] conquista paulatina del mundo y que ha comunicado a los hombres de otras

    civilizaciones; pero, al mismo tiempo, estos hombres se habran visto sometidos, por una

    especie de colonizacin intelectual, a una mentalidad que no era la suya. Cuando Gandhi

    cuenta su propia historia, emplea los medios de Occidente para defender el Oriente. Y

    los emotivos testimonios recogidos por Westermann en su Autobiografas de africanos

    manifiestan la conmocin de las civilizaciones tradicionales en su contacto con las

    europeas. El mundo antiguo est en trance de morir dentro incluso de esas conciencias

    que se interrogan acerca de su destino, convertido, de grado o por la fuerza, al nuevo

    estilo de vida que el hombre blanco ha trado desde ms all de los mares.

    La preocupacin, que nos parece tan natural, de volverse hacia el pasado, de

    reunir su vida para contarla, no es una exigencia universal. Se da solamente tras muchos

    siglos y en una pequea parte del mundo. El hombre que se complace as en dibujar su

  • propia imagen se cree digno de un inters privilegiado. Cada uno de nosotros tiene

    tendencia a considerarse como el centro de un espacio vital: yo supongo que mi

    existencia importa al mundo y que mi muerte dejar el mundo incompleto. Al contar mi

    vida, yo me manifiesto ms all de la muerte, a fin de que se conserve ese capital

    precioso que no debe desaparecer. El autor de una autobiografa da a su imagen un tipo

    de relieve en relacin con su entorno, una existencia independiente; se contempla en su

    ser y le place ser contemplado, se constituye en testigo de s mismo; y toma a los dems

    como testigos de lo que su presencia tiene de irreemplazable.

    Esta toma de conciencia de la originalidad de cada vida personal es el producto

    tardo de cierta civilizacin. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, el

    individuo no ve su existencia fuera de los dems, y todava menos contra los dems,

    sino con los otros, en una existencia solidaria cuyos ritmos se imponen globalmente a la

    comunidad. Nadie es propietario de su vida ni de su muerte; las exigencias se solapan de

    tal manera que cada una de ellas tiene su centro en todas partes y su circunferencia en

    ninguna. Lo que cuenta no es nunca el ser aislado; mejor an, el aislamiento es imposible

    en un rgimen de cohesin total. La vida social se despliega a manera de una gran

    representacin teatral en la que las peripecias, fijadas originalmente por los dioses, se

    repiten peridicamente. Cada persona aparece as como el titular de un papel, ya

    representado por los ancestros y que los descendientes volvern a representar; hay un

    nmero limitado de papeles, y se expresan con un nmero limitado de nombres. Los

    recin nacidos reciben el nombre de los difuntos, de los cuales toman su rol, y la

    comunidad se mantiene idntica a s misma, a pesar de la renovacin constante de los

    individuos que la componen.

    Est claro que la autobiografa no puede darse en un medio cultural en el que la

    conciencia de s, hablando con propiedad, no existe. Pero esta falta de conciencia de la

    personalidad, caracterstica de las sociedades primitivas tal como nos las describen los

    etnlogos, se mantiene en civilizaciones ms avanzadas, que se inscriben en marcos

    mticos regidos por el principio de la repeticin. Las teoras del eterno retorno, admitidas

    como dogma, bajo formas variadas, por la mayor parte de las grandes culturas antiguas,

    centran su atencin en lo que permanece, y no en lo que pasa. Lo que es nos seala la

    sabidura del Eclesiasts- es lo que ha sido, y no hay nada nuevo bajo el sol. De la misma

    manera, las creencias en la transmigracin de las almas, diseminadas a travs del mundo

    indoeuropeo, solo dan un valor negativo a las peripecias de la existencia temporal. La

    sabidura del Indo considera la personalidad como una ilusin funesta y busca la

    salvacin en la despersonalizacin.

    La autobiografa solo resulta posible a condicin de ciertas presuposiciones

    metafsicas. Resulta necesario, en primer lugar, que la humanidad haya salido, al precio

    de una revolucin cultural, del cuadro mtico de las sabiduras tradicionales, para entrar

    en el reino peligroso de la historia. El hombre que se toma el trabajo de contar su vida

    sabe que el presente difiere del pasado y que no se repetir en el futuro; se ha hecho

  • sensible a las diferencias ms que a las similitudes; en su renovacin constante, en la

    incertidumbre de los acontecimientos y de los hombres, cree que resulta til y valioso

    fijar su propia imagen, ya que, de otra manera, desaparecer como todo lo dems de este

    mundo. La historia quiere ser la memoria de una humanidad que marcha hacia destinos

    imprevisibles; lucha contra la descomposicin de las formas y de los seres. Cada hombre

    es importante para el mundo, cada vida y cada muerte; el testimonio que cada uno da de

    s mismo enriquece el patrimonio comn de la cultura.

    La curiosidad que una persona siente hacia s misma, el asombro ante el misterio

    de su propio destino, estn ligado a la revolucin copernicana de la entrada en la

    historia; la humanidad, que subordinaba su devenir a los grandes ciclos csmicos, se

    descubre duea de una aventura independiente; y muy pronto esa humanidad se har

    cargo tambin del dominio de las ciencias, organizndolas, por medio de la tcnica, en

    funcin de sus propias necesidades. A partir de ese momento, el hombre se sabe

    responsable: convocador de hombres, de tierras, de poder, creador de reinos o de

    imperios, inventor de un cdigo o de una sabidura, tiene conciencia de aadir algo a la

    naturaleza, de inscribir en ella la marca de su presencia. Aparece entonces el personaje

    histrico, y la biografa representa, junto a los monumentos, las inscripciones, las

    estatuas, una de las manifestaciones de su deseo de permanencia en la memoria de los

    hombres. Las vidas ejemplares de los hombres ilustres, de los hroes y los prncipes, les

    conceden una especie de inmortalidad literaria y pedaggica para la edificacin de los

    siglos futuros.

    Pero la biografa que as se constituye como gnero literario provee una

    presentacin exterior de los grandes personajes, revisados y corregidos por las

    necesidades de la propaganda y por el sentido comn de la poca. Muy a menudo, el

    historiador se encuentra separado de su mo-[11]delo por el tiempo transcurrido; y

    siempre se encuentra separado por una gran distancia social. Tiene conciencia de ejercer

    una funcin pblica y oficial, anloga (sic) a la del artista que esculpe o pinta una

    imagen de una persona poderosa en ese momento, y que queda fijada en una pose

    ventajosa segn las normas de las convenciones imperantes. La aparicin de la

    autobiografa supone una nueva revolucin espiritual: el artista y el modelo coinciden, el

    historiador se toma a s mismo como objeto. Es decir, que se considera como un gran

    personaje, digno de la memoria de los hombres, mientras que, de hecho, no es ms que

    un intelectual ms o menos oscuro. Hace su aparicin aqu un nuevo espacio socia, el

    cual invierte los rangos y reclasifica los valores. Montaigne es un hombre prominente,

    perteneciente a una familia de comerciantes; Rousseau, ciudadado (sic) de Ginebra, es

    una especie de aventurero literario; sin embargo, ambos consideran su destino, a pesar de

    su mediocridad en el teatro del mundo, como digno de ser dado como ejemplo. El inters

    se ha desplazado de la historia pblica a la historia privada: al lado de los grandes

    hombres que llevan a cabo la historia oficial de la humanidad, hay hombres oscuros que

  • llevan a cabo sus guerras en el seno de su vida espiritual, librando batallas silenciosas,

    cuyas vas y medios, triunfos y ecos, merecen ser legados a la memoria universal.

    Esta conversin se da tardamente, en la medida en que corresponde a una

    evolucin difcil o, mejor dicho, a una involucin de la conciencia. Uno se maravilla de

    lo que lo rodea ms rpidamente que de uno mismo. Uno admira lo que ve, uno no se ve

    a s mismo. Si el espacio de fuera, el teatro del mundo, es un espacio claro, en el que los

    comportamientos, los mviles y los motivos de cada uno se desentraan bastante bien a

    primera vista, el espacio interior es tenebroso por esencia. El sujeto que se toma a s

    mismo como objeto invierte el movimiento natural de la atencin; al hacer esto, parece

    estar violando ciertas prohibiciones secretas de la naturaleza humana. La sociologa, la

    psicologa profunda, el psicoanlisis, han revelado la significacin compleja y angustiosa

    que reviste el encuentro del hombre con su imagen. La imagen es otro yo-mismo, un

    doble de mi ser, pero ms frgil y vulnerable, revestido de un carcter sagrado que lo

    hace a la vez fascinante y terrible. Narciso, al contemplar su rostro en el seno del

    manantial, queda fascinado por esta aparicin, hasta el punto de morir al doblarse sobre

    s mismo. En la mayor parte de los folklores y las mitologas la aparicin del doble es un

    signo fatal.

    Las prohibiciones mticas subrayan el carcter inquietante del descubrimiento de

    uno mismo. La naturaleza no haba previsto el encuentro del hombre con su reflejo, sino

    que pareca oponerse a toda complacencia antes ese reflejo. La invencin del espejo

    parece haber conmovido la experiencia humana, sobre todo a partir del momento en que

    las mediocres lminas de metal usadas desde la Antigedad fueron reemplazadas, a fines

    de la Edad Media, por los vidrios producidos por la tcnica veneciana. La imagen en el

    espejo forma parte, a partir de ese momento, de la escena de la vida, y los psicoanalistas

    han puesto en evidencia el papel capital de esta imagen en la conciencia progresiva que

    el nio va tomando de su propia personalidad.1 Desde los seis meses de edad, el nio se

    interesa particularmente por ese reflejo suyo, que solo produce indiferencia en el animal.

    En esa imagen descubre el nio poco a poco un aspecto esencial de su identidad: separa

    lo exterior de su interior, se ve como otro entre los otros; se sita en el espacio social en

    el que se va a sentir capaz de reagrupar su propia realidad.

    El hombre primitivo se asusta de su reflejo en el espejo, al igual que se espanta de

    la imagen fotogrfica o cinematogrfica. El nio civilizado tiene todo el tiempo

    necesario para familiarizarse con el revestimiento de apariencias que l ha asumido bajo

    la presin persuasiva del espejo. Sin embargo, incluso el adulto, hombre o mujer, si

    reflexiona por un momento, encuentra en el fondo esta confrontacin consigo mismo, la

    conmocin y la fascinacin de Narciso. La primera imagen sonora del magnetfono, la

    imagen animada del cine, despiertan una angustia similar en nuestras profundidades. El

    1 Cfr. En particular las investigaciones de Jacques Lacan, Le Stade du Miroir comme formateur de la fonction du Je, Revue Franaise de Psychanalyse, 4 (1949). [N. del T.: hay traduccin castellana en Escritos, 1, Mxico, Siglo XXI, 1971, pp. 11-18.]

  • autor de la autobiografa domina esta inquietud sometindose a ella; ms all de todas

    las imgenes, busca tenazmente la vocacin de su ser propio. Sirva como ejemplo

    Rembrandt, fascinado por su espejo veneciano, multiplicando sin fin sus autorretratos, -

    como ms tarde lo har Van Gogh-, testimonios de s mismo y signos de la nuevo

    inquietud apasionada del hombre moderno, empeado en dilucidar el misterio de su

    propia personalidad.

    Si es cierto que la autobiografa es el espejo en el que la persona refleja su propia

    imagen, resulta necesario, sin embargo, reconocer que el gnero aparece antes de los

    descubrimientos tcnicos de los artesanos alemanes e italianos. La atraccin fsica y

    material del reflejo en el espejo se une y fortalece, en el alba de la edad moderna, a la

    ascesis cristiana del examen de conciencia. Las Confesiones de san Agustn corresponde a

    esta orientacin nueva de la espiritualidad: la Antigedad clsica mantena, en sus

    grandes filosofas (la epicrea, por ejemplo, o la estoica), una concepcin disciplinaria

    del ser personal, el cual deba buscar la salvacin en la adhesin a una ley universal y

    trascendente sin complacencia alguna por los misterios, por otra parte insospechados, de

    la vida interior. El cristianismo hizo prevalecer una antropologa nueva; cada destino,

    por humilde que sea supone una suerte de apuesta sobrenatural. Tal destino se desarrolla

    como un dilogo con Dios, en el que, y hasta el final, cada gesto, cada pensamiento o

    cada acto pueden ponerlo todo en entredicho. Cada uno es responsable de su propia

    existencia, y las intenciones cuentan tanto como los actos. De ah el inters nuevo por

    los resortes secretos de la vida personal; la regla de la confesin de los pecados viene a

    dar al examen de conciencia un carcter a la vez sistemtico y obligatorio. El gran libro

    de san Agustn procede de esta exigencia dogmtica: un alma genial presenta ante Dios

    su balance de cuentas con toda humildad, pero tambin con toda retrica.

    [12] Durante los siglos cristianos de la Edad Media occidental, el penitente, a

    imagen de san Agustn, no puede sino manifestarse culpable ante su Creador. El espejo

    teolgico del alma cristiana es un espejo deformante, que explota sin complacencia los

    menores defectos de la persona moral. La regla de humildad ms elemental obliga al fiel

    a descubrir por todas partes las huellas del pecado, a sospechas bajo la apariencia ms o

    menos aduladora del personaje la corrupcin amenazante de la carne, la horrible

    delicuescencia del Squelette de Ligier Richier: todo hombre se descubre en potencia como

    un invitado a las Danzas de la Muerte. En esta poca, como en la del hombre primitivo, el

    hombre no puede contemplar sin angustia su propia imagen. Har falta el estallido de la

    Romania medieval, la desintegracin de sus dogmas bajo la fuerza conjunta del

    Renacimiento y la Reforma, para que el hombre tome inters en verse tal como es,

    alejado de toda premisa trascendental. El espejo de Venecia ofrece a Rembrandt, hombre

    inquieto, una imagen de s mismo desprovista de perversin o adulacin. El hombre

    renacentista se lanza al ocano a la busca de nuevos continentes y de hombres naturales.

    Montaigne descubre en s un mundo nuevo, un hombre natural, desnudo e ingenuo, y

    nos entrega en los Ensayos sus confesiones impenitentes.

  • Los Ensayos sern uno de los evangelios de la espiritualidad moderna. Desligado

    de toda obediencia doctrinal, en un mundo en vas de creciente secularizacin, el hombre

    de la autobiografa se impone como tarea el sacar a la luz las partes ms recnditas de su

    ser. La nueva poca practica la virtud de la individualidad, particularmente apreciada por

    los grandes hombres del Renacimiento, defensores de la libre empresa tanto en el arte

    como en la moral, en las finanzas, la tcnica o la filosofa. Las Memorias de Cellini,

    artista y aventurero, son testigo de esta nueva libertad de un individuo que cree que todo

    le est permitido. Ms all de las disciplinas de la poca clsica, la poca romntica

    reinventar, en su exaltacin del genio, el gusto por la autobiografa. La virtud de la

    individualidad se completa con la virtud de la sinceridad, que Rousseau retoma de

    Montaigne: el herosmo de comprenderlo todo y de decirlo todo, reforzado por las

    enseanzas del psicoanlisis, reviste a los ojos de nuestros contemporneos un valor

    creciente. Las complejidades, las contradicciones y las aberraciones no suscitan la duda o

    la repugnancia, sino una suerte de asombro. Y Gide retoma, en un sentido totalmente

    profano, la exclamacin del salmista: Yo te alabo, oh, Dios mo!, por haberme hecho

    una criatura tan maravillosa.

    El recurso a la historia y a la antropologa permite situar la autobiografa en su

    momento cultural.2 Queda por examinar la empresa autobiogrfica en s misma, para

    iluminar sus intenciones y medir sus posibilidades de xito.3 El autor de una

    autobiografa se impone como tarea el contar su propia historia; se trata, para l, de

    reunir los elementos dispersos de su vida personal y de agruparlos en un esquema de

    conjunto. El historiador de s mismo querra dibujar su propio retrato, pero, al igual que

    el pintor solo fija un momento de su apariencia al exterior, el autor de una autobiografa

    trata de lograr una expresin coherente y total de todo su destino. El catlogo de Bredius

    da cuenta de 62 autorretratos, tenidos todos por autnticos, que Rembrandt pint a lo

    largo de toda su vida. Esta tentativa repetida muestra que el pintor nunca qued

    satisfecho: no reconoca ninguna imagen como su imagen definitiva. El retrato total de

    Rembrandt se encuentra en el punto de fuga de todos sus rostros diferentes, de los cuales

    sera, de alguna manera, el denominador comn. El cuadro representa el presente,

    mientras que la autobiografa pretende re-trazar una duracin, un desarrollo en el

    tiempo, no yuxtaponiendo imgenes instantneas, sino componiendo una especie de

    filma siguiendo un guion preconcebido. El autor de un diario ntimo, anotando da a da

    sus impresiones y sus estados de nimo, fija el cuadro de su realidad cotidiana sin

    preocupacin alguna por la continuidad. La autobiografa, al contrario, exige que el

    hombre se site a cierta distancia de s mismo, a fin de reconstituirse en su unidad y en

    su identidad a travs del tiempo.

    2 Para ms detalle, vase la obra, desgraciadamente inacabada, de Georg Misch, Geschiche der Autobiographie, t. I, Teubner, 1907. 3 Vase tambin Andr Maurois, Aspects de la biographie, Grasset, 1928.

  • A primera vista, no hay en eso nada de chocante. Si admitimos que cada hombre

    tiene una historia y que es posible contar esa historia, es inevitable que el narrador se

    acabe tomando a s mismo como objeto desde el momento en que concibe que su destino

    tiene inters suficiente para l mismo y para los dems. Por otra parte, el testimonio que

    cada uno da de s mismo es privilegiado: el bigrafo, cuando se ocupa de un personaje

    distante o desaparecido, no tiene completa seguridad en cuanto a las intenciones de su

    hroe; se limita a descifrar los signos, y su obra tiene siempre, en cierto sentido, algo de

    novela policiaca. Al contrario, nadie mejor que yo mismo puede saber en lo que he

    credo o lo que he querido; nicamente yo poseo el privilegio de encontrarme, en lo que

    me concierne, del otro lado del espejo, sin que pueda interponrseme la muralla de la

    vida privada. Los otros, por muy bien intencionados que sean, se equivocan siempre;

    describen el personaje exterior, la apariencia que ellos ven, y no la persona, la cual se les

    escapa. Nadie mejor que el propio interesado puede hacer justicia a s mismo, y es

    precisamente para aclarar los malentendidos, para restablecer una verdad incompleta o

    deformada, por lo que el autor de la autobiografa se impone la tare de presentar l

    mismo su historia.

    Un gran nmero de autobiografas, sin duda la mayor parte, se basan en estos

    presupuestos elementales: el hombre de Estado, el poltico, el jefe militar, cuando les

    llega el ocio del retiro o del exilio, escriben para celebrar su obra, siempre ms o menos

    incomprendida, para hacerse un tipo de propaganda pstuma en la posteridad, que corre

    el riesgo de olvidarlos o de no apreciarlos en su justa medida. Memorias y recuerdos

    compiten en celebrar la clarividencia y la habilidad de hombres ilustres que jams se han

    equivocado, a pesar de las apariencias. El cardenal de Retz, jefe de faccin sin suerte,

    gana infaliblemente a posteriori todas las batallas que ha perdido; Napolen, en [13]

    Santa Elena, por la persona interpuesta de Las Cases, se toma su revancha de las

    injusticias de los acontecimientos, enemigos de su genialidad. Nadie se sirve mejor que

    uno mismo.

    Esta autobiografa, consagrada exclusivamente a la defensa e ilustracin de un

    hombre, de una carrera, de una poltica o de una estrategia, es una autobiografa sin

    problemas: se limita casi exclusivamente al sector pblico de la existencia. Aporta un

    testimonio interesante e interesado, e incumbe al historiador, ms que a ningn otro, el

    estudiar y criticar este tipo de autobiografa. Lo que importa aqu son los hechos

    oficiales, y las intenciones se juzgan de acuerdo con las realizaciones. No resulta

    necesario creer al narrador, sino considerar su versin de los hechos como una

    contribucin a su propia biografa. El reverso de la historia, las motivaciones ntimas,

    completan la secuencia objetiva de los hechos. Pero en el caso de los hombres pblicos lo

    que predomina es ese aspecto exterior: ellos cuentan su vida segn la ptica de su

    tiempo, de modo que las dificultades de mtodo no difieren de las de la historiografa al

    uso. El historiador sabe bien que las memorias son siempre, hasta cierto punto, una

    revancha sobre la historia. Leyendo los recuerdos de Retz, no se comprende del todo por

  • qu fracas tan grandiosamente en su carrera poltica; un bigrafo objetivo no se dejar

    impresionar por ese vencido que se da aires de vencedor, y reconstruir los hechos

    ayudndose de una psicologa elemental y de comprobaciones indispensables.

    La cuestin cambia radicalmente cuando el lado privado de la existencia tiene

    mayor importancia. Newman, cuando escribe su Apologa pro vita sua, tiene como

    objetivo justificar, a los ojos de la opinin contempornea, su conversin del

    anglicanismo al catolicismo. Pero los acontecimientos sociales y teolgicos, los datos

    cronolgicos, tienen poca importancia. El debate se desarrolla, en lo esencial, en el

    espacio interior: como en las Confesiones de san Agustn, lo que aqu se nos cuenta es la

    historia de un alma. La crtica externa y objetiva puede sealar aqu o all algn que otro

    error de detalle o alguna trampa, pero no puede poner en tela de juicio lo esencial.

    Rousseau, Goethe, Stuart Mill, no se contentan con presentar al lector un tipo de

    curriculum vitae que re-traza las etapas de una carrera oficial cuya importancia no

    pasa de mediocre. En este caso, nos concierne otra verdad. La rememoracin se tiene a s

    misma como objetivo, y la evocacin del pasado responde a una inquietud cargada de

    mayor o menor angustia, ansiosa de encontrar el tiempo perdido para recuperarlo y

    fijarlo para siempre. El ttulo de la obra autobiogrfica de Jean Paul, Wahrheit aus meinem

    Leben (La verdad de mi vida), expresa bien el hecho de que la verdad pertinente en

    este caso tiene lugar en la interioridad de la vida personal. Por otra parte, son muy

    numerosos los recuerdos de infancia y de adolescencia, entre los cuales se hallan obras

    maestras como los Recuerdos de infancia y juventud, de Renan, o Si la semilla no muere, de

    Gide. Pero el nio no es todava un personaje histrico; la importancia de su pequea

    existencia resulta estrictamente privada. El escritor que evoca sus primeros aos explora

    un dominio encantado que solo a l le pertenece.

    Por otra parte, la autobiografa propiamente dicha se impone como programa

    reconstruir la unidad de una vida a lo largo del tiempo. Esta unidad vivida de

    comportamiento y de actitudes no procede del exterior: es cierto que los hechos nos

    influyen, a veces nos determinan y siempre nos delimitan; pero los temas esenciales, los

    esquemas estructurales que se imponen al material de los hechos exteriores son los

    elementos constituyentes de la personalidad. La psicologa totalizante actual nos ha

    enseado que, lejos de encontrarse sometido a situaciones acabadas, el hombre es el

    agente activo esencial en las situaciones en las que se encuentra metido. Lo que

    estructura y da forma definitiva a lo vivido es su intervencin, de modo que el paisaje es

    verdaderamente, segn las palabras de Amiel, un estado de nimo.

    La intencin consustancial a la autobiografa, y su privilegio antropolgico en

    tanto gnero literario, se muestran as con claridad: es uno de los medios del

    conocimiento de uno mismo, gracias a la reconstitucin y al desciframiento de una vida

    en su conjunto. Un examen de conciencia limitado al momento presente no me dar

    ms que un trozo fragmentario de mi ser personal. Al contar mi historia, tomo el

    camino ms largo, pero ese camino que constituye la ruta de mi vida me lleva con ms

  • seguridad a m mismo. La recapitulacin de las etapas de la existencia, de los paisajes y

    de los encuentros, me obliga a situar lo que yo soy en la perspectiva de lo que he sido.

    Mi unidad personal, la esencia misteriosa de mi ser, es la ley de conjuncin y de

    inteligibilidad de todas mis conductas pasadas, de todos los rostros y de todos los lugares

    en los que he reconocido signos y testigos de mi destino. En otras palabras, la

    autobiografa es una segunda lectura de la experiencia, y ms verdadera que la primera,

    puesto es toma de conciencia: en la inmediatez de lo vivido, me envuelve generalmente

    el dinamismo de la situacin, impidindome ver el todo. La memoria me concede

    perspectiva y me permite tomar en consideracin las complejidades de una situacin, en

    el tiempo y en el espacio. Al igual que una vista area le revela a veces a un arquelogo

    la direccin de una ruta o de una fortificacin, o el plano de una ciudad invisible desde el

    suelo, la recomposicin en esencia de mi destino muestras las grandes lneas que me han

    inspirado sin que tuviera una conciencia clara de ellas, mis elecciones decisivas.

    La autobiografa no consiste en una simple recuperacin del pasado tal como fue,

    pues la evocacin del pasado solo permite la evocacin de un mundo ido para siempre.

    La recapitulacin de lo vivido pretende valer por lo vivido en s, y, sin embargo, no

    revela ms que una figura imaginada, lejana ya y sin duda incompleta, desnaturalizada

    adems por el hecho de que el hombre que recuerda su pasado hace tiempo que ha dejado

    de ser el que era en el pasado. El paso de la experiencia inmedia-[14]-ta a la conciencia en

    el recuerdo, la cual lleva a cabo una especie de recapitulacin de esa experiencia, basta

    para modificar el significado de esta ltima. Aparece una nueva modalidad del ser, si es

    verdad, tal como deca Hegel, que la conciencia de s es el hontanar de la verdad. El

    pasado rememorado ha perdido su consistencia de carne y hueso, pero ha ganado una

    nueva pertinencia, ms ntima, para la vida personal, la cual puede, de esta manera, y

    tras haber estado por mucho tiempo dispersa y haber sido buscada en el tiempo, ser

    descubierta y reunida ms all del tiempo.

    Tal es, sin duda alguna, la intencin ms ntima de toda empresa de recuerdos,

    memorias o confesiones. El hombre que cuenta su vida se busca a s mismo a travs de su

    historia; no se entrega a una ocupacin subjetiva y desinteresada, sino a una obra de

    justificacin personal. La autobiografa responde a la inquietud ms o menos angustiada

    del hombre que envejece y que se pregunta si su vida no ha sido vivida en vano,

    malgastada al azar de los encuentros, y si su saldo final es un fracaso. Para asegurarse,

    emprende su propia apologa, como dice expresamente Newman. El cardenal de Retz

    resulta tal vez ridculo con su pretensin de perspicacia poltica y de infalibilidad,

    cuando ha perdido todas las partidas que ha jugado. Pero toda vida, incluso a pesar de los

    xitos ms brillantes, se sabe tal vez ntimamente perdida. La autobiografa es, entonces,

    la ltima oportunidad de volver a ganar lo que se ha perdido; y hay que reconocer que

    esta partida, tanto Retz como ms tarde Chateaubriand, la han sabido jugar con

    maestra, de modo que aparecen como vencedores a los ojos de las generaciones futuras,

    de manera ms notable que si las oscuras intrigas en las que se complacan hubiesen

  • acabado en ventajas para su faccin. Retz escritor y memorialista de s mismo, ha

    compensado el fracaso de Retz conspirador. La tarea de la autobiografa consiste, en

    primer lugar, en una tarea de salvacin personal. La confesin, el esfuerzo de

    rememoracin, es, al mismo tiempo, bsqueda de un tesoro escondido, de una ltima

    palabra liberadora, que redime en ltima instancia un destino que dudaba de su propio

    valor. Se trata, para aquel que se embarca en la aventura, de concluir un tratado de paz, y

    de alcanzar una nueva alianza, con uno mismo y con el mundo. El hombre maduro o ya

    envejecido que convierte su vida en narracin, cree ofrecer testimonio de que no ha

    vivido en balde; no elige la revuelta, sino la reconciliacin, y la lleva a cabo en el acto

    mismo de reunir los elementos dispersos de un destino que le parece que ha valido la

    pena vivir. La obra literaria en la que l se ofrece como ejemplo es el medio de

    perfeccionar ese destino, de llevarlo a buen fin.

    Existe, entonces, una disparidad considerable entre la intencin confesada de la

    autobiografa re-trazar simplemente la historia de una vida- y sus intenciones

    profundas, orientadas hacia una suerte de apologtica o teodicea del ser personal. Esta

    disparidad permite comprender las perplejidades y las antinomias de este gnero

    literario.

    El hombre que emprende la escritura de sus memorias se figura, con total buena

    fe, que est haciendo tarea de historiador, y que las dificultades, si encuentra algunas,

    podrn ser vencidas gracias a las virtudes de la crtica objetiva y de la imparcialidad. El

    retrato ser exacto, y la relacin de los acontecimientos ser trada a la luz tal como

    verdaderamente aconteci. Ser necesario luchar, sin duda alguna, contra las flaquezas

    de la memoria y contras las tentaciones de la mentira, pero una higiene moral

    suficientemente severa, as como una buena fe fundamental, permitirn restablecer la

    realidad de los hechos, tal como Rousseau afirma, en clebres pginas, al comienzo de las

    Confesiones. La mayor parte de los autores que cuentan su vida no se plantean otras

    cuestiones: el problema psicolgico de la memoria, el problema moral de la

    imparcialidad con respecto a uno mismo, no son obstculos infranqueables. La

    autobiografa se presenta como el espejo de una vida, su doble clarificado, el diagrama de

    un destino.

    Pero conocemos la revolucin reciente de la metodologa histrica. El dolo de la

    historia objetiva y crtica, adorado por los positivistas del siglos XIX, se ha

    desmoronado, la esperanza de una resurreccin integral del pasado, alimentada por

    Michelet, se ha mostrado carente de sentido; el pasado es el pasado, y no puede habitar

    de nuevo en el presente sino a costa de una prdida total de su naturaleza. La evocacin

    histrica supone una relacin muy compleja entre pasado y presente, una reactualizacin

    que nos impide descubrir el pasado en s, tal como fue: el pasado sin nosotros. El

    historiador de uno mismo se enfrenta con las mismas dificultades: revisitando su propio

    pasado, postula la unidad e identidad de su ser, cree poder identificar el que fue con el

    que ha llegado a ser. Como el nio, el joven, el hombre maduro de otros tiempos, han

  • desaparecido, y no pueden defenderse, solo el hombre actual tiene la palabra, lo que le

    permite negar el desdoblamiento y postular exactamente lo que est en cuestin.

    Est claro que la narracin de una vida no puede ser simplemente la imagen

    doble de esa vida. La existencia vivida se desarrolla da a da en el presente, siguiendo las

    exigencias del momento, a las cuales la persona se enfrenta de la mejor manera que

    puede con todos los recursos a su disposicin. Combate dudoso, en el que las intenciones

    conscientes, las iniciativas, se mezclan confusamente con los impulsos inconscientes, las

    resignaciones y la pasividad. Cada destino se forja en la incertidumbre de los hombres,

    de las circunstancias y de s mismo. Esta tensin constante, esta carga de lo desconocido,

    que corresponde a la flecha misma del tiempo vivido, no puede subsistir en la narracin

    de los recuerdos, llevada a cabo a posteriori por alguien que conoce el fin de la historia.

    Tolstoi ha mostrado, en Guerra y paz, la gran diferencia que existe entre la batalla real,

    vivida minuto a minuto por los combatientes angustiados, casi inconscientes de lo que

    est pasando, incluso si se encuentran en la seguridad de un estado mayor, y la narracin

    de esta misma batalla, dotada de orden racional y lgico por el historiador, [15] que

    conoce todas las peripecias del combate y su resultado. La misma diferencia existe entre

    una vida y su biografa: No s, escriba Valry, si alguien ha intentado escribir una

    biografa tratando de saber el instante siguiente, en todo momento, lo poco que el hroe

    de la obra saba en el momento correspondiente de su vida. En suma, devolverle el azar a

    cada instante, en lugar de forjar una continuidad que puede resumirse, y una causalidad

    que puede ser convertida en frmula.4

    El pecado original de la autobiografa es entonces, en primer lugar, el de la

    coherencia lgica y la racionalizacin. La narracin es consciencia, y como la

    consciencia del narrador dirige la narracin, le parece indudable que esa consciencia ha

    dirigido su vida. En otras palabras, la reflexin inherente a la toma de conciencia es

    transferida, por una especie de ilusin ptica inevitable, al domino del acontecimiento.

    El novelista Franois Mauriac, al comienzo de una evocacin de su infancia, se rebela

    contra la idea de que un autor retoca sus recuerdos con la intencin deliberada de

    engaarnos. En verdad, obedece a una necesidad: es necesario que inmovilize (sic), que

    fije esa vida pasada que estuvo dotada de movimiento [] Contra su voluntad recorta en

    su pasado en movimiento esas figuras tan arbitrarias como las constelaciones con que

    hemos poblado la noche.5 En fin, nos hallamos aqu antes una especie de crtica

    bergsoniana de la autobiografa: Bergson reprocha a las teoras clsicas de la voluntad y

    del libre albedro el que reconstruyan a posteriori una conducta pasada, y el que

    supongan que en los momentos decisivos se da una eleccin lcida entre diversas

    posibilidades, mientras que la libertad concreta se mueve por su propio mpetu y que,

    normalmente, no hay eleccin alguna. De manera similar, la autobiografa se ver

    4 Paul Valry, Tel Quel, II; cf., en el mismo sentido, su afirmacin Quien se confiesa miente y huye de la verdadera verdad, la cual no existe, o es informe, y, en general confusa. 5 Mauriac, Commencements dune vie, Grasset, 1932, Introduction, p. XI.

  • condenada a sustituir sin cesar lo hecho por lo que se est haciendo. El presente vivido,

    con su carga de inseguridad, se ve arrastrado por el movimiento necesario que une, al

    hilo de la narracin, el pasado con el futuro.

    La dificultad es insuperable: ningn artificio de presentacin, aunque se vea

    ayudado por la genialidad, puede impedir al narrador saber siempre la continuacin de la

    historia que cuenta, es decir, partir, de alguna manera, del problema resuelto. La ilusin

    comienza, por otra parte, en el momento en que la narracin le da sentido al

    acontecimiento, el cual, mientras ocurri, tal vez tena muchos, o tal vez ninguno. Esta

    postulacin del sentido determina los hechos que se eligen, los detalles que se resaltan o

    se descartan, de acuerdo con la exigencia de la inteligibilidad preconcebida. Los olvidos,

    las lagunas y las deformaciones de la memoria se originan ah: no son la consecuencia de

    una necesidad puramente material resultado del azar; por el contrario, provienen de una

    opcin del escritor, que recuerda y quiere hacer prevalecer determinada versin revidad

    y corregida de su pasado, de su realidad personal. Eso es lo que Renan haba

    experimentado: Goethe, observa, elige como ttulo de sus memorias Poesa y verdad,

    mostrando as que uno no podra escribir su propia biografa de la misma manera que

    escribe la de los dems. Lo que uno dice de s es siempre poesa [] Uno escribe sobre

    tales cosas para transmitir a los otros la teora del universo que uno lleva dentro de s.6

    Es necesario seguir su ejemplo y renunciar al prejuicio de la objetividad, a un tipo

    de cientificismo que juzgara la obra segn la precisin del detalle. Hay un tipo de

    pintores de escenas histricas cuya ambicin, cuando representan una escena militar, se

    limita a representar minuciosamente los detalles de los uniformes y de las armas, o las

    grandes lneas de la topografa. El resultado de su empresa es tan falso como resulta

    posible, mientras que La rendicin de Breda, de Velzquez, o el Dos de mayo, de Goya,

    aunque estn plagados de inexactitudes, son obras maestras. Una autobiografa no

    podra ser, pura y simplemente, un proceso verbal de la existencia, un libro de cuentas y

    un diario de campaa: tal da, a tal hora, fue a tal lugar Tal tipo de cuentas, aunque

    fuese minuciosamente exacto, no sera ms que una caricatura de la vida real; la

    precisin rigurosa se correspondera con el engao ms sutil.

    Uno de los ms bellos poemas autobiogrficos de Lamartine, La vigne et la

    maison, evoca la casa natal del poeta, en Milly, cuya fachada est adornada por una

    guirnalda de madreselva. Un historiador ha descubierto que no haba tal madreselva en

    la casa de Milly durante la infancia del poeta; solo mucho ms tarde, para reconciliar el

    poema y la verdad, la esposa de Lamartine hizo plantar una enredadera. La ancdota

    resulta simblica: en el caso de la autobiografa, la verdad de los hechos se subordina a la

    verdad del hombre, pues es sobre todo el hombre lo que est en cuestin. La narracin

    nos aporta el testimonio de un hombre sobre s mismo, el debate de una existencia que

    dialoga con ella misma, a la bsqueda de su fidelidad ms ntima.

    6 Renan, Souvenirs denfance et de jeuneusse, Calmann Lvy, Prefce, p. II.

  • La autobiografa es un momento de la vida que se narra; se esfuerza en entresacar

    el sentido de esa vida, pero ella es solamente un sentido en esa vida, pero, ella es

    solamente un sentido en esa vida. Una parte del todo pretende reflejar el conjunto, pero

    ella aade algo a ese conjunto del cual constituye un momento. Ciertos cuadros de

    interior, holandeses o flamencos, muestran en una pared un pequeo espejo en el que el

    cuadro se repite una segunda vez; la imagen en el espejo no se limita a doblar la escena,

    sino que aade una dimensin nueva, una perspectiva en fuga. De manera similar, la

    autobiografa no es la simple recapitulacin del pasado; es la tarea, y el drama, de un ser

    que, en un cierto momento de su historia, se esfuerza en parecerse a su parecido. La

    reflexin sobre la existencia pasada constituye una nueva apuesta.

    La significacin de la autobiografa hay que buscarla, por lo tanto, ms all de la

    verdad y la falsedad, tal como las concibe, con ingenuidad, el sentido comn. La

    autobiografa es, sin duda alguna, un documento sobre una vida, y el historiador tiene

    perfecto derecho a comprobar ese testimonio, de verificar su exactitud. Pero se trata

    tambin de una obra de arte, y el aficionado a la literatura, por su parte, es sensible a la

    armona del estilo, a la [16] belleza de las imgenes. Poco importa, por esa razn, que las

    Memorias de ultratumba estn plagadas de errores, de omisiones y de mentiras; poco

    importa que Chateaubriand haya inventado la mayor parte de su Viaje a Amrica: la

    evocacin de los paisajes que no ha visto, la descripcin de los estados de nimo del

    viajero, no resultan menos admirables. Ficcin o impostura, el valor artstico es real:

    ms all de los trucos de itinerario o de cronologa, se da testimonio de una verdad: la

    verdad del hombre, imgenes de s y del mundo, sueos del hombre de genio que se

    realiza en lo irreal, para fascinacin propia y de sus lectores.

    La funcin propiamente literaria, artstica, tiene, por consiguiente, ms

    importancia que la funcin histrica u objetiva, a pesar de las pretensiones de la crtica

    positivista de antao y de hoy. Pero la funcin literaria en cuanto tal, si de verdad

    queremos comprender la esencia de la autobiografa, resulta todava secundaria en

    relacin a la significacin antropolgica. Toda obra de arte es proyeccin del dominio

    interior sobre el espacio exterior, donde, al encarnarse, toma conciencia de s. De ah la

    necesidad de un segundo tipo de crtica, que, en lugar de verificar la correcin (sic)

    material de la narracin o de mostrar su valor artstico, se esfuerce en entresacar la

    significacin ntima y personal, considerndola como el smbolo, de alguna manera, o la

    parbola, de un conciencia en busca de su verdad personal, propia.

    El hombre que, al evocar su vida, parte al descubrimiento de s mismo, no se

    entrega a una contemplacin pasiva de su ser personal. La verdad no es un tesoro

    escondido, al que bastara con desenterrar reproducindolo tal cual es. La confesin del

    pasado se lleva a cabo como una tarea en el presente: en ella se opera una verdadera

    autocreacin. Bajo el pretexto de presentarme tal como fui, ejerzo una especie de derecho

    a repetir mi existencia. Hacer, y al hacer, hacerse: la bella frmula de Lequier podra

    ser la divisa de la autobiografa, la cual no puede recordar el pasado en el pasado y para

  • el pasado, imagen inaccesible, pues los muertos no se pueden resucitar; la autobiografa

    evoca el pasado para el presente y en el presente, reactualiza lo que del pasado conserva

    sentido y valor hoy en da; afirma una tradicin personal, la cual funda una fidelidad a

    un tiempo antigua y nueva, pues el pasado asumido en el presente es tambin un signo y

    una profeca del futuro. Las perspectivas temporales parecen, de esta manera, agregarse e

    interpretarse en una comunin en el autoconocimiento que reagrupa al ser personal ms

    all y por encima de su duracin temporal. La confesin adquiere el carcter de una

    confesin de valores, de un autorreconocimiento, es decir, de una opcin a nivel de

    esencias. No una revelacin de una realidad dada de antemano, sino el postulado de una

    razn prctica.

    El carcter creador y edificante as reconocido a la autobiografa saca a la luz un

    sentido nuevo y ms profundo de la verdad como expresin del ser ntimo. Y esta

    verdad, descuidada demasiado a menudo, constituye, sin embargo, una de las referencias

    necesarias para la comprensin del dominio humano. Comprendemos todo, tanto fuera

    de nosotros como en nosotros mismos, en relacin a lo que somos, y segn la medida de

    nuestras dimensiones espirituales. Esto es lo que quiere decir Dilthey, uno de los

    fundadores de la historiografa contempornea, cuando afirma que la historia universal

    es una extrapolacin de la autobiografa. El espacio objetivo de la historia es siempre la

    proyeccin del espacio mental del historiador. El poeta Novalis ya lo haba presentido,

    mucho antes que Dilthey: El historiador afirma-construye seres histricos. Los datos

    de la historia son la masa que el historiador modela dndoles vida. La historia tambin

    obedece, por lo tanto, los principios generales de la creacin y la organizacin, y fuera de

    estos principios no se da una verdadera construccin histrica, sino solo los vestigios

    escasos de creaciones fortuitas en las que se ha ejercido un genio involuntario

    (Blutenstaub, p. 93). Y Nietzsche, por su parte, afirmaba la necesidad de sentir como la

    historia propia toda la historia de la humanidad (El gay saber, 337).

    Resulta necesario admitir, por consiguiente, una especie de inversin de

    perspectiva, y renunciar a considerar la autobiografa a la manera de una biografa

    objetiva, regida nicamente por las exigencias del gnero histrico. Toda autobiografa

    es una obra de arte, y, al mismo tiempo, una obra de edificacin; no nos presenta al

    personaje visto desde fuera, en su comportamiento visible, sino la persona en su

    intimidad, no tal como fue, o tal como es, sino como cree y quiere ser y haber sido. Se

    trata de una especie de recomposicin realzada del destino personal; el autor, quien es al

    mismo tiempo el hroe de la historia, quiere elucidar su pasado a fin de discernir la

    estructura de su ser en el tiempo. Y esta estructura secreta es para l el presupuesto

    implcito de todo conocimiento posible, en el orden que sea. Y de ah el lugar central de

    la autobiografa, y en particular en el dominio literario.

    La experiencia es la materia prima de toda creacin, la cual elabora los elementos

    tomados de la realidad vivida. Uno solo puede imaginar a partir de lo que uno es, de lo

    que no ha experimentado, en la realidad o en la aspiracin. La autobiografa presenta ese

  • contenido privilegiado con un mnimo de alteraciones; ms exactamente, cree, de

    ordinario, restituirlo tal como fue, pero, para narrarse, el hombre aade algo a s mismo.

    De modo que la creacin de un mundo literario comienza en la confesin del autor: la

    narracin que hace de su vida ya es una primera obra de arte, el primer desciframiento

    de una afirmacin que, a un nivel ms alto de diseccin y recomposicin, florecer en

    novelas, en tragedias o en poemas. El novelista Franois Mauriac asume una intuicin

    familiar a muchos escritores cuando escribe: creo que no hay una gran novela que no

    sea una vida interior novelada.7 Toda novela es una autobiografa por persona

    interpuesta, verdad que Nietzsche haba entendido ms all incluso de los lmites de la

    literatura propiamente dicha: Poco a poco se me ha hecho claro lo que es toda gran

    filosofa: la confesin de su creador, de alguna manera los recuerdos involuntarios e

    inconscientes [].8

    [17] Habra entonces, dos versiones, o dos casos, de autobiografa: por una parte,

    la confesin propiamente dicha, y, por otra, toda la obra del artista, que se ocupa del

    mismo material pero con toda libertad y trabajando de incgnito. Tras la muerte de

    Sofa, Novalis escribi durante un tiempo un diario ntimo en el que anot, da a da,

    escuetamente, sus estados de nimo; por la misma poca escribi los Himnos a la noche,

    una de las obras maestras de la poesa romntica. Ni el poema ni su prometida son

    nombrados en los Himnos; sin embargo, no hay duda de que tienen el mismo contenido

    autobiogrfico que el Diario, pues representan una crnica de la experiencia de la

    muerte. Igualmente, Goethe se tom el trabajo de escribir sus memorias; pero su obra

    entera, desde Werther al Segundo Fausto y a la Elega de Marienbad se despliega como una

    gigantesca confesin. No hay, en las Afinidades, le confa a Eckermann, un solo rasgo

    que no haya sido vivido, aunque ninguno est tal como fue vivido.

    Resulta intil multiplicar los ejemplos: la crtica ha decidido clasificar las obras

    de los escritores segn el orden cronolgico, y de buscar en cada una de ellas la expresin

    de una situacin real, reconociendo, de esta manera, el carcter autobiogrfico de toda

    creacin literaria. Para comprender En busca del tiempo perdido es necesario ver en ella la

    autobiografa de Proust; Henri el Verde es la autobiografa de Gottfried Keller, como

    Jean-Christophe es la de Romain Rolland. La clave autobiogrfica permite establecer la

    correspondencia entre la vida y la obra, solo que esa correspondencia no es tan simple

    como la que se da, por ejemplo, entre un texto y su traduccin. Nuestras reflexiones

    anteriores encuentran aqu toda su importancia.

    Se puede distinguir, en la creacin literaria, una especie de verdad en s de la

    vida, anterior a la obra y que vendra a reflejarse en ella, directamente en la

    7 Mauriac, Journal, II, Grasset, 1937, p. 138. Cfr. Maurois, Tourguenief, p. 196: La creacin artstica no es una creacin ex nihilo. Es una reordenacin de elementos de la realidad. Se podra mostrar fcilmente que las narraciones ms extraas, las que nos parece ms lejanas de la observacin real, como Los viajes de Gulliver, los Cuentos de Edgar Poe, la Divina Comedia de Dante o Ubu rey de Jarry, estn compuestos de recuerdos []. 8 Nietzsche, Ms all del bien y del mal, 6.

  • autobiografa, y ms o menos indirectamente en la novela o el poema. Las dos series no

    son independientes: Los grandes acontecimientos de mi vida son mis obras, deca

    Balzac. La autobiografa es tambin una obra, es decir, un acontecimiento de la vida, en

    la cual influye por una especie de movimiento de retorno. El psicoanlisis y la psicologa

    profunda nos han convertido en familiar la idea, ya implcita en la prctica de la

    confesin, de que, al tomar conciencia de lo que fue, uno cambia lo que es. Como

    observaba Saint-Beuve, en el caso del escritor escribir es dar a luz. Un hombre no es

    el mismo tras el examen de conciencia. La autobiografa no es, por consiguiente, la

    imagen acabada, la determinacin permanente, de una vida personal: el ser humano se

    hace de continuo; memorias y recuerdos aspiran a una esencia ms all de la existencia

    y, al ponerla de manifiesto, contribuyen a su creacin. Al dialogar consigo mismo, el

    escritor no busca decir la ltima palabra, la cual cerrara su vida; se esfuerza solamente

    por acercarse un poco ms al sentido, siempre secreto e inalcanzable, de su propio

    destino.

    En este sentido, toda obra es autobiogrfica en la medida en que, al inscribirse en

    la vida, modifica la vida futura. O, todava mejor, el carcter propio de la vocacin

    literaria es que la obra, incluso antes de llevarse a cabo, pueda obrar sobre la existencia.

    La autobiografa es vivida, representada, antes de ser escrita; impone una especie de

    marca retrospectiva al acontecimiento. Leyendo la correspondencia de Mrime, observa

    un crtico, se tiene la impresin de que su manera de vivir los episodios que describe est

    influida ya por la narracin que har a sus amigos. De manera similar, Thibaudet

    justifica a Chateaubriand contra los que lo acusan de haber falsificado sus Memorias:

    su manera de ordenar a posteriori su vida es consustancial con su arte. Es una

    informacin, no una deformacin. No podemos separar sus mentiras de su estilo.

    Debemos ver su persona y su vida en funcin de su obra, y tambin como su

    consecuencia, como la fuente y el producto a la vez de su estilo.9

    El estilo debe entenderse aqu no solamente como una regla de escritura sino

    como una lnea de vida. La verdad de la vida no es distinta, especficamente, de la

    verdad de la obra: el gran artista, el gran escritor, vive, de alguna manera, para su

    autobiografa. Sera fcil mostrar esto en el caso de Goethe o de Baudelaire, de Gauguin,

    de Beethoven, de Byron, de Shelley y de tantos otros grandes artistas. Hay un estilo de

    vida romntico, como hay uno clsico, barroco, existencial o decadente. La vida, la obra,

    la autobiografa, se nos aparecen as como tres aspectos de una misma afirmacin,

    unidos por una constante imbricacin. La misma fidelidad justifica las aventuras de la

    accin y las de la escritura, de suerte que ser posible descubrir entre ellas una

    correspondencia simblica, y sacar a la luz los centros de gravitacin, los puntos de

    inflexin de un destino. Los tericos de la Formgeschichte han encontrado en eso el punto

    de partida de un mtodo de interpretacin literaria y artstica, deseosos, ante todo, de

    deslindar los temas esenciales en funcin de los cuales el hombre y la obra se hacen 9 A. Thibaudet, Rflexions sur la critique, NRF; 1939, pp. 27 y 29.

  • inteligibles. El orden totalmente exterior de la cronologa se muestra entonces ilusorio.

    La historia literaria deja lugar a lo que Bertram llama, en el caso de Nietzsche, una

    mitologa personal, organizada en funcin de los leitmotiv de la experiencia integral:

    el caballero, la Muerte y el Diablo, Scrates, Portofino, Eleusis; ideas centrales cuya

    estela encuentra Bertram tanto en la obra de Nietzsche como en su vida.

    El privilegio de la autobiografa consiste, por lo tanto, a fin de cuentas, en que

    nos muestra no las etapas de un desarrollo, cuyo inventario es tarea del historiador, sino

    el esfuerzo de un creador para dotar de sentido su propia leyenda. Cada uno es el primer

    testigo de s mismo; sin embargo, su testimonio no goza de autoridad definitiva. No

    solamente porque el crtico objetivo mostrar siempre inexactitudes, sino, sobre todo,

    porque el debate de una vida consigo misma en busca de su verdad absoluta nunca tiene

    fin. Cada uno es para s mismo la apuesta existencial en una partida que, en realidad, no

    puede ser perdida ni ganada. La creacin artstica es una lucha con el ngel, en la que

    tanto el creador como su enemigo estn seguros de vencer. El creador lucha contra su

    sombra, con la nica seguridad de que jams la podr apresar.

    [18] NOTAS

    1. Cfr. En particular las investigaciones de Jacques Lacan, Le Stade du Miroir comme

    formateur de la fonction du Je, Revue Franaise de Psychanalyse, 4 (1949). [N. del T.: hay

    traduccin castellana en Escritos, 1, Mxico, Siglo XXI, 1971, pp. 11-18.]

    2. Para ms detalle, vase la obra, desgraciadamente inacabada, de Georg Misch, Geschiche der

    Autobiographie, t. I, Teubner, 1907.

    3. Vase tambin Andr Maurois, Aspects de la biographie, Grasset, 1928.

    4. Paul Valry, Tel Quel, II; cf., en el mismo sentido, su afirmacin Quien se confiesa miente y

    huye de la verdadera verdad, la cual no existe, o es informe, y, en general confusa.

    5. Mauriac, Commencements dune vie, Grasset, 1932, Introduction, p. XI.

    6. Renan, Souvenirs denfance et de jeuneusse, Calmann Lvy, Prefce, p. II.

    7. Mauriac, Journal, II, Grasset, 1937, p. 138. Cfr. Maurois, Tourguenief, p. 196: La creacin

    artstica no es una creacin ex nihilo. Es una reordenacin de elementos de la realidad. Se podra

    mostrar fcilmente que las narraciones ms extraas, las que nos parece ms lejanas de la

    observacin real, como Los viajes de Gulliver, los Cuentos de Edgar Poe, la Divina Comedia de

    Dante o Ubu rey de Jarry, estn compuestos de recuerdos [].

    8. Nietzsche, Ms all del bien y del mal, 6.

    9. A. Thibaudet, Rflexions sur la critique, NRF; 1939, pp. 27 y 29.

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    *Artculo traducido por ngel G. Loureiro. Publicado originalmente en Formen der

    Selbstdarstellung. Analekten zu zeiner Geschichte des literarischen Selbsportraits Fetsgabe fur Fritz

    Neubert. (Berln, Duncker y Humblot, 1948, 105-123).