conchudo el paraguas y el bastón

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Premios Literarios Vendimia 2011, Ediciones Culturales de Mendoza, Secretaría de Cultura, Gobierno de Mendoza.

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CONCHUDO,

el paraguas y el bastón

Primer premio

dramaturgia

MARÍA BELÉN CHERUBINI

El Morocha

Mención

dramaturgia

PABLO ARABENA

Page 4: CONCHUDO el paraguas y el bastón

4

Diseño de tapa: Gastón Alfaro

Diagramación: Andrés Oliver

Corrección: Sonnia De Monte

ISBN:

Ediciones Culturales de Mendoza

Secretaría de Cultura - GOBIERNO DE MENDOZA

Avenida España y Gutiérrez, 2do piso (5500) Mendoza

Tel.: 0261 - 4495846

E-mail: [email protected]

Impreso en Argentina

Printed in Argentina

Page 5: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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CONCHUDO, el paraguas y el bastón

dramaturgia

María Belén Cherubini

Ediciones Culturales de MendozaSecretaría de CulturaGobierno de Mendoza

Page 6: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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AGRADECIMIENTO

Agradezco a mi mamá que me supo transmitir y esti-

mular el placer por el ARTE. A mis hermanas, por sus

primeros aplausos. A mis hermanos, por compartir

las utopías. A Guillermina, Victoria y Daniel, porque

son lo que más quiero en el mundo.

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Personajes:

A, B y C

A es la abuela

B es la madre

C es la hija

Es indistinto si se nota o no las diferentes generaciones de

los personajes, al igual que si se mezclan las relaciones parentales

que las unen

Tres sillas, un aparador antiguo, sobre él un teléfono negro.

Cada vez que los personajes quiebren y hablen al público,

un cenital debe iluminar solamente su rostro haciendo desapare-

cer todo el resto, a modo de un primer plano cinematográfico.

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"…en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío"

Ernesto Sábato

ESCENA I

Un cenital ilumina solo el rostro endemoniado de C quien, a

modo de rezo, se dirige al público

C: Morir, fumar…

¿Cuál es el sentido de nuestra existencia?

¿Sufrir las letanías del David?

¿Padecer los temblores de la tristeza?

Cruel aquel que se regocija de nuestro rosario.

El laurel, el olor a primavera quedaron encerrados en el frasco

de agua colonia.

Quiero ganarle a la torre de marfil y veo al gato negro que se

apodera del pesebre.

Las brasas se convierten en escamas, los gusanos en cuerpos de

luz.

Me gusta el humo que despeja, el humo que abriga, el humo que

consuela.

Se deshacen las yemas en tabacos ordenados y aspira el fuego la

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Gazza Ladra y aúlla en mortales alaridos el acero dominante.

¿Es mi culpa? ¿Es tu culpa?

Es la culpa de la lanza crucificada en la tormenta de verano.

¿Quién pidió nacer? ¿Yo?

No recuerdo los pasos que siguieron, solo sé que escondieron

todo, entonces guardé los guantes de seda en las pupilas lloro-

sas de ese robot de zapatos de carnicero.

No es justo, es nuestra salvación, demos gracias a la ley que nos

mantiene estable, que se preocupa cuando morimos, que nos da

el seno maternal en dos mitades.

Siempre espero la tarde para ver pasar las ventanillas.

¿Por qué siento tanto calor cuando estoy sola?

Soy una despeinada, no soy nada para las rosas que hieren con

su sangre azul en las siestas de verano.

Hay que limpiar el hogar con la mirada ausente, hay que cerrar las

celosías para que no entren las brujas.

Me arde la herida del fruto sabroso y vuelve a aparecer la Gazza

Ladra que esconde los encendedores, que roba pequeñeces y

que se asusta con el telón, que se asusta con el sobretodo, que

se asusta con la sombrilla, que se asusta con su madre.

ESCENA II

Se ilumina la escena y se ve a A sentada en una silla comiendo

a escondidas algo que esconde en su bolsillo, B lee un libro sentada

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en otra silla, C está mirando hacia el frente, como si espiara desde

una ventana a la familia del edificio de enfrente

C: Es maravilloso, nunca he sentido nada igual, uno se cree que

ha vivido todo y cuando te pasan cosas como esta, no sé... te das

cuenta de que hay vida afuera, de que hay otras personas… que

comen... pizza! ¡Pizza...tengo ganas de comer pizza!, tres porcio-

nes para mí sola, una fugazzeta, cualquier pizza, con anchoa,

mozzarella, con palmitos…

B:_ ¡Qué haces mojando la tostada en el té! ¿Picaste la cebolla?

C:_ No, voy a llorar...siempre lloro yo ¿Por qué yo?

B:_ Picá la cebolla.

C: ¿Qué vamos a cenar esta noche?...una... una fugazzeta

B: _ ¿Picaste la cebolla?

C:_ Pizza de cebollas salteaditas con ajo... la masita crocante que

te cuelguen las cebollas por la pera y se llene de grasa la cara, los

dedos, la servilleta, el mantel, la ropa...

B: Estás ensuciando todooooo!!!...

Pausa

C: Mamá, podríamos algún día comer una pizzita.

B: Mirala a la pretenciosa... pero quién te creés que sos. Con lo

que sale el queso, pero mirala....

C:_¿A quién?

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B: La hija de quién te creés que sos... muerta de hambre

A: (Con miedo a que la descubran comiendo) ¿A mí me decís?

C: No sé, no conozco a mis padres

B: Olvidate del queso, del café, de la carne, la manteca... olvidate.

C: Sí. Me olvidaron.

A: ¡No, Dios mío, qué vamos a comer!

B: Quiero que prepares la ensalada rusa para esta noche, así que

prestá atención, que te voy a explicar cómo se hace.

C: Ya sé cómo se hace

B: No... No sabés nada, siempre hacés todo mal. En primer lugar,

te lavás las manos que las tenés mugrientas, después lavás las

papas y las pelás, ojo cómo las pelás, que no quede toda la papa

en la cáscara, que sea transparente y que las papas queden todas

iguales... Ovaladas, lisas, frescas, perfectas… para después hun-

dirles la cuchilla... y cotarlas en cubitos todos iguales de un centí-

metro por un centímetro. Los ordenás en una fila, que tomen

distancia, que no se subleven los insurrectos... estoy segura de

que alguno va querer escapar, para eso los ahogás antes de que

sea tarde y después a la hoguera. No te olvidés de ponerle al agua

un buen puñado de sal gruesa. Hacés lo mismo con las zanaho-

rias, que son lo mismo pero de diferente color, a estas cuesta

ablandarlas, así que dejalas ahogadas un rato más. Poné tres hue-

vos a hervir, diez minutos ni más ni menos, los pelás y los picás

todos iguales, para que después no haya problema de quién co-

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mió más, quién comió menos... Quiero pasarla tranquila sin discor-

dia. Ah, ponele a las papas, cuando estén frías, un buen chorrito

de aceite de oliva.

C: ¿Para qué cocinamos tanto? ¿Viene alguien? ¿Preparamos to-

mates rellenos? ¿Cuántos para cada uno? ¿No existe otra comida

para festejar?

B: ¡Sííííí! ¡ Leentejaaaas!

C: ¿Lentejas, tengo que contar lentejas? Voy a quedar bizca con-

tando lentejas toda la vida.

A: A mí las lentejas me inflaman

B: Y todavía te queda preparar la ensalada de frutas, en cuadraditos

iguales, todos iguales. Desagradecida, me contestás, me tenés har-

ta. (Golpea fuertemente sobre el aparador)

C: Ay... me asusté, por un instantes desconocí a todos...dónde

estoy... qué hora es...Dios mío ¿Las conozco? (a B) ¿Quién es

usted? (Le acaricia dulcemente la mejilla, ella se deja acariciar y

luego le muerde la mano) ¡Ayyyyyyyy!

Apagón. Se sienten ruidos a golpes. Pausa y música

ESCENA III

C: (Al público) No le tengo miedo al acero, el dolor ya no me mar-

ca, tengo todo preparado en el portafolios por si hay que huir del

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pantano... porque a veces caigo en el vientre de la carbonera y se

embriaga la muñeca. Esto que les voy a confesar no se lo he

dicho nunca a nadie. (Pausa) Creo que ella lo escondió en el

aparador y yo lo busco desde hace muchos años y solo encuen-

tro diapositivas, un bastón brillante, una sombrilla de lona anti-

gua. Un día, mientras ella dormía, me metí dentro suyo y le robé

una postal que escondía celosamente en su corazón, era un cru-

cero en medio del mar, el día brillaba, el cielo abierto, todo estaba

detenido, menos él, que asomado en la baranda con su sobreto-

do negro, con su sombrero negro, con su paraguas negro, me

saludaba con un pañuelo blanco. Me guardé el recuerdo en el pe-

cho y después de muchos años, mamá lo descubrió debajo de mi

almohada y me pegó con un plumero que tenía un clavo en la

punta y me cortó la cabeza. Sangré mucho y cuando fui al baño y

me miré en el espejo me reí, porque había quedado toda despei-

nada, no sé, como un rulo, un resorte en la cabeza... y me reía y

me reía. Me sentí linda... y con sangre en la cabeza, pero bien, me

caían las gotas justo por los lagrimales, así que parecían... labios

abiertos (Pausa) Después mi abuela me cosió, nunca encontra-

mos la aguja. Dice mi abuela que la tiene clavada en la pierna, me

cosió con la aguja de tejer para no ir hasta el Pirovano, como no

tenemos obra social, no podemos gastar... aparte en esta casa

nadie trabaja.

Apagón

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ESCENA IV

A duerme sentada y ronca suavemente, C toma un té con

una cucharita y hace un pequeño ruido al sorber, B las mira irritada,

trata de controlarse, no soporta los ruidos del sorbido y ni el de los

ronquidos.

B: ¿Limpiaste?

A: ¿Qué?

B: Pasá el lampazo y la gamuza.

A: ¿Por qué?

B: Porque está todo lleno de ratas.

Todas miran hacia el aparador abruptamente.

B: Limpiá todo, que no queden marcas ni recuerdos.

A: Pero si todo brilla.

B: S í…todo brilla, hay tanto brillo que no veo.

A: ¿Querés que le digamos a la Cigarra?

B: No. Que nadie se entere. Limpiá así voy volviendo.

Pausa

B: (Al público) ¿Por qué tengo que hablar si no me gusta? Me están

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mirando como si fuera a caer. Ustedes no me ven pero yo siem-

pre estoy, estoy detrás de la bruma, siempre detrás de la bruma.

Cuando me despeje, verán en mí un paisaje de espanto... mis

ojos solo ven el brillo de una pared blanca. Vivo en la desespe-

ranza de mi vientre inundado, siempre verán a través de mí... Me

gustaría existir y ser pañuelo de pie frente al podrido poder, pero

solo soy una perra con hambre que se quiere comer a todas las

ratas que no me dejaron cantar el ave María, a los que no escu-

charon los gritos en los Trinitario, a todos los ausentes que vie-

ron la muerte en San Cayetano y esquivaron la mirada. Este palo

que me aplasta lo voy a usar para vengarme. Solo quiero que

aspires conmigo. ¿Cómo es estar aburrido en tu casa sin dejar

pasar al héroe?

Pausa, dirigiéndose hacia A

B: ¿Limpiaste?

A: ¿Vas a controlar?

B: Con los guantes de Margarita.

A: Y por qué no con los de Elvira.

B: Porque ella tiene patines de cuatro ruedas.

A: Que nunca vas a heredar.

B: Bruja fea, ya te va a caer el escupitajo del de arriba.

A: El escupitajo de Dulipí... de Dulipíí ¿El vecino de sexto piso?

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Ese cuajo verdoso reprimido que se come la voz... no le da el

ritmo cardíaco para expulsarlo. ¿Por qué me sacaste las llaves?

Qué ¿tenés miedo de que abra y entre la luz y te vean aspirando?

B: Noo.. No... No me hables... me voy a ir y no voy a regresar…Sin

mí no pueden ver y ahí se van a acordar y van a estar solas sin

comer las bolas de fraile.

A: Entonces devolveme las llaves

B: No puedo, el Cuervo no me deja. ¡Ay, Dios mío, me desprendo,

soy barro!

A: Siempre vas a ver a través de mí. Hay que limpiar las copas para

brindar esta noche.

B: No, no hacen falta las copas, tomemos con los vasos de la

cocina, además no tomamos casi nada.

A: ¿No querés abrir la memoria? Deberías desempolvar la vajilla

del aparador.

Nuevamente todas miran abruptamente hacia el aparador

C: No se puede abrir, la llave se perdió hace muchos años. El día

que encontremos esa llave y podamos abrir el …(pausa reprimien-

do lo que va a decir) A veces creo que cuando lo abramos voy a

encontrar una taza de té con la cabeza de una japonesa adentro.

A: Yo me imagino que adentro está la bola de cristal fucsia y cuan-

do me mire en ella, me voy a sentir hermosa. (Mirando a B. Con

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tono sarcástico) ¿Y vos qué te imaginás que vas a encontrar?

B: Yo una vela roja brillante y una botella verde y adentro de la

botella al soldadito de plomo implorando salir , porque dice que el

Amadís de Gaula lo quiere asesinar.

C: Se nota que leés mucho, cuánta imaginación, digo, creer que allí

adentro puede haber un hombre agonizando.

Pausa

A: O a lo mejor pudriéndose.

Pausa

B: Bueno basta de estupideces, vos lustrate los zapatos y vos

andá a limpiar el baño grande.

A: ¿El grande? ¡Pero si nunca entramos, no lo usamos!

Apagón

ESCENA V

B: ¿Qué hacés? Estás perdiendo el tiempo, ponete a estudiar.

C: ¿Cómo? ¿No empezaron las vacaciones? ¿En qué mes esta-

mos? ¿Qué hora es? ¿Dónde estaré? Siento que me elevo como

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un globo, que me voy yendo…

B: ¿Sabés a dónde vas a ir si volvés a tocar el teléfono?

A: ¿Yo?

B: No ves que a vos no te estoy hablando, qué te metés.

C: Yo no toqué el teléfono.

B: ¡Mentirosa, mentirosa! Sí lo tocaste, sé muy bien que hacés lla-

madas y te tirás eructos que los escuchan los vecinos del tercer

piso.

C: No, no es verdad, si nunca aprendí a tirarme eructos ni a hacer

globos con el chicle.

A: Es verdad no la molestes más, además si utilizara el teléfono

vos la verías

B: No la defiendas, llama cuando yo duermo.

A: Vos nunca dormís estas todo el día vigilando.

B: Es cierto, no puedo dormir, llama mientras leo pero lo hace

muy despacito para que no me dé cuenta, con esa cara de mosquita

muerta.

C: Yo no toco el teléfono.

A: Soy yo… que hice una llamada los otros días.

Silencio denso, se miran entre las tres

B: ¿Y se puede saber a quién le hablaste?

Pausa

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A: Estoy un poco mareada, debe ser que necesito comer algo

dulce.

B: Contestame lo que te pregunto: ¿a quién le hablaste? Necesita-

bas algo… y no me lo podías pedir a mí. O acaso me estás ocultan-

do algo.

A: Yo ocultando. Lo que es el inconsciente…El pez por su boca

muere

B: (grita) Hablá.

A: Sigo mareada.

C: Será porque está temblando. Tiembla, tiembla, se mueve la ara-

ña y cuje el aparador como si alguien quisiera salir.

B: Qué decís, estúpida. ¡Ay, Dios mío! Todas debajo de la mesa,

rápido.

Debajo de la mesa, tomadas de la mano, rezan el Padrenuestro.

Todas: Padre nuestro que estás en los cielos santificado sea tu

nombre…

A: Hay que bajar.

B: Sí, por las escaleras, el ascensor puede ser peligroso.

C: Me voy a vestir.

B y A: ¡Noo!

B: Bajás así, desnuda.

C: No, desnuda, no, desnuda, no. Además, nunca tembló, fue un

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chiste, les hice un chiste, nunca tembló. ¡Desnuda no bajoooo!

A: Me parece que sí tembló.

B: Pero la araña no se está moviendo, no crujieron los muebles ni

sentí el ruido de los vidrios de las ventanas.

A: Sí, deberían haberse abierto las celosías del balcón… ¡Fue men-

tira!

B: ¡Te voy a matar, hiciste que les diera la mano, humillándome!

B persigue a C para pegarle, esta escapa por detrás del apara-

dor.

A: Gracias, Dios mío, por este momento de distracción.Ahora me

gustaría que bajara el viento Zonda para…

B: Infeliz, inútil, inservible, mirá los hijos de Dulipí lo que son, la

misma edad de esta pobre abandonada, los hijos de Dulipí, casa-

dos, con hijos, profesionales. Y esta... tarada, inventando temblo-

res. Temblores le voy hacer sentir yo cuando la alcance con el

cinturón de cuero y le de con la hebilla en medio de la cara.

A: No te conviene el cinturón, deja marcas... Dale con una toalla

mojada. Además, no deberías pegarle tan fuerte porque los veci-

nos escuchan No te diste cuenta de que los otros días, después

de que la electrocutaste, tocaron la puerta. Yo espié por el vidrio

roto del living, era la Dama del Perrito; me di cuenta enseguida de

que era ella la que venía subiendo por las escaleras. No hace rui-

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do por que se saca los zapatos, pero es su olor a perfume barato

lo que la delata. Inmediatamente descubro a su perro que tiene

como amante, entre las pervertidas uñas bermellón y esa túnica

dorada que tiene por pelo. Venía con la policía, es por esa manía

que tenés de disparar por el balcón con el trabuco.Yo sé que

siempre quisiste ser uniformada, pero a los disparos no educa-

mos a nadie. Y los otros días cuando le hiciste limpiar las rejas del

balcón, colgada de cabeza para que alcanzara a limpiarlas por el

lado de afuera, pobre chica, decí que es muy ágil que si no, se nos

muere. Bueno, se te muere estampada en la vereda. Como la otra

vecina que se quería suicidar y tuvo la mala suerte de rebotar en

los árboles, esa mujer tiene mala suerte hasta para matarse. Esa

misma tarde subió el señor Dulipí y con su manaza hinchada gol-

peaba la puerta tan fuerte, pero tan fuerte; y yo lo espiaba por el

vidrio roto del living. No habrá sido este chino de mierda el que lo

rompió hace treinta años. A propósito de veinte años, por qué no

sacás los trajes del ropero, ya creo que no lo vamos a volver a

ver.

Apagón

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ESCENA VI

A y B hablan susurrando para que C no las escuche.

A: Se acostó en mi cama y con las sábanas se tapaba como es-

condiéndose de…

B: …de los fantasmas de cenizas encerradas en un ropero rancio.

A: ¿Cómo sabés que decía eso, la escuchaste?

B: No, pero los monstruos salen del espejo cuando me duermo,

por eso no duermo

A: ¿Y vos decís que ella los ve?

B: No, ella no los ve, solo los imagina. Vienen por mí, por eso no

duermo y los espero en vigilia. Tengo que estar preparada; sé que

quieren atraparme del pie mientras duermo y arrastrarme. El sue-

ño me vence y, por desgracia, otro día soleado amanece.

A: ¿Cuándo será el día? Será un día alegre de primavera.

B: No, nadie puede morir en primavera.

Se siente un ruido A y B miran hacia arriba del aparador, un

cenital descubre a C que trata de despegar algo

B: ¿Qué hace?

A: Está despegando el mondongo del azulejo.

B: Dejá ese mondongo donde corresponde y bajá inmediata-

mente y con cuidado para no quemarte los pies con el espiral.

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Bajá... Vamos, bajá con cuidado.

Pausa

C: (No se inmuta)

B: ¡¡Bajáááááá!!. (Al público) Ese día había cocinado mondongo

con papas y salsa; era mi especialidad, además de la lengua a la

vinagreta. ¡A él le encantaba! Eso sí, le gustaba que lo cortara bien

chiquito porque decía que si lo dejaba largo, se podía atragantar.

Una vez se atragantó, comenzó a ahogarse, su cara toda colora-

da y gorda me miraba con ojos saltones desesperados, nosotras

lo mirábamos sin entender muy bien qué le pasaba, se ponía cada

vez más morado, trataba de hacer la vertical, pero no le salía, nun-

ca fue bueno para la gimnasia. Cuando me di cuenta de que no

estaba paveando me tuve que meter entera en su boca y así em-

pecé a escarbar hasta encontrar la punta del mondongo y comen-

cé a tirar a tirar, como diez metros medía. (Pausa) Después me en-

teré de que no era el mondongo lo que había sacado. Pero ese día

lo había cortado como a él le gustaba. Yo estaba un poco molesta

porque comía con los codos sobre la mesa, no había querido lavar

los platos y me apagaba los puchos en la planta del pie, entonces

discutimos como todas las parejas y no quiso seguir comiendo, se

levantó de la mesa sin permiso y agarró del brazo a C y se la quería

llevar a dormir la siesta con él en la habitación de servicio.

—¿Para eso cociné toda la mañana?— le dije. Bueno... le grité.

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—¡Qué cocinaste, yegua, además esa es tu obligación!— me con-

testó.

Me ofendió y me enojé tanto que tomé la cuchara de madera

que yo misma había pintado en el jardín de infantes, me serví una

buena cucharada de mondongo con salsa y se la revoleé. Los

mondongos sanguinolentos quedaron estampados como sopapas

en los azulejos, chorreando sangre; no sé, me quedó tan bien

que parecía una pintura abstracta. (Pausa, mirando a C) Hace va-

rios años de esto. Se fueron secando los mondongos y los fui-

mos comiendo, solo queda un pedazo, el de la discordia. Y esta

pobre cristiana se lo quiere comer. ¡Noooooooooo!

Apagón, un cenital ilumina a C que se lanza desde el aparador

hacia el vacío.

ESCENA VII

C está sentada en la falda de A, quien duerme sentada en la

silla. Al público:

C: Siempre le cae baba espesa por entre sus dientes amarillentos,

el olor fétido me adormece, me marea, pero enseguida reconoz-

co al apestoso. Son los dientes de él que me hablan muy de cer-

ca... desesperadamente. Tengo una sensación contradictoria, por-

que es feo... muy feo, baboso, relajado, sucio, analfabeto, le gus-

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tan mucho todas las mujeres, las de la tele también, pero también

le gusta su primo... su primo. Es joven pero parece viejo y su boca

emana ese olor tan feo, es aliento a perro, aunque no esté a su

lado, aunque él esté en la habitación de al lado siento el olor.

Hace mucho que no lo veo y extraño sus alaridos de dolor. Dicen

que tiene las uñas largas y negras y que le salen pelos de las

orejas, pero yo aprendí que el ser humano vale por lo que es y no

por lo que aparenta. Hace un par de años vino un médico a verlo

porque los vecinos se quejaron. Parece que el olor a podrido se

sentía en todo el edificio, hicieron una denuncia por olores nau-

seabundos. El médico dijo algo así como que tenía los intestinos

reventados, le dio unos calmantes para que no gritara tanto. Los

vecinos, en especial Dulippí, se quejan con el administrador. Y el

administrador, es el administrador. (Acariciando la pared del vecino)

Yo sé que estás ahí, esperándome.Tantos años postrado, dur-

miendo sin hacer nada Sé que fuiste entregado, pero qué tengo

que hacer, me diste tu mano y te dejé caer. Quiero tocar tu llave-

ro y besarlo como nunca lo he hecho con nadie, salvo cuando

duermo, sííí, dame tu plomo y tus herramientas, quiero encerrar-

me adentro tuyo para no salir más.

Suena el teléfono, suspenso.

A: Hola. ¿Quién es?... Hello, diga, aló, bueno, pronto, qui parla (cuelga)

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C: (Al público) ¿Será él? ¿Me habrá escuchado? No creo. Las pare-

des de los edificios antiguos son macizas, además ya no entra

nadie, si estamos todos muertos. Si mi mamá se entera que pien-

so en él me mata. Ella quiere a un lord inglés en la familia.

Vuelve a sonar el teléfono.

A: Sonó dos veces seguidas ¿Quién será? (Al público) Será René

que quiere decirme que está arrepentido de habernos dejado

solas, tiradas en un callejón oscuro lleno de vampiros que me

chuparon la sangre. Quisiera acariciar tu barba blanca y tu túnica

negra, tu mirada serena me calmaba en las noches de tormento.

Quisiera estar con vos, perdoname por haber rascado espaldas,

pero lo hice para herirme.

Vuelve a sonar el teléfono.

B: (Al público) ¿Será el abogado? Pero si hoy es un día feriado, no

creo que llame, estará festejando con sus hijos rubios. Me hubie-

ra encantado que me llamara y me diera la noticia. Hubiera sido el

mejor regalo para esta navidad y no tantas palmadas que me hun-

den el lomo gastándome, envejeciéndome, desilusionándome

B: (Preguntándole a A) ¿Quién es?

A: Elvira, ¿qué decís? Qué raro vos, hablándome. ¿Murió alguien o

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te estás por morir vos y querés hacer el mea culpa? ¿Por qué me

decís así, si es la verdad, hace cincuenta años que no nos vemos.

Yo creí que ya habías fallecido ¿Seguís con el Tigre? ... Ay. Disculpá,

me confundí, la del Tigre era Elisa... es que las dos con E ¿Pero

Elisa no murió? ¡Viste que yo tenía razón, alguna de las dos había

muerto! Claro, Elisa cayó de la escalera, me acuerdo que siempre

le decíamos que prendiera la luz, que se iba a tropezar. Me dije-

ron que se desnucó y que la cabeza quedó en el buzón. Lo que

es el destino. A ella que tanto le gustaba viajar, terminó viajando

adentro de un sobre...A mí me tocó un ojo, pero con tal mala

suerte que vino abierto...el sobre, no, el ojo.

B: ( Interrumpiendo) ¿Quién es?

A: ¡Kety! ¿Qué es de tu vida? Si se puede llamar vida a eso... Y qué

querés que te diga ,con la sonda, la hemiplejia, sin ningún gusano

que te acompañe... Yo estoy bárbara, no se me calló el busto. No,

Dios me libre, nunca les di de el pecho, mamá me hizo colocar una

inyección para cortar el vínculo, imaginate que te besen el pezón,

qué asco. Si, estoy regia, mirá,salto en un pie ¿Esta noche acá?

B: ¿Quién es?

A: Kety quiere saber si vamos a jugar a la canasta

B: ¿Y vos qué le dijiste?

A: Que no, porque está la casa limpia.

B: Bien... ahora colgá.

C: (a B) ¿Por qué no pueden venir?

Page 29: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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B: Porque hoy es Nochebuena y lo vamos a festejar en familia.

C: ¡Vamos a festejar! ¡Qué lindo! ¡Me encanta!

Pausa.

C: ( Al público) ¿Qué vamos a festejar? Que estamos solas, que

no tenemos parientes ni amigos, que nadie nos quiere , que solo

existen las brujas con alas de murciélagos y cabeza de perro sal-

chicha, que hace treinta años que no veo la calle, dicen que ya no

dobla el 60 por las Barrancas. Estoy triste tengo ganas de llorar,

extraño...siento algo aquí adentro, pero no le digo nada a mi mamá

porque ella se asusta mucho y me puede pegar, pero está bien,

ella lo necesita como descarga. Mami extraño Italia, no me dejen

sola en lo de Don Samuel.

ESCENA VIII

B: Habría que ir pensando qué se van a poner esta noche.

A: Por qué decis qué se van a poner, vos no pensás cambiarte.

B: No, para qué

C: No sé, para no estar con el camisón toda la vida. Hoy es Noche

buena; vamos a festejar

B: No, festejar no, vamos a celebrar, tomaremos una copita de

sidra. Además, no estoy siempre con el camisón

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A: Sí, es verdad. A veces te ponés el salto de cama.

B: (Ríe, es probable que sea la única vez que lo hace) O el tapado de

paño azul.

C: Sí ,con el camisón abajo

A: (Ella también ríe) Y yo me pongo el tapado de nutria y nos

vamos las dos del brazo, caminando, a la feria.

B: (Siguen riendo) Y le hablamos en francés a los verduleros.

A: No, mejor en italiano al pescadero. (Siguen riendo, C interrum-

pe).

C: ¿Y yo qué me pongo?

A: El vestido nuevo que te hizo la modista, esa que vive con un

enano en el jardín

B: El vestidito de viyela, el que tiene punto smock.

Pausa.

C: (Al público) No, ese vestido no. La mujer del primer piso me

daba mucho miedo. Nunca pude ver sus manos, si tenían manchas

o si tenían verrugas. Para mí, las manos son como las personas,

por ejemplo, mis manos son… transparentes y las manos de la

señora del primer piso eran negras, no porque ella fuese negra de

raza, ella odiaba a todos los negros. Sus manos eran negras por-

que usaba guantes de cuero negro. Yo nunca me había fijado en

eso, hasta que una tarde calurosa de diciembre, bajando por el

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ascensor, se detiene en el primer piso y ella entra, se mira en el

espejo arreglándose su pelo corto, luego se acomoda la ropa y

después, sin mirarme, me pregunta con sus labios finos y su den-

tadura trabada a qué piso iba. Le respondí que a planta baja y en

ese momento fue que me miró con sus ojos café, sorprendida

por mi respuesta, con una sonrisa diabólica; levantó su dedo ne-

gro de cuero para tocar el botón y me preguntó si mi mamá me

había dado permiso para bajar hasta planta baja. Yo dudé y luego

le dije que no iba a planta baja, que iba a la terraza a tomar sol. Me

dijo que mejor no fuera a la terraza porque ya no estaba el mar

allí y que la muerte calva y con muletas plateadas me estaba es-

perando, hizo una pausa para esperar mi respuesta sobre a qué

piso quería ir. Como no fui lo suficientemente rápida para decidir,

ella decidió por mí y me abrazó por detrás apretándome la panza

con sus guantes negros y olor a vino. Tocó el botón del sótano.

Yo lloraba de espanto mientras nos elevábamos al infierno oscu-

ro de esa caldera y su risa alcoholizada repercutía como un eco

latoso por todo el edificio. Me seguía apretando la panza, el dolor

era insoportable, quería gritar pero mi voz no salía. Llegamos, me

dijo, cuando por fin el ascensor se detuvo en el séptimo piso. Se

abrió la puerta y la vi, no a la señora del primer piso sino a la que

subió en el séptimo. Sabía que era ella y tuve miedo; entonces no

respiré para que no sintiera mi olor. Era calva y usaba muletas

plateadas tal como me la había descripto, pero no me había dicho

Page 32: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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que su rostro era dulce, entró en el ascensor y al oler mi temor se

sonrió al mirarme. A qué piso van, nos preguntó, poniéndose un

pañuelo de seda en su cabeza mientras se miraba al espejo. Em-

pecé a marearme, ellas eran amigas, sus miradas cómplices me lo

advirtieron. Volvió a preguntar a qué piso íbamos y yo quise res-

ponder pero no salía mi voz. La señora del primer piso respondió

por mí, diciéndole que yo no podía bajar a planta baja porque

estaba desnuda, que mejor me dejara en el quinto piso. Confun-

dida, me miré, a ver si realmente estaba desnuda, pero me vi ves-

tida (pausa) con mi vestido de viyela y punto smock y mis zapati-

llas rojas. Las miré, ellas me estaban mirando con sonrisas perver-

sas, en ese momento se cortó la luz y quedamos atrapadas entre

dos pisos. No se veía nada hasta que la del primer piso prendió un

fósforo para encender un cigarro y solo pude ver las muletas

plateadas. Nunca más volví a verlas, solo sé que la señora del

primer piso se tropezó en su baño de azulejos negros y rosados

y al caer en la bañera se ahogó junto a su padre y su madre que

eran mayores y tenían títulos de nobleza. Tiene una hermana, esa

sigue viva y también es calva.

ESCENA IX

Se escucha una música muy suave de fondo, la luz blanca del

tubo fluorescente ilumina la escena de la víspera donde no pasa nada

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y a la vez pasa todo el mundo interno de cada una de ellas. Sensacio-

nes de encierro, soledad y desolación deben inundar la escena.

ESCENA X

C: ( Al público) Siempre los espío escondida detrás de la ventana,

apenas corro la cortina de puntillas con olor a tierra. En el edificio

de enfrente es verano, aquí adentro está nublado. Ellos son feli-

ces, privilegiados. Para ellos fue creado un mundo mejor. La mesa

navideña está impecablemente servida, el living está iluminado por

las luces intermitentes de un arbolito, quien cuida celosamente a

sus pies cuatro regalos envueltos con un rojo estridente. Están

festejando. El padre es lindo. Se arrodilla al pie del arbolito de

Navidad. Ahora corren sus hijos rubios hacia él, también son lin-

dos y ella es…como un ángel, no toca el piso con sus pies al

caminar. Me encantan esos regalos envueltos en papeles brillan-

tes. El fuego de la envidia me hace vapor. Tengo miedo de hablar,

tengo miedo a desintegrarme, a vaciarme. Pero no puedo esperar

más, para ellas el tiempo no pasa pero para mí sí. Hoy me entregué

a la muerte pero no me llevó el apunte la muy caprichosa, pero la

quiero y la deseo; es clara, brilla pero angustia. (Canta una can-

ción) Mi papito me hizo un arbolito muy bonito para Navidad, tie-

ne luces de muchos colores y un regalo para mi mamá….

B y A se miran, violentas

B: ¿Qué hacés mirando la pared?

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A: Le está hablando, no te das cuenta.

B: Hablando a la pared…Como una loca.

A: No, como una desquiciada.

C: Estoy mirando por la ventana a la familia de enfrente.

B: ¿A través de la pared?

C: No, por la ventana.

A: Y qué están haciendo…Nos podés contar.

C: Están por cenar, en este momento están entrando muchas

personas, no sé, parecen los abuelos de esos niños rubios, entra

más gente, deben ser tíos y tías y siguen entrando. Ahora son

más niños… Sus primos, seguro, son todos iguales. Se ríen, se

ríen mucho ¿De qué pueden reírse tanto?

A: Bueno ya nos enteramos de los vecinos (irónica). Ahora cerrá

la ventana y las cortinas.

B: (Que ha quedado en perpleja, reacciona) Te he dicho miles de

veces que no toques las cortinas con las manos sucias.

A y C: (La miran)

C: ¿Estás viendo las cortinas?

B: ¡Por favor, qué cortinas!

C: Las de puntillas blancas con olor a tierra.

A: Creo que ya es momento de servir la comida.

B: La mesa está puesta, cuatro platos, cuatro servilletas, cuatro

vasos.

A: Deberíamos brindar con las copas rosadas.

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B: No. Estamos bien con los vasos verdes de la cocina, mirá si se

rompe una copa, después qué hacemos.

A: Cuando es después ya pasó la vida y nunca usamos...

C: (Interrumpe) ¿No vamos a ir a misa?

B: No. Vamos a rezar acá, tu abuela dirá unas palabras trágicas

para celebrar.

A: Sí, sí, he pensado en algo más o menos así, se me ocurrió:

Queridas hermanas, una nueva Navidad nos reúne para celebrar el

nacimiento de la esperanza, de la reconciliación. Debemos reno-

var nuestra fe en Dios y en nuestro prójimo, despojándonos de

las banalidades y de las tentaciones...

B: No, no. La parábola del hijo pródigo sería una buena idea.

A: Ah, sí, claro, la parábola del… Un hombre tenía dos hijos y el

menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda

que me corresponde". Y él les repartió la hacienda. Pocos días

después, el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país

lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.

Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en

aquel país y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se ajus-

tó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus

fincas a apacentar cerdos. Y deseaba llenar su vientre con las

algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Enton-

ces se dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abun-

dancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! " Fue ante su

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padre y le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no me-

rezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornale-

ros". Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor ves-

tido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en

los pies. Traed el novillo cebado, matadlo y comamos y celebre-

mos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha sido

hallado". Y comenzaron la fiesta. Su hijo mayor estaba en el cam-

po y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las

danzas; y llamando a su padre le preguntó qué sucedía y éste le

dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo ceba-

do, porque le ha recobrado sano". Él se irritó y le replicó a su

padre: "Hace tantos años que te sirvo y jamás dejé de cumplir una

orden tuya, pero nunca me has dado un animal. Ahora que ha

venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitu-

tas…

C: (Interrumpiendo) Yo no quiero ni espero tu herencia.

B: No, no es esa la interpretación correcta, no es tan literal. Pero

(a A) ahora comamos.

C: Entiendo perfectamente "tu" parábola, yo no soy culpable de

nada, yo soy una víctima, no necesito tu perdón porque nunca

pequé.

A: ¿Y lo de los cerdos lo entendiste?

C: Sí, y también entendí lo de las prostitutas y lo de la envidia.

A: Estás insinuando que yo puedo tenerte envidia. Y qué podría

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envidiarte.

C: No sé, pensalo vos.

B: _ He dicho que comamos.

C: (Murmurando, para ella) ¡No entiendo por qué no puedo irme si

no nos necesitamos!

A: Queridas hermanas, celebremos y comamos.

B: (Murmurando) ¡Siempre la misma!

A: ¿A mí me hablás? No susurres entre dientes, si tenés algo que

decirme hablá claro, no dejes las cosas a la mitad. Entregué mi

vida para estar junto a vos, tragando toda tu mierda

B: Bueno, basta.

A: Basta un carajo, acaso no te acordás esos días en los Trinitarios,

en San Cayetano, en la Redonda, en Fátima…San Francisco, en San

Nicolás…

B: Yo no abandoné a nadie ¿Por qué me lo hechás en cara?

A: ¿No recordás aquella noche tan larga?

B: Basta, no hables más. Si estás a mi lado será porque me

necesitás, además no entiendo por qué...

A: (Interrumpiendo) ¡Qué raro! ¡La inteligente y culta de la familia

no entiende! Será que te hacés la estúpida.

B: Lo que pasa con vos es que además de bruta sos gorda.

A: Lo decís de envidia porque vos no podés comer.

B: Mirá, alcohólica de mierda, si te tengo en esta casa es por lásti-

ma.

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A: _ Mentira y eso lo sabés perfectamente, sabés que me necesitás.

B: Para qué necesito a una prostituta a mi lado, decime.

A: Asesina de guante blanco, querés que le diga qué hiciste con...

Siguen discutiendo; cuando advierten que C puede escuchar,

hablan en susurros.

B: No me provoques porque ya sabés lo que te puede pasar. Cómo

te gusta abrir heridas.

Pausa.

B: (Al público) Era una noche de verano, húmeda, el calor nos

asfixiaba. Todas sentíamos un nudo en la garganta, abandonadas

en una estación terminal. Esa noche hubiera tomado veneno para

no sufrir más. Nunca nos hubiésemos imaginado que él no iba a

volver jamás. En el banco de la estación estuvimos sentadas una

al lado de la otra, juntas, sin tocarnos aunque hubiéramos queri-

do ser abrazadas. En el silencio espeso de esa noche trágica, los

grillos gritaban desesperados. Pasó el último tren, era el número

once. ¡Qué dolor tan fuerte en la garganta hinchada de palabras

que no nos dijimos, de llantos reprimidos! Seguimos allí varias

horas, no vino nadie, nadie ¿Por qué? No supimos qué hacer, co-

menzamos a caminar por aquellas calles iluminadas por faroles

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amarillos del barrio más bello del mundo, pero no era el nuestro.

El regreso amargo a la casa nos obligaba a no avanzar, el aire pe-

sado del verano envolvía mi cabeza de recuerdos. Ella abrió la

puerta y atravesamos el pasillo oscuro. El perro inmundo de la

dama de uñas bermellón nos ladraba histéricamente. La llave abrió

el infierno rancio de olor a soledad. La velas encendidas a los

santos. El tic tac del reloj que estaba arriba de la heladera y co-

menzó el rezo:

Todas: Morir, fumar…

¿Cuál es el sentido de nuestra existencia?

¿Sufrir las letanías del David?

¿Padecer los temblores de la tristeza?

Cruel aquel que se regocija de nuestro rosario.

El laurel, el olor a primavera, quedaron encerrados en el frasco de

agua de colonia.

Quiero ganarle a la torre de marfil y veo al gato negro que se

apodera del pesebre.

Las brasas se convierten en escamas, los gusanos en cuerpos de

luz.

Me gusta el humo que despeja, el humo que abriga, el humo que

consuela.

Se deshacen las yemas en tabacos ordenados y aspira el fuego la

Gazza Ladra y aúlla en mortales alaridos el acero dominante.

B: Maldita y mentirosa, no fue culpa mía.

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Pausa

B: (Al público) Se desplomó en mis brazos con su pijama amarillo

un día de verano. Me miró moribundo, cuando lo traté de resucitar

vi el cepillo rosado del pelo clavado en sus pulmones. Ya no po-

día respirar. Tomé el cepillo y lo comencé a peinar. Le gustaba

mucho que lo peinaran, pero nunca las cruzó a la plaza a jugar.

A: San Pantaleón se apiade de nuestras almas.

C: ¿Adónde lo escondiste?

B: Hija mía, madre mía, bailemos, bailemos…

C: No te hagas la victima bruja fea y respondeme… (Suplicante)

Respondeme…

B: Desagradecida, me insultás después de todo lo que me sacrifi-

qué por vos

A: Vamos no discutamos; hoy es día de reflexión y recogimiento.

C: Me parece muy bien. Entonces hablemos.

B: De qué querés que hablemos . No hay nada de qué hablar

C: Te creías que era tuyo, nada más.

A: Comamos, van a dar las doce.

B: No puedo más, ahora todos contra mí, con todo lo que les di

sin recibir jamás algo de ustedes ni de nadie.

A: Le falta sal a los tomates rellenos.

C: ¿Por qué no me dejás que abra?

B: Para qué querés abrir. No hay nada ni nadie… (Gritando) Nunca

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hubo nadie… nadie. Siempre estuve sola.

C: Estamos solas culpa tuya. Dame la llave.

A: Van a sonar las sirenas de los bomberos.

B: ¿Qué llave, maldita perra?

C: La que me negaste toda la vida… ¡Enferma!

A: Voy a empezar a servir la ensalada de frutas.

C: (Gritándole a A) ¡Basta de tragar mierda, pedazo de masa mórbida

y mediocre!

Suenan las campanas anunciando las doce. Pausa

C: Ahora vamos a brindar y les voy a dar un regalo a cada una. Lo

tengo preparado hace treinta seis años. Mucho tiempo, ¿no les

parece? Pero he sabido esperar, el momento para la justicia siem-

pre llega. Se acuerdan, mi miedo empezó un día de marzo en la

estación de trenes, estaba nublado y tomaba mi mano un desco-

nocido. Nunca más volví a mi jardín.

B: ¡Bastaaa! ¡No es el momento de hablar! ¡Me estoy quedando

ciega de brillo!

A: ¡Y yo sorda, siento un zumbidos, voces que me hablan!

B: Se deshacen mis yemas en tabacos ordenados y aspira el fue-

go la Gazza Ladra y aúlla en mortales alaridos el acero dominante

¿Es mi culpa?

C: Es tu culpa.

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B: Es la culpa de la lanza crucificada en la tormenta de verano.

C: ¿Quién pidió nacer? ¿Yo?

B: No recuerdo los pasos que siguieron. Solo sé que escondí todo,

entonces guardé los guantes de seda en las pupilas llorosas de

ese robot de zapatos de carnicero.

A: No es justo, es nuestra salvación, demos gracias a la ley que

nos mantiene estables, que se preocupa cuando morimos, que

nos da el seno maternal en dos mitades.

C: (a B) Se qué lo escondiste en el aparador. Siempre espero la

tarde para ver pasar las ventanillas. ¿Por qué siento tanto calor

cuando estoy sola? Soy una despeinada, no soy nada para las

rosas que hieren con su sangre azul en las siestas de verano.

B: Había que limpiar el hogar con la mirada ausente, había que ce-

rrar las celosías para que no entraran las brujas.

A: Me arde la herida del fruto sabroso y vuelve a aparecer la

Gazza Ladra que esconde los encendedores, que roba pequeñe-

ces y que se asusta…

C: ...con el telón, que se asusta con el sobretodo, que se asusta

con la sombrilla, que se asusta con su madre.

Se miran fijamente, inmediatamente todas miran hacia el aparador

A: ¿Qué vas a hacer?

C: Lo que debería haber hecho hace tiempo

B: ¡No te acerques ahí!

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A: Por el amor de Dios, no.

C: (Cuando va a abrir el aparador se apaga la luz. Gritos desespera-

dos)

A: No veo nada, qué está pasando, qué me hiciste perra, no abras.

B: No oigo…Dios mío, no abras.

B: Qué nos hiciste, desagradecida. Deberíamos haberte dejado

sola en San Cayetano.

A: O con Don Samuel.

Silencio repentino. Pausa. Se ilumina la escena A Y B están

ahorcadas, una con el mango brillante de un bastón negro, la otra

con el de un paraguas negro y antiguo

C: (Al público) Ya no existen los paraguas ni los bastones negros,

hoy me animo a hablar para no volar nunca más. Voy a abrir las

celosías y sé que mis ojos se encandilarán con la luz de un nue-

vo día. Subida en una carroza tirada por caballos alados me iré al

mundo real donde el tiempo pasa y envejece, pero ya no habrán

más telones que asusten y enceguezcan. ¡Señoras y señores, me

voy a vivir!

Se va elevando. Un cenital la ilumina hasta que se pierda en un

punto, como un globo, como una estrella.

FIN

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El Morocha

dramaturgia

PABLO ARABENA

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El día que mataron al "Morocha"

En Mendoza, un 16 de agosto de 2003, en una casa de la

Cuarta Oeste cuyos fondos daban a una churrasquera, un joven

de cuerpo largamente historiado —Matías Andrés Cerón, alias "El

Morocha"—, emprendió la que sería la última de sus fugas. Hasta ahí

el mero saldo, vertiginoso y abrumador en su llana espectaculari-

dad, de la crónica roja. El que fuera considerado el enemigo núme-

ro uno de la sociedad mendocina había sido finalmente eliminado y

la ciudadanía, recuperada la tranquilidad de sus noches y rehecha

en apariencia la maltrecha economía de su conciencia (nada entur-

bia tanto la percepción como la verificación inmediata de una vio-

lencia sin sentido), volvía a dormir el sueño venal los justos.

La literatura, como la realidad, se sabe, necesita de la pre-

sencia del mito para existir. La noticia del día, vagamente objetiva,

y el sueño proliferante de la ficción, son como las caras opuestas

de una misma y vapuleada moneda. A este muchacho nacido en el

Barrio San Martín, fanático de los dibujos animados, las telenovelas,

los chalecos antibalas y las 9 mm, le fue dado ocupar un lugar

extraño en la cima de un Olimpo imposible. Fue fantasma, apari-

ción demoníaca, mito barrial enclavado en el fragor toxicómano

de las esquinas; ocupó —de ahí la naturaleza inasible de su ubicui-

dad— por varios años la agenda policial, y supo poner como pocos

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en evidencia el grado de insipidez e impostura discursiva de psicó-

logos, sociólogos y políticos, quienes, perplejos y al borde del co-

lapso nervioso, buscaban desentrañar los porqué de tanta sangre

fría ("el chico no respetaba la vida propia ni la ajena; sabía que lo

iban a matar"), sin reparar en causas profundas ni motivaciones.

"El Morocha" fue, sin duda, el otro, el marginal de referencia,

la comidilla ejemplar de despenseros ociosos, guardiacárceles las-

civos y vendedores de diarios. Los niños en las escuelas supieron

de sus sangrientas correrías y de los épicos enfrentamientos en-

tre bandas contrarias. (Y un día devino mujer, fue pájaro, pez espa-

da, alimaña; flotaba como una nube oscura sobre los árboles del

Parque o se escondía debajo de la cama a la espera de que te

durmieras.)

Pero hay otra historia, un revés de esa trama que vuelve insis-

tentemente a ese cuerpo joven (las zapatillas de marca relucientes y

con trozos de barro aún fresco, en un primer plano) desangrándose

bajo una churrasquera. (Pienso en la resonancia que posee la pala-

bra "churrasquera" y en la recurrente aparición de la carne —sí, como

un permanente fiordo— en el horizonte de la literatura argentina.

Verbigracia: morir bajo bandera, morir en un campo de batalla, morir

en una pulpería, morir en el exilio, morir —civilmente— bajo un bom-

bardeo, morir en duelo criollo, morir "emparrillado" en los bajos del

departamento de investigaciones, morir, en fin, en un matadero real,

abrumado por las aguas turbias de una inundación incontenible). Y

es en ese revés, en ese pliegue oscuro —acabezado—, en donde

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se inscribe "El Morocha", la reciente obra de Pablo Arabena.

El argumento plantea un "después" de la muerte oficial, bu-

rocrática y periodística de Cerón, desafiando los límites de lo

representable al hacer de un asesino/ladrón/convicto (es decir,

de un sujeto indeseable) un personaje literario (aunque la vida de

"El Morocha", en perspectiva, parezca ahora el fruto desmadrado

de una mente rocambolesca). Desafío porque busca reflexionar

sobre los orígenes de la violencia y la marginalidad, además de

hacer hincapié en cómo el lenguaje, bajo un determinado contex-

to sociopolítico, da cuenta de ellas.

Obra que escapa a las rígidas coordenadas del realismo tra-

dicional y que nos remite a un contexto enrarecido (como de pe-

sadilla goyesca), y en donde gravita la sombra de los asesinos

místicos de Jean Genet (pero también la del vasto, riquísimo y

polimorfo martirologio cristiano). Así, un Cerón ¿muerto? deambula

por una suerte de limbo suburbano sin encontrar la salida, en bus-

ca de respuestas a interrogantes que incluso él mismo ignora. No

faltará el Caracol/Virgilio de babas eternas ni el blanco coro de

conejos sociópatas que lo acompañen en su extraño periplo.

Ojalá el lector penetre en sus páginas como quien ha sabi-

do regresar del otro lado y tiene el valor para contarlo.

Pablo Grasso

Mendoza, noviembre de 2011

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NOTA

En el año 1984 nació en el barrio San Martín, de la ciudad de

Mendoza, Matías Cerón, alias El Morocha. Creció con odio y temor

en un entorno dantesco y dio inicio, de una manera muy decidida

y violenta, a su carrera delictiva. Su banda se disputó el dominio

de territorios en el barrio, provocando escenas de batallas san-

grientas. En un camino de venganza y poder, Matías cometió ase-

sinatos, asaltos, al menos una toma de rehenes y distintos tipos

de fugas de aquellos lugares donde lograron encerrarlo.

Tenía devoción por el gaucho Cubillos y pronunciaba unas

oraciones secretas.

Fue el enemigo público numero uno de la provincia. Alrede-

dor de él comenzó a rodar el rumor de la ubicuidad. Decían que lo

habían visto al mismo tiempo en lugares distintos.

Finalmente, la policía lo hirió de muerte cuando intentaba

escapar en un asalto, en el mes de agosto del año 2003.

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Personajes:

El Morocha

Un Caracol Gigante

Cinco Conejos

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Introducción

Vemos al Morocha huyendo en la noche.

Sobre los techos de las casas

Es muy ágil en sus movimientos

Dispara con sus dos armas hacia atrás

Contra la policía que también le dispara.

Dice sus oraciones y salta elegante;

Cae a un jardín con perfecta flexión.

Observa que está herido en la ingle.

Está desangrándose. Comienza a perder fuerzas.

Desfallecido se esconde bajo una churrasquera.

Dice sus oraciones y muere.

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Comienzo

(Morocha y Caracol. En el laberinto)

Altas paredes son estructuras ruinosas de un laberinto. Un

caracol gigante con sombrero de policía continuamente segrega

viscosidades y espuma. Cerca de él está sentado el Morocha. Ambos

en silencio. Un hilo de viscosidades llega hasta donde el Morocha

había comenzado a escribir en la tierra.

M: Ya no tires tu baba caracol.

C: Lo siento, no lo puedo evitar.

M: No es posible, debe haber alguna forma, algo que se pueda

hacer. Aunque te parezcan mentiras, yo estaría dispuesto a hacer

cualquier cosa… lo que fuese con tal deque no segregues más tu

porquería. Este laberinto es demasiado triste como para encon-

trar los restos de tu baba. Es una doble condena. El otro día tuve

la sensación de la salida; aún alumbrado por la rojiza luz del oca-

so, di con un pasillo que nunca antes había visto. Mi corazón se

hinchó, la sangre me latía, caracol, como después de un crimen.

Estaba vivo como la primera vez que salí de prisión. ¿Has tenido

alguna vez la sensación de libertad? (El Morocha mira a Caracol

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que le responde con silencio), bueno, yo la he tenido muchas ve-

ces. Pero esta libertad que sentía, cochina porquería, es la madre

de las libertades. Creía por un momento que había encontrado la

salida. Entonces fui avanzando pasillo tras pasillo con ese no-

ble… ¿sabés lo que significa esa palabra? (El Morocha mira a Ca-

racol que le responde con silencio), con ese noble sentimiento. ¡Y

de pronto en un rincón! Veo los restos de tu baba. ¡Qué terrible!

Me sentí mal, muy mal. Me sentí abandonado. Abandonado por la

posibilidad de libertad, de la libertad, la madre de las libertades

(mira a Caracol que le responde con silencio, esta vez con un poco

de culpa). Entonces no hay derecho, viejo, tenés que ver la mane-

ra de frenar tu porquería.

C: Lo siento, no lo puedo evitar.

M: Qué, así no más, ¡será cuestión de la naturaleza!

C: Me parece que sí. Qué es eso. La naturaleza. (Breve silencio).

M: Vamos caracol, tonto caracol de laberinto, caminemos. (El Ca-

racol llega muy lentamente hasta donde está El Morocha).

C: Esperemos un momento, estoy cansado.

M: (Recita) ¡Cansado! Sí ¡Cansado! Cansado sobre todo de estar siem-

pre conmigo, de hallarme cada día cuando termina el sueño, allí don-

de me encuentre con las mismas narices y con las mismas piernas…

(Largo silencio). Eso fue un poema. Lo escribió un hombre que debe

haber sufrido la prisión. ¡Eh! Qué te parece. En otros versos dice que

le gustaría acariciar el suelo con un vientre de oruga.

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C: ¿Por qué?

M: Estaba loco.

C: Pobre.

M: De ninguna manera, cosa inmunda. Ya sabemos del acuerdo

que hay y de la fuerza de imposición. Pero no te lo voy a explicar

por que nunca aceptarías entenderlo. Vamos, caminemos.

C: Hacia dónde.

M: A recuperarlo, es la única manera en la que podremos salir.

C: A recuperar el qué.

M: La sensación. Lo que nos hacía sentir dignos de avanzar. ¿Sabés

lo que significa esa palabra?

C: (Lo mira y responde con silencio).

C: No hay salida. Y aunque la hubiese no te dejarían salir.

M: Si alguien me lo intenta impedir, lo mato.

C: No se puede. No se debe.

M: Sí se puede, imbécil. Lo sabés. Si que se puede.

Page 60: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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1984

Una breve historia

(Cinco conejos. En el laberinto)

Los conejos están reunidos en círculo, sentados y muy atentos

al relato que hará uno de ellos.

Conejo:

Hace mucho tiempo un grupo de personas se instaló a vivir

en un basurero. Entonces se les unió un sacerdote y comenza-

ron a construir sus casas.

De a poco edificaron un barrio que avanzó y se fue hacien-

do cada vez más grande. Y donde se instalaron también todo tipo

de vicios y criminalidades. El mismo año en que murió el sacerdo-

te, que tanto había ayudado con su trabajo y con su esperanza,

nació un niño que traería muerte y venganza a toda la ciudad.

Creció en ese mismo barrio pero a los cortos años se lan-

zó con dos pistolas y un collar de granadas y todo lo asediaba y a

todos asustaba, se disfrazaba de mujer y era un niño muy frío

para asesinar.

Page 61: CONCHUDO el paraguas y el bastón

61

Ha venido esta noche… ¡Nos ha venido a visitar!

(Gritos)

(Salen todos los conejos espantados en distintas direcciones).

Page 62: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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El espacio

(Caracol. Morocha. Laberinto).

M: ¿Qué es este lugar?

C: ¿Qué lugar?

M: No me hagas enojar, caracol. Qué lugar va a ser, este lugar.

Este laberinto.

C: Es el lugar en donde estamos. (Lo dice sinceramente, con inocen-

cia y seguro)

M: Caracol tiene candor, pero el tonto no sabe donde vive. ¿Al

menos sabés hace cuánto que estás acá?

C: ¿Cómo hace cuánto que estoy?

M: ¿Sabés, al menos, si esto es la muerte? ¡Baba!

C: No, la muerte no es porque yo estoy vivo. Eso sí lo sé, la muer-

te es otro lugar. No está aquí, de eso estoy seguro.

M: Lo que pasa es que a mí me han matado y si esto no es la

muerte, entonces ¿qué lugar es?

C: La muerte no es. Tal vez estés muerto si te han matado en

otro lugar. Aquí estás vivo. Este es el lugar en donde estamos. El

lugar de todos nosotros.

M: Y por qué estás tan seguro al afirmar algo que no tiene sentido.

Page 63: CONCHUDO el paraguas y el bastón

63

C: Para mí tiene sentido. Y no sé por qué lo sé, pero sé que es

cierto.

M: Nunca te has preguntado de dónde has salido. Si tenés pa-

dres… has sido pequeño o siempre has estado grande y estúpido

como ahora.

C:……, si te digo la verdad me parece que te vas a enojar.

M: Por favor, voy a tratar de no enojarme.

C: La verdad es que no sé por qué me decís caracol, no tengo la

más mínima idea de lo que es un caracol. Sólo conozco la hume-

dad de este laberinto, tampoco sé por qué me tratas tan mal. Se

que no estoy muerto porque siento que existo, y que soy parte

de algo que es enorme y múltiple. (Morocha se ha quedado asom-

brado, tieso). (Breve silencio).

M: De verdad no sabés que es un caracol.

C: De verdad.

M: Sos muy raro.

C: Vos también. Escuché lo que te dijo el conejo, sobre si sos un

hombre o una mujer.

M: Soy un hombre que se viste de mujer para poder escapar. Soy

en verdad una mujer que me libera. Un hombre mujer en perfecta

armonía que se escapa de todos. (Largo silencio)

C: ¿Qué es un caracol?

Page 64: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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Los conejos de la caridad

(Tres conejos. Morocha. Caracol. Laberinto).

Los conejos de la caridad se acercan a Morocha y Caracol y

les preguntan si necesitan algo. Morocha les contesta que necesitan

un crimen. Caracol opina que necesitan otra cosa.

Los conejos de la caridad avanzan en un carro. Un conejo mueve el

carro con una soga. Dentro del carro, otros dos conejos viajan vesti-

dos de obispo.

Uno de los conejos: Venimos a ver qué está pasando. ¡ah! Ver si

necesitan algo. ¡eh! Nosotros podemos escucharlos ¡y! ayudarlos

en todo lo que necesiten ¡oh! aconsejarlos en lo que podamos

¡uh! Acompañarlos en su dolor.

Otro conejo: ¡Calla, conejo! Escuchemos el silencio del hombre

y el insecto. Fíjate si no vibran acaso estas paredes y luego dime

si no oyes el grito de este sordo testigo de la desventura. Por sus

ojos, me atrevería a decir que el dolor se anida desde los prime-

ros meses. Y si hay algo que no haya sido odio en su alimento, ha

sido indiferencia, y, a mi entender, queridos colegas, no hay nada

Page 65: CONCHUDO el paraguas y el bastón

65

que hacer se pueda en estos casos.

Retirémonos recordando la fábula del conejo que descon-

geló la serpiente. Salvemos nuestras almas.

El conejo que queda: El conejo que es presa resiste sigiloso

debajo del arbusto, soportando la lluvia. No intenta huir sino has-

ta que se sabe al alcance de la muerte. Recién entonces intenta

escapar realmente de algo. (Al otro conejo) Te desconozco, cone-

jo, escapándote de la miseria.

El otro conejo: Piérdense las riquezas guardadas para el mal de

su dueño. Piérdense esas riquezas en un mal negocio. Y a los

hijos que ha engendrado no les queda nada en las manos.

El conejo que queda: El zorro condena a la trampa, no a sí mis-

mo. El sabio y el necio tienen el mismo final. Quien desea y no

actúa, engendra la plaga. Pronto todo caerá y lo demás habrá sido

alimentarse de viento.

Uno de los conejos: (Al conejo que queda) Recibe, entonces, de

mi devoción, esta daga y muéstrame la sangre del profeta. Que si

de hecho la vemos, beberemos de ella y no seguiremos otra ley

que la de su ritmo engendre. Así se extenderá tu acto, hacia quie-

nes nos atrevamos a beber.

Page 66: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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El conejo que queda: (Acepta la daga) Bien dices, conejo que

tiras de la cuerda. El humo es importante. Los árboles también

son importantes. Por eso existen los árboles y el humo…

(El conejo que queda extiende la daga al Morocha que sacrifi-

ca al conejo que tira de la cuerda. Los otros dos conejos se retiran de

escena lentamente. Caracol llora angustiado sobre el cadáver. El

Morocha bebe litúrgicamente la sangre del conejo).

Page 67: CONCHUDO el paraguas y el bastón

67

¡Uh!

Caracol está ubicado en el proscenio. Una luz cenital lo sigue

en sus lentos movimientos. El espacio está oscuro y no deben verse

referencias físicas del laberinto.

Caracol

(Al público)

Yo soy el caracol o la espiral

Yo soy el caracol o la espiral

Que está dentro

De tu cocotera

Estoy en la terraza

De tu cabeza

—de tu cabeza arrasa—

Estoy como una plaza

En un pueblo pequeño

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—desierta—

Pero nunca muerta

—desierta—

(en una soledad abandonada)

Desierta y ofendida

Hasta la tristeza.

Por haber sido

Tan ingratos

Conmigo.

Una plaza abandonada

En un pueblo pequeño.

(Luces sepias comienzan a iluminar las paredes del laberinto)

—desierta—

Pero

Nunca

Muerta!…

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Diálogo sobre la palabra

(Caracol, Morocha. Laberinto).

M: Una palabra es un sonido, es un sonido y una idea. Una pala-

bra es un sonido y una idea y una forma. Una palabra es una for-

ma, la forma de la palabra y esa forma tiene como cualidades el

sonido y la idea. ¿Qué te parece, caracol?

C: Puede ser.

M: ¡Perfecto! Puede ser. Puede ser tiene forma de puede ser. Cuan-

do digo puede ser, el sonido de esa palabra es. Por el contrario su

idea no está completa, es una posibilidad. La posibilidad de ser.

De alguna manera puede ser no es. De esa palabra, de esa frase,

elijo la forma. Por que ni sonido ni idea tienen valor para mí. Quizá

tal vez ni forma.

C: No entiendo.

M: Es así… cada uno elige cualidades distintas de las mismas pala-

bras… Es complejo, caracol, tal vez no lo comprendamos nunca.

Page 70: CONCHUDO el paraguas y el bastón

70

C: Puede ser va chiquita deforme sin aliento.

Puede ser va sedienta con hambre puede ser que tenga frío.

Puede ser acalorada se afloja la corbata. Con el puño de la camisa

seca su frente.

Está insomne, puede ser que algo la atormente.

Puede ser su misma imposibilidad.

Puede ser ella.

M: Eso fue hermoso, caracol.

C: Gracias.

Page 71: CONCHUDO el paraguas y el bastón

71

El discurso de la caridad

(Un conejo y Morocha).

El Morocha se encuentra por algún lugar de este laberinto

frente a un púlpito y se queda observando a una distancia pruden-

cial. Se sienta sobre un cubo que está cerca de él. Aparece El cone-

jo asesinado y despliega unos papeles sobre la mesa del púlpito.

El conejo asesinado: Espero no haberlo hecho esperar dema-

siado. Hummm... Uckm. Uokckk. Humm… (Acomoda su voz y bebe

de una botella pequeña que saca de su chaqueta. La guarda). Es

verdaderamente una pena que usted se haya comportado como

lo ha hecho. Todos nosotros estamos muy alarmados y es por

eso que ha venido hasta aquí. Es usted uno de los casos más

extremos y es conveniente para todos nosotros que analicemos

casos como el de usted… ¡Extremos!

Una vez que se ha llegado a un extremo es difícil ir más allá de

ese extremo, sin embargo, usted ha ido más allá. Lo digo por su

temita de vestirse de mujer. (Se agarra las orejas, hunde su hocico

en el pecho. Llora. Se tranquiliza). En fin… lo que nos queda es

regresar a un lugar medio, replegarnos hacia el centro, apagar el

Page 72: CONCHUDO el paraguas y el bastón

72

exceso y recuperar un poco la cordura, calmarnos. (Saca la botella,

acomoda su voz, bebe). He sido asesinado por usted. En verdad he

sido entregado por mis compañeros conejos ¡y usted me ha ase-

sinado! (El conejo lo mira directamente a los ojos). (Largo silencio).

El Morocha no puede levantarse del cubo ni hablar, como den-

tro de los efectos de una pesadilla. La voz del Conejo Asesinado se

distorsiona un poco.

C.A: ¡Usted me ha asesinado y déjeme decirle que no es la prime-

ra vez que me mata! Lo ha hecho antes de distintas maneras. Por

supuesto que a tiros y por supuesto que a cuchillazos, chuzazos,

puntazos o como más le guste!

Y yo me pregunto, señor (Bebe un trago corto) ¿Cómo vamos a

poder ayudarlo si usted nos está matando permanentemente? ¡¿Se

puede ayudar a quien permanentemente nos mata?! (Se escuchan

las campanas de una iglesia. El Conejo se tranquiliza, vuelve en

si).Claro, hermanos, que se puede. El amor es más fuerte y esta-

mos reunidos en el amor. El perdón libera de su mal al oprimido,

convirtiéndolo en un dócil testigo de la gracia… (Se escuchan dis-

paros)… ¡pero si reincide en su criminal obsesión!… (Se escuchan

las campanas)… no nos queda otra cosa que dar más amor y más

perdón al oprimido, para que… (Se escuchan disparos)… de una

vez por todas se deje penetrar por la… (Sonido de un tren que

pasa a gran velocidad).

Page 73: CONCHUDO el paraguas y el bastón

73

Una Carta

El Morocha, solo. Laberinto.

Entre las alta paredes del laberinto, El Morocha escribe y lee

en voz alta una carta a su novia. Se refiere a las circunstancias en la

que fue tomado prisionero, luego de recibir un disparo en la mano,

mientras tenía a su novia de rehén.

Morocha: - ¡Hola, Locura de mi vida!

Camina sin sentido por el laberinto

Locura de mi vida loca…

Se asegura estar solo. Recorre el lugar buscando a Caracol o

algunos de los conejos.

..Nunca dudaste de que no te podía lastimar…

Supiste que no te iba a hacer daño,

Page 74: CONCHUDO el paraguas y el bastón

74

Y mi amor fue tan grande

Que se ha dejado ver

Hasta con los policías

(Observa a su alrededor)

Que me dispararon

en esta mano

con la que te toco…

Y mi amor fue tan grande

Que lo han podido ver…

¡Y en esto me agarraron!

Se arrodilla y extiende la cabeza y los brazos hacia arriba

Se observa las manos

Pero me escapé disfrazado de MUJER

Me escapé de sus rejas como una MUJER

Recuperé Mi libertad vestido de MUJER

¡Y NINGUNO ME PUDO VER!

Page 75: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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Llorens

Vemos el laberinto desierto. Detrás de las altas paredes se es-

cuchan las siguientes voces:

Voces1

—Los conejos hacen el show

Cantan y bailan como un coro

Voces2

—Primero la casa de los hombres

Después la casa de Dios

Voces1

—Los conejos hacen el show

Cantan y bailan como un coro

Voces 2

—La casa de Dios tan lejos

De la casa de los hombres

Voces1

Page 76: CONCHUDO el paraguas y el bastón

76

—Los conejos hacen el show

Cantan y bailan como un coro

Voces2

—Y los hombres sin casas dentro

De la casa de Dios, —¡sin casas!—

Voces1

—Los conejos hacen el show

Cantan y bailan como un coro.

Voces2

—Primero la casa de los hombres

Después la caza de los hombres.

Silencio. En un amanecer de luces sepias se encienden las pa-

redes del laberinto.

Page 77: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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Sus oraciones

(El Morocha, Caracol, un Conejo. Laberinto)

El Morocha se viste de mujer trepado sobre un cubo. Cara-

col lo observa asomado a medias tras los muros del laberinto. Atra-

viesa la escena un conejo con tutú y zapatillas de baile, haciendo

movimientos clásicos y contemporáneos.

Conejo:

Canta

Hojas de parra en el sexo de las esculturas

Un aporte de la vitivinicultura a la moral

Bebamos para que la virtud apague la orgía

Hojas de parra en los genitales desnudos…

El Morocha se viste lentamente sobre el cubo. Sus movimien-

tos son flotantes. El Conejo se desplaza de un lado a otro cantando y

bailando. Caracol observa asombrado detrás de los muros.

Page 78: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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El Morocha:

—Que mis enemigos no tengan ojos para verme

Ni orejas para escucharme

Que no tengan boca para hablar

Ni manos para agarrarme…

Caracol tiembla desesperado y comienza a segregar gran can-

tidad de viscosidades. Al Conejo se le dificulta su danza.

El Morocha:

—Que mis enemigos no tengan ojos para verme

Ni orejas para escucharme

Que no tengan boca para hablar

Ni manos para agarrarme…

Caracol continúa segregando gran cantidad de viscosidades

que han comenzado a quemar como un ácido el cuerpo del Conejo

que se retuerce de dolor en el piso. El Morocha ha terminado de

vestirse de mujer y saluda a Caracol.

Page 79: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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Buscado

Caracol, dos Conejos. Laberinto.

C: La verdad es que hace tiempo que no lo veo.

Cnj: No des más vueltas, caracol.

C: Es en serio, yo no puedo haberlo escondido en ningún lugar.

Estaba buscando una salida.

Cnj: No des más vueltas, caracol, hablá.

C: Es en serio; estaba buscando una salida. Se quería ir. Le dije

que de aquí no se podía ir, pero él insistía.

Cnj: ¿Se quería ir?

C: Sí, le dije que este es el lugar en donde estamos. El lugar de

todos nosotros, pero no sé si no me escuchaba o no me enten-

día o no me quería entender.

Page 80: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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Cnj: ¿Y dónde es que se ha ido?

C: Ni idea, le dije que de aquí no se podría ir. Que para salir de

aquí, lo tenían que sacar.

Cnj: ¿Se habrá ido?

C: ¿De dónde? ¿Del lugar en donde estamos?

Cnj: ¿…………..?

C: No se puede ir. Lo tienen que sacar. Este es el lugar en donde

estamos todos nosotros.

Page 81: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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¿El hombre es el mal?

UNA DE LAS ELABORACIONES QUE PUEDE LLEGAR ATENER

LA IDEA DE ESTE DRAMA, ES UN DESARROLLO DE LA ESCENA DE

ADÁN ABANDONANDO A EVA EN SU DESOBEDIENCIA.

LA RECONSTRUCCIÓN DE ESTA ESCENA EXIGE LA SOLEDAD

DE ADÁN EN EL PARAÍSO Y LA DESCRIPCIÓN DEL EXILIO DE EVA

EMBARAZADA. EL NACIMIENTO DE UN HIJO Y DE UNA HIJA. LA CRIA

HASTA LA ADOLESCENCIA Y EL INCESTO DE EVA Y SU HIJO. Y

LUEGO, TAMBIÉN, EL INCESTO ENTRE HERMANOS. LA PROGENIE DE

LOS HIJOS DE EVA Y UNA TRADICIÓN DE RENCOR ACUMULADA

HACIA EL PADRE ADÁN. LA ORGANIZACIÓN Y BÚSQUEDA DEL PA-

RAÍSO DE LOS HIJOS DE EVA. HALLAZGO DEL PARAÍSO, PENETRA-

CIÓN Y ENFRENTAMIENTO CON ADÁN.

DISCUSIÓN SOBRE EL ORIGEN DE LOS HIJOS DE EVA. DESCO-

NOCIMIENTO DE ADÁN SOBRE ESTOS. HIPÓTESIS SOBRE LA SOSPE-

CHA DE QUE LA HAYA ENGENDRADO UN DEMONIO. DISCUSIÓN,

LUCHA, FINAL CATASTRÓFICO.

Caracol, Morocha, Los Conejos. Laberinto

Mo: Eva ya le ha pegado un buen mordisco a la manzana (el fruto

Page 82: CONCHUDO el paraguas y el bastón

82

prohibido) y le dice a Adán lo rica que está y las virtudes que les trae.

Carl: Pero lo distinto en esta historia es que el padre Adán no se

come la manzana. Se mantiene firme y no desobedece.

Mo: Cuestión que crujen los cielos y la tierra y solamente es ex-

pulsada Eva del paraíso. Adán se queda dentro de la gloria de Dios,

bastante solo y triste, elevando plegarias y canciones, alimentán-

dose de frutos y hablando con los animales; detenido en el tiem-

po, sin ninguna noción de las cosas que comienzan a ocurrirle a

su ex mujer.

Carl: Eva camina por una tierra estéril sin saber hacia dónde se diri-

ge, alejándose de los confines vegetales donde había vivido tanto

tiempo con su compañero, tirándose los pelos y llorando como una

desgraciada entre la arena y el desierto de parajes hostiles.

Mo: Una vez cansada de tantos traqueteos, se echa a dormir y

despierta dándose cuenta de que está…

Cnjs: ¡Pero que muy PREÑADA!

Mo: Y al cabo de los meses echa a luz todas sus crías; alrededor

de dos parejas de hembritas y varones.

Carl: Así es que, con el tiempo y mucho incesto, se viene toda la

progenie de sus hijos: que los Jeremías y los Zacarías, los Oseas

y los Sofonías y toda la cuestión de tribus y patriarcas.

Cnj: Con el tiempo, al cabo de unos miles de años, surge una

fracción nacida en el rencor acumulado hacia el padre Adán.

Cnj: Eran trece hombres que envejecieron buscando el paraíso

Page 83: CONCHUDO el paraguas y el bastón

83

con el fin de vengar a la madre.

Cnj: Tanto lo buscaron que al final lo encontraron y se enfrenta-

ron con el padre ancestral.

Cnj: Así fue cómo este grupo de ancianos le contó toda la histo-

ria a su antiguo padre que, sorprendido de lo que escuchaba, no

podía creer lo que esos seres le estaban contando.

Cnj: Aceptó haber estado cobarde con lo de Eva y la manzana.

Pero estuvo muy claro y decidido con la cuestión del embarazo.

Afirmó y juró que era imposible que el la hubiese fecundado.

Cnj: Y tanto insistieron, unos que sí y el otro que no, que se

fueron a las manos.

Cnj: Hicieron falta como diez de esos viejos vengativos y renco-

rosos para matar al ancestral Adán.

Cnj: Los tres que quedaron con vida salieron de los confines

vegetales, haciendo el mismo camino que había hecho su lejana

madre. Venían cansados y desilusionados sin tener nada en claro.

Cnj: De pronto, se cruzaron con una serpiente.

Cnj: Que se les presentó como el mismísimo Satanás. Y les con-

tó que fue un demonio quien, aquella noche, dejó preñada a Eva.

Cnj: Los tres salieron corriendo del espanto. Dos se fueron en el

suicidio por un acantilado. Y el tercero se hizo un eremita que se

alimentaba de gusanos.

Page 84: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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Pasa loco mundo

El Morocha, Caracol. Laberinto.

C: Entonces qué cosas había. Cómo era todo eso allá. Mucho más

colores me dijiste. Pero cómo es eso.

M: Y, cuando vo nacé, nacé como en una familia, me entendé, que

é como mucha personas que han vivido junta en una casa. Y ahí

viene todo lo que ello son de vo, que son lo pariente. Cazá…

(Morocha está en cuclillas en una esquina del laberinto).

C: Mmmmh, más o menos. ¿Personas como vos? ¿Machos y hem-

bras?

M: Sí, macho hembra y la gilaá que a lo pibe le pinta cuando se

ponen hasta la japi. En la casa chica etán todo apretao y lo huachi

se tocan y lo viejo culeaos se aprovechan. Tené que recatate

solo y pirar…, entonce ahí ve la calle… y ahí hay de todo, babi.

C: ¿Y qué cosas te gustaban?

Page 85: CONCHUDO el paraguas y el bastón

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M: Y tené la piba, la birra, los riflazos, la goma y el engome ¡man-

so!... las tillas, babi loco, que son un caño… la tele con lo dibu con

las peli… las novelas… bocha de gilaá…

C: ¿Pero a vos te gustaban otras cosas también?

M: Me gustaba ver la cara de lo giles cuando le puse la postura,

todo eso gile rata culiá pensaron que me la habían mandado a

guardá… lo puto, pero se la tuvieron que comer.

C: ¿Quiénes giles?

M: Los gile que cuando mataron al papito se mandaron cualquie-

ra… pero no esperaban que nosotro, lo huachi, se pararan de

mano… y tuvimo que salir a poner caño a lo tonto… pero se la

dimo vieja… a todo eso chupapija que se comian el abuso…

C: ……………………………….

M: No pasa nada con toda esa gilaá, ahora que pienso, extraño

mucho el agua, loco… así como el agua se ve amontonada en una

pileta… como se mueve el agua… que la verdad que me hubiese

gustado ver el mar. Ese del agua verde como se ve en la tele…

Uhh… con mansa mina… (EL Morocha deja de actuar de manera

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86

tumbera. Se incorpora y recobra la actitud que ha llevado en las otras

escenas).

M: ¡Listo!

C: Si hubiese hablado más rápido no te hubiese entendido nada.

O te hubiese entendido menos porque, la verdad, mucho no he

entendido.

M: Bueno, no importa, mejor. Vamos…

C: ¿A dónde?

M: Caminemos. Quizás todavía podamos encontrar un lugar por

donde salir.

C: Es que ya te he dicho que de aquí nadie puede salir. A lo sumo

te pueden sacar.

M: ¿Qué lugar es este?

C: Es el lugar en donde estamos. El lugar de todos nosotros.

M: Otra vez con esa misma historia que al final no dice nada…

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C: De todas maneras, hay lugares por los que todavía no hemos

pasado.

M: Te referís a lugares en este lugar… o…

C: Sí, sí, a lugares en este lugar... Estoy seguro de que todavía no

pasamos.

M. Vamos.

C: Vamos.

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El anillo

Conejos. Laberinto.

Cnj1: Si no le hubieras dado el anillo, ahora no tendrías por qué

sentirte bajo los efectos de algún extraño maleficio.

Cnj2: Es algo que en algún momento se tiene que hacer, no es

que lo hice por que sea así y nada más. En algún momento co-

mienza a crecer como la necesidad. Entonces es como un sello

mágico, pero claro que puede resultar muy mal.

Cnj3: ¡Es estúpido! Nadie me ha dicho nunca que haya resultado

una cosa semejante.

Los conejos arreglan sus ropas y se peinan y acicalan entre

ellos.

Cnj2: No deberías estar bajo los efectos de ningún maleficio, si

no le hubieses dado el anillo.

Cnj3: Es algo que tuvo que hacer. En algún momento esas cosas

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se tienen que hacer. Es como un acto mágico pero puede resul-

tar muy mal.

Cnj2: Fui un estúpido. Jamás me he enterado que haya resultado

una cosa así.

Cnj1: En algún momento ha comenzado a crecer la necesidad,

eso no se puede detener.

Cnj3: Entonces viene como un sello y se tiene que hacer.

Cnj2: Es estúpido; ahora no tendrías que sentirte bajo los efec-

tos de algo extraño.

Cnj1: Los maleficios se comienzan a sentir en algún momento…

Cnj3: No es que lo hubieras hecho porque es algo así y nada más.

No.

Cnj1: Sigamos arreglando nuestras ropas y cepillemos nuestras

pieles, qué más podemos hacer.

Cnj3: No es que lo hubiese hecho porque sí, los efectos comien-

zan a sentirse.

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Cnj2: Hacen más placenteras nuestras cepilladas.

Cnj1: Suaves sobre nuestras pieles…

Cnj3: De conejos… conejos…

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Final

Tres conejos obispos se acercan a El Morocha,

dos lo toman de sus brazos. Están en el laberinto y

Caracol no está en la escena. Lo obligan a arrodillarse.

Se burlan de él y lo castigan con pequeños látigos.

Uno de los obispos le lava los pies, las piernas y los brazos.

Dejan su pecho sin ropas y le tiran la cabeza hacia atrás.

Con la misma daga que se había utilizado

en una escena anterior,

Otro de los obispos abre en su abdomen una herida de muerte.

Los conejos con las paredes del laberinto fabrican la

churrasquera,

Donde había quedado tendido Matías Cerón en la introducción.

Una vez que han terminado de ubicar el cuerpo debajo de

La churrasquera, abandonan la escena.

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ÍNDICE

Páginas

CONCHUDO,

el paraguas y el bastón

Primer premio

dramaturgia

María Belén Cherubini............................................................................................5

El Morocha

Mención

dramaturgia

Pablo Arabena........................................................................................................45

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