con buñuel y mutis en lecumberri. “no vaya a irse, voy a traerle algo

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“NO VAYA A IRSE, VOY A TRAERLE ALGO” | 5 Lo primero es el olor, un olor que golpea el pecho, llega al corazón y lo hiere. Al entrar en la nariz, en ese mismo instante, el olor abre su camino de cuchillos, tasajea la carne, la sangre empieza a correr y sube por la garganta. —Pasen, pasen por aquí. El carcelero lo dice como si abriera las puertas de un palacio. Y tiene razón. Por algo le llaman a esta cárcel el Palacio Negro de Lecumberri. De altísimos techos, de inmensas rejas de hierro verde, tiene un porte real so - bre todo si uno lo compara con las vecindades del rum- bo, esas chozas de cartón a ras de tierra que a tientas en - cuentran en qué apoyarse, una barda abandonada, una montaña de basura que finalmente se hizo tierra, una ex- cavación para los cimientos de un edificio que jamás se construyó. —¿A qué crujía quieren ir primero? Vista desde el cielo, la cárcel es una estrella caída sobre la tierra, una estrella infernal cuyas cinco puntas se abren para que a partir de ellas se enfilen los rayos de las celdas y desde el polígono los rayos de la vigilancia se multipliquen y enceguezcan al preso. —¿Quieren ir a la J? Es la de los jotos —ríe el carce- lero que lleva quepí, uniforme militar, anteojos, un diente de oro e insignias sobre los hombros y en las mangas. Las crujías siguen las letras del alfabeto, las voca- les y las consonantes. La A, la E, la B, la jota. A la jota la han aislado. Es un mundo aparte. Allí no hay celdas. ¿Para qué? Los presos duermen repegados en unos lar- gos ga lerones, sus camitas flacas alineadas como en Con Buñuel y Mutis en Lecumberri “No vaya a irse, voy a traerle algo” Elena Poniatowska Durante su estancia, preso, en el Palacio Negro de Lecumberri, en la Ciudad de México, el poeta colombiano Álvaro Mutis recibió la visita de dos personajes —notables protagonistas ambos de la cultura mexicana—: el cineasta español Luis Buñuel y la joven periodista Elena Poniatowska. La hoy Premio Cervantes de Li- teratura recupera esta crónica, aparentemente olvidada por ella misma y señalada siempre por el fino humor de una capacidad perceptiva de primer nivel.

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Elena Poniatowska

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  • NOVAYA A IRSE, VOYA TRAERLEALGO | 5

    Lo primero es el olor, un olor que golpea el pecho, llegaal corazn y lo hiere. Al entrar en la nariz, en ese mismoinstante, el olor abre su camino de cuchillos, tasajea lacarne, la sangre empieza a correr y sube por la garganta.

    Pasen, pasen por aqu.El carcelero lo dice como si abriera las puertas de un

    palacio. Y tiene razn. Por algo le llaman a esta crcel elPalacio Negro de Lecumberri. De altsimos techos, deinmensas rejas de hierro verde, tiene un porte real so -bre todo si uno lo compara con las vecindades del rum -bo, esas chozas de cartn a ras de tierra que a tientas en -cuentran en qu apoyarse, una barda abandonada, unamontaa de basura que finalmente se hizo tierra, una ex -cavacin para los cimientos de un edificio que jams seconstruy.

    A qu cruja quieren ir primero?Vista desde el cielo, la crcel es una estrella cada

    sobre la tierra, una estrella infernal cuyas cinco puntasse abren para que a partir de ellas se enfilen los rayos delas celdas y desde el polgono los rayos de la vigilanciase multipliquen y enceguezcan al preso.

    Quieren ir a la J? Es la de los jotos re el carce-lero que lleva quep, uniforme militar, anteojos, undiente de oro e insignias sobre los hombros y en lasmangas.

    Las crujas siguen las letras del alfabeto, las voca-les y las consonantes. La A, la E, la B, la jota. A la jota lahan aislado. Es un mundo aparte. All no hay celdas.Para qu? Los presos duermen repegados en unos lar -gos ga lerones, sus camitas flacas alineadas como en

    Con Buuel y Mutis en Lecumberri

    No vaya airse, voy atraerle algo

    Elena Poniatowska

    Durante su estancia, preso, en el Palacio Negro de Lecumberri,en la Ciudad de Mxico, el poeta colombiano lvaro Mutis recibila visita de dos personajes notables protagonistas ambos de lacultura mexicana: el cineasta espaol Luis Bu uel y la jovenperiodista Elena Poniatowska. La hoy Premio Cer vantes de Li -teratura recupera esta crnica, aparentemente olvidada por ellamisma y sealada siempre por el fino hu mor de una capacidadperceptiva de primer nivel.

  • los orfanatorios o los conventos. Ni una cortina paraproteger su intimidad. A pesar de que la J no tiene puer -tas, Luis Buuel se detiene antes de entrar y observacon pudor.

    Pas por don Luis a las ocho de la maana. S, s,venga temprano, yo siempre me levanto a las seis.Claro, dijo Jeanne, su mujer, no es ningn mrito, alas ocho de la noche ya est dormido.

    Cuando entr a la privada de Flix Cuevas, ya esta-ba Buuel en la calle, esperndome, un cigarro en lamano. De lejos vi su traje de tweed y su mirada expec-tante. Sonri su sonrisa de dientes separados. Me gus-tan los hombres que tienen los dientes separados.

    El domingo en Mxico es un da vaco. La gente sequeda en su casa. Llegamos rpido a la crcel preventi-va aunque manej con especial cuidado. No iba yo achocar con Luis Buuel a mi lado.

    Traje cigarros, tres cajetillas, me parece que Mu -tis fuma.

    Lo que ms hace es leer. Reley todo Proust en lacrcel.

    Todo Proust? Eso es como leer todo Prez Galds!Los domingos, las aceras frente a la crcel se vuelven

    romera. La gente lleva canastas de tacos para vender,coca-colas, refrescos, tortas y dulces. Entre los pues tos,uno de rosarios y estampas, san Martn de Porres de

    cuerpo entero con su escoba y su carita negra abre losbrazos. En un extremo de la acera, veo una oracinimpresa en hojitas de papel que levanto del suelo por-que dice en grandes letras: Renuncio al mundo, re -nuncio a la carne, renuncio al Demonio. Demonio conmaysculas. 496 Padres Nuestros, 958 Dios te salveMara, 379 Credos.

    La contabilidad de la Iglesia comenta don Luisque ha encendido un segundo cigarro.

    Compramos algo? Un san Martn de Porres?No, no hay que comprar nada. El capitn Snchez, por orden del director del pe -

    nal, un viejito que yo senta bondadoso y responda alapellido de Martn del Campo, tena rdenes de recibira don Luis como Dios manda. Aunque hubiera prefe-rido tenernos para l solo en su celda, lvaro Mutishaba organizado el tour de la fortaleza. Primero fui-mos al pabelln siquitrico, orgullo del penal, porquetiene algunos aparatos, entre otros, uno de electro -shocks. Todo blanco, y dizque moderno. El nuestro esun centro hospitalario de primera, asegura el capitnSnchez, que ensea un diente de oro al sonrer.

    Caminamos despacio. Aqu tenemos a un espaol le comunica a don

    Luis que ha encendido un tercer cigarro.Ah, s!

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    Luis Buuel lvaro Mutis

  • El espaol resulta ser un hombre delgadito, una ho -jita tambin blanca como de papel de china que ce -cea y cruje como si lo fueran a doblar. Trata al capitnSnchez con una deferencia obsequiosa y a don Luiscomo compatriota. Estuvimos en el mismo lado de labarrera. Le cuenta que estuvo en la guerra de Espaa,en Teruel, que trabaj en el Hospital Obrero incautadopor los republicanos bajo las rdenes del doctor JuanPlanelles, pero no le cuenta por qu razn est en Le -cumberri. Ms tarde, el capitn Snchez nos revelarque mat a su mujer. Por celos.

    Y luego se le bot la canica. Aqu no causa mayo-res problemas y, como es mdico y sabe mucho, atien-de a los que van a dar al pabelln siquitrico.

    Al salir, nos cruzamos con la llamada poblacin,como la llama el capitn Snchez, hombres que vanpor el redondel en torno al polgono de una cruja a laotra y caminan aprisa como si tuvieran mucho que ha -cer. Entre ellos, saludamos a un hombre ms alto quelos dems vestido de azul marino, su gorra cuarteleramuy bien puesta. Snchez se entusiasma:

    Tienen ustedes que conocer su celda. Caminamos hacia la celda de lmina verde. El pre -

    so la abre con orgullo. Del techo cuelga una maraade ca bles, enchufes y una multitud de televisiones yradios, de aparatos domsticos; licuadoras, batido-ras, planchas y secadoras. Pinzas y martillos atibo-rran los anaqueles de lmina que parecen de juego demecano.

    Es nuestro electricista dice orgulloso Snchez.Ay, qu bueno!Nos despedimos, felicitamos al alto gordo, volve-

    mos a despedirnos. Saben a quin acaban de conocer? pregunta

    Snchez con entusiasmo.A quin? pregunta don Luis por no dejar.A Ramn Mercader, el que mat a Trotsky, un

    caso muy sonado, no lo conocen ustedes?A don Luis, que de por s es muy ojn, parece que

    se le van a salir los ojos.Jacques Mornard o Frank Jackson o Ramn Mer -

    cader, el hijo de Caridad Mercader?Su verdadero nombre es Ramn. l se puso el

    otro que dice usted...Qu horror! Quiero lavarme la mano lloro.El capitn Snchez me da la espalda. Buuel prende

    su cuarto cigarro.Ah, miren, all viene Siqueiros con su bolsa del

    mandado! David Alfaro Siqueiros carga la bolsa de plstico del

    mercado con los vveres que todos los das trae su mu -jer, Anglica Arenal. Vamos de sorpresa en sorpresa, deemocin en emocin, sobre todo cuando Siqueiros se -ala una celda:

    En esa tengo mi estudio, en la que le sigue duer-mo y como. No quieren ver el retrato que estoy pin-tando de memoria de don Alfonso Reyes para el Cole-gio Nacional?

    En medio de las paredes de lmina verde, sobre uncaballete, don Alfonso sonre. Parece un stiro con supelo blanco achinado y su sonrisa incitante.

    Muy buen retrato, Siqueiros, muy buen retrato.Viniendo de usted, maestro, es un cumplido que

    me emociona.En el fondo de la celda-estudio, Anglica Arenal de

    Siqueiros acomoda la bolsa de plstico y quita de enci-ma de la mesa el vaso con los pinceles, la paleta, los tu -bos de leo.

    No gustan comer con nosotros? preguntamundana.

    No, gracias se apresura Buuel. Estamos visi-tando la crcel y an no termina la gira.

    En las crceles, en los hospitales se habla mucho decomida.

    Todava nos falta otro encuentro. Nos lo propor-ciona Siqueiros.

    Miren, aquel que va all es El Timbn Lepe.Quin?El gordo Lepe, el pap de Ana Bertha Lepe, la

    actriz, El Timbn le mat al amante. Cuando viene AnaBertha a ver a su pap, no saben la que se arma. Todoslos presos chiflan, gritan, allan. Aunque Ana Berthalleva anteojos negros y un turbante en la cabeza, la re -conocen por su andar.

    Siqueiros es un conversador inigualable. Cuenta aho -ra de los gritos. Dice que cada vez que entra un nue vopreso al penal, los dems gritan detrs de los barrotes:

    Ya pari la leona!.Despus de desearle a Siqueiros buen provecho,

    nos dirigimos por fin a la J, esa cruja a cielo abiertoaunque cada vez que pasamos de una cruja a otra lospolicas se cuadren para saludar al capitn Snchez.Uno de ellos abre la pesada reja de la J, haciendo reso-nar la doble cadena que la mantiene cerrada.

    Pasen, pasen nos dice con un ademn envol-vente la Ramona.

    En realidad, es el mayor, se llama Ramn pero to -dos le dicen la Ramona. Nos cuenta que hoy en la ma -ana, los guardias obligaron a todos los amaneradosa despintarse la cara, a quitarse sus blusas de holanes,sus faldas y sus zapatillas para ponerse el uniforme car-celario y la gorra cuartelera.

    Aqu podemos andar vestidas como se nos da lagana informa la Ramona. A uno que no quisoquitarse el maquillaje, le tallaron la cara con un ladrilloy lo apandaron.

    Qu es eso? Buuel enciende el quinto cigarro.La celda de castigo.

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  • Dnde est?Aqu luego, ese es el apando.Caminamos hacia una jaula de lmina pintada de

    verde. Por lo visto aqu todo es verde, pero no el verdede la esperanza, quizs es el de Garca Lorca.

    Dnde est el castigado? pregunta Buuel.All adentro, debe estar acuclillado, grtele usted

    para que se levante.Buuel llama, su oreja pegada a los barrotes:Amigo, amigo.Como nadie responde, vuelve a llamar:Amigoooo!Algo debi de or en la voz de Buuel porque res-

    ponde. Tras de los barrotes de una diminuta ventanatambin enrejada asoma su cara ensangrentada.

    Qu le pas, amigo?Me la tallaron con un ladrillo.Buuel le pasa su cajetilla de cigarros.Hay que obedecer, amigo, si no mire noms las

    consecuencias.Don Luis habla mexicano. Si pudiera meterse al

    apando en vez del preso, lo hara. Inquiere frente a lacelda:

    Cundo lo van a sacar, capitn?Cuando se acabe la visita.El capitn Snchez ofrece:Si quiere, por consideracin a usted, lo sacamos

    ahora mismo.Squenlo ordena Buuel y ensea la separa-

    cin entre sus dientes.Los hombres son esponjas llenas de sangre, carne,

    trapos. Este que sale de la celda de castigo es un costala punto de caer.

    Buuel le da la mano pero el preso no tiene fuerzapara tomarla y se va trastabillando a su catre. Otro hom -bre tambin se acerca tambaleante. El capitn Snchezexplica:

    A ese que viene le va mal porque nunca quierehacer fajina. La fajina es el trabajo de la crcel. En lamaana, entre todos tienen que echar cubetas de aguapara lavar el pavimento, tallar el piso de las crujas, en -jabonarlo, mantener limpia la crcel, preparar la comi-da. Esa es la fajina.

    Hay que hacer fajina, hombre, haga la fajina casiruega Buuel y le da un cigarro que saca no s de dnde.

    Recorremos el galern hasta el fondo, bajo la mira-da de los presos. Encima de la cabecera de cada camas-tro de fierro hay una Virgen de Guadalupe, algn otrosanto y una foto de mujer. Su mam? pregunto.El capitn Snchez explica: Son ellos mismos vestidosde mujer. Al fondo del galern nos espera un altar im -presionante. Entre focos de colores verdes, blancos yrojos un cuadro de la Virgen de Guadalupe de tamaonatural, tan grande como el de la baslica del cerro del

    Tepeyac. La Morenita, como la llaman, preside unaabundancia de satn rojo que cae desde el techo hasta elsuelo. Es tan generosa la cantidad de tela que Versallesy Luis XV se quedan cortos ante tanta magnificencia.A los pies de la Virgen, una multitud de veladoras re -cuerdan la escena de Macario, la pelcula de GabrielFigueroa y El Indio Fernndez que inmortaliz al actorIgnacio Lpez Tarso. A un lado, cuelgan los exvotos,los milagros que dejan en agradecimiento los que sehan salvado gracias a la intervencin de la Guadalupa-na; los prodigios que dan fe de su clemencia celestial.

    La Virgen ha sacado a muchos en libertad? pre -gunto.

    Eso no, pero a muchos los ha salvado de no mo -rir aqu adentro de un mal golpe.

    Ramona se quita la cuartelera y se persigna. Tam-bin el capitn Snchez se quita su quep y lo mantienea la altura de su corazn. Buuel y yo slo miramos.

    Nos ha hecho muchos milagros insiste Ramona.Aqu adentro ha evitado varios crmenes rati-

    fica el capitn Snchez. Le salv la vida al Cuco cuan -do ya lo tenan agarrado los Tres Canes del Tepeyac.

    Can? Del Tepeyac?S, as se pusieron esos matones, hgame usted el

    favor, seor Buuel.Contemplamos a La Milagrosa cuyos ojos parecen

    parpadear a la luz de las veladoras. Supongo que no morir aqu adentro es suficiente

    milagro.El penal ahora huele a carne hervida y el capitn

    Snchez nos explica lo que es el rancho, la comida quese avecina y se servir dentro de media hora.

    Por qu no se quedan para que vean lo bien quecomen los reos mexicanos? Por eso reinciden los cone-jos, por la comida. Nunca comen tan bien all afueracomo aqu adentro. Es ms, regresan con hambre.

    Los conejos?As llamamos a los presos reincidentes. Regresan.

    Comen. Salen en libertad. Regresan. Comen. Qu di -cen? Se van a quedar con nosotros?

    Don Luis no sabe decir que no; se morira de penasi no aceptara.

    Me van a perdonar que no los acompae ex -plica el capitn Snchez, pero hoy es domingo y es elnico da de la semana que como con mi familia. Ya co -nocen ustedes el dicho de que tan preso el carcelero comoel preso... Si se quedan a comer mejor hganlo en la A.

    Vamos a la A.Bajo el sol despiadado nos sentamos en un pasillo

    de la cruja A frente a una mesa de metal con nuestrosplatos tambin de metal divididos en compartimentoscomo del ejrcito. Aqu el arroz, aqu las verduras, aqula carne, aqu el caldo. Como alego que a m me encan-ta el caldo, un conejo gil y risueo, de orejas paradas,

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  • como buen conejo me trae un plato sopero lleno hastael borde.

    Dentro del plato sopero, la cuchara de peltre enca-lla en un promontorio como la roca de Gibraltar (digoeso aunque no tengo la menor idea de cmo sea la rocade Gibraltar).

    Don Luis se asoma:Qu es eso?Es un hueso dice el conejo que nos sirve.

    Permtamelo tantito, ahorita vuelvo. Usted siga comien -do tranquila.

    Mete su pulgar y su ndice en el caldo y saca condelicadeza el hueso de respetables proporciones. El pla -to queda casi vaco.

    Quiere que le sirva ms?No, gracias.Ah bueno, ahorita vengo, no me tardo nada! di -

    ce con alegra, el hueso entre sus dos dedos.Frente a la reja, insiste, con una gran sonrisa y casi

    me grita:No vaya usted a irse, voy a traerle algo.El pan es una delicia. Don Luis sopea el suyo en el

    caldo. Hablamos del pan, de lo bueno que est, de queno hay pan as de bueno all afuera, qu buen pan, in -sistimos en sus ventajas porque queremos hacerles creera quienes nos oyen que estn bien, que su vida es buena,que all afuera todo est mal, que este es un tiempo depan, igual al pan, nutritivo, crujiente, protegido, aso -leado. El panadero del Palacio Negro de Lecumberri esun espaol. Por eso el pan-bolillo es tan bueno. Tan bue -no que incluso lo venden afuera por costales.

    Mutis mira para otro lado. Luego don Luis pasa ahacer sus preguntas buuelescas, pregunta si hay ratas,cuntas ratas habr? S, claro que hay ratas. Veo quehay huellas de rata Buuel insiste y le dicen los pre-sos sentados a nuestro lado que s, que las hay en todaspartes, que pueden verse en el patio de tierra suelta don -de los presos juegan futbol, all se ven las patitas delas ratas muy bien pintaditas en el suelo, dgales a loscarceleros que se las enseen. Buuel entonces les pre-gunta si oyen los pjaros y luego luego le dicen que no,que los pjaros casi ni se oyen porque no hay rbolespero que s se oyen muchos aviones en pleno vuelo,aviones s, hay mucho, mucho avin por aqu, ya venque estamos cerca del aeropuerto. Mutis sigue mudo,intuyo que quisiera tener a Buuel para s solo. Buuello vino a ver a l, no a todos los conejos que lo atosigancon sus preguntas de orejas levantadas. Pienso que qupesadilla la del vivir preso y or el vuelo de un avin,alzar la vista y mirar cmo se alejan las alas de metalcon su foco rojo en la punta de las alas.

    Ay, volar, volar, volar! Buuel pregunta:Nadie tiene un cigarro?

    Ya cuando estamos a punto de salir por la llamadapuerta de distincin que le da escalofros a Mutis,oigo una voz casi sin aliento:

    Seo, seo...Es el conejo que meti su mano a mi caldo.El conejo del caldo sonre apenas Mutis que

    tambin es mayor pero de la cruja A.Mire lo que le tengo...Pone en mis manos una como estrella.Qu es eso? pregunta don Luis con descon-

    fianza.Es nuestra madrecita...Yo la hice.Cmo que la hizo?S, con el hueso. A poco ya se le olvid el hueso?Un marfil chino de la dinasta de Ming no causara

    mayor sensacin. Tengo dentro de la palma de la manoderecha a la Virgen de Guadalupe con su manto de es -trellas, sus pies sobre la luna, su aureola de cuerpo ente-ro de picos bien sealados, su coronita, sus ojos bajos,sus cejas delgadas y su complexin femenina. Comotonta o quiz por la emocin pregunto:

    Pero quin es?Es nuestra Morenita, es la madre de todos los me -

    xicanos, es su madre, gerita, la madre de todos no -sotros.

    Qu maravilla!La emperatriz de Amrica! muestra el conejo

    sus dientes de conejo.Pero cmo le hizo?

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    Elena Poniatowska en una foto de Kati Horna, 1962

  • En un ratito.Usted es un maestro! No ha olvidado ni un deta-

    lle, mire, hasta el angelito a sus pies levanta la cabeza.En un ratitoBuuel sonre tanto como el hueso blanco tallado

    que tengo en la mano. De golpe y porrazo, ha olvidadopensar en cigarros.

    Mutis, sombro, nos despide. La crcel. Nosotrosvamos hacia la salida. l se queda. Hablamos ya el len-guaje de afuera. Mutis regresar tras la reja. Buuel loabraza, escucho sus palmadas en la espalda de Mutis,resuenan como tambor. Mutis ya no nos mira, quieredarse la media vuelta, regresar a su celda, no ver a na -die. Buuel y yo somos unos inconscientes, jams en -tenderemos lo que pasa all adentro, lo que significavivir en el Palacio Negro de Lecumberri. La ltima mi -rada de Mutis es de enojo. O de desesperacin. Buuelpalpa su saco, los bolsillos de su pantaln, busca unimprobable cigarro y no capta la expresin en el rostrode su amigo el poeta colombiano. Al venir a la crcel leexpliqu: Sabes, Luis? A lvaro le da mucho corajeque le digan que seguro ahora tiene mucho tiempo pa -ra escribir.

    En el vochito verde, de regreso a la cerrada de FlixCue vas me dice: Por qu no me dijiste que trajera mscigarros?.

    No pens. Mutis pide libros.Y los dems?No los haba visto, Luis, los conoc hoy. Hay que traer paquetes completos, la prxima vez,

    unos diezLuis Buuel se obsesiona.Si me lo hubieras dicho, habramos repartido

    cigarrosEst nervioso. No fumar lo enerva.De haberlo sabido, los cigarros Las mujeres

    Ah qu las mujeres! Prate en De TodoCon su cigarro en la boca, Luis se tranquiliza.El domingo que entra, cigarros para todos. Cun tos

    paquetes cabrn all atrs? Qu pequeo es tu au tomvil!Cuando lo dejo en Flix Cuevas ya oscuro, no entra de

    inmediato a su casa, aunque para l las siete de la nochesean las altas horas de la noche. Arranco el vo chito y enla esquina, por el espejo retrovisor al dar la vuelta para to -mar Flix Cuevas, slo alcanzo a ver la di minuta luce-cita roja de su cigarro.

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