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ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA FORMACION DE IDEOLOGIAS EN EL APRENDIZAJE GRUPAL 1 Juan Carlos De Brasi "Ya no conviene el goce con el trabajo, el medio con el fin... Eternamente unido a una partícula del conjunto, el hombre se educa como mera partícula: llenos sus oídos del monótono rumor de la rueda que empuja, nunca desenvuelve la armonía de su esencia, y, lejos de imprimir a su trabajo el sello de lo humano, tórnase él mismo un reflejo de su labor o de su ciencia." F. SCHILLER: La educación estética del hombre, en una serie de cartas. La propuesta de este texto consiste en estudiar las corre- laciones que existen entre ciertas formaciones pedagógicas- genéricamente denominadas grupos de estudios- y las consti- tuciones ideológicas que les están necesariamente asociadas, tal como lo demuestra una práctica definida en el horizonte de una problemática específica. Tanto las teorías con que tra- bajamos, sus límites y entrecruzamientos, como el método y técnicas particulares de análisis están referidas al período político-cultural argentino que comienza -objetivamente- en el año 1966 con la desestructuración de la Universidad y que, todavía, permanece abierto. En esta coyuntura determinada están situadas algunas vías de investigación y conclusiones provisorias que hacen a un aporte orgánico futuro. 1 Lo que aquí tiene el carácter de reflexiones fragmentarias es solo el punto de partida de un ensayo sobre el tema.

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ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA FORMACION DE IDEOLOGIAS EN EL APRENDIZAJE GRUPAL1

Juan Carlos De Brasi

"Ya no conviene el goce con el trabajo, el medio con el fin... Eternamente unido a una partícula del conjunto, el hombre se educa como mera partícula: llenos sus oídos del monótono rumor de la rueda que empuja, nunca desenvuelve la armonía de su esencia, y, lejos de imprimir a su trabajo el sello de lo humano, tórnase él mismo un reflejo de su labor o de su ciencia."

F. SCHILLER: La educación estética del hombre, en una serie de cartas.

La propuesta de este texto consiste en estudiar las corre-laciones que existen entre ciertas formaciones pedagógicas-genéricamente denominadas grupos de estudios- y las consti-tuciones ideológicas que les están necesariamente asociadas, tal como lo demuestra una práctica definida en el horizonte de una problemática específica. Tanto las teorías con que tra-bajamos, sus límites y entrecruzamientos, como el método y técnicas particulares de análisis están referidas al período político-cultural argentino que comienza -objetivamente- en el año 1966 con la desestructuración de la Universidad y que, todavía, permanece abierto. En esta coyuntura determinada están situadas algunas vías de investigación y conclusiones provisorias que hacen a un aporte orgánico futuro.

1 Lo que aquí tiene el carácter de reflexiones fragmentarias es solo el punto de partida de un ensayo sobre el tema.

Tia
Cuadro de texto
Lo Grupal 1. Ediciones Búsqueda (1983)
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En primera instancia es preciso hacer dos restricciones: a) las reflexiones posteriores se refieren a un aprendizaje en grupos que podríamos llamar "institucionales en estado libre", o sea: fuera de ciertas determinaciones institucionales que dependen jurídicamente del aparato estatal; b) las experien-cias procesadas se han hecho con grupos de adultos y adoles-centes. Por lo tanto la idea de "clase" adquiere, en este contexto, sólo un sentido metafórico, pues dicho concepto instala un espacio y tiempos distintos a los aquí mencionados.2

Las remisiones explícitas a trabajos institucionales (cuando la red se arma sólo en relación unívoca con aparatos ideológicos de un Estado) exigen otros marcos de sobredeterminacion del proceso de aprendizaje, de las técnicas resolutorias y de los objetivos a lograr. Sin embargo, hay una serie de nexos y coincidencias entre las formas de operar "en estado libre" y un trabajo interno, modificador, en los aparatos ideológicos, aun-que aquellas distan mucho en su estrategia y "efectos eficaces" de alcanzar los progresos-retrocesos ("cada fracaso nos hace más listos") que se pueden lograr más allá de los "pequeños grupos"y que obtuvo, por ejemplo, en un cierto sentido, la línea de la pedagogía institucional (desde H. Wallon hasta M. Lobrot y F. Oury, A. Vásquez y su articulación con la psicoterapia en la misma institución).

No estará de más señalar una hipótesis que se halla presupuesta en todo el trabajo: el paralelo entre la producción y el aprendizaje, que puede ser extensible con las modifica-ciones pertinentes, a otro tipo de estructura grupal que la pedagógica. Pero no pudieron sobrepasar los límites de la terapia individual extendida, ni el marco de la pedagogía desconocedora de un grupo como totalidad arcaica que reinaba en su tiempo. Se podría aventurar que hasta las investiga-ciones y resultados obtenidos por F. Doltoy su discípula, Maud

2 De todos modos se reflejarán las incidencias de las experiencias, reguladas institucionalmente, que realicé en Villa Maciel ("Centro de Re-creación", dependiente de UNBA, durante 1963-1964) y como docente en los Trabajos Voluntarios de Verano, de Chile, en 1971.

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Mannoni, F. Oury y su ex colaborador F. Guattari, S. Resnick y F. Tosquelles, etc., la intervención de los fenómenos psicopa-tológicos en el aprendizaje, su consideración central para la enseñanza (anexión del hospital de día a la escuela) y el análisis de la "posibilitación o entorpecimiento" institucional para el educando, eran indagados de manera casual y arbitraria 3.

Es preciso al hablar de las formas de transmisión de cono-cimientos e ideologías, de su intrincado desarrollo combinado y desigual en la dialéctica del aprendizaje, definir, somera-mente, el concepto de ideología que ponemos en juego cuando evaluamos lo "qué es" transmitido, como al captar el espectro de sus efectos. Concepto que tiene su especificidad según sean los "estilos" de las construcciones que estemos tratando.

Dejando de lado las connotaciones que arrastra el término ideología, desde su postulación en los Elements d'Ideologie de Destutt de Tracy, hasta las constantes rectificaciones en la moderna sociología del conocimiento (Manheim), la antropo-logía (Mauss, Lévi-Strauss), la epistemología (por ejemplo, la corriente del empirismo lógico) y las asépticas postulaciones de Weber, con su teoría de los "derivados", a Paretoy sus aprecia-ciones de que cualquier producto cultural es ideología, tratare-mos de dar una formulación general y de validez relativa - es decir: histórica- sobre la ideología. Quizás no esté de más aclarar que sea cual fuere la definición y el carácter del concepto, lo que se halla en juego es una concepción deter-minada de la estructura social. Desde el inicio se puede asignar al concepto una doble inscripción y considerarlo como un sis-

3 Lobrot, M.: La pédagogie institutionnelle, Gauthiers - Villars 1966; Vasquez, A. y Oury, F.: Hacia una pedagogía del siglo XX, Siglo XXI, 1968 (en especial el prólogo y la última parte dedicada a los problemas de educación en el Tercer Mundo); Dolto F.: Psychanalyse el Pédiatrie, Bonnier-Lespiant, 1965; Mannoni, M.: La primera entrevista con el psicoanalista (en especial cap. 5), Granica Editor, 1973; Guattari, F.: Psychanalyse et transuersalité, Maspero, 1972; Resnick, S. y Tosquelles, F.: "Pédagogie et Psychothérapie Institution-nelles", en Reueu de Psych. Inst., núms. 2-3, 1967. Partisans: "Pédagogie: éducation ou mise en condition?", Maspero, 1971.

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tema de ideas, percepciones y representaciones sociales con-cientes que tienden a repetir una realidad singular (MEGA: ideología alemana). Sobre esta base se "encabalgan" las distin-tas "cosmovisiones del mundo" y la teoría general del "perspec-tivismo" sociologista, economicista, etcétera. Pero el sistema anterior, a su vez, está apoyado en otro compuesto por imágenes, actitudes, creencias, comportamientos que soportan la "puesta en acción" del sistema ideatorio. Sin embargo, para continuar, es necesaria una corrección: en adelante, no hablaremos de ideología sino de ideologías. Entonces, las ideologías - e n una estructura social clasista, contradictoria y desequilibrada-tienden conciente e inconcientemente a reproducir en "un plano imaginario" las relaciones de producción de las cuales son "criaturas" más o menos acabadas. Así sirven de cimiento y cemento a todo el edificio social. Y lo hacen por medio de las prácticas específicas en que se encarnan. Como tales son "de-formantes", "ocultantes", "mistificadoras", de los complejos procesos sociales. Pero, según nuestra posición, tales efectos corresponden sólo a las ideologías de las clases dominantes,4

que tienden así a preservar su hegemonía y las relaciones de producción y dominación existentes. Por eso definimos a las ideologías como formas de las contradicciones y el ejercicio de la lucha de clases en el dominio de los procesos productivos significantes.

A los efectos de esta presentación, daremos sintéticamente, las estructuras-tipo con sus tesis, desarrollos, críticas y efectos ideológicos pertinentes, que fundamentarán algunas demos-traciones particulares.

4 Como afirman T. Adorno y M. Horkheimer: "La ideología en sentido estricto se da donde rigen relaciones de poder no transparentes en sí mismas, mediatas, y en ese sentido, incluso atenuadas. Pero por ello, la sociedad actual, erróneamente acusada de excesiva complejidad, se ha vuelto demasiado trans-parente". La Sociedad. Lecciones de Sicología, Proteo, 1971.

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A. Formación académica

La formación académica en curso de aprendizaje (habría que considerar la especificidad en grupos de terapia) implica en sus postulados la reproducción de una ideología -global- que podríamos llamar tradicional, término que sólo usamos aquí con sentido descriptivo, ya que su aclaración completa necesita de la inscripción institucional y sus distintos modos de fun-cionamiento.

Tal composición básica del grupo limita, desde el comienzo, sus mismas posibilidades. El informador —aceptado como el cognoscente activo- comunica su posesión (conocimiento) a escuchas (receptores), cuyas únicas chances límites están dadas por el intercambio especular con quien conoce porque sabe y sabe porque conoce. Así la dialéctica entre conocimiento (que prioritariamente se halla en el informador) y saber (que debería referirse siempre al proceso del receptor) se anula en la variante tipo instrumental de la así llamada clase magistral, con su forma narrativa cerrada clásica (comienzo, desarrollo y fin) que impone la repetición como valor final asegurador y garantía "digestiva" de que todo el "paquete" ha sido bien asimilado. Además de imponer recursos asociados tanto en el plano bibliográfico como en la secuencia del epílogo, donde recién se permite el diálogo y la polémica, con el agravante de que esta última es fundada casi siempre a través de la cuestio-nable teoría del feed-back, sin que se justifiquen ni su impor-tación teórica de la ingeniería de las comunicaciones ni su manipulación como mecanismo "terminal" de control de la audiencia5. Asimismo se puede comprobar la subyacencia de una estructura invertida, pues la clase magistral parece - a diferencia del mero "teórico"- hablada para ser escuchada, pero, en realidad, está escrita para ser leída.

5 En el original existe un análisis más extenso de la clase magistral y asimismo una crítica de la "evitación-proyección" por la selección bibliográfica. Lo mismo pasa respecto al concepto de feed-back que es redefinido a través de los fenómenos de identificacióny reducido a su uso grupal. También hay que indicar

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Correlativamente surge la idealización, "mistificación", del lugar del profesor (pedagogo, soporte de transferencias, igualado, no en rol, sino en sentido al psicoterapeuta) y como consecuencia un antagonismo insoluble en los educandos entre competencia y cooperación. Aunque en ciertos puntos se con-fundan algunos agrupamientos, colaboraciones esporádicas, etcétera, con un verdadero sistema cooperativo. Respecto a las nociones de competencia y cooperación (que todavía conservan toda la pregnancia semántica mercantil recubierta por la fra-seología defensiva de la democracia contra sistemas de tono autoritario o laisseferistas) hay un apartado en el ensayo de base dedicado a sus respectivas reformulaciones desde un concepto de trabajo (homogéneo) ajeno al que soporta (abs-tracto medido en tiempo) todo el sistema capitalista.

Así pues el efecto ideológico pertinente de tal práctica sociopedagógica no puede ser otro que el de ajustamiento-reproducción de una relación compleja donde el conocimiento se ignora como producción, atribuyéndoselo a un sujeto espe-cial que lo posee "esencialmente"; sujeto que se explica, recur-sivamente, por sus cualidades de sujeto (talento, capacidad, ap-titud, etcétera) desinsertado de cualquier determinación económico-política e institucional. Tales afirmaciones no pre-tenden ignorar la vuelta conciente del sujeto que intervenga como "pronunciador" en el proceso de aprendizaje, sino, sim-plemente, señalar su olimpismo premayéutico y una oblicua "mala fe" que lo pone -utilizando todas las variables que el sistema ofrece a su disposición (dominio, prestigio, etcétera)-por encima de todos los obstáculos (de los otros) que -auto-referencialmente- han sido salvados, ignorando todo lo que hay que aprender tanto del fracaso como del silencio, nociones que merecerían ser recuperadas mediante estudios basados en prolongadas experiencias y minuciosas investigaciones.

que la clase magistral, entendida como un momento del aprendizaje, no es recusable. Pero obviamente aquí no se trata de "etapas", pues, como tal, ese tipo de clase dejaría su carácter para convertirse, sólo, en un recurso táctico.

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B. Primer registro. Estructura grupal en actividad y en operatividad

"El Gran Método es una doctrina práctica sobre los pactos y la disolución de los pactos, sobre el arte de explotar las trans-formaciones y la dependencia con respecto a las transforma-ciones, sobre la realización de las transformaciones y la trans-formación de los realizadores, sobre la separación y formación de grupos, la dependencia de los contrarios entre sí, la compati-bilidad de los contrarios que se excluyen.

"El Gran Método permite reconocer procesos en las cosas y aprovecharlos. Enseña a formular preguntas que posibilitan la acción."

B. Brecht: Me-ti. El libro de las mutaciones.

Esta denominación difiere -intencionalmente de la que se refiere a los "grupos de acción" (Anzieu) o "grupos en acción" (Thelen), que dependen de la disciplina "dinámica de grupos", creada e impulsada por K. Lewin y sus innumerables continua-dores, a través de las modificaciones que esa doctrina sufrió durante su "mesurada" historia. La idea del grupo en actividad y del grupo en operatividad (pensada sobre los aportes de B ion-Ezriel; Bales-Homans; Pichon-Riviére y las diversas teorías que les sirven de apoyo, desde una corriente del psicoanálisis a las distintas ramas de interaccionismo, sólo por nombrar algunas influencias, ya que una expl ¡citación detallada de todas ellas excede los intereses del trabajo) pretende dar cuenta de la positividad y resonancias ideológicas representativas que alimentan ambas prácticas grupales. Partiendo de sus apertu-ras es factible planear un aprendizajey un ejercicio terapéutico revulsivo proyectado hacia una verdadera transformación histórico-política.

La situación que plantea el problema de trabajar ciertas disposiciones grupales queda señalada por la necesidad de

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delimitar una corriente que se halla en estado de "proviso-reidad" teórico-práctica a pesar del inmenso bricolage que componen sus tesis, procedimientos y escuetas conceptuali-zaciones propias- de otra línea que, reconociendo los aportes de la anterior, exige como "grado de verdad" para su lectura una articulación política efectiva entre teoría y práctica social.

Partiendo de esa hipótesis diferencial, pensamos, que la concepción del grupo en actividad y en operatividad, cuyo objeto consiste en estudiar la interacción entre sus miembros respecto a una tarea presupuesta, no puede superar las no-ciones de intersubjetividad, vínculo, interiorización, etcétera; nociones importantes para la descripcióny resolución interme-dia de las situaciones imaginarias que se van planteando entre los componentes y el objetivo (tarea que, en la mayoría de los casos, se halla sugerida de manera tan ambigua que pasa a ser casi inexistente o confundida con meras propuestas para hacer "algo" sobre "alguna cosa" o acerca de un "nosotros mismos" también indeterminado) pero, que se agotan en esas instancias imaginarias. Interviene, además, como agravante de dichas instancias imaginarias, un sistema de importación -casi paródico del que rige el comercio exterior- conceptual sin fundamentar y que ni siquiera está justificado sino, simplemente, validado por sus propiedades manipulatorias y sus "éxitos" parciales.

Previo a dar la composición del conjunto así concebido, habría que señalar -fugazmente- las categorías implícitas -nos referimos a las asimiladas de otras teorías- y su pertenen-cia conceptual. Todas ellas pueden ser reducidas en principio, a distintas corrientes del pensamiento fenomenológico, sea en filosofía, psicología (donde interesa marcarla) o biología. Se comprende que estamos hablando de las invariantes constitu-tivas de tales concepciones sobre los grupos y no de sus diferencias. Trátese de la teoría sartreana —sacada de con-texto- aplicada a los T-Group (Pagés, M., Rosenfeld, D.) o de la lewiniana a los grupos operativos (varios), comprobamos (Pichon-Riviére, Bleger, J.) que la interacciónse da en una determinada situación, que se resuelve, a su vez, en la idea del espacio-

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tiempo como presencia localizada (aquí y ahora). Añadiéndose a tal categorización una hipótesis instrumentalista de las "resistencias al cambio" engarzadas en las ansiedades ante la tarea. Los instrumentos son de características muy especiales, pues comprenden comportamientos habituales que remiten a la experiencia vivida por los miembros del grupo en la estruc-tura familiar y que puestos de relieve en la experiencia grupal, darán a la misma su esquema conceptual referencial operativo correspondiente. En las herramientas mencionadas aparecerá y se resolverá la conciencia que el grupo adquirirá de sí en relación con la tarea: conciencia que surgirá cuando los obs-táculos emotivos hayan sido fusionados en la totalidad afecto-pensamiento. Rectificando, ahora, la afirmación inicial pode-mos decir que la prioridad no pertenece sólo a una psicología fenomenológica, sino que es atribuible al cruce de una psico-logía de la conciencia y una teoría psicoanalítica de las "rela-ciones objetales" con una psicología del comportamiento y sus respectivas cosmovisiones.

La integración de la estructura grupal enunciada y sos-tenida en la forma mencionada, se ordena en tres planos interpenetrables: a) el de inclusión, comprendido por el coor-dinador, el grupo y la tarea; b) el de exclusión, abarcado por el coordinador y el observador -que interviene ad hoc en la movilización grupal- en relación al vínculo grupo-tarea; y c) el de exclusión-participación, que revierte desde la tarea sobre el grupo y el coordinador.6 Además los planos marcados se ensam-blan con un método básico: el de la interpretación, cuyo fin es discriminar la tarea latente de la manifiesta. Pero aquí surge una pregunta: ¿qué es interpretar para esta postura? Y, en consecuencia, una probable respuesta: interpretar es captar, recoger un significado oculto en los mismos enunciados y, simultáneamente, presente en ellos, en las conductas que lo

6 La función del coordinador está concebida paralelamente a la del informador-dictante-terapeuta y la tocante al observador como la del supervi-sor-control-actuario. Se podrían buscar otras equiparaciones pero creemos que las señaladas son suficientemente ilustrativas.

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capturan y que el grupo realiza constantemente. En este método literal (donde se resuelve todo el análisis de la trans-ferencia) los códigos interpretativos siempre están en presen-cia. Al coordinador le basta con ejercer eficientemente el papel de un traductor que impone a uno y otro lado del lenguaje el mismo rasero. Lo que se dice o se hace "significa...". Así de manera inmediata, se captura el sentido. Y de la misma forma es devuelto a un destinatario olvidado.

Es obvio que para llevar hasta sus últimas consecuencias las apreciaciones expresadas, hay que delinear, previamente, una teoría de la lectura o, para no ser tan pretensiosos, un método de lectura discriminatorio que ponga enjuego algunas de las cuestiones siguientes (y sus respuestas aproximadas): ¿Qué es interpretar para la ciencia o disciplina en la que operamos? ¿Se pueden poner al mismo nivel —por ejemplo en el materialismo histórico y el psicoanálisis- cánones crítico-interpretativos, hermenéutica y ciertas técnicas de descifra-miento? Además, ¿no se confunde, a menudo, una interpre-tación con una singular construcción teórica, que nada aporta, excepto su condición de obstáculo al saber? Un repaso crítico riguroso de ciertos materiales y criterios sobre la interpre-tación en el aprendizaje, terapia grupal o individual, etcétera,7

mostraría las traslaciones ilegítimas de ciertos despliegues interpretativos -provenientes en su mayoría de una metafísica apuntalada gnoseológicamente- y sus mezclas eclécticas, en virtud de una supuesta necesidad de actuar (curar, enseñar o experimentar). Por razones capitales, ya que es en este plano donde se efectúa una de las formas de apropiación real del significado, hay que hacer un relevamiento detallado de tales

7 Las líneas generales del problema están dadas en los "clásicos" —en todo sentido- libros de Paul Ricoeur (El conflicto de las interpretaciones y De la interpretación...), ampliados en su comunicación al VI Coloquio Internacional sobre Técnica, Escatología y Casuística. Una crítica a su posición y otras similares son el motivo del artículo de J. La planche "Interpretar (con) Freud", bajo el cual -criticado a su vez- podría iniciarse el análisis de una serie de trabajos "sintomáticos" respecto de la comprensión y manejo de la interpre-

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concepciones exegéticas. Pero, para eso es imprescindible contar con el material específico que corresponda a la clase, sesión, entrevista o a cualquiera de los corpus elegidos.

Ahora bien, como todas las articulaciones siguen lecturas lineales (el coordinador, por ejemplo, lee las relaciones grupo-tarea; el observador el nexo coordinador-grupo, etcétera), la consecuencia inevitable es una ilusión de centramiento alter-nativa que va desde el grupo al coordinador y viceversa pasando por la "conciencia testigo" del observador, el cual durante todo el proceso elaborativo, se halla librado a sus propias combinaciones.

Todo lo precedente, que hace a un modo de funciona-miento invariable, crea un efecto ideológico singular de "es-timulación" y "cuestionamiento" variantes del "aprender a pensar") del aprendizaje y la dinámica de la conexión grupal que critica y supera el encuadre repetitivo de las formaciones académicas. A pesar de que, todavía, el método de interpre-tación de lo latente y el señalamiento de lo manifiesto por el co-ordinador y el "control objetivo" del observador, no sobrepasan un nivel fenoménico incompleto en lo que se demanda de una explicación científica.

C. Segundo registro. Estructura grupal y posición de pasaje

La concepción del grupo que sostiene el descentramiento del coordinador respecto al sistema de relaciones grupales orgánicas, incorpora los aportes previos, pero reduce los víncu-los especulares (por ejemplo, se cae en la figura del espejo cuando se pretenden unir dossimetrías -disociadas- como son

tación Algunos, de ellos serían "La interpretación en psicoterapia de grupo", de D. Liberman; "Acerca del hablar y el interpretar" de C. Sopeña; "La noción de 'material y el aspecto temporal prospectivo de la interpretación" de W. Ba-ranger; "Interpretación y verbalización. La comunicación a distancia", de M. Abadi; "Consideraciones sobre la formulación de la interpretación", de G. T. de Racker; "Regresión e interpretación", de L. Ortubey y C. Sopeña; etcétera.

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aquellas de razón-sentimiento; afecto-conciencia, etcétera, pensando que de tan feliz unión puede surgir un aprendizaje realmente válido. En el fondo la consigna no sobrepasa el "conócete a ti mismo" pero a través de los demás. Creemos que las relaciones públicas acechan.), al lugar de un coordinador que se define por su posición fuera del sistema "rejilla" formado por el grupo, la tarea latente y la tarea manifiesta.

Los actores en esta dimensión, no han variado; sólo que ahora, el coordinador distanciado de la tarea, desvinculado de cualquier tipo de interposición transferencial (trascendidos, por otro lado, los límites resistenciales, existentes bajo ciertas formas "esfumadas" que utiliza el grupo -por ejemplo, la disociación- y que tienden a neutralizar la aparición de un deseo no operable ), incide en la tarea manifiesta y latente diferenciándolas. Dicho pasaje es posible si el coordinador logra desuturarse del complicado aparato relacional que él ayuda a fundar y con el cual no mantiene sino una conexión de exterioridad participante. Y por esta última acción cualificada es recomendable la presencia del observador, cuya única fun-ción sería la de leer las posibles suturas del coordinador con lo imaginario grupal y cada uno de sus integrantes, para que aquél pueda quebrar su adhesión obstaculizadora. En esta per-spectiva las posibilidades de variación y comprobación poseen límites bastante tenues, los que deben ser permanentemente reflexionados, rectificados y puestos a prueba. Replanteados así, el ámbito de investigación y las probabilidades técnicas de experimentación, suponemos que la correspondencia efectiva sería de una producción real de conocimientos.

D. La organización grupal considerada productiva*

"... Articulación de la enseñanza y la producción ma-terial."

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MEGA (punto 10 de las medidas-proyecto) Manifiesto Comunista.

"Si considera esto utópico, le ruego que piense: ¿por qué es utópico?"

B. BRECHT: Teoría de la Radio.

Un enfoque de la estructura grupal en estos términos no representa más que la probabilidad de pensar su aprendizaje --y su deseable fusionamiento en procesos orgánicos de coopera-ción socializada- subordinado a una concepción científica de la historia, construida a partir de los distintos modos de produc-ción y sus particularidades. Por otro lado el proyecto no es nuevo, sino que el velo de una represión múltiple cayó sobre su historia determinando un olvido transitorio. La dialéctica del aprendizaje orientado hacia una educación "compaginada con la producción", abarcó la obra de Makarenko, la lucha por "la utopía" de Blonsky, la reubicación del trabajo y la autoforma-ción en ciertas tendencias de la psicoterapia y pedagogía insti-tucionales, y otras direcciones que, por el momento, tienen parcializado tanto el ámbito de reflexión científica como las probabilidades de una operación amplia y eficaz. Un intento provisorio, en este sentido, fue el que se efectuó en los Trabajos Voluntarios de Verano en Chile (1971), alguno de los cuales se evaluaron en el folleto "Hay que considerar a los grupos de enseñanza como unidades productivas".

* La línea central de articulación de todos los conceptos y categorías de este modelo intenta establecer una homología entre la estructura de un modo de producción históricamente determinado y la formación de significaciones gru-pales que juega en dicho modo. Tales estructuras profundas que poseen tiempos y espacios distintos, pero elementos parciales en común, implican la posibilidad de realizar una lectura, en los grupoos, de la función social objetiva que cumplen. Reconociendo, además, que los grupos sólo manifiestan "situaciones de pasaje" -muy fluidas y variables- entre la sociedad y los "conjuntos de individuos", y entre estos y un proceso histórico de masas, en el cual necesariamente debe desaparecer.

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Una "red" grupal concebida como unidad productiva in-troduce los recursos técnicos de la posición de pasaje, mientras elabora teóricamente el manejo de ese "repertorio" instrumen-tal. Intento de conceptualización que ya debe indicar en su formulación las condiciones reales de su aplicación. Tal inte-gración marca el camino que desemboca en una estimulación del aprendizaje como producción. Entendiendo aquí por pro-ducción -en general- toda operación teórico-práctica com-pleja, contradictoria y desigual, cuyo fin es el de desligar al grupo de sus productos para evitar la apropiación del cono-cimiento.

El enmarque productivo significa, además, que considera-mos el aprendizaje como un proceso dialéctico de constitución creciente. Y esto, al mismo tiempo que empleamos un concepto específico de la contradicción que siempre debe incidir en la enseñanza. La oposición entre conocimiento y saber no es simple, docotómicay onmicomprensiva. Por el contrario. Como nuestro objetivo es ubicar la educación en un plan (etapa) histórico determinante, la contradicción tendrá que permi-tirnos leer el avance grupa! y su entronque ("estrategia" de inserción que aspira a la disolución de todos los grupos en el movimiento histórico) con la coyuntura económico-política y su transformación objetiva. De ahí que sea forzoso captar cómo intervienen las condensaciones y desplazamientos de las con-tradicciones, sentando una distinción entre la contradicción principal y las secundarias, entre el aspecto principal y secun-dario de las contradicciones, lo cual posibilita dos cosas: 1) aprender los fenómenos de sobredeterminación a los que el grupo está sujeto y contra los que se vuelve durante su armado y preservación; 2) asimilar a su formación la garantía de que su existencia "intermedia" depende de las condiciones históricas trascendentes a cualquier nucleamiento "especial" o especiali-zado.

Partiendo de la división social del trabajo se llega a que los procesos de trabajo se reparten entre un número determinado de trabajadores, "operadores" que no están considerados como

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individuos sino como "soportes" (Trager) productivos. Los procesos forman un conjunto que agrupa a trabajadores y medios de trabajo. Y se encuentran ligados entre sí con los trabajadores que los ponen en movimiento, constituyendo lo que se denomina: unidad productiva. Las unidades producti-vas intervienen activamente en la reproducción - a escala simple y ampliada- de complicados procesos de trabajo y de las relaciones sociales en que están insertados. Pero la cadena productiva-reproductiva necesita para eslabonarse de otros procesos imprescindibles como lo son el de circulación y dis-tribución.

Sin embargo antes de seguir adelante hay que puntua-lizar dos aspectos importantes: 1) Creemos que el concepto de unidad productiva necesita ser criticado porque recubre la noción de empresa y, por lo tanto, la competencia como modo de relación. 2) És imposible mantener el concepto de reproduc-ción como unívoco, cuando se trate de prever el cometido que cumplirá un grupo de los caracteres (sea cual fuere la idea alucinada que se maneje sobre el poder y las formas de acción social) esbozados. En lugar de "reproducir" imaginariamente una serie de relaciones de clase, estos grupos tenderán a sub-vertir las condiciones que los apj-esan.

Como en todo acto de trabajo, durante el aprendizaje en grupo, nos encontramos frente aun cierto objeto de trabajo, que sólo surgirá convertido en materia prima (por ejemplo, un sueño), elemento (s) básico (s) de los medios de producción. La materia prima de un grupo está compuesta -en forma inaca-bada- por la estructura inconciente, preconciente y conciente de afectos, fantasmas de distinto grado, ansiedades, resisten-cias a la tarea, ciertos lazos asimilados a la experiencia vivida y los mimos nexos de los participantes establecidos en presen-cia. Fundido con lo antecedente se muestra una serie de conocimientos y desconocimientos que operan como obstáculos a superar (etapa de moldeo), dimensión donde se recorta y aplica la noción de "emergente" (Pichon-Riviére); manifes-tación de un sentido que permanecería escondido si no se

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expresase a través de un determinado portavoz que habita "donde existe una jerarquía de hecho o de derecho" (J. Mais-soneuve) o verticalidad, que configura junto a un "nosotros" grupal u horizontalidad, el espacio de una experiencia "sen-tida" y "pensada" como humanismo libertario y prospectivo. Pero, continuando, vemos que la transformación de la materia prima implica una cadena de procedimientos que son "filtra-dos" por los medios de producción, fabricados por conceptos como el de descentramiento, la delimitación del lugar del coordinador y observador, la reformulación constante del proceso transferencial, dirigido de manera indirecta hacia la tareay no hacia el coordinador, quien debe recorrer las instancias que van desde el centramiento indiscriminado hasta la total desu-turación. Y, por eso, se necesita una perfecta readecuación de las pautas sobre la transferencia en el campo de trabajo particular. De igual formase da una experimentación incesante de la interpretación. Este método, más que ningún otro, debe estar sometido a las tareas de "mantenimiento" durante la actividad productiva, pues a partirle... y con él nacen infinitas "tramas" de equívocos, sutiles reflejos de un intrincado sistema de dependencia y sometimiento. Conjuntamente queda - e n la aplicación de los medios- subordinado el "emergente" a un proceso de significación, en el cual es situado. Porque arriesgar que es ese aparecer y no otro el eslabón que arma la cadena asociativa (latente) del grupo, implica establecer inducciones que -sin cuestionar aciertos experienciales del coordinador-trascienden los intereses y deseos comunes, reiterables sólo a través del proceso de significación que articula un significante "puesto más allá de la oposición verbalización-silencio-- con la trama de sentido grupal, ubicada fuera de cada integrantey de las formas de interacción (relaciones de significado), lo cual sella la "buena probabilidad" de toda interpretación en grupo. Simultáneamente se da la asunción "vacía" -de un "rol" y su

8 Ambas nociones, tanto la de rol y sus distintas atribuciones funcionales (clasificación exhaustiva de K. Benne y P. Sheats en su conocido estudio

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"adscripción"- del conductor, en lugar del líder o líderes clásicos que resumen en sí los significados y claves del grupo. Esto no entraña que los roles y liderazgos desaparezcan, sino que se hallan situados en otro circuito.8

Operando, entonces, con estos medios de producción -que siempre determinan los modos de apropiación- y un núcleo de materias primas es posible obtener el producto planeado.

Sin embargo, antes de llegar a la fase final es imposter-gable ver cómo el proceso de producción es recubierto por los dos sistemas mencionados: el de circulación, donde se efectúa la interacción entre los integrantes del grupo, el intercambio de mensajes de distinta especie (señales, indicios, símbolos, distin-tas redes de comunicación -Bavelas- o la conexión -Luce-entre ellas, etcétera), en una palabra: todos los procesos de legitimación de un campo apariencial, cuyo elemento domi-nante es el lenguaje . Y es en sus formaciones, donde hay que detectar -prioritariamente- los fenómenos ideológicos, regis-tros ilusorios, espectros que para existir deben barrer, nece-sariamente, con la producción. El encubrimiento fetichista de la actividad productiva crea una espesa "cortina de humo" que seguirá alimentando las infinitas coartadas instrumentales, experimentales, "científicas", de una incesante "prestación de servicios" psicosociológica.9

Sincrónicamente la circulación otorga un procedimiento alternativo de distribución de roles y liderazgos, permanente-mente desplazados hacia uno y otro miembro del grupo. Pero, no sólo se reparten papeles y condiciones directivas, sino también, los eventuales resultados que vayan surgiendo de la totalidad y los medios de producción que, previamente han sido "puestos" en manos de quien, en caso de mantenerlos, deten-tará el poder efectivo del grupo y su construcción cerrada, Princeps), como la tríada clásica sobre los líderes (autoritario, democrático y luisser faire) de K. Lewin, confeccionada en base a una dinámica de la influencia, marcan todas las detalladas "elaboraciones" de la psicología norteamericana (C. Barnard), a la vez que señalan la influencia de una dinámica imperialista —y su creación de ilusorios modelos democráticos de participación— sobre el célebre refugiado alemán.

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ahistórica. Cristalización que hará retornar un "reprimido de segundo grado" - la formación académica-, sin sus beneficios secundarios. Así que es en este sector donde habrá que estudiar los disímiles modos de propiedad del conocimiento, que rigen el "abanico" de los bienes creados en común.

Recién ahora podemos explicitar que el producto obtenido es la TAREA. Pero, no cualquier tarea, sino una especial, porque es una producción real de conocimientos que no debe confundirse con aquella que se atribuye exclusivamente a los "grupos de trabajo"10, o sea: conocimientos teórico-prácticos acerca de una objetividad históricamente determinada. Aun-que para no caer en una simple o complicada "nomenclatura", es capital que el producto se oriente por su FUNCION11, término bastante cargado de ambigüedades, que enfocaremos como un proceso histórico-natural dado de una manera antagónica, que se halla fuera del grupo y que no debe confun-dirse con su "proyecto". Por eso, así programada, comportará un modo de explicación "por la coyuntura" (en sentido amplio), fuera de la cual los conocimientos no poseen validez ni ob-jetividad, siempre y cuando los refiramos a su producción y no a su utilización o servicio. De esta manera evitamos caer en un

9 La exploración de múltiples aspectos de los "procesos de fetichización" están bien marcados en el texto de J. Ranciére Le concept de critique et La critique de l'economiepolitique des "Manuscrista" de 1844 au "Capital", el que, a pesar de su formalismo, desarrolla uno de los mejores análisis sobre el asunto que se hicieron hasta el momento. Junto al ensayo de Ranciére está el número temático de la Nouuelle Revue de Psychanalyse dedicado a los "Objets du Fétichisme", que completa la visión de conjunto.

10 La racionalidad que asiste a dichos grupos queda aislada de los afectos que impulsarían, por ejemplo, a un grupo de "supuestos básicos". De tal manera unos se regirían por el pensamiento y otros por la emoción. Una división tan tajante como la establecida por Bion recuerda la dualidad sacralizada, en la cultura occidental, entre cuerpo y alma, espíritu y materia, etcétera.

11 La noción de función aquí se encuentra "depurada" de la carga que tiene en la sociología parsoniana, donde recubre en todos sus puntos, a la de necesidad mercantil. Tampoco posee el carácter de la función "que necesari-amente hay que llenar" o cometido ético-utilitarista, que, por encima de sus modalidades, se resuelve en un "deber ser" jurídico.

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neo-conceptualismo de corte estructural o estructuralista, que reduce el proceso productivo a una serie de invariantes -"siempre las mismas"- que encajan en diferentes relaciones combinatorias12.

Para finalizar se comprende cómo de acuerdo con nuestra demarcación de los medios productivos en el devenir grupal, las formas de arbitrarlos y sus ilimitados perfeccionamientos, resulta improbable -no imposible- que alguien ostente los títulos de propiedad (la condena al duelo por la pérdida es el "virus" más potente de la enfermedad-propiedad)13. Como tampoco cabe la apropiación privada de los objetos que, de un golpe, se encuentran a disposición de la sociedad, en su con-junto.

El efecto ideológico "des-ilusionador" de tal propuesta será, entonces, el de quiebra y reversión de las posturas pedagógicas -terapéuticas- que tienden a repetir o aludir un aprendizaje que solo indica al sujeto su inserción ciega en un sistema (institucional en distinto nivel e importancia) sin darle otros elementos que las reglas de un juego prefijado.

12 Combinar no es procesar. Para que esto se dé es clave volver a dar un lugar y no de mero "soporte"— a la subjetividad en el proceso productivo. Así observamos cómo los sujetos transforman realmente las complicadas instancias que los determinan. Procesos de "voladuras" que no se pueden explicar por combinaciones "ciegas" ni tampoco por "formas concientes" que son necesaria-mente deformantes, ilusorias, etcétera. Esto último, creemos, que es acertado si se refiere a la concepción clásica de la subjetividad (subjectum). En una palabra, hay que situar —ahora— teóricamente el problema de la conciencia de clase (Lukács, Korsch), dándose cuenta, abandonando la herida narcisística que toda crítica infiere, que esa conciencia clásica, fenomenológica, ubicada alusiva-mente , está dirigida por la lucha de clases; directividad que escapa a la "mirada" más sagaz, llena de "huecos" y sutilezas, y cuyo conocimiento reclama un tratamiento específico, según sea el modo y la situación consideradas.

Un relevamiento de las distintas posiciones metodológicas, sus aportes y límites, se encuentran en el artículo de G. Baremblitt: "Consideraciones en torno al problema de la realidad en psicoanálisis y del psicoanálisis en la realidad".

13 La relación propiedad-duelo está claramente señalada en la parte final del texto de A. Bauleo: "Notas para una conceptualización sobre grupo".

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PROLOGO

JUAN CARLOS DE BRASI

Lo grupal habla de algo que espe.ra ser marcado por una lectura posible, pero también de una secuencia —es el tercer volumen— que establece cuestiones para ser pensadas.

Lo grupal dice, a un oído atento, sobre conjunciones, disyunciones, atravesamientos; evoca multiplicidad de formas y repertorios que arman esas fluidas —a veces efímeras— "positividades" llamadas grupos.

Metáforas vigentes de lo reprimido, adquieren rele-vancia no sólo por sus existencias reales o sus dimensio-nes imaginarias, sino por la insistencia con que resuenan en distintas series de acontecimientos.

Erradicados de los usos terapéuticos y servicios so-ciales durante ten período genocida, fueron calificados desde "obscenos" hasta "máquinas sospechosas".

La embestida contra los grupos formó parte de un ataque programado a la solidaridad, al tejido conjuntivo de la sociedad civil. A la disolución de una, continuó el aniquilamiento de los otros.

La represión a los mismos se transformó en "repul-sión", de igual modo que sus diferencias se convirtieron en "deficiencias" (teóricas o vivenciales), en el imagina-rio de variados núcleos profesionales, quienes se encar-garon de fiacer evidentes a las "brujas" en el mismo tri-bunal de la inquisición.

Si en un determinado momento de reflexión sobre la problemática gi-upal se ligó a los grupos con un cowti-

Tia
Cuadro de texto
Lo Grupal 3. Ediciones Búsqueda (1986a)
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nente irregular, lleno de provisoriedades, como lo es el de la Psicología Social; ahora pensamos que es necesario articularlos con dialécticas específicas, significarlos desde sus relaciones con las instituciones, masas y organiza-ciones que persisten en diversos ámbitos comunitarios.

Por otro lado las mitologías operantes, los rituales consecuentes, las ceremonias regulares y excepcionales, las formaciones de la vida cotidiana, las diseminadas cons-telaciones imaginarias, así como las construcciones par-ticulares de lo social-histórico, son algunos de los ejes que ordenan las disímiles "totalizaciones en curso".

Asimismo a las dialécticas mencionadas, debemos co-nectarlas con un campo de análisis inaugural: la produc-ción de subjetividades historizadas desde la investigación grupal.

En los espacios polisensos de los "pequeños colecti-vos", convergen determinaciones, efectos y significaciones que parecen distanciadas de los conceptos adecuados para abordarlos. Pero es al analizar los entrecruzamientos citando descubrimos senderos inexplorados, vínculos iné-ditos y un espectro sorprendente de realizaciones posibles.

A ello apunta lo que enfatizábamos en un texto sobre el mismo asunto y las intersecciones que caracterizaban su peculiaridad. Es pertinente retomar aquí —a pesar de su extensión— la semblanza de aquel escrito, donde se enunciaba: "Y ellas deben ser recuperadas si se busca diluir el fantasma que atraviesa las operaciones grupales, fantasma que confunde las acciones en grupo (dispersi-vas e intrascendentes) con las experiencias grupales que se realizan orientadas por tina concepción desde la cual se analizan y significan.

Aunque esto no basta, pues las experiencias estruc-turadas y su concepción "soporte" no alcanzan, todavía, para fundamentar la noción clave de práctica grupal. Esta requiere una formulación teórica qtie tenga en cuen-ta la relación entre los "dominios inconcientes" y las "pro-ducciones y formaciones significantes" que anidan en el interior de las distintas prácticas".

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Valgan tales líneas, aunque más no sea para ru-miarlas.

Los diferentes abordajes que componen este libro se-ñalan tenues, dilatadas fronteras epistémicas, a la vez que constituyen una provocación efectiva para el lector oca-sional; provocación a trazar un horizonte significativo que impregne su deseo de saber.

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APRECIACIONES SOBRE LA VIOLENCIA SIMBOLICA, LA IDENTIDAD Y EL PODER

JUAN CARLOS DE BRASI

"Le agrada sacrificar (también simbólicamen-te) una víctima que opone resistencia".

CLAUDIANO, Epist. ad Hadrianum

"Le primat de 1' identité de quelque maniere que celle-ci soit conque, definit le monde de la representaron. Mais la pensée modeme nait de la faillite de la représentation, comme de la perte des identites. . . "

GILLES DELEUXE, "Différence et répétitiou"

"Tu tienes orejas pequeñas, tienes mis orejas, introduce en ellas una palabra inteligente".

(De Dionisio a su novia Ariadna)

Las consideraciones siguientes buscan crear espacios de reflexión, sobre los efectos de poder y violencia imper-ceptibles que atraviesan tanto un proceso grupal como la elaboración de discursos rigurosos.

El asunto de la violencia no puede concebirse como impertinente, extraño o perteneciente a un ámbito disci-plinario determinado.

Las diversas prácticas sociales absorben dosis con-siderables de violencia, son penetradas incesantemente por ella, la misma que en sus postulados aparece tajan-temente rechazada. A veces organiza las comunicaciones profesionales o las transmisiones de secta; otras alimen-ta las divisiones fundamentales de nuestra sociedad, y en diferentes niveles reviste a gran cantidad de acciones cotidianas. De ahí la pertinencia de su investigación, no

* Este trabajo continúa y reelabora el aparecido en ed. Ima-go, así como la versión italiana del mismo.

Tia
Cuadro de texto
Lo Grupal 3. Ediciones Búsqueda (1986b)
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sólo por un peregrino afán teórico, sino como vigencia efectiva de una memoria histórica, única garantía contra la barbarie y la destrucción vividas.

En un escrito previo sobre "Violencia y transforma-ción social", que sirve de base a este artículo, puntualizo un espectro de violencia más amplio que va desde la sis-témica —permanente— hasta los modos "rápidos" de su ejercicio. Las indagadas aquí son de tipo "lento" y com-plejamente estructuradas.

Es en todas ellas y en sus innumerables ramificacio-nes donde muerden las formas más siniestras de autori-tarismo.

Desde la orientación mencionada se desea recuperar una exigencia que permanecía marginada del análisis de la producción de subjetividad —nombres provisorios— como la que intentamos perfilar. En ella palpita un afo-rismo conducente: "el todo es lo no verdadero".

Sin embargo en estas formulaciones iniciales, compren-sibles dentro de una teoría crítica, ya se perciben rasgos significativos,^J^rtos a las posibilidades que surjan de la misma problemática. Y que tales posibilidades sean todavía problemáticas señalan los trazos del camino que nos toca recorrer hasta anclar en enunciaciones más abar-cadoras y explicativas.

Introducción

Es común ver expresados los nexos de poder en metáforas geométricas lineales. Así, las relaciones ver-ticales mostrarían formas de dominio asimétricas, dese-quilibradas, humillantes, que corresponderían a una con-cepción y ejercicio tradicionales de las mismas. Mientras que el avance contemporáneo consistiría en transformar las relaciones clásicas en modelos más dinámicos, igua-litarios, participacionistas, es decir, horizontales. Para ello es necesario, obviamente, que se haya luchado por modificar las maneras en que el poder (ordenar, inducir, hacer, realizar algo a alguien, socializar, reprimir física-mente o de otro modo, dictaminar una norma, etc.) se consumaba. Pero es un poco difícil llamar a esa sim-ple inversión un cambio. Cuanto más nos encontramos

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ante una variación de la misma problemática, puesto que en ella no se entienden ni se cuestionan los focos de ori-gen y producción de poder, sino meramente, la forma de su distribución

Por otro lado, observamos asimismo, que ambas pos-turas se mueven sólo en el campo de las relaciones inter-subjetivas (olvidando por ejemplo que las relaciones de producción no son tales), confundiendo las situaciones de poder con los individuos en los cuales se encarnan. En esta fusión reconocemos varios ecos históricos y teóricos que marcan la estrecha correlación que existe entre la exacerbación de la subjetividad individualizada (en el plano ético, terapéutico, etc.) y el personalismo político. Ambos aspectos son clivajes de un problema similar : la conservación y continuidad de una violencia volcada en todos los espacios de poder, estén sutilmente tramados o groseramente ejercidos.

Pero, ¿qué elaboración del dilema en que estamos' en-vueltos nos podrá hacer trascenderlo? Pienso que un pri-mer paso estriba en borrar las metáforas geométricas a que hacía alusión cuando enunciaba el planteo sobre las relaciones de poder y sus .efectos de violencia. Un segun-do momento consistiría en abordar y comprender el asun-to en términos de un complejo e irradiado "proceso de transversalidad", lo cual nos arranca de la dependencia intersubjetiva (en la terapia o el aprendizaje) condu-ciéndonos al fenómeno institucional, a los fenómenos ins-titucionales, a las multiplicidades excéntricas, a la dise-minación de flujos y a los variados antagonismos sociales presentes en el discurso de un paciente, en las experien-cias de aprendizaje o en el complejo pedagógico-terapéu-tico donde siempre está operando alguna modalidad trans-ferencial2, una continua anamnésis y el saber implícito

1 Existe una infinidad de textos, experiencias articuladas o acciones eventuales, que toman estas direcciones como "reglas de oro" didácticas, terapéuticas o experimentales. Lo que esas corrien-tes excluyen por descuido o de manera intencional, es lo que este trabajo intenta descifrar.

2 Es pertinente recordar aquí que el vocablo pedagogo conser-va todavía el significado de "soporte de transferencias" como hace siglos.

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de que curarse de algo, concientizar ciertas determinacio-nes inconcientes, etc., es, también, aprender en el sentido amplio y restringido que el término posee en el acto psi-coanalítico y en la situación psicosocial.

Exploraciones

Hechas las aperturas previas, ahora podemos ir re-gistrando algunas observaciones que deben ser conside-radas como "material de discusión" y de ninguna manera como conclusiones acabadas.

En la figura de la inversión es "como si" el poder se ejerciera sólo en una relación vertical, donde el ana-lista, profesor o coordinador detentarían, exclusivamente, la capacidad de manipular.

De este modo se disuelve el término relacional, su opuesto, y uno de los dos factores adquiere existencia autó-noma 3. Así la inversión cosifica el término contrario y torna mágico el modo de explicación, pues al surgir la horizontalidad del vínculo es "como si" siempre hubiese debido ser de tal forma, y en su desarrollo ya no hubiese marca de dominio sino de franca colaboración. Pero como todavía el mero "dar vuelta" deja la relación interiorizada, podemos afirmar que las formas de sujeción no han desa-parecido, sino que se reestructuraron con otras pautas, dentro de las nuevas conexiones históricas de fuerzas, lo cual indica la entrada en escena de distintos grupos, co-dificaciones ideológicas y sistemas de alianzas. Por eso las imputaciones de verdaderas o falsas que se hacen a determinadas posiciones fallan de antemano en su intento por desmistificarlas. Las jerarquías, por ejemplo, no son verdaderas o falsas sino simplemente encierran índices de una concepción y ejercicio del poder, cuyas funciones son variables, en pro de avances, contra ellos, etc. Tra-tarlas según criterios de verdad significa ligarlas —in-tencionalmente— a las nociones de idoneidad, probabilidad económica, política, profesional o al carisma individual para comunicar e imponer contenidos. En este planteo,

3 'Con esto señalo el nivel de fetichización que impregna a dicha figura, es decir, al "como si".

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la discusión todavía sigue centrada en los sujetos de la acción. Las jerarquías, en realidad, al ser resultados de ciertas combinaciones fortuitas, tendenciales, están reco-nocidas, y, por lo tanto, aceptadas, incorporadas y vigentes o todo lo contrario, lo cual señala la prioridad de ciertos organismos o fracciones en un determinado momento. En una palabra las jerarquías están o no legitimadas para dar un carácter definido al ejercicio de una coerción que, por ahora, podemos llamar simbólica, en tanto que abarca un complejo sistema de significaciones impuestas unilateralmente, aunque no sean asumidas como tales ni cuenten más que con asimilaciones parciales.

La legitimación de esas posiciones jerárquicas no quiere decir que sean aceptadas ni asumidas sin resisten-cias tenaces, mantenidas durante largos períodos, y me-nos que obtenga un consenso "homogéneo" entre aquellos que la sostienen con sus creencias plurales, sus valores fideísticos o sus ideologías operantes.

Es obvio que podría suceder todo lo contrario de lo expresado, y por eso encontrarnos con fallas en dicho sistema, pero aún en tales casos no se puede afirmar que estemos ante una crisis que transforme las relaciones bá-sicas de legitimidad y poder.

Aquí estoy planteando un interrogante al respecto y nada más. Para investigar esos dispositivos se tendrían que desmontar las variadas y poliformes maneras en que los roles y ejercicios de poder son factibles de ser legiti-mados, sea desde arriba o llanamente aceptados desde abajo, por integrarse en un "sentir" y "pensar" comunes.

Actualmente hay muchos enfoques que tratan de cer-car el núcleo del asunto, así están desde los que sostienen como suficiente la positividad de lo estatuido legalmen-te, hasta los que marcan como requisito de tal positividad un "consensus omnium" racional para todos los valores en juego. Las falencias de una u otra postura no cabe analizarlas aquí. Tampoco las opciones que se podrían esbozar en reemplazo de las indicadas. De modo general es preciso aclarar que las características del proceso de le-gitimación de ciertos poderes, funciones, personas o con-ceptos, no soporta puntos de vista reductivos. La com-

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prensión del mismo exige, simultáneamente, nociones aproximativas a las series de fenómenos, causas, modelos interpretativos, determinaciones aparentes, condiciones de existencia significativas, etc. Asimismo requiere una captación y elaboración novedosas de algunos términos que el tiempo fue condenando a una relativa esterilidad. Hoy el "coup dé dés" no sólo quiere abolir el azar, sino instaurar la necesidad como requisito de la inmovilidad conceptual. Entonces para precisar las significaciones habrá que someterlas a un análisis y punto de partida comunes, es decir, considerarlas en su pregnancia his-tórica y en su sentido actual.

Tracemos, a modo de ilustración, una fugaz sem-blanza de la noción de masa.

Sea cual fuere su cohesión, composición u objetivo, es indudable que una masa humana cualquiera puede caracterizarse por los mecanismos de regresión, identifi-cación, idealización, etc. ¿Pero se explican realmente for-maciones de masas o se desplazan mecanismos detectados en un espacio y situación diferentes? Tal desplazamien-to tiene validez, siempre que en su lugar original de-muestre todo lo pretendido, ya que a las masas se las habla por configuraciones y fenómenos distintos (movi-mientos, instituciones, comunicación, etc.) a los propios. Además, ¿las masas son jacta o el nombre de su propia negación? Para concluir, ¿no se tratará de eventos que, en su momento, con sus disímiles formulaciones (Le Bon, Me Dougall, Freud, Reich, etc.), dejaron como resultado análisis equívocos de ciertos rasgos que todavía hoy se siguen manteniendo como testimonio de una alucinación conceptual? ¿O quizá habría que captarlas en las elipsis y destellos (Canetti) de sus efímeras existencias?

Para tomar diversas series de acontecimientos afines dejemos aquí las indicaciones particulares sobre la legi-timación e historización de conceptos con los cuales en-focar ese u otro conjunto de acontecimientos.

La inversión mantenida Debido a la inversión apuntada al comienzo, se sigue

confiando en que puedan darse transformaciones radica-

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les en el plano terapéutico, pedagógico u otro de registro similar; al igual que un cambio en las distintas activi-dades disciplinarias, técnicas, metodológicas, etc., las que resurgirían de ese modo, liberadas de sus férreas atadu-ras tradicionales. Sin embargo, para que todo lo ante-rior se vaya articulando con el grado de complejidad que conocemos actualmente, deben darse condiciones favora-bles que permitan la existencia de variadas formas de realización: prestigio, recepción y codificación de la de-manda profesional, consenso sobre la importación de una línea teórica o sobre la concepción de prácticas novedo-sas, etc. Estas son condiciones de legitimidad, donde no son centrales ni objeto de especial interés las consecuen-cias (honores, sacralización de un docente, descalifica-ción de un profesional) de las emisiones pedagógicas, terapéuticas o de cualquier otro ámbito desde donde se tenga algo coherente que comunicar, pues no se trata de comunicación en sentido formal, sino de la manera en que cierto poder o resto de él actúa en los vericuetos de mensajes con diferentes signos.

Resulta necesario comprender, entonces, que los obs-táculos que vengo señalando no se trascienden mediante disposiciones voluntaristas, variaciones perceptuales o modificaciones plenamente concientes, ya que la reitera-ción y superación de los mismos depende de sus cualida-des, básicamente inconcientes.

Lo que permanece oculto, disimulado, durante las acciones terapéuticas, educativas, formativas en general, son las reglas que legislan los aspectos más recónditos de la palabra relatada, las interpretaciones particulari-zadas o los gestos direccionales, núcleos que no pueden ser aclarados por los mismos sujetos que los impulsan, porque las racionalizaciones que ellos hacen de sus prác-ticas tienden a enmascarar tales fenómenos. De esa ma-nera se hace coincidir la justificación de la modalidad de un ejercicio profesional, por ejemplo, con la cruda ne-cesidad de sobrevivir, con la exigencia teórica de "im-pulsar una ciencia que todavía no ha dicho su última palabra" u otro tipo de argumentación (atendible pero inválida) que se desliza por el eje de la vivencia o el

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saber. Si en ese plano nos encontramos con presiones, urgencias, obligaciones, en su inverso y complementario, nos hallaremos con disponibilidades, aperturas, flexibili-dades. Sintetizando: con la oposición especular entre ne-cesidad y libertad. Por eso lo que afirmemos en adelante para una, vale para la otra. Así, lo libre y su contrario concebido como "no directividad", "sin obligación", "ca-rente de castigo", expresado en los "sensitive training", "autogestiones pedagógicas", "terapias transaccionales", etcétera, desplaza su propia implementación de la violen-cia (simbolizada como democrática) hacia otros sectores mientras se disfraza con las ropas de sus propuestas.

¿Cuáles son los efectos de todo esto? Lo más cono-cido, compulsión a "sentirse dando constantemente exa-men" en un ámbito brutalmente conflictivo y a la creación de un sofisticado "mercado de personalidad", condición de posibilidad para lograr éxito en cualquier área. Pei*o, ¿por qué se produce esta secuencia de anomalías, si la unidad pedagógica o terapéutica (para seguir con los mismos ejemplos) se establece —en lo que tiene de mo-derno y vanguardista— bajo la mutua elección del coor-dinador o terapeuta y del educando o analizando?

Una respuesta probable sería que existe en la mayor parte de esos embates cuestionadores un desconocimiento radical del vacío contemporáneo que sustituye al lleno que detentaba la autoridad tradicional, la cual en caso de resurgir4 aclararía inequívocamente, los distintos tipos de relaciones como de inculcación y violencia indiscutibles.

Sobre ello hay mucho que aprender si queremos con-tribuir a la desmistificación de los auto y hetero procesos en que estamos inmersos.

La coacción en el interior de las formulaciones epistemológicas

Lo que vengo esbozando es casi requisitorio para pen-sar otras formas de coacción simbólica y su despeje his-

4 Hay pruebas inequívocas tanto históricas como terapéuti-cas de que ciertas "repeticiones diferenciales" en un caso y "resur-gimientos con variaciones" en otro son inevitables, más allá de todo esfuerzo por evitarlas o gusto por recomendarlas.

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tórico. Tomemos como ilustración la prometedora con-cepción de que una ciencia debidamente articulada es revolucionaria "en si" y cuyas "perversiones" e "instru-mentaciones deformantes" dependen sólo de sus utiliza-ciones circunstanciales y del servicio eventual que pueda prestar. Esta ilusión disociadora, corriente, en cierto momento de la reflexión occidental, olvida algunas deri-vaciones de sus propios postulados, y en especial, las que convergen con las preocupaciones de nuestro trabajo.

Las fronteras ciegas

En primer lugar una ciencia que se define por el objeto que construye siendo además el que estudia, im-plica una reduplicación y constitución imaginaria del mismo, o sea, que es imposible hablar de la fundación de una ciencia sin tener en cuenta sus historias, porque si no se la estudiaría de manera análoga a como ella estu-dia su propio objeto. Sólo de este modo puede creerse... "que la ciencia es revolucionaria en sí, en tanto descentra-miento de un campo ideológico particular" y deducir por una simple regla de inclusión que como "ciencia, el psi-coanálisis es en sí revolucionario, pero su instrumenta-ción política está en función de las prácticas técnicas que posibilite"5.

En segundo término, la inscripción de las produccio-nes científicas en distintas coyunturas y prácticas histó-ricamente modeladas, parece sugerir la idea de un a pos-teriori temporal. Recién después de estar constituida una ciencia se enrolaría en tramas de intereses y destinos que no contribuyó a armar y que, malévolamente, tragarían y deformarían sus conceptos originarios. Pero la contra-dicción reside en que su andamiaje teórico posibilita los métodos, técnicas y procedimientos de indagación que del mismo derivan. Así irrumpiría algo no previsto en su pureza enunciativa, lo cual nos hace intuir que, por lo menos de rebote, los productos de una ciencia deben impregnar el sistema global de sus formulaciones, ha-

5 "Cuestionamos 2". Ed. Granica (págs. 60 y 62).

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ciendo, mediante un juego paradojal, que pueda conver-tirse en "reaccionaria en sí".

Pensemos, por ejemplo, la materia prima que proveyó la teoría económica freudiana, sus nociones de energía, pulsión, etc., para que se impusiera la concepción aisla-cionista del instinto o la que propició a partir de la se-gunda tópica cuando la "escuela del yo" descansó sobre sus formulaciones para hacerlo corretear en un "área li-bre de conflictos" (como la decretó "querubín Hartman" el gran pionero del ego autónomo), justo en el límite —1939— del comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Entonces lo relevante del tema no consiste en la mane-ra como una teoría científica se inscribe y utiliza en un momento dado, sino en sus normas de inserción6 que indican cómo transcurre el saber científico, sus funciones no concientes, los canales institucionales por donde circula y sin los cuales no existiría 7. Entre ellos se encuentran los sistemas de formación y promoción compuestos por academias, bibliotecas, ámbitos de experimentación, re-gímenes administrativos estratificados, financiamientos regulares de las investigaciones puras y aplicadas, par-ticipación de la comunidad científica en las decisiones políticas, etc. Estos conglomerados de casi-causas sobre-determinan y limitan la gestación de una nueva ciencia y el objeto que intente lanzar para su estudio.

A menudo se ve como la simultaneidad histórica de ciertos descubrimientos científicos, por ejemplo la geo-metría no euclidiana, la evolución de las especies (ligadas una a la exploración y dominio de la naturaleza mediante modelos formales, y otra al progreso biológico y mejora-miento inicial de la ganadería por la comprensión global

6 Esto es correlativo a las "reglas de imposición" de que ha-blamos antes. Además esas normas de inserción las denomino así porque son condiciones de posibilidad reguladas, es decir, que han sido de una determinada manera pero que podrían haber sido de otra, sino en el pasado, por lo menos en un futuro deseable, es de-cir, imperfecto.

A propósito de la circulación o el estancamiento de la acti-vidad científica, hay que recordar que el espacio donde se gua-recía un sabio antes de ser "de cristal" era "una torre", un lugar para permanecer preso de ciertos intereses o por ellos.

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de grandes hipótesis genéticas), etc., ilumina un desplie-gue imperceptible de inserciones de las producciones cien-tíficas que, posteriormente, se desprenden de su origen hacia una fundamentación teórica que se cree terminada, cuando apenas ha logrado balbucear algunas condiciones inaugurales sobre su satisfactibilidad deductiva o la cohe-rencia lógica de sus postulados.

El tercer punto a considerar revela el tipo de fron-tera que una ciencia establece con lo que ella no es, o sea, ideología8. Tal delimitación crea un modo peculiar de "naturalización", de escisión irremediable. Así, en esa ronda ilusoria, donde las ciencias están definidas por sus objetos, gracias a los cuales rompen con un oscuro legado —el sujeto de la ciencia— se cae en el mismo ideologema que se buscaba eludir. La ruptura, al igual que el sujeto criticado habla de sí misma y con semejante afán se toma como "objeto de estudio" y "método de su propia inves-tigación". En el círculo que ha diagramado no entra el antagonista principal —el sujeto referido— aunque éste se filtre, irónicamente, desde su fundación histórica y epistemológica. Además, lo que depende de sus prediccio-nes, implementación de procedimientos, técnicas y servi-cios especiales, no parece constar entre los requisitos ló-gicos de la teoría, sino depender de la perturbaciones que provoca la bruta empiria.

Por último, deseo acentuar que los excesos del sesgo "teoricista" tienen correspondencia con los abusos y ex-

8 La barra teoricista puesta entre ciencia/ideología, tiene precursores de signo empirista, quienes la ubicaban entre cien-cia/literatura. Hoy se encuentra reactualizada entre ciencia/po-lítica.

Una historia de las ideas de estas censuras, mostraría cómo todas ellas poseen su modelo de interpretación en la que se esta-blece entre interior/exterior. Además evidenciaría cómo ella se ha desplazado a diferentes dominios, donde adquirió nombres propios, sea individuo/sociedad, real/imaginario, objeto/sujeto, etcétera. To-das ellas son cuestionadas desde esta orientación transversalista.

Por otro lado es necesario comprender que no me estoy refiriendo a la "determinación" e "inmanencia" que deben tener ciertos conceptos y técnicas para que haya conocimientos y prác-ticas específicas, sino a los espejismos precientíficos que introduce todo "corte" epistémico.

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trapolaciones practicistas, experimentalistas, etc., donde parafraseando a E. Husserl podríamos afirmar que las ciencias de los hechos puros y simples producen hombres que no perciben otras cosa que puros y simples hechos.

El territorio sagrado

Si estoy puntualizando fugazmente esta serie de pro-blemas de aparente índole epistemológica, es porque con-sidero que son ante todo formas de imponer lo que puede ser aceptado, incluido, como "criterio de cientificidad" por excelencia y lo que se debe excluir o prohibir como falto de esa prerrogativa.

Los errores, caminos históricos que aseguran el por-venir de cualquier disciplina, son rotulados como "dese-chos pseudocientíficos", y pertenecen al universo de fal-sedades e imprecisiones que no pueden tolerarse. Es sobre la marca de tal violencia que se instala y acepta como normal el "terrorismo epistemológico", reaseguro de la distribución de conocimientos en un sector profesional que controlaría la demanda formativa, el reparto de los aspi-rantes en los espacios disponibles y de los beneficios so-brantes en un núcleo mayor (por ejemplo, mediante el mecanismo de derivación de pacientes), sobre el cual apo-yarse para extender el radio de influencia. Pero no sería justo ni correcto pensar que todas esas estrategias estén subordinadas a la voluntad de uno o varios déspotas que buscarían imponer a la mayoría silenciosa sus arbitrarie-dades y preferencias, sino que la potencia legítima de sus roles canaliza la recepción de la información, los actos que puedan transformarla en conocimiento valedero y la distribución de funciones personales e institucionales.

La violencia opaca

Otro aspecto que dispersa esos efectos sobre lugares impensados hace a la "identidad profesional", que pode-mos situar entre la gama de ejercicios mercantiles en los que se establece "quién es" y "quién no es" del gremio,

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el cual a su vez, extiende o niega autorización para ejer-cer determinadas actividades.

Prestigio, ascensos bruscos o graduales, progreso económicor etc., son destellos del mercado que sólo indican cómo ciertos sujetos han sido "emplumados", cargados con distintivos cuyo objetivo es distinguir a unas perso-nas de otras dentro del mito igualitario.

Cuando señalo la "identidad profesional" como una relación mercantil quiero significar las distintas espe-cies de ilusiones que pertenecen a un sistema más vasto desde el cual emergen como formas de realización del mismo y que, obligatoriamente, deben darse para su re-producción constante. Por eso la "identidad" no se cua-lifica, en primera instancia, como profesional, grupal, etc., a partir de las tendencias psicológicas de los individuos, objetivada en los diferentes ideales de identidad, sino se plasma mediante una dialéctica específica. Es enton-ces, cuando podemos especificar los movimientos de incor-poración e inculcamiento de "modelos normativos", que aparecen dirigidos por el deber ser o la pertenencia pri-maria a instituciones, como condensaciones de una pro-funda violencia simbólica disimulada por la ambigüedad del mismo desarrollo.

El intento por desentrañar el ser —psicoanalista, fi-lósofo, comerciante o locutor— lleva inexorablemente a una explicación positiva y psicologista del asunto si no: se toma en cuenta la oposición que permite plantear la cuestión. Para ser algo es preciso que algunas caracte-: rísticas se vayan asociando con cierta constancia a su portador. De modo que ser algo se entiende si y sólo si se tiene algo. Así, el tener captura todas las significacio-nes del ser, ocupa su lugar e instala una igualdad dife-rencial, donde el no-ser ya no se opone al ser (lo com-plementa) , sino que se equipara al no tener, siendo éste el verdadero contradictorio de cualquier intento de ser.

En las idealizaciones profesionales —inconcebibles fuera de nuestro modo de producción— el ser es, apenas, una modalidad del tener. De ahí que una denuncia, de-socultamiento, etc., del ser profesional, por ejemplo, que no toque su tener bajo la figura de "ostentar", de hecho

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y derecho, fortalece, por principio, esa constelación de proyecciones, huellas y manifestaciones adaptativas que denominamos ser, o más personalmente yo9.

Enfatizando el mismo problema respecto a la afir-mación "yo soy psicoanalista", J. B. Pontalis dice: "Ser tomado como psicoanalista es una situación inevitable, pero tomarse como tal es el principio de la impostura".

Concluyendo con esta reflexión, podemos aseverar que el ser algo en general y alguien es particular son fases del mismo intento. Entonces resulta un simulacro ser, por ejemplo, psicoanalista, cuando más se lograría con suerte, devenir un practicante responsable del psico-análisis.

Lo violento y su clima

Continuando por el sendero que venía transitando y como inflexión de pasaje quiero evidenciar que ese apara-to montado por la coacción implícita o explícita del me-canismo que lo soporta, moviendo algunas de sus múl-tiples piezas (racionalización de la demanda, ritualización del quehacer profesional, permisibilidad o no de ciertos discursos, etc.), se consideró en los aspectos más recono-cibles como momentos de una violencia —cotidianamente encubierta— hacia los otros. Esta fue siempre la más estudiada, pero remitida equivocadamente a manifestacio-nes como el "prestigio" o el "autoritarismo", hasta cons-tituir el tema específico de trabajo de varias corrientes administrativas y la condición formal para que una orga-nización exista y perdure como "eficaz" y "positiva".

9 Las comillas indican que me estoy refiriendo al yo en-tendido como unidad sintética (conciente) y no al que finca su raíz en el inconciente según la teoría freudiana del "yo y el ello".

A este respecto la consigna de Lacan de arrebatar al yo de la marca que lo entifica en un registro suprahistórico, es acer-tadísima; así como la afirmación de que "la noción del yo extrae su evidencia actual de un cierto prestigio conferido a la conciencia en tanto que experiencia única, individual, irreductible". (Semi-nario 2, pág. 95, Ed. Paidós.) i

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Sin embargo, se sospecha que otra serie de fenóme-nos "accidentales" (chismes, distorsiones intencionales, falacias ad hominen, rumores, etc.) no se han hecho entrar en la práctica de la coerción que un sector social cualquiera instaura como parámetros de "calificación" o "descalificación" de sus componentes reales o virtuales.

Tomados esos núcleos aisladamente, en alguna que otra versión circunstancial, no tienen más gravedad que la de un daño o beneficio reducidos. Su sentido, valorados de tal modo, es el de ser nuevas claves remanentes de situaciones más armadas y regulares. Serían especíme-nes que con un poco de buena disposición podrían evi-tarse. Pero no es así, pues no podrán ser superados hasta otros tiempos, cuando ya dejen de servir como reaseguro de complejas prácticas sociales.

La informalidad de un rumor o una extrapolación deformante10, no por su ligereza escapan a la efectividad que buscan producir. Ellas atraviesan el imperio de un terror a transgredir las normas, o a saltar sobre las le-yendas e imaginerías permitidas en un determinado ámbi-to. Entonces, esas formaciones cumplen básicamente con el fin de solidificar un rol específico, controlar el acceso institucional de ciertos elementos relativamente indepen-dientes, de manejar los posibles desviados de lo sacrali-zado y otras instancias que necesitan ser controladas. Por eso, las arbitrariedades y desgastes que se atribuyen a los usos del manejo organizacional no son más que "es-tampados" en el psiquismo de los individuos (nuestro caso es el de profesionales en humanidades) y cuyos nodulos

1° Obviamente no se trata de esas informaciones que recu-bren la vida cotidiana y sirven de aproximación a lo extraño, co-mo una manera de caracterizar lo insólito, como distribución de conocimientos ingenuos e impresionistas, o al modo de "comuni-caciones informales", etc., sino a los usos plenamente concientes e instrumentales que se dan como "versión acerca d e . . . " . A ese armado míe refiero cuando señalo la función del chisme, rumor o cosas similares. Estas fugaces consideraciones, además, tratan de repensar en otra dimensión lo que W. Reich denomina en su célebre cap. XII del "Análisis del carácter", la plaga emocional. En una obra posterior, "Escucha pequeño hombrecito", continúa reflexionando sobre la naturaleza de tales acontecimientos, ope-rantes en la figura del "enano fascista" que arrastramos.

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reproducen las formas más arcaicas —poco estudiadas— de una poderosa "presión a la conformidad" que juega en la totalidad de los estratos sociales.

De ahí que sobren lugares donde predomina el "chisme institucionalizado", donde se desvaloriza la conducta del otro por medio de pseudo-diagnósticos, abusando del peso que el título profesional de quien los emite le confiere, y donde predomina un lenguaje elitista que generalmente reemplaza con su sofisticación la pobreza conceptual rei-nante, o expresa mediante rótulos una moral tan agria como la que pretende abolir, mientras se vulgarizan inade-cuadamente una serie de nociones teóricas distorsionando sus peculiares significaciones.

Un breve espectro de esas imputaciones disfrazadas nocionalmente aparece cuando, "no querer ir a . . . " se de-nomina tener fobia, "gustar" es igual a "seducir", "cum-plir regularmente" es "vivir sometido a rituales obsesi-vos" ; "querer" se asemeja a "idealizar", "enojarse" a "ser agresivo", "ser reservado" a "comportamiento esquizo", "hay que permitirse ciertas cosas.. . si no fuera por el superyo". A ellas podría agregarse otra cadena de extra-polaciones, cuya trivialidad corresponde a la "seriedad" de sus portavoces, "la mujer no existe" (claro, hay mu-jeres y mujeres), "lo real es lo imposible" (obvio, si es real ya no es posible), "la relación sexual no existe" (evi-dente, pues la relación es del orden del pensamiento, no de la existencia), etc.

En un caso espesas analogías, en otro sobradas im-postaciones, en ambos "el desierto va creciendo..."

Así se podría escribir, por ejemplo, un interminable diccionario del psicoanalismo como señalan varios autores, indignándose algunos justamente con los corrillos y atri-buciones psicologistas que inundan sus prácticas, aunque sin acabar de comprender ni desarrollar el sentido de lo que se menciona como entorpecedor y antiproductivo, o sea que los portadores de tales sombras son los agentes orgánicos de una violencia en "segundo grado", degrada-da, pero no por eso menos violenta.

Bilbao, octubre de 1982

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E L U C I D A C I O N E S S O B R E EL E C R O *

Un análisis desde la clínica ampliada

J U A N CARLOS D E BRASI

Orientación

a c e r c a d S a S a í a ^ u ^ ^ ^ U n a e X p I o r a c i ó »

e x i s t a " r ^ l L S u n í * A p r e c i a r l o , espacios comuníter os ^ „ l T a ñ l i a c i ó n determinada y Palabra, c o n j u n t o ^ p k S c o s e n u n a

Pero siempre c u a l i f i c a ? , I ^ o hacer ™ 6 ^ ^

mos que lo s o c S P l*l,mentah(kíd™ académicas, afirma-tas series de " contec imientos S e p a n U ' d f n m e d Í a n t e d i s t i n ' temporalidades y c a S d a d e ; ' n c o e x i . s t e n c i a de múltiples tajantes, aparatos S n ó t t l ' P ° , S e ^ ! o n f * desposesiones Persos, tensiones general izada^^i^ r ^ ^ 8 y P ° d e r e s d i s " tratos y sectores « 2 ? ! QU® d l V l d e n a c I a s e s ' nales y grupales orgamzacionales, institucio-E n t o n c e s ^ n ^ d o M ^ ^ s ^ a / ^ ^ o u ^ et c-de lo Que su historia X ^ ^ S S ? " ^

P r e n d é V n ' T ^ T ^ « ^ S S S . Que em-mientras se buscará r n í n í 6 P e n s a r s o b r e l o hecho, que como k e Z ' l C T l f r P r 6 C Í S Í Ó n e s « su irradiada composición deshecho" para entender

m i n a d 6 ? r r „ r a n e C r h l R R t ^ e C Í a I W ™ , s e f rún l a d e n o .

Tia
Cuadro de texto
Lo Grupal 4. Ediciones Búsqueda (1987a)
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A esa tarea deconstructiva singular la denomino elucidación. Su modalidad aquí es la de ser casuística. Los trabajos escogidos, sus "voces" y circunstancias están considerados como si fueran los materiales disponibles para el abordaje de un "caso". Asimismo se contemplan variados registros, que van desde el clima que crea un "fallido" o los elementos contratransferenciales en el ma-nejo conceptual, hasta una construcción crítica cuando el plano de la indagación así lo requiere. De ahí que el resultado de este sondeo brindará uno de los tantos ejem-plares, que permitirían diseñar el territorio de la "clínica ampliada" \ o sea: resignificación fragmentaria de las con-diciones de producción de un texto —relato— acción par-ticular. Labor totalmente opuesta a la práctica ampliada de la clínica (tal como la meñciona superficialmente Jean Oury en "El Síntoma y el Saber", Editorial Gedisa, pág. 56) , transferida según modelos regionales a las inter-venciones grupales e institucionales, cuya modalidad es la extrapolación como procedimiento generalizado.

Peculiaridad de los textos2

Los textos eti que Pichón Riviére vuelca una visión panorámica de su fórmula ECRO, giran sobre dos muy particulares. Ambos son clases, es decir, suponen inter-locutores precisos y ámbitos institucionales determina-dos. Por lo tanto nos enfrentamos con un doble condi-

_ 1 La idea de "clínica ampliada" es usada en este texto con la significación apuntada. Fue elaborada sobre una observación de Pi-chón, en 1964, acerca de la "enfermedad única" ("se necesita una dimensión clínica adecuada a este concepto"). El mismo término, pe-ro con un sentido diverso al señalado aquí, se empleó en un Semi-nario que di en el CISE-UNAM, México, 1981, cuando se intenta-ron conceptualizar los efectos terapéuticos en los Grupos de forma-ción. Actualmente la noción de "clínica ampliada" está siendo re-visada en profundidad, debido a algunas de las dificultades episté-micas que atraviesan su formulación.

2 Ellos son: "Esquema Conceptual Referencial y Operativo (ECRO)", exposición realizada en la A. P. A., durante el período 1956/57. Apareció en el libro Teoría del vínculo, Ed. Nueva Visión, 1980. Y ' Concepto del ECRO", clase dada en la Escuela de Psicolo-gía Social. Fue publicada en la revista Temas de psicología social, N<? 1, 1977, tal como se la dictó en 1970.

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eno^sigL^n* o+ros^íup 6f Í n t e n t a m o s ^ c i f r a r . A en que fueron^ dadas ( 1 9 5 6 ^ 7 ^ 1 ^ b f 3 ^ í ^ ción (1977 y 1980 i i m S w 7 l a s d e s u Publica-rial se hace P Ú b l L T ^ Í l t i r ^ 1 1 6 e n - e l l a s e l m a t e " complejos que siguen' í f h ^ , ° S c a m i n o s inciertos, les del trabaTo cfentíñVn b , " s q u * d a ' , l a s l i t a c i o n e s época! y su conexión c o n n ' r e d u c c i ? « del propio discurso etcétera e x p e n e n c i a que lo trasciende,

vos sobre°eí°tema0' l l í a u ^ ™ ' S ° V ° S 6 S C r Í t o s e x h a u s t i " Parciales, dencian con la fuerza de una muletilla S • e V 1 ' han quedado comprendidas S o b S m e n e e n a L Z " 7 * T dispares enunciados acuñados p o r T i c h ó n ' ° S

ciso h a c e r l o s ™ T " mos considerando. relación al punto que esta-

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La segunda especifica la importancia secundaria, para este enfoque, de las "articulaciones conceptuales" que marcarían la "coherencia" o "grado de cientificidad" de los postulados ecrológicos. Tales articulaciones son relevantes en determinados niveles, pero no pueden cons-tituirse en parámetros de evaluación de teorías. Y me-nos de las establecidas por esta dimensión que se prefi-gura siempre como una compleja práctica de intervención en distintos ámbitos.

Así los anudamientos conceptuales, sus consistencias o inconsistencias, serán dependientes tanto de la ubica-ción que les otorga la propuesta originaria, como de las condiciones de enunciación que atraviesan los diversos hilos fácticos y discursivos.

Dimensiones del ECRO

Cada uno de los términos que posee la fórmula de Pichón tiene un peso singular, se abren desde y hacia varias historias, y producen un tajo en el campo mismo del conocimiento —acción que se desea fundar. Ninguno de ellos está exento de las picardías inventivas, como aquella que les arroja a sus azorados escuchas de la A.P.A., cuando estipula, sin fundamento alguno, que "esquema-tizar viene de f i jar" . El uso de un vocablo pasado del empleo común a otro previo, que abrió una problemática situada en el mismo plano que "el ombligo del sueño" freudiano, habla de la urgencia de ser entendido por un auditorio que comprende lo trasmitido siempre y cuan-do lo pueda " f i jar" . Pero lo que se busca comunicar tiene generalmente un sentido opuesto al que le imprime el expositor y sus fugaces atribuciones.

En 1956/57 se trataba de explicitar una noción de metaesquema o "esquema del esquema", correspondiente, supongo, a la gran cantidad de "comentadores de la metapsicología" que transitaban por aquella institución. Pichón en su alocución juega simplemente con la reso-nancia de las palabras, no desarrolla sus consecuencias. Al usarlas en sentido figurado, en este caso el esquema

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como figura activa, trama de sutiles mediaciones, gene-ra un doble efecto que revierte sobre el modo de trans-misión, opacando la promesa de que la "transmisión del esquema conceptual es rápida y fácil". Por una parte se supone, quizá con certeza, que el escucha no captará lo esencial, ni jamás tendrá acceso a ello dado el grado de pasivididad que caracterizaría a los miembros de di-cha institución. Por otro lado las dificultades interpre-tativas que ofrecen las fuentes de referencia (Kant, He-gel y toda la exégesis del "esquematismo"), hacen de cualquier consulta ingenua o apropiación textual inme-diata, verdaderos actos suicidas.

El disertante intuye la dificultad, por eso en la exposición de 1956/57 los endosos problemáticos a Kant y Hegel, más que abrir una vía de investigación, cierran lo mismo que se proponen. Sabemos que Kant tira las líneas para solucionar lo que él inauguró precisamente a partir del planteo de una "antinomia" (la y que a Ilegel nunca le faltó una "noción de esquema considerada como una estructura en continuo movimiento, como una Gestalt en evolución", sino que lo único que hizo fue dar el movimiento evolutivo de esas gestalten, tal como se despliegan en la "Fenomenología del Espíritu".

Pero no cabe realizar aquí una crítica epistemológi-ca. Ella nos apartaría de nuestro camino. Los desacier-tos que atraviesan los textos son las "virtudes" de los mismos. Las grietas que indican sus estrategias discur-sivas, los deslizamientos arguméntales, las redundancias que tienden a reforzar en el auditorio nociones "débiles", y toda una serie de mecanismos comunicativos que pro-ducen extraños efectos de repetición, inducen a creer en la claridad de lo enunciado con sigular énfasis.

Detengámonos un poco en la creencia mencionada. En ella no se juega un prejuicio o desconocimiento de la materia tratada. El emisor posee la convicción de que cada uno recibe el mínimo sentido de los términos em-pleados, por lo tanto de la equivocidad que los acecha, y de la sordera que padece el ámbito donde son vertidos. Desde esta perspectiva, entonces, los errores conceptua-les se transforman en una cierta verdad de la interven-

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cion, aquello que posibilita interpretar la situación en que el locutor se desenvuelve. Aproximando en un sólo gesto, de esa manera, concepciones más solidarias con sus reconocimientos teóricos.

Si Kant "no pudo" generar la ligazón aspirada entre las categorías y la experiencia, y Hegel quedó "en falta" respecto al movimiento de su sistema, es porque en otros espacios los enlaces y la actividad global fueron conce-bidos con más eficacia. Obviamente esa función la cum-plió la Teoría del Campo" lewiniana. En su diseño no solo se podrán pensar adecuadamente los fenómenos «rupales, sino también las dimensiones inconcientes —aíectivas e imaginarias— que inciden sobre ellos. Las nociones de fuerza, relaciones vectoriales, disponibilida-des energéticas, etc., disparan la afirmación de que el esquema debe ser dinámico" y su relación espacio-tem-

poral una totalidad en movimiento". Consignas que tienen al grupo como "modelo de interacción", paradig-ma a su vez de la psicología social propuesta, y señala-miento al receptor del miedo a perder los estereotipos que ha ido constituyendo durante toda su vida.

No existe univocidad en los balbuceos de 1956/57 escritos con el "coraje científico" que caracteriza al pio-?o™ J a í n p 0 , C 0 e n l a s v i r u l e n t a s "aglutinaciones" de íif/U. lodas las nociones que componen el ECRO apun-tan a modificar los lugares donde potencialmente actúe el agente en salud mental", a vencer con denuedo la "re-sistencia al cambio" que las repeticiones inconcientes van cristalizando. Erosionar "defensas", abatir diversos "obs-táculos , propiciar que el grupo "centrado en la tarea" la elabore en el proceso de su conformación, evitar que se ubique en su lugar un miembro, el grupo o su even-tual coordinador, son algunas coordenadas de una pla-nificación con distintas fases (estrategia, táctica, técnica y logística) que ponen al grupo más allá de sus "iluso-rios , proyectándolo mediante una tarea articulada in-ternamente de modo complejo. Proyecto que marca la mutación del simple "estado de yecto" inicial en pro de reales posibles, fuerza intrínseca, ahora, de las ilusiones

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~ * ™ S C Í e n d ! n , l 0 S apresamientos imaginarios hacia creaciones inéditas. Contra lo que podría sospecharse estos enunciados

no son voluntaristas, aunque respondan al "tono" de una voluntad, pues ellos obtienen su sentido de la latencia grupal y la asunción de una determinada concepción del inconciente Desde tales adscripciones — e x p l i c a d a s ca-si siempre de manera oblicua— tratamos de apreciar la construcción de la metáfora pichoneana. Claro que tales «elaboraciones no anulan las contradicciones conceptuales m el uso en un momento "problemático", en otro "adje-tivo o en uno posterior "epistémico convergente" de los

na i a derECRO V a n d e f i n i e n d ° e l p e r f i l t e ó r i c o 7 operacio-

Esas huellas duermen en el discurso pasado y por-venir, ramificado, dispersivo que lleva a su formulación y es precisamente por ellas que debe ser resignificadó desde la f igura ("esquema") combinada de aquellos pro-toyentes y de las vírgenes orejas que poblarán la Escuela <le Psicología Social años más tarde. También de todo lo dicho y silenciado para ellos, unido a la fabulación de un lector que ensaya interpretaciones imprevisibles. Sin estas lineas de fuga las interrogaciones de hoy serán desplazadas por los salmos doctrinales del mañana. Y el atan de investigación sustituido por el aburrimiento, cuando no por un estado mucho más peligroso, el qué los fieles y la grey conocen hasta el cansancio.

En 1970/77 las preocupaciones fundamentales han cedido paso al prestigio de la teoría y a la prioridad por consolidar la institución. El esquema ya no sufre los devaneos de las primeras indagaciones. Su letra E irra-dia la claridad de sus contigüidades y fusiones. Poco a poco un aliento unificador atraviesa su trazo y el de su vecina. El esquema se pega al concepto y es devorado por el universo que parece justificarlo. La fecunda opa-cidad inicial del esquema es cedida ante la transparencia que exigen las nuevas carnadas. Ese olvido es capital, pues autoriza una verosímil reconstrucción actual, nada mas que un hilo del enredado ovillo de la historia

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Si existen presencias cercanas devoradoras, no lo son menos las ausencias con su canto de sirenas. El esquema se define como un "conjunto articulado de co-nocimientos". Y el esquema conceptual como la cárcel del mismo, "síntesis más o menos generales de proposi-ciones que establecen condiciones, según las que se rela-cionan entre sí los fenómenos empíricos".

Delimitaciones vigorosas, reiteradas para enfatizar que no se ha escuchado lo suficiente. La incorporación manifiesta permite el pasaje a la fusión implícita. Las nociones de "conjunto", "conjunto articulado", "síntesis" con diversos grados de generalidad, etc., se resumen en una idea totalizadora del esquema conceptual, "conjunto organizado de conceptos universales que permiten una aproximación adecuada a los objetos particulares".

Pichón ha lanzado a un núcleo heterogéneo de asis-tentes dos mil años de problemas gnoseológicos, discipli-narios y ontológicos irresueltos. Por eso es coherente que el E.C. pueda señalarse también como un "conjunto de conocimientos que proporciona líneas de trabajo e inves-tigación". El desafío sigue en pie, aunque la hibridación imaginaria que producen esos conjuntos se expresan en los términos inequívocos de una "teoría consistente".

Consistenciá es un vocablo que va de la mano con las idealizaciones, siempre las alimentó. Peso, gravedad, profundidad y altura las definen, por eso pueden servir de paradigmas a matizados ideales de yo.

Cuando la completitud teórica envuelve al ECRO, éste se modeliza simplificándose como una construcción lógico-instrumental, "instrumento que por analogía nos permite la comprensión de ciertas realidades. El modelo es instrumento de aprehensión de la realidad".

El expositor sabe que amalgamar ECRO y modelo significa postular una disociación instrumental, poner he-chos-vivencias de un lado y construcciones intelectuales del otro. Y barrunta que disuelve la noción de vínculo a nivel teórico. De ahí dos reacciones discursivas. Una, el retorno del ECRO a la problemática de la relación uni-versales-particulares. Otra el lanzamiento de un esque-ma evolutivo, cuyo movimiento se temporaliza e historiza

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en tres fases ligadas a una lógica de lo real (tesis, antí-tesis y síntesis).

Así el esquema conceptual es depositado en el plana de la "adecuación de las hipótesis a la realidad", enten-dida como las "características del fenómeno a investigar". No hay azar en el uso de la noción relativa de adecuación, pues sostiene el criterio de operatividad que define re-currentemente al ECRO. Implica un nivel epistémico que Pichón mantiene con decisión en todos sus escritos. Bajo ella se esconde una promesa que tiende a evitar el letar-go de la audiencia. Mediante su ejercicio el futuro prac -ticante iniciará, junto con los fenómenos analizados, un viaje de descubrimiento. La garantía parece estar dada por la "adecuación" operativa que a corto, mediano o largo plazo, producirá un descubrimiento significativo para el agente modificador.

Lo atractivo de la promesa reside en dejarla incum-plida, ya que de otro modo dejaría de ser promesa y perdería su efecto movilizador.

En esta dimensión aparece, según mi opinión, el asunto de la referencia con la modalidad evanescente que lo plantea Pichón. Recordemos que por las acciones de adecuación en diferentes niveles es posible realizar des-cubrimientos específicos. Ahora bien, el descubrimiento de algo es un acto por el cual ese algo queda referido a otra cosa. Este es el carácter fundante de la referencia. Todavía no constituye una relación, ya dejó atrás la indicación y es previa a cualquier tipo de alusión, que supone un sistema de referencias conocido. Así la ter-cera letra del ECRO depende, en lo que marca de otras dos nociones con las cuales se confunde. Mientras el r e -ceptor se funde con la ilusión que transmite la promesa, la de quedar referido a un espacio de transformaciones posibles.

Explicitemos. Si la referencia, en el discurso que despliega el ECRO, se establece con las teorías que le sirven de respaldo, entonces éstas son el referente del mismo. Y si no se trata de ellas, sino del sentido para una concepción de lo grupal, se ignora cual sería dicho sentido. Por lo tanto en esta distribución la referencia

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se confunde con sus referentes, o con los diversos senti-dos que la atraviesan.

En síntesis la noción de referencia permanece inde-finida, siendo recubierta por dos conceptos de orígenes disímiles. El primero de cuño empirista, es el de indi-cación. El segundo de proveniencia retórica, es el de alusión.

Alusión "al campo, al segmento de la realidad sobre el que se piensa y opera". Indicación de "los conocimien-tos relacionados con ese campo o hecho concreto a los que nos vamos a referir en la operación".

Es óbvio que referir está empleado como sinónimo de ambos. Pero la sinonimia no se instala en el "pego-teo" lingüístico de los términos, sino es elaborada como un elemento de persuación; persuación que busca indu-cir al auditorio a transitar un camino en el que encon-trará lo que desea y un resto no previsto, sencillamente el goce de pensar y actuar, de completarse como seres humanos.

Puntualizaciones epistémicas

Afirmaciones tajantes, asumidas plenamente, dan curso a la última letra de la frase espiralada que com-pone el ECRO. Los vocablos dejan momentáneamente entre paréntesis a sus virtuales receptores. No existe ningún riesgo en desandar lo andado o en tomar bifur-caciones equivocadas. Operativo, operacional u operati-vidad trocan sus lugares como equivalentes. Pertenecen al mismo nivel epistemológico y es allí donde Pichón quie-re situarlos. La seguridad de la remisión despeja cual-quier duda. Opera, infinitivamente, está emparentado con el universo empírico y sus certidumbres. Las dudas y sinuosidades que cabrían a las elaboraciones anteriores desaparecen cuando surge el criterio de operatividad. La marca o modo (criterio) en que puede ser reconocido lo verdadero, posee una estricta ligazón con la teoría ope-racionalista de P. W. Bridgman y la teoría clásica de

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la verdad concebida como adecuación en distintos planos (sujeto-predicado; pensamiento-cosa; etcétera).

Dejemos hablar lo ya dicho. "En nuestro EC, dice Pichón en 1970/77, la operatividad representa lo que en otros esquemas el criterio tradicional de verdad (ade-cuación de lo pensado o anunciado con el ob je to ) " Es decir, en el concepto mencionado se adopta resueltamente la concepción empirista-formalista de la verdad y sus in-quietantes correlaciones con la que debería ser pensada para el acto grupal. De ella quedan atadas consecuencias y reflexiones posteriores sobre múltiples aspectos rede-imidos en función de una psicología social incipiente.

Pero lo que se juega en el fondo de esta criteriología es algo mucho más importante que una compleja demar-cación epistemológica. Se trata de la noción de signifi-cado, clave de la disputa en el campo científico e ideoló-gico, siendo uno de los ejes principales de la legitimación y credibilidad de las teorías y prácticas derivadas.

Después de grandes controversias se aceptó el fra-caso de los criterios de completa verificación o refutabi-I M de los enunciados significativos respecto al cono-cimiento de hechos localizados. La interpretación de ambos criterios dictaminó que explican demasiado o de-masiado poco. Hasta sus revisiones se creyó que la sen-tencia podía aplicarse a los "metafísicos" o a su anverso

experienciahsta", pero jamás que recaería sobre los ado-radores de lo observable.

Sigamos tras ellos para ilustrarnos acerca de los enunciados que taxativamente pueden tener "significado

° ° c \ r e c e r d e é1 ' c o m o ° c «rre en esas vagas t f ^ T > ^ 1 0 ? e S u S O b r e - e l i n c o n c i e n t e , lo social y otras en-tidades de la brujería moderna.

Si tomamos por ejemplo una oración del tipo "La esencia es bella" y elegimos como hipótesis auxiliar de la misma, "Si la esencia es bella, esta lechuga es verde" observaremos que no se deduce, en absoluto, de la hipó-tesis auxiliar separada. Y sin embargo tiene significado cognoscitivo. Veremos también cómo se enlaza amorosa-mente la Patafísica" con el conocimiento empírico. Sea

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cual fuere el punto de vista adoptado es más recomen-dable la alegría y el sentimiento estético de la primera.

¿Qué decir, entonces, de frases como "el amarillo amarillea" o "la nada nadea" y similares que circulan en los grupos o en los relatos de un paciente? Nada. Ellas no pueden formar parte de ninguna aspiración científica, sino de una confesada vocación literaria. Así queda estipulado que un enunciado tendrá significado cog-noscitivo, si y sólo si se puede traducir en un lenguaje empirista, dirá Rudolf Carnap proponiendo el suyo, de-nominado lenguaje L.

El drama no termina aquí. Una lenta asfixia nos invade y el desaliento cunde. Descubrimos que la lectura de Sartre, Freud, Kandinsky o Heidegger, no dejan nin-gún conocimiento válido. "La nada anonada" del 'Ser y la Nada', "variable es lo que varía" de la 'lógica' hege-liana, no pueden traducirse a un lenguaje empirista por-que sus vocablos no son definibles por expresiones lógi-cas y términos observacionales.

La "literatura" filosófica, psiconalítica, marxiana o grupal, ya lo intuíamos, es la decepción del conocimien-to científico, el "obstáculo" que debe ser exorcisado3 .

Entretanto nos preguntamos ¿qué ocurre con las hipótesis que los científicos lanzan diariamente por mi-llares ?

El criterio de validez anterior no las contempla, pues tendrán significado cognoscitivo si y sólo si los términos empíricos que las constituyen pueden definirse exacta-mente por predicados observacionales. Y es obvio que la mayoría de las hipótesis no cumplen con tal requisito. Añadiría que sólo lo contemplan excepcionalmente.

Las críticas insistentes a las cegueras que arrastran

3 Para el Popper de Conjectures and refutations la segunda y la tercera no pueden considerarse "propiamente ciencias". Les ca-be la misma crítica que a la astrología.

Tomando un sesgo idéntico T. Kuhn en The essential tensión, las cataloga entre los "casos perturbadores". Así quedan ubicados para estos filósofos de las ciencias, a pesar de sus grandes discre-pancias, "el psicoanálisis o la historiografía marxista".

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dichas reglas de formación enunciativa, llevan a otorgar ciertas concesiones.

Será posible introducir nuevos términos en esos "len-guajes cerrojo" mediante definiciones parciales o con-dicionales.

Sin embargo la cuestión sigue irresuelta, porque las oraciones mencionadas no permiten formular con preci-sión las definiciones llamadas "operacionales".

Aquí entra en escena Bridgman y de su mano Pichón. Bridgman se plantea en la "Lógica de la física mo-

derna" 4 , el problema del significado empírico de los "conceptos teóricos". Determina que por estos se enten-derá el conjunto de operaciones que les dan sentido. Así un concepto será sinónimo de la "correspondiente serie de operaciones". Y los que no se manejen de manera operatoria carecerán de significación. Siempre que un asunto específico tenga una significación relevante, debe-mos tener la certidumbre de que "será posible encontrar operaciones mediante las cuales se dé respuesta al mis-mo" .

El clima huele a perfección unívoca. Para cada guante conceptual habrá manos operatorias que ajusta-rán convenientemente. Y si ello no ocurre se producirá una caída de la significación en las parejas términos-operaciones o viceversa.

Esta es la pesada carga heredada y asumida por las equivalencias pichoneanas señaladas antes.

Podríamos escrutar algunos de los "bienes" que cons-tan en el testamento, a f in de valuar lo que se arrastra inconcientemente en los diseños conceptuales.

La teoría operacional se mueve en el campo de la definición de los conceptos. La historización, la explica-ción genealógica, las condiciones enunciativas y la relati-vización de los mismos queda relegada al ámbito de las cuestiones "impertinentes".

En cuanto a la significación de un concepto, ésta se reduce a su descripción operativa. La omisión del cam-

4 Lo mismo es invocado en un libro más cercano a nuestras in-quietudes, "Inteligencia individual y sociedad".

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po semántico que posibilita su articulación y la de los diferentes conceptos entre sí no aparece siquiera como una preocupación atendible. Tampoco el complejo desa-rrollo que sufre cada uno en el nivel científico y disci-plinario donde fueron estipulados. Sólo sabemos que sir-ven porque funcionan y funcionan porque sirven. Así son los apasionados espejos de la tautología.

A medida que vamos acotando la noción de "opera-ción", descubrimos que esconde el fetiche empirista de la "verificación", cuyas extrapolaciones lo convierten en la idea misma de la verdad. Cuando se correlaciona un concepto con sus operaciones, estamos diciendo en otros términos cómo se verifican los mismos en determinada plano experimental.

El concepto de operación no parece tan claro como se presenta a simple vista. Operaciones manuales, ma-quinales, psíquicas, ideales caben bajo su dominio. Es omniexplicativa, ya que los conceptos también responde-rían a operaciones cerebrales superiores. De este modo él padecería de una fundamentación "improbable".

Finalmente es notorio que las "operaciones" no pue-den definirse unívocamente, y no porque una operación requiera de varios conceptos, sino porque si ella no se especifica en el ámbito de intervención que le correspon-de, pierde su verdadera significación. Es decir, aquella que debe ser f i jada para cada experiencia singular, no reducible a la "adecuación en términos de operación", donde resta incomprendida como tal.

Muchos corolarios pichonéanos son solidarios con los señalamientos previos. El criterio de verdad como "ade-cuación" del pensamiento a los hechos, hablan de la va-lidez de aquél en el lenguaje de éstos y lo que posibiliten o no verificar. La verdad queda atrapada por la pinza validez-verificación, y por eso se la describe en "términos de operación". Y será esa pinza y no su lapsus lo que gestará la "posibilidad de promover una modificación creativa o adaptativa, según el criterio de adaptación ac-tiva a la realidad". Redondeando el ciclo que abrocha la fórmula, es el 'criterio de operatividad' el que se incluye

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en el esquema conceptual orientándolo hacia la enera cion de allí la última letra de la sigla ECRO» ?

Operatividad, cambio, hechos, experiencias' verifica 2 ¿ r d a d y demás eslabones de una cadena aparecen fusionados aunque sabemos también que podrían con tradecirse de manera irreversible. P C O n

Clima, imagen y perspectivas del ECRO

Clima

muladón a pfVr°Rn ^ m o v i m i e n t o espiralado de su for -mulación el ECRO permanece sujeto a una tensión con-

original, modelo formal y metodología dialéctica, lo ope-rativo como verificación y funcionamiento que produce cambios, objeto de conocimiento y hombre en situación No son meras contradicciones desde un punto de S s t a

i r r T a ^ c o ^ h i n " 1 ' 0 1 0 1 1 6 8 a p r 6 S U r a d a s que hacen tambad S t „ ^ e n s a y a d a s ' sino tensiones moda-aue-en T P r e m i s a m a y o r d e l d i v e r s o grupal ^ U e , e " l a m e d l d a <lue Permite APRENDER a P E N S A R " sin centro ni progreso indefinido, que tiene nrevista k muerte en sus protocolos de conskución y n? sólo mo tores narcisistas e ideales repetitivos

P i c h l i ^ n o r ^ ^ T ^ 6 n e l d i s c u r s 0 vanguardista de f icnon, por meter todo en el mismo saco. Inversiones sorpresivas, inclusiones desmesuradas, analogías q íe obs-E K ? S c r P r T S Í Ó n d e l a s correspondencias, ete , m t aue d e U l ^ a d ° r ^ d e S U ^ e r e n c i a s complicadas debútenle transmisión rápida y fácil» a un grupo

«i p Í p V Í n Í V e l d e a n á l i s i s determinado ("semántico") « i ? t l e n e u n aspecto superestructura! compuesto de elementos conceptuales" y otro infraestructura! portador

de elementos emocionales, motivacionales", que confor-man la "verticalidad del sujeto". Sin embargo un m í -

afecti™ °v W d e r®a C d 0 I !e s , q u e S^eran, actualizando, un clima afectivo y la forma de simbolizar una situación transcurrida.

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mentó antes la dimensión "vertical" designaba al indivi-duo inserto en un espectro abarcativo de las "relaciones sociales, la organización y el sistema social", o dimensión "horizontal".

Otro ejemplo nos revela que la tercera característica del análisis sistémico, que es una de las fases principales en la construcción del ECRO, comporta una sistematolo-gía o estudio del mismo como un "sistema complejo de conceptos", cuyo alto nivel de formulación hace del aná-lisis sistémico uno de sus aspectos y no al revés.

La horizontalidad y la verticalidad pueden trocar sus lugares, la matriz puede ubicarse como derivada, etc., sin que ello altere, según el locutor, el plano del análisis, la comprensión del receptor, el manejo nocional y la di-rección de la experiencia formativa, terapéutica o insti-tucional.

Ahora bien, este Patchworlc es asimilado porque res-ponde, más allá de su indeterminación conceptual, a la presión de una demanda que debe satisfacerse de acuer-do con las teorizaciones vigentes, y no por el movimiento interno que "demanda" la construcción del ECRO.

Riesgo paraledo asimismo de consolidar una institu-ción que aumenta sus miembros, sus alumnos y sus qué, mientras reduce significativamente sus para qué. ¿Iro-nías de algunos instituidos que fracasan al triunfar?, ¿mera extensión comercial que no se achicó aún en épo-cas siniestras?, ¿compulsión a la repetición de un boceto magistral como palabra sagrada? o ¿continuidad de un proyecto que tiene un sentido elaborado contra todo sen-tido subyacente?, unificado por el referente institucio-nal. las teorías apiladas, la práctica fetichizada, el verbo fundacional o lo que se desee instaurar en tal síntesis. Las respuestas no son fáciles, ni inmediatas, por eso es necesario comenzar a bosquejarlas.

Al ECRO, le cabría sintónicamente lo que dice U. Eco de un texto, "es una máquina perezosa que exige del lector — y escucha *— un arduo trabajo cooperativo para colmar espacios de 'no dicho' o de 'ya dicho'" .

* Agregado mío.

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Imagen

El ECRO es polifacético, su imagen calidoscópica. Quizás podamos marcar en una secuencia lo que aparta-mos del acontecer discursivo.

En primer lugar surge como un plan de investiga-ción aplicado al campo problemático de una psicología social optativa.

En segundo término diseña un camino crítico. Su tercera nota evidencia una serie de cuestiones

"reprimidas" en el ámbito cultural e institucional de la salud mental y la educación.

En cuarto término significa una introducción a la resolución de problemas por operaciones específicas.

En quinto lugar entraña una forma particular de interpretar el cambio "en situación".

Su sexto aspecto supone una creencia en la eficacia de la multidisciplina.

El séptimo rasgo implica una visión progresista de los vínculos sociales.

Y su última característica dibuja una esperanza en las potencialidades grupales como transformadoras del espacio vital (relaciones ecológicas).

Perspectivas

La multiplicidad de significaciones y vías que abría la metáfora pichoneana fueron perdiendo el vigor pro-pedéutico de las enunciaciones originales. El uso y aban-dono simultáneos caracterizó las menciones del ECRO. Cuando se remitía a algunos de sus conceptos o niveles era de manera paródica, pues las teorías "fuertes" y accio-nes que lo avalaban servían como garantía indiscutible de sus enunciados y propuestas. Pero se olvidaban los senderos internos por los cuales debían circular sus desa-rrollos, cortados muchos de ellos por las razones apunta-das, impulsados otros de modo contradictorio e insufi-ciente.

Sin embargo pienso que es necesario recuperar el aliento inicial de sus formulaciones, por lo que repre-

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senta para el recomienzo problemático de una psicología social marcadamente alternativa, sea cual fuere el nom-bre que adquiera en el futuro, un campo grupal, insti-tucional, social-histórico y una práctica ligada con su devenir.

En el esquema aparece planteado el problema de la productividad de la imaginación, de lo imaginario e ima-ginado en una formación gruposocial histórica que tras-ciende lo imaginario tal como lo formula el discurso psicoanalítico vigente. Las nociones de repetición, cliché, fantasma, fantasía y protofantasía, fantaseo, transferen-cia, resonancia, etc., son la materia prima obligada para una elaboración rigurosa del universo clínico, grupal, ins-titucional, así como de sus espacios de aplicación e in-tervención. Pero ellas funcionan con cierta eficacia a partir de lo que no pueden explicar, o sea: por un ex-ceso de las argumentaciones analógicas.

Un ejemplo de esto lo brinda el texto de Didier An-zieu, "El inconciente y el grupo", cuya influencia está presente en casi todos los escritos de las corrientes psico-analíticas grupalistas francesa y argentina. Su impor-tancia queda fuera de toda crítica. Los efectos de su lectura la requieren con urgencia.

Elaborado desde la constitución narcisística y fan-tasmática, estructurado desde correspondencias viciadas por su punto de partida, los grupos son definidos como imaginarios. Certidumbre de las hipótesis. Alborozo de las extrapolaciones, donde se confunden las formaciones que componen todo grupo con el grupo mismo. Reprodu-cir estas máquinas de productos seriados, después es cosa fácil y cómoda. Contra ellas se debe reivindicar la má-quina "infinitiva" del aprender a pensar, instrumento po-tencialmente liberador de un sujeto "condenado" a exis-tir en la repetición de sus organizaciones psicodinámicas iniciales.

Montada sobre una comprensión del esquema como trazo de una productividad imaginante (donde es preci-so volver a pensar toda la cuestión de lo imaginario en los grupos, instituciones, etc.) , la dimensión conceptual comienza a tener, entonces, sus propios niveles de f o r -

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mulaciones conjeturales, dependientes de lo que buscan fundamentar, de sus espacios teóricos y analíticos, de sus nociones importadas y sus descubrimientos específi-cos, de aproximaciones relevantes e irrelevantes para sus avances e investigaciones. En síntesis, la obligación que marcan esos recorridos es la de concebirlos como figuras, limitadas e indefinibles, que se trabajan trabajándose.

Así se recorta una manera distinta de pensar la re-ferencia,. Su complejidad y los equívocos que provoca ya fueron señalados. Reiteramos que nunca se dirige ni denota un estado de cosas o un espacio de operaciones virtuales. Ellos son los referentes de las proposiciones enunciadas o de lo que uno se proponga hacer con los mismos. La referencia escapa a la forma de presencia que distingue al referente, siendo el pasaje necesario para entender una señal o construir cualquier tipo de relación.

Una lógica de lo referencial abarca dimensiones, elude binarismos o asignaciones de valores determinados que, en última instancia, remiten a un núcleo sustantivo. Los procedimientos de tal lógica tienden a poner de re-lieve intersticios, grietas, elipsis, fallidos, olvidos, silen-cios, etc., no para restituir la unidad inexistente de un pensamiento, relato o texto, sino para darle forma a un sentido que el absurdo y la inconsistencia muestran en su estado "puro".

Por lo tanto sentido de lo grupal puesto más allá de sí mismo. Así el grupo queda referido a... nada preciso (de otro modo supondríamos determinaciones unívocas), salvo a su propio movimiento de descentra-miento. Recordemos que cuando un grupo es alucinado como "unidad", "totalidad", centrado "en sí", en ese mis-mo instante se autodespoja de toda referencia. Y aun-que aumenten los referentes "externos", permanece a merced de su ocaso grupuscular.

Operativo, nombre de aquello que sucumbe en el cri-terio de verdad dominante, extraño a sus finalidades crí-ticas y movilizadoras. Adopción incomprensible de un "criterio" de cientificidad que legitima la empiria y su sombra positiva como la verdadera "conveniencia" para un discurso sobre lo grupal.

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En el horizonte de la producción deseante, de la sub-jetividad conformada según el ámbito social-histórico de referencia, del deseo produciendo sus constelaciones di-seminadas, y en última instancia, de la psicología social alternativa que se busca fundar, la noción de verdad como concordancia, implanta equívocos y bloqueos imposibles de superar. Esto no implica abandonar el itinerario tra-zado, sino redefinir todos los pasos de la marcha nece-saria para transitarlo.

La verdad como problema y la problemática de la verdad, en universos reticulados, llenos de investigacio-nes sinuosas, teorizaciones incompletas, conceptualizacio-nes programáticas, experiencias complejas, materiales pre-cariamente construidos, y sin el seguimiento que exigen, y demás aspectos característicos, requieren otros pará-metros para enfocar su dilucidación.

La verdad, una cualquiera, sigue más el curso de la inadecuación que el de la adecuación. La relación en-tre las distintas temporalidades y formaciones que atra-viesan los niveles concientes, preconcientes e inconcien-tes, lo manifiesto de lo dicho y lo que late en su decir, es fundamentalmente una relación de asincronia, de des-fasaje, no de concordancia. Cuando algo así ocurre, siem-pre muy tarde, es que una interpretación anudó cierto sentido o la fase de una tarea está siendo realizada.

Los restos donde muerde un deseo, son dis-cordantes, no concuerdan con lo esperado, pero permiten que la ver-dad de este grupo o de tal evento se filtren. Y con ellos esa verdad niega lo que se creía o ilusionaba sobre el nivel de intervención específico.

Nuevamente la discordancia hace aparecer una dife-rencia sustancial, que es preciso profundizar, entre lo manifiesto (parecer) y sus ramificaciones causales. A la vez que la verdad se cualifica sólo desde el proceso de transformación que inaugura, es decir, como práctica develadora, como experiencia propiciadora (que nunca está dada, sino debe construirse) de nuevas realidades, donde cualquier sentido unificador es un mito que des-maya ante la potencia creadora del fragmento. O para decirlo con M. Merleau-Ponty, "El punto más alto de la

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verdad sigue siendo perspectiva y podemos comprobar, junto a la verdad de adecmción que sería la del algorit-m o — . . . — , una verdad por transparencia, implicación y recuperación, una verdad en la que participamos, no por-que estemos pensando la misma cosa, sino porque a cada uno a nuestro modo nos concierne y nos alcanza a todos".

No vale la pena extenderse mucho más. El movi-miento integral del ECRO se ha detenido en un momento expositivo que a otra interrogación le cabe impulsar. Sólo restan hacer dos reflexiones previas al acorde final.

El criterio de adecuación-operación (regulador del proceso evaluativo) delimita y orienta a la adaptación tal como se fundamenta en el discurso ecrológico. Ahora bien, más allá de su probado cultivo en la "Psicología del Yo" , pienso que las categorías de adaptación activa, par-cial o global se sitúan en el lugar del síntoma —la con-ducta como un registro observable y por eso sujeta a control experimental— y no en el de su resolución.

Por otro lado, si dicha categoría tiene una palmaria conexión con lo elaborado en la metapsicología freudia-na, entonces, la dimensión del grupo interno, centro de la psicología social operativa, tendrá que ser redefinido desde el Ello o, en su defecto, deberá explicitarse el tipo de articulación que mantiene con la segunda tópica.

Son planteos para tender líneas de trabajo e inves-tigación futuras. Retroceder en el análisis, circular por los vericuetos del material indagado, entraña prepara-tivos para intentar un salto mayor. La cualidad del mismo siempre está reposando, sólo hay que atreverse a impulsarla.

Para concluir estimo que no se debería tener un ECRO. Toda pregunta que apunte a dar cuenta de su propiedad lo cristaliza.

Obrar en uno de sus posibles cursos, probar su vi-gencia, etc., es diferente, pues ello habla de la tarea in-crustada en el goce del pensar, y de ejercerlo para trans-formar y transformarnos efectivamente.

Abril de 1986

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DESARROLLOS SOBRE EL GRUPO-FORMACION 1

"Como ese sutil pellejo del que las cigarras se despojan en verano".

LUCRECIO

JUAN CARLOS DE BRASI

La denominación empleada aquí es aparentemente ho-mónima —sólo eso— a la del "grupo de formación", tal como ha sido fijada por las distintas variantes del "gru-pismo". Sin embargo las nociones de grupo y formación se encuentran absolutamente desligadas de las que guían la "Dinámica grupal" desde sus comienzos (Bethel, 1947) y sus versiones nacionales, sea la función-grupo de la corriente americana (T-Group), la francoamericana de "Grupo de diagnóstico", o la adaptación francesa de "Gru-po de base".

Las consideraciones de este texto proceden de fuentes y universos diferentes. Su dimensión apenas indicativa responde al sostenido y eficaz desencuentro del M.H. y el psicoanálisis, el surgimiento novedoso de un pensamiento transdisciplinar y las fisuras, cada vez más acentuadas, de las concepciones unificadoras 2.

1 En estas reflexiones dispares convergen más de veinte años de labor institucional y privada con la práctica del grupo-formación, la que todavía en 1983 llamaba, por seguir el uso conocido "de for-mación". A través del mundo (el cual atrae toda mi atención des-de un artículo escrito en 1972), que despliega el término formación, podría repensarse una tradición de lo grupal por-venir.

2 Asimismo, no cabe contemplar las elaboraciones actuales en algunos de los caminos —sin duda útiles y enriquecedores— de la didáctica grupal. Ellos están impregnados históricamente por las nociones de "metodología", "motivación", etc., e invadidos por los manejos técnicos, la "transparencia" de los procedimientos y una didascalia fácilmente comunicable.

Tia
Cuadro de texto
Lo Grupal 5. Ediciones Búsqueda (1987b)
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El sentido de estos trazos es el de esbozar un con-junto de problemas acerca de los grupos-formación.

Uno y otro concepto han sido, en su momento, ocul-tados o puestos de relieve con idéntico afán o exagerado énfasis. La historia del maridaje de ambos términos no deja de ser atrayente. Se unen con extremo cuidado, dis-putan sus procedimientos (la formación "en espejo"), pe-lean sus modalidades ("directiva" o "no directiva"), dis-cuten sus valores finalistas ("mejorar al ser humano" o "adaptarlo a lo existente"), ponen en cuestión sus prácti-cas (en favor de la "libertad", sujeto de la acción o de la "sujeción", objeto de la misma).

De pronto se anudan de manera impensada, con pla-cer confusional. Grupo es todo y "totalidad", sea grande o pequeño, sólidamente construido o lábilmente agrupado. Se lo puede apresar por la regresión libidinal y la ideali-zación de un sujeto, idea o resto mítico. Sé lo puede ver marchar con uniforme o caminar sigilosamente con sotana. La vestimenta simbólica poco importa, pues las invarian-tes que lo conforman han sido apresadas en su esencia.

Pero también formación es todo. Puede ser econó-mica, activa o reactiva, definida o inespecífica. Como tal atraviesa los comportamientos y actitudes, la adquisi-ción de habilidades, destrezas o la producción de conoci-mientos.

Claro que varios aspectos han sido elididos y eludi-dos por el matrimonio. Así el "grupo de formación" se-meja una totalidad vacía, a la que se accede inmediata-mente y que, por esa misma razón, no necesita justificar ni articular sus determinaciones internas. Surge como una "intuición plena", y de ese modo pretende desarro-llarse todo el campo en el cual transcurren las experien-cias ya clásicas de estas formas "grupalistas", es decir de los grupos volcados sobre sí mismos, admirados de su propio ombligo, y de serlos del resto del mundo. Así, por ejemplo, mediante el "staff abierto" los participantes po-dían —y pueden— realizar su propio diagnóstico del fun-cionamiento que los envuelve. Un paso histórico más e importante y estaremos ante la ilusión autogestiva.

No es el propósito del escrito bucear en tales ligazo-

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nes. Este trabajo pretende, (sonrientemente,. ser una si-nopsis incompleta e insuficiente, donde algunos aspectos han sido pensados y otros dejados de lado (por ejemplo el análisis acabado de la formación, su sobredetermina-ción institucional, el juego grupo-institución, las ideolo-gías inscriptas en lo grupal etc.) 3. Ellos han sido y serán objeto de otros escritos4.

La idea de una panorámica, a la manera de un efecto cinematográfico, apunta a mostrar los innumerables sen-deros que "culebrean" hacia un cambio buscado y unifi-cado desde las diferencias, es decir, desde múltiples via-

1 jes de descubrimiento e invención. La noción de invención no es algo casual o relacionado externamente con la for-mación, si no está unida intrínsecamente a ella. En esta orientación resulta imposible mencionar siquiera uno de los vocablos sin especificar el otro. La idea de formación, por ejemplo, tanto conceptual como históricamente queda indefinida, usada como un simple adjetivo, si no se la co-necta con la productividad de formas, la generación de

[. multiplicidades imaginadas e imaginarias, invenciones simbólicas y fantásticas, y niveles de materialidad no previstos ni estipulados en ninguno de los registros exis-tentes 5.

Hacia una idea de grupo

Cuando hablamos de grupo, y específicamente del que demanda formación, parecería que todos sabemos de

3 Es preciso tener en cuenta durante la lectura del escrito que las nociones de "aprendizaje" o "aprendizaje-formación", son par-cialmente homologas. Se habla y demarca el aprendizaje en esta forma grupal, y no el establecido por ciertos mecanismos, sean por "imitación", "reforzamiento", "identificación", "elaboración de con-flictos" o mediante una "concientización" genérica.

4 Por ejemplo, "Formación de ideologías en el aprendizaje gru-pal", Lo Grupal, Ediciones Búsqueda, "Grupo e Institución" (inédi-to) , etc.

5 La complejidad que reviste dicho croquis va siendo desplega-da en diversos textos. Es de una esterilidad proverbial congelarlo en definiciones o clasificaciones exhaustivas. El movimiento de su fundamentación, lo que inaugura, sus condiciones prácticas, etc., son los únicos modos de existencia que reconoce.

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qué se trata. Pero esto, tan sencillo, a medida que va-mos delimitando eh qué consiste un grupo de personas, sus reglas de juego, comunicaciones, engarces informati-vos, tramas identificatorias, soldamientos transferencia-Ies, etc., adquiere una complejidad inusitada. Es más: el término grupo abarca conjuntos tan diferentes que de-nominamos tal a otros fenómenos. Esto obviamente, ocu-rre por una razón. Como todos hemos nacido dentro de un grupo familiar, hemos tenido un grupo de amigos, hemos pertenecido a un grupo de trabajo, etc.; en una palabra, como desde pequeños nos movemos en y entre distintos colectivos, creemos saber todo lo relativo a sus pivotes. Con ello enfatizo algo no tan superficial como podría parecer (aunque es en lo resbaladizo de las super-ficies donde se pierde pie), el supuesto mismo de tal creencia, o sea que desde el siglo xv cualquier sujeto po-see una representación y evocación de grupos de remi-sión, sean cuales fueren éstas. Hasta la época indicada (en el capitalismo planetario actual el funcionamiento grupal interiorizado es automático), eso era imposible, y no precisamente a falta de "realidades grupales", sino de las mutaciones histórico-productivas, artísticas, insti-tucionales y conceptuales que pudieran convertirlas en campo de investigación.

Todavía una acotación. Si no queremos naturalizar el concepto de grupo, es decir, proyectarlo hacia atrás y dotarlo así de una hueca validez universal, debemos mar-car sus condiciones de surgimiento (sin contrabandear lo histórico en las escolares rescensiones etimológicas) y las constelaciones asociadas, opositivas o complementarias a su utilización.

Pliegues

^Haciendo una sucinta indagación, veremos que las opiniones sobre lo que es un grupo son tan distintas co-mo amplias y confusas.

Para unos un grupo será la fila de gente que espera el autobús. Para otros, los obreros que construyen los

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vehículos que circulan diariamente por el campo y la C Í U d italmente alguien dirá que un "gran grupo» dio el grito patriótico en la plaza tal en un día memorable. Y así constataremos que el mismo termino se aplica a diversos "repertorios empíricos",

Las fusiones e indistinciones que señalo aquí pueden sonar demasiado conocidas para un l e c t o r desavisado. Pe-ro no se trata de algo familiar, sino de la nocion de ejemplo, a menudo confundida con la mención anecdótica ("éramos 6 personas, de pronto Luis dijo , lo cual muestra...". La mención anecdótica, abundante en los escritos sobre grupos, lo único que muestra es ^ l i g e r a forma de traducción). Por el contrario un ejemplo se constituye a través de complejos quehaceres y formas de transmisión (pensemos en la energía o el dinero cuando juegan como ejemplos), y atraviesan reiteradamente tex-tos de distintas épocas, que acuden a ellos para recons-truirlos de acuerdo a lo que intentan evidenciar.

Observemos el asunto más de cerca. La gente que espera el autobús no conforma un gru-

po, sino un agregado, sus elementos comunican poco y nada entre sí, están ansiosos por la llegada del trans-porte para tomar cada cual su rumbo. Carecen de un lin común, por eso son un agrupamiento serial, no un grupo.

La conjunción de agrupamiento serial proviene de concepciones tradicionales, progrésivas (el sujeto como número de una serie), sobre las masas. Ha s i d o reela-borada en una perspectiva dialéctica por la teoría sar-treana de los "colectivos". ... M

Sin embargo la serialidad introduce algunos dilemas cuando se la usa rápidamente. A veces surge unida a la regresión serial, otras al grupo en sus comienzos (hay que recordar que en el pensador francés comienzo se opone a origen, de igual manera que lo perdido al encuen-tro) Pero ella queda indeterminada si no se la concibe dentro de la "génesis ideal» que plantea Sartre D e m o d o que la serialidad no entraña el primer momento cronoló-gico, intermedio o final, de un grupo, sino la noción que posibilita captar ciertos devenires grupales, asi como el

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espectro de sus regresiones a lo "práctico inerte" (estra-tos cristalizados, burocracia), que pertenecen general-mente a una serie temporal "avanzada".

En el segundo ejemplo, el de los obreros que arman vehículos, tampoco se trata de un grupo. Ellos trabajan dentro de una fábrica, con máquinas de alta complejidad tecnológica, deben producir en tanto tiempo tal o cual pieza, responder ante férreas exigencias administrativas, etcétera. Aquí estamos ante una institución (fábrica) que contiene en su interior "racimos" grupales y no pue-de confundirse con un grupo, sea éste grande o pequeño. Tampoco con un microsistema o intergrupos relacionados de diversos modos. Las normas, reglamentos, objetivos de producción u otros son fundamentales, y las distintas tra-mas personales y sectoriales, siempre serán subordinadas —salvo casos límites— así tengan un carácter institu-yente.

El encadenamiento heterogéneo que mencionamos, no permite que una institución se confunda con su "armado visual", con aquello que se ofrece a nuestra percepción y apreciación como un establecimiento determinado. Tam-poco se diluye en los dispositivos (por ejemplo grupo de encuentro, grupo-análisis, socioanálisis, etc.) que alimen-tan ciertas intervenciones definidas. Ni en aparatos es-pecializados que responderían al esquema reproductor de un estado cuyo fin es la dominación mediante la repre-sión directa y mediata. Ni se las puede captar bajo el repertorio de funciones al que respondería su creación. Ni comprenderlas como meras redes simbólicas o artifi-cios candorosamente idealizados.

Las instituciones serían más bien las resultantes y generadoras simultáneas, de las múltiples relaciones di-deTfuga 6 1 l t r e IaS d i m e n s i o n e s señaladas y sus puntos

En el tercer caso la gente que se da cita en la plaza efP. r e s a r , s u f e r v ° r nacional, su consenso frente a

una política, o lo contrario, tampoco forma un grupo. La congregación de individuos, los vínculos que se estable-cen entre ellos, el sentimiento personal hacia su líder (el presidente), los convierte en una masa restringida, es

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decir, una multitud que concurre a un lugar para ex-presar una adhesión o rechazo patriótico. Pero los gru-pos no pueden localizarse por los rasgos de una masa social-histórica definida, por la "masificación" que los atravesaría, etc. Tanto el número de sujetos que la com-ponen como los móviles que los reúnen son distintos a los de un grupo; además los lazos y relaciones con su líder son cualitativa y cuantitativamente diferentes.

Esta aclaración sería ociosa si el asunto de la masa no se hubiera pegado "indiscerniblemente" al de los grupos.

Antes de Freud, trazando una línea de demarcación arbitraria, se la percibía bajo una serie de procesos (re-gresión, mínimo nivel intelectual, violencia indiscrimina-da, etc.) que caracterizarían a un conglomerado en el acto de invadir el espacio público para imponer sus exi-gencias reivindicativas o revolucionarias. Así la masa surge amalgamando los distintos grupos que la compo-nen, y "uniformando" al individuo, el que según sus "pe-culiares" conformaciones psíquicas, estaría en franca opo-sición (mayor raciocinio, menor idealización, etc.) con los fenómenos "indeseables" que impulsan a la muche-dumbre.

Con Freud se generan avances insospechados en la problemática de las masas y los grupos "artificiales" o "naturales". Pero muchos equívocos permanecen sin re-visión ni modificación alguna. Mecanismos de unas se endosan a otros y semejan tener el mismo poder consti-tutivo y explicativo. Lecturas y traducciones sesgadas excluyen todo aquello de los autores tratados que no ar-monice con lo que se busca probar (por ejemplo, en su interpretación de G. Tarde, desaparecen los aportes con-temporáneos de este autor).

Ciertas nociones obsoletas en su tiempo (por ejem-plo "alma colectiva de las masas"), siguen formando par-te de su vocabulario.

Y así podríamos seguir puntualizando verdaderos "lapsus" de Fréud que mostrarían la verdad de sus pa-siones, pero también el lapsus de la verdad que mani-fiesta sostener una masa de seguidores.

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Re-pliegues

Después de Freud, amputado y descontextualizado, se habla trivialmente de los "efectos de grupo", cuyo nú-cleo "consiste en agregar obscenidad imaginaria al efecto de discurso". Todo aparece en el registro de una efec-tuación siniestra en cuanto favorece la idealización de un supuesto centro, líder o conductor, quienes detentarían un poder omnímodo y obturador de las producciones in-dividuales 6. Eso se generará por el mero hecho de estar en grupo. Además de los problemas que trae aparejado el en... —indica el nivel de creencia imperante en los grupos— nótese el raso empirismo que alimenta la im-putación. Así, se ha "nombrado al grupo como el lugar de despliegue de la obscenidad que el imaginario pre-senta . . . " .

Pero seamos un poco estrictos. No dejemos que cual-quier vocablo se ponga a danzar locamente por un soplido. Condenar al grupo como "el lugar de despliegue de la obscenidad", significa anular sus diferencias en una sus-tancia universal llamada grupo. Mediante ella se realiza un doble pasaje ilegítimo. El primero responde a la ur-gencia de una formación psicoanalítica determinada y, a la vez, movida por una intensa participación. Y ello debe ocurrir sin caer en las manipulaciones, excesos e idealizaciones que son la "esencia" misma de los "agru-pamientos de personas". Así se pasa de los fantasmas, tejidos durante los procesos grupales, a una fantasma-goría opinática y prejuiciosa sobre los mismos.

El segundo, alborotado por la obscenidad, adjetiva el asunto de la ética psicoanalítica (no taponamiento del deseo), reduciéndola a la moral del psicoanalista (regla-

6 Aunque como dice Lacan respondiendo una conclusión apre-surada de Colette Soler relativa al "más uno" y el líder: "No hay mucha certeza de que (la cosa) sea tan simple." Si a ésta agrega-mos la puntualización del mesurado M. Safoan, veremos que la simpleza es la de los apenas iniciados en tales lides: "En este as-pecto —aclara Safoan— creo que no existe ninguna organización que pueda eliminar la jefatura de una comunidad." Y sabía muy bien lo que estaba enfatizando.

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mentación de sus aspiraciones según la corporación a que pertenezca).

En ambos casos se ejercita una errática lectura de "Psicología de las masas. .extrapolando conceptos de un ámbito experiencial —todavía regido por aproxima-ciones balbuceantes— y de análisis a otro donde todo se valida mediante una ignorantia non docta, que recusa lo estipulado con afán sacral.

Lo anterior, como es obvio, hace referencia a la "es-pinosa invitación al duelo" del Cartel lacaniano, dispa-rado con un espíritu fundamentalista ajeno a la iniciativa del mismo Lacan, quien señala: "Yo estoy en esto para una función muy precisa, que sería esta cosa que escribí y de la cual seguramente nadie se ha dado cuenta porque no es más que un mauvais dessin (mamarracho)". O sea: algo bocetado de cierta forma para que los miem-bros de la Escuela freudiana pudieran "representar" su papel en la plaza pública.

El Cartel permitiría explorar una manera de tra-bajo y realizaciones específicas no teñidas por los tan comunes —y ello es cierto— empastamientos grupales.

Aunque su elaboración —la "esperanza" de Lacan, como diría G. Pommier— estaría alejada del sesgo erró-neo, desde cualquier punto de vista, que le han dado ciertos acólitos ignorantes de las resonancias que portan sus oraciones cuando afirman: "Se trata de encontrar las vías que permitan rescatar la marca única (¿Stirner redivivo?) que caracteriza a cada sujeto para que sea posible la creación." (¿Hablar con tanta frescura en psi-coanálisis?)

Crece la glosa y con ella la incomprensión del pensa-miento inaugural. Para Lacan la marca única sería lo inefable. En cambio lo "relativamente cognoscible" es el Uno que marca a cada uno según su diferencia (singula-ridad irrecusable del "rasgo unario"). Distinción, a su vez, entre teología e intento de formalización, aceptable o no, lógico-matemática.

Por otro lado ninguno de los resultados obtenidos hasta ahora sobre el funcionamiento de los "carteles" ga-rantiza con cierta fiabilidad la desidealización que pos-

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tulaban sus formulaciones básicas. Y esto porque ella no se instaura por mandato.

Las enredadas historias de las prácticas grupales e institucionales, narradas unas, aplastadas por las "coar-tadas transferenciales" otras, sin testimonio escritural la gran mayoría, muestran como, en el transcurso de un funcionamiento específico, un líder eventual asumirá su rol absorbiendo, de modo fugaz o con cierta permanen-cia, la función "más una"7 monitor-forma significante, "siempre desconocida", distribuida mediante un esquema de rotación8 a la que irá escalando, desde el "uno en más". O sea: el sujeto, hablando con los términos de la doctrina analítica.

El cartel es un "modo de producción" —hay quien lo nombra así— que omite determinar cuáles serían las fases concretas de su propio trabajo de constitución-di-solución.

De ahí que se autoproponga como superación nor-mativa —según consta en su "acta" fundante—, de lo que en otras instancias ha sido vivido, sabido, conocido, ignorado, denunciado como "manipulación sicalíptica", es-tudiado en sus formaciones imaginarias peculiares, e imaginado de múltiples maneras.

Y todo ello ocurre porque el Cartel es realmente una consecuencia elaboradísima, una "producción autogestiva" (Lacan la esboza en el auge de los métodos autogestio-narios) de equipo que funciona sólo dentro de un régi-men de prescripciones estatuidas, que abarcan una "po-sición acerca de la transferencia", sobre la "transmisión",

7 Así se la conciba como un "conector" del Cartel con el resto de los espacios que componen la escuela freudiana. O como un sos-tén de la relación que cada uno pueda tener en su trabajo, con lo .que tiene que decir. O bajo la paradoja matemática de la "infini-tud latente", la función "más-una" no ha podido siquiera atenuar el jaque-mate de los procesos transferenciales en grupo, o en los •"agregados" por afinidad y selección que definen a los carteles.

8 La póliza que representaría el mecanismo de rotación preasig-nado tampoco asegura demasiado, porque como asevera un partici-pante de las Jornadas, "las 'rotaciones', jamás impidieron nada. Los comisarios se convirtieron en el 'pueblo' y los secretarios en 'generales'".

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en relación a la "obediencia de los principios rectores" y la estructura "escuela".

Sin esa "red" sería un mero agregado improductivo (aunque ella tampoco afianza lo contrario), fundado so-bre una trivial y narcisista pasión disgregadora.

A la voluntad funcional del Cartel, tal como la ex-presan ciertos fieles, le correspondería el grito y la rú-brica : "¡ Basta de jefes! El Jefe."

Trazados

Valgan los señalamientos globales realizados hasta aquí para que el lector ocasional de estas notas perciba que subyace, histórica y nocionalmente, en los mismos.

Considerando el asunto desde otro ángulo, vemos que los grupos han sido mixturados y confundidos, no sólo con las formas mencionadas, sino también con fenóme-nos organizacionales o con estructuraciones (por ejemplo, la del trabajo) que responden a distintas leyes, genealo-gías, determinaciones conceptuales, puntos de abordaje y modos de intervención específicos.

Hasta ahora hemos marcado lo que un grupo no es. El camino negativo nos enseña a diferenciar y reflexio-nar sobre lo que nos interesa, aunque resulta insuficiente. También debemos decir lo que va siendo un grupo refe-rido al aprendizaje-formación, que poco tiene en común con la pedagogía o la terapia como se las concibe habi-tualmente.

Un breve excursus. Los llamados grupos terapéuticos no comportan un

universo autónomo, sino un dispositivo particular des-cribible. Una vieja tradición oponía esos "desprendimien-tos" de las prácticas médicas, a las "acciones" pedagó-gicas que estaban ligadas a determinados niveles educa-tivos (formales y, más tarde, informales cuando fue ne-cesario contemporizarlos con la rotación laboral).

Generalmente las experiencias terapéuticas en o de grupo requieren formas asistenciales ante pedidos de con-tinencia o apoyo durante un tiempo limitado. La rela-

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ción contractual, los métodos y técnicas empleados son parte de repertorios normalizados según sea la orienta-ción o elección del terapeuta. Sin embargo, más allá de los beneficios o daños ocasionados, la noción de grupo terapéutico es una descripción de los modelos de salud ("resolución de conflictos", "adaptación global o parcial", "bienestar", etc.) y enfermedad ("anomalía", disfunción", "descontrol", "imposibilidad de manejo del entorno", etc.) que guían sus respectivas acciones curativas. Asimismo, permiten medirlas en sus aspectos efectivos, es decir, en términos de efectos.

"Descripción de modelos" de salud y enfermedad e intento de "medición en términos de efectos" curativos son los rasgos básicos de los grupos terapéuticos9; fuera de los procedimientos o modalidades instrumentales adop-tados.

Sólo desde instancias que contemplen el mayor nú-mero de variables intervinientes y de explicaciones posi-bles, "montajes" terapéuticos, pedagógicos, operativos, etcétera, podrán superar el recorte empírico sobre el que modelan sus diversos quehaceres y trascender hacia lo grupal como dimensiones constituyentes de lo social-histó-rico, condición inmanente de existencia y razonabilidad de los grupos mismos.

Grupo-aprendizaje

Tenemos a la vista dos- términos: grupo y apren-dizaje.

Por razones expositivas daremos cuenta de ambos por separado. Después los ligaremos para hablar, enton-ces, de proceso de aprendizaje grupal.

9 Todavía falta realizar un trabajo que ponga de relieve las similitudes y diferencias de los distintos "conjuntos". Por ejemplo, el acceso a un grupo terapéutico supone un padecimiento más o me-nos determinado, un cúmulo de información que porta cada inte-grante y que será la única manejada en las sesiones, etc. Esto no ocurre ni transcurre de modo idéntico en otras formaciones gru-íales.

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En primer lugar, tratemos de saber qué es un grupo. Este puede referirse como un proceso desencadenado por los cruces y anudamientos deseantes entre miembros sin-gulares 10.

Dejamos de lado el cotejo con otras definiciones. Pri-mero, porque no se trata de definiciones (referirse no está usado al azar). Finalmente, porque los manuales están atiborrados de estipulaciones sobre lo que es un grupo, y todas ellas compiten por lograr la "felicidad". La indicación que ofrezco es decididamente "infeliz" (pro-ductivo-deseante), como lo que pone en marcha algo des-compuesto, donde al movimiento precede un interrogante y éste genera, por él movimiento mismo, un resultado más valioso —impulso de otros aconteceres—, que el de una simple respuesta. Pues lo "infeliz" es enemigo de la quietud.

Por otro lado una conditio sine qua non de esta pro-blemática es la puntuación estricta del nivel de análisis y lo que incide en él, así como las claves (encuadre, inter-pretación), instrumentos (elementos gráficos, variacio-nes temporales, recursos materiales) que se usarán en cada intervención.

Más aún, es necesario hacer un recorrido por esos múltiples senderos teóricos y periciales, que se manejan en las actividades grupales, para deconstruirlos desde su interior11. Prescindir de esa labor sirve de excusa para adoptar posiciones "superadoras". Pero una vez

10 Singulares, no individuales. Mientras el individuo marca el acabamiento del self como noción doctrinaria y, por lo tanto, "irrea-lidad concreta", una singularidad existe sólo a partir de sus cone-xiones, vecindades y relaciones. No es significable ni pasible de ser absorbida en el plano categorial. Una singularidad es real cuando se practica y realiza como tal. Esto no entraña que "individuo" sea inoperante, sino que posee la eficacia, en sentido estricto, de una "idea fuerza".

11 Para una fundamentación de esta aserción pueden consul-tarse los escritos Crítica y transformación de los fetiches, Edic. Fo-lios, y Elucidaciones sobre el ECRO. Un análisis desde la clínica ampliada, Lo Grupal 4, Ediciones Búsqueda, 1986, Buenos Aires. A nivel teórico y casuístico, subrayo lo que debería comprender el acto de análisis, indagación y supervisión de un material concreto.

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fesional*1' ° m i t i r l a e s u n a g r a v e Responsabilidad pro-Aquí sólo se afirma que los métodos, técnicas, pro-

cedimientos, herramientas, etc., están ligados a las situa-ciones en que se aplican, ya que sus marcas iniciales son pac iones de aplicación", y no algo que ocurre a pos-

Asimismo ciertas "esencias" grupales (afinidades, supuestos básteos, fases pautas cronológicamente etc) existen sin duda alguna, pero de la misma forma en que existe la televisión como "esencia" del hombre moderno.

De esta manera hemos delineado un grupo en gene-ral sea grande o pequeño el número de sus miembros, se trate de un grupo bioenergético o de diagnóstico. Pero

d T a S ^ m t i ó " * * * * ^ ^ 6 8 6 ^ 6 8 d e ^ Pasemos al segundo término. ¿Qué es aprendizaje para nosotros? Lo que se nos

S t a m m e d i a t a m e n t e e s l i g a r l ° a o t r o v£ablo, en-

Q f s í Pernos: enseñanza-aprendizaje. Como un coor-dinador anuda combina, ayuda a transformar la serie de mensajes discursivos, metalingüísticos, conceptuales, « í t r a n s c o r P° r a l e s <P» el grupo va gestando, en-

tonces cabe preguntarse: ¿Qué es enseñar? * ¿Será dar información abundante sobre tal o cual tema? ¿Aportar nuestras ideas y opiniones sobre el asunto tratado? ; Mos-trar, enseñar, sabiduría, erudición, un aparato de inter-pre ación emblemático, etc, sobre lo que deseamos trans-mitir, o alguna cosa parecida?

Antes de contestar las cuestiones previas debemos ~ d o s cosa.s; La primera es que la enseñanza arcaizante se manejo con muchos de los criterios que se-ñalamos. Y todavía los sigue utilizando. Inclusive sus

" Enseñar antes de tener cualquier connotación educativa, im-f ,nnatnS,t r a U n f J ° r m f n d o e n l a dirección de su pedido, poñerTo en contacto con su ad-petitio, con su propio deseo. Este es el sen-tido de ensenar que nos importa.

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pervivencias golpean en el centro de experiencias forma-tivas que se pretenden absolutamente innovadoras.

Lo segundo es nuestra posición al respecto. Es sen-cilla y responde de manera amplia a todos los interro-gantes: enseñar es, fundamentalmente, dejar aprender.

El epigrama significa en términos genéricos, "de-jar ser" lo que se pueda, más allá de cualquier ilusión de "querer ser". (< E n este aspecto dejar aprender entraña que cada uno aprehenda" como es en el horizonte de sus posibilida-

des. Como se habrá notado en ambos casos dejo paso al libre juego del infinitivo (enseñar, dejar aprender) y a una posición del inconciente, como infinitas producciones deseantes, sólo capturadas en las representaciones que nos hacemos de las mismas.

Tal afirmación liga la enseñanza al aprendizaje y nos pone en la situación de contestar ahora la pregunta-¿qué es aprendizaje?

La respuesta será de tenor tan simple como la ante-rior: aprender es poder recibir, elaborar y experienciar conocimientos, afecciones, formas de pensamiento, prác-ticas diferenciales, etc., de acuerdo con nuestros mecanis-mos personales de captarlas, movüizarlas y potenciarlas transformativamente.

Tanto los modos de conocimiento como de pensa-miento son concebidos y ejercidos a la manera de com-plejos movimientos simbólicos dotados de una eficacia particular. Y ésta depende de la "economía libidinal" que se pone sobre el tapete en cada ocasión. Reducir ta-les "movimientos" al espacio gnoseológico, las formula-ciones categoriales, nocionales, de ámbitos teóricos o dis-ciplinarios, indetermina y deja incomprendida la produc-ción inconciente que los alimenta. Aunque ella precisa ligarse con dichos ámbitos, dejarse atravesar por las "es-pecificidades" que los caracteriza, para mantener su vi-gencia explicativa y no caer en la enunciación de gene-ralidades mudas, en cuanto más parecen decir.

Obviamente surge un asunto insoslayable, y es el de la gran cantidad de mecanismos que se ponen en funcio-

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namiento y actualizan, cuando los abordamos desde el ángulo señalado.

Así tendríamos para pensar la movilización de an-siedades (depresiva, paranoide, confusional), resistencias (positiva, negativa), modalidades transferenciales (recí-proca, múltiple, lateral), estudiadas y tipificadas en ex-tensos tratados provistos de ocurrentes, a veces origina-les, sistemas de clasificación (véase Rapaport). Todos ellos poseen opiniones más o menos implícitas sobre las emociones. Pero, salvo contadas excepciones (por ejem-plo el objeto a de Lacan, cuestión a ser elaborada y que no puede esquivarse adjetivamente), carecen siquiera de una tímida aproximación a una concepción del afecto.

Esto merece una rápida explicación. Cualquier for-ma de ansiedad puede ser comprendida bajo aquello que desde Aristóteles hasta Sartre sin Spinoza13, abarcaron las teorías clásicas sobre las emociones. O sea: una es-tructura intencional (en función persuasiva, significati-va, según se tome Aristóteles o Sartre), un objeto o me-dio concreto que las provoca, y algún tipo de evidencia fisioUgico-conductml que siempre las acompaña (rubor, palidez, calma, irritación, etc.).

Y bien, esas notas se tejen con los afectos, pero no dan cuenta de lo que son. Quien trabaja con grupos tera-péuticos, de encuentro o psicodramáticos se topa frecuen-temente con estados de angustia, donde uno o varios de sus miembros están impedidos de alcanzar cualquier re-presentación. Sufren una dilución de pensamiento (y no dispersión o confusión que comportan asociaciones de elementos lejanos o muy próximos); un fraseo negativo indeterminado a nivel personal o impersonal ("no sé . . . " , "no se entiende...", ante enunciados sencillos); un pro-ceso animaginario e ideativo (al sujeto le resulta impo-sible formar alguna imagen o idea sobre una situación particular), etcétera.

13 (Cuya teoría de los afectos (modos, pasiones y acciones) era «1 núcleo de la función orientadora de la ética y la antropología política.

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Es notorio, entonces, que en un estado de angustia quedan aniquiladas las posibilidades de representación (sea del mundo o del self) e inscripción, lo cual produce una abertura por la que entrarán, sin mediación, reali-dades heterogéneas, espesas, contundentes. Las emocio-nes desconocen esta "indefensión" básica que atraviesa y hace estremecer los cuerpos, por eso constituyen, regu-larmente, "sistemas defensivos", "representativos" que pueden ser previstos, controlados. De ahí que existan métodos más sofisticados para ayudar al "control emo-cional" y, por qué no, a la domesticación social.

La vecindad necesaria

Resumamos los aspectos que hemos considerado hasta el momento. Son básicamente cuatro: lo que un grupo no es; lo que un grupo es de manera extensa; nuestra idea de enseñanza y de aprendizaje-formación.

Todos ellos son centrales para referirnos a un pro-ceso grupal como el que deseamos apuntar en este trabajo.

Ahora intentaremos ligar lo que veníamos tratando de forma separada. Por eso ya no hablaremos de con-juntos indistintos, aprendizaje o enseñanza, sino de grupo-formación.

Es necesario hacer, a esta altura, una rápida aclara-ción y diferenciación. Al hablar de grupo-formación lo hacemos con toda la intención de distinguirlo de even-tuales recepciones en grupo.

Cuando un núcleo de personas escucha relatar "pun-tos de vista sobre acontecimientos de la víspera", expo-ner "actualizaciones sobre la cuestión ideológica" o "el problema de la subjetividad moderna", asisten a la dra-matización eventual de un "conflicto" o "escena signifi-cante", por ejemplo, están haciendo un aprendizaje en grupo, puesto que se "encuentran (y desencuentran) to-dos juntos". Algunos intervienen preguntando, actuando, observando, respondiendo, cotejando en silencio, etcétera.

Pero todavía se sabe poco y nada de las relaciones de los concurrentes entre sí, cómo se perciben, qué se adjudican y asumen, cómo elaboran las complejas infor-

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mariones alternativas y simultáneas, coherentes y dise-minadas, qué funciones tiene o tendría cada miembro de ese supuesto grupo, cuáles serían las redes que se tejen, los nudos afectivos y los aconteceres que los deshacen constantemente. También se ignora si cada sujeto desea cooperar de modo efímero o en continuidad, etc. Y lo que falta en este chisporroteo no es precisamente una "repre-sentación de grupo" —me atrevería a decir que sobra (ver página 36)— o que hay una "pluralidad de indivi-duos", momentos míticos e ideológicos, que no puede sal-tear ni ontologizar el coordinador o terapeuta, sino que las ausencias determinantes son las producciones desean-tes del grupo como tal.

Cuando lo que esbozamos acontece, podemos augurar que la "grupalidad" comienza a "edificarse" y que un pro-ceso formativo es posible.

Previamente habíamos caracterizado al grupo en ge-neral. Retomemos la signatura, añadamos algunos rasgos y situemos el problema de esta forma: un grupo-forma-ción es un proceso desencadenado por los cruces y anuda-mientos deseantes entre miembros singulares reunidos témporo-espacialmente para impulsar ciertas finalidades comunes.

Sin embargo, esta semblanza es parca. Se requiere un espectro más afinado, puesto que los integrantes per-manecen, además, conectados por esquemas y estilos ra-mificados.

Tienden a cerrar el grupo sobre sí mismo, mediante ilusiones y mitos configurativos. Así intentan volcarlo en sus repeticiones de origen, edipizarlo de manera conse-cuente. Pero esa reiteración lo es también de un fracaso. Los caminos deseantes producen brechas que revelan a los temas tabúes, ilusiones, mitos, identificaciones quebra-das por dentro, sin posibilidad de unificarse (grados de transversalización) si un funcionamiento —coordinador, terapeuta— no colabora activa, interpretativa e idealizan-temente para que eso suceda.

Por otro lado, comparten determinadas reglas (con-tractuales, "decirlo todo", "autonomía de pensamiento")

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y pautas (asistencia, participación) esbozadas de mane-ra consensual. Y en relación con una tarea que todos los componentes están de acuerdo en generar, recreándola en constantes invenciones.

Aquí cabe hacer una dilucidación lateral imprescin-dible.

El concepto de finalidad aplicado a la generación de una tarea se opone, desde el pensamiento más temprano, a los de fin u objetivo. De ahí mi extrañeza cuando los observo tomados como equivalentes, "la tarea, finalidad u objetivo", "la tarea, el objetivo", "el fin o la tarea", etc.

La tarea en un grupo-formación posee una finalidad (formas peculiares de su ejecución), y ella contempla objetivos o fines (circunscriptos en cada etapa grupal), que siempre deben ser puestos concientemente. Mientras la finalidad está dada por el movimiento productivo in-conciente.

Una puntuación diferente de lo mismo. La noción de tarea está estrechamente ligada, en mi

opinión, a las infinitas maquinaciones deseantes. Sería indeseable asociarla a las ideas de la tecnología educati-va, productivista, de la "ingeniería social" terapéutica, o de otro cuño, como son las de objetivos (generales, espe-cíficos, de áreas, por sesiones) metas o logros M.

14 En la teoría de los grupos operativos la noción de tarea po-see un lugar privilegiado y una función constitutiva. Sus etapas, pre-tarea y tarea, sus planos, manifiesto-latente, su ligazón con un proyecto y los conceptos asociados a cada instancia (ansiedades bá-sicas, pertenencia, afiliación, cooperación, saboteo, comunicación, tele, reproyección del conjunto, etc.) son capitales para entender ciertos niveles vinculares de la estructuración grupal, los cuales senalan a su vez los límites actuales de dicha teoría. En ella no se ha despejado todavía el "fantasma cronológico". Falta esclarecerlo adecuadamente para alejar equívocos. Sus fases parecen deslizarse sobre un eje sucesivo del tiempo. Tampoco se ha impulsado, con investigación alguna, la propuesta fundante de Pichón Riviére so-bre el particular; o sea, la articulación entre el concepto de trabajo en Marx y el de elaboración psíquica en Freud, de cuya intersec-ción surge la noción de tarea, cifra de todo su esbozo de psicología social. Esperemos que en el futuro estos problemas despierten el ínteres de los continuadores de esa teoría.

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Es preciso entender que las fusiones y confusiones apuntadas producen estragos durante el trabajo grupal; en la codificación de la demanda, en el ejercicio de las funciones de la asunción-adjudicación de roles, liderazgos, derivaciones, en la modalidad de la información, coordi-nación y en un retorno pavoroso a las consignas de "or-ganicidad", "sistematicidad" y bloqueos similares.

Ahora es conveniente destacar algunos rudimentos del montaje que venimos con-formando.

1. Si antes dijimos "conectados por esquemas y es-tilos ramificados" es porque resulta capital, en un grupo-formación, la pertenencia15 de cada uno de sus miembros a la red de acontecimientos que propicia. De ello depen-de la calidad "estimativa" de lo generado. Pero esto no se da "por pases mágicos", continuas verónicas que hacen los grupos para autoidealizar y clausurar sus espacios. El coordinador debe actuar intensamente —lo cual no sig-nifica de "modo activo"— para orientar sus realizaciones particulares.

2. Acotábamos que los integrantes "comparten de-terminadas reglas... y pautas16 esbozadas de manera consensuar'. Esto significa que, sin poner ciertas formas de trabajo conjunto, discutidas con los propios hacedores la formación se ve disminuida, habitada por dificultades que, con el tiempo, se tornan insalvables. Del mismo mo-do que la pertenencia es el resultado del intercambio en el grupo, la solidaridad es su autoproducción real. Invo-carla como un valor a priori, desconociendo la agresión, es una ortopedia cargada de mesianismo. Por aquella, las reglas y pautas no sólo se vuelven implícitas y cohesivas para el grupo, sino regulan su funcionamiento. Mientras la tarea, por su vera, constituye el motor de las finalida-

15 La noción de pertinencia, ligada a ésta ¡por contigüidad y sonoridad, toca a otro nivel de fenómenos. Por lo tanto no puede ser apareada integrando el mismo "registro".

16 Son básicamente reglas y pautas de juego que posibilitan un "pensamiento en curso" y un "curarse d e . . . " , el ejercicio de una "pasión absorbente" o una "afección descontrolada". Como re-guladoras y continentes se oponen a los rituales burocráticos y a la destrucción por la destrucción, es decir, a todo formalismo.

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des grupales, dejando de ser paulatinamente un "punto o meta a alcanzar", para convertirse en mecanismos que impulsan diferentes "aprendiendo a pensar".

3. Concluíamos, "en relación con una tarea que to-dos los componentes están de acuerdo en generar, recreán-dola en constantes invenciones".

Ya ofrecimos una idea precisa de la noción de tarea sus estipulaciones pragmáticas, el desgaste y el olvido que la invadió. Si no se la libera de la respuesta cosificadora a una pregunta mal formulada (¿cuál es la tarea?), su creciente deterioro será inevitable.

Que la tarea se recree en continuas invenciones quie-re decir llanamente que se produce. Y dar cuenta de su análisis es hacerlo de los meandros que intervienen para darle nombre. Tarea abochornada cuando se la manipula tratada como un dato, inscripta en circuitos, instancias o cristalizaciones semejantes, donde la tarea es un "lugar" entre otros, al que después se le encabalgarán "registros" productivos y deseantes.

Así demarcada y molarmente superpuesta debería te-ner un apelativo más cercano a su ser: pizza estructural-funcionalista.

La tarea, como es dibujada en este horizonte concep-tual, se va tramando con el consentimiento de todos los miembros, puesto que "no es impuesta" ni finalística y menos cuando la concurrencia a las sesiones es de carác-ter voluntario. De ahí que posea un rasgo consemvxü 17

desde el que se van ordenando series de acontecimientos sobre los que incidirá el coordinador o terapeuta.

Secuencia ilustrativa

Ofreceré algunas ilustraciones imperienciales18 que

17 El mismo ya requiere el fortalecimiento constante de la ta-rea en el ámbito que, natural e históricamente, le es más propicio: el polemos. La alusión polémica, el contrapunto, los debates múlti-ples, afirmativos de la multiplicidad, garantizan la diferencia in-terna que la constituye.

18 No se trata de ningún jueguito de palabras. Corresponden a mi experiencia de coordinador, supervisor y analista institucional.

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permitirán captar mejor las consideraciones efectuadas hasta el momento y el diseño de ciertas "vías" estratégi-cas posteriores. En esta ocasión deseo apoyar los relatos sobre dos ejes 19. Los titularé: Inconciente, seriamente in-conciente y el parapeto terapéutico. 1. Inconciente, seriamente inconciente

(producción de sentido). En 1980 me solicitaron un curso para un grupo uni-

versitario, con la orientación en que venía trabajando, so-bre: "El inconciente. Su importancia para la relación entre los fenómenos institucionales, grupales e individua-les." El rótulo abarcaba un seminario que se dictaba pa-ra varias áreas, invitando en cada ocasión a un coordina-dor diferente, el cual cumplía varias funciones durante los seis meses de duración del curso.

La Universidad 20 requirió un curriculum apropiado, es decir, con antecedentes en este tipo de labor y un esbo-zo del programa a desarrollar. Hasta ahí el encargo. Có-mo fuera viabilizado dependía del acuerdo que yo pudie-ra establecer con los asistentes al curso, quienes fijarían las demandas a medida que fuesen apareciendo (clivaje grupo-institución previsto en las estipulaciones contrac-tuales de esta última).

Mi primera acción fue hacer una rápida encuesta, consistente en una sola pregunta escrita, distribuida en-tre los participantes. La misma era: ¿Cuál es su noción de inconciente? La extensión de la respuesta dependía de la voluntad del consultado, puesto que toda contestación abierta puede cerrarse en función de un contenido disci-plinario. El resto estructuraría los temas y las series te-

En estos raccontos debe caer el prefijo ex y su lugar ser ocupado por el posesivo invertido. Cuando esa ¿mperiencia sea generaliza-ble y compartida en una comunidad determinada, entonces, se po-drá hablar de experiencia. Mientras tanto pondremos entre parén-tesis su uso común.

19 Podría considerar un número mayor, pero juzgo que como muestras son suficientes.

20 Universidad Nacional Autónoma de México. Su tradición li-beral a nivel académico es reconocida internacionalmente.

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máticas concretas, surgidas del grupo mismo, general-mente contrarias a los objetivos institucionales, y el perfil de los futuros integrantes.

Unas semanas después volví a repetir la encuesta, en los términos siguientes: "Con las palabras que usted de-see especifique una noción de inconciente. Trate de ser lo más preciso posible." Al redundar la indagación cam-biando su forma (pasaje del "enfoque personal" a uno ampliado, exigencia de la oración final), contrastaba las devoluciones precedentes, hacía un seguimiento y armaba tos líneas de tarea conducentes.

El análisis conjunto del material evidenció que un alto número de réplicas —63 %— deslizaba bajo la idea de inconciente categorías ético-morales "perimidas". He aquí algunas de ellas: "esfera donde no cuenta la respon-sabilidad del sujeto", "flujo cósmico trascendente a cual-quier moral", "aquello que no reconoce ningún fin ético", etc. En una palabra, lo que la ética imperativo-formalis-ta llamaba "inclinaciones" (por ejemplo: Kant, "Crítica de la razón práctica", "Fundamentación de la metafísica de las costumbres", etc.). Por mi parte, al leer esos ver-daderos "documentos" meditaba sobre la época que recu-pera y habita imaginadamente cada uno cuando escribe, sueña o actúa.

Pero, además, ¿qué posibilitó la información emer-gente del grupo mismo? Propició considerar aspectos la-teralizados en el programa inicial, modos de transmisión restringidos y una redefinición global de las hipótesis bá-sicas. Para ese grupo la corrección y explicación adecua-da del concepto de inconciente, según Freud, no era per-tinente, pues ya había señalado el camino desde el cual deseaba entenderlo. El mismo se bifurcaba en tres hue-llas inconcientemente trazadas. La primera retomaba el arcaísmo del siglo XVIII, para actualizar a su manera la problemática del inconciente. Otra captaba el error como necesidad de su historización, errar por las distintas e inéditas formas de ser significado. La última arrastraba un verosímil cultural (valor-poder de una ética represi-va), depositado en la creencia individual.

Finalmente, estos fueron los componentes claves del

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curso, de los temas a exponer, de las investigaciones pro-puestas y de la movilización que caracterizó al grupo has-ta el término del semestre.

¿Cuál fue mi función y funcionamiento en todo ese proceso? Sólo una: escuchar con la oreja del cuerpo y el cuerpo como oreja. Y uno, además: leer desde el corpus escrito al cuerpo que es atravesado por esa lectura21.

En esta breve narración no puedo indicar todos los pormenores que surgieron, para ser estimados, durante la imperienda. Sin embargo, llegué a una conclusión pro-visoria: cualquier tipo de grupo, dadas sus condiciones institucionales y socio-históricas mínimas, ofrece una in-formación tan compleja como pertinente para su desen-volvimiento. Perderla es simultáneamente olvidar su co-ordinación-fundación (terapéutica o no) para adoctrinarlo en alguna dirección. Y que el adoctrinamiento sea bueno o malo es una cuestión derivada. Habla del ingrediente teológico que adereza al olvido.

2. El parapeto terapéutico (antiproducción significante) * Se trata de un grupo constituido desde hace tres

años. Es conducido por dos terapeutas,. La sesión que uti-lizo como ilustración comienza sin uno de los integran-tes, que llega treinta minutos después. El padre del mis-mo padecía una esclerosis en placa y estaba en el tramo final de su enfermedad.

Al principio todos los presentes preguntan por el fal-

21 A esta forma de lectura la denomino "parásita". En sus ve-ricuetos criculan los afectos más potentes y todos sus recursos es-tán dotados de gran analiticidad, paciencia '("dejar venir") y pa-sión. Tienen una marca similar a los fenómenos transferenciales, que molestaban a Freud por su "fuerte contenido afectivo" ("Re-cuerdo, repetición y elaboración", "Observaciones sobre el amor de transferencia"). En ese tiempo solía designarlos como "modalida-des parasitarias de la cura".

* El uso del material de esta sesión cuenta con la autoriza-ción irrestricta de los terapeutas que la condujeron. Además el texto fue conocido íntegramente por los mismos, antes de su pu-blicación.

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tante. Se interesan —y lamentan— por el estado de su progenitor. Cuando aquel arriba nadie lo saluda. Cae li-teralmente en un rincón, allí permanece con la mirada perdida y el cuerpo ausente. Los terapeutas observan al-gunos movimientos de lugar, realizan un señalamiento sobre el "interés desmesurado del grupo por las piruetas sexuales de Gabriela con su marido", un miembro agrega sus propias "cabriolas sexuales" a las de Gabriela, otro recuerda las que su padre le prohibía, alguien dice "si no se asocia cierto asunto con esto", etc. Así va transcu-rriendo la sesión, mientras los conductores se han suma-do al hablado desvío del grupo. Cercano al final un tera-peuta demanda: "Si nadie quiere preguntarle algo a Fer-nanda." La mayoría comienza a interrogar atropellada-mente al sujeto de referencia ("¿Cómo está tu viejo?", "¿Cuál es el último diagnóstico?", "¿Vos estás bien o hecha polvo?", etc.), que mantiene un obstinado silencio, el cuerpo recogido casi en posición fetal, la mirada en un punto del horizonte y una ligera mueca sustituye a la sonrisa forzada.

Un miembro manifiesta en ese instante: "Bueno, en este podrís ya hubo mucha muerte, podemos hablar de la vida sin culpa, ¿no? Otro empieza a balbucear: "El pez. . . " Uno de los terapeutas lo interrumpe bruscamen-te y dice: "Este grupo siempre está hablando de la muer-te. Muerte cuando no puede, muerte cuando puede menos o en la impotencia que los ataca frente a ciertas situa-ciones o al buscar trabajo como Martín. ¿Qué es la vida sin estar relacionada a la muerte: un significante vacío, una ilusión con autonomía propia, un vitalismo estúpido. La muerte es finitud, lo que da significado y consisten-cia a todo lo que hacemos cotidianamente. Gabriela anda por todos los restaurantes con su pareja porque le falta lo que encuentra en esos lugares y, desde esa falta, Agus-tín puede invocar la vida, caminar todos los días hacia su oficina, ir a la facultad, relacionarse con la gente que le gusta, escaparle a los que no 'traga', todo eso que uno hace constantemente... ¡Uh!, ya es la hora. Bueno, has-ta la próxima."

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El grupo se queda un rato más, intercambiando nue-vos teléfonos con Fernanda —su padre está a punto de morir—, quien durante la larga intervención del terapeu-ta continuó en su posición inicial, indiferente a cuanto había escuchado.

Después se despiden amablemente, mediante prome-sas de "encontrarse para tomar café", "comer", "hablar a fondo", etc.

¿Qué hizo el terapeuta durante su extensa alocu-ción? Según pienso, realizó cuatro deslizamientos "sinto-máticos".

Primero. Esquivó poner su cuerpo como "interpre-tante" de la carencia de padre real que sufriría Fernanda •en un tiempo brevísimo. Así repudió el acto de conten-ción que requería la paciente, para poder simbolizar, a través de la cercanía física, una situación desestructu-rante.

Segundo. Ocluyó la elaboración del grupo respecto del "terrorismo de Estado, estado de ánimo" (así conden-sado, por quien dice "bueno, en este podrís ya hubo mu-cha muerte...") inmanente, desestimado como explica-ción estricta de las fantasías que cargaba ese colectivo.

Tercero. Convalidó su función a nivel de refrán y metáfora para los fantasmas que alimentaban los parti-cipantes. "El pez.. . por la boca muerte", lo transforman en "pescado" por el grupo, que jamás recupera el más mínimo elemento de su alocución. Simultáneamente im-pone a su cuerpo como una inmensa boca que devora al grupo, o sea, lo obliga a callar de manera "impertinen-te" sobre sus deseos.

Cuarto. Evadió una interpretación situacional, fra-guando una sofisticada construcción resistencial hacia una densa afectividad grupal que lastimó su capacidad de devolución.

Las gruesas pinceladas de las ilustraciones anterio-res colorearán la mayor parte de las notaciones que ha-remos más adelante.

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Bosquejo de una figura-función múltiple

Espero haber llamado la atención sobre algunos de los puntos anclados bajo la "sencillez" de ciertos aconte-ceres grupales. La extrema complejidad que los penetra desde infinitos ángulos institucionales e históricos es, en cada instante y en sí misma, un proceso real indisoluble. El arte de desmenuzarlo exige desarrollos particulares —que trascienden los límites de esta propuesta introduc-toria—, esquemas inacabados en perpetuo devenir.

Hasta culminar el texto sólo podré contornear un le-ve dibujo de los problemas que todavía faltaban plantear, junto a otros que apenas quedarán enunciados.

Planos

Teniendo en cuenta los cruces transitados, surge una pregunta: ¿Cuáles serían los planos sobre los que debe-ría intervenir el coordinador de un grupo-formación? Se-rían prioritariamente dos. Uno, trazado por la finalidad del grupo, sea por ejemplo: "Conocer las propiedades, ar-gumentaciones y cientificidad de un discurso" o los "de-terminantes del sufrimiento de un paciente".

Otro, estaría diseñado por el tratamiento del tema que circula en direcciones imprevistas. Así actúa sobre los fot-mandos, a nivel de contenidos (significado del te-ma como elemento componente) y de potencialidades te-máticas generativas (el tema como figurador de sentido), donde los registros gnoseológicos y vivenciales tienen una eficacia preconciente inapreciable.

Los enlaces de ambos planos y los miles de anillos que giran a su alrededor eslabonan los interminables puntos de fuga del "aprender a pensar".

Líneas acéntricas

Recorren el grupo, forcejean en sus distintos "luga-res" volviéndolos atópicos, excluyen los centramientos

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imaginarios, conjugan tensiones, traicionan intenciones, deforman fines cuidadosamente programados, muerden justamente en la mitad de un objetivo fijado con exacti-tud, haciendo de él un subjetivo deseado con anteriori-dad. También se esfuman prendidas de una mirada, im-pulsan una palabra certera, un gesto cortante, retornan en una atmósfera tenue o alimentando climas agobiado-res. En esa urdimbre se trata de aprender a escuchar y mirar (la pulsión escópica es una clave de la coordina-ción) , lo que hacen, dicen, anudan, separan, fabricán, des-conectan, ilusionan, alucinan, etcétera, los miembros del grupo.

Esto es capital para dosificar las reacciones contra-transferenciales que envuelven al coordinador cuando en-frenta a sujetos y sucesos tan intrincados. Si a ello le agregamos los "cuadros" afectivos que desencadena toda la intervención en los diversos integrantes, comprehen-deremos 22 que saber escuchar (con la oreja del cuerpo y el cuerpo como oreja) y mirar (distribuciones espaciales, como alguien "no puede ver" a un distante, mientras "le echa el ojo" a un próximo) son las llaves para que un grupo siga desarrollando su tarea.

Aprender a escuchar y mirar, son acontecimientos sin ningún parentesco con la organología conductal del oír y el ver. Las técnicas que prescribe esta última, mis-tifica la cantidad, unidireccionalidad, cronología, etc., de las comunicaciones y resultados. Las constelaciones de los primeros tiende a la calidad, polivalencia, multiformi-dad temporal, etc., de las informaciones en términos de transmisión conceptual, interpretaciones o señalamientos terapéuticos.

Pointes

Ligeros, estáticos, pesados, fuera de foco, dinámicos,

22 La comprehensión actúa sobre lo que ha sido abierto desde la producción deseante grupal. Su significado difiere absolutamen-te de la comprensión (modo de explicación propio de las "ciencias humanas"), como la estipuló la Lebenphilosophie.

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desordenados, así van seriándose los pointes de la infor-mación que proviene del grupo y circula hacia él. ¿Pero qué mantenemos con la noción de información'! Recu-peramos en ella el ciclo multifacético de lo emitido, sus angularidades y direcciones enunciativas, las condiciones "intrínsecas" de recepción, así como todo lo que se ela-bora y ocurre durante dicha codificación. Abarca, por lo tanto, mecanismos inéditos de transmisión, comunicacio-nes no equilibradas e "impertinentes" para los modelos normalizados de intercambio lingüístico (importancia re-velada por la crítica al esquema comunicacional de Jacob-son), las formas de las acciones que juegan en cualquier información, sea cual fuere su fuente y los actos forman-tes que ella implica.

Ahora señalemos los rasgos salientes que debería te-ner para resultar apropiada e incidente en un grupo-for-mación.

Será necesario organizaría en una cadena relativa con dos pendulaciones básicas: montaje parcial y deco-dificación lenta.

Entonces se requerirá: - Que sea reductiva por parte de quien informa y

captada en su exacta dispersión cuando viene del grupo. - Que pueda ser asimilada en su modalidad relacio-

nal, no puntual ni positiva, por todos los formantes (in-cluido como una formación grupal más, el descentramien-to del coordinador).

- Que sea precisa y escueta; es decir, que sirva sólo como un disparador de la "verdadera" información que producirán los distintos miembros.

- Que tenga un cierto aspecto de incompletud, pues-to que el abrochamiento circunstancial de la misma se

i dará siempre fuera de su lugar originario. ( - Que esté ligada y contrapunteada con las diversas

series de sentido que inaugura cada nuevo curso de la tarea.

! - Que se oriente por una problemática en la cual ad-quiera capacidad de existencia e insistencia.

i 6 1 i i

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Según entiendo, el tránsito incansable por todos esos senderos posibilitará que el coordinador sea un observa-dor audible y un atento escucha. De tal manera, se trans-formará en recurrente y "pertinente" la información que brinda y la que va gestando el propio colectivo.

Al equivocarse el momento de las devoluciones, su monto informativo, la función del "copensor", de impo-nerse un estilo de aprendizaje o terapéutico, etcétera, es casi inevitable que los grupos se alienen en el "pegoteo de la transferencia" o queden peligrosamente sujetados al ejercicio gimnástico de las interpretaciones.

El abanico de sus consecuencias23 no puede desple-garse como una totalidad a priori. Pero algunas mere-cen destacarse con nitidez.

Empastes

Palabras espesas, miradas grumosas, gestos taponan-tes y otros gradientes son los riesgos del coordinador. Como captura tejidos de signos, tramado de fuerzas y de-más fabricaciones inconcientes mediante sus "expresiones manifiestas", puede caer en un abuso, ausencias y con-fusiones mantenidas como sacramentos.

El abuso consiste en invadir al grupo con una se-guidilla interpretativa que obstaculiza sus ramificaciones y alcances. Esta es la amenaza constante de la plusin-terpretación, subordinada a la creencia resistencia! del "monitor" de que su misión unilateral es la de inter-pretar.

Las ausencias vuelan como esquirlas de la plusinter-pretación mencionada. Así los señalamientos y correccio-nes de los impedimentos, carencias o situaciones progre-sivo-regresivas de lo que opera el grupo se eluden com-

23 Contra muchas de las cuales alerté en el texto Apreciacio-nes sobre la violencia simbólica, la identidad y el poder, Lo Gru-pal 3, Ediciones Búsqueda, 1986, Buenos Aires.

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pletamente. Por eso, a menudo lo que aparece como de-fensa del mismo a entrar en tarea, o a caminar sobre un "hilo conductor", no pertenece tanto al conjunto como a su guía. En esas circunstancias es frecuente observar lo contrario, o sea: las resistencias epistémicas y emotivas del "copensor" desplazadas al grupo.

Las confusiones las delimito fundamentalmente en dos aspectos. El primero se refiere a las extensas inter-venciones de ciertos "analistas" con escasa o ninguna práctica grupal, que son, en realidad, construcciones pro-pias de comunicaciones entre colegas y que los integran-tes no alcanzan a entender ni a elaborar.

El segundo apunta a un campo de indiscriminación y se une de manera circular con la "actuación" plusinter-pretativa. Su fin es poner en escena una obra cuyo pro-tagonista sea la "inteligencia", un modo privilegiado de la fascinación significante. En tal escenario las inter-pretaciones no se manejan en los territorios que el grupo borronea (elaboración de un concepto, modificación de un punto de vista, troca de un afecto, etc.), sino que se dirigen al universo de lo interpretable, aquello a tener en perspectiva, pero que no autoriza a lanzar una piastra interpretativa sobre el grupo.

Broches

Después del breve recorrido crítico, nuestra sem-blanza de lo que sería el acto interpretativo. Podría-mos considerarlo como: el momento particular de las devoluciones significativas que reorientan el sentido del proceso grupal y también lo cualifican. Tal restitu-ción puede darse en varias dimensiones (contenidos, unidades temáticas, alivio de montos ansiógenos, etcé-tera) y asimismo en las superficies del grupo mismo, en un vínculo interpersonal o en una circunstancia su-jetal.

Además, el acto interpretativo transcurre en condi-

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ciones de implicación 24, complejas e irradiadas que guar-dan profundas diferencias con las que se importan de otros dominios.

Las indicaciones sugeridas a lo largo de estas pági-nas no son operables con la inmediatez de un recurso téc-nico o prescriptas como recetas pa:ra "dirigir óptimamen-te sesiones grupales". Estas panaceas tienen la existen-cia y obsolescencia que rigen al mercado.

Mientras escribía se colaron una serie de interrogan-tes que angulan el trabajo. Aprovecho para volcar algu-nos de ellos: ¿Mistificar los grupos? ¿Ilusionar que sus canales son más propicios para las creaciones duraderas? ¿Que la salvación está asegurada sólo si se pertenece a un colectivo?

Mi respuesta a las que históricamente surgieron co-mo preguntas incondicionadas y retóricas, no puede de-jar de estar teñida de un cauto escepticismo. En ellas hay demasiados sobreentendidos que el tiempo ha con-vertido en francos malentendidos.

Pero qué "agregar" de los groseros, cuanto más re-finados apologetas del "individuo", de los inquisidores de la "obscenidad grupal", de la "reificación institucional" y del "aquelarre de masas".

Devaneo de las imputaciones y esclarecimientos sub-yacentes en las primeras cuestiones.

Clima de persecución en las ordalías de las segundas y el mismo "efecto de fascinación" que ejercía aquel per-sonaje en cuyos brazos todos deseaban arrojarse, aunque en sus manos nadie quería caer.

24 Las condiciones aludidas no excluyen las tensiones transfe-renciales y contratransferenciales, sino las co-implican como un "conjunto de reacciones que generan, actualizado e historizando, un clima afectivo y la forma de simbolizar una situación vivida". Res-pecto de la relación de "implicación" véase el capítulo II del libro de G. ÍDevereux, De la ansiedad al método en las ciencias del com-portamiento. Aquí se da un enfoque inédito sobre el tratamiento del asunto que hacían los trabajos conocidos hasta la fecha. Las di-

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Ni. Ni. Quizás el laberinto de la multiplicidad, guiándose por un delgado filamento que ilumine los re-codos donde la verdad desespera.

Marzo de 1987.

menciones subjetivas ya no se ligan al azar con el objeto de estudio o los espacios a explorar, sino que son centrales en la constitución del objeto y de las "prácticas de campo" correspondientes.

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CRITICA Y TRANSFORMACION DE LOS FETICHES *

JUAN CARLOS DE BRASI

"Menard —recuerdo— declaraba que censurar y alabar son operaciones sentimentales que nada tienen que ver con la crítica."

J. L. Borges

"Como por todos lados ve caminos, está siem-pre en la encrucijada. En ningún momento es capaz de vislumbrar lo que se avecina. Ha-ce ruinas lo . existente, y 110 por las ruinas mismas, sino por el camino que pasará en medio de ellas."

Walter Benjamín

"Pero creo que el hecho de que esto sea po-sible nos restituye la idea de una capacidad mucho más obliterada de lo que se piensa en el medio en qué participamos. Se llama, sim-plemente, posibilidad crítica."

Jacques Lacan

Introducción

I —

¿Por qué un trabajo sobre crítica en un volumen que aborda la problemática grupal? Tratemos de responder a este interrogante planteando algunas cuestiones.

* Este artículo es la revisión y ampliación de uno aparecido en 1983.

Tia
Cuadro de texto
Lo Grupal 6. Ediciones Búsqueda (1988)
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En principio, diría, porque no puede confundirse (aunque hasta ahora se lo ha hecho sin reparos) lo gru-pal con los grupos concretos y lo que allí pueda experi-mentarse. Pasa por ellos, sin agotarse en los mismos. Se producen grupos e instituciones como programas televi-sivos o automóviles. Pero a diferencia de estos últimos los grupos y las instituciones tienden a considerarse como existiendo naturalmente. Por lo tanto es necesaria una tarea crítica que discrimine y señale a ambos fenómenos como producciones histórica y subjetivamente acotadas, lo cual incluye a los mismos aparatos críticos usados en cada momento.

Sin embargo antes de cualquier operación específica, limitada a un campo de experiencia, es preciso señalar las condiciones generales de aparición de la crítica, los casos donde el concepto mordió con mayor fuerza, algu-nas puntuaciones tentativas que permiten trazar un re-corrido a transitar y unas glosas obligadas, ya que en ellas trastabillan las certezas de la conciencia. Sobre esos aspectos inaugurales de la modernidad y sus resonancias, tratará el artículo. El intento es brindar sólo algunos disparadores de la reflexión. Otros "estimulantes" queda-rán para el futuro

En segundo término porque la crítica (fuera de ejer-cicios banales que toman sus rictus más deplorables) es uno de los tantos "desaparecidos" de nuestra cultura. Y no es cuestión de "darla por muerta", sino de reponerle

1 Uno fundamental consistiría en agregar una nueva perspec-tiva, a las tantas ya realizadas (K. Axelos, T. Perlini, M. Jay y otros) sobre la Teoría crítica, sus enunciaciones, descubrimientos, investigaciones, tal como los formuló la "Escuela de Frankfurt" (T. Adorno, M. Horkheimer, B. Bettelheim, H. Marcuse, F. Neu-mann, K. Wittfogel, etc.). Y también habría que estudiar las for-mas en que la impulsan sus principales continuadores (J. Haber-mas, A. Schmidt). Además, la escuela mencionada debería despertar una saludable curiosidad entre nosotros, puesto que fue lanzada inicialmente y sostenida durante mucho tiempo desde la Argentina.

Por otro lado, la "epojé" posmoderna de la crítica merecería un estudio particular. Esa reducción sugiere, al tiempo que una suerte de inquietante conciliación con lo estatuido, un modo —como diría Nietzsche— de "barbarie estilizada".

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su nombre, modalidades e impulsos primarios, única for-ma de hacerla efectiva tanto en la memoria como en el olvido y la sustracción.

En tercer lugar porque la verdadera práctica critica surge desde temprano, en franca lucha con lo que el imaginario corriente vive después como " razón de ser de la crítica misma: el ataque y la aniquilación de lo analizado. Realmente esas operaciones correspondían a otros especímenes, que podríamos llamar sin temor a equi-vocarnos: anticrítica. Detrás de sus convicciones se en-rolaron el populismo, el santismo, el adhesionismo, los dualismos sin riesgo, los fundamentalismos de diverso cuño, etcétera.

Todos ellos tuvieron siempre como armas privilegia-das, concientemente elegidas, las imputaciones, las atri-buciones desmesuradas, las calumnias dirigidas, las de-tracciones bien montadas o mal resueltas, los elogiosfá-ciles y la rápida indiferencia, las prohibiciones ignoran-tes y el resentimiento como "panacea niveladora , la cen-sura como estado de ánimo permanente, d moralismo cosmético, las estimaciones personales y el mas de lo mismo» como normas de vida y caminos de perfección simulados; y otros asesinatos sentimentales - P a r a f r a -seando a Borges— que nada tienen en común con la cri-

t l C a Finalmente, y éste es el punto más importante, "Crí-tica y transformación de los fetiches" esboza ciertos as-pectos que son insoslayables para la formulación de teo-Sas y concepciones grupales, institucionales psicoanali-ticas, etc. y las afinidades parciales o las diferencias ra-dicales que puedan mantener entre ellas.

Pero también lo son para todas aquellas disciplinas experiencias disímiles, manipulaciones t e c n i c a s creac ones instrumentales, etc., que pretendan explorar ^ atrinca-das constelaciones de la subjetividad en una formación social-Mstórica determinada. ,

Continuemos con algunas apreciaciones que podrían ser provechosas. ,, ,

La elaboración del concepto de critica no es solo el antecedente obligado de una mirada preocupada por una

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violencia que reina balanceándose entre las imaginerías y lo simbólico, sino uno de los requisitos de su posible disolución. Por ese motivo la trama del texto los sitúa en la misma dimensión de la problemática grupal, insti-tucional, etc., aunque los puntos de abordaje parezcan alejados entre sí.

Su escritura sigue caminos poliformes, sorpresiva-mente trazados por el ritmo de los asuntos planteados.

Esa pluralidad que la gobierna es la misma que in-tenta provocar múltiples lecturas. Y ello no es casual, puesto que si su registro es abierto, su figura no puede ser otra que la de la crítica. Esta funciona impregnada con los vapores de las fuentes originarias (Kant, Nietz-sche, Marx y, relativamente, Freud), a veces fragantes, otros espesos, agobiantes, pero siempre impulsados por un interés actual, cuyos acontecimientos se anudan para cons. tituir un punto de vista. Es decir, para dar un énfasis personal a este aquí y a este ahora que, de otra forma, permanecerían mudos.

Pienso que desde ahí debería ser leído este trabajo. Los deslizamientos de un plano a otro, los casos li-

gados de múltiples maneras, tienen la misma cualidad es-tética de la visión inquieta. En sus cabriolas el ojo se opone a la coherencia —ideal teórico de un dominio de objetos y de sujetos dominados— y a su acompañante moral.

En tales ilusiones formales, ciegas, ya había caído el viejo Kant, quien blandiendo el "fenomenal" impera-tivo categórico aconsejaba ser una especie de "policía de los límites de la experiencia", gnoseológica o ética.

Sin embargo la consigna que apuntaba a la ciencia pura y a su blanca moral, culminó en la horrorosa expe-riencia límite de ser policía específica del conocimiento, las costumbres, la escritura científica, mística, poética, o lo que se quiera testimoniar.

Si antes que el plano novedoso o el asombro se pre-fiere como meta un universo cerrado, el probable lector del escrito consecuente, sabrá que aquél es necesariamen-te tribunalicio: lo que no cae bajo su control debe ser

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conjurado. Por lo tanto ya no anidará en su actitud —más allá de cualquier intención declarada— una lectu-ra posible, sino la vocación de dictar sentencia.

II —

Cualquier reflexión sobre la actividad crítica encie-rra, de manera explícita o inconfesa, formas, procedi-mientos e inclusive ardides en la lectura de los textos y fenómenos tomados como referencia. Es al analizar esos mecanismos efectivos de "apropiación simbólica" cuando entendemos que no existe una lectura aséptica, ni un acercamiento desinteresado o enfoque neutral pues todos ellos son modos de aniquilar lo leído, simulacros especula-res donde nadie parece interrogar y donde nadie intenta responder.

Así las lecturas "descargadas", "incorporales", que pretenden no deslizar sus pautas específicas de interpre-tación o niegan tenerlas, quedan apresadas en movimien-tos similares de enajenación. Uno involucra la distancia que el sujeto desea marcar consigo mismo, y otro la que busca mantener con el objeto a dominar. De esa forma va surgiendo un ideal en la lectura y una lectura ideal, donde todo se resuelve en operaciones, combinaciones, etc., o sea: en modelizaciones de una pérdida elemental e irreparable.

Claro que estas afirmaciones no encierran una equi-valencia sustancial entre las distintas ubicaciones. So-bran parámetros para valorar la prioridad de alguna de ellas. Pero resulta imposible atribuir a uno o varios fac-tores la hegemonía de ciertas líneas interpretativas sobre otras que permanecen relegadas a pesar de que su "grado de verdad" gnoseológico, epistemológico, teórico, es su-perior al privilegio ocasional de las que se imponen.

Además las lecturas correctas, "verdaderas", resul-tan insuficientes si no existen condiciones para su im-plementación, lo cual exige recuperar la "capacidad de errar", en cuanto comprensión de lo que "pervive" y "du-ra" a través de los años, las modalidades regresivas en la progresión socio-histórica misma, de los tiempos com-

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piejos que las constituyen, las innumerables "genealogías" en juego y los "mecanismos repetitivos" captados en los análisis de situaciones coyunturales. Estos asuntos impli-can una labor todavía insospechada en vastos círculos profesionales, que conciben a las "ciencias conjeturales" como si fueran escapadas de week-end.

Desearía que las consideraciones globales anteriores sirvieran de apoyo a las que seguirán y a los "casos" sin-gulares, en los cuales las operaciones y disposiciones crí-ticas estampan su sello distintivo.

Ahora las palabras, con sus cadenas e ilusiones, que-dan libradas a otros designios, a diversas interpreta-ciones.

El plafond crítico

Para dar mejor nuestra ubicación frente al problema de la crítica, su garantía para el avance científico y su vigencia histórico-práctica, marcaremos sus condiciones de aparición, sus posibilidades y las oposiciones en que tal concepto puede ser pensado.

Tomando brevemente el asunto en sus aspectos cen-trales, se puede afirmar, que, en todo lo que llamamos 'época clásica", el lenguaje está entretejido con el pen-

samiento y las cosas. No se lo puede pensar separado, duplicando la realidad del pensamiento y la vida. Es en sí mismo un pensamiento-cosa.

Pero este lenguaje estaba inscripto tanto en la reali-dad como en los libros manuscritos. Y tal sistema de inscripciones testimoniaba el arrastre de siglos de elabo-raciones y "artes" de los cuales quedaban esos monumen-tos escritos, orales u objetales.

Si tomamos sólo la cantidad de pequeños fascículos y grandes textos que se tradujeron durante el Renaci-miento (en realidad nacimiento de un modo de produc-ción, el capitalista), tendremos un "muestreo" de la im-periosa necesidad que había de funcionalizar un conoci-miento milenario acerca de la naturaleza y su manejo. Cualquier tratadito de técnica (arjai) era traducido, se

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refiriese al armado de una catapulta o a la construcción de un cálculo astronómico.

Entonces, ¿qué conserva el lenguaje, "en sí mismo", en la época clásica? Retiene una característica clave: el de ser por entero una huella de todo aquello que los siglos habían grabado en él. Como las huellas dormitan en el lecho de un lenguaje de primer grado, es preciso uno de segundo grado que sea simétrico al primero. Así funcio-na ese segundo lenguaje que, todavía hoy, impera en distintos planos, sea el de la exégesis (en instituciones corrientes de distinto orden), el de comentario (en la fi-gura de comentarista deportivo, cinematográfico, etc.) o el de la erudicción (ideal lego y universitario hasta no hace mucho tiempo)2.

Eran estas tres operaciones las que ponían de mani-fiesto un lenguaje que, de otra forma, sería irrelevante e ineficaz. Tales procesos empiezan a palidecer a partir del siglo XVII, siendo absorbidos por una concepción de la significación. Para ella ya no es preciso que haya un texto o un código cualquiera, preexistente al lenguaje mismo. El mundo no se encuentra de hecho amasijado con las palabras, por eso la realidad ya no manda (la significación desautoriza, definitivamente, a un autor co-mo Francis Bacon, quien decía en uno de sus célebres aforismos que sólo se conocía a la naturaleza obedecién-dola), ni en ella quedan rasgos y palabras a poner de manifiesto por el comentario (como lo era, p. ej., para un Galileo, que auscultaba, constantemente, el "libro de la naturaleza").

¿Qué ocurre con la vigencia de la significación?, ex-tremada y defendida por autores como U. Eco, Roland Barthes y otros; bueno, ella posibilita que surja otro do-minio: el de la "representación" ("Clara y distinta" de la serie y el punto como lo estipula la regla cartesiana), pues ese texto inicial o lenguaje de primer grado se va borrando y lo que comienza a imperar es la representa

2 Una crítica de la erudicción (que descontextuada es estéril), no apuntaría tanto a ella, como al aparato de normalización que, a menudo, la rige.

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ción diáfana que, de una forma orgánica, va plasmándo-se en los signos verbales que la evidencian.

Pero la manifestación de la representación en el len-guaje debe ofrecerse —esto es protocolar— de una ma-nera coherente, regular (ideología que todavía impregna una visión sintactista de la actividad científica), es decir, organizada como un discursoi.

Esta es una noción excesivamente manoseada en la actualidad. A cualquier manifestación se le atribuye el carácter de un discurso y, a partir de ahí, se comienzan a indagar sus formaciones. Sin embargo, no siempre los acontecimientos ocurren de tal modo, la noción de discur-so aparece ligada a la pregunta por la coherencia, las reglas de constitución, etc., de un relato determinado. Ahora bien, es en el momento preciso en que un relato se lo considera discurso, que a éste se le pregunta por su status (la "sospecha" ya se ha incorporado) por su fun-cionamiento, etc., en una paabra, al tomar el discurso co-mo objeto de estudio, se piensa que el lenguaje dice tam-bién un silencio, habla algo que no muestra. Así es que al no ser tan "claro y distinto" una tarea que revele sus "núcleos de penumbra" se vuelve imprescindible.

Si anteriormente el comentario era transparente en sí mismo, porque se desenvolvía en el campo manifiesto, •ahora será preciso "sacar a la luz", "hacer visible lo invi-sible", etc., lo que de otra manera permanecería oculto.

Tal función, entonces, será cumplida por la "critica", noción que pasará a tener una importancia radical a par-tir del siglo XVlli. Y esa noción jugará en oposición fla-grante con las anteriores y, especialmente, con la de co-mentario.

Para varios autores la función de crítica se remitirá a indagar el lenguaje en términos de verdad, precisión, etc., con respecto a sus propiedades o valencias expre-sivas. Así toda posición crítica participaría de una ambi-güedad esencial, porque mientras interroga al lenguaje como si éste fuera un mecanismo autónomo (es lo que

3 La noción de discurso no puede subsistir mucho tiempo más cerrada sobre sí misma. Debe contemplar lo extradiscursivo como perteneciente a sus dominios.

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ocurre cuando se lo define como un sistema de signos), por otro lado le pregunta sobre su verdad o falsedad, transparencia u oscuridad; interrogaciones que irán se-ñalando todas las diferencias y los distintos nombres (su-blime-prosaico, forma-contenido, etc.) que ellas van ad-quiriendo durante los siglos xvin y xix.

Sin embargo, a pesar de las ambigüedades en que pueda ir cayendo la noción de crítica, creo que sigue sien-do nodal su puesta en acto.

Por otro lado pienso, disintiendo parcialmente con una postura como la de M. Foucault, que la ambivalencia de la noción es acertada respecto a la crítica clásica, pero que no tiene vigencia, p. ej., en el campo del Materialis-mo Histórico, donde la interrogación de un lenguaje de-terminado se da en base a su especificidad relativa, pero jamás en relación a su autonomía, la cual es previa y expresamente refutada, no por la idea de una crítica que conformaría un conjunto de protocolos de análisis, sino que se daría ab initio, como una práctica transformado-ra en condiciones históricas determinadas.

Por lo tanto, la crítica antecede a cualquier recono-cimiento de niveles de autonomía; aunque es cierto que las fantasías volcadas sobre la misma actividad han consti-tuido sobre todo durante el siglo xvn— quimeras que comprenden las alucinaciones racionalistas más extremas, hasta llegar al intento de formulación de una famosa "lengua analítica", racional y exhaustiva, donde se trata-ba de dar cuenta de los regímenes, órdenes y leyes de armado de las palabras; lengua que tendría un carácter universal (la "Mathesis Universalis" de Descartes-Leib-niz) e impositiva.

Así, y arrancando desde esas elaboraciones, la repre-sentación (Vorstellung) tiene su espacio asegurado. Re-cién dos siglos después sufrirá las primeras resquebra-jaduras fuertes, cuando su imperio empiece a ser puesto en cuestión. Posteriormente tendrá elevaciones y caídas, avances y retrocesos, aunque el desarrollo y sutura de las contradicciones sociales ya no la dejará en paz. Su lucha por la sobrevivencia será dura, en especial a partir de 1914 y 1933, cuando la guerra y la muerte —ambas "sin-

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razones"— y las conquistas de "las fuerzas negras" esta-llen en el centro de las ideas, reduciéndolas a uno de los tantos cuerpos fragmentados.

Los prolegómenos nietzscheanos (Kant)

Desde la segunda mitad del siglo XVIII empezamos a ser bombardeados por una empresa crítica de grandes dimensiones. Durante el período mencionado surge una ecuación perfecta entre las condiciones analíticas del co-nocimiento, la acción y una minuciosa o más que minu-ciosa, rigurosa, actitud crítica. Así se instala la monu-mental arquitectura de Kant con sus tres columnas-sostén: Crítica de la razón pura (1781), Crítica del juicio (1790), y Crítica de la razón práctica (1788) ; obras que están, ubicadas, no según su desarrollo cronológico, sino confor-me a su articulación teórica.

La frontera interna

En la equivalencia aludida se intenta registrar un doble movimiento. Por un lado construir el objeto for-mal —abstracto de la físico-matemática newtoniana (la ley y el número)— y, en otra dimensión, ofrecer una ga-rantía contra la ilusión (y su porvenir), de trascenden-cia en que pueda caer el entendimiento al constituir su conocimiento más allá de los límites de la experiencia.

La crítica libra, entonces, una doble lucha. Una con-tra la ilusión escéptica, empirista, que podemos llamar ilusión del origen. Otra contra la ilusión metafísica, tras-cendente o ilusión dialéctica.

Ambas posiciones son las sombras de un "yo pienso" desbordado, porque elaboran pseudociencias y, en particu-lar, la "trascendente" o dialectología del más allá.

Antes de indagar cuáles son esas "fantasmagorías", debemos recordar que los ecos de la posición kantiana re-suenan en casi todas las corrientes epistemológicas con-temporáneas. M. Foucault decía en el periódico "Le Mon-de", "nosotros somos todos neokantianos" (Lévi-Strauss subrayaba que el suyo era "un kantismo sin sujeto tras-

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cendental"), y el "nosotros" se refería a las elaboraciones vigentes y no sólo a tal o cual nombre propio.

Nos referiremos, entonces, brevemente, al cuadro de las ciencias que la "metafísica trascendente" decía haber «elaborado con sus correspondientes objetos de estudio. Según C. Wolff se distribuían en un esquema tripartito:

Cada una de estas "pseudociencias" caerá en el re-ibasamiento de la experiencia para despeñarse en una in-finitud perniciosa para el conocimiento; infinitud sin con-diciones, donde todo podrá ser pensado según el concepto de contradicción dialectical, es decir, sin respetar lo con-dicionado, único espacio donde un conocimiento —y su teoría— es posible.

Kant desarrollará en el segundo libro de la Crítica de la razón pura, las "caídas" que propicia cada uno de esos simulacros de ciencia. Sobre ese mecanismo del sa-ber se recortará el espacio donde esas ilusiones se mue-ven, y, aunque sus operaciones fueran gnoseológicamente inválidas, nada autoriza a creer que por eso hayan sido ineficaces, ya que desde el punto de vista práctico-insti-tucional, el poder de la reflexión metafísica era inmenso.

Ahora podemos reiterar secuencialmente. lo que ha-bíamos puntualizado al pasar, o sea: los caracteres gene-rales de la posición inmanentista. Desde este espacio de reflexión, la crítica kantiana representa la garantía de un -análisis riguroso, la constitución del objeto a estudiar, la Abstracción "buena", una inmanencia apriorística, cuyo registro no es la experiencia ni el sentimiento, una sólida

* Sobre este cuadro se estructura la dialéctica como "ciencia •de la ilusión" (Kant), así como sus presupuestos trascendentes a la experiencia, único referente por el cual puede tener sentido una «construcción científica.

Ciencia Objeto 4

Psicología Racional Cosmología Racional Teología Racional . .

Alma Mundo Dios

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legalidad constructiva, la posibilidad de categorización y regularización de la acción ética, etcétera. Pero, también es garantía de que la libertad se mantendrá en los lími-tes que una razón (estructurada, normalizadora) señala.

Como tal esta crítica se establece preservando lo que critica, siendo norma de conservación de lo existente 5.

De esa forma quedan referidos los principales rasgos que incorpora la reflexión crítica del filósofo de Kóenigs-berg, así como sus funciones más generales. Era preciso mencionarlos por dos motivos centrales. El primero re-side en la profunda quiebra que produce en el pensa-miento filosófico ("segundo giro copernicano", como al-gunos gustan nombrarla), y las aperturas y cierres que propicia en las distintas ciencias y disciplinas. El segun-do se justifica por la activa intervención que efectúan esas elaboraciones críticas en las formulaciones episte-mológicas modernas, donde, a mi entender, son dominan-tes. Además ese criticismo constituye el más sólido edi-ficio racionalista, que tiempo más tarde demolerá Nietz-sche. quien elabora su geneoarqueología a partir de y contra la concepción kantiana.

El caso Nietszche

¿Cuál es la imputación capital de Nietzsche al criti-cismo trascendental? En términos generales, la siguien-te : que la crítica inaugurada por Kant todavía es conci-liación, condición de conocimiento y acción, donde no apa-rece la génesis (genealogía) interna que la determina.

Sobre dos vías fundamentales circulan las impugna-ciones de Nietzsche:

1) En la crítica kantiana no se postula el embrión del conocimiento limitado a la experiencia; postulaciones constructivas y reguladoras que, según Nietzsche, se de-ben establecer desde una "volvmtad de poder" (lo cual nada

5 Básicamente, la cualidad "existente" califica los cuadros don-de el saber académico se engancha. Así, el límite gnoseológico me-tafórica, también, a un aparato institucional en el cual todo saber se estructura y circula.

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tiene que ver en él con el poder considerado sólo desde el punto de vista político, ya que la voluntad también "quiere la nada"), que determina la actividad crítica co-mo una "fuerza de imposición", impulso que siempre re-torna, ligando la voluntad a la idea del "eterno retorno" que le da sentido y vigencia6.

La crítica tomada desde este ángulo es considerada un ejercicio alegre, placentero, unido a un hedonismo lú-dico que constituye sus propias reglas de juego.

2) La empresa crítica es, fundamentalmente, un ac-to de continua creación, de afirmación constante. Como tal debe basarse en una pulsión agresiva hacia aquello criticado, pues su objetivo no es lograr ninguna transac-ción con lo dado, sino una "transmutación de todos los valores" y de anquilosadas maneras de sentir. Por eso, antes que nada, abarca una tarea cuya fuerza es, actual y potencialmente, desmistificdora.

Los dos centros de esta posición "nihilista"7 reco-nocen las aperturas que significó el pensamiento kantia-no y, después, el shopenhaueriano; pero, conjuntamente, denuncia en ambas posturas la imposibilidad de superar

6 Hay que ligar la voluntad de poder en Nietzsche con su con-cepción del universo como un proceso de transformación incesante, sin comienzo ni fin, como una economía dionisíaca, carente de gas-tos y pérdidas, "que se crea y se destruye perpetuamente a sí mis-ma", en, el marco de una sensualidad situada "más allá del bien y del mal". Una voluntad así captada es la esencia pura del ser. La forma suprema de ese ser estará ligada a su comprensión por el devenir; devenir sin origen ni término, es decir, proceso de cambio signado por el "eterno retorno de lo mismo" en sus diferencias cons-titutivas.

Quizá el círculo vicioso en que cae el pensamiento nietzscheano se pueda trascender, conceptualmente hablando, haciendo una re-consideración de sus propuestas mediante la incorporación de cier-tas hipótesis, como por ejemplo las provenientes de la astrofísica contemporánea.

7 La significación del nihilismo en Nietzsche está fuera de cualquier intento festivo o hedonismo de la destrucción por la des-trucción, o sea, de un nuevo formalismo. Su delimitación apunta a tres dimensiones específicas: el deterioro verificable de los valores vigentes; la falta de una respuesta totalizadora al por qué del mun-do y las cosas y, finalmente, la carencia de fines en el devenir y, por lo tanto, el fracaso de toda teleología.

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los limites de la representación, para avanzar desde sus "centelleos" hasta las determinaciones profundas de sus construcciones.

La relación más clara con la crítica kantiana la esta-blece Nietzsche en la Genealogía de la Moral, cuando co-rrelaciona sus tres tratados con las secciones del libro segundo de la Crítica de la razón pura y el desmembra-miento sistemático de los "raciocinios dialécticos de la razón pura".

De tal modo se organiza, así, una clave de lectura que implica la explicación simultánea de la "crítica" des-de la "genealogía", las secciones "puras" desde los trata-dos "descifradores" y la "representación" del proceso gnoseológico, desde la "puesta en escena" del oscuro gesto. A partir del choque violento entre estas dos concepciones se abre el espectro de una tercera que circula fuera de toda cronología, por múltiples senderos conexos, alcan-zando recodos positivos y produciendo nuevos ámbitos de reflexión y transformación.

Ahora bien, es preciso ampliar un poco más el pano-rama, particularmente en relación al "método" que Nietz-sche opone a la crítica kantiana.

Partiendo de la pregunta por el Quién de la interpre-tación, o sea, ¿qué quiere, quien habla, ama, experimen-ta, etc.?, se plantea la cuestión de la voluntad de poder ya mencionada, y de las constantes metódicas de Nietz-sche cuyo objetivo es vincular una representación (p. ej. "lo bueno") con la voluntad de poder, para que, la mis-ma juegue como síntoma de tal voluntad, sin la cual la representación queda flotando anulada por su mismo pro-ceso de desgaste y autorepresión del origen.

Evidentemente esta concepción se acerca a la del tea-tro dramático y se incluye en las distintas variantes de la dramatización8. Tales mecanismos de dramatización que,

8 Siguiendo esta línea, sería interesante incluir, de manera pertinente, los recursos psicodramáticos (por ejemplo: la "multipli-cación dramática", de E. Pavlovsky), para dar cuenta de la "emer-gencia" de ciertas genealogías conceptuales y campos representa-cionales, durante la formación de operadores en las "ciencias de la subjetividad".

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a la vez son diferenciales, tienen su fuente en una doble interrogación: inicialmente alguien pregunta algo, luego se demanda, qué quiere quién preguntó, para que la res-puesta elucide las fuerzas que determinan la estructura y el contenido de la pregunta. Sobre este esquema será posible, entonces, armar una ciencia activa que se ofre-cerá dentro de un repertorio perfectamente calibrado9

(véanse Ian Robolski y G. Deleuze) como: 1. Una fenomenología del síntoma. Los fenómenos

son síntomas (la representación es catalogada co-mo uno de ellos) y su sentido debe buscarse en las fuerzas que los producen.

2. Una formación tipológica que interpreta esas fuer, zas desde el ángulo de sus cualidades, activas o reactivas, pues "lo que quiere una voluntad no es un objeto, sino un tipo, el tipo del que habla, del que piensa, del que actúa, del que reacciona, etcétera. Un tipo sólo se define determinando lo que quiere la voluntad en los ejemplares de dicho tipo".

3. Una genealogía de la moral pensada en los mar-cos de una génesis de los distintos tipos de valor, que aprecia las fuerzas desde el escorzo de su no-bleza o bajeza éticas, puesto que la influencia de dichas fuerzas reside en la voluntad del poder y sus propiedades.

Hasta aquí llega la aproximación a Nietzsche. El punto de llegada de "Dioniso" sería, en sus propios tér-minos, el retorno del proceso unitario en la diferencia misma. Su orientación reabre y tiñe toda la reflexión

9 El anudamiento de pulsiones y representaciones, las dimen-siones claves de estas últimas, como la "escenificación" y la "dra-matización", etc., es referido por Ian Robolski, "Nietzsche et la psy-choanalyse" (Í948); Pierre Klossowski, "Un si funeste désir" (1963) y "Nietzsche y el círculo vicioso" (1969) ; Georges Bataille, "Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte" (1967) ; Gilíes Deleuze, "Nietzsche y la filosofía" (1970) y Paul-Laurent Assoun, "Nietzsche et Freud" (1980). Desde otra perspectiva, también se refieren a dicho anu-damiento Eugen Fink, "Nietzsches Philosophie" (1960), Giorgio Co-lli, "Dopo Nietzsche" (1974) y "Scritti sul Nietzsche" (1980).

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crítica moderna, que lo sepa o no, se define alrededor de ella y del proyecto inaugural del, así llamado por sus opositores, "flagelo renano".

El caso Marx

Es archisabido que los textos de Marx están sobre-impregnados por el término "crítica" (desde la temprana Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, pasando por la Sagrada Familia o Crítica de la crítica critica, los Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), hasta El capital. Crítica de la eco-nomía política, Crítica del Programa de Gotha, etc.) cap-tamos en esa punzante reiteración el esfuerzo por deli-mitar un concepto heurístico y operante de múltiple sig-nificación, portavoz de un instrumento positivo y mor-tífero a la vez. Pero, sobre todo, sabemos de la fecun-didad y "sensibilidad" con que Marx lo manipulaba para recuperar, analizar y explicitar los acontecimientos his-tóricos que intervenían en la formulación de su teoría y en la reorientación de su práctica política.

La crítica desarmada

La crítica tiende a captar las ilusiones, a confron-tarlas con otras opuestas pero simétricas, a darles un "principio de realidad" y un golpe "certero" que marca, asimismo, una diferencia que es pertinente desplegar en algunas de sus connotaciones. Desde ella no se confun-den las ilusiones de ciertas ideologías con la "ideología misma", puesto que, en primer lugar, Marx siempre dis-tinguió, ligándose así con la problemática ideológica en diversas formas, la Economía Vulgar de la Economía Po-lítica Clásica, el sistema hegeliano del de sus seguidores, "viejos" —de derecha— o "jóvenes" —de distintas posi-ciones— etc., sin confundir ni reconducir sus "ideacio-nes" al mismo sistema de repeticiones ni al idéntico me-canismo reflejo de una realidad determinada, como podría ser, p. ej.: la pobre realidad alemana de mitad del siglo XIX.

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En segundo término, las "ilusiones" criticadas no se demarcaban desde el espacio científico (eran "ideologías precientíficas" sólo en parte, como p. ej.: en Smith, Dar-win o Wagner), sino desde el principio central organi-zador de toda su orientación teórica, o sea: la articula-ción de cualquier teoría, su objeto, métodos, procedi-mientos, técnicas e instrumentos, deben relacionarse con los fines propuestos en la misma teoría; objetivos que son consecuencias de sus propias formulaciones y princi-pios constitutivos. Puntos de partida y postulaciones que reconocen sus complejas determinaciones como exterio-res al relato científico mismo. Esto lo torna abierto, no coherente ni satis factible, sino dialéctico ("dialéctica cu-yos límites habrá que definir y que no suprime las dife-rencias reales" —nota bene, I.C.E.P.—) y ramificado.

Por otra parte, la calificación de "ideología precien-tífica", que señala un tipo de reflexión desde la ciencia, hace a la constitución de una teoría de las ideologías, asunto que no es la preocupación de Marx, sino el de una lectura de su obra y evaluación de sus propuestas.

En tercera instancia, si aceptamos que la conexión entre ciencia e ideología es de corte, ruptura, debemos pensar que esas separaciones dependen de ciertos puntos nucleares y se dan como secundarias, pues el concepto primario, fuerte, es el de ligazón y, sobre todo, la arti-culación entre teoría y práctica. Posteriormente, la refle-xión epistemológica nos podrá posibilitar, de juris, el tipo de continuidad que se deberá establecer en la diferencia ciencia-ideología.

Desde el ángulo del Materialismo Histórico, si re-chazamos los puntos mencionados, caeríamos en la insal-vable paradoja de una ciencia de la historia que es la guia de una ideología (por ser tal le caben todos los me-canismos legales: ilusión-alusión, reconocimiento-descono-cimiento, etc.) no ideológica, la cual internamente puede ser distinguida y comparada con otras. Creo que, por más que aseguremos esa ideología como la del proletariado o cualquier otra, no evitaría la paradoja apuntada, hacia la que nos deslizamos.

Retomando el espacio que abría el concepto de crítica

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en Marx, vemos que constituía un "análisis" y "deses-tructuración" de las ilusiones y fetiches que las situacio-nes históricas, los distintos hechos y discursos montaban en cada una de sus formaciones; estructurando a la vez, un "campo de lucha contra todo dogmatismo" (fuera el del señor Vogt, Schmidt, Lasalle, el de jóvenes hegelianos o el de la misma organización política que dirigía con Engels y otros). Así la crítica comporta, en su progra-mación, una garantía de corrección de la lectura (de com-plejos procesos coyunturales) y una reubicación de los "objetivos estratégicos" que vertebraban un movimiento orgánico y la teoría de su práctica.

Para que el momento previo pudiera darse, era pre-ciso cumplir, asimismo, con un "requisito de análisis" de las posturas anteriores, de las formas de evaluación y exposición que las caracterizaban, relacionándolas con sus campos de investigación y experimentación particulares.

Respecto a esta fase recordemos la minuciosa explo-ración que hace Marx cuando intenta descubrir los "pun-tos débiles" de la argumentación proudhoniana o ricar-diana (en Miseria de la filosofía y en Historia critica de las teorías de la plusvalía), sólo por indicar algunos ejem-plos significativos. Sin embargo, la crítica como empresa racional y estructurada no contempla ninguna vocación ideológica —empirista— de coherencia, sino que pretende establecer una cierta distancia a partir de la "ironía"; distancia que da las pautas del estilo escritural de Marx, certero, voluptuoso e inflexible, ya sea con los demás o consigo mismo.

Por lo tanto, la ironía introduce la crítica como un poder placentero, agresivo-vindicativo, destructivo-cons-tructivo, desmistificador-predictivo, en una palabra, co-mo una práctica contrapuntística que vive, juega y pros-pera debido al espectro de las complejas contradicciones, y las no menos cruzadas determinaciones, en que se en-cuentra apresada.

Si quisiéramos ampliar la puntuación de los caracte-res generales que posee el concepto de crítica en el Mate-rialismo Histórico, veríamos que los señalados apenas exponen algunos indicios que requieren ser pensados más

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a fondo. Sin embargo, el objetivo del texto no consiste en desarrollarlos ahora, sino en marcar los tres estratos, donde a mi entender, se resuelve toda la lectura crítica que el discurso marxista propicia.

Desde este nuevo espacio la crítica, además de ase-gurar un criterio de cientificidad entraña una práctica de relevamiento (de los distintos relatos ideológicos, vo-ces y acciones que intervienen en el campo histórico in-vestigado) y desmistificación en tres planos claves que son profundamente inconcientes. Así, el sentido crítico tenderá a disolver un Hociütamiento ideológico" (p. ej., a través de los protocolos de lectura que se establecen en el análisis del concepto de salario); una "inversión ideológica" (p. ej., en la indagación del fenómeno feti-chista) ; y, por último, a desenmascarar una objetiva "deformación ideológica" (p. ej., con el "engaño de par-tes", que aparece con la división entre la cuota de plus-valía y la cuota de ganancia).

La forma en que estos tres niveles se van constitu-yendo debe contemplarse, atentamente, partiendo de la concepción del "sistema productivo", donde aquellos se traban de una manera tan intrincada como sistemática, inundando las viejas creencias y gestando nuevos mitos sobre el cambio, el consumo, la posición y transposición que los individuos poseen, sospechan o fantasean tener en la estructura social, etcétera. Todos esos procesos y si-tuaciones requieren y justifican, por sí mismos, la prác-tica crítica y su función movilizadora, casi terapéutica.

Puntuaciones tentativas

Al enfatizar los rasgos (lo rasgado y lo que rasgan) de las posturas esbozadas hasta ahora y sus diferencias, se destacarían algunos que nos facilitan ciertas líneas de pensamiento.

En primer lugar la tarea crítica implica un análisis exhaustivo y un descubrimiento de los nexos determinan-tes que conforman los hechos, materiales, circunstancias, etc., que interesan a los distintos campos de trabajo. Por eso los fenómenos estudiados no pueden ser tomados tal

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cual se presentan. Esta pauta es importante porque en-traña tanto un ejercicio permanente de relevamiento, co-mo el reconocimiento del estado actual de las disciplinas-operaciones y "prestaciones sociales" contemporáneas.

En segundo término, se desenvuelve como una crítica ramificada que capta el desarrollo desigual, asincronias y constituciones distintivas —en rango e importancia— de aquello que critica. En éste sentido es una crítica forma-tiva que deconstruye y ese es su mecanismo típico, lo dado como manera de discriminar las relaciones íntimas de los planos analizados. La modalidad de tal decons-trucción es la de darse como una negación-afirmación de-terminadas. En base a ella, lo social adquiere, entonces, una forma específica de ser, como un "proceso relativo al nivel o formación social investigados". De ahí que su estructuración atraviese un triple registro: destructivo, constructivo (analítico) e históricamente especificado.

Si quisiéramos ilustrar lo anterior, podríamos consi-derar lo social en el discurso de un analizando o en la confección de un caso. En ninguna de las situaciones mencionadas nos hallaremos ante lo social o la sociedad a secas, ni tampoco, regularmente, con algunos de sus ca-racteres más significativos, sino apenas, con un trazo sin-gular cruzado con acontecimientos reales, deseos y fanta-sías. Con esto quiero enfatizar que lo social no se ofrece jamás con la claridad que desearíamos. A menudo toma los senderos más imprevistos e indirectos. Por tal motivo saber detectar sus modos requiere tanta sutileza y sen-sibilidad como la composición de una "figura mixta" o la reconstrucción de una etapa sepultada en la historia de un sujeto.

Una tercera modalidad es que tal labor crítica en-cierra una posición materialista, pues la concepción que posee de las formaciones y relaciones sociales está ba-sada en la materialidad de las mismas. Pero ese eje cen-tral no está pensado a partir de la categoría filosófica de materia, sino de las multiplicidades acéntricas que defi-nen las conexiones sociales en sus distintos registros.

Sobre esa línea se recorta la noción de realidad (vis-ta como una construcción objetiva), noción que tiende

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a dejar constancia y a superar las clásicas dicotomías cuerpo-alma, materia-espíritu, individuo-sociedad, contra-rios que anidan y alimentan las viejas elucubraciones teo-lógicas y positivistas. Correlativamente a lo que señalaba al hablar de negación-afirmación determinadas y la deli-mitación de lo social como opacidad cabe marcar aquí que se trata de la compleja noción de lo real, de infinitos mo-dos de existencia.

El cuarto núcleo comprende a la actividad crítica co-mo organizadora de una problemática. Desde este ángulo es necesaria e impostergable una valoración de la "cul-tura del disfraz", y el placentero ejercicio disolvente de los propios velos y encubrimientos, que se arrastran in-concientemente durante su práctica. Por eso nunca irrum. pe solo como "crítica d e . . . " (del arte, del psicoanálisis, etc.), sino como impulso y creación de áreas específicas (arte crítico, psicoanálisis crítico, etc.), posibilitadora de sus propias crisis, procesos internos de gestación y cre-cimiento.

En esta fase resulta obligado ubicar la clave que explica el valor de cualquier actividad crítica: es su ca-rácter de práctica transformadora, como "disposición efec-tiva" a producir situaciones especiales, ámbitos de bús-queda, problemas pertinentes, nuevas cifras de lectura, discursos imprevistos, etc., en una palabra su acto no re-cae sobre lo establecido, sino inaugura formas inéditas de pensamiento y acción. Esto la distingue de cualquier oferta indiscriminada de servicios o de una peregrina ubicación "gnoseologista".

Por otro lado una orientación crítica, así enfocada, elabora sus métodos, técnicas y procedimientos particula-res de análisis y codificación; elementos que no están da-dos a priori sino en vinculación a los campos y hechos tratados. De ese modo aparece como una continua inven-ción metódica e instrumental.

Una quinta consecuencia, desgajada de los rasgos anteriores, sería que las dimensiones críticas realizan to-das sus fases en una historia multiforme, vivida pero no regulada por los individuos concretos que la impulsan.

La historia, así entendida, no se confunde con una

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concepción sobre la misma (p. ej., el historicismo), ni con una actualidad aislada o con posiciones cronologistas (cuyo esquema de evolución preferido es la sucesión li-neal), teo y teleologistas, sino que sus formulaciones, evidencias y aperturas están ligadas a coyunturas y se-ries históricas particulares, aunque también, explicadas o aclaradas desde las constantes que intervienen en ellas.

Desde este punto de vista sería lícito pensar la cons-titución del sujeto social mediante una historia que lo va envolviendo hasta no pertenecerle, sin que por eso deje de estar incrustada , en sus gestos, en los restos de un lenguaje herido íntimamente o en las resistencias que esgrime cuando se alucina como individuo único e irre-petible.

Sin embargo, a pesar de todas las racionalizaciones, de los fantasmas deformados por el tiempo y las ilusio-nes mantenidas como fines, la historia arranca en el mis-mo momento en que puede pensarse la producción de un sujeto en condiciones y circunstancias establecidas y ja-más bajo la idea de un mito originario que simbolizaría redes familiares (padre, madre, hijo, abuelo, tío, etc.), sea cual fuere la instancia donde adquieran su verdadero sentido y no el carácter de una pseudoexplicación.

Por último, tal dinámica crítica supone una direc-ción antropológica y un sesgo moral, lo que le permite abrir interrogaciones sobre una concepción de los hom-bres, sus transformaciones y aspiraciones, las modalida-des de conciencia alcanzadas y el proyecto al que los des-tina su peculiar "situación en el mundo".

Las preguntas que se formulan desde esta proble-mática no se dirigen a el hombre, su esencia o naturaleza, sino a la definición de un sujeto concreto, concebido como "el conjunto de sus relaciones sociales, grupales, fami-liares e institucionales". Es en la conciencia de ello y en deber de revelarlo, que consiste la asunción moral, no siendo ésta otra cosa que la distancia y tensión entre los múltiples, complejos mecanismos del sujeto y lo que le impiden reconocer y asumir.

Si pretendiéramos enfocar el asunto de otra manera nos encontraríamos, inevitablemente, ante sistemas de

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análisis "blancos", lenguajes higiénicos, reducidos al nú-mero de sus combinaciones posibles. Por eso, podemos afirmar que, una crítica sin concepción de lo que es y debería ser el hombre es académica-, y un desarrollo crí-tico que no se reconozca una moral es oportunista.

Estas apreciaciones buscan provocar una serie de su-gerencias para abordar el espectro crítico, desde los pun-tos de partida y la casuística sugerida. Sobre tales bases podríamos comenzar a cuestionarnos más sistemática-mente por el tipo de hombre que engendra y proyecta una alternativa —plan de una aventura— crítica inédita.

Glosas sobre Freud

Refiriéndonos a la crítica como práctica transfor-madora, como agente de modificaciones significativas, como estructuradora de técnicas, artificios, procedimien-tos, a la vez que se figura como invención metódica ins-trumental, no debemos recordar más que un ejemplo so-bresaliente (entre los muchos que dispara la historia ma-terial de las ideas), el de la "Tramdeutung" de Freud, en el cual las fragmentaciones del significante, la recons-trucción de una cadena de sentido a partir de lo mani-fiesto, la recuperación de un suceso olvidado, etc., son uno de los tantos movimientos que ponen en marcha la sorprendente máquina inconciente.

Respecto al cambio radical que se introduce, en la ciencia y la cultura, con la problemática freudiana, de-searía agregar tres perspectivas que, junto a la anterior, en mi opinión, delinean las rutas críticas centrales que inaugura el psicoanálisis.

1. El axioma de la "imposibilidad de agotar los procesos inconcientes", tal como lo postula Freud, con? lleva al fracaso terminante de la "adaptación plena" a un sistema determinado, sean.cuales fueren sus forma-ciones sociales específicas.

En el esquema freudiano la autonomía de los pro-cesos inconcientes encierra la garantía de una actividad infinita, sin que exista la oportunidad de un finalismo

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a toiit. court. Pero esto no autoriza a introducir una in-fundada "asocialidad" en el devenir inconciente; todo ello, considerando el asunto más allá de las formas, con-servadoras o reaccionarias, profesionales e instituciona-les que le caben al desarrollo del movimiento psicoanalí-tico en la historia.

A lo previo se agrega que la concepción libidinal —en su pretendido ahistoricismo— arroja el siguiente saldo positivo10: si las pulsiones poseen una forma —no un contenido— transocial, podrán entonces, ser reprimidas en cualquier tipo de sociedad. Aún más, exagerando la hipótesis, se afirmaría que, una sociedad para existir, debe funcionalizar, necesariamente, una "represión bási-ca", distinguible de la "represión sobrante" que define una historicidad y un monto de agresión determinados11.

Por otra parte, el hecho de que la agresión pueda trascender condiciones específicas, fijadas de antemano, indica que las pulsiones se sitúan en un nivel de cierta libertad y que son capaces de producir transformaciones reales, es decir, no instintuales. Por esa causa deben ser reprimidas de diversos modos y en las distintas fases de su estructuración. Esto marca, in nuce, que el "proceso de adaptación" no se realiza directa ni mecánicamente. En verdad siempre se constituye de manera parcial. La idea de una adaptación total es el lugar de una leyenda antipsicoanalítica y de una imputación ideológica inge-nua que dejaría de lado, p. ej., la amplia gama de meca-nismos patológicos. En una palabra, para ser más es-trictos dentro de la preocupación freudiana sería correcto hablar de condiciones o rasgos de adaptación, conflicti-

M Consecuencia que desatiende, por ejemplo, un autor como E. Fromm cuando abandona la teoría freudiana de las pulsiones por "conservadora", desplazando el modus de la lectura psicoanalí-tica al de una "religación" humanística de corte místico y al de -una moral optimista.

U Aunque esta distinción asimilada totalmente a la represión, en el ámbito del inconciente, es limitada. Con ella sólo marcamos un nivel que puede ser estudiado con relativa especificidad en un social-histórico determinado. Y que siempre está definido por un proceso inconciente "más allá de la represión", es decir, desde la producción deseante misma que modaliza cualquier tipo de repre-sión.

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vos y tensionales, que portan los sujetos, pero jamás de adaptación a secas, puesto que ella se ubicaría en el lu-gar del síntoma, nunca en el de su resolución.

2. Es preciso contextuar el "deseo de muerte" en Freud (modificando su defensa acrítica por Lacan y la crítica defensiva de Reich), en un doble aspecto: como resistencia a la idea de un Traumarbeit concebido bajo la figura de una actividad sin entropía; y, simultánea-mente, como oposición a las teorías vitalistas, moralizan-tes y filantrópicas del aparato psíquico.

El deseo de muerte, además de sustentar ese "cuer-po lleno sin órganos" (Deleuze), contra una serie de su-puestos aceptados, se conforma como una historicidad de-terminada sobre la que se apoya, a posteriori, la validez de una teoría transfísica y clínicamente objetivable en el •complejo de castración.

3. La problemática freudiana de la cura, antes de enrolársela en la gastada polémica salud-enfermedad o en la inefable "toma de conciencia de las determinacio-nes inconcientes", debería estar vinculada con la "direc-ción" y "aproximación tentativa" que buscaba Freud en cuanto al logro de un sujeto más autónomo, que creara sus propias pautas de inserción en la vida cotidiana y representara una opción crítica activa.

Para finalizar querría hacer una acotación. En elaboraciones posteriores dedicadas a los proble-

mas señalados sería necesario valorar, adecuadamente, la transformación profunda que propició la interpretación freudiana de lo que parecía una "vana espuma"; así como la que desencadena Nietzsche y el Materialismo Histó-rico en relación a las concepciones tradicionales. Con es-tas vertientes cambia, irreversiblemente, el enfoque de la producción dé subjetividades, del procesamiento sub-jetivo de los valores, de la concepción del psiquismo, del acto analizante y del "porvenir de una ilusión" que re-chaza cualquier intento de clausura.

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VIOLENCIA Y TRANSFORMACION. Laberintos grupales e institucionales en lo social-histórico

por JUAN CARLOS DE BRASI

Si Kafka hubiera nacido en la Argentina, sería un costumbrista.

Alguien

"Lo que se reivindica y sirve de objetivo es la vi-da...La vida, mucho más que el derecho, es lo que ahora está en juego en las luchas políticas, incluso si éstas se formulan a través de las afir-maciones de derecho. El derecho a la vida, al cuerpo, a la salud, a la felicidad, a la satisfac-ción de las necesidades..., ese derecho tan incom-prensible para el sistema jurídico clásico".

Michel Foucault

"Todo parece obvio. Si parece obvio, no lo es. Su obvio, en cambio, es lo que parece: una coartada para la resigna-ción".

Jeancha Sibrade

"Violencia y transformación" es un texto que se acopla tenazmente con "Apreciaciones sobre la violencia simbóli-ca, la identidad y el poder"1. En éste indagaba la violencia en algunas constelaciones de las prácticas significantes, así como ciertas formas de su credibilidad e institucionali-zación. En la actualidad intento situarla en oposición a

1 Publicado en "Lo Grupal 3"

Tia
Cuadro de texto
Lo Grupal 7. Ediciones Búsqueda (1989)
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otro fenómeno, a través de los laberintos congelados e insti-tuyentes de los más ocurrentes dibujos sociales.

Como un Alud

Estamos viviendo tiempos en que "hasta los perros son desgraciados", como diría Paul Eluard.

Creímos sacar el monstruo por la ventana, pero se había instalado en el lugar central de la casa, una casa, semi-hos-picial, cuyo "orden" existía sólo en el tono persuasivo de una voz y en las "órdenes" atronadoras de las "voces de mando". Mientras tanto la realidad visitaba los andurria-les de la miseria, a los niños escupidos por las mesas de di-nero, las escuelas de cara al firmamento, a los hogares fati-gados. Y la gente sufría las retorcidas volteretas de la sobre-vivencia y los grandes caudales reducidos a pocos bienes-tares, la "especulación" con la que Hegel (o filósofo algu-no) jamás pudo soñar, el "cholulismo", la ostentación del mandato como fin en si por representantes "de derecho" (y derecha). Y contemplaba atónita el "carnaval genocida", el traslado obsceno de la "acción comiteril" a la "gestión institucional", con el alto costo negativo que eso implica pa-ra los 'verdaderos generadores de recursos, las ocurrencias lastimosas confundidas con el "pragmatismo", la sordera con una estricta voluntad de (des) información y la indife-rencia con el estilo de funcionamiento. Y padece hasta hoy las modalidades y tipos subjetivos —casi intactos— que se produjeron durante la dictadura militar, y la vigencia de los mismos en los espacios públicos e institucionales con su mentalidad de saqueo, arbitrariedad y feudalidad. Etcéte-ra. Todo ello actualiza la reflexión sobre violencia y trans-formación, sus deslizamientos, tramados, hibridaciones y discriminaciones necesarias para evitar que el escepticis-mo sea el arma de dominación más eficaz. O algo peor aún, que, de manera indeseable, la vida se convierta en des-tino.

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Convergencia

Una mirada que intente abordar estos fugaces y perma-nentes fenómenos, en sus múltiples constelaciones (institu-cionales, grupales, interpersonales, etc.) exige ubicar, en primera instancia, su "matriz" generadora, las conexio-nes privilegiadas que mantiene con procesos de cambio, sus dimensiones imaginarias y sus repercusiones mitoló-gicas.

Coincidimos en este espacio, figura de un diálogo posi-ble, para hablar conjuntivamente de violencia y transfor-mación. Pero asimismo de aquello que constituye el "sopor-te" de cualquier variante autoritaria.

Ignoro si todo está debidamente acotado, si emergió una provocativa sugerencia o un título para reflexionar.

Seguramente podríamos jugar en infinitas especulacio-nes con los términos, sus estimologías y pregnancias^ No creo que este ajedrez nominalista sea muy serio. Y serio es lo opuesto de lo grave, carece de su peso y opacidad.

Ligazones inciertas

Quizás la relación propuesta aquí no sea tan prístina, ni tan segura la conexión causa-efecto que más de uno supon-dría.

Es probable que nos encontremos ante una forma enig-mática, que debe haber desesperado a más de un historia-dor, quitándole de paso el sueño a muchos psicólogos, soció-logos, politólogos y ciudadanos del mundo.

La conjunción desde sus inicios aparece como una rela-ción cifrada. La Y más que unir cifra, esperanzas, disyun-ciones, implicaciones, rechazos, posibilidades e imposibili-dades, exclusiones e inclusiones, lo deseable y lo legítimo, lo abominable y su exorcismo, o sea, las ramificaciones inagotables que una cifra encierra. Y más ésta que nos po-ne siempre en el camino de una historia vivida, trágica o grotescamente, en común.

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De ahí la necesidad de elaborar, descifrar y emitir un juicio que no deja impune ninguna proposición ni circuns-tancia vital. Sirvan esas metáforas, para marcar un sus-cinto espectro (disparador sin mayores fundamentaciones, para pensar en común) de !o que la relación condensa.

Interrogantes y Puntualizaciones

Dejo planteadas algunas interrogaciones y puntualiza-ciones. Ellas pueden servirnos para aludir a un intercam-bio todavía en reposo.

1- ¿La violencia, se equipara a la transformación so-cial?

A menudo un cierto imaginario compartido concibe a los procesos de transformación colectiva como producto-efecto de la violencia, mientras ésta es considerada motor de todo cambio estructural.

Si la equiparación es reductiva y unilateral, es decir, sin observar la complejidad del ámbito donde se actúa, se cae en una posición ingenua (mecanicista) que supone a la "acción directa" como clave de las metamorfosis posibles. Esos mecanismos pierden su carácter "mecánico" sólo cuando funcionan como un movimiento repetido de desgas-te, mediante contradicciones palpables (de explotación, ra-za, etc) y vienen encabalgadas en largas temporalidades históricas. Es el caso de la violencia que ejercen, justa y ne-cesariamente, las mayorías sojuzgadas de Sudáfrica. O también en un nivel distinto es la canalización de duras tensiones y bloqueos de intensidades durante un trabajo grupal; o la forma de suponer las "cristalizaciones" con que somete una institución esclerosada a sus componentes. Situaciones todas donde sólo los diversos modos del accio-nar directo producen las reversiones buscadas.

En cambio si lo esperado por el sistema en su globalidad y los distintos aparatos represivos, es la acción inmediata, responderá a ella con operaciones de mayor calibre para

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justificar una "cirujía" de todos aquellos elementos que ha-cen peligrar la elemental "seguridad nacional", el "carac-terístico estilo de vida local", las "tradiciones intocables" o cualquier otra entelequia. Desde esta perspectiva la violen-cia sin mediaciones juega para fortalecer lo que parecería desarticular.

2- ¿Es la violencia una elección excluyente? Como contracara de la anterior, innumerables orienta-

ciones perciben a la violencia como enemiga de las muta-ciones sociales, pues su ejercicio conduciría a la disolución misma de la sociedad.

Esta "butología negativa" de la violencia no resuelve el problema, ya que sólo lo plantea para anular su positivi-dad. Los estados anímicos que la caracterizan son "reacti-vos", la argumentación de base apunta a que "se destruiría la naturaleza humana misma, si algún tipo de violencia la justificara", y el corolario que la define es totalmente "re-accionario" ya que los cambios se darán de una u otra ma-nera en la historia, pero en una historia sin sujetos, distin-ta a la de las funciones y poderes que realmente la van cons-tituyendo.

3- ¿Es la violencia una operación inclusiva? En ella se estima la validez parcial de la violencia en la

metamorfosis de lo social. Pero tal violencia exige ser con-ceptualizada en términos de su dirección, propuestas, capa-cidad para revertir un estado de cosas, legitimidad, bloqueo en el uso de mecanismos existentes, única salida que dejan ciertos poderes, opresión absoluta de un estado clasista, de casta o de rasgos imperiales, etc., sobre el conjunto de la so-ciedad.

A estos esbozos siguen otras preguntas que no intentan agotar cuestiones cuyo listado sería lo suficientemente grande como para quitarnos el aliento. Sólo anoto algunas antes de delinear el asunto primordial. ¿Con qué noción de

' social, sociedad, estamos operando? ¿Cuál es la categoría de violencia que ponemos en juego? ¿Qué concepto de trans-

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formación aplicamos? Quedan abiertas a completamientos diversos, sin que ningún cierre sea probable.

La cascada de interrogantes que se precipitó, quizás pro-duzca, asimismo, las reacciones esperadas. La más conoci-da sería aferrarse a la seguridad de las definiciones. Sin embargo, ¿a qué definición de la definición (destino tautoló-gico de la misma) nos atendríamos?

Una nominal de sociedad por aquí; otra estipulativa de lo social por allá; o una contextual de violencia que nos per-mita interpretar de manera limitada el problema Obvia-mente nada de esto podría satisfacernos, pues donde una certidumbre se instala, un nuevo interrogante se ocupa de quitarle consistencia. Dejemos, entonces, la afinación de tales empresas para los sociólogos del conocimiento o sus partenaires empiristas, o quienes desmenucen "la socie-dad" —objeto mimado del siglo XIX—, y cuyas resonancias siguen vigentes en las preocupaciones actuales.

En el mismo "Soclus"

La noción "simple" que atraviesa este escrito se puede enunciar así: tanto la violencia rasa (y arrasante) como la violencia simbólica (que atraviesa las prácticas discursi-vas) son inmanentes y operantes en los diversos planos donde transcurrimos.

Es por ello que la idea de violencia y violencia simbóli-ca, van implicadas en la misma definición de "sociedad", o más precisamente de formación social, que estemos utili-zando. Si borramos una borraremos, en consecuencia, la otra; o de forma inconsistente, renunciaremos deliberada-mente a entender la composición -de las "realidades" que padecemos, sea en nombre de las "ficciones" íntimas o del velo que "un profundo deseo de paz" arroja sobre la historia como fábrica de infinitas desventuras.

Es decir, la crudeza de las situaciones vividas, las conce-

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siones habituales para sobrevivir, una angustia omnipre-sente por la falta de direcciones, la frustración permanente de casi cualquier proyecto, el acentuamiento de la domina-ción y la dependencia, y tantos otros fenómenos no ocasio-nales, pueden empujar a que el analista (interdependiente) en el dominio de la historia de las ideas, o el operador técni-co-profesional en un campo determinado, se convierta en odalisca; breve lapsus que nos transporta de occidente a oriente y a distintas formas de concebir la violencia, sus asociaciones pertinentes o sus delicados equilibrios.

Hendiduras

Anclemos para ponernos en movimiento. Las formacio-nes sociales en que vivimos están atravesadas por múlti-ples separaciones, asincronías, combinaciones y cambian-tes mixturas. Existen divisiones fundamentales que ope-ran en una constelación determinada de acontecimientos, tales constelaciones son las que aparecen, para quien las analiza, como niveles discriminados y diferenciados unos de otros. Pero los niveles no son más que simulacros de con-tinuidades perdidas, que reniegan del armado explicativo causa-efecto, o sobredeterminación con causa jerarquiza-da, o de cualquier causación unificada. Sin embargo no es la dispersión de aconteceres—garantía deseante en otra di-mensión— lo que importa establecer aquí, sino el hecho de que nuestras sociedades son paradigmas de cortes y desi-gualdades básicas, cuyas "suturas" son las vías regias pa-ra el esbozo de una teoría de las ilusiones. Son las mismas que alimentan ciertas formaciones grupales en sus redes metafóricas (el grupo análogo al "sueño" o captado como un "organismo viviente") y faníasmáíicas (el grupo como una "boca", un "pecho" o algo de ese registro). Pero más ilu-sionadas que nunca cuando tales formaciones son vividas

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y concebidas dentro de una "totalidad" unificada en sí mis-ma, denominada "grupo", siendo esta la ficción que la ma-yoría se traga al hablar de grupos estatuidos y precisamen-te respetados porque se les atribuye el saber de su propia constitución, es decir, de la eficaz promoción de sus fantasí-as consumadas. Lo que se busca, a partir de ahí, es que sus productos imaginarizados sean consumidos. Al "hecho con-sumado" se le alucina como contrapartida el "hecho consu-mido". El primero caracteriza el mecanismo clave de todo "poder de facto" (e infatuado). El segundo a los que "de fac-to" han sido arrojados de cualquier poder de decisión. Por eso la clave será tanto en un grupo, institución o coyuntura social-histórica reflexionar sobre las maneras en que los "hechos" —sean cuales fueren— deben ser "des-hechos" en el momento justo de su circulación e intentos de sacraliza-ción. El asunto reside en que el acontecer no se paralice en los glaciales de la creencia. Evoquemos un ejemplo inquie-tante y revelador por lo cercano. El conjunto de patéticos sol-dados amotinados en diciembre de 1988 en Buenos Aires surge como una "totalidad auténtica" que expresa un "fun-damento idéntico" (fundamentalismo), y cuya última e in-finita fuerza reside .en excluir cualquier rasgo diferencial. La verdad es, entonces, sólo aquella que pasa, como leit-mo-tiv, por la "boca" de algunos de sus integrantes reales o po-tenciales, adscriptos o simpatizantes, y desde ella se emite. Así los que no se pliegan a ese "espíritu de cuerpo" (donde aparece la condensación "orgánica" del grupo-secta iniciá-tica y de la institución-corpo-rativa) o sea: todos los demás, pueden, según la expresión de los carapintadas, "joderse por haber votado a los radicales", a los peronistas que "son peores", a los "liberales o comunistas" entre los cuales no hay distinción porque ambos "son ateos". Y la salvación so-cial general vendrá cuando ellos sean dirigidos por un "ti-po con huevos, que no sea chupamedias, ni manejados por un civil boludo que no sabe siquiera lo que es un FAL...". Pero ahí no termina el asunto. Toda la potencia del argu-mento reside en hacer de la exclusión un mecanismo sin fi-

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suras (como corresponde a una postura integralista). Ya quedaron fuera de concurso millones de votantes, los prin-cipales partidos políticos, el gobierno y sus funcionarios que no merecen el nombre de tales puesto que no funcio-nan. Enseguida le toca el tumo a los sectores que parecían estar alejados de la iracunda enumeración. Las "figuras eclesiásticas" y los medios de comunicación quedan bajo la "mira" de un fusil imaginario, "Estos curas siempre chupando el culo. A esos también hay que barrerlos" y el miedo de la gente no es causado por el alzamiento militar, sino "porque el periodismo la engaña" respecto de las ver-daderas intenciones que guian la asonada. Los otros, en es-ta falta de pensamiento, siempre son desconfiables o exter-minares, simplemente por ser diferentes y no extensión de uno mismo.

Sin embargo en el ejemplar de interlocución sin diálo-go 2 que acabo de señalar no se carece de estrategias, ni de una lógica específica. Las primeras anticipan en el lengua-je mismo las acciones de "choque" físico por venir (en espe-cial bajo la forma de "represalia" por no haberse compren-dido el mensaje "esencial"). Por eso los intercambios son escuetos, terminantes, y los puntos de vista están despoja-dos de todo intento de fiindamentación, pues responden a un "fundamento" que no requiere explicitación alguna. Se su-pone como tal, y como tal se impone. Ese es su único objeti-vo. Así las estrategias referidas son operaciones concretas de una lógica "soldada", donde el número de sus elementos y combinaciones está fijado de antemano. Lógica "solda-da" —y no sólo "cerrada" o "formal"— carne misma del "soldado mesiánico", sea del ejército o de cualquier otra M ti causa .

2 Cuya estructura es homóloga —y se puede probar— a la que encontra-mos en otros órdenes discursivos donde se estipula de modo inapelable: "esto es..." (grupal, individual, científico,etc.) o "aquello no es..." (idem). Los mecanismos responden a la lógica después mencionada.

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Concatenaciones

A las marcas previas se agrega la separación creciente del estado, sus instituciones y sus "representados".»

El representante es representativo, ante todo, de la propia obra que el poder ubica en la escena imaginaria de lo políti-co y sus concreciones. Espejo que se pone a sí mismo como modelo de lo que debe someterse a sus designios, si se quie-re confirmar la marcha del orden representativo y sus emblemas, la ley, la justicia, en fin, el estado de derecho. ¿De qué hecho?. Mala pregunta, ninguno aparece para vali-dar tales secuencias legislativas; se trata simplemente, de la concreción del poder central o periférico, y esto no es "he-cho en otra instancia", sino apropiación, arrebato, forcejeo, en una palabra: acto de dominación. La escisión clave no puede pensarse fuera de su contrapunto: la sumisión. Las relaciones productivas y reproductivas se continúan en las relaciones de fuerzas, en las tensiones que conservan las alianzas, en las líneas de acuerdos, siempre realizadas sobre los recuerdos de mantener las diferencias. Así es co-mo la desposesión y la desigualdad tqjante se tornan consti-tutivas, y la "obediencia debida" a los poderes instaurados conlleva el mandato explícito de la más realista obediencia de-vida.

Apuntábamos que en un orden de derecho, las relaciones de dominio, los ejercicios de subordinación, los modos visi-bles e invisibles de dependencia, se confunden con la vio-lencia como una de las tantas formas rutinarias que es pre-ciso incorporar para insertarse en la vida cotidiana.

El hábito de la coacción convierte a ésta en inobservable, la distribuye y redistribuye constantemente en lugares de

s La disgregación y la virulenta autonojnización que mantienen entre si las instituciones estatales, hablan de dos tendencias difícilmente rever-sibles en el corto y mediano plazo. Una, la hegemonía de los modelos priva-dos en el accionar del campo público. Otra, que este proceso de alienación institucional es deseado desde amplios sectores de la población e impulsa-do por cuadros tecnocráticos con amplio margen de manipulación.

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explotación directa e indirecta, en espacios de poder ostensi-bles o esbozados, haciendo que los sujetos miren hacia lo alto, desde donde vendrá el consentimiento o sanción de la ley, al tiempo que permanecerán ocultas las proveniencias, servicios y fines del aparato legal mismo.

Los avatares de la justicia argentina en este período de "retorno a la existencia" y reacomodación, evidencian las modalidades que señalo. Claros ejemplos son los bombar-deos de tecnicismos legales que sufre la población, en fun-ción de convencerla sobre alguna "presunta" y oscura situación. O ante negociaciones políticas que después se rotulan como "imperiosas para el país", su "crecimiento", su "pacificación", donde la interpretación de un determina-do operador o núcleo dirigente expresa la "necesidad objeti-va de la sociedad global". La cuestión es totalmente antide-mocrática. Cada interpretación del "representante" es el saber entero y lo que "más conviene al soberano". Ningu-na grieta permite distinguir la representación de la cosa misma. Así los aparatos de gobierno se alienan progresiva e irremediablemente de sus referentes.

Una muestra. El juez R. Basavilbaso, funcionario de la Cámara Especial Antisubversiva —El Camarón— es nom-brado en 1988 miembro de la Cámara Federal de la Capital. Según la tintorería curricular el suyo es un "expediente hi-giénico, meritorio y honesto". El designado es el legista "Delfín" de los jefes del Estado Mayor del Ejército y la Ar-mada.

Otra muestra inversa (perversa). En 1977 una adolescen-te de 17 años es baleada por la espalda y a quemarropa sin decir agua va agua viene— por el jefe de un "grupo de tare-as". Ella, Dagmar Hagelin. El, teniente Alfredo Astiz. Ella circulaba hilarante y apolítica por una provincial calle de ignominia, y fue confundida con otra (María Anto-nia Berger). El ensayó su cotidiano tiro al blanco y metió un sueño ensangrentado en el baúl de un taxi. Ella fue vis-ta por otros secuestrados "semiparalítica (el balazo pudo ha-ber tocado la médula) y atada con cadenas a una camilla".

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El tiene prescripta su causa, deambula angelical, espera su ascenso y funge como jefe de operaciones de un homónimo de su temple, un destructor, que lleva el nombre ( Heroí-na") con el que seguramente droga sus fantasmas, t,lia, de ella ignoramos su causa, aunque sí sabemos que la tiene sesgada antes de haberla podido ensayar. Y con ella se en-sañan dos veces. Ahora la justicia en un Supremo corte con-sigo misma caratula un expediente "Corte Suprema de Justicia contra Ragmar Erlan Hagelin", padre de aquella planetaria desesperación. Y con un rasgo de identificación genocida ordena "seguir adelante la ejecución contra Rag-mar Hagelin". Claro que se trata de embargarle sólo un televisor, equivalente a las "costas" del juicio. Extraño jui-cio, éste de la gente juiciosa, donde contra las personas ino-centes la justicia "sigue adelante" con sus ejecuciones.

Decía el viejo Nietzsche, "el desierto va creciendo. ¡Des-venturado el que alberga desiertos!". Y no es con los ojos vendados (símbolo de la justicia, pero también justo el sím-bolo del que no quiere ver) como vamos a dejar de habitar-los.

Una vida regida por el continente de los mandatos racio-nales y su observancia continua obviamente es más apeteci-ble y tolerable que cualquiera de las variantes autoritarias, ciegas y destructivas que imperaron durante las décadas superinfames que atravesaron varias naciones y en espe-cial la nuestra; pero ello no debe anular la capacidad criti-ca y la discordancia creativa, situadas más acá de las im-putaciones desligadas o los lemas estereotipados.

Entonces, pensar nuestras ramificadas formaciones so-ciales desde sus relaciones (de fuerzas) contradictorias, en lucha sostenida, estructurada de mil maneras desde esa evidencia que discrimina muchos polos, ocasionalmente condensada como "central" y que se organiza en distintos subsistemas de tensiones, significa que es imposible consi-derarlas desde sus armonías, compensaciones o equili-brios sea cual fuere el grado de perfección que las caracteri-cen.

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Figuraciones

Abordar desde otro ángulo nuestras formaciones socia-les daría el cuadro tentativo siguiente:

Como conjuntos divididos, ellas se mueven bajo la figu-ra de los antagonismos. Por lo tanto la violencia es la con-dición de sus peculiares tipos de funcionamiento.

Articuladas fallidamente como unidades parciales, jue-gan realmente en multiplicidades irreductibles. De ahí la necesidad permanente de conciliación, cuya instancia su-prema la representa el estado, aunque otras —por ejemplo, la Iglesia—, puedan tener una demanda eventual en la me-diación.

Como totalidades aspiradas se definen desde la vigen-cia de las dispersiones. Por eso la ilusión de sutura se con-jugará en tiempo pluscuamperfecto.

La conclusión relativa de nuestro andar previo es que las nuestras son sociedades para la violencia. La paz, las fusiones coyunturales, y demás amalgamas son intercam-bios, arreglos o concesiones normalizadas, no constituyen-tes, entre distintos estratos, sectores, grupos, u otras forma-ciones específicas.

Derivas

Algunas reflexiones nos permitirán ilustrar mejor la argumentación. El sistema de alianzas en nuestras socie-dades es mutable en casi cualquiera de los niveles que dese-emos analizarlo, sea en el político-institucional o en el pro-fesional. Aquí es aceptado —no sin resistencias— como tal. Sin embargo es rechazado de plano en el interior de nú-cleos "juramentados" (familias, sectas, equipos, etc.), don-de las alianzas toman la rocosa consistencia de los pactos de sangre, imago de la duración del vínculo per vitam. Las uniones ejercen un simulacro de "eternidad" porque no

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circulan por calles desconocidas, sino por el torrente san-guíneo mismo. Sin él la muerte sería una presencia senti-da. Cuanto más cerca esté el compromiso de sangre ("lo lle-va en la sangre", "está firmado con sangre"), mayor será la fascinación de vencer, y la terrible experiencia de ser vencido (pues el otro llevará su victoria "en la sangre" y és-te "sí tendrá sangre").

De modo idéntico al de las sociedades que creíamos en un "estadio inferior al desarrollo", las nuestras están cons-tituidas a partir de la violencia. Pero en las primeras el cambio imprevisto de ligas y acuerdos no es un mero cam-bio de frente, un olvido efectivo que posibilita el recomienzo de otro ciclo, sino que lleva a la extinción social y personal del grupo de referencia. Así se le demarca el límite en el que puede operar. Un nuevo funcionamiento requerirá una formación colectiva y un escenario distintos, donde se ensa-yen diferentes uniones y se postulen objetivos inéditos.

La semblanza muestra que la pugna precede a cualquier modalidad de alianza o juramentación que se ponga en cir-culación entre los miembros de una agrupación o entre cír-culos determinados. Inclusive ese nosotros al que arriban los pequeños grupos está desdoblado en el nos-otros que se manifiesta en una riña sorpresiva.

Tampoco escapan de esa trama los grupos "autónomos", o sea, los que están focalizados desde su "pura autoafirma-ción"; no sólo mantienen a los demás como sus diferentes y potenciales antagonistas en ausencia, sino que señalan un intermedio, un "idilio" entre su esperanza (auténtica y quizás merecida) de aislamiento y el retorno forzoso al es-pectro de las contradicciones que los constituyen. Habría que considerar, en trabajos posteriores, cuáles son capaces de transfigurar una cierta imagen de "destino" en potente creatividad. Ello denunciará el destino como una exten-sión quimérica e ilegítima del "principio de sujeción". Es innegable que el sujeto ha muerto, y que un sujeto se extin-gue, aunque también lo es que uno siempre dará que hacer y que pensar.

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Hacia complejas positividades

Volviendo ahora de los senderos por los que nos desliza-mos, afirmábamos que vivíamos en sociedades donde las dimensiones de la violencia eran constitutivas. Se compor-tan, entonces, como los requisitos básicos para que las mis-mas puedan subsistir. La violencia así considerada es do-minantemente conservadora, enemiga de la tan ansiada transformación social.

Antes de jugar con los espejitos y creer que bastaría opo-nerle a la violencia conservadora la revolucionaria para solucionar la cuestión, es necesario aclarar que eso incorpo-ra dos asuntos paralelos que complican el panorama, en vez de simplificarlo. En primer lugar, traemos cierta no-ción a un campo conceptual, donde no tiene sus condiciones de esclarecimiento, ya que ella parecería ser la "solución" al problema planteado; pero con la dificultad de que partici-pa de lo mismo (violencia) que intentamos despejar.

En segundo término la violencia revolucionaria es una respuesta posible, ya que funciona en el límite de una muta-ción; con el agregado de que se desconoce, en la enuncia-ción, su dirección, signo y sentido.

Aquí se trata de otra cosa, de pensar desde los bordes del concepto de violencia un proceso de transformación efec-tivo.

Las formaciones sociales en que estamos inmersos re-quieren ser cambiadas; lentamente la imagen aniquilada del otro debe ofrecernos algún trazo que indique su existen-cia; el balbuceo lanzado al azar debe prefigurar un interlo-cutor posible; la reconstrucción de la sociedad civil se torna un imperativo. Pero no se trata de ningún deber ser, sino de un poder hacer con los demás en un ámbito común y singu-lar a la vez. Retomar una tradición valiosa, rehacer cier-tas identidades colectivas, posibilitar condiciones de indi-viduación crecientes, impulsar potencialidades creativas recuperar mitos vitales, criticar imaginerías de muerte' anudar valores deshilvanados, combatir carencias esen-

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cíales, entronizar infinitos modos de solidaridad, impli-can una progresión que apunta a revertir, sin poder anular en el corto tiempo, la violencia fundamental.

La transformación adquiere así un sentido propio e indu-ce a enfocarla desde un análisis inmanente; cómo, por qué, en qué situaciones opera, orientada de qué modo, cómo dis-tinguirla de otras ideas y prácticas, y las cuestiones ético-veritativas que desencadena.

Además, con qué otra noción que la de la violencia se re-lacionaría, siendo esa unión más pertinente. Los mayéuti-cos ("la violencia es partera de la historia"), están condena-dos a la esterilidad; esterilidad mayor aún cuando se desli-zan hacia la ventrilocuía, y con gran pasión no hacen otra cosa que hablar de sus anhelos.

Por otro lado paz, no-violencia, etc., no parecen los con-ceptos más felices. Paz se define como ausencia de violen-cia. No-violencia se limita a hablar de la misma en térmi-nos privativos. Aspiraciones y desconocimientos sirven de garantía a retornos indeseados, y esto se da porque es lo mismo enseñoreado en el núcleo del sistema lo que insiste sin sosiego. Es preciso apartar las marcas negativas, no es como anti que algo ejerce su eficacia y un fenómeno aconte-ce. La transformación social es un acto positivo, abierto, él mismo objeto de innúmeras matamorfosis, inclusive de la panacea optimisma que convertiría en superficial la formu-lación.

Desde mi punto de vista, existe una cadena más cercana a lo que busco significar con los actos de transfiguración; ella se eslabona mediante una compleja práctica de consoli-dación de los vínculos socio-comunitarios, práctica pensa-da desde la realización de los agentes mismos que la lle-van a cabo; el fortalecimiento de las identificaciones varia-das con tales sujetos; la incorporación de las modificacio-nes operadas; la formación incesante de una conciencia in-terpersonal y social, y la construcción (no arquitectónica ni coactivo-legal) de nuevos valores práctico morales y ana-líticos que eviten cualquier reduccionismo. Esta "base" es

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el punto de referencia constante tanto de las operaciones grupales, como de su lábil fantasmática.

Desde estos punteos podrían arrojarse fluctuantes identi-dades, los siempre inquietantes sentimientos de patria, tie-rra, residencia, y los imprescindibles proyectos de nación. La trama que venimos desplegando no hace más qué volcar en su comienzo una reflexión a fondo sobre lo que es y entra-ñaría un proceso de participación y convivencia en estos tiempos.

Lo dominante de la secuencia está recorrido por la idea de solidaridad vista como condición de existencia de lo so-cial mismo. Todo voluntarismo de la acción comunitaria queda fuera de sus alcances, pues depende de situaciones históricas variables y no de constantes, sin las cuales la so-ciedad civil desaparece. Montadas sobre sus fragmentos brotan, entonces, caciquismos y autoritarismos difícilmen-te contenibles. Las acciones directas apuntan a pulverizar los macro y micro tejidos conjuntivos que se puedan armar como defensa contra los fantasmas operantes de la disolu-ción y la impotencia colectivas. En oposición a ese espectro, funciona la solidaridad mencionada. Correlativamente a su ejercicio van decreciendo las formas individuales de apropiación de los bienes y el espacio común, el hundimien-to de las ceremonias cotidianas o la coacción física, modos privilegiados de la violencia rápida, con sus mayores o me-nores grados de contundencia. Todos ellos, con sus conoci-das situaciones (atropellos, altercados, imputaciones, etc.)4 surgen unos de otros sin que podamos diferenciar origen y originado. Si un mediador aceptado como tal inda-gara, por ejemplo, sobre el origen de la disputa que se da en-tre un número cualquiera de personas no obtendría ningu-

4 Tales modos no por fugaces son menos efectivos. Sobre su persisten-cia se reproduce sin cesar, por ejemplo, ese prototipo de sujeto (soberbio en la medida de su ignorancia, infantüizado, oportunista, virulento, competi-tivo en abstracto, fraudulento, desmemoriado, etc.) que intentó meter a pre-sión, como "modelo" de argentino, el siniestro "Proceso de Reorganiza-ción Nacional".

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na contestación acerca del mismo, sino un relato de descar-go y de renovadas acusaciones. Por eso tales hechos están lejos de ser comprendidos cuando se los aborda como proble-mas, no requieren soluciones, exigen un corte, al que siem-pre precede, como forma de racionalidad, una interpreta-ción situacional.

La solidaridad vertebra la existencia de lo social, circu-lando por un recorrido que no tiene adentro ni afuera, se transforma en consolidación, movimiento inacabado que rechaza lo "felizmente consolidado", cuando ello reclama toda la energía disponible para su mantenimiento.

En ese momento las instituciones deben ser modifica-das o declaradas obsoletas, pues succionan sus fines y fun-ciones para reciclar una insaciable iatrogenia.

Al respecto la muerte de una estudiante ocurrida en un colegio religioso porteño, emblema del recato y la educa-ción privada, constituye un paradigma de análisis del "de-seo de morir" de la misma institución, así como el atrave-samiento por todos los parámetros ideológicos que la dicta-dura militar deslizó en la sociedad, a costa de su eventual pulverización.

Una niña aparece muerta en la piscina del "Santa Unión de los Sagrados Corazones". Típica escena de nove-la policial "negra". Interviene un juez de triste pasado cer-cano que dictamina: accidente. Las autoridades del colegio en conveniente ecolalia dicen lo mismo. El caso, desde las operaciones legales y del mencionado establecimiento, pa-rece concluir, pero desde lo social recién se abre y comien-za. El fiscal de cámara determina otra cosa. Quince diputa-dos solicitan una revisión de la causa y de la conducta del juez interviniente. Diversos actores (alumnas, padres, pro-fesores) concurren a la oficina del fiscal para declarar es-pontáneamente sobre pormenores del caso.

Finalmente el Ministerio de Educación decide investi-gar el colegio en todas sus instancias, barajando la posibili-dad de su cierre o desaparición. A la "sequía" de informa-ción por parte de los "sagrados corazones", le sigue una

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lluvia" de variadas amenazas (a la madre, a periodistas, a la comunidad) contra aquellos que se atreven a transgre-dir el "sagrado" legado de la impunidad. Y con éste térmi-no nos metemos en los tres items que signan el destino mor-tuorio de un "organismo perfecto".

Primero. Las explicaciones son rápidamente sustitui-das por las sospechas, acusaciones, atribuciones personales (sexualidad de la niña) y al núcleo familiar ("principal responsable de la conducta privada de nuestros hijos"). Ob-viamente la paradoja (lo que ocurre en el colegio no es asun-to del colegio, sino responsabilidad de...), tiene un sentido, el loco sentido que late en el "corazón" de sus reglas de jue-go. Hace sospechar de aquello insospechable (la niñez). Ataca lo que debería defender (la familia). Dice a sus cre-yentes patrocinadores que no crean en ninguno de esos "pi-lares" de sustentación social, esgrimidos como "eternos" por la propia congregación.

Pero las alternancias previas no son "dobles mensa-jes", sino mandatos autoritarios (como los objetos de dog-ma), supuestos de los mismos mensajes.

Segundo. Se lateraliza por desdén (mediante complicida-des y arreglos de facto que asegurarían la partida) el trasto-camiento de la presunción (accidente) en hecho real (asesi-nato de la menor). A su vez la "humildad" de la vida reli-giosa se convierte en despreciativa soberbia de los poderes civiles. Como si un "carapintada" más habitara bajo las ce-ráficas máscaras.

Tercero. La negación del crimen es, simultáneamente, renegación de la justicia, y repudiación de una prueba ("no hubo ningún delito") insoslayable.

La impunidad es ahora carne de un estado conventual: nada debe alterar la paz divina del vicariato. Y si algo pa-sa, como es pasajero, entonces no sucedió.

Un leve intercambio consonántico real y el vicario pue-de volverse sicario. Y a la "lógica soldada" le corresponde-rá una "lógica de clausura". El método de razonamiento es similar: si "desapareció" un sujeto civil o fue "asesinada"

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una estudiante, por algo será, se trate de subversión, hosti-gamiento, distinta ideología, seducción, exceso sexual o mirada indiscreta. Extraños paralelos institucionales, donde la muerte reina como "valentía sin límites" o "amor al supremo", y por lo tanto infinito desprecio hacia los bienes terrenales (el Colegio es un castillo alzado en medio de varias manzanas), y aún más hacia las repudia-bles perturbaciones sociales. ¿Muerte de las instituciones?. Probablemente. ¿Establecimientos de la muerte?. Segura-mente.

Vemos, entonces, que la consolidación no es un dato de lo instituido, sino una lucha instituyente. Así la noción de lucha por la consolidación determina, limita y reviste a la de la violencia, reduciéndola a uno de los elementos plura-les que juegan en los procesos globales de cambio.

Por un lado le da su sentido dominante (legítima, ilegíti-ma, orgánica, inorgánica, etc.); por otro su orientación (revolucionaria o burguesa, de derecha o izquierda, racio-nal o irracional, etc.).

De manera análoga el bregar por la consolidación puede tener, según el período, como uno de sus oponentes principa-les las formas de violencia más características y acep-tadas, sean implementadas desde "arriba" o ejercidas des-de "abtgo".

En este registro, la puja instituyente se une con la liber-tad potencial que el sujeto va desarrollando aquí y ahora, a través del ser-con-otro en la consolidación efectiva.

Esto nos lleva a plantear, más allá de cualquier posición política (sus máximos exponentes, los partidos políticos, siempre indican una escisión, están partidos, separados de los demás, ellos también son el síntoma de la división omnipresente que mencionaba al comienzo del trabajo), la relación entre libertad y verdad, a la vez que debemos rede-finir en profundidad la función de la utopía, ese realizar-realizando (e irrealizando) los diferentes logros históricos —y cuestionar si son tales—, mediante una cambiante lu-cha por consolidar el espacio social donde se actúa. Un

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ejemplo de esto lo da cierto periodismo combativo, la convo-catoria a armar núcleos de resistencia civil no violenta frente a la impostura de las bayonetas caladas, las radios li-bres o comunitarias que difunden los acontecimientos dia-rios de una localidad, con el fin de orientar a sus habitan-tes, o las formas de organización fugaces e inéditas para subsistir, donde se aprovechan los mínimos recursos y los saberes tradicionales que circulan por esos pueblos, zonas periféricas o espacios barriales, y el saludable llamado a la transgresión de leyes inoperantes por algunos funciona-rios que han decidido revertir desde sus puestos un Estado que, en los devaneos de muchos "expertos", se había torna-do una extensión caprichosa de sus "estados de ánimo".

Así podremos pensar una articulación novedosa entre moral, utopía y libertad, concebida ésta última como poten-cia infinita frente al poder como ejercicio de la división, do-minación y captura fetichista de representación, es decir, como progresiva autonomización de los representados y sus realizaciones.

Potenciación y singularización del sujeto humano entra-ñan, asimismo, la desmistificación creciente de las maqui-narias terroristas y cómplices montadas como "guardia-nas" del estado, la fe o los destinos patrióticos, que confor-man un verdadero y actual ser-para-la-aniquilación, si-niestramente reactualizado en cada instante.

. Buenos Aires, 5 de Enero de 1989

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SOBRE EL SENTIDO EN LA PSICOSIS

JUAN CARLOS D E BRASI

Estas son las palabras de clausura*, justo en lo que abren, del "Primer Congreso Internacional de Psicoanálisis y Psico-sis", realizado por "Grupo Cero, Madrid?, y declarado de interés sanitario por el Ayuntamiento de esa ciudad española.

En la alocución mencionada pueden observarse los destellos de lo grupal, esta vez considerado desde el espectro de su diso-lución. Sus esquirlas juegan en los sentidos que atraviesan los procesos psicóticos. Está en nosotros acceder a sus estelares "composiciones", sin querer atraparlas—misión imposible—en categorizaciones o clasificaciones que serían las metáforas de sus parálisis, nunca de sus viajes por universos inéditos.

C O M I E N Z O

Esto no es una ponencia, es simplemente la alocución de al-gunos ejes centrales que fui detectando en las ponencias, que parecen rondar el pensamiento del grupo respecto a la proble-mática de la psicosis y en general respecto a la locura.

Como les decía es una alocución. Voy a tratar de poner de re-lieve los niveles de redundancia* que he visto en las distintas

* Basadas en las ponencias presentadas, y en relación a los juegos de sen-tido y los acoplamientos colectivos (no sólo de personas, sino de Comías espe-cíficas de afectación de distintos conjuntos) en las psicosis.

* Entiendo por "niveles de redundancia* la capacidad inutilizada de un có-digo cualquiera.

Tia
Cuadro de texto
Lo Grupal 8. Ediciones Búsqueda (1990)
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ponencias. Estos niveles de redundancia son importantes en las comunicaciones que se han dado, porque dan la perspectiva del horizonte que se maneja respecto a la articulación planteada en este Congreso. Sabemos que la redundancia tiene un papel cla-ve en la comunicación, si no ésta deja de existir. En caso de ha-ber una proliferación sin recurrenciay sin una cierta síntesis no hay comunicación.

No sé si ustedes recuerdan que Nietzsche decía: he gritado por ahí que dios ha muerto. Me han oído pero no me han escu-chado. La escucha necesita de la redundancia por eso, él no de-ja de repetir en sus textos dicho aforismo. Esta noción de redun-dancia es capital. ¿Por qué?, porque en casi todas las ponencias, comunicaciones digamos genéricamente, los mensajes del gru-po, ciertos ejes, múltiples dimensiones abiertas desde distintas comunicaciones, son como las líneas de organización discursiva de los distintos relatos.

En primer lugar, voy a tomar algunos prototipos, cuando di-go prototipos ¿qué digo?... sin dar los nombres ustedes tendrán una resonancia de cada ponencia, van a ver de alguna manera que son ideas que redundan constantemente. Eso es lo impor-tante. Tomaremos esos hilos para ir desarrollando cada discur-so en lo que de él dura. Y esto tal vez plantea uno de los proble-mas más importantes de la clínica de la psicosis ya que todo hombre por más psicoanalista que sea, o que lo pretenda, que-da atrapado de una u otra manera en la promesa de la psicosis, que no es otra que la promesa de inmortalidad, que además transcurriría en plena libertad. Esto después lo tomaré en el tercer eje desde un nivel metafórico, cuando veamos qué signi-fica la conversión de la palabra en cosa, en el psicótico, o del len-guaje en cosa, promesa de inmortalidad que pone enjuego lo que podríamos llamar la línea de la temporalidad en la psicosis, y de qué manera ella juega.

"Para que el habla del psicótico pueda para dejar de ser psi-cótico separar la cosa de la palabra que nombra la cosa". Esta fusiónpalabra-cosa que modaliza casi siempre la relación en la psicosis, es clave porque va a poner en juego una serie de rela-

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ciones que después veremos cómo abordar. Esta es una peque-ña disgresión casi teórica. Se darán cuenta que lo que estoy ha-ciendo es marcar los niveles de redundancia, que son importan-tes para que haya pensamiento.

Si no hay pensamiento, existe lo que llamaría una polaridad no dialéctica. Habría ocurrencias. Para que haya pensamiento tiene que haber redundancias. Y ello es para mí un principio bá-sico. Tal disgresión era para decir que si el neurótico habita el lenguaje el psicótico es habitado por el lenguaje, poseído por el lenguaje. Esa luz que en lugar de iluminarlo lo ciega. Después trataremos de ir traduciendo en, más o menos, lo que nos con-voca aquí, qué son esos llamados ejes enunciativos.

Les reitero que no importan los nombres propios de las co-municaciones. Continúo. "Aparece en lo real y no con la condi-ción del aparecido, del fantasma sino como cosa, pura sustancia, colmo de un origen sin falta, sin objeto asesinado y perdido pa-ra buscar por lo tanto, sin encuentro deseable, sin orden".

Esto plantea lo que nosotros vamos a tratar en el primer as-pecto. Introduce el problema de la realidad en la psicosis, así co-mo lo anterior bordea el asunto del lenguaje, considerado como uno de los planos del problema de la cosa en la psicosis.

Aún no he entrado en los ejes, sólo estoy marcando algunas interacciones. En una ponencia se dice:"... una es la cadena del fantasma donde se simboliza al sujeto y la otra cadena que se entrelaza con ella y que es el signo del objeto a, o sea la causa por la cual el sujeto se identifica con su deseo, cuando falta la función de corte, sólo se produce un puro sujeto, como equiva-lente del objeto a". Ello va a trazar el segundo plano, que está muy reiterado en todas las ponencias. Lo tomo de una, pero lo podríamos hacer reverberar en muchas otras.

Los tres ejes que voy a hacer girar, son: ¿Qué es lo real? ¿Qué es el objeto? ¿Qué es la cosa? en la psicosis.

"lo real está en lo simbólico y no hay corte. Se crea una con-tinuidad entre lo simbólico y lo imaginario, la cadena en lugar

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de girar en torno al objeto a, siendo éste la causa por la cual él se identifica con su deseo, gira locamente en torno a sí mismo y el corte está en todas partes de ella, porque está incorporado a ella, a la vez no está en ninguna parte, porque dejó su lugar de borde, de puro corte, porque no tiene función." Ahí se estipula todo el problema de la funcionalidad en la psicosis. Lo reitera-do, como principio de pensamiento y no como repetición escritu-ral que eso es lo manifiesto, lo reiterado aparece en eso, en la no grieta, cómo juega la realidad, cómo juega la cosa, cómo juega el lenguaje. "En el caso del psicótico todo ocurre como si el su-jeto no fuera autor de sus juegos de palabras sino su objeto, es un invadido por el lenguaje que habla un idioma que no com-prende." ¡Lo que he leído es tanto! En relación a la entrada en la psicosis, al planteo general de la psicosis, a la transferencia en la psicosis, a la alucinación en la psicosis, es decir a los dis-tintos planos en que se va estructurando lo que podíamos lla-mar una serie de pensamiento.

Lo que yo deseo apuntar ahora, es que por la redundancia desaparece la arbitrariedad, es decir el régimen de la ocurren-cia, ya aquí no hay ocurrencias, hay un pensamiento discutible o no discutible, eso ya pertenece al ámbito del diálogo y del pó-lemos, de la polémica, está pautado, está vertebrado en estos ejes que he señalado.

Paso, entonces a los papeles secundarios. Qué podríamos de-cir respecto al orden de realidad que aparecería demarcado o signado por la psicosis. Toda la problemática de la psicosis le plantea al lenguaje una serie de entuertos bastante complejos, que pasan por lo que yo denominaría el sentido en la psicosis, el problema del sentido que no es a lo que estamos acostumbrados cuando usamos dicho término y que desarrollarlo in extenso nos llevaría mucho tiempo. Pero avancemos algo en el campo pro-posicional. Son cuatro las dimensiones de la proposición, de cualquier proposición que tomen (salvo la de los lenguajes ce-rrados que no nos interesan porque son lenguajes de extrema convencionalidad). En toda proposición van a tener una noción de designación. Si uno dice: afuera hace calor, habrá que salir

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y darse cuenta que designa un estado de cosas. Yuna dimensión expresiva si digo: afuera hace un calor horrible. Así estoy expre-sando un nivel de afectación en el sujeto {horrible). Otro dirá, no grato, etc. La articulación completa de esto en el lenguaje es lo que llamamos significación, son las relaciones articulatorias en las proposiciones. Y ello constituye el tercer nivel de las propo-siciones que utilizamos.

El sentido emerge de esas tres dimensiones e incorpora otra, el sentido implica lo que podríamos llamar, en el lenguaje, las acciones verbales.

Ustedes se van a reír si yo les digo: un "árbol verdea", un "verde verdea", o que un "árbol arbolea". Se dirá... éste parece un psicótico. No, sin embargo, cuando analizamos el lenguaje vemos que es muy importante decir que un "árbol arbolea" y no sólo que un "árbol es verde", o "duro", o "tiene mucho follaje", donde siempre estamos en el universo de las propiedades.

Además todo este régimen del verbo que expresa acciones, procesos muy complejos, aparece en una dimensión del sentido, siendo muy común en las repeticiones psicóticas. Digamos que en la psicosis habría un pequeño desafío hacia cómo incorporar el registro del lenguaje no previsto en las funciones normales y proposicionales que uno está acostumbrado a manejar. Y eso se liga con lo que podemos decir respecto al problema de la reali-dad en la psicosis. Es cierto que se trata de una realidad plena la del psicótico, siendo una realidad que realmente cuestiona to-do el "principio de realidad", no sólo el principio de realidad opuesto al del "placer" o "realidad de significación", sino toda la realidad en el sentido de una realidad convencional. Cuando di-go convencional quiero decir una realidad altamente estructu-rada, regulada e impositiva en la repetición de sus convencio-nes. Entonces lo que podíamos captar es que en el psicótico se da aquello que tradicionalmente se llamó: "proceso de desrea-lización efectiva" o "proceso de cosificación" o "reificación". In-discutiblemente hay todo un proceso de cosificación del lengua-je, de los gestos, de los tonos, tomando los distintos regímenes de conducta psicótica que uno podría analizar. Pero este proce-

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so de realización efectiva, ¿a costa de qué se logra? Digámoslo, de un proceso específico de desrealización, que después veremos cuando hablemos de la cosa, porque hay toda una desrealiza-ción realizante en el psicótico y ella es altamente efectiva. Eso es lo que deberíamos considerar en proceso de cosificación, sin escandalizarnos a priori.

Para que no nos perdamos. Estamos girando este primer eje ¿qué realidad es la que está enjuego en el psicótico? ¿cuál es su modalidad? ¿en qué estado se encuentra? Respondamos: reali-dad desrealizada-realizante, cosifícadora y aniquiladora. ¿Pero cuál es la realidad abatida en el psicótico? Está abatida la rea-lidad puntual, la realidad de designación, está caída la realidad como actualidad (actualitas). El psicótico no maneja la noción de actualidad (como puntuación espacializada). Cuando uno di-ce: "eso es real", está diciendo además que es actual, lo está de-signando como actual, porque uno no designa sólo en un espa-cio determinado, designa en un tiempo definido. Está laterali-zado, si ustedes quieren, el tiempo del indicativo. Todo el tiem-po indicativo de las flexiones verbales de las acciones del len-guaje y acciones que remiten a acciones concretas está exclui-do en el campo del psicótico.

Entonces la realidad como designación, como actualidad e inclusive la realidad como existencia, como forma de modali-zar la propia vida del sujeto, aparece abatida, todo el régimen que nosotros llamaríamos la actividad de la realidad conven-cional, o del constructo. La realidad como construcción desa-parece. Cuando ustedes mencionan una realidad determina-da se podría decir que larealidad está construida. Si ustedes me dicen que esa butaca es real, me están diciendo que es una construcción determinada. Si ustedes me dicen que esa pared es real, lo mismo, pero eso es la realidad construida, dateada. Le falta una temporalidad específica, le falta el quehacer es-pecífico, le faltan muchas cosas. Todo este régimen de realidad en el psicótico aparece anulado. He rastreado en Freud esa pérdida de realidad, tanto en la psicosis como en la neurosis, para elucidar este primer eje, acerca de la noción de realidad.

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Vamos despacito, son muchas ponencias, son muchas comuni-caciones y para sacar el hueso hay que dar alguna vuelta al apetecible durazno de cierto inefable terciopelo.

Freud diría que en la psicosis (así como en las neurosis) ha-bría dos momentos. En el primero se produce un alejamiento de la realidad (convención significativa). Y así se genera un desco-nocimiento, una desautorización, renegamiento (verleugnet) de la realidad mencionada, creándose una peculiar en lugar de... Un aspecto de esta nueva "realización" estriba en una "compensación" (Entschádigung) de la anterior renegada. Pero tal "compensación" proviene del Ello que instaura su potencia y dominio totalmente "anticonvencional", lo cual entraña una pura positividad de sus designios. Y para el psicótico los corre-dores pulsionales del Ello son sus exigencias más concretas, sus apremios más necesarios, sus necesidades más apremiantes, su "reale not" como dice Freud. Un absoluto fundante (que abarca el "Not" freudiano) que modaliza un modo radical de ser en el ser mismo de la psicosis.

El segundo momento de la psicosis introduce formaciones restituías a partir del Ello mismo. Así como en la neurosis se da una rectificación transaccional e imaginaria de niveles reales interiorizados, y en una estructuración intermedia —llamada por Freud amencia (confusión alucinatoria aguda)— se da un duro embate del Ello en función de reparar una pérdida de in-vestidura narcisista. En lapsi'cosis se trata de formaciones irra-diadas de restos verbales, gráficos, gestualesy de variadas com-posiciones que no poseen ninguna representación inconciente, como afirma en el trabajo de 1915, sobre "Lo inconsciente". Lo anterior nos plantea la imposibilidad de un acceso inmediato a la problemática de la psicosis y la necesidad de bordear eso que siempre aparece como pleno y lleno.

Yo estoy tomando sólo lo que es resaltante. Alguna de las po-nencias señala esto en el plano de la alucinación. Para Freud la alucinación estaría más bien en el retiro de investiduras a ni-vel preconciente-conciente, en lo que llamaría la amencia, esa confusión aguda alucinatoria. O sea que el campo de la alucina-

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ción en la psicosis plantearía el retiro de investidura a nivel pre-conciente-conciente, no tanto el retiro de investidura a nivel in-consciente, que es donde se produce esa caída del lenguaje y la representación; caída que es una relación de transformación, porque se transforma el lenguaje en cosa. Esto lo abordaremos en el tercer eje.

Freud dice: la psicosis desconoce, desautoriza, reniega, la fa-mosa verneinung (renegación), de la realidad convencional y crea una realidad nueva en lugar de... Es lo que Freud va a lla-mar realidad autoplástica del esquizofrénico, del psicótico. Una realidad vuelta sobre sí misma con retiro de toda investidura li-bidinal inconciente, un retiro de investidura y puesta en dimen-siones que uno no puede detectar inmediatamente. Pero les anuncio que esto lo trataremos en el tercer eje, cuando hable-mos de la cosa.

Considerando esto aparecería la imposibilidad de pensar, en el psicótico, cómo se trabaja la oposición y la diferencia a ni-vel de la constitución del sujeto psíquico y además queda el pro-blema de la grieta, la Spaltung o escisión.

Parecería que todo lo que se ofrece ahí es un mundo lleno, yo creo que es relleno, pero más bien lo acoplaría con otra caracte-rística; más que lleno creo que es un mundo ligado a estelarida-des, ¿saben qué quiere decir esto de estelaridades? Hay que de-sarrollarlo un poquito. Veamos entonces cómo aparece el obje-to en la psicosis ya que parecería que sobre la relación de obje-to se arma un determinado criterio de realidad normal, es de-cir, sobre la idea de que el objeto se construye o que el objeto es una construcción aparecería la noción de realidad manejada por nosotros. Parece que el objeto no juega con ninguna de las características en la psicosis con que juega para nosotros, uste-des saben que la relación de objeto —no la relación de objeto en el sentido kleiniano— se estructura para nosotros siempre liga-da a la mirada. A eso se refiere el famoso verbo latino objicio,po-nerse frente, enfrentarse a... y ustedes van a captar ese ob, en el régimen de observar, obsolencia, etc., siempre esa partícula ob

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para indicar estar frente, a la vez que comporta una preposición causal.

Por eso Lacan dice objeto a, causa de deseo, esa causa la sa-ca de la misma noción de objeto, objeto en el sentido de causa de, causa de algo o que causa algo y lo que causa el objeto siempre sabemos que es: objetividad.

De ahí la famosa dupla: subjetividad-objetividad*. Pero voy a decirles, para decepcionarlos, que la objetividad no precede ni determina la subjetividad. Eso es una falsedad idealista. False-dad idealista, ¿por qué?, porque si se trata de un constructo su determinación impondrá al mundo histórico real, es decir, so-cial-histórico, sus propias pautas conceptuales, donde dicho mundo será sobredeterminado y causado según el desarrollo de la representación y su superación por el concepto. Si determina, en términos muy sencillos, lo construido al constructor es por-que hubo un régimen de causalidad, que se le sobreagregó y es posterior.

Vale decir que la famosa noción de objetividad aparece como impuesta en el discurso filosófico-científico e ideológico a partir del siglo XVII y, sobre todo en el XIX, como determinante de la subjetividad. Pero para esto tiene que haberse confundido el su-jeto con la realidad,psicosis del discurso clásico, y tiene que con-fundirse el objeto con la objetividad. Sólo así la objetividad es determinante, pero hace más o menos tres o cuatro siglos que es determinante. No se equivoquen, antes no lo era del mismo mo-do. De los griegos para aquí nunca fue la objetividad determi-nante de nada porque es una construcción del sujeto humano, lo que hay que pensar en todo constructo, en toda construcción, en toda realidad es cómo se ha producido, en qué régimen de subjetividad, de producción histórica de la subjetividad. Si us-tedes toman para recordar la primera tesis de Marx sobre Feuerbach van a ver que él acusa de idealista, al que piensa que

* Respecto a este consagrado dualismo y sus múltiples consecuencias, se puede consultar mi libro, "Subjetividad, Grupalidad, Identificaciones". Ed. Búsqueda - Grupo Cero. Buenos Aires. 1990.

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la objetividad es determinante de la subjetividad, comprendi-da, claro está, como práctica productora. A nosotros que nos in-teresa el asunto desde el campo del psiquismo podemos llegar a esta afirmación taxativa: lo determinante de toda objetividad es la subjetividad, y lo que hay que pensar como causa de las subjetividades reinantes es el proceso de producción de sujetos a nivel social, histórico y en todos los regímenes que uno lo quie-ra investigar.

Volviendo al objeto, éste nos lleva a ver que el objeto en la psicosis, es un objeto distinto.

El proceso de constitución de la realidad en el psicótico es un proceso de cosificación, de objetivación generalizado. Lo que ha-ce el psicótico es generalizar un proceso de objetos y allí sinte-tiza todos sus sentidos. Entonces no se trata de nuestro objeto, del objeto causa de deseo. Por eso se puede afirmar que el deseó no juega, ni fluye ni determina nada en el psicótico. Por eso se puede decir que el objeto a, todo objeto a es pura parcialidad co-mo he leído en los otros relatos.

Este proceso de objetivación generalizado que juega en el psicótico hace que él se plantee una noción de objeto y de obje-tividad muy especial, o que no se la plantee, que la exhiba. Pe-ro está fuera de lo que nosotros podemos pensar como objeto, es-tá fuera de la noción de objeto observacional enfrentado a un su-jeto. En él ya se patentiza la idea de enfrentarse, que es lo que se enfrenta a un sujeto que lo percibe y lo capta por la mirada, la noción de objeto necesita en nosotros prioritariamente de la mirada, o como control o guía objetal, de la voz.

Pero de alguna manera está jugando este apoyo que podría decir significativo, cuasi orgánico, en la relación de objeto. El ob-jeto siempre se enfrenta, se enfrenta a una mirada, se enfren-ta a una conciencia, etc. Así el objeto como causa de la subjeti-vidad, el objeto como causa de deseo, también está fuera del ré-gimen del proceso de objetivación que sufre el psicótico. Por eso no mira, por eso es virtualmente incausado por el objeto y es muy difícil determinar objeto alguno. Más bien se trata de flu-jos y congelamientos no determinabas. La noción de objeto que-

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da abatida en la psicosis, y en su lugar aparece un proceso de ob-jetivación generalizado. Y él nos lleva a un tercer eje.

El primero era el problema de la realidad. El segundo el del objeto. El tercero interesa fundamentalmente. Se encuentra muy

reiterado en los relatos. Yo me hacía esta pregunta al respecto, ¿qué quiere decir que el lenguaje se convierte en cosa en la psi-cosis y qué consideraciones pone en juego tal transformación, esa conversión en cosa? Como diría un famoso filósofo parece que la cosa enla psicosis está con una pata en cada sustancia.

Ya vamos a ver que nosotros también manejamos otras no-ciones de cosa. El problema de la cosa lo podríamos ver un po-quito en distintos planos. En el lenguaje vemos que con el pro-blema de la cosa en el psicótico (siempre parto de los relatos) aparece un fenómeno de isología. ¿Qué es la isología? Fenóme-no lingüístico por el cual una palabra se pega a la cosa mencio-nada, donde el uso y la mención sufren un proceso de adheren-cia total, como una etiqueta a la botella, la palabra se pega a la cosa y es inescindible de ella misma. Este proceso isológico es importante, porque la isología en la lingüística se estudia fue-ra de los regímenes de representación. Es imposible represen-tarse la isología. Por un lado yo me puedo representar la etique-ta, por otro la botella, por otro la adherencia, pero no puedo sa-ber por qué la etiqueta tiene que ser botella, ese pegoteo de la palabra a la cosa que funciona en la psicosis, haciendo de la pa-labra una cosa más contundente que la cosa misma; y de la co-sa una pastosidad apalabrada.

Podemos decir que en el lenguaje juega un fenómeno isoló-gico y además una situación a-contextual. El psicótico es un su-jeto que enuncia aparentemente fuera del tiempo y del espacio. Pero ya vamos a ver que no.

Hay una pérdida de la realidad significativa del campo de enunciación, de la cotidianeidad, una extrañeza terminológica, una profusión de neologismos, todo esto aparece en la cadena del lenguaje del psicótico. Hay fenómenos donde también hay

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un despegue de la cotidianeidad constante, por ejemplo en las fiestas la realidad cotidiana es ladeada, en el juego, no sólo los juegos agonales (competitivos) sino en otro tipo de juegos se po-ne la cotidianeidad entre paréntesis, también son acontextua-les. Las fiestas, los juegos, aunque no tengan reglas, sabemos que también hay juegos sin reglas, los juegos existenciales no tienen reglas, son pura temporalidad. Los juegos de paleta, los juegos de competición, en cambio están regidos desde tempora-lidades estrictas. También ese fenómeno de acontextualidad que juega en el lenguaje del psicótico, aparecería signando otros fenómenos, pero con la diferencia que no pueden ser reducidos « l o que sí puede ser reducido, la situación descontextuada del psicótico, que lo quiera él o no, transcurre para el escucha en la cadena del lenguaje. Mientras que la fiesta y los juegos agona-les o existenciales, transcurren en un plano institucional, extra-discursivo y no sólo de carácter lingüístico.

Estamos viendo el problema de la cosa en el lenguaje. Exis-te un barrido de la polisemia, las relaciones de significación ca-si son de tipo cemental. Podríamos decir con una metáfora que, a veces, el psicótico es como un fascista. Al abatir la polisemia el fascismo realiza lo siguiente. Una a una las palabras sueldan la mención y la designación. Como me decían una vez: pero ca-ramba, usted no puede decir que una mesa es una mesa y listo. No, respondía yo, una mesa nunca es una mesa, es aquello a lo cual las relaciones complejas en que juega una mesa la destinan (mesa de billar, de operaciones, etc.). Eso es una mesa. Cuando se barre la polisemia aparece un fenómeno o de cristalización o si no hay psicosis de fascistización, además hay una caída del sujeto proposicional que está caído de la cadena significante. El psicótico aparece siempre mencionando a un tercero no simbo-lizado, ni personalizado, es como un tercero anodino. Acontece la caída del sujeto en el enunciado del psicótico, es como si fue-ra el hombre de la pura predicación, el hombre que en el hospi-cio ya no tendría atributos, como diría Musil, pero en la calle es un hombre pleno de atribuciones, quiero decir porque predica constantemente y aparece en la gestualidad del psicótico el uso

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de la predicación, simulacro del sermoneador o del hombre planetario. Posteriormente se da un surgimiento de imágenes lingüísticas, más allá del campo de la representación, del len-guaje estatuido. Esto ya lo había mencionado en relación al re-lato de referencia que traigo conmigo.

Todos los juegos transcurren en el lenguaje, todas estas de-rivaciones dentro del lenguaje, nos llevan a pensar que hay una modalización propia del lenguaje en la psicosis, que sería nece-sario recuperar mediante una forma de escucha. Este es un de-safío que creo que este Congreso se planteó y que trata de cap-tar desde la escucha analítica, trayéndolo o atrayéndolo hacia un campo del lenguaje donde él se desligue de una vez por todas de la cosa, en el sentido que voy a enunciar al final.

Hasta aquí lo relativo al lenguaje. ¿Pero qué pasa con la temporalidad en el psicótico? Si en la neurosis el neurótico se-ría el sujeto del futuro anterior, del ¿habré sido? inédito. El ¿ha-bré sido? es el verbo ficcional a escuchar del neurótico. Pero el psicótico es el sujeto del infinitivo. La flexión verbal no es posi-ble, no pasan los indicativos, no pasan los subjuntivos (los tiempos del deseo). El psicótico no pasa por las flexiones verba-les. Se queda en el infinitivo clavado, como pura virtualidad. No hay flexión verbal. ¿Por qué?, porque el infinitivo es la realiza-ción ya de todo el lenguaje. En el infinitivo ya están realizadas fácticamente todas las posibilidades de derivación del lengua-je.

El psicótico tiene una temporalidad infinitiva, no sólo infi-nita porque ahí hay que jugar la libertad, hay que jugar otras variables. Infinitiva es la temporalidad de un sujeto sujetado por la no flexión del proceso de verbalización, o sea la flexión verbal en él no juega, nohay tiempo indicativo ni hay tiempo del deseo, no juegan los indicativos ni los subjuntivos, que perma-necen desaparecidos de las flexiones verbales. Quedan tapados en el puro infinitivo. La realización del tiempo ya se da ahí. Si ustedes intuyen lo que es un infinitivo en el lenguaje, con todo lo que plantea el infinitivo, se van a dar cuenta que ya es la in-troducción de lo potencial infinito como realidad, el infinitivo es

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el infinito de todos los infinitos, en el lenguaje, en la tempora-lidad y en la cosa misma.

Pero, ¿qué es la cosa misma? Porque unos dicen la cosa y sue-na a abstracción, pero yo he tomado la conversión del lenguaje en cosa, planteando que sería esa cosa en y del psicótico. Real-mente cuando ustedes estiman cómo usamos nosotros la noción de cosa, verán que lo hacemos en términos despectivos, como en "esa cosa que está ahí", pero también en términos de otra carac-terística que está más cerca del psicótico, lo que yo llamaría la cosa E.T. del psicótico, la extraterrestre, también en esa cosa que vino y no es para tomársela a risa, por qué, porque la cosa no aparece como conjunto de propiedades. Cuando uno descri-be una cosa como dura, blanda, ácida, etc., uno define la cosa por sus propiedades. Pero esa no es la cosa del psicótico, él no pue-de señalar propiedades, no tiene un nivel de descripción desa-rrollado a fondo, puntualizado con precisión, no conoce las ins-tancias descriptivas del lenguaje y de la metodología para des-cribir algo. El nivel descriptivo está abolido en él, por eso la co-sa no es conjunto de propiedades en un psicótico, sino es lo que yo llamaría "la cosa misma,". ¿Qué es esa cosa misma? Digásmo-lo: la cosa artística apenas, la relación entre una materia y una forma, después en la forma aparecerá el estilo del realizador. Por otro lado tampoco el psicótico conoce la relación tradicional de la cosa, como nosotros la trabajamos en el pensamiento oc-cidental, como una relación entre una forma y un contenido. Uno va al cine y dice ¿cuál es el contenido de esta película? Ahí está trabajando la cosa en una relación de forma a contenido. Se dice el contenido no me interesó, pero la forma... de nuevo es-tá jugando la relación forma-contenido. La cosa en el psicótico tampoco se juega en relación de forma-contenido, por eso como dicen los relatos, pone en cuestión la ética. Pero qué ética, una de contenidos, lo que es justo, lo que es moral, lo que es permi-tido, no permitido. Esta ética es la que está puesta en problema. El no maneja la relación forma-contenido, juega en otro plano. Tampoco es la cosa como una relación de indeterminación. Lo que yo vería en la psicosis es algo así: La cosa tiene en el psicó-

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tico un sentido planetario, pero esto no tiene nada de metafísi-co, se trata de cómo está tejida en el lenguaje. En las invencio-nes la psicosis, siempre aparece determinada por imágenes pla-netarias, siempre aparece ligada a espacios estelares, no a es-pacios de la cotidianeidad, no a espacios ubicables.

Les leo parte de un material que traje, donde juega una di-mensión de esa cosa planetaria en la psicosis. Planetario tiene un sentido muy preciso, planetario quiere decir, fuera del cam-po del lenguaje como sistema de diferencias y oposiciones y fue-ra del campo de la representación. Y esto no es una mera ima-gen.

"Hoy tenemos luna llena, todo es alegría en el cosmos". Re-cuerden el dios de Schreber que Miguel Menassa decía que era un dios femenino. Todo esto emerge en el régimen de la inter-pretación, pero surge en esas dimensiones del cosmos en el len-guaje que anida en la psicosis, en esa cosa específica de la psi-cosis. Por eso la llamaba cosa en el sentido planetario. Con ello quiero decir que rompe con los espacios de representación astro-nómica. En la pura inmediatez rompe el campo del lenguaje, quiebra el orden de la representación, y al lenguaje como siste-ma de oposiciones y diferencias. A todo eso me refiero. Sigo le-yendo: "Hoy tenemos luna llena, todo es armonía en el cosmos, lo sacó de un bolsillo de su chaqueta y con el cigarrillo un mon-tón de papeles que cayeron al suelo, los cojo y se los di, con una amplia sonrisa me los enseñó y eran como planos llenos de puntos negros y líneas que se unían entre sí, a mí me parecie-ron figuras geométricas con nombres extraños, nombres de constelaciones". Siempre el espacio de la complicidad, espacio no representable, esto es lo que quiero marcar con este proble-ma, que el lenguaje huye del campo de la representación. Por eso decía que la cosa en el psicótico no es ni conjunto de propie-dades, ni relación materia-forma ni indeterminación, por qué, porque tiene una determinación en este sistema astral de len-guaje.

Sigo, "a mí me parecieron figuras geométricas, con nombres extraños y cifras, largas cifras que destacaban sobre el papel azul." Ojo, ninguno de los términos es anecdótico. Continuemos:

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"Se metió la mano en el bolsillo y sacó un trozo de papel metá-lico arrugado de color azul. Oye, los papeles azules con tantos puntos, nombres y cifras para qué te sirven. Si seguiremos ha-blando en Saturno, Júpiter o Venus yo no pienso quitarme la es-trella que tú me hiciste para ver a esa psicoanalista. Esta estre-lla tuya la podré guardar siempre, la que me regaló mi novio me duró muy poco".

Esto no es ni más ni menos que la entrada en la psicosis. Es interesante observar esa loca geometrización que surca los pa-peles de aquí para allá. Obviamente no es euclideana, ni post-euclideana, ni topológica. Es, si es algo, riemanniana. Se podría afirmar que hay rasgos de una espacialización delirante. Pero esto no dice nada. Pues a esto añade otro elemento de observa-ción concomitante: el papel azul, en el cual ese paciente diagra-ma los itinerarios estelares más ocurrentes, algo así como tra-zos que responden al recorrido de los flujos más puros. El azul como color e imagen es sustancial al "vuelo" psicótico, tal cual como opera en ese sujeto y en las propias inducciones cultura-les. Si cambiamos (en este caso permutación posible) la letra fi-nal de azul por r, tendremos azur. ¿Y qué es esto? Es la intro-ducción del infinito cósmico y las líneas que podrían diagramar-lo en uno u otro sentido. Ese azur es manejado en el azul mis-mo del papel. Ahora es la imagen del infinito planetario el que encuentra apoyo en el color de la hoja. Infinito e imagen se vuel-ven indiscernibles en la mostración del psicótico a su partenai-re. Y el lenguaje cósmico aparece como relaciones cifradas en-tre elementos alejados (las estrellas) de la simple mirada o el mudo entendimiento. Con el psicótico no se trata dQ entender o no entender, sino de saber que esa dupla no tiene sentido algu-no para él. Se maneja con la cosa en sentido planetario y con un ultracódigo, que como bien decía Foucault, no tiene metalen-guaje. Quizás sus caminos estén más del lado del universo po-ético que del abordaje psiquiátrico (no de su tratamiento nor-malizador). Se trataría, en realidad, de eso que la poesíaha an-ticipado. Ustedes sabrán que el azur en el campo romántico y en nosografías del siglo pasado es lo que nombra lo planetario y la

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psicosis, porque justamente aquellos que hablan del azur en la poesía romantica, por ejemplo, son los internados como psicóti-cos.

Pero la mención del nombre, como decía el Dr. Miguel Me-nassa, lleva al sujeto a la cosa misma. Nuevamente la isología donde el nombre se pega a la cosa. Recuerdan que el poeta riolderlin, sólo se enloquecía cuando le decían Hólderlin Se au-todenommaba Scardanelli. Tratemos de saber qué pasa en esa cosa planetaria, en la que un sujeto se brota con la mención de su apellido y sin hacerlo escriba un poema excelso después de 36 años de estar "guardado" en la buhardilla de su psicosis. Quie-ro decir que parecería que todo esto, estas entradas a esa espe-cie de ultracódigo del psicótico requieren una comprensión de la cosa en el psicótico que no tiene que ver con la cosa normaliza-da, ni con el objeto normalizado, ni la realidad normalizada que nosotros manejamos.

Esos serían los tres ejes que a mí me evocaron las ponencias. Por otro lado a dichos ejes se le agregan varias dimensiones, que están en todas las ponencias y los relatos que habría que ir in-dagando y expresan verdaderas líneas de investigación. Por ejemplo, en una ponencia realmente el aporte circula por pen-sar, junto con las psicosis una teoría de las ideologías. Ese es un sendero inicial de indagación y de exploración que sería preci-so desarrollar. Tales dimensiones sólo están señaladas en los textos. Más adelante habrá que desplegarlas»» extenso, apoyar-las casuísticamente y seguirlas cuantitativa y cualitativamen-te para sobrepasar el marco intuitivo que casi siempre guía las potentes consideraciones iniciales.

Otra rica sugerencia a explanar es el asunto de la transfe-rencia en la psicosis. Como se afirma taxativamente en una po-nencia: en la psicosis (a la inversa de la neurosis) la transferen-cia es siempre transferencia del analista. El largo estudio de un caso precede a la afirmación plena; afirmación que responde a los avatares de una práctica, y también al esbozo de una indi-cación para el tratamiento de la psicosis, tal como la alienta to-da una línea de búsqueda y reflexión. Simultáneamente se tra-ta de arrancar al psicoanalista de una confusión habitual, la de

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fundir el silencio (del analista) con el vacío en que pueda despe-ñarse el paciente, ya que, de ese modo, devolverá al psicótico a la cosa misma (en el sentido antes explicado), a su refugio ultra-codificadamente elaborado, pero también a su abismal condena padecida sin remedio.

Una nueva vía que veo apenas trazada, aunque con gran po-tencia, y juzgo un aporte considerable es la correlación entre la producción conceptual y la producción psicótica. Existe, y ello es comprobable, un extraño paralelismo entre algunas elaboracio-nes conceptuales innovadoras y la problemática general que plantéala psicosis. Ahí están para reflexionar los viajes de Can-tor a través de los números transfinitos, los de Wittgenstein a través de lo indecible que puede ser mostrado solamente en el lenguaje hasta el uso y servicio de las proposiciones, como su grado de mayor verificación y utilidad. O, en otro plano, la pre-cisión que exigía Artaud para la mención y el uso escénico del concepto de "crueldad".

Entonces, ¿qué pasa con todos los laberintos que vine seña-lando y han surcado las distintas ponencias?, ¿qué métodos, ins-trumentos, intervenciones y aconteceres serán los más idóneos para aventar los padecimientos (puesto que también de esto se trata de modo especial) del paciente circunstancial?, ¿qué guí-as se lanzarán para que el problema de la psicosis, sea el eter-no problema que el psicótico le plantea al pensamiento correc-tivo, del cual es la psicosis su más extremo desafío?, ¿qué discri-minaciones deberán hacerse para no confundir el psicótico-en-tidad hospicial, con el psicótico como una máquina de producir efectos inacabados, que atraviesan y modalizan las produccio-nes históricas perdurables? En una palabra: ¿qué debemos aprender y desaprender de esa relación ontológica radical que desde la psicosis se plantea al mundo en cuanto inmundo, y en cuanto mundo posible, virtualidad que insiste más allá de cual-quier intento de captura y clausura?

Montados en varios de estos interrogantes, sería bueno sa-ber si podemos coloquiar en algún sentido planetario. Esta es la propuesta que dejo puesta entre nos que siempre somos otros.

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j Margarita Baz - Nicolás Caparros — j

Juan Carlos De Brasi *Ange! Díaz Barriga Susana Evans - Ana María Fernández

Luis Herrera - Hernán Kesselman Carolina Pavlovsky - Eduardo Pavlovsky

Marcelo Percia - Osvaldo Saidón Reneé Smolovich

LO GRUPAL 9

00014995 K.01 L832I

Baz. Margarita; Caparros. Nicolás;

Lo grupa! 9

EDICIONES BUSQUEDA de AYLLU S.R.L.

B U E N O S A I R E S - A R G E N T I N A

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PROLOGO

Este es el noveno volumen de "Lo Grupal". Buena ocasión para señalar el motor que ha venido impulsando la serie. Su dia-grama es muy simple, y como todo lo simple enemigo de las sim-plezas, resultado de complejos procesos de gestación. Se trata de que "Lo Grupal" sirva para catapultar pensamientos y accio-nes que huyan tanto de los vanguardismos (¡ya se han ofrecido tantos!) como de la mera divulgación temática (ya se venden de-masiadas). ¿Entonces qué?, ¿una nueva promesa, una seduc-ción renovada o un antiguo simulacro? Nada de ello, sino sen-cillamente la capacidad de recuperar la capacidad de asombro, la de lo que en este asombro pueda indignar o no, ser pondera-do o repudiado bajo un talante crítico. Y, sobre todo, la disposi-ción —también ética— de clavar un interrogante en el corazón de una certeza incuestionable. Los caminos y los estilos ejerci-dos por los distintos colaboradores, hablan de tres dimensiones inalienables para nosotros: una sostenida pasión por la liber-tad, un consecuente respeto por las formas singulares de abor-daje de una problemática y la convicción de que las diferencias expresas son, a la larga, el mejor "banco de ideas", el único que da crédito sin exigir bienes ni garantías previas. Así los "Esta-res del coordinador", "Obscenos..." malestares, vividos "sin ma-quillaje" por la "Adolescencia..." del noventa, "Entre líneas..." y los problemas de "La formación en psicodrama psicoanalítico grupal"; la institución no tan saludable de la "Salud mental..." y el "Calculo subjetivo" en el habla-escucha grupal, conforman

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líneas sinuosas, plenas de cautivantes propuestas. A ellas se agrega una intervención —"Laberintos institucionales"— re-creada por la potencia de su propia implicación.

Más adelante los territorios se intentan delimitar con trazos duros, se alambran con modelos y una inconfesada actividad estructuralista. Los "Apuntes para una epistemología de los grupos, apuntan, ante todo, a generar desde un rigor clasifica-torio, el grupo como un objeto de estudio. Mientras otro escrito —"concepción operativa de grupo e investigación..." —mar-cando un contrapunto no buscado, estipula que para que la mencionada "Concepción" y la cuestión grupal misma tengan sentido, deben incluirse "en el contexto de las Ciencias Socia-les". O, dicho con otros términos, en el universo de una determi-nada episteme, cuya ubicación y descripción son bien precisas, sin "tintes vagorosos" ni indefinible por naturaleza. La riqueza de ambos textos mantiene abierta la "vía polémica" que propo-ne el primero de ellos.

Posteriormente las líneas vuelven a distenderse con el valor de afectación y reflexión que posee la memoria. Y, para termi-nar, desde el margen de saberes conjeturales, se trata de ir pen-sando algo sobre la "pulsión de saber", el cuerpo del actor" y sus sofocamientos racionalistas, los cuales no cesan de invadir asuntos fronterizos con el espacio grupal.

En esos "estares" y sus "laberintos" desearíamos hacer circular este volumen.

Juan Carlos De Brasi

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F1LOBANALISIS. SEXUALIDAD Y PODER SOBRE EL ESPEJO. Una introducción de la pulsión de saber, a través de dos metáforas disciplinadoras*

JUAN CARLOS D E BRASI

"Si el hombre no es un sueño congelado, entonces es el tiempo que dura una sonrisa"

Un esquimal

Estas aproximaciones dibuj an uno de los modos en que la se-xualidad-potestad atraviesa los diversos cuerpos existentes, sean físicos, teóricos, ideales, ficticios o metafísicos.

Es en ellos, y no sólo ni prioritariamente en la ostensible ge-nitalidad, donde se evidencian todos los signos que la acompa-ñan: represiones, perversiones, sublimaciones, evasiones y otros desgarramientos. Pero sus inclinaciones nunca son sim-ples marcas narcisistas ni fallas de un goce inaccesible por de-finición, sino complejos vínculos, complicidades y acuerdos con una determinada instancia de poder**; poder cuya realidad, en la mayoría de los casos, contradice su semántica. La historia

* Trabajo invitado a participar en el EH Congreso de Poesía y Psicoanáli-sis, organizado por Grupo Cero-Madrid y el Ayuntamiento de la misma ciudad. 4 al 9 de marzo de 1991. Desde su presentación el texto ha sufrido leves mo-dificaciones.

** Así se generan las condiciones para que gobierne el "secreto", la "chis-mografía", el "rumor", etc, formas elaboradas de violencia simbólica y control sobre los "honorables otros**. —----- —-:••-—-•--

Tia
Cuadro de texto
Lo Grupal 9. Ediicones Búsqueda (1991b)
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nos ilustra, copiosamente, sobre la nula potencia de ciertos po-deres.

Ahora algunas derivaciones. ¿Cómo se entiende el Filobanálisis en estos abordajes "in-

tempestivos", aunque no apresurados? Está concebido como una falta de disciplina o como lo que a

una disciplina —científica o no— le falta. La asociación de Fi-losofía y Psicoanálisis más que una conjunción entraña la sus-pensión de ambas como totalizaciones o territorios definidos. De esa forma se podrán recuperar significaciones adheridas a la piel de las metáforas, lo cual es una metáfora que habla de otras en el infinito juego del sentido. Esta propuesta es banal, ya que tiende a captar efectos superficiales, no tan profundos como los postulados por cierto psicoanálisis y menos sabios que los deseados por las filosofías de la certeza.

Sin embargo en este acercamiento hay cosas todavía no di-chas. La primera es la de haber situado al Filobanálisis en la frontera de dos disciplinas.

La intención era, desde el comienzo, evitar cualquier noción de orden, sistema o dominios semejantes, dejando surgir múl-tiples significados, actuales, para quienes los sepan interrogar y poner de manifiesto.

La segunda consiste en que el lenguaje debe adecuarse a las claves metafóricas tomadas como guías. Ellas semejan espejos, o sea, dimensiones que reflejan bajo distintos ángulos aquello a develar, desplazamiento incesante de la refracción a su más-cara, y de ésta a su hueco sonido.

De ahí resulta que sólo podemos captar algunos efectos, su-perficies —por eso lo banal—, donde los hombres van graban-do sus quimeras y proyectos. Con esto se afirma, también, que la humanidad no ha sido dada, sino que es un fundamento a conquistar en y para un tiempo histórico, tiempo que da senti-do, aunque no tenga ningún sentido.

Una finalidad común a las diferentes consideraciones sería la de bordear, cuestionar e impulsar las preguntas que yacen en ámbitos variados, las cuales han sido despejadas hasta ahora

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con la "media lengua" de la especialización. Nadie pretende, du-dar que, en tales ocupaciones, el hombre es visto como un ser es-pecial; pero lo olvidado en eslías es que sus enigmas hacen esta-llar cualquier especialidad.

La grieta de Eros. Primer Movimiento

Lo que se denomina Filosofía, en estos trazos, es pulsión de saber y saber de las pulsiones; de sus transformaciones entrete-jidas con las categorías, conceptos, intuiciones, formas, valores e investimientos. Permanece lejana de lo académico y sus auto-res. No quiere conocerse ni autoexplicarse. Así permanece dis-tanciada de sus "racionalizaciones" y el cebo de la autoconcien-cia, donde la ratio de su invención pasa por ser la racionalidad misma. Querer conocer algo nada revela acerca de lo qué se piensa y porqué se actúa con ese algo. Por ello el movimiento del mismo y su algo-ritmo, siguen siendo un cadencioso baile de dis-fraces.

La filosofía siempre deja constancia de sus tribulaciones en la certidumbre de las metáforas que, una y otra vez, se repiten, esbozando un eje de protagonistas, conceptos y posiciones por los senderos de una historia particular. En esa historia golpe-tea una voz sin eco, hormigueo sordo de procesos y estados, só-lo importantes para demostrar su prescindibilidad y exclusión inevitables. La cadera eros, cuerpo, affectus, sensibilidad, ale-gría, intempestividad, es suficiente mencionarla para aludir a su contraria, y es necesario referirla para eludirla; vaivén que, ante todo, es una máscara de quien lo enuncia y sus deseos. Así en las metáforas, deslizadas como definiciones, quedan regis-tradas las complejas ligazones de lo que ha sido reprimido en el mismo acto de su exposición. Aquí buscaré marcar, en dos típi-cos mecanismos de transformación, el climax de la sexualidad y el poder tal como los absorbió el sentido común filosófico. Cla-ro que esto modifica el punto de vista que, ahora, será el del reemplazo de Eros por Tanatos, en el tiempo suicida —pura su-cesión sin retorno— del relojero.

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La primera condensación apunta a la captura de la filosofía en su delimitación clásica de AMOR A LA SABIDURIA. El to-no platonizante de la sentencia expresa su ardid, en que el hom-bre aparece mediado por el orden de la representación, esboza-da como idea del "bien en sí", de la "contemplación de la belle-za absoluta", o de cualquier otra unidad trascendente1. Desde el comienzo esa envoltura de la representación implica una sus-tracción, una fisura que se tornará abisal e interior en el desa-rrollo histórico.

La delgada sombra que proyecta Eros sobre la sabiduría in-dica que un cierto impulso se ha ligado a una determinada per-cepción (idein) del mundo. Además, tal intuición se articula en un habla (logos) cuya modalidad es el intercambio (dia-logos) y en el cual todos los miembros de una comunidad (polis) están comprendidos. Así resulta que el azar, la transgresión del lími-te, lo irracional no se apresan, todavía, en el fantasma psiquiá-trico de la locura.

Delirar, soñar en el mito, escuchar un "esquizós", etc., todo ello es adecuado para entender un sentido que finca en diversos estados anímicos, y, sin los cuales no existe conocimiento apro-ximativo (episteme). El afecto, todavía, muerde cd concepto. Sin embargo falta señalar un punto que cierra el círculo imagina-rio de la Eros-Sofía. Cualquier conocimiento de un ente o sus re-laciones debe ser portador de un goce. Entonces la ecuación sa-biduría-goce se anuncia como posible y deseable. Pero esto es só-lo un destello, porque se "debe ser" (imperativo) portador (¿de qué, sino de una carga?) de un goce que, verdaderamente, es ca-rencia de saber. Ya el domesticado Sócrates platónico2 prepara-ba la resignación judeo-cristiana y ateo racionalista mercantil al definir el deseo de... como una "señal de privación", antago-nista imprescindible, enemigo de la poesía (no del verso); poe-sía que anida en la serie de la producción —ese es su significa-

1 La crónica sinuosa de la representación converge con toda su potencia en la obra de A. Schopenhauer, "El mundo como voluntad y representación".

3 Con esto indico que hay otro Sócrates, que dijo mucho y no escribió nada, ©mismo todavía está por descubrirse y pensarse en su verdadera dimensión.

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do originario— y el deleite de sus infinitos puntos de fuga. Es en esa dimensión donde se instaura junto con el saber in-

conciente. Y en la cual no se percibe todavía "lo que puede un cuerpo..." liberado de sus servidumbres y sus abrumadoras causas, fines, objetivos.

La grieta, entonces, con el gobierno de la razón y el límite, se vuelve un abismo donde habitarán definitivamente la razón y su hija idiota: la barbarie del dato.

Esto no significa un ataque a razón alguna, ni a sus prácti-cas consecuentes, sino a los desvarios que se ejercen en su nom-bre. Pues, como dice el poeta, "se va tan lejos en la idolatría" de esa divinidad que existe "una compulsión a denigrar como irra-cional todo pensamiento que rechaza la presunción de la razón en cuanto presunción no originaria".

Sofía en ei precipicio

Cuando una concepción impera hace ya tiempo que se ha ins-talado. La razón del mandato de la razón está más acá de sí mis-ma baj o un doble aspecto, por su constante y virtual apoyo en un mundo fantaseado y por su aspiración a medir. Y cuando lo cal-culable se torna incalculable, las técnicas de mensura revelan su esencia depredadora como aparatos de dominio y expansión. La medida, entonces, no da su propia medida porque el exceso estaba en el comienzo mismo. No sólo en ella se trataba de apro-piarse de un trozo de naturaleza sino a la necesidad de expre-sarlo en un índice único y totalitario que será, hasta Hegel, el signo mismo de lo natural. Así lo real se torna objeto de creen-cia. Es lo adorable y no ya lo que debería pensarse. La sabidu-ría (gnoseológica) se constituye como tal mediante un escamo-teo utilitario. Conviene conocer sin amor. Su emblema, el sabio, juega en un silogismo inversamente proporcional, pues como busca saber más, entonces, debe sentir menos. La mayor parte de las biografías sobre el "sabio precursor" son verdaderas ha-

un cogito, pero interruptus.

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Un personaje tal exhibe los frutos de sus tareas y desvelos fuera del arte y la invención. Como frutos del "sudor", el "sufri-miento", o la "disciplina" e incluye su figura en el séquito de las pasiones tristes, creyendo que lo perdurable nace de la culpa y el dolor. La tristeza desde el Renacimiento —no se sabe de qué— es la autoafirmación del "rigor" como única verdad de la espe-ranza ética y científica. Esa fue la presión sostenida con que el rigor —"mortis"—hundió la emergencia de una vida mejor. Vi-cía mejor en cuanto en el ya resplandecía su futuro. Y su reali-dad era subvertida, porque avanzaba desde él.

Las formas del razonar no sólo imponen un conjunto de pro-cedimientos, métodos, técnicas, instrumentos y acciones plas-mados por la inteligencia analítica, sino que, primeramente, re-quieren poder razonar frente a la impotencia de los que no pue-den y el razonamiento del poder. De este modo, a través de in-numerables cruces y deslizamientos, la filosofía cambia su cua-dro de alusiones y referencias. Antes se confundía, según cier-ta herencia, con la imagen del guía platónico que luchaba a ti-món partido en un mar agitado a infinito. Pero ese océano figu-rado, aún podía librarse, circulaba por los distintos canales del banquete, golpeaba sobre unlabio para derramarse en parte, en parte para incorporarse, es decir, todavía el pensamiento podía jugar placenteramente con la tragedia y el vino, la invocación y el bocado, la comida y todo ello sin dañar su potencia demostra-tiva.

Eros, Sofía y el bisbiseo del poder. Segundo Movimiento

Posteriormente, la filosofía abandona la navegación para dedicarse a hurgar en los palacios, rumorear en los pasillos, asistir a los cambios de guardia, al trueque cortesano. Sólo así, es posible la otra gran síntesis que la postula como REINA DE LAS CIENCIAS. Como tal gobierna agitando sus "esclavas", haciéndolas relampaguear y ordenando a su primer ministro un control disimulado que le asegure la eficacia y continuidad

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del servicio, sea regulando una ficticia "unidad de las ciencias" (Carnap) o roturando las "demarcaciones" y "vigilancias" epis-temológicas (Popper), como represión de los finitos infinitos desplegados en el tiempo. Decí^ Freud en un texto meridiano para otear la pulsión epistemofílica de su invención y supuesto de este escrito, "Muchas veces hemos oído sostener el reclamo de que una ciencia debe construirse sobre conceptos básicos cla-ros y definidos con precisión. En realidad, ninguna, ni aún la más exacta, empieza con tales definiciones", porque "el progre-so del conocimiento no tolera rigidez alguna, tampoco en las de-finiciones", salvo que se trate, deberíamos añadir, de una pa-sión ventrílocua, como aquella que impregna al empirismo lógi-co, y a su obsecuente formalismo axiomático.

Se ha vuelto una obsesión nada sublime reducir los saberes más dispares a la "claridad" y a la "precisión". Y se busca aún sin desmayo ponerlos bajo el látigo estéril del modus ponens o su inversa3 y es en ese momento cuando las ciencias son "esclá-vas" de su propia fe policial, del "reino" del revés.

Una reina es, por definición, concientemente parásita. Im-pedida de crear algo, gesta naderías. Su cetro es el aguijón que debe olvidar en alguna instancia de poder. Encargada de regu-laar el goce de los súbditos, no puede hacer otra cosa que sofo-carlo. Su poder se agota en el ejercicio del poder y por eso ya no puede nada. Simultáneamente reprime a costa de la muerte (Tanatos), porque reinar sobre, es un tapón a lo que de otra for-ma cuestionaría ese poder y brotaría como alternativa de vida.

FINALE, man non troppo

La filosofía como "Amor a la Sabiduría" parecía Eros, lanza-

®Es una figura de la lógica sentencia!, una "verdadlógica" por excelencia. Por ella puede afirmarse el consecuente de una proposición condicional si se afirma su antecedente. La inversa dice que puede negarse el antecedente de una proposición condicional si se niega su consecuente. Con esas "verdades" se pretende jugar a explicar y validar casi todos los saberes y sus diferencias ra-dicales.

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miento, fervor; como "Reina de las Ciencias" parodia a Tanatos, reposo, extinción deseante. En esa tensión se arma su historia, donde los opuestos son complementarios aferrados mutuamen-te. Hasta que consuma y destruya esa relación simétrica, per-versa, la filosofía no podrá superar su "parálisis por pendula-ción". En cuanto impulso a la sabiduría ha previsto, sabiamen-te, las formas de prohibírselo en las representaciones del mis-mo; sea el goce como noción o la vida como concepto.

En cuanto reina de las ciencias el poder se burla de ella, si-guiendo otro camino, el de una fantasía de gobierno, ya que las ciencias mandan a través de sus alianzas con el Estado y sus realizaciones técnicas. De tal modo la oscilación de la filosofía es su condena, pues se nutre en la ambigüedad de un goce del po-der que jamás podrá gozar.

La conclusión relativa es consecuencia del movimiento mis-mo de la filosofía y su devenir inconcientemente otra. Su osci-lación incesante la hace golpear entre dos mitos y sus aspectos metapsicológicos. Por un lado el de Orfeo, o la imposibilidad de retornar a su lábil origen erótico. Por otro el de Narciso, o su ais-lamiento (Tanatos) por autocontemplación. Así esa doble impo-sibilidad exige que el filosofo pierda, necesariamente, su iden-tidad profesional, para iniciar su tránsito "errando"por y en los demás campos del conocimiento.

Durante tantos años hemos buscado alentar sin pausa esa curativa indicación de nomadismo; fluyente guarida del incon-ciente, la poesía y el saber.

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Devenir de ia grupalidád y subjetividad en psicoanálisis El caso de "Ps ico log ía de las m a l a s "

'•si

Juan Carlos De Brasi "Lo cual quiere dpcir que no se puede hablar en cual-quier época de cualquier cosa; no es fácil decir algo nuevo; no basta con abrir los ojos, con prestar atención o adquirir conciencia, para que se iluminen al punto nuevos objetos, y que al ras de! suelo lancen su primer resplandor". '

(Michel Foucault)

Aper tura

Las líneas exploradas durante este escrito aluden a series en sí mismas problemáticas. Desde ellas se intentan poner de relieve algunos temas relegados a distintas formas de clausu-ras. ¿Es lícito volver a batir el parche sobre una dimensión psicoanalítica de la cual se habló, anecdóticamente, hasta el cansancio? La respuesta, si cabe, es afirmativa. La razón es sencilla: se trata de una obra canónica, y no de una "aplicación" doctrinaria, dogmática, de conceptos psicoanalíticos a diversos campos (instituciones, grupos, comunidades, etc.), comprendi-dos bajo la noción de grupalidad. Tomando las líneas de referencia, son claras tanto las ventajas como las desventajas de partir del universo canónico de un saber conjetural (misterio-de las paradojas) como lo es el del psicoanálisis.

Pero el asunto no termina aquí, y sin mención explícita, este trabajo arranca del franco desconocimiento de lo que sea un texto para el lector ocasional del mismo. Es decir, parte de la base que lo conocido por demasiado bien conocido se torna ignorado. Y, desde ese Impensado, se propone otros devenires, nuevas imprevisiones. Además en sus recorridos se discute,

Tia
Cuadro de texto
Lo Grupal 10. Ediciones Búsqueda (1993)
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sin nombrarlas, la función (posmoderna) del olvido; la del * diálogo en perspectiva con el pasado, perspectiva que se

despliega inconmensurablemente; y, por último, las improduc-tivas ideas de "obsolescencia" y "superación" de saberes dife-renciales. La primera porque fracasa estrepitosamente junto con la noción que le da origen, la de progreso. Mal podemos decir que se progresa en algún sentido, salvo en el de una "progresión", cuando todo el mundo actual reconoce que no hay fines hacia dónde ir, ni determinaciones de las cuales partir. Entonces si el progreso sólo existe como una categoría de ciertos pensamientos o como un sistema de omisión de realidades insoportables, percibimos que la misma noción de "obsolescencia" se vuelve obsoleta.

En lo que toca a la segunda, es sabido que la idea de "superación" más difundida y aceptada está ligada, en nuestra modernidad, a una chata vulgarización de la concepción hegeliana sobre el particular. Si a la misma la despojamos de los significados que implica, como "estar adelantado respecto de...", "ser mejor", "comportarse de modo más abarcativo", etc., diremos que "superar" es estar en mejores condiciones para "situar" las realizaciones prácticas de un pensamiento, sus contextos de referencia, las pasiones y formas de conocimiento —irrepetibles— en juego, nuestras propias huellas y aconteceres, así como los límites que padeció y que valoramos precisamen-te por ser limitados, históricamente acotados, inmanentes, alejados de toda trascendencia, como lo sería un ombligo divino.

Conectado a todo lo previo, diría, para evitar cualquier confusión involuntaria, que ni memoria unificadora, pasatista. Ni olvido desingularizante, efectista. Sino un recuerdo apropia-do, intenso, casi imperceptible. Aquí trataremos de ir recordan-do ese proceso que convierte en "obra abierta" a un "viejo" texto. O, para decirlo llanamente: buscaremos montar una pequeña máquina abrelatas; ejercer, con sus lábiles modalida-des, la pasión inconclusa de leer.

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In t roducc ión

Han transcurrido algo más de siete décadas desde la primera edición de "Psicología de las masas y análisis del yo", ese perdurable y aún provocativo texfo de Freud. Sigue acu-ciándonos como lo hace todo discurso inaugural y, en cierto modo, revulsivo. Ante cada lectura se abren interrogantes inéditos, cuyas respuestas desencadenan nuevas preguntas. Si pudiéramos atribuir una voluntad a aquél, sería la de no permitir cerrarse, ni sobre sí n^ismo, ni en acercamientos impresionistas, veloces desciframientos o interpretaciones con-vencionales. Con esto quiero decir que la problemática freudiana de la grupalidad (de ello se trata y no sólo de distintos conjuntos empíricos), implica desde sus comienzos otras que le están indisolublemente ligadas, como las de la complejidad, el movimiento y diseminación; tres rasgos que rasgan las convicciones apresuradas o las clausuras involuntarias, en las que el mismo psicoanálisis basa muchos de sus asertos.

Este escrito es el. núcleo de un trabajo más extenso sobre el tema, considerado desde ¡os valiosos sedimentos deposita-dos en la obra freudiana. Por tal razón las elucidaciones, de mayor amplitud, que exigirían muchas de mis afirmaciones, quedarán sólo como precisas indicaciones de los senderos a transitar, cuyas metas las va fijando cada viajero. Hecha la aclaración, desearía formular una conjetura que vertebra todas las aproximaciones, investigaciones y elaboraciones que vengo realizando sobre el particular. Es la siguiente: cuando se pierde de vista u omite la complejidad, el movimiento y la diseminación metapsicológicas, no se comprenden los aportes y limitaciones de la intervención psicoanalítica sobre la grupalidad y sus perspectivas histórico-sociales. Y, a mi entender, después de

1 En el trabajo original marco las diferentes lecturas que se han realizado — especialmente en nuestro país— sobre Psicología de tas masas. Por otro lado al tomar como método una teoría de la lectura, me aparto intencionalmente de cualquier técnica de objetivación aplicada al texto, documentos o materiales de que pueda tratarse.

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haber consultado una cantidad significativa de libros, artículos y apreciaciones acerca del asunto, la omisión señalada es moneda corriente1.

Durante la conjetura subrayé intervención psicoanalítica, porque eso es lo primero que dispara el ensayo de Freud en un campo de saberes y profesiones ya constituidas. Los innumerables volúmenes que se publican en su época, y con anterioridad, sobre ei problema de las masas® (lo cual dice que las masas eran un problema), ¡a comunidad, ia sociedad, los "públicos", creados por la aparición de los periódicos, etc., son las fronteras de! territorio en que se movían con pingües beneficios (recordemos que "Psicología de las multitudes" de G. Le Bon fue un bestseller en su momento) los psicólogos de las turbas. O sea, que el gesto inicial de Psicología de las masas es un acto, casi olvidado, de audacia. Se interna, a veces, con precarios elementos, en un continente de poderes arracimados e institucionalizados. Y lo hace mediante una ilusión estratégica: pretende atravesarlos para que la dimen-sión psicoanalítica sea asimilada, obteniendo por derecho la parcela que debería corresponderle. Desde varios sectores académicos y disciplinarios —teoría del estado, filosofía posi-tiva y sociología, historia de las religiones, teología, etc.— le negaron el derecho a circular por los distintos canales de las formaciones colectivas, buscando liberar alguno de sus afluen-tes.

Comple j idades

La misma noción de complejidad expresa que cualquiera sea.el punto de partida que escojamos la hallaremos dando el tono, caracterizando el tipo de abordaje de cuestiones tan sinuosas como las de la grupalidad. Ei apuro y ciertos réditos

2 Vocablo que, en sus inicios, abarcaba grupos, instituciones y diversas estructuras comunitarias.

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llevan, a menudo, a simplificar las cosas, confundiendo esque-mas de comunicación fácilmente repetibles, con lo simple, siempre muy elaborado, de una transmisión que pretende evitar la reproducción mecánica de Ids planteos, generando un p roceso de pensamiento-acc ión ' " que nutre su propia autocorrección.

Complejidades, apunta el subtítulo, guías y marcas de todo concepto que posibilite realmente un acceso psicoanalítico a los fenómenos colectivos, sus intensidades, concentraciones e inaprensibles dispersiones. Las reducciones categoriales, por el contrarío, son los modos en que un círculo profesional, estamental, etc., se los apropia en su afán por institucionalizarlos, someterlos a ciertas relaciones de fuerzas, haciendo escuela o dispositivos similares. El texto freudiano "padece" desde su traducción hasta el uso de centelleantes analogías, pasando por groseras aglutinaciones. Un ejemplo de lo primero es el haber traducido infelizmente el término alemán Bindung (víncu-lo) por lazo e in extenso lazo social, que proviene de la sociología objetivista francesa representada por E. Durkheim3. El "lasso social" en este autor, tomado sin ningtina precaución por una influyente corriente psicoanalítica, es una noción cosista, sólo se refiere a realidades constituidas, coercitiva, pues está dedicada a fundamentar la constante presión externa sobre el individuo. Y, además, conduce a identificar la divinidad con lo social. Se trata de una categoría expresiva, pasible, a su vez, de ser detectada inmediatamente en los "hechos" sociales. El lazo de múltiples individuos en unidad se "expresa" —como muestra Durkheim al analizar "Las formas elementales de la vida religiosa"— en lo visible y palpable del animaI tótem sacrificado, que se ingiere en una ceremonia común. Así la unidad social expresa tangiblemente cómo el animal devorado es la divinidad absoluta, determinante.

3 Para consultar este aspecto ver "De la división del trabajo social", libro primero, capítulo primero. Ahí está definida claramente la noción de "lazo social", considerada como una clave metódica sustancial para el tratamiento de la "función del trabajo". Cosismo y funciomtlismo social van de la mano.

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a~Su ingestión hace que el lazo que crea, lazo social, se contemple como divino él mismo. La noción mencionada lleva a una inevitable antropomorfización de lo social que se convier-te en "sustancia divina", "persona real", conduciendo de un plano metafísico a la presencia manifiesta de un sujeto hablan-do o desempeñando un comportamiento observable.

Un agregado más al respecto. En ei otro polo del lazo social se halla un concepto "orgánicamente solidario" (investigado brillantemente en "Ei suicidio") de sus postulados, es la famosa anomia. Nada parecido se encuentra en el proceso de desvinculación (Entbindung), con que finaliza la reflexión freudiana sobre la grupalidad.

Por otro lado, considerando una dificultad intrínseca a la palabra lazo, sabemos que se define por nudo, mientras vínculo indica una mayor labilidad, un continuo desplazamiento (vinculando), supone lo desvinculado en la conexión misma y permite, en este caso, una correlación conceptual con el empleo del vocablo en campos afines. Y, es en relación a uno de éstos, donde surge una fusión por la cual el vínculo que propone Freud ha sido volcado enteramente en el que postula la Psiquiatría Dinámica (D. Lagache) con la consecuente indiscriminación que desencadena. Para esa disciplina el víncu-lo es rotulado como la forma "particular en que un sujeto se conecta o relaciona con otro o los otros, creando una estruc-tura que es particular para cada caso y para cada momento". Si esta delimitación correspondiera puntualmente a la idea freudiana, las críticas más sagaces a su exposición serían irrebatibles. La concepción del vínculo que posee la Psiquiatría Dinámica, requiere la constitución progresiva de "niveles de integración", la división del vínculo en "normal" (independencia personal, ligazón adulta, libre elección de objeto, etc.), y "patológico" (despersonalización, desrealización basada en la proyección e introyección, etc.), y, fundamentalmente, su meo-llo reside en la interacción de roles individuales, grupales o

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comunicación que operan dialécticamente en cada situación. Obviamente en Freud el vínculo, en caso de existir la entidad "normal", no puede conjugarse en l^s "relaciones de objeto", ya que las identificaciones, por ejemplo, condiciones de posibilidad para que haya un sujeto son "antes -de cualquier relación de objeto". Y, en caso de existir la entidad "patológico", no puede anidar en las relaciones personales e interpersonales anegadas por su negación, es decir, donde éstas se despersonalizan, constituyendo un férreo mecanismo de defensa. La noción de "persona", sobre todo en Psicología de las masas, hubiese sido un duro traspiés —por ser el núcleo del dogma cristiano4— para el pensamiento analítico. Eludirla, y no adoptarla, fue el mérito de Freud ("haber evitado caer en la hipóstasis teológica"), según reconoció uno de sus críticos más severos, Hans Kelsen.

Para rubricar este apretado comentario enfatizaría que, en Freud, es imposible suponer un "estructuralismo" del vínculo, o estructuras acotadas a cada situación, ya que una estructura, sea cuai fuere, requiere dejar la situación y la temporalidad en suspenso.

Otras marcas

Se ha vuelto un rictus habitual dividir el Freud de "la clínica" del "social". Con el tiempo se los tornó irreconciliables, y no porque hubiera algo que conciliar, sino porque debería pensar-se a qué cegueras y creencias respondía la separación. El primer Freud se encargó de hacer laboriosamente el diseño de la experiencia analítica, sus protocolos, sus historiales, su casuística, la enunciación de sus reglas, prescripciones técni-cas y formulaciones conceptuales. El segundo sólo se ocupó de aplicar todo ese bagaje a vaguedades llamadas "sociedad", "sociológico", "social", etc. De ese modo surgieron los textos

"Efectivamente, el hombre en cuanto "persona", "encarnadura divina", es la base del humanismo soteriológico (salvacionista) de cuño cristiano.

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que se aventuraron en territorios ignorados, simétricos a lo social mismo. Con cierta vergüenza hasta los psicoanalistas progresistas, rupturistas, y demás, reconocen que el Freud "social es muy tálente, simplifica cosas que, en realidad son harto complejas". Así, los indicados para realizar una tarea crítica, hacen suyo convenientemente un criterio de clasifica-ción institucional que pautaba el estudio de la obra freudiana de manera cronológica. Las exclusiones de ambos universos, clínico y social, eran un efecto curricular, una forma de "progra-mar" psicoanalistas. Por eso junto con aquel, expresan alegre-mente el difundido prejuicio de que el psicoanálisis cuando rebasa sus fronteras se encuentra con "cosas" a las cuales "simplifica". Desde que cada disciplina, desconociendo las condiciones de su producción, historización e invención se enquista en el objeto que cree construir, en su especificidad fetichizada, en su espejo opaco, olvida de que ante todo es "disciplinadora", tribunal que excede su propias sentencias sobre la legitimidad e ilegitimidad, validez o invalidez de un conocimiento, a menudo poblado de dolores.

Examinemos rápidamente algunas de las "cosas" que Freud "redujo" o "sustancializó" sin remedio. En un listado que no pretende ser exhaustivo, pero que es el más referido, se encuentran los siguientes conceptos y las resonancias que provocan: lo social, Ja masa, el líder, /a libido, ^su je to , y otros que insisten desde el margen, suscitando cuestiones, todavía, indescif radas.

La idea de fc> social que podemos ir detectando en la reflexión freudiana es absolutamente diferente de la sociedad (régimen de todo aquello estatuido), objeto de estudio, constructos por excelencia de la ciencia sociológica. Tal idea está connotada de distintos modos a lo largo de su obra, y sufre variaciones particulares, de acuerdo a las formas de sociaJidad que esté buceando. Estimo que es la mención más adecuada para enmarcar esas primeras exploraciones. Así la correlación organización libidinal —acontecer institucional—

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entorno social histórico, que indaga en Psicología de las masas, difiere de la recuperación de lo social en la fusión del mito y la historia, como especula, en Tótem y tabú. O la unión social religiosa en el nombre de origen, ta! como la expone en Moisés y la religión monoteísta. Por otra parte El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura, ¿Por qué la guerra?, despliegan los espectros sociales del aumento de la represión, el poder, sus coberturas ideológicas, el imperio de lo "siniestro" devastador, etc., como determinaciones específicas de un sistema que intenta apresar la multiplicidad de quehaceres comunitarios en sus aparatos sistemáticos de captura y sumi-sión.

En el escueto panorama señalado vemos que resulta pre-maturo concebir lo social de manera unilateral, como ya cons-tituido, externo, y por ello objeto de múltiples "investimientos". Creo por el contrario, que esa noción en psicoanálisis hay que ponerla a trabajar, hacerla permeable a los desafíos del contex-to y de las condiciones que ella misma forma parte. Así "social" no será más que el nombre imperfecto y provisorio de intrinca-dos congelamientos (reglas, estructuras burocráticas, jerar-quías operativas, etc.), líneas de fuga singulares que los eluden (reacomodamientos del sistema, actos creativos, etc.), historias que burlan el único sentido de la historia y demás inconclusiones de un pensamiento en curso5.

Igual suerte que la anterior corrió la célebre noción de "masa". Joven ella, aunque de largo y corrflictivo arrastre, irrumpe con brío en los albores del siglo pasado. Sienta sus

5 Freud afirma desde e) comienzo que "toda psicología individual es simultá-neamente psicología social". Pero, ¿cuál es el estatuto de este enunciado? SI fuese una premisa sería indemostrable. Si fuera una "certidumbre anticipada" además de un sofisma sería una tautología, pues se supone lo que se debe demostrar. Si constituyera una "evidencia inmediata" carecería de interés. Enton-ces parece ser la puesta en escena de un problema a dilucidar. Su transparencia es ilusoria. Sólo cuando decline el rumbo metapsicológico podremos dar cuenta del mismo.

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SaBaíes, y con éstos genera una inmensa legión de especialis-tas que se ocupan de sus peripecias, intentando asentarla, de

j f j? ftacer previsible el control de sus movidas irracionales, que desbordaban tanto la razón de turno como la "razón de esta-do".

Desconociendo las inquietas composiciones de masas, las diferencias en sí mismas que mantienen, la versión oficial del psicoanálisis —vía institución madre— condensa sin miramien-tos ias masas estudiadas por Freud en la masa de panadería, siempre amasable, homogénea, cosista. Así la convierte en algo indiscriminado, aglutinado, primario, quitándole la posibili-dad de la palabra que será patrimonio exclusivo del neurótico y su "neurosis de transferencia", verdadera "masa artificiar creada por el montaje psicoanalítico de la sesión.

Paralelo al fet iche de la masa —causa de..., cada cual puede completar la sentencia con los adjetivos usuales— se iargó a rodar la frase "efecto masa" —consecuencia de...—, cuyo nivel era similar al d e una hipótesis irreversible. Es decir, la causa podría haber desaparecido o estar momentáneamente fuera de comprobación, pero el efecto —p. ej. igualación, ilusoriedad, sugestionabil idad— seguía presente para eviden-ciar que era resultado de aquello ya descripto tantas veces. Estas y otras ocurrencias se endosaron sin ninguna mediación al análisis y evaluación de los dispositivos grupales, así como al universo metaempírico de la grupalidad, produciendo un efecto paradojal, o sea: la homogeneidad, empastamiento, obscenidad, y otras deidades no eran si no extrapolaciones de los supuestos conceptuales que constituían la metodología de abordaje. Se conocía demasiado bien lo que se ignoraba absolutamente.

8 La convicción indubitable de que Freud "sustancializaba" la fenomenología de la masa y el poder, impulsa a E. Canetti a rumiar ese libro fascinante que es Masa y Poder, escrito "para servir de antítesis a la psicología de masas de Freud". Y es tal su pasión antitética que, a lo largo de sus 492 páginas, no existe una sola referencia al ensayo freudiano.

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Cabe, entonces, hacernos la pregunta obligada, ¿existe en Freud alguna sustantivación de los fenómenos, procesos, o de las múltiples formaciones que está elucidando6, más allá de los errores y limitaciones del enfoquen analítico? La respuesta, obviamente, es negativa. Los primeros capítulos de Psicología de las masas enfatizan sin remilgo variadas modalidades de masas. Efímeras (p. ej. multitudes callejeras, muchedumbres patrióticas); simbólico-tradicionales (como podría serlo una casta sacerdotal o un estrato campesino), etc., ya ponderadas deta-lladamente por sus predecesores. Pero las revisiones y obser-vacipnes al respecto apuntan a la formulación de, un interrogante cardinal, que marcaremos en su momento, y no a la instauración de peregrinas "leyes psicológicas" que regirían ia "psicología" (¿qué otra cosa?) de las muchedumbres, tal como era la costumbre de los estudiosos franceses de su época, que veían brotar "leyes" y "objetividades" por doquier, tomando la realidad por un manantial legislativo.

Posteriormente, fuera de un ángulo visible, las masas se consolidan como "artificiales". Estas difieren de las anteriores por la conducción, la estabilidad, la coerción externa y otros factores tan determinantes como ios nombrados. Sin embargo me interesa destacar algo que ha sido omitido persistentemente al remitir el análisis de Freud sobre las dos instituciones-baluarte.

La puntualización no carece de resonancias para seguir andando por los atajos de las diferencias. La iglesia y el ejército tienen muchos elementos comunes, pero éste "se

Pienso que el desacierto de Canetti estriba en creer que Freud despreció lo que a él le preocupa en su "poema antropológico" (cuyo paradigma es "La Metamorfosis" de Ovidio) y que es lo único que despliega: las metaformosis de las "maséis manadas". Las de mayor perdurabilidad y poder son lateralízadas, a pesar de que Canetti comenzó a escribir su tratado de la fugacidad, impresionado por el incendio de los tribunales vieneses en 1927, precisamente a partir del fuego de una "masa duradera". Ambos enfoques son complementarios, no antagónicos.

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diferencia estructuralmente de la Iglesia por el hecho de que consiste en una jerarquía de tales masas. Cada capitán es el general en jefe y padre de su compañía y cada suboficial, el de su sección. Una jerarquía similar se ha desarrollado también en la Iglesia, es cierto, pero no desempeña en ella el mismo papel económico puesto que es lícito atribuir a Cristo (llamado el 'buen pastor') un mayor saber sobre los miembros de la grey y un cuidado mayor por ellos que el general en jefe humano"7.

Es notoria, en ei párrafo citado, la desigualdad estructural que existe entre ambas instituciones, además de las génesis, prácticas y conformaciones simbólicas que las distinguen8. Por otro lado es meridiano que la dimensión económica es mante-nida cuando se pasa a considerar el plano tópico-institucional. Ello implica la pluralidad interna que gobierna el concepto de libido y las formas de cohesión que posibilita. Esto lo veremos enseguida.

Continuando con el texto nos topamos con formaciones de masas restringidas ("el vínculo hipnótico es una formación de masa de dos"), puntuales (alguien que había sido "individuo-masa como los demás"), hórdicas (en estado fraternal, guerre-ro, de lamentación o multiplicación), naturales (la familia), etc. Podríamos mencionar otras que el ensayo enumera atropella-damente, en su afán por ensartar elementos que le permitieran armar una tipología orientadora de fenómenos tan inestables y escurridizos.

Llegado a este tramo de la investigación —que sigue un orden alejado de la exposición de sus resultados—, es donde Freud atisba una gran multiplicidad de formaciones colectivas, en ese instante se formula la pregunta clásica, ¿qué une,

7 Los subrayados y el agregado son míos. 8 Se habrá percibido que Freud siempre escribe "Iglesia" con mayúscula y

"ejército" con minúscula. No lo hace por azar o por estampar un mero grafismo, sino porque se refiere a la Iglesia Cristiana y a su idea de la unicidad de la trascendencia divina.

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relaciona, cohesiona, etc., a una masa que no es, necesaria-mente, empírica? La despeja ofreciendo una contestación iné-dita en su tiempo: la libido, a la que delimita como "una expresión tomada de la doctrina de la afectividad. Llamamos así a la energía considerada como una magnitud cuantitativa —aunque por ahora no medióle— de aquellas pulsiones que tienen que ver con todo lo que puede sintetizarse como 'amor'"9.

Más allá de que la invocación pueda considerarse un poco envejecida merecen ponerse de relieve algunos aspectos me-ritorios y señalar críticamente otros. Entre los primeros se haila la impor tac ión de un concep to ve r teb ra l , t eó r i ca y prospectivamente, de la teoría de la afectividad, según los desarrollos de A. Molí. Se incorpora, así, la amplia noción de afecto, en el sentido de afectar y ser afectado por algo. No se trata, entonces, de "ansiedades" (básicas o derivadas), ni de "sentimientos", "voltaje emotivo" o "alto grado de emocionalidad", en los fenómenos colectivos, sino de afectos, de cómo ellos se organizan (componen), funcionan (sugestionando) y circulan (contagiando), como verdaderos "regímenes de afectación"10. En ellos los flujos de energía son constitutivos de las formas de socialidad, de su potencialidad para despeñar inexplicables transformaciones. Para eso la energía no debe ser captada en reposo, en estado inercial, cuantitativamente (con la reserva de que "por ahora no sea medí ble"), sino en su diversidad cuali-tativa, como un fluir continuo que es bloqueado y liberado en múltiples artificios estructurales, objetales, sistémicos.

9 Queda fuera de nuestro interés discutir si el amor es o no una pulsión específica. Para Freud lo es. Para Lacan no, ya que el amor es una ilusión totalizadora, mientras la pulsión es siempre parcial. Esto es cierto a medias, pues el amor algo atrapa de las pulsiones.

, 0 Por no explorar suficientemente sus órdenes, quizás debido al temor de que estuvieran al margen de la "lógica científica" imperante, la investigación sobre "la naturaleza de la sugestión", que había iniciado un grupo de psicoana-listas cercanos a Freud, nunca se realizó. Recién hoy se la ha recuperado de un modo satisfactorio para la explicación de algunos fenómenos masivos que

. escapan a las ecuaciones simples y sus cálculos de predictibilidad.

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En cuanto a las observaciones críticas, anotaríamos las siguientes. Ligada a la idea de energía cuantitativa se supon-dría que existirían quantums de energía siempre listos para investir cualquier objeto. A ésta la llamaría una relación de indiferencia que da pie para que se utilicen adjetivos como "indiscriminada", "aglutinada", etc., para designar las conexio-nes psíquicas tempranas, después extrapoladas al espectro mismo de la grupaiidad, la cual se aborda unilateralmente bajo el modelo encubierto de la psicosis. Por suer te tales indistinciones son difíciles de probar en condiciones medias vitales, caracterizadas por procesos irretornables, fluctuantes y diferenciados.

Siguiendo con otra puntualización preguntaríamos, median-te qué pautas, disposiciones, procedimientos, se establecen los "derroteros pulsionaies" —que establece Freud— que llevan hasta "la consagración a objetos concretos y a ideas abstrac-tas"; así como las "otras constelaciones —también señaladas por él— que son forzadas a apartarse" de la meta sexual genital. Parecería que esas "constelaciones" pueden ser gran-des corredores pulsionaies o feroces trabas de los mismos. De todas maneras no queda claro cómo incidirían sobre la singu-laridad de los investimientos. Al hablar de formas de socialidad sugiero que la noción de investimiento debería ser reelaborada, ya que se remite a algo dado y actúa sobre parámetros instituidos, mientras aquellas jamás terminan de constituirse.

No es la finalidad de este escrito indagar las falencias mencionadas, sino la de remarcar que tales huecos no escon-den una "naturalización" de los conceptos y nociones emplea-das. Con la libido se responde a una cuestión clásica sobre los grupos, las instituciones y los acontecimientos masivos. Equi-parada al amor, produce una cohesión de todo aquello en que interviene de manera constante. Sin embargo tampoco existe la cohesión en Freud. A lo largo de su trabajo la vemos modificada y ramificada. Una de sus formas es "la i

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desde abajo" que signa la "horizontalidad" de los miembros que componen un conjunto determinado. Otra es "el amor igual por todos" que se condona desde un /rol personificado o un plano simbólico específico. Una tercera eftaría dada por el "corpus unum", o para decirlo con las palabras de P. Bourdieu, "se trata del efecto unificador que resulta de la unicidad del representan-te, al cual debemos entender a la vez como plenipotenciario y como símbolo del grupo... del que es la encarnación visible...". Hasta aquí el paralelo con un aspecto de lo cohesivo. Final-mente, la cuarta modalidad se daría bajo el repertorio de las "normas, ceremonias culturales, pertenencias comunitarias, etc.", imprescindibles.

Considerando el asunto desde otro ángulo, el amor no sólo "suelda", "pegotea" o "cohesiona" a secas. La ilusión amorosa está quebrada por dentro. Une separando y separa uniendo. La dimensión más acabada del amor, por su tendencia a la perfección, es la religiosa. Veamos como expresa Freud esa hendidura amorosa, "una religión aunque se llame la religión del amor no puede dejar de ser dura y sin amor hacia quienes no pertenecen a elia. En el fondo, cada religión es de amor por todos aquellos a quienes abraza, y está pronta a la crueldad y la intolerancia hacia quienes no son sus miembros". En otros términos, el amor, proclive a la cohesión máxima, se define por lo que excluye y el odio que le es consustancial en las figuras textuales e históricas de la "crueldad y la intolerancia" religio-sas. A esta altura debemos aceptar, entonces, que el amor en sí mismo entraña la posibilidad de transformarse en lo contrario (odio). Y, si no es enteramente una pulsión, por lo menos comparte uno de sus "mecanismos". Las pulsiones desconocen tanto las ilusiones como las represiones. Sólo aceptan mutar y metamorfosear lo que rondan o golpean. Así la desilusión envuelve desde el comienzo —simultáneamente a lo ilusorio— a las formaciones colectivas.

En consonancia con lo que venimos desplegando se da el problema del U'der y el liderazao. En ambos casos es improba-

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bie. hacer condensaciones inapropiadas. Los complicados pro-cesos de vinculación entre las masas y sus líderes, no autoriza a hablar de la masa —como demostramos— ni de el líder. Hay por lo menos tres tipos de liderazgos en Freud que son bastante más atrayentes y abarcadores que los sacralizados por el esquema sociopolítico de K. Lewin, donde los líderes "autoritarios", "democráticos" o "laisseferistas" aparecían mon-tados sobre "climas" grupistas y descontextuados.

El primero es el líder personificable o "figuraI" (incluye los tres especímenes de Lewin), que descubrimos en cualquier evento grupal o sociocultural. El segundo es el conductor o trama simbólica (p. ej. Cristo o la doctrina eclesiástica). Por último, el diseño de una función-guía, como es p. ej., la estructura de un rol directivo acorde a ciertas necesidades institucionales y organizacionales. En relación a lo anterior, y para aventar equívocos, tampoco posee ninguna base resumir las formas de liderazgos propuesta por Freud en la tardía y misteriosa noción weberiana de "liderazgo carismático". Esta connota fundamentalmente la relación eficaz e inexplicable de un sujeto y sus poderes con los demás en una racionalidad determinada.

Movimiento

La idea y la realidad del movimiento son arduas, esquivas. Creemos captarlo en su esencia cuando vemos a alguien correr como una saeta en una competencia deportiva, en un avión que busca su vuelo o en una lancha que abre raudamente un surco en el agua. De igual modo pensamos que nos "movemos" en un texto al ir pasando sus páginas, cuando concretamos el "recorrido" desde su primera hoja hasta su última línea. Generalmente en ese punto se estima que la labor central de la lectura ha culminado. Ahí, sin embargo, empieza a emerger su movimiento, al finalizar su recorrido, que perdura en los gestos, instantes discontinuos, en los continuos segui-

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mientos, y demás operaciones voluntarias e involuntarias. Pero el movimiento se da básicamente en el acto de moverse, de acompañamiento del texto, con las intensidades que nos afec-tan durante la acción de leer, coh ía movilización, apropiación y elaboración de lo transcurrido que involucra de manera tan peculiar al cuerpo en el corpus de la escritura. Los tres tránsitos que remarqué son tiempos puros, duraciones de lo pensado en el horizonte psicoanalítico, sólo porque nuestros deseos y estrategias de lectura hacen que el ensayo freudiano no se cierre, agonice, enmudezca. Dichos tránsitos se funden con el espacio homogéneo de las letras, éspaciamientos, numeraciones, etc., que hacen a las distribuciones gráficas y a las significaciones subyacentes, siempre dispuestas a ser reco-gidas o combinadas de cierta manera.

Esto es apenas una pincelada del movimiento en sentido cualitativo, aunque él no sea más que una pincelada hecha de fuerzas, colores, tiempos y miradas sobre una tela de enigmas. Como en este trabajo manejamos una fuerte conjetura ya aludida, la de estar atentos al desarrollo metapsicológico de la grupalidad, pues en caso contrario desaparece, no es ocioso haber enfatizado la característica del movimiento en que nos interesa penetrar. En él hay tres direcciones, con supuestos que se mantienen resignificados en cada trecho, que son encrucijadas donde lo que dura sólo es posible por sus respec-tivos cambios. Andaremos por ellas y sus baches hacia un final que es justo el climax en que se revierte toda la problemática tradicional sobre la grupalidad, donde aflora otro modo de interrogación acerca de sus devenires.

Morfomasas1 1 . Punto de v is ta económico

Apenas esbozada su idea de vínculo Freud se dedica a explorar puntillosamente la descripción leboniana del "alma de

11 He gestado los neologismos, MORFOMASAS, TOPOMASAS y DINAMASAS, porque estimo que esas contracciones lingüísticas muestran claramente las intensidades que estoy explorando.

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las multitudes", por la cual los laberintos anímicos del individuo quedan sumidos en una "masa psicológica". La descripción permite, a su vez, una clasificación de las diversas instancias colectivas en homogéneas (instituciones, castas, clases, siste-mas de creencias, organizaciones, etc.) y heterogéneas (asam-bleas parlamentarias, multitudes electorales, tribunales del pue-blo, etc.) que pueden ser anónimas, como una muchedumbre callejera, o no anónimas, como una secta religiosa. Tal carac-terización ya contempla al individuo como un "índice promedio", por el hecho de estar insertado en una masa. Pero, además, el alma de referencia posibilita hallar un substratum, como asevera Le Bon, o diversas causas, según Freud, a ias infinitas propiedades observables en los átomos masivos. El substratum y las causas —lanzadas como "determinaciones estructurales" por apresurados divulgadores— eran (hoy serían insostenibles en bloque) el sentimiento de invencibilidad, el contagio y la sugestionabilidad, cuyos derivados estaban constituidos por la imitación conductal y acitudinal1213, A partir de un sinnúmero de

12 La ¡dea de imitación que Brugeilles, Freud, los corifeos de la polémica Durkheim-Tarde, le atribuyen a este último, es ajena a su perspectiva. G. Tarde está preocupado por el paisaje de "semejanzas y repeticiones masivas, complejas y confusas a semejanzas y repeticiones de detalle, más difíciles de entender, pero más precisas..." ("Les lois sociales", 1898). La imitación en ese hervidero sólo tiene sentido en relación a la contra-imitación. Ambas son mecanismos no lineales, dispersivos y retroactivos que propagan innumerables comportamientos y dan cuenta de su influencia en la sociedad global, como lo demuestra en Les lois de l'imitation (1890). Por otro lado son inseparables de los procesos no equilibrados que "el señor Durkheim nos ahorra... Con él no hay guerras, genocidios, anexiones brutales. Se diría que el río del progreso discurre sobre un lecho de musgo, sin espuma ni saltos bruscos." ("Ecrits de psychologie sociale", textos escogidos, 1973). Fiesta agregar que la propagación citada está unida a la invención de instrumentos y técnicas ínsitas a la imitación misma. Es así que Tarde, pensador de la diferencia, no era para nada indiferente a las "revolucio-nes" que pululaban a su alrededor, todo lo contrario, como lo atestiguan sus propios términos.

13 Para captar ní t idamente ese magma infinitésimo y creativo, su distanciamíento de las totalizaciones clásicas, sugiero consultar el estimulante libro de Claude Javeu, "Le petit murmure et le bruit du monde". Ed. Les Eperonniers, Bruselas, 1987.

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atributos Le Bon trata de postular una "ley psicológica de la unidad menta! de las multitudes"14 que sustantiva de manera adjetiva —valga la contradicción de una pretendida objetividad científica— los comportamientos imprevisibles de las muche-dumbres heterogéneas. En ellas medran los caudil los circunstanciales —que llama "agitadores"—, así como indivi-duos, valores e ideologías que las guían durante largos perío-dos, de acuerdo con los modelos de "prestigio" que se han impuesto en esas turbas "volubles", "excitables", "crédulas", "inconstantes", "omnipotentes", "acríticas", etc. De modo que quien desee "influirlas no necesita presentarle argumentos lógicos; tiene que pintarle las imágenes más vivas, exagerar y repetir siempre lo mismo". Y, como tampoco abrigan dudas sobre lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, se puede concluir de esa apreciación (como lo difundió un famoso vocero "carapintada" en la Argentina) que "la duda es la jactancia de los intelectuales". Por eso es preciso captar siempre a la masa en su simpleza, en un estado de certidumbre "pura", indubita-ble, infantil. Todo queda abonado para que la ecuación masas=regresión=infancia, sea el denominador común de las expresiones colectivas. El único saldo que los teóricos de las turbas les dejan a éstas en oferta, es el de propiciar una pálida "moralización del individuo". Aún exaltándolas, Le Bon las hace trabajar para el átomo que las configura, nunca para las múltiples historias que roturan con esfuerzo. Y como en sus análisis las multitudes no hablan, aunque vociferan y se desgañifan, permanecen sujetas al "poder verdaderamente mágico de las palabras" que pueden excitarlas o apaciguarlas al máximo, igual que la sed de ilusiones —contraria a la sed de verdad individual— que las impulsa15 Entonces, será totalmen-

14 Psicología de las multitudes, libro primero, capítulo I. Los demás ítems que menciono se encuentran en distintas partes del texto.

15 Sena interesante indagar por qué la verdad, el amor, la ilusiones, etc., han quedado pegadas a una necesidad orgánica perentoria como la sed. Quizás descubriríamos que la verdad, el amor, las ilusiones, ese conjunto surreal, no n u p ^ n m"rir, que v i rnmh inn ni - i r p t " ni ry1" f*M •"

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te lícito, cincuenta años más tarde, postular una absoluta identidad entre el alma de las masas primitivas y el mundo infantil (analogía de la que abusa estérilmente Freud en Tótem y tabú), según la infeliz correspondencia consagrada con tono definitivo por Lucien Levy-Bruhl en "El alma primitiva" (1947).

Anteriormente he resaltado pintarle las imágenes más vivas, y podríamos agregarle el encomillado "poder mágico de las palabras", es decir, efecto directo sobre una multitud cualquiera del "verbo" conductor, porque esas atribuladas hipótesis se volvieron un lugar trillado para juzgar todo lo concerniente a la grupalidad misma. Por otro lado legitimaron un método de análisis in efigie, un procedimiento de decodificación mediante secuencias de imágenes16 en diferentes niveles de visibilidad (la congregación en una plaza o en una cancha de fútbol, una casta militar, una franja social urbana, etc.). Los distintos planos están, además, separados entre sí, concebidos como cortes efectuados en un movimiento continuo y lineal, tratados como iconos irrelacionales (rostros, paisajes, cuerpos, aglome-raciones de personas, plano de una mano, alguien que corre, etc.). En suma, en el estrato morfológico las masas, sus funcionamientos complejos, modos de existencia ramificados, de organización y disolución, conciencia o no de sus propósi-tos, logro o postergación en el alcance de sus metas, son considerados como datos inmediatos, objetos que pueden ser percibidos cuando las condiciones en que se mueve el obser-vador sean favorables. Ejemplos de estas aprehensiones direc-tas, por momentos salvajes, son la homogene idad o heterogeneidad grupales, roles, liderazgos, presión a la confor-midad, pautas dé comunicación, armados dialectales en grupo, intercambios codificados y restantes "presencias" meridianas.

16 Existe un lema muy publicitado y estupidizante respecto al valor absoluto de la imagen, que es "una imagen vale más que mil palabras". En ese apriori se desconocen varias cosas. Primero que él mismo es un dicho, no una imagen. Segundo, se deja de lado el peso de imagen que le cabe a la palabra, ya que también lo es. Y tercero se ignora la noción de imagen que se está manipulando, lo cual hace que "la imagen se disuelva en lo que cada uno se imagina.

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Junto a todas las discriminaciones que venimos haciendo, es necesario aclarar algo respecto del plano morfológico o morfoecoriómico, en Freud. A diferencia de sus antecesores éste no se agota en la dupla vistbilidad-invisibilidad. Está surcado por ella, pero es irreductible a sus juegos tensionales. Tiene una función bien particularizada: garantizar el pasaje entre las distintas secuencias metapsicológicas. Enseguida de haber tratado, por ejemplo, las "masas artificiales" (cap. V), dice en "Otras tareas y orientaciones" (cap. VI): "nos quedaría aún mucho que investigar y describir en cuanto a la morfología de las masas". Y acota una sugerencia que es una línea metodológica sostenida tenazmente, donde afirma, "habría que prestar atención a las masas de diversas clases más o menos permanentes, que surgen de manera espontánea, así como estudiar las condiciones de su génesis y descomposición°17. A mi entender esa indicación revierte, con" gran anticipación, la forma insuficiente y balbuceante de preguntarse sobre ciertos problemas que tiene la "grupología" actual. Sobre ei final volveré a esta cuestión, remarcando algunas de sus posibles derivaciones.

Es entonces desde las fronteras del análisis morfológico que se da el peregrinaje hacia una dimensión que trasciende el campo, experiencias y observaciones empíricas.

Quizás un ejemplo (importante para inferir las acciones "serviciales" de los aparatos represivos) nos ayude a despejar ciertas cegueras de ojos abiertos que inyectan los análisis, cuando no propagandas, morfológicos.

Se trata de un mensaje elaborado por un ministerio argen-tino en el año 1988. Está basado en un esquema puramente imaginista, alentado por una ideología primitivista y despreciativa de los eventos masivos.

Todos los canales televisivos, por orden de dicho ministerio, transmitieron durante veinte días, en las horas de mayor

17 Los subrayados son míos.

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audiencia, los sucesos que ocurrieron en esa límpida jornada de septiembre. La primera toma muestra un cielo que parecía copiado de una pintura naturalista del siglo pasado. Ninguna nube empañaba la "región más transparente" y celestial. Sin embargo, el espacio comienza a ennegrecerse desde abajo. Grupos inquietantes, caras ensombrecidas por las preocupa-ciones cotidianas, bocas torcidas por ei grito, ánimos exaltados por reclamos laborales, sembraron de negro multitudinario la plaza de las marchas, reivindicaciones y denuncias de los poderes impotentes y desgobiernos gubernamentales. Sube e¡ tono de los cánticos, se vuelve más agudo el contenido de los estribillos, y más exasperada ia tensión de los gestos. La cámara en mano de un operador televisivo capta plenamente la excitación generalizada, los arabescos gestuales, sonoros, y el ritmo crispado de los constantes desplazamientos. Mientras otra cámara fija describe, en un picado, el hormigueo de la muchedumbre. El clima de posibles excesos y seguros desbor-des ya está montado para el televidente azorado. Ese magma, ese mecimiento acompasado, busca provocar un estremeci-miento en el espectador , condenar lo a ser un mirón contemplativo y un activo juez repudiador. Obviamente un acontecimiento visto muchas veces, debe repetirse de nuevo. Y de pronto sucede. Los efectos de tanta exaltación llevan, como por un embudo, a un resultado desastroso. La cámara resbala, sin cortes, por encima de la cabeza de los manifestan-tes, hasta un grupo de cinco o seis personas que arrojan proyectiles contra las vidrieras de una conocida sastrería. Las astillas de los vidrios se vuelven "personajes" de las distintas secuencias, marcadas y "estetizadas" por un ralentti inacaba-ble. Un gran primer plano de las esquirlas vidriosas las arroja contra la mirada atónita del público. Otro muestra el saqueo de todas las ropas y objetos en exhibición. Y durante el robo se evidencia perfectamente, en la grave y educada voz del locu-tor, que lo robado no tiene relación alguna con las "necesida-des" de los "delincuentes", "elementos extremistas", y otros

derivados de la rabiosa congregación contemplada por todos.

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Es indudable, entonces, que una cosa (masa) lleva a otras (efectos-masa), siendo además la primera causa de las segun-das. Y éstas, a la vez, son eficaces e irrebatibles consecuen-cias del estar agrupados, ya que "la verdad entra por los ojos", "los ojos de cualquiera pueden vivenciarla"" y, finalmente, "una imagen vale más que toda palabra" (sic), por lo menos en un país que venía de silenciar "toda palabra" y de alentar más de una "imagen" genocida. Justo en ese momento la lógica de este montaje imaginario manifiesta su debilidad constitutiva, pues la causa que explica el conjunto Í O necesita ser explica-da, sólo basta "pintarla mediante las imágenes más vivas" — como diría Le Bon— para inducir en los individuos que las absorben las creencias más sólidas, es decir, solidificadas de antemano acerca del significado y los resultados que apareja la masificación. La cámara alterna exactamente una toma de la gente reunida, que intensifica momento a momento la tempe-ratura de la plaza, con otra de los salteadores que se apoderan de trajes, aparatos, zapatos y hasta de los mismos manequíes a gran velocidad y con una "deshinibición" envidiable. En tanto la voz del locutor remarca de manera monótona, indiferente, que era previsible que tanta "emoción" llevara a una obligada pérdida de límites. Sólo bastaba una chispa para que la multitud pusiera en marcha su "esencia" transgresora, su "sentimiento de invencibilidad" y el absoluto desconocimiento de lo prohibido y lo permitido. El deslizamiento del espacio público al comercio privado convertido en añicos, es dado mediante un encadenamiento televisivo que eslabona escenas previas de amontonamientos, empujones, luchas por el territo-rio cercano al palco, etc., y posteriores, visualmente, de robos y destrozos que reflejan con innegable tele-evidencia los coro-larios de dejar librado el "instinto de la horda" a sí mismo. Tiempo cronológico, encabalgamiento causal en la sucesión, lógica vulgar de antecedente y consecuente, etc., son el corazón —y su falta— del enfoque "morfológico" de las masas y su correspondiente imaginario destructor. Lo compacto de cus accionas, p r ^ n r t n rio la rnmpact-anión (metáfora que

81

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siempre las acompaña), es germen de una incontenible depre-dación. Por eso había que rogar, y ello hacía el locutor, que las fuerzas del orden restaran movilidad a la multitud, o sea: que la desmovilizaran, encaminando a cada uno hacia la "edad de la razón" (la única democrática), hacia su propiedad, el refugio íntimo y familiar, otra de las figuras de la reclusión padecida durante tantos años.

Tiempo después se comprobó, y fue muy difundido por la prensa escrita, que el video había sido distribuido por el Ministerio del Interior, con la calificación de "exhibición obliga-toria" cada media hora, en todos los canales de televisión existentes. Por otro lado los saqueadores no eran "efectos" de ninguna "causa" observable, pues fueron reconocidos como agentes empleados en organismos de (in)seguridad estatal. Eran "trabajadores efectivos", uno de ellos célebre torturador, ligados a un terrorismo institucional, mediante jugoso presu-puesto, y manejados con maestría individual por un enigmático caudillo de porcelana.

Topomasas . Punto de v is ta tóp ico.

Su núcleo es el quinto capítulo de Psicología... Allí se traza el perfil de dos instituciones tradicionales, la Iglesia y el ejército, cuyas similitudes son parciales y sus diferencias estructura-les18. Ahora en la mira de la investigación se hallan las masas

18 Sería mejor decir la Iglesia cristiana (otras rehuyen esa caracterización plena) y los ejércitos. A propósito de estos Freud señala el fenómeno del "pánico" y la "angustia pánica" que propone estudiar en dichas masas y que ocurriría cuando "ya no se presta oídos a orden alguna del jefe y cada uno cuida por sí sin miramiento de los otros". En esta transparente indicación se olvida por completo un pequeño detalle. En la guerra, además de los jefes militares existe el enemigo, situación totalmente distinta a las de las angustiéis neuróticas. Marco esto como limitación del uso de las fuentes. Freud se basa, al tomar el ejemplo del general asirio Holofemes, en la parodia "Judrth" de Nestroy, y no en el drama homónimo de Hebbel, ni en libros estratégicos, relatos o documentos militares. De hacerlo hubiera llegado a conclusiones más matizadas.

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con conductores jerárquicos, dotadas de estabilidad y larga permanencia temporal, de un alto grado de organización (seña-lado por Me Dougali), unidas por coacción externa, etc. Se traía de artefactos19 simbólico-funcionales socialmente sancionados y no caprichosamente reinventados en cada intervención oca-sional. Están revestidos por distintas formaciones ideológicas que coexisten y pugnan por darles una orientación determina-da. Además mantienen relaciones muy complicadas con el estado y los manejos de gobierno. Así están parcial o globalmente incluidos en el presupuesto, en Ips planes de educación, en los arbitrios, en la defensa y negociación territo-riales o en las modalidades de un "estilo de vida" (occidental y cristiano, oriental taoísta, musulmán desperdigado, etc.), les caben tales o cuales prebendas y hacen a ¡a misma gobernabilidad del sistema. Todos esos parámetros son capita-les para concebir las masas desde un andarivel tópico, de otra manera quedan rápidamente imaginarizadas, percibidas (regre-sión a un niverestrictamente morfológico) de acuerdo con las proyecciones, cuando no alucinaciones, personales. O para decirlo inequívocamente: quedan groseramente psicologizadas.

Los elementos que apunté previamente, también hablan de otra cosa, manifiestan que existe una suposición no discursiva de los aparatos de poder en el nido mismo de esas grandes instituciones, aunque dicho supuesto pueda desaparecer o ser relativizado cuando se realizan sus "génesis" o genealogías históricas y conceptuales. En este sentido las "Kunstlichen Massen" de Freud son más artefacticias o artefactos —como propuse antes— que "artificiales" o "artificios"20. Que sean

19 Recalco este término porque incorpora una dirección imprevista en la comprensión del tema.

20 "Kunstlichen Massen" ha sido traducido habitualmente por "masas artificia-les". Este es, ciertamente, su significado próximo, pero también otros le son muy cercanos e impregnan los usos terminológicos, como "artefacticio" (erkunstelt) o arte-facto; significado vecino de lo que en alemán se entiende por artificio, tan válido como el de "artificial", para nombrar las formaciones de masas. Con el

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básicamente "aparatos" y no sólo "ilusiones eficaces", o "cons-trucciones cegadoras" de los sujetos ensamblados por lo "mis-mo", exige los componentes ideológicos que unen a los indivi-duos, ¡as estrategias de agrupamiento y organizativas, los pactos confesos o sobreentendidos, el malentendido de sus acciones, los mitos y ritos congrégatenos, las reglas de perte-nencia, etc. En realidad Freud intuye el problema, haciendo una apreciación sobre el ejército, pero io esquiva en función de lo que le importa resaltar, el "descuido" del factor libidinoso que "parece constituir no sólo un error teórico, sino un peligro práctico". Antes había reconocido, con gran intuición crítica, que podría "objetarse con justicia que esta concepción de la estructura libidinosa de los ejércitos se desentiende de las ideas de Patria, Gloria Nacional, y otras tan importantes para su cohesión". Sin embargo ese pseudo reconocimiento, ya que no extrae consecuencias libidinales de esos aspectos, parte de un equívoco argumenta!. "Patria" o "Gloria Nacional" pueden ser sintagmas cristalizados, sin resultados operativos ni cohesivos. Y no especialmente organizadores ideológicos — cualquier categoría no lo es— que es preciso relevar en cada situación particular. Algo sustancialmente distinto es la "idea rectora", por ejemplo, de Cristo para la conservación duradera de la Iglesia cristiana en sus diversas versiones, sus dogmas, rituales, y el significado trascendental que posee una de sus principales ceremonias (la t ransustanciación durante la eucaristía), importante para esclarecer una faceta más del

agregado de que al arte-facto le cabe perfectamente una tecnología (Kunstlehre), supongamos de poder o de modos de subjetivación, aplicados a él. De ahí que estimo más conveniente mencionar a ambas instituciones como "artefacticias" que como "artificiosas". En español, por otra parte, lo "artificial" se incluye velozmente en el universo de la ficción, lo ficticio, lo ilusorio, "familia" que, a su vez, resta atrapada incorrectamente en la noción de imaginario. Un análisis, que sobra aquí, mostraría más las disparidades que las concordancias entre todos ellos y la imposibitidad de atribuirles el rasero deJoJmaginario.

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problema de las identificaciones. Me gustaría añadir otros dos matices respecto a la "idea rectora", que hace al sentido simbólico del liderazgo religioso tratadp por Freud, y al destino fideístico de los creyentes21.

El cristianismo es una religión confesional y de salvación. Libera el pecado por la palabra, de modo que ésta, a través de su verbalización y su dramatización penitente pone de relieve al yo del sujeto pecaminoso de una manera singular, o sea: bajo la renuncia y el sacrificio de sí. Aspectos que el psicoaná-lisis no puede descuidar porque su "sujeto" en lugar de "renun-ciar" a cosa alguna, parecería recuperar sus avatares para potenciarlos en una dirección deseante. Este es el primer matiz. El segundo es un atributo central del liderazgo que atraviesa toda la historia del cristianismo y al que el texto freudiano no alude en ningún momento. Más allá de regir, imperar, conducir, la "idea rectora" une (excluyendo a los que no entran) dos poios y sus cualidades, el Dios-Pastor y su Pueblo-rebaño. Así ei Pastor Divino debe asegurarle a su grey popular varias situaciones. Primera: una tierra donde "apacen-tar". Segunda: una conducción que deje como remanente un orden legal que organice en ausencia al rebaño. Tercera: debe afianzar la salvación de sus seguidores. Cuarta: el poder sobre el rebaño no es opcional, sino un deber (el pecado de desobe-diencia en la Iglesia no es anecdótico) que se ejerce por el bien y la purificación del rebaño. El poder del Pastor y la obediencia de sus ovejas, son una dupla que dan las notas esenciales de generación y reproducción de la persona cristiana, su control y resignación.

21 Las observaciones y puntuaciones —no las inferencias respecto a la omisión psicoanalítica del tema— que siguen a continuación, se apoyan en dos fuentes principales. Una es la "Histoire des religions 2" ("Formation des religions universelles et de salvation") elaborada por varios autores y editada por Gallimard en 1972. Otra es el texto fundamental, insuperado hasta hoy, de M. Goguel, "La naissanco du chri.atiani.imc.* (rana, 194G).

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Dinamasas. Punto de v is ta d inámico.

La perspectiva que traza el undécimo capítulo del libro, "Un grado en el interior del yo", redondea el ciclo de un movimiento sujeto a su propia diferencia, a ser, por definición, inconcluso.

Diseminac ión

El capítulo despega con el reconocimiento de una comple-jidad —desarrollada al inicio de este trabajo— que es resumida ante la necesidad de resaltar la conexión permanente que existe entre los procesos libidinales y los niveles institucionales y organizacionáles, formales e informales. Si hay una "hipóte-sis" realmente fuerte, sin duda es ésta. La situación es carac-terizada de este modo, "si, teniendo presente las descripciones —complementarias entre sí— de los diversos autores sobre psicología de las masas, abarcamos en un solo panorama ¡a vida de los individuos de nuestros días (quiere decir que los "panoramas" deberían variar en otros tiempos), acaso perdere-mos el coraje de ofrecer una exposición sintética, en vista de las complicaciones que advertimos (redundemos: la compleji-dad f u e adver t ida)" 2 2 . E n t e n d e m o s , aho ra , q u e los englobamientos y reducciones aparentes respondían a una economía, también, expositiva. Ella encarrilaba el discurso freudiano, no su pensamiento, trascendente a lo meramente graficado. No resulta extraño, entonces, que en ese momento se plantee "el asombroso fenómeno"23 de aquello que "desapa-rece sin dejar huellas", lo que fue nominado como "desarrollo individual". Es el acontecimiento que torna lábiles y movedizos los límites entre una psicología social y una individual, sin caer en fusiones inmediatas, ni en una cómoda explicación filo-ontogenética. Sólo "pierde buena parte de su nitidez", de su

22 Los subrayados y agregados son míos. 23 Se refiere, en una primera instancia, al trueque que hace el individuo de

su ideal del yo por el ideal de la masa. Pero enseguida la corrige para introducir una diferencia sustancial, l o asombroso agregaríamos, a manera de enmienda, no tiene en todos los casos igual magnitud".

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razón divisoria, cuando se exploraron todas las direcciones posibles, que eluden "la noche donde todos los gatos son pardos", puesto que la amalgama entre una y otra psicología no gesta una nueva, sino que invalida a ambas en pro de un enfoque metapsicológico. Esta transformación provoca desbor-des permanentes de "lo individual" y "lo social" en figuras diseminadas, lejos del equilibrio, al que las somete el análisis más acostumbrado de esas nociones.

El "asombroso fenómeno" sigue su curso. Permite hacer una "enmienda"24 del mismo y de la afirmación taxativa con que culminaba "Enamoramiento e hipnosis", cuando muchos indivi-duos ponían un objeto en lugar de sus ideales del yo, por lo cual se habían "identificado entre sí en su yo"25. Pero lo que sorprende a Freud es que la premisa citada necesita ser "enmendada", rectificada, pues descubre que "no tiene en todos los casos igual magnitud", la misma fuerza material asignable a todos los seres. En ciertos individuos la "separa-ción" que no es una mera división entre su yo y su Ideal del yo es mínima, donde "el yo ha conservado a menudo su antigua vanidad narcisista". En otros la brecha es enorme. Todo indica que es este proceso de "di ferenc iac ión (por eso decía que no se trataba de una simple división* entre el yo y el ideal del yo", el "doble tipo de vinculación así posibilitado, identificación e introducción del objeto en reemplazo del ideal del yo", lo que se trata de seguir en sus más recónditas huellas. En definitiva, hay que estudiar sin dilación la función de lo desvinculado (Entbindung) —ya preanunciada en el capítulo sexto—, el espectro de sus dispersiones y conexiones para un saber más

24 Vocablo que gusta emplear Freud: Evoca a Kant, las modificaciones que es necesario e impostergable realizar y tes provisoriedades con que se topa un conocimiento naciente.

25 Para retener un ángulo de la idea de identificación, abierta desde los fenómenos colectivos, me permito remitir a la tercera parte de mi libro "Subjeti-vidad, grupalidad, identificaciones*, denominada "El laberinto de las identificacio-nes". Ed. Búsqueda Bs. AS. 1989.

26 Subrayado y añadido míos.

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afinado de la grupalidad. Eso demanda cambiar urgentemente los planos de análisis y los marcos categoriales perimidos, así como los ejes y modalidades de preguntarse sobre distintos aconteceres sociales e históricos. Entre ellos, el dei mismo "sujeto", su estatuto, historicidad, acerca de las formas moder-nas de subjetivación, de sus sofisticadas tecnologías y la constante producción de subjetividades que hace tiempo aban-donaron el reclusivo hogar edípico. Obviamente este es un plan para continuar en futuras indagaciones, aunque ya avanzado en a lgunos t raba jos de au to res ce rcanos y le janos geográficamente.

A pesar de !o andado es menester internarse un poco más a través de fluctuaciones inquietantes, propias de los sistemas dinámicos que circulan entre el yo y el Idea! del yo, fuera de las descripciones dinámicas, tan mecánicas, y de la represen-tación como garantía sepulcral de un conocimiento "claro" y "distinto". Creo que este es uno de los desafíos legados por Freud al psicoanálisis, pensar la separación-diferenciación más allá de las categorías de mediación, integración, relación, correspondencias puntuales, correlaciones analógicas, etc., pero dentro de la positividad específica que lo desvinculado instaura, sean órdenes desconocidos o variantes inéditas que, a falta de otros términos seguirán rotulándose con los de caos, azar, desorden, siempre portadores de temibles y atrayerrtes conno-taciones, aunque sean, en verdad, formas de "orden comple-jas, ultrasensibles y sutiles", como aclara E. Laszlo. Son ellas, y no otra cosa, lo que habrá que estudiar, la diferencia en sí misma que se constituye en ese t iempo de nadie, entre el yo y el Ideal del yo (o entre cualquier polaridad establecida) y no sus puentes, ya que el entre mencionado no une ni desune elemento alguno; más bien es ¡a estela que deja todo lo viviente, precisamente, porque es movimiento. A partir de esto, si todavía podemos hablar de relaciones, es porque son de neta "incertidumbre", lo cual plantea un enorme problema al asunto de las relaciones-mediaciones como eran mp^ehidas

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tradicionalmente. Entonces parecería que, desde una teoría del inconciente, esa fisura diferenciante y desvinculante debería ser asumida con todas las consecuencias que trae aparejadas, en particular para la formulación del Sujeto psíquico" y sus dominios exclusivos. Estos en el momento dinámico sufren extrañas perturbaciones por la irrupción de nuevas pertenen-cias y envolturas. Freud describe así el giro imprevisto, "cada individuo ('un ello psíquico desconocido e inconciente')27 es miembro de muchas masas, tiene múltiples formas de vincula-ción identificatoria y ha edificado su ideal del yo según los más diversos modelos. Cada individuo participa, entonces del alma28

de muchas masas: su raza, su estamento, su comunidad de credo, su comunidad estatal, etc.". De este modo la noción de sujeto psicoanalítico sufre una transformación significativa, cam-biando en una escala que no puede esquivarse durante el acto clínico, aunque tal mixtura deba ser desmontada pieza por pieza en ese quehacer. Lo saliente es que aquél se va deslizando y queda marcado por múltiples pertenencias, creen-cias, reglas de juego, formas de participación, posiciones respecto a los códigos y costumbres, que sobrepasan los esquemas interaccionales y comunicacionales, estrategias de ubicación, realizaciones performativas, trazos morales de sus acciones, y un sinfín de aconteceres. Todo ello son balizamientos

27 Cita intercalada por mí, extraída de El yo y el ello. Una acotación lateral al respecto. Dejo de lado provisoriamente el tratamiento del Superyó, una de las "servidumbres" del yo, en principio porque Freud no lo introduce en Psicología de las masas, y después, por un motivo más importante, su utilidad para las cuestiones de la grupalidad es más que relativa y equívoca.

28 Freud usa todavía la noción de "alma colectiva" de Me Dougall que los "psicólogos de las masas" ya habían abandonado. Ello le valió la incisiva crítica de Hans Kelsen ("El concepto de estado y la psicología social", 1992), quien le imputaba haber "hipostasiado", sustancializado, un "alma" a las masas. A pesar del arcaísmo empleado, la crítica de Kelsen pasa por alto dos aspectos relevantes. B primero es que el "alma" tiene sentido en relación a la libido, y desde ésta no se transforma en una sustancia, sino en lo que anima, mueve los fenómenos colectivos. El segundo muestra, según el párrafo que estoy señalan-do, que el "alma" más que un sustrato o cosa parecida, es un compositum.

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que indican que el sujeto no es sólo un "sujeto del discurso". Surge, por decirlo de alguna manera, una multiplicidad de sujetos en "uno mismo". Ese espectro dispara la posibilidad de moverse entre distintos instituidos, desparramando algunas semillas de lo que puede crecer entre ellos, incluyendo sus desujetamientos parciales. Las distintas usinas institucionales, organizacionales, las armadas por el poder político y la arga-masa comunitaria "moldean", en un sentido fuerte, a los "indi-viduos" que se comportan de acuerdo a los "más diversos modelos". Pero los modelan cojamente, ya que funcionan como máquinas fallidas (crisis, hambrunas, derrumbe de las creen-cias "pilares", de la representación política, gnoseológica, figu-rativa, velocidad de las inserciones profesionales, rotaciones fulgurantes de la ocupación laboral, educativa, tecnológica, autonomización progresiva del estado de sus gobernados, etc.), produciendo grietas por donde los sujetos aventuran opciones y modificaciones destellantes o imperceptibles de lo instituido, de acuerdo con sus potencialidades deseantes.

Enfocando el tema desde un ángulo complementario del anterior, vemos que el sujeto estalló, a la inversa de lo que se afirma comúnmente, en su mismo núcleo y se redistribuyó en órdenes materiales y reales no cuantificables. Esa distribución a su vez se convierte en un nivel de análisis específico, distante de apreciaciones caprichosas y de las "asociaciones libres" que abundan tanto en el negocio de las opiniones sobre todo y nada. Sin embargo, aún subsiste otro problema. El psicoanálisis estipula que la constitución del sujeto debe cons-tituirse a partir de una escisión (Spaltung) fundante29, de la imposibilidad de un comienzo unificado, sincrético. La prescrip-ción obedece a las distintas lógicas que rigen los sistemas inconciente y preconciente-conciente. Siguiendo ese hilo metodológico, debemos aceptar las derivaciones de un postu-

23 Carácter que, en otro sentido, tampoco está ausente del "sujeto" llamado clásico. Pongo sólo un ejemplo conocido, el yo pasivo y activo, el sujeto de hecho y de derecho, en Kant

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lado tan macizo. La escisión sería, entonces, dependiente de la multiplicidad de lógicas ejercidas pasiva y activamente, por estar envuelta desde la raíz en vinculaciones colectivas, sea en el estrato que fuere. De manera que la légica de el sujeto o de el individuo, no es sólo un problema maTpIanteado, un dilema, sino una contradicción en los términos. La multiplicidad de lógicas y sus nombres precisos (inconsistente, borrosa, polivalente, inadecuada, etc.), según la elección de la perspec-tiva, entrañan un desafío real, que avanza desde un futuro que también es pasible de ser inventado.

Los sujetos como tales son, así, los actores de' complejos modos de subjetivación, de la eficacia o ineficacia con que los "habitan", de los encabalgamientos e instrumentales con que cada proceso social-histórico produce subjetividades tatuadas con dibujos singulares, esfumados.

En fin, ha llegado el tiempo de concluir. El panorama pintado por Freud deja traslucir los colores de sus" aciertos y limitaciones. Y, simultáneamente, con él lo que en él y en un vasto psicoanálisis no pudo ser pensado, gracias a lo cual nosotros pensamos lo que podemos. Este es el punto de intersección que actualiza "Psicología de las masas", lo excusa de ser un mero testimonio o simple documento de época, porque desde sus circuitos y cortocircuitos emerge un cambio sideral. La declinación del movimiento metapsicológico revierte de forma sustancial la pregunta acerca de lo que "cohesionaba" a los grupos, instituciones y demás conjunciones. Ahora los interrogantes disyuntivos serán: ¿cómo se desvinculan las formaciones colectivas?, ¿qué mecanismos las tornan-invisi-bles?, ¿de qué modo se disuelve la grupaiidad?, ¿bajo qué ideas, categorías, instrumentos, se podrán investigar esos fenómenos?, etc. Cuestiones de peso, insoslayables, pues hacen entrar en el corazón mismo de las representaciones organizadoras y capitalizadoras, la potencia irrepresentable de la evolución dispersiva, turbina vital, arrojada desde sí misma hacia nuevas constelaciones, a veces consoladoras, a veces sobrecogedoras.

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Una ilustración (relevante para la memoria que se quiere democrática) puede sernos útil en el intento de reflexionar sobre lo desvincuiado-desvinculante, su caída del campo representacional, su lugar medular en la socialidad y en la irrupción de una dramática colectiva, donde ai igual que en las fiestas, siendo todo lo contrario, se da una brusca "suspensión del ideal".

Por sus conductos fluye un clima terrorífico que la población asimila como una tenaz llovizna, mientras el poder político echa mano de un recurso gastado, el de "la presencia de activistas de organizaciones de ultraizquierda", cuando en realidad eran de ultraderecha, "nacionalistas de cartón", según los diarios. Tales "activistas" eran los "preparadores de posibles desbordes sociales". La técnica, muy trillada, consiste en denunciar un "chivo emisario" antes de su existencia, es una manera presen-te de crearlo, para asegurar su futuro exterminio. Y a la había ensayado Hitler hasta el cansancio, y previamente a él la publicidad política y de bienes norteamericana, de donde copió sus modelos propagandísticos. Esto muestra, desde otra cara, cómo los "factores de decisión" quedan atrapados en las formas de representación que han hecho creíbles, cuando para la mayoría ya son absolutamente increíbles.

Una tarde comienzan a estallar las noticias por radio, televisión, prensa, etc. La preanunciada "explosión social" se manifestaba con toda su furia y velocidad arrasadoras. Lo que en esos i ns tan tes e ra "pa lmar io " , " i ncon tes tab le " , "irrepresentable" ("no podemos, ni por un minuto, representar-nos tanta furia, un resentimiento que nos deja sin palabras..."), hacía mucho tiempo que había acontecido, tal como la explo-sión de las estrellas que admiramos noche a noche, han ocurrido hace más de cuarenta mil años. Sólo que recién ahora nos llegan sus luces. Y, como aquellos relámpagos sociales, no semejan, precisamente las "luces de la razón".

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Los supermercados, grandes y pequeños almacenes, son asaltados y saqueados —con gran ingenio en muchos casos— ante el estupor de dueños y empleados, frente a la actitud "meramente persuasiva" de la policía, la gendarmería y demás agentes oficiales y extraoficiales del orden, quienes contri-buían, a su manera, con el "caracazo" local. Muchos de sus miembros, cuando finalizaban el turno de trabajo, se adherían espontáneamente a los saqueos, sin importarles demasiado si eran reconocidos o pasaban inadvertidos. De cualquier modo sabían que, en un régimen de impunidad instaurado desde arriba como en la sociedad argentina, siempre uno más, en los eventos de esa magnitud, es casi siempre uno menos, en cuanto a la autoría de los hechos.

En ningún momento el pánico atravesó a los sectores en pugna o a los grupos que seguían o apoyaban las acciones. Entre ellos fluyeron otras cosas. Por el contrario el pánico sacudía a los espectadores hogareños, que auguraban una represión global, un reinado imperioso del caos, ya que el ataque se desarrollaba en el propio "riñon" propietario, sin distinción de pelajes ni magnitudes. Salvo escaramuzas, force-jeos y carreras nada sucedió.

Sin embargo todo sucedió ahí, con una simultaneidad abru-madora aunque no pudo ser aprehendido, capturado, entendi-do. Se quebraron los vínculos cotidianos, las ceremonias de reconocimiento, los rituales del conocimiento de las mercan-cías, los gestos cómplices, las anécdotas compartidas, la confianza en el próximo, las preocupaciones por el estado de salud y la salud del estado, las preguntas que ei "buen vecino" dirige necesariamente a la gente de su entorno, etc. De ahí que un merodeador ocasional de esos inmensos bolsones de mise-ria dijera, "hay algo, uno olfatea el aire y hay algo. No es sólo la pobreza, la falta de trabajo...", no sólo lo que podemos concebir como antagónico de la riqueza (antagonismo que lleva a valorar todo en términos de envidia, o sea: psico-logísticamente), encarnada en los ricos, o de una carencia de empleo que lleva a la búsqueda de otros hasta que las

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posibilidades se agoten, pues "esa gente se hacía matar con tal de llevarse un kilo de carne o un par de zapatillas".

Esto era lo inconcebible, vehiculizado por las misteriosas e intensas realidades del "hambre", el "silencio", la "bronca", complejos regímenes de afectación —por mencionar algunos— situados más allá de toda representación, ya que podemos tener representaciones de los alimentos, emociones o el habla, pero jamás de los estados citados arriba. Y por eso se los debió apartar de la memoria, la "estimación de los actos" o las "sanciones previstas", puesto que esas instancias vinculantes constituían una innovación de lo siniestro, una nueva desazón, un retorno de lo desvinculado que intentaba ser definitiva e ilusoriamente erradicado30, igual que el hambre, en lugar de aprender política, social y psicológicamente lo que significaban sus crujidos. Después aparecieron y se evaporaron los "bonos solidarios", las promesas solidarias, las propuestas societarias, los envíos alimentarios desde otros países, y demás epopeyas tardías para el otrora glorioso "granero del mundo".

Hasta aquí llega lo que buscaba desgranar respecto a la desvinculación, su importancia para apreciar ios procesos sociogrupales y para el pensamiento mismo sobre la grupalidad.

Para terminar desearía abrir un interrogante, que está sugerido en diversos momentos del trabajo, ¿en la actualidad describimos exactamente el mismo universo grupal, institucional, sociable, sus composiciones, dispositivos, finalidades, etc., que el psicoanálisis —en la mayoría de sus tendencias— sosten-dría hasta hoy? De sus interminables respuestas depende que el siglo veintiuno no encuentre, a ese provocativo "saber del inconciente", sometido a una "idea rectora", convertido en un

^Aunque el 8 de febrero de 1992, dos años después de aquellos aconteci-mientos, ha vuelto a surgir el pillaje y robo de los supermercados, esta vez — derrumbe del muro de Berlín por medio— no hay "activistas" ni "agitadores de izquierda", sino "presuntos instigadores" que serían conocidos en la zona como "el gordo Bombo" y "el Patón". La política adquiere, ahora, las características de las personéis, tal como lo prescribe la lógica neoliberal de mercado y su correspondiente neomalfthusianismo.

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"pobre Cristo", o asfixiado en una abrumadora tentación buro-crática. Recordemos que la promesa de activar la "peste", esa ética micro-biana que Freud dijo portar a Norteamérica, todavía no se ha cumplido. *

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LO GRUPAL 6, una amplia mirada sobre entrecru-zamíentos (Grupo Psicoanálisis) e interrogantes abiertos desde prácticas que juegan en múltiples senderos teóri-cos, diversos entre sí.

Diversidad sin clausura. Preguntas disparadas hacia un lector que fabula, que

desea y fabrica sus propios modos de desciframiento, de provocación a que cualquier cierre sea un imposible. ¿Por qué? Porque toda respuesta cierta, sacral, entraña la muerte del asombro y la curiosidad.

Los directores de la colección

Tia
Cuadro de texto
Lo Grupal 6. Ediciones Búsqueda (1988)
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HORIZONTE

En el campo de las producciones subjetivas y de las for-maciones grupales, siempre nos hemos guiado por una idea sencilla: cuanto más sepamos sobre la complejidad de lo da-do, más eficaces seremos para actuar. Casi una perogrulla-da, aunque sea, en realidad, un doble desafío. Por un lado, manejar la multiplicidad de situaciones, sus ocurrentes co-nexiones, sus relaciones constantes, sin restar fuerza a las peculiaridades que la caracterizan. Por otro, ir señalando los diferentes estratos por los cuales se deslizan los movi-mientos de análisis, sus direcciones posibles y las distin-tas creaciones instrumentales apresadas en un inestable acontecer. Desde él suena, como una vía para la investiga-ción y el recuerdo, la admonición de Bachelard: "Una medi-da precisa es siempre una medida compleja". Vale sólo co-mo una, lejana señal de humo, porque aquí no se trata de "medir", sino de algo más elemental: para nosotros, en es-tos tiempos de betunes y tinieblas, es más importante seguir pensando, que pensar de manera exacta, o sea: correcta, es decir, aséptica

Hacia ese horizonte tiende "lo grupal", y el "7", como ca-da volumen anterior, lo ex-tiende en imprevisibles deveni-res.

J. C. De Brasi - E. Pavlovsky

Tia
Cuadro de texto
Lo Grupal 7. Ediciones Búsqueda (1989)
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Pavlovsky Eduardo - De Brasi Juan Carlos BarembHtt Gregorio - Bauleo Armando

Pavlovsky Carolina

LO GRUPAL 8

EDICIONES BUSQUEDA de AYLLU S.R.L

BUENOS AIRES - ARGENTINA 1990

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UNAS LINEAS

En este volumen hemos dejado que las series y los nudos de cada pensamiento autoral, se desanuden seriamente en tu ac-tividad, lector.

Lo grupal, por lo menos en la dirección que apuntamos, es la mejor forma de potenciar las singularidades.

J . C . D E BRASI - E . PAVLOVSKY