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La Ilustración francesa y su difusión Estudio de la mujer a la luz de los principios ilustrados. Comparación entre La religieuse, Cándido y Pamela. 1

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La Ilustración francesa y su difusión

Estudio de la mujer a la luz de los principios ilustrados. Comparación entre La religieuse, Cándido y Pamela.

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Hablar de Ilustración es, entre otras cosas, hablar de educación. La filantropía aparece de forma general por primera vez en este periodo y es indudable el interés que suscita la enseñanza entre los ilustrados. No solamente la enseñanza general sino también la dedicada a los grupos que tradicionalmente estaban al margen de ella. Y uno de ellos es el de las mujeres. No es momento aquí de recordar la misoginia que rodea la literatura anterior que se hace eco de aspectos tales como la marginación de la mujer ante la sociedad y en el mundo familiar. Sí es importante recalcar el paso dado por la Ilustración al denunciar esos abusos y ese estado de marginación. La novelas de las que hacemos comentario son buenos ejemplos de la profundidad a la que llegan las corrientes ilustradas que no se conforman con una teoría propia, sino que son capaces de reconocer los posibles fallos que un optimismo generalizado puedan producir. La dicotomía entre el pesimismo senequista y el optimismo “rousseauniano” se encuentran en Cándido de forma satírica y nos conduce al escepticismo. Asimismo, en La religieuse se nos hace una amplia descripción del ambiente conventual que va desde la tiranía y la opresión a la relajación más mundana con sesgos sexuales. En el fondo, hay explícita en esta novela una reivindicación de la libertad individual pero a la vez queda plasmada la ineficacia de esta libertad que no está acompañada de una educación. La protagonista –Suzanne Simonin- repite incesantemente que no es su voluntad profesar en un convento pese a no dejar de creer en la Iglesia ni en Dios. Simplemente no ve su futuro entre las paredes del convento y aún en sus momentos más plácidos, en el convento de Sainte Eutrope, se niega a dejar de soñar con su libertad. Una libertad

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que consigue mediante la huida, tras la cual se va a ver sometida a los posibles abusos del P. Morel. La diferencia entre las dos novelas es indudable: la primera nos presenta a un personaje plano al que los posibles avatares de su existencia no hacen cambiar la visión positiva de la realidad: pese a todo, es capaz de convertirse en un asesino. La segunda novela profundiza más en el personaje femenino, le da una autonomía y una altivez bastante lejanas a la realidad social del momento, realidad que también influye en el destino de la protagonista: su origen producto de un adulterio la marginan y la limitan en el poder social: toda la familia se encarga de que legalmente no pueda reivindicar ningún derecho. Por otra parte, la novela de Richardson, Pamela, nos presenta igualmente a una heroína que defiende ante todo una libertad de elección basándose en la necesidad de mantener su virtud. La novela supone el primer gran best-seller de la literatura en lengua inglesa y fue exportada a Europa rápidamente convirtiéndose en un fenómeno literario. Su propio autor, que no pertenece a los círculos cultos y literarios –deja traslucir su poco conocimiento de la literatura en general- aporta, sin embargo, una novedad que podríamos calificar de “literatura burguesa” en la que está muy presente siempre, por una parte, esa virtud que estaría representada por las gentes humildes que tienen en sus firmes creencias religiosas la norma que les guía en su vida y que contrastan con la vida disoluta que suelen representar las clases elevadas. Ese interés por lo cotidiano se presenta también en las conversaciones que mantienen Pamela y su ya marido el señor Brandon respecto a la organización económica de su hogar. Casados ya, no hay ningún asunto económico que no quede sin resolver, sobre

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todo atendiendo a la enorme diferencia social que separa a los cónyuges.

Pero vamos a comenzar señalando las semejanzas entre las tres novelas. Yo diría que fácilmente podemos establecer una relación entre La religieuse y Pamela por la elección del personaje principal: en ambos casos una joven que se ve desprotegida –por motivos bien diferentes- ante un hecho que puede cambiar su vida: en un caso profesar en un convento; en el otro, convertirse en la amante de un poderoso. El apoyo con el que ambas cuentan es su firme decisión personal de no hacer nada que ellas voluntariamente no quieran. Para lograr conseguirlo van a tener que sufrir una serie de pruebas y desgracias que no van a mermar, sin embargo, su decisión. El desenlace, sin embargo, es bien diferente en una y otra novela: mientras que en la de Diderot la muchacha consigue su empeño aunque su falta de soporte social la dejan al arbitrio de otros (que le puedan dar algún trabajo manual) la novela de Richardson hace que la protagonista, gracias a la transformación de la pasión del señor B. en amor, acabe, no sólo consiguiendo sus deseos sino ennoblecida socialmente.

En Cándido, por el contrario, la elección del protagonista es un joven educado en un ambiente acomodado y culto que se verá también lanzado a múltiples desgracias por el mundo, al igual que sus amados amigos. En este caso, su extracción social, al igual que la de los otros personajes, es, diríamos, poco honorable, ya que es hijo natural probablemente de algún noble y por ello recibe una cierta educación, y como se verá, educación muy idealizada, práctica para vivir entre las cuatro paredes del castillo, pero inoperante cuando se

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trata de salir al mundo exterior. Pese a su pureza de espíritu, Cándido se ve arrojado a realizar actos execrables y llega a menudo a ellos por no saber precisamente que los demás pueden procurarle algún mal. Sus sentimientos amorosos también se ven frenados por pertenecer a distinta clase social y sólo al final, cuando las desgracias han hecho de su amada una esclava y una concubina, podrán estar verdaderamente juntos. El tono irónico y cínico de Voltaire no puede compararse a las otras dos novelas en las que la crítica se puede realizar de forma indirecta, pero sin la distancia que nos propone el narrador de Cándido. La causa reside precisamente en la elección de la voz narrativa que utilizan los otros dos autores: la primera persona, la mujer protagonista, en boca –o más bien diríamos en mano- de quien se pone la posibilidad de que escriban sus memorias o la crónica de sus desdichas. Un largo memorial es lo que constituye el relato de Suzanne Simonin; las cartas que Pamela envía a sus padres y, posteriormente, el diario de su confinamiento, son la estructura de su novela. No hay aquí lugar a la ironía porque no puede haber la distancia necesaria entre narrador y personaje: son uno solo.

Llama también poderosamente la atención, el detallismo con que Diderot describe las experiencias sexuales en La religieuse. Experiencias que también son vistas desde el punto de vista de una joven pura y honesta a quien no extrañan las más que demostradas muestras de pasión que le dedica su directora. En Richardson, sin embargo, hay una cierta mojigatería a la hora de describir cualquier relación ente Pamela y el señor B. Mientras que la joven no duda en ningún momento de sus perversas (aviesas) intenciones, es sin embargo cauta a la hora de describir qué ocurre

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tras el matrimonio; tras una larga y excesiva situación de “tira y afloja” en la que la joven no llega a someterse nunca, es curioso cómo no pierde su costumbre de llamarlo “amo”, costumbre que se le advierte tiene que perder. ¿A qué se debe la obsesión de Pamela de ser honrada? ¿a sus convencimientos religiosos? Si fuera así, no se entiende el rápido cambio de opinión que experimenta en Lincolnshire tras proponerle finalmente matrimonio. Si ya se encontraba de camino a su casa para ver a sus “bienamados padres”, ¿por qué vuelve rápidamente cuando ya no se la obliga? ¿Es Pamela todo lo inocente que quiere dejar ver o responde a un plan preconcebido? Aunque los personajes que la rodean se refieren a ella como “niña”, recordemos que destaca por sus sabios consejos y su sensatez; sensatez que la lleva a ser ella quien consiga lo que quiere y no el señor B. Por supuesto que no se deja entrever que Pamela quiera desde primer momento contraer matrimonio con el señor B. Pero no puede negarse que entre sus atractivos se encuentra su enorme fortuna. Ella lo que reivindica es la igualdad entre las personas pero siempre bajo argumentos religiosos (todos somos hijos de Dios, a todos nos llega la muerte) argumentos que ya en la Edad Media podemos encontrar en los textos. Y también argumenta que sus dotes personales no pueden negarle su ascenso social, aunque reiteradamente hace gala de una “humildad” que llega a ser exasperante. Tanto ella como Suzanne se valoran a sí mismas y reivindican su derecho a decidir y esto sí resulta novedoso, independientemente de sus fines.

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Uno de los elementos más criticados por los ilustrados será la educación que reciben las jóvenes, educación que conduce sólo a acatar las normas impuestas por los padres. Esta educación le hace decir sí a Suzanne como forma de acatar los ruegos de su madre; pero son los padres de Pamela los que no se imponen a sus deseos diciéndole que tiene libertad absoluta. Es lógico pensar la necesidad de una revisión en la educación femenina. En la literatura española existe una obra teatral El sí de las niñas, en la que se critica precisamente la disposición que de la voluntad de las hijas hacen los padres: educadas para aceptar siempre los deseos de sus padres que buscarán para ellas un marido con fortuna.

Hay en la novela de Richardson unas ideas que son comunes a la literatura popular y a la cultura de masas: rechazo de los convencionalismos sociales que hacen que personas de distinta clase social no puedan casarse y la defensa de una dignidad personal de cada individuo, independientemente de su extracción social. Por ello a veces los privilegiados son criticados pues no responden a las expectativas que de ellos tienen sus inferiores. A este respecto Pamela escribe:

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“me lamentaba de la poca consideración que la gente distinguida a la que había apelado había mostrado por las circunstancias de mi caso; de la maldad del mundo, que primero daba rienda suelta a modas tan inicuas y luego apelaba a su frecuencia para disculparse por no intentar enmendarlas, así como de la falta de sentimientos de la gente ante las aflicciones de los demás.”(pág. 304).

Me imagino que los miles de lectores de la época quedarían satisfechos al comprobar cómo la virtud de Pamela queda recompensada con un matrimonio muy por encima de sus posibilidades aunque nada objeten a la sumisión a la que el matrimonio parece abocarla. Pamela tardará mucho tiempo en abandonar el apelativo de “amo” para dirigirse a su marido. Leer las exigencias del Sr. Brandon acerca de cómo debe funcionar su matrimonio puede acercarnos a la realidad que ni la propia Pamela puede discutir. Aunque algunos puntos le parezcan difíciles de cumplir, como por ejemplo, el número 6: “Debo tener paciencia con él, incluso cuando encuentre que está equivocado.-Esto puede ser algo difícil, según como se presente el caso.”. Sobre el número 2 escribe: “Debo considerar el que se enfade conmigo la cosa más triste que pueda ocurrirme.-Así lo haré sin duda.”

La aparente libertad que reivindican estas heroínas sólo se demuestra en una actitud puntual. Pasada esta circunstancia, nada hace de ellas abanderadas de la libertad: Pamela se somete a quien antes había despreciado; Suzanne Simonin, no queriendo permanecer en el convento, está dispuesta a aceptar cualquier cosa y seguro que

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nos la podemos imaginar, cómo no, contrayendo matrimonio en un futuro no muy lejano.

No obstante, hay un mérito en ambas novelas: pocas veces la mujer tiene plena libertad para confesar con claridad lo que quiere; el primer paso que dan es el de cuestionar el papel inicial que para ellas se escoge (el convento o el concubinato); no podemos exigir que además reivindiquen un cambio en la educación femenina que prepare a las mujeres para la independencia intelectual, acontecimiento que tendrá que esperar todavía dos siglos para producirse.

Carmen L. Martínez Marzal.

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