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Alejandro Castillejo Cuéllar Poética de lo otro Hacia una antropología de la guerra, la soledad y el exilio interno en Colombia COLECCIÓN GENERAL 1 Poética de lo otro Hacia una antropología de la guerra, la soledad y el exilio interno en Colombia

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PUBLICACIONES RECIENTES

La alteridad radical que curaNeochamanismos yajeceros en Colombia Alhena Caicedo-Fernández

---Utopías ajenasEvolucionismo, indios e indigenistasMiguel Triana y el legado de Darwin y Spencer en ColombiaCarl Henrik LangebaekNatalia Robledo Escobar

---Etnicidad y victimizaciónGenealogías de la violencia y la indigenidad en el norte de ColombiaPablo Jaramillo

---El paraíso del diabloRoger Casement y el informe del Putumayo, un siglo despuésClaudia Steiner Sampedro, Carlos Bonilla Páramo y Roberto Pineda Camacho (compiladores)

---El poder en plural Entre la antropología y la teoría política Mónica L. Espinosa Arango y Alex Betancourt (autores compiladores)

COLECCIÓN GENERAL

La Colección General de la Facultad de Ciencias Sociales surge en 1997 con el fin de publicar textos derivados de investigaciones en las áreas de las ciencias sociales —en diálogo con otras disciplinas—, en especial trabajos de docentes de la Facultad, pero también contribuciones de investigadores externos.

ISBN 978-958-774-390-6

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ALEJANDRO CASTILLEJO CUÉLLAR

Doctor en Antropología de la New School for Social Research, New York, y posdoctorado en Estudios Sociales de la Ley, Universidad Humboldt, Berlín. Ha trabajado en torno al desplazamiento y la desaparición forzados en Colombia, así como con organizaciones de viudas, excombatientes y víctimas de tortura durante el régimen del apartheid en Sudáfrica. Ha sido editor y fundador de revistas académicas dentro y fuera del país y profesor invitado a universidades en Sudáfrica, Dubái, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos de América, México y Argentina. En el 2014 ofreció la prestigiosa Josh Rosenthal Memorial Lecture en la Universidad de Michigan, Ann Arbor. Fue consultor de la Comisión Peruana de la Verdad, del Grupo de Memoria Histórica en Colombia y relator en jefe del encuentro de organizaciones de familiares de desaparecidos con miras el proceso de paz en Cuba. Ha sido ganador de los premios Stanley Diamond Award en Ciencias Sociales (2006), Alejandro Ángel Escobar (2009) y Guillermo Hoyos (2015). Actualmente, es profesor asociado del Departamento de Antropología en la Universidad de los Andes, director del Programa de Estudios Sociales de las Transiciones (PEST), y trabaja en el libro La palabra nómada: fragmentos y relatos sobre la violencia y las pedagogías de lo irreparable.

ORIGINALMENTE PUBLICADO EN EL AÑO 2000, POÉTICA DE LO OTRO es el primer libro de corte etnográfico que se encarga de estudiar a fondo la condición del desplazado y sus formas de administración y subjetivación en el contexto de la oleada paramilitar a finales de los noventa en la costa Caribe colombiana. Con un largo e innovador trabajo de investigación de campo intensivo con organizaciones de desplazados, el texto explora —a través de una serie de epistemologías colaborativas— la naturaleza social de la fractura y la supervivencia. Es el primer volumen de una trilogía, en la que el segundo (que gira alrededor del tema del silencio) se titula Archivos del dolor: ensayos sobre la violencia y el recuerdo colectivo en la Sudáfrica contemporánea y el tercero (sobre la ausencia) Tras los rastros del cuerpo: estéticas y políticas de la desaparición en Colombia y México (en preparación). El autor actualmente se encuentra terminando el libro-epílogo a esta trilogía La palabra nómada: fragmentos y relatos de la violencia y las pedagogías de lo irreparable.

Este libro aborda los diferentes puntos de dispersión a través de los cuales se configuró el desplazado como una forma de alteridad. Además de encarar los lugares relacionados con la dislocación propiamente dicha, también trata la multiforme y heterogénea trama discursiva y política a través de la cual la sociedad colombiana, en un momento de su historia, nombra lo otro. La violencia, inscrita en el cuerpo del desplazado, es un texto en el cual se dan —además de un cruce de balas entre diferentes y ambiguos actores armados— especialmente un cruce de significados. A la luz de esta exploración conceptual y empírica, el texto presenta y analiza un cuerpo de información que incluye testimonios sobre la existencia, así como los discursos religiosos, asistenciales y periodísticos sobre el desplazamiento forzado. En este sentido, es un libro que precede décadas nuestros actuales debates sobre memoria, la subjetividad y su relación con la violencia.

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Alejandro Castillejo Cuéllar

Poética de lo otroHacia una antropología de la guerra, la soledad

y el exilio interno en Colombia

COLECCIÓN GENERAL

1

Poética de lo otroHacia una antropología de la guerra, la soledad

y el exilio interno en Colombia

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Poética de lo otro

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Para citar este libro: doi http://dx.doi.org/10.7440/2015.30

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Poética de lo otroHacia una antropología de la guerra,

la soledad y el exilio interno en Colombia

Alejandro Castillejo Cuéllar

Una trilogía sobre la violencia, la subjetividad y la cultura

Volumen 1

Universidad de los AndesFacultad de Ciencias Sociales

Departamento de Antropología

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Primera edición: Colciencias, Instituto Colombiano de Antropología e Historia. Año 2000Segunda edición: julio del 2016

© Alejandro Castillejo Cuéllar© Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Ciencia Política

Ediciones UniandesCalle 19 n.° 3-10, oficina 1401 Bogotá, D. C., ColombiaTeléfono: 3394949, ext. 2133http://[email protected]

Departamento de Ciencia PolíticaPublicaciones Facultad de Ciencias Sociales Carrera 1.ª n.° 18A-12, Bloque G-GB, piso 6Bogotá, D.C., ColombiaTeléfono: 339 49 49, ext. 4819http://publicacionesfaciso.uniandes.edu.copublicacionesfaciso@uniandes.edu.co

isbn: 978-958-774-390-6isbn e-book: 978-958-774-391-3doi http://dx.doi.org/10.7440/2015.30

Corrección de estilo: César MackenzieDiagramación interior: David Reyes – Precolombi E.U Diseño de cubierta: Victor GómezImagen de cubierta: Silencio con grietas, de Juan Manuel Echavarría

ImpresiónJavegrafCalle 46 A n.° 82-54, interior 2Parque industrial San CayetanoTeléfono: 4161600Bogotá, D. C., Colombia

Impreso en Colombia – Printed in Colombia

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

Castillejo Cuéllar, Alejandro, 1967- Poética de lo otro: hacia una antropología de la guerra, la soledad y el exilio interno en Colombia: una trilogía

sobre la violencia, la subjetividad y la cultura / Alejandro Castillejo Cuéllar. – Bogotá: Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Ciencia Política, Ediciones Uniandes, 2016.

312 páginas; 17 x 24 cm.

ISBN 978-958-774-390-6

1. Migración interna – Colombia 2. Desplazamiento forzado – Colombia 3. Antropología social – Investigaciones – Colombia 4. Conflicto armado – Colombia 5. Violencia – Aspectos sociales – Colombia I. Universidad de los Andes (Colombia). Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Ciencia Política II. Tít.

CDD 304.809 SBUA

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ma.ortiz
Tachado
ma.ortiz
Texto insertado
Antropología
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“Papi, ¿dónde vive el viento?”A mi hijo Felipe, con su insaciable felicidad.

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Las palmas de mis manos han perdidopor fin sus líneas.

Me he sacudido esa inútil ficción,y con sus restos,

he ingresado al universo frenético de lo indecible.

“Puesta en Escena”, Alucinaciones e itinerarios: cuarenta y seis poemas, Alejandro Castillejo, 2015

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Contenido

Agradecimientos · xv

Primera parte Genealogías

Exordio · 3

Preludio La vida social del libro · 13

Introducción El investigador como extraño · 19

Viñeta etnográfica · 20Violencia epistemológica · 25El teatro de la presencia · 27

Capítulo 1 Elementos para una antropología de la violencia · 37

Traducción, enunciación y trabajo de campo · 50Ética, política y colaboración · 53

Segunda parte La violencia, el lenguaje y el espacio

Capítulo 2 Imágenes de la muerte · 59

Antes de la llegada: fertilidad, vecindad y estabilidad · 60La otra llegada · 63La proliferación del cuerpo difunto · 64Fragmentos oníricos · 72

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xii poética de lo otro

El difuso rostro del azar y de la muerte · 75La masacre · 78El sol despunta, es hora de salir · 79“La muerte, irrastreable estupor, siempre presente” · 84

Capítulo 3 Nuevos mundos o nuevas miradas sobre viejos mundos · 87

La magnitud: cuando lo otro deviene peligro · 94Los Comuneros · 96El retorno a la magnitud · 101El sujeto liminar · 102Orden y sociedad · 109Topología imaginaria · 112

Capítulo 4 Anatomía de la intimidad · 117

La invasión de la intimidad o el espacio-bomba · 121“Un disparo de oscuridad”: el espacio de lo otro · 127Espacio cognitivo: entre la vecindad y la alteridad · 137

Tercera parte Desde el “lugar sin rostro”

Capítulo 5 Itinerario del desplazamiento · 153

Los indeseables · 154La política de la disolución · 154Viviendo con la sombra de la muerte · 155Los desalojos · 156En busca de un testigo ocular · 156En medio del camino y del fuego · 157En medio de la noche y del miedo · 158Con la máscara de la muerte · 158La paranoia de lo real · 158Las amenazas · 159Los miedos · 159

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xiiicontenido

Vergüenza de sí · 160El juego de los reflejos · 161Juegos de palabras · 161La comunalidad · 162En busca de unidad y solidaridad · 163El Estado: la otra fantasmagoría · 163La intervención no gubernamental · 164Desplazados: la búsqueda del lugar · 165Proposición y respuesta · 166El invasor profesional · 167¡No queremos desplazados aquí! · 168La cara invisible del santo milagroso · 168Un sitio propio para vivir · 169El beso de Judas · 169El negocio de la pobreza · 170La gallina de los huevos de oro · 171Inversión social: los intereses alternos · 171La estrategia política · 172

Capítulo 6 El descenso al inframundo · 173

Los regímenes de representación · 176Hacia una cartografía imaginaria del terror · 182Representaciones de arribo: las nuevas superficies simbólicas · 193El ascenso a la nueva superficie · 194

Cuarta parte El desarraigo

Capítulo 7 La sombra del otro: discursos cruzados · 205

Entre los intersticios de la imagen · 206Cómo el desplazado se deshace ante nuestros ojos · 210Psiquiatría: un continuum de lo extraño · 215La palabra vacía · 216La inserción evangélica en el fin del milenio · 222

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xiv poética de lo otro

El origen de la desesperación · 228Cuando la subnormalidad es el estado normal de la existencia · 232

Capítulo 8 La experiencia desdoblada: dos modalidades de estar en el “mundo” · 235

El orden de la inmediatez · 240Una semiótica del espacio transitorio · 244La paradoja de la abundancia · 248La gerencia de la alteridad · 257Búsqueda de la comunalidad · 257

Post scriptum: Hacia una poética de lo otro · 263

Corolarios en torno a la violencia · 267

Quinta parte Conversaciones

Capítulo 9 De la Poética de lo otro a las poéticas del teatro · 273

Apéndice: Una lectura de la imagen fotográfica y la violencia · 283Eje semántico “La casa familiar” · 283Eje semántico “El espacio institucional” · 284Eje semántico “Abundancia y vida” · 285Eje semántico “Los espacios purgatorio” · 286Eje semántico “Los objetos sin sujeto” · 287Año 1996 · 288Año 1997 · 290

Bibliografía · 293

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Agradecimientos

“José y todos sus hermanos” es el nombre que con el tiempo adquirieron las personas que vivían en el barrio donde trabajé en las costas de Colombia. El término tenía la connotación salvífica y la referencia directa a la novela de Thomas Mann que retrataba la vida humana de personajes bíblicos. Este nombre representa también la comunalidad que ellos construyeron con sus diferencias y contradicciones. A ellos, donde quieran que estén, les debo aún un agradecimiento: entendí que academia y activismo no son opuestos, como lo enseñamos en las universidades; por el contrario, son dos formas comple-mentarias de estar en el mundo de las ideas y el trabajo. La desaparición de esta oposición, y la de los fundamentalismos exasperantes que conllevan sus prácticas y encarnan sus acólitos, debería abrir la puerta a otro tipo de tra-bajo intelectual. De José y su familia no quedó nadie en la Tierra Prometida. Muchos se fueron a buscar su destino a otro lugar, otros volvieron a su tierra, algunos murieron. La disgregación y la separación literal, las estructuras de la desconfianza, la fractura de la projimidad y de la cercanía, de aquello que, invisible, nos une a otros: ese es el verdadero daño social que ha producido la violencia, no sólo la de la política, sino la que se forma como una costra sobre esta misma y sobre la sociedad.

Para esta segunda edición quiero agradecer de manera muy especial la ayu-da y el compromiso de Pablo Gómez, César Muñoz, José Castro, Helluimen Triana y Liliana Hurtado. Un agradecimiento especial a Juan Manuel Echa-varría. Y también a Claudia, a Felipe y a Sara (quien no había nacido cuando este libro se publicó por primera vez), todos ellos son la razón esencial para imaginar otro porvenir.

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Primera parteGenealogías

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3

Exordio

(Del latín exordĭum). Principio, introducción, preámbulo de una obra […], especialmente la primera

parte del discurso oratorio, la cual tiene por objeto excitar la atención y preparar el ánimo de los oyentes.

Real Academia de la Lengua Española, Diccionario

La investigación de campo intensivo y la escritura de este libro se realizaron entre los años 1998 y 1999. Al año siguiente, es decir en el primer semestre del 2000, fue publicado. Esta segunda edición, que ahora publica la Universidad de los Andes, constituye una instancia de recapitulación, de retorno al momento inicial en el que emergen, en mi propio trabajo de investigación y colaboración con organizaciones de víctimas, una serie de temas transversales (el desarraigo, el silencio, la ausencia) y que serían centrales para encontrar una perspectiva sobre la violencia que se sitúe epistemológicamente en la “experiencia”. Este punto de vista que privilegia la subjetividad y la vida cotidiana, en el cual este libro fue un punto de partida de muchas reflexiones nacionales, hace parte de una trilogía sobre los efectos de la guerra. El segundo volumen es Archivos del dolor. Ensayos sobre la violencia y el recuerdo colectivo en la Sudáfrica contem-poránea (original en inglés; año 2009, 1.ª edición en español; 2013, 2.ª edición) y el tercero (en preparación para su publicación en el 2016) se titula Tras los rastros del cuerpo: estéticas y políticas de la desaparición forzada en Colombia. Esta trilogía termina con un pequeño libro-epílogo, La palabra nómada: relatos y fragmentos sobre la violencia y las pedagogías de lo irreparable, el cual me ha tomado más de una década escribir y reflexiona sobre el acto pedagógico1.

1 En esto incluyo mi participación como relator de la Comisión Peruana de la Verdad (2001) a nombre del Gobierno de Dinamarca y mi paso efímero por el Grupo de Memoria Histórica en Colombia (2012). En general, todo mi trabajo etnográfico, más allá de las instituciones en las que he participado de manera coyuntural, ha sido realizado junto a organizaciones de víctimas de conflictos armados, excombatientes y sobrevivientes de tortura. Véase Castillejo, Alejandro.

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4 poética de lo otro

Esta nueva edición mantiene el espíritu de su original —con dos “capí-tulos” de una importante “densidad semántica”, dedicados a testimonios de supervivencia y a narrativas del desplazamiento forzado en Colombia—, en medio de otros seis capítulos que versan sobre diferentes aspectos relacionados con la experiencia del “exilio interno” (Steiner 2005)2.

Este libro fue escrito en los barrios El Posón y La Loma de Peyé en Car-tagena, en Bogotá y en un inquilinato en Queens (Nueva York) donde viví y donde lo terminé a empujones. El texto es fiel a ese momento histórico y per-sonal. Su estructura, más una colección conectada de ensayos que un texto tradicional en el sentido monográfico de la etnografía, responde a un doble desarraigo: el propio, hasta cierto punto impuesto por las circunstancias locales de trabajo en aquel momento; el otro, al de las personas y las experiencias de violencia cuyas vidas están definidas justo por la ruptura forzada3. El extraño ritmo del libro, de tiempos entrecruzados, es el efecto de pensar una vida en función de sus fragmentos. No tiene sentido, por lo menos hasta cierto punto, asignarle escritural o existencialmente completitud y linealidad a lo que por definición es incompleto, o “clivado”, para inventar un adjetivo que denote un sujeto fracturado.

En comparación con el texto original, en esta segunda edición se han rea-lizado algunos cambios: las “condiciones de audibilidad” y de recolección del testimonio son por completo diferentes hoy día —sobre esto volveré más ade-lante— (Castillejo 2014). Con relación a las variaciones, primero, he mantenido la introducción y he incluido este exordio, un preludio sobre la vida social de los libros y un capítulo en forma de coda (“Elementos para una antropología de la violencia”), todos centrados en pensar una investigación social que privilegia

“The Domestication of Testimony: truth, endemic silence, and the articulations of a violent past”. Recht im Kontext Series. Eds. Dieter Grimm, Alexandra Kemmerer y Christoph Mollers. Berlín: Institute of Advanced Study.2 Valga decir que los otros capítulos están escritos en diversos “lenguajes”, algunos de ellos marcadamente “teóricos”, en un sentido tradicional del término (como el tercero, basado en una perspectiva fenomenológica del espacio social), o “narrativos” a la manera de un diario de campo, como el octavo. Adicionalmente, hay un evidente diálogo, que se mantiene hasta estos días, con la fenomenología y la literatura, una indagación por la contingencia humana y las experiencias de límite, y por las maneras de expresar textualmente eso que no encuentra fácil asidero en las palabras: ¿cómo se puede escribir sobre aquello que podría ser innombrable si no acogemos a escritores (que nada tienen que ver con Colombia o con la aburrida antropología colombiana) y cuyas obras (en idiomas distintos al español) han girado alrededor de ese mismo problema? Nada en las ciencias sociales de la época, y menos aún en los encumbrados “debates” antropológicos (ya convertidos, en su propia periferia y seguramente a regañadientes, en una hegemonía), se relacionaba con estas preguntas.3 Para el momento de su edición, la producción académica estaba fuertemente marcada por un acento de denuncia necesaria y por la clarificación estadística del fenómeno del desplazamiento.

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5exordio

la vida cotidiana como ámbito de encuentros intersubjetivos, pues el centro neu-rálgico del libro es la relación entre la cotidianidad, la narración y las fracturas del orden del mundo. Esto no quiere decir, como ocurre en algunas lecturas microscópicas de la violencia, que este estudio se desconecte de las múltiples formas de exclusión de la persona desplazada y de cómo el espacio, el lenguaje y el cuerpo son centrales en la producción de formas sociales de administración del otro. Además de una revisión extensa de la bibliografía, se incluye una re-flexión sobre las epistemologías de la colaboración, tema que he retomado en mi trabajo sobre Sudáfrica. Sin embargo, son los cambios sustanciales, los más invisibles, los que me gustaría comentar brevemente. Asimismo, al final del texto se presenta la transcripción de un diálogo con realizadores de un grupo teatral para quienes este libro está en el centro de su producción dramática.

Con respecto a los capítulos sobre las narrativas de desplazamiento, vale la pena decir que durante la transcripción de más de 120 horas de grabaciones realizadas con organizaciones comunitarias de desplazados se intentó inter-venir lo menos posible. Esto sin contar los muchos meses de conversaciones informales e íntimas. La época no era fácil. Los finales de los años noventa fueron particularmente sangrientos. El paramilitarismo estaba en su apogeo. La decisión editorial no sólo de entrevistar, sino también de transcribir como se hizo, buscaba transmitir un relato, una serie de acontecimientos grotescos, desolados o esperanzadores, y expresar la dimensión angustiosa, acústica, ja-deante y dubitativa de historias que no habían sido contadas y de seres humanos que no respiraban al hablar. Esas eran las condiciones de enunciación, como le llamé al escenario del testimoniar, al final de la década, cuando rara vez se hablaba de memoria y ningún libro académico había tenido la intención (así fuera limitada y hasta naíf) de ser “polifónico” en cuanto al tejido de sus voces (Castillejo 2013)4. El efecto de no intervenir (de no “enlatar” el testimonio pa-ra el consumo académico, y ni qué decir del masivo) significó mantener giros lingüísticos, algunos errores gramaticales dados al hablar, y una puntuación que permitiera la cascada avasalladora de su lectura. Resulta paradójico que el testimonio familiarice a los oyentes con eventos traumáticos a la vez que los desfamiliariza al hablar de eventos que se encuentran en las márgenes del significado. Cuando se pone en letras el mundo de la oralidad hay un balance complejo entre la intimidad y la cercanía que busca el relato y la alteridad que produce. Eso que nos acerca a la experiencia de otro ser humano también nos puede alejar. En ese momento, demasiado pulimento técnico era artificial, menos si era pensando en quien oye. Cuando las palabras transcritas se leyeron entre

4 Con el término voz hago referencia a las “modalidades de articulación de la experiencia” a través de una serie de lenguajes diversos, incluyendo el silencio. En la experiencia de guerra esta voz puede darse de manera oral, visual o sonora e implica una teoría y unas gramáticas del dolor.

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6 poética de lo otro

las organizaciones con las que trabajaba su veredicto fue claro: “Nos sentimos representados, así hablamos”, sin distingo de lo que pudiera yo pensar.

En algún momento se vio en esta decisión —que en principio debe enten-derse desde la perspectiva de un momento histórico y no desde la industria de la memoria contemporánea que se ha encargado de fetichizar la palabra, en general, y vaciarla de sus contenidos radicales— una “falta de respeto” por la “víctima” —víctima es el término genérico que se usaría hoy en este entramado conceptual que en este libro llamé “ontología de la víctima”—, suponiendo, con ignorancia tecnocrática o paternalismo domesticado, que resaltar la dimensión performática y sensorial del testimonio, además del semántico y el factual, era caricaturizarlo. Se separaba así de manera absurda el proceso (colaborativo) del producto (un texto multivocal). Esa representación, esa voz inscrita sobre un papel, fue parte del mismo proceso de “colaboración epistemológica” que he descrito en otros textos (Castillejo 2009, 63). Es fácil criticar cuando se tiene la ventaja de la retrospección.

En una época de amenaza permanente, levantar este material y transcri-birlo, respiro por respiro, jadeo por jadeo, fue algo quijotesco. El recuerdo del asesinato de un hijo, la literalidad de la masacre o la desaparición de alguien, es decir, escuchar al otro desde su abismo, no es algo que se realice, se recoja o se escriba como cualquier otra entrevista (en las universidades nunca han en-señado a ver el abismo a los ojos). Quizás hoy en día eso resulta obvio, aunque no estoy tan seguro de ello luego de ver a científicos sociales operando como funcionarios de Estado o agentes de ong. El silenciamiento era lo que primaba y lo que buscaba fracturar este libro. Aquí silencio y silenciamiento son dos cosas diferentes. Al hablar con mujeres sobre su mundo personal entendí que el acto de hablar de la violencia sobrepasa lo oral, en el sentido más lato (el que aprende uno en los cursos de metodología), para entrar en el plano de lo acústico, lo táctil o lo corpóreo. La gente testimonió con todo su cuerpo y aún lo hace. Al entrar en esos terrenos, las ciencias sociales, tan dependientes de la palabra y del orden escrito, no tienen nada que decir que valga la pena, sólo hasta el momento en el que deciden descentrarse de sí mismas (de cara al ros-tro del otro —la frase es de Levinas— y no en el terreno de la prestidigitación “verbal”), cuando dejan de ser ciencias sociales en el sentido más institucional y se arriesgan.

Continuando con este elemento testimonial, también es importante resaltar que no se hizo ninguna exégesis de estos testimonios, ni en la versión original ni en esta. Si mucho, en el mejor de los casos, el libro entero es un esfuerzo por entender la densidad semántica de una sola frase, citada en el epígrafe del capítulo cinco y que habla de la dificultad de autoreconocerse. Los capítulos ad-yacentes, con quienes estos testimonios conviven, buscan darle contexto a estas palabras, a lo que quiere decir habitar el desarraigo, el espacio, el lenguaje y el

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cuerpo de la violencia, así como a la manera en la que se “alterizan” otros seres humanos. En ese punto no quise imponer epistemológicamente mi voz sobre la de ellos, sobre sus fuentes, sobre sus archivos. Ya eran bastante complejos y densos y, en últimas, su presencia no era un vehículo para que el investigador expresara algún argumento particular a un gremio de colegas. Vale la pena recordar que para la época el grupo de expertos era minúsculo y que en algu-nos casos vivía bajo el asedio de la amenaza. Pasó mucho tiempo antes de que la violencia, vista desde la experiencia humana, captara la imaginación de la antropología. Por el contrario, he visto de qué manera las palabras de los seres humanos emergen en los textos académicos como ilustraciones de los argumen-tos de sus autores, de la linealidad imaginada por varios hombres y mujeres.

Esa intertextualidad amaestra el testimonio de guerra, nos acostumbra, hablando en términos corporales, a escucharlo bajo ciertas condiciones. En diversos escritos posteriores he insistido, en especial en mi trabajo con ex-combatientes y sobrevivientes del apartheid, en que el problema no es si los sobrevivientes hablan o no (de forma individual o colectiva, a través de años de trabajo comunitario) sino que la “sociedad” ha sido “incapaz” de escuchar. El topos neocolonialista, mediante el cual el Estado por medio de sus funcio-narios o cualesquiera otro mediador, como los medios de comunicación o el investigador con ínfulas de comprometido “le da la voz a la víctima”, parte del supuesto según el cual la gente no tiene voz, es decir, no “articula su propia experiencia” (Castillejo 2013). Sin embargo, cuando dicen asignar esa “voz al otro” lo hacen dentro de condiciones casi controladas de enunciación. En los últimos años se han visto muchos eventos donde los llamados expertos (entre funcionarios y académicos) y el público en general se exasperan ante ciertas formas de hablar y de testimoniar (o de “dar la voz”), ante sus rítmicas, ante las aparentes irrelevancias de lo narrado y sus vacilaciones, circularidades, indeterminaciones legales o históricas y minucias existenciales que parecen no llegar a ningún lado. Se nos ha enseñado a esperar masacres, a buscar el ruido de la motosierra en el fondo y a domesticar el testimonio para que no irrumpa en una cotidianidad ya saturada de palabras ad infinitum, de puestas en escena de víctimas perdonantes ante perpetradores inmutables. Siempre he dicho que el peso del perdón y de la reconciliación, si tales cosas existen, recae de manera abrumadora en el sobreviviente.

En este orden de ideas, los textos de este libro nunca fueron domesticados (Castillejo 2012). Son largos y a veces ininteligibles. Ahora sí, emergen algu-nas preguntas morales. ¿Por qué se le debe hacer el trabajo fácil a un lector? ¿Por qué, entre otras cosas, hay que traducir el tiempo y el ritmo a uno que se acople con los afanes de la vida académica? Digo el tiempo y el ritmo no sólo de la investigación, al menos cuando se piensa de manera intensiva, lenta y abrumadora, sino también la temporalidad de la persona que relata, un pasado

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que se desenvuelve en una especie de eterno presente. Hoy en día, los testi-monios han entrado en circuitos muy distintos de los que había en la época en que se recolectaron los aquí presentes. No obstante la importancia de este movimiento, hay que decir que hoy transitan dentro de las instituciones que se han dedicado a recabarlas. La reducción del término memoria a la oralidad, el encuadre institucional y discursivo que emerge del evangelio global del perdón y la reconciliación o del proyecto de revisionismo histórico de la Ley de Justicia y Paz, y sus puestas en escena nos hablan de un complejo escenario de enunciación, de testimonios que son hechos legibles y de otros que quedan al margen. Sin embargo, a la luz de las anteriores ideas, en esta versión del li-bro he hecho algunos cambios de puntuación para facilitar su lectura más de diez años después de haber sido escuchados por primera vez y en un contexto donde la saturación es la regla. Vale la pena resaltar un elemento adicional a la hora de su lectura: muchos de los testimonios vienen introducidos por la “recreación” de la atmósfera de la conversación. Pueden ser unas líneas, no mayores a un corto párrafo, que buscan deslocalizar al lector en algún lado, en alguna abstracción del espacio social, con el fin de hacer más anónimas a las personas entrevistadas y de salvaguardar su seguridad. Se usaron muchos otros mecanismos: el cambio de referencias, de nombres de lugares, de activi-dades regionales o de elementos que, por pequeños que fueran, pudieran ser identificados. En últimas, quienes hablaban habían sido testigos, y la naturaleza del trabajo de investigación nos llevó a reconstruir momentos de muerte o a escuchar nombres que años después aparecieron en las audiencias de Justicia y Paz. En su momento, esta información, estos nombres, estos muertos, fueron un conocimiento envenenado. El objeto de estas deslocalizaciones era pues resguardar y confundir, no estetizar la muerte, ni convertirla en cuento. Nace entonces todo un debate sobre las representaciones de la violencia, sobre las relaciones entre “factualidad”, veracidad, objetividad y verdad, términos que para los oídos contemporáneos resultan más familiares, aunque parroquiales y vagos en definición. Insisto: hoy tenemos centros de acopio de testimonios y “administración social del pasado” del tamaño de ministerios y monumenta-les estructuras operativas que dictan la versión oficial. Los testimonios de este libro fueron arrancados del chisme, del rumor y del miedo, no del privilegio institucional.

Antes de terminar quisiera hacer un comentario sobre la autoría del libro. El proceso de recolección fue un trabajo colaborativo; varios criterios colabo-raron estructuralmente para producir un fenómeno como la “visión ocular”, y sus correlatos de profundidad y perspectiva. En otras palabras, la profundidad de campo (nótese los símiles antropológicos) es producto de dos procesos de recolección de información visual (a través del sistema ocular) que se editan neuronalmente y producen lo que asociamos a la imagen visual. Utilizando este

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mismo ejemplo, traído de la obra de Gregory Bateson, la investigación, en sus aspectos metodológicos y temáticos, fue negociada durante largo tiempo con estas organizaciones. El contenido de estos capítulos testimoniales —hoy les llamaríamos así— fue concertado, discutido y, al final, aprobado por los líderes y las lideresas del Peyé y El Posón. Yo ayudé a construir la estructura de dichas secciones y ellos pusieron el contenido y la línea argumental. Obviamente, el producto de este encuentro de perspectivas fue mi preocupación debido a la densidad semántica de lo relatado. Cuando llegó el momento de la edición, la comunidad rechazó aparecer como coautora, según se le había propuesto, pues consideró que sólo 2 de los 8 capítulos eran de su colectiva autoría. En estos textos se reconoce una cierta dimensión polifónica. Rara vez en la academia, con su mojigatería profesional, se ven textos realmente dispuestos a descentrarse a sí mismos manteniendo el rigor del trabajo intelectual. En aquella época mi cuestionamiento sobre el papel del universitario era menos visceral de lo que es hoy día: grandes proyectos poscoloniales y deconstructivos (hay que decir, para evitar confusiones, que he leído y sigo leyendo a Derrida con pasión) no son más que críticas y prestidigitaciones de papel (llamadas a veces “radicales” y hasta “anarquistas”) en las cuales el discurso y la irrelevancia se confunden. Resulta evidente que esto es una industria cultural.

Los capítulos que no he mencionado, y que constituyen la mayoría del libro, no han sufrido mayores transformaciones, salvo las correcciones de estilo. Superé la tentación de extender ideas o debates que en una década han experimentado, desde luego, desarrollos dentro de la academia. Mucho se ha escrito sobre las relaciones entre el espacio y los proyectos de violencia co-lectiva. Los estudios sobre genocidio, sobre el Holocausto, en especial desde finales de los años noventa, han sido evidentes en este sentido. Dichos ámbitos ejercen en este libro su influencia y por ello he dado una parte importante de la investigación al desplazamiento forzado y al terror en Colombia. Hay otros temas cuyas lecturas iniciales gestaron importantes discusiones gremiales de muy diverso tipo, y que no las desarrollo particularmente: la representa-ción visual de la guerra, los discursos de la enfermedad, la experiencia de la supervivencia, la resiliencia, los lenguajes del pasado, los usos del espacio, el género y los dispositivos de negación, entre otros. Nótese que los llamados debates o problemas antropológicos (los que uno leía en la universidad) y las maneras de encuadrarlos no hacen parte de este libro. Su tema se sitúa en va-rios lugares, en varios tipos de escrituras, en varios problemas. Me parece que realizar dicha interpelación retrospectiva me llevaría a escribir casi otro texto asumiendo nuevos debates, por ello prefiero dejarlo en su momento histórico, en las condiciones de investigación de una época y en las múltiples puertas que en su momento abrió.

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Para terminar, una breve reflexión sobre lo político. En mi propia inves-tigación con organizaciones de víctimas en Sudáfrica, hablantes del xhosa, cuyo trabajo de campo se realizó entre el 2001 y el 2004, se hace evidente, en la misma línea de este libro, que cada proyecto de investigación sobre la violencia tiene una dimensión política propia (aunque en general busquen fracturar las múltiples maneras en las que operan el poder y la exclusión), con retos diver-sos y complejos, característicos de los escenarios nacionales, lingüísticos y culturales donde se realicen. Lo que ha surgido a lo largo de estos años, desde los primeros esfuerzos por repensar las éticas y las políticas de investigación social en el marco de las guerras (y este libro representa la pregunta inicial), es una postura que privilegia una epistemología de la colaboración (con sus pros y sus contras), donde se favorece el trabajo de largo aliento (como las circunstancias lo permitan) que alimente procesos de solidificación comuni-taria, de comunidades de dolor donde la investigación pueda ser un vehículo importante. En este contexto, hablar de “comunidad” no es tan fácil: ¿cómo hacer antropología de un campo de refugiados o un asentamiento temporal de desplazados? Aquí, dependiendo del contexto, algunas organizaciones co-munitarias, en el sentido amplio del término, están sometidas a presiones de diferente índole, a la preocupación por la supervivencia inmediata y diaria, a la competencia por recursos básicos increíblemente limitados y a la politiza-ción de la precariedad. Pero el trabajo sobre violencia requiere de tiempo, de profunda interacción y confianza (incluso en medio de la itinerancia), necesita de un “colchón” comunitario sobre el cual la persona pueda sostenerse: ¿qué más complejo que relatar los instantes más íntimos de inhumanidad y de dis-locación de lo familiar? En este contexto, la “continuidad” es fundamental. Sin embargo, un sentido colectivo y compartido de lo que significa y ofrece la investigación (en un momento concreto), así como la conciencia de que la inestabilidad y la precariedad pueden dar al traste con largas temporalida-des, son elementos a considerar. En conversaciones y visitas posteriores a los lugares y barrios que este libro menciona se hizo evidente lo que llamaría “la fractura de la fractura”: personas con otros intereses y con otras motivaciones fueron reemplazando, uno detrás del otro, a lo largo de varios años, a quienes uno veía como miembros de una “comunidad”. Casi se podría decir que la “comunidad” se rehacía constantemente. Las personas que conocí, como pasa en medio de la violencia y de la vida, continuaron derroteros diferentes: unos murieron, otros se fueron.

En este punto, las éticas y las políticas deben verse de manera conjunta, como problemas más complejos de largo plazo que obligan a repensar nuestra relación con la investigación, atendiendo al hecho de que el investigador trabaja no so-bre personas sino con personas. Al menos en este campo particular de estudio hay una necesidad de repensar la fenomenología del encuentro etnográfico,

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nuestros modos de escribir y de citar, de escuchar, de debatir, de presenciar, de enseñar, y sobre todo de estar. En el contexto de la guerra, todos los debates o problemas morales que a veces asaltan la antropología son llevados a extre-mos difíciles. De ahí emerge la necesidad de un investigador que, al balancear estos elementos, vea el largo plazo también como una interpelación pública, que se salga del gueto académico que habla un mismo idioma y parece debatir lo mismo sin cesar, como si nadie lo escuchara, un investigador que esté en condiciones de dinamizar procesos comunitarios y sobre todo con capacidad de tener una presencia académica y de arriesgar modos de hacer y de escribir, incluso si eso lo exilia de la hegemonía universitaria de las ciencias sociales que desconfía de la literatura, suspicaz ante apuestas escriturales que se salen de la norma, de los reconocidos estilos de argumentación. Lo que hay que descoloni-zar no es solo el lenguaje, que todo lo puede, sino nuestra relación más íntima que se crea en el encuentro con otros, en esa poética de lo otro.

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Preludio La vida social del libro*

Este texto es algo personal, aunque sobre un tema académico y político. Y como todo proyecto personal que se expone a lo público, por minúsculo que sea, corre muchos riesgos: puede leerse como parte de la acostumbrada acusación de individualismo, autoadulación o deseo de celebridad que campea impávido en las instituciones universitarias. Sin embargo, lo que me pregunto aquí tiene que ver más bien con lo que los “académicos” hacen y con lo que se reconoce de ese hacer. Este es el punto: rara vez tiene un autor la posibilidad de hablar, así sea de forma breve, sobre la vida social del libro que ha escrito, quizás por-que rara vez el libro sale (cuando lo hace) de los anaqueles del especialista que, con desespero, le busca un hogar en medio de su fugacidad. En otras palabras, escribimos libros que no han visto la luz cuando ya han sido olvidados.

En alguna ocasión, Walter Benjamin, en su huida del nazismo, se pregun-taba, al momento de deshacer la valija de textos que lo acompañaban (después perdidos), por el origen que tenían los documentos de su biblioteca así como por los recorridos que trasegaron para llegar hasta ese punto. La biblioteca en sí misma cuenta, como sabemos, una historia, una vida, una familia y, sobre todo, una serie de instantes. Pero ¿cómo llegan “allá” los libros, en el sentido más existencial, a “ese lugar” y por cuáles caminos? Cuando se ven estos recorridos y se lee el trabajo intelectual desde esta óptica se descubre que la “influencia” que un escrito tiene, en el sentido más simple de la palabra, sobrepasa las formas actuales (y debo decir, reduccionistas) de entender el trabajo del intelectual.

Hace algo más de una década se publicó Poética de lo otro: una antropología de la violencia, la soledad y el exilio interno en Colombia. Como ya lo mencioné, el libro hace parte de una trilogía (sobre la soledad, el silencio y la ausencia) que gira alrededor del tema de la guerra en América Latina y en África, pero vista desde una perspectiva que privilegia la vida cotidiana así como aquellos

* La versión original de este texto apareció publicada con el título “La vida social del libro” en la revista Sextante de la Universidad de los Andes (2 (2013): 17-18).

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