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CLÍOÓrgano de la Academia Dominicana de la Historia

Año 89 Núm. 200 Julio-Diciembre 2020

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CLÍOÓrgano de la Academia Dominicana de la Historia

Año 89 Núm. 200 Julio-Diciembre 2020

Academia Dominicana de la HistoriaRepública Dominicana

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Junta Directiva (2019-2022):

Lic. José Chez Checo, PresidenteLic. Juan Daniel Balcácer, VicepresidenteP. José Luis Sáez, S. J., SecretarioLic. Edwin Espinal Hernández, TesoreroLic. Raymundo González, Vocal

© De la presente ediciónAcademia Dominicana de la Historia, 2020Calle Mercedes No. 204, Ciudad ColonialSanto Domingo, República DominicanaCorreo electrónico: [email protected]ágina web: http://www.academiadominicanahistoria.org.doRevista Clío digital: http://www.academiadominicanahistoria.org.do/index.php/revista-clio

Editor: José Luis Sáez S. J.

Cuidado de edición: Jesús R. Navarro Zerpa

Diseño de cubierta: Ninón León de Saleme

Diagramación: Eric Simó

ISSN: 0009-9376

Impresión: Editora Búho S. R. L.

Impreso en la República Dominicana / Printed in the Dominican Republic

Este contenido de la revista Clío, año 89, núm. 200, correspondiente a los meses de julio a diciembre de 2020, fue aprobado por la Junta Directiva de la Academia Dominicana de la Historia, en su undécima sesión, celebrada el 28 de octubre de 2020.

La Academia Dominicana de la Historia no se hace solidaria de las opiniones emitidas en los trabajos insertos en Clío, de los cuales son únicamente responsables los autores.

(Sesión del 10 de junio de 1952)

La Academia Dominicana de la Historia no está obligada a dar explicaciones por los trabajos enviados que no han sido publicados.

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Sumario

PresentaciónJosé Luis Sáez, S. J. .......................................................................... 9

Determinantes de la urbanización en la República Dominicana, 1920-1990Frank Moya Pons ............................................................................ 11

Los servicios de inteligencia de Trujillo y Cayo Confites Bernardo Vega ................................................................................. 33

La Buenaventura, de villa blasonada a villa olvidadaWenceslao Vega Boyrie ................................................................... 51

¿A machete o a tiro limpio? De armas blancas y de fuego en la guerra de IndependenciaEdwin Espinal Hernández .............................................................. 75

Vicisitudes de la Independencia dominicana: de la concepción a la materialización, 1843-1844Welnel Darío Féliz ........................................................................ 141

Discurso de recepción del académico de número electo, Lic. Welnel Darío FélizJuan Daniel Balcácer ................................................................... 201

Enero de 1960Antonio Lluberes, S. J. .................................................................. 207

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El saqueo de Francis Drake a Santo Domingo: trascendencia históricaMiguel Reyes Sánchez ................................................................... 241

Derrota y triunfo de la no-intervención en la Sociedad de las Naciones y las conferencias panamericanasAlan McPherson ............................................................................ 291

Los exiliados españoles y la traición de la expedición de Luperón en 1949Aaron Coy Moulton ....................................................................... 311

Sección: Documento inéditoHospital de San Antonio de Monte Plata ...................................... 337San Antonio de Monte Plata. Fábrica de la iglesia ....................... 354

Mensaje con motivo del 157 aniversario de la guerra Restauradora .............................................................. 361

Designación del «Día Nacional del Historiador» ......................... 363

Noticias de la Academia ............................................................... 369

Directorio de la Academia Dominicana de la Historia ................. 377

Normas para publicar trabajos en la revista en la revista Clío .......383

Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia ............ 393

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PresentaciónJosé Luis Sáez, S. J.

Este ejemplar, con que la revista arriba a su número 200 —una especie de ilustre edad madura, por no decir vejez—, se compone de una cierta variedad de trabajos, desde los determinantes de la urbanización dominicana hasta la accidentada expedición de Luperón en 1949, pa-sando por la crisis que supuso enero de 1960, pero con dos buenas parejas de trabajos de un mismo tema. Se trata de los aportes del académico de número Licdo. Edwin Espi-nal Hernández, de la actual Junta Directiva, y el también académico de número Licdo. Welnel Darío Féliz sobre el trabajoso proceso de la independencia dominicana. El otro aporte, de indudable valor, en el área de «Documen-tos», es la trascripción del Dr. Genaro Rodríguez Morel, académico correspondiente nacional, de dos documentos inéditos del AGI, de Sevilla, sobre la Iglesia y el Hospital de Monte Plata, de indudable valor para la labor de resca-te a que debe también consagrarse una institución como esta. Esperamos que el lector se beneficie como ya lo he-mos hecho cuantos trabajamos en este quehacer.

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CLÍO, Año 89, Núm. 200, Julio-Diciembre 2020, pp. 11-31ISSN: 0009-9376

Determinantes de la urbanización en la República Dominicana, 1920-1990

Frank Moya Pons*

RESUMEN

Este trabajo describe algunos de los factores económicos que in-cidieron en el proceso de urbanización de la República Dominicana en el curso del siglo XX y muestra, en particular, las causas que ex-plican por qué unas ciudades crecieron más rápidamente que otras, o se estancaron durante décadas, como fue el caso de las antiguas ciudades «azucareras» que se quedaron detrás de las «industriales» y los centros urbanos «nuevos» especializados en la producción de alimentos. A partir de un nuevo análisis de los censos de población nacionales de 1920, 1935, 1950, 1960, 1970 y 1981, el autor demues-tra que el proceso de urbanización dominicano se desenvolvió en varias velocidades según la base económica local o regional de los centros poblados y las funciones logísticas de estos conglomerados en el mercado nacional.

Palabras clave: Historia económica, demografía, urbanización, República Dominicana, siglo XX, industrialización, agricultura co-mercial, arroz, colonización.

* Miembro de número de la Academia Dominicana de la Historia, pre-sidente de la Junta Directiva (2010-2013).

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Frank Moya Pons

ABSTRACT

This article analyzes some of the economic factors that influen-ced the urbanization process of the Dominican Republic in the XX century. In particular, it shows the causes that explain why some cities grew faster than others or stagnated for decades, as was the case of the old sugar producing cities which were left behind by the new urban centers whose growth was stimulated either by the development of commercial agriculture or by the import-substitution industrialization process which catapulted the economy of the Dominican Republic right after the Second World War. From a fresh analysis of the natio-nal population censuses of 1920, 1935, 1950, 1960, 1970, and 1981, the author has been able to measure the different «speeds» at which different groups of cities proceeded according to their economic base and logistical roles in the national market.

Keywords: Economic history, demography, urbanization, Dominican Republic, XX century, industrialization, commercial agri-culture, rice, colonization.

Introducción

La urbanización fue uno de los procesos dominantes en la evolución social dominicana durante el siglo XX, y ha seguido siéndolo en los primeros dos decenios del siglo XXI. En conse-cuencia, la República Dominicana ha pasado a ser una sociedad «urbanizada» y ya nadie se refiere a ella como un país «eminen-temente agrícola» de población mayoritariamente rural, como era acostumbrado hasta hace pocos años.

En 1920, por ejemplo, solamente 16 de cada 100 dominica-nos vivían en pueblos y ciudades,1 en tanto que hoy, en el año

1 República Dominicana, Censo de la República Dominicana: Primer censo nacional 1920. Santo Domingo, 1923. Citado en lo adelante como Primer censo nacional 1920.

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2020, más de 80 de cada 100 viven en conglomerados urbanos. Algunos pueblos que en 1920 eran apenas minúsculas aldeas hoy son pujantes centros urbanos con dinámicos sectores co-mercial, industrial o agropecuario.2

Ese crecimiento ha sido un proceso muy desigual, pues no todas las comunidades han crecido a la misma velocidad ni por similares razones. Investigar el porqué de esas diferencias es un tema válido de indagación histórica pues hasta ahora na-die se ha ocupado de estudiar las causas económicas que han hecho que unas ciudades hayan crecido más rápidamente que otras. Encontrar esas causas es tarea compleja, pero existen datos que nos permiten mostrar diferentes patrones de urba-nización en los principales centros poblados de la República Dominicana.

Esos datos nos dicen que, aunque la industrialización esti-muló la urbanización de la ciudad de Santo Domingo, en casi en casi todos los demás poblados la causa determinante de su crecimiento, entre 1935-1970, fue la agricultura comercial des-tinada a la producción de alimentos (arroz, plátanos, víveres) para el mercado interno.

Esos fueron los casos de Bonao, La Vega, Cotuí, San Francisco de Macorís, Nagua, San Juan de la Maguana, Mao, Esperanza, Villa Bisonó y Dajabón cuya urbanización se ace-leró después de que esas comunidades recibieron el impacto de los programas de riego y colonización emprendidos por el Estado dominicano y se convirtieron en «pueblos arroceros».

Al convertirse en centros de producción de alimentos esos poblados atrajeron miles de campesinos sin tierra o mi-nifundistas que no podían sostener a sus familias con una

2 República Dominicana, Secretariado Técnico de la Presidencia, VIII Censo de población y vivienda 2002. Santo Domingo, Oficina Nacio-nal de Estadística, 2004.

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agricultura de subsistencia o que habían sido expulsados de sus predios por terratenientes voraces interesados en desarro-llar grandes fincas ganaderas, cañeras y cafetaleras.

Los antiguos «pueblos azucareros» cuyos campos cir-cundantes eran plantaciones no fueron capaces de absorber inmigrantes rurales y se quedaron detrás en el proceso de urba-nización. Mientras La Romana, San Pedro de Macorís, Puerto Plata se mantenían dependiendo del azúcar sus poblaciones crecían más lentamente que las de otros poblados de similar tamaño.

Los pueblos azucareros no pudieron salir de su letargo hasta bien entrada la década de los años 70 cuando las zonas francas y el turismo empezaron a transformar su base económi-ca y su estructura productiva.

Entre 1936 y 1960 aparecieron varias ciudades «industria-les»: Santo Domingo, Haina y San Cristóbal. Estas crecieron por encima del 6.5 por ciento anual. Entre 1935 y 1960, esas ciudades encabezaron el movimiento de urbanización, seguidas de cerca por los pueblos arroceros y centros productores de ali-mentos, como el plátano y otros víveres, por ejemplo.

Aun cuando los principales centros poblados dominica-nos experimentaron ciertos procesos de modernización en las primeras dos décadas del siglo XX (calles pavimentadas para automóviles, alumbrado eléctrico en lugar de las viejas lámparas de querosene o carburo, servicios de telégrafo y teléfono, entre otros), la urbanización de la República Do-minicana, estrictamente hablando, es un fenómeno posterior a 1920.3

En ese año, repetimos, solo el 16.6 por ciento de la pobla-ción del país vivía en «ciudades». La más grande era Santo

3 Frank Moya Pons, Breve historia contemporánea de la República Do-minicana. México, Fondo de Cultura Económica, 1999, pp. 60-81.

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Domingo que solo tenía 30,943 habitantes mientras Santiago tenía apenas 17,152. Los otros centros «urbanos», cuya po-blación era mayor de cinco mil habitantes, eran los pueblos azucareros de San Pedro de Macorís (13,802), Puerto Plata (7,709) y La Romana (6,129), y los centros agropecuarios del valle del Cibao: La Vega (6,564) y San Francisco de Macorís (5,188). En síntesis, solo siete poblaciones tenían más de cinco mil habitantes.4

El crecimiento demográfico era alto entonces, pero debi-do a una larga historia de emigración, guerras y calamidades económicas, el país era todavía un territorio despoblado. En 1908, por ejemplo, la población nacional fue estimada en 638 mil personas distribuidas en un área de 48 mil km². En 1920, el primer censo nacional registró 895 mil personas. Las tasas de crecimiento desde 1844 a 1920 mantuvieron un promedio de 2.4 por ciento anual. Entre 1908 y 1920 la tasa de crecimiento demográfico anual fue de 2.9 por ciento.5

Desde 1920 en adelante, la República Dominicana experi-mentó índices de crecimiento demográfico considerablemente más altos que los de décadas anteriores, convirtiéndose uno de los países de más rápido crecimiento poblacional a escala mun-dial. Las tasas intercensales de crecimiento demográfico entre 1920 y 1991, fueron 3.6 para 1920-1935; 2.4 para 1935-1950; 3.6 para 1950-1960; 3.0 para 1960-1970; 2.8 para 1970-1981, y un estimado de 2.5 para 1981-1991.

4 Primer censo nacional 1920.5 Ver, Frank Moya Pons, «Nuevas Consideraciones sobre la historia de

la población dominicana: curvas, tasas y problemas». Boletín del Mu-seo del Hombre Dominicano, no. 7 (Diciembre 1976).

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Frank Moya Pons

Tabla 1 Crecimiento poblacional urbano en la

República Dominicana, 1920-1991Año Población Urbana Rural % urbana % rural1920 894,665 148,894 745,771 16.6 83.41935 1,479,417 266,565 1,212,852 18.0 82.01950 2,135,872 508,408 1,627,464 23.8 76.21960 3,047,070 922,090 2,124,980 30.3 69.71970 4,009,458 1,593,299 2,416,159 39.7 60.31981 5,647,977 2,935,860 2,712,117 52.0 48.01993 7,293,390 4,084,298 3,209,091 56.0 44.02002 8,562,541 5,445,776 3,116,764 63.6 36.42010 9,884,371 6,780,678 3,103,693 68.6 31.4

Fuente: Censos de 1920, 1935, 1950, 1960, 1970, 1981, 1993, 2002. (E) Es-timados de la Oficina Nacional de Estadísticas de la República Dominicana y CELADE, 1985.

El impacto de la industrialización

En las primeras tres décadas del siglo XX la expansión de la industria azucarera estimuló el rápido crecimiento eco-nómico de San Pedro de Macorís, Puerto Plata y La Romana, y fomentó el establecimiento de pequeñas fábricas en dichos pueblos azucareros.6

6 Paul Muto, La República Dominicana y el proceso de desarrollo económico, 1900-1930. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2014. Ver, además, Héctor Luis Martínez, San Pedro de Macorís en el renacimiento de la industria azucarera dominicana, 1870-1930. Santo Domingo, Dirección General de la Feria del Libro, 2006; y Rafael Jarvis, La Romana: Origen y fundación. Santo Domin-go, Comisión Presidencial de Apoyo Desarrollo Provincial, 1999.

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Esas pequeñas fábricas entraron en crisis en la cuarta y quinta década del siglo cuando el Gobierno dominicano puso en marcha una política de centralización industrial en la capi-tal de la República que favoreció el establecimiento de nuevas industrias de sustitución de importaciones en detrimento de los establecimientos de San Pedro de Macorís y Puerto Plata. Al cabo de los años, las industrias y talleres de estas dos ciudades terminaron haciéndose obsoletas y nunca pudieron recuperarse de la competencia capitaleña.7

La segunda ciudad del país, Santiago de los Caballeros, se salvó de una decadencia similar porque era el centro ad-ministrativo de la rica región del Cibao. La densa población campesina que habitaba esa área constituía un sólido mercado para la producción artesanal y manufacturera de Santiago.

La política de substitución de importaciones afectó la dis-tribución espacial de las industrias dominicanas al convertir a Santo Domingo y San Cristóbal en centros industriales. San Cristóbal, ubicada a 30 kilómetros de la capital, era el lugar de nacimiento de Rafael Trujillo, dictador de la República Do-minicana de 1930 a 1961, quien quiso transformar su pueblo natal en un centro industrial moderno, con numerosas fábricas. En el pueblo pesquero de Haina, a medio camino entre Santo Domingo y San Cristóbal, Trujillo instaló un gran ingenio azu-carero y construyó un importante muelle que hicieron de Haina el puerto comercial más grande del país.

Santo Domingo —rebautizada como Ciudad Trujillo en 1936— se convirtió en el centro industrial principal del país,

7 Acerca de la política de industrialización y sustitución de importa-ciones en ese período, ver Frank Moya Pons, «Import-Substitution Industrialization Policies in the Dominican Republic, 1925-1961». Hispanic American Historical Review 70, no. 4 (November, 1990): 539-577.

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sustituyendo a San Pedro de Macorís y Puerto Plata. Trujillo estableció en la capital de la República plantas industriales para la manufactura de aceite vegetal, carne y productos lácteos, textiles, calzado, cemento, alcohol, licores, medicinas, papel, harina, cerveza y bebidas, entre otras. Para estimular ese proce-so, el Gobierno otorgó importantes incentivos a inversionistas privados que respondieron positivamente estableciendo nuevas fábricas orientadas a la sustitución de importaciones.

La industrialización para sustituir importaciones, aunque limitada a las mencionadas industrias, impactó el proceso de urbanización entre 1947 y 1960. En 1936, por ejemplo, la Re-publica Dominicana tenía solo 4 mil obreros industriales, de los cuales un tercio vivía en Santo Domingo. Veinticinco años después, en 1961, había cerca de 25 mil trabajadores operando en las fábricas y tiendas de Santo Domingo, incluyendo a los trabajadores de los ingenios azucareros.

Durante ese periodo la inversión de capital se multiplicó nueve veces; el número de trabajadores y empleados creció dos veces y media; el monto de los salarios pagados por el sector industrial en 1960 fue diez más que el pagado en 1938; el valor de las materias primas usadas se multiplicó catorce veces; los gastos por combustible y lubricantes crecieron veintidós veces más; y las ventas industriales aumentaron más de doce veces.8 Para 1960, Santo Domingo concentraba más del 75 por ciento de la actividad industrial del país.9 La industrialización cambió

8 Frank Moya Pons, Empresarios en conflicto: Políticas de industria-lización y sustitución de importaciones en la República Dominicana. Santo Domingo, Fondo para el Avance de las Ciencias Sociales, 1992, pp. 18-21.

9 República Dominicana, Plataforma para el desarrollo económico y social de la República Dominicana 1963-1985. Santo Domingo, Se-cretaría Técnica de la Presidencia, 1968.

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el carácter administrativo que tradicionalmente había tenido esta ciudad como capital de la República.

El crecimiento de la población de Santo Domingo, que ya había sido veloz en el período de 1935-1950 (6.45 por ciento), se aceleró en 1950-60 (7.38 por ciento), y continuó en mar-cha ascendente en un promedio anual de 6.1 por ciento por año entre 1960 y 1981. Además, junto con su incipiente industriali-zación, esta ciudad experimentó también un rápido proceso de modernización.10 Algo similar pasó a los pueblos industriales satélites en donde Trujillo instaló industrias de sustitución de importaciones y construyó ingenios azucareros después de la Segunda Guerra Mundial. En San Cristóbal, Haina y Villa Alta-gracia esos establecimientos se convirtieron en una importante fuente de empleos para la población local que motorizaron la urbanización. Estos «pueblos industriales» que junto a Santo Domingo también podrían ser llamados «ciudades nuevas» ex-perimentaron tasas de crecimiento demográfico más altas que las de los viejos «pueblos azucareros», San Pedro, La Romana y Puerto Plata.

10 Frank Moya Pons, «The Dominican Republic», en Gerald Michael Greenfield (ed.), Historical Handbook of Latin American Urbaniza-tion: Profiles of Major Cities. Westport, Conn., Greenwood Publisher Group, 1994, pp. 188-214.

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Frank Moya Pons

Tabla 2 Tasas de crecimiento anual promedio anual

de las «nuevas ciudades industriales»1920-1935 1936-1950 1951-1960 1961-1970 1971-1981

Ciudades «nuevas»

Santo Domingo 5.99 6.45 7.38 6.46 5.83

San Cristóbal 6.48 5.30 5.48 5.02 6.03

Haina ---- 4.53 11.16 4.91 7.89

Villa Altagracia ---- ---- 7.82 11.35 4.91

Promedio 6.04 6.27 7.35 6.48 5.94

Viejos pueblos azucareros

S. P. Macorís 2.11 0.44 0.04 7.36 5.25

La Romana 4.12 1.71 4.71 5.89 7.59

Puerto Plata 3.00 1.60 2.20 5.90 2.90

Promedio 2.86 1.10 2.53 6.47 5.56

Fuente: Censos de 1920, 1935, 1950, 1960, 1970 y 1981.

La agricultura comercial y los pueblos arroceros

La industrialización no fue la única causa de la aceleración de la urbanización en la República Dominicana. Otros pueblos también crecieron rápidamente entre 1930 y 1961 debido a que se convirtieron en centros especializados de la producción de arroz, plátanos, habichuelas y papas para el mercado interno, y de cacao, café y tabaco para el mercado externo.11

La producción de alimentos en los pueblos del interior favoreció el crecimiento urbano, pues dotó de comida a los cen-tros poblados cuya economía dependía mayormente de otras

11 Frank Moya Pons, «Agricultura y plantaciones», en La otra historia dominicana. Santo Domingo, Librería La Trinitaria, 2008, pp. 177-225.

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actividades (industria, comercio, servicios, etc.). Los centros de producción o procesamiento del arroz como Mao, La Vega, San Francisco de Macorís, Nagua y San Juan de la Maguana fueron los ejemplos más notables de este proceso.

El Gobierno dominicano decidió convertir al país en au-tosuficiente en productos agropecuarios. Para ello ejecutó un ambicioso plan de colonización que distribuyó más de 100 mil hectáreas de tierras no cultivadas a más de 12 mil familias cam-pesinas. Estas familias se establecieron en colonias agrícolas y recibieron herramientas, semillas y animales, además de asis-tencia técnica y financiera.12

Docenas de canales y sistemas de irrigación fueron construidos para dar agua a las tierras baldías que serían colo-nizadas. La mayoría de estas tierras fueron dedicadas al cultivo del arroz, aunque en algunas se cultivaron plátanos, vegetales diversos y caña de azúcar.13

Los servicios de salud mejoraron dramáticamente desde la ocupación norteamericana (1916-1924). Se construyeron hospitales modernos y se graduaron nuevos médicos. Intensas campañas de vacunación y la ejecución de variados programas de sanidad pública, así como la introducción de los antibióticos al final de los años 40, ayudaron a reducir la mortalidad, mien-tras la esperanza de vida se elevaba de 46 años en 1950 a casi 60 para 1970.14

12 John P. Augelli, «Agricultural Colonization in the Dominican Repub-lic», Economic Geography 38, no. 1 (Jan 1962): pp. 15-27.

13 Frank Moya Pons, Infraestructuras: Las bases físicas del desarrollo dominicano. Santo Domingo, Ingeniería Estrella, 2019.

14 Juan Ulises García Bonnelly, Sobrepoblación, subdesarrollo y sus consecuencias socioeconómicas: Ensayo sobre biogeografía domini-cana. Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Geografía, 1971.

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Gracias, en parte, a ese factor el crecimiento demográfico alcanzó la tasa de 3.6 por ciento entre 1950 y 1960, una de las más altas del mundo.15 Sin embargo, los dominicanos todavía creían que la República Dominicana tenía un bajo nivel po-blacional y, por ello, el Gobierno continuaba estimulando los nacimientos ofreciendo incentivos a las madres con familias numerosas, lo que indica que aún no era evidente el crecimien-to demográfico explosivo.

El censo nacional de 1950 registró una población de más de 2.1 millones de personas, en contraste con los 1.5 millones del censo de 1935 y el escaso 0.9 de millón de 1920.16 Este crecimiento deleitó al Gobierno dominicano. La ideología tra-dicional sostenía que el desarrollo económico del país había sido obstaculizado por la escasa población y su limitada fuerza de trabajo.17

Por ello, el Gobierno abrió las puertas a inmigrantes ex-tranjeros en varias ocasiones. Un grupo llegó durante la guerra civil española; muchos de esos exiliados fueron asentados en colonias agrícolas y, luego, en las ciudades, aunque muchos dejaron el país poco tiempo después;18 otro núcleo llegó al

15 Moya Pons, «Nuevas consideraciones sobre la historia de la población dominicana…».

16 República Dominicana, Oficina Nacional de Estadística, Tercer Censo Nacional de Población 1950. Resumen general. Ciudad Trujillo, La Oficina, 1950; y Oficina Nacional de Estadística, Población por pro-vincias, comunes y secciones. Ciudad Trujillo, La Oficina, 1950.

17 Ver Joaquín Balaguer, La política demográfica de Trujillo. Ciudad Trujillo, Cooperativa de Artes Gráficas, 1943 y, del mismo autor, La realidad dominicana: Semblanza de un país y de un régimen. Buenos Aires, Imprenta Ferrari Hnos, 1947.

18 Ver Vicente Llorens Castillo, Memoria de una emigración 1939-1945. Barcelona, Editorial Ariel, 1975; y Natalia González Tejera, Exiliados españoles en República Dominicana: Descripción, análisis

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comienzo de la Segunda Guerra Mundial, cuando el Gobierno acogió la inmigración de numerosos refugiados judíos.19

A inicios de los años 50, llegaron otros grupos de cam-pesinos españoles y japoneses, además de varias docenas de refugiados políticos húngaros. A los japoneses, españoles y húngaros el Gobierno les dio tierras en el valle de Constan-za. Casi todos los húngaros emigraron del país, pero muchos japoneses y españoles permanecieron importando nuevas tec-nologías, semillas y modos de cultivo.20 Como resultado de esas políticas de colonización, la villa de Constanza se convirtió en un próspero pueblo agrícola con una de las mayores tasas de crecimiento demográfico. En 1950 Constanza era un diminuto y mísero caserío de solo 956 personas que trabajaban mayor-mente en las compañías madereras de Trujillo y sus asociados.

En esa década Constanza recibió numerosos migrantes internos atraídos por la expansión de la industria maderera. Como resultado de esos flujos internos y externos ese pobla-do creció más de quince veces en treinta años, hasta alcanzar una población de 15,141 en 1981. Tanto Constanza como el vecino pueblo de Jarabacoa, donde el Gobierno estableció otras colonias con campesinos japoneses y españoles, atrajeron in-versionistas que, de 1970 en adelante, desarrollaron extensos viveros e invernaderos de flores para la exportación.

socioeconómico y demográfico. Santo Domingo, Academia Domini-cana de la Historia 2012.

19 Ver Marion A. Kaplan, Dominican Haven: The Jewish Refugee Set-tlement in Sosua, 1940-1945. New York, Museum of Jewish Heritage, 2008; y Allen Wells, Tropical Zion: General Trujillo, FDR, and the Jews of Sosua. Durhan, N.C., Duke University Press, 2009.

20 Clinton Harvey Gardiner, La política de inmigración del dictador Tru-jillo: Estudio sobre la creación de una imagen humanitaria. Santo Domingo, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, 1979.

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El crecimiento de estos dos pueblos fue relativamente pa-ralelo, aunque sus tasas de crecimiento difieren. El crecimiento de Constanza fue de 12.8 por ciento entre 1950 y 1960; 6.17 por ciento entre 1960-1970; y 9.51 por ciento entre 1970-1981 Estos fueron porcentajes mayores que el de Santo Domingo. El crecimiento demográfico de Jarabacoa fue menor debido a la constante atracción ejercida sobre sus habitantes por la ciudad de La Vega, ubicada a solo 28 kilómetros de distancia. En esa misma época La Vega estaba en rápida expansión económica, pues se estaba convirtiendo en un «pueblo arrocero».

En los años 50, Jarabacoa sufrió el impacto de una intensa adquisición de tierras por parte de propietarios procedentes de otros centros urbanos, principalmente Santo Domingo y San-tiago, para dedicarlas a fincas de recreación, dejándolas sin cultivar. En esa década Jarabacoa tuvo un crecimiento demo-gráfico anual de apenas 2.5 por ciento, pero entre 1960 y 1970, a partir de su conversión en un centro turístico, su población aumentó a una tasa de 7.05 por ciento anual, y de 6.52 por cien-to entre 1970 y 1981.

Tan dramático como el crecimiento de Constanza fue el desarrollo de los «pueblos arroceros». Tradicionalmente los dominicanos importaban arroz de Indochina. Para substituir su importación, en los años 20, el Gobierno construyó varias obras de irrigación y creó una primera colonia agrícola orientada a la producción de este cereal en la llamada Línea Noroeste, en la cuenca baja del río Yaque del Norte. El gobierno de Tru-jillo (1930-1961) amplió considerablemente la irrigación de las fértiles planicies centrales del valle del Yuna. En 1941 la República Dominicana se hizo autosuficiente en la producción de arroz, e incluso llegó a exportar grandes cantidades de este cereal a las islas vecinas durante la Segunda Guerra Mundial.

La apertura de los campos de arroz estimuló el desarrollo de nuevos pueblos y transformó los poblados de Mao, La Vega,

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Santiago, San Francisco de Macorís, Nagua y San Juan de la Maguana en centros arroceros donde se procesaba, almacena-ba y comercializaba el grano. El crecimiento urbano de estos pueblos coincide con la introducción del cultivo del arroz y la construcción de molinos arroceros por un emergente empresa-riado local. Debido a la creciente necesidad de mano de obra en los campos de arroz, y a la fácil disponibilidad de alimento, esos pueblos, al igual que Constanza, se convirtieron rápida-mente en centros de atracción para campesinos empobrecidos y peones de otras partes del país, lo cual explica parcialmente su incremento poblacional entre 1950 y 1970.

Tabla 3 Población de los «pueblos arroceros» 1935-1981

Ciudad 1935 1950 1960 1970 1981S. F. de Macorís 10,100 16,083 27,050 44,620 64,906La Vega 9,339 14,200 19,830 31,060 52,432S. J. de la Maguana 3,699 9,920 21,630 34,049 49,764Bonao 2,129 4,723 12,090 22,020 44,486Mao 3,076 6,611 17,550 25,660 33,527Nagua 2,184 5,257 6,180 13,740 20,902Cotuí 1,405 2,312 4,540 7,653 16,688Esperanza 346 535 4,430 10,530 15,141Villa Bisonó --- 900 2,630 5,582 13,950Villa Vásquez --- 2,096 5,620 7,790 9,151Dajabón 1,103 1,779 3,430 6,030 8,808Pimentel 2,208 3,387 4,890 5,823 7,832Fantino --- --- --- --- 5,794

Fuente: Censos de 1920, 1935, 1950, 1960, 1970 y 1981.

El crecimiento de algunos de estos pueblos no dependió solo del arroz. San Francisco de Macorís, La Vega, San Juan de la Maguana, Bonao y Dajabón tenían una economía bastante

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diversificada basada en la cría del ganado y la producción de tabaco, café, plátanos y madera, pero el arroz fue el motor prin-cipal de su crecimiento económico en aquellos años.

Algo semejante ocurrió en Esperanza y Mao, en donde la producción arrocera alternaba con la producción de caña de azúcar y plátanos. Sin embargo, en estos dos pueblos el culti-vo de arroz fue también el principal impulsor del crecimiento demográfico porque ofrecía alimento barato y trabajo en abun-dancia a sus pobladores. La tasa de crecimiento de algunos de estos pueblos es asombrosa y, en algunos casos, hasta más alta que la de las «ciudades industriales» de Santo Domingo, Villa Altagracia y San Cristóbal.

Tabla 4 Tasa de crecimiento de los «pueblos arroceros» 1935-1981

Ciudad 1935-1950 1951-1960 1961-1970 1971-1981S. F. de Macorís 3.20 5.30 5.36 3.26La Vega 2.80 3.40 4.65 4.66S. J. Maguana 6.80 8.10 4.92 3.23Bonao 5.50 9.80 5.80 6.61Mao 5.20 10.30 4.11 2.27Nagua 6.00 1.60 9.15 3.35Cotuí 3.40 7.00 5.71 6.76Esperanza --- 23.00 9.46 3.47Villa Bisonó --- --- 8.33 7.99Villa Vásquez --- 6.80 3.53 1.36Dajabón 3.20 6.80 6.10 3.24Pimentel 2.90 3.70 1.88 2.52

Fuente: Censos de 1920, 1935, 1950, 1960, 1970 y 1981.

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Urbanización y migraciones internas

A pesar del gran incremento de la producción agrícola, an-tes y después de la Segunda Guerra Mundial, miles de familias campesinas fueron arrojados en la miseria cuando fueron ex-pulsadas de sus tierras por Trujillo, sus familiares y socios.21 Durante los años 50, grupos urbanos encabezados por oficiales militares, empresarios y profesionales usaron sus ahorros para comprar, a menudo por la fuerza, tierras agrícolas y ganaderas como medio de seguridad económica y prestigio social. Las tasas de crecimiento de muchos pueblos en la década de los 50 reflejan ese proceso de emigración de numerosas familias campesinas expulsadas de sus lugares de origen.22

Amplias zonas de La Sierra, región que se extiende de Ja-rabacoa a Monción, incluyendo Jánico y San José de las Matas, reflejan otra faceta de la emigración de sus habitantes. Allí, entre los años 1940 y 1960, la población pobre encontraba trabajo en los aserraderos y bosques madereros de Trujillo y sus socios; pero cuando los bosques se agotaron, se produjo una intensa salida de gente hacia las ciudades y pueblos de las tierras bajas, en par-ticular hacia los pueblos arroceros. A partir de los años 60 esa emigración se reorientó hacia los Estados Unidos y Puerto Rico.23

Un ejemplo dramático de la expulsión de los campesinos de sus tierras ocurrió entre 1949 y 1956 cuando Trujillo decidió convertirse en productor de azúcar y construyó dos ingenios,

21 Richard L. Turits, Cimientos del despotismo: Los campesinos, el régi-men de Trujillo y la modernidad en la República Dominicana. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2017.

22 Moya Pons, Breve historia contemporánea, pp. 129-133.23 Ver Frank Moya Pons, «La Sierra: Naturaleza y sociedad», en La

Sierra y el Plan Sierra, Santo Domingo, Fundación Popular, 2017, pp. 15-22.

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uno en Villa Altagracia y el otro en Haina, y empezó a comprar a precios ridículos más de un millón de tareas de tierras en lo que luego se llamó Provincia Trujillo, para desarrollar sus plan-taciones de caña.

Los campesinos que no quisieron vender fueron forzados a dejar sus tierras. Muchos se mudaron a Santo Domingo o a algunos pueblos periféricos de la capital, como Monte Plata, Bayaguana, Sabana Grande de Boyá y Guerra.24 Como resul-tado, estos pueblos crecieron considerablemente en los años cincuenta. Por ejemplo, Sabana Grande de Boyá, pasó de 1,004 habitantes en 1950 a 3,000 en 1960, y a casi 10,000 en 1981. El crecimiento de otros pueblos fue menor debido a su cercanía a Santo Domingo que atraía a la mayor parte de migrantes.

Tabla 5 Tasas promedio de crecimiento de ciudades seleccionadas

Ciudades 1936-1950 1951-1960 1961-1970 1971-1981Industriales 6.27 7.35 6.48 5.94Azucareras viejas 1.10 2.53 6.47 5.56Arroceras 4.01 6.72 5.48 3.89

Cuando finalmente cayó la dictadura de Trujillo, en ene-ro de 1962, la República Dominicana tenía una población de 3 millones, el 60 por ciento de la cual todavía vivía en áreas rurales. La tasa de analfabetismo en la población mayor de 15 años era superior al 60 por ciento. En 1961 Trujillo dejó un país que empezaba a acelerar su crecimiento urbano, pero todavía subdesarrollado y con su economía distorsionada por un ex-poliador sistema de monopolios. Muerto Trujillo, el Gobierno abandonó gradualmente los controles que mantenían a parte de la población constreñida dentro las plantaciones azucareras y

24 Turits, Cimientos del despotismo, pp. 474-478.

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los hatos ganaderos. La liberalización política permitió o esti-muló una intensa migración del campo a las ciudades.

Debido a este desarrollo, los viejos pueblos azucareros re-cobraron sus tasas históricas de crecimiento poblacional, pero como las posibilidades de empleo eran muy limitadas, la ma-yoría de los migrantes quedó en la pobreza y terminó viviendo en lugares periféricos que rápidamente fueron llamados «ba-rrios marginados». Antes de 1960, la mayoría de los pueblos y ciudades dominicanos terminaban con una última calle que bordeaba las granjas y ranchos de la campiña circundante, pero comenzando esa década muchos centros urbanos empezaron a desarrollar «cinturones de miseria» y barrios marginados que no han cesado de multiplicarse desde entonces.

Al llegar a los pueblos y ciudades, los proletarios rurales masculinos fueron una cantera de mano de obra barata para las industrias dominicanas, mientras las mujeres se convirtieron en una reserva inagotable de trabajo doméstico para la población urbana. Por ello, durante la década de los 50 era muy raro el hogar urbano que no contase con por lo menos una trabajadora doméstica.

Conclusiones

Una de las manifestaciones más evidentes de la crecien-te urbanización dominicana ha sido la formación de nuevos pueblos en casi toda la geografía nacional. Donde antes había aldeas existen hoy pujantes núcleos urbanos que funcionan como centros económicos regionales. Donde anteriormente solo había sabanas o bosques transitados únicamente por algún ganado o por animales de carga, han nacido, inesperadamen-te, nuevas aldeas y poblados. Algunos de esos pueblos se han formado por efecto de la acción gubernamental, pues todos los

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gobiernos han invertido grandes recursos en proyectos habita-cionales en las zonas rurales, desde que se inició el proceso de reforma agraria en 1962.

Otros pueblos, sin embargo, han surgido espontáneamente al producirse la llegada de campesinos sin tierras que comen-zaron a bajar de las montañas explotadas por los aserraderos durante la Era de Trujillo y, más tarde, cuando los aserraderos fueron clausurados en 1967. La formación de estos pueblos también ha sido estimulada por la construcción de obras pú-blicas de envergadura como carreteras, aeropuertos, obras de infraestructura turística, presas y canales, tal como había ocurrido antes con la aparición de Pimentel y Villa Riva a con-secuencia de la construcción del ferrocarril Sánchez-La Vega a finales del siglo XIX.

También han surgido nuevos pueblos en lo que antes eran bateyes azucareros habitados por braceros haitianos. Los pueblos nuevos más impresionantes de las zonas cañeras son aquellos que han crecido a partir del llamado batey central de los ingenios estatales. Algunos de ellos, han devenido en pe-queñas ciudades a medida que sus habitantes han ido ocupando, bajo la mirada complaciente o negligente de las autoridades, las tierras del batey central. Los que visitan hoy los poblados de Vi-lla Altagracia (Ingenio Catarey), San Luis, Ozama, Quisqueya, Consuelo, Esperanza y Monte Llano y Haina pueden constatar cómo la ocupación de tierras alrededor de estos ingenios ha dado cuerpo a importantes poblados que en nada recuerdan su antigua función de bateyes azucareros.

Este fenómeno de los «pueblos nuevos» no ha sido es-tudiado todavía y espera que los geógrafos, sociólogos e historiadores dirijan su atención a la formación de estos conglo-merados. Varios de esos pueblos se han constituido alrededor de ciertos centros productores de alimentos, en tanto que otros han cobrado forma cumpliendo funciones logísticas en cruces

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de caminos o a la orilla de ríos. Muchos se han formado por la sucesiva aglomeración de viviendas a lo largo de las principa-les carreteras en puntos en donde algunos propietarios cedieron o vendieron sus tierras, o simplemente no pudieron evitar la invasión de sus parcelas. Otros, más visibles, han surgido en la periferia de las grandes ciudades como resultado, también, de la invasión de tierras por parte de chiriperos y proletarios urba-nos muchas veces dirigidos por funcionarios civiles o militares hambrientos de tierras, y otras veces espontáneamente.

La formación de todos esos conglomerados tiene particular importancia para políticos, economistas y planificadores por-que, al crecer, su población demanda del Estado la dotación de servicios públicos similares a los que tienen los pueblos y ciudades más antiguos. Las necesidades de esos pueblos con-tinúan demandando la atención del Estado nacional y de sus ayuntamientos según la capacidad que han tenido los líderes locales de demostrar la urgencia de esos servicios. Nunca, sin embargo, se ha realizado un estudio global de las necesidades de esos pueblos nuevos ni una proyección estratégica de los costos a incurrir para atender las demandas de sus pobladores.

La historia de esos conglomerados es fácilmente documen-table. Su estudio ofrece a los académicos la oportunidad de entender nuevos aspectos de los procesos de urbanización en países en vías de desarrollo, distintos a los procesos típicos de la historia urbana de los países más desarrollados del planeta.

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Los servicios de inteligencia de Trujillo y Cayo Confites

Bernardo Vega*

RESUMEN

A pesar de su reputación de alta confiabilidad y actualidad en el Caribe y Centroamérica, los servicios de inteligencia de Trujillo lo-graron muy pobre, falsa y atrasada información sobre los preparativos de la expedición armada desde Cuba contra Trujillo de 1947, la que más contó con probabilidades de éxito, con relación a las otras tres (Mariel 1933, Luperón 1949 y Constanza Maimón y Estero Hondo 1959), dada la cantidad de soldados, buques, aviones y armamentos con que dispuso. Una vez trasladada la expedición a Cayo Confites, en la costa norte de Cuba, el movimiento cada día sufrió más de la influencia de políticos cubanos desacreditados, ya que tan solo una pequeña minoría entre las tropas estuvo constituida por dominica-nos. La mayoría eran cubanos. Un conflicto armado en La Habana a mediados de septiembre de 1947 entre miembros de la policía y el ejército cubanos selló la suerte de la expedición, al pensarse que las armas ubicadas en el Cayo iban a ser utilizadas para tumbar a un gobierno de Grau San Martín quien había sido tolerante con los preparativos de la expedición los cuales duraron unos largos y publi-citados nueve meses.

Palabras clave: Rafael L. Trujillo, Cayo Confites, República Do-minicana, Cuba.

* Miembro de número de la Academia Dominicana de la Historia, pre-sidente de la Junta Directiva (2013-2016).

CLÍO, Año 89, Núm. 200, Julio-Diciembre 2020, pp. 33-49ISSN: 0009-9376

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Bernardo Vega

ABSTRACT

Despite its reputation of reliability and freshness in the Caribbean and Central America the intelligence services of the Trujillo regime obtained very poor, false and delayed information about the prepa-rations of the armed expedition from Cuba against Trujillo of 1947, which had the highest probabilities of success, given the amount of soldiers, vessels, planes and armaments at its disposal, in compari-son with the other three expeditions (Mariel 1933, Luperon 1949 and Constanza, Maimon y Estero Hondo in 1959). Once the troops were placed in Cayo Confites, on the north coast of Cuba, the revolutionary movement suffered everyday more the influence of discredited Cu-ban politicians given the fact that only a small minority of the troops was of Dominican origin. The majority were Cubans. The incident in Havana in the middle of September 1947 between members of the po-lice and the Cuban army finished the perspectives of the expedition, because it was thought that the arms in Cayo Confites were going to be used against a Government of Grau San Martín who had been very tolerant of the preparations of an expedition which lasted a very long and publicized nine months.

Keywords: Rafael L. Trujillo, Cayo Confites, Dominican Repú-blic, Cuba.

Entre enero y septiembre de 1947 se organizó en Cayo Confi-tes, Cuba una invasión para derrocar a Trujillo que llegó a contar por lo menos con 1,500 hombres y que incluyó a veteranos de guerra norteamericanos, cubanos, dominicanos y cuatro barcos y varios aviones. A pesar de que pasaron nueve meses desde el re-clutamiento inicial hasta el impedimento de salida de los barcos impuestos por la Marina de Guerra cubana, es sorprendente lo mal informado que estuvo Trujillo sobre esos planes.

El dictador contaba con informantes en la legación y consulado dominicanos en La Habana, y sus consulados en Ca-magüey, Santiago de Cuba, Curacao y Puerto Príncipe. Pero,

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Los servicios de inteligencia de Trujillo y Cayo Confites

además, hacía un tiempo que había contratado a Luis Fuentes Fors, exjefe de la policía judicial durante la sangrienta dictadura cubana de Machado, pero quien fue herido de gravedad por ser delator en agosto de ese año1. Igualmente hizo que pilotos nor-teamericanos veteranos de la recién terminada guerra y quienes estaban a su servicio y que incluyeron a Lorenzo «Wimpy» Be-rry, quien irónicamente catorce años después, ayudaría a los héroes del 30 de mayo y a Leland P. Johnston, quien en los años sesenta obtendría importantes concesiones mineras en el país por parte del gobierno de Balaguer.2 Ambos fueron orde-nados trasladarse a Cuba para averiguar donde se organizaba la expedición y con qué recursos contaba. El japonés George Ossawa se infiltró dentro del liderazgo dominicano en el exilio para reportar a Trujillo.3

La Embajada estadounidense en La Habana estuvo mejor informada sobre los preparativos y la ubicación de los expedi-cionarios, pero no pasó su información al gobierno de Trujillo. Esos preparativos fueron citados ampliamente en la prensa cubana y caraqueña. Unos puertorriqueños que se habían entre-nado en Cayo Confites pero que desertaron fueron entrevistados

1 Archivos Nacionales de los Estados Unidos, Departamento de Estado (ANEU-DE). Reporte del agregado militar norteamericano en La Habana del 5 de agosto de 1947. E incluido en Bernardo Vega, Los Estados Unidos y Trujillo. Colección de documentos del Departamento de Estado y de las fuerzas armadas norteamericanas. Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 1984, pp. II:541-542.

2 Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. 107-110.3 Despacho 4434 de la Embajada norteamericana en La Habana del 17

de octubre de 1947, y telegrama 4596 de la Embajada estadounidense en Puerto Príncipe del 15 de septiembre de 1947, 732, 799, en Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. I:181-185.

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por la prensa en Miami.4 La poca información que atrasada y normalmente equivocada recibía Trujillo la pasaba inmediata-mente a Washington para presionar.

Ya desde noviembre de 1946 la Embajada estadounidense en Caracas reportaba que se estaban reclutando dominicanos para la invasión y el FBI en ese mismo mes informó a Washin-gton que los exilados dominicanos estaban comprando armas.5 El reclutamiento en Caracas fue citado por la prensa de esa ciudad en enero de 1947.6

Cuando en marzo de 1947 el Gobierno norteamericano le solicitó información a Trujillo sobre los preparativos desde te-rritorio norteamericano para impedirlos, este tuvo que admitir que no sabía nada.7 Cuando en mayo Cruz Alonso, el dueño del Hotel San Luis y amigo de los exilados, viajó a Argenti-na para adquirir armas para la expedición, los norteamericanos se enteraron, pero el dictador lo sabría tan solo cuando estas llegaron a La Habana en julio, mes en que se inició pública-mente el reclutamiento en esa ciudad momento en que, al fin, Trujillo se entera sobre el asunto.8 Cuando el 22 de julio más de mil reclutados salieron en tren desde La Habana hacia Hol-guín, Trujillo, dado que fue una noticia que salió publicada en la prensa habanera, se enteró, más cuando la propia prensa de Holguín lo reportó el día 29.9 Cuando el día 23 los expedicio-

4 Cable de Prensa Asociada desde Miami del 25 de julio de 1947, en Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. 479, 495.

5 Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, p. I:114.6 Ibidem.7 Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. I:353-354.8 Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. I:114, 141, 183, 188, 197,

408 y II: 646 y 808.9 ANEU-DE oficio 8885 de la Embajada estadounidense en La Habana

del 28 de julio de 1947, en Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. II:495-496 y 500.

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narios se trasladan en camiones de Holguín a La Chiva, los Estados Unidos se enteran de inmediato, pero Trujillo tardó tres días en saberlo.10 La llegada de aviones al aeropuerto interna-cional de Rancho Boyero consignados a la expedición fue tan abierta que tanto los Estados Unidos como Trujillo se enteraron ese mismo día.11

En julio circularon noticias en La Habana sobre los propó-sitos de la invasión y se intensificó el reclutamiento. Los barcos Berta y Aurora comprados por los expedicionarios llegaron a Nipe. Fue el momento en el que los dominicanos escogieron a cinco líderes de la expedición y solicitaron a Estimé que fue-se neutral cuando las tropas llegasen a Haití. El 17 de julio el canciller cubano negó al embajador norteamericano que exis-tiesen planes de invasión, coincidiendo con el pago de la deuda externa por parte de Trujillo.12 Diez días después de la visi-ta al canciller cubano el embajador norteamericano lo vio de nuevo, así como al presidente Grau quien le prometió detener la expedición.13 El cambio de actitud favorable a Trujillo por parte de Washington representaba su oposición a la penetra-ción rusa en el hemisferio. Grau negó a la prensa que existiesen

10 ANEU-DE. Telegrama 9049 de la Embajada estadounidense en La Habana del 28 de julio de 1947 en Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. II: 496-497.

11 ANEU-DE. Telegrama 8260 de la Embajada estadounidense en La Habana del 25 de julio de 1947 en Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. II:478-79.

12 ANEU-DE. Telegrama 5656 de la Embajada estadounidense en La Habana del 17 de julio de 1947 en Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. I:12, 13, 14 y II:425 y 464.

13 ANEU-DE. Telegrama 9050 de la Embajada estadounidense en La Habana del 28 de julio de 1947 y oficio 4235 de la Embajada estadounidense en La Habana del 4 de agosto de 1947. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. II:498, 526-528.

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preparativos de una expedición. Un despistado Wimpy fue en-viado por Trujillo a La Habana desde donde reportó que los expedicionarios estaban cerca de Santiago de Cuba.14 El 26 de julio el embajador Ortega Frier había visitado al Departamento de Estado donde denunció la expedición.15 Al día siguiente el periódico Miami Herald publicó datos suministrados por de-sertores puertorriqueños quienes declararon que la expedición saldría desde Antilla.16

Los expedicionarios llegaron a Cayo Confites el 30 de ju-lio. Trujillo se enteró que ya no estaban en Las Chivas tan solo el 7 de agosto, cuando la prensa norteamericana reportó que habían salido de tierra firme pero sin indicar hacia dónde.17 El 5 de agosto el cónsul dominicano en Santiago de Cuba informó erróneamente que los expedicionarios estaban en Baracoa, a 400 kilómetros de Cayo Confites y el día 12 Trujillo informó a los norteamericanos que los expedicionarios estaban en Cayo Grande de la Moa, a 320 kilómetros al oeste de Cayo Confites. Seguía dando información falsa a los norteamericanos pues el día 14 informó que los expedicionarios estaban en Baracoa y en Punta Maicí, más lejos aún de Cayo Confites, agregando que ya habían salido hacia Haití, lo que nunca hicieron.18

14 Archivo Particular del Generalísimo, Palacio Nacional. Carta de Lorenzo D. Berry Jr. a Manuel de Moya Alonso, sin fecha. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. II:511-512.

15 ANEU-DE. Telegrama secreto 139 de Marshall a la Embajada estadounidense en Ciudad Trujillo del 26 de julio de 1947. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. II:482-483.

16 Cable de Prensa Asociada del 23 de junio de 1947 desde Miami. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. II:479-480.

17 Washington Post, agosto 7, 1947. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. II:546-547.

18 Archivo Particular del Generalísimo, Ciudad Trujillo. Oficio 127 del cónsul dominicano en Santiago de Cuba del 5 de agosto de 1947.

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Sería el 26 de agosto cuando la prensa norteamericana re-portaría que el Departamento de Estado el 10 de agosto había negado el permiso para que un buque que estaba en Baltimore pudiese zarpar hacia Cuba con armas para los expedicionarios y fue tan solo de esa forma que Trujillo se enteró sobre ese plan.19 Las armas procedentes de Argentina llegarían al cayo en agosto, pero Trujillo tan solo supo de su salida desde Guatema-la, punto intermedio. El 30 de agosto el dictador informa a los americanos que los expedicionarios estaban «en los cayos» y el último día de ese mes la Legación dominicana en La Habana reportaría que los expedicionarios estaban en Nícaro («Lengua de Pájaro»), a 320 kilómetros de Cayo Confites, donde ya lle-vaban un mes.20

Entre enero y marzo de 1947 Trujillo inició una fuerte re-presión contra el Partido Socialista Popular (PSP) y Juventud Democrática y a finales de ese último mes anunció una po-lítica anti comunista.21 Fue el momento en que Grecia inició una guerra civil anti comunista contra Turquía y el canciller Marshall dijo que no permitiría expediciones desde territorios

Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. II:558, 577. ANEU-DE. Memorándum informal del primer secretario de la Embajada estadounidense repetido por Barber y Wright.

19 Cable Prensa Asociada del 27 de agosto de 1947 citando al periódico Baltimore Evening Sun. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, p. II:646.

20 Archivo Particular del Generalísimo. Memorándum de Hector Incháustegui Cabral, encargado de negocios de la Legación dominicana en La Habana del 31 de agosto de 1947. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. II:658, 659.

21 Bernardo Vega, Un interludio de tolerancia. El acuerdo de Trujillo con los comunistas en 1946. Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 1987.

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norteamericanos contra Cuba, Venezuela o la República Do-minicana,22 pues Trujillo complotaba contra los dos primeros países. Marshall pidió a Trujillo información sobre planes des-de territorio norteamericano. Sería el inicio de la guerra fría y de un cambio de actitud de los norteamericanos que incluía oponerse a la penetración rusa en el hemisferio.

En mayo Trujillo criticó públicamente al comunismo, cuan-do previamente había flirteado con los comunistas cubanos y, fue «elegido» otra vez como presidente.23 Un mes después fue-ron destruidas las sedes de Juventud Democrática y el PSP. Era parte de la nueva guerra fría.24

Después que los diplomáticos ingleses informaron al em-bajador americano el 11 de agosto sobre la ubicación de los expedicionarios en Cayo Confites, a la luz de declaraciones dadas por marinos jamaiquinos quienes habían desertado, des-pués de haber estado en el cayo y que habían sido reclutados en Nueva York por Ramírez Alcántara, aviones norteamericanos desde Guantánamo comenzaron a fotografiar las actividades en dicho cayo.

El 2 de agosto Juan Bosch se había reunido en La Habana con diplomáticos norteamericanos y luego confirmó a la prensa que existían preparativos para una expedición.25 Ese fue el día que Alfonso Luis Fors fue tiroteado en las calles de La Habana por elementos gansteriles vinculados a cubanos en el cayo.26

22 Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, p. I:8.23 Vega, Un interludio de tolerancia.24 Ibidem.25 Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. II:535-537.26 Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, p. II:523. Eliades Acosta

Matos y Pablo Llabre Raurell, Fugas equivocadas. Machado, Batista y Trujillo: una historia de violencia y traición. Santo Domingo, Archivo General de la Nación, pp. I:210-232-249.

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Dos días después el embajador norteamericano se quejó de nue-vo ante el canciller cubano por la existencia de los preparativos. Ese día la Legación dominicana en La Habana equivocadamen-te avisó que la expedición saldría desde Antilla.27

El 12 de agosto el Gobierno dominicano informó al nor-teamericano que estaban en Cayo Grande de Moa y el día siguiente agregó que estaban en tierra firme entre Baracoa y Punta Maisí.28 El 18 de agosto Genovevo Pérez, jefe del ejér-cito cubano, negó públicamente que hubiese grupos armados listos para invadir la República Dominicana «en ningún terri-torio bajo su jurisdicción».29 Literalmente tenía razón, pues el cayo dependía de la Marina.

El 2 de septiembre se firmó en Río de Janeiro el Tratado Internacional de Asistencia Recíproca (TIAR), un pacto de de-fensa mutua bajo el cual, si un país del hemisferio era atacado por otro, el resto del continente intervendría. Aunque el propó-sito era impedir la penetración rusa, también defendía a Trujillo de cualquier invasión que se organizara en Venezuela, en Cuba u otro país.

La Legación dominicana en La Habana reportaría el 5 de septiembre, tres días después de firmado el TIAR, que los expe-dicionarios estaban en tierra firme en Lengua de Pájaro y otros ya habían llegado a Haití. Ese mismo día el servicio secreto domini-cano informó a Trujillo que los expedicionarios estaban en Cayo «Confettis», cuando hacía ya 35 días que se habían ubicado allí. También ese día el Gobierno dominicano informó al estadouni-dense que parte de los expedicionarios ya habían llegado a tres lugares diferentes en Haití, con un total de 700 hombres cuando

27 Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. II:524, 526-528, 539.28 Ibidem, pp. II:566, 569.29 Ibidem, pp. II:599.

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nunca llegarían allí.30 El día siguiente el Miami Herald publicó que Trujillo amenazaba con bombardear La Habana.31

El buque Fantasma de los expedicionarios llegó a Cayo Confites el 7 de septiembre con hombres adicionales. Tres días después George Ossawa, un japonés, acompañó a Juan «Jua-nito» Díaz y a Buenaventura Sánchez a Puerto Príncipe para entrevistarse con Estimé32 para pedirle que no se opusiera, que los expedicionarios entrarían por su país. Era un agente de Trujillo a quien le informó de inmediato. Al día siguien-te la Embajada dominicana en Puerto Príncipe se quejó por la presencia de ambos dominicanos.33 Aviones norteamericanos seguían tomando fotografías del movimiento en Cayo Confi-tes y Trujillo seguía dando información parcialmente falsa a los norteamericanos pues el 13 de septiembre planteó que los expedicionarios estaban en diferentes puntos, entre ellos Cayo «Confeti», Holguín, Nuevitas, Baracoa, Cabo Maisí y que otros ya habían desembarcado en Haití. La realidad es que para esa fecha todos estaban en Cayo Confites.34 El día siguiente el jefe

30 Ibidem, pp. II:686-687.31 Miami Herald, septiembre 9, 1947, en Vega, Los Estados Unidos y

Trujillo. En aquella época los aviones militares que poseía Trujillo no contaban con capacidad de vuelo para llegar a La Habana por falta de suficientes tanques de gasolina, aun saliendo desde Montecristi hacia La Habana y regresando.

32 ANEU-DE. Telegrama secreto 334 de la Embajada estadounidense en Puerto Príncipe del 15 de septiembre de 1947. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. II:717, 731-732, 799.

33 Palacio Nacional. Archivo Particular del Generalísimo. Oficio 3049 del embajador dominicano en Washington al canciller del 13 de septiembre de 1947. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. II:714-717.

34 ANEU-DE. Telegrama secreto 4500 de McBride al Departamento de Estado del 15 de septiembre de 1947. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. 730-731.

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del ejército cubano Genovevo Pérez viajaba a Washington. Un día después tuvieron lugar los llamados «sucesos de Ma-rianao», un tiroteo entre oficiales de la policía y del ejército. Corrió la voz de que la expedición de Cayo Confites realmente tenía como propósito tumbar al gobierno de Grau, quien pidió a Genovevo Pérez que regresara inmediatamente de Washing-ton.35 El presidente haitiano Estimé informó al norteamericano que sería neutral en cualquier conflicto en su territorio, al tiem-po que pidió protección de parte de ellos.36 Genovevo Pérez regresaría a La Habana en un avión militar norteamericano y el día siguiente el canciller norteamericano Marshall criticó el hecho de que un país invadiera a otro, refiriéndose al conflic-to entre Turquía y Grecia, pero en América Latina se atribuyó también esa declaración al conflicto que había entre República Dominicana, Cuba y Venezuela.37

Una gran cantidad de armas fueron capturadas el 20 de sep-tiembre en una finca del ministro de Educación, José Manuel Alemán, enemigo de Genovevo Pérez y muy vinculado a la expedición de Cayo Confites, al tiempo que Genovevo Pérez pedía armas a los norteamericanos, ya que las de Cayo Confites pensaba que serían utilizadas contra el ejército cubano.38 Ante el gran conflicto entre militares y policías cubanos en La Haba-na, Juan «Juancito» Rodríguez salió desde el Cayo el 21 a ver a Grau, coincidiendo con una acción del ejército en búsqueda

35 Resumen de prensa. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. 740-741.36 APN-APG. Oficios de Hector Incháustegui Cabral de la Legación

dominicana en La Habana del 20 y 21 de septiembre de 1947. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. 746-751.

37 ANEU-DE. Reporte secreto norteamericano de inteligencia del 22 de septiembre de 1947. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. 752-754.

38 ANEU-DE. Telegrama secreto 551 del 22 de septiembre de 1947 del embajador Norweb al Departamento de Estado. Vega, 1984, p. 754.

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de armas en el Hotel Sevilla de La Habana.39 El día siguiente el embajador norteamericano en esa ciudad reportaba el fin de la invasión.40

En efecto, el día siguiente el presidente Grau había dado 24 horas a los expedicionarios para que salieran de aguas cubanas. Unidades de la Marina de Guerra los rodearon en Cayo Confi-tes.41 Perseguidos por la Marina, algunos de los barcos de los expedicionarios zarparon hacia Haití, pero fueron capturados y 170 de los expedicionarios fueron trasladados en tren a La Ha-bana.42 Los expedicionarios habían sido obligados a abandonar el Cayo, unos 1,500 hombres, entre los cuales probablemen-te no más de 60 eran dominicanos. Aun así, ese mismo día el embajador dominicano en Washington informaba a los nortea-mericanos que los expedicionarios estaban en Antilla, Gíbara y Baracoa.

Pronto surgirían las acusaciones. «Juancito» Rodríguez culparía a Masferrer por la captura de los barcos, citando que el gobierno de Grau había sido «tolerante», al tiempo que atri-buía el fracaso a la gran demora en los preparativos. Juan Isidro Jimenez Grullón también culpó a la demora.43 En efecto, estos

39 ANEU-DE. Telegrama secreto 7566 de la Embajada estadounidense en La Habana del 28 de julio de 1947. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. 760-761

40 ANEU-DE. Telegrama 9327 de la Embajada estadounidense en La Habana del 29 de septiembre de 1947. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, p. 778.

41 Washington Post octubre 5, 1947. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. 807-808.

42 ANEU-DE. Oficio 10509 de la Embajada estadounidense en Caracas del 6 de octubre de 1947. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. 809-810.

43 Washington Post, octubre 5, 1947. Declaración de Juan Rodríguez. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. 807-808

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habían durado nueve meses. En Caracas los exilados culparon al jefe del ejército Pérez Dámera por supuestamente haber teni-do contacto con Trujillo a través de Fuentes Fors. Ese alegado papel del jefe del ejército cubano seguiría siendo a través de los años una de las explicaciones falsas sobre el porqué del fracaso de la expedición, pues convenía a los exilados pues no se los culpaba a ellos del fracaso.44

Consideraciones finales

Una de las causas del fracaso fue un liderazgo dividido, ambiciones personales y la muy inoportuna crisis política cu-bana del día 15 de septiembre. «Juancito» Rodríguez declararía que la expedición fracasó «porque estaba formada por un 99 por ciento de lunáticos contra un cuarto por ciento de gente cuerda».45 Los preparativos coincidieron con la Conferencia de Río que buscaba impedir cualquier incursión militar soviética en el hemisferio pero que era aplicable a cualquier otra acción militar dentro del hemisferio, incluyendo los ataques de Tru-jillo contra Venezuela y los ataques desde Guatemala y Cuba contra Trujillo. Los preparativos fueron casi públicos y tarda-ron nueve meses, iniciándose en enero de 1947 y terminando a finales de septiembre. La expedición habría tenido que esperar el final de la Segunda Guerra Mundial y gobiernos amistosos en Guatemala, Cuba y Venezuela.

44 Tulio Arvelo, Cayo Confites y Luperón memoria de un expedicionario. Santo Domingo, Universidad Autónoma de Santo Domingo, 1982, p. 67. Nicolás Silfa, Guerra, traición y exilio. Barcelona, [s.e.], 1980, p. 204.

45 Washington Post, octubre 5, 1947.

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¿Hubiese tenido éxito la expedición? Lescot dio US$ 25,000 a Bosch y «Juancito» Rodríguez aportó mucho dinero.46 Los bar-cos tardaron en llegar y Trujillo amenazó con invadir la Venezuela de Betancourt y bombardear La Habana, aunque sus aviones por falta de gasolina no hubiesen podido llegar hasta allí. Tanto Rolando Masferrer, como Eufemio Fernández y Manolo Castro una vez se ubicaron los expedicionarios en el cayo tuvieron una enorme influencia, opacando a los dominicanos. Varios autores citan los problemas de Bosch con los líderes cubanos. Pedro Mir y Tulio Arvelo encontraron a Bosch en el extremo del cayo en una hamaca con una pistola al alcance de la mano debido a ru-mores de que sería asesinado. Circuló profusamente la frase de Bosch: «Me podrán matar en el cayo pero yo soy un muerto muy hediondo». Nicolás Silfa describe que entre Rolando Masferrer y Juan Bosch existía desde hacía años una enemistad persona y po-lítica irreconciliable y que a Bosch para protegerlo lo vigilaban 24 horas al día. Ángel Miolán, Miguel Ángel Ramírez Alcántara, Federico Guerrero y otros. Menciona que Masferrer propuso a Juancito Rodríguez que Bosch fuese asesinado, pero esto fue re-chazado comprometiéndose con Rodríguez que «el fusilamiento de Bosch se efectuaría tan pronto como la invasión pisara playa dominicana pues si se le dejaba vivo Bosch se apoderaría de todo el movimiento». Según Silfa esto le fue confesado en la intimi-dad por Rodríguez en Guatemala en 1948.47

En julio el embajador estadounidense le mencionó en dos ocasiones diferentes al canciller cubano lo de la expedición di-ciendo que afectaba la paz hemisférica y el último día de ese

46 Bernardo Vega, La agresión contra Lescot. Trujillo y Haití, Vol. III, 1939-1946. Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 2007, pp. 317-319.

47 Arvelo, Cayo Confites y Luperón…, p. 67; Nicolás Silfa, Guerra, traición y exilio…, p. 204.

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mes el embajador vio al presidente Grau quien le prometió parar la expedición, la cual era un secreto a voces sobre todo después que los puertorriqueños dieron sus declaraciones a la prensa de Miami. En ese mes de julio el embajador dominica-no en Washington denunció la invasión «comunista». Según la Embajada estadounidense la inteligencia de Trujillo «fue mu-cho más pobre que lo que se creía».48

Se proyectaban ataques anfibios y aéreos. Según la Em-bajada estadounidense en Caracas la expedición «debió haber tenido éxito», pues contaba con suficientes equipos, armas, mu-niciones y soldados, aunque los aviones habían sido incautados por el ejército cubano y no contaban con bombas. Uno de los dominicanos vinculados a la expedición, el poeta Pedro Mir, años después escribiría: «Los factores de la política cubana del momento habían encontrado en la ilusión de los dominicanos una oportunidad magnífica para convertir la expedición domi-nicana en expedición cubana (…). Cayo Confites fue un fracaso y como tal no ha podido merecer sino el olvido». Cita que entre los 1,300 expedicionarios no había más de 300 dominicanos.49

Bibliografía

Archivos

Archivo del Palacio Nacional. Archivo Particular del Generalí-simo (APN-APG). Luego trasladado al Archivo General de la Nación (AGN).

48 ANEU-DE. Informe del teniente coronel Edward Casey de la Embajada estadounidense en La Habana del 2 de octubre de 1947. Los Estados Unidos y Trujillo…, pp. 803-804.

49 Pedro Mir, «Artículos». Revista Ahora, Santo Domingo, agosto 7 y 14, 1972, pp. 456 y 457.

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Bernardo Vega

Correspondencia desde la Legación dominicana en La Habana.Correspondencia desde la Embajada dominicana en Washington.Correspondencia desde la Legación dominicana en Puerto

Príncipe.Correspondencia desde la Secretaría de Estado de la Presidencia.Correspondencia del cónsul dominicano en Santiago de Cuba.Archivos Nacionales de los Estados Unidos. Departamento de

Estado (ANEU-DE).Correspondencia desde la Embajada estadounidense en La

Habana.Correspondencia desde la Legación norteamericana en Puerto

Príncipe.Correspondencia desde la Embajada estadounidense en Caracas.Correspondencia desde el Departamento de Estado.

Libros

Arvelo, Tulio. Cayo Confites y Luperón. Memorias de un ex-pedicionario. Santo Domingo, Universidad Autónoma de Santo Domingo, 1982

Acosta Matos, Eliades y Llabre Raurell, Pablo. Fugas equi-vocadas. Machado, Batista y Trujillo. una historia de violencia y traición. Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2019.

Silfa, Nicolás. Guerra, traición y exilio. Barcelona, [s.e.], 1980.Vega, Bernardo. Los Estados Unidos y Trujillo, 1947. Colec-

ción de documentos del Departamento de Estado y de las Fuerzas Armadas Norteamericanas. Santo Domingo, Fun-dación Cultural Dominicana, 1984, 2 volúmenes.

Vega, Bernardo. Un interludio de tolerancia. Acuerdo de Trujil-lo con los comunistas en 1946. Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 1987.

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Los servicios de inteligencia de Trujillo y Cayo Confites

Vega, Bernardo. La agresión contra Lescot. Trujillo y Haití, Vol. III, 1939-1946. Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 2007.

Revistas

Ahora, Santo Domingo.Carteles, La Habana.Bohemia, La Habana.

Periódicos

Prensa Asociada.Washington Post.Baltimore Evening Sun.Miami Herald.

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La Buenaventura, de villa blasonada a villa olvidada

Wenceslao Vega Boyrie*

RESUMEN

Inicio de la colonización de la Española. Plan de Ovando de fun-dar fortalezas y villas. La búsqueda del oro. Villa La Buenaventura como foco de la minería aurífera. Auge de la Villa con gran pro-ducción de oro. Disminución de la producción y decaída de la villa. Conversión para la agricultura y la ganadería. Abandono de Buena-ventura y su posterior desaparición. Búsqueda de sus ruinas. Reto para los arqueólogos dominicanos.

Palabras clave: Historia colonial, minería aurífera, Santo Do-mingo, siglo XVI, La Buenaventura.

ABSTRACT

Begining of colonization in Hispaniola. Ovando´s project to es-tablish forts and towns. The search for gold. La Buenaventura as the focus for gold mining. Importance of the town with increasing gold production. Decrease of the gold production and the town´s decaden-ce, Conversion into agriculture and cattle grazing. La Buenavntura is abandoned and latter disappears. Search for its ruins. Challenge for archeologists.

Keywords: Colonial history, gold mining, Santo Domingo, 16th century, La Buenaventura.

* Miembro de número de la Academia Dominicana de la Historia.

CLÍO, Año 89, Núm. 200, Julio-Diciembre 2020, pp. 51-73ISSN: 0009-9376

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Wenceslao Vega Boyrie

Cuando los españoles decidieron colonizar la isla Española, descubierta por Cristóbal Colón en su primer viaje, se vieron en la necesidad de establecer fortalezas en sitios estratégicos para el control de los indígenas y evitar o reprimir sus alzamientos, ya que estos se resistían a permanecer esclavizados y maltra-tados en las labores que se les impusieron contra su voluntad.

La historia nos cuenta que al principio los indígenas colabo-raron con los primeros conquistadores, ofreciéndose alimentos y ayuda para la búsqueda de oro, pero al poco tiempo la codicia de esos españoles y sus crueldades con esos hombres y mujeres los llevó a repudiarlos y a evitar contacto con ellos. En muchos casos hubo enfrentamientos sangrientos. Aunque los indios eran muchos y los españoles pocos, las armas de estos últimos vencieron a los débiles arcos, flechas y lanzar primitivas con los que luchaban los aborígenes tainos. Los conquistadores también usaron el engaño y la sorpresa para apresar y asesinar muchos de ellos, inclusive a sus caciques y mujeres.

Para asegurarse del control total de la isla, fue idea de Co-lón ir levantando fortalezas en una línea que salía de Puerto Plata en el norte hasta llegar a Santo Domingo en el sur. Así surgieron, cerca de aldeas indígenas, las fortalezas de Esperan-za, Santo Tomas de Jánico, Santiago, La Magdalena, La Vega, El Bonao y La Buenaventura hasta llegar a la capital que habían fundado a orillas del río Ozama. Alrededor de esas fortalezas se establecieron pequeños poblados donde vivían los buscadores de oro, pues se tenían noticias de que en los ríos cercanos había yacimientos de ese metal tan buscado. Esos ríos eran el Yaque del Norte (que precisamente llamaron al principio río de Oro) el Camú, el Yuna y el Haina.

Conocemos la historia del colonizador residente en La Isa-bela, Miguel Díaz, quien creyó haber asesinado a otro español en una riña y huyó hacia el sur con su amante la cacica Catalina y llegó a las costas del mar Caribe en busca de unos yacimientos

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de oro del que ella tenía conocimiento, llegando al actual lugar de Haina.1 Ese rio nace en las lomas de Maimòn y antes de llegar al mar pasa por el área donde se fundó La Buenaventura donde también encontraron oro.

En las primeras décadas del siglo XVI varias de esas po-blaciones prosperaron y al tener importancia estratégica y poblacional, la Corona española les dio los títulos de «villas» y escudos de armas, como había sido la costumbre sobre los pue-blos fundados en la reconquista de las regiones que por siglos habían ocupado los musulmanes. Era señal de relevancia el te-ner el título de «villa» y con sus propios blasones. Así vemos que, por disposición del rey, en el año 1508, recibieron esos privilegios Santo Domingo, Puerto Plata, La Buenaventura, La-res de Guahaba, La Vera Paz, El Bonao, Puerto Real, Santiago, Villanueva de Yàquimo, Salvatierra de la Sabana, San Juan de la Maguana, Santa Cruz de Hicayagua, Compostela de Azua, Salvaleón de Higüey y Concepción de La Vega. El escudo de armas de La Buenaventura cuya descripción es «Un blasón con campo de sinople y en él una nube de plata, cargada con un sol de oro salpicado de granos de oro». Evidentemente alusivo a esas minas de oro en esa comarca.

Como se observará muchos de esos poblados desaparecie-ron y otros cambiaron de nombre a través del tiempo. Algunos asentamientos, por su pequeñez, no recibieron esos honores como fueron los casos de Esperanza y Santo Tomás de Jánico aunque han permanecido hasta hoy como pueblos.

1 Frank Moya Pons, El oro en la historia dominicana. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2016, p. 45; Genaro Rodríguez (coord.), Historia general del pueblo dominicano, tomo I. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2012, p. 277.

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Entrando a nuestro tema, la villa de La Buenaventura esta-ba situada cerca del rio Haina y fue una de las más importantes porque en ese rio se recogía mucho oro.

La recogida del oro la llevaban a cabo indios esclavizados por los españoles que se fueron enriqueciendo con este negocio que poco les costaba y mucho les dejaba. Pero como era de una minería primitiva, el auge duraba mientras el oro apareciera en los ríos o en las pequeñas minas que se escarbaban manual-mente. Esos indios se reunían en los llamados Repartimientos que era el sistema establecido mediante el cual el Gobernador de la Isla asignaba a un «Encomendero» español a una cantidad específica de indios a su servicio. Tenemos dos citas de Vicente Tolentino Rojas sobre esto:

En el año de 1496 comenzó la fundación de Puerto Plata y en los primeros meses del mismo, fue fundada la fortaleza de La Buenaventura a orillas del rio Jaina.

También tuvo lugar durante el año 1504, la fundación de la villa de La Buenaventura al pie de la fortaleza del mismo nombre erigida por el Adelantado Don Bartolomé Colón y que estaba situada en el lugar denominado Árbol Gordo en que es hoy el kilómetro 38 de la carretera Duarte.2

Estos datos son muy importantes, primero porque dice que ya para el 1504 había una fortaleza y el otro es que indica el lu-gar actual donde deben estar las ruinas es decir el kilometro 39 de la carretera (hoy autopista) Duarte. Pero Tolentino no indica sus fuentes, aunque para los arqueólogos son informaciones de gran interés.

2 Vicente Tolentino Rojas, Historia de la división territorial, 1494-1943. Santiago de los Caballeros, Editorial El Diario, 1944, pp. 11 y 13.

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Cuando en el año 1514 se realizó un censo para repartir indios, en la isla entera se censaron 733 encomenderos con 25,303 indios. En la Villa de La Buenaventura se contaron 65 encomenderos con 1, 634 indios a su cargo.3 Al mismo tiempo en ese año cada villa designó un procurador para representar-la en el proceso de repartimiento y La Buenaventura nombró como el suyo al vecino Diego López de Salcedo.4

Conocemos los nombres de algunos de los primeros habitan-tes de La Buenavetura y entre ellos hay tres que se sabe llegaron a la isla con la gran flota de Ovando en el año de 1502. Juan de Madrid, pastelero oriundo de Madrid, Diego Lopez de Sal-cedo, sobrino de Ovando y Pedro Garcia Carrion mercader de profesión.5 De esas villas con escudos, con el tiempo algunas desaparecieron y otras cambiaron de nombre. Entre las desapa-recidas están Vera Paz. Lares de Guahaba, y Puerto Real, las que han cambiado de nombre tenemos a Villanueva de Yàquimo que estaba en lo que es hoy Haití y se llama Aquin, Otro pueblo, pero sin escudo, que ha cambiado de nombre es La Yaguana que ahora se llama Leogane, también localizado en el actual Haití.

De La Buenaventura tenemos muchos datos sobre sus pri-meros años, sus habitantes, sus yacimientos de oro, su auge y su ocaso hasta su desaparición. Inicialmente se construyó una fortaleza, como vimos y a su alrededor se levantaron bohíos de

3 Frank Moya Pons, La Española en el siglo XVI, 1493-1520. Trabajo, sociedad y política en la economía del oro. Santiago de los Caballeros, UCMM, 1971, p. 158; Esteban Mira Caballos, La Gran Armada Colonizadora de Nicolás de Ovando, 1501-1502. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2014, pp. 157, 227 y 300.

4 José Gabriel García, Compendio de la historia de Santo Domingo, tomo I. Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1979, p. 78.

5 Genaro Rodríguez Morel, Cartas de los cabildos eclesiásticos de Santo Domingo y Concepción de La Vega en el siglo XVI. Santo Domingo, Patronato de la Ciudad Colonial, 2000, p. 49.

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paja y otras instalaciones primitivas para los indígenas, los ca-pataces y demás personas que se fueron estableciendo a medida que se percataron del mucho oro que se sacaba de las arenas del rio Haina. También la región era fértil y en ella se establecieron ingenios de caña de azúcar y hay datos de que en los alrededores de esa villa, Cristóbal Lebrón tenía uno en la sección Árbol Gor-do con una capilla y su cura, así como 10 españoles y 70 indios.

Como la orden real de dar escudos a villas era del año 1508, es evidente que La Buenaventura existía ya para esa épo-ca tan temprana de la colonización de la isla Española. Pero no hemos encontrado documentos anteriores que nos indiquen el momento preciso en que se hizo el primer asentamiento, pero es evidente fue tras construir la fortaleza.

Pero si bien existe mucha documentación disponible sobre los años de existencia de La Buenaventura, a partir de media-dos del siglo XVI se va mencionando cada vez menos y fines de ese siglo, su nombre desaparece como Villa, aunque se men-ciona de vez en cuando como lugar donde todavía se recogía oro pero sin citar el poblado que aparentemente desapareció. Veamos los datos que hemos encontrado:

José Gabriel García en su obra clásica comenta al tratar el gobierno de Nicolás de Ovando, al hablar sobre las nuevas villas fundadas por él:

Para dar vida a esta última población (se refiere a La Buenaventura) y asegurar entradas fijas con que atender a los gastos generales que ocasionó el sostenimiento del tren gubernativo de las otras (ciudades), dispuso Ovando poner en planta en ella una casa de fundición destinada a elaborar el oro que se extraía de sus minas.6

6 García, Compendio de la historia de Santo Domingo…, p. I:68.

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Las órdenes dadas por los Reyes a Nicolás de Ovando cuando éste llegó a la isla como Gobernador en el año 1501 fue de establecer poblaciones en toda la isla para reunir en ella a los indígenas que hasta entonces vivían desperdigados en peque-ñas aldeas. La idea no era solo para eso, sino que serviría para tenerlos controlados y usarlos para la recogida del oro que era el metal más buscado por ellos y que sabían existía en abundan-cia en los ríos. Aunque en las ordenes de establecer poblaciones no se menciona por nombre ninguna, es evidente que La Bue-naventura fue una de ellas porque tan temprano como 1505 se tienen estadísticas de la cantidad de oro sacado en La Buena-ventura y en La Concepción de La Vega, donde en la primera se obtuvieron 8,420 quintales y en la segunda 8,766.7 Eran las dos únicas fundiciones de la isla en ese año.

Para tener fundiciones era necesario tener edificios de piedra, casas para los obreros, los mineros y las autoridades, iglesias, etc., por lo que es evidente que en ese año las dos poblaciones mencionadas eran pueblos importantes. En 1508, La Buenaventura, con La Vega, Lares de Guahaba, Santiago y Puerto Real, tenían sus hospitales.8 En la primera década del siglo XVI Concepción de La Vega y La Buenaventura se destacaron por su producción aurífera y vemos datos sobre los montos en peso de oro fundido.

Fundición 1505 1506 1507

La Buenaventura 8,420 17,860 21,208

La Concepción 8,766 20,070 21,308

7 Rodríguez (coord.), Historia general del pueblo dominicano…, p. I:347.

8 Ibidem, p. 451.

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Estos datos nos demuestran el aumento gradual del oro fundido en tres años en los cuales ambas villas fundían partidas parecidas.9 Son los años de auge de la minería aurífera en la Española pues había mucho oro superficial y en los ríos de fácil recogida.

En el año 1517, las cifras aumentan y La Buenaventura fundió 32, 754 pesos de oro y La Concepción 63, 968, lo que nos demuestra que el oro sacado de La Buenaventura era me-nos que el de La Concepción, cuyas minas en la cercanía del actual Cotuì iban aumentando considerablemente. En esta cita aparece Santo Domingo, pues en sus cercanías, a orillas del rio Haina también se extraía oro y en ese año la cifra de allí fue de 26,138 pesos. La suma total de ese año para la isla fue de 124,147 pesos.10

El padre Bartolomé de las Casas en su clásica obra Historia de las Indias, escrita en 1527, comenta que en el gobierno de Ovando:

Cuatro fundiciones se hicieron a los principios de cada año; dos en el pueblo de La Buenaventura, ocho leguas de esta ciudad, en la ribera de Hayna, donde se fundía el oro que de las minas nuevas y viejas se sacaba; las otras dos se hacían en la ciudad de la Vega o Concepción , y allí se traía a fundir todo el oro que se sacaba de las minas de Cibao y de todas aquellas partes, que eran hartas, porque de muchos ríos se sacaba. En cada fundición de las que

9 Esteban Mira Caballos, La Española epicentro del Caribe en el siglo XVI. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2010, p. 86.

10 Justo del Río Moreno, La Española y el Caribe, 1501-1559. La recurrencia cíclica de las crisis en Santo Domingo y los procesos de expansión territorial y económica. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2018, p. 161.

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se hacían en la villa de Buenaventura se fundían 110,000 y 112,000 y 116,000 y 118 y no pasaba de 120,000 pesos de oro; en las fundiciones de la Vega comúnmente se fun-dían 125 y 130,000 y 130 y tantos mil y nunca llegaban a 40,000 pesos. Por manera que las fundiciones de la Vega hacían ventaja a las de Buenaventura en 15 y 20 y algunos más millares de castellanos y así se sacaban por entonces de toda esta isla cada año 450 y 60,000 pesos o castellanos de oro, pocos más o menos, y así tenía Rodrigo de Alcázar, platero de rey, 4,500 pesos de oro de renta en cada un año, muy pocos menos, que para aquel tiempo fue merced seña-lada, por lo cual le duró poco y así le fue quitada. Cada día se iban disminuyendo las fundiciones, como iban muriendo los desdichados que con sus sudores y hambre y vida des-esperada lo sacaban.11

Las Casas fue quizás el que más entendía los abusos que padecían los mineros de oro en sus labores y vemos en esa cita como menciona, no solo las estadísticas, sino también los su-frimientos de esos infelices. También comenta cómo la fiebre del oro duró tan poco. La importancia de la villa de La Buena-ventura lo demuestra una Bula del Papa Julio II del año 1511 en la cual se ordena fundar una iglesia en la misma. En la obra de Lluberes vemos:

Y dichas iglesias erigimos, creamos y constituimos para siempre, a saber: la de Santo Domingo, de la Concep-ción y la de San Juan. Y también erigimos y los nombramos por ciudades, por segunda vez, la Buenaventura, Azua, Salvaleón, San Juan de la Maguana, Vera Paz, Villanueva

11 Fray Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias. Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1987, p. II:343.

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de Jàquimo, La Concepción, de Santiago, Puerto de Pla-ta, Puerto Real, Lares de Guava Salvatierra de la Sabana y Santa Cruz.12

Esta cita es una confirmación de las disposiciones anterio-res sobre creación de iglesias, pero viniendo de una Bula papal se evidencia la importancia de esas villas en la primera década del siglo XVI. En 1518 se nos ofrece el dato de que La Bue-naventura había tenido treinta vecinos pero que se habían ido trece, por lo que se evidencia el inicio del decaimiento.13 Recor-demos que por «vecino» se referían a padres de familia por lo que en realidad si quedaron solo diez y siete y como cada fami-lia era de un promedio de cinco personas, habrían 85 personas, señalando no obstante que lo negros esclavos no se contaban y suponiendo que eran muchos habrían algo más de 300 personas en la villa para ese año.

Lo anterior se confirma a estudiar las cifras del «Reparti-miento» del año 1514 donde en La Buenaventura se censaron 335 personas, entre españoles e indios, incluyendo mujeres y niños.14 Pero ese fue el auge, pues a medida que se fueron agotando loas minas superficiales, la recogida del oro fue dis-minuyendo. A esto se suma la despoblación causada por la mortandad de los indios quienes eran los que hollaban las mi-nas y recogían los granos de oro en las orillas de los ríos. Moya Pons nos explica claramente esa situación:

12 Antonio Lluberes, S. J., Breve Historia de la iglesia dominicana, 1493 -1997. Santo Domingo, Amigo del Hogar, 1998.

13 Joaquín Marino Incháustegui, Reales cédulas y correspondencia de gobernadores de Santo Domingo: del año 1542 al 1581. Madrid, Gráficas Reunidas, 1958, p. I:68.

14 Moya Pons, La Española en el siglo XVI, 1493-1520…, p. 326.

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A medida que se fueron despoblando los pueblos y vi-llas del interior de la Isla por haberse agotado el oro y los indios de esas regiones, aquellos que no pudieron emigrar se ajustaron a las nuevas circunstancias de una economía natural y fueron convirtiéndose en pastores de los ganados que pudieran amansar en sus lugares. Ese fue el caso de la Buenaventura, de la Concepción, de Santiago, de Puerto Plata y de una nueva ciudad llamada La Yaguana que se fundó al oeste de la Isla frente a la Bahía de Gonaives.15

La importancia de la religión para los españoles era tanta que la designación del cura de la parroquia era decisión del pro-pio Rey. Parecería que había pocos curas españoles y en el año 1528 el rey designó a un criollo llamado Diego de Álamo al cu-rato de La Buenaventura.16 Sin embargo, con Cura o sin Cura, el poblado iba en decaimiento y vemos que, en ese mismo año de 1528, los procuradores licenciados Suazo y Espinosa infor-maban al rey:

Buscando medios e manera para que esta isla se pudie-re poblar e poblase de asiento; visto como casi todos los pueblos que hasta aquí estaban poblados se han consumido i otros desechos y despoblado del todo excepto la ciudad de Santo Domingo que está poblada y edificada de la manera que los Padres Religiosos harán relación, demás que llevan la traza de ella porque de diez años a esta parte se han des-poblado en esta isla la villa de Santa Cruz de Yzgua y de

15 Frank Moya Pons, Historia Colonial de Santo Domingo. Santiago de los Caballeros, UCMM, 1976, p. 110.

16 Genaro Rodríguez Morel, Documentos para el estudio de la historia colonial de Santo Domingo, 1511-1560. Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2018, I:41.

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Yàquimo, y de Lares de Guahaba, y de la Buenaventura y del Bonao. Estos pueblos totalmente se han despoblado sin quedar memoria de ellos.17

Dramática situación la narrada, que nos indica lo mucho que se fue despoblando la isla y cómo se fueron abandonando las primeras villas levantadas menos de cuarenta años antes. En una larga exposición que hace al rey el gobernador de la Espa-ñola Ramírez de Fuenlear en agosto del 1531 leemos.

Y porque como vuestras mercedes saben, visitando estos obispados vine a La Buenaventura, do señalé sitio para el pueblo y después acá se a comenzado a poblar y según su disposición espérese que será grande pueblo. Y para animar los que allí hicieren sus casas està proveído que por el año nuevo elijan allí Alcaldes y Regidores y yo tengo proveído que el cura allí resida; y por no hallar quien haga la iglesia a destajo no está hecha, manden vuestras mercedes favorecer esta pueblo y dar órdenes como los vecinos se recojan a él y el cargo de hace la iglesia queda a mi provisor.18

Vemos en la cita anterior que el Gobernador insistía en po-blar y dar iglesia al pueblo, advirtiendo lo dificultoso que le era erigirla por falta de obreros en la villa. Nada dice sobre minas de oro, por lo que se puede confirmar que ya no era la tarea princi-pal de los moradores. El decaimiento continuaba a medida que

17 Roberto Marte (comp.), Santo Domingo en los Manuscritos de Juan Bautista Muñoz. Santo Domingo, Fundación García Arévalo, 1981, p. I:277.

18 Fray Vicente Rubio, Indigenismos de ayer y de hoy. Santo Domingo, Fundación García Arévalo, 2009, p. 286.

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desaparecía el oro. Agotadas las vetas superficiales, era cada vez más difícil y menos provechoso el trabajo. Así vemos que, poco después de esa información del Gobernador, en el año 1533, aparecían otros motivos que justifican el abandono de la villa, pues se comentaba en dos citas en la obra de Moya Pons sobre el oro que:

En las dichas villas de Buenaventura e Bonao no se criaban ni multiplicaban niños a causa de ser lugares en-fermos, y si alguno allí nacía o se llevaba o se quedaban enfermos e barrigudos, e finalmente morían.

Entre los indios de la liga de Enriguillo que andaban alzados e rebelados, era Hernandillo el Tuerto, el cual, con su cuadrilla hacia mucho daño en la isla, en tal manera que en los caminos reales salía e mataba a los hombres arrieros, como lo hizo en las lomas entre el Bonao e Buenaventura (…). El tal Hernandillo mató tres hombres e les tomó los bastimentos que llevaban en sus bestias.19

Esto se evidencia, en cuanto a La Buenaventura, puesto

que a partir de ese año su nombre como villa aurífera va des-apareciendo y se menciona más como área de producción de caña de azúcar y ganadería. Las enfermedades y mortandad de niños y el peligro de indios alzados fue el elemento final para la desaparición del pueblo. Parecería que también en esa época que se cerraría la fundición de oro. Ello lo confirma lo siguiente:

En la villa de Buena Ventura hay pocos vecinos, las casas si una o dos, todas son de paja, tienen cerca la villa

19 Moya Pons, El oro en la historia dominicana…, pp. 88 y 89.

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de La Mejorada, estas son parte donde siempre se coge oro y alcanzan muy buenas minas, no hay sino cañafistola en ella.20

Aquí se confirma la pobreza extrema de esta vieja villa y cómo sus escasos pobladores tuvieron que dedicarse a otras ac-tividades pues el oro se había acabado. La pulpa de las vainas del árbol de cañafístula se usaba como laxante y para tratar afecciones respiratorias. También nos evidencia esta cita por qué no aparecen rastros de ese pueblo en la actualidad, pues las casas de paja pronto desaparecieron. No se nos dice si la iglesia que se mención en varias de las citas anteriores era también de paja, en cuyo caso, poco o nada quedaba con evidencia de la existencia de un poblado en el lugar.

Frank Moya Pons en su obra El oro en la historia domini-cana, nos dice

Como muestra de la decadencia y fin de la economía aurífera, López de Velasco recordó que en la villa de la Buenaventura, a ocho leguas de Santo Domingo al nor-te, poblola el dicho Comendador Mayor (Ovando) no ha quedado en ella más que el nombre y algunos negros de particulares que andan a sacar oro.21

Esta cita es para el año 1574 y nos indica que ya no había villa sino esclavos sueltos que sacaban oro aluvial en la región de manera irregular. No debemos buscar más datos para esos años finales del siglo XVI sobre la villa como tal, pues no ha-bía oro ni minas de algún valor y solo esclavos sueltos que lo

20 Marte, Santo Domingo en los Manuscritos de Juan Bautista Muñoz…, p. 268.

21 Moya Pons, El oro en la historia dominicana…, p. 101.

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sacaban manualmente del río Haina. Pero en trabajos poste-riores sobre la minería siempre se menciona La Buenaventura como antiguo lugar donde había minas de oro. Un ejemplo es el Informe de Juan Nieto Valcárcel del año 1694, citado por Américo Lugo en un Boletín del Archivo General de la Nación. Esta cita dice:

Otros parajes a donde hay muchos criaderos de oro y sin estos he tenido noticias hay mucho a donde se ha lavado antiguamente mucho oro y hoy en cualquier río y arroyo se lava y en particular en un paraje que llaman la buenaven-tura en donde antiguamente se hallaron granos de oro, el uno pesó cinco mil quinientos y tantos castellanos y el otro seiscientos y tantos, los cuales se embarcaron y enviados a España y se perdieron en la Cama de este Puerto; y sin estos se hallan otros muy grandes y pequeños y continua-mente lo están lavando en cualquiera río y arroyo algunas mujeres.22

A raíz de las despoblaciones ordenadas bajo el gobierno de Osorio, en el año 1606 Moya Pons, en su Historia colonial de Santo Domingo asevera que algunos de los habitantes de la región de San Juan de la Maguana, acusados de contrabando fueron sacados de ese pueblo y mudados «hacia los alrededores de la antigua villa de La Buenaventura», lo que nos hace pensar que se quiso dar nueva vida a la región que hacía años había sido despoblada.23

Ese nuevo poblamiento implicó que se empezó de nuevo a buscar oro y para ello tenemos el dato que ofrece Incháustegui

22 Colección Lugo, «Informe sobre minas de Valcárcel (1)», Boletín del Archivo General de la Nación 14, no. 69, (abril-junio 1951), p. 231.

23 Moya Pons, Historia Colonial de Santo Domingo…, p. 127.

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donde cita un Informe enviado a la Corona por el gobernador Gómez de Sandoval en el año 1608, en uno de cuyos párra-fos se lee de un tal Juan de Espinosas con cierta cantidad de negros.

habiendo comenzado a labrar en la buena ventura, que es siete y ocho leguas de esta ciudad (se refiere a Santo Domingo) poco más o menos, donde antiguamente hubo población y muchas labores de minas de oro la vino a dejar el dicho Juan de Espinosa y a volver los esclavos que había comprado para ello porque no se halló lo que se prometía y esperaba , sino mucha pobreza.24

Esta cita nos confirma que, pese a los intentos de reiniciar la búsqueda de oro, ya en La Buenaventura no aparecía y el silencio de las obras sobre ese año nos evidencia de que la villa y sus alrededores habían sido abandonadas de nuevo. Un siglo y medio más tarde, la obra de Sánchez Valverde, Idea del Valor de la Isla Española, citada por Moya Pons en su obra sobre el oro, nos dice que, en el año 1736, un ensayador de oro, que al igual que minas cerca de río Yaque, encontró

una corta porción de oro lavado en el paraje que llaman la Buenaventura, el cual tiene ley los mismos veinte y dos quilates un grano y un cuarto quilates del antecedente, los cuales lavaderos sí son abundantes de este metal.25

24 Incháustegui, Reales cédulas y correspondencia de gobernadores de Santo Domingo…, p. III:900. En esta cita, y otras, he modificado algunas palabras del español antiguo al actual para mejor entendimiento.

25 Moya Pons, El oro en la historia dominicana…, p. 114.

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La villa de La Buenaventura continúa casi al olvido en el siglo XIX. Fueron los años de la entrega del Santo Domingo español a Francia (1801 a 1809) la reincorporación a España (1809-1821) la Independencia Efímera (1821) seguida de los 22 años de ocupación haitiana hasta el 1844 cuando los do-minicanos se declararon independientes y luego la anexión a España y la guerra de Restauración y los años finales del si-glo con gran inestabilidad política. La famosa pepita de oro de 3600 onzas que se mencionaba tanto en los datos anteriores, vuelve a mencionarse en un el Informe sometido en 1800 al Gobierno francés por Mr. Pedrón donde al mencionar los pro-ductos minerales de la isla dice:

En las minas de la Buenaventura, cerca de Bonao, próximamente 8 leguas de la Capital, según Oviedo, his-toriador contemporáneo, se encontró la famosa pepita de oro que pesaba 3600 onzas, se presume que deben ser muy abundantes, En ese lugar en Santa Rosa, los pobres se ocu-pan en lavar la arena, entre la que se encuentran pepitas de oro, de la misma manera, pero con mayor provecho que las de Santiago.26

Todas esas citas muy posteriores al siglo XVI, solo nos di-cen que hubo un recurrente recuerdo de la riqueza aurífera de La Buenaventura y que los autores solo se referían a datos en las obras de ese siglo. En fin, que ese pueblo y su oro eran obje-to de leyendas y ningún autor había visitado esa región.

Pero con estabilidad relativa en los años primeros del siglo XX, vemos un interés de particulares de explotar minas en el

26 Emilio Rodríguez Demorizi, La era de Francia en Santo Domingo: contribución a su estudio. Ciudad Trujillo, Editora del Caribe, 1955, p. 180.

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territorio nacional, Se buscaba oro, plata, cobre, manganeso hierro, sal y otros minerales en varias localidades del país. Las Gacetas Oficiales de los años 1906 a 1910 contienen decretos del Poder Ejecutivo otorgado concesiones para la búsqueda y explotación de esos minerales. En una de esas concesiones, un decreto del presidente Ramón Cáceres autorizó a Adolfo Cambiaso a explotar minas de oro, cobre y hierro en La Bue-naventura.27 Esa concesión fue transferida por Cambiaso a Harry Kellog, quien parece que no la utilizó pues más de vein-te años después, un Decreto del Presidente Horacio Vásquez la canceló.28

Seguía la historia sobre el auge y decadencia de La Buena-ventura. Un viajero de Estados Unidos, durante la ocupación militar de esa nación a nuestro país, llamado Otto Schenrich en un trabajo del año 1918, comentaba al hablar del tema diciendo:

Los yacimientos de oro hallados por lo españoles fue-ron las acumulaciones superficiales de los siglos. Cuando estas se agotaron y escaseó la mano de obra barata debido a la muerte de los indios, la producción minera disminuyo. En 1502 las dificultades laborales causaron el paro tempo-ral de la minería. En 151 muchas minas fueron cerradas definitivamente debido a la escasez de obreros porque el cultivo de la caña de azúcar ofrecía beneficios más seguros. Vinieron entonces los descubrimientos de minas de increí-ble riqueza en México y Perú que despertaron, así como la falta de mano de obra en Santo Domingo, causaron el completo abandono de las minas de la isla. Finalmente, en 1543, cesó el trabajo en las minas y por un decreto real se ordenó la clausura de todas las minas. Sin embargo, la

27 Colección de leyes, decretos y resoluciones, 1910-1911, p. 313.28 Colección de leyes, decretos y resoluciones, 1927, p. 66.

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minería explorativa y sin planificación, especialmente la minería de placer se ha mantenido hasta la fecha.29

A través de los siglos seguía la ilusión de que en La Bue-naventura aun había mucho oro, pues se insistía en prospectar ya con métodos más modernos, buscando minas auríferas en esa región.

En la cuarta década del siglo XX el geólogo suizo Willy Lengweiler realizó un extenso trabajo en el país denominado Estudios Mineralógicos en la República Dominicana, cuyo texto fue traducido al español y publicado en el 1981. Este científico por supuesto le dedicó muchos párrafos de su trabajo al oro. Reprodujo la leyenda de Miguel Díaz y la cacica Cata-lina y otras anécdotas de cronistas españoles. Citamos uno de sus comentarios.

¡Buenaventura, Concepción de La Vega, Santiago, Azua de Compostela, Santo Domingo de Guzmán! Nom-bres famosos de la conquista, no solamente en el Nuevo Mundo, sino también en la Metrópolis de España. Sig-nificaban oro, sueño de riquezas, ideal de aventureros y anhelos de la juventud. La fama de hallazgo de un peda-zo de oro macizo en el Río Jaina que pesaba 1,200 onzas, trajo una multitud de europeos a esta isla y la producción del precioso metal iba en aumento. La dotación de indios asignada a cada señor tenía que buscar oro y la tarea diaria de una familia de estos esclavos era un dedal lleno de este metal, so pena de graves castigos.30

29 Otto Schoenrich. Santo Domingo: un país con futuro. Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1977, pp. 118-119.

30 Willy Lengweiler, Estudios Mineralógicos en la República Dominicana. Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1981, p. 17.

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En otro párrafo de esa obra Lengweiler comentaba sobre la fundación de La Buenaventura, repitiendo lo dicho por anterio-res autores.

Al embarcarse el día 10 de marzo de 1496 el almiran-te Colón para la metrópolis, quedó al frente de la isla el Adelantado Don Bartolomé Colón. Este dejó a su hermano Don Diego am mando de La Isabela y marcho a Haina. En cumplimiento de las órdenes recibidas mandó a construir una fortaleza en los márgenes de este rio, cuyo sitio lla-mó Buenaventura. Después de haber permanecido cerca de tres meses en esta casa fuerte, estudiando y organizando los placeres auríferos de estos parajes, resolvió dejar en ella una guarnición de 10 hombres para activar la explotación de las minas y se trasladó con el resto de su gente a la Con-cepción de La Vega.31

Lo interesante de este último párrafo es que el autor sitúa a La Buenaventura en los «márgenes» del río Haina, pues en los tratados anteriores se localiza en sus cercanías.

Después de tanto citar a autores de los siglos XVI al XIX nos preguntamos: ¿Quedarían ruinas todavía de la villa La Bue-naventura en el siglo XXI? No tenemos datos certeros. Como vimos, las casas en ella habían sido de paja y probablemente lo fue también la iglesia. La fundición, sin embargo, debió haber sido construido con material más duradero, como piedra, para soportar el calor del proceso y pudiera entonces quedar cimien-tos. Lo mismo sobre la «casa fuerte» mencionada arriba. La región se mantuvo como ganadera y de producción de víveres para la escasa población campesina que pobremente la habitaba

31 Lengweiler, Estudios Mineralógicos, p. 31.

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y (ya especulamos) no les harían caso a unas pocas ruinas de piedra sin utilidad para ellos. Sabemos sin embargo que, a me-diados del siglo XX, el dictador Trujillo adquirió, a las buenas o a las malas, extensas tierras en la región entre San Cristó-bal, Villa Altagracia y Bonao que sembró de caña para su gran proyecto azucarero, levantando enormes ingenios modernos en las dos primeras. Para esas siembras era necesario arrasar con todo, bosques, bohíos, conucos y cualquier otro elemento que pudiere estorbar la siembra de caña. Si es que quedaron algunas ruinas visibles o cimientos de La Buenaventura en ese momen-to, pudieran haber sido arrasadas. Esta suposición se refuerza al leer unos párrafos de la obra La Era del autor cubano Eliades Acosta Matos, donde refiere un caso en el año 1929 (dos años antes de la toma de Trujillo el poder), donde narra un episodio ocurrido al comerciante Cristóbal Tejera diciendo:

Después de tener el brigadier Trujillo una cerca en los terrenos comuneros de Árbol Gordo, sección de Hormigue-ro, común de San Cristóbal, yo como condueño próximo a dicha cerca , formé otra hace como un año, y dicho señor Trujillo, hace como dos meses, hizo una tala dentro de mi cerca y ahora cogió una parte de mis alambres y los puso de forma que incluyen una parte de mis terrenos cercados antes, a la cerca de él.32

En la actualidad, la antigua mina de oro cerca de Cotuí que tanto mencionaron los cronistas del siglo XVI es una moderna empresa de donde se extraen enormes cantidades de ese metal que es fundido en grandes fundiciones y que arroja muchos beneficios a la empresa que la maneja e impuestos al Estado

32 Eliades Acosta Matos, La Era. Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2016, p. I:191.

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Dominicano. En la República Dominicana el oro aluvial y de minas superficiales se agotó, pero pudiera, en las profundida-des de la región de La Buenaventura, aparecer mucho más.

La mina Pueblo Viejo, cerca de Cotuí que Barrick y Gold-corp operan en República Dominicana, produjo 1.1 millones de onzas de oro el año 2017. La cifra la convierte en la mina de oro más grande de América Latina y la tercera en el mundo según datos estadísticos sacados por nosotros en Internet. La historia se repite. ¡Santo Domingo fue la más rica productora de oro en toda América en el siglo XVI y lo es también en el siglo XXI!

Para concluir este pequeño trabajo, pensamos que, en el presente, con novedosos sistemas para ubicar ruinas en el sub-suelo, a través de la fotografía aérea, los drones, detectores de metales y otros mecanismos, pudiera aparecer algo de aquel prospero pueblo que mereció tener título de villa y escudo de armas otorgados por el rey de España.

No creemos que esto resulte muy difícil, pues tenemos am-plios datos. Tolentino ubica el pueblo en el kilómetro 38 de la antigua carretera Duarte en el lugar llamado «Árbol Gordo». Otro dato es que se encontraba en el margen del río Haina y unas ocho leguas de la ciudad capital. Como 1 legua equivale a 4.8 kilómetros, eso nos da una distancia de 38.5 kilómetros de la capital, cifra casi exacta a la mencionada por Tolentino. El mapa de Casimiro de Moya del año 1904 marca «las ruinas de La Buenaventura» muy claramente precisamente en la sección Árbol Gordo, lo que nos inda que para ese año aún se veían las ruinas.

Con el aumento poblacional del país, quedan pocos lu-gares realmente rurales, sino casas, calles, negocios y demás elementos que pudieran haber borrado restos antiguos de cons-trucciones, pero eso haría más interesante cualquier búsqueda de restos de esta antigua villa ayer blasonada y hoy olvidada. Se tienen noticias de que en años recientes se han realizado

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algunas visitas a la región en búsqueda de ruinas y que han aparecido cimientos de mampostería y ladrillo que pudieran in-dicar que aún existen esas ruinas, pero sería necesario mayores trabajos arqueológicos para confirmar si son o no las ruinas de esa antigua villa y fundición aurífera. ¿Se entusiasmaría algún arqueólogo a buscar las ruinas de las cinco veces centenarias villas de La Buenaventura o quedará perdida para siempre?

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¿A machete o a tiro limpio? De armas blancas y de fuego en la guerra de Independencia*

Edwin Espinal Hernández**

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Las armas de fuego signaron la evolución del proceso de la In-dependencia Nacional incluso cuando aún estaba en germen. Sin embargo, las armas de fuego con las que se contaba para la defensa de la naciente República Dominicana acusaban de ser escasas y maltre-chas. Los primeros choques con los haitianos, si bien se saldaron en victorias, se llevaron a cabo en condiciones en extremo desventajosas desde el punto de vista de la cantidad e idoneidad del armamento utilizado, el cual, sin embargo, fue beneficiosamente manejado. Pese a su limitada presencia numérica, los fusiles y las armas blancas sos-tuvieron la defensa dominicana. La independencia se logró pues tanto a tiro como a machete limpio.

Palabras clave: Historia militar, guerra de Independencia, Repú-blica Dominicana, siglo XIX.

ABSTRACT

Fire arms and weapons in general served to mark the fight for Independence of the Dominican Republic since the beginning of its

* Conferencia pronunciada en la Academia Dominicana de la Historia el 2 de septiembre de 2015.

** Miembro de número de la Academia Dominicana de la Historia, se-cretario de la Junta Directiva (2019-2022).

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process. However, fire arms were but a few and rather old. Even du-ring the first battles against the Haitian soldiers were positive, but not precisely because of the good quality of their weapons. The Domi-nican triumph was due to their ability to fight and particularly their mastery to use of knifes. Independence, however, was due to its old fire arms and its cane-knifes.

Keywords: Military history, War of Independence, Dominican Republic, XIX century.

Introducción

Las armas de fuego signaron la evolución del proceso de la Independencia Nacional incluso cuando aún estaba en ger-men: un exaltado Manuel María Frómeta, ante la lectura en alta voz por Juan Evangelista Jiménez del manifiesto de sep-tiembre de 1843 en el Santo Cerro, ofreció a sus hijos como cartuchos.1 Para febrero de 1844, las hermanas de Juan Pa-blo Duarte fabricaron cartuchos, parte de los cuales repartió su hermano Vicente Celestino Duarte en Los Llanos y otros pueblos de la región este, y junto a sus sobrinos y la ayuda de sirvientas, convirtieron en balas planchas de plomo usadas en los forros de los buques, existentes en el almacén de su padre.2 El propio acto iniciático de la emancipación, la señal dada la noche del 27 de febrero de 1844 en Santo Domingo

1 Emilio Rodríguez Demorizi. El acta de la separación dominicana y el acta de independencia de los Estados Unidos de América. Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1977, p. 21.

2 Rosa Duarte. «Apuntes para la historia de la isla de Santo Domingo y para la biografía del general dominicano Juan Pablo Duarte y Díez», en Jorge Tena Reyes (comp.) Duarte en la historiografía dominicana, Santo Domingo, colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional, vol. III, 1994, p. 474.

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para anunciar su proclamación fue, según el cónsul francés Eustache de Juchereau de Saint Denys, una «descarga de mos-quetería tirada al aire»,3 la cual ha pasado a la historia como el trabucazo de Matías Ramón Mella. Sin embargo, las armas de fuego con las que se contaba para la defensa de la naciente República Dominicana acusaban de ser escasas y maltrechas.

El arsenal de la ciudad, «defendido solamente por unos sesenta soldados mal armados y poco disciplinados», tomado fá-cilmente por la guardia nacional esa misma noche4 y entregado formalmente el 29 de febrero a las autoridades del nuevo Estado en presencia de Saint Denys,5 debió resguardar escasas piezas, si nos atenemos a que el presidente Charles Herard, durante su visita a la parte este de la isla en 1843, «había tenido cuidado de vaciar los almacenes del Estado»;6 esto explica por qué, antes de cumplirse una semana de haberlo recibido, la Junta Central Gubernativa envió a comprar dos mil fusiles a Curazao,7 sin duda con parte de los fondos reunidos a partir de la contribución forzo-sa fijada como consecuencia de la falta total de fondos públicos.8

3 De Eustache de Juchereau de Saint Denys, cónsul de Francia en Santo Domingo (en lo adelante Saint Denys), al ministro Guizot (en lo adelante Guizot). Santo Domingo, 3 de marzo de 1844, en John Weeks, Correspondencia del cónsul de Francia en Santo Domingo, 1844-1846. Santo Domingo, Colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional, vol. XI, 1996, t. I, p. 19.

4 Ibidem, p. 20. 5 Ibidem, p. 23.6 Beras, Francisco Elpidio. «Las batallas de marzo». Clío, nos. 118-119,

Santo Domingo, 1961-1962, p. 46.7 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 6 de marzo de 1844. En

Weeks, Correspondencia…, p. 39. 8 Noticias de Santo Domingo, El Fénix, No.6, de Maracaibo, 21 de

marzo de 1844. En Emilio Rodríguez Demorizi. Relaciones dominico-españolas. Santo Domingo, Editora Montalvo, 1955, p. 6.

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El representante galo pudo comprobar directamente la condi-ción de las armas de las tropas que componían la guarnición de la ciudad, ya que estas fueron puestas en sus manos en ocasión del traspaso de mando de la plaza para retornarlas a los solda-dos haitianos «en el momento que regresaran a sus hogares»,9 tal y como habían aceptado los miembros de la Junta Central Gubernativa al acoger las bases de la capitulación propuesta por las autoridades ocupantes.10

La falta de armas en número suficiente en la parte este de la isla para iniciar un movimiento contra el gobierno haitiano era una condicionante negativa reconocida desde 1843: cuan-do el 15 de noviembre de ese año Vicente Celestino Duarte y Francisco del Rosario Sánchez escribieron a Duarte, enton-ces en Caracas, le demandaron, «así sea a costa de una estrella del cielo», dos mil, mil o quinientos fusiles; cuatro mil car-tuchos; 2 ½ o 3 quintales de pólvora y «500 lanzas o las que puedas conseguir».11 Justo un mes después, el cónsul Andrés Nicolás Levasseur, representante diplomático francés en Hai-tí, y representantes de la parte este de la isla ante la asamblea constituyente haitiana acordaron los lineamientos de un protec-torado que incluía el suministro por parte de Francia de «todo

9 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 3 de marzo de 1844. En Weeks, Correspondencia…, p. 24. Ver también, Capitulación de la autoridad haitiana en Santo Domingo, Santo Domingo, 28 de febrero de 1844. En Ibidem, p. 34.

10 De la Junta Central Gubernativa a Saint Denys. Santo Domingo, 28 de febrero de 1844. En Weeks, Correspondencia..., t. I, p. 32.

11 Guido Despradel Batista. «Duarte y aporte de la familia Duarte Diez a la independencia dominicana». En Jorge Tena Reyes (comp.) Duarte en la historiografía dominicana, Santo Domingo, Colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional, vol. III, 1994, p. 376.

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lo que fuese necesario para establecer y consolidar» el futuro gobierno dominicano, particularmente «armas, municiones de guerra y de boca» (…) en cantidad suficiente para armar la par-te activa de la población que será llamada bajo las banderas de la independencia».12

En la «Manifestación de los pueblos de la parte este de la isla antes Española o de Santo Domingo, sobre las causas de su separación de la república haitiana», del 16 de enero de 1844, en velada alusión al denominado Plan Levasseur, se pre-cisaba que, a más de los recursos propios, se emplearían «los que nos podrían facilitar en tal caso los extranjeros», si fue-sen necesarios.13 Los extranjeros que proveerían esos recursos no serían otros que los franceses, pero el canciller Guizot, mi-nistro de Relaciones Exteriores de Francia, no quiso despertar la susceptibilidad de Inglaterra14 y retardó la respuesta de la aceptación del protectorado convenido con su cónsul en Puerto

12 Adriano Miguel Tejada. Diario de la Independencia. Santo Domingo, Colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional, vol. IV, 1994, p. 26.

13 Manifestación de los pueblos de la parte este de la isla antes Española o de Santo Domingo, sobre las causas de su separación de la república haitiana. Santo Domingo, 16 de enero de 1844. En Weeks, Correspondencia..., t.1, p. 51.

14 Si bien la Doctrina Monroe estaba vigente desde 1823, los Estados Unidos estaban imposibilitados de hacerla cumplir a nivel militar o naval. De todas maneras, contó con la tácita aprobación de Inglaterra, cuya Marina Real la asumió tácticamente como parte de la Pax Británica, con el mantenimiento de la neutralidad de los mares, y en consonancia con el desarrollo de la política británica de libre comercio con los países latinoamericanos, en los que su industria encontró mercado para sus productos manufacturados (Disponible en https://en.wikipedia.org/wiki/Monroe_Doctrine [consultada el 17 de agosto de 2015]).

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Príncipe.15 Sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos16 y la confianza en el apoyo galo llevaron a los comprometidos a proclamar la separación el 27 de febrero, pero con un escaso armamento.17

A luchar, pero sin armas

El primer Gobierno dominicano se enfrentó pues a un gra-ve dilema: la falta de una rápida respuesta por parte de Francia y la adhesión a la independencia de «hombres resueltos, vi-gorosos y plenos de entusiasmo», pero «a penas armados».18 De aquí que, al tiempo de ordenar la adquisición de fusiles en Curazao, la Junta Central Gubernativa reiteró, en su resolución del 8 de marzo de 1844, la solicitud hecha a Francia en el plan Levasseur de «fusiles, municiones de guerra, los navíos y el dinero necesario para sostener su estado de defensa y, al mismo tiempo, las tropas que se puedan necesitar».19

De acuerdo a Saint Denys, las armas de fuego eran «raras, muy raras» y eran buscadas «por todos lados»,20 a pesar de que

15 De los emisarios dominicanos al ministro de Relaciones Exteriores de Francia. París, 30 de marzo de 1848. En Weeks, Correspondencia…, t. II, p. 52.

16 Informe del cónsul Levasseur al ministro de Relaciones Exteriores de Francia. París, abril 1848. En Weeks, Correspondencia…, t. II, p. 69.

17 De Víctor Place al ministro de Relaciones Exteriores de Francia. Santo Domingo, 10 de febrero de 1849. En Weeks, Correspondencia…, t. II, p. 157.

18 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 6 de marzo de 1844. En Weeks, Correspondencia..., tomo I, p.39.

19 Tejada, Diario de la Independencia…, p. 188. 20 De Saint Denys al almirante De Moges. Santo Domingo, 15 de marzo

de 1844. En Weeks, Correspondencia..., t.1, p. 80.

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los habitantes de los campos respondían en masa a los trabajos de organización, defensa y propaganda de la junta.21 Esto da a entender que la población rural que se presentaba a Santo Domingo para integrarse al naciente ejército carecía en buena medida de ellas y que su presencia en la ruralía no era co-mún. El reconocimiento a los seibanos comandados por Pedro Santana, por ejemplo, llegados a la ciudad el 5 de marzo de 1844,22 estaba fundado, según Saint Denys, no en su práctica con armas de fuego sino en «su destreza en el manejo del caballo y la lanza».23 El historiador haitiano Thomas Madiou corrobora el dato al significar que los hombres de Santana estaban armados de machetes y lanzas de madera24 corona-das con bayonetas o puntas de hierro y que la junta requisó

21 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 13 de marzo de 1844. En Weeks, Correspondencia..., t.1, p. 67.

22 José Miguel Soto Jiménez. Los motivos del machete, 2da. ed., Santo Domingo, Editora Corripio, 2001, p. 206.

23 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 13 de marzo de 1844. En Weeks, Correspondencia..., t. I, p. 67.

24 A pesar de su antigüedad como arma y del demérito con que se menciona, la lanza había desaparecido de los campos de batalla modernos y fue reintroducida en el año 1801 por los polacos; poco después, todos los ejércitos europeos modernos tenían lanceros (al igual que nosotros), desde los Ulanes prusianos hasta los lanceros británicos que lucharon al comienzo de la Segunda Guerra Boer (Farwell, Byron. The Encyclopedia of nineteenth-century land warfare: an illustrated world view, Londres, W.W. Norton & Company, 2001, p. 475).

Pero nos preguntamos: si las lanzas fueron utilizadas en nuestras guerras de Independencia y Restauración y los ejércitos europeos, como el inglés, tuvieron lanceros hasta 1927, ¿por qué desparecieron esas piezas de nuestro ejército de una forma tal que no las volvemos a encontrar referenciadas en nuestras historias bélicas?

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«fusiles de todas partes aun de los particulares, armando a los hateros de Hato Mayor, El Seibo e Higüey».25 El número de integrantes del ejército que trajo Santana desde las planicies del este era de 600, 1,500 o 2,000 hombres,26 aunque no todos recibieron fusiles, pues Saint Denys precisa que salieron «mal armados» hacia el frente de batalla.27

Aunque Francisco Elpidio Beras piensa que las tropas de Ma-corís, Cotuí, La Vega, Moca y Santiago no carecían de armas ni de municiones por la escasez de noticias sobre ello,28 la situación no sería diferente en el Cibao. En Santiago, pese a que el Dr. Alejan-dro Llenas consigna que el general haitiano Morriset disponía de sendas compañías de granaderos, artillería, gendarmería, policía y guardia nacional,29 en la ciudad hubo de instalarse una fábrica de paquetes de cartuchos y de lanzas a cargo del coronel Román Franco Bidó30 y el teniente José Desiderio Valverde reparó piezas de artillería y preparó pertrechos de guerra.31

25 Beras, «Las batallas de marzo», p. 47.26 Soto Jiménez, Los motivos del machete…, p. 207. 27 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 13 de marzo de 1844. En

Weeks, Correspondencia..., t.1, p. 67. 28 Beras, «Las batallas de marzo», p. 66.29 Alejandro Llenas. «El movimiento de independencia en Santiago». En

Apuntes históricos sobre Santo Domingo, Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2007, p. 196.

30 Del general Román Franco Bidó a los comisionados de Santiago en San José de Las Matas. Santiago, 11 de marzo de 1844. En Emilio Rodríguez Demorizi, Guerra dominico haitiana; documentos para su estudio, Santo Domingo, Impresora Dominicana, 1957, p. 56.

31 Relación jurada de los empleados, servicios y comisiones desempeñadas por el general de brigada José Desiderio Valverde. En Emilio Rodríguez Demorizi, Hojas de servicio del ejército dominicano 1844-1865. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1968, vol. I, p. 399.

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La provisión de armas de fuego en aquella localidad era una cuestión elemental para enfrentar a los haitianos, que, sin embargo, no encontró una respuesta rápida: el 17 de marzo de 1844, el coronel de la Guardia Nacional, Dionisio Estévez, comandante de la frontera de Sabaneta, reclamaba desde El Guanal a la municipalidad de San José de Las Matas su en-vío para poder marchar al cantón de Mao: «Si ustedes no me mandan sin dilación lo necesario de armas y municiones nada podemos hacer».32 Al día siguiente, Estévez escribía nuevamen-te ante la tardanza: «No sé a qué atribuir el que no me manden nada de armamento y municiones, pues el coronel José Gómez me dice que pida que de todo hay».33

En San José de Las Matas no se contaba con armas e im-plementos accesorios en cantidad suficiente: el 11 de marzo de 1844, el delegado de la Junta Central Gubernativa en el Cibao remitió a esa población desde Santiago dinero y pertrechos de guerra, entre los que debieron contarse los paquetes de cartuchos y potes de hojalata llenos de pólvora que se recibieron en el cuar-tel de la población de manos de la comisión municipal en esa misma fecha.34 Para armar la guarnición del lugar, el general de brigada Felipe Vásquez, comandante de los distritos de Santiago y La Vega, hizo llegar igualmente a su corregidor y a su junta municipal paquetes de cartuchos, lanzas y piedras [de fusil] e in-cluso envió un armero para componer los fusiles y demás armas

32 Del coronel Dionisio Estévez a la municipalidad de San José de Las Matas. El Guanal, 17 de marzo de 1844. En Rodríguez Demorizi, Guerra…, p. 64.

33 Del coronel Dionisio Estévez a la municipalidad de San José de Las Matas. El Guanal, 18 de marzo de 1844. En Rodríguez Demorizi, Guerra…, p. 67.

34 Comunicación de Bartolo Aybar. San José de Las Matas, 11 de marzo de 1844. En Rodríguez Demorizi, Guerra…, p. 56.

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descompuestas;35 su sustituto, el general José María Imbert, mandó días más tarde nuevos paquetes de cartuchos.36

La provisión de armas de fuego en aquella localidad era una cuestión elemental para enfrentar a los haitianos, que, sin embargo, no encontró una respuesta rápida: el 17 de marzo de 1844, el coronel de la Guardia Nacional, Dionisio Estévez, comandante de la frontera de Sabaneta, reclamaba desde El Guanal a la municipalidad de San José de Las Matas su en-vío para poder marchar al cantón de Mao: «Si ustedes no me mandan sin dilación lo necesario de armas y municiones nada podemos hacer».37 Al día siguiente, Estévez escribía nueva-mente ante la tardanza: «No sé a qué atribuir el que no me manden nada de armamento y municiones, pues el coronel José Gómez me dice que pida que de todo hay».38 El 24 de marzo, el comandante de batallón Francisco de la Caba, le reiteraba a la municipalidad desde Sama, cantón de Guayubín, el necesario envío de «los auxilios de hombres, armas y municiones»,39 y tres días después solicitaba desde Cañafístol «algunas armas y víveres», hacer «componer los fusiles inútiles» y no enviarle

35 Del general Felipe Vásquez al corregidor y a la Junta Municipal de San José de Las Matas. Santiago, 13, 19 y 20 de marzo de 1844. En Rodríguez Demorizi, Emilio. Guerra…, pp. 56 y 68.

36 Del general José María Imbert a la Municipalidad de San José de Las Matas. Santiago, 28 de marzo de 1844. En Rodríguez Demorizi, Guerra…, p. 85.

37 Del coronel Dionisio Estévez a la Municipalidad de San José de Las Matas. El Guanal, 17 de marzo de 1844. En Rodríguez Demorizi, Guerra…, p. 64.

38 Del coronel Dionisio Estévez a la Municipalidad de San José de Las Matas. El Guanal, 18 de marzo de 1844. En Rodríguez Demorizi, Guerra…, p. 67.

39 De Francisco de la Caba a la Municipalidad de San José de Las Matas. Sama, 24 de marzo de 1844. En Rodríguez Demorizi, Guerra…, p. 81.

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«más lanzas que no me sirven para la infantería», esto último, sin duda, dadas la naturaleza del terreno y la existencia de una vegetación que hacían su uso impracticable.40 El 28 de marzo, el mismo Caba pedía, además de «un tambor con su caja para la tropa» y «una carga de romo»41 para «animar la gente en caso de pelea», «fusiles buenos juntamente con municiones».42

En Puerto Plata, conforme la capitulación convenida el 15 de marzo de 1844, las únicas armas con la que no se contaría serían las de aquellos haitianos que quisieran ausentarse del país; los soldados depositarían las suyas en el arsenal y las que estuviesen en posesión de la guardia cívica y las tropas que formaban la guarnición de esa ciudad quedarían en manos de sus integrantes.43

En Santo Domingo, dado que las armas pedidas a Curazao por la Junta Central Gubernativa todavía no habían llegado al 13 de marzo, los hombres de Santana partieron «mal armados» hacia la región sur, como consigna el citado Saint Denys; sin embargo, el funcionario diplomático atribuyó a su «santo en-tusiasmo» y a la confianza en la justicia de su causa la ruina y dispersión que lograron sobre las fuerzas haitianas en Azua el

40 De Francisco de la Caba a la Municipalidad de San José de Las Matas. El Cañafístol, 27 de marzo de 1844. En Rodríguez Demorizi, Guerra…, p. 8

41 El consumo de alcohol por parte de los soldados era algo común, aceptado y a veces promovido por parte de casi todos los oficiales de los ejércitos de ese momento (los franceses tenían su tradición de vino y los ingleses preferían el ron), toda vez que se daba como recompensa por las labores de combate realizadas. Su importancia la manifiesta el hecho de que, por ejemplo, en la Marina Real inglesa, las raciones de ron vinieron a desaparecer en 1970.

42 De Francisco de la Caba a la municipalidad de San José de Las Matas, 28 de marzo de 1844. En Rodríguez Demorizi, Guerra…, pp. 84-85.

43 Tejada, Diario de la Independencia…, p. 217.

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19 de marzo siguiente.44 Aunque en el periódico El eco domi-nicano del 25 de abril de 1844, el autor bajo el seudónimo «Un dominicano» resaltó que los dominicanos estaban armados «más de entusiasmo y sed de venganza que de proyectiles»45 y el historiador haitiano Madiou habla de los «escasos fusileros» dominicanos,46 el ímpetu y autoestima del naciente ejército no estuvieron sostenidos solamente por sus lanzas: en su carta al ministro Guizot acerca de las operaciones militares en esa re-gión, Saint Denys acota que el 17 de marzo, la vanguardia de una columna dominicana, organizada «en posición de batalla», descargó sus armas en Neyba, y que dos días después, en Azua, las piezas de cañón cargadas con metralla y el «fuego domini-cano» fueron los que repelieron los ataques haitianos.47 El autor haitiano Dorvelas Dorval, en su versión de los choques previos, señala que el 11 de marzo «una columna de alrededor de dos-cientos hombres, caballería e infantería, armados con fusiles, lanzas y espadas, tomó posición y atacó nuestra avanzada», trabando «una refriega» en las cercanías de Neyba48 —específi-camente en la Fuente del Rodeo—,49 aunque no ofrece detalles de esta; sobre lo que pasó en Azua, coincide con Saint Denys en el sentido de que la metralla y las balas dieron cuenta de las tropas haitianas.50 El autor seudónimo ya citado de El eco

44 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 13 de marzo de 1844. En Weeks, Correspondencia..., t.1, p.67.

45 Beras, «Las batallas de marzo», p. 48. 46 Ibidem.47 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 25 de marzo de 1844. En

Weeks, Correspondencia..., t. I, p. 85. 48 Tejada, Diario de la Independencia…, p. 209. 49 Radamés Hungría Morell. Calendas históricas y militares dominicanas.

Santo Domingo, Museo Nacional de Historia y Geografía, 1985, vol. I, p. 37.

50 Tejada, Diario de la Independencia…, p. 245.

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dominicano, hizo consignar que «el cañón, alguna fusilería y la mortífera lanza bien manejada y, sobre todo, la fiesta y vonci-glería de la tropa que no entró en acción, hicieron retroceder al enemigo».51

El coraje de los lanceros seibanos no fue pues el único fac-tor que sostuvo la defensa de Azua, pese a que el propio Saint Denys los llama «los verdaderos salvadores de la Revolución Dominicana»52 y el general José Miguel Soto Jiménez resalta el efecto sorpresa de las cargas al machete53 que desde sus po-siciones ordenaron los comandantes Lucas Díaz, Juan Esteban Ceara, José del Carmen García54 y Antonio Duvergé contra las dos alas del ejército haitiano.55 En este sentido, el propio Soto Jiménez precisa que si bien el asalto al machete de los hombres comandados por Duvergé completó la total retirada del ejército haitiano, dicha acción fue apoyada por los fusileros de Nicolás Mañón, apostados en el fuerte Resolí.56

51 Beras, «Las batallas de marzo», p. 48. 52 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 24 de mayo de 1844. En

Weeks, Correspondencia…, p. 132. Radamés Hungría Morell, sobre la presencia del arma blanca en Azua,

señala lo siguiente: «La Batalla de Azua dura tres horas después de tres intentos del adversario por tomar la población. Los cañones dominicanos, su fusilería y por último el contraataque al arma blanca de sus defensores, frustran la embestida contraria» (Hungría Morell, Calendas históricas y militares dominicanas, p. 37).

53 Soto Jiménez, José Miguel A. «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844». Eme Eme, vol. VII, no. 41, Santiago, marzo-abril 1979, p. 37.

Francisco Elpidio Beras, en su análisis de los documentos que informan sobre esta batalla, ante la falta de su parte oficial, no consigna cargas al machete (Beras, «Las batallas de marzo», p. 42).

54 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 34.55 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 35. 56 Ibidem.

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Tampoco las armas blancas tuvieron en Santiago el sobredi-mensionado rol que se les atribuye. En el combate retardatario que tuvo lugar en Escalante, el general Francisco Antonio Sal-cedo refiere que a los enemigos posesionados en ese lugar «les rompimos fuego».57 Y ya en la sabana del pueblo, en la batalla acaecida el 30 de marzo, la artillería, con sus cañones carga-dos con metralla, y la infantería, «a tiro de fusil», fueron las que definieron aquel encuentro bélico, como se colige a partir de la lectura del parte oficial del general José María Imbert,58 aun cuando en ese mismo documento se consigna que, en la primera fase de la batalla —en alusión a la carga de los andulle-ros liderada por el entonces capitán Fernando Valerio—,59 «los nuestros vinieron a las manos con el enemigo» y algunos sol-dados haitianos de la columna de infantería que atacó nuestro flanco izquierdo, precedida de un cuerpo de caballería, fueron «muertos por nuestras lanzas y machetes».60

57 Rodríguez Demorizi, Hojas…, p. 325.58 Parte del general José María Imbert a los miembros de la Junta Central

Gubernativa. Santiago, 5 de abril de 1844. En José Gabriel García. Guerra de la Separación dominicana: Documentos para su historia. Santo Domingo, Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, 1994, p. 12.

Hungría Morell y Beras precisan que en Santiago el arma decisiva fue la artillería (Hungría Morell, Calendas históricas y militares dominicanas, p. 88 y Beras, «Las batallas de marzo», p. 63).

59 Beras, «Las batallas de marzo», pp. 59-60.60 Parte del general José María Imbert a los miembros de la Junta Central

Gubernativa. Santiago, 5 de abril de 1844. En García, Guerra de la Separación dominicana…, pp. 11-12.

Hungría Morell refiere que el primer ataque haitiano fue repelido «con fuego de artillería y fusilería y un contraataque al arma blanca» (Hungría Morell, Calendas históricas y militares dominicanas, p. 39), pero más adelante indica que lo fue solo «por el fuego de nuestros infantes y después por un contraataque al arma blanca» (Hungría

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En Azua, fue la falta de municiones, de acuerdo a la versión de la que se hizo eco Saint Denys, la razón por la que Santana hubo de replegarse hasta Baní.61 La confirma el hecho de que, dos días antes de la batalla en esa población, Santana urgía a Abraham Cohén hablar con el cónsul francés para «ver si hay posibilidad de poner a mi disposición las tropas francesas que necesitamos para detener al enemigo», temeroso de la no adhesión a la causa dominicana a esa fecha de los habitantes de Las Matas de Farfán, Hincha y San Juan de la Maguana,62 última esta cuyo pronun-ciamiento había asumido una caballería de unos sesenta hombres «muy mal armados», según el testimonio de Jacinto de Castro.63

Aunque el triunfo en Azua llevó a la Junta Central Guber-nativa a llamar a los dominicanos a «correr a las armas, volar a la victoria, unirnos para ser invencibles»,64 la insistencia de un apoyo armado francés no cesó.65 El 29 de marzo, Tomás

Morell, Calendas históricas y militares dominicanas, p. 109). Lo correcto es lo segundo: «Seguidamente los nuestros se vinieron a las manos con el enemigo: principió una fusilería bastante viva, y el enemigo se atemorizó y retrocedió, quedando algunos de ellos muertos por nuestras lanzas y machetes» (Parte del general José María Imbert a los miembros de la Junta Central Gubernativa. Santiago, 5 de abril de 1844. En García, Guerra de la Separación dominicana…, pp. 11-12).

61 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 17 de abril de 1844. En Weeks, Correspondencia..., t. I, p. 107.

62 De Pedro Santana a Abraham Cohén. Camino de Azua, 17 de marzo de 1844. En Weeks, Correspondencia..., t. I, p. 81.

63 [Sin autor], «Notas de la vida política de Jacinto de Castro». Boletín del Archivo General de la Nación. Santo Domingo, nos. 26-27, 1942, p. 100.

64 Proclama de la Junta Central Gubernativa. Santo Domingo, 21 de marzo de 1844. En Weeks, Correspondencia…, p. 7.

65 De acuerdo a un documento de 1850, el gobierno francés, considerando que no «debía aceptar las ofertas que le habían sido hechas, (…) le

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Bobadilla y los demás miembros de la Junta Central Guber-nativa elevaron a Saint Denys una solicitud para que Francia ofreciera, hasta que un tratado de amistad y alianza fuese con-certado, «tres mil hombres armados, tres mil fusiles y el mismo número de cartuchos, así como un crédito abierto para poder proveer en el campo las necesidades ya indicadas».66

Sin el apoyo francés, el soporte que se brindaba desde la capital al ejército expedicionario del sur era inefectivo. El almi-rante Alphonse de Moges, comandante de la escuadra francesa que se hallaba en las aguas de la isla, comentaba a Saint Denys el 1 y 2 de abril que había escuchado que Santana se quejaba «de no recibir ninguna ayuda de artillería, hombres y armas de los ciudadanos que gobiernan Santo Domingo»67 y que se asombraba «del abandono en que se encuentran las armas, las municiones y la artillería de las cuales él está desprovisto».68 La precariedad de los medios ofensivos era tal que, según Saint Denys, «en el encuentro del Memiso, algunos centenares de haitianos, aunque no superiores en número a sus adversarios, se han replegado vergonzosamente, y casi sin defenderse, a su

informa al Sr. Cónsul General de su decisión negativa por un despacho largamente motivado en fecha 19 de marzo de 1844» (Nota para el presidente y el ministro de Relaciones Exteriores Francia, 18 de febrero de 1850. En Weeks, Correspondencia…, t. II, p. 296). Si la declinatoria a los ofrecimientos dominicanos fue dada en esa fecha, llama la atención que no conste en ningún documento posterior de Saint Denys la negativa de su gobierno ante los subsiguientes reclamos de la Junta Central Gubernativa, Bobadilla y Santana.

66 De la Junta Central Gubernativa a Saint Denys. Santo Domingo, 29 de marzo de 1844. En Weeks, Correspondencia..., t. I, p. 120.

67 Del almirante De Moges a Saint Denys. Rada de Ocoa, 1 de abril de 1844. En Weeks, Correspondencia..., t. I, p. 95.

68 Del almirante De Moges a Saint Denys. Rada de Ocoa, 2 de abril de 1844. En Weeks, Correspondencia..., t. I, pp. 98-99.

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Cuartel General de Azua. Los dominicanos les atacaron, según se dice, y los rechazaron a pedradas».69

Fue cerca del 17 de abril de 1844 cuando Santana recibió 600 fusiles desde Saint Thomas y otro número indeterminado de ellos desde Santo Domingo, «donde se encuentran deposi-tadas un gran número de armas de fuego en mal estado que se ocupan de reparar sin pérdida de tiempo», información que de-nota la urgencia en utilizar incluso armas rehabilitadas.70 Pero la reconstitución del armamento ligero no era para Santana una solución viable para sostener la frágil defensa dominicana. Sería suficiente para que sus tropas se convirtieran «en invenci-bles y confiadas en sí mismas», «un crédito razonable, algunos oficiales franceses, algunos cientos de soldados y de armas» que Francia podía tomar de sus posesiones antillanas, como co-mentaba Saint Denys a Guizot el 23 de abril de 1844.71

Después de su retiro de Azua, Santana permaneció en su campamento de Sabana Buey hasta el mes de julio, en atención a nuevas incursiones haitianas. Al menos en cuatro ocasiones, desde que la guerra fue declarada formalmente el 19 de abril de 1844 por la Junta Central Gubernativa,72 pidió a ésta ser provis-to de fusiles y lanzas para poder emprender nuevas acciones. Así, el 2 de mayo escribió a Tomás Bobadilla: «Vea si es posi-ble proporcionarnos algunos fusiles, hacer salir lo más pronto posible la Leonor, y, que haga venir más lanzas, que ya todas las

69 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 17 de marzo de 1844. En Weeks, Correspondencia…, t. I, p.126.

70 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 17 de abril de 1844. En Weeks, Correspondencia..., t. I, p. 107.

71 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 23 de abril de 1844. En Weeks, Correspondencia..., t. I, p. 113.

72 Decreto de la Junta Central Gubernativa del 19 de abril de 1844. En García, Guerra de la Separación dominicana…, pp. 22-23.

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que me mandó las he repartido y me queda gente desarmada».73 El 9 de mayo, un día después del incendio de Azua a propósi-to de la salida de Charles Herard, recapacitó sobre su pedido de lanzas y reclamó más fusiles: «se hace indispensable que se me envíen víveres con que mantenernos en Azua, donde no encontraremos nada, fusiles en el mayor número que puedan, pues de Azua para abajo nos servirán de poco las lanzas, tropas con que reforzar la armada y caballos, pues la caballería me es indispensable».74 El 18 de mayo, al verse en necesidad de re-forzar al comandante José Durán, quien había marchado sobre el valle de San Juan y se hallaba «desprovisto de municiones, armas y gente» para hacer frente a un ataque haitiano, escribió a Bobadilla: «dejo a la consideración de V. lo indispensable que se hace el proveerme de municiones y víveres, armas y di-nero, para poder yo hacerlo con los habitantes de esos pueblos [San Juan y Las Matas de Farfán] que se hallan ya reunidos a nosotros».75 El 20 de mayo, dos días después, al hacer de co-nocimiento del mismo Bobadilla la situación de las tropas del comandante Fernando Tavera, de Neiba, reiteraba la necesidad de armar la infantería: «la gente que comanda se encuentra toda

73 De Pedro Santana a Tomás Bobadilla, 2 de mayo de 1844. En García, Guerra de la Separación dominicana…, pp. 25-26.

74 De Pedro Santana a Tomás Bobadilla, 9 de mayo de 1844. En García, Guerra de la Separación dominicana…, pp. 28-29. Hay que pensar que el uso que Santana daba a su caballería ligera no era distinto del que le hubiese dado cualquier otro oficial de la época: el de reconocimiento del campo de batalla. Para tener una caballería pesada o de carga, se hubiesen necesitado caballos de raza y entrenados (no el sabanero criollo, que por su alzada no se prestaba bien a esas lides), para que estuviesen acostumbrados a los estruendosos sonidos del campo de batalla.

75 De Pedro Santana a Tomás Bobadilla, 18 de mayo de 1844. En García, Guerra de la Separación dominicana…, pp. 32-33.

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desarmada, causa porque sin embargo de hallarse con un gran número de hombres reunidos, no le ha sido posible continuar su marcha en persecución del enemigo, costándole detenerse en Neiva en donde espera a la mayor brevedad se le auxilie con municiones y armas de toda clase, en particular de fuego, pues absolutamente no tiene ningunas. —A continuación me dice el comandante Duvergé haber pasado revista ayer en Azua a 356 hombres que se le han reunido de los naturales de dicho lugar, los cuales se encuentran, si es posible, en peor condición que los del comandante Tavera, de armas y municiones, no teniendo un solo fusil por haberlos desarmado el enemigo en su retirada, y en esta virtud estimaré a V. que a la mayor brevedad me remita todos los fusiles, lanzas, sables y municiones que pueda».76 En esa misma fecha, junto a su hermano Ramón Santana, clamó desesperado a Saint Denys: «como nosotros sabemos que la Junta Central Gubernativa por medio de V. ha hecho proposi-ciones a su gobierno, me hago un deber en suplicarle acelere este negocio en cuanto esté de su parte».77

Saint Denys no «aceleró» el «negocio» como le pidió Santana y apenas inició el mes de junio, la Junta Central Gu-bernativa clamó a Saint Denys por última vez:

Invadido el territorio por los haitianos solicitó de sus Re-presentantes en el país auxilio de armas, tropas, y un crédito abierto para hacer frente a tan injusta y horrorosa agresión, lo que hasta hoy no ha tenido efecto; y con solo nuestros esfuerzos y nuestros propios recursos, protegidos por la Divina Providencia; hemos logrado que esos opresores lo

76 De Pedro Santana a Tomás Bobadilla, 20 de mayo de 1844. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 34.

77 De Pedro y Ramón Santana a Saint Denys. Baní, 20 de mayo de 1844. En Weeks, Correspondencia…, p. 136.

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evacuasen enteramente. (…) La conquista de nuestra inde-pendencia debe pues, ser considerada hoy como un hecho cumplido y nuestra conducta y disposiciones son un testi-monio de ser acreedores a ella.

(…)¿Y a presencia de tales circunstancias no podrían

los representantes de S.M. el Rey de los Franceses que se encuentra en esta Isla, a saber el Exmo. Sr. Almirante De Moges, el Sr. Cónsul General y V.S. tomar sobre sí, en razón de la distancia, y de la urgencia, el reconocer provisionalmente la Independencia Dominicana bajo la protección política de Francia?78

Los pedidos de armamento para la defensa de la frontera sur, ante el mutismo francés, fueron dirigidos a otros territorios. Ya el 7 de mayo de 1844, la Junta Central Gubernativa había encomendado al teniente coronel Juan Nepomuceno Ravelo Reyes comprar armamento, municiones y provisiones en Cura-zao y Saint Thomas en un buque armado al efecto,79 y en fecha no determinada, José Díez, como enviado de la Junta Central Gubernativa encabezada por los seguidores de Duarte, viajó a Venezuela con el mismo objeto, como se colige de una carta de Saint Denys al ministro Guizot del 1 de julio, en la que daba cuenta del golpe a la corporación presidida por Bobadilla el día 9 del mes anterior. En esa comunicación se lee lo siguiente:

Un agente de Duarte acaba de llegar desde Caracas, enviado allí para solicitar armas y ayuda pecuniaria al Go-bierno venezolano. Este agente no ha traído, después de un

78 De la Junta Central Gubernativa a Saint Denys. Santo Domingo, 1 de junio de 1844. En Weeks, Correspondencia…, p. 151.

79 Rodríguez Demorizi, Hojas…, p. 304.

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mes y medio de ausencia, más que la mezquina suma de veinte doblones que pudo reunir con muchas dificultades. Este triste resultado ha impresionado tanto a los raros y generosos partidarios del gobierno que les ha abierto los ojos.80

Sin el esperado apoyo francés, hay que concluir que los primeros choques con los haitianos, si bien se saldaron en victorias, se llevaron a cabo en condiciones en extremo des-ventajosas desde el punto de vista de la cantidad e idoneidad del armamento utilizado, el cual, sin embargo, fue beneficiosa-mente manejado. Saint Denys, en una carta a Guizot de mayo de 1844, no había dejado de manifestar su asombro por esos triunfos:

¿Podría uno creer en Europa, a una distancia tan grande del lugar de los sucesos, que campesinos faltos de todo, mal alimentados, sin disciplina, sin jefes capaces y por así decirlo, abandonados únicamente a sus propias inspiraciones, hayan podido, en tan poco tiempo, recha-zar con ventajas tan grandes, por todos los lugares por donde pasaban, un enemigo tan superior en número y re-cursos? ¿Podría uno creer que el ejército bajo las órdenes del General Pierrot, desapareció para no aparecer jamás, después de haber dejado en Santiago 715 muertos y un número igual de heridos, cuando este brillante suceso sólo costó a los dominicanos que la pérdida de un solo hombre? En los diversos enfrentamientos en el sur entre las tropas de Santana y las de Riviére, estas últimas experimentaron

80 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 1 de julio de 1844. En Weeks, Correspondencia…, t. I, p. 149.

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pérdidas considerables, mientras las primeras, sólo per-dieron tres hombres?81

Las emisiones monetarias autorizadas por la Junta Central Gubernativa en julio y agosto de 184482 brindaron a las arcas públicas un agente de cambio que facilitó el financiamiento de los gastos de guerra. En efecto, Tomás Bobadilla, en su discur-so ante la Asamblea Constituyente reunida en San Cristóbal el 26 de septiembre, apuntaba que el gobierno se había provisto «de fusiles en gran cantidad y de otros elementos de guerra»,83 aunque no precisó su fuente de abastecimiento.

Su lugar de adquisición importaría poco a Francia, de cuya extrema cautela es claro que no se esperaba, al momento de acordarse esa compra, una respuesta positiva, como efectiva-mente no sucedió. El canciller Guizot, en una desalentadora respuesta al cónsul Saint Denys en noviembre de 1844, decía lo siguiente:

La resolución del Gobierno del Rey no ha cambiado. Importa solamente que sea bien comprendida en Santo Do-mingo. No es un abandono, bien lejos de ello. Nosotros deseamos que la República Dominicana triunfe sobre las dificultades que entornan su cuna; nosotros ayudaremos con placer en todo lo que podrá fortalecerla, sea dentro, sea

81 De Saint Denys a Guizot. Santo Domingo, 24 de mayo de 1844. En Weeks, Correspondencia..., t. I, p. 129.

82 Isaac Estrella, Miguel y Rudman. El papel moneda dominicano 1782-1912. Santo Domingo, Banco Popular, Amigo del Hogar, 2003, t. I, pp. 47-48.

83 Discurso de Tomás Bobadilla ante el Congreso Constituyente de San Cristóbal, 26 de septiembre de 1844. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 35.

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fuera, pero nosotros creemos al menos inútil y en su propio interés de no constituirnos en sus protectores.84

Definido pues que no habría auxilio armado francés, una nueva encomienda para la compra de armas se confió al Dr. José M. Caminero, designado por el presidente Santana como enviado especial ante el gobierno de los Estados Unidos para el estrechamiento de relaciones85 y la búsqueda del reconocimien-to de la independencia. Caminero viajó en diciembre de 184486 y regresó hacia junio de 1845 junto al ciudadano John Hogan, comisionado por el Departamento de Estado para informar, en-tre otros puntos, sobre el número, la disciplina y el equipo de las tropas dominicanas.87 De acuerdo con una carta de E. Billini a Antonio Delfín Madrigal, fechada en Santo Domingo el 20 de abril de 1845, Caminero traería «diez mil fusiles y no sé qué cantidad de uniformes para las tropas».88 El ministro español en Washington, en carta al secretario de Estado de su país de junio de 1845, no corrobora la cantidad, pero sí confirmó que el delegado dominicano llevó consigo «un número bastante con-siderable de fusiles y vestuarios para las tropas».89

84 De Guizot a Saint Denys, París, 20 de noviembre de 1844. En Weeks, Correspondencia…, t. I, p. 206.

85 Charles Calan Tansill. Los Estados Unidos y Santo Domingo 1798-1873: Un capítulo en la diplomacia del Caribe. Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1977, p. 150.

86 Wenceslao Vega B. La mediación extranjera en las guerras dominicanas de independencia 1849-1859. Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2011, p. 45.

87 Tansill, Los Estados Unidos y Santo Domingo…, p. 151. 88 De E. Billini a A. D. Madrigal. Santo Domingo, 20 de abril de 1845.

En Rodríguez Demorizi, Relaciones…, p. 24. 89 Del ministro español en Washington al secretario de Estado de

España. Nueva York, 8 de junio de 1845. En Rodríguez Demorizi, Relaciones…, p. 26.

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Hay que concluir que esos fusiles —que se afirma fueron adquiridos de manos del gobierno del presidente estadouniden-se John Tyler, interesado en socavar a Haití, por el ejemplo que significaba para la institución de la esclavitud en el sur de los Estados Unidos—90 se destinaron a los hombres que vieron ac-ción en los frentes sur y norte durante la segunda campaña de la guerra y debieron emplearse en Cachimán, La Estrelleta y Beller. Su suministro, como en otros casos, se haría en y desde Santo Domingo, como dan cuenta diversas noticias. Así, el 10 de marzo de 1845 llegó a la capital una compañía del Cotuí, al mando del comandante José Hernández, y se le entregaron 100 fusiles; el 18 de marzo siguiente, el teniente Silvestre Espinal llevó de la capital a La Vega 100 fusiles; el 21 de abril, fueron enviados a La Vega 4 barriles de pólvora de cañón, una caja de piedras de chispa, 4 damajuanas de pólvora de cañón y 400 fusiles vía Puerto Plata, a bordo de la goleta La Merced, y el 19 de enero de 1846 fueron enviadas a La Vega mil piedras de chispa con el teniente coronel José Rafael Gómez.91

Al cargamento pionero de fusiles adquirido en Estados Unidos debieron seguir otros con igual o superior número de piezas. Manuel Jimenes, ministro de Guerra y Marina del

90 Crapol, Edward P. John Tyler, the accidental president. Citado en José Báez Guerrero. Buenaventura Báez. Santo Domingo, Arte Tuto, 2015, p. 564. Si bien todos los rifles producidos por la Springflield Armory (1777-1968) eran denominados «rifles Springfield», por la fecha de la compra se puede concluir que los que recibieron nuestras tropas correspondían al Springfield modelo 1816 (que se estuvo fabricando hasta 1844), calibre 0.69 y sus variantes del mismo calibre de los años 1822, 1825 y 1840 (las diferencias entre cada modelo pudieron ser importantes, pero nunca fueron transcendentes).

91 Guido Despradel Batista. «Aporte de La Vega a la obra de nuestra independencia». Boletín del Archivo General de la Nación. Santo Domingo, no. 61, 1949, p. 132.

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gobierno de Santana, en su memoria presentada en 1846 res-pecto de las labores de la cartera a su cargo el año anterior, precisaba que se habían comprado «armamentos, grande can-tidad de pertrechos de guerra».92 Confirma este aserto el hecho de que el alférez de marina David Dixon Porter, segundo agente especial enviado por el Departamento de Estado tras recibirse el informe de Hogan,93 hizo constar en su diario en mayo de 1846 que el gobierno disponía de «treinta y cinco mil equipos de armas y otras municiones de guerra en abundancia».94 Ese incremento en el número de piezas no desterró, sin embargo, el uso de armas menos avanzadas: el mismo Porter hace referen-cia que muchachos «de 12 a 13 años se ven bregando por cargar un mosquete casi tan pesado como ellos mismos».95

Como resultado de las misiones de Hogan y Porter, en fe-brero de 1847, Washington designó a Francis Harrison como su agente comercial en Santo Domingo,96 pero más allá de ese hecho y como comenta Charles Allan Tansill, «[e]l estallido de la guerra mexicana en mayo de 1846 impidió cualquier ulterior

92 Ernesto Vega Pagán. Historia de las Fuerzas Armadas. Santo Domingo, Impresora Dominicana, Colección «La Era de Trujillo 25 años de historia dominicana», vol. XVI, 1955, t. I, p. 90.

93 El oficial David Dixon Porter (no confundir con su padre David Porter, otro famoso marino) y su hermano adoptivo, David Farragut (nacido James Farragut; se cambió su primer nombre en honor a su padre adoptivo, David Porter), se convirtieron más tarde en el segundo y primer almirante, respectivamente, de la marina de los Estados Unidos. (Hallowed Ground. Vol. 9, No. 4, Mary Goundrey Koik (editora), Washington, 2008, p. 18).

94 David Dixon Porter. Diario de una misión secreta a Santo Domingo. Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Santo Domingo, 1978, p. 43.

95 Porter, Diario de una misión secreta a Santo Domingo…, p. 5.96 Vega B., La mediación extranjera en las guerras dominicanas de

independencia…, p. 45.

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actividad con referencia a Santo Domingo».97 Hay que pensar pues que dicha guerra, que se extendió hasta 1848, no solo limitó el abastecimiento de armas estadounidenses, sino que pudo también disminuir acaso el número de piezas disponibles: en febrero de 1847, ante la noticia de que el presidente haitia-no Riché se disponía a marchar hacia territorio dominicano, el cónsul francés Víctor Place dio cuenta de que se realizó un reclutamiento de 400 o 500 jóvenes, «casi niños, andrajosos y mal armados», que fueron enviados por mar hacia Azua, desde donde se dirigieron a San Juan de la Maguana y Las Matas de Farfán.98

La apropiación de las armas dejadas en los campos de batalla por los haitianos, aunque practicada desde los inicios de la guerra, supliría entonces la deficiencia numérica de las piezas disponibles en los arsenales. En Las Carreras, por ejem-plo, fueron recogidos «más de mil fusiles abandonados por los invasores»,99 fabricados estos en el mismo año de 1849 en Saint Etienne, Francia,100 y que habían sido adquiridos por el

97 Tansill, Los Estados Unidos y Santo Domingo…, p. 155. 98 Del cónsul de Francia al ministro de Relaciones Exteriores de Francia.

Santo Domingo, 28 de febrero de 1847. En Weeks, Correspondencia…, t. II, p. 21.

99 Hungría Morell, Calendas históricas y militares dominicanas, p. 208. Estos debieron ser las «carabines à tige», los fusiles de reglamento de

la infantería francesa entre 1846 y 1851. Hay que advertir que estas armas no usaban pedernal para disparar sino fulminantes de mercurio (pistones), y de ahí posiblemente el interés en su obtención (Disponible en https://www.historicalfirearms.info/post/84555415515/thouvenins-carabine-%C3%A0-tige-designed-by-a-french [consultada el 17 de agosto de 2015]).

100 Sin dudas fabricados en la Manufacture d'armes de Saint-Étienne (MAS), la cual ha sido proveedora del Estado francés desde 1764. Desde 2001 se halla fusionada en el consorcio estatal de defensa Nexter. Provee el FAMAS, rifle actual de infantería francés (Disponible

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presidente Faustino Soulouque con el cambalache de la co-secha haitiana de café de 1848.101 Acaso fue esa considerable cantidad, que desataría no pocas trifulcas por su posesión, la que motivó que el 24 de abril siguiente, el presidente Manuel Jimenes decretara que «todas las armas manuales, blancas y de fuego, insignias y decoraciones, monturas y ajuares quitados al enemigo», serían de la propiedad de aquellos que las hubiesen tomado o las tomasen, mientras que serían propiedad de la na-ción «la artillería y pertrechos, las banderas y estandartes, cajas de guerra y pífanos, cajas de tren y utensilios a ellas anexos».102

Después de la batalla de Las Carreras, reaparecieron las gestiones francófilas ante el nuevo cónsul Víctor Place, respal-dadas por una resolución del Congreso Nacional del 17 de abril de 1849 solicitaba colocar la nación bajo la protección de Fran-cia.103. Santana se ocupó de reorganizar los medios de defensa con los que se contaba, aunque como explicaba el diplomático francés, «desgraciadamente la mayor parte de los fusiles que los dominicanos tienen, comprados hace tiempo a los Estados Unidos y que eran de muy mala calidad, están completamente fuera de servicio».104 Santana era conocedor de esa realidad y en una carta dirigida a este funcionario, exponía lo siguiente:

en https://en.wikipedia.org/wiki/Manufacture_d%27armes_de_Saint-%C3%89tienne [consultada el 17 de agosto de 2015]).

101 Hungría Morell, Calendas históricas y militares dominicanas, pp. 208-209.

102 Rodríguez Demorizi, Guerra…, p. 230. 103 Alfau Durán, Vetilio. «Por la verdad histórica – Planes que precedieron

al 27 de febrero de 1844». Clío, No.133, Santo Domingo, 1977, p. 42.104 Del cónsul de Francia al ministro de Relaciones Exteriores de Francia.

Santo Domingo, 2 de julio de 1849. En Weeks, Correspondencia…, t. II, pp. 235-236.

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Solo una cosa nos falta: armas y las necesitamos bue-nas; y para ello he creído que podía contar con la amistad de la Francia, de esa grande nación que se ha declarado la amiga de los pueblos que saben combatir y perecer por su libertad. Por consiguiente vengo a suplicar a V. Sr. Cónsul, nos haga el favor de solicitarnos del modo que V. crea más fácil, pronto y económico una primera cantidad de dos mil fusiles franceses, de infantería ligera, escogidos y de bue-na calidad; de la cual cantidad deseamos obtener 1700 de piedra y 300 de pistón para ir introduciendo en este país el uso de estos últimos.

También deseo obtener dos mil cartucheras de las cua-les 300 del nuevo modelo, con su cinturón para llevar por delante; y por último algunos ejemplares de los reglamen-tos sobre el uso de los fusiles de pistón.105

El cónsul Place sugirió al ministerio de relaciones exterio-res francés que la cantidad de fusiles y cartucheras solicitada por Santana se aumentara en 4,000,106 pero aquella gestión tam-poco tuvo éxito.

La momentánea interrupción de la fuente de aprovisio-namiento que constituían los Estados Unidos y la negativa francesa no fueron óbice para que la defensa nacional fuera la destinataria de la mayoría de los recursos del Estado en este período. En ese año de 1849, la partida para el Ministerio de Guerra y Marina representó el 73 % de los gastos totales del gobierno; en 1846 se le había asignado el 85 % de los gastos

105 De Pedro Santana al cónsul de Francia. Santo Domingo, 30 de julio de 1849. En Weeks, Correspondencia…, t. II, p. 239.

106 Del cónsul de Francia al ministro de Relaciones Exteriores de Francia. Santo Domingo, 2 de julio de 1849. En Weeks, Correspondencia…, t. II, pp. 235-236.

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generales y en el año de la última invasión haitiana, esa partida fue del 69 %.107

En correlación con estas cifras, en 1848, el presidente Ma-nuel Jimenes evidenciaba la fortaleza del ejército al proclamar «si todo esto hemos ejecutado y obtenido en tiempos en que no teníamos las armas y equipamientos necesarios de defensa, qué no deberá esperarse ahora que lo poseemos»;108 en 1854, el general Antonio Abad Alfau, en su memoria como minis-tro de Guerra y Marina, daba cuenta de que en «los arsenales y almacenes hay una existencia considerable de armamentos y municiones, así de artillería como de infantería [y] caballe-ría».109 La cantidad de armas, sin embargo, era prácticamente la misma con que se contaba en el momento de la misión de Porter ocho años atrás: William C. Cazneau, en una carta del 23 de enero de 1854 al secretario Marcy, del Departamento de Estado, expresaba: «La República Dominicana tiene 30,000 carabinas, todas compradas a los Estados Unidos desde 1844 hasta acá».110 Esa realidad permite entender un oficio del 4 de diciembre de 1855 al jefe político de Santiago por el que se le ordenaba hacer ir los herreros y armeros de La Vega para arreglar los fusiles dañados,111 lo mismo que una carta del día 7 del mismo mes y año del gobernador político de Azua, F. Sosa, quien le requería al comandante de armas de Barahona, José Leger, dirigirse a Azua en un buque que se destinaría para su

107 Vega B., La mediación extranjera…, p. 55.108 Soto Jiménez. Los motivos…, p. 228. 109 Memoria del ministro de Guerra y Marina, general Abad Alfau, 29

de abril de 1854. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 93.

110 Vega Pagán, Historia de las Fuerzas Armadas…, p. 134.111 Despradel Batista, «Aporte de La Vega a la obra de nuestra

independencia», p. 133.

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traslado, en el cual, además de 50 hombres de artillería, debían trasladarse «todos los fusiles que estuvieren en mal estado».112 O el reclamo de Ambrosio Montero al general en jefe de las fronteras del sur también en 1855: «No olvide que tengo tres compañías y ninguna tiene caja. Necesito algunos fusiles. Con el portador mándeme algunas piedras de fusil».113

A la reducida cantidad de armas se unió en casos puntuales una limitada cantidad de hombres para portarlas, lo que llevó a que se empleara el sistema de guerra de guerrillas, el cual sería sobredimensionado posteriormente en la guerra restauradora. En Las Carreras en 1849, Santana despachó guerrillas sobre las dos alas del ejército haitiano «para atacarlos en los puestos avanzados, que tenían de guarnición en ambas alas, y conse-guir por este medio, no solamente inquietarlos, sino también apercibirme de sus operaciones»114 y en 1855, «cazadores y da-jaboneses» integraron guerrillas que hostigaron a los haitianos en la Línea Noroeste con tal severidad que les hicieron dejar sus bagajes. En ese orden, en un parte de diciembre de 1855 del jefe de las fronteras del nordeste al comandante militar de Santiago se expresa lo siguiente: «Hoi mui de madrugada el enemigo, acosado por las guerrillas, abandonó el campo, re-tirándose con una precipitación vergonzosa, pues iba botando sus bagajes por el camino: el jefe que los mandaba dejó hasta

112 De F. Sosa a José Leger, Azua, 7 de diciembre de 1855. En Rodríguez Demorizi, Hojas…, p. 215.

113 De Ambrosio Montero al general en jefe de las fronteras del sur. Hondo Valle, 26 de diciembre de 1855. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 104.

114 De Pedro Santana al ministro de Guerra y Marina. Cantón de Las Carreras, 23 de abril de 1849, citada en comunicado de Román Franco Bidó. Santo Domingo, 4 de mayo de 1849. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 76.

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una medalla de honor —de plata— que está hoi en poder del coronel Valverde, y han dejado carabinas, pistolas, etc.».115

En definitiva, el parque armero dominicano fue disminu-yendo en los años subsiguientes a la última campaña de la guerra de independencia hasta resultar ínfimo al momento de estallar la guerra restauradora,116 pero como queda visto, el em-peño en contar con armas de fuego pone de manifiesto su rol en las acciones bélicas independentistas y reniega del carácter omnipresente de las armas blancas.

¿Cuándo se usaron el machete y las lanzas?

El uso de manera principal de fusiles en los combates escenificados y la insistente necesidad de su presencia en los cantones dominicanos dejan por sentado que las armas blancas no fueron las que por sí solas determinaron el triun-fo dominicano y que la glorificación que hacen del machete ciertos autores se atiene más a su condición de instrumento indispensable de las masas rurales,117 protagonistas claves de

115 Parte del jefe de las fronteras del nordeste al comandante militar de Santiago, 26 de diciembre de 1855. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 111.

116 Ver en este sentido, Edwin Espinal Hernández. «Geopolítica y armamentos en la guerra restauradora». Clío, no.183, Santo Domingo, 2012, pp. 126-190. Luperón recuerda que en la guerra restauradora se echó mano a lanzas, «fusiles antiguos», «trabucos de todas las épocas», «pistolas de todas clases», machetes e incluso garrotes.

117 La armada organizada por el gobierno, como precisaban en 1848 los emisarios dominicanos ante el gobierno francés estaba constituida por «pacíficos agricultores», arrancados de sus arados para emplearlos «en la defensa de la República» (Memoria de los emisarios dominicanos al Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia. París, 19 de julio

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la guerra118 y como tales exaltadas indirectamente en los par-tes y comunicaciones sobre las batallas, al indicarse que las victorias nacionales se debían, ante todo, a sus aceros.

de 1848. En Weeks, Correspondencia…, t. II, p. 120); la guerra hacía necesaria su presencia en la frontera y como advertía el cónsul francés Víctor Place, eran «llamados a cada instante para tomar las armas», con la consecuente desatención de la agricultura (Del cónsul de Francia al ministro de Relaciones Exteriores de Francia. Santo Domingo, 10 de febrero de 1849. En Weeks, Correspondencia…, t. II, p. 161).

118 La obsesión de los generales con los métodos antiguos de hacer la guerra es legendaria, básicamente porque entienden que un elemento nuevo puede hacerlos obsoletos como oficiales. Los comandantes militares, cada uno en su momento y en su sociedad, se opusieron al caballo, al carro de guerra, al mosquete, al cañón, al rifle, luego al rifle de retrocarga y luego al de repetición y por último hasta al mismo rifle de asalto y se enorgullecían de darle valor a las viejas armas con las explicaciones más insensatas.

De aquí que se recuerden frases como «La bala es estúpida y la bayoneta es sabia», del general ruso Aleksander Suvorov; «la infantería moderna solo puede confiar en el frío acero», del general austríaco Josef Radetzky en 1837, o la del general inglés Hugh Gough quien, en 1846, en la batalla de Sobraon, India, al enterarse que se estaba quedando sin municiones, exclamó: «Gracias a Dios, ahora tendré de cargarles con las bayonetas» (Farwell, The Encyclopedia of nineteenth-century…, p. 89).

Aun en tiempos modernos, un alto oficial norteamericano no identificado llegó a decir, poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial: «Ustedes pueden guardarse sus tanques, aviones y bombas atómicas, porque siempre van a necesitar un chico con un fusil y una bayoneta que saque al otro bastardo de su pozo de tirador y los lleve a firmar el tratado de paz» (John Weeks. Armas de Infanteria. Madrid, Librería Editorial San Martin, 1974, p. 72).

Hasta el mismo general George S. Patton Jr., considerado uno de los verdaderos talentos de la guerra mecanizada, de la cual su nombre se convirtió en sinónimo, llego a decir de la bayoneta en 1943: «Pocos hombres resultan muertos por las bayonetas, pero muchos le temen.

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Para el general Radamés Hungría Morell, los fusiles y ca-rabinas de piedra de chispa o pedernal fueron los que «hicieron posible (…) el mantenimiento de nuestra independencia».119 En provecho de esa consideración cabe citar la carta de un ofi-cial remitida a los redactores de El Dominicano, tras el triunfo en Santomé el 22 de diciembre de 1855, en la que se refie-re el orden de los elementos con que se respondería un nuevo ataque de Soulouque: «si es verdad está el bárbaro emperador Soulouque cerca, tratará de volver por su honor cosa que todos deseamos para disputarnos a cual más pronto le echa mano a ese fanfarrón. Él ha dicho nos viene a libertar ¿y de quién y por qué? Esto se lo explicaron con el fusil, el sable y la lanza».120

Otros autores, sin embargo, cifran en el machete el sus-tento de la guerra patria. Adriano Miguel Tejada sostiene que «los ejércitos dominicanos (…) sin armas, sin suministros, y solamente con un machete amolado y la voluntad de triunfar, mantuvieron la bandera tricolor ondeando en la frontera».121 José Miguel Soto Jiménez, de su lado, pese a reconocer que el machete, «dentro de la lógica de la guerra, no es ni ha sido nunca un arma maestra, un elemento táctico fundamental o

Tener las bayonetas caladas hace que nuestros hombres quieran acercarse al enemigo. Solo la amenaza de un atacante que se acerca puede derrotar a un enemigo determinado». Más tarde agregó: «Es el frio brillo de los ojos del atacante, no la punta de la bayoneta amenazante la que rompe la línea enemiga» (Disponible en https://en.wikipedia.org/wiki/George_S._Patton [consultada el 17 de agosto de 2015]).

119 Hungría Morell, Calendas históricas y militares dominicanas, p. 70. 120 De un oficial a redactores de El Dominicano. Santomé, 23 de diciembre

de 1855. En García, Guerra de la Separación dominicana…, pp. 101-102.

121 Adriano Miguel Tejada. «El 27 de febrero y la situación internacional». Eme Eme, vol. XI, no. 64, Santiago, enero-febrero 1983, p. 19.

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determinante»,122 apunta que en nuestra historia se erige como «el signo gráfico primordial de la dominicanidad»,123 el «símbo-lo de nuestra defensa como nación»,124 al resultar su compañía «avasalladora y predominante en cinco siglos de historia mar-cada por las vorágines sociales y la violencia armada».125 Para este autor, el machete fue «el arma primordial de los solda-dos que forjaron la República en los campos de batalla»,126 la que sembró en la conciencia haitiana «una especie de respeto ritual»127 y la columna vertebral de la organización militar re-gular de la Primera República;128 en síntesis, a su juicio, «la Independencia se logró a puro machetazo limpio».129

En provecho de esta posición, no puede soslayarse que el alcance de nuestras piezas de artillería e infantería era limitado y que se luchaba por ende a cortas distancias: un cañón de carga delantera, sin estrías, de doce libras de pólvora, pieza estándar de la época y denominado Napoleón por razones obvias, en condiciones óptimas podía alcanzar las 600-700 yardas (548.64 mts-640.08 metros), penetrar 36 seres humanos u 8 pies de tierra compactada, en tanto que uno de seis libras tendría un alcance de 300-350 yardas (274.32 mts-320.04 mts.), podía pa-sar a través de 19 hombres o 7 pies de tierra compactada130 (en

122 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 17. 123 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 19. 124 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 33. 125 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 24. 126 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 36. 127 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 232. 128 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 223.129 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 224.130 Dolleczek, Anton. «Geschichte der OesterreichischenArtillerie»,

Vienna, 1887, p. 319. Disponible en https://www.napoleon series.org/military/Warof1812/2009/Issue12/c_Artillery.html [consultada el 17 de agosto de 2015].

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Santiago se usaron sendos cañones de 2 libras en el fuerte Liber-tad, 4 libras en el fuerte Patria y 8 libras en el fuerte Dios);131 la metralla, de amplio uso en nuestra defensa, según los manuales franceses de la época, debía utilizarse cuando el enemigo estu-viese a 250 yardas (228.60 metros),132 en tanto que un mosquete no tenía un alcance efectivo mayor a 30 metros y a 90 metros cuando era usado en líneas y columnas, como se acostumbraba en la época; con buen entrenamiento, una unidad podía hacer de 3 a 4 disparos de mosquete por minuto, si la logística y las condiciones lo permitían.

Estas referencias sobre la efectividad espacial de las armas de fuego explican por qué el arma blanca, en tanto su empleo ponía en desbandada a los haitianos, alcanzaba en el imaginario popular el lugar principal. El mismo autor anónimo de la carta publicada en 1855 en El Dominicano dice: «Guerra y devasta-ción han querido nuestros cobardes y villanos enemigos, pues guerra y devastación tendrán, eso sí cruel como nunca. Más tar-de viene la paz, cuando el machete haya hecho sus efectos».133

De acuerdo con el decreto del Poder Ejecutivo sobre orga-nización del ejército, del 15 de julio de 1845, los integrantes de los cuerpos de artillería serían instruidos tanto en el manejo del cañón como del fusil y tendrían por armas un fusil y un sable; los cuerpos de infantería serían adiestrados en el manejo del fusil y tendrían las mismas armas, mientras que los cuerpos de

131 Hungría Morell, Calendas históricas y militares dominicanas, p. 110. 132 Louis Tousard. American Artillerist' s Companion or the Elements of

Artillery, 3 vols., Philadelphia, 1809-1813, t.I, p. xxii-xxiii. Disponible en https://www.napoleon-series.org/military/Warof1812/2009/Issue1 2/c_Artillery.html [consultada el 17 de agosto de 2015].

133 De un oficial a redactores de El Dominicano. Santomé, 23 de diciembre de 1855. En García, Guerra de la Separación dominicana…, pp. 101-102.

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caballería se dotarían de sables, pistolas y lanzas (Art. 28).134 Aunque los integrantes de todos los cuerpos portaban sables como armas complementarias —lo que se explica por su condi-ción de pieza clave para variadas tareas—,135 el planteamiento de una «escuela táctica» del arma blanca, que se erigiera en el pivote de las batallas de la independencia, es cuestionable. La transfiguración de campesinos usuarios de machetes y lanzas en tanto herramientas de trabajo en diestros dominadores de su desempeño como utilería bélica es contrastada con los cuatro elementos tomados en cuenta por el reputado autor sir John Keegan136 a la hora de determinar el estado de una tropa antes y durante una batalla en el siglo XIX, a saber, la fatiga, el ham-bre, el humo y el sonido.137 El Lic. Virgilio Méndez Amaro, estudioso de nuestra historia militar, llama nuestra atención en ese sentido:138

En primer lugar, la marcha de los ejércitos haitia-no y dominicano a los campos de batalla de Santiago y Azua, por ejemplo, se realizó en jornadas sin pausa —sus

134 Rodríguez Demorizi, Guerra…, p. 174. 135 El sable o un arma blanca como el machete era un instrumento

fundamental para cualquier soldado en el terreno criollo y en casi cualquier terreno, toda vez que con él se abren caminos, se preparan defensas, se desbroza un punto para posicionar piezas de artillería, se limpia un espacio para crear campos de fuego para los mosquetes, etc., y era necesario para la vida diaria del soldado: abrir latas y barriles, pelar y cortar provisiones de boca, animales, vegetales, etc.

136 Quien entre otros méritos, fue profesor senior de la Real Academia Militar de Sandhurst, en el Reino Unido.

137 John Keegan. The face of battle: a study of Agincourt, Waterloo and The Somme. Londres, Penguin Books, 1978, p. 143.

138 Comunicación digital enviada al autor, 23 de agosto de 2015.

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componentes venían desde Haití,139 en el caso del primero, y desde San Francisco de Macorís, Moca, La Vega y San José de Las Matas y desde El Seibo, en el caso del segun-do—, por lo que sus condiciones físicas al momento de los enfrentamientos no debieron ser satisfactorias,140 amén del seguro desconocimiento del terreno por buena parte de la tropa y la oficialidad de ambos bandos.141 Marchar desde las planicies de El Seibo a los bosques secos de Azua y de las llanuras y serranías cibaeñas a las tierras semiáridas de Santiago, conllevo también de seguro una disminución importante en las capacidades de los soldados. Estudios modernos nos indican que un hombre promedio necesita dos semanas para adaptarse a un cambio brusco de altura y/o temperatura antes de que su efectividad como comba-tiente pueda ser la misma.142

139 A esto agréguesele el hostigamiento guerrillero de los dominicanos a las avanzadas haitianas.

140 Las del ejército haitiano debieron ser peores: no solo habían marchado una mayor distancia, no solo estaban más lejos de sus bases de aprovisionamiento, no solo habían sido reclutados a la fuerza en un número importante, sino que estaban luchando para recuperar una tierra que ellos no reconocían como suya (tan solo su clase política podría albergar ideas de ese tipo) y con un «enemigo» al cual no le debían sangre y que a diferencia de los franceses, ingleses o españoles, eran más cercanos racialmente a ellos.

141 Para los seibanos y orientales que formaban parte de la tropa de Santana, las guasábaras y bosque secos de Azua, su temperatura y lejanía de sus pastizales del Seibo deben haberle parecido una «expedición a la luna»; recordemos que la movilidad territorial en esa época era cosa poco común y para muchos de ellos a lo mejor era la primera salida de sus comarcas.

142 Mike Ryan. Secret Operations of the SAS. Londres, Amber Books Ltd., 2003, p. 69.

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En segundo orden, poco se conoce acerca de la inten-dencia criolla y haitiana durante la marcha hacia Santiago y Azua, pero resulta evidente que, por lo menos del lado dominicano, se vivía de la tierra, en gran parte compran-do o «requisando» las provisiones de boca que se pudieran encontrar, las cuales, junto al ganado montaraz, podían sos-tener parte de un ejército, pero no a todos los soldados, por lo que no es difícil deducir que habría deficiencias en la alimentación de ambos bandos.143

En tercer puesto, es de resaltar el efecto del humo sobre el campo de batalla en aquella época de la pólvora negra. Vale observar que su impacto era de tal consideración que los uniformes coloridos que caracterizaron la guerra en el siglo XIX tenían como objetivo principal permitirle a los comandantes tener una idea de la disposición de sus tropas por sobre el humo;144 aun así, era común que un oficial de mando perdiera la visión momentánea del campo de batalla y sus tropas como consecuencia de la «niebla»145 que gene-raban los intercambios de disparos de mosquetes y artillería. El humo no solo limitaba la visión del campo de batalla para todos los contendientes, sino que esa sensación de desorien-tación hacía que se generaran ilusiones ópticas y auditivas146 que engañaban por igual a soldados y oficiales.147

143 La pólvora, los pedernales para las armas y las balas no pueden ser «levantadas en el camino»; requieren de una intendencia de aprovisionamiento, por lo que una vía efectiva de comunicación directa, terrestre o marítima, debe ser mantenida con las bases de aprovisionamiento en la retaguardia para sostener una campaña.

144 Disponible en https://en.wikipedia.org/wiki/Red_coat_(British_army) [consultada el 23 de agosto de 2015].

145 De ahí la frase de la «niebla de la guerra». 146 Keegan, The face of battle: a study of Agincourt…, p. 131. 147 Keegan cita a un oficial inglés en Waterloo, que indicó que el humo era

tan denso a su alrededor que no podía ver más allá de 10 yardas y a otro

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Por último, el ruido generado no solamente por los disparos de cañones y mosquetes sino también por el bu-fido de los caballos, las balas cercanas y las órdenes de sargentos y oficiales (de ambos bandos, toda vez que la dis-tancia a la que se peleaba podías escuchar a tu enemigo), debió constituir una verdadera locura para alguien que no estuviese acostumbrado a ello.148 A ese cuadro deben agre-gársele los gritos de los heridos y moribundos de ambos bandos, que podían helarle la sangre a cualquier mortal. Solo la disciplina podía evitar el colapso de una línea de fuego ante tan dantesco espectáculo.149

Bajo esas condiciones, resulta imposible entender que el ejército dominicano tuviese una escuela táctica de arma blanca, ya fuese machete o lanza frente a un enemigo arma-do de fusiles y mosquetes.

La autonomía táctica de las armas blancas en la guerra de Independencia estuvo sujeta a varias condicionantes, depen-dientes de los distintos campos de batalla y de las reglas con las que sus actores operaban en ellos, subordinadas, entre otras

que describió el olor de la pólvora negra quemada como sofocante y que daba la sensación de que estaban en un horno que le quemaba los pulmones (Keegan, The face of battle: a study of Agincourt, p. 141).

148 A eso agréguesele las cornetas, trompetas y tambores, que se usan para dar órdenes en batalla o las bandas de músicas y las canciones o gritos marciales que algunas unidades pueden utilizar para levantar la moral propia y amedrentar al enemigo.

149 Al igual que los gauchos argentinos, el llanero venezolano, el charro mexicano o el vaquero norteamericano, la crianza del ganado para carne y piel debieron permitirles a los seibanos sobrellevar la visión de la sangre y la carnicería que se produce en la batalla mucho mejor que a un agricultor, lo que pudo haberles dado ciertas ventajas frente a los haitianos.

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cosas, a las fuerzas y armamento de que se disponía, las carac-terísticas del terreno que se tratase y los objetivos estratégicos y/o tácticos que se perseguían, contenidos de forma global en las órdenes generales de operaciones150 que apoderaban a los comandantes y en la disposición de las tropas que estos ordena-ran antes entrar en combate.151

Una primera circunstancia la determinaba la decisión de su empleo para el asalto de una posición después de una con-veniente intervención sobre ella de la artillería y la infantería

150 Instrucciones que se le dan a un comandante de campo u oficial de comando a los fines de que, con la ayuda de su tropa, pueda completar las mismas dentro del área de las responsabilidades que se le confíe, la cual casi siempre es territorial.

151 Si bien al parecer nuestras tropas fueron guiadas por excelentes tácticos, como Santana, Duvergé, etc., no es menos cierto que se percibe una ausencia total de estrategia para ganar la guerra contra Haití. Muchas de nuestras operaciones fueron puramente defensivas y cuando fueron de ataque eran sobre posiciones enemigas que ponían en peligro nuestras posiciones defensivas.

Entendemos que esto no se debía a la «vocación pacífica» de los dominicanos, toda vez que nuestra marina de guerra sostuvo durante el primer gobierno de Buenaventura Báez un campaña de acoso a los pueblos costeros de Haití (de la misma manera, la superioridad naval criolla pudo haberse utilizado para tratar de bloquear los puertos haitianos para que no llegara pólvora y municiones o pudo haberse otorgado patentes de corso a navíos ingleses y norteamericanos que nos ayudaran en la tarea; en el peor de los casos, eso hubiera aumentado el costo de los seguros de las cargas hacia Haití a un precio que hubiera hecho prohibitivo llevar barcos mercantes a sus costas), sino que al parecer el plan de nuestras principales mentes políticas era simplemente mantener la posición defensiva hasta que llegase el protectorado que estaban buscando. No hay que dudar que mantener el peligro haitiano en nuestras fronteras era una manera de sostener el control político con mano dura y eliminar como «traidores» a todos los que fuesen disidentes.

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—que habría minado la moral enemiga—, aprovechando los momentos de recarga de la fusilería haitiana,152 de la cual son manifestación varias acciones. Por ejemplo, en la batalla de Ca-chimán, el 4 de diciembre de 1844, el general Antonio Duvergé, comandante del ejército expedicionario de las fronteras del sur, con «una fuerza como de ciento cincuenta hombres de infante-ría y setenta de caballería», rompió el ataque con la infantería, pero la toma del fuerte levantado por los haitianos en el lugar, dadas sus condiciones topográficas y constructivas, implicó su asalto por las tropas dominicanas. Así, dice Duvergé:

Conocí a mi llegada que era de toda necesidad el tomar aquel punto, así por su excelente situación, como por el modo con que estaba fortificado, amurallado todo su circui-to, sin más entradas que tres pequeñas portañolas que solo permitían la entrada a un hombre a la vez, pero confiado en la justicia de la causa que defendemos y en los valien-tes que me rodeaban, dispuse dividirlos en tres columnas para atacar el fuerte por tres puntos diferentes. Comenzó el fuego por todos tres, pero resistido vigorosamente por los enemigos, estubo [sic] indecisa la victoria de diez a doce minutos, mas al fin los bravos militares, mezclando con el ruido de sus tiros los vivas a la patria y a nuestro presidente Santana, redoblaron su ardor, y acometieron a montar al fuerte, lo que visto por mí, ordené el asalto, a cuya voz volaron los valientes y se apoderaron del espaldón de la trinchera. Al mismo tiempo los enemigos saltaron los mu-ros precipitándose a una profunda cañada, y al cabo de

152 Esa táctica fue utilizada por los lanceros y macheteros en la batalla de La Limonade en 1691 (Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 174).

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veinte i cinco o treinta minutos se vio tremolar sobre dicha fortaleza el pabellón de la cruz blanca.153

El 17 de junio de 1845, Duvergé tomó por asalto cuatro trincheras enemigas, acción en la que el ataque fue sostenido por el fuego de la infantería hasta que en un momento dado se ordenó el asalto de las posiciones haitianas a la bayoneta154. En este combate quedó evidenciado que no bastaba el efecto del fuego para vencer y que el valor del fusil estribaba en su filia-ción con la bayoneta unida a él:

Que el 16 salió de Las Matas el ejército dominicano, y pernoctó en el puesto avanzado de Comendador, de donde salió al siguiente día a las seis de la mañana en tres fuertes columnas: la primera al mando del jeneral Alfau, que de-bía cortar la retirada al enemigo, la segunda al mando del teniente coronel F. Pimentel, escoltaba una pieza de arti-llería, y la tercera, que debía acometer por la derecha, con otra pieza de artillería, mandada por el jeneral Duvergé en persona. Como a las ocho hizo alto esta última columna en frente del enemigo y formó en batalla esperando que la columna que debía obrar a retaguardia del enemigo, siendo

153 Parte del general Antonio Duvergé al presidente Pedro Santana. Cuartel general de Las Matas, 6 de diciembre de 1844. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 37. En esta cita, y las siguientes, los subrayados son del autor.

154 Respecto de las cargas a la bayoneta, el autor Byron Farwell nos dice: «A pesar de que era muy valorada como arma, había muy pocas peleas de bayoneta. Las cargas de bayoneta si eran bastante comunes, pero solo triunfaban cuando la moral del enemigo ya había sido hecha frágil por la mosquetería o la artillería y era ordenada solamente cuando se esperaba que el enemigo huiría» (Farwell, The Encyclopedia of nineteenth-century…, p. 89).

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la que más debía dilatar sus operaciones, hiciese la señal de estar a punto de acceso, lo cual se verificó a las diez, siendo esta la señal de acometida jeneral. El fuego comen-zó en los tres puntos a la vez, y después de dos horas de un fuego vivo, bien sostenido por el enemigo, y en que las tres columnas a porfía hicieron prodijios de valor, cargaron a la bayoneta, y derrotaron completamente el enemigo, desalo-jándolo de cuatro fuertes atrincheramientos.155

En este combate, como se expresa en otra comunicación, el desempeño de las armas de fuego, antes de la entrada en acción del arma blanca, fue notable:

En conformidad del anuncio que dimos a V. en nues-tra última carta, salimos ayer 16 del pueblo de Las Matas, pernoctamos en Comendador, y hoi día de la fecha, entre 6 y 7 de la mañana, marchamos sobre el enemigo en tres columnas, y entre 9 y 10 de la misma, habiendo llegado cada una de las dichas a su respectivo puesto, dimos la señal de asalto, y después de dos horas de una vigorosa resistencia de parte del enemigo, que se encontraba po-sesionado en cuatro distintas trincheras que se sucedían también como de inaccesibles subidas, fue plantado el pabellón de la Cruz Dominicana en todas ellas, en una completa victoria de parte de los nuestros y en que el enemigo fue derrotado completamente, debiendo en cum-plimiento de nuestro deber recomendar a V. al ejército en general, porque nos sería difícil decir con justicia quien se portó mejor en esta acción. No podemos en este momento dar a V. noticia cierta del gran número de muertes, porque

155 Citado en comunicado de Pedro Santana. Santo Domingo, 22 de junio de 1845. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 43.

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están pareciendo más y más en los montes, donde el alcan-ce del fuego fue sangriento.156

En la batalla de Beller, el 27 de octubre de 1845, la estra-tegia del general Francisco Antonio Salcedo, comandante en jefe de las fronteras del nordeste y jefe político de la provincia de Santiago, fue también la de enfrentar consecutivamente al enemigo con fuego de fusilería y tras este, tomar su posición al arma blanca:

(…) apenas nos presentamos en la limpia sabana de Beler, cuando percibimos que el enemigo se hallaba po-sesionado en la altura del Coco de Beler, donde tenía un castillo perfectamente construido, murallado y fosado, dos piezas de artillería, y una numerosa guarnición al mando del coronel Seraphin. Recorría yo las diferentes columnas dando mis órdenes, después de haber recomendado al je-neral Imbert la inspección del ejército, cuando al llegar a la columna de la izquierda, lanzó nuestra tropa un ¡Viva la República Dominicana!!Viva el general Salcedo! Y apenas fue oído este viva, el enemigo rompió el fuego, disparando una culebrina de a 12 sobre el mismo lugar donde yo me hallaba. Di la orden de ataque y después de un fuego im-ponderable de hora y media y de una resistencia tenaz de parte del enemigo, entramos en el dicho castillo, sable en mano, y a pocos momentos se vio tremolar el estandarte de la Cruz Dominicana, en el mismo lugar en que se hallaba la bandera enemiga, quedando en el fuerte y su recinto más

156 Parte del general Antonio Duvergé y Manuel Cabral Bernal, secretario del despacho de Interior y Policía. Cuartel general de Cachimán, 17 de junio de 1845. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 41.

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de trescientos cincuenta cadáveres enemigos, víctimas de nuestras lanzas y machetes, más, diez prisioneros, algunos de estos gravemente heridos y que se encuentran en este cantón.157

En esa batalla, la carga al castillo de Beller fue compasada además con la artillería, según un testigo ocular:

A las siete de la mañana al afrontar nuestras tropas en el espacioso campo de Beler, la artillería haitiana, con cer-teros tiros, diezmaba nuestra gente, pero esta contestando con sus tres piezas y avanzando a paso de carga hacia el fuerte, no obstante lo pesado del terreno, que por causa de la lluvia del día anterior hacia penible el rodar de la arti-llería, dominó aquellos fuegos, y a las doce, el Invencible estaba en poder de los nuestros (…).158

En la acción de El Número, el 17 de abril de 1849, la corta distancia en el momento más comprometido del avan-ce hacia las posiciones haitianas determinó que esta fuera la ocasión propicia para que las armas blancas, sin el soporte de la artillería, pero con previas descargas de fusilería, se erigie-sen como elementales, como se descubre en la descripción que hace el cónsul francés Víctor Place al referirse al rol de Santana:

157 Parte de Francisco Antonio Salcedo a Pedro Santana. Boca de Guayubín, 28 de octubre de 1845. Citado en comunicado de Pedro Santana. Santo Domingo, 4 de noviembre de 1845. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 53.

158 [Sin autor], El Eco del Pueblo, 27 de febrero de 1885. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 56.

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En dos días pudo reunir entre 700 y 800 hombres, con los cuales decidió tomar la acción decisiva. En efecto, al otro día, a la cabeza de esta pequeña tropa, sin artillería, atacó decididamente a los haitianos que estaban comandados por el Presidente Soulouque en persona, a quienes había atrin-cherado en un pequeño lugar casi inaccesible, protegidos por cinco piezas de cañón. Durante casi media hora la ar-tillería haitiana disparó constantemente, pero cada vez que ellos percibían la llama, sus soldados se tiraban a la tierra y se levantaban inmediatamente para continuar corriendo su ruta. Cuando estaban a solo algunos pasos del enemigo, los dominicanos dispararon a quemarropa y abandonando sus fusiles se arrojaron en las trincheras, hiriendo a gol-pes de lanzas y machetes, esos largos sables con los cuales se defendían con una maravillosa destreza. Parece que ese combate cuerpo a cuerpo, semejantes a los de la Edad Me-dia, fue una verdadera carnicería. (…) El propio Presidente Soulouque gritó él mismo «sálvese quien pueda», por lo que toda la armada se refugió en Azua, abandonando su artillería, así como un gran número de sus caballos y de su ganado.159

En Las Carreras, el 21 de abril de 1849, el arma blanca fue

fundamental para la toma de la artillería haitiana, para desarti-cular de este modo la principalía de esta tropa en el ataque a las divisiones dominicanas, como escribía Santana al ministro de Guerra y Marina:

159 Del cónsul de Francia al ministro de Relaciones Exteriores de Francia. Santo Domingo, 3 de mayo de 1849. En Weeks, Correspondencia…, p. 196.

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Después de cerca de una hora de un combate tan des-igual, nuestras tropas con sus beneméritos jefes a la cabeza, cargaron sobre la artillería enemiga, y metiendo mano al arma blanca se apoderaron de ella, al mismo tiempo que llegué yo con la caballería, que estaba al mando del coronel Pascual Ferrer.160

En Santomé, el 22 de diciembre de 1855, un contraata-que al arma blanca siguió después del fuego de la fusilería, de acuerdo con un relato de Marcos A. Cabral respecto de las tro-pas al mando del general José María Cabral:

El ejército dominicano, rodilla en tierra, saluda al ejér-cito haitiano con una lluvia de fuego; el pajón de la sabana se enciende de casualidad o de propósito y el viento arroja el humo y la candela sobre el ejército haitiano.

(…)El abanderado del pabellón de Baní, Hipólito Caro,

corre, se precipita delante de Cabral y clava su bandera casi entre los mismos enemigos; el batallón se lanza en pos de su bandera, y el ejército entero, como movido por un resorte, sale del bosque, entra en la ceniza candente de la paja quemada y se arroja sobre los haitianos como una legión de demonios. Las tropas haitianas retroceden al pri-mer empuje, pero vuelven a rehacerse y combatir; mas los dominicanos, que tienen más confianza en el filo de sus machetes que en las balas de sus fusiles, avanzan siempre, con el propósito de entrar al arma blanca y sembrar terror

160 Parte de Pedro Santana al ministro de Guerra. Cantón de Las Carreras, 22 de abril de 1849. Citado en comunicado de Román Franco Bidó. Santo Domingo, 4 de mayo de 1849. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 75.

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en las filas enemigas, lo que logran a poco, segando vidas haitianas al terrible golpe de sus aceros. Los haitianos inten-taron resistir el ímpetu furioso con que se les atacaba, pero imposible, porque todo allí era confusión, estrago, sangre y muerte, hasta que por fin el ejército haitiano, completamen-te mutilado, se desbanda en todas direcciones, siguiéndole el ejército dominicano a muy corta distancia, porque el can-sancio le impidió ir más lejos en la persecución.161

En Sabana Larga, en 1856, el arma blanca se empleó una vez las tropas haitianas fueron disminuidas por la fusilería:

Aunque el enemigo atacó nuestro flanco izquierdo y el frente, por ambas partes fue completamente batido, derro-tado y perseguido en la fuga, después de un fuego sostenido desde las siete y media hasta las cuatro de la tarde, dejando por resultado el campo sembrado de cadáveres enemigos desde Sabana Larga hasta la sabana de Dajabón, en tan gran número que me parece imposible contarlos.162

En el parte de esa batalla, la última de la guerra de Indepen-dencia, se consigna que «el enemigo tuvo que salir de retirada por el mortífero fuego de nuestras carabinas» tras el ataque a la columna del flanco izquierdo dominicano, lo mismo que lue-go de dos combates contra la columna del flanco derecho de nuestro ejército; el ataque a la retaguardia haitiana fue enca-bezado por el general Fernando Valerio, quien «valiente como su espada, se ha comportado de un modo admirable, pues él

161 Rodríguez Demorizi, Guerra…, p. 288. 162 Parte de Juan Luis Franco Bidó, 24 de enero de 1856. Citado en un

comunicado de Manuel de Regla Mota. Santo Domingo, 26 de enero de 1856. En García, Guerra de la Separación dominicana…, pp. 112-113.

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iba siempre delante matando haitianos».163 Es de observar que Valerio, «a fuerza de pelear fue roto su sable de campaña; por lo cual y por sus méritos en ella mereció del Gobierno un sable de honor y el ser elevado a la categoría de General de División».164

En la frontera sur se puso de manifiesto el ya señalado pa-trón secuencial de fuego de fusilería y empleo del arma blanca, conforme aparece en el parte dirigido al ministro de Guerra so-bre un enfrentamiento en el sitio de El Puerto contra una fuerza haitiana hacia los primeros días de febrero de 1856: «En El Puerto este trató de combatir, confiado en la superioridad que sobre los nuestros le daba la naturaleza de su posición, pero después de un corto tiroteo, nuestros soldados le asaltaron, y los haitianos emprendieron de nuevo su fuga».165

Una segunda oportunidad en el uso del arma blanca se manifestaba en ocasión de su efectividad sobre la potencia de fuego de la infantería haitiana en un momento dado. En ese tenor, en el parte del teniente coronel José Tomás Ramírez, co-mandante de los puestos avanzados de La Caleta y Colorado, al coronel Remigio del Castillo, comandante de las fronteras de Neiba, sobre un combate en Loma de los Pinos, fechado en La Caleta el 5 de julio de 1845, se lee lo siguiente:

Señor coronel: inmediatamente que llegó a este puesto el refuerzo de tropa que me mandó Vd. a las órdenes de los

163 Parte de D. Mallol al comandante superior militar de la provincia de Santiago. Talanquera, 25 de enero de 1856. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 114.

164 Relación de empleos, servicios y comisiones del general de división Fernando Valerio Gil. Guayubín, 9 de noviembre de 1861. En Rodríguez Demorizi, Hojas…, p. 390.

165 Parte del General Libertador al ministro de Guerra, s/f, Gaceta de Gobierno, 12 de febrero de 1856. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 119.

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capitanes Dionisio Reyes, Mariano del Castillo e Ignacio de la Cueba, lo reuní a una de las compañías de mi mando, me puse a su cabeza y marchamos sobre el enemigo, acam-pado en la Loma de los Pinos, en cuyo firme tenía fuertes atrincheramientos. Desde que nos divisaron empezaron a hacernos fuego, y aunque les hicimos ocho o nueve des-cargas, viendo que sus trincheras nos impedían hacerles el daño que deseábamos, di la voz de asalto, y avanzándose los capitanes Mariano del Castillo y Dionisio Reyes, con sable en mano, fueron los primeros que por entre el fue-go abrieron brecha en el fuerte enemigo: a estos siguieron Marcos Mercedes, José María Aibar, Celedonio del Cas-tillo y Pedro de Sena, a quienes señalo como primeros, pues todos los demás hicieron su deber, y se condujeron de modo que en un momento derrotaron al enemigo causán-dole gran pérdida.166

No obstante, en este caso, el uso del arma blanca fue pos-terior a la manifestación del poder de fuego de la infantería, como se precisa en otro parte del coronel Ramírez remitido a su superior el 13 de julio siguiente:

Tan luego como me llegó el refuerzo que Vd. me envió, dispuse una ronda para explorar Los Pinos, a cuya cabeza iba el capitán Marcos de Medina. En el firme de la loma se encontraron con el enemigo, y después de un combate en que duró el fuego como un cuarto de hora, echaron los nuestros mano a las lanzas, y acometiendo de recio, triunfó la bandera de la Cruz, quedando en el campo diez y ocho

166 Citado en comunicado de Pedro Santana. Santo Domingo, 22 de julio de 1845. En García, Guerra de la Separación dominicana…, pp. 45-46.

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muertos y algunos mal heridos, no habiendo experimenta-do nosotros desgracia alguna.167

Una tercera circunstancia de su empleo la constituía la posibilidad de un ataque sobre la artillería enemiga que fuera resguardado a su vez por el fuego de la infantería de un cuerpo de nuestro ejército. En el parte de la batalla de La Estrelleta, fe-chado en el cuartel general de Las Matas el 17 de septiembre de 1845, dirigido por el general José Joaquín Puello al presidente Santana, se expone esta forma de enfrentamiento:

Hice dividir nuestro ejército en dos divisiones, for-mando el ala derecha seis batallones bajo el mando de los coroneles Bernardino Pérez y Valentín Alcántara, que des-taqué por el camino de Los Jobos a ocupar el camino de Bánica la división que formaba el ala izquierda, compuesta igualmente de 6 batallones y cuyo mando me reservé, se dirijió por el camino real que va a Comendador. Al llegar a las alturas de Mata-Yaya percibimos al enemigo en la ribera opuesta al río, y militarmente posesionado en una cordille-ra de cerros situados en la sabana Estrelleta, cubiertas sus dos únicas entradas con dos piezas de artillería, y un trozo de caballería avanzado, bastante distante de su cantón jene-ral. Inmediatamente avistaron la columna bajo mi mando, tocaron jenerala y se dispusieron a esperarnos: le contesté con nuestra batería y me preparé a entrar en acción, que era todo mi anhelo, esperando solo que el ala derecha hi-ciese la señal concertada. En efecto, al cuarto de hora de mi llegada, rompió esta el fuego, siendo las 8 en punto de la mañana, y la columna bajo mi mando, volando con la

167 Citado en comunicado de Pedro Santana. Santo Domingo, 22 de julio de 1845. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 47.

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rapidez del rayo, se lanzó sobre los enemigos burlándose de sus balas y metralla. En un instante se posesionaron de las piezas de artillería y rompieron la división enemiga: lo mismo ejecutó el ala izquierda, y después de 2 horas de un vivo combate derrotamos a los haitianos (…).168

Cabe observar que en la batalla de La Estrelleta se recha-zó un ataque de la caballería haitiana a punta de bayoneta con un cuadro de infantería, única ocasión en la que se puso en práctica dicha formación defensiva,169 evidencia del grado de conocimiento de la táctica militar por parte de los oficiales del ejército dominicano.170

168 Citado en un comunicado de Pedro Santana. Santo Domingo, 21 de septiembre de 1845. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 50.

169 Emilio Rodríguez Demorizi. La Marina de Guerra dominicana. Santo Domingo, Editora Montalvo, 1958, p. 13.

El cuadro de infantería se formaba con compañías que se disponían creando un cuadro apretado en el que los soldados de la primera fila sacaban las bayonetas mientras que los soldados de las filas de atrás disparaban sobre las tropas que les atacaban, especialmente la caballería, que cargaba en columnas o en líneas (Disponible en https://es.wikipedia.org/wiki/Cuadro_de_infanter%C3%ADa [consultada el 31 de julio de 2015]).

Los cuadros se formaban por dos o tres líneas de infantería y fueron muy a menudo exitosos repeliendo ataques de la infantería. Bagaje, equipos y animales de transporte usualmente eran colocados en el centro y los cañones en las esquinas (Farwell, The Encyclopedia of nineteenth-century…, p. 780).

170 El cuadro de infantería es una de las maniobras más difíciles de implementar bajo fuego. Requiere de una oficialidad muy profesional y una tropa muy disciplinada, toda vez que implica una sincronía perfecta de los soldados para que el mismo sea efectivo.

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Una cuarta situación en la que convenía el uso del arma blanca era la posibilidad de sorprender aun fuese a un solo hombre. El relato del historiador haitiano Justin Bouzon sobre la defensa de la batería de artillería haitiana en la batalla de Las Carreras es exponente de esa circunstancia:

El General Luis Michel se vio en un momento aban-donado por sus soldados: una pieza de cañón iba a caer en poder del enemigo (…) se desmontó de su caballo y, con uno de sus guías quiso salvar la pieza (…) El guía fue muerto, un dominicano se apoderaba de la pieza: el general lo dejó tendido de un pistoletazo. Un segundo dominicano se bajó para empuñar la cuerda del cañón, y no se levantó más. Habiendo descargado sus dos pistolas el General Luis Michel desenvainó su sable y defendió la pieza. Un montón de cadáveres le servía de trinchera (…) los dominicanos quedaron admirados ante tanto co-raje. Le gritaron al general que se rindiese y salvara su vida (…) Un lanzaso le hendió la frente. Con el revés de su mano izquierda enguantada se enjugó la sangre que le cegaba.

(…)Debilitado por las heridas, ciego por la sangre que le

manaba de la frente, quedó no obstante de pie, defendiendo su pequeño cuerpo del enemigo que trataba de rodearlo. Recibió en fin un golpe de lanza en mitad del pecho, se desplomó, y cayó abrazado al cañón que quería, vivo, no dejar a los dominicanos.171

171 Rodríguez Demorizi, Guerra…, p. 418.

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Una quinta oportunidad la determinaría la retirada del enemigo, momento en que la acción dominicana se veía más beneficiada si se contaba con tropas movilizadas en un terreno favorable. Un episodio ilustrativo de esa posibilidad lo testimo-nió Eugenio Almonte, participante en la batalla de Cambronal, en 1855: «Serían las dos de la tarde: viéndose las primeras líneas haitianas acometidas al machete por los dominicanos, empezaron a retirarse; y fue tal la confusión a causa de la estre-chez del terreno, que al fin se convirtió su retirada en completa fuga».172

El terror que le infundían «las lanzas dominicanas» al pre-sidente Guerrier, a que hacía referencia E. Billini en una carta de 1845173 y la desaparición de los haitianos ante la llegada de «lanzas, machetes y cuchillos con abandono del fuego», a la que aludía el presidente Manuel Jimenes en 1848,174 fue instrumen-talizado en 1856 por el vicepresidente Manuel de Regla Mota como una manifestación del amparo celestial: «Dominicanos: Unión, firmeza y confianza en la Providencia, y legaremos a nuestros hijos un nombre lleno de gloria, y una Patria rescatada de la barbarie haitiana, con las puntas de nuestras lanzas».175 Y José María Cabral, en un discurso pronunciado en honor a San-tana en Las Matas de Farfán el 25 de enero de 1856, atribuía su desempeño a un auxilio ignoto: «Jamás ese presuntuoso que se dice Emperador hubiera logrado «anivelarnos» a sus esclavos, porque mientras dan un paso adelante retroceden dos, intimida-dos del heroico valor de nuestros soldados y del filo de nuestros

172 Hungría Morell, Calendas históricas y militares dominicanas, p. 229. 173 De E. Billini a A. D. Madrigal. Santo Domingo, 20 de abril de 1845.

En Rodríguez Demorizi, Relaciones…, p. 25. 174 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 228. 175 Comunicado de Manuel de Regla Mota. Santo Domingo, 3 de enero

de 1856. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 112.

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aceros, que entre ellos se confunde y les devora, a despecho de cuanto oponérseles pudiera, Nuestras armas, ilustre libertador acostumbradas a vencer, como vos mismo lo habéis palpado, ayudadas como siempre de una manera secreta que dirige los destinos de nuestra patria, siempre pondrán fin al vacilante im-perio haitiano». 176

La resonancia de las armas blancas alcanzó incluso ecos antillanos. Soto Jiménez cita una publicación aparecida en la Gaceta de las Islas Turcas el 19 de noviembre de 1846 en la que se preguntaba lo siguiente: «¿Qué fruto han saca-do los haitianos de tomar las posesiones limítrofes? Todas se las han quitado los dominicanos al rigor de la lanza y el machete?».177

Como se desprende de la compulsa de los partes, comu-nicaciones y testimonios antes referidos, las armas de fuego eran los instrumentales primarios de los dominicanos, pese a la confianza que tenían en los machetes. La esencialidad en el empleo del fusil o la carabina en la trabazón de un combate la comprueban los documentos arriba citados, en los que queda establecido que el fuego de la fusilería era el que rompía los ataques.

Conclusión

Un oficio del 5 de marzo de 1849 del entonces ministro de Guerra y Marina, Román Franco Bidó, al jefe superior político de Santiago, evidencia que el uso de las armas blancas estaba fundado en el sentido de oportunidad: «No dejará de preferir-se el uso del sable y de la lanza, cada vez que así lo juzgue la

176 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 227. 177 Ibidem.

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prudencia del Jefe, por ser superiores en la guerra los domini-canos cada vez que hacen uso de dichas armas, experimentando los enemigos mayores estragos, y ahorrando el Tesoro gasto de pólvora y balas».178

La observación de Franco Bidó no era una novedad. El combate en los años 40 del siglo XIX no tenía una gran diferen-cia con la forma de hacer la guerra que había imperado desde hacía más de cien años179 y que seguiría prácticamente igual, con muy ligeros cambios, hasta la llegada de la Primera Guerra Mundial.180 En efecto, en una fecha tan lejana como 1756, la regla para el uso del arma blanca de los Rogers Rangers, una unidad de guerra no convencional del ejército británico en Nor-teamérica creada por el mayor Robert Rogers, consagraba lo siguiente: «XIII: En general cuando sean atacados por el ene-migo mantengan su fuego hasta que estén muy cerca, momento en que el mismo causara mucha sorpresa y consternación y les dará una oportunidad de caer sobre ellos con sus hachas y sa-bles para una mejor ventaja».181

178 Rodríguez Demorizi, Emilio. Hojas…, pp. 155-156; y Guerra…, p. 216.

179 Por ejemplo, el «Long Land Pattern musket», calibre 0.75, también llamado «Brown Bess», estuvo en servicio en el ejército británico 1722 hasta 1838 y el mosquete «Charleville», calibre 0.69, fue el arma eje de la infantería francesa entre 1717 y 1840.

180 La Primera Guerra Mundial redefinió el concepto de la movilidad y el poder de fuego, no solo por ser la primera guerra de plena industria y completa movilización, sino, porque de una forma u otra, la forma de hacer la guerra en los últimos cien años de nuestra era tiene como origen soluciones a problemas y situaciones que se presentaron en el barro de los campos de Francia entre 1914 y 1918.

181 John E. Lewis. The Mammoth Book of the Special Forcers. Nueva York, Avalon Publishing Group, 2004, p. 32.

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Una observación táctica similar a la de Franco Bidó la haría años más tarde un oficial anónimo del ejército, en carta del 26 de diciembre de 1855 aparecida en el periódico El Dominica-no. Al tiempo de advertir que, aun sin disciplina, los soldados hacían «prodigios de valor» con un sable en la mano, acotaba en forma clarividente: «fuera bueno aleccionar algunos batallo-nes con todas las reglas del arte militar y de la guerra para el porvenir; pues no siempre el machete y la lanza hallan ocasión de hacer los buenos servicios que el fusil efectúa en guerrillas, columnas o masas compactas».182

La superioridad a la que hacían referencia Franco Bidó y este oficial desconocido era complementaria de la participación, en primeros momentos, de la artillería y la infantería en los dis-tintos combates, y como quedó visto en los partes y testimonios arriba transcritos, se fundaba en el hecho de que los haitianos no repelían —excepcionalmente— las cargas dominicanas ni con fuego de fusilería ni con enfrentamientos cuerpo a cuerpo con armas blancas; más bien se desorganizaban y se retiraban por la crudeza de la embestida y la impresión que causaba el ver avanzar, a la mayor velocidad posible y aun no fuese a ca-ballo, una masa de hombres que, tras disparar con sus fusiles, se echaría encima con lanzas y machetes para ejecutar lo que Soto Jiménez llama el coup de coteau o golpe de cuchillo183:

El machetero como infante o dragón de caballería, fu-silero en las primeras fases de todo combate o lancero a caballo, arribaba al momento supremo del empleo del ma-chete, cuando la corta distancia daba pie al combate cuerpo a cuerpo, enfrentándose casi siempre a la bayoneta, la cual sin importar las habilidades del diestro en su efectiva es-

182 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 230. 183 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 232.

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grima, tan popular en Norteamérica y en Europa, siempre resultaba mal parada frente a la acometida del encabao do-minicano. Los mandobles iniciales del encabao siempre iban dirigidos a mutilar los brazos o las manos que soste-nían el mosquete o el fusil en ese momento (…).184

El aporte culminante a las victorias explica porqué Franco Bidó sobreponía la importancia de las armas blancas al papel de los fusileros y de los artilleros, soldados y oficiales que in-teractuaban en el manejo de una pieza de artillería.185 Así, en un comunicado del 4 de mayo de 1849, las rodeaba de un halo divino: «Dominicanos: La Providencia nos proteje, la suerte os volvió la espalda algunos días para probar vuestro valor, y de nuevo os concede los favores de la victoria, y los haitianos huyen para sus hogares, destrozados por las lanzas y machetes de nuestros bravos Dominicanos (…)».186

El empleo de las armas blancas en forma posterior al des-empeño de la artillería y en forma paralela o consecutiva a descargas de fusilería pone en evidencia las enseñanzas tácti-cas que recibieron los ciudadanos de la parte este de la isla que prestaron el servicio militar obligatorio durante la dominación haitiana y que luego engrosaron las filas del naciente ejército dominicano. La guerra de Independencia, sostiene en este sen-tido Soto Jiménez, no fue «una guerra improvisada y mucho menos hecha por improvisados»; los soldados no lo fueron «y los oficiales que los mandaron eran, en su abrumadora mayo-ría, o militares profesionales o contaban con un entrenamiento

184 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 248. 185 Ver en este sentido, https://en.wikipedia.org/wiki/Cannon_operation

[consultada el 23 de agosto de 2015].186 Comunicado de Román Franco Bidó. Santo Domingo, 4 de mayo de

1849. En García, Guerra de la Separación dominicana…, p. 73.

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militar apreciable». Pero para este autor, la táctica dominica-na se remontaba al siglo XVI: «La técnica militar que logró y sostuvo la Independencia en la guerra prolongada de la Sepa-ración, era un técnica militar depurada por más de trescientos años de experiencia y que contaba ya para esa fecha, con un sinnúmero de grandes logros, hazañas y victorias militares memorables, a la que debíamos nuestra supervivencia como pueblo y nuestra conformación social y cultural.187 Lo anterior lo justifica con tres argumentos claves: 1º. «tanto la organiza-ción como la doctrina táctica de la guerra, se fueron añejadas [sic] como el vino con el tiempo, no en una institución militar regular que como tal le sirviera de receptáculo estable, sino pre-servada intacta en el seno del pueblo y sus necesidades»; 2º. «los hombres habían pasado hartamente por la mayoría de las variables que se presentaron después y la mayoría de los teatros de guerra habían sido escenarios repetidos de acciones bélicas por parte de los dominicanos,188 y 3º. «El soldado que combatió en la Separación estuvo más de tres siglos entrenándose en vivo y sus cualidades y habilidades bélicas fueron pasando de padre a hijo como se heredaba el machete, la montura, los puercos y el conuco».189

Pero si tomamos en cuenta que se ha fijado en 25 años el tiempo que separa una generación de otra, partiendo de la úl-tima gran acción bélica en la isla —la batalla de La Limonade en 1691—, tendríamos que cuatro generaciones de criollos, nacidas respectivamente en 1716, 1741, 1766 y 1791 —antes del nacimiento de Pedro Santana (1801) y la batalla de Palo Hincado (1809)—, manejaron por cien años el machete y la lanza como instrumentos de uso agrícola y ganadero y no con

187 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 194.188 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 195.189 Soto Jiménez, «Batalla de Azua del 19 de marzo de 1844», p. 196.

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un sentido defensivo. Y como observa agudamente el ya citado Méndez Amaro, entre la guerra de la Reconquista y la Indepen-dencia habían transcurrido más de tres décadas y, por ende, esa «doctrina de guerra» a la que hace referencia Soto Jiménez, pese a su solera, no había tenido un continuado acompañamien-to práctico.190

Para 1844, la parte este de la isla había estado ocupada durante 22 años por Haití y tanto sus habitantes como los haitianos habían tenido más de 30 años de «paz», por lo que no existía una generación formada bajo el fuego del combate191, limitándose la experiencia militar en los ex-tranjeros que sirvieron en otros ejércitos antes de venir a la isla192 y en algunos de los altos oficiales haitianos que ha-bían figurado como tropa o baja oficialidad193 en las luchas para expulsar a las tropas napoleónicas y que no habían tenido participación conocida en la dirección de grandes números de hombres en una campaña bélica. De aquí que se pueda decir que, en principio, no existía una experiencia

190 Méndez Amaro, Comunicación digital enviada al autor, 23 de agosto de 2015.

191 Cuando el oficial de lanceros Pedro Santana le corta la cabeza al general francés Louis Ferrand luego de la batalla de Palo Hincado, para llevarla a El Seibo, sus hijos Pedro y Ramón Santana y Familia tenían tan solo 7 años de edad.

192 Como el general José María Bartolomé Imbert Duplessis (nacido como Joseph Marie Barthélemy Imbert) (Francia, 24 de agosto de 1798 – Puerto Plata, 14 de mayo de 1847), quien luchó junto a los dominicanos.

193 Aunque había sus excepciones, como el general haitiano Jean Louis Michel Pierrot (1761 – 18 de febrero 1857).

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de combate importante que permitiera a un ejército de uno u otro lado tener una cohesión operacional trascendental.194

Un estado de cosas similar se verificó en Cuba. Llama la atención que siendo ese país una potencia azucarera mundial entre 1868 y 1878, el mismo período de la Guerra de los Diez Años,195 y donde el machete, por ende, era la pieza primaria de su industria dominante, su empleo como arma de guerra fue enseñado a los cubanos por los dominicanos que llegaron allí tras la guerra de la Restauración196. «Allí» —dice revela-doramente José Abréu Cardet— «la guerra contra los piratas y corsarios en los siglos XVI y XVII era un asunto remoto. El ataque inglés a La Habana y un intento de establecerse en Guantánamo, ambos acontecimientos en el siglo XVIII, o los

194 Una muestra de cómo la falta de experiencia y el horror del campo de batalla afectan un ejército que no esté preparado y no cuente con experiencia previa lo evidencia el hecho de que «[l]uego de la Batalla de Gettysburg, se recogieron los rifles que se habían dejado por ambos bandos en el campo de batalla y se enviaron a Washington a los fines de que fuesen reasignados. De los 35,574 rifles recuperados, aproximadamente 24,000 estaban todavía cargados, 6,000 tenían una bala en el cañón, 12,000 tenían dos balas dentro y 6,000 de 3 a 10 balas en el cañón, uno de ellos contabilizo 23 balas» (Disponible en https://civilwartalk.com/threads/discarded-rifles-at-gettysburg.81870/ [consultada el 23 de agosto de 2015]).

195 Entre 1868 y 1878, Cuba produjo anualmente más del 15 % todo el azúcar del mundo; entre 1868 y 1876, años de guerra, llegó a fabricar más del 20 % anual de la producción mundial y entre 1869 y 1878, dentro del mismo período bélico, produjo 6,817,361 toneladas de azúcar, un monto superior a los 5,496,706 toneladas que produjo en el decenio 1858-1868 (José Abréu Cardet. «Mucho más que una carga al machete: impacto de la Guerra de la Restauración en Cuba». Clío, no.189, Santo Domingo, enero-junio 2015, p. 222).

196 Abréu Cardet, «Mucho más que una carga al machete…», pp. 232-233.

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ataques de los corsarios insurgentes en las primeras décadas del siglo XIX, eran acontecimientos muy lejanos en 1868 que no marcaron la historia del país con una tradición militar».197 Los cubanos de octubre de 1868, antes de la integración de oficiales dominicanos al Ejército Libertador —con Máximo Gómez en primera línea—, constituían, en palabras de este autor, «una fuerza más bien movilizadora que propiamente militar»,198 in-sumisos faltos de «una mínima organización militar»,199 «una masa de terratenientes, campesinos, peones y esclavos libera-dos, muchos de los cuales apenas hablaban español; todos sin experiencia, organización y muchos menos armas y parque» .200

Más allá de estas posiciones encontradas, los documentos estudiados en este trabajo nos llevan a concluir que en el en-trenamiento —espontáneo o dirigido— recibido por los futuros dominicanos sobre las tres armas, el machete y la lanza eran concebidos como auxiliares del fusil cuando el infante los des-echaba para el combate cuerpo a cuerpo. La independencia se hizo pues tanto a tiro como a machete limpio.

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197 Abréu Cardet, «Mucho más que una carga al machete…», p. 236.198 Ibidem. 199 Abréu Cardet, «Mucho más que una carga al machete…», p. 241. 200 Abréu Cardet, «Mucho más que una carga al machete…», p. 242.

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CLÍO, Año 89, Núm. 200, Julio-Diciembre 2020, pp. 141-199ISSN: 0009-9376

Vicisitudes de la Independencia dominicana: de la concepción a la materialización, 1843-1844*

Welnel Darío Féliz**

RESUMEN

Este trabajo versa sobre Independencia Nacional, pero no basado en los elementos propios de sus ideas, proclamación o las batallas que se suscitaron, sino más bien fundamentado en los avatares pa-decidos por los dominicanos para lograr el concierto de voluntades que la hicieron posible, su sostenimiento, oposiciones internas, efec-tos inmediatos, las adversidades del ejército, su abastecimiento, las necesidades económicas y las situaciones sociales que tuvieron que sortearse entre los años 1843 y 1844. El estudio de las particularida-des en la concepción de la Independencia y el análisis de lo cotidiano, su materialización y la guerra para sostenerla, tiene el potencial de acercarnos aún más a la comprensión del período y a los elementos que permitieron su configuración y consolidación en torno a lo nacio-nal. No se trató de un proceso sencillo, el que si bien al principio no recibió el apoyo de todos, al final la unificación permitió formar el Estado y configurarnos como nación.

Palabras clave: guerra de Independencia, alimentación, ar-mas, pertrechos militares, campesinos, monteros, hateros, recursos económicos.

* Discurso de ingreso como miembro de número de la Academia Domi-nicana de la Historia, pronunciado el 28 de octubre de 2020.

** Miembro de número de la Academia Dominicana de la Historia.

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ABSTRACT:

This article resumes the National process of Independence, but not dealing with not its battles. The author’s intends is the Dominican People’s changes and large process, even ideological, including the way to maintain the Army and other social events, that made possible go through the two essential year 1843-1844. To study their qualities and the day to day of the Independence process, allows us to better study such a process and its final result: National Independence will allow us to better analyze the process itself. However, the process it-self was not an easy one, but the result it’s what counts, that is to say, we were at the end an Independent and free American People.

Keywords: War of Independence, food, weapons, military su-pplies, peasants, huntsmen, hateros, economic resources.

Honorables miembros de la Junta Directiva de la Academia Dominicana de la Historia;Académicos de número y correspondientes;Amigas y amigos todos.

A partir de mi elección como miembro de número de esta honorable Academia, tengo a bien presentar ante ustedes mi discurso de ingreso, cumpliendo así con lo establecido en el reglamento interno de esta institución.

Como miembro de número me ha sido asignado el «sillón A», ocupado anteriormente por el historiador y maestro emérito Emilio Cordero Michel, entre el año 2004 a 2018. Es para mí un compromiso que me obliga a tratar de continuar los pasos de nuestro intelectual y revolucionario, que tanto aportó a la de-mocracia y la historiografía de la República Dominicana, cuyo legado imperecedero no solo se encuentra en sus innovadoras pu-blicaciones, sino que permanece en la memoria de sus alumnos y de todos aquellos que recibieron sus orientaciones y consejos.

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No puedo continuar con esta alocución sin hacer mención de los esclarecidos historiadores que me propusieron para ser parte de esta augusta institución como miembro de número, a ellos Frank Moya Pons, José Chez Checo y Juan Daniel Balcá-cer mi siempre profundo agradecimiento. Por igual, al conjunto de sus miembros por mi elección. Debo, asimismo, expresar mi agradecimiento a la Junta Directiva, que ha leído el texto del discurso y realizado apostillas de lugar, empleando su valiosí-simo tiempo en tal tarea.

Me es imposible dejar de mencionar aquí el apoyo y la distinción que siempre he recibido de nuestro buen amigo y presidente de esta academia José Chez Checo, quien me ha dado sabios consejos en todo momento. Por igual, el apoyo del maestro Raymundo González, de Frank Moya Pons, de Edwin Espinal Hernández, de Santiago Castro Ventura, el respaldo de Mu-Kien Adriana Sang Ben, y el trato afable y los miembros de número y correspondientes de esta academia.

Distinción inmensa ha significado que la Junta Directiva haya designado al maestro y académico Juan Daniel Balcácer para dictar el discurso de recepción del suscrito. A este insig-ne historiador le dispensaré siempre mi gratitud, no solo por ser guía y colaborador en la preparación de esta disertación, sino por su entrega absoluta, aun en medio de tantas y tantas ocupaciones que le absorben en el día a día. Él sabe muy bien que, también, sus escritos han sido motivo de inspiración para la concepción del tema. Me honra sobremanera la distinción de su recepción. Permítanme ahora presentarles esta exposición.

Introducción

El tema de fondo que trataré esta noche, la independencia dominicana, es uno de los más abordados por la historiografía

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nacional y no es para menos, pues de ella nació el Estado y a partir del 27 de febrero de 1844 el pueblo dominicano comen-zó a configurar lo que hoy somos, como comunidad política y nación. Aunque se trata de una temática con innúmeros prece-dentes historiográficos, siempre será posible su reflexión desde tópicos diferenciados, enfocados en situaciones y detalles pro-pios del movimiento independentista.

El tema central de mi exposición es la independencia, pero no basado en consideraciones generales de su proceso, sino más bien fundamentado en los avatares padecidos por los domini-canos para lograr el concierto de voluntades que la hicieron posible, su proclamación, sostenimiento, efectos inmediatos, las adversidades del ejército, las necesidades económicas y las situaciones sociales que tuvieron que sortearse entre los años 1843 y 1844. El estudio de sus particularidades y el análisis de lo cotidiano tiene el potencial de acercarnos aún más a la comprensión del período y a los elementos que permitieron su configuración y consolidación en torno a lo nacional, en tanto que las vicisitudes que se canalizaron fueron unificadoras del sentimiento colectivo.

Los planes iniciales

El 12 de julio de 1843 Charles Riviere Hérard Ainé hizo su entrada a la ciudad de Santo Domingo. Venía desde Haití, en ruta por los pueblos del Cibao, al frente de un cuerpo del ejército enviado por el gobierno provisional1 surgido del mo-vimiento de la Reforma que derrocó a Jean Pierre Boyer. Su misión era, según García, «(...) asegurar en ella el movimiento

1 José Gabriel García. Compendio de la Historia de Santo Domingo. Santo Domingo, Central de Libros, 1982, tomo II, p. 199.

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popular, darle dirección y hacer triunfar sus principios (...)»,2 pero, principalmente, venía a enfrentar el movimiento inde-pendentista que impulsaba Juan Pablo Duarte al frente de un pequeño grupo de seguidores.

La idea de la independencia en Duarte y sus partidarios germinaba desde hacía varios años y comenzó a concretizar-se desde 1838 con la fundación de La Trinitaria, sociedad a la que se integraron algunos jóvenes, principalmente de Santo Domingo.3 En los años siguientes, los independentistas segui-dores de Duarte clandestinamente promovieron sus ideas por las vías expeditas que tuviesen a la mano, como el teatro, o aprovechando reuniones sociales, educativas y sus actividades comerciales. Para 1842, el movimiento independentista había avanzado e iba adquiriendo dimensión nacional, al comenzar a realizar propagandas en pueblos como San Cristóbal y Baní, llevadas a cabo por Pedro Alejandrino Pina y Pedro Valverde; en Puerto Plata, hecha por Manuel Leguísamo y Silvano Pujols y en La Vega, por Juan Evangelista González Jiménez.4

La conspiración independentista tomó impulso en enero de 1843, venido de la mano del movimiento La Reforma. Enviado a Santo Domingo el manifiesto leído en Les Cayes el 1 de sep-tiembre de 1842, en el que se denunciaban los agravios sufridos por el pueblo en manos del régimen de Boyer y la necesidad de la instauración de un nuevo gobierno, encontró respaldo entre los dominicanos, principalmente de Santo Domingo, San Cristóbal y Baní. Duarte y sus seguidores se pusieron a la vanguardia revolu-cionaria y decidieron realizar diligencias para concertar acuerdos con la junta patriótica con asiento en esta ciudad y dirigir la

2 Ibidem. 3 Frank Moya Pons. La Dominación Haitiana. Santo Domingo,

Ediciones Librería La Trinitaria, Cuarta Edición, 2013, p. 91.4 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 183

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asonada en Santo Domingo. Primero se comisionó a Juan Nepo-muceno Ravelo, quien no pudo llevar a término ninguna alianza. Posteriormente la misión fue confiada a Ramón Mella, amigo de M. Benoit y Jérome-Maximilien Borgellá, dos de los principales dirigentes reformadores, quien logró los acuerdos de lugar,5 la unificación de los grupos sobre un objetivo común y la coordi-nación que se requería para llevar a cabo la revuelta.6 El 24 de marzo, tras conocerse en Santo Domingo la noticia del derroca-miento de Boyer, Duarte, Alcius Ponthieux y Etienne Desgrotte, al frente de sus seguidores, trataron de tomar la fortaleza, pero fueron repelidos por las fuerzas de general Carrié, viéndose com-pelidos a retirarse con cierta premura, saltar la muralla oeste de la ciudad y dirigirse rumbo a San Cristóbal, donde, apoyados por las gentes de allí, de Azua y de Baní, reunieron un grupo de dos mil hombres y marcharon a las puertas de la ciudad, en donde Carrié se enfrentaba a las presiones de las familias, comerciantes y a la negativa de apoyo del general Pablo Alí.

Tras el triunfo de La Reforma y la reorganización política y administrativa que le siguió, Duarte fue comisionado a la región este como delegado de la Junta Popular para instalar las juntas correspondientes en sus comunes. Aunque es poco conocido con quienes sostuvo encuentros, uno de ellos fue con Ramón Santana, en El Seibo, con quien acordó su apoyo para la causa nacional, comprometiéndose este a convencer a su hermano Pedro para que se uniera al movimiento. De los pueblos que visitó Duarte,

5 Aunque la historiografía dominicana es constante en torno al criterio de la concreción de acuerdos entre los reformistas de Les Cayes y los seguidores de Duarte, los detalles sobre lo pactado no son conocidos, de allí que solo es posible afirmar que, ciertamente, a partir de los acontecimientos posteriores, en los que actuaron en común, se produjeron.

6 Moya Pons, La Dominación Haitiana, pp. 100-105.

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solo se conserva la documentación de la instalación de la Junta de Bayaguana, la que no posee detalles sobre sus actividades y acciones independentistas.7

En los meses posteriores, la influencia política del grupo dirigido por Duarte comenzó a generar discordias con los hai-tianos pertenecientes a grupos políticos de Santo Domingo. Una de ellas se suscitó tras la petición formulada por varios de sus seguidores, a raíz de la elección de los representantes de esta común para integrar la constituyente, en la que exigían que la redacción de los documentos debía hacerse en idioma español; también, el respeto por la religión y las costumbres del país y la igualdad, sin importar el origen y color de la piel.8 En las elecciones, celebradas el 15 de junio, el arraigo e in-fluencia de los independentistas quedó atestiguado, al triunfar los candidatos propuestos por los independentistas, lo que ele-vó las diferencias entre los sectores.9

7 Arístides Incháustegui, y Blanca Delgado Malagón. Vetilio Alfau Durán en Listín Diario. Santo Domingo, Editora Corripio, 1994, Volumen VIII, p. 493. Colección del Sesquicentenario de la Independencia Nacional. Ver el acta en Emilio Rodríguez Demorizi, C. Larrazabal Blanco, Vetilio Alfau Durán. Apuntes de Rosa Duarte Archivo y versos de Juan Pablo Duarte. Santo Domingo, Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, 1994, pp. 192-193. Publicaciones del sesquicentenario de la Independencia Nacional.

8 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 193. Los firmantes de esta propuesta fueron Manuel María Valverde, Manuel Leguisamón, Juan Nepomuceno Ravelo, Francisco Santelices, Luis Betances, Pedro Pablo de Bonilla, Francisco Contín, Gregorio Contín, Ramón Echavarría, Julián Alfau, Fernando Herrera, Juan Santín, Manuel Trinidad Franco, Manuel de Regla Altagracia, Antonio Villega, Felix María Ruiz y Silvano Pujols. Ver: Roberto Cassá. Antes y Después del 27 de Febrero. Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2016, Vol. CCXCI, pp. 128-129.

9 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 197.

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Si bien en Santo Domingo se produjeron los acontecimien-tos señalados, los detalles de lo ocurrido en otras demarcaciones en los días previos y durante la celebración del certamen elec-toral no son muy conocidos, como tampoco la influencia de Duarte y sus seguidores en cada común donde se llevaron a cabo las elecciones.

Para entonces, como expresa Roberto Cassá, «Dadas las favorables condiciones de dispersión y fragmentación de los ran-gos superiores del Estado haitiano, los dominicanos procedieron a desarrollar una actividad conspirativa poco disimulada»,10 pro-pagando abiertamente el proyecto independentista, lo que se hizo conocido en Santo Domingo y en el ámbito nacional, más allá de los pueblos en que lo divulgaban desde el año anterior.

Pero a la par que se promovía la independencia, aumentó la oposición de los grupos contrarios a Duarte y sus seguidores, como los que propugnaban por la separación bajo el protecto-rado francés y aquellos que querían continuar bajo el dominio haitiano. Iniciaron así los ataques e improperios contra ellos, pues sus adversarios propalaron la falsa información de que pretendían restituir la esclavitud y agenciarse la protección de Colombia, por lo que, en enfrentamientos verbales, los denos-taban públicamente, calificándoles, al decir de García, de «(...) inespertos, de ilusos, de utopistas, de ambiciosos y de colom-bianos (...)». Los independentistas, a su vez, los tildaban de «(...) traidores, de absolutistas, de retrógrados, de utilitaristas, de hombres de dos caras y amañesados11 (...)».12

10 Roberto Cassá. Antes y Después del 27 de Febrero. Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2016, Vol. CCXCI, p. 123.

11 La denominación de «amañesados» se refería a su inclinación a la permanencia de los haitianos, puesto que el pueblo denominada a estos como «mañeses».

12 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 194.

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Las diatribas constantes entre los grupos en pugna profundi-zaron sus diferencias, lo que provocó dudas, afectó la adhesión de gentes del pueblo, e hizo más dificultosa la unificación y con-secución del proyecto independentista. Ante estos conflictos, Duarte y sus seguidores comenzaron a realizar diligencias para lograr el apoyo de algunas personas y sectores poco involucradas en la política, pero sí de arraigo social y militar, los que, según García, eran «(...) importantes por la posición pecuniaria de que disfrutaban los mas, y por las relaciones sociales con que con-taban (...)».13 En uno de sus primeros pasos, tras esos objetivos, José Diez convenció a José Joaquín Puello para que favoreciera la causa y con él se facilitó el respaldo de los oficiales y solda-dos que integraban los regimientos 31 y 32 apostados en Santo Domingo y de hombres de color de los alrededores de la ciudad sobre los que ejercía influencia. A Puello se le había desconocido su rango y condición de militar por el gobierno surgido de La Reforma; de allí su animadversión ante el nuevo régimen.14 La adición de estos grupos significó un avance importante, en tanto no solo se obtuvo un sostén militar crucial, sino la participación de un segmento de personas económicamente deprimidas, lo que dio un matiz más inclusivo al movimiento.

Asimismo, tras esos objetivos, Duarte y Pedro Alejandri-no Pina se reunieron con Manuel Joaquín Delmonte, bajo la concertación de Pedro Valverde y Lara.15 Este encuentro no fue positivo para la causa, pues fue delatado —atribuida la delación a Zeferino Pepín, quién vivía en la parte baja de la vivienda— y lo tratado allí se hizo de conocimiento público tan rápido como la mañana del día siguiente. Asimismo, enviaron a Matías

13 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 196.14 Thomas Madiou, Histoire D´Haití de 1843 a 1846, Port-au-Prince,

Editions Henri Deschamps, 1991, Tomo VIII, pp. 93-94.15 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 196.

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Ramón Mella al Cibao a tratar de lograr el apoyo de personas de Cotuí y Santiago, más allá de los previamente comprome-tidos, y acelerar el pronunciamiento. En el este, recibieron el respaldo de Juan Esteban Aybar, quien tenía influencia en la región, específicamente en los alrededores del río Soco, además del apoyo de los hermanos Pedro y Ramón Santana.

Aun cuando la causa nacional era un objetivo desde 1838 entre los seguidores de Duarte, comenzando a concretarse des-de finales del 1842, como señalamos, la búsqueda de apoyo para el movimiento independentista en esta etapa fue tardía, precipitada ante la presencia del ejército haitiano que ya se movía sobre los pueblos del Cibao y tomaba prisioneros a los delatados como complotados.16 Mella fue arrestado en Cotuí, sin que lograra resultados en su misión.

Ante las noticias del ejército haitiano en marcha, rápida-mente los independentistas encabezados por Duarte trataron de aunar apoyo y enfrentarlos. A esos fines se realizó una reunión en casa de su tío José Diez entre él, varios de sus seguidores, algunos comprometidos y otros que pertenecían a los círculos económicamente hegemónicos, a quienes, según García, «(...) desarrolló el plan que tenía entre manos, indicó los medios con que contaba para realizarlo (...)».17 Pero no obstante su explicación y la acogida de varios de los presentes, otros lo re-chazaron —como Juan Esteban Aybar y Pedro Santana—,18 sin que llegaran a acuerdos. Con el grupo de seguidores reducido, sin apoyo ni recursos y el ejército haitiano tomando acciones en el Cibao, se desvaneció la proclama independentista que se buscaba realizar en julio de 1843.

16 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, pp. 202-204.17 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 201.18 Cassá, Antes y Después del 27 de Febrero, p. 134.

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Con la llegada de Hérard a Santo Domingo se frustraron momentaneamente los planes de Duarte; y tanto él, como Pe-dro Alejandrino Pina y Juan Isidro Pérez, optaron por ocultarse primero, y luego por salir del país. Veintidós días permanecie-ron de casa en casa sin ser localizados, apoyados, no solo por sus familiares, a quienes con frecuencia les allanaron sus vi-viendas, sino por varias personas de la ciudad.19 Finalmente, se embarcaron el 2 de agosto rumbo a Venezuela como destino final. El hecho de Duarte, Pina y Pérez lograran esconderse sin ser localizados en una ciudad como lo era Santo Domingo, que según un censo levantado en 1842 tenía 300 casas y 6,000 ha-bitantes,20 denota no solo su arraigo y sus relaciones sociales, sino su posicionamiento político y el impacto que había alcan-zado la causa de la independencia.

La fragmentación y los intereses de partido fueron cruciales en esta etapa. La debilidad económica, la poca influencia social de los independentistas frente a los grupos separatistas que pro-pugnaban un protectorado y la resistencia de Duarte a no ceder ante ellos, culminaron impidiendo que se concretaran los pla-nes. En el trasfondo de las disidencias subyacía la ruptura que impulsaban los jóvenes con el modelo y la forma de gobier-no hasta entonces imperante, que habían ejercido varios de los hombres de influencia; asimismo, todo indica que tales sectores, con mayor poder, podían desviar los objetivos de los indpendentistas y lograr imponer el protectorado.

19 Incháustegui, et al. Vetilio Alfau Durán en Listín Diario, pp. 156-157. Madiou, Histoire D´Haití de 1843 a 1846, p. 96. García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 215.

20 Roberto Marte,.Estadísticas y documentos históricos sobre Santo Domingo (1805-1890). Santo Domingo, Museo Nacional de Historia y Geografía, 1984, p. 87.

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Los seis meses transcurridos entre enero y julio de 1843 fueron intensos y dramáticos para los independentistas. Si bien no lograron proclamar la independencia, enraizaron la idea en la conciencia de hombres y mujeres de la nación.21 Asimismo, se posicionaron en las miras de la política del país como impul-sores del nacionalismo y los intereses colectivos. De allí que, si bien la llegada de Hérard desarticuló la dirección del movimien-to y afectó los planes,22 no los detuvo y la ausencia de Duarte no se convirtió en un obstáculo para su posterior desarrollo. En los meses siguientes, los grupos y partidos que propugnaban por la separación se acrecentaron y fortalecieron; uno de ellos, de los de mayor influencia y cohesión, estaba encabezado por Buenaventura Báez, quien, conjuntamente con algunos diputa-dos de la parte este,23 en diciembre de 1843 parlamentaron con el cónsul general francés en Haití, Andrés Nicolás Levasseur, e idearon un proyecto para proclamar la separación bajo el pro-tectorado de Francia a cambio de la enajenación de la península de Samaná.24

21 Sobre las ideas de Duarte, ver Raymundo Manuel González de Peña. «Notas sobre las concepciones populistas-liberales de Duarte y la Independencia Dominicana», Clío, año 77, enero-junio de 2008, No. 175, pp. 151-166.

22 Américo Lugo escribió: «[…] la venida de Riviere lo descompuso todo», en alusión a los efectos inmediatos de la incursión con su ejército en Santo Domingo. Vetilio Alfau Durán en Listín Diario. Incháustegui, et al. Vetilio Alfau Durán en Listín Diario, p. 523.

23 Además de Báez, los demás proponentes de proyecto eran Francisco Javier Abreu, Remigio del Castillo, Juan Nepomuceno Tejera, Manuel María Valencia, Pbro. José Santiago Díaz de Peña y M. A. Rojas.

24 Sobre el plan Levasseur, ver Incháustegui, et al. Vetilio Alfau Durán en Listín Diario, pp. 547-560.

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La independencia: avatares de su organización, proclama y materialización

Aún con tantas vicisitudes, las gestiones por la indepen-dencia continuaron, dirigidas por Francisco Sánchez,25 unido, al decir de García, a Vicente Celestino Duarte, Manuel Jiménez y José Joaquín Puello.26 Sin embargo, el movimiento no avan-zó en unificar a los diferentes sectores de la vida nacional ni tampoco en obtener los recursos suficientes para llevar a cabo la empresa. En carta del 15 de noviembre de 1843, enviada a Duarte por Sánchez y Vicente Celestino en manos de Buena-ventura Freites, le expresaron:

Después de tu salida, todas las circunstancias han sido favorables, de modo que solo nos ha faltado combinación para haber dado el golpe. A esta fecha los negocios están en el mismo estado en que tú los dejaste; por lo que te pedimos, así sea a costa de una estrella del cielo, los efectos siguien-tes: dos mil, mil, o quinientos fusiles, á lo menos; cuatro mil cartuchos, dos o tres quintales de pólvora, quinientas lanzas, ó las que puedas conseguir.27

Aunque contradictoria, pues la carta no explica la favo-rabilidad de las circunstancias ante el cuadro descrito, es un indicativo de la situación reinante. Le concluyen los emisores: «(...) lo esencial es un auxilio por pequeño que sea, pues este es

25 Félix María del Monte. «Carta», El Teléfono, núm. 309, 27 de febrero de 1899. Citado por Vetilio Alfau Durán, Incháustegui, et al. Vetilio Alfau Durán en Listín Diario, p. 522.

26 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 214.27 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 216.

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el dictamen de la mayor parte de los encabezados (...)».28 En esta misiva se recomendaba el 9 de diciembre como fecha máxima para el arribo de Duarte, y señalaron el puerto de Guayacanes como el lugar más idóneo para el desembarco, en razón de su cercanía con Santo Domingo y su proximidad con San José de los Llanos, lugar de residencia de Juan Ramírez, quien había dado su apoyo y logrado la adhesión de las gentes de aquellos sitios. Pero Duarte no arribó, dejando a los independentistas en expectativas y sin las seguridades de la concreción del pro-yecto. Por entonces Mella se había disgustado con Sánchez y Vicente Celestino Duarte por razones que, hasta ahora, no están claras.29

Con la llegada de Mella desde Puerto Príncipe el movi-miento tomó nuevos matices. Este se enrumbó por el camino de la unidad de todos los partidos y personas que quisiesen sumar-se a la causa, tras la búsqueda del aporte económico que podían realizar y la influencia social que ejercían otros sectores, aún ante las dispares posiciones en torno al proyecto independentis-ta y los riesgos que conllevaba su participación, principalmente ante su inclinación a un protectorado y el aglutinamiento que podían hacer de los hombres con alguna influencia en el país o en los pueblos.

La actuación de Mella no fue casual. Este era conciliador y poseía «(...) finas dotes diplomáticas (...)»30 y de convenci-miento, demostrados en varios momentos: ante la falta de éxito de Juan Nepomuceno Ravelo en concertar alianzas con los reformistas en sus objetivos para derrocar a Boyer, él fue el

28 Ibidem.29 Vetilio Alfau Durán en Clío. Santo Domingo, Editora Corripio,

Publicaciones del Sesquicentenario de la Independencia, Vol. II, p. 240. 30 Juan Daniel Balcácer. Pensamiento y acción de los padres de la patria.

Santo Domingo, Editora Corripio, 1995, p. 39.

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comisionado por Duarte para tales propósitos y cumplió su mi-sión. Asimismo, fue enviado al Cibao a mediados de 1843, tras la búsqueda de apoyo de los hombres y mujeres de allí para la causa de la independencia. Posteriormente, en los aprestos de la defensa de la patria, por comisión de la Junta, se encargó de unificar a los cibaeños y fue personalmente a San José de las Matas a realizar reclutamientos.

Fue bajo el concierto con Mella que Tomás Bobadilla Brio-nes, persona de larga trayectoria en la vida pública (entre 1811 y 1821 trabajó en la administración española, lo propio durante la independencia proclamada por José Núñez de Cáceres en este último año, y luego durante el gobierno haitiano), pasó a for-mar parte del movimiento. Este, quien ejercía influencias, logró nuevos adeptos y la aceptación e inclusion de indiferentes al mo-vimiento.31 A partir de allí se realizó una alineación de intereses entre los independentistas y los que propugnaban la separación bajo un protectorado, sea con Francia, Colombia u otro Estado.

Mientras se concretaban las diligencias de Mella, Sánchez continuaba con sus planes y, según Cassá:, «Ante la falta de certeza sobre el propósito expedicionario, todavía en diciem-bre Sánchez intentó que se produjese un levantamiento sin la coordinación con conservadores y al margen de que Duarte se apersonase con las esperadas armas. El intento no se pudo con-cretar principalmente por falta de armamentos y la presencia de tropas haitianas (...)»,32 por lo que dejó de lado sus objetivos y terminó por unirse a Mella e impulsar, en conjunto, la causa nacional.

La inserción de sectores económicamente hegemónicos vino a diversificar la participación, al unirse a los afectados o desplazados por el gobierno de Hérard en lo personal, en sus

31 Vetilio Alfau Durán en Clío, p. 246.32 Cassá, Antes y Después del 27 de Febrero, p. 169.

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empleos y en sus actividades comerciales, los que desde hacía algún tiempo habían mostrado su apoyo a la causa, tal como ocurrió con Puello, como señalamos y, según García, con «(...) los jóvenes militares eliminados del servicio, jóvenes de espe-ranzas en su mayor parte, que no habían hecho otra cosa sino cumplir con su deber de soldados (...)».33

Aunque ya habían circulado algunos escritos separatis-tas,34 tras la unidad de los partidos se agitaron los ánimos y se propusieron dictar un manifiesto que expresara las causas de la separación y la organización primaria del nuevo Estado. Los avatares de su redacción y discusión no han llegado hasta nosotros, pero definitivamente no se trató de las ideas de una persona, sino del acuerdo de los diferentes grupos, tal como lo analizó Cassá,35 con un carácter mayoritario de las concepcio-nes de los duartistas. Este se firmó el 16 de enero de 1844.

El «Manifiesto de los habitantes de la parte Este de la isla, antes Española o de Santo Domingo, sobre las causas de su separación de la República Haitiana», que daba cuenta de las causas por las que los dominicanos proclamaban su indepen-dencia de Haití, al decir de Cassá, «(...) selló un concierto de miras de aplicación inmediata, en torno a que la República Do-minicana iba a ser un Estado soberano sin mediatizaciones y basado en postulados liberales»,36 y no solo constituyó el do-cumento oficial en que se sustentaría el nuevo Estado, sino la concreción documentada de la unidad de los grupos en torno al objetivo común: la independencia. Bajo estas premisas, el manifiesto serviría para mostrar la alianza de los diferentes

33 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 191.34 Vetilio Alfau Durán, «Apuntaciones en Torno al 27 de Febrero de

1844», en Vetilio Alfau Durán en Clío, pp. 229-253.35 Cassá, Antes y Después del 27 de Febrero, pp. 167-186.36 Cassá, Antes y Después del 27 de Febrero, p. 174.

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sectores a aquellos que previamente se habían comprometido con la causa en algunos pueblos y a sus personas principales: militares, jefes de secciones, comerciantes y a todos los que quisieran ser parte de ello, exponiendo así la robustes del mo-vimiento. Vino a despejar las dudas, los temores y a incentivar la confianza y seguridad en torno al proyecto independentista. Tras él se aupó el aporte de recursos económicos, pertrechos militares o el reclutamiento de hombres que pudiesen participar en la guerra.

Firmado el manifiesto, lo remitieron a hombres de cada re-gión que se habían comprometido con la causa, para que estos, a su vez, procedieran a divulgarlo. Se hicieron varias copias,37 entregándolas a tres emisarios: Juan Contreras, Gavino Puello y Juan Evangelista Jiménez. Madiou expresa que: «Juan Con-treras estuvo encargado de llevarle una a Pedro Santana al hato del Prado; las otras fueron confiadas a Gravino Puello (sic) para ser enviadas a Azua, a San Juan y a Las Matas; una fue recibida personalmente por Pimentel (Francisco, W. F.)»; este último, según Madiou, «(...) era el jefe de los conjurados de estas dos últimas localidades (...)»,38 una tercera la llevó Juan Evangelis-ta Jiménez al Cibao.39

37 García realiza una descripción confusa de estos hechos. Su relato inicia señalando la unión a que llevaron los diferentes partidos, dentro de los cuales estaba Bobadilla; continúa con la necesidad de dictado de un manifiesto de agravios, explica cómo se llevó a cabo su propaganda y sitúa uno de sus efectos en la celebración de una misa en Santo Cerro, en las fiestas de Las Mercedes (García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 215). A partir de ello se puede interpretar que se trató de un manifiesto dictado en septiembre, tal como fue asumido por Vetilio Alfau Durán. En las páginas siguientes no realiza ninguna referencia al manifiesto del 16 de enero ni a ningún otro.

38 Madiou, Histoire D´Haití de 1843 a 1846, p. 219.39 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 215.

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Ardua tarea resultó ser el encargo de Gabino Puello.40 Se-gún Madiou:41

(...) antes que Gravino Puello (sic) llegara a Azua se sabía ya que él estaba en camino portando el manifies-to. Buenaventura Báez, el ex constituyente que deseaba que la parte Este se separara de Haití para convertirse en colonia francesa, notificó a Don Mariano Mendoza, comandante de la plaza, para que hiciera patrullar los al-rededores de la ciudad a fin de apresar a Gravino Puello. La acción de Báez fue inmediatamente conocida de los partidarios de la separación. Ellos decidieron que el ciu-dadano Valentín Alcántara, que era uno de los suyos, iría al encuentro de Puello, a la entrada de Azua, y tomaría de este el manifiesto que le llevaría a Pimentel, lo que tuvo lugar. Puello se devolvió y llegó a Sabana Buey donde él vio a Don Mariano Chavarrio, uno de los conjurados, que le dio un caballo fresco. Él tomo la ruta de Baní, y cuando él llego al lugar llamado hato del Llano se encontró con Don Miguel Lavastida que estaba también en el complot. Don Miguel le pidió no entrar en Baní porque el coman-dante de la plaza Juan Esteban Ceara había recibido la orden de arrestarlo. Don Juan reemplazaba al titular, el ciudadano Valerie, en permiso en Bánica. Puello evitó el

40 La versión de García sobre estos hechos es menos dramática y detallista. Sostiene que «Gabino Puello, que con el pretesto (sic) de ir á tocar, como músico, á las fiestas de los pueblos, los visitaba con el manifiesto en el bolsillo, corrió en Baní y Azua inmensos riesgos, que dió por bien empleados en cambio de buena semilla que dejaba sembrada». García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 215.

41 Debo esta traducción a la gentileza de la maestra Diana Contreras.

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pueblo por un camino del lado y llegó a Santo Domingo, el sábado 24 de enero al medio día. Él entró aquí no por la puerta del conde, sino solo por la puerta del río o mari-na y llegó donde su hermano Eusebio que vivía en Santa Barbara.42

Aunque Gabino Puello debía entregar el Manifiesto a Francisco Pimentel, el encuentro no pudo materializarse, sino que le fue remitido con Alcántara, quien procedió a su vez a entregralo al primero en Las Matas y comenzaron a realizar las divulgaciones de lugar. Pero las propagandas en San Juan y Las Matas no lograron el efecto deseado ni propiciaron que se llegara a acuerdos concretos con hombres de influencia ha-bitantes de estos pueblos. Tampoco conquistaron en favor de la causa a los cuerpos de la guardia nacional apostadas en estas comunes.

Todo indica que el Manifiesto no se dio a conocer en Neiba. Hasta ahora no tenemos noticias de que llegara allí ni referencias de la existencia de algún comprometido entre las personas de este pueblo ni de Barahona, Rincón,43 Fundación, Petit Trou,44 Otra Banda, Las Damas, Peñón y otros, o de que tuviesen conocimiento del desarrollo del movimiento. No obs-tante, en los primeros días de marzo, Fernando Tavera entró en

42 Madiou, Histoire D´Haití de 1843 a 1846, pp. 96-97. Sobre este tema ver Emilio Rodríguez Demorizi. Documentos para la historia de la República Dominicana. Sucesos políticos de 1838-1945, Vol. II, Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 1947, pp. 12-40.

43 Actualmente Cabral. Cambiado el nombre mediante el decreto 3988, del 4 de mayo de 1900.

44 Actualmente Enriquillo. Cambiado el nombre mediante el decreto 2205, del 1 de abril de 1884.

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contacto con algunas autoridades, adhiriéndose a la causa el alcalde de la común.45

Con excepción de la mayoría de los pueblos del sur más allá de Azua, se había llevado a cabo una activa propaganda y producido la adhesión casi generalizada por parte hombres de influencia en los demás comunes del país, dando visos de que todo estaba preparado para la proclamación de la independen-cia. Sin embargo, la presencia de los regimientos 12 y 28 en Santo Domingo, integrados por soldados nacidos en el oeste, implicaba una oposición militar que podía dificultar la ejecu-ción de la proclama, lo que retrasó los planes. El panorama cambió al producirse su traslado hacia su lugar de origen y la llegada de los regimientos 31 y 32 a Santo Domingo el 30 de enero de 1844. Estos últimos cuerpos militares estaban integra-dos por jóvenes dominicanos, quienes habían sido ganados a la causa por Puello, como señalamos. El envío de estos regimien-tos a Santo Domingo no fue casual, sino que respondió a las noticias que había recibido Hérard, vía una correspondencia,46 de que la situación había mejorado.47

Ante lo favorable de las circunstancias y la unidad de los diferentes sectores, se fijó para marzo la proclama de la inde-pendencia. Sin embargo, ante el conocimiento de que el partido pro francés procuraba dar el golpe el 25 de abril, se tuvo que adelantar la fecha, aun con las dificultades que podían enfrentar.

45 Dorveles Dorval. Campaña del Este en 1844, Port-au-Prince, Imp. De Jh. Courtois, 1862. En Emilio Rodríguez Demorizi. Guerra Dominico-Haitiana. Santo Domingo, Academia Militar Batalla de Las Carreras, 1957, p. 380.

46 Esta correspondencia, a todas luces pudo ser engañosa, dirigida a dar seguridades a Hérard y facilitar el regreso de los militares. Conocer, por lo menos, su autor, daría visos de sus objetivos.

47 Madiou, Histoire D´Haití de 1843 a 1846, p. 96.

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Acordaron proclamar la República el 20 de febrero, pospues-ta luego para el 27,48 lo que trajo consigo los avatares propios de las previsiones en mucho menor tiempo: lograr el acopio de las armas e implementos de guerra, reclutar los hombres para la defensa y obtener recursos económicos. Si bien existía plena conciencia de la precariedad, lanzarse a la lucha implicaba no solo la confianza en el apoyo de los comprometidos, sino de rea-les posibilidades de que se obtendrían. En tales circunstancias se aceleraron los preparativos, que incluyeron la participación de muchas familias de los involucrados directamente con la causa.

Mientras los planes independentistas se concretaban, en Cuarazao, Duarte, aun sin conocer el rumbo de los acontecimien-tos que se desarrollaron a partir de enero de 1844, continuaba realizando diligencias para obtener recursos para la causa. Este, a partir de las cartas que le fueron remitidas por Sánchez y su her-mano Vicente, conocía que sus seguidores continuaban con los planes independentistas. Fue bajo esta premisa y tras la obtención de algún capital, que el 4 de febrero de este último año escribió a su familia, instándolos a que «(...) de mancomún conmigo y nuestro hermano Vicente ofrendemos en aras de la patria lo que a costa del amor y trabajo de nuestro padre hemos heredado».49 Esta carta, según García, «(...) hizo ruido entre los demás adep-tos de la causa nacional, quienes imitaron tan singular ejemplo contribuyendo cada uno, según sus fuerzas, para la compra de pólvora y plomo, reunión de armas y confección de cartuchos».50

Tal y como se había acordado, la independencia fue proclamada el 27 de febrero, con una adhesión casi colecti-va de los habitantes de Santo Domingo, que permitió a los

48 Frank Moya Pons. Manual de Historia Dominicana. Santo Domingo, Ediciones Librería La Trinitaria, 15a edición, 2013, pp. 270-271.

49 Moya Pons. Manual de Historia Dominicana, p. 68. 50 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 217.

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independentistas tomar los puntos importantes de la ciudad sin perturbaciones.

La defensa de la independencia: la movilización de hombres y mujeres por la causa nacional

La movilización de hombres y mujeres inició días antes del 27 de febrero. En las horas siguientes a la proclamación de la independencia, desde Pajarito51 y San Carlos llegaron hombres a Santo Domingo, robusteciendo inmediatamente las posiciones que habían asumido los independentistas en los diferentes puntos de defensa de la ciudad. En la mañana del 28 arribaron otros grupos procedentes de Haina, al mando de Baltazar Álvarez.

El día 26 había salido Pedro Santana desde El Seibo rumbo a Santo Domingo al frente de unos 400 hombres de esa común, quienes, según Eustache Juchereau de Saint Denys, cónsul de Francia, eran «(...) reconocidos en la isla por su coraje teme-rario y a veces feroz, por su agilidad y sobre todo su destreza en el manejo del caballo y la lanza. (...) Ellos pueden, según se dice, formar una caballería ligera excelente».52 Madiou los describió como «(...) valientes fuertes vigorosos (...)».53

51 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 221. Pajarito, hoy Villa Duarte. Se le cambió el nombre por la Ley 2892, del 28 de mayo de 1890.

52 Carta de Saint Denys a Guizot, del 13 de marzo de 1844. En Emilio Rodríguez Demorizi. Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, Santo Domingo, 1996, p. 68. Traducción de Mu-Kien Adriana Sang. Colección del Sesquicentenario de la Independencia Nacional, vol. XI.

53 Madiou, Histoire D´Haití de 1843 a 1846, p. 116.

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Asimismo, llegaron hombres desde Baní,54 de Los Llanos y otras comarcas y el día 1 de marzo hizo su entrada un escuadrón de caballería desde San Cristóbal, comandado por Esteban Ro-ca.55 En este último pueblo, Roca había reunido personas que, sumadas, constituyeron dos batallones de infantería.56 Por igual, desde Hincha, Pedro Florentino movilizó doscientos hombres rumbo a Azua, lugar elegido para sostener la defensa.57

Muchos de los que marcharon a la lucha eran campesinos, monteros y hateros sin experiencia ni participación previa en conflagraciones bélicas, pero no exentos de conocimientos de tácticas de guerra, puesto que desde 1822, Boyer estableció la misma Constitución y leyes que regían en Haití para todo el territorio,58 que disponían la obligatoriedad de que los hombres, entre dieciséis y sesenta años, debían formar parte de las guar-dias nacionales que operaban en las comunes, los que realizaban ejercicios militares regulares y prácticas en el manejo de armas.59 Estas condiciones, ciertamente, dan un cuadro menos sombrío y lúgubre que el que pudiese considerarse, pues, aunque sin ar-mas, eran hombres que mínimamente conocían las cuestiones

54 Madiou, Histoire D´Haití de 1843 a 1846, p. 69.55 Declaraciones de Esteban Roca, en Emilio Rodríguez Demorizi.

Hojas de servicio del ejército dominicano, Santo Domingo, Editora del Caribe, 1968, vol. I, p. 318.

56 Ibidem.57 Declaraciones de Pedro Florentino, en Rodríguez Demorizi, Hojas de

servicio del ejército dominicano, vol. I, p. 136.58 Wenceslao Vega Boyrie. «Contornos iniciales del estado dominicano»,

en Historia General del Pueblo Dominicano, tomo III, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2019, p. 255.

59 Radamés Hungría Morell. Calendas Históricas y Militares Dominicanas. Santo Domingo, Museo Nacional de Historia y Geografía, p. 21. García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, pp. 97 y 107.

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militares, en condiciones de igualdad con los haitianos llamados a la guerra, que no formaban parte del ejército regular. Con todo, la independencia, en sí misma, fue una auténtica revolución de monteros, hateros y agricultores que vivían de sus actividades labrantías y de la caza, que se adhirieron tras aquel que los dirigía y quien ejercía influencia y representación.

Toda la precipitada organización, la propaganda y las expectativas de la independencia finalmente y contra todo pro-nóstico,60 comenzaron a dar sus frutos. Saint Denys expresó:

Los principios largos y generosos adoptados y desa-rrollados en el programa de la Junta, han tenido eco en las ciudades y comunidades del interior. Numerosas adhesiones llegan cada día a la Junta; los hombres disponibles siguen de cerca estas adhesiones y se aglutinan alrededor de la in-dependencia. La guardia nacional se organiza, se dice, sobre diversos puntos, las adhesiones parciales que se producen a cada instante a las órdenes de la Junta, se componen de hombres resueltos, vigorosos y plenos de entusiasmo (...).61

Tras enterarse de que el día 4 de marzo Hérard inició los preparativos para marchar hacia el este, la Junta dispuso la defensa, al decir de García, «(...) poniendo en marcha los

60 Ver Carta del vicecónsul Thompson a Lord Aberdeen. Puerto Republicano, agosto 22 de 1844. En Emilio Rodríguez Demorizi. Documentos para la historia de la República Dominicana, volumen III. Ciudad Trujillo, Archivo General de la Nación, 1959, pp. 63-64, en la que indica una serie de situaciones que consideba determinantes para que el país, sin cierto apoyo, no alcanzara su independencia.

61 Carta de Saint Denys a Guizot, del 6 de marzo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, p. 39.

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remanentes de los regimientos 31 y 32, á cargo de los corone-les Manuel Mora y Feliciano Martínez, dando órdenes á los cuerpos de guardia nacional de Baní y San Cristóbal para se reunieran con aquellos en Azua, como el lugar más a propósi-to para establecer el cuartel general de las tropas que habían de formar el cordón del sud (...)»,62 quienes salieron por mar hacia esa villa. Los soldados de estos regimientos estaban ar-mados, pues habían conservado sus fusiles y otros pertrechos militares.

La tropa apostada en Santo Domingo marchó al sur y cru-zó el río Haina, dejando destruida la barca utilizada en aquel paso,63 para encontrarse con los demás cuerpos en Azua. En el norte se produjo la concentración en Santiago, como lugar considerado más idóneo para la defensa. Este ejército no solo contaba con hombres, sino también con mujeres que se inte-graron. Dorveles Dorval informaba que en sus incursiones por El Maniel «(...) en las trincheras había muchas mujeres que in-sultaban a nuestros guerreros y les arrojaban piedras»64 y es bastante conocida la actuación de Juana de la Merced Trinidad (Juana Saltitopa) durante la batalla de Santiago, quien, al decir de Edwin Espinal Hernández, no necesariamente bajaba a bus-car agua al río Yaque en el fragor la batalla, como plantea la tradición, sino que

62 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 232.63 Ayuntamiento de Santo Domingo, sesión del 9 de marzo de 1944.

AGN, Libro copiador de actas de sesiones del ayuntamiento de Santo Domingo, 1843-1844, libro 3144, 4/005361. Por la destrucción de la barca, el ayuntamiento optó por rescindir el contrato de arrendamiento, designando un administrador al efecto después de su reparación, la que se comprometió la Junta en realizar.

64 Dorveles Dorval, «Campaña del Este en 1844», en Rodríguez Demorizi, Guerra Dominico-Haitiana (1957), p. 383.

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(...) si Imbert asumió la organización de la defensa de la ciudad el 27 de marzo de 1844, hay que concluir que la búsqueda de agua fue una de las primeras y más im-portantes tareas que ordenaría emprender y que la misma se encomendaría a Juana Saltitopa y sus compañeras. El vital e imprescindible líquido se recolectaría en Nibaje o en otros de los lugares antes citados y se almacenaría en la debida antelación en las posiciones defensivas dominica-nas, donde se dedicaría a «apagar la sed» de los cañones.65

Establecida la dirección del nuevo Estado, a la par de la organización de la defensa, la Junta envió comisionados a los pueblos tras su pronunciamiento oficial, para lograr la adhe-sión de sus habitantes y la búsqueda de apoyo económico y de armas. Fue así como Francisco Soñé, Valentín Alcántara y Antonio Duvergé pronunciaron Azua, después de lograr que Báez se plegara a la causa; lo propio realizaron Pedro Ramón de Mena y Leandro Acosta en Cotuí y La Vega; José María Imbert en Moca y Manuel Castillo Álvarez en San Francisco de Macorís, a los que se unieron personas de Santiago y Puerto Plata después de salvar algunas oposiciones.66

Hombres de los pueblos del norte se movilizaron y procu-raron la adhesión colectiva. En carta del 21 de marzo enviada por Mella, delegado de la Junta en el Cibao, a la municipalidad de San José de las Matas, les expresó: «Procuren Uds. Atraer a nuestro partido al mencionado Tapia y a los suyo y si resiste persíganlo con la fuerza», pues tal acción, según expresó: «(...)

65 Edwin Espinal Hernández. «De agua y cañones el 30 de marzo de 1844», Diario Libre, 30 de marzo de 2012. Recuperado de: https://www.diariolibre.com/opinion/de-agua-y-caones-el-30-de-marzo-de-1844-CIDL330323.

66 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, pp. 227-230.

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conviene a nuestra seguridad y tranquilidad». En la misma co-municación les exhortó: «Pongan los medios para reunir gente, tenerla en orden y despacharla al ejército que está a las órdenes del General Tito67 y Gómez, Coronel de la Plaza de Santiago». Arengó, finalmente: «Es pues, preciso que todos los ciudada-nos pongan de su parte para defender nuestra causa».68

En definitiva, hombres y mujeres de todas las regiones del país se integraron a la lucha. Los que pertenecían a las guardias nacionales, como ocurrió con los de Neiba, San Cristóbal, El Seibo, Santiago, Baní, Hincha y otras comunidades formaron el ejército dominicano, incorporándose muchos que no formaron parte de ellas. Dada su condición de hateros, monteros y labra-dores, la marcha era de hombres descalzos, con ropas raídas o el torso desnudo.

Disidencias internas: dificultades en el reclutamiento; oposición en Monte Grande y de los hombres del sur

Aunque las movilizaciones fueron colectivas, la integra-ción de los hombres a la lucha no estuvo exenta de dificultades.Los que procedían de Santo Domingo, como señaló Saint Den-ys, estaban «plenos de entusiasmo»;69 y los que marcharon

67 Se refiere a Francisco Antonio Salcedo (Tito). 68 Comunicación del general Ramón Mella a la municipalidad de San

José de Las Matas, 21 de marzo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra Dominico-Haitiana (1974), p. 77.

69 Ese ímpetu inicial, ese entusiasmo, que motivó a ir a la guerra sin armas de fuego, no necesariamente se mantuvo durante los doce años de la conflagración bélica con Haití. Paradójicamente, es un contraste lo ocurrido en 1855. En ese año, ante el llamado a las armas para la defensa frente a la invasión haitiana, el jefe político de El Seibo no hizo marchar a todos los hombres que integraban la guardia cívica

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en otros sitios se adhirieron voluntariamente siguiendo a sus líderes locales, pero otros fueron reclutados y se recurrió a las dádivas para lograr que se integraran y permanecieran en las filas del ejército. Plantea Wenceslao Vega: «Había todavía es-cepticismo y temor y no fueron pocos los casos de deserción y titubeo entre los recién reclutados. Los generales tuvieron que usar mano fuerte por un lado y arengas patrióticas por el otro para que no se desbandara la tropa».70 También les daban «romo» para mantenerlos animados.71

En el decurso de los primeros días del proceso, se presenta-ron serias dificultades. Mientras hombres y mujeres de la región este y del norte del nuevo Estado se movilizaban, los habitantes de Monte Grande iniciaron una abierta oposición. En la mis-ma noche del 27 de febrero, Etienne Desgrotte les comunicó que «(...) los conjurados de la puerta del Conde pensaban res-tablecer la esclavitud»,72 lo que les afectaba directamente, pues

por falta de fusiles, a lo que le expresó el Ministro: «Si los fusiles que quedaron en el depósito del arsenal no son suficientes para armar la guardia cívica esto no impide de hacerla más marchar toda para esta capital según se ha ordenado y en este caso la armará con lanzas que es buena arma para lo que es pelear con nuestros enemigos» (Oficio número 564, del ministro de Guerra y Marina al Jefe Político de El Seibo, del 11 de diciembre de 1855. AGN, Secretaría de Estado de Guerra y Marina, Copiador de Oficios y correspondencias, 1854-01-01 / 1855-12-31, Lib. 804613, 1.06 // ib-4). Finalmente, los seibanos cedieron y quinientos de ellos desembarcaron en Barahona, al mando del coronel Eugenio Miches.

70 Vega, «Contornos iniciales del estado dominicano», p. 254.71 Vega, «Contornos iniciales del estado dominicano», p. 255. Citando

a Emilio Rodríguez Demorizi, Guerra Dominico-Haitiana. Ciudad Trujillo, Academia Militar Batalla de Las Carreras, 1957, pp. 84-85.

72 Vetilio Alfau Durán. «El Suceso de Monte Grande», Clío, año XLIV, núm. 132, p. 54. Citando a Dr. Alcides García Lluberes, Duarte y otros temas, p. 19.

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varios de ellos habían sido esclavos o eran sus descendientes, de allí que no podían consentir con un nuevo Estado que les regresase a aquel flagelo. Los relatos alrededor de estos acon-tecimientos y de cómo se logró su apaciguamiento y adhesión son diversos y contradictorios,73 pero a causa de esta oposi-ción la Junta Central Gubernativa se vio compelida a dictar un decreto el 1 de marzo de 1844, que declaraba desaparecida la esclavitud en territorio dominicano.

No fue para menos esta disposición, pues las propagandas tocaban a otras partes del país como San Cristóbal, habitada por hombres y mujeres que, también, habían padecido la esclavitud y allí vivían junto a sus descendientes. De hecho, Hérard tenía confianza en la adhesión de estos últimos. Según Madiou, este creía «(...) que podían contar sobre todo, con los habitantes de San Cristóbal, la única ciudad del departamento del Ozama, donde la población, descendiente de antiguos esclavos afri-canos, eran negros en su mayoría».74 Con los pobladores de Monte Grande ya adheridos a la causa se formó el Batallón Africano, dirigido por Santiago Basora, preferido por Santana en varios momentos, como en mayo de 1844, cuando los haitia-nos, después de su retirada, se reorganizaban para atacar a Las Matas y San Juan.75

A diferencia del este y del norte, donde las disidencias co-lectivas no ocurrieron, hombres de varios pueblos del suroeste se opusieron abiertamente a la independencia. Como señala-mos, la propaganda del manifiesto no logró llegar a algunos

73 Sobre estos sucesos ver García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 221. Madiou, Histoire D´Haití de 1843 a 1846, p. 115.

74 Madiou, Histoire D´Haití de 1843 a 1846, p. 121.75 Comunicación del general Santana a don Tomás Bobadilla, 18 de

mayo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra Dominico-Haitiana (1944) p. 130.

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pueblos ni calar entre muchos de los habitantes de la región que se enteraron de su contenido, por lo no se alcanzó la adhesión ni arribar a acuerdos con sus dirigentes principales ni con los que formaban parte de los cuerpos militares de varias poblaciones, de allí que el proyecto independentista no tuvo la aceptación ni el apoyo deseado. Según García, desde Bani salió Luis Álvarez «(...) con el propósito de apoyar a los separatistas en Azua y llevar la revolución á los pueblos limítrofes, no pudiendo pasar de San Juan, que tuvieron que abandonar á los tres días, no solo por falta de fuerzas con que esperar al enemigo, si también por desconfianza de los vecinos del lugar, que no tenían fe en el triunfo y estaban todavía muy acobardados».76 De hecho, en los primeros días de marzo, la guardia nacional de Las Matas y la de San Juan dieron su apoyo a los haitianos e hicieron prisio-neros a varios cabecillas dominicanos, entre ellos a Francisco Pimentel, quien encabezaba la revolución independentista en la zona.77

Fue en estas circunstancias que Hérard incorporó a las filas del ejército haitiano a dominicanos habitantes de los pueblos que encontró a lo largo de su tránsito,78 como San Juan y Las Matas, que muchos desertaron y huyeron a los montes, aunque otros permanecieron en él. De tales situaciones se quejó Pe-dro Santana en comunicación a la Junta, en la que les expresó: «estoy asegurado de que en las fuerzas que los siguen (a los haitianos) hay una multitud de españoles, (es decir dominica-nos); y posesionados ellos de seis pueblos españoles, nos harán

76 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 227.77 Carta de Charles Herard al Cónsul Usshes. Merebalais, 11 de marzo

de 1844, en Emilio Rodríguez Demorizi. Documentos para la historia de la República Dominicana, volumen III, pp. 33-37.

78 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 233.

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la guerra con los nuestros y a nuestras espensas (sic), en tanto que «nosotros nos arruinamos».79

En el pueblo de Neiba, a diferencia de San Juan y Las Ma-tas, como hemos señalado, Fernando Tavera logró el respaldo del alcalde y también de la guardia nacional completa80 con to-das sus armas y cartuchos, además de hombres de comunidades cercanas. Dorveles Dorval narra estos acontecimientos:

Las guardias nacionales y las tropas habían sido ya convocadas por la municipalidad de Neiba. Pero las orde-nes no han sido ejecutadas, el alcalde y la mayor parte de sus adláteres han traicionado la causa del gobierno pasán-dose al enemigo. Personalmente he convocado de nuevo a estos diversos organismos; no han respondido a mi lla-mamiento. La traición ha surgido en todos los rangos; y, a pesar del juramento de fidelidad prestado al Gobierno, a pesar de los esfuerzos que podido desplegar, a pesar de la severidad de mis ordenes, he sido completamente abando-nado por mis gentes (...).81

Ocupada Neiba por Auguste Brouard, Tavera desplegó espías sobre la población, para observar sus movimientos y organizar la defensa. Para el 11 de marzo este atacó a los haitia-nos en la Fuente del Rodeo, al frente de las guardias nacionales que se habían pasado a la causa y hombres reclutados en los pueblos cercanos, «(...) armados con fusiles, lanzas y espadas

79 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 243.80 Dorveles Dorval, «Campaña del Este en 1844», en Rodríguez

Demorizi, Guerra Dominico-Haitiana (1957), p. 380. 81 Ibidem.

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(...)»82 y el 13, en la Cabeza de Las Marías, se volvió a producir otro fuerte enfrentamiento.

Previo al inicio de la invasión, el 3 de marzo, Charles Dorval ocupó a Barahona83 y marchó a Neiba, e incorporó al ejército haitiano dos compañías de las guardias nacionales de Rincón, dirigidas por el capitán Juan Segundo Féliz y la de Pe-tit Trou. El apoyo de los hombres de estos dos pueblos a los haitianos guarda una estrecha relación con el poco conocimien-to del proyecto independentista y, al igual que la gente de Las Matas y San Juan, con la, por entones, falta de confianza en el plan libertario. Asimismo, respondía a la realidad económica del suroeste, sustentada en los cortes de maderas —los que au-mentaron durante la presencia haitiana—,84 actividad comercial que se desarrollaba, mayoritariamente, en el territorio de estas dos poblaciones.85 Asimismo, los propietarios de tierras de es-tos pueblos tenían seguridades sobre sus posesiones, pues ya habían logrado que se les respetaran sus propiedades y que no se les aplicara la ley del 8 de julio de 1824, la que ordenaba que las tierras comuneras se midiesen para que una porción de ellas les fueran entregadas al Estado.86 Todo indica que la ausencia de un concierto entre ellos y los dirigentes independentistas no les daba garantías en el nuevo estado de cosas.

82 Ibidem.83 Carta de Charles Dorval a Gerard Dumesle, del 13 de marzo de 1844,

en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1957), p. 386.84 Cuadro de exportación de rubros de Haití, 1818-1842, en Roberto

Cassá, Historia Social y Económica de la República Dominicana. Santo Domingo, Editora Alfa y Omega, vol. I, 2017, p. 333. Solo la caoba se elevó de 2,622,227 pies en 1822 a 6,009,682 pies en 1841.

85 Según el informe de Just Tremeré, comandante de la plaza de Neiba, en García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 169. Rincón poseía 5 cortes de maderas y Petit Trou 8.

86 Moya Pons, La Dominación Haitiana, pp. 86-87.

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Con la presencia de las tropas haitianas en la región, habi-tantes de Barahona, Alpargatal,87 Fundación, La Otra Banda, Pescadería, Peñón y otros lugares, abandonaron sus propieda-des y bienes. Una parte de ellos se ocultaron en los montes y otros se refugiaron en un islote que bañaba el río Neiba,88 sin prestar colaboración al enemigo. Ante estas situaciones Charles Dorval emitió una proclama, en la que expresó:

Debéis, pues, regresar a vuestras pacíficas chozas y en-tregaros allí a vuestros trabajos acostumbrados desechando de vuestros espíritus cualquier temor que pueda agitarlos. Aquellos que no lo hicieren y se mantengan en el bosque, serán considerados como traidores a la nación. La fuerza será entonces desplegada contra ellos y serán castigados de conformidad con el rigor de las leyes.89 Con todo y la proclama emitida por Dorval, los habitantes

hicieron caso omiso. Solo unos pocos salieron del islote del río y de los montes cercanos, regresaron a sus hogares y se integra-ron a su vida cotidiana.

Al igual que el alcalde de Neyba, como vimos, y los in-tegrantes de la Guardia Nacional de esta común, Juan de los Santos, capitán de la sección de Fundación desde hacía va-rios años abrazó la causa.90 Aunque, al decir de Dorval, tras la proclama de los Santos había dado muestras de adhesión

87 Actualmente Vicente Noble. Cambiado el nombre por la Ley 229, del 18 de marzo de 1943.

88 La tradición sugiere que este sitio es próximo a los pueblos de Fundación, Jaquimeyes y Peñón.

89 Dorveles Dorval, «Campaña del Este en 1844», en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1957), p. 383.

90 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 169.

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hacia los haitianos y envió varios de sus hombres en su apo-yo91 —incluso contribuyendo con él en la construcción del camino entre Barahona y Rincón— nunca se presentó y más bien hizo una activa guerra de guerrillas detrás de las líneas enemigas.92 Este, designado comandante de la zona, se le dio la encomienda de establecer, de forma escalonada, «(...) cam-pamentos volantes sobre las riberas del río Neiba y del Yaque del Sur (Petit-Yaque) para interceptar toda comunicación (...)»,93 que se produjese entre Puerto Príncipe y el cuartel ge-neral haitiano situado en Azua. A esos fines, reclutó hombres en los pueblos de Hatico,94 Fundación y otros sitios.

Juan de los Santos fue perseguido, y fue comisionando el capitán Juan Segundo Féliz para que lo redujera a prisión. Fé-liz partió al pueblo de Fundación donde vivía de los Santos y una vez allí rodeó su casa,95 pero este, previamente enterado de la orden de los haitianos, se refugió en los bosques cercanos acompañado de los habitantes del lugar y desde la espesura, con descargas de trabucos, atacaron a los que los perseguían.96 Finalmente, las fuerzas del capitán Féliz lograron contenerlos y tomaron posesión del poblado, dispersándose los defensores por entre el bosque.

91 Dorveles Dorval, «Campaña del Este en 1844», en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1957), p. 384.

92 Welnel Darío Féliz. Historia del pueblo de Cabral, Santo Domingo, impresos Abad, 2003, p. 179.

93 Dorveles Dorval, «Campaña del Este en 1844», en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1957), p. 383.

94 Actualmente Tamayo. Cambiado el nombre por la Ley 229, del 18 de marzo de 1943.

95 Declaración de Charles Dorval Guindet, del 27 de marzo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1957), p. 387.

96 Ibidem.

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La división entre sureños continuó durante los meses de marzo a mayo y fue en este último mes, tras la retirada de los haitianos, que Tavera logró que se uniera definitivamente el grueso de los hombres y mujeres de la región,97 tras el auxilio prestado por Santana. Estos se integraron inmediatamente a la defensa de la República y crearon el valladar que contuvo las distintas embestidas haitianas para ocupar el territorio domini-cano entre 1845 y 1856.98

Armas y recursos: tras la búsqueda de pertrechos de guerra

A la par con la movilización de hombres y mujeres en la nación y las disidencias internas, el gobierno del nuevo estado enfrentó una de sus principales dificultades: no poseía recur-sos económicos para solventar la guerra que se avecinaba, el sostenimiento de la tropa y necesidades de alimentación y, por tanto, la materialización definitiva de la independencia. Estas condiciones fueron resaltadas por el vicecónsul Harrisson J. Thompson, al resaltar la «(...) pobreza (...)» del país y su «(...) debilidad (...)», acotando que: «(...) sin cierto apoyo los domi-nicanos no podrían nunca conservar su independencia (...)».99

97 Comunicación del general Santana a don Tomás Bobadilla, 18 de mayo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1944), p. 130.

98 Juan Segundo Féliz fue el mismo que, al frente de su tropa, derrotó a los haitianos en El Oreganal, el 8 de julio de 1845. Ver el parte de Guerra remitido por Juan Segundo Feliz, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1957), p. 178.

99 Carta del Vice Cónsul Thompson a Lord Aberdeen. Puerto Republica-no, agosto 22 de 1844, en Emilio Rodríguez Demorizi. Documentos para la historia de la República Dominicana, volumen III. Ciudad Trujillo, Archivo General de la Nación, 1959, pp. 63-64.

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Como una medida para solucionar esta falta de recursos económicos, la Junta, por la vía de los delegados en los pue-blos, hizo ingentes esfuerzos para obtenerlos. El 21 de marzo, Mella, en carta dirigida a la municipalidad de San José de Las Matas les expresó: «(...) estando el erario público tan necesita-do en momentos que tantos gastos son indispensables, hemos tomado la prudente medida, como se practica en todas las naciones, de convocar a todos los vecinos y habitantes de la Común que cuenten con algunos bienes a fin de que volunta-riamente presten sus socorros facilitando cada uno la suma que pueda, garantizándolo con el recibo que les sirva de documen-to para cuando la nación esté en aptitud de cubrir el crédito a que hoy se encuentra comprometida».100 Esta comunicación tuvo resultados positivos, pues Román Franco Bidó erogó unos 800 pesos, al igual que Ciprián Mallol, Francisco Viñals y José Devandelier, quienes entregaron 200; por igual J. E. Vi-llanueva, Juan Luis Bidó, Manuel Curiel, Fernando Aponte y otros abonaron 100.101 Días antes, durante el pronunciamiento de Santiago, según García, en el medio de la animación «(...) muchos santiagueses pudientes y hasta el comerciante español don Tomás Rodríguez, ofreciendo los bienes de que disponían si de ellos era menester para consolidarla», lo que se repitió en varios lugares.102

100 Comunicación de los delegados de la Junta Gubernativa en Santiago a la municipalidad de San José de Las Matas, 21 de marzo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1944), pp. 79-80.

101 Declaraciones de Román Franco Bidó, en Rodríguez Demorizi, Hojas de servicio del ejército dominicano, vol. I, p. 155. Comunicación de los delegados de la Junta Gubernativa en Santiago a la municipalidad de San José de Las Matas, 21 de marzo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1944), p. 81.

102 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 229.

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Más allá de las gestiones de Ramón Santana para sostener la tropa y colaborar con la causa nacional y con su hermano Pedro, como veremos, desde los inicios del movimiento este puso a disposición sus bienes e hizo las diligencias de lugar para la cooperación colectiva en El Seibo. Los diputados Julián Zorrilla y José María Beras, en la sesión del Congreso del 12 de junio de 1889, ante la propuesta del cambio de nombre del puesto cantonal de Guasa por Ramón Santana, expresaron:

Como era indispensable para la movilización de las tropas buscar los recursos necesarios, y estos no podían haberlos solo por contribución, puso a disposición del mo-vimiento revolucionario su establecimiento comercial y todo cuanto a su propiedad correspondía. (...) Más después y así que llegaron las tropas a la capital, era indispensable proveerse de buques de guerra, y al efecto, él primero que ninguno, acometió esta empresa, mandando a la ciudad del Seybo a recoger lo que pudiera: fue su señora esposa quien desempeñó esta misión, recojiendo de los habitantes dinero y prendas, incluyendo él para esta operación el producto de la venta de su corte de Bábaro, que hiciera a Monsieur Abraham Coen, comerciante entonces en esta capital.103

Todas estas diligencias permitieron a la Junta obtener re-cursos, a los que se sumaron algún dinero que con frecuencia recibió del ayuntamiento de Santo Domingo, entre ellos la suma de ochocientos pesos entregados el 8 de mayo.104 Asimismo,

103 Emilio Rodríguez Demorizi, Papeles del General Santana. Roma, Stab. Tipográfico G. Menaglia, 1952, p. 275.

104 Ayuntamiento de Santo Domingo, sesión del 8 de mayo de 1844. AGN, Libro Copiador de actas de sesiones del ayuntamiento de Santo Domingo, 1843-1844, libro 3144, 4/005361.

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obtuvo el apoyo de varios comerciantes de Santo Domingo, quienes otorgaron préstamos y pusieron a su disposición sus goletas y bergantines.105

Aunque desde hacía meses se preparaba la proclamación de la independencia y se tenía conocimiento pleno de la falta de armas y dinero para la lucha, las diligencias no habían logrado el aprovisionamiento de armamentos necesarios para enfrentar al enemigo invasor. Fue así como el 27 de febrero encontró a los dominicanos desprovistos de tales recursos, por un lado, debido a la precipitación de los acontecimientos y por otro a la propia falta de provisión de fondos entre los organizadores. Por entonces, estaban solo aunados por el deseo de ser inde-pendientes, la confianza en la aglutinación, el esfuerzo común y la promesa de apoyo por parte de los comprometidos. Saint Denys, testigo en aquellos momentos, informaba al ministro Guizot que los hombres que llegaban a Santo Domingo estaban «(...) apenas armados y la Junta carece de armas»106 y que «(...) las armas de fuego son raras (...)».107 Según Madiou (...) la ma-yoría armados con machetes y lanzas de madera dura cubiertas con bayonetas o de puntas de hierro».108 Se integraron a la lucha con los utensilios que usaban en sus actividades diarias de montería y en el conuco como armamentos.

105 Entre 1844 y 1845 los comerciantes locales prestaron al gobierno la suma de 12,000 pesos fuertes y 95,591.77 pesos nacionales. (Frank Moya Pons. Breve historia monetaria de la República Dominicana 1844-1948. Evolución de la deuda pública y formación del Banco Central. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2020, p. 11).

106 Carta de Saint Denys a Guizot, del 6 de marzo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, p. 39.

107 Carta de Saint Denys a Guizot, del 13 de marzo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, p. 67.

108 Madiou, Histoire D´Haití de 1843 a 1846, p. 116.

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Lograda la capitulación de las autoridades haitianas enca-bezadas por Desgrotte y la entrega de la fortaleza La Fuerza, se apresuraron al depósito de armas y la tesorería tras la bús-queda de los pertrechos y recursos existentes. Sin embargo, según Madiou, «se hizo buscar en el arsenal de artillería todas las armas que podían encontrarse, incluso desde el tiempo de la posesión española. No se encontró; Hérard Riviere se las había llevado casi todas a su paso por Santo Domingo».109 El mismo día 29, la Junta Central Gubernativa Provisional constituida el día anterior, dispuso enviar a buscar a Duarte a Curazao110 en el bergantín-goleta La Eleonora, propiedad de Abraham Coen, de-cisión motivada no solo porque era de justicia el arribo al suelo patrio del ideólogo y mentor de la independencia, sino por la certeza de que este traería fusiles y otros pertrechos que desde hacía tiempo estaba acumulando.111 No fue casual esta decisión, pues desde noviembre, Sánchez y Vicente Celestino Duarte ha-bían mantenido comunicación con Duarte para las diligencias de la compra de armas para la causa. Lamentablemente, como señaló García, «(...) poco era lo que tenían acopiado en Cura-zao en cuanto a cantidad (...)».112

Mientras esperaba las armas que debían llegar desde Curazao traídas por Duarte, la Junta comenzó a realizar las di-ligencias para obtener armamentos. Tras esos objetivos, trató de conseguir los fusiles que poseyesen hombres y mujeres del país113 y aquellos que tenían en su poder las guardias naciona-les apostadas en las comunes.114 Entre los que aportaron armas

109 Madiou, p. 105.110 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 225.111 Madiou, Histoire D´Haití de 1843 a 1846, p. 105.112 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 226.113 Madiou, Histoire D´Haití de 1843 a 1846, p. 105.114 Cassá, Antes y Después del 27 de Febrero, p. 202.

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estuvo Juan Pablo Contreras y Arias, quien entregó 17 fusiles y 15 sables,115 al igual que Cayetano Rodríguez, quien al decir de César Nicolas Penson donó unos catorce fusiles, mandó a preparar veinticuatro potes para metralla y balas.116 Estos per-trechos los distribuyó entre los hombres de El Seibo, Higüey y Hato Mayor que marcharon a Azua.

Por igual, varios se encargaron de la fabricación de cartu-chos. Al respecto, Román Franco Bidó informó:

El enviado de nuestro gobierno ha tenido a bien encar-garme de la Fábrica de paquetes de cartuchos; de manera que tengo muchos, si los que entregaré el portador no fueren bastantes, pueden mandar a buscar los necesarios; estoy ha-ciendo mil quinientas lanzas con el objeto de formar un buen regimiento de voluntarios; si ustedes creen que les conviene algún número de ellas pueden mandar a buscarlas.117

Asimismo, Juan Chery Victoria también los fabricó y en-señó a elaborarlos a los miembros del ejército apostados en Baní.118 Según Rosa Duarte, sus hermanas convirtieron en balas planchas de plomo del almacén de su padre; asimismo,

115 Declaraciones de Juan Pablo Contreras Arias, en Rodríguez Demorizi, Hojas de servicio del ejército dominicano, vol. I, p. 97.

116 Manuscritos de César Nicolás Penson, en Rodríguez Demorizi, Documentos para la historia de la República Dominicana, vol. III, p. 31.

117 Comunicación del general Román Franco Bidó a los comisionados de Santiago, 11 de marzo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1944), p. 63.

118 Declaraciones de Juan Chery Victoria, en Rodríguez Demorizi, Hojas de servicio del ejército dominicano, Santo Domingo, Editora del Caribe, 1976, vol. II, p. 123.

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Ana Valverde,119 al igual que Micaela Ribera y Froilana Febles, esposas de Pedro y de Ramón Santana, respectivamente, fabri-caron cartuchos para la causa.120

Con todo y los inconvenientes, para el mes de abril la tropa apostada en Baní se había armado, una parte con los pertrechos que la Junta había logrado reparar, con aquellos encontrados en manos de la población y en el arsenal, con las donaciones y con los 600 que había recibido desde Saint Thomas en esos días.121 Sin embargo, otros defensores de la independencia que se hallaban diseminados en el sur y en el norte no tenían ningún armamentos —más allá de sus utensi-lios de labranzas cotidianos— ni podían tomar acciones. Por carta del 20 de mayo, Santana comunicó a Bobadilla que, según le expresó Fernando Tavera, la gente que comandaba se encontraba «(...) toda desarmada, causa porque sin em-bargo de hallarse con un gran número de hombres reunido, no le ha sido posible continuar su marcha en persecución del enemigo, costándole detenerse en Neiba en donde espera a la mayor brevedad se le auxilie con municiones y armas de toda clase, en particular de fuego, pues absolutamente tiene ningu-nas». En la misma comunicación informó que 356 hombres

119 El acopio de implementos de guerra, si bien se aceleró en estos días, venía ejecutándose desde meses antes. Según García, ante una propaganda patriótica en La Vega, Manuel María Frómeta ofreció cartuchos, los que serían fabricados por sus hijos; asimismo, otros se brindaron para preparar armas. García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, pp. 215-216.

120 Incháustegui, et al. Vetilio Alfau Durán en Listín Diario, p. 537, citando a Rosa Duarte. «Diario», Clío, núm. 62, p. 29 y el Informe presentado al Congreso Nacional por los diputados por la provincia del Seibo, señores Julián Zorrilla y José María Beras. Gaceta Oficial, núm. 707, 30 de nov. 1865.

121 Ibidem.

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que se habían pasado a las fuerzas de Duvergé estaban «(...) en peor condición que los del Comandante Tavera, de armas y municiones, no teniendo un solo fusil por haberlos desar-mado el enemigo en su retirada»; requería así, rápidamente, «(...) me remita todos los fusiles, lanzas, sables y municiones que pueda, para tener con que proveer sin pérdida de tiempo todas las tropas, que sin ellas nos son más embarazosas que útiles (...)».122

La alimentación y la salud de la tropa

La marcha de la tropa traía consigo necesidades que había que solventar, como era su alimentación.123 Si bien los ejér-citos en campaña normalmente cargaban animales y víveres para su sostenimiento, no conocemos noticias que indiquen que así lo hicieron, sino más bien que, al principio, se suplían de los que podían comprar a los campesinos de la zona —en-tregados bajo recibo o pagados en efectivo— tal como realizó Duarte, que al ser enviado por la Junta el 21 de marzo al frente

122 Comunicación del general Santana a Tomás Bobadilla, del 20 de mayo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1944), p. 132.

123 La alimentación de la tropa era a base de plátano y otros víveres, así como pan, galletas, carne de res y de cerdo, maíz, azúcar, tabaco y ron. Este era el tipo de ración común en los ejércitos. En Argentina, según Francisco Javier Pérez Etchepare, en su ensayo Algunos aspectos de la vida cotidiana del soldado patriota durante las campañas de la patria nueva de 1817 a 1818, la dieta básica del soldado durante la guerra de Independencia era carne de vacuno y pan. Recuperado de: http://www.academiahistoriamilitar.cl/academia/wp-content/uploads/2018/03/Vida-Cotidiana-Soldado.-Pan.-abril.-Perez-Etchepare.pdf.

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del sur comandando una tropa, compró alimentos: maíz, azú-car, un novillo, plátanos y pan.124

En su desplazamiento hacia el sur, aunque no llevó anima-les, el ejército cargó harina para hacer pan y galletas y llevaron a los panaderos Francisco Gatón y Félix Coliet para esos fi-nes,125 lo que provocó un desabastecimiento momentáneo en Santo Domingo.126 En el Cibao, el delegado Mella procuró, por igual, el concurso colectivo detrás de alimentos; fue así que en la comunicación del 21 de marzo citada, pedía a la muni-cipalidad de San José de Las Matas que «(...) procuren enviar comestibles a las tropas».127

La campaña, en sí misma, trajo sus propias situaciones, pues después de la batalla de Azua del 19 de marzo y el acan-tonamiento de la tropa en Sabana Buey, los más de cuatro mil hombres allí apostados constantemente demandaban alimentos. Para satisfacerla, la Junta estableció una línea de suministro por medio de la cual trasladaban las reses o la carne desde Santo Domingo, las que eran obtenidas en los pueblos cercanos a la ciudad o llevadas desde aquellos lugares de alta producción, como El Seibo, tal como ocurrió en la campaña de 1855, en la que el gobierno ordenó que «(...) los habitantes de ese lugar

124 Emilio Rodríguez Demorizi, C. Larrazábal Blanco, Vetilio Alfau Durán. Apuntes de Rosa Duarte Archivo y versos de Juan Pablo Duarte. Santo Domingo, Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, 1994, pp. 204-206. Publicaciones del Sesquicentenario de la Independencia Nacional.

125 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 235.126 Ayuntamiento de Santo Domingo, sesión del 29 de mayo de 1844.

AGN, Libro copiador de actas de sesiones del ayuntamiento de Santo Domingo, 1843-1844, libro 3144, 4/005361.

127 Comunicación del general Ramón Mella a la municipalidad de San José de Las Matas, 21 de marzo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1944), p. 78.

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(El Seibo, W. F.) hagan porque conduzcan a esta capital todos los ganados que se pueda, pues siendo los deseos del gobierno que la tropa se halle abastecida de todo lo necesario (...)».128 Para esos fines, en esos meses, la Junta llegó a sacrificar en los mataderos de Santo Domingo unas 152 cabezas de ganado vacuno, exoneradas del pago de arancel municipal.129 En es-tas acciones, Ramón Santana jugó un papel de primer orden, a quien su hermano Pedro se dirigía constantemente pidiéndole, por su cuenta o de acuerdo con la Junta, obrar para suplir las necesidades del ejército. El abastecimiento se hacía por tierra y por mar, utilizando para ello las goletas disponibles.130

La acentuada participación de Ramón Santana en las ges-tiones para el abastecimiento de la tropa acantonada en el sur denota la dependencia de los bienes que ambos hermanos po-seían en El Seibo, así como su influencia en la región, lo que les permitía obtener tales recursos de manos de otros propietarios. El abastecimiento de la tropa y sostenimiento de la guerra en el sur se hizo personal y familiar, pues parte de ello descansó en los hombros de estos hermanos. Incesantemente así lo ex-presaba Pedro Santana. En comunicación a Tomás Bobadilla del 10 de mayo, le impetró: «(...) me parece ocioso reiterarle a U. lo que le digo en mi carta de anoche sobre la necesidad de ser socorrido, cuando de mi hermano y de U. es que lo espero

128 Oficio número 537, del ministro de Guerra y Marina al Jefe Político del Seibo, del 6 de diciembre de 1855. AGN, Secretaría de Estado de Guerra y Marina, Copiador de Oficios y correspondencias, 1854-01-01/1855-12-31, Lib. 804613, 1.06 // ib-4.

129 Ayuntamiento de Santo Domingo, sesión del 3 de agosto de 1844. AGN, Libro copiador de actas de sesiones del Ayuntamiento de Santo Domingo, 1843-1844, libro 3144, 4/005361.

130 Comunicación del general Santana a Tomás Bobadilla, del 18 de mayo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1944), p. 130.

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todo, para no verme en mayores embarazos».131 Estas acciones permiten, comprender, como un factor adicional, no solo la de-cisión de la Junta de entregarle el mando del ejército a Santana, sino la adhesión y lealtad que le profesaron los soldados de las tropas del sur, más allá de los hombres que vinieron con él desde la región este.

Si bien la Junta estableció una línea de provisión para la tropa, era tal la demanda que no solo consumía los recursos enviados por ella,132 sino que terminaron por desabastecer a las zonas de Baní y Azua.133 En la comunicación citada del 10 de mayo Santana expresó a Bobadilla: «En este momento acaban de llegar las reses que Uds. me envían, y es lo único que tengo que darle a la tropa mañana, habiendo tenido hoy que pedir

131 Comunicación del General Santana a Tomas Bobadilla, del 10 de mayo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1944), p. 125.

132 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 242.133 Existe una opinión de Ramón González Tablas en su libro Anexión

y última guerra de España en Santo Domingo, en la que indica que este desabastecimiento fue provocado por el mismo Santana para lograr beneficios políticos propios. Este consideró: «Entre tanto, Santana demolía moralmente la sociedad convertida en una máquina de guerra. Acampado en Baní con un ejército numeroso, autorizó a sus soldados para que destruyesen todo el ganado que encontraran en el lugar, diciendo: que si los haitianos habían de apoderarse de la riqueza del país la aprovechasen ellos… Escaseaban los recursos a las tropas diciéndoles que el gobierno se descuidaba sobre su suerte; y cuando recibía refresco les aseguraba que todo era adquirido de su peculio o enviado a cargo suyo por la antigua casa de comercio de Rothschild Coen y Compañía. También les distribuía con sus propias manos el tabaco y ron del gobierno, no obstante, la orden de la Junta, muchas veces reiterada», en Gustavo Adolfo Mejía Ricart. Historia de Santo Domingo, La Separación (1844). Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2017, vol. X, p. 319.

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cien pesos prestados para completar las raciones que hace días se les está dando en dinero en razón de un real diario cada hombre, porque ni tenía víveres ni carne (...)».134 La zona de Azua y todos los pueblos al oeste se vieron afectados, también, por los soldados haitianos, a quienes, por igual, en los primeros días de la campaña les escasearon los alimentos, por lo que se dedicaron a merodear, y consumieron los víveres y el ganado de las cercanías.135 Estos llegaron a cargar harina y víveres en Barahona, enviados por mar para abastecer el ejercito apostado en esta ciudad.136

El 16 de mayo, tras la salida de Hérard de Azua, Santana decidió marchar a los pueblos del sur hasta la frontera, pero no poseía los alimentos necesarios para sostener a su tropa; de allí que solo se trasladó de Sabana Buey a Azua, y escribió a la Junta que estaría en ese lugar «(...) sólo el tiempo necesario a que se me devuelva la María Chica que despacho esta misma noche para Santo Domingo en busca de harina, porque me en-cuentro aquí sin un barril y no me atrevo a salir sin provisiones para un lugar donde nada hay».137 Para entonces, ya en estos poblados no aparecían víveres, de allí la necesidad de la harina. Sin embargo, aun con tal petición, se vio obligado a movilizar el ejército bajo los lamentos de la escasez; por carta del 18 del

134 Comunicación del General Santana a Tomas Bobadilla, del 10 de mayo de 1844, en Rodríguez Demorizi Guerra dominico-haitiana (1944), p. 125.

135 Dorveles Dorval, «Campaña del Este en 1844», en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1957), p. 383.

136 Carta de Charles Hérard al Consul Ussher, Azua, del 2 de abril de 1844, en Rodríguez Demorizi, Documentos para la historia de la República Dominicana, vol. III, p. 38.

137 Comunicación del general Santana a Tomás Bobadilla, del 16 de mayo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1944), p. 128.

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mismo mes, expresó a Bobadilla: «Yo he tenido necesidad para no demorar más la salida del ejército sobre esos pueblos, de verlos marchar racionados únicamente de carne, por no hallarse en todo esto ni tener modo de hacerlo de víveres (...)».138

Todas estas condiciones trajeron consigo situaciones que por momentos provocaron desasosiego y desmoralización en la tropa o cuestiones que requerían el empleo de recursos, lo que demandaba la intervención de los comandantes del ejér-cito. Según declaró Juan Chery Victoria, en los días en que los haitianos hacían aprestos para atacar a San José de Ocoa, fue comisionado para que cooperara con Antonio Duvergé en su defensa. Allí se apersonó al poblado Arroyo del Pinal, en donde encontró unos cuarenta hombres, por lo que se propuso reunir aquellos que, por la guerra, se habían ido a los montes y terminó por reclutar sesenta y cinco, sumando en total ciento cinco. Explica Victoria que planteó atacar a los haitianos des-de lo alto de una colina, utilizando piedras para ello,139 pero mientras hacia los preparativos,

«el mismo día se desertaron cinco soldados de los nuestros, inmediatamente mandé llamar al Capitán Don

138 Comunicación del general Santana a Tomás Bobadilla, del 18 de mayo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1944), p. 130.

139 Esta acción fue resaltada por el periódico El Dominicano en su edición del 19 de septiembre de 1845, p. 2: «Háganles presente que esa desigualdad de fuerzas se verificó en el ataque al Maniel cuando el general Duverger y el coronel Felipe Alfau con 160 españoles derrotaron completamento (sic) 1200 de ellos, en cuya acción los nuestros, teniendo a mengua emplear sus municiones contra ellos por estar en una eminencia bastante ventajosa, en vez de balas los mataban a pedradas». Ver García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 243.

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José María Martínez y le entregué cien pesos moneda hai-tiana para distribuirlos en las demás tropas para evitar que no continuase la deserción, pues mirando la necesidad que había de falta de víveres en la tropa, despaché a mi casa á San José de Ocoa para que trajesen dos quintales de azúcar y un serón de tabaco que le fueron distribuidos. Al día si-guiente fué el ataque y la medida precautoria mía, tuvo tan buen resultado, que rechazamos al enemigo (...)».140

La actuación de Victoria denota el nivel de adhesión debida a los hombres de influencia en las poblaciones. Su ascendencia le permitió reclutar a los que se encontraban dispersos en los montes ocoeños y racionarlos en dinero y alimentos.

Por igual, según explica Francisco Javier Jiménez:

El día 30 de abril de 1844, salí de esta Plaza (Santiago, W. D.) al mando de un Batallón de Infantería, llevando los bueyes y carretas de mi propiedad, con la muy espinosa misión de llegar hasta un fuerte o castillo que tenían los haitianos en el lugar nombrado «Marmolejo» centro de una serranía, con orden de enviar de allí dos piezas de Ar-tillería a Puerto Plata, y dos a esta Plaza, todo efectué con la puntualidad requerida, sin haber hecho cargos al erario por lo que correspondía a mi interés fuera del servicio de mi persona. El día 6 de junio del mismo año salí para la Ciudad de Montecristi, al mando de un Batallón (Delega-do y Representante del Gobierno en estas Provincias del Cibao), llevando mis carretas, bueyes, peones &&&, para

140 Declaraciones de Juan Chery Victoria, en Rodríguez Demorizi, Hojas de servicio del ejército dominicano, vol. II, p. 124.

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traer de allí tres piezas de Artillería de grueso calibre y 7,250 balas correspondientes.141

Las informaciones relativas a la salud, que incluían la aten-ción de los heridos y otras necesidades son escasas. Conocemos que la tropa acantonada en Sabana Buey era atendida por el mé-dico Pedro Piñeiro. Para mayo, Santana mandó a buscar a Juan Volta a Santo Domingo, quien se encargaba del hospital, con la encomienda de que debía quedarse en Azua al cuidado de varios heridos y enfermos o llevarlos a la ciudad, pues Piñeiro acompa-ñaría al ejército en su marcha a los pueblos fronterizos. En Santo Domingo existía un hospital, cuyos médicos daban servicio a los militares y a la población. En Santiago se ordenó a Juan Volta la instalación de uno en 1846, a cargo del Estado, para dar asistencia a la provincia de La Vega y a las fronteras.142

En 1844 en el país cursaba un brote de viruela,143 la que había aquejado a varios habitantes de Santo Domingo.144 No conocemos los efectos de esa enfermedad contagiosa en el ejército dominicano, pero en el haitiano sí existieron brotes. Dorveles Dorval refiere la existencia de la epidemia entre la tropa mientras estuvo acantonada en Azua145 y sabemos que murió el subteniente Paul atacado por este virus mientras

141 Declaraciones de Francisco Javier Jiménez, en Rodríguez Demorizi, Hojas de servicio del ejército dominicano, vol. II, pp. 231-232.

142 Oficio número 1223, del Ministro de Interior y Policía al señor Juan Volta, del 6 de octubre de 1846. AGN, Ministerio de Interior y Policía, Copiador de oficios y correspondencias, 1846, libro A751.

143 Ayuntamiento de Santo Domingo, sesión del 7 de febrero de 1844. AGN, Libro Copiador de actas de sesiones del ayuntamiento de Santo Domingo, 1843-1844, libro 3144, 4/005361.

144 Ayuntamiento de Santo Domingo, sesión del 17 de enero de 1844.145 Dorveles Dorval, «Campaña del Este en 1844», en Rodríguez

Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1957), p. 383.

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estaba apostado en Barahona.146 Este había sido edecán del ge-neral Pablo Alí, pero pasó a las huestes haitianas.

La ciudad de Santo Domingo: vida cotidiana durante la guerra

Mientras se desarrollaba la guerra en las líneas de de-fensa del sur y del norte, en Santo Domingo y otros pueblos al este del país la vida cotidiana continuó su curso. Si bien en los inicios de la invasión haitiana hubo temor entre los habitantes de la parte española, al poco tiempo volvió a los avatares del comercio, ornato, las ventas de mercado, regula-ción de los mataderos, la exigencia por la posesión de bienes, la administración de las barcas de los ríos Ozama, Haina y Santa Cruz, el control de precios, las persecuciones por el en-gaño en el tamaño de los panes, las evasiones de impuestos, el cuidado de enfermos y otras actividades. Contribuyeron a ello no solo las noticias del triunfo del ejército en Azua el 19 de marzo y en Santiago el 30 del mismo mes, sino, también, la fortificación la ciudad realizada por la Junta a la vista de todos, cuyas murallas, al decir de Saint Denys, «(...) estaban llenas de cañones (...) en estado de soportar un asedio largo y mortal (...)».147

146 Carta de Charles Dorval Guindet al presidente de la República de Haití, del 11 de abril de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1957), p. 389.

147 Carta de Saint Denys a Guizot, del 17 de abril de 1844, en Rodríguez Demorizi, Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, p. 107.

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Los efectos de la guerra en la agricultura y la alimentación

Las vicisitudes de la independencia fueron en todos los órdenes. Aunque no conocemos datos estadísticos que nos permitan conocer el efecto de la guerra en la economía de la población, sí podemos aproximarnos a sus consecuencias. En los escenarios bélicos, como los pueblos de Azua y Baní, las tropas consumieron casi todos los víveres y la carne; de allí que, aún con el dinero para su compra, esos artículos no aparecían y lo propio ocurrió en los pueblos más al sur, pues como señalamos, el ejército haitiano se avituallaba de los pro-ductos de la zona. Hay que hacer notar que el movimiento de hombres y mujeres a los escenarios de la guerra los extraía de la producción, lo que generaba el desasosiego colectivo; a ello se refirió Santana, al expresar que: «(...) nosotros nos arruinaremos con nuestros trabajos todos paralizados (...)»148 y Saint Denys, quien señaló: «(...) se tiene solo inquietud por el porvenir porque el país ha agotado sus recursos, porque los ciudadanos no pueden hacer más sacrificios (...)»,149 acotando que los soldados habían abandonado sus familias y activida-des agrícolas y de subsistencia.

Para esta etapa no conocemos resistencia de los domini-canos para ingresar al ejército amparados en necesidades de producción; solo deserciones asociadas al miedo a la guerra y a la falta de recursos, contrario a lo ocurrido en diciembre de 1855, cuando los productores de tabaco de Santiago se que-jaron ante el llamamiento a la defensa, alegando que estaban

148 García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 243.149 Carta de Saint Denys a Guizot, del 17 de abril de 1844, en Rodríguez

Demorizi, Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, p. 108.

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en la época de siembra de dicha hoja. Sobre ello el ministro le expresó a los generales Ángel Reyes y Domingo Mallol:

Mucho siento la movilización de las tropas en la provin-cia del Cibao en los momentos actuales en que cada hombre hace falta para la siembra del tabaco pero no es posible ha-cerlo de otro modo cuando el país está amenazado de una invasión haitiana y amenazada también la fortaleza y la vida de cada dominicano. Yo me propongo sin embargo comuni-car a us. nuevas órdenes según las útiles noticias que vaya recibiendo pero mientras tanto es necesario cubrir las fron-teras del modo que le dejo determinado (...).150

Los efectos de la guerra afectaron al comercio, las siem-bras, los cortes de madera, la crianza y todo tipo de actividades. En Santo Domingo, en los primeros días de la contienda —ya se ha señalado— la escasez de harina era notoria, afectando el consumo de pan; asimismo, hubo un notable aumento en el precio de los comestibles de primera necesidad, que obligó a la Junta Gubernativa y a la municipalidad a intervenir para su regulación;151 por igual, se retiró una parte de los guardias de la ciudad por la falta de recursos para su pago152 y bajaron las

150 Oficio número 552, comunicación del ministro de Guerra y Marina a los generales Ángel Reyes y Domingo Mallol, del 8 de diciembre de 1855. AGN, Secretaría de Estado de Guerra y Marina, Copiador de Oficios y correspondencias, 1854-01-01 / 1855-12-31, Lib. 804613, 1.06 // ib-4.

151 Ayuntamiento de Santo Domingo, sesión del 6 de julio de 1844. AGN, Libro copiador de actas de sesiones del ayuntamiento de Santo Domingo, 1843-1844, libro 3144, 4/005361.

152 Ayuntamiento de Santo Domingo, sesión del 30 de marzo de 1844. AGN, Libro copiador de actas de sesiones del ayuntamiento de Santo Domingo, 1843-1844, libro 3144, 4/005361.

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recaudaciones por la negativa de desembolsar los impuestos de las casillas del mercado y de algunos otros, alegando el cambio de gobierno y que su contrato era con el anterior. Asimismo, la propia ciudad entró en un descuido de sus calles, ya previa-mente afectadas por el movimiento de las tropas y los cascos de los caballos.

Las condiciones derivadas de la movilización de los hom-bres y mujeres se recrudecieron con la retirada del ejército haitiano en mayo de 1844. Desde Azua hasta la frontera, los pueblos y los conucos fueron arrasados por las llamas. La pri-mera en arder fue Azua,153 junto a comunidades cercanas, que incluyó corrales en Estebanía y Las Charcas,154 y que afectó a personas de la villa que no pudieron huir, a bestias y ganado. Entre los afectados estaban los miembros de la familia Báez, a quienes, al decir del propio Buenaventura Báez en su testamen-to, destruyeron «(...) en totalidad las casas de que se componía (la sucesión familiar, W. F.), matando el ganado y llevándose las bestias tanto de la sucesión de mi padre como las de mi exclusiva pertenencia (...)».155

Lo acontecido en Azua se repitió en Neiba, San Juan y Las Matas, y se consumieron los víveres y frutales en el trayecto. El propio Santana no quería marchar a la región sin la harina necesaria, como vimos, pues como indicó «(...) allí nada hay (...)» y, ante la falta de víveres, era perentoria para racionar a la tropa. Por igual, requería de alimentos para abastecer a sus

153 Comunicación del general Santana a don Tomás Bobadilla, del 9 de mayo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1944), p. 123.

154 Declaraciones de Juan Chery Victoria, Rodríguez Demorizi, Hojas de servicio del ejército dominicano, vol. II, p. 124.

155 Mu-Kien Adriana Sang Ben. Buenaventura Báez: el Caudillo del Sur (1844-1878). Santo Domingo, INTEC, 1991, p. 29.

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habitantes y también de implementos de guerra para armarlos. Por carta del 18 de mayo de 1844 le expresó a Bobadilla: «(...) dejo a la consideración de V. los indispensable que se hace el proveerme de municiones, víveres, armas y dinero, para poder yo hacerlo con los habitantes de esos pueblos (...)»; y concluyó diciendo : «(...) Ya sabe usted que yo soy el que debo propor-cionarlos (...)».156 Para Santana era imperioso ir en su auxilio, satisfacer las necesidades de los sureños y atraerlos a la causa nacional, pues con su apoyo se consolidaría el territorio y, ade-más, pasarían a formar de las fuerzas de defensa que operarían en la frontera.

Las consecuencias de la guerra fueron tan desastrosas que todavía dos años después se sentía la escasez, recrudecida por la campaña de 1845 y el desplazamiento de tropas, al igual que una sequía que afectó el territorio.157 En el suroeste, ante la falta de carne, la gente adoptó la caña como un alimento importan-te,158 aunque también en algunas zonas se suplían de pescados de agua dulce provenientes de los lagos interiores. En Puerto Plata, en febrero de 1846, el gobernador político le expresó al ministro de Hacienda: «(...) las provisiones muy escasas y caras, los víve-res del país particularmente los plátanos no se encuentran (...)» y agregó: «(...) en Santiago más laboriosos están abundantes y

156 Carta del general Santana a Tomás Bobadilla, el 18 de mayo de 1844, en Rodríguez Demorizi, Guerra dominico-haitiana (1944), p. 130.

157 Proceso de conciliación seguido entre Enrique Ornes y Juan Marcos Suero, 2 de diciembre de 1846. AGN, Alcaldía de la 1ra. circunscripción de Santo Domingo, libro 07, años 1846-1853, 3/000734. Ver García, Compendio de la Historia de Santo Domingo, p. 319.

158 Jaime de Jesús Domínguez, Economía y política en la República Dominicana años 1844-1861, Santo Domingo, Editora de la UASD, 1977, p. 52.

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baratos».159 Durante la guerra en 1844, la zona del Cibao no ex-perimentó los estragos que sufrieron las poblaciones del sur; de allí su más rápida recuperación. La carencia de alimentos no fue notoria.

Con todos y los escollos que experimentaron los domi-nicanos de entonces con el fin de proclamar la República y sostenerla libre y soberana, por encima de tantas adversidades, lograron superar cada uno de los obstáculos que se presen-taron en el camino hacia el afianzamiento de patria. En los años posteriores a la independencia, pese a la guerra domíni-co-haitiana que duró casi doce años, el país logró organizarse institucionalmente: no solo se dictaron leyes que le permitieron su consagración como Estado-nación, sino que, gradualmen-te, se obtuvieron los recursos necesarios para la defensa de la soberanía nacional, y se adquirieron los pertrechos militares necesarios. Si bien durante los siguientes años surgieron nue-vas vicisitudes, ya el país estaba enrumbado por el camino de la determinación y, como en 1844, logró superar cada una de esas adversidades, hasta constituir una nación firme y afianzada sobre su sólida identidad.

Bibliografía

Documentos

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Discurso de recepción del académico de número electo, Lic. Welnel Darío Féliz*

Juan Daniel Balcácer**

Lic. José Chez Checo, presidente de la Academia Domini-cana de la Historia, y demás miembros de la directiva;académicos de número y correspondientes;invitados especiales;

Señoras y señores:

Hemos sido convocados hoy, 28 de octubre del 2020, para escuchar el discurso de ingreso del nuevo miembro de número electo de la Academia, Welnel Darío Féliz, quien ha expuesto una versión sintetizada de su trabajo titulado «Vicisitudes de la Independencia Nacional: de la concepción a la materialización, 1843-1844».

Como se ha resaltado, Welnel Féliz, quien es licenciado en Derecho, desde hace varios lustros comparte su quehacer pro-fesional con su vocación por el estudio de la historia nacional y americana. Tras realizar una maestría en Historia Dominicana en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (vetusta casa

* Pronunciado en la Academia Dominicana de la Historia, el 28 de oc-tubre de 2020.

** Miembro de número, vicepresidente de la Junta Directiva de la Acade-mia Dominicana de la Historia (2019-2022)

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de estudios superiores que precisamente conmemora hoy el 438 aniversario de su fundación), Welnel Féliz también completó otra maestría en Historia en la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, institución en la que actualmente es doctorando en Historia de América.

Welnel Féliz es profesor universitario en la asignatura de historia dominicana y autor de diversos libros de historia y temas sobre técnicas legislativas. Sus obras División Políti-co-territorial dominicana, 1944-2004 e Historia de los cambios de nombres de pueblos en la República Dominicana, son de consulta frecuente por estudiosos de historia y geografía. Ha publicado, además, diversos ensayos y artículos, tanto en Clío como en otras revistas académicas, razón por la que en el 2015, tras evaluarse sus aportes historiográficos, fue elegido miembro correspondiente de esta corporación académica. A continua-ción, me refiero brevemente al tema que el licenciado Féliz ha presentado a la consideración de la comunidad académica.

La Independencia Nacional

Si se examinan cuidadosamente las páginas de la revista Clío, podrá comprobarse que en el pasado diversos académi-cos, en sus discursos de ingreso a la Academia, abordaron la cuestión de la Independencia Nacional y sus principales pro-tagonistas. El propio licenciado Féliz, al iniciar su exposición, señaló que se trata de uno de los tópicos mayormente desa-rrollados por otros destacados académicos. Sin embargo, tal circunstancia en modo alguno disminuye el valor de su inves-tigación toda vez que, como ha consignado Francois Chatelet (1978:7), el historiador es consciente de que la lectura que ofre-ce sobre determinado período nunca es definitiva y que no es posible abarcarlo y decirlo todo. Más importante aún es que el

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historiador sabe que su trabajo, por más objetivo que resulte, no puede considerarse definitivo, en virtud de que toda obra de historia constituye una representación del pasado susceptible de ser profundizada y ensanchada continuamente.

Esta es, en esencia, la lección que se deriva del trabajo que hoy ha presentado Welnel Darío Féliz. Posteriormente, cuando el mismo vea la luz pública en toda su extensión, los lectores arribarán a una conclusión más integral y abarcadora sobre los aspectos que el autor analiza con apoyo de variadas fuentes documentales.

Historia narrativa tradicional

La mayoría de los textos de historia escolar dominicanos, cuando se refieren al proceso independentista nacional y a sus principales actores, generalmente se circunscriben a resaltar uno de los tres niveles o escala temporales braudelianos, a sa-ber: la cuestión episódica o del acontecimiento. Por lo general, dichos textos se centran en la superficie o cresta de las olas que «alzan las mareas en sus potentes movimientos», impidiendo de esa manera que tanto el observador como el estudioso se sumerjan en la profundidad oceánica de los hechos con el fin de comprender y explicar los factores o componentes que, en el corto o largo plazos, modelan la estructura de la sociedad (Fernando Braudel: 1978: 71 y 78).

El grito independentista de 1844 y su consecuencia in-mediata, la proclamación de la República Dominicana, fue consecuencia de una ardua labor político-revolucionaria que durante casi un decenio llevaron a cabo de manera sistemáti-ca Juan Pablo Duarte y sus compañeros de partido, junto con otros grupos políticos que si bien los adversaban en el plano doctrinal, coincidían con ellos en el propósito fundamental del

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movimiento revolucionario consistente en poner punto final al dominio haitiano. Una vez logrado este objetivo, sobrevino la guerra de Independencia y, junto con ella, las pugnas y en-frentamientos entre liberales y conservadores, los dos sectores dominantes en la superestructura política criolla.

En el decurso de la guerra dominico-haitiana, los domini-canos demostraron un acendrado y genuino fervor patriótico nunca antes visto, al tiempo que defendieron con valor espar-tano su derecho a vivir en libertad. Asimismo, reivindicaron –emulando a Duarte– el gentilicio dominicano que nos iden-tificaba e identifica como pueblo y a la vez nos diferenciaba, étnica y culturalmente, del vecino de Occidente que subyugó al colectivo por 22 años.

Lograr la victoria sobre el invasor extranjero y preservar la independencia son los principales aspectos que normalmente sobredimensiona la historia narrativa tradicional, soslayando así el inmenso costo material y espiritual que conllevó esa descomunal hazaña acometida por las más puras esencias del pueblo y por sus principales dirigentes. Y es aquí en donde, a mi modo de ver, radica la importancia del trabajo presentado por el profesor Welnel Féliz.

Las vicisitudes de la independencia

Siempre he sostenido que proclamar la República fue un proyecto de mucho más fácil cristalización que el compromiso asumido por nuestros antepasados para defender y mantener la soberanía política del nuevo Estado. Welnel Féliz afirma que, en aquel medio tan escasamente desarrollado, unificar criterios y superar las diferencias políticas fue un objetivo poco menos que imposible. La idea de la independencia pura y simple, a los ojos de los conservadores, adversarios de los trinitarios,

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parecía una utopía cuya cristalización pertenecía a la esfera de lo irrealizable. Porque, en una sociedad como la dominicana de 1844, sin medios de comunicación, completamente rural y fragmentada en tres regiones que –al decir de Frank Moya Pons– parecían tres países distintos, convencer a la población sobre la conveniencia de un cambio político tampoco fue em-presa de fácil materialización, sobre todo frente a un enemigo que consideraba que le pertenecía la parte del este de la isla de Santo Domingo y, por tanto, se resistía a aceptar que la misma se se constituyera en Estado-nación independiente.

Es cierto que se peleó con valentía, y que nuestros antepa-sados salieron airosos de aquella dura prueba; pero, a lo largo del camino, el gobierno y el ejército confrontaron muchos in-convenientes para alcanzar exitosamente sus objetivos: hubo escasez de armas y municiones, de alimentación para las tro-pas, de atención médica suficiente, los soldados no recibieron salarios durante meses, la guerra afectó la producción nacional, generó problemas económicos y carestía de los principales pro-ductos de consumo popular, y el trabajo en el campo se vio considerablemente afectado debido a que muchos campesinos tuvieron que abandonar sus faenas para incorporarse al ejército improvisado que defendió el naciente Estado. Sin embargo, a despecho de tantas adversidades, se logró consolidar la Repú-blica de aquel Febrero inmortal.

Considero que cuando se tenga la oportunidad de leer en toda su extensión el trabajo de Welnel Féliz, se estará en con-diciones de apreciar la importancia del tema escogido por él, y sin duda ello permitirá valorar y admirar aún más el enorme sacrificio material y espiritual de la generación de 1844 con el fin de lograr la Independencia Nacional tan añorada por Duarte y los trinitarios.

Para concluir, solo me resta felicitar al profesor Welnel Da-río Féliz por su elección como nuevo miembro de número. Y a

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él le dirijo estas palabras: pasará usted a ocupar nada menos que el «sillón A» de la Academia Dominicana de la Historia, lo cual es un privilegio especialmente significativo para su trayectoria profesional, pues ese sillón lo ocuparon anteriormente promi-nentes historiadores de quienes hemos heredado inestimables aportes a la bibliografía histórica nacional. Entre los académi-cos que le precedieron figuran el maestro Federico Henríquez y Carvajal (1931-1952), nada menos que primer presidente de la Academia; Virgilio Díaz Ordóñez (1953-1968) y Julio Genaro Campillo Pérez (1971-2001) y Emilio Cordero Michel (2004-2018), estos últimos dos también fueron presidentes de nuestra corporación. Como puede advertirse, tiene usted por delante un enorme legado que preservar, por lo que confío que sus futuras investigaciones contribuirán a enriquecer la cultura histórica del pueblo dominicano, como homenaje a sus ilustres predece-sores y en nombre de la Academia Dominicana de la Historia.

Muchas gracias.

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CLÍO, Año 89, Núm. 200, Julio-Diciembre 2020, pp. 207-239ISSN: 0009-9376

Enero de 1960

Antonio Lluberes, S. J.*

RESUMEN

Enero de 1960 fue un mes axial en el deterioro del régimen de Trujillo, pues afloraron hechos que se venían gestando de tiempo como el crecimiento de la oposición interna, la formación y devela-miento del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, el rompimiento de Trujillo con su base social y el distanciamiento con la Iglesia ca-tólica. Consecuencia de las pasadas expediciones de junio de 1959, se gestó una oposición que cuajó en el Movimiento Revolucionario 14 de Junio que integró diversos sectores sociales, desde campesinos y obreros hasta artesanos, profesionales, empresarios y eclesiásticos que habían sido base social de Trujillo. El develamiento del Movi-miento y la cruel represión de sus miembros apresados indujo a la Iglesia a publicar una carta pastoral que sirvió de protección a los pre-sos políticos y de deslegitimación al Régimen de Trujillo. El Régimen se distanció de las familias de los apresados procedentes de las clases profesionales y empresariales.

Palabras clave: Régimen de Trujillo, Movimiento Revoluciona-rio 14 de Junio, Iglesia católica, Carta Pastoral de enero de 1960, periódico El Caribe.

* Miembro correspondiente nacional de la Academia Dominicana de la Historia.

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Antonio Lluberes, S. J.

ABSTRACT

January 1960 was a crucial month in the deterioration of the Tru-jillo Regime, as events that had been brewing for a long time emerged, such as the growth of internal opposition, the formation and unveiling of the June 14 Revolutionary Movement, the break of Trujillo with its base. social distancing from the Catholic Church. As a consequence of the last expeditions of June 1959, an opposition was created that became the revolutionary Movement 14 of June that included various social sectors, from peasants and workers to artisans, professionals, businessmen and ecclesiastics that had been the social base of Tru-jillo. The unveiling of the Movement and the cruel repression of its imprisoned members led the Church to publish a pastoral letter that served to protect political prisoners and to delegitimize the Trujillo Regime. The Regime distanced itself from the families of those im-prisoned from the professional and business classes.

Keywords: Trujillo Regime, Revolutionary Movement June 14, Catholic Church, Pastoral Letter of January 1960, newspaper El Caribe.

Introducción

Los acontecimientos del mes de enero de 1960, en par-ticular los referentes a las relaciones entre la Iglesia católica y el régimen de Rafael L. Trujillo, son de tal filigrana que requieren de mucha atención. Ese mes afloraron una serie de temas que se venían gestando hacía ya un tiempo y cu-riosamente acontecen de forma contradictoria pues mientras Iglesia y Estado quieren dar a entender sus buenas relaciones, se van tejiendo y surgiendo en las bases relaciones críticas. Estos hechos se mantendrán o reaparecerán de forma mitiga-da o radical en los meses por venir hasta el ajusticiamiento de Trujillo el 30 de mayo de 1961.

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Los temas recurrentes y fundamentales son la predominante religiosidad católica del pueblo dominicano y sus autoridades, la participación de laicos y sacerdotes en los movimientos de oposición, la valoración y critica del concordato entre la Santa Sede y el Estado dominicano, la concepción y difusión de la pastoral de enero de 1960, la sucesión episcopal en el Arzobis-pado de Santo Domingo y la crítica a la Iglesia a través de la columna Foro Público del periódico El Caribe.

En el orden político, se mantienen a lo largo del mes, una serie de temas políticos comunes. Hay una intensa campaña pi-diendo a Trujillo su postulación presidencial en las elecciones de 1962. Y se levanta otra colecta para el Fondo de la Defensa Nacional.

La gestación y posterior develamiento, apresamiento y maltrato físico de los miembros del Movimiento Revoluciona-rio 14 de Junio. Los reclamos de intercesión y clemencia de sus familiares a los obispos.

En el plano internacional, los temas más frecuentes fue-ron la lucha por la descolonización de Argelia y el desarrollo y radicalización de la Revolución Cubana, muy en particular su carácter ideológico, el comunismo.

El primero de enero

El año comenzó bajo apariencias de orden y paz. El pri-mero de enero se tuvo el tradicional acto de presentación de saludos de año nuevo a las autoridades en el Palacio Nacional. Por la mañana las autoridades de gobierno, cuerpo diplomático e Iglesia visitaron el Palacio para saludar y dar sus parabienes a los gobernantes. Trujillo lució la gran cruz de la Orden Piana que le concedió Pío XII al firmar el concordato en 1954. De la jerarquía eclesial estuvieron presentes —sus fotos salieron en

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el periódico El Caribe— en muy primer lugar el nuncio Lino Zanini, y los obispos Octavio A. Beras, arzobispo coadjutor del Arzobispado de Santo Domingo; Eduardo Polanco Brito, obis-po de Santiago; Thomas Reilly, obispo de la prelatura nullius de San Juan y monseñor Eliseo Pérez Sánchez, vicario general del arzobispado de Santo Domingo. «El Generalísimo Trujillo y el presidente Héctor B. Trujillo brindaron con champañe jun-to al Nuncio de Su Santidad monseñor Lino Zanini, decano del Cuerpo Diplomático. «Por Su Excelencia y por el esplendor de la Iglesia» —dijo Trujillo levantando en alto la copa—. A su vez el nuncio brindó por “las autoridades y por la prosperidad del pueblo dominicano”».1 Además, se repitieron las fotos del nun-cio Zanini bendiciendo el nuevo aeropuerto y del obispo Beras en las bodas de Héctor Bienvenido Trujillo en el pasado 1959.2

Interesante, ese mismo día se publicó el telegrama de feli-citación de los padres salesianos a Trujillo por Navidades.3 Por la noche el gobierno ofreció una fiesta-cena bailable a miem-bros de las Fuerzas Armadas y Policía Nacional donde se dieron vivas al gobierno y a Trujillo. Esa mañana Trujillo anunció un

1 Periódico El Caribe (en lo adelante EC), 2 de enero de 1960, p. 1.2 EC, 1 de enero de 1960, p. 7.3 EC, 1 de enero de 1960, p. 15. Lo más seguro buscaban facilitar sus

gestiones sobre el seminarista Máximo Báez Dreiby. El 8 de noviem-bre de 1959 el seminarista salesiano Báez fue apresado en la puerta norte del oratorio Don Bosco, que daba a la calle san Francisco de Ma-corís. Con él llegaron a caer presos otros once compañeros, algunos exalumnos del colegio y también muchachos del barrio Don Bosco y no se tenían noticias de su paradero. Los padres Enrique Mellano, SDB y Sixto Pagani, SDB, se empeñaron en esta tarea. Los salesianos llegaron a tener conocimiento del paradero de Báez el 16 de noviem-bre y fue liberado el 14 de julio de 1960. Entrevistas con los padres Jesús Hernández, SDB. Santo Domingo, 12 de marzo de 2008, y Jesús Tejada, SDB. Santo Domingo, 6 de junio de 2008.

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recorrido por todo el territorio nacional con «el fin de elogiar o criticar el progreso de los pueblos y lugares».4

Una población en movimiento

Dos campañas nacionales, desde 1959, mantenían a la población en permanente movimiento de apoyo al Régimen. La del Fondo de la Defensa Nacional que pedía a personas, oficinas y empresas cooperación económica y la de Respaldo a la Candidatura de Trujillo para las elecciones de 1962 que organizaba cartas y/o manifestaciones públicas de apoyo. Las expediciones de junio de 1959 generaron una campaña de captación de recursos económicos de personas, oficinas y em-presas para financiar la compra de material bélico y las fuerzas armadas. La colecta se presentaba como «un signo de patriótica y resuelta solidaridad con el gobierno y con la obra de pre-servación y defensa de la Nación que tiene por incomparable gestor e iluminada cabeza al Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva Generalísimo Doctor Rafael Leónidas Trujillo Molina».5 La otra campaña fue la de apoyo a la candidatura de Trujillo para las elecciones de 1962. En el mismo primero de enero se publicó el acto de los empleados de la Secretaría de Trabajo e Industria en el que decidieron mandarle un mensaje de apoyo porque «sois vos el Padre y Benefactor de la Patria, creador del presente luminoso que vive la República desde que advinisteis al poder en 1930».6

4 EC, 3 de enero de 1960, p. 1.5 EC, 1 de enero de 1960, p. 13.6 EC, 1 de enero de 1960, p. 9.

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Los días siguientes

Es de destacar que Virgilio Álvarez Pina, a la fecha quizás el más cercano colaborador de Trujillo, fue nombrado secreta-rio de Interior y Cultos.7

Sin embargo, ya tomaban cuerpo varios signos de discor-dia. El nuevo nuncio Zanini había irritado en varias ocasiones al gobierno, al mostrar reticencia para mencionar a Trujillo y sus méritos en sus discursos anteriores, muy en particular en el de intercambio de credenciales. Y confeccionaba una lista con varios Foro Público contra la Iglesia que quería presentar al Gobierno.8

Ese mismo día dos se dio la noticia, ilustrada con dos fotos, de los votos perpetuos de la religiosa Margarita Ruiz Bergés, de la congregación Dominicas de Adrian que dirigían el colegio Santo Domingo. Se incluyó también la noticia que tiene otra hermana más joven, María Teresa, también religio-sa de la misma congregación. Las religiosas eran hijas del ingeniero Humberto Ruiz Castillo, principal constructor de las obras de la Iglesia financiadas por el Estado.9 Esta noticia no impidió publicar días después un Foro Público ponien-do en entredicho la honestidad del ingeniero, calificándolo como «religioso ingeniero». Se decía que no terminaba de aclarar «los cuantiosos beneficios en las construcciones de

7 EC, 2 de enero de 1960, p. 1.8 José Luis Sáez, S.J., «Lino Zanini. Diplomático y Agente de Cambio,

1909-1997». Santo Domingo, Editora Amigo del Hogar, 1997. Ver también el informe del embajador español al ministro de Asuntos Ex-teriores de España. Santo Domingo, 28 de noviembre de 1959. Ángel Lockward, Informes secretos de Trujillo a Franco. Santo Domingo, Editora Universitaria UASD, 2007, pp. 259-261.

9 EC, 2 de enero de 1960, p. 4.

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la universidad y en otros inmensos edificios. Estará cansado —decía— o es que sigue rogando a los Santos que lo saquen con bien de este aprieto».

La conspiración

El triunfo de la Revolución Cubana, enero de 1959, y las posteriores expediciones al país de junio de 1959 y su some-timiento y cruel represión fue levantando un sentimiento de indignación y rebeldía que cuajó en una organización revo-lucionaria, clandestina, expandida por casi toda la geografía nacional que nucleó diversos grupos de disidentes tanto de ba-jos niveles sociales como campesinos y obreros y significativos profesionales y empresarios vinculados al Régimen y a la Igle-sia. Este movimiento tuvo su reunión constitutiva el día 10 en Guayacanes, Mao.10

Pero, para el día 11 la organización comenzó a ser descu-bierta y a caer progresivamente apresados la mayor parte de sus miembros. Luis Henríquez Castillo recoge las declaraciones de la instrucción de 284 detenidos,11 pero Roberto Cassá dice que

10 Sobre el origen, apresamiento y encarcelamiento de los miembros del 14 de Junio se han escrito muchos y valiosos libros testimoniales, pero me parece que el de Julio Miguel Escoto Santana, Mi testimonio 1J4. La suplica de mi padre y mis trágicas vivencias en la Tiranía de Truji-llo…50 años después. Santo Domingo, Editora Búho, 2017, es el más completo y preciso. Él estuvo presente en la reunión de Guayacanes y con la cooperación de otros testigos levantaron posteriormente un acta notarial de dicha reunión.

11 Luis Henríquez Castillo, Crímenes contra la seguridad interior y ex-terior del Estado dominicano. Ciudad Trujillo, Editora La Nación, C. por A., 1960.

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«llegó a haber cerca de 400 presos a los que se agregaban los que se encontraban en el otro centro, El Nueve».12

Los apresamientos, mantenidos en un estricto secreto, se iban haciendo de conocimiento. La prensa no hacía alusión a la conspiración y mucho menos a los apresamientos. Hubo, sin embargo, publicaciones de prensa breves e indirectas, pero de mucho significado que, si se analizan, trasparentaban que la situación era difícil y afectaba a personas de buena posición social y relaciones con el régimen. La dictadura se dispuso a romper con ellas en público y a deshacer el tejido social que por años había construido. Comenzó con tres foros pú-blicos, con tema y lenguaje vulgar, denunciando a la doctora Asela Morel Pérez —prestante ginecobstetra y miembro del Movimiento Revolucionario 14 de junio— de hacer «actos impúdicos contra la sociedad».13 Además, la cancelación de docentes universitarios vinculados al movimiento, ellos o sus hijos. El 22 fueron cancelados los profesores José A. Fernán-dez Caminero y Ramón Cáceres Troncoso, ambos miembros del 14 de junio.14 El 26, el profesor Ángel Messina, padre de Frixo Messina Rodríguez, miembro del 14 de junio.15 Y el 29 el profesor Pedro Troncoso Sánchez, hijo del pasado presi-dente, trujillista, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha y padre del abogado Marcos Troncoso Leroux, miembro del 14 de junio.16

12 Roberto Cassá, Los Orígenes del Movimiento 14 de Junio. Santo Do-mingo, Editora Búho, 2007, p. 306.

13 EC, 21 de enero de 1960, pp. 11; EC, 23 de enero de 1960, p.11; y EC, 24 de enero de 1960, p. 11.

14 EC, 22 de enero de 1960, p. 1.15 EC, 27 de enero de 1969, p. 1.16 EC, 29 de enero de 1960, p.1.

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El 26 comenzó a publicarse un aviso periodístico de la familia D’Alessandro Tavares —familia muy allegada a Tru-jillo— informando que gratificaría con mil pesos a la «persona que le suministre alguna información sobre el paradero de su hijo Guido, alias Yuyo [cuñado y amigo personal de Rafael (Ramfis) Trujillo Martínez, miembro del 14 de Junio quien] venía dando muestras de cierto desequilibrio mental, habiendo esta situación ocasionado trastornos a la empresa que dirige So-ciedad Automotiva C. por A.».17

Como retaliación, al día siguiente, 27 de enero, apareció un Foro Público bajo el título «Integrantes de una Compañía» en el que yendo más a fondo se acusaba a los dirigentes de la Sociedad Automotiva, C. por A. [de dedicarse] a maniobras subversivas contra el orden y la paz reinante en esta Era de la Patria Nueva, postura que constituye un criminal atentado contra la familia y el pueblo dominicano. Ante tales hechos probados es bueno que el Gobierno sepa quiénes son los in-tegrantes de esa Compañía, a fin que los observe de cerca y pondere cada uno de sus pasos en lo adelante. Poseen acciones nominativas en la Sociedad Automotiva, C. por A.: V. Grisolía y Co. C. por A., José Armenteros S., Robinson Bou, J. Arman-do Bermúdez P., Fco Pimentel L., Jesús Armenteros Saglul, J. Ml. Armenteros R. Tienen acciones a la orden: Jesús Enrique Armenteros R., Guido D’Alessandro T., Armando D’Alessan-dro T. Y por último son los posibles dueños de las acciones al portador: Juan Bautista Vicini C., Bert C. Ladurnes, Alfredo DuBreil, J. H. Jesen. Mas adelante nos ocuparemos de informar

17 EC, 26 de enero de 1960, p. 3. Aunque el aviso era firmado por la familia, se ha verificado que fue un recurso de los servicios de inte-ligencia para tratar de localizar a D´Alessandro Tavares quien se les había escabullido refugiándose en casa de diplomáticos.

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la situación sospechosa que estamos observando en la casa R. Esteva y Cia. 18

En los siguientes días, algunos de los aludidos escribieron al foro desvinculándose de los hechos y reiterando su adhesión a las iniciativas y a los tiempos de paz fomentados por el «Ilus-tre Jefe». El 28 lo hizo J. Armenteros S.; el 29 la Casa Grisolía, Juan B. Vicini C., Jaime Luis Bou y Alfredo Du Breil; y el 30 J. H. Jessen.19

El caso, a mi juicio más revelador de la gravedad de la situación, fue un foro en contra de Beby Ricart20 acusándolo de usar expresiones sarcásticas y malévolas contra el Gobierno en lugares públicos, «ahora, en este instante en que se están depurando la conducta y la lealtad de numerosos funcionarios y pseudoamigos que hasta ayer fueron considerados adictos y leales a nuestro patriótico e histórico régimen de gobierno. “Concluía” que tome nota la Policía acerca de ese turpén».21

Al otro día, Ricart contestó negando «las mendaces y ca-lumniosas imputaciones que me hacen en el Foro Público (…).

18 EC, 27 de enero de 1960, p. 9. 19 EC, 28 de enero de 1960, p. 9; EC, 29 de enero de 1960, p. 9; y EC, 30

de enero de 1960, p. 9.20 Carlos Alberto Ricart Vidal, empresario y comerciante, secretario y

miembro del consejo administrativo de R. Esteva y Cia. Casado con Nelly Pellerano López-Penha, hija del segundo matrimonio de Arturo Joaquín Pellerano Alfau, fundador del periódico Listín Diario. Su hija Lucía Amelia Ricart Pellerano era novia de Rafael Francisco Bonnelly Batlle con quien casó en Nueva York el 21 de octubre de 1960. Bonne-lly Batlle era miembro del Movimiento 14 de Junio y ya el 16 de enero había sido apresado. Consulta con genealogista con Antonio Guerra. Santo Domingo, 26 de julio de 2020. Freddy Bonnelly Valverde, Mi Paso por la 40. Un Testimonio. Santo Domingo, Editora Mediabyte, 2009, p. 39.

21 EC, 26 de enero de 1960, p. 11.

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No puede expresarse en la forma que aviesamente se consigna en dicho escrito sin cometer percudo de ingratitud quien como yo sólo he recibido las más amplias facilidades para el desarro-llo de sus actividades, las cuales ha visto florecer al amparo de las garantías que se ofrecen a los hombres de empresa en esta Era de Trujillo, durante la cual de manera tan señalada se ha desarrollado la economía nacional. Igualmente me place con-signar que siempre he recibido favores y honrosa distinción del Ilustre Jefe, así como de varios miembros de su familia. Seguro de mi lealtad a la política y a la persona del Ilustre Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva, Generalísimo Doctor Rafael Leónidas Trujillo Molina y al gobierno que preside el Generalísimo Héctor B. Trujillo Molina, espero y deseo que se realice una investigación para que quede demostrado lo calum-nioso de tal denuncia».22

Y, finalmente, Rafael Filiberto Bonnelly Fondeur, un muy importante miembro de la burocracia del régimen como docente universitario, miembro del gabinete y diplomático, pero como sus hijos Carlos Sully y Rafael Francisco Bonnelly Batlle, eran miembros del 14 de Junio, fue destituido del cargo que tenía al momento, diputado de la provincia La Altagracia (Higüey).23

Una estrategia

Para fines de mes el régimen caía en la cuenta de lo extendi-do del movimiento clandestino descubierto y recurrió a invitar a tradicionales y a nuevos opositores y a sus familiares para que públicamente comenzasen a aunar voluntades y participar en las elecciones de 1962. El 27, Álvarez Pina, ministro del

22 EC, 27 de enero de 1960, p. 9. 23 EC, 27 de enero de 1960, p. 11.

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Interior, invitó a un amplio grupo de ciudadanos, entre otros, Viriato y su hermano Antinoe Fiallo, Rafael Alburquerque Za-yas Bazán, Ángel Messina, Pedro Troncoso Sánchez, Rafael Bonnelly y Apolinar Henríquez a formar un partido de oposi-ción. Les argumentaba que «están uds en capacidad —siempre lo han estado— de ejercer con plena amplitud sus derechos de ciudadanos y sería de desear que comenzaran públicamente a aunar voluntades, propósitos y tendencias doctrinarias para que en 1962 puedan terciar como fuerzas políticas organizadas en las honrosas y democráticas luchas electorales (…). Ha sido un constante deseo de nuestra Máximo Líder que sus opositores actúen a la luz del sol, libremente, abandonando una infecunda oposición clandestina o subversivas oposiciones inciviles que no corresponden a la evolución político-social que ha alcanza-do la Republica».24

En los próximos días, algunos de ellos fueron escribien-do al periódico El Caribe desestimando esa invitación según decían porque no eran políticos o porque eran miembros del Partido Dominicano, fundado por Trujillo, de quienes eran fie-les seguidores o reconocedores de sus méritos.

La Iglesia y el Seminario Santo Tomás

El Seminario Santo Tomás demanda un trato aparte. El seminario era una joya de la Iglesia y del régimen. En mayo de 1959 el periódico El Caribe publicó un amplio artículo ponderando los aportes del seminario a la formación de fu-turos sacerdotes dominicanos.25 Pero, entre los seminaristas

24 EC, 27 de enero de 1960, pp. 1-2. 25 «Seminario prepara 250 jóvenes para el sacerdocio. Era de Trujillo

propicia religión». EC, 16 de mayo de 1959, p. 5.

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se gestaba una opinión opositora que llevó a algunos de ellos a una militancia antitrujillista.

Con informes proporcionados por Enerio Rodríguez Arias, seminarista a la época, podemos reconstruir el am-biente del seminario. Decía que el rector, padre Juan López Pedraz, S. J., introdujo innovaciones como clases de econo-mía usando el libro de Paul A. Samuelson y sobre la evolución con libro de Víctor Marcozzi. Las clases las daba el mismo rector leyendo algún capítulo por adelante. También se pre-sentaban obras de teatro que dirigía el seminarista pasante Oscar Magnan, S.J., exhibieron la película Nido de Ratas de Elia Kazan y Marlon Brando, y se fijaron en la situación obre-ra de los portuarios de Nueva York y en el compromiso social de un sacerdote.

El padre Salvador Freixedo, S. J., venía desde Cuba a dar un cursillo de sociología para lo cual se suspendían todas las clases y se concentraban todos los cursos. Freixedo era de los padres progresistas de Cuba. Al ganar la Revolución escribió el libro 40 casos de injusticia social, en el cual hacia estudios comparados entre familias ricas y pobres de Cuba.

En el seminario «todo el mundo hablaba de política, era el único lugar donde uno se sentía con libertad de hablar y hasta hacer chistes, sin temor a nada. Se hacían chistecitos sobre los carros de lujo que iban a buscar al padre Mariano Vásquez, S. J., amigo del régimen. Se les tomaba el pelo a los seminaristas que se mostraban partidarios del régimen».

Había infiltrado un espía, algunos lo dudaban, que hacía papel de sordo. Como a los pobres se les daba de la comida, el sordo iba a buscarla y se quedaba a jugar damas con los semi-naristas y a dormitar en los bancos del patio. Se dudaba de su sordera. Se llegó a gritar duro a su lado, se daban palmadas y un día hasta se tiró una plancha de zinc desde la azotea y él se dio por no percibirla. Pero, se cuenta que otro día un seminarista lo

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vio cantar en una guagua pública, él cayó en la cuenta que fue observado, y no volvió al seminario.

Los profesores, en sus clases, no hacían alusiones ni daban oportunidad a elaborar pensamientos y a comentar la situación política. Se mantenían en un nivel académico. Pero los semina-ristas puertorriqueños y cubanos traían temas sobre la situación de sus países y por comparación se hablaba del nuestro.26 En ese contexto, el rector López Pedraz, espiado por los servicios de inteligencia, se vio precisado a abandonar la dirección del seminario y el país en julio de 1960.

A lo callado, varios sacerdotes y seminaristas se iban impli-cando en la gestión y militancia del movimiento opositor. Hasta donde no es dado precisar fueron miembros del movimiento los padres Daniel Cruz Inoa, de la Diócesis de Santiago y Eligio Montas Melo de la parroquia San Antonio de Santo Domingo hasta llegar a formar parte de células. De los seminaristas mili-tantes se deben mencionar a Antonio Lockward, Ramón Monchú Pons Bloise, Luis Ramón Papilín Peña y Mariano Rafael Marién García. Los dos últimos, activos militantes, resultaron asesina-dos en las cárceles del régimen. Hubo otros que se permitían criticar al régimen y hasta sabían que se movía «algo» pero no se puede demostrar su militancia. El padre Ercilio de Jesús Moya aceptaba, en su casa curial de Tenares, a grupos de seminaristas y jóvenes opositores entre los que se encontraban Monchú Pons, Vinicio Disla y Rafael Fafa Taveras.27

Las relaciones entre la Revolución Cubana y la Iglesia dieron ocasión a un episodio dominicano. El 9 de enero sa-lió la noticia dos sacerdotes cubanos, Eduardo Aguirre y Juan R. O’Farrill, exiliados en Miami, denunciaban los intentos del

26 EC, 24 de enero de 1960, pp. 1 y 12. 27 Entrevista con monseñor Jesús María de Jesús Moya, San Francisco

de Macorís, 16 de abril de 2008.

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gobierno de crear una iglesia cubana independiente de Roma.28 Más adelante veremos cómo el gobierno aprovechó ese hecho para promover entre sacerdotes una corriente de opinión favo-rable al régimen.

El Día de la Altagracia

El 21 de enero, día de la virgen de la Altagracia, es nodal en esta historia. Los acontecimientos religiosos y culturales del día fueron ocasión para que la Iglesia tomase conciencia de los acontecimientos políticos que se daban soterradamente.

La misma mañana del 21, en la iglesia Catedral de Santo Domingo, Beras celebró la misa de la Altagracia por encargo de Trujillo. En esa misa predicó fray Vicente Rubio, O.P., que habló —entre otras cosas— «del fervor religioso del pueblo dominicano desde hace siglos y que ahora se acrecienta al amparo de la política de paz y progreso que disfruta el país (…). Finalmente impetró a la Virgen que siguiera derramando sus bendiciones al católico pueblo dominicano y a sus ilustres estadistas». Beras bendijo una medalla que la Asociación Fer-vorosos Virgen de la Altagracia, con ocasión de los cincuenta años de fundada, entregaría a Trujillo en la inauguración de la Feria Ganadera esa noche «en reconocimiento a su prodigiosa obra de gobierno y a la amplia protección que ha brindado a la Iglesia y a la extensión del culto altagraciano». Como era costumbre secretarios de Estado, presididos por Virgilio Álva-rez Pina y Porfirio Herrera Báez, y altos funcionarios civiles y militares del gobierno estuvieron presente en la misa.29

28 EC, 9 de enero de 1960, p. 1.29 «Trujillo dedica pontifical a la Virgen de la Altagracia». EC, 22 de

enero de 1960, pp. 1, 2 y 11.

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El 21 en la tarde se tuvo la procesión de la Virgen desde la Catedral hasta la Iglesia de la Altagracia y al final el rector padre Ángel Abad, claretiano, cantó una salve.30

El 23 se volvió a celebrar otra misa a la Altagracia a inten-ción de Trujillo, ahora en la iglesia de La Altagracia presidida por monseñor Eduardo Ross, a la fecha consultor eclesiástico de la presidencia, predicada por el padre Abad y que contó con la asistencia de monseñor Ricardo Pittini, arzobispo de Santo Domingo acompañado del padre Sixto Pagani, salesiano. Aquí estuvieron también presentes autoridades civiles y militares presididos por Virgilio Álvarez Pina y Porfirio Herrera Báez. El padre Abad al iniciar su sermón, sostuvo que reunidos a ce-lebrar una misa solemne a la Virgen de la Altagracia se debe reconocer «al primero de los dominicanos, el hombre que ha despertado en la conciencia nacional el sentido del destino es-piritualista de una patria engrandecida por su fe inquebrantable en el dogma católico y por la devoción entrañable a María; al hombre que ha levantado el nivel religioso de nuestro país con los templos esparcidos por todo el territorio nacional, con programas de educación religiosa en las escuelas y en la uni-versidad, con instituciones educacionales y sociales de tipo religioso, con su voz firme y con su palabra iluminada».31

Pero en Higüey y con la inspiración del obispo Juan Fé-lix Pepén se desencadenaron otros hechos que reorientarían el curso de este proceso. No hay espacio a duda que para el 20 de enero ya habría obispos que serían conocedores de que feligreses y personas prestantes de sus diócesis habían comen-zado a ser apresados y que se hacía recurso a la violencia física porque sus familiares se le habrían acercado pidiendo su inter-cesión. Esto habría sucedido con más seguridad en las diócesis

30 EC, 22 de enero de 1960, p. 11. 31 EC, 24 de enero de 1960, pp. 1 y 12.

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del Cibao donde el número de miembros del movimiento era más numeroso y la feligresía católica era mayor. Siempre hago referencia al caso de una señora cibaeña —me pidió mante-ner el anonimato— que me contó que cuando ella notó que su muchacho no regresaba a casa se vistió de negro, se puso su mantilla y se le «jincó» a un obispo y le repetía: «¿Monseñor, usted me lo bautizó, usted no va a dejar que me lo maten, ver-dad monseñor?».

Pero el obispo que, conocedor de los hechos, tomó una ini-ciativa fue Pepén. Narra que la noche del 20 de enero, víspera de La Altagracia, se le presentó un exseminarista [Hipólito Medina Llauger], sobrino de un sacerdote compañero mío del seminario [P. Ángel Vinicio Llauger], huyendo y pidiendo asilo porque lo estaban persiguiendo, cosa «que nos inspiró compasión».32

Sigue contando Pepén que, al día siguiente, el 21, después de la misa de la Virgen, se apresuró a la capital y contó al nuncio lo que sabía de la situación. El nuncio reaccionó diciendo que «esto no puede seguir así, la Iglesia tiene que levantar su voz y hablar claro. No hay tiempo que perder». Y le pidió que escri-biera un borrador de carta pastoral y se lo llevara al otro día. Así lo hizo Pepén el 22, pero al nuncio no le satisfizo porque había que «llegar más lejos. Hay que denunciar las violaciones a los derechos humanos, reclamar un cambio». Le pidió el parecer sobre quién podía redactar el borrador, y el sugirió una persona

32 Pepén no menciona nombre, pero Rodríguez Arias en Entrevista con… Santo Domingo, 17 de enero de 2013, identifica los nombres que son los intercalados en paréntesis. Pero además tenemos un volante pro-movido por Radio Deportiva Handicap en la que presentaba una foto de Hipólito Medina Llauger vestido de seminarista, informando que había salido del país a través de la embajada de México y preguntando que profesión estudiaba. Se sortearía un premio entre los ganadores.

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y el 23 ya estaba listo.33 Fueron convocados los obispos, todos menos Pittini, quizás debido a su edad y limitaciones de vista.

Lo que posteriormente se conoce con el genérico de la Pas-toral, se sabe que fueron tres documentos. Primero y principal, la misma Pastoral. En segundo lugar, una carta personal a Truji-llo presentándole la Pastoral. Y en tercer lugar una nota al clero para reglamentar sus actuaciones de carácter político. 34

Termina Pepén diciendo que se le comisionó ir donde Pi-ttini a recabar su firma y que se dudaba de su decisión, pero que él le leyó el documento, Pittini lo pensó un momento y que sin titubear dijo «dame una pluma», la firmó y dijo: «que Dios nos proteja». Hay otra información al respecto. Juan Antonio Belza, SDB, un sacerdote salesiano, de nacionalidad urugua-ya, escribió una biografía sobre Pittini, no estuvo presente y no dice cuál fue su fuente, pero cuenta que Pittini oyó leer los documentos pausadamente, hizo correcciones menores propias de su prudencia, firmó y dijo: «manténgase unidos».35 Era el 25 de enero.

La noche del 21 se inauguró la Feria Ganadera. En las fo-tos se observan a Beras, en compañía de Julio E. de la Rocha, presidente de la Asociación Fervorosos de la Altagracia, junto a Armando Rojas, fundador de la Asociación, Próspero Nadal y Juan A. Cohén, bendiciendo la Feria y entregando la medalla a Trujillo. En otras fotos se observan al obispo Polanco Brito y al

33 Juan Félix Pepén, Un Garabato de Dios. Vivencias de un Testigo. San-to Domingo, Ediciones Peregrino, 2003, pp. 111-113.

34 Los tres documentos se encuentran en edición oficial en Documentos de la Conferencia del Episcopado de la Republica Dominicana, 1955-1989. Santo Domingo, Amigo del Hogar, 1989, p. 39.

35 El Pastor de los Pobres y su Mitra de Plomo. Semblanza de monseñor Ricardo Pittini, el arzobispo ciego que sirvió a Santo Domingo en la Era de Trujillo. Santo Domingo, ITESA, 1976, p. 25.

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nuncio Zanini sentados entre diplomáticos presentes.36 Se dice que se le pidió al nuncio bendecir la Feria como el año pasado lo había hecho el anterior nuncio Salvatore Siino, pero que no quiso bendecirla pues aducía que eso le correspondería a la au-toridad religiosa nacional. 37

El discurso de apertura de la Feria estuvo a cargo del se-cretario de Agricultura Manuel V. Ramos quien, como era tradicional, incluyó varios párrafos sobre la fe del «conductor de este pueblo», la religiosidad católica del pueblo dominicano, y las relaciones Iglesia-Estado. Transcribo un párrafo donde toca el tema del concordato entre el Estado dominicano —Santa Sede que se convertirá en tema de debate y crisis. «La fe robus-ta y sincera— dice, es una de las características que adornan la vigorosa fecundidad del esclarecido Conductor del pueblo dominicano (…). Profunda e inquebrantable fe religiosa que ha orientado su política a conceder a la Iglesia católica, apostólica y romana las más amplias prerrogativas en nuestro país, cu-yos habitantes en su casi universalidad profesan la fe cristiana. De ahí que bajo la inspiración de estas normas haya surgido la firma del concordato que define y regula las relaciones del Estado dominicano con la Santa Sede».38 Pero a diferencia de otros años anteriores, las palabras del secretario fueron contes-tadas dos días después por un Foro Público que observaba que «consideraban ayer algunos distinguidos jurisconsultos, entre los cuales había legisladores , la mención que del concordato

36 EC, 22 de enero de 1960, pp. 1 y 13. Ver además una visión global del tema en José Chez Checo, «La Iglesia Católica y Trujillo. La pastoral de 1960», en Homenaje a Emilio Cordero Michel. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2004, pp. 81-112.

37 Joaquín Balaguer, La palabra encadenada. México, Fuentes Impreso-res, S. A., 1975, p. 227.

38 EC, 22 de enero de 1960, p. 17.

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hiciera en su discurso de inauguración de la Feria Ganadera el secretario de Estado Ramos, y después de una larga con-versación en la que fue analizado el fondo y proyecciones del tratado, llegaron unánimemente a la conclusión de que estaba viciado de nulidad y que el Congreso Nacional podía decla-rarlo inexistente, restableciendo la situación jurídica antes de estar en vigor ese instrumento. El tópico es realmente de gran interés».39

Cuentan presos políticos recluidos en la cárcel política de La Cuarenta que esa noche, terminada la Feria, se recrudeció el maltrato. En conversación con José Israel Cuello, explica que la razón era que se esperaba un atentado a Trujillo en la Feria Ganadera, que se inauguraba esa noche. Que toda la Feria esta-ba llena de agentes de civil. Y que, de allí, personas del régimen fueron a la Cuarenta, hasta en su traje de celebración, y en la euforia se dedicaron a maltratar a los presos.40

El mismo día 21, el periódico el Caribe lanzó una encuesta a sacerdotes y laicos católicos sobre las declaraciones —arri-ba mencionadas— de los dos sacerdotes católicos de Cuba, exiliados en Miami, Eduardo Aguirre y Juan R. O’Farrill que denunciaban que Castro pensaba establecer una iglesia nacio-nal en Cuba separada de Roma.41 En los días posteriores de enero sacerdotes y laicos fueron contestando. El primero de ellos, Oscar Robles Toledano.42 Luego Eduardo Ross,43 Eliseo

39 Cipriano Montesinos, «Viciado de nulidad». EC, 23 de enero de 1960, p. 11.

40 Entrevistas con Rafael Fafa Taveras, Santo Domingo, 30 de enero de 2007 y con José Israel Cuello, 9 de marzo de 2007. Y también Escoto Santana, Mi testimonio 1J4, pp. 195-196.

41 EC, 21 de enero de 1960, p. 1.42 EC, 26 de enero de 1969, p. 1.43 EC, 27 de enero de 1960, p. 1.

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Pérez Sánchez44 y Luis E. Pou Henríquez.45 Robles Toledano, el primero en contestar, como que trazó la línea a seguir por los otros. Fieles a la doctrina oficial, todos reiteraban las enseñan-zas de la unidad de la Iglesia alrededor de la persona del Papa, pero dejaban claro la fidelidad de Trujillo a la Iglesia expresada en el Concordato de 1954. Robles dijo que «al llegar aquí se nos impone al ánimo el recuerdo de la mano animosa la del Ge-neralísimo Trujillo, esclarecida misión política tanto universal como dominicana que rubricó nuestro Concordato».

Los días posteriores

El 23, 25 y 29 de enero juegan un papel trascendental las informaciones procedentes de la Embajada estadounidense. El embajador de los Estados Unidos de América, Joseph F. Farland, envió un cable fechado el 23, que informaba que «el nuncio está fuertemente preocupado y está considerando una Carta Pastoral que pida una investigación completa de las circunstancias».46

El 25 es más explícito y reporta que el nuncio lo visitó solicitando que ellos dos, en compañía del embajador fran-cés, visitaran a Trujillo intercediendo por los presos políticos. Había redactado la siguiente nota: «Accediendo a instancias que le han llegado desde varias fuentes, y movido tan solo por razones de humanidad y caridad cristianas, respetuosamente solicitamos a su excelencia el Generalísimo Dr. Rafael Leó-nidas Trujillo Molina que, por encima de toda consideración

44 EC, 28 de enero de 1960, p. 1.45 EC, 31 de enero de 1960, p. 1.46 Bernardo Vega, Los Estados Unidos y Trujillo. Los días finales, 1960-

1961. Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 1999, p. 48.

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política y todo criterio legal, pueda considerar que sea opor-tuno hacerse interprete de la universal y ansiosa esperanza del pueblo dominicano de un acto de clemencia generalizado, por parte de las autoridades competentes del Estado, para que ellas otorguen libertad a los prisioneros políticos y puedan contribuir oportunamente a evitar un resentimiento innecesario e inútil y puedan concurrir oportunamente a favor de un apaciguamiento y una reducción de las tensiones de los espíritus en todos aque-llos hogares y en aquellas provincias donde recientes arrestos y medidas tomadas por razones de seguridad nacional se han hecho sentir de la manera más cruel».47

Una y otra nota revela que ya se tenía conocimiento de dos hechos, primero la existencia de presos políticos y segundo las iniciativas del nuncio Zanini de tratar el tema con Truji-llo, ya sea vía una visita diplomática —que, si se consideró, se descartó— y segundo una carta pastoral. Más adelante, el día 29 los informes enviados por el cónsul Henry Dearborn son más dicientes cuando reporta que «el Gobierno dominicano sin duda está al tanto de reportes que circulan en el sentido de que la Iglesia católica activamente pedirá una amnistía el próximo domingo (…). Una actitud de expectativa hacia las misas del domingo 31 de julio se está ahora intensificando (…)».48 Y ade-más, añade que «una misa tuvo lugar en la Catedral [parroquia] de san Antonio el 24 de enero, en la cual estuvieron presentes, con ropa de luto, familiares de los prisioneros (…).»49 Estos últimos datos revelan que la Pastoral que como hemos visto se comenzó a gestar el 21 ya había trascendido a parte de la pobla-ción, por lo menos a las familias de los presos políticos que se daban cita en la parroquia de San Antonio del barrio de Gascue

47 Vega, Los Estados Unidos, p. 48.48 Ibidem, p. 50. 49 Ibidem, p. 54.

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donde al momento trabajaba el padre Montas que como hemos visto arriba era miembro de una célula del 14 de Junio.

Origen y autoría de la pastoral

El origen y autoría de la pastoral ha sido tema de mucha curiosidad, no sabemos por qué. Los obispos firmantes lo man-tuvieron en mucho silencio. Hasta la fecha solo conocemos el testimonio del obispo Pepén en su libro Un garabato de Dios. Por el testimonio de Pepén sabemos que él hizo el primer borra-dor, pero que el nuncio le pidió que buscara otro redactor, cosa que hizo, pero nunca revelo quien fue ese otro. Eso ha dado pie a que se postulen como potenciales redactores a los padres Os-car Robles Toledano, Joaquín Ferragut, SchP., Roque Adames, Vicente Rubio, O.P., y hasta el obispo Panal. Pero el mismo Rubio había ya confesado a amigos muy cercanos, entre ellos a Rafael Toribio Domínguez50 y Raymundo González51 , que él había redactado el borrador y hasta que aceptaron la mayor parte de las ideas. Pero el arzobispo Nicolás López Rodríguez, una fuente autoritativa, informó, en el funeral de Pepén, el día 23 de julio de 2007, que este le había informado que el autor de la pastoral fue Rubio.52

Sobre la autoría de la pastoral se debe tener presente que el documento no es uno, sino tres. El primero y el que da nombre a los tres es la pastoral propiamente dicha, la que se leyó en público. En el mundo eclesiástico se sabe que el procedimiento de redacción de los documentos es progresivo, que se presenta

50 Conversación con…, Santo Domingo, 6 de enero de 2008. 51 Conversación con…, Santo Domingo, 15 de enero de 2008. 52 Leonor Ramírez, «Cardenal resalta valía de Obispo Pepén». Periódico

Hoy, 23 de julio de 2007, p. 12.

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un primer borrador, que se lleva a discusión y se aprueba o rechaza, se corrige y enmienda y que, al recibir la aprobación de todos, es que se firma. Del análisis estructural de este texto, se puede concluir que tiene dos partes. Una primera que llama-remos la doctrinal donde se hace un enunciado de los derechos humanos que tiene un fuerte signo de la escuela dominica sobre derecho de gente concebido en la escuela de san Esteban de Salamanca. Este pensamiento se puede percibir en el Sermón de Montesinos de Adviento de 1511 que apoya en los conceptos derecho y gente.

Esta primera parte llegaría hasta el párrafo que comienza «para evitar y alejar de nuestra querida Patria los males que la-mentamos (…)». A partir de ahí, la segunda parte, la más breve. Esta segunda parte alude «a los momentos de congoja y de in-certidumbre» y pide «que se eviten los excesos que en definitiva solo harían daño a quien los comete, y sean cuanto antes enju-gadas tantas lágrimas, curadas tantas llagas y devuelta la paz a tantos hogares». Y a continuación la gran sorpresa y curiosidad, sería bueno saber de qué mente procede el más incisivo de sus párrafos, ese que dice «de que ninguno de los familiares experi-mente jamás en su existencia los sufrimientos que afligen ahora a los corazones de tantos padres de familia (…)». Esta idea se hizo más grave en la carta de presentación de la Pastoral a Trujillo al precisar: «su venerada madre y la distinguida esposa». Siempre se ha dicho que Trujillo aceptaba las críticas a su régimen, no así a sus familiares, para lo cual era hipersensible. Cuando en julio de 1960 vino al país el padre visitador de los jesuitas, Francisco Javier Baeza, S. J., uno de los temas que conversó con Paino Pichardo fue precisamente ese párrafo y lo observó «por tener un carácter personal y casi agresivo».53

53 Memorando de Rafael Paino Pichardo a Rafael L. Trujillo sobre con-versaciones con Francisco Javier Baeza, S. J., 14 de septiembre de

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El Concordato

Y otro tema fue la valoración del Concordato de 1954, acuerdo que había sido ampliamente reconocido por la Iglesia y por el régimen pero que desde sus primeros tiempos comenzó a provocar reacciones negativas en particular en lo referente al matrimonio concordatario, es decir, al matrimonio sacramen-tal religioso cuya indisolubilidad era reconocido civilmente, ya que no dejaba abierta la posibilidad de divorcio. En la carta de presentación de la Pastoral a Trujillo se le observaba que «no ignora V.E. que el Concordato ha servido más para la causa del país y su prestigio que para la Iglesia misma». El concordato fue siempre un tema espinoso y ahora en el contexto de esta cri-sis volvió a reaparecer bajo la crítica del régimen. Ya lo vimos en el Foro Público al secretario Ramos el día 23. Ahora, el 25 reapareció el tema repitiendo la idea del anterior al decir que la opinión de jurisconsultos opinaba que «el concordato era un instrumento viciado de nulidad y que por lo tanto el Congreso Nacional podía declararlo inexistente». Y añadía que «como el asunto en verdad reviste sumo interés, me permito sugerir la conveniencia de que El Caribe abra una encuesta».54

La renuncia de Pittini

En esta delicada coyuntura, el 26 de enero, un día después de la firma de la Pastoral, Pittini escribió a la Santa Sede soli-citando su exoneración al gobierno del arzobispado de Santo

1960 en José Luis Sáez, S. J., La sumisión bien pagada. La Iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo, 1930-1961, tomo II. Santo Do-mingo, Archivo General de la Nación, 2008, p. 171.

54 Gabriel Polanco. EC, 25 de enero de 1960, p. 9.

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Domingo. La carta decía que «en consideración a mi avanzada edad y de mi completa ceguera pido humildemente a Vuestra Santidad, se digne nombrar, como administrador apostólico de la Arquidiócesis y de la vicaría castrense de la República Dominicana al Arzobispo Coadjutor con derecho a sucesión, Monseñor Octavio A. Beras, exonerándome así de toda respon-sabilidad en el gobierno de la Arquidiócesis y de la vicaría».55

La solicitud fue aprobada el 30 y la Nunciatura de Santo Domingo la dio a conocer, mediante comunicado número 410, el 31, día de lectura de la Pastoral. El comunicado dice que «La Nunciatura Apostólica comunica que su Santidad Juan XXIII, felizmente reinante, en fecha 30 de enero de 1960 se ha be-nignamente dignado exonerar a Su Excelencia Reverendísima Ricardo Pittini, Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo y Primado de las Américas del gobierno de la Arquidiócesis de Santo Domingo y del Vicariato castrense de la Republica Do-minicana, conservando únicamente los títulos; y de nombrar a Su Excelencia Reverendísima Monseñor Octavio Antonio Beras, Arzobispo titular de Eucaita, Administrador Apostólico, “Sede Plena”56 de la misma Arquidiócesis de Santo Domingo y del Vicariato Castrense».57

El periódico El Caribe añadiría que «la designación cuenta con el beneplácito del Gobierno dominicano quien hizo gestio-nes en ese sentido (…). Monseñor Pittini, de largo y fecundo ejercicio en el gobierno de la Arquidiócesis, se haya ciego des-de hace varios años. Monseñor Beras tiene desde hace tiempo,

55 Belza, El Pastor, p. 251.56 Oficio cuando continúa en el cargo el titular de la diócesis. En este

caso Beras adquiría las funciones administrativas y pastorales de la Arquidiócesis, pero Pittini seguía manteniendo el título de arzobispo, pero sin funciones.

57 EC, 3 de febrero de 1960, p. 1 y Fides, 7 de febrero de 1960, p. 1.

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como Arzobispo Coadjutor, parte destacada en la dirección de los asuntos eclesiásticos dominicanos». Belza dice, en cambio, que Trujillo se molestó porque no se le había consultado ya que «en la República Dominicana nadie renunciaba salvo que él lo echara».58

25 de enero, el expresidente argentino Juan Domingo Pe-rón, exiliado en el país desde el 28 de enero de 1958, salió de Santo Domingo para España en un avión fletado de la com-pañía Varig.59 El 26 apareció por primera vez el anuncio de la búsqueda de Guido D’Alessandro Tavares.

La prensa internacional y la nacional

A partir del 27 la prensa internacional comenzó a dar noti-cias de la conspiración y de los apresamientos. El primero fue el periódico El Mundo de Puerto Rico, el 28 un cable de UPI informaba «de la más vasta conspiración contra el régimen en toda la historia». y 29 lo hizo el New York Times. El mismo 29 el gobierno tuvo que afrontar los hechos. Publicó el cable de UPI y el coronel Johnny Abbes García, director del Servi-cio de Inteligencia Militar (SIM) dio un giro a la situación al declarar que los comentarios de la prensa internacional «sobre un supuesto complot contra el gobierno» no era más que una supuesta tergiversación de las investigaciones que el SIM rea-liza sobre actividades del padre jesuita Antonio Cesar Fabré de la Guardia,60 profesor en el Seminario Santo Tomás, de instruir

58 Belza, El Pastor…, p. 251.59 EC, 26 de enero de 1960, p. 14. 60 No era un sacerdote, sino un seminarista pasante en el Seminario San-

to Tomás de Aquino.

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a estudiantes del colegio Don Bosco61 y de «indoctrinar a se-minaristas en la construcción de bombas y en la organización de células comunistas». Terminaba la declaración enumerando las diversas sectas religiosas que desarrollan normalmente sus actividades en el país, «pero ninguno de sus adeptos ha estado mezclado en actividades políticas anti dominicanas ni ha hecho un uso inadecuado en el ejercicio de sus cultos respectivos de las prerrogativas que le conceden la Constitución y las leyes».62

Esta denuncia provocó un duro intercambio de comu-nicaciones. Sin esperar, el mismo 29, el padre Miguel Ángel Larrucea, S. J., superior de los jesuitas en el país, envió un te-legrama a Trujillo reclamando se reparasen «los insultos y las calumnias aparecidas en dicho artículo», contraviniendo las disposiciones de la Secretaria de Culto que prohibía toda acusa-ción a persona o entidad religiosa sin antes avisar a la autoridad competente. Y conminaba que de no aparecer el desagravio se verían precisados a retirar la participación del Instituto Politéc-nico Loyola en la clausura de la Feria Ganadera. Y terminaba con esta sentencia: «La Compañía de Jesús, que vino llamada para servir al pueblo dominicano sentiría, al cabo de veinte y cinco años de dedicación absoluta correspondida por el pueblo, tener que retirarse si las circunstancias forzaran a ello».63

61 Esta acusación tiene como telón de fondo al grupo de jóvenes del barrio Don Bosco, entre sus dirigentes a exalumnos del colegio Don Bosco, y entre los cuales estaba el seminarista salesiano Máximo Báez, que se llamaban Los Trinitarios apresados a inicios de noviembre de 1959. Ellos fueron responsables de incendiar oficinas como la tienda de Zona Franca de la Feria y la Oficina de Suministro ubicada en la calle Cordell Hull esquina Pedro A. Lluberes en la parte alta de Gascue.

62 «Revelan trama comunista dirigida por agente cubano situado en or-den religiosa». EC, 29 de enero de 1960, pp. 1-2.

63 Archivo Provincia de las Antillas (APA). Instituto Politécnico Loyola 1 (1952-1960), núm. 1, pp. 1-5, en Sáez, S. J., La Sumisión..., p. 69.

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El Palacio Nacional respondió, ese mismo día, con otro telegrama en estos términos: «Su telegrama amenazante e irres-petuoso se da por no recibido en la oficina del generalísimo Trujillo».64

Pero Larrucea ripostó al otro día, sábado 30, con una carta a Álvarez Pina, secretario de Cultos, reclamando desmentir la información sobre Fabre: «(…) pido su autorizada interven-ción —le decía— para que sea desmentida categóricamente esa calumniosa y gratuita denuncia de una pretendida trama de carácter comunista, organizada por un miembro de nuestra Orden».65

A la luz de estas comunicaciones se explica mejor por qué Trujillo envió una carta, fechada el 30 de enero, publicada en el El Caribe el 31, a grandes titulares en la primera página, elo-giando la labor del padre Ángel Arias, S. J., fundador y director técnico del Politécnico Loyola.66 Quizás la razón era buscar una salida o pacificación en estas tensas relaciones o hasta confron-tar a los dos superiores jesuitas, Larrucea y Arias.

Cosa curiosa, la noche del 29, el sacerdote jesuita alemán Berthold Beck, a la fecha profesor del Seminario Santo Tomás de Aquino, dictó una conferencia sobre las tradiciones bíblicas en el capítulo segundo del Génesis, un novedoso tema que a la fecha comenzaba a estudiarse y a encontrar seguidores en el campo católico.67

64 Archivo Provincia de las Antillas (APA) Instituto Politécnico Loyo-la, Litterae Annuae, 1959-1960, f. 4 en Saez, S. J., La Sumisión..., p. 69.

65 Ibidem, p. 70. 66 EC, 31 de enero de 1960, p. 1.67 EC, 31 de enero de 1960, p. 11.

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El domingo 31 de enero

El domingo 31 de enero en la mañana se leyó la Carta Pas-toral en las iglesias parroquiales. La prensa no trajo noticia. De los testigos presenciales solo tenemos una breve relación del cónsul estadounidense Dearborn y otra del obispo Pepén. El mismo 31, Dearborn telegrafió al Departamento de Estado que «una carta pastoral firmada por todos los obispos dominicanos fue leída durante la misa. No se mostraron ningunas manifes-taciones inusuales, pero si se notó un alto grado de atención durante la lectura de la larga carta».68 Más significativo aún es que se dice que se ha enviado una carta a la más alta autori-dad del país pidiendo que se eviten excesos que harían daño a aquellos que los cometan. La carta promete oraciones para que nadie de la familia de esa autoridad en ningún momento tenga que experimentar los sufrimientos que afligen a tantos domini-canos».69 Muchos años más tarde, en el 2003 Pepén, recordaba que «la carta fue leída en todas las iglesias del país (…). La sorpresa fue general. Un respiro de alegría y esperanza llenó muchos corazones».70

¿Cómo Trujillo se hizo conocedor de la Pastoral y cuál fue su reacción? Trujillo se reunió esa mañana con colaboradores en el Palacio Nacional. Disponemos de cuatro autores que nos hablan al respecto. De ellos, quienes de seguro pudieron es-tar presentes fueron Balaguer y Álvarez Pina, no así Arturo R.

68 Vega, Los Estados Unidos…, p. 57. 69 Ibidem.70 Pepén, pp. 112-113. El padre Gilberto Jiménez, párroco de la Catedral

de Santiago, me contó que a él le tocó leer la pastoral en todas las misas de ese domingo y que el número de presentes, la atención pres-tada y las colectas aumentaron de una en otra misa. Entrevista con…, Santiago de los Caballeros, 8 de enero de 2008.

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Espaillat y Víctor Alicinio Peña Rivera. Balaguer y Álvarez Pina relatan que Emilio Rodríguez Demorizi se enteró temprano de la lectura y se lo comunicó a Álvarez Pina, y este a su vez, a Trujillo. El dictador llegó a Palacio «visiblemente contrariado» y oyó leer varias veces la copia que había traído Álvarez Pina, y dijo «hay que coger esto con calma. Con la Iglesia no se puede pelear».71 Balaguer refiere literalmente el mismo texto.72 Pero uno y otro también añaden que posteriormente otros cortesanos y familiares, en particular su esposa, María Martínez, hicieron que Trujillo radicalizara sus opiniones y tratase de buscar una rectificación de los obispos.73

Nos puede aclarar el estado de ánimo y las reacciones de Trujillo ante la Pastoral que, el día 2 de febrero, salía para el Vaticano el secretario de Relaciones Exteriores Porfirio Herrera Báez, con la misión de entrevistarse con el Papa y otros funcio-narios vaticanos. Algunos opinaban que su misión era protestar por la Pastoral y pedir la sustitución del nuncio. Y otros para confirmar el carácter católico del gobernante y pueblo domini-cano, el respeto al concordato y la promesa de amortiguar las detenciones que era lo denunciado por la Pastoral.74

71 Álvarez Pina, La Era de Trujillo. Narraciones de Don Cucho. Santo Domingo, Editora Corripio, 2008, pp. 129-130.

72 Balaguer, La Palabra…, pp. 228-229. 73 Los otros dos autores, procedentes de los servicios de inteligencia

hablan del hecho, pero como no tenemos certeza que estuvieran pre-sentes esa mañana ni aportan dato nuevo alguno no los tenemos como fuente. Arturo R. Espaillat, Trujillo. El último de los césares. Chicago, Henry Regnery Company, 1963. Versión dominicana: Traducción y notas de Pedro Andrés Pérez Cabral y Ramon Pina Acevedo Martínez. Sin editorial ni año. Y Víctor Alicinio Peña Rivera, Trujillo. Historia Oculta de un dictador. Madrid, Plus Ultra, 1977.

74 Vega, Los Estados Unidos…, pp. 71-72.

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Antonio Lluberes, S. J.

Pero el 3, en La Vega, se organizó un mitin a la puerta de la Catedral donde se dejaba entrever que el obispo Panal fue el autor de la Pastoral.75

La clausura de la Feria Ganadera

La noche del domingo 31 se clausuró la Feria Ganadera. La clausura no contemplaba acto religioso. El programa se redujo a tres cosas. Se distribuyeron los premios. El Dr. Pe-dro Pablo Cabral Bermúdez, secretario de Trabajo e Industria, pronunció el discurso de clausura centrado en el reconoci-miento a la empresa de recuperación y auge de la riqueza ganadera llevado a cabo por el Benefactor. Y los alumnos del Instituto Politécnico Loyola, Fundación Generalísimo Truji-llo, presentaron —aunque el director Larrucea el pasado 29 había amenazado con no participar— su ya conocido desfile y diálogo coreado. Cantaron la gloria del Padre de la Patria Nueva. Loaron las victorias obtenidas por la Fuerzas Arma-das, en cooperación con los campesinos, sobre los invasores comunistas que en el mes de junio pasado trataron de subvertir el orden y destruir las instituciones democráticas. Expresaron su decisión de contribuir con sus conocimientos a la causa de la paz y engrandecimiento nacional que realiza el esclareci-do estadista. Y a contribuir con su saber y sus esfuerzos a la causa de la guerra si fuere necesario para mantener la paz y el progreso nacional. No hubo presencia eclesial. Solo el nuncio Zanini apareció sentado en el extremo derecho de una fila de diplomáticos. Y tres fotos del Politécnico Loyola: el alumno Carlos Aquino, director del coro; alumnos formando las letras

75 Discurso de Julián Suardí en Sáez, La Sumisión…, pp. 76-78.

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Enero de 1960

RLTM, iniciales del nombre Rafael Leónidas Trujillo Molina; y alumnos marchando.76

En conclusión

Así terminó el mes de enero de 1960. En lo público tuvo un final irónico, de aparente buena convivencia entre la sociedad, la Iglesia y el régimen, aunque se iban acentuando y traslu-ciendo las causas del quiebre de las relaciones y del deterioro del régimen. Sectores profesionales y comerciales y también obreros y campesinos tomaban posición contra la dictadura tru-jillista. Los apresamientos políticos eran crecientes. La Iglesia se veía movida a denunciar abusos y a reclamar clemencia para los apresados con una Pastoral. Y gobiernos del Caribe, como Cuba y Venezuela, junto con el de los Estados Unidos, se ali-neaban en la Organización de Estados Americanos (OEA) en contra del régimen.

76 EC, 1 de febrero de 1960, pp. 1, 13, 14 y 15.

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CLÍO, Año 89, Núm. 200, Julio-Diciembre 2020, pp. 241-289ISSN: 0009-9376

El saqueo de Francis Drake a Santo Domingo: trascendencia histórica*

Miguel Reyes Sánchez**

RESUMEN

A comienzos del año de 1586, la ciudad de Santo Domingo sufrió el más devastador ataque de piratería de su historia perpetrado por el pirata inglés Francis Drake con el respaldo de la reina de Inglaterra, Isabel I, quien lo invistió de corsario para realizar una invasión que redujera la hegemonía española en las Indias Occidentales. Las naves entraron sorpresivamente por Haina y cuando se supo de la noticia del desembarco en Santo Domingo, todos sus habitantes huyeron des-pavoridos, comenzando por sus máximas autoridades, y dejaron la metrópoli abastecida. Con muy poco esfuerzo los ingleses lograron ocupar la plaza. Un mes completo permanecieron en la ciudad, hos-pedándose en la Catedral, la cual utilizaron como cuartel, saqueando todo lo que pudieron y destruyendo e incendiando todo lo que encon-traran a su paso. Luego de largas negociaciones al final se marchó con apenas 25 mil ducados, dejando una ciudad en ruinas, con los templos profanados y la estructura comercial destruida. Este saqueo demostró a España su vulnerabilidad: la necesidad de establecer un conjunto de

* Discurso de ingreso como miembro correspondiente nacional de la Academia Dominicana de la Historia, pronunciado el 17 de septiem-bre de 2020.

** Miembro correspondiente nacional de la Academia Dominicana de la Historia.

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medidas preventivas de defensa y el reforzamiento de sus principales puertos en el Caribe; mientras a partir de la invasión de Drake las acciones de corso de los ingleses pasaron de ser meras escuadrillas de ataques a convertirse en expediciones y la construcción naval, la fabricación de armas y la arquitectura defensiva se transformaron ra-dicalmente teniendo la inglesa superioridad técnica sobre las de sus enemigos.

Palabras clave: Francis Drake, Expedición de las Indias Occi-dentales, Saqueo de de Santo Domingo, 1586.

ABSTRACT

At the beginning of the year 1586, the city of Santo Domingo suffered the most devastating piracy attack in its history perpetrated by the english pirate Francis Drake with the support of the Queen of England, Elizabeth I, who invested him as a corsair to carry out an invasion to reduce spanish hegemonism in the West Indies. The ships arrived surprisingly at Haina and when the news of the landing in Santo Domingo was known, all their inhabitants fled terrified, starting with its highest authorities, and left the metropolis fully stocked up. With very little effort the englishmen managed to occupy the town square. They remained in the city for a whole month, staying in the Cathedral, which they used as headquarter, looting all they could and destroying and burning everything they found in their path. After long negotiations he finally left with only 25 thousand ducats, leaving a city in ruins, with desecrated churches and a destroyed commercial structure. This looting demonstrated Spain’s vulnerability: the need to establish a set of preventive defense measures and the reinforcement of its main ports in the Caribbean; while after the Drake’s invasion the Corsican actions of the English went from being mere attack squads to become expeditions, and naval construction, the manufacture of weapons and defensive architecture were radically transformed ha-ving English technical superiority over those of their enemies.

Keywords: Francis Drake, Expedition to the West Indies, Pillage of Santo Domingo, 1586.

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El saqueo de Francis Drake a Santo Domingo: trascendencia...

A partir de la segunda mitad del siglo XVI, el mar Caribe se convirtió en una zona de guerra, donde las potencias de la época, ante el establecimiento por parte de España del mono-polio comercial en sus dominios ultramarinos, la emprendieron indistintamente contra los navíos españoles y las poblaciones costeras de la metrópolis y sus colonias.

El método promovido por estas potencias fue la piratería, la cual tuvo un auge inusitado en el siglo XVI, cuando Inglaterra, Francia y las Provincias Unidas de los Países Bajos, fomenta-ron la proliferación de los corsarios, cuya máxima expresión lo constituyó su legalización por parte de la reina Isabel I de Inglaterra.

Uno de los más aguerridos y temidos marineros de la época era el sir Francis Drake,1 quien es venerado en Inglaterra como un ícono, paradigma o héroe nacional, mientras para los espa-ñoles fue un cruel rufián, que saqueó y mató cuanto tuvo a su alcance.2

El historiador británico Alfred Leslie Rowse define a Fran-cis Drake como «una de esas personas raras en la historia que tenía una magia: poseía un aura, junto con una vida encantada. No hay dudas: los españoles dieron testimonio de la calidad de su enemigo más peligroso, no menos que los ingleses. Los simples habitantes de las costas que visitó pensaron en él como algo más que humano, un demonio; los españoles instruidos no

1 Sir Francis Drake (Tavistock, Inglaterra, c. 1543 – Portobelo, Panamá, 28 de enero de 1596), llamado Draque por los españoles. Corsario inglés, explorador y Caballero, llegó a ser vicealmirante de la Marina Real Británica. Fue la segunda persona en circunnavegar el mundo, tras Magallanes y Elcano.

2 Ortigueira Amor, et al., «La expedición de Francis Drake a las In-dias Occidentales (1585-1586) y el ataque a Santa Cruz de la Palma», Tebeto: Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura, no. extra 7 (2014), p. 109.

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podían retener su admiración por la combinación del coraje de lucha con la humanidad, de una fuerza natural, como un rayo que salía de la nada, con una buena actitud que cautivó a todos los que capturó».3

Como parte de los esfuerzos de la corona británica por mer-mar los dominios coloniales españoles en el Nuevo Mundo, la reina Isabel I le ordenó a Francis Drake llevar a cabo una expe-dición en la costa americana del Pacífico Sur,4 para ello debería atravesar el estrecho de Magallanes5 e ir explorando detenida-mente dicha costa.

Francis Drake se consagra por dar la vuelta al mundo, zar-pó a la exploración de la costa Pacífica, el 13 de diciembre de 1577, desde Plymouth, a bordo de su embarcación Pelican6 con otras cuatro naves7 y 164 personas.

En esa expedición Drake se convirtió en el primer inglés en cruzar el estrecho de Magallanes y en dar la vuelta a la tierra, realizando la segunda circunnavegación del Mundo,8 sesenta

3 A. L. Rowse. The Expansion of Elizabethan England. London, Paper-mac, 1981, pp. 177-178.

4 Harry Kelsey. Sir Francis Drake. El pirata de la Reina. Barcelona, Ariel, 2002, pp. 117-118.

5 El estrecho de Magallanes es un paso marítimo localizado en el ex-tremo sur de Chile, entre la Patagonia, la isla Grande de Tierra del Fuego y varias islas ubicadas al oeste de esta hacia el océano Pacífico. Es el principal paso natural entre los océanos Pacífico y Atlántico.

6 Fue renombrada como Golden Hind a la mitad del trayecto.7 Pronto añadió un sexto barco. El 19 de enero de 1578 en la costa de

Cabo Verde capturó un buque mercante portugués, la Santa María, renombrado como Mary.

8 Drake colocó en su escudo nobiliario un globo terráqueo con la in-scripción «Primus Circumdedisti Me», dando por entendido que había sido el primero en dar la vuelta al mundo.

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años después de la de Fernando de Magallanes y Juan Sebas-tián Elcano.9

Al corsario inglés se le reconocen dos importantes descu-brimientos geográficos, que había realizado allende la línea equinoccial: el primero, en el sur, estableció que Tierra del Fue-go10 es un archipiélago y no parte de lo que se pensaba como Terra Australis,11 revelando el mar abierto y un nuevo paso ha-cia el Pacífico,12 hasta entonces el único paso conocido era el estrecho de Magallanes, y el segundo, la «Nueva Albión».13

En un solo viaje, Drake había conseguido para la coro-na: ampliar los conocimientos geográficos, abrir la puerta de

9 La expedición de Magallanes y Elcano fue una expedición marítima del siglo XVI, entre 1519-1522, financiada por la Corona española y capitaneada por Fernando de Magallanes. Esta expedición, al mando de Juan Sebastián Elcano en su retorno, completó la primera circun-navegación de la Tierra de la historia.

10 El archipiélago de Tierra del Fuego está situado en el extremo me-ridional de América del Sur entre los océanos Atlántico, Pacífico y el Antártico. Se extiende al sur y al este del estrecho de Magallanes y está compuesto por una isla principal, la isla Grande de Tierra del Fuego y una infinidad de islas grandes y pequeñas que forman una complicada red de canales.

11 Terra Australis fue una referencia cartográfica comúnmente utilizada durante los siglos XV al XVIII que aludía a territorios sobre los cuales no se tenía conocimiento como la Antártica y Oceanía.

12 El mar de Hoces, conocido en el mundo anglosajón como Pasaje de Drake o Paso Drake es el tramo de mar que separa América del Sur de la Antártida, entre el cabo de Hornos (Chile) y las islas Shetland del Sur (Antártida). Este paso marítimo, a veces denominado impro-piamente estrecho, es la más meridional de las rutas de comunicación entre el océano Pacífico y el océano Atlántico.

13 En junio de 1579, Drake desembarcó en un punto no especificado de la costa norte de California, cuyo territorio reclamó en nombre de la Corona inglesa y bautizó como Nueva Albión (Albión, antiguo nom-bre de Gran Bretaña).

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América del Norte, potenciar la armada británica, incrementar las riquezas de la casa real y llevar a que Inglaterra perdiera el respeto a España y se dispusiera a la conquista de los mares. A partir de ese instante, en el mundo hispánico el apellido de Drake fue asimilado simbólicamente con la voz Draco (dragón) gracias a su cercanía fónica y el temor que infundía.14

El Golden Hind15 arribó a Londres, el 16 de septiembre de 1580,16 recibiendo todos los honores. Desde Plymouth informó a la reina de su presencia y las circunstancias del viaje, como el monto que alcanzaba el botín. Meses después, el 4 de abril de 1581, en una ceremonia celebrada en la cubierta de su embarca-ción, atracada en el puerto de Deptford, próximo al Palacio de Greenwich, la reina Isabel I lo invistió con el título de Caballe-ro (Sir),17 como recompensa a las enormes ganancias que esta empresa le proporcionó a la corona.

El novelista e historiador británico Harry Kelsey, biógra-fo de sir Francis Drake y sir John Hawkins, revela sobre las expediciones inglesas que se protagonizaron en el siglo XVI,

14 Elizabeth R. Wright. El enemigo en un espejo de príncipes: Lope de Vega y la creación del Francis Drake español. Madrid, Universidad Complutense de Madrid, Cuadernos de historia moderna, núm. 26, 2001, pp. 115-130.

15 El Golden Hind (Cierva Dorada) fue un galeón inglés más conocido por su circunnavegación del globo terráqueo entre 1577 y 1580, capi-taneada por el corsario Francis Drake. Su nombre original era Pelican, siendo renombrada a mitad del viaje en 1577, cuando se preparaba a entrar en el estrecho de Magallanes. Rebautizó su nave como un ges-to político, congraciándose con su patrón, Christopher Hatton, cuyo blasón tenía una cierva dorada.

16 Richard Hakluyt. The Principal Navigations, Voiages and Discoveries of the English Nation. London, George Bishop and Ralph Newberie Edition, 1988, pp. 670-685.

17 Caballero (Knight Bachelor).

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que además de consorcios de piratas, también eran empresas comerciales e internacionales, para llevar a cabo operaciones de corso,18 en donde participaban personajes de diferentes mo-narquías sin importarles las buenas o malas relaciones de sus monarcas, en las que había varias personas que ponían su dine-ro o bienes, esperando tener éxito para recoger sus beneficios. Incluso era evidente, la participación de la misma Reina, para lo cual no dudaba en poner dinero propio para la financiación o en dotar al capitán de alguno de sus buques.19

Drake presentó a la corona un proyecto,20 en que la reina obtendría un quinto de los beneficios de cualquier mina de oro y plata que pudieran ser descubiertas, siempre que no estuvie-ran en posesión legal de ningún otro de los príncipes cristianos, y la posibilidad de fundar el equivalente inglés de la Casa de Contratación española21 para poder regular el nuevo comercio que se estableciera.

En ese sentido, la antropóloga norteamericana, Zelia Nu-tall en su obra New Light on Drake, establecía que había un

18 La reina Isabel oficialmente instituyó, a partir de 1580, el sistema con-ocido como «corso o corsario». Eran antiguos piratas que se habían puesto bajo las órdenes de la Corona, encargados de interrumpir los envíos de otras compañías comerciales y la captura de enemigos en tiempo de guerra declarada, a través de las patentes de corso redacta-das por la Reina y emitidas por el Tribunal Superior del Ministerio de Marina.

19 Kelsey, Sir Francis Drake…, p. 547.20 El proyecto se denominaba: «A project for a corporation of such as

shall venture unto such dominions and countries situate beyond the equinoctial line».

21 Una especie de símil de la Casa de la Contratación de Indias, la cual fue una institución de la Corona de Castilla que se estableció en 1503, creada para fomentar la navegación con los territorios españoles en ultramar.

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verdadero interés real en la constitución de esta nueva empre-sa, cuando expresa que «la Reina pretendía la creación de un equivalente a la Casa de Contratación para aquellos países que se «descubrieran» como podemos observar en un proyecto de corporación de una sociedad que quería establecer en algún lu-gar de los descubiertos por Drake, por debajo del Ecuador».22

La expedición fue organizándose como una actividad estrictamente privada en la que los inversionistas aspiraban ob-tener ganancias con los resultados del saqueo. Fueron varios y de diversas procedencias los patrocinadores que contribuyeron aportando sus propios barcos, incluyendo los de la propia reina Isabel I.

Las relaciones diplomáticas entre España e Inglaterra se encontraban muy deterioradas no solo por los mencionados ac-tos de piratería y corso. Desde hacía unos cinco años se venían realizando acciones que fueron socavando los vínculos entre ambos estados: «de un lado, el encarcelamiento de María, reina católica de Escocia; de otro, el apoyo de Inglaterra a los insu-rrectos flamencos; el respaldo hispano a los irlandeses y, por último, el recelo británico despertado por la flota de galeones oceánicos dispuesta por España a partir de la incorporación del reino de Portugal».23

Los constantes ataques de los corsarios ingleses a la flota española y el apoyo inglés a las Provincias Unidas de los Paí-ses Bajos, especialmente: «a los holandeses insurrectos, a los protestantes hugonotes franceses y a los portugueses disidentes que luchaban contra la corona española»24 en la guerra de los

22 Zelia Nutall, New Light on Drake. London, The Hakluyt Society, 1914, p. 35.

23 Kelsey, Sir Francis Drake…, p. 121.24 Ibidem, p. 122.

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Ochenta Años,25 fueron desencadenando mayores hostilidades entre Inglaterra y España, que tuvo su punto de ebullición cuan-do la reina Isabel I encargó a Drake para atacar los puertos de España y los territorios españoles en Las Indias.

El Prof. Juan Bosch en su obra De Cristóbal Colón a Fi-del Castro. El Caribe, frontera imperial, expresa que: «lo que podríamos considerar la declaración inglesa de beligerancia fueron los ataques de la escuadra de sir Francis Drake a puertos de España y de Canarias, que tuvieron un sello inconfundible de desafío. A estos ataques siguieron poco después los que lle-vó a cabo en el Caribe, más importante desde el punto de vista militar, aunque no como actos de política internacional».26

La primera expedición a las Indias Occidentales

El 14 de septiembre de 1585, Drake emprendió su primera expedición a las Indias Occidentales, zarpando de Plymouth al mando de una flota de 23 naves y 2,300 hombres. Hecho este que indudablemente fue el detonante de la guerra anglo-espa-ñola de 1585-1604.27

25 La Guerra de los Ochenta años, o Guerra de Flandes, enfrentó a las diecisiete provincias de los Países Bajos contra su soberano, el rey de España. La rebelión comenzó en 1568 y acabó en 1648, cuando por fin se les reconoció como independientes.

26 Juan Bosch. De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial. México, D. F., Editora Miguel Ángel Porrúa, Cámara de Diputados de México, LX Legislatura y Embajada de la República Dominicana en México, 2009, p. 224.

27 Conflicto que tuvo lugar entre 1585 y 1604, y que enfrentó de manera encarnizada durante casi dos décadas a la España de Felipe II y a la Inglaterra de Isabel I en Europa y también en América.

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El historiador inglés Kenneth R. Andrews, en su obra Tra-de, plunder and settlement, considera que primordialmente «el objetivo de la expedición era dañar la seguridad y el prestigio financiero de España al capturar la flota del lugar o saquear ciudades en la ruta del tesoro».28

En su trayecto esta expedición fue atracando costas y naves que se encontraran en el camino, iniciando con la costa oeste de Galicia, continuando con las islas de Bayona y bloqueando la villa de Vigo. Luego de una resistencia de los pobladores de Vigo, zarparon hacia las islas Canarias, donde el asalto no tuvo éxito, aunque desvalijaron varias carabelas en La Palma y El Hierro de las Canarias, y en las islas de Cabo Verde incendia-ron la ciudad de Santiago. Tras cruzar el Atlántico llegaron a Dominica, que encontraron poblada solo por indígenas, y desde ahí fueron a la isla de San Cristóbal,29 en donde «pasaron la na-vidad (según el calendario Juliano),30 cuidando a los enfermos y limpiando y aireando los barcos.

(…)Mientras las tropas se dedicaban al mantenimiento y lim-

pieza de los buques y a la recuperación de los dolientes, los ingleses enviaron un pequeño escuadrón de barcos en misión de

28 Kenneth R. Andrews. Trade, plunder and settlement. Cambridge Uni-versity Press, 1984, p. 280.

29 Actual St. Kitts, al este de la isla de Puerto Rico.30 El actual calendario es el denominado gregoriano, promovido por el

papa Gregorio XIII en 1582. El anterior calendario, llamado juliano, añadió diez días al anterior. En 1585, España y otros países católicos de Europa ya habían adoptado el calendario gregoriano, pero no los ingleses. Por tal motivo en las fechas dadas en los documentos ingle-ses de la expedición hay un desfase de diez días.

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reconocimiento en dirección del oeste, buscaban información sobre la isla la Española y su capital Santo Domingo (…)».31

A partir de las informaciones recogidas por el escuadrón naval de reconocimientos, Drake logró suficientes datos so-bre el sistema defensivo de la ciudad, para evaluar de manera objetiva la situación, apuntalando las nociones del estado de las fortalezas y el armamento de los españoles, a la vez que las autoridades de la ciudad de Santo Domingo desconocían la existencia de un estado de guerra entre Inglaterra y España, lo que garantizaba a la operación el factor sorpresa que les permi-tió igualmente encontrar un lugar apto para el desembarco de las fuerzas de infantería destinadas a ejecutar el asalto de la ciu-dad, que estaban comandadas por el teniente general Carleill.

El saqueo de la ciudad de Santo Domingo

A comienzos del año de 1586, la ciudad de Santo Domin-go sufrió el más devastador ataque de piratería de su historia, cuando sir Francis Drake atacó la ciudad con una flota de 23 navíos y un poco más de 1800 hombres, porque se había redu-cido el número de las tropas debido al contagio sufrido durante el ataque de los piratas a las islas de Cabo Verde, donde el pueblo afroportugués de Santiago fue objeto de un saqueo de alimentos y otras provisiones. El asalto, sin embargo, resultó una mala idea, pues muchos de los ingleses contrajeron lo que probablemente era paludismo falciparum, el tipo más letal de la enfermedad. De cualquier forma, el hecho es que quizás unos

31 Ortigueira Amor, et al., «La expedición de Francis Drake a las Indias Occidentales...», p. 138.

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500 corsarios perecerían de fiebres recurrentes durante el resto de la expedición.32

En Europa existía la idea de que la ciudad de Santo Domin-go era una de las más ricas metrópolis del Nuevo Mundo, por lo que Drake esperaba encontrar en la misma grandes riquezas, lo cual era una percepción errónea. La historiadora inglesa Irene Wright hace una descripción fidedigna de la realidad de la isla, cuando asevera que: «Antaño era sede de la Audiencia de In-dias y de la Gobernación, el máximo poder español en el Nuevo Mundo, Santo Domingo era en 1586 un puesto de avanzada aislado, pobre y escasamente poblado que vivía del recuerdo de una gloria marchita».33

El diplomático Carlos Federico Pérez en su Historia Di-plomática de Santo Domingo describe la situación en que se encontraba la Española en 1856, cuando asevera que estaba «decaída por la extinción de los pobladores indígenas, por la emigración hacia el continente y por la rigurosa política de mo-nopolio comercial implantada por España, que obstaculizaba hasta casi impedirlo el abastecimiento de la isla y su comercio de exportación».34

El historiador y jurista Américo Moreta Castillo revela que, ante la inminente llegada al Caribe de la flota de Drake, des-de las islas de Cabo Verde partió un marino portugués «que puso en sobre aviso al presidente de la Real Audiencia de Santo

32 Kris E. Lane. Corsarios, piratas y la defensa de Cartagena de Indias en el siglo XVI. Bogotá, Colombia, Boletín Cultural y Bibliográfico. Vol. 44 Núm. 75. Banco de la Reserva de Colombia, 2007, p. 108.

33 Irene Wright. Further english voyages to Spanish America. London, Hakluyt Society, 1951, pp. xxv-xxvi.

34 Carlos Federico Pérez. Historia Diplomática de Santo Domingo (1492-1861). Santo Domingo, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, Escuela de Servicios Internacionales, 1973, p. 36.

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Domingo, Cristóbal de Ovalle, quien en lugar de agradecer las noticias procedió a apresar al informante y a incautarle todo lo que llevaba a bordo».35

Mientras tanto, en la ruta al lugar de desembarco, los cor-sarios tuvieron la fortuna de atrapar un piloto griego36 que comandaba un barco con pabellón español y que se dirigía a Santo Domingo con el propósito de avisar al gobernador y capitán general de la isla, Cristóbal de Ovalle, de un posible ataque inglés.

La captura de este barco favoreció el desarrollo de la opera-ción, ya que el aviso del posible ataque nunca llegó de manera fidedigna a la Española. Más aún, el piloto griego del barco les advirtió sobre la peligrosidad del escenario elegido para operar el desembarco de las tropas inglesas, porque los bajos de Haina estaban protegidos por una barrera de arrecifes naturales con frecuentes golpes de mar, lo que demandaba para el buen éxito de la operación un práctico conocedor del lugar que encontra-ron en el buque apresado.

Es indispensable resaltar que una de las principales carac-terísticas de la táctica empleada por Drake en sus ataques a las costas de los enclaves españoles en el Caribe, era a través de desembarcos y despliegues de tropas de infantería y caballería para atacarlas en los puntos menos defendidos.

35 Américo Moreta Castillo. «La Invasión de Drake en los versos de Juan de Castellanos». Santo Domingo, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, Cátedra Magistral Fray Vicente Rubio, O. P., sobre Historia Colonial, Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idio-ma Español. Anuario 6, 2012-2013, p. 196.

36 Bernardo Vega. La derrota de Penn y Venables en Santo Domingo, 1655. Santo Domingo, Editorial Búho, Academia Dominicana de la Historia, 2013, p. 19.

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El historiador José A. Ortigueira Amor se refiere a esta táctica de Drake: «Un hecho notorio es que la mayor parte de estos ataques fueron realizados desde tierra. Drake concibió sus ofensivas contra los menos protegidos de las poblaciones agredidas, lo que conllevaba menor riesgo que una embestida frontal desde el mar».37

El 10 de enero de 1586 un barco de cabotaje entra al Puerto de Santo Domingo y avisa de la inminente llegada de una flota de buques de velas, que estaban fondeados en la Isla Catalina38.

Cuando los navíos fueron identificados como ingleses, se creó una confusión general en toda la ciudad; al observar que en horas de la noche se acercaban unas velas a la isla, repique-tearon las campanas y se blandieron las armas para confrontar esa invasión, pero las naves en una escaramuza siguieron su rumbo. Los residentes de Santo Domingo se figuraron «cándi-damente que, percibiendo el movimiento, pasaban de largo los piratas sin atreverse a desembarcar».39

Al consultar al gobernador, Cristóbal de Ovalle, en prin-cipio este le restó importancia al suceso pese a que el fiscal de la Audiencia, Francisco de Aliaga, le sugirió previsión ante un eventual ataque enemigo. El historiador Carlos Es-teban Deive evalúa que «al parecer la inanición de Ovalle se debió a su creencia de que un ataque desde Haina era im-posible, por lo que la ciudad se hallaba bien resguardada».40

37 Ortigueira Amor, et al. «La expedición de Francis Drake a las Indias Occidentales...», p. 110.

38 La isla Catalina era conocida en esos tiempos como la isla Santa Catalina.39 Américo Lugo. Historia de Santo Domingo desde el 1556 hasta 1608:

edad media de la isla española. Santo Domingo, Editorial Librería Dominicana, 1952, p. 72.

40 Carlos Esteban Deive. Tangomangos: contrabando y piratería en Santo Domingo, 1522-1606. Santo Domingo, Fundación Cultural Do-minicana, 1996, p. 138.

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Santo Domingo contaba con defensas naturales que le pro-tegían de un ataque, pero no las suficientes, como quedaría de manifiesto. El historiador inglés Harry Kelsey señala que «el canal de entrada al puerto quedaba protegido por un banco de arena sobre el cual los españoles hundieron dos o tres naves a fin de dificultar aún más, si cabe, su entrada».41 Asimismo, dentro de la barrera tomó posesión una galera artillada, coman-dada por Diego de Osorio, que servía de apoyo a los cañones de los fuertes. Ya realizados estos aprestos aparentemente todo el mundo se relajó.42

Los ingleses ya habían desembarcado en la playa, aunque la primera impresión de los habitantes de Santo Domingo es que las velas percibidas en Haina estaban allí porque los na-víos se habían varado. Nada más lejos de la realidad; las naves no habían encallado, sino que aprovecharon la oscuridad para desembarcar las tropas. Drake había conseguido su objetivo: el factor sorpresa.

Factor sorpresa reforzado con la rápida movilidad de los invasores que estaban debidamente informados de las rutas más expeditadas para acercarse a la ciudad y los puntos menos defendidos que les permitieran lograr sus propósitos con el me-nor esfuerzo.

El día 11 de enero, como bien indica Américo Lugo en su Historia de Santo Domingo: «como a hora de las cinco llegaron dos mensajeros de la boca de Jaina, los cuales trajeron nuevas que estaban allí trece velas e que habían desembarcados seis-cientos o setecientos hombres, quienes venían marchando».43

Cuando se confirmó la noticia se produjo un pánico en la población, y para alertar a los residentes, los oidores de la

41 Kelsey, Sir Francis Drake…, p. 316.42 Wright, Further english voyages…, p. XXX.43 Lugo, Historia de Santo Domingo…, p. 66.

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Real Audiencia hicieron repiquetear de nuevo las campanas de la catedral. Mientras, como establece el historiador Bernardo Vega: «una manada de ganado era colocada por los españoles y criollos en el camino, lo cual no impidió el avance de los in-gleses desde Haina. Apenas tres unidades de artillería pudieron ser colocadas en la Puerta de Lemba,44 pero tan sólo una pudo de ser utilizada».45

Ante la inminencia de la llegada de las tropas a la ciudad, todos huyeron despavoridos, unos en recuas y carretas, otros en mulos o a pies, llevándose sus joyas y metales preciosos, hacia el norte del país. Hasta las máximas autoridades emprendieron la huida: el propio presidente de la Real Audiencia y capitán general de la isla, Cristóbal de Ovalle, y el capitán Juan Mel-garejo, alguacil mayor, se dirigieron en un bote a las afueras de la ciudad a la zona de Peralvillo, La Jagua y Guanuma, desde donde mandaron cartas a Cuba y a la Corte española en Madrid, notificando la invasión.

El diplomático dominicano Carlos Federico Pérez en su Historia Diplomática de Santo Domingo relata como el gober-nador español Cristóbal de Ovalle «carente de recursos y sin ánimo combativo, no acertó a organizar la menor resistencia frente a los invasores, apresurándose entre los primeros a aban-donar la ciudad»,46 dejando en la urbe hasta a su esposa, la cual fue capturada por los ingleses y se convirtió en la principal re-hén de Drake.

El historiador inglés George M. Towle relata en su obra Drake, the sea-king of devon que los residentes de Santo Do-mingo «salieron corriendo de la ciudad tan rápido como las

44 La Puerta de Lemba ya no existe, estaba entre la Puerta del Conde y la actual ubicación del Cuerpo de Bomberos de Santo Domingo.

45 Vega, La derrota de Penn y Venables, p. 21. 46 Pérez, Historia Diplomática de Santo Domingo…, p. 36.

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piernas pudieron llevarlos; mientras que la guarnición de la fortaleza, al ver al enemigo atrincherado y en barricadas en la plaza del mercado, se apresuraron a abandonar su puesto y a alejarse en botes hacia el otro extremo de la isla».47

Al describir aquel panorama espeluznante, la historiado-ra María Ugarte afirma que «el espectáculo que mientras tanto se desarrollaba en la ciudad era dramático: hombres, mujeres, niños y viejos abandonaban precipitadamente sus hogares y marchaban sin más dirección que la que su instinto de con-servación les indicaba. Entre esa abigarrada muchedumbre caminaban –mejor dicho, corrían– unas cuantas religiosas vistiendo severos y pesados hábitos. Pertenecían a la congre-gación de las Dominicas, orden que residía en el monasterio de Regina Angelorum».48

Pero, el gobernador de la isla, a pesar de andar en estam-pida, buscaba la forma de alertar a las otras colonias caribeñas del inminente peligro que corrían, por la presencia de Drake en Santo Domingo. Cuenta el historiador dominicano Carlos Este-ban Deive en su obra Tangomangos, que apenas «días después del aciago suceso se remitía desde Guanuma a Puerto Plata la noticia del mismo a fin de que el cabildo de esa ciudad lo in-formase a La Habana y otras partes de Las Indias (…). El aviso del desastre se envió también a Bayajá, Tierra Firme y la isla Margarita. Un barco salido de Bayajá para La Habana recibió el encargo de solicitar al gobernador de esa plaza que se man-tuviese apercibido y obrase de modo tal que pudiese enfrentar la acción del inglés en caso de que apareciese por esa isla. La

47 George M. Towle. Drake, the sea-king of Devon. Boston, Lee and Shepard Publishers, 1883, p. 220.

48 María Ugarte. «¿Sería sor Leonor de Ovando una de las monjas del Regina que huyeron del Drake en el 1586?». Clío, año 80, no. 181, enero-junio de 2011, p. 68.

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noticia llegó a Cartagena de Indias el día 29 y, de inmediato, su gobernador; Fernández de Busto, la transmitió a la Audiencia de Panamá».49

Además de las evidentes muestras de incapacidad y co-bardía de las autoridades españolas, debemos convenir que la situación en el plano militar era crítica. Las milicias que se en-contraban en Santo Domingo estaban formadas por unos 800 hombres a pie y otros 100 a caballo, apenas armados de picas y lanzas, escasos arcabuces con pocas municiones y pólvora.

El ataque sobre Santo Domingo se inició cuando el 12 de enero en la Sabana del Rey, al oeste de Santo Domingo, «se presentaron las tropas inglesas organizadas en dos columnas, una dirigida por el jefe militar de la expedición Carleill y la otra por su segundo el general Powell. Iniciándose el combate con las banderas desplegadas y haciendo sonar los tambores en compañías de piqueros precedidas de arcabuceros. Estos últimos también protegían los flancos y el espacio libre entre ambas columnas».50

Los españoles intentaron un contraataque utilizando una reducida unidad de treinta hombres a caballo que fue derro-tada. «Los españoles rechazados y los ingleses continuaron su avance. En media hora ya habían alcanzado las murallas de la ciudad, Carleill se dirigió a la puerta principal y Powell a la secundaria, al sur y más cercana al mar. Apenas encontraron resistencia y, a las tres de la tarde, ya habían capturado la mayor parte de la localidad, con excepción de la Fortaleza Ozama, que resistió hasta la noche».51

49 Deive, Tangomangos…, p. 139.50 Ortigueira Amor, et al, «La expedición de Francis Drake a las Indias

Occidentales...», p. 34.51 Ibídem, pp. 140-141.

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Como bien señala Carlos Esteban Deive: «Drake no tenía la intención de ocupar la isla, lo que sin dudas hubiera sido des-aprobado por su reina, pues Inglaterra aún no estaba en guerra con España. Lo único que quería era conseguir un buen rescate y el saqueo de la ciudad».52

Mientras la infantería inglesa atacaba la ciudad por la parte oeste de la muralla, la menos protegida, un solo barco de la flota expedicionaria el buque insignia el «Elizabeth Bonaventura», ca-pitaneado por Thomas Venner, atacó la Plaza de Santo Domingo con un tiro de artillería que cruzó la calle Las Damas (frente a la Casa de Rodrigo de Bastidas), matando a la única víctima de la invasión: el bachiller Francisco Tostado de la Peña, quien se encontraba parado en la puerta del Arzobispado,53 considerado por el escritor dominicano Marcio Veloz Maggiolo en su libro Cultura, teatro y relatos en Santo Domingo como «el primer in-telectual víctima de las intervenciones en América».54

Además del poeta Tostado, hubo que lamentar la muerte de dos frailes dominicos: Juan de Sarabia, sacerdote, y Juan Lla-nes, lego. La historiadora inglesa Mary Frear Keeler en su obra Sir Francis Drake’s West Indies Voyage, 1585-1586 revela que Francis Drake ordenó ahorcar estos dos frailes supuestamente «en venganza por el asesinato por un español de uno de sus negros esclavos».55 Ella misma entiende que la conexión entre estos dos hechos es dudosa.56

52 Deive, Tangomangos…, p. 139.53 Lugo, Historia de Santo Domingo…, p. 75.54 Marcio Veloz Maggiolo. Cultura, teatro y relatos en Santo Domingo.

Santiago de los Caballeros, Universidad Católica Madre y Maestra, 1972, p. 255.

55 Mary Frear Keeler. Sir Francis Drake’s West Indies Voyage, 1585-1586. London, Hakluyt Society, 1981, p. 32.

56 Ibidem.

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Este episodio aparece en las crónicas inglesas que abordaron el tema de la ocupación de Santo Domingo. «Según el marine-ro que redactó el cuaderno de bitácora del Primrose, un soldado español montado a caballo apareció un buen día enarbolando la bandera de paz. Pero por alguna razón sin concretar muy bien en la historia, Drake envió a un muchacho negro para averiguar los deseos de aquel hombre. Entonces, tras intercambiar unas breves palabras con el chico, el español de pronto le clavó la asta de la pica, que atravesó su cuerpo. Cuando los negociadores españo-les hicieron acto de presencia al día siguiente para hablar con el pirata, éste estaba iracundo y exigió el ahorcamiento del hombre que había matado al muchacho de color. Además. en represalia, mandó ahorcar a dos frailes prisioneros suyos».57

Esta historia se repite en las ediciones impresas del A Sum-marie and True Discourse: «Aquel día llegaron los españoles y se llevaron a los religiosos, y tres días después colgaron al hombre que había dado muerte al muchacho negro en el mismo lugar en el que se había ahorcado a los frailes».58 Sin embargo, de acuerdo con Fray Pedro Simón, «los dos mon-jes fueron ahorcados por protestar contra el incendio y saqueo de las iglesias».59 Esta última aseveración tiene sentido, pues realmente las huestes de Drake «no dejaron en pie ninguno de los conventos, monasterios e iglesias con los que se fueron topando, y a su paso destruyeron imágenes, altares, verjas or-namentales y coros, intentando quemar todo aquello que no podían destrozar».60

57 Kelsey, Sir Francis Drake…, p. 321.58 «The Discourse and Description of the Voyage of Sir Francis Drake

and Master Frobisher», en Keeler, Sir Francis Drake’s…, p. 196.59 Fray Pedro Simon. Noticias historiales de las conquistas de Tierra

Firme en Las Indias occidentales. Madrid, 1954, p. 210.60 Kelsey, Sir Francis Drake…, p. 322.

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Las tropas inglesas, comandadas por Carleill, tomaron po-sesión de la ciudad, instalando su cuartel general en la Catedral y el día 12 de enero ocuparon la fortaleza Ozama.61 Apunta Américo Lugo que al entrar en la ciudad Drake no tuvo respeto por nada, «apoderándose de cuanto hubo a las manos. La ca-tedral fue convertida en lonja, cárcel i cuartel».62 Al controlar la plaza los ingleses encontraron la ciudad de Santo Domingo abastecida del todo.

Como refiere el historiador dominicano Frank Moya Pons, «con muy poco esfuerzo pudieron Drake y su gente ocupar la ciudad. Un mes completo pasaron los ingleses en Santo Domin-go hospedados en la Catedral, saqueando todo lo que pudieron y no fue sino después de largas negociaciones que Drake aceptó desalojar la plaza».63 Incluso en el referido cuaderno de bitáco-ra del Primrose, se afirma que Drake y sus tropas se jactaban de que los españoles les dieron el pueblo (Santo Domingo) como regalo de año nuevo.64

El éxito de Drake al tomar tan fácilmente la ciudad, la cual se enorgullecía de sí misma como el centro del gobierno colo-nial español en la región, fue de gran importancia. La noticia estimulo sus planes para para avanzar hacia otros lugares en el Caribe.

El historiador Carlos Esteban Deive asevera que durante los 31 días que permaneció Drake en Santo Domingo trataron la ciudad «como enemiga de su ley y de su reina y suya». Los

61 Una fortaleza impresionante para la época, que defendía la entrada al puerto, situado al este de la ciudad, y que hacía imposible un ataque directo.

62 Lugo, Historia de Santo Domingo…, p. 77.63 Frank Moya Pons. Historial colonial de Santo Domingo, 3era. ed. Ma-

drid, Industrias Gráficas M. Pareja, 1977, p. 104.64 Keeler, Sir Francis Drake’s…, p. 32.

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ingleses se robaron cuanto encontraron en ella. «Lo demás lo quemaron y destruyeron. Más de las tres cuartas partes de los edificios fueron pasto de las llamas, incluyendo las iglesias y conventos de Santa Bárbara, la Merced, Regina, San Francisco y Santa Clara. Solo se salvó la catedral, aun cuando hicieron de ella «lonja, bodega y despensa» y les sirvió, además, «para otros oficios más bajos». Derribaron las campanas de su torre, que cayeron sobre la bóveda de la sacristía, rompiendo una par-te de ella».65

Asimismo, en un trabajo sobre la ocupación de la Catedral por Francis Drake, el historiador José Alfredo Risek Billini ma-nifiesta que el comportamiento de las tropas fue atroz, cruel y despiadado, destruyendo además de las referidas edificaciones, el hospital de San Andrés, San Antón, el hospital de San Ni-colás, el hospicio e iglesia de San Lázaro, los cuales también fueron pastos de la tea incendiaria de los luteranos.66

En una misiva del gobernador de la isla de Santo Domingo, Cristóbal de Ovalle a la Corona de fecha 24 de febrero de 1586, que nos presenta el historiador dominicano Genaro Rodríguez Morel en su compilación de las Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo, se establece con mayor crueldad el funesto saldo de la estadía de sir Francis Drake en nuestras tierras, cuando afirma que: «Comenzaron a acometer mil abomina-ciones, principalmente en los templos e imágenes, que todas las quebraron y deshicieron con grande ignominia y vitu-perio de nuestra religión profanando todo sin distinción ni reparo. Y no contentos de esto, abrían las sepulturas de los

65 Deive, Tangomangos…, p. 139.66 José Alfredo Rizek Billini. La ocupación de la Catedral por Fran-

cis Drake. Santo Domingo, Comisión Arquidiocesana para la Celebración del Quinto Centenario de la Arquidiócesis de Santo Do-mingo, 2011, p. 118.

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muertos y allí echaban mil inmundicias y despojos de reses que mataban dentro de la iglesia y que hicieron matadero y se sirvieron para más infames ministerios. Saquearon todas las haciendas de los vecinos de que se escapó muy poco y nin-guno hay que no haya recibido notable menoscabo en ella, en muy espacial las muestras se quedaron todas en su poder y se las han llevado, que no las quisimos sacar con tiempo por no dar ocasión a que los vecinos hiciesen lo mismo y se quedase la ciudad sin gente ni defensas».67

Asimismo, los pocos residentes que quedaron en Santo Do-mingo o aquellos que se acercaban a la ciudad fueron hechos prisioneros, y «tuvieron por cárcel dos de las capillas de la cate-dral, cuyos retablos, imágenes, crucifijos, órgano, coro y demás objetos engrosaron el botín inglés», a su vez «muchos esclavos domésticos aprovecharon la oportunidad para huir o pasarse al enemigo».

El historiador inglés Harry Kelsey en su obra Sir Francis Drake, el pirata de la reina relata «que las conversaciones en-tre los negociadores ingleses y españoles se dilatarían durante tres semanas. Al término de cada reunión infructuosa, Drake daba órdenes de quemar otra parte de la ciudad, otra iglesia, otro convento».68

Francis Drake exigía un rescate de 200,000 ducados por la ciudad de Santo Domingo, la cual había destruido en una ter-cera parte. Cuando por fin se dio cuenta de las dificultades para el pago del rescate, Drake fue personalmente al Palacio de la Real Audiencia a reunirse con los encomendados por la Corona

67 Genaro Rodríguez Morel. Cartas de la Real Audiencia en Santo Do-mingo, 1578-1587. Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2017, p. 331.

68 Kelsey, Sir Francis Drake…, p. 320.

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española y el gobernador Cristóbal de Ovalle, para negociar la suma de rescate y su salida de Santo Domingo.

En esa reunión las autoridades de la colonia le ofrecen a Drake la suma de 25,000 ducados, que era «a lo que alcanzaban las joyas, la plata y el oro sacado por el presidente y el resto de los vecinos».69 El corsario airado rechaza de primera instancia la que denomina «pírrica suma», aunque tuvo finalmente que aceptarla, pues no podían reunir una suma mayor. Pero como una muestra de su voluntad avasallante, Drake se llevaba «el dosel de la Audiencia junto con los 25,000 ducados».70

El dosel que Drake hizo descolgar de la puerta de edifi-cio de la Real Audiencia tenía descrito y pintado en un enorme blasón, «el escudo de armas del Rey de España, y en la parte in-ferior de dicho blasón, también hay descrito un mundo, en cuyo interior está el circuito completo del mar y la tierra, sobre los cuales hay un caballo erguido con sus patas traseras dentro del inundo, y la otra parte delantera fuera del mundo, levantadas en alto como si fuera a dar un salto, con un pergamino en su boca, que lleva escrito estas palabras en latín Non Sufflclt Orbis: lo que equivale a decir, el mundo no basta».71 Una vez pagado el rescate, los negociadores españoles solicitaron que le devol-vieran el blasón con la insignia del rey Felipe II, pero Drake se negó tajantemente y se lo llevó como un trofeo de guerra.

Como bien recrea, con una gran precisión histórica, la es-critora Emilia Pereyra, en su novela El grito del tambor, pone en boca del comisionado español Garci Fernández de Torre-quemada, con un histrionismo propio de la ficción novelesca, una réplica a las demandas de Drake: «Vivimos una miseria espantosa. Es lo que hemos podido reunir. Lo único posible.

69 Moya Pons, Historial Colonial de Santo Domingo..., p. 104.70 Lugo, Historia de Santo Domingo…, p. 84.71 Keeler, Sir Francis Drake’s…, p. 245.

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De ser aceptado, empezamos a entregar objetos y ducados en unas horas. Ha de haber algo de sensatez, señor. Han asolado esas tierras sin piedad. Nada queda. Ha costado mucho acopiar estas riquezas».72

Después de treinta y un días de ocupación de Santo Domin-go, los ingleses se retiraron el 10 de febrero de 1586. Francis Drake vuelve a embarcar a su flota, pero esta vez se torna más numerosa. Pues tomó a cambio de uno de sus barcos que pre-sentaba vías de agua, un buque mercante que se encontraba en el puerto propiedad de Juan Antonio Corḉo. «Se trataba de una voluminosa nave de 400 toneladas. También había una em-barcación de 200 toneladas que igualmente hizo suya; ambas adquisiciones las bautizó con el nombre de New Year’s Gift y New Hope, respectivamente».73 Mientras, los navíos que aban-donó fueron el Benjamín y el Scout.

Drake dejaba Santo Domingo en un estado de postración, ya que además del rescate se llevó hasta «las campanas de las iglesias, la artillería de la fortaleza, los cueros, azúcares y ca-ñafístulas que encontró en los depósitos del puerto de Santo Domingo y en otros almacenes»,74 así como los buques que no se habían quemado, dejando la ciudad convertida en una metró-poli en ruinas, con los templos profanados y toda la estructura comercial destruida.

Al retornar los que se habían escapado, encontraron un pa-norama desgarrador al volver a sus casas: solo ruinas y cenizas. Cuenta Ugarte que «no fueron más afortunadas nuestras pobres y asustadas monjitas del Regina Angelorum, quienes al llegar al monasterio sólo hallaron desolación, escombros, miseria»,

72 Emilia Pereyra. El grito del tambor. Santo Domingo, Alfaguara, 2012, p. 167.

73 Kelsey, Sir Francis Drake…, p. 323.74 Moya Pons, Historial Colonial de Santo Domingo..., p. 104.

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incluso tuvieron que ser distribuidas en las casas de parientes y vecinos honrados, donde por un tiempo las protegieron y ali-mentaron. Entre ellas se presumía, aunque no era totalmente confirmable, que podía estar sor Leonor de Ovando, quien sie-te meses antes aparecía en un documento de Fray Cipriano de Utrera, como la priora del convento.75

Kelsey relata que «Drake y sus tropas también saquearon todo lo que encontraban en las viviendas. Se llevaron todos los bienes muebles y quemaron todo lo que pudiera ser pasto de las llamas. Pero las construcciones y edificios públicos eran de tal solidez, al estar construidos con piedra, que se negaron a desplomarse».76

Entre los desastres causados por el corsario inglés, como bien lo señala el historiador Roberto Cassa, también «des-truyeron las obras de arte y archivos. No por casualidad, los documentos más antiguos que se conservan en nuestro suelo arrancan en 1590, las actas de bautismo, matrimonios y defun-ciones de la Catedral».77

No obstante, pese a todas las tropelías cometidas por Drake, el botín fue muy exiguo, salvo por una remesa de comida, va-rios cientos de cueros y algunas vestimentas sencillas,78 pues Santo Domingo para esa época, ya no era un punto clave para el transbordo de los tesoros del Perú o México hacia España.

75 Ugarte, «¿Sería sor Leonor de Ovando una de las monjas …?», pp. 69-70.

76 Kelsey, Sir Francis Drake…, p. 320. 77 Roberto Cassá. Palabras en la puesta en circulación del libro «Cartas

del cabildo de la ciudad de Santo Domingo en el siglo XVI». Santo Domingo, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español, 2001, p. 580.

78 Keeler, Sir Francis Drake’s…, pp. 195-197.

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Cartagena de Indias y San Agustín

Desde Santo Domingo, la flota de Francis Drake continuó hacia Cartagena de Indias, la que estaba advertida de la pre-sencia en la región de la flota de los corsarios de Drake, ya que durante el asalto a Santo Domingo, un patache fue enviado de urgencia a Cartagena para advertir a sus vecinos del inminente peligro,79 por lo que el asalto no fue favorecido con el factor sorpresa y se vieron obligados a enfrentar mayores niveles de resistencia que los encontrados en Santo Domingo. Cartagena de Indias que quedó devastada por el fuego y Drake consiguió un rescate de 107,000 ducados. Los ingleses se sorprendieron ya que, en esta ciudad, «con la mitad de habitantes que Santo Domingo, obtuvieron un rescate sensiblemente mayor».80

Luego incursionó en el puerto de San Agustín, en la Flori-da, al que dejó maltrecho. Regresó a Plymouth el 28 de julio de 1586, después de diez meses, causando a los españoles pérdi-das que superaban las 800,000 libras esterlinas.

Repercusiones de la expedición

La presencia del corsario inglés en el Caribe convirtió las ciudades saqueadas en verdaderas ruinas, pero como expresa Deive, no puede considerarse «que la expedición de Drake a la Española, Cartagena y otros territorios indianos haya supuesto un golpe muy fuerte para el prestigio de España, que siguió siendo un rival de importancia para Inglaterra».81

79 Lane, Corsarios, piratas y la defensa de Cartagena…, p. 109.80 Kelsey, Sir Francis Drake…, p. 142.81 Deive, Tangomangos…, p. 143.

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En su Historia de Santo Domingo, Américo Lugo evalua-ba que «la expedición de sir Francis Drake en 1586, además de robar Santo Domingo, metió a saco la ciudad de Santiago (Azores), abrasó Cartagena de Indias y destruyó San Agustín (Florida)».82

Estos saqueos en las colonias españolas fueron los últimos hechos en una guerra no declarada entre Inglaterra y España. «La escalada en el nivel de los enfrentamientos, desencadenada por la expedición de Drake al Caribe, supuso la ruptura de las relaciones diplomáticas y el inicio de un conflicto entre ambos países que duraría diecinueve años».83

Como refería el Prof. Juan Bosch «Drake no podía alegar que actuaba por su cuenta. Los actos del gran Marino eran actos oficiales del gobierno inglés».84 A ese respecto, el historiador Ortigueira Amor enfatiza que «la incursión de 1585-1586 tra-jo como consecuencia una guerra abierta entre Inglaterra y España, prolongada durante cerca de dos décadas, y supuso también una nueva visión de las acciones de corso, que pasaron entonces de ser meras incursiones a convertirse en verdaderas expediciones de escuadras navales, con la complejidad que eso implicaba, sobre todo cuando operaban lejos del territorio metropolitano, lo que añadía, a la complejidad intrínseca que acarreaba una operación de esa envergadura».85

La expedición a las Indias Occidentales para los inversio-nistas ingleses fue un total fracaso, ya que perdieron dinero, no obstante Inglaterra convertir la travesía en un triunfo político contra España, produciendo «unas pérdidas a los armadores

82 Lugo, Historia de Santo Domingo…, p. 70.83 Kelsey, Sir Francis Drake…, p. 122.84 Bosch, De Cristóbal Colón a Fidel Castro…, p. 224.85 Ortigueira Amor, et al, «La expedición de Francis Drake a las Indias

Occidentales...», p. 127.

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equivalentes a la cuarta parte de lo invertido. Además, la ex-pedición contó con gran número de bajas; la cifra se estimó en 750 muertos, en combate o por enfermedad».86

El saldo para España fue peor en la medida de que muchas de sus colonias fueron devastadas y sus habitantes sumidos en la miseria. Un pánico social se adueñó de las poblaciones costeras. Las edificaciones y fortificaciones destruidas y la ar-tillería diezmada, lo que conllevó que los fondos que con tanta urgencia Felipe II necesitaba para prolongar su lucha en los Países Bajos, ahora debían desviarse hacia América.87 Luego de la salida de Drake, las autoridades de la colonia, en interés de remediar en todo o en parte la catástrofe de Santo Domingo, se apresuraron a demandar ayuda a la Corona.

El historiador dominicano Genaro Rodríguez Morel en su compilación de las Cartas de la Real Audiencia de Santo Do-mingo, nos presenta una misiva del gobernador de la isla de Santo Domingo, Cristóbal de Ovalle, de fecha 23 de febrero de 1586, cuando ni siquiera había transcurrido un mes después de la salida de Drake de la isla de Santo Domingo, solicitando ayuda a la corona para tratar de restaurar lo devastada que había quedado la ciudad primada de América. Esa ayuda consistía, según solicitaban, en el envío de 4,000 licencias de esclavos libres del pago de derechos, el establecimiento de una aduana para la entrada y salida de negros, la importación y exportación de mercancías exoneradas de gravámenes durante diez años y el monopolio de la siembra del jengibre en el distrito de Santo Domingo.

También requerían para la defensa de la ciudad: armas, municiones y pólvora para la fortaleza, así como de dos gale-ras bien aderezadas y 500 hombres de guarnición, que fueran

86 Kelsey, Sir Francis Drake…, p. 123.87 Wright, Further english voyages…, pp. 41-42.

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verdaderos soldados, ya que Santo Domingo solo contaba con tres compañías y se necesitaban cuatro más, las cuales podían formarse con vecinos de Santiago, La Vega, Cotuí y demás pue-blos de la colonia.88

Pero lo más impresionante de todo lo solicitado, fue lo que, a título personal, Ovalle y Aliaga requirieron: que se hiciese al-guna merced tanto a ellos como a los oidores en retribución de cuanto habían perdido «por obligar a los vecinos a que pelea-sen y no se ocupasen en sacar sus haciendas».89 Precisamente, los que primero huyeron para resguardarse ante la invasión de Drake, dejando prácticamente a su merced a la ciudad y sus residentes.

Trascendencia histórica

Al concluir con el análisis del saqueo de Santo Domingo por Francis Drake, se plantean varias lecciones, que nos permiten comprender la trascendencia histórica de este acontecimiento. Este saqueo reveló muchas situaciones a todo el mundo, como señala Moya Pons: «a los ingleses y a los enemigos de España en Europa, les demostró que el imperio español seguía siendo vulnerable y que España no tenía fuerzas suficientes con qué aplicar totalmente su doctrina del mare clausum, que ella opo-nía a las teorías de la ocupación efectiva de que hablaban los ingleses para rechazar el monopolio español y portugués tanto en América como en Asia».90

88 Rodríguez Morel, Cartas de la Real Audiencia…, pp. 327-328.89 Emilio Rodríguez Demorizi. Relaciones históricas de Santo Domin-

go, vol. II. Ciudad Trujillo, Archivo General de la Nación, 1945, p. 35.90 Moya Pons, Historial Colonial de Santo Domingo..., pp. 104-105.

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En el orden estratégico, se aplicaron fórmulas diferentes de invasión y defensa, ya que, a partir de esta expedición inglesa a las Indias Occidentales, se modificaron muchos de los concep-tos entonces vigentes sobre la operación del corso y la respuesta española para la defensa de los territorios descubiertos.

Hasta ese momento, las acciones de corso se limitaban a la captura de barcos mercantes sin protección, y sólo en escasas ocasiones se acercaban a una escuadra protegida por galeones armados. Asimismo, preferían las poblaciones pequeñas e inde-fensas, de las que obtenían los recursos necesarios, como agua y alimentos frescos, para proseguir en el saqueo.

Pero a partir de la referida invasión de Drake, se tuvo una nueva visión de las acciones de corso, que pasaron de ser meras escuadrillas de ataques a convertirse en verdaderas expedicio-nes navales, organizadas como empresas, cuyos patrocinadores participaban con capital, barcos, tropas y otros recursos.

De igual forma, la construcción naval, la fabricación de armas y la arquitectura defensiva fueron todas actividades que tuvieron transformaciones radicales. Las naves y las armas de Drake fueron, en general, más efectivas que las que enfrentó en muchas partes, y especialmente en los confines del imperio espa-ñol. Su superioridad técnica convenció a los defensores españoles e hispanoamericanos de la necesidad de reducir esa brecha.

Las islas sirvieron de escabel al régimen de las incursiones contra el Continente y de madrigueras para interceptar el tráfi-co interoceánico de las flotas y armadas que comunicaban a la metrópoli con sus posesiones. La Corona española para evitar nuevas y quizás más peligrosas incursiones, tuvo que ordenar un conjunto de medidas preventivas, como el establecimiento de un sistema de vigilancia activa de las costas, en especial «guar-dias permanentes en Punta Caucedo y Haina».91

91 Deive, Tangomangos…, p. 142.

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También se procedió a diseñar un sistema de avisos o pa-quebotes o buques de alarmas para mantener una más fluida comunicación entre las Indias Occidentales y la Península, «sobre todo en lo relativo al movimiento de los corsarios y a la salida y llegada de las flotas».92 Asimismo, cada vez que se diera una alerta se generaba «la movilización general de todos los habitantes de la isla, incluyendo a clérigos y monjes, el cie-rre con tapas de varias calles de la ciudad»,93 como las de Las Damas y los Plateros, «la construcción de trincheras en varios puntos estratégicos, sobre todo en el camino de Güibia, y la defensa de esa playa».94

Pero un punto importante, que no fue advertido hasta después de la invasión, era que «Santo Domingo carecía de guarnición y las fortificaciones eran insuficientes. Las murallas que se observan en los detallados planos que Battista Boazio95 trazó tras su ocupación son en su mayoría imaginadas, pues principalmente no eran más que una mera línea de arbustos y pequeños árboles».96 El desastre sirvió para llamar la atención de las autoridades españolas sobre la necesidad de mejorar las defensas de la isla y cerrar la muralla empezada a construir en torno a Santo Domingo a mediados del siglo XVI.97 Para sellar, España intensifico la ejecución de «una política de reforzamien-to militar de sus principales puertos en el Caribe».98 Felipe II

92 Moya Pons, Historial Colonial de Santo Domingo..., p. 105.93 Ibidem, pp. 143-144.94 Diego A. Iñiguez. Bautista Antonelli: las fortificaciones americanas

del siglo XVI. Madrid, Amigos Editores, 1942, p. 176.95 Giovanni Battista Boazio fue un cartógrafo italiano que mapeó el viaje

a las Indias Occidentales y América de sir Francis Drake.96 Kelsey, Sir Francis Drake…, p. 317.97 José Chez Checo (comp.). Imágenes Insulares. Cartografía histórica

dominicana. Santo Domingo, Editorial Amigo del Hogar, 2008, p. 41.98 Moya Pons, Historial Colonial de Santo Domingo..., p. 105.

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envió a América en 1587 al maestre de campo Juan de Tejeda y al ingeniero Juan Bautista Antonelli para que recorrieran los principales puertos en el Nuevo Mundo. Este último llegó a Santo Domingo en abril de 1589, «con las órdenes precisas de trazar un castillo en la boca del puerto de Santo Domingo, con una plataforma de tiro bajo, así como cercar la ciudad con un grueso muro de tapia, con sus baluartes».99 De esta forma, la corona española promovió medidas innovadoras que evitaran otra invasión como la de Francis Drake, con el diseño de un plan de fortificaciones del Caribe,100 el cual fue el primer siste-ma de defensa de las Indias Occidentales.

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99 Erwin Walter Palm. Los monumentos arquitectónicos de la Española, tomo I. Ciudad Trujillo, Universidad de Santo Domingo, 1955, p. 163.

100 Este sistema de puertos fortificados formó parte del proyecto global de defensa de la corona española, para hacer frente a los embates de la piratería.

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Anexo 1 Viaje a las Antillas Occidentales

Fragmento de la invasión a Santo Domingo*

En cuyo tiempo, fue sugerido y resuelto por el General; con la anuencia del Teniente General, el Vicealmirante, y demás ca-pitanes, proceder rumbo a la gran isla de la Española; también porque para ello sabíamos nosotros mismos estar en nuestras mejores fuerzas físicas, corno también sentirnos seducidos por ella, por la gloriosa fama de la ciudad de Santo Domingo, sien-do éste el lugar habitado más antiguo e importante en toda la extensión de países de esos alrededores. Y así, siguiendo con esta determinación, en el trayecto nos encontramos con una pequeña fragata, enrumbada hacia el mismo lugar, la cual tomó el Vicealmirante y, habiendo examinado debidamente los hom-bres que en ella estaban, encontró uno por cuyo conducto nos informamos 1os que aquel puerto era un puerto protegido, y también bien fortificada la costa o tierra del mismo, teniendo un Castillo dotado de gran reserva de artillería, sin peligrar de la cual no era fondeadero conveniente un radio de diez millas inglesas desde la Ciudad hacia la cual hízose cargo dicho piloto de conducirnos.

Consideradas todas las cosas, se ordenó la formación de todas las fuerzas para abordaje de pinazas, botes, y otras pequeñas embarcaciones comisionadas para este servicio. Em-barcados así nuestros soldados, el General rumbo abordó la barca Francés en su calidad de Almirante, y toda esta noche permanecimos sobre el mar, con velámenes pequeños izados hasta alcanzar nuestro fondeadero ya rompiendo el amanecer

* Mary Frear Keeler, Sir Francis Drake’s West Indies Voyage, 1585-1586. London, Hakluyt Society, 1981, pp. 237-248.

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del nuevo día, y así desembarcamos siendo el Día de Año Nuevo, a unas nueve o diez millas al Occidente de esa valien-te ciudad de Santo Domingo: pues ni por ese entonces ni aún ahora sabemos nosotros de fondeadero alguno dónde la marca alta no amenace volcar una pinaza o bote. Habiendo visto nues-tro General que todos desembarcamos sanos y salvos, retornó a su flota, encomendándonos a Dios, y a la buena conducta del Maestre Carleill, nuestro Teniente General, en cuyo momento, siendo alrededor de las ocho horas, empezamos a marchar y al-rededor del medio día o marcando el reloj la una de la tarde, nos aproximamos a la ciudad donde los Caballeros y lo mejor del fuerte, una caballería de unos ciento cincuenta jinetes bravíos o quizás más, empezaron a presentarse, pero nuestra pequeña descarga los engañó, pues al encontrar que ninguna parte de nuestra tropa estaba preparada para recibirlos (pues deben us-tedes entender que miraron todo a su derredor) defendíanse con buena proporción de lanzas por doquier, viéndose forzados a darnos permiso para proceder hacia las dos puertas de la ciudad contiguas al mar. Habían hecho estacionar hombres en ambas y planearon su orden para ese inmediato y repentino llamado a las armas en ausencia de las puertas, y también algunas tropas de bajo poder de fuego en emboscada desde terreno alto.

Dividimos toda nuestra fuerza, unos mil a mil doscientos hombres, en dos partes para acometer ambas puertas a la vez, habiéndole prometido abiertamente al Capitán Powell (quien lideró la tropa que entró por la otra puerta) que con el favor de Dios no descansaría hasta reunirnos en el lugar del mercado.

No bien dada la orden de disparar a nuestra inmediata apro-ximación, consiguiendo causar algunas bajas entre nosotros, aunque no muchas, cuando el Teniente General empezó de in-mediato a avanzar tanto con su voz de aliento como marcando el ritmo del paso; cayendo muy cerca de él mismo el primer hom-bre que fue muerto al darse la orden, y acto seguido se apresuró

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cuanto pudo para evitar que fueran alcanzados por la orden. Y no obstante las emboscadas marchamos, o más bien corrimos, tan rotundamente contra ellos, entrando como barahúnda por las puertas junto con ellos, cuidando de advertir a todo hom-bre salvar su vida peleando; luego no viendo más razón para seguir haciéndole frente a una lucha desarticulada, en seguida reparamos en el mercado, pero, para que se nos entienda mejor, un terreno cuadrado muy espacioso y hermoso frente a la gran Iglesia donde también llegó como se había acordado, el Capitán Powell con la otra tropa, cuyo lugar, junto con otra parte anexa al mismo, reforzamos con barricadas, y hacia allí como el lugar más conveniente nos acercamos, siendo la Ciudad demasiado espaciosa para que una tropa can pequeña y agobiada pudiera hacerse cargo de su guarda. Un poco después de la medianoche, aquéllos que tenían la guarda del Castillo, escuchándonos afa-nados a las puertas de dicho Castillo, abandonaron el mismo, algunos siendo tomados como prisioneros, y otros escabullén-dose con la ayuda de botes al otro lado del puerto y, por tanto, al interior del país.

Al día siguiente, nos acomodamos más ampliamente, pero en la mitad de la ciudad, y así cavando considerables trincheras, e implantando todas las órdenes de manera que cada correspon-diera con la otra, detentamos esta ciudad por espacio de un mes.

En aquel tiempo sucedieron algunos accidentes, más de los que se recuerdan en la actualidad, pero entre otras imágenes sucedió que el General envió para entregar su mensaje a los españoles a un muchacho negro con una bandera blanca, dan-do a entender una tregua a la usanza de los españoles de aquel lugar cuando se acercaban a hablar con nosotros, cuyo mucha-cho infelizmente fue recibido por algunos de los que habían pertenecido a la oficialía del rey en la galera española, quienes junto con la ciudad habían caído recientemente en nuestras ma-nos, y quienes sin orden ni razón, y contrario a aquella buena

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costumbre con la cual habíamos recibido a sus mensajeros, fu-riosamente golpearon el pobre muchacho en toda la extensión de su cuerpo con una fusta de jinetes, con cuyas heridas regre-só el muchacho donde el General, y luego de declarar la forma de esta inicua crueldad, murió seguidamente en su favor, con lo cual el General inmensamente enardecido ordenó al capitán preboste hacer llevar a un par de Frailes, prisioneros entonces, al mismo lugar donde fuera golpeado el joven, acompañado de suficiente protección de nuestros soldados, y allí hacerlos colgar, y al mismo tiempo despachando otro pobre prisionero con la razón por la cual se llevara a cabo la ejecución y con dicho mensaje recibir castigo condigno, no dejando pasar un solo día durante el cual no se colgará a dos misioneros hasta consumir todos los que estaban en nuestras manos.

Llegado el día siguiente, aquél que fuera Capitán de la ga-lera del rey, trajo al ofensor al confín de la ciudad, ofreciendo entregarlo en nuestras manos, pero se pensó que una venganza más honorable para los que se batían en nuestra contra era que ellos mismos llevaran a cabo la ejecución, lo que se hizo co-rrespondientemente.

Mientras permanecimos en esta ciudad, al igual que previa-mente en S. lago se vino a cobrar justicia sobre la vida de uno de nuestra compañía por un asunto odioso; así que aquí se hizo colgar igualmente a un irlandés por el asesinato de su Cabo.

En ese entonces también se aprobaron varios tratados entre sus comisionados y nosotros para el rescate de su Ciudad, pero habiendo surgido desacuerdos, seguimos pasando los amanece-res disparándole a las casas en las afueras que con sus altillos elevados no ofrecieron dificultad para arruinarlas. Y salvo los días de buceo juntos, cada mañana al romper el día, hasta so-brevenir el calor de las nueve horas, ordenában1os a doscientos marineros no hacer más nada que la labor de disparar y quemar las dichas casas más alejadas de nuestras trincheras, mientras

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que otros soldados en igual proporción permanecían en avan-zada asumiendo la protección de los primeros; pero aún así, no acabamos o no pudimos acabar ni siquiera con un tercio de la ciudad. De tal manera que al final, agobiados con los disparos, y algo apresurados por algún que otro aspecto, nos contenta-mos con aceptar veinte y cinco mil ducados, cinco chelines y seis peniques por cabeza, como rescate del resto de la ciudad. Entre otras cosas que sucedieron y se encontraron en S. Do-mingo, no puedo omitir dejarle saber al mundo una muestra e impronta muy notables de la ambición insaciable del Rey es-pañol y su nación que encontramos en la casa del rey, en la cual siempre se designa alojar al Gobernador jefe de esa Ciu-dad y país, y fue esto. Para llegar al vestíbulo u otros salones de esta casa, primero hay que subir un par de escaleras bastante grandes en cuyo rellano superior hay un bello lugar espacioso que da entrada a algo parecido a una galería en una de cuyas paredes, justo opuesto adonde uno entra, y colocado como para que sea imposible no dejar de verlo, hay descrito y pintado en un enorme blasón, el escudo de armas del Rey de España, y en la PARTE inferior de dicho blasón, también hay descrito un mundo, en cuyo interior está el circuito completo del mar y la tierra, sobre los cuales hay un caballo erguido con sus patas traseras dentro del inundo, y la otra parte delantera fuera del mundo, levantadas en alto como si fuera a dar un salto, con un pergamino en su boca, que lleva escrito estas palabras en latín Non Sufflclt Orbis: lo que equivale a decir, no basta el mundo y cuyo significado se le requería conocer a algunos de los mejores del fuerte que llegaban en comisiones para tratar el rescate de la ciudad quienes sacudían sus cabezas y voltea-ban sus rostros con sonrisa socarrona sin contestar nada, como si se avergonzaran enormemente del mismo. Pues por algunos de nuestra compañía les fue dicho a ellos que si la Reina de Inglaterra de manera resoluta persiguiera guerra en contra del

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Rey de España, se vería forzado a deponer esa orgullo vano e irrazonable que posee, pues tenía bastante que hacer con sólo retener aquello que ya tenía, ya que a juzgar por el actual ejem-plo de su ciudad perdida debía, para comenzar, percibirlo como suficiente.

Ahora, para satisfacción de algunos hombres, quienes se maravillan de que dicha famosa ciudad tan bien construida, tan bien poblada por personas galantes y aguerridamente atavia-das (donde nuestros soldados encontraron buena reserva para socorrerse) no podían darse el lujo de riquezas mayores a las encontradas allí, donde ha de entenderse que los indígenas, los verdaderos oriundos de la isla ESPAÑOLA (cuya fama va tan de la mano en su grandeza como Inglaterra) desde hace ya un año habían sido totalmente diezma dos por la tiranía de los españoles, quienes fueron la causa. Que a falta de gente que trabaje en las minas de oro y plata de esta isla, se usan monedas de cobre, de las cuales se encontró gran cantidad. El comercio principal de este lugar consiste de azúcar y jengibre que se cul-tivan en la isla. Y de pieles de bueyes y vacas, los cuales, en este vasto país, en esta isla, se reproducen en números infinitos, siendo los suelos muy fértiles, y dichas bestias se alimentan hasta alcanzar un crecimiento muy grande, y son sacrificadas casi por nada, sino más bien por sus pieles como ya hemos dicho antes. Encontramos aquí gran reserva de vinos fuertes, aceites dulces, vinagre, aceitunas y otras tales provisiones, como excelente torta de harina empaquetada en pipas de vino y otros toneles, y otras mercaderías, así como telas de lana e hilo, y algunas sedas, todas provisiones comprados afuera en España y entregadas a nosotros para socorrernos de ellas. Había pocos platos o recipientes de plata, en comparación con el gran or-gullo que tienen de otras cosas de esta ciudad, porque en estos países tórridos usan mucho estas vajillas de barro finamente pintadas o barnizadas, que llaman cal Parfellina y las traen de la

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India Oriental, y para beber, usan sólo vidrio; los cuales fabri-can excelentes, buenos y pasables en el mismo lugar. Pero aún así encontramos algunos platos y muchas otras cosas buenas, ya que sus enseres de hogar son muy deslumbrantes y exqui-sitos, que les habían sido muy costosos, aunque para nosotros eran de poca importancia.

Desde S. Domingo partimos a la tierra principal o tierra firme, y recorriendo todo el litoral pudimos al fin avistar a CARTAGENA junto a la costa, tan cerca que algunas de nues-tras barcas al pasar junto a ella, se acercaron a tiro del cañón.

Sir Francis Drake

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La lista de barcos en la versión impresa del Summarie (véanse págs. 216-7) y en Corbett (Sp. War, pág. xii) está incompleta. La lista de Oppen-heim (Naval Tracts ... Monson, I, 124), para la que también utilizó la ‘lista de mobiliario’ en Harl. MS 366 (fol. 146), agrega el Hawkins y también cifras sobre tonelaje y hombres, pero no incluye el Speedwell ni el Elizabeth.

Para la presente Tabla de Barcos se ha utilizado como base el Folger MS L.b. 344, estando el listado en el orden del MS, y sus cifras presentadas sobre hombres. Los nombres de Swallow y Elizabeth se han agregado del Summarie y su variante (Harl. MS 6221); el primero parece estar también en Harl. 366, ya que el nombre de su capitán es legible allí. El Drake (no. 26), aunque figura en ambas versiones del Summarie, no formaba parte de la flota original. El New Year’s Gift (no. 27) fue tomado en Santo Domingo y luego abandonado.

Las cifras de tonelaje y dotación de hombres de la lista Harl. MS 366 (fol. 146) se ha utilizado en la medida en que lo permite la coincidencia de nombres y tamaños, aunque no todos los nombres de buques que figuran en ella son legibles. Las cifras de tonelaje de la segunda columna se han extraí-do principalmente de Corbett (Sp. War, p. xii); aquéllas que aparecen entre corchetes son de otras fuentes, como Laughton’s Armada, Andrews, Eliza-bethan Privateering, Williamson, Hawkins of Plymouth y Thomas Glasgow, Jr., ‘List of Ships ... 1539-1588’, Mariner’s Mirror, LVI (1970), 299-307. En unos pocos casos hay estimaciones basadas en la fórmula de la marina que permite 3 hombres por cada 5 toneladas (Corbett, Sp. War, p. 265), ya que esa proporción parece haberse seguido aproximadamente.

La Tabla deja claro que hubo una variación considerable con respecto a las cifras de tonelaje, y Laughton (Armada, II, 323) ha advertido que éstas suelen ser menos fiables que las cifras para la dotación de hombres. Como en la mayoría de las listas de barcos de la época, las «listas de equipamiento» han ordenado los buques por tamaño.

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Miguel Reyes Sánchez

Sir Francis Drake. Óleo sobre panel, 1580, del artista Jodocus Hondius.

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El Golden Hind.

Civitas S. Dominici Sita in Hispaniola. Plano de realizado sobre los apuntes de la expedición del saqueo a Santo Domingo dibujado por Baptista Boazio. 1588.

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Derrota y triunfo de la no-intervención en la Sociedad de las Naciones y las

conferencias panamericanas

Alan McPherson*

RESUMEN

Este artículo intenta explicar cómo los diplomáticos latinoame-ricanos pudieron convencer los Estados Unidos de aprobar varias resoluciones antiintervencionistas dentro de conferencias panameri-canas cuando no encontraron ningún éxito algunos años antes dentro de la Sociedad de las Naciones, de la cual los Estados Unidos ni siquiera eran miembros. Factores estructurales pueden explicar so-lamente una mínima parte de la problemática. Más importante es la contingencia, o sea el largo activismo desde América Latina que final-mente dio fruto a finales de los años 20 y a principios de los años 30.

Palabras clave: Estados Unidos, intervenciones, no-interven-ción, panamericanismo, Primera Guerra Mundial, Sociedad de las Naciones.

ABSTRACT

This article aims to explain how Latin American diplomats could convince the United States to approve anti-intervention resolutions during pan-American conferences when they were unable to do so at the League of Nations, of which the United States was not even a

* Profesor de Historia, Temple University, Filadelfia, EE. UU.

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Alan McPherson

member. External factors can only explain a small part of the proble-ma. More important was contingency, or the long-term activism by Latin Americans that finally triumphed in the late 1920s and early 1930s.

Keywords: United States, interventions, non-intervention, pana-mericanism, First World War, League of Nations.

Introducción

Dentro de los esfuerzos por la diplomacia multilateral la-tinoamericana entreguerras al tratar de limitar o prohibir la intervención militar norteamericana, existe una problemática. Las naciones opuestas a las intervenciones no encontraron nin-gún éxito dentro de la Sociedad de las Naciones (SDN) después de la Primera Guerra Mundial, a pesar de que los Estados Uni-dos no fueron miembros. Algunos años más tarde, sin embargo, aquellas mismas naciones fueron capaces de convencer el go-bierno de los Estados Unidos de aprobar varias resoluciones antintervencionistas durante conferencias panamericanas a las cuales Washington sí participó.

Entonces, ¿cómo se explican las victorias en las conferen-cias panamericanas después de las derrotas en Ginebra? Dos explicaciones parecen posibles. La primera es estructural, o sea que las organizaciones mismas contenían o no en su estructura la posibilidad de reformar la ley internacional sobre la inter-vención militar. Este ensayo encuentra que esta explicación estructural no puede clarificar más que una mínima parte de la problemática. La segunda explicación sale de la contingen-cia, o sea que es el paso del tiempo y los acontecimientos que cambiaron el medio ambiente político durante los años 1920. Al fin de la década, sigue la explicación, todos los delegados a conferencias u organizaciones multilaterales, aún los de los

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Derrota y triunfo de la no-intervención en la Sociedad de las...

Estados Unidos, estaban más dispuestos a abandonar la inter-vención como herramienta diplomática. Este segundo factor parece explicar mucho más ese turno profundo es las relaciones interamericanas. Sin embargo, no se puede entender completa-mente sin añadir que la «contingencia» fue el resultado no de la casualidad sino del largo activismo determinado de numerosos diplomáticos latinoamericanos.

Derrota en la SDN

Uno podría asumir que la SDN debería ser el foro ideal para resistir la intervención militar de los Estados Unidos en América Latina durante la entreguerra. Después de una con-flagración mundial devastadora que infligió un golpe casi fatal al concepto del imperialismo, la fundación de la primera orga-nización internacional en la cual los latinoamericanos podían juntarse con los europeos para limitar el poder de los Estados Unidos debería presentar una oportunidad sin precedente. En aquellos tiempos, la manifestación más clara de ese poder eran las intervenciones u ocupaciones militares en América Latina, muchas de las cuales habían empezado durante la Primera Gue-rra Mundial.

Sin embargo, durante dos largas ocupaciones —en Haití (1915-1934) y la República Dominicana (1916-1924)— la SDN jugó casi ningún rol al asistir a los diplomáticos latinoamerica-nos a acabar con las ocupaciones. Los líderes dominicanos y haitianos en su mayoría rechazaban las intervenciones de los marines, y a veces sus representativos en Ginebra se quejaron en la SDN. Pero, también en la fundación de la SDN como en su primera década de existencia, hubo casi ningún esfuerzo para prohibir estas ocupaciones.

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Alan McPherson

La contingencia posguerra fue un mal augurio para el afán antimperialista de los latinoamericanos. En 1919, los delegados del hemisferio occidental a la conferencia de paz en Versalles viajaron llenos de expectativa de poder encontrar un foro inter-nacional simpático. Desafortunadamente, chocaron contra las prioridades contrarias de los norteamericanos y europeos. En-tonces, desde el principio de la organización internacional, la estructura y la contingencia andaban en contra del movimiento anti-intervencionista.

El problema empezó con las invitaciones a la conferencia. Entre las naciones de Sudamérica, Brasil fue inicialmente la única invitada a mandar una delegación porque había partici-pado militarmente en la guerra. Sólo luego fueron invitadas además Bolivia, Perú, Ecuador, y Uruguay1 En Centroamérica y el Caribe, seis naciones —Cuba, Guatemala, Haití, Hon-duras, Nicaragua, y Panamá— fueron invitadas y mandaron delegados.2

Pero fue clarísimo desde el principio que Washington con-trolaba a los delegados y que aquellos estaban en Versalles para apoyar a la administración de Woodrow Wilson y no para de-safiarla o presentar sus propios planes. El mismo Wilson había ordenado las ocupaciones haitiana y dominicana, además de la toma del puerto mexicano de Veracruz, y el confía en la lealtad de sus aliados como la de sus ciudadanos durante la guerra. Dado este contexto, las invitaciones a Versalles actuaban como una recompensa para haber declarado la guerra a las potencias centrales. El coronel Edward House, el consigliere de Wilson

1 Joseph Smith, Brazil and the United States: Convergence and Divergence. Athens, University of Georgia Press, 2010, p. 77. Gracias Yannick Wehrli por una clarificación aquí.

2 Michael Streeter, Central America and the Treaty of Versailles. London: Haus Publishing, 2010, pp. 5-25.

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en asuntos internacionales, aún sugirió que las seis delega-ciones de Centroamérica y el Caribe fueran representadas por los Estados Unidos, pero el Departamento de Estado rehusó, argumentando que la presencia «independiente» de aquellas delegaciones ayudaría aún más a Washington. De otra parte, la invitación a Costa Rica fue negada porque Washington no re-conocía el gobierno de Federico Tinoco. Tampoco fue invitada la República Dominicana, porque, irónicamente, siendo bajo tropas yanquis, nunca declaró la guerra a las potencias centra-les. Además, algunos delegados fueron descaradamente pro Estados Unidos, por ejemplo, Salvador Chamorro Oreamuno, cuyo hijo era presidente de Nicaragua, y quien agradecía a los marines una ocupación en su país que oprimía a los enemigos de su familia. Los delegados centroamericanos a Versalles, fi-nalmente, tenían tan pésimos presupuestos que todos viajaron solos.3

Una vez los delegados reunidos cerca de París, la conferen-cia misma estaba llena de tensión. Los británicos y franceses negociaron con los Estados Unidos en una «conversación» superior a puertas cerradas, mientras otra capa, con todos los delegados, no tomaba ninguna decisión sustancial.4

Sin embargo, la diplomacia de los latinoamericanos a Versalles llevaba un cierto peso simbólico. Como grupo, se en-contraban indiferente a la cuestión alemana o al tema de las guerras futuras. «Su prioridad», escribió Michael Streeter, «era de tener una garantía contra la intervención americana». En el 28 de abril de 1919, el delegado de Panamá, Antonio Bur-gos, enfatizó el derecho de las pequeñas naciones contra «una gran Potencia» —una clara referencia a los Estados Unidos—.5

3 Ibidem, pp. 74-75, 18, 86-87.4 Ibidem, p. 77.5 Mi traducción. Ibidem, pp. 90, 95.

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Alan McPherson

Policarpo Bonilla, el representativa hondureño, pidió una cla-rificación al artículo 21 de la Carta de la SDN, la cual indicaba que habría ningún conflicto con la Doctrina Monroe que daba un derecho unilateral a los Estados Unidos de intervenir en América Latina. Bonilla con otros deseaban debilitar el artículo 21 para establecer una base legal para negar a Washington una justificación para intervenciones futuras en América Latina.6 El delegado de Honduras propuso una enmienda declarando «que ninguna puede adquirir por conquista cualquiera porción de [otro] territorio ni intervenir en su gobierno o administración interno, ni realizar cualquier acto que puede disminuir su auto-nomía o herir su dignidad nacional». Streeter no encontró «ni la más mínima indicación que la enmienda fue tomada en serio por las Grandes Potencias». El orador después de Bonilla era el ministro francés, lo cual pasó a otros asuntos.7

En Versalles, los haitianos, en aquellos tiempos bajo la ocu-pación norteamericana, se mostraron audaces. El representante de Haití en París, Tertulien Guilbaud, fue listo para enfrentarse a los norteamericanos.8 Sus instrucciones eran no de tratar de denunciar toda la ocupación de los marines pero simplemente de prohibir la ley marcial y las cortes militares en su país y de acabar con el control financiero de Washington sobre el tesoro haitiano. La estrategia de Guilbaud era completamente moral, haciendo el uso de la denuncia pública. El ministro exterior Constantin Benoît enfatizó a Guilbaud la contradicción entre «el principio del respeto a los derechos de las pequeñas nacio-nes» de Wilson y la dificultad de Haití de «obtener justicia». Sugirió la posibilidad de hacerle pasar vengüenza públicamen-

6 Thomas Leonard, Central America and the United States: The Search for Stability. Athens: University of Georgia Press, 1991, p. 78.

7 Mi traducción. Streeter, Central America, pp. 96-98.8 Ibidem, pp. 25, 54.

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te al secretario de estado Robert Lansing y a su presidente. Pero Washington ni siquiera quiso negociar, y entonces el logro más concreto de Haití en la conferencia fue simplemente de haber llegado a ser miembro de la SDN.9

Los dominicanos fueron aún más audaces que los haitianos, pero igualmente inefectivos. En 1916, la ocupación norteame-ricana había mandado a su presidente, Francisco Henríquez y Carvajal, al exilio. Simultáneamente había instalado un gobier-no militar que operaba como una dictadura, haciéndole casi imposible a los dominicanos de representarse al exterior, al contrario de Haití. Como los haitianos, sin embargo, Henrí-quez y Carvajal vio una oportunidad en la hipocresía de Wilson cuando la guerra se acabó. «Como cualquier patriota», el char-gé d’affaires francés en Santo Domingo explicó, «[Henríquez y Carvajal] entiende que la ocupación estadounidense de su país es incompatible con el principio de los derechos de las peque-ñas naciones proclamado por el Presidente Wilson».10

El presidente dominicano exiliado apostó que pudiera lle-gar a Versalles y apelar directamente a Wilson para que acabara con la ocupación. Aunque la República Dominicana no figura-ba en la lista de las delegaciones oficiales, el gobierno militar supuestamente nombró a un Dr. Galván como representativo a Versalles. Pero Henríquez y Carvajal no quiso ser «aliviado» por ese enviado, escribió el vicecónsul británico.11

9 Ibidem, pp. 102, 104, 159.10 Chargé d’Affaires francés Barré-Ponsignon Perroud carta a S. Pichon,

ministro de Asuntos Exteriores, Santo Domingo, 2 de marzo de 1919, dossier 2, République Dominicaine, Amérique 1918-1940, Correspondance Politique et Commerciale 1914-1940, Archives Diplomatiques, Ministère des Affaires Étrangères, Paris, France.

11 Vicecónsul británico en Santo Domingo Godfrey A. Fisher, memo al secretario de Estado para Asuntos Exteriores Arthur Balfour, 9 de abril

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Desafortunadamente para él, Henríquez y Carvajal nunca pudo conocer a Wilson y fue físicamente excluido de las ne-gociaciones. «Estamos casi aislados», escribió a su hijo Max. «Existe la censura, para la correspondencia y para la prensa (…). La gente de la Conferencia es inabordable. Están tan sumamente ocupados y son tantas y tan graves las cuestiones que hay que resolver, que no reciben a nadie. Las impresiones que tengo has-ta ahora son muy desagradables relativamente al objeto de mi viaje. La Conferencia tomó la resolución de no tomar en cuenta ninguna que esté fuera de la guerra europea. Todos los asuntos de América quedan, pues, afuera y en tales condiciones, confiados exclusivamente al Gobierno Americano»12 Otra vez, la estructura misma de la conferencia actuaba en contra de la no-intervención.

Después de Versalles, muchos latinoamericanos se hicie-ron miembros de la SDN con el anhelo de limitar la tendencia norteamericana hacia la intervención. En 1919, nueve estados, incluidos los que asistieron a la conferencia, se convirtieron en miembros de la Carta, y muchos más lo hicieron en 1920. Entre otros, Argentina y Chile no asistieron a Versalles pero se

de 1919, ficha 69933, referencia 3803, Foreign Office 371, Public Record Office, Kew, UK.

12 Francisco Henríquez y Carvajal carta a Max Henríquez Ureña, Paris, 8 de abril de 1919, en Familia Henríquez Ureña, Epistolario. Santo Domingo, Secretaría de Estado de Educación, 1994, pp. 650-652; J. C. Grew, secretario general del American Commission to Negotiate Peace, carta a Frank Polk, secretario de Estado interim, 25 de abril de 1919, 839.00/2134, Central Decimal Files Relating to Internal Affairs of the Dominican Republic, 1910-1929, Record Group 59, U.S. National Archives, College Park, Maryland; Henríquez y Carvajal, «Al pueblo dominicano», Santiago de Cuba, 20 de noviembre de 1919, en Arístides Incháustegui y Blanca Delgado Malagón, eds., Vetilio Alfau Durán en Anales: escritos y documentos. Santo Domingo, Banco de Reservas, 1997, pp. 584-586.

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juntaron a la SDN. 13 Ya durante la Asamblea General en 1920, un cuarto de los miembros de la SDN eran de América Latina. Todas las naciones centroamericanas se hicieron miembros.14

Pero la exclusión de la cuestión intervencionista fue igual en Ginebra como en Versalles. Brasil era la única nación la-tinoamericana en el Consejo de la SDN, y no tenía estatus permanente.15 Ecuador ni siquiera se hizo miembro hasta 1934, y eso por razones de inestabilidad doméstica.16 Nicaragua y Haití era miembros completos, pero siempre tenían soldados de un país «no miembro» —los Estados Unidos— en su tie-rra. Y la no membresía de Estados Unidos en la SDN resultó ser una desventaja estructural para los antintervencionistas. Sin presencia estadounidense, no había manera de coaccionar a Washington a través las instituciones de la SDN. De hecho, el apoyo indirecto que Estados Unidos contribuyó a la SDN en los años subsecuentes presionó a los líderes europeos para que evitaran de antagonizar a Washington a propósito de asuntos hemisféricos. Los latinoamericanos, entonces, sufrieron el peor de ambos mundos: presión norteamericana sobre la SDN, pero sin la posibilidad de hacer adherir a los Estados Unidos a las resoluciones de la SDN.17

En los años 20 y 30, el antiimperialismo americano estaba moribundo en la Sociedad de las Naciones. La organización continuó a defender los derechos de las pequeñas naciones y la

13 Lester D. Langley, America and the Americas: The United States in the Western Hemisphere 2da ed. Athens, University of Georgia Press, 2010, p. 126.

14 Leonard, p. 78.15 Smith, Brazil…, p. 86.16 Ronn Pineo, Ecuador and the United States: Useful Strangers. Athens,

University of Georgia Press, 2007, p. 104.17 Streeter, Central America…, pp. 151, 127-128.

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soberanía y no-intervención, pero su orientación era largamen-te europea. Los éxitos que tuvieron los antiimperialistas eran en gran medida simbólicos. Por ejemplo, el haitiano Dantés Be-llegarde, un estadista y educador con mucha experiencia, viajó a muchas capitales europeas para denunciar la ocupación de su país. Argumentaba a favor de los derechos de los pequeños pueblos o de los haitianos trabajando en Cuba. En 1924, hizo un discurso también en la SDN, donde era representativo, pero su resolución a favor del retiro de las tropas norteamericanas de Haití fue debilitada hasta ser inocua, esta vez por diplomáticos norteamericanos quien eran simplemente observadores.18

El efecto tal vez más importante que la SDN tuvo sobre el antimperialismo en América Latina fue retórico, sobre todo el lenguaje de la autodeterminación. El poeta dominicano Fabio Fiallo representaba a muchos cuando denunció a Wilson, «cuyo cinismo estaba igual a su iniquidad cuando en Versalles lo pro-clamaron el Defensor de los Derechos de las Naciones Débiles, mientras acá en el Caribe las aguas fueron cubiertas por cruce-ros llenos de marines y soldados».19

Triunfo en las conferencias panamericanas

Mientras el principio de la no-intervención se pudría en la SDN, por el contrario se construía a lo largo de tres décadas de

18 «La République de Haïti demande à être libérée des troupes américaines», Le Nouvelliste, 24 de julio de 1924, en ficha Newspaper Clippings (1-28Jul24), caja 3, Records of the First Provisional Brigade in Haiti, 1915-1934, Records of the United States Marine Corps, U.S. National Archives, Washington, DC, US.

19 Mi tradducción. Fabio Fiallo, The Crime of Wilson in Santo Domingo. Havana: Arellano, 1940, p. 19.

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conferencias hemisféricas gracias al trabajo de muchos diplomá-ticos del continente. El turno cualitativo que se veía durante la Primera Guerra Mundial se reflejaba en muchos aspectos intelec-tuales, diplomáticos, y legales que los juristas latinoamericanos defendieron no solamente después de la guerra pero antes tam-bién. El apogeo de sus éxitos se encontró en las conferencias panamericanas en La Habana en 1928 y en Montevideo en 1933.

El esfuerzo para abarcar el tema de intervención vino pau-latinamente, conferencia tras conferencia. Desde que la primera conferencia panamericana en Washington en 1889-1890 adop-tó la arbitración como principio de ley internacional americana, hubo esperanzas de confrontar el poder de Washington.20 Tam-bién se estableció comisiones para estudiar la guerra marítima y las obligaciones de neutros. Pero no se habló ni de ocupación ni de agresión. En el tercer encuentro panamericanista, de Río de Janeiro en 1906, se negociaron cuestiones de guerras terres-tres y de sus reclamaciones.21 En las conferencias de México (1901), Río de Janeiro y Buenos Aires (1910), Argentina capi-taneó un proyecto de muchas naciones americanas para llevar Estados Unidos a adherir a un pacto de no-intervención manda-torio, pero en vano.22

Paralelo a la diplomacia, dos generaciones de intelectuales se unieron detrás de los ideales de soberanía nacional y no-in-tervención, demostrando la primacía de la contingencia y de la

20 Carlos Dávila, «The Montevideo Conference: Antecedents and Accomplishments», International Conciliation 300 (mayo 1934), p. 122.

21 Albert de La Pradelle, «L’Amérique à Montevideo», Revue de Droit International 1 (1934), n. p. Reproducido como panfleto, Paris, Les Éditions Internationales, 1934, p. 5.

22 David Green, The Containment of Latin America: A History of the Myths and Realities of the Good Neighbor Policy. Chicago, Ill.: Quadrangle Books, 1971, p. 6.

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agencia latinoamericana. La Generación del 1910, incluyendo escritores como José Enrique Rodó, encabezaba el antimperia-lismo después de la derrota imperial de España en 1898. Se juntaron a ella, americanistas del Caribe y de Centroamérica como José Martí y Rubén Darío, y después tuvo influencia el afán revolucionario llevado por Rusia y México en los 1910, uno de los más influyentes acontecimientos siendo la ocupa-ción de Veracruz. Una gran proporción de los antimperialistas eran escritores, influyendo el discurso público en los años 1920 con publicaciones como la del guatemalteco Máximo Soto Hall, Nicaragua y el imperialismo norteamericano (1928).23

Añadidos a los escritores eran los estudiantes, su movi-miento empezando en la Universidad de Córdoba en 1918 e influido por Rodó, Ortega y Gasset, y Manuel Ugarte, quien llamaba por una «unidad intelectual y moral hispanoamerica-na». El movimiento estudiantil de hecho unía un nacionalismo novedoso entre sectores estudiantiles y trabajadores con el po-sitivismo de la elite de la generación de Rodó y José Ingenieros. Este médico argentino declaró, «No somos, no queremos ser más, no podríamos seguir siendo, panamericanistas». Recha-zaba la existencia misma de las conferencias panamericanas, considerándolas herramientas imperialistas de la Doctrina Monroe. Llamaba en lugar por una Unión Latino Americana, directamente opuesta al panamericanismo.24

23 Alexandra Pita González y Carlos Marichal Salinas, eds., Pensar el antiimperialismo: Ensayos de historia intellectual latinoamericana, 1900-1930. Mexico City: El Colegio de México, 2012, pp. 21-30.

24 Alexandra Pita González, La Unión Latino Americana y el Boletín Renovación: Redes intelectuales y revistas culturales en la década de 1920. Mexico City, El Colegio de México, 2009, citación en las pp. 40, 57. Ver además pp. 39, 41, 66 y 107.

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La Conferencia Panamericana de Santiago en 1923, la primera desde 1910 después de una larga pausa debida a la revolución y la guerra, demostró por primera vez en esos en-cuentros un fuerte deseo antintervencionista. Precisamente por que los Estados Unidos no habían ratificado el tratado de la SDN, el principio de no-intervención tomó más importancia durante las conferencias panamericanas, este aspecto, demos-trando el valor continuo de la estructura de las organizaciones internacionales. El Tratado Gondra, suscrito durante la confe-rencia, creó una comisión de investigación permanente en casos de agresión entre estados miembros, y la conferencia también habló de la resolución pacífica de conflictos.25 Los delegados también votaron una resolución que reorganizara la Comisión Internacional de Juristas (CIJ), encargada de proyectos legales. Luego, en 1927, la CIJ se reunió en Río de Janeiro para someter para los delegados de La Habana doce proyectos sobre la ley pública internacional y un código de ley privada internacional. Uno de esos proyectos, preparado por el brasileño Epitacio Pessoa, incluía un artículo 8 que decía, «Ningún estado pue-de intervenir en los asuntos internos de otro».26 Sin embargo, puesto que la asamblea en Río de Janeiro no quiso mesclar la ley y la política, se decidió no votar sobre el artículo 8, aún des-pués un esfuerzo de parte de Costa Rica de resucitarlo.27

25 Albert de La Pradelle, «L’Amérique à Montevideo», Revue de Droit International 1 (1934), n. p. Reproducido como panfleto, Paris, Les Éditions Internationales, 1934, p. 5.

26 Citado en Carlos Dávila, «The Montevideo Conference: Antecedents and Accomplishments», International Conciliation 300 (mayo 1934): 122, 137.

27 Albert de La Pradelle, «L’Amérique à Montevideo», Revue de Droit International 1 (1934), n. p. Reproducido como panfleto, Paris, Les Éditions Internationales, 1934, pp. 9-10.

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El año siguiente, en La Habana, una mayoría de los estados ya querían una condenación inequívoca de la intervención en todas sus formas. El acontecimiento que había más provocado un resurgimiento del sentimiento antiocupación era el conflicto armado entre los marines de Estados Unidos y Augusto Sandi-no en Nicaragua, lo cual había capturado la atención del mundo a fines de 1927. La rebelión Sandino dominó los debates en La Habana a pesar del orden del día norteamericano. Un periódico dominicano declaró que el lenguaje de panamericanismo de la parte de Estados Unidos ya no contaría con la ingenuidad de los latinoamericanos. Una vez empezada la conferencia, El Salva-dor introdujo una resolución antiocupación apoyada por trece estados. Otro delegado propuso un artículo 2, declarando que todos los estados eran independientes y podían desarrollarse sin la intervención de otros estados. Los delegados estadouni-denses apoyaron esta propuesta debilitada, pero sin éxito.28

Lo que pasaba era que surgía de las conferencias un choque cada vez más inevitable entre dos definiciones del «ameri-canismo»: una primera definición, anglosajona y negativa, continuaba de enfatizar la Doctrina Monroe, o sea la no colo-nización y la no-intervención de Europa en las Américas; otra, latina y más positiva, subrayaba la independencia de los es-tados que tenía que ser respetada y garantizada no solamente contra Europa pero contra cualquier país.29 Como preguntaría retóricamente el delegado Antoine Pierre-Paul de Haití más tar-de, «¿Es el panamericanismo una doctrina sujeta solamente a la

28 Albert de La Pradelle, «L’Amérique à Montevideo», Revue de Droit International 1 (1934), n. p. Reproducido como panfleto, Paris, Les Éditions Internationales, 1934, p. 11.

29 Albert de La Pradelle, «L’Amérique à Montevideo», Revue de Droit International 1 (1934), n. p. Reproducido como panfleto, Paris, Les Éditions Internationales, 1934, pp. 6-7.

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interpretación de los intereses de los más fuertes, o es más bien una realidad en la cual el respeto mutual de la soberanía de los estados americanos, sus aspiraciones por la paz y la harmonía en la familia de las naciones son cristalizadas?»30

En La Habana, lo que obtuvieron los latinoamericanos fue, en vez de una promesa norteamericana, un discurso del anti-guo secretario de estado Charles Evans Hughes. Hughes negó que su país tenía planes de conquista permanentes en América Latina y echó a la inestabilidad interna del continente la culpa por la intervención de su país. Afirmó que Washington tenía un derecho de «interposición temporaria». En algunos casos, ex-plicó, un estado «es completamente justificado al tomar acción (…). Para proteger la vida y la propiedad de sus ciudadanos». La conferencia de La Habana, continuó, no podía modificar esa ley internacional. «Los derechos de la nación permanecen, pero las naciones tienen obligaciones como derechos».31 Al fin, los delegados optaron por postergar su consideración de asuntos de intervención. No hubo unidad perfecta, pero el sentimiento antimperialista era dominante.

En los cinco años entre La Habana y Montevideo, muchos acontecimientos —la contingencia, en otras pala-bras— ocurrieron para avanzar la causa de la desocupación norteamericana. En las Américas, el presidente Franklin D. Roosevelt optó por la no-intervención en Cuba en 1933, y el mismo año los marines salieron por fin de Nicaragua. El canal de Panamá siendo menos rentable, Roosevelt también

30 Citado en Seventh International Conference of American States, First, Second, and Eight Committees, Minutes and Antecedents. Montevideo, 1933, p. 106.

31 Citado en Carlos Dávila, «The Montevideo Conference: Antecedents and Accomplishments», International Conciliation 300 (mayo 1934), p. 138.

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empezó a revisar el acuerdo por el cual Washington dominaba la pequeña república. Al nivel global, el imperialismo japonés e italiano creciendo, la salida de Alemania de la SDN, y la crisis financiera persistente empujaron Washington hacia el abando-no de la intervención. En agosto 1932, 19 estados americanos se pusieron de acuerdo que los acuerdos que transfirieran terri-torio lo harían de manera pacífica, y un tratado firmado en Rio dos meses antes de Montevideo ratificó ese concepto.32

En diciembre de 1933, finalmente, ocurrió la conferencia en Montevideo, la séptima de la serie. El momento parecía desafortunado, mientras América Latina sufría a través del in-cidente de Leticia y la guerra del Chaco, una situación todavía caótica en Cuba, y una violencia política en Uruguay, el país anfitrión. Además, muchos estaban pesimistas debido a los fracasos de las recientes Conferencia Económica de Londres y Conferencia de Desarme de Ginebra. Durante el viaje has-ta Montevideo, el primer secretario de estado a asistir a una conferencia panamericana, Cordell Hull, prometió no firmar ninguna resolución antintervencionista.

Antes del principio de la conferencia, varios diplomá-ticos latinoamericanos intentaron ablandar la resistencia de Washington contra la no-intervención. En agosto, por ejem-plo, el ministro de relaciones exteriores colombiano recordó al asistente secretario de estado que el mismo Roosevelt había recomendado un pacto de no-agresión.33 Además, el gobierno mexicano sondeaba otros gobiernos de la región acerca de la posibilidad de modificar la Doctrina Monroe para incluir en ella

32 Committee on Latin American Policy, Recommendations as to the Pan-American Conference at Montevideo, Foreign Policy Committee Reports No. 1, noviembre 1933, p. 7.

33 Lozano a Jefferson Caffery, Washington, 10 de agosto 1933, FRUS 1933, Vol. IV, p. 10.

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la defensa contra la intervención norteamericana y no sólo eu-ropea. ¿La reacción de Hull? «Esa démarche me causa alguna ansiedad».34 El ministro de Relaciones Exteriores José Manuel Puig Sacauranc comunicó al embajador norteamericano que, si no era posible un enfoque específico antiestadounidense, los mexicanos estarían satisfechos con una mera declaración contra toda intervención. Puig mandó un largo memorándum expresándolo.35 La presión latinoamericana aparentemente dio frutos, puesto que en noviembre, tres semanas antes de Monte-video, las instrucciones de Washington a sus delegados incluían la posición siguiente: «Cada nación debe crecer (…). No por la adquisición de territorio a costa de cualquier vecino o al imponer la voluntad de una nación sobre la de otra». En gene-ral, Washington estaba listo a tolerar una declaración de tipo mexicana pero sin querer hablar de revisar la Doctrina Mon-roe ni siquiera someter la doctrina a la ley internacional, bajo el príncipe que existía exclusivamente como tradición interna norteamericana.36

En la conferencia, el tema de la no-intervención era la com-petencia del Comité II, bajo Problemas de Ley Internacional. En el primer día, Colombia introdujo una propuesta a favor de la utilización de los «instrumentos de paz» basada en el trabajo de diplomáticos en los últimos años —el Tratado Gondra, el pacto Kellogg-Briand—, el tratado interamericano de arbitra-ción de 1929, y el pacto de paz capitaneado por el Dr. Pessoa y

34 Secretario de Estado Hull al embajador en México Josephus Daniels, Washington, 28 de septiembre de 1933, FRUS 1933, Vol. IV, p. 17.

35 Embajador en México Josephus Daniels al Secretario de Estado Hull, México, 29 de septiembre de 1933, FRUS 1933, Vol. IV, p. 19.

36 Mi traducción. «Instructions to the Delegates to the Seventh International Conference of American States», Montevideo, Uruguay, Washington, 10 de noviembre de 1933, FRUS 1933, Vol. IV, p. 45.

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firmado en Río de Janeiro en 1933.37 Las delegaciones de Cuba, El Salvador, Haití, Nicaragua, y la República Dominicana to-das criticaron la intimidación militar como manera de indicar que la propuesta colombiana no los satisfacía.38 El delegado dominicano Tulio Cestero, uno de los líderes del movimiento antiocupación, expresó que su país «es atado históricamente al principio de la no-intervención. De hecho, ha mantenido ese principio desde la Cuarta Conferencia, y en el tratado que puso fin a la ocupación militar de su territorio por los Estados Uni-dos». Puig, de México, rechazó el concepto de «interposición temporaria» de Hughes de 1928.39

Al final, el Comité II produjo dos artículos sobre la in-tervención. Artículo 8 de su convenio declaraba que «ningún estado tiene derecho de intervenir en los asuntos internos ni en los externos de otro», y el artículo 11, afirmando que ningún territorio obtenido por la fuerza —«ni aun de manera tempo-ral»— sería reconocido por los estados miembros.40 Al firmar el convenio, Hull y los Estados Unidos parecían sinceros al querer apoyar la no-intervención, pero Hull firmó con una

37 Albert de La Pradelle, «L’Amérique à Montevideo», Revue de Droit International 1 (1934), n. p. Reproducido como panfleto, Paris, Les Éditions Internationales, 1934, pp. 23, 24, 27.

38 Irwin F. Gellman, Good Neighbor Diplomacy: United States Policies in Latin America, 1933-1945. Baltimore, Md.: The Johns Hopkins Universiy Press, 1979, p. 25.

39 Mi traducción. Seventh International Conference of American States, First, Second, and Eight Committees, Minutes and Antecedents. Montevideo, 1933, pp. 103, 111. Ver también pp. 105-107.

40 Organización de Estados Americanos, Departamento de Derecho Internacional, Convención sobre derechos y deberes de los estados, http://www.oas.org/juridico/spanish/ panfleto, Paris, Les Éditions Internationales, 1934, p. panfleto, Paris, Les Éditions Internationales, 1934, p. tratados/a-40.html.

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reserva, insistiendo en que algunos tratados obligaban a su país a intervenir. La firma norteamericana fue la primera vez que el país añadió su nombre a una promesa de no-intervención. Los latinoamericanos ignoraron la reserva al convenio y celebraron la firma estadounidense.41 Al regresar a Washington a princi-pios de 1934, el mismo Hull confirmó en un discurso que «el dicho derecho de conquista ha sido denunciado, condenado, e ilegalizado».42

Dos días después de la conferencia en Montevideo, Roo-sevelt hizo un discurso en Washington en lo cual declaró, «La política definida de los Estados Unidos desde ahora es opuesta a la intervención armada».43 Durante la próxima conferencia, en Buenos Aires in 1936, la promesa de Hull fue formaliza-da.44 Entonces los delegados latinoamericanos a Montevideo tenían la razón cuando interpretaron la firma norteamericana al convenio como la muerte legal de la intervención militar yan-qui en sus países. Era el resultado de un esfuerzo de muchas décadas, intensificado en los años 1927-1933, para finalmente imponer la definición latinoamericana del «americanismo» que celebrara la soberanía nacional encima del «panamericanismo» de Washington, que para muchos había parecido un subterfu-gio para la intervención. Después de 1933, no hubo ninguna

41 Irwin F. Gellman, Good Neighbor Diplomacy: United States Policies in Latin America, 1933-1945. Baltimore, Md., The Johns Hopkins Universiy Press, 1979, p. 25.

42 Cordell Hull, Some of the Results of the Montevideo Conference. Washington, D. C.: USGPO, 1934.

43 Citado en Carlos Dávila, «The Montevideo Conference: Antecedents and Accomplishments», International Conciliation 300 (mayo 1934), p. 140.

44 David Green, The Containment of Latin America: A History of the Myths and Realities of the Good Neighbor Policy. Chicago, Quadrangle Books, 1971, p. 7.

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intervención militar de los Estados Unidos en América Latina contra la voluntad del gobierno intervenido hasta Guatemala en 1954.

Sin embargo, igualmente importante era que el sistema di-plomático interamericano logró suplantar la SDN en el tema de la paz y, más específicamente, la no-intervención. La es-tructura de la SDN y de las conferencias panamericanas había jugado un cierto papel, pero esa estructura misma dependía de la contingencia. Los escritores, estudiantes, y diplomáticos lati-noamericanos se mostraron sumamente capaces de aprovechar los acontecimientos internacionales y regionales y de ganar sus colegas norteamericanos a su lado por la fuerza de persuasión y por la determinación diplomática. El logro debe ser recordado como uno de los momentos más significativos de la diplomacia latinoamericana.

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Los exiliados españoles y la traición de la expedición de Luperón en 1949*

Aaron Coy Moulton**

RESUMEN

Este artículo revela cómo unos exiliados españoles sabotearon la expedición de Luperón en 1949. A través de la literatura y en las

* Este proyecto recibió el apoyo de una Phi Alpha Theta John Pine Me-morial Scholarship; una Society for Historians of American Foreign Relations Samuel Flagg Bemis Dissertation Research Grant; una Harry S. Truman Presidential Library Institute Dissertation Year Fellowship; una American Philosophical Society Franklin Research Grant; una Stephen F. Austin State University Faculty Research Pilot Studies Grant; un Stephen F. Austin State University Department of History Faculty Travel Award y Stephen F. Austin State University College of Liberal and Applied Arts Professional Development Funds. Al autor le gustaría dar muchas gracias por la ayuda de todos los archiveros en realizar este proyecto, incluyendo Oscar Feliz y otros con el Archivo General de la Nación en Santo Do-mingo, Thelma Porres y Oscar Farfán con el Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica en Guatemala, Pilar Benito con la Fundación Universitaria Española en Madrid y todos con los National Archives en Inglaterra y los National Archives II en College Park, Maryland, en los Estados Unidos. Gracias también a Iliana Ornes Rodríguez, Sandra Ri-bas, Federico Alberto Henríquez, Rosa Arvelo y otros familiares de la Legión Caribe quienes le han compartido con el autor las historias de sus propias familias. El autor dio una presentación de una versión de esta investigación durante una conferencia invitada con el Museo Memorial de la Resistencia Dominicana el 19 de junio de 2019.

** Profesor asistente de Historia de América Latina de Stephen F. en Austin State University.

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memorias de la Legión Caribe, Alberto Bayo representa un vínculo entre los ideales antidictatoriales y antifascistas la década del 30 y cuarenta del siglo XX y la energía de la revolución cubana gracias a su participación en la guerra civil española, este complot antitru-jillista y entrenar a Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara en las tácticas de guerra guerrillera. Sin embargo, varias fuentes recién disponibles demuestran cómo el exiliado español y su compañe-ro José Antonio Palós Palma traicionaron a la Legión por hacerse agentes del embajador dominicano en la Ciudad de México Joaquín Balaguer. Entre una introducción por otro exiliado español y un gran ofrecimiento de dinero, Bayo y Palós Palma les dieron infor-mación a los oficiales dominicanos y socavaron las preparaciones de la expedición.

Palabras clave: espionaje, inteligencia, Legión Caribe, México, política exterior.

ABSTRACT

This article reveals how a couple Spanish exiles sabotaged the Luperón expedition of 1949. In the literature and the memoirs of the Legión Caribe, Alberto Bayo represents a link between anti-fascist, anti-dictatorial ideals of the 1930s and 1940s and the Cuban Revo-lution’s energy due to his participation in the Spanish Civil War, this anti-Trujillo plot, and training Fidel Castro and Ernesto ‘Che’ Gueva-ra in guerrilla warfare. However, various recently-declassified sources show how the Spanish exiles and his fellow José Antonio Palós Palma betrayed the Legion by becoming agents of Dominican Ambassador in Mexico City Joaquín Balaguer. Between an introduction by another Spanish exile and a large financial incentive, Bayo and Palós Palma shared information with Dominican officials and undermined the ex-pedition’s preparations.

Keywords: espionage, intelligence, Caribbean Legion, Mexico, foreign policy.

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Los exiliados españoles y la traición de la expedición de Luperón...

Introducción

En la literatura sobre los varios complots de exiliados do-minicanos y sus aliados para derrocar al dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo Molina, la expedición de Luperón en 1949 está situada entre la conspiración en las playas cubanas de Cayo Confites en 1947 y los desembarcos del 14 de junio de 1959. Por un lado, la cuenca del Caribe vio con Cayo Con-fites una gran, aunque frustrada, expresión de los sentimientos antitrujillistas que inspiraron a varios líderes y gobiernos demo-cráticos y la gente cubana, incluyendo un joven Fidel Castro.1 Por otro lado, los eventos en Constanza, Maimón y Estero Hon-do en su fracaso les revelaron a muchos a través del mundo la tiranía de Trujillo.2 Sin embargo, la expedición de Luperón

1 Sobre la expedición de Cayo Confites, véase a Bernardo Vega. Los Estados Unidos y Trujillo: Colección de documentos del Departamento de Estado y las fuerzas armadas norteamericanas, Año 1947, 2 tomos. Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 1987; José Diego Grullón. Cayo Confites: La revolución traicionada. Santo Domingo, Editora Alfa & Omega, 1989; Piero Gleijeses. «Juan José Arévalo and the Caribbean Legion». Journal of Latin American Studies, vol. 21, no. 1, New York, February 1989, pp. 133-145; Jorge Renato Ibarra Guitart. Las relaciones cubano-dominicanas: su escenario hemisférico, 1944-1948. Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2014; Humberto Vázquez García. La expedición de Cayo Confites. Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2014; Charles Ameringer. La Legión del Caribe. Patriotas, políticos y mercenarios, 1946-1950. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2015.

2 En contraste a la literatura sobre Luperón, la historia de Constanza, Maimón y Estero Hondo está llena de memorias (Véase más reciente Delio Gómez Ochoa. Constanza, Maimón y Estero Hondo: la victoria de los caídos. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia,

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no ha recibido tal atención, resultando en una dependencia en las memorias de los participantes sobrevivientes como Horacio Ornes y Tulio Arvelo.3

Por esto, esta expedición a mediados del mes de junio de 1949 se hace nada más que un breve resumen en la historia de los esfuerzos antitrujillistas.4 Un grupo de exiliados del Caribe y Centroamérica, la Legión Caribe con el apoyo del presidente guatemalteco Juan José Arévalo organizó una expedición por aire con cinco aviones y alrededor de cien hombres. Con la ayuda de la resistencia clandestina en la República Dominicana, el Frente Interno, los líderes de la Legión Juan ‘Juancito’ Rodríguez y Mi-guel Ángel Ramírez intentaron de provocar un alzamiento para derrocar a Trujillo. En iniciar el plan, los pilotos mexicanos y unos estadounidenses abandonaron la legión, tomando con ellos dos de los aviones y influyendo la decisión de Arévalo en ofrecer para el complot dos aviones de la Fuerza Aérea guatemalte-ca. Cuatro de los aviones, debido a mal tiempo e instrumentos

2010) y textos (Véase la compilación conmemorativa en Clío, año 78, No. 177, Santo Domingo, enero-junio 2009).

3 Sobre la expedición de Luperón, véase a Horacio Ornes. Desembarco en Luperón. México, Ediciones Humanismo, 1956; Tulio Arvelo. Cayo Confites y Luperón: memorias de un expedicionario. Santo Domingo, Universidad Autónoma de Santo Domingo, 1981; Gleijeses. «Juan José Arévalo and the Caribbean Legion»; Procuraduría General de la República. Proceso judicial expedicionarios de Luperón, 2 tomos. Santo Domingo, Procuraduría General de la República, 1998; Roberto Cassá. «Los preparativos de la expedición de Luperón». Boletín del Archivo General de la Nación, año 35, No. 127, Santo Domingo, mayo-agosto 2010, pp. 69-97; Ameringer. La Legión del Caribe.

4 Se puede ver esto en tales obras como Francis Pou García. «Movimientos conspirativos y el papel del exilio en la lucha antitrujillista». Clío, año 78, No. 177, Santo Domingo, enero-junio 2009, pp. 13-72; Juan José Ayuso. Lucha contra Trujillo, 1930-1961. Santo Domingo, Editorial Letra Gráfica, 2010.

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defectuosos, encallaron en Cozumel detenidos por las autorida-des mexicanas inmediatamente y los agentes secretos de Trujillo habían infiltrado el Frente Interno. Cuando el avión solitario llegó en Puerto Plata, rápidamente las fuerzas dominicanas lo encon-traron y destruyeron, matando a la mayoría de los participantes y unos miembros del Frente Interno. Entre los cinco sobrevivientes y los dos aviones guatemaltecos en Cozumel, Trujillo obtuvo la evidencia para denunciar a Arévalo por su alianza con la Legión y por interferir en los asuntos internos de la República Dominica-na, cargos repetidos por la Organización de Estados Americanos y varios líderes latinoamericanos.

Pues, una de las pocas vistas de todo esto viene de las me-morias del exiliado español Alberto Bayo. Hoy en día, Bayo es conocido por su papel en la Revolución Cubana cuando les entrenó a Fidel Castro y Ernesto ‘Che’ Guevara en las tácticas de guerra guerrillera, pero en los 1940s no tenía tal reputación.5 Después de luchar en la guerra civil española contra General Francisco Franco, Bayo vino a México.6 En 1949, conoció a los líderes de la Legión Rodríguez y Ramírez y les ayudó en comprar un de sus aviones. Antes de la expedición, había algu-nos desacuerdos entre Bayo y la Legión sobre el plan y Bayo dejó el complot. En su relato sobre la expedición, Tempestad en el Caribe, memorias que recibieron unas palabras de apertura por su compañero exiliado español José Antonio Palós Palma,

5 Alberto Bayo. Mi aporte a la Revolución Cubana. Habana, Impreso Ejército Rebelde, 1960; Salvador E. Morales y Laura del Alizal, Dictadura, exilio e insurrección: Cuba en la perspectiva mexicana, 1952-1958. México, Dirección General del Acervo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores, 1999; Luis Díez. Bayo: El general que adiestró a la guerrilla de Castro y el Che. Madrid, Debate, 2007.

6 Véase Alberto Bayo. Mi Desembarco en Mallorca (de la guerra civil española). Madrid, Miquel Font, 1987.

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Bayo les castigó a Rodríguez y Ramírez por no seguir su con-sejo sobre la invasión aérea.7 Con la experiencia y renombre de este exiliado español, sus palabras y sus memorias han servido como evidencia de la mala preparación por parte de la Legión en organizar la expedición de Luperón.8 Sin embargo, Bayo no incluyó un poco de información sobre el fracaso de este com-plot. Días antes de la expedición, Bayo y su compañero Palós Palma se hicieron agentes secretos de Trujillo bajo una ope-ración encubierta del embajador dominicano en la Ciudad de México Joaquín Balaguer.

Gracias a varios documentos no disponibles hasta los años recientes, este artículo revela como Alberto Bayo y José Anto-nio Palós Palma se hicieron y sirvieron como agentes en una operación de Joaquín Balaguer para socavar la expedición de Luperón en 1949.9 Como el embajador dominicano en la Ciudad de México, Balaguer en mayo estaba observando las

7 Alberto Bayo. Tempestad en el Caribe. México, 1950. En Tempestad, el nombre aparece como «Antonio José Palós Palma» pero la mayoría de los documentos y textos tiene el nombre como «José Antonio Palós Palma».

8 Ver Bernardo Vega. «‘La lucha contra Trujillo’ por Alberto Bayo». Clío, año 77, No. 176, Santo Domingo, julio-diciembre 2008, pp. 139-204.

9 Rosa Arvelo, hija de Tulio Arvelo, ha afirmado que su padre había criticado el papel de Bayo en los eventos que rodearon la expedición (conversación con el autor, el 20 de junio del 2019). Similarmente, el historiador dominicano José del Castillo Pichardo ha dicho que un oficial con experiencia en trabajar en la Embajada Dominicana en la Ciudad de México le confesó de entregar dinero del régimen trujillista a Bayo entre 1949 y 1950 (preguntas durante la conferencia del autor con el Museo Memorial de la Resistencia Dominicana, el 19 de junio del 2019). Ahora, se puede confirmar estas afirmaciones gracias a estos documentos históricos. Los fondos Dirección Federal de Seguridad, Dirección General Investigaciones Políticas y Sociales y Fondo Presidencial con el Archivo General de la Nación de México y

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actividades de varios exiliados dominicanos en el país cuando el exiliado español Máximo Muñoz se acercó con información sobre los planes de la Legión y Bayo. Antes de estos nuevos documentos, la única sugerencia de vínculos entre los oficiales dominicanos y los exiliados españoles apareció en el trabajo de Bernardo Vega, quien primero identificó este español des-conocido Muñoz quien nunca apareció en las memorias de los expedicionarios pero, de algún modo, recibió tal interés de Trujillo en los informes de este español que el dictador le mandó a Anselmo Paulino a México y culminó en una reunión entre Trujillo y Muñoz.10 Ahora, estas nuevas fuentes demues-tran que la razón por la reunión derivó del papel de Muñoz en facilitar las introducciones entre Balaguer y otros exiliados españoles, Bayo y Palós Palma. Los dos les reunieron con Ba-laguer y otros oficiales dominicanos para tratar unos términos en traicionar y destruir no sólo la expedición de Luperón sino la Legión Caribe y todos los exiliados dominicanos. Al final, Bayo tenía un papel fundamental en debilitar la expedición.

Máximo Muñoz y sus aspiraciones como una fuente de inteligencia

A mediados de enero de 1949, Joaquín Balaguer como embajador dominicano en la Ciudad de México, había or-ganizando una operación de contraespionaje. En recibir

el Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores y Archivo del Instituto de Historia de Cuba no tienen documentos sobre el papel de Bayo en la expedición de Luperón.

10 Bernardo Vega. Almoina, Galíndez y otros crímenes de Trujillo en el extranjero. Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 2001, pp. 24-25.

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rumores de las actividades de los exiliados dominicanos José Antonio Bonilla Atiles y Horacio Ornes, Balaguer le solicitó de Trujillo los recursos a organizar un sistema de agentes y es-pías en la Ciudad de México contra lo que denunció como «un plan netamente comunista».11 Aunque Trujillo aprobó el plan, Balaguer no recibió los fondos necesarios para obtener agen-tes permanentes y fiables.12 De hecho, sus agentes de la policía mexicana perdieron una oportunidad a entrar la residencia de Ornes y Bonilla Atiles.13 Como consecuencia, Balaguer y su compañero oficial Rafael Roca le pidieron a Trujillo los recursos para organizar en México un sistema formal de contraespiona-je, incluyendo «dos o tres individuos a sueldo».14 Gracias al nuevo sistema, los agentes de Balaguer pronto les siguieron a Ornes y Bonilla Atiles en ayudar producir propaganda anti-tru-jillista.15 Durante las próximas semanas, Balaguer les dio a los servicios mexicanos de inteligencia información sobre con-tactos entre los exiliados dominicanos y unos contrabandistas de armas en México.16 Entre marzo y abril de 1949, Balaguer

11 De Joaquín Balaguer a Rafael Trujillo. México, 15 enero 1949. Archivo General de la Nación, Fondo Presidencia, Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores (AGNRD), caja IT 2903959 «Fechas extremas 1949-1950, Ref. Antigua 2270», expediente (exp.) «1949, Código 5/C».

12 De Rafael Trujillo a Joaquín Balaguer. Ciudad Trujillo, 18 enero 1949. AGNRD, caja IT 2903959, exp. «1949».

13 De Joaquín Balaguer a Rafael Trujillo. México, 23 enero 1949. AGNRD, caja IT 2903959, exp. «1949».

14 Rafael O. Roca, «Memorándum». México, 31 enero 1949. AGNRD, caja IT 2903959, exp. «1949». Subrayado en lo original.

De Joaquín Balaguer a Rafael Trujillo, No. 138. México, 19 febrero 1949. AGNRD, caja IT 2903959, exp. «1949».

16 De Joaquín Balaguer a Rafael Trujillo, No. 209. México, 09 marzo 1949. AGNRD, caja IT 2903959, exp. «1949».

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describió las actividades de Bonilla Atiles, Ornes y otros exi-liados dominicanos en el país «como enteramente fracasadas» y «paralizadas».17 El embajador en mayo estaba concentrado en rumores de actividades antitrujillistas no de México o Guate-mala sino de Cuba.18

Fue en este momento que apareció el exiliado español Máximo Muñoz. Desde los principios de los 1940s, Muñoz iba constantemente entre varias embajadas, especialmente las del gobierno estadounidense y el gobierno británico, tratando de presentarse como una fuente valiosa de inteligencia. Aún, esos oficiales no tuvieron mucha confianza en el hombre, algo necesario para recibir la atención completa que desea-ba el exiliado. Los oficiales británicos avisaban que Muñoz habló con otros gobiernos para «dar la impresión que tenía el apoyo» del gobierno británico.19 Similarmente, los oficiales estadounidenses le caracterizaban a Muñoz como «inteli-gente, inescrupuloso» y «interesado solamente en beneficio propio y la lealtad [al] lado ganador, como está jugando un

17 De Joaquín Balaguer a Rafael Trujillo, No. 209. México, 09 marzo 1949. AGNRD, caja IT 2903959, exp. «1949»; de Joaquín Balaguer a Telésforo R. Calderón, No. 252. México, 25 marzo 1949. AGNRD, caja IT 2903961 «Fechas extremas 1948-1951, Ref. Antigua 2270», exp. «1948-1950, Código 5/C».

18 Véase de Pedro González Blanco a Joaquín Balaguer. Guatemala, 10 mayo 1949; de «H» a Joaquín Balaguer. 10 mayo 1949; de Joaquín Balaguer a Rafael Trujillo, No. 418. México, 13 mayo 1949; de Telésforo R. Calderón a Héctor Incháustegui Cabral. 23 mayo 1949. Todos del AGNRD, caja IT 2903961, exp. «1948-1950».

19 Rapp, No. 216. 14 June 1949. The National Archives, London (TNA), FO 371/74020 «Plans for the invasion of the Dominican Republic by the Caribbean Legion».

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contra el otro para sus intereses».20 Incluso ahora en solicitar reuniones con oficiales de, por lo menos, tres gobiernos sobre las preparaciones de la expedición de Luperón, Muñoz nunca tenía un papel en un complot de la Legión Caribe o los exi-liados dominicanos sino que estaba simplemente vendiendo su conocimiento de los planes, gracias a su relación con Alberto Bayo, para levantar su imagen a los oficiales dominicanos.

Para congraciarse al régimen trujillista, Muñoz les ofreció un paquete de documentos en mayo de 1949.21 En el paquete, Muñoz les dio dos mapas de la invasión. En el primer mapa, ha-bía una invasión con Juan ‘Juancito’ Rodríguez y cien hombres en el norte de la República Dominicana en Puerto Plata mientras

20 «CIA Preliminary SO Dissemination of 9 June 1949», «Subject: Alleged Invasion Plans against Dominican Republic». Mexico City, 15 June 1949. National Archives II, Maryland, Record Group 59 «General Records of the Department of State», Decimal File 814 «Records of the Department of State Relating to Internal Affairs of the Dominican Republic, 1945-1949» (NARAII), Box 5629A, 839.00/6-949.

21 Paquete «Plan de invasión de la Rep. Dom. (Abril de 1949)» (PIRD). AGNRD, caja IT 2903956 «Fechas extremas 1948-1953, Ref. Antigua 2270», exp. «México, 1948-1949, Código 5/C». La palabra «Abril» es escrita sobre una palabra similar a «Mayo», y un de los documentos incluidos dice que la expedición empezaría «el 25 del presente mes de la fecha». Con la cronología de las preparaciones de la expedición y las reuniones entre los exiliados españoles y los oficiales dominicanos, es más probable que los documentos fueron creados en mayo cuando se presentó Muñoz a Balaguer como una fuente de inteligencia. El nombre de «Muñoz» no aparece en ningún documento en el paquete PIRD, pero la lista total de 1,200 hombres, el papel exagerado de los líderes cubanos y sumario de los recursos de la Legión igualan a la información le dio Muñoz al agregado naval británico en la Ciudad de México. Véase C.E.A. Owen to Director of Naval Intelligence, N.A. 115/49. Mexico City, 15 June 1949. TNA, FO 371/74020.

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Horacio Ornes y cuarenta cinco hombres aterrizarían en el sur, pero este plan «fue desechado por militares profesionales por no tener lógica».22 Esta referencia probablemente describió la rup-tura reciente entre Bayo y la Legión. El segundo mapa fue una nueva versión del complot. Todavía había la invasión de Puerto Plata, pero ahora incluyó más aterrizajes y hombres de Cuba en el sur.23 Con el segundo mapa, Muñoz escribió un sumario con «notas aclaratorias».24 La mayoría de la información de estas notas no coincidieron con lo que pasaría con la expedición de Luperón, probablemente debido a como Muñoz estaba tratan-do de escribir detalles que cambiaron muchas veces durante el tiempo de Bayo con la Legión. Otro factor fueron los esfuerzos de Muñoz en presentarse como una fuente de inteligencia por, obviamente, exagerar los números y recursos de la Legión. Por ejemplo, Muñoz describió una serie de bombardeos que nunca consideró la Legión «sobre Ciudad Trujillo», el «Aeropuerto Andrew», «Fortaleza Ozama», la «mansión presidencial», el «acueducto», una «planta eléctrica» y «Puente Ozama».25 Ade-más, había una lista de recursos y miembros del complot que incluyó un mil doscientos «Hombres con instrucción militar en grado oficial», diez «Aeronaves tipo Katalina» y dos aviones «Douglas».26 Con tales números, Muñoz ponía más énfasis en la amenaza de la expedición para enriquecer el valor de la poca información tenía este exiliado español.

22 Croquis del «Plan General Rodriguez-Ornes». PIRD. AGNRD, caja IT 2903956, exp. «México».

23 Croquis «No. 2». PIRD. AGNRD, caja IT 2903956, exp. «México».24 «Notas aclaratorias sobre el croquis núm. 2». PIRD. AGNRD, caja IT

2903956, exp. «México».25 «Notas aclaratorias sobre el croquis núm. 2».26 «Fuerzas Militares en cifras Aproximadas». PIRD. AGNRD, caja IT

2903956, exp. «México».

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Pero el valor real de Muñoz no era la información tenía de la expedición, sino que era su relación con Alberto Bayo. A través de las notas y documentos de Muñoz, el exiliado español repetidamente refirió a las divisiones importantes entre Bayo y los líderes de la Legión, como Rodríguez y Ramírez, sobre las tácticas y estrategia del complot. Por esto, Muñoz le ofreció al dictador dominicano un plan para determinar más detalles de la expedición y, posiblemente, convertir a Bayo a un saboteador: «Creemos necesario, averiguar aquí en México con la premura que el caso requiere»:

a) Cuales son las directrices que Bayo piensa poner en práctica.

b) Cuales serán en la práctica las medidas de bombardeo del Coronel Bayo, con cuantos aparatos, con que inten-sidad y sobre cuales objetivos.

c) Sondear a Bayo a ver si existe la posibilidad de hacerle desistir de esta empresa o al menos no realizarla en el gra-do de Terror, que se piensa. Esto bajo un ofrecimiento y acuerdo concreto sobre el particular. Y si el se encontrarse tan comprometido que no pudiera rechazar de plano, lo acordado en la Legión Caribe y los elementos oficiosos que lo apollan [sic], si al menos llegar al entendido de que el plan fracasara en su intento original.27

Entonces, con la sugerencia y la ayuda de Muñoz, se apa-reció otro exiliado español en la Embajada Dominicana en la Ciudad de México, el doctor José Antonio Palós Palma. Como Muñoz, Palós Palma no tenía un gran papel en las preparacio-nes de la expedición y supuestamente derivaba su información

27 Documento. PIRD. AGNRD, caja IT 2903956, exp. «México».

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a través de su relación con Bayo.28 El 27 de mayo, después de una serie de breves reuniones con unos oficiales domini-canos, Palós Palma habló con Balaguer sobre el complot. Originalmente, Palós Palma le solicitó del régimen trujillista seiscientos mil dólares para información del plan, pero Bala-guer ya había empezado a negociar el precio «por una suma hasta cierto punto insignificante», con los seiscientos mil dó-lares pronto doscientos mil dólares. Como resultado de estas negociaciones, Balaguer se burló de los exiliados dominicanos y españoles por «confirma[r] mi impresión de que esta gente carece de seguridad y de confianza en sus planes».29 También, Balaguer deseaba más que solamente información sobre los recursos, líderes y plan del complot. Sí, describió Balaguer, «el sujeto en cuestión [Palós Palma] dispone de medios, según afirma, para asestar un golpe definitivo al proyecto, y está en la mejor disposición para combinar una acción destinada a hacer fracasar el asunto sea antes de iniciarse o sea en el curso de su iniciación».30 Pero el embajador le explicó a Trujillo, «Me parece, después de haber conversado con estas personas [los exiliados españoles] y de recoger los informes... que el sujeto de que se trata [Palós Palma] podría ser utilizado para destruir totalmente la maniobra que nos interesa frustrar, pues se tra-ta de un individuo que la conoce en todos sus detalles y que puede suministrar datos veraces cuya publicación podría te-ner una repercusión decisiva en las esferas internacionales».31 En el gran deseo de Balaguer, Palós Palma podría ofrecer al

28 Palós Palma serviría con guerrillas mexicanas durante la guerra sucia en los 1970s.

29 De Joaquín Balaguer a Rafael Trujillo, No. 462. México, 27 mayo 1949. AGNRD, caja IT 2903961, exp. «1948-1950».

30 De Balaguer a Trujillo, No. 462.31 De Balaguer a Trujillo, No. 462.

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embajador y su dictador no simplemente información sobre la expedición sino evidencia para el mundo de las conspiracio-nes contra el gobierno dominicano. Como concluyó Balaguer, «Puede ser que convenga utilizar los servicios de la persona a quien aludo [Palós Palma] para promover ese escándalo que, a mi juicio, podría ser eficacísimo como elemento de descrédito en contra de ciertos piratas internacionales [los exiliados domi-nicanos y la Legión Caribe]».32

Muñoz le provino a Balaguer con tal oportunidad en un de los arquitectos del complot, Alberto Bayo. Las razones por la buena voluntad de Bayo y Palós Palma en entrar en un acuerdo con Balaguer y traicionar a la Legión son pocas claras todavía setenta años después de la expedición de Luperón, especial-mente con sus historias revolucionarias contra Franco o con Castro. Un factor podría haber sido el ego de Bayo después rechazaron los exiliados dominicanos su consejo, algo mencio-nado en su libro Tempestad y un de los informes de Balaguer. Más probable, el dinero o famoso «oro del dictador» disponible en servir como agentes de Trujillo y Balaguer fue la razón de-terminante. Los exiliados españoles y de la cuenca del Caribe sufrían económicamente tratando de mantenerse y sus familias en exilio.

De hecho, el dinero era un factor en el único documento en cual que confesó Bayo a su servicio como un agente para Trujillo. En junio de 1950, alrededor de un año después de sus primeras reuniones con Balaguer, Bayo envió una carta al liderazgo de la Segunda República Española en el exilio. Ori-ginalmente, Máximo Muñoz le había propuesto trabajar para Trujillo contra Arévalo. Bayo insistió en la carta que informó al gobierno Arévalo de las acciones de Muñoz y Palós Palma

32 De Balaguer a Trujillo, No. 462.

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y continuó comportándose como un agente «para seguir en el complot con el fin de cogerlos a todos». Según Bayo, «Poco des-pués Palós [Palma] se dirigió a mi diciéndome que a él solo le interesaba cobrar pero no a actuar contra Arévalo por lo que nos unimos los dos contra Muñoz para llevar adelante este asunto sin hacer daño alguno al gobierno de Guatemala, indicándole yo entonces que me alegraba su actitud porque yo había dado parte ya de él al gobierno de Guatemala y a la Embajada Española, y desde entonces rectificaría mi calificación sobre él en ambos sitios». Bayo en la carta no mencionó la expedición de Lupe-rón pero describió varios intercambios de dinero durante sus meses en servir como un doble agente, más notablemente unas reuniones con el servicio de inteligencia del gobierno militar en Venezuela. Después de una comedia de errores que incluyó no recibir documentos del gobierno de Arévalo, un malenten-dido con Palós Palma sobre dinero del régimen trujillista para ir a Santo Domingo y un desacuerdo con Palós Palma sobre continuar sus servicios como doble agentes, Bayo afirmó que se rompió la relación entre los dos exiliados españoles cuando Palós Palma amenazó la vida de Bayo.33 A pesar de estos deta-lles, su cuento de servir como un doble agente es una mentira. En la carta, nunca mencionó su papel en la expedición de Lu-perón ni nada sobre la Legión o los exiliados dominicanos. Los miembros y familiares de la Legión y el gobierno de Arévalo nunca sabían nada sobre contactos entre los exiliados españoles y Balaguer, información inestimable que habría ayudado a la Legión en organizar la expedición de Luperón y a los exiliados venezolanos en sus propios complots contra el régimen militar

33 Alberto Bayo a Marcelino Inurreta. México, 11 junio 1950. Fundación Universitaria Española, Madrid, Archivo del Gobierno de la II República Española en el Exilio, Fondo «México», caja No. 85, exp. No. 3.

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en Venezuela.34 La razón por el conflicto entre Bayo y Palós Palma en 1950 probablemente emergió con la publicación del libro de Bayo Tempestad en el Caribe en ese año, en cual que lo había dado Palós Palma unas palabras de apertura. Como parte de su imagen revolucionario, Bayo insultó a Trujillo, algo el dictador no aceptó de nadie. Después de meses de proveer a los oficiales dominicanos información de los movimientos de los exiliados dominicanos y datos sobre aliados de la Legión por pagos regulares, Bayo había destruido no sólo su propio servi-cio con el régimen trujillista sino lo de Palós Palma, resultando en la solicitación de Bayo para la protección de la Segunda Re-pública Española contra la hostilidad de su compañero exiliado español. En general, Bayo seleccionó varios hechos verdaderos de su servicio para Trujillo mientras tapar su papel en sabotear la expedición de Luperón.

El 4 de junio, Bayo entró la Embajada Dominicana en la Ciudad de México para hablar con Balaguer, Roca y Anselmo Paulino.35 Como un de los oficiales trujillistas más influéncia-les, la presencia de Paulino junto con Balaguer y Roca significó el gran interés tenía el dictador dominicano en el exiliado espa-ñol. Bayo y los tres oficiales dominicanos tuvieron «una larga conversación» y «un largo cambio de impresiones sobre todos los aspectos de las propuestas hechas por» Bayo que descri-bió Balaguer como «una laboriosa negociación». Primero, los cuatro formaron la fundación de un acuerdo que tendría que

34 Este análisis deriva del Archivo Personal de Juan José Arévalo Bermejo con el Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica en la Ciudad de Guatemala, los archivos personales de miembros de la Legión Jorge Ribas Montes y Horacio Ornes y entrevistas con familiares de Ribas Montes, Ornes, Arvelo y más.

35 De Joaquín Balaguer a Rafael Trujillo, No. 471. México, 04 junio 1949. AGNRD, caja IT 2903961, exp. «1948-1950».

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aprobar Trujillo, «el señor Alberto Bayo se compromete a su-ministrar pruebas concretas sobre la existencia de un proyecto de invasión a realizar en breve plazo, y a recibir en cambio de las informaciones y evidencias que suministre la suma de RD$50,000.00». Balaguer dividiría la suma con «RD$5,000.00 en el primero pago» y «el resto a suministrar en cantidades parciales a medida que el interesado [Bayo] entregue las prue-bas tanto de la invasión en proyecto como del trabajo que se compromete realizar para frustrarla». El último no sería difícil, porque «Bayo insiste en afirmar, de la manera más categórica, que se está preparando una invasión de grandes proyecciones contra nuestro país para su realización casi inmediata, y pro-mete suministrar a nuestro Gobierno pruebas satisfactorias de su aserción». Balaguer tenía mucha confianza en las promesas del exiliado español, asegurando a Trujillo que el plan «es el máximo de lo que se ha podido obtener... en la cual se ha tenido principalmente en cuenta garantizar al Gobierno [dominicano] de una posible sorpresa» con «el único riesgo (…) la suma ini-cial de RD$5,000.00».36

Como con sus conversaciones con Palós Palma, Balaguer le imaginó en Bayo la posibilidad de destruir totalmente las ac-tividades de los exiliados dominicanos y cualquier otro intento contra la dictadura. El exiliado español mencionó un complot contra la Legión, «El señor Alberto Bayo y su intermediario, el señor Muñoz, someten también otro plan consistente en la sa-lida de los barcos de la expedición y en su entrega al Gobierno dominicano, juntamente con el material bélico que se conduzca a bordo de los mismos, mediante el pago de una suma de alre-dedor de RD$600,000.00». Otra vez, el embajador le ofreció a Trujillo su fe en las promesas de Bayo, «Parece ser que este

36 De Balaguer a Trujillo, No. 471.

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aspecto de las proposiciones es el ideal para evitar toda clase de sorpresas y para dar a las andanzas de la Legión del Caribe un corte aplastante y definitivo».37

Simultáneamente, Paulino también habló con Palós Palma para confirmar, como con su entrevista con Bayo, la informa-ción y utilidad del doctor.38 Por su parte, Palós Palma escribió su primer informe como un agente del régimen trujillista, su nombre en código «Agente Sr. Gutiérrez». En su informe, en-tregado directamente por Paulino a Trujillo, Palós Palma «se instalará en conexión directa con Román Durán y Juan Rodrí-guez», utilizando su posición como un exiliado español para facilitar relaciones «dentro de la órbita» de los líderes de la Legión y los exiliados dominicanos. Los oficiales dominica-nos darían al «Sr. Agente Gutiérrez» «una máquina fotográfica del tamaño más pequeño (…) para tomar fotoscopias de los documentos, elementos principales o de interés, armas» y más «en casa del General Rodríguez y Román Durán», «un aparato grabador de cinta de papel» para «ser grabadas las conversa-ciones» del liderazgo de la Legión, «una máquina de escribir portátil» y «un pequeño tarjetero donde se tendrían los mensa-jes cifrados».39

En esta tapadera consistiendo de simpatía con los exiliados venezolanos contra su propio régimen militar, su historia como un exiliado español contra Franco, su apoyo al gobierno guate-malteco de Arévalo y su odio de la dictadura dominicana, Palós Palma «tratará de introducir (…) un agente cualquiera que designe el Generalísimo Trujillo». Con su «red de servicios», Palós Palma, este otro agente, Muñoz (su nombre en códi-go «Sr. M. Rodríguez») y los oficiales dominicanos tratarían

37 De Balaguer a Trujillo, No. 471.38 De Balaguer a Trujillo, No. 471.39 «Inf. Gutiérrez». AGNRD, caja IT 2903959, exp. «1949».

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«recoger fotoscopias de valor acusatorio, podría la República Dominicana recurrir a las vías diplomáticas con éxito, al menos retardatorio del ataque». Con esta inteligencia, Trujillo «sería seguir los movimientos de los rebeldes, y, avisados exactamen-te, ser atrapados aquellos en el mar, ya que el mayor temor de los susodichos rebeldes es el de ser interceptados por la Marina Dominicana». A lo largo del plan, «no puede [Bayo] intervenir personalmente por ser peligrosísimo para él y posiblemente de resultados negativos»; como resultado, la «gestión» a notificar a los oficiales dominicanos «puede ser intentada por otra per-sona», lo más probable otro agente. En caso de conflicto, Palós Palma sugirió, «De todas maneras, creemos de buena fe que el Gobierno Dominicano debe estar alerta sobre todo durante la noche hasta el amanecer, en el litoral de las costas y playas do-minicanas, a fin de evitar una posible sorpresa». La cuenta para esta traición, como sumarió la sección «Gastos que ocasionaría este plan»: para «Sr. M. Rodríguez» o Muñoz, 150 dólares es-tadounidenses mensuales; para «Sr. Gutiérrez» o Palós Palma, 300 dólares estadounidenses para su familia y 600 dólares es-tadounidenses en un fondo de emergencia.40 En describir estos gastos periféricos e incluir dinero para Muñoz, estos números probablemente se agregaron a los resultados de las negociacio-nes entre Palós Palma y los oficiales dominicanos.

Como había enfatizado Palós Palma, la dictadura domi-nicana estaba lista cuando comenzó la expedición el 18 de junio. Sólo a semana anterior, Balaguer le repitió a Trujillo que «nuestros enemigos siguen en sus maniobras para realizar una supuesta invasión a nuestro país».41 Los oficiales dominicanos en Washington notificaron al gobierno estadounidense de un

40 «Inf. Gutiérrez».41 De Joaquín Balaguer a Rafael Trujillo, No. 499. México, 11 junio

1949. AGNRD, caja IT 2903961, exp. «1948-1950».

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complot inminente, pero los norteamericanos más o menos habían dejado de escuchar a la incesante oleada de quejas y ad-vertencias por la parte de Trujillo, incluyendo un reciente rumor de una tentativa del asesinato. Cuando el régimen les notificó de la expedición, los oficiales estadounidenses determinaron algo un poco extraño en que Trujillo «ha[bía] estado más ner-vioso sobre complots contra su vida y intentos revolucionarios contra su gobierno que en cualquier momento» desde la expe-dición de Cayo Confites.42 Por su parte, los oficiales británicos reconocieron unos cambios en el comportamiento del dictador. Entre los viajes de Muñoz a la República Dominicana y infor-mes de las actividades de la Legión, el encargado de negocios británico destacó que Trujillo «no est[aba] tomando ninguna oportunidad» con «la flota... puesta al mar, el cielo... patrullado por aviones y numerosas detenciones» de disidentes.43 Más fas-cinante, el régimen trujillista no estaba «empleando sus tácticas acostumbradas en decir a todo el mundo que alguien [estaba] a punto de atacar».44 Todo esto les dio a los oficiales la impre-sión que el dictador tenía su propio plan en movimiento. Con las fuerzas dominicanas en alerta, las autoridades mexicanas de repente detuvieron cuatro aviones que llegaron a Cozumel, incluyendo los dos aviones de la Fuerza Aérea guatemalteca después de la deserción de los pilotos mexicanos. Con la com-binación de la destrucción rápida del único avión que aterrizó en Puerto Plata y toda la información que compartieron los

42 Nathan A. Brown, «Subject: Revolutionary Plot Against President TRUJILLO». Ciudad Trujillo, 16 May 1949. NARAII, Box 5627, 839.00/5-2749.

43 Stanley Gudgeon, No. 82. Ciudad Trujillo, 21 June 1949. TNA, FO 371/74020.

44 C.E.A. Owen to Director of Naval Intelligence, N.A. 115/49. Mexico City, 15 June 1949. TNA, FO 371/74020.

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oficiales dominicanos de la expedición, incluyendo detalles improbables de originar de sus espías en el Frente Interno, ha-bía rumores de espías y traidores en la Legión como los pocos sobrevivientes detenidos por las fuerzas dominicanas en Puerto Plata.45

El próximo mes durante una reunión con Balaguer, Bayo tomó crédito por un gran parte del desastre. En seguir el plan de Palós Palma, Bayo «hizo todos los esfuerzos posibles para que la invasión se aplazara hasta el día 15 del mes de julio». Sin embargo, Arévalo «se mostró intransigente sobre este punto y se negó a nuevas demoras que, a su juicio, serían perjudiciales al buen éxito de la empresa proyectada». Para eludir al presi-dente guatemalteco, el último esfuerzo de Bayo para retrasar la expedición fue dirigió a los pilotos del complot. «Se dio», como le escribió Balaguer para Trujillo, «a la tarea de desmo-ralizar a los aviadores que debían tomar parte en la invasión, y que al efecto logró que se abstuvieran de participar en el golpe los señores Jacobo Fernández Alverdi, Finley, Herrera, Cama-cho y otros pilotos de nacionalidad española». Además, «se valió de su influencia con los pilotos mexicanos Miguel López Enríquez, Castillo Altamirano (…) así como los estudiantes de la Escuela de Aviación de Guatemala, los cuales habían sido sus discípulos [cuando enseñar la aviación en México], para comprometerlos a frustrar la empresa causándole averías a los aviones para que se vieran en la obligación de descender en te-rritorio mexicano». Gracias tales esfuerzos, «el aviador Miguel López Enríquez, a quien hizo ver el peligro a que se exponía inútilmente, frustró la invasión descendiendo en Cozumel y dando parte a las autoridades mexicanas del plan enderezado

45 De Manuel Aznar al Ministro de Asuntos Exteriores, Núm. 58. 24 junio 1949. Archivo de la Fundación Nacional de Francisco Franco, Madrid, Documento 11419.

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contra la República Dominicana».46 Entonces, muchos aspec-tos del fracaso de la expedición de Luperón, de la deserción de los pilotos y ofrecimiento de aviones de la Fuerza Aérea guate-malteca a los problemas con unos instrumentos de los aviones y la apariencia rápida de las autoridades mexicanas en Cozumel, procedieron de las acciones del saboteur y agente de Balaguer, Alberto Bayo. Este exiliado español, como concluyó Balaguer, «ha trabajado en buena fe y con innegable eficacia según lo demuestran los acontecimientos y los datos que aquí he podido obtener, los cuales en gran parte coinciden con los suministra-dos por el sujeto de que se trata».47

Casi exactamente diez años después de la expedición de Luperón, habría un nuevo complot para invadir la República Dominicana y derrocar a la dictadura trujillista. Con las expedi-ciones de Constanza, Maimón y Estero Hondo el 14 de junio de 1959 que originaron de la isla de Cuba bajo la Revolución cuba-na de Fidel Castro, participaron en apoyo físico y moral varios veteranos de la conspiración de 1949, incluyendo un de los so-brevivientes Tulio Arvelo y José Horacio Rodríguez Vázquez, el hijo del jefe de la Legión Caribe Juan ‘Juancito’ Rodríguez. Lo que los participantes en las expediciones del 14 de junio no sabían era que el hombre al lado de Castro, el exiliado español celebrado por haber entrenado a las fuerzas revolucionarias cu-banas en las tácticas de guerra guerrillera y entonces designado un general de las Fuerzas Armadas cubanas, no era otro que Alberto Bayo, el hombre quien sin su conocimiento les había traicionado y saboteado en 1949.

46 De Joaquín Balaguer a Rafael Trujillo, No. 583. México, 04 julio 1949. AGNRD, caja IT 2903961, exp. «1948-1950».

47 De Balaguer a Trujillo, No. 583.

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Sección: Documento inédito

Con este número de la revista Clío, se inicia una nueva sección en la que se publicarán documentos inéditos sobre la historia colonial de Santo Domingo. Con ello, la Academia Dominicana de la Historia pone a disposición de los investiga-dores fuentes primarias de relevancia, que estimulen el estudio de este periodo, el cual ha sido escasamente trabajado.

Agradecemos al miembro correspondiente nacional Genaro Rodríguez Morel, quien reside en Sevilla, por la transcripción y remisión de dos documentos: «Hospital de San Antonio de Monte Plata» y «San Antonio de Monte Plata. Fábrica de la iglesia», localizados en el Archivo General de Indias, que a continuación se reproducen.

Hospital de San Antonio de Monte Plata

Archivo General de Indias Santo Domingo 17, Nº 6

Santo Domingo, 14 de septiembre de 1605

En la ciudad de Santo Domingo en catorce del mes de sep-tiembre de mil y seiscientos y cinco. Ante el señor don Santiago Osorio, caballero de la Orden Militar del Señor Santiago, del

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Sección: Documento inédito

Consejo del Rey, Nuestro Señor; Presidente en la Real Can-cillería General en esta dicha ciudad; Gobernador y Capitán General en esta isla Española. Por ante mí, Gaspar de Azpi-chueta, escribano de su majestad, pareció presente Álvaro Mejías de Cárdenas, vecino y Alguacil Mayor de la ciudad de San Antonio de Monte de Plata, de esta ciudad e isla, y presentó una petición e interrogatorio del tenor siguiente:

Petición

Álvaro Mejías de Cárdenas, vecino y Alguacil Mayor de la ciudad de San Antonio de Monte de Plata. Por mi y como uno del pueblo y asimismo en si y como Mayordomo del Hospital de San Sebastián de la villa, que fue del Puerto de Plata que ----- a la dicha ciudad de San Antonio, y como mejor de derecho la haga allá, digo que para mejor efecto de suplicar al rey, Nuestro Señor, en su real Consejo de las Indias, haga merced a la dicha ciudad y hospital que se ha de fundar y edificar en la dicha (fol. 1v.) ciudad de la dicha advocación e iglesia parroquial de algu-na limosna y ayudada costa tiene necesidad la dicha ciudad de hacer información como la dicha iglesia parroquial que había en la dicha ciudad de Puerto Plata era de piedra y bóveda y el dicho y el dicho hospital de san Sebastián era de tapia y ladrillo y la cubierta de teja. Y asimismo hacer información de otras cosas.

Pido y suplico a vuestra señoría mande recibir la dicha in-formación de oficio citando al Fiscal del Rey, nuestro señor, de esta Real Audiencia, por el tenor de este interrogatorio de preguntas que presento, y de ella parecer de vuestra señoría al Rey, nuestro señor, en su Real Consejo de las Indias, cerrado y sellado en pública firma y en manera que haga fe para el dicho efecto. Y pido Justicia.

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Hospital de San Antonio de Monte Plata

Las preguntas son las siguientes:

I- Primeramente si conocen al dicho Álvaro Mejías de Cárdenas.

II- Si saben que por mandado del señor don Antonio Oso-rio, Caballero de la Orden Militar de Santiago; del Consejo del Rey, Nuestro Señor; su Presidente de la Real Audiencia de esta ciudad; Gobernador y Capitán General de esta Isla, se mudaron todos los vecinos de la villa de Puerto de Plata a la dicha ciudad (fol. 2) de San Antonio de Monte de Plata en virtud de las comi-siones y cédula del Rey, Nuestro Señor, y en la dicha ciudad de San Antonio de Monte de Plata están los dichos vecinos pobla-dos, quietos y pacíficos y contentos en la dicha nueva población y se han ido algunos vecinos de sus casas y bohíos, y otros las van haciendo y así digan los testigos por lo haber visto.

III- Y si saben que para efecto de hacer la nueva pobla-ción y para poderse mudar los dichos vecinos de la dicha villa de Puerto de Plata a la ciudad de San Antonio se desmantela-ron la dicha iglesia parroquial y hospital de San Sebastián y casas de la dicha villa de Puerto Plata y así están al presente desmanteladas.

IV- Si saben que si se hubiese de edificar y hacer otra igle-sia en la dicha ciudad de San Antonio tal y tan buena como se desmanteló en la dicha villa de Puerto Plata, serán menester veinte mil ducados buenos, y así lo saben los testigos por ha-ber estado en el dicho hospital y haber entrado en el muchas y diversas veces y haberlo visto por dentro y por fuera y por la experiencia que tienen de semejantes edificios.

V- Si saben que asimismo si se viene de edificar y hacer el dicho hospital de San Sebastián tal y tan bueno (fol. 2v.) como estaba en la dicha villa de Puerto de Plata serán menester vein-ticuatro mil ducados buenos. Y así lo saben los testigos por haber estado en el dicho hospital y haber entrado en él muchas

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Sección: Documento inédito

y diversas veces, y haberlo visto muchas veces por adentro y por afuera, y por la experiencia que tienen de semejantes edificios.

VI- Si saben que el dicho hospital tiene siete censos y tribu-tos redimibles, de que los deudores tienen otorgadas escrituras de tributos a favor del dicho hospital, como son:

Diego de Villafranca, de cuantía de trescientos pesos de principal de oro corriente y de Bartolomé de Monesterio de otros trescientos pesos debió de principal

Y de Alonso Maldonado y de Isabel de Villegas, su mujer, de cincuenta pesos de principal.

Y de Juan Fernández Estrada de cien pesos de principal.Y de Juan Rodríguez de Setúbal y de María de Viera, su

mujer, de seiscientos y veinticuatro reales de principal.Y de Álvaro Paredes de seiscientos y cuarenta y nueve rea-

les de principal.Y de dicho Juan Fernández de Estrada y doña María de An-

gulo, su mujer, ciento (fol. 3) y seis mil y setecientos y cuarenta maravedís de principal, impuestos sobre casas e ingenios de azúcar, pastos de ganado vacuno y de labor a favor de dichos deudores, como consta y parece por las dichas escrituras de los dichos censos y tributos. Y que se rematen los testigos. Y lo saben por lo haber visto.

VII- Si saben que por causa de la dicha mudanza de la dicha villa de Puerto de Plata, en la villa de San Antonio tie-nen mucho riesgo las cobranzas de los principales y réditos de los dichos tributos, porque dos ingenios de moler azúcar so-bre que están impuestos los dichos tributos, se han deshecho y desbaratado y todas las dichas casas del dicho pueblo están desmanteladas como queda dicho y los ganados de los dichos pastos están disminuidos, y muchos de labor se han ausentado de sus amos y no se espera volverán a su servicio.

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Hospital de San Antonio de Monte Plata

VIII- Si saben que el dicho Álvaro Mejías de Cárdenas era Alguacil Mayor de la dicha villa del Puerto de Plata por merced del Rey, nuestro señor, y por la dicha mudanza lo es al presente de la ciudad de San Antonio Monte de Plata por orden y man-dado del señor presidente (fol.3v.) en virtud de las comisiones y cédulas reales, si está al presente sirviendo al Rey, nuestro señor, con el dicho oficio.

IX- Si saben que será muy gran servicio de Dios, nuestro señor, y gran aprovechamiento para la república de la dicha ciudad de San Antonio de Monte de Plata que su majestad haga merced a la dicha ciudad de socorrerle con alguna li-mosna y ayuda de costa para edificar la iglesia parroquial y el portal de ella.

X- Si saben que todo lo susodicho es público y notorio y pública voz y fama.

El licenciado Diego de Leguizamón, Álvaro Mejía de Cárdenas.

Y así presentada y leída la dicha petición y visto por el señor presidente proveyó y mandó que se reciba la información que fue cuando hubiere lugar de derecho. Gaspar de Azpichue-ta, escribano.

En la ciudad de Santo Domingo, quince días del mes de septiembre de mil seiscientos cinco años. Para información de lo contenido en la petición e interrogatorio de atrás el dicho Álvaro Mejía de Cárdenas presentó por testigo Simón del Río, vecino de la ciudad de San Antonio de Monte de Plata, estante al presente en esta (fol. 4) ducha ciudad de la cual fue tomado y recibido juramento en forma de derecho. Y habiendo jurado y siendo preguntado por el contenido que las preguntas del dicho interrogatorio, dijo lo siguiente:

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I-A la primera pregunta dijo que conoce al dicho Álvaro Mejía de Cárdenas, mayordomo del dicho hospital de San Se-bastián.

Preguntado por las preguntas generales, dijo que no le to-can y que es de edad de treinta y siete años, poco más o menos.

II-A la segunda pregunta, dijo que la sabe como en ella se contiene como uno de los vecinos de la dicha villa de Puerto de Plata, y ahora lo es de dicha ciudad de Monte de Plata, y como tal lo ha visto por vista de ojos. Y esto responde.

III-A la tercera pregunta, dijo que lo en ella contenido es verdad y este testigo lo vio, según y como en ella se declara. Y esto responde.

IV- A la cuarta pregunta dijo que la dicha iglesia contenida en esta pregunta era muy buena y muy bien edificada, de arcos y bóveda alta y frente de muy buen edificio, por lo cual y por la carestía de esta tierra entiende y tiene por sin duda este testigo que, si al presente se hubiese de (fol. 4v.) fabricar otra semejan-te iglesia será menester los veinte mil ducados, que la pregunta ha hecho. Y esto responde.

V- A la quinta pregunta, dijo que así mismo entiende y tie-ne por cierto este testigo que si se volviese de edificar y hacer el dicho hospital de San Sebastián tal y tan bueno como estaba en la dicha villa de Puerto de Plata, serían menester para ello los cuatro mil ducados, que la pegunta refiere, porque este testigo tiene mucha noticia del dicho hospital como vecino de la dicha villa de Puerto de Plata, y como tal entró y estuvo en él muchas y diversas veces, y lo vio con vista de ojos. Y esto responde.

VI- A la sexta pegunta, dijo que la sabe como en ella se contiene, porque fue mayordomo del dicho hospital, y como tal cobró los réditos de los dichos tributos, y vio y leyó la escritura de ellos, a que me remite.

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Hospital de San Antonio de Monte Plata

VII- A la séptima pregunta, dijo que todo lo en ella conteni-do es verdad, y este testigo lo sabe y ha visto por vista de ojos. Y esto responde.

VIII- A la octava pregunta, dijo que es verdad todo lo con-tenido en esta pregunta, y lo sabe y lo ha visto este testigo por vista de ojos. Y esto responde.

(fol. 5) IX- A la novena pregunta, dijo que por la razones que tiene dichas este testigo tiene por cierto y sin duda que será muy gran servicio de Dios, nuestro señor, y aprovechamiento de la república de San Antonio de Monte de Plata, que su majestad haga merced a la dicha ciudad de socorrerle con alguna limosna o ayuda de costa para edificar la dicha iglesia parroquial y el di-cho hospital y sin la dicha limosna tiene por sin duda este testigo que no se podrá edificar por lo mucho que ha de costar y por la pobreza suya y de la dicha villa. Y esto responde.

X- A la décima pregunta, dijo que dice lo que dicho tiene, lo cual dijo ser verdad para el juramento que hizo. Y firmó lo ante mí, Gaspar de Azpichueta, escribano.

Testigo

En la dicha ciudad de Santo Domingo, en el dicho día, mes y año, para la información del dicho Alguacil Mayor, Ál-varo Mejías de Cárdenas, presentó por testigo al capitán Juan Fernández de Estrada, vecino que ha sido de la dicha villa de Puerto de Plata y Alcaide de la fuerza de ella, del cual (fol. 5v.) fue recibido juramento en forma de derecho. Y habiendo jurado y siéndole preguntado por las preguntas del dicho Interrogato-rio, dijo lo siguiente:

I-A la primera pregunta, dijo que conoce al dicho Alguacil Mayor, Álvaro Mejías de Cárdenas.

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Sección: Documento inédito

Preguntado por las preguntas generales, dijo que no le to-can y que es de edad de setenta años, poco más o menos.

II-A la segunda pegunta dijo que sabe y ha visto este testi-go, que por mandado de su señoría, del dicho señor presidente, en virtud de comisiones de su majestad, todos los vecinos de la dicha villa de Puerto de Plata se mudaron de ella para poblar la dicha ciudad de San Antonio de Monte de Plata, donde están al presente poblados y algunos han hecho sus casas y los demás las van haciendo. Y esto responde.

III- A la tercera pregunta, dijo que la sabe como en ella se contiene, porque lo vio por vista de ojos. Y a este testigo le fue quemada su casa como las de los demás.

IV- A la cuarta pregunta, dijo que la dicha iglesia era muy buena, hecha de cantería y muy alta y fuerte y muy (fol. 6) buen edificio, por lo cual entiende y tiene por cierto este testigo que si se hubiese en la dicha nueva población de hacer otra iglesia semejante a la dicha no bastarían los veinte mil ducados, que la pregunta dice, por la carestía de la tierra y elevados precios. Y esto lo sabe como persona que tiene noticia de los edificios en la isla, en el tiempo que fue alcaide de la dicha fuerza de Puerto de Plata, donde ha habido fábrica y obras. Y esto responde.

IV-* A la cuarta pregunta, dijo que a este testigo le pareció que asimismo, si se hubiese de edificar el dicho hospital de San Sebastián tal y tan bueno como estaba en la dicha villa de Puer-to Plata, serían para ello necesarios los cuatro mil ducados que dice la pregunta, por ser como era de albañilería y de buen edi-ficio, el cual vio este testigo muchas y diversas veces, y entró en él como vecino de aquella villa, y persona que muchos años [rigió] y gobernó el dicho hospital. Y y esto responde.

* Nota del transcriptor. El escribano repite la pregunta.

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Hospital de San Antonio de Monte Plata

(fol. 6v.) VI- A la sexta pegunta, dijo que la sabe como en ella se contiene como persona que, como dicho es, ha residido y gobernado el dicho hospital muchos años y ha visto las dichas escrituras de los dichos Tributos a que remite este testigo y esto responde.

VII- A la séptima pregunta, dijo que todo lo en ella con-tenido es verdad y este testigo lo sabe y ha visto por vista de ojos, y uno de los dichos ingenios era de este testigo cuando se desbarató por mandado del dicho señor presidente y sobre él estaba impuesto un tributo que este testigo debía al dicho hospital por lo cual, es cosa clara y llana que la cobranza de los dichos tributos corre mucho riesgo. Y esto responde

VIII- A la octava pregunta, dijo que la sabe como en ella se contiene, porque lo ha visto y ve como vecino de la dicha villa de Puerto de Plata. Y esto responde.

IX- A la novena pregunta, dijo que por razones que este tes-tigo tiene dichas en las preguntas precedentes, sabe este testigo que será muy gran servicio del rey, nuestro señor, y aprovecha-miento de aquella república que su majestad haga merced para la edificación y fábrica de la dicha (fol. 7) iglesia y hospital, para el culto divino y curar los pobres enfermos y porque sin la limosna de su majestad tiene por imposible este testigo que se puedan levantar dichos edificios. Y esto responde.

X- A la décima pegunta, dijo que dice lo que dicho tiene, lo cual dijo es verdad para el juramento que hizo. Y lo firmó, Juan Fernández de Estrada. Ante mí, Gaspar de Azpichueta, escribano.

Testigo

En la ciudad de Santo Domingo, en diez y siete días del mes de septiembre de mil y seiscientos y cinco años, para la información el dicho Álvaro Mejías de Cárdenas presentó por

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Sección: Documento inédito

testigo al capitán Álvaro de Paredes Carreño, vecino de esta dicha ciudad, del cual fue recibido juramento en forma de dere-cho Y habiendo jurado y siéndole preguntado por las preguntas del interrogatorio, dijo lo siguiente:

I- A la primera pregunta, dijo que conoce al dicho Álvaro Mejías de Cárdenas.

Y preguntado por las preguntas generales dijo que no le to-can y que es de edad de treinta y nueve años, poco más o menos.

II- A la segunda pegunta dijo (fol. 7v.) que sabe y ha visto este testigo cómo por orden del dicho señor presidente, gober-nador y Capitán General, en virtud de las cédulas y comisiones de su majestad, se despobló la villa de Puerto de Plata para mu-darse a la nueva población de San Antonio de Monte de Plata, donde este testigo ha visto algunos vecinos de la dicha villa de Puerto de Plata poblados. Y esto responde.

III- A la tercera pregunta que lo en ella contenido es pú-blico y notorio, y por tal lo ha oído decir este testigo. Y esto responde.

IV- A la cuarta pregunta, dijo que este testigo tiene noticia de la dicha iglesia de la villa de Puerto de Plata y estuvo en ella muchas y diversas veces, y la vio por de dentro y por de fuera. Y así entiende y tiene por cierto este testigo que si en la dicha ciudad de Monte de Plata se hubiese de edificar otra iglesia tal y tan buena, sería necesario para ello los veinte mil ducados que la pregunta dice, antes más que menos, porque el dicho edificio es suntuoso, y en esta isla los materiales y artífices que están muchos ----. Y esto responde.

V- A la quinta pregunta, dijo que asimismo entiende y tiene por cierto (fol. 8) este testigo que si se hubiese de hacer otro hospital como el de la villa de Puerto de Plata, llamado San Sebastián, sería para ello necesario los cuatro mil ducados, que la pregunta dice, por las causas y razones que este testigo tiene

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Hospital de San Antonio de Monte Plata

dichas en la pregunta que trata de la iglesia mayor y porque vio el dicho hospital muchas veces y estado dentro de él. Y esto responde.

VI- A la sexta pregunta, dijo que este testigo es el mismo Álvaro de Paredes, que se refiere en esta pregunta. Y es verdad que debe el dicho tributo que en ella se declara, sobre el cual y los demás tributos se remite a las escrituras de los tributos. Y esto responde.

VII-A la séptima pregunta, dijo que como tiene dicho, este testigo ha oído decir públicamente que se desmanteló y despo-bló la dicha villa de Puerto de Plata, y que se han deshecho dos ingenios de azúcar, que allá había, y desmantelándose todas las casas del pueblo, y los ganados disminuyéndose en más canti-dad de las dos tercias partes y muchos esclavos ausentándose de el servicio de sus amos. Y este testigo tenía un hato en aquel término, del cual se sacó su ganado y cuando llegó al nuevo sitio se halló haberse perdido (fol. 8v.) las dos tercias partes del dicho ganado, antes más que menos. Y de los esclavos que este testigo tenía se le ausentaron dos, que no tiene noticia de ellos ni los espera ver jamás. Y esto responde.

VIII- A la octava pregunta, dijo que lo en ella contenido es verdad y este testigo lo sabe y ha visto y ve. Y esto responde.

IX- A la novena pregunta dijo que es cosa clara y llana, y este testigo la tiene por sin duda, que será gran servicio de Dios, nuestro señor, y aprovechamiento de la república de Monte de Plata, que su majestad le haga merced y limosna y les socorra para fundar la dicha iglesia y hospital. Y tiene por sin duda que este testigo que es ni la dicha limosna de su majestad la dicha iglesia en la forma dicha. Y esto responde.

X- A la décima pregunta, dijo que dice lo que dicho tiene, lo cual dijo ser verdad para el juramento, que hizo. Y lo firmó Álvaro de Paredes Carreño ante mí, Gaspar de Azpichueta, es-cribano público.

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Sección: Documento inédito

Testigo

En la ciudad de Santo Domingo, quince días del mes de septiembre de mil seiscientos y cinco años. Para información de lo contenido en la petición interrogatorio de atrás, el dicho Álvaro Mejías de Cárdenas, presentó por Testigo a Simón del Río, vecino (fol. 9) de la ciudad de San Antonio de Monte de Plata, estante al presente en esta dicha ciudad, del cual fue re-cibido juramento en forma de derecho. Y habiendo jurado y siéndole preguntado del dicho interrogatorio, dijo lo siguiente.

I- A la primera pregunta, dijo que conoce al dicho Álvaro Mejías de Cárdenas, mayordomo del dicho hospital del señor San Sebastián.

Preguntado por las preguntas generales, dijo que no le to-can y que es de edad de treinta y siete años, poco más o menos.

II-A la segunda pregunta, dijo que la sabe como en ella se contiene como uno de los vecinos de la dicha villa de Puerto de Plata, y aún lo es de la dicha ciudad de Monte de Plata y como tal lo ha visto por vista de ojos. Y esto responde.

III- A la tercera pregunta responde que lo en ella contenida es verdad y este testigo lo vio según y como en ella se declara. Y esto responde.

IV- A la cuarta pregunta, dijo que la dicha iglesia contenida en esta pregunta era muy buena y muy bien edificada, de arco y bóveda alta y fuerte, y de muy buen edificio, por lo cual y por la carestía de la tierra, entiende y tiene por sin duda este testigo que si al presente se hubiese de fabricar otra semejante iglesia, sería menester los veinte mil (fol. 9v.) ducados, que la pregunta refiere. Y esto responde.

V- A la quinta pregunta, dijo que asimismo entiende y tiene por cierto este testigo que, si se hubiese de edificar y hacer el dicho hospital de San Sebastián tal y tan bueno como estaba en la dicha villa de Puerto de Plata eran menester para ello los

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Hospital de San Antonio de Monte Plata

cuatro mil ducados, que la pegunta refiere, porque este testigo tiene mucha noticia de dicho hospital, como vecino de la dicha villa de Puerto de Plata, y como tal entró y estuvo en él muchas y diversas veces, y lo vio por vista de ojos. Y esto responde.

VI- A la sexta pregunta, dijo que la sabe como en ella se contiene, porque fue mayordomo del dicho hospital y como tal, cobró los réditos de los dichos tributos, y vio y leyó las dichas escrituras de ellos, a lo que se remite.

VII- A la séptima pregunta, dijo que todo lo en ella conte-nido es verdad y este testigo lo sabe y ha visto por vista de ojos. Y esto responde.

VIII- A la octava pregunta, dijo que es verdad todo lo con-tenido en este pregunta y la sabe y ha visto este testigo por vista de ojos. Y esto responde

IX- A la novena pregunta, dijo que, por las razones que tiene dichas, este testigo por cierto y sin duda que será muy gran servicio del Dios, nuestro señor, y aprovechamiento de la República (fol. 9v.) de San Antonio de Monte de Plata, que su majestad haga merced a la dicha ciudad de socorrerla con algu-na limosna o ayuda de costa para edificar la dicha iglesia, y sin la dicha limosna tiene por sin duda este testigo que no se podrá edificar por lo mucho que ha de costar y por la pobreza suya y de la dicha villa. Y esto responde.

X- A la décima pregunta, dijo que dice lo que dicho tiene, lo cual dijo ser verdad para el juramento que hizo. Y lo firmó Simón del Río, ante mí, Gaspar de Azpichueta, escribano.

Testigo

En la ciudad de Santo Domingo en veintisiete de septiem-bre de mil y seiscientos y cinco años. Para la dicha información fue presentado por testigo Diego de Villafañe Quirós, vecino y Alcalde Ordinario de la ciudad de Santo Antonio de Monte

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Sección: Documento inédito

de Plata, estante al presente en esta dicha ciudad, del cual fue presentado juramento en forma de derecho, como los demás testigos. Y habiendo jurado y siéndole preguntado por las pre-guntas del dicho interrogatorio, dijo lo siguiente:

I-A la primera pregunta, dijo que conoce al dicho Álvaro Mejías de Cárdenas; preguntado por las preguntas (fol. 10) ge-nerales. Dijo que no le tocan y que es de edad de cuarenta años, poco más o menos.

II- A la segunda pregunta, dijo que sabe y ha visto este testigo que por mandado del señor presidente de esta Real Au-diencia, en virtud de la comisión que tiene de su majestad, se despobló la dicha villa de Puerto de Plata y los vecinos de ella están al presente poblados en la nueva ciudad de San Antonio de Monte de Plata, donde unos tienen hechas sus casas y otros las van haciendo. Y esto responde.

III- A la tercera pregunta, dijo que la sabe como en ella se contiene, porque lo vio y se halló presente allí como vecino que fue de la dicha villa de Puerto de Plata y persona, que por comisión de su señoría, el dicho señor Presidente, entendió en el dicho negocio y otros de la dicha despoblación. Y esto responde.

IV- A la cuarta pregunta, dijo que este testigo vio la dicha iglesia, que se contiene en esta pregunta, y estuvo en ella mu-chas veces, la cual era muy buen edificio de cantería, por lo cual y por la carestía de las cosas (fol. 10v.) en esta tierra, y por la noticia que este testigo tiene de oficios le parece que para haberse de hacer otra iglesia de la misma forma, tal y tan buena, será necesario más de doce mil ducados, de buena moneda. Y esto responde.

V- A la quinta pregunta, dijo que asimismo tiene noticia este testigo del dicho hospital de la dicha villa de Puerto de Plata, que la pregunta refiere, porque entró muchas veces y lo vio por dentro y por de fuera y fue algunos años mayordomo en

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Hospital de San Antonio de Monte Plata

él, por lo cual, sabe este testigo que si se hubiese de hacer otro hospital como el tal y tan bueno, será menester los cuatro mil ducados, que la pegunta dice, por ser como era de tapia y rafas de ladrillos y cubierta de teja, y porque en esta tierra cuesta mucho en edificar. Y esto responde.

VI-A la sexta pegunta, dijo que este testigo es el mismo Diego de Villafañe cuando en esta pregunta y como dicho tie-ne, ha sido mayordomo de dicho hospital y, como tal, sabe y ha visto que el dicho hospital tiene tributos que en la pregunta refiere, impuesto sobre las posesiones, que la pregunta (fol. 11) refiere que están deshechas y desmanteladas. Y esto responde.

VII- A la séptima pregunta, dijo que sabe este testigo que en la cobranza de los dichos tributos corre mucho riesgo como están las posesiones de sus imposiciones desmanteladas y des-hechas y se tiene por entendido que no se volverán las dichas haciendas jamás a poner en tan buen estado como estaban en la dicha villa de Puerto de Plata. Y esto responde.

VIII- A la octava, pregunta dijo que la sabe como en ella se contiene, porque lo ha visto y ve por vista de ojos. Y esto responde.

IX- A la novena pregunta dijo que es cosa sin duda que será muy gran servicio de Dios, nuestro señor, y aprovecha-miento de la República de esta dicha ciudad de Monte de Plata que su majestad dé socorrerla con alguna limosna y ayuda de costa para edificar la dicha iglesia y hospital y que sin ello, en-tiende este testigo que no se podrá en ninguna manera hacer, y será de muy grande consuelo de los vecinos, después de haber perdido sus haciendas no tener iglesia decente para los divinos oficios y (fol. 11v.) administración de los sacramentos. Y esto responde.

X- A la décima pregunta dijo que dice lo que dicho tiene, lo cual dijo ser verdad para el juramento, que hizo. Y lo firmó: Diego de Villafañe. Ante mí, Gaspar de Azpichueta, escribano.

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Sección: Documento inédito

En la ciudad de Santo Domingo, en veinte y siete días del mes de septiembre de mil y seiscientos y cinco años. Vistos estos autos e información por su señoría del señor don Anto-nio Osorio, al presente gobernador y Capitán General, dijo que mandaba y mandó que se le saque y dé al dicho Alguacil Ma-yor, Álvaro Mejías de Cárdenas, uno dos o más traslados para el efecto que le pide en pública forma y manera que haga fe a todo lo cual su señoría dijo que anteponía interpuso su autoridad y decreto judicial tanto cuanto ha lugar de derecho. Y lo firmó de su nombre. Don Antonio Osorio. Ante mí, Gaspar de Azpichue-ta, escribano; va entre (fol. 12) renglones y fuera del margen dicha la que están se haga merced. Va testado ---- preguntas y preguntas. Yo, Gaspar de Azpichueta, escribano público de esta ciudad de Santo Domingo. Presente fui y lo hice escribir y aquí mi signo (signo) en testimonio de verdad.

Gaspar de Azpichueta, Escribano Público

(En distinta letra)

Señor: Por esta Información consta que en la villa de Puerto de

Plata había una iglesia parroquial de piedra, que para hacerla hasta tal, sería menester más de diez mil ducados; y asimismo parece que había un hospital, que costaría la obra de él cuatro mil ducados; y conforme a esto, parece podría vuestra majestad ser servido mandar la dicha merced y limosna a la dicha villa, que está al presente fincada en la nueva población con nombre de San Antonio de Monte de Plata, dé alguna limosna de la que vuestra majestad acostumbra a hacer para obras semejantes que, además de que espera muy de vuestra majestad a aque-lla villa y a la ciudad de Montecristi a quien se haga la dicha villa se le debe hacer merced a estos dichos lugares por haber

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Hospital de San Antonio de Monte Plata

sido los primeros que vinieron a lo que su majestad mandó. A quien (fol. 12v.) guarde nuestro señor tantos triunfos como la cristiandad ha menester. Santo Domingo 4 de noviembre 1605, Antonio Osorio.

(fol. 13) Información hecha por mandado de su señoría don Antonio Osorio, presidente de la Real Audiencia de Santo Domingo. gobernador y capitán general de la isla Española a pedimento de la parte de la iglesia y hospital de San Antonio de Monte Plata para efecto de que su majestad haga merced y limosna.

Al rey nuestro señor

En manos de Juan Ruiz de Contreras, su secretario de cá-mara de las Indias.

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Sección: Documento inédito

San Antonio de Monte Plata. Fábrica de la iglesia

Archivo General de IndiasSanto Domingo 52, ramo 6, nº 63

Santo Domingo, 14 de septiembre de 1605

En la ciudad de Santo Domingo de la Española en catorce días del mes de septiembre de mil seiscientos cinco años. El señor don Antonio Osorio caballero de la orden militar del se-ñor Santiago del Consejo del Rey nuestro señor, su presidente de la Real Chancillería que reside en esta dicha ciudad gober-nador y capitán general en esta isla etc. Dijo que por cuanto, habiéndose nuevamente poblado la ciudad de San Antonio de Monteplata, conforme a lo ordenado y mandado por su majes-tad es necesario se funde y fabrique la Iglesias Mayor de ella para el culto divino y administración de los sacramentos y sí lo tiene su señoría proveído y para que se haga por el precio más acomodado que se pueda. Mandaba y mandó que la dicha fá-brica y obra de la dicha iglesia se traiga en pregón por tres días y el último de ellos se remate en la persona o personas que lo pusiere en menos precio obligándose a lo hacer y fabricar por la orden y en las condiciones que se contienen en la memoria atrás contenida. Y así lo proveyó y mandó y firmó don Antonio Osorio. Ante mi, Gaspar de Azpichueta, escribano.

I pregón

En la ciudad de Santo Domingo. Estando en las Cuatro Calles de ella, en catorce días de septiembre de mil seiscientos

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San Antonio de Monte Plata. Fábrica de la iglesia

cinco años. Por voz de Juan Rama, pregonero, se trajo en pre-gón la obra de la Iglesia Mayor de la ciudad de San Antonio de Monte Plata conforme al auto atrás contenido diciendo quien quiere ternar a su cargo la obra de la Iglesia Mayor de esa ciudad de San Antonio de Monte Plata que por su señoría del señor Presidente de esta Real Audiencia, gobernador y capitán general de esta isla está mandado hacer por la orden con las condiciones que se contienen en la memoria que está ante el presente escribano parezca hacer las posturas o posturas por-que se trae en pregón por tres días y el último de ellos se ha de rematar en quien se obligare a la hacer por más bajo precio de lo cual doy fe. Y fueron testigos Antonio Sarabia y Cristóbal de Talavera, sastre, y otras personas. Ante mi, Gaspar de Azpi-chueta, escribano.

II pregón

En la ciudad de Santo Domingo. Estando en las Cuatro Calles de ella, en catorce días de septiembre de mil seiscien-tos cinco años. Por voz de Juan Rama, pregonero, se dio otro pregón como el de atrás de que doy fe. Testigos, el licenciado Lorenzo Bernáldez, y Pedro Caballero Bazán. Ante mi, Gaspar de Azpichueta, escribano.

III pregón

En la ciudad de Santo Domingo. Estando en las Cuatro Calles (fol. 1v.) de ella, en catorce días de septiembre de mil seiscientos cinco años. Por voz del dicho pregonero, se dio otro pregón como el de arriba del cual doy fe. Testigos Juan de Molina y Antonio Sarabia. Ante mi, Gaspar de Azpichueta, escribano.

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Sección: Documento inédito

Memorias

Memoria y condiciones de la iglesia que se ha de hacer en la ciudad y nueva población de San Antonio de Monte de Plata. Que por mandado de su majestad su señoría del señor presiden-te don Antonio Osorio mandó poblar son las siguientes:

En condición que la iglesia ha de tener ciento veinte ter-cias* de largo y sesenta de ancho en que entre la sacristía por el testero del Altar Mayor.

Es condición que la dicha iglesia lleve en lo largo dos es-tantes en cada andana de las cuatro y en los testeros lleve seis, que por todos son cincuenta y cuatro estantes de a palmo y me-dio de grueso de esquina viva o trabados, labrado y cepillado y los dichos estantes han de ser quemados lo que entrare debajo de la tierra que ha de ser dos varas de medir se han de asentar sobre piedras o losa debajo de tierra para que quede firme el fundamento.

Es condición que sobre los dichos estantes han de ir sus soleras labradas con sus cayatas (sic) y clavadas en las marcas en que claven tijeras y varazones tirantes y cuadrante.

Es condición que ha de llevar la dicha iglesia diez tirantes y asimismo diez tijeras fuertes en derecho de cada tirante la suya sobre que se haga y clave toda la fábrica alta de la dicha iglesia ha de ser labrada tirantes y tijeras. Asimismo se han de echar cuatro líneas recias en los cuatro rincones del armadura principal en que claven las péndola de los rincones.

Es condición que después de estancada y armada la dicha iglesia se entable de tablas de palma labrada a boca de azuela viejas del primer corte de debajo de la dicha palma tinglándolas para que quede conforme a buenas obras.

* Nota del transcriptor. Una tercia equivale a 28 cm.

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San Antonio de Monte Plata. Fábrica de la iglesia

Es condición que en lo que se entablare se formen tres puertas principales, una del testero, dos a los lados y asimismo hacer la banda del Altar Mayor, cuatro ventanas y asimismo en la sacristía una puerta pequeña para salir al Altar Mayor y otra puerta pequeña que salga fuera y ventana los cuales ventanas han de ser de rejas de madera (fol. 2) labradas y cepilladas con sus puertas.

Es condición que se han de hacer tres altares de madera, el mayor y dos a los lados labrados y cepillados, el mayor con tres gradas de madera y los demás de una grada.

El condición que el oficial que la obra tomare deje la nave principal de la dicha iglesia de treinta tercias de ancho y las dos de los lados de a quince tercias. La clavazón ha de ser de guano y la tajón de cañas cimarronas mondadas. La cubierta de encima sea de paja y no de yaguas o de cogollo de cañas de pavana muy apretada y de media vara a lo menos y las caras de una a otra, un codo y no más con sombreretes todo a la redonda de una vara de medir a los de dar al dicho oficial bien acabado a contento de su señoría y a vista de oficiales que lo entiendan aguardando las corrientes de encima de la iglesia que queden parejas sin hacer alto ni bajo echándole buen caballete.

Costará la hechura de una iglesia de madera como aquí va declarada que es lo siguiente:

A de ser ciento veinte tercias de largo y de sesenta de ancho y de tres naves. La una de treinta tercias, que es la del medio y las dos de los lados a quince con tres puertas principales y cua-tro ventanas dos de cada banda con sus rejas y ventanas con tres altares en la una testera de tablas con su tablado arriba y han de ser de tablas acerradas con todos los estantes labrados y ocha-vados y toda la madera de la dicha iglesia labrada y entablada por de fuera y por dentro de tablas de palmas y entre medias de los dichos tablas lleno de barro sin cal y todos los estantes de la dicha iglesia han de ser de cabina y de una tercia de ancho

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Sección: Documento inédito

después de labrada y cobijado con paja y la varazón de la dicha iglesia a de ser de guano y latazón de caña costará cinco mil quinientos ducados de cuartos. Francisco de Castro.

Benito García se obliga a hacer la iglesia de San Antonio de Monte Plata que tenga de largo ciento veinte pies y de ancho sesenta el alto que es pareciere conforme buena obra con que la estantería (fol. 2v.) la ha de echar de corvan (sic) o capa o osua (sic) o cavima (sic) o candelones o de cualquier género de estos que sea. Como sea cavimas ha de tener una tercia de ancho de frente labrado redondo y cepillados y si fuere cavima tendrá palmo y medio de frentes labradas por la propia Orden.

La varazón ha de echar de macas o guara o maría o cigua limpias y mondadas y de cubrir la iglesia de paja cortadera con que ninguno de los vecinos ni otro cualesquier en tres leguas a la redonda no pueda cortar paja hasta estar acabada la obra y con las condiciones dichas me obligo con que me han de dar por hacer la dicha iglesia cuatro mil ducados. Los dos mil de ellos luego y la mitad de la obra que esté hecha, mil ducados y en acabando la dicha obra los otros mil ducados restantes. Y con esto obligo al dicho Benito García y ha de ser su fiador Ál-varo de Paredes Carreño. Fecho en diecisiete de septiembre de mil seiscientos cinco años. Y en esta forma hará la dicha iglesia conforme a las condiciones que están pregonadas en lo que no son contra esta memoria. Benito García.

Remate de la iglesia de San Antonio de Monte Plata en cuatro mil ducados de cuartos

En la ciudad de Santo Domingo. En veintiocho días del mes de septiembre de mil seiscientos cinco año. Estando en las Cuatro Calles de esta ciudad, en presencia del Alguacil Mayor Francisco Rodríguez Franco a quien este negocio se lo sometió por su señoría por voz de Juan Ramos, pregonero público, se

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San Antonio de Monte Plata. Fábrica de la iglesia

trajo en almoneda pública la obra de la Iglesia Mayor de la ciudad de San Antonio de Monte Plata diciendo que se ha de rematar en la persona que por menos precio la hiciere y con las condiciones que están ante mi y andando en la dicha moneda se pregonó la puja que hizo Benito García por el papel firmado de su ----- que está en esos autos diciendo que para esta obra en cuatro mil ducados de cuartos con las condiciones de su pa-pel y en este precio se le remató la dicha obra al dicho Benito García como más bajo ponedor el cual aceptó el remate y se obligó a hacer la dicha iglesia y para ello obligó a su persona y bienes habidos y por haber. Y lo firmó de su nombre siendo testigos Andrés Hernández y Benito Ruiz de Migolla Francisco (fol. 3) Rodríguez Franco, Benito García. Ante mi Gaspar de Azpichueta, escribano.

En la ciudad de Santo Domingo en veintiocho días del mes de febrero del mil seiscientos seis años. El dicho señor don Antonio Osorio presidente, gobernador y capitán general dijo que por cuanto a mandado se haga iglesia que sea mayor y parroquial en la ciudad de san Antonio de Monte Plata que nuevamente se ha poblado por su señoría con los vecinos de las ciudades de Montecristi y villa de Puerto Plata la cual dicha iglesia al presente se está fabricando y por y porque lo desea su majestad informado mandaba y mandó que el escribano saque un traslado de los autos que se han hecho en razón de la fábrica de la dicha iglesia y esto en pública forma y manera que haga fe y así lo proveyó y mandó y firmó don Antonio Osorio. Ante mi, Gaspar de Azpichueta, escribano.

Fecho, sacado y corregido y concertado fue este traslado con los autos hechos en razón del remate de la fábrica de la obra de la dicha Iglesia Mayor de la ciudad de san Antonio de Monte Plata, que son los arriba incorporados y demás de eso doy fe que el dicho Benito García en quien se remató la dicha obra hizo y otorgó obligación y forma conforme al remate y dio la

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fianza y conforme al dicho remate se libró la tercia parte de los cuatro mil ducados en que se remató la dicha (fol. 3v.) obra y a más de cincuenta días que salió de esta ciudad para la de San Antonio de Monte Plata a entender de la dicha fábrica. Y para que de ello conste de pedimento y mandamiento de su señoría doy el presente que es fecha en Santo Domingo a veintiocho de febrero de mil seiscientos seis años.

En fe de lo cual hago aquí mi signo en testimonio de verdad.

Gaspar de Azpichueta, escribano

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Mensaje con motivo del 157 aniversario de la guerra Restauradora*

La guerra Restauradora, considerada por muchos estudio-sos e historiadores como la verdadera gesta independentista o como uno de los puntos más luminosos de dicho proceso, de lo cual es un elocuente ejemplo el insigne humanista Pedro Henríquez Ureña, resaltó el espíritu y el temple patrióticos del pueblo dominicano cuando vio mancillada su soberanía con el acto proditorio de Pedro Santana, en 1861, de anexar a la Coro-na española la República de apenas 17 años de fundada.

En la guerra patriótica de la Restauración (1863-1865), que tuvo un carácter popular y nacional y que constituye una página brillante de la historia dominicana y del Caribe, jugaron un des-tacado papel hombres y mujeres humildes, así como grandes figuras civiles y militares, partidarias del pensamiento liberal, como el general Gregorio Luperón, Gaspar Polanco, José An-tonio Salcedo (Pepillo), Santiago Rodríguez, Benito Monción, José Cabrera, Manuel Rodríguez Objío, Ulises Francisco Es-paillat, y Benigno Filomeno de Rojas, entre otros, se utilizaron eficaces tácticas de lucha para derrotar al enemigo como fueron la guerra de guerrillas, ideada por el patricio Ramón Matías Mella, la tierra arrasada y el uso de la tea.

* Mensaje de la Academia Dominicana de la Historia publicado en dife-rentes medios de comunicación el domingo 16 de agosto de 2020.

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Mensaje con motivo del 157 aniversario de la guerra Restauradora

Las ideas liberales de la Restauración, coadyuvaron, ade-más, a abonar el ideal de la creación de una Confederación de las Antillas.

El próximo 16 de agosto, el país conmemorará el 157 aniversario del inicio de la imperecedera gesta de la guerra Res-tauradora, arropado por la vorágine de una pandemia que acosa a la humanidad y de la cual el país no ha escapado. El momento es oportuno para retomar el espíritu de lucha de aquellos pro-hombres y sencillos ciudadanos que levantaron el estandarte de la dominicanidad, en esa difícil coyuntura que se pensaba sucumbía la patria de Febrero de 1844. Sin temor al podero-so adversario que constituía la potencia anexionista, lograron doblegarla. Hoy ese espíritu de resistencia debemos asumirlo con decisión y esperanza para encarar todas las dificultades del momento actual.

La Academia Dominicana de la Historia exhorta a nuestros conciudadanos a rememorar esta hazaña de los combatientes de la Restauración, que empuñaron con firmeza, valor y discipli-na sus armas heroicas, al mismo tiempo que lograban esquivar con éxito las epidemias que se presentaron en el escenario de la guerra. Gloria eterna a los héroes de la Guerra Restauradora, que consolidó la patria de Febrero de 1844 y ocasionó que la República Dominicana volviera a ser libre, soberana e inde-pendiente como lo expresara el padre de la patria Juan Pablo Duarte en el artículo 6 de su Proyecto de Ley Fundamental.

Santo Domingo, República DominicanaAgosto de 2020

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Día Nacional del Historiador

El 30 de septiembre de 2020, la Junta Directiva de la Academia Dominicana de la Historia (2019-2022), envío al excelentísimo señor presidente de la República Luis Abinader, una carta en la que solicitó se instituyera el «Día Nacional del Historiador». En la misiva, se propuso el 13 de enero, día del natalicio del insigne historiador dominicano José Gabriel Gar-cía, como la fecha propicia para celebrar la profesión de los estudiosos de los acontecimientos pasados de la humanidad.

El presidente Luis Abinader acogió positivamente la soli-citud de la Academia. En consecuencia, el 15 de octubre de 2020 se emitió el decreto núm. 562-20, que declara el 13 de enero como «Día Nacional del Historiador». El Ministerio de Cultura, en coordinación con la Academia Dominicana de la Historia, se encargarán de celebrar los actos correspondientes.

Al día siguiente de emitido el decreto núm. 562-20, se le dirigió una carta de agradecimiento al presidente de la Repú-blica, en la que se le expresa que esta medida contribuirá a «reverenciar la vida y obra de quien es considerado el “Padre de la historiografía dominicana” y poner de relieve la labor que realizan los historiadores dominicanos en beneficio del pueblo dominicano y del enriquecimiento del acervo cultural».

Seguidamente se reproducen: la carta enviada el 30 de sep-tiembre al excelentísimo señor presidente de la República Luis Abinader; el decreto núm. 562-20 y la carta de agradecimiento al presidente por parte de la Junta Directiva de la Academia.

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Noticias de la Academia

Durante los meses de julio-diciembre de 2020 las activi-dades de la Academia Dominicana de la Historia continuaron afectadas debido a la pandemia de la COVID-19. Aunque eso no impidió que se realizaran las sesiones solemnes: Conmemo-ración de 157º Aniversario de la guerra Restauradora e ingresos de nuevos miembros de número y correspondiente nacional; que contaron con los protocolos sanitarios pertinentes, siem-pre pensando en el cuidado y bienestar de los participantes. Es por ello que estas sesiones tuvieron un reducido número de participantes, y en cambio, fue difundido a través del ca-nal de YouTube de la Academia, para la divulgación de estas actividades. A continuación, se mencionan los acontecimien-tos —relacionados con esta Academia— más relevantes de la segunda mitad del año 2020.

Sesión solemne

El jueves 27 de agosto de 2020 se realizó la sesión solemne: Conmemoración del 157 Aniversario de la guerra Restaurado-ra. Para esta ocasión se organizó un panel integrado por los miembros de número Dr. Santiago Castro Ventura y el Licdo. Raymundo González, y el miembro correspondiente nacional general (r) Rafael Leonidas Pérez y Pérez.

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Noticias de la Academia

La sesión inició con la lectura por parte del Licdo. José Chez Checo, presidente de la Junta Directiva (2019-2022), del mensaje oficial conmemorativo del aniversario de la guerra Restauradora (el texto íntegro está publicado en este número en las páginas 361-362). Luego los panelistas disertaron en torno a uno de los sucesos más relavantes de la historia dominicana, junto con la Independencia Nacional. Esta actividad puede ser vista en YouTube, a través del siguiente enlace https://www.youtube.com/watch?v=bYiHC0nMQEc&t=122s

Ingreso de nuevos miembros y colaborador

La Academia Dominicana de la Historia se complació en realizar dos sesiones solemnes en las que las que fueron inves-tidos un miembro de número y un miembro correspondiente nacional. Igualmente, fue designado un nuevo colaborador de esta institución.

El miércoles 28 de octubre de 2020, se llevó a cabo la ce-remonia recepción como miembro de número del Lic. Welnel Darío Féliz, cuyo discurso de ingreso se titula: «Vicisitudes de la Independencia Nacional: de la concepción a la materializa-ción, 1843-1844». Este trabajo está publicado en el presente número en las páginas 141-206. También puede ser visto en YouTube, a través del siguiente enlace https://www.youtube.com/watch?v=dYSUhCLdas0

El jueves 17 de septiembre de 2020, se llevó a cabo la ce-remonia recepción como miembro correspondiente nacional del Lic. Miguel Reyes Sánchez, cuyo discurso de ingreso se titula: «El saqueo de Francis Drake a Santo Domingo, su tras-cendencia histórica». Este trabajo está publicado en el presente número en las páginas 241-289. También puede ser visto en YouTube, a través del siguiente enlace https://www.youtube.com/watch?v=pYXM9ZIeIL8

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Noticias de la Academia

En la undécima reunión de la Junta Directiva (2019-2022), fue designado como colaborador de la Academia Dominicana de la Historia al señor Oscar López Reyes, por considerar que su aporte a la historiografía nacional reúne los méritos necesarios.

Traslado de la biblioteca

El miércoles 18 de noviembre fue anunciado, a través de diferentes medios, el traslado de la biblioteca, tal como apro-bara la Junta Directiva el pasado mes de enero de 2020. La biblioteca de la Academia está ubicada a partir de la fecha antes mencionada en la Capilla de la Soledad, Calle Mercedes núm. 304 al lado de la iglesia Las Mercedes, y cuenta con un catálo-go en línea que puede ser consultado en la siguiente dirección: https://catalogo.academiadominicanahistoria.org.do/

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Noticias de la Academia

Nuevas normas de publicación de artículos

Con la finalidad de mejorar los estándares de calidad de la revista Clío, la Junta Directiva de la Academia Dominicana de la Historia (2019-2022), en la duodécima sesión celebrada el miércoles 25 de noviembre de 2020, aprobó la implementa-ción de nuevas normas de publicación de trabajos, la cual se publica en este número en las páginas 383-390, y entrará en vigencia a partir de la revista Clío año 90, núm. 201, Enero- Junio 2021.

Exaltación de Rosa Duarte al Panteón de la Patria

En su calidad de presidente de la Academia Dominicana de la Historia, el Licdo. José Chez Checo participó como miembro de la Comisión de exaltación de los festejos conmemorativos del bicentenario del natalicio de Rosa Duarte al Panteón Na-cional, presidida por la ministra de Cultura, profesora Carmen Heredia.

El Licdo. Chez Checo, durante su participación, propuso que se «deben preparar cápsulas informativas para el Canal 4 y La Voz de las FF. AA.». Además, informó que el Tribu-nal Constitucional hará una edición de lujo de los Apuntes de Rosa Duarte, pero que «haría falta una edición rústica y popular para que llegue a una mayor población»; y añadió que «esta edición popular la puede hacer Efemérides Patrias, que llegue a las escuelas y que sea la edición conmemorativa para que quede para la historia como obra de colección». Fi-nalmente sugirió que el cenotafio de Rosa Duarte sea ubicado cerca de las figuras más destacadas de la patria dentro del Panteón Nacional.

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Noticias de la Academia

Participación en actos del día de la Constitución

El 6 de noviembre de 2020, el miembro correspondiente nacional, general (r) Rafael Leonidas Pérez y Peréz, en repre-sentación del presidente de la Academia, asistió a las actividades conmemorativas del 176 aniversario de la Constitución de San Cristóbal, que fueron organizadas por la Comisión Permanente de Efemérides Patrias, presidida por el Licdo. Juan Pablo Uribe.

Creación de la «Disertación anual sobre teorías y métodos de la historia»

El miércoles 25 de noviembre de 2020, en la duodécima sesión de la Junta Directiva de la Academia Dominicana de la Historia (2019-2022), se aprobó la programación de una «Diserta-ción anual sobre teorías y métodos de la Historia», la conferencia se pronunciará por primera vez en el 2021 como parte del 90 aniversario de la Academia y la correspondiente al 2022 se hará coincidir con el Día Nacional del Historiador.

Premio Nacional de Historia

El 20 de noviembre, el miembro de número Edwin Espinal Hernández, fue galardonado con el Premio Anual de Historia José Gabriel García 2020 por su obra inédita Historia social de Santiago de los Caballeros, 1900-1916. El jurado estuvo com-puesto por los historiadores José G. Guerrero, Carmen Durán y Mu-Kien A. Sang, quienes valoraron la obra por «su rigor meto-dológico, el uso de fuentes primarias únicas, su buen manejo del discurso expositivo y la variedad y sistematicidad de los temas tratados (…) sobre la vida cotidiana de Santiago y resultar una contribución al estudio de la historia nacional». El Premio Anual

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Noticias de la Academia

de Historia es otorgado por el Ministerio de Cultura y conlleva la publicación de la obra ganadora por la Editora Nacional.

Fallecimiento de miembro de número

En la madrugada del miércoles 2 de diciembre falleció el miembro de número Adriano Miguel Tejada, quien fue vicepre-sidente de la Academia durante el periodo 2016-2019, causando gran pesar entre los miembros, colaboradores y empleados de esta Academia; quienes le tenían gran cariño y respeto por su afable forma de ser.

Tejada fue director del periódico Diario Libre durante 16 años. Además, dirigió el diario La Información de Santiago y fundó el periódico El Día. También fue redactor de la Revista de Ciencias Jurídicas. Fue miembro del Consejo de Redacción de la revista Eme-Eme: Estudios Dominicanos. Fue docente asociado de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maes-tra (PUCMM), y profesor de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) y del Instituto Militar de Educa-ción Superior «General de Brigada Juan Pablo Duarte».

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Noticias de la Academia

En cuanto a su producción bibliográfica, fue autor y/o coau-tor de 11 libros que tratan temas políticos, literarios, históricos y de actualidad. Recientemente, el 24 de junio del 2020 puso en circulación su libro Los AM de Diario Libre, 2004-2020, una obra que recopila sus artículos publicados en la columna AM.

El miembro de número Edwin Espinal Hernández fue co-misionado por la Junta Directiva de la Academia Dominicana de la Historia, para pronunciar un último adiós a Adriano Mi-guel Tejada. En su despedida, Espinal Hernández finalizó sus emotivas palabras de la siguiente manera: «Moca lo recibió hoy como una madre, se reintegró a ella para siempre, para dor-mir en el mismo regazo en que descansan sus antepasados, que siempre le será propicio por el amor que de manera invariable le profesó. Vaya en paz».

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A) Miembros de Número:

1. Dr. Frank Moya Pons (1978, Sillón B)2. Lic. Manuel A. García Arévalo (1989, Sillón D)3. Lic. Bernardo Vega Boyrie (1995, Sillón G)4. Dr. Fernando Antonio Pérez Memén (1995, Sillón C)5. Lic. José Felipe Chez Checo (1996, Sillón I)6. Dr. Roberto Cassá Bernaldo de Quirós (1996, Sillón N)7. Dr. Marcio Veloz Maggiolo (1998, Sillón Q)8. Lic. Juan Daniel Balcácer (1998, Sillón M)9. Dr. Amadeo Julián Cedano (1998, Sillón P)10. Dr. Wenceslao Vega Boyrie (2000, Sillón J)11. Arq. Eugenio Pérez Montás (2000, Sillón F)12. Dra. Mu-Kien Adriana Sang Ben (2000, Sillón R)13. P. José Luis Sáez, S. J. (2000, Sillón S)14. Dr. Jaime de Jesús Domínguez (2000, Sillón O)15. Dr. Francisco Antonio Avelino García (2003, Sillón L)16. Dr. Américo Moreta Castillo (2003, Sillón K)17. Lic. Raymundo Ml. González de Peña (2003, Sillón U)18. Lic. José del Castillo Pichardo (2003, Sillón Y)19. Lic. Rafael Emilio Yunén Zouain (2003, Sillón V)20. Lic. Edwin Espinal Hernández (2011, Sillón H)21. Dr. Santiago Castro Ventura (2018, Sillón E)22. Lic. Miguel Guerrero (2018, Sillón Z)

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23. Lic. Welnel Darío Féliz (2019, Sillón A)24. Licda. Jeannette Miller (2019, Electa, Sillón W)25. Dr. Jorge Tena Reyes (2019, Electo, Sillón X)26. Vacante (Sillón T)

B) Miembros Correspondientes Nacionales:

1. Mons. Antonio Camilo González (1992)2. Dr. Vetilio Manuel Valera Valdés (1992)3. Lic. Rubén Arturo Silié Valdez (1997)4. Gral. (r) José Miguel Soto Jiménez (1997)5. Gral. (r) Héctor Lachapelle Díaz (1997)6. Mons. Dr. Rafael Bello Peguero (1999)7. Dr. Fermín Álvarez Santana (2000)8. Dr. Juan Ventura Almonte (2002)9. Dra. Carmen Durán Jourdain (2002)10. Lic. Walter J. Cordero (2003)11. Licda. María Filomena González Canalda (2003)12. Lic. Alejandro Paulino Ramos (2003)13. Licda. Celsa Albert Batista (2003)14. Gral. Dr. Rafael Leonidas Pérez Pérez (2003)15. Lic. José Guillermo Guerrero Sánchez (2003)16. Lic. Filiberto Cruz Sánchez (2003)17. Lic. Dantes Ortiz Núñez (2003)18. Lic. Diómedes Núñez Polanco (2003)19. Lic. Rafael Darío Herrera Rodríguez (2003)20. Dr. Euclides Gutiérrez Félix (2004)21. Licda. Sonia Nereyda Medina Rodríguez (2004)22. Dra. María Elena Muñoz Marte (2004)23. Lic. Roberto Santos Hernández (2005)24. Dr. Antonio Ramón «Ton» Lluberes Navarro, S. J. (2005)25. Dr. Rafael Enrique Jarvis Luis (2011)

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Directorio de la Academia Dominicana de la Historia

26. Ing. Constancio Cassá Bernaldo de Quirós (2015)27. Dr. Luis Álvarez López (2015)28. Licda. Blanca Delgado Malagón (2015)29. M. A. Natalia González Tejera (2015)30. M. A. Quisqueya Lora Hugi (2015)31. M. A. Héctor Luis Martínez (2015)32. Dr. Arturo Martínez Moya (2015)33. Dra. Valentina Peguero (2015)34. Dr. Reynolds Jossef Pérez Stefan (2015)35. Dr. Esteban Prieto Vicioso (2015)36. Dr. Genaro Rodríguez Morel (2015)37. Dr. Eduardo J. Tejera Curbelo (2015)38. Lic. Fernando Infante (2018)39. Dr. Carlos Andújar Persinal (2018)40. Dra. Reina Rosario (2018)41. Lic. Joan Manuel Ferrer Rodríguez (2019)42. Lic. Miguel Reyes Sánchez (2020)43. Lic. Wilfredo Lozano (2019, electo)44. Lic. Robert Espinal Luna (2019, electo)45. Vacante46. Vacante47. Vacante48. Vacante

C) Miembros Correspondientes Extranjeros:

1. Dra. Magdalena Guerrero Cano (España, 1995)2. Dr. Antonio Gutiérrez Escudero (España, 1995)3. Dra. Enriqueta Vila Vilar (España, 1995)4. Dr. Pedro San Miguel (Puerto Rico, 1997)5. Dr. José Miguel Abreu Cardet (Cuba, 2004)6. Dr. Esteban Mira Caballos (España, 2004)

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Directorio de la Academia Dominicana de la Historia

7. Dr. Oscar Adolfo Zanetti Lecuona (Cuba, 2005)8. Dr. Juan Gil Fernández (España, 2006)9. Dr. Manuel Vicente Hernández González (España, 2006)10. Dr. Mario Hernández Sánchez-Barba (España, 2006)11. Dra. Consuelo Varela Bueno (España, 2006)12. Dr. Stuart B. Schwartz (EE. UU., 2006)13. Dr. Franklin W. Knight (EE. UU., 2006)14. Dr. Humberto García Muñiz (Puerto Rico, 2006)15. Dr. Francisco Moscoso (Puerto Rico, 2006)16. Dr. Anthony Stevens Acevedo (EE. UU., 2007)17. Dr. Yoel Cordoví Núñez (Cuba, 2014)18. Dr. Luis Arranz (España, 2014)19. Dr. Justo Lucas del Río Moreno (España, 2014)20. Dr. Mariano Errasti (España, 2014)21. Dr. Antonio Fontecha Pedraza (España, 2014)22. Dr. Eduardo González Calleja (España, 2014)23. Dr. Itsvan Szaszdi León-Borja (España, 2014)24. Dra. Ruth Torres Agudo (España, 2014)25. Dr. Bruce J. Calder (EE. UU., 2014)26. Dra. Kathleen Deagan (EE. UU., 2014)27. Dra. Lauren (Robin) H. Derby (EE. UU., 2014)28. Dra. Julie Cheryl Franks (EE. UU., 2014)29. Dr. Paul Muto (EE. UU., 2014)30. Dr. Eric Paul Roorda (EE. UU., 2014)31. Dr. Richard Lee Turitts (EE. UU., 2014)32. Dr. Allen Welles (EE. UU., 2014)33. Dr. Lauro Capdevila (Francia, 2014)34. Dr. Michiel Baud (Holanda, 2014)35. Dr. Mats Lundahl (Suecia, 2014)36. Dr. Jan Lundius (Suecia, 2014)37. Dra. Consuelo Naranjo Orovio (España, 2019)

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Directorio de la Academia Dominicana de la Historia

D) Protectores:

1. Grupo Popular2. Mercasid3. Banco y Fundación Ademi4. Grupo Punta Cana5. Ambev Dominicana, C. por A.6. Supermercados La Cadena7. Señor Ramón Menéndez8. Banco Vimenca9. Refinería Dominicana, S. A.10. Superintendencia de Bancos11. Archivo General de la Nación12. Comisión Permanente de Efemérides Patrias13. Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones14. Banco Central de la República Dominicana15. Juan Bautista Vicini Lluberes

E) Colaboradores:

1. Lic. Vetilio Alfau del Valle (2003)2. Dr. Fernando Batlle Pérez (2003) 3. Licda. Dilia Castaños (2003)4. Dr. Luis E. Escobal R. (2003)5. Arq. Gamal Michelén Stefan (2003)6. Dr. José Alfonso Petit Martínez (2003)7. Lic. José Alfredo Rizek Billini (2003)8. Ing. Ana Beatriz Valdez Duval (2003)9. Dr. José Antonio Martínez Rojas (2003)10. Lic. Miguel Estrella Gómez (2005)11. Dra. Virginia Flores Sasso (2005)12. Lic. Rafael Pérez Modesto (2005)

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Directorio de la Academia Dominicana de la Historia

13. Lic. Francisco Bernardo Regino Espinal (2005)14. Lic. Carlos Alonso Salado (2005)15. Lic. Juan Payero Brisso (2005)16. M. A. Reynaldo Rafael Espinal Núñez (2006)17. Lic. Alberto Perdomo Cisneros (2006)18. Lic. Rolando Forestieri Sanabia (2006)19. Ing. Efraín Baldrich Beauregard (2007) 20. Dr. Edgar Hernández Mejía (2007)21. M. A. Lucy Margarita Arraya (2007)22. Lic. Miguel de Camps Jiménez (2007)23. Lic. Manuel Alexis Reyes Kunhardt (2007)24. Ing. Víctor José Arthur Nouel (2008)25. Arq. Linda María Roca (2008)26. Dr. Herbert Stefan Stern Díaz (2015)27. Dr. Rony Joubert Hued (2015)28. Sr. Danilo A. Mueses (2015)29. Sr. Juan Manuel Prida Busto (2015)30. Lic. Miguel Ortega Peguero (2016)31. Lic. Virgilio Gautreaux (2018)32. Dr. Rómulo Antonio Briceño (2019)33. Lic. Oscar López Reyes (2020)

F) Junta Directiva (agosto 2019-2022):

Lic. José Chez Checo, PresidenteLic. Juan Daniel Balcácer, VicepresidenteP. José Luis Sáez, S. J., SecretarioLic. Edwin Espinal Hernández, TesoreroLic. Raymundo González, Vocal

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Normas para publicar trabajos en la revista Clío

La revista Clío ha sido concebida como órgano de la Acade-mia Dominicana de la Historia para publicar trabajos científicos de investigación inéditos en el campo histórico dominicano y caribeño, tanto de autores nacionales como extranjeros, que pueden servir para atesorar el acervo de nuestro pasado. Es, en definitiva, un espacio de debate científico para promover la creación y profundización de los estudios históricos y la con-tribución de sus investigaciones al conocimiento del pretérito dominicano y del Caribe.

Los artículos deberán cumplir con la siguiente normativa:

1. Las personas interesadas deberán enviar su colaboración a la sede Academia Dominicana de la Historia, calle Mercedes 204, Casa de las Academias, Ciudad Colonial, Santo Domingo; o remitir al correo electrónico: [email protected].

2. Los artículos, que deberán ser originales e inéditos, se entregarán en formato Word. Para el cuerpo del texto se usará el tipo de letra Times New Roman 12 con espacio interlineal de 1.5, y para las notas al pie, Times New Roman 10 a espacio simple. La extensión máxima será de 20,000 palabras (sin incluir la bibliografía). Debajo del resumen se deben incluir de 5 a 6 descriptores o

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Normas para publicar trabajos en la revista Clío

palabras-clave en los dos idiomas. El texto deberá es-cribirse sin cortes de palabras, tabulaciones, ni saltos de página. Solo se acompañarán ilustraciones (gráficos, cuadros, figuras, etc.) cuando resulten imprescindibles y en un documento aparte. Cada tabla debe ser identifica-da por un número y un título descriptivo. El autor debe identificar todas las fuentes usadas e indicar qué lugar debe ocupar cada tabla en el texto.

3. Todo artículo debe tener un resumen en español e in-glés con una extensión no mayor de 150 palabras, en donde se indique los objetivos principales y el alcance de la investigación o reflexión, se describa el método o metodología empleada, se extracten los resultados más importantes y se enuncien las conclusiones.

4. Todos los artículos se someterán al siguiente proceso: 1. Revisión por parte de la Comisión de la revista Clío; 2. Revisión externa mediante el sistema de pares dobles ciegos; y 3. Aprobación final del contenido de la revista por parte de la Junta Directiva de la Academia Domini-cana de la Historia.

5. La publicación en esta revista de los discursos de in-greso de los miembros de número, correspondientes nacionales y correspondientes extranjeros electos, serán aprobados exclusivamente por la Junta Directiva, con-forme a lo establecido en el artículo 42 de los estatutos de la Academia Dominicana de la Historia, que dice: «ningún discurso o trabajo será leído ni publicado, en nombre de la Academia, sin que previamente haya sido acordado o autorizado por la Junta Directiva».

6. Para las notas al pie de página y la bibliografía se deberá emplear el estilo Chicago 17ª edición, 2017:

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Normas para publicar trabajos en la revista Clío

Libros

Se escribirá el nombre completo del autor de la misma ma-nera en que esta en el libro. En las notas se coloca primero el nombre y luego el apellido. Luego, separado por coma el título del libro en cursivas. Después se escribe entre paréntesis: la ciudad donde se publicó seguido de dos puntos, la editorial y el año; se cierra paréntesis y separado de una coma se coloca la o las páginas que fueron citadas. En la bibliografía se invierte el orden del nombre del autor, primero se coloca el apellido (en versalitas) y después el nombre del autor.

Un autor

Nota (N): 1 Juan Carlos Pereira, coord., Historia de las relaciones internacionales contemporáneas (Barcelona: Edito-rial Ariel, 2009), 145.

Bibliografía (B): Pereira, Juan Carlos, coord. Historia de las relaciones internacionales contemporáneas. Barcelona: Editorial Ariel, 2009.

Las locuciones latinas Op. cit., loc. cit., e idem no deben ser usados. Para citas repetidas usar el apellido del autor, el título principal (sin subtítulos) y las páginas. Ejemplo: Pereira, Historia de las relaciones internacionales…, 145.

Dos autores

Para obras con más de un autor, los nombres deben ser lis-tados en el orden común: nombres y apellidos. Se usa una coma para separarlos. En la bibliografía, se invierte el orden (apelli-dos y nombres) solo al primer autor, el resto se redactan en la forma común.

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Normas para publicar trabajos en la revista Clío

N. 2 Fabian Plaza Miranda, y Salvador Trinxet Llorca, Diplomacia tomando un café. Una guía fácil para saber de relaciones internacionales (Alicante, España: Editorial Club Universitario, 2011), 58.

B. Plaza Miranda, Fabian, y Salvador Trinxet Llorca. Diplomacia tomando un café. Una guía fácil para saber de relaciones internacionales. Alicante, Espana: Editorial Club Universitario, 2011.

Con tres, cuatro o más autores

N. 3 R. K. Harrison, et al., Biblical Criticism: Historical, Literary and Textual (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1978), 78.

B. Harrison, R. K., B. K. Waltke, D. Guthrie y Gordon D. Fee. Biblical Criticism: Historical, Literary and Textual. Grand Rapids, MI: Zondervan, 1978.

Una organización como autor

N. 4 Ellen G. White Estate, A Critique of the Book Pro-phetess of Health (Washington, D. C.: Ellen G. White Estate, 1976), 35.

B. Ellen G. White Estate. A Critique of the Book Prophe-tess of Health. Washington, D. C.: Ellen G. White Estate, 1976.

Número de edición

N. 5 Roger Daniels, Coming to America: A History of Im-migration and Ethnicity in American Life, 2da ed. (New York: Harper Perennial, 2002), 84.

B. Daniels, Roger. Coming to America: A History of Im-migration and Ethnicity in American Life. 2da ed. New York: Harper Perennial, 2002.

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Normas para publicar trabajos en la revista Clío

Ediciones reimpresas

N 6 John L. Nevius, Demon Possession (New York: Fle-ming H. Revell, 1894; reimp., Grand Rapids, MI: Kregel Publications, 1968), 274.

B. Nevius, John L. Demon Possession. New York: Fleming H. Revell, 1894; reimpreso, Grand Rapids, MI: Kregel Publi-cations, 1968.

Con varios volúmenes

C. 7 Guillermo Lohmann Villena, y Maria Justina Sarabia Viejo, eds., Francisco Toledo: Disposiciones gubernativas para el virreinato del Perú, 1575-1580, 2 vols. (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1986-1989), 2:237-238.

Citas subsecuentes: Guillermo Lohmann Villena, y Maria Justina Sarabia Viejo, eds. Francisco Toledo, 2:237-238.

B. Lohmann Villena, Guillermo, y María Justina Sarabia Viejo, eds. Francisco Toledo: Disposiciones gubernativas para el virreinato del Perú, 1575-1580, 2 vols. Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1986-1989.

Artículos publicados en libros

N. German de Granda, «Notas lingüísticas sobre docu-mentación judicial de Santo Domingo durante el periodo de dominación haitiana (1822-1844)», en José Antonio Bartol Hernández, Juan Felipe García Santos, y Javier de Santiago Guervos, eds., Estudios Filológicos en Homenaje a Eugenio de Bustos Tovar (Salamanca: Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1992), 411-422.

B. De Granda, Germán. «Notas lingüísticas sobre docu-mentación judicial de Santo Domingo durante el periodo de

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Normas para publicar trabajos en la revista Clío

dominación haitiana (1822-1844)», en José Antonio Bartol Hernández, Juan Felipe García Santos, y Javier de Santiago Guervos, eds., Estudios Filológicos en Homenaje a Eugenio de Bustos Tovar. Salamanca: Ediciones de la Universidad de Sala-manca, 1992, 411-422.

Revistas y publicaciones periódicas científicas

Se cita de la siguiente manera: nombres y apellidos del autor, titulo completo del trabajo (entre comillas), nombre de la publicación (en cursivas) volumen o año, numero (meses y año): página (s) citada (s). Ejemplos:

N. Leonardo Valdes Zurita, «México en la cooperación internacional en materia electoral», Foreign Affairs Latinoa-merica 10, no. 4 (Oct-Dic 2010): 74-76.

B. Valdes Zurita, Leonardo. «México en la cooperacion internacional en materia electoral». Foreign Affairs Latinoa-merica 10, no. 4 (Oct-Dic 2010): 74-81.

Tesis inéditas

Las tesis universitarias se citarán por los nombres y ape-llidos del autor, titulo (entre comillas), grado académico, departamento académico o escuela, facultad, institución, año, número de la hoja.

N. Gabriel J. Haslip, «Crime and the Administration of Jus-tice in Colonial Mexico City, 1696-1810», PhD diss., Columbia University, 1980, 150.

B. Haslip, Gabriel J., «Crime and the Administration of Justice in Colonial Mexico City, 1696-1810», PhD diss., Co-lumbia University, 1980, 150.

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Normas para publicar trabajos en la revista Clío

Documentos

Los documentos deberán constar de los siguientes compo-nentes: la persona o entidad emisora; el destinatario (de existir); el lugar y la fecha de la emisión; el nombre de la colección o sección que contiene el documento; el sitio donde se encuentra el archivo y la ciudad; los legajos y folios (siempre que sea posible). Ejemplo:

Fernando A. de Meriño a José Gabriel García, Mayagüez, 27 de febrero de 1871, Coleccion Garcia (CG), Archivo Gene-ral de la Nación (AGN), Santo Domingo, leg. 25.

Cita subsiguiente: Fernando A. de Meriño a José Gabriel García, Mayagüez, 27 de febrero de 1871, AGN, leg. 25.

Periódicos

Nombre del periódico en cursiva, Lugar de Publicación, Fecha, Página. Ejemplo:

La Prensa, Managua, 10 Oct. 1946, p. 7. Se puede incluir el autor y el título del artículo si está disponible.

Entrevistas

Identificación de la persona entrevistada, entrevistador y lugar y fecha de la entrevista.

Entrevistas inéditas, ejemplo. Primera cita en nota:1 Ramón Vargas Mera, entrevista por Lauren Derby, Santo

Domingo, noviembre de 1993.2 Mike Milanovic (director ejecutivo de Cambridge ESOL),

en conversación con el autor, septiembre de 2011.

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Normas para publicar trabajos en la revista Clío

Forma breve: 3 Vargas Mera, entrevista.4 Milanovic, conversación.

Entrevistas publicadas, ejemplo:Primera cita en nota:1 «Entrevista con el Lic. Fabio Herrera», por Miguel Gue-

rrero, El golpe de Estado (Santo Domingo: Editora Corripio, 1993), 168-178.

Forma breve 2 «Lic. Fabio Herrera».

Páginas Web

Apellido/s del autor/es, Título del artículo entre comillas, Nombre de la revista en cursiva, Año, Dirección electrónica (Fecha de consulta). Ejemplo:

De la Torre Curiel, José Refugio, «Con la sierra a cuestas. Apaches y españoles en la frontera sonorense en el siglo XVIII», Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2011, http://nuevomundo.re-vues.org/60707 (Consultado el dd/mm/aaaa).

7. El editor y el corrector se reservan el derecho de hacer las correcciones de estilo que se estimen necesarias, se consultara con los autores cuando así se considere pertinente.

8. La Academia Dominicana de la Historia disfrutará de los derechos de autor de la primera edición de los traba-jos de sus colaboradores. Los autores no podrán publicar sus trabajos en otros medios impresos o digitales hasta que haya sido puesto en circulación el número de la re-vista Clío.

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Normas para publicar trabajos en la revista Clío

9. Los plazos de presentación de originales se dividen en dos.

Publicación enero-junio: del 1 de enero al 30 de abril. Publicación julio-diciembre: del 1 de julio al 30 de octubre.

Los originales que se recepcionen fuera del plazo indi-cado pasarán al siguiente número.

10. Una vez publicados los trabajos en la revista Clío, a los autores se les entregarán cinco ejemplares del número correspondiente.

Esta norma fue aprobada en la duodécima sesión de la Junta Directiva de la Academia Dominicana de la Historia (2019-2022), celebrada el miércoles 25 de noviembre de 2020.

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PUBLICACIONES DE LA ACADEMIA DOMINICANA DE LA HISTORIA

Revista Clío:

No. 1 (Enero de 1933) al No. 199 (Enero-Junio de 2020).

Libros y opúsculos:

Vol. 0-1 Henríquez y Carvajal, Federico. Estatuto i Regla-mento de la Academia Dominicana de la Historia. Ciudad Trujillo, Imprenta Montalvo, 1932.

Vol. 0-2 Meriño, Fernando Arturo de. Páginas históricas. Ciudad Trujillo, Imprenta J. R. Vda. García, Sucs. 1937, 126 pp.

Vol. 0-3 Morillas, José María. Siete biografías domini-canas. Ciudad Trujillo, Imprenta San Francisco, 1946, 172 pp.

Vol. 0-4 Lugo, Américo. Los restos de Colón. Ciudad Tru-jillo, Imprenta de la Librería Dominicana, 1950, 129 pp.

Vol. I Rodríguez Demorizi, Emilio. Invasiones hai-tianas de 1801, 1805 y 1822. Ciudad Trujillo, Editora del Caribe, 1955, 371 pp.

Vol. II Rodríguez Demorizi, Emilio. La Era de Francia en Santo Domingo. Ciudad Trujillo, Editora del Caribe, 1955, 313 pp.

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. III Rodríguez Demorizi, Emilio. Relaciones do-minico-españolas, 1844-1859. Ciudad Trujillo, Editora Montalvo, 1955, 428 pp.

Vol. IV Rodríguez Demorizi, Emilio. Antecedentes de la Anexión a España. Ciudad Trujillo, Editora Mon-talvo, 1955, 463 pp.

Vol. V Incháustegui, Joaquín Marino. Documentos para estudio. Marco de la época del Tratado de Basilea de 1795 en la parte española de Santo Domingo. Tomo I. Buenos Aires, Artes Gráficas Bartolomé Chiasino, 1957, 401 pp.

Vol. VI Incháustegui, Joaquín Marino. Documentos para estudio. Marco de la época del Tratado de Basilea de 1795 en la parte española de Santo Domingo. Tomo II. Buenos Aires, Artes Gráficas Bartolomé Chiasino, 1957, 402 pp.

Vol. VII Utrera, Cipriano de. Para la Historia de Améri-ca. Ciudad Trujillo, Impresora Dominicana, Santo Domingo, 1959, 273 pp.

Vol. VIII Garrido, Víctor. Los Puello. Ciudad Trujillo, Edi-tora Montalvo, 1959, 234 pp.

Vol. IX Rodríguez Demorizi, Emilio. Salomé Ureña y el Instituto de Señoritas. Para la historia de la espiritualidad dominicana. Ciudad Trujillo, Im-presora Dominicana, 1960, 427 pp.

Vol. X Rodríguez Demorizi, Emilio. Informe de la Co-misión de Investigación de los Estados Unidos en Santo Domingo, 1871. Ciudad Trujillo, Editora Montalvo, Santo Domingo, 1960, 650 pp.

Vol. XI Garrido, Víctor. Política de Francia en Santo Do-mingo, 1844-1846. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1962, 154 pp.

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. XII Rodríguez Demorizi, Emilio. Próceres de la Res-tauración. Noticias biográficas. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1963, 355 pp.

Vol. XIII Troncoso Sánchez, Pedro. La Restauración y sus enlaces con la historia de Occidente. Santo Do-mingo, Editora Montalvo, 1963, 27 pp. (Edición del Centenario de la Restauración).

Vol. XIV Rodríguez Demorizi, Emilio. Elogio del Gobier-no de la Restauración. Santo Domingo, Editora Montalvo, 1963, 20 pp.

Vol. XV Rodríguez Demorizi, Emilio. Actos y doctrina del Gobierno de la Restauración. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1963, 460 pp.

Vol. XVI García Lluberes, Leonidas. Crítica histórica. San-to Domingo, Editora Montalvo. 1964, 465 pp.

Vol. XVII Rodríguez Demorizi, Emilio. Papeles de Pedro Francisco Bonó. Para la historia de las ideas políticas en Santo Domingo. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1964, 636 pp.

Vol. XVIII Rodríguez Demorizi, Emilio. Homenaje a Mella. (Centenario de la muerte de Matías Ramón Mella, 1864-1964). Santo Domingo, Editora del Caribe, 1964, 302 pp.

Vol. XIX Rodríguez Demorizi, Emilio. Baní y la novela de Billini. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1964, 320 pp.

Vol. XIX-bis Boyrie Moya, Emile de. La casa de Piedra de Ponce de León en Higüey. Santo Domingo, Edito-ra del Caribe, 1964, 32 pp.

Vol. XX Rodríguez Demorizi, Emilio. Riqueza mineral y agrícola de Santo Domingo. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1965, 438 pp.

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. XXI Rodríguez Demorizi, Emilio. Papeles de Buena-ventura Báez. Santo Domingo, Editora Montalvo, 1968, 562 pp.

Vol. XXII Larrazábal Blanco, Carlos. Familias dominica-nas. Letras A-B. Vol. I. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1967, 361 pp.

Vol. XXIII Rodríguez Demorizi, Emilio. Hojas de servicios del Ejército Dominicano, 1844-1865. Vol. I. San-to Domingo, Editora del Caribe, 1968, 448 pp.

Vol. XXIV Alfau Durán, Vetillo. Controversia histórica. Polémica de Santana. Santo Domingo, Editora Montalvo, 1968, 182 pp.

Vol. XXV Rodríguez Demorizi, Emilio. Santana y los poe-tas de su tiempo. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1969, 362 pp.

Vol. XXVI Larrazábal Blanco, Carlos. Familias dominica-nas. Letras C-Ch. Vol. II. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1969, 287 pp.

Vol. XXVII Rodríguez Demorizi, Emilio. Pedro Alejandrino Pina. Vida y escritos. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1970, 247 pp.

Vol. XXVIII García Lluberes, Alcides. Duarte y otros temas. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1971, 786 pp.

Vol. XXIX García, José Gabriel. Rasgos biográficos de do-minicanos célebres. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1971, 372 pp.

Vol. XXX Rodríguez Demorizi, Emilio. Los dominicos y las encomiendas de indios de la Isla Española. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1971, 400 pp.

Vol. XXXI Garrido, Víctor. Espigas históricas. Santo Do-mingo, Imprenta Arte y Cine, 1971, 354 pp.

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. XXXII Cabral, Tobías E. Índice de Clío y del Boletín del Archivo General de la Nación. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1971, 288 pp.

Vol. XXXIII Rodríguez Demorizi, Emilio. Santo Domingo y la Gran Colombia, Bolívar y Núñez de Cáceres. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1971, 219 pp.

Vol. XXXIV Utrera, Cipriano de. Polémica de Enriquillo. San-to Domingo, Editora del Caribe, 1973, 500 pp.

Vol. XXX Rodríguez Demorizi, Emilio. Sociedades, escue-las, gremios, cofradías y otras corporaciones dominicanas. Santo Domingo, Editora Educativa Dominicana, 1974, 267 pp.

Vol. XXXVI Rodríguez Demorizi, Emilio. Luperón y Hostos. Santo Domingo, Editora Taller, 1975, 50 pp.

Vol. XXXVII Larrazábal Blanco, Carlos. Familias domi nicanas. Letras D-E-F-G. Vol. III. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1975, 472 pp.

Vol. XXXVIII Alfau Durán, Vetilio. El Derecho de Patronato en República Dominicana. Santo Domingo, Editora Educativa Dominicana, 1975, 127 pp.

Vol. XXXIX Rodríguez Demorizi, Emilio. Necrología del Padre de la Patria. Santo Domingo, Editora Edu-cativa Dominicana, 1976, 20 pp.

Vol. XL Rodríguez Demorizi, Emilio. Hojas de servicios del Ejército Dominicano, 1844-1865. Vol. II. San-to Domingo, Editora del Caribe, 1976, 571 pp.

Vol. XLI Rodríguez Demorizi, Emilio. Ulises F. Espaillat y Benjamín Franklin. Santo Domingo, Editora Ta-ller, 1976, 24 pp.

Vol. XLII Rodríguez Demorizi, Emilio. En torno a Duarte. Santo Domingo, Editora Taller, 1976, 333 pp.

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. XLIII Rodríguez Demorizi, Emilio. Acerca de Francis-co del Rosario Sánchez. Santo Domingo, Editora Taller, 1976, 258 pp.

Vol. XLIV Utrera, Cipriano de. Los restos de Colón en Santo Domingo. Santo Domingo, Editora Taller, 1977, 390 pp.

Vol. XLV Moya Pons, Frank. Manual de historia domini-cana, 5ta. ed. Barcelona, Industrias Gráficas M. Pareja, 1977, 640 pp.

Vol. XLVI Larrazábal Blanco, Carlos. Familias dominica-nas. Letras H-L. Vol. IV. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1978, 288 pp.

Vol. XLVII Larrazábal Blanco, Carlos. Familias domini-canas. Letras M-N-Ñ. Vol. V. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1978, 370 pp.

Vol. XLVIII Rodríguez Demorizi, Emilio. Milicias de Santo Domingo, 1786-1821. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1978, 443 pp.

Vol. XLIX Campillo Pérez, Julio Genaro. Elecciones domini-canas, 2a ed. Santo Domingo, Editora Amigo del Hogar, 1978, 480 pp.

Vol. L Larrazábal Blanco, Carlos. Familias domini-canas. Letras O-PP. Vol. VI. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1978, 282 pp.

Vol. LI Larrazábal Blanco, Carlos. Familias dominicanas. Letras Q-R. Vol. VII. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1979, 248 pp.

Vol. LII Rodríguez Demorizi, Emilio. La Constitución de San Cristóbal, 1844-1854. Santo Domingo, Edi-tora del Caribe, 1980, 485 pp.

Vol. LIII Larrazábal Blanco, Carlos. Familias dominicanas. Letras S-T. Vol. VIII. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1980, 288 pp.

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. LIV Larrazábal Blanco, Carlos. Familias dominica-nas. Letras V-W-X-Y-Z. Vol. IX. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1980, 153 pp.

Vol. LV Rodríguez Demorizi, Emilio. Documentos para la historia de la República Dominicana. Vol. IV. Santo Domingo, Editora del Caribe, 1981, 389 pp.

Vol. LVI Rodríguez Demorizi, Emilio. Breve panegírico de Pedro Henríquez Ureña. Santo Domingo, Editora Taller, 1981, 11 pp.

Vol. LVI-bis Rodríguez Demorizi, Emilio. Santana y los poe-tas de su tiempo. 1a reimpresión. Santo Domingo, Editora Corripio, 1982, 363 pp.

Vol. LVII Rodríguez Demorizi, Emilio. Colón en la Espa-ñola. Itinerario y bibliografía. Santo Domingo, Editora Taller, 1984, 43 pp.

Vol. LVII -bis Polanco Brito, Hugo Eduardo (Comp.). Francisco Xavier Billini. Obras, I. Anales, cartas y otros es-critos. Santo Domingo, Editora Amigo del Hogar, 1987, 325 pp.

Vol. LVIII Polanco Brito, Hugo Eduardo (Comp.). Francisco Xavier Billini. Obras, II. Educativas y religiosas. Santo Domingo, Editora Amigo del Hogar, 1987, 280 pp.

Vol. LIX Polanco Brito, Hugo Eduardo (Comp.). Francis-co Xavier Billini. Obras, III. La Crónica 1882. Santo Domingo, Editora Amigo del Hogar, 1987, 335 pp.

Vol. LX-bis-1 Polanco Brito, Hugo Eduardo (Comp.). Francisco Xavier Billini. Obras, IV. La Crónica 1883. Santo Domingo, Editora Amigo del Hogar, 1987, 382 pp.

Vol. LX-bis-2 Polanco Brito, Hugo Eduardo. Traslado de los restos de los primeros mártires de Santiago en La

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Restauración (17 de abril de 1863) y del general José Antonio Salcedo (5 de noviembre de 1864) al Panteón Nacional del 17 al 19 de abril de 1988. Santo Domingo, Editoral Tiempo, 1988, 26 pp.

Vol. LXI Polanco Brito, Hugo Eduardo. Los escribanos en el Santo Domingo Colonial. Santo Domingo, Edi-toria Taller, 1989, 277 pp.

Vol. LXII Santiago, Pedro Julio, y Julio Genaro Campillo Pérez. El Primer Santiago de América. Santo Do-mingo, Editora Amigo del Hogar, 1997, 346 pp.

Vol. LXIII Campillo Pérez, Julio Genaro. Dr. Andrés López Medrano y su legado humanista. Santo Domingo, Editora Corripio, 1999, 376 pp.

Vol. LXIV Jimenes Hernández, José Antonio. Manuel Jime-nes. Prócer de la Independencia. Santo Domingo, Editora Corripio, 2001, 361 pp.

Vol. LXV Campillo Pérez, Julio Genaro. Emilio Noelting. Un químico dominicano que iluminó a Europa. Santo Domingo, Editora Corripio, 2001, 213 pp.

Vol. LXVI Abreu Cardet, José. Cuba y las Expediciones de Junio de 1959. Santo Domingo, Editora Manatí, 2002, 156 pp.

Vol. LXVII Abreu Cardet, José, Roberto Cassá Bernaldo de Quirós, José Chez Checo, Walter J. Cordero, Raymundo Manuel González de Peña, Jorge Iba-rra Cuesta y Neici M. Zeller, Homenaje a Emilio Cordero Michel. Santo Domingo, Centro Edito-rial, 2004, 247 pp.

Vol. LXVIII Yunén Zouain, Rafael Emilio. Pautas para in-vestigaciones de historia nacional dentro del contexto global. Santo Domingo. Editora Búho, 2005, 46 pp. (Coedición: Academia de Ciencias de la República Dominicana).

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. LXIX Saviñón Mendoza, Ramón Emilio. El peso oro dominicano: origen, evolución y de valuación a través de su historia. Santo Domingo, Editora Búho, 2005, 28 pp.

Vol. LXX Moya Pons, Frank. Los restos de Colón, Biblio-grafía. Santo Domingo, Editora Búho, 2006, 101 pp.

Vol. LXXI Hernández González, Manuel Vicente. La colo-nización de la frontera dominicana, 1680-1795. Santo Domingo, Editora Búho, 2006, 316 pp. (Coedición: Archivo General de la Nación).

Vol. LXXII Herrera Rodríguez, Rafael Darío. Montecristi. Entre campeches y bananos. Santo Domingo, Editora Búho, 2006, 174 pp.

Vol. LXXIII Sáez Ramo, José Luis. La expulsión de los jesuitas de Santo Domingo, 1766-1767. Santo Domingo, Editora Búho, 2006, 344 pp.

Vol. LXXIV Hoetink, Harry. Ensayos caribeños. Santo Do-mingo, Editora Búho, 2006, 121 pp.

Vol. LXXV Hernández González, Manuel Vicente. Expansión fundacional y desarrollo en el norte dominicano (1680-1795). El Cibao y Samaná. Santo Domin-go, Editora Búho, 2006, 337 pp. (Coedición: Archivo General de la Nación).

Vol. LXXVI Gil, Juan. Columbiana. Estudios sobre Cristó-bal Colón (1984-2006). Santo Domingo, Editora Búho, 2007, 641 pp.

Vol. LXXVII Balcácer, Juan Daniel (Editor). Ensayos sobre la Guerra Restauradora. Santo Domingo, Editora Búho, 2007, 370 pp. (Coedición: Archivo General de la Nación y la Comisión Permanente de Efe-mérides Patrias).

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. LXXVIII Avelino García, Francisco Antonio, Raymun-do González, José G. Guerrero, Santiago Castro Ventura, y Andrés L. Mateo. Eugenio María de Hostos en el 168° aniversario de su nacimiento. Santo Domingo, Editora Búho, 2007, 100 pp. (Coedición: Academia de Ciencias de la Repúbli-ca Dominicana).

Vol. LXXIX Moya Pons, Frank. El ciclón de San Zenón y la «Patria Nueva»: reconstrucción de una ciudad como reconstrucción nacional. Santo Domingo, Editora Búho, 2007, 65 pp.

Vol. LXXX Rodríguez Morel, Genaro. Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo XVII. Santo Domingo, Editora Búho, 2007, 444 pp. (Coedición: Archivo General de la Nación).

Vol. LXXXI Rodríguez Morel, Genaro. Cartas de la Real Au-diencia de Santo Domingo, 1530-1546. Santo Domingo, Editora Búho, 2007, 490 pp. (Coedi-ción: Archivo General de la Nación).

Vol. LXXXII Gutiérrez Escudero, Antonio. Santo Domingo Co-lonial: Estudios históricos. Siglos XVI al XVIII. Santo Domingo. Editora Búho, 2007, 351 pp.

Vol. LXXXIII González, Raymundo Manuel (Compilador). Documentos para la historia de la educación mo-derna en la República Dominicana, (1879-1894), Tomo I. Santo Domingo, Editora Búho, 2007, 616 pp. (Coedición: Archivo General de la Nación).

Vol. LXXXIV González, Raymundo Manuel (Compilador). Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894), Tomo II. Santo Domingo, Editora Búho, 2007, 512 pp. (Coedición: Archivo General de la Nación).

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403

Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. LXXXV Cassá, Constancio (Compilador). Escritos de Luis E. Alemar, 1918-1945. Santo Domingo, Editora Búho, 2009, 562 pp.

Vol. LXXXVI Silié, Rubén. Economía, esclavitud y población. Ensayo de interpretación histórica del Santo Do-mingo Español en el siglo XVIII. Santo Domingo, Editora Búho, 2009, 264 pp.

Vol. LXXXVII Guerrero Cano, María Magdalena. Sociedad, política e Iglesia en el Santo Domingo colonial, 1861-1865. Santo Domingo, Editora Búho, 2010, 628 pp.

Vol. LXXXVIII Moreta Castillo, Américo. La Real Audiencia de Santo Domingo, 1511-1799. La Justicia en Santo Domingo en la época colonial. Santo Domingo, Editora Búho, 2010, 221 pp.

Vol. LXXXIX Rosario Fernández, Reina C. (Compiladora). El exilio republicano español en la sociedad domi-nicana. (Memoria del Seminario Internacional celebrado en marzo de 2010). Santo Domingo, Editora Búho, 2010, 285 pp. (Coedición: Archivo General de la Nación y la Comisión Permanente de Efemérides Patrias).

Vol. XC Gómez Ochoa, Delio. Constanza, Maimón y Este-ro Hondo. La victoria de los caídos, 4ta. edición corregida y ampliada. Santo Domingo, Editora Collado, 2010, 304 pp.

Vol. XCI Mira Caballos, Esteban. La Española, epicentro del Caribe en el siglo XVI. Santo Domingo, Edi-tora Búho, 2010, 618 pp.

Vol. XCII Paulino Ramos, Alejandro (Compilador). El Pala-dión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura de Trujillo, Tomo I. Santo Domingo, Editora Alfa & Omega, 2010, 438 pp. (Coedición: Archivo General de la Nación).

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. XCIII Paulino Ramos, Alejandro (Compilador). El Pala-dión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura de Trujillo, Tomo II. Santo Domingo, Editora Alfa & Omega, 2010, 496 pp. (Coedición: Archivo General de la Nación).

Vol. XCIV Moya Pons, Frank (Coordinador). Historia de La República Dominicana. Madrid, España, Edicio-nes Doce Calles, S. L., 2010, 725 pp. (Coedición: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Colección Historia de las Antillas, Vol. II).

Vol. XCV Valle Llano, Antonio, S. J. La Compañía de Jesús en Santo Domingo durante el período hispánico, 2da. edición con correcciones del autor y notas adicionales de José Luis Sáez Ramo. Santo Do-mingo, Editora Búho, 2011, 433 pp.

Vol. XCVI Del Río Moreno, Justo L. Los inicios de la agri-cultura europea en el Nuevo Mundo 1492-1542, 2da. edición con correcciones del autor. Santo Domingo, Editora Búho, 2012, 708 pp.

Vol. XCVII Del Río Moreno, Justo L. Ganadería, plantacio-nes y comercio azucarero antillano. Siglos XVI y XVII. 2da. edición en español. Santo Domingo, Editora Búho, 2012, 648 pp.

Vol. XCVIII Pacini Hernández, Deborah. Bachata: historia social de un género musical dominicano. Santo Domingo, Editora Búho, 2012, 360 pp.

Vol. XCIX González Tejera, Natalia. Exiliados españoles en República Dominicana, 1939-1943: descripción y análisis socio-económico y demográfico. Santo Domingo, Editora Búho, 2012, 148 pp.

Vol. C Lora H., Quisqueya. Transición de la esclavitud al trabajo libre en Santo Domingo: el caso de Hi-güey (1822-1827). Santo Domingo, Editora Búho, 2012, 180 pp.

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. CI Herrera, César A. Anexión-Restauración. Parte I. Santo Domingo, Editora Búho, 2012, 388 pp. (Coedición: Archivo General de la Nación).

Vol. CII Herrera, César A. Anexión-Restauración. Parte II. Santo Domingo, Editora Búho, 2012, 400 pp. (Coedición: Archivo General de la Nación).

Vol. CIII Moya Pons, Frank y Rosario Flores Paz, editores. Los taínos en 1492. El debate demográfico. Santo Domingo, Editora Búho, 2013, 408 pp.

Vol. CIV Franks, Julie Cheryl. Transformando la propie-dad. La tenencia de tierras y los derechos políticos en la región azucarera dominicana, 1880-1930. Santo Domingo, Editora Búho, 2013, 260 pp.

Vol. CV Rodríguez Morel, Genaro (Coordinador). Histo-ria general del pueblo dominicano, vol. I. Santo Domingo, Editora Búho, 2013, 764 pp.

Vol. CVI Moya Pons, Frank. Bibliografía de la Historia Dominicana 1730-2010. Tomo I. Santo Domingo, Editora Búho, 2013, 896 pp.

Vol. CVII Moya Pons, Frank. Bibliografía de la Historia Dominicana 1730-2010. Tomo II. Santo Domin-go, Editora Búho, 2013, 848 pp.

Vol. CVIII Moya Pons, Frank. Bibliografía de la Historia Dominicana 1730-2010. Tomo III. Santo Domin-go, Editora Búho, 2013, 836 pp.

Vol. CIX Hoffnung-Garskof, Jesse. Historia de dos ciu-dades. Santo Domingo y Nueva York después de 1950. Santo Domingo, Editora Búho, 2013, 480 pp.

Vol. CX Vega, Bernardo. La derrota de Penn y Venables en Santo Domingo, 1655. Santo Domingo, Edito-ra Búho, 2013, 152 pp.

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406

Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. CXI Girona, Francisco C. Las fechorías del bandole-ro Trujillo. Santo Domingo, Editora Búho, 2013, 192 pp.

Vol. CXII García Muñiz, Humberto. De la Central Guánica al Central Romana. La South Porto Rico Sugar Company en Puerto Rico y la República Domini-cana, 1900-1921. Santo Domingo, Editora Búho, 2013, 600 pp.

Vol. CXIII Szulc, Tad. Diario de la Guerra de Abril de 1965. Santo Domingo, Editora Búho, 2014, 412 pp.

Vol. CXIV Álvarez Leal, Francisco. La República Dominicana [1888]. Territorio. Clima. Agricultura. Industria. Comercio. Inmigración y Anuario estadístico. San-to Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2014, 128 pp. (Coedición: Archivo General de la Nación).

Vol. CXV Vega, Bernardo (Editor). Correspondencia entre Ángel Morales y Sumner Welles. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2013, 688 pp. (Coedición: Archivo General de la Nación).

Vol. CXVI Vega, Bernardo, (Editor). Antiguas tarjetas pos-tales dominicanas de la colección de Miguel D. Mena. Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2014, 108 pp.

Vol. CXVII Wells, Allen. Un Sion tropical: el general Trujillo, Franklin Roosevelt y los judíos de Sosúa. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2014, 682 pp.

Vol. CXVIII Calder, Bruce J. El impacto de la intervención. La República Dominicana durante la ocupación norteamericana de 1916-1924. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2014, 560 pp.

Vol. CXIX Muto, Paul. La promesa ilusoria: La República Dominicana y el proceso de desarrollo económi-co, 1900-1930. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2014, 368 pp.

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. CXX Cassá, Roberto (Coordinador). Historia general del pueblo dominicano, vol. V. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2014, 884 pp.

Vol. CXXI Mira Caballos, Esteban. La gran armada coloni-zadora de Nicolás de Ovando, 1501-1502. Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2014, 463 pp.

Vol. CXXII Vega, Bernardo, et al. El Zemí de algodón taíno. Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2014, 228 pp.

Vol. CXXIII Ruiz del Árbol Cana, Antares. Hacer España en América, Guillermina Medrano Aranda (1912-2005). La pervivencia del magisterio republicano en el exilio americano. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2015, 668 pp.

Vol. CXXIV Ameringer, Charles D. La Legión del Caribe. Patriotas, políticos y mercenarios, 1946-1950. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2015, 264 pp.

Vol. CXXV Sáez Ramo, José Luis. Mons. Eliseo Pérez Sán-chez. Notas biográficas y documentos completos. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2015, 652 pp.

Vol. CXXVI Vega, Bernardo (Editor). Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2015, 726 pp.

Vol. CXXVII Academia Dominicana de la Historia. Los que ya no están. Miembros de Número de la Academia Dominicana de la Historia. In memoriam. Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2015, 172 pp.

Vol. CXXVIII Hidalgo, Dennis R. La primera inmigración de negros libertos norteamericanos y su asentamien-to en la Española. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2015, 246.

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. CXXIX Moreno, José A. El pueblo en armas. Santo Do-mingo, Editora Búho, S. R. L., 2015, 432 pp. (Coedición: Comisión Permanente de Efemérides Patria).

Vol. CXXX Draper, Theodore. La Revuelta de 1965. Un es-tudio de caso de la política estadounidense en la República Dominicana. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2016, 224 pp. (Coedición: Comi-sión Permanente de Efemérides Patria).

Vol. CXXXI Alfau Durán, Vetilio. Artículos recopilados sobre la Ocupación Norteamericana de 1916. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2016, 240 pp.

Vol. CXXXII Tejada, Adriano Miguel. La prensa y la guerra de abril de 1965. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2016, 210 pp.

Vol. CXXXIII Odena, Isidro. La intervención ilegal en Santo Domingo. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2016, 116 pp.

Vol. CXXXIV McKeever, Stuart A. El rapto de Galíndez y su importancia en las relaciones entre Washington y Trujillo. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2016, 556 pp.

Vol. CXXXV Febres-Cordero Carrillo, Francisco. Entre Estado y Nación: la Anexión y la Guerra de Restauración dominicana (1861-1865). Una visión del Caribe hispano en el siglo XIX. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2016, 208 pp.

Vol. CXXXVI Schomburgk, Robert Hermann, et al. Santo Do-mingo visto por cuatro viajeros, Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2016, 148 pp.

Vol. CXXXVII Derby, Lauren. La seducción del dictador, política e imaginación popular en la era de Trujillo, Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2016, 544 pp.

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. CXXXVIII Rodríguez Morel, Genaro (Coordinador). His-toria general del pueblo dominicano, vol. I, «Códice». Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2016, 498 pp. Patrocinado por Juan B. Vicini Lluberes.

Vol. CXXXIX Tippenhauer, Louis Gentil. La Isla de Haití. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2016, 916 pp.

Vol. CXL Moya Pons, Frank. El oro en la historia domini-cana. Santo Domingo, Amigos del Hogar, 2016, 468 pp. Patrocinado por Pueblo Viejo Dominica-na Corporation.

Vol. CXLI Bryan, Patrick. La transformación económica de la República Dominicana, 1870-1916. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2016, 336 pp. Patrocinado por la Refinería Dominicana de Pe-tróleo (REFIDOMSA).

Vol. CXLII Kurzman, Dan. Santo Domingo. La revuelta de los condenados. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2017, 334 pp. Patrocinado por la Refine-ría Dominicana de Petróleo (REFIDOMSA).

Vol. CXLIII García Arévalo, Manuel A. y Pou de García, Fran-cis. La caída de Horacio Vásquez y la irrupción de Trujillo en los informes diplomáticos españo-les de 1930. Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2017, 484 pp. Patrocinado por el Banco Popular Dominicano.

Vol. CXLIV Turist, Richard L. Cimientos del despotismo. Los campesinos, el régimen de Trujillo y la moderni-dad en la historia dominicana. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2017, 576 pp.

Vol. CXLV Del Río Moreno, Justo L. La Española y el Cari-be, 1501-1559. La recurrencia cíclica de las crisis en Santo Domingo y los procesos de expansión

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

territorial y económica. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2018, 584 pp.

Vol. CXLVI Veeser, Cyrus. La soberanía en jaque: Ulises Heureaux y la injerencia estadounidense, 1890-1908. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2018, 386 pp.

Vol. CXLVII Cassá, Roberto (Coordinador). Historia general del pueblo dominicano, tomo VI. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2018, 876 pp.

Vol. CXLVIII Dawes, Charles G., et al. Comisión Económi-ca Dominicana, 1929. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2018, 240 pp.

Vol. CXLIX González de Peña, Raymundo (Coordinador). Historia general del pueblo dominicano, tomo II. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2018, 892 pp.

Vol. CL Informes anuales. Receptoría Dominicana de Aduanas, 1907-1940 (edición digital). Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2019.

Vol. CLI Vega, Bernardo y Dennis R. Simó (compiladores). La ocupación militar estadounidense de 1916. Ensayos y documentos. Santo Domingo, Editora Búho, 2019, 548 pp. (Coedición: Sociedad Domi-nicana de Bibliófilos, Inc.).

Vol. CLII Chez Checo, José (Coordinador). Historia gene-ral del pueblo dominicano, tomo IV. Santo Do-mingo, Editora Búho, S. R. L., 2019, 644 pp.

Vol. CLIII Vega, Bernardo. La cuestión racial y el proyecto dominicano de anexión a Estados Unidos 1870, Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2019, 359 pp.

Page 411: CLÍO...CLÍO, Año 89, Núm. 200, Julio-Diciembre 2020, pp. 11-31 ISSN: 0009-9376 Determinantes de la urbanización en la República Dominicana, 1920-1990 Frank Moya Pons* RESUMEN

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Publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia

Vol. CLIV Cordero Michel, Emilio (Coordinador). Historia general del pueblo dominicano, tomo III. Santo Domingo, Editora Búho, S. R. L., 2019, 624 pp.

Vol. CLV Moya Pons, Frank. Breve historia monetaria de la República Dominicana, 1844-1948. Evolución de la deuda pública y formación del Banco Central. Santo Domingo, Academia Dominicana de la His-toria, 2020, 120 pp.

Vol. CLVI Sáez, S. J., José Luis. Las visitas pastorales de los arzobispos de Santo Domingo (1531-1953). Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2020, 344 pp.

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Esta edición del número 200 de la revista Clío, correspondiente al período Julio-Diciembre 2020, se imprimió en el mes de

diciembre de 2020 en los talleres gráficos de la Editora Búho, Santo Domingo, República Dominicana.

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