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DOCUMENTO CIENCIA, FE Y SOCIEDAD* Michael Polanyí** Publicado originalmente en 1946, este ensayo fue acogido de inmediato co- mo un particular y controvertido aporte a la filosofía de la ciencia. Para el autor, la ciencia es bastante más que el solo empleo del llamado método cien- tífico. Su verdadera naturaleza se ajusta más a la de una comunidad espiri- tual, a la de un cuerpo de tradiciones adquiridas y legadas o a la de una dis- ciplina autoimpuesta en favor de la búsqueda de verdades objetivas e imper- sonales. En estos rasgos radica la vulnerabilidad del quehacer científico, pero también su más poderosa fuente de energías. Dividido en tres grandes capítulos, el trabajo analiza en el primero el tema de ciencia y realidad; el segundo está dedicado al tema de la autoridad y an- ticipa una original analogía entre ciencia, derecho y protestantismo; la últi- ma parte se hace cargo de los asuntos de la libertad en el plano científico, con especial énfasis en sus alcances morales y políticos. ' I Ciencia y Realidad 1 ¿Cual es la naturaleza de la ciencia? Dada una cantidad de experiencia, ¿pueden derivarse de ella proposiciones cien- tíficas mediante la aplicación de algunas reglas explícitas de procedimiento? En favor de la simplicidad, limitémonos a las ciencias exactas y asumamos debidamente que toda expe- riencia relevante se nos entrega en forma de medido- * Traducido del libro Science, Faith and Society (The University of Chicago Press. Chicago, cuarta edición, 1970, USA). Se publica con la debida autorización. ** Michael Polanyi es químico-físico y dentista social. Desde 1944 pertenece a la Real Sociedad de Ciencias de Inglaterra. Ha dictado clases en las universidades de Oxford, Chicago y Manchester. Entre sus obras se cuentan The Logic of Liberty, Personal Knowledge y The Study of Man.

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CIENCIA, FE Y SOCIEDAD*

Michael Polanyí**

Publicado originalmente en 1946, este ensayo fue acogido de inmediato co-mo un particular y controvertido aporte a la filosofía de la ciencia. Para elautor, la ciencia es bastante más que el solo empleo del llamado método cien-tífico. Su verdadera naturaleza se ajusta más a la de una comunidad espiri-tual, a la de un cuerpo de tradiciones adquiridas y legadas o a la de una dis-ciplina autoimpuesta en favor de la búsqueda de verdades objetivas e imper-sonales. En estos rasgos radica la vulnerabilidad del quehacer científico,pero también su más poderosa fuente de energías.Dividido en tres grandes capítulos, el trabajo analiza en el primero el temade ciencia y realidad; el segundo está dedicado al tema de la autoridad y an-ticipa una original analogía entre ciencia, derecho y protestantismo; la últi-ma parte se hace cargo de los asuntos de la libertad en el plano científico,con especial énfasis en sus alcances morales y políticos.

• 'I Ciencia y Realidad

1 ¿Cual es la naturaleza de la ciencia? Dada una cantidadde experiencia, ¿pueden derivarse de ella proposiciones cien-tíficas mediante la aplicación de algunas reglas explícitas deprocedimiento? En favor de la simplicidad, limitémonos alas ciencias exactas y asumamos debidamente que toda expe-

riencia relevante se nos entrega en forma de medido-

* Traducido del libro Science, Faith and Society (The University ofChicago Press. Chicago, cuarta edición, 1970, USA). Se publica con ladebida autorización.

** Michael Polanyi es químico-físico y dentista social. Desde 1944pertenece a la Real Sociedad de Ciencias de Inglaterra. Ha dictadoclases en las universidades de Oxford, Chicago y Manchester. Entresus obras se cuentan The Logic of Liberty, Personal Knowledge y TheStudy of Man.

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nes numéricas; de modo que encaramos una lista de cifrasque representan posiciones, marcas, tiempos, velocidades,longitudes de onda, etc., de las que habremos de derivar algu-na ley matemática de la naturaleza. ¿Podríamos realizarlomediante la aplicación de operaciones determinadas? No,ciertamente. Por el bien de nuestro razonamiento admita-mos que podríamos de algún modo descubrir cuáles de estascifras podrían ser puestas en relación para que un grupo de-termine al otro; estaría disponible una cantidad infinita defunciones matemáticas para la representación del primeroen términos del segundo. Hay muchas formas de series ma-temáticas —como series de potencias, series armónicas,etc.—, cada una de las cuales puede ser aplicada en una va-riedad infinita de modos a fin de aproximar la relación exis-tente entre cualquier serie dada de datos numéricos en cual-quier grado que se desee. Hasta el momento todavía no se haestablecido una regla determinada mediante la cual puedaidentificarse una función matemática en particular como laque expresa una ley natural de entre el infinito número deaquellas que se ofrecen a sí mismas como opción. Es verdadque cada una del infinito número de funciones disponiblesconducirá, en términos generales, hacia un pronóstico dife-rente cuando se la aplique a nuevas observaciones, pero ellono provee una prueba de lo indispensable para proceder auna selección entre ellas. Si escogemos aquellas que pronosti-can acertadamente, todavía tendremos un número infinitoentre manos. En el hecho, la situación sólo cambia mediantela suma de algunos nuevos datos —específicamente, los da-tos 'pronosticados'— aquellos de los que partimos inicial-mente. No nos hemos aproximado gran cosa a la seleccióndefinitiva de cualquier función en particular de entre el infi-nito número disponible.

Ahora bien, no estoy sugiriendo que sea imposible des-cubrir leyes naturales; sugiero sólo que ello no se hace, y nopuede ser hecho, mediante la aplicación de alguna opera-ción explícitamente conocida a la evidencia dada por las me-diciones. Y con el fin de acercar un poco más mi argumentoa la experiencia real de la ciencia, procederé a reformularlocomo sigue. Preguntamos: ¿Podría una función matemáticaque vincule entre sí datos instrumentales observables consti-tuir alguna vez lo que acostumbramos considerar ley natu-ral en la ciencia? Por ejemplo, si fuéramos a enunciar nues-tro conocimiento concerniente a la órbita de un planeta en es-tos términos: "Que al enfocar ciertos telescopios en ciertosángulos por cierto tiempo, podrá observarse un disco lumino-so de regular tamaño; ¿expresa eso apropiadamente unaley natural de movimiento planetario? No: resulta obvio quetal predicción no es equivalente de una proposición concer-niente al movimiento planetario. En primer lugar, porque

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en términos generales estaremos afirmando demasiado yporque nuestro pronóstico a menudo probará ser falso, a pe-sar de que la proposición subyacente sobre movimiento plane-tario fue correcta: pues una nube puede tornar al planetainvisible para el ojo, o porque puede ceder el suelo bajo el ob-servatorio, o porque algún otro de los ciento un posibles erro-res u obstáculos puede falsear la observación o tornarla im-practicable. En segundo lugar, podríamos estar afirmandodemasiado poco, ya que la presencia de un planeta en deter-

minados puntos del espacio —como postula su ley del movi-miento— puede manifestarse en una infinita variedad demodos, la mayoría de los cuales jamás podrían ser explícita-mente pronosticados, aun por el solo hecho de su cantidad.A esto se agrega que muchos de esos modos resultan inconce-bibles en el momento actual por el mero hecho de que po-drían emanar de propiedades todavía desconocidas de la ma-teria o de un sinnúmero de otros factores aún desconocidosen la actualidad, aunque inherentes a nuestro sistema.

En el hecho, en las dos representaciones antecedentesde la ciencia falta una característica esencial que tal vez pue-da ponerse de manifiesto del modo más apropiado recurrien-do a todavía una tercera imagen de la ciencia. Supongamosque durante la noche somos despertados por el ruido caracte-rístico de una búsqueda desordenada —o por un simple ru-mor— en un cuarto vecino desocupado. ¿Será el viento? ¿Unladrón? ¿Una rata? ... Intentamos adivinar. ¿Fue ésa una pi-sada? ¡Entonces se trata de un ladrón! Convencidos, cobra-mos valor y procedemos a verificar nuestra sospecha.

Aquí tenemos algunas de las características del descu-brimiento científico que habíamos echado de menos anterior-mente. La teoría del ladrón —que representa nuestro descu-brimiento— no involucra ninguna relación definida de datosobservables a partir de la que podrían pronosticarse definiti-vamente postreras nuevas observaciones. Es congruente conun número indefinido de posibles observaciones futuras. Sinembargo, la teoría del ladrón es sustancial y lo suficiente-mente definida; podría incluso ser posible de probar másallá de cualquier duda razonable en una corte de justicia. Nohay nada de extraño en esto a la luz del sentido común: me-ramente deja en claro que se supone que el ladrón es una en-tidad real: un ladrón de verdad. De modo que incluso podría-mos invertir esto diciendo que la ciencia asume algo realcada vez que sus proposiciones semejan la teoría del ladrón.En este sentido puede decirse que una afirmación concer-niente a la órbita de un planeta es una proposición concer-niente a algo real, quedando abierta a una verificación no só-lo mediante observaciones definidas, sino también a travésde algunas observaciones todavía del todo indefinidas. A me-nudo sabemos de teorías científicas que son confirmadas por

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observaciones posteriores de un modo calificado como muysorprendente y audaz. La hazaña de Max v. Laue (1912) deconfirmar conjuntamente a través de la difracción de rayosX en cristales tanto la naturaleza ondular de los rayos X co-mo la estructura reticulada de los cristales, es a menudo ala-bada como una sorprendente proeza del genio humano. Apa-rece como parte de la esencia de las proposiciones científicasque éstas sean capaces de engendrar frutos tan inesperadosy alejados en el tiempo; y podemos concluir, por lo tanto, quetambién es parte de su esencia que conciernan a la realidad.

Una segunda característica significativa del descubri-miento del ladrón, estrechamente vinculada con lo que aca-ba de decirse, es el modo cómo se realiza. Se perciben ruidosextraños; siguen especulaciones en torno del viento, de ratasy ladrones y finalmente se advierte otra clave, que es tomadacomo decisiva para formular la teoría del ladrón. Vemosaquí un esfuerzo consecuente por adivinar, y por adivinaracertadamente. El proceso se inicia en el preciso instantecuando, al percibir ciertas impresiones que se sienten inu-suales y sugestivas, se presenta a la mente un llamado'problema'; prosigue con la reunión de claves, con la mirapuesta en una línea definida para resolver el problema; y cul-mina con la adivinación de una solución definida.

Existe, sin embargo, una diferencia entre la soluciónpropuesta por la teoría del ladrón y la ofrecida por una nue-va proposición científica. La primera escoge para su solu-ción un elemento conocido de la realidad —es decir, ladro-nes— y la segunda a menudo postula uno totalmente nuevo.El vasto crecimiento de la ciencia en los últimos trescientosaños es prueba contundente que constantemente se sumannuevos aspectos de la realidad de los ya conocidos. ¿Con quéfundamento podemos adivinar la presencia de una verdade-ra relación entre datos observados, si su existencia nunca an-tes ha sido conocida?

Debemos retornar al proceso mediante el cual habitual-mente comenzamos por establecer la realidad de ciertas co-sas en torno nuestro. Nuestra principal clave para la reali-dad de un objeto es que posea un esbozo coherente. Es méritode la sicología de la Guestalt habernos hecho tomar concien-cia del extraordinario rendimiento presente en la percepciónde las formas. Tomemos, por ejemplo, una pelota o un hue-vo; podemos ver su forma de un golpe. Pero supongamos queen lugar de la impresión causada en nuestro ojo por un agre-gado de puntos blancos que conforman la superficie de unhuevo, se nos presentara otro arreglo de esos puntos, lógica-mente equivalente, de acuerdo con una lista de sus valorescoordenados espaciales. Tomaría años de trabajo descubrirla forma inherente a este agregado de cifras, suponiendo quepueda adivinarse en absoluto. La percepción del nuevo a par-

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tir de la lista de valores coordenados en efecto, sería una ha-zaña intelectual similar en naturaleza y medida al descubri-miento del sistema de Copérnico. Podemos afirmar, en con-secuencia, que la capacidad de los científicos para adivinarla presencia de formas en cuanto rasgos característicos de larealidad, difiere de la capacidad de nuestra percepción ordi-naria sólo porque puede integrar formas que le son presenta-das en términos que la percepción de las personas corrientesno puede manejar. La intuición del científico puede integrardatos vastamente dispersos, camuflados por diversas cone-xiones irrelevantes, y puede efectivamente escoger tales da-tos mediante experimentos guiados por un débil vaticinio delas posibilidades que se encuentran por delante. Esas percep-ciones pueden ser erróneas; tal como la forma de un cuerpocamuflado puede ser erróneamente percibida en la vida coti-diana. Aquí me ocupo únicamente de mostrar que algunosde los rasgos característicos de las proposiciones científicasexcluyen la posibilidad de derivarlas mediante operacionesdefinidas aplicadas a observaciones primarias; y de demos-trar que el proceso de su descubrimiento debe implicar unapercepción intuitiva de la verdadera estructura de los fenó-menos naturales. En el resto de este trabajo examinaré toda-vía más en profundidad esta posición, subrayando (en la Sec-ción V) también la necesidad de ampliarla en algunos impor-tantes aspectos.

2 ¿Sin embargo, no parece acaso que nuestra experienciacotidiana nos obliga con la fuerza de la necesidad lógica aaceptar como verdaderas ciertas leyes naturales? Generaliza-ciones tales como 'todos los hombres deben morir' y 'el solnos entrega la luz de cada día', parecen derivar de una expe-riencia carente de toda intervención de una facultad intuiti-va de parte de nosotros mismos en cuanto observadores. Peroello solamente demuestra que nos inclinamos por conside-rar como inescapables nuestras propias convicciones. Puesestas generalizaciones son a menudo negadas por los pue-blos primitivos. Dichos pueblos creen a firme que ningúnhombre muere jamás, salvo como víctima de maleficio, y al-gunos de ellos también creen que el sol se devuelve hacia eleste durante la noche sin despedir luz alguna en su curso.Su negación de la muerte natural es parte de su creencia ge-neral en orden a que los eventos que resultan dañinos parael hombre nunca son naturales, sino siempre resultado demagia practicada por alguna persona malévola. En esta in-terpretación mágica de la experiencia contemplamos cómoalgunas causas que para nosotros son claras y evidentes (co-mo el hundimiento de un cráneo mediante el uso de una pie-dra) son consideradas meramente incidentales y aun irrele-vantes para el hecho, mientras ciertos incidentes remotos

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(como el vuelo repentino de un ave poco común), que para no-sotros obviamente no surten efecto alguno, son consideradossus causas efectivas.

Los pueblos primitivos que sostienen estos puntos de vis-ta mágicos son de inteligencia normal. Sin embargo, no sóloconsideran sus puntos de vista totalmente congruentes conla experiencia cotidiana, sino los reafirmarán con vehemen-cia frente a cualquier intento por parte de los europeos de re-futarlos mediante la referencia a tal experiencia. Pues lostérminos de interpretación que derivamos de nuestra intui-ción de la naturaleza fundamental de la realidad exterior nopueden ser prontamente probados como inadecuados me-diante la exhibición de cualquier nuevo elemento de experien-cia.

Nos hallaríamos, así, en peligro del extremo opuesto,es decir, de perder de vista cualquier diferencia entre las afir-maciones encontradas de las interpretaciones mágicas y na-turalistas de los hechos. Ahora bien, es cierto que en la teo-ría mágica primitiva halla expresión una verdad poética quesolemos encontrar en nuestras obras de ficción. Si en una no-vela un hombre perece a causa de un accidente, el hecho de-be tener alguna justificación humana; la cuestión del Puen-te de San Luis Rey nunca puede ser dejada de lado en unaobra de arte. La visión naturalista de la muerte de un hom-bre, digamos por un accidente ferroviario, priva al destinohumano de parte de su adecuado significado; tiende a redu-cirlo a 'un cuento narrado por un idiota, no significando na-da'. Pero al mismo tiempo la visión naturalista nos abre unaperspectiva tan noble del orden natural de las cosas, que esinaccesible a la visión mágica, y establece relaciones tantomás decentes y responsables entre los seres humanos, queno debemos titubear en aceptarla como la más veraz de am-bas.

Un conflicto de competencia semejante se manifiesta alcontrastar los puntos de vista medieval y científico. Suele pa-sarse por alto que la filosofía católica medieval estuvo en uncomienzo inserta en un mundo imbuido de racionalismocientífico. San Agustín, quien por encima de todo construyólos cimientos de la filosofía católica, da amplio testimonio ensus Confesiones de su profundo interés por las ciencias, pre-vio a su conversión. Pero en la medida que se aproximaba ala conversión llegó a considerar todo conocimiento científicocomo infecundo y su búsqueda como inconducente. La bata-lla que se libró alrededor del año 380 en la mente de SanAgustín fue ganada por su ferviente deseo de una certidum-bre de Dios, que sentía amenazada por el orgullo intelectualde hombres interesados en la cadena de las segundas cau-sas. 'No estás cerca, Señor', escribió, 'sino de la contriciónque reina en el corazón, no está cerca del arte generado por

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los orgullosos, no, aunque con curiosa habilidad pudieranellos enumerar las estrellas y las arenas, y medir los cielosestrellados, y seguir el curso de los planetas' (Confesiones,Libro V, p. 3).

Mil cien años después vemos roto el conjuro de SanAgustín por un cambio gradual en el equilibrio de los deseosmentales. El espíritu secular, crítico, extrovertido, raciona-lista, se difundió hacia muchos otros campos antes de reani-mar el estudio científico de la naturaleza. La ciencia fue unhijo tardío del Renacimiento; en efecto, en los tiempos de losdescubrimientos de Copérnico y Vesalio, el Renacimiento yahabía pasado por su instante culmine y caía bajo la sombrade la Contrarreforma. Tanto Copérnico como Vesalio descu-brieron nuevos hechos porque soslayaron a la autoridad esta-blecida, y no al revés. Copérnico se vio afectado por el nuevoespíritu mientras estudiaba derecho canónico en universida-des italianas alrededor del año 1500. Regresó a casa desdeItalia, donde las llamadas teorías pitagóricas eran discuti-das abiertamente con un fuerte e irrevocable dominio de la vi-sión heliocéntrica.1 Cuando Vesalio examinó por primeravez el corazón humano y no halló el canal a través del sep-tum que postulaba Galeno, supuso que éste era invisible alojo; pero algunos años más tarde, con su fe en la autoridadbastante conmocionada, declaró espectacularmente que di-cho canal no existe.

Y pienso que actualmente podemos percibir cómo elpéndulo de las necesidades mentales se inclina una vezmás. La ciencia ya no es tan enfática en materia de pasarpor alto hasta qué punto sus generalizaciones hacen sentidocuando se las proyecta sobre el mundo como un todo. Es du-doso si los científicos contemporáneos aceptarían sin mur-murar, como todavía acontecía a fines del siglo pasado, unavisión como la de Laplace y Poincaré acerca de la naturalezadel universo. Poincaré había mostrado que de la teoría mecá-nica de Laplace se desprendía que cada fase de la configura-ción atómica debe seguir ocurriendo cíclicamente hasta el in-finito y que cualquier configuración concebible (de la mismaenergía total) sigue ocurriendo de igual forma, de modo quesi algún día revisitáramos nuestro universo podríamos te-ner la posibilidad de vernos una vez más recorriendo el cami-

1 Agnes M. Clarke, Enc. Brit. 14 Ed., Vol. VI, p. 400. E. A. Burtt en TheMetaphysical Foundations of Modern Science deja particularmenteen claro que desde el punto de vista empírico no podía decirse nada enfavor de la visión copernicana al momento de la difusión. "Los empíri-cos contemporáneos", señala en la p. 25, "de haber vivido en el sigloXVI, habrían sido los primeros en expulsar de la corte a la nueva filoso-fía del universo".

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no de la vida, pero esta vez en la dirección inversa, comen-zando por una resurrección de nuestros cuerpos muertos,para concluir nuestras vidas como bebés y ser eventualmen-te absorbidos por el vientre materno. Actualmente, pienso,conclusiones tan manifiestamente absurdas serían seria-mente enrostradas a un sistema científico que aventuraraplantearlas. En efecto, el moderno estudio de la cosmogoníana implicado —como destacó Sir Edmund Whittaker en susConferencias de Riddell del año 1944— una renovación del in-terés por el universo como un solo y vasto todo. Más aun, des-de el advenimiento de la relatividad, los científicos se hanconvencido gradualmente de que las leyes naturales puedenser descubiertas mediante una eliminación sistemática desupuestos injustificados en nuestro modo de pensar, y elloha fortalecido nuestro sentido de racionalidad del universo.

Concluimos que la experiencia objetiva no puede forzaruna decisión entre la interpretación mágica y la naturalistade la vida cotidiana o entre la interpretación científica y lateología de la naturaleza; puede favorecer a una u otra, perola decisión sólo puede ser hallada mediante un proceso arbi-tral en el cual formas alternativas de satisfacción mental se-rán colocadas en la balanza. Los fundamentos de tales deci-siones serán indagados en la tercera parte de mi trabajo.Ahora retorno al análisis de la ciencia.

3 Suele sobreestimarse la parte juzgada por las nuevas ob-servaciones y experimentos en el proceso del descubrimientocientífico. La concepción popular del científico que reúne pa-cientemente sus datos de observación sin estar prejuiciadopor ninguna teoría, hasta que finalmente triunfa al estable-cer una gran nueva generalización, es bastante falsa. 'Laciencia avanza de dos modos', señala Jeans, 'por el descubri-miento de nuevos hechos, y por el descubrimiento de meca-nismos o sistemas que dan cuenta de los hechos ya conoci-dos. Los hitos sobresalientes en el progreso de la ciencia hansido todos del segundo tipo'. Como ejemplos cita los trabajosde Copérnico, Newton, Darwin y Einstein. Nosotros podría-mos agregar la teoría atómica de la combinación química deDalton, la teoría ondular de la materia de De Broglie, la me-cánica cuántica de Heisenberg y Schrödinger, la teoría delelectrón y del positrón de Dirac. En cierto número de estosdescubrimientos estuvieron implicadas predicciones de má-xima importancia, que salieron a luz muchas veces sóloaños después de la realización del descubrimiento. Todo esteconocimiento de la naturaleza fue adquirido meramente porla reconsideración de fenómenos conocidos en nuevo contex-to, percibido como más racional y más real.

Los supuestos que encauzaron estos descubrimientosfueron las premisas de la ciencia, es decir, las conjeturas

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fundamentales de la ciencia respecto de la naturaleza de lascosas. No examinaré en detalle esas premisas y sólo señala-ré que los grandes descubrimientos logrados por la mera re-consideración de fenómenos conocidos son una sorprendenteilustración de la presencia de esas premisas y una señal desu corrección.

Siguiendo todavía otra errónea concepción vastamentedifundida, se objetará que a pesar de que los científicos oca-sionalmente avanzan previo a su comprobación supuestosque les parecen plausibles a priori, los emplean únicamentecomo 'hipótesis de trabajo', estando dispuestos a abandonar-los inmediatamente frente a pruebas empíricas en contra-rio. Esto, sin embargo, o carece de significado o es falso. Sisignifica que una proposición científica es abandonada cadavez que alguna nueva observación es aceptada como pruebaen su contra, entonces, por supuesto, la aseveración es tauto-lógica. Si sugiere que cualquier nueva observación que con-tradice formalmente una proposición conduce a su abando-no, es falso con la misma obviedad. El sistema periódico delos elementos se ve formalmente contradicho por el hecho deque el argón y el potasio, al igual que el telurio y el yodo, cal-zan sólo en una secuencia de pesos atómicos decreciente enlugar de creciente. Esta contradicción, sin embargo, no con-dujo en momento alguno al abandono del sistema. La teoríacuántica de la luz fue propuesta por primera vez por Eins-tein —y subsecuentemente mantenida por espacio de veinteaños— a pesar de su agudo conflicto con las pruebas relati-vas a la difracción óptica.

Esta postura es perfectamente esperable sobre la basede los motivos de nuestro análisis introductorio. Allí estable-cimos que las proposiciones científicas no se refieren en defi-nitiva a cualquier hecho observable, sino operan como afir-maciones acerca de la presencia de un ladrón en el cuarto deal lado, describiendo algo real que puede manifestarse a símismo de muchos modos indefinidos. Hemos visto que portanto no existen reglas explícitas mediante las cuales puedaobtener una proposición científica a partir de datos de obser-vación, y por tanto debemos aceptar que no pueden haber re-glas explícitas para decidir acaso abandonar o sostener cual-quier proposición científica frente a cualquier nueva observa-ción en particular. El papel de la observación es suministrarclaves para la comprensión de la realidad: ese es el procesoque subyace al descubrimiento científico. La comprensión dela realidad fue así adquiriendo formas que a su vez se convir-tieron en claves para observaciones futuras: ese es el procesoque subyace a la verificación. En ambos procesos se halla im-plicada una intuición de la relación entre observación y reali-dad: una facultad que puede extenderse por sobre todos losgrados de la sagacidad, desde el nivel más elevado, presente

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en las inspiradas conjeturas del genio científico, hasta el mí-nimo requerido para la percepción ordinaria. La verifi-cación, si bien habitualmente más sujeta a reglas que eldescubrimiento, descansa ulteriormente sobre facultadesmentales que van más allá de la aplicación de cualquier re-gla definida.

Tal conclusión podrá parecer menos extraña si conside-ramos las fases a través de las cuales son habitualmente lla-madas a la existencia las proposiciones científicas. En eltranscurso de cualquier investigación experimental simple,el estímulo mutuo entre intuición y observación se suscitaconstantemente, adquiriendo las más variadas formas. Lamayor parte del tiempo es gastada en esfuerzos infructuo-sos, sostenidos por una fascinación que sobrellevará golpetras golpe durante infinitos meses, produciendo cada veznuevos estallidos de esperanza, cada uno tan rozagantecomo aquel ilustrado la semana o mes anterior. Las formasvagas de la supuesta verdad repentinamente adquieren losprecisos contornos de la certidumbre, sólo para volver a disol-verse a la luz de segundos pensamientos o de nuevas observa-ciones experimentales. Sin embargo, de tiempo en tiempociertas visiones de la verdad, recién aparecidas, continúanganando fuerzas, tanto gracias a mayor reflexión como apruebas adicionales. Estas son las conclusiones que podríanser aceptadas como finales por el investigador y por las cua-les podría asumir pública responsabilidad mediante su publi-cación escrita. Este es el modo como generalmente llegan aexistir las proposiciones científicas.

La certidumbre de tales proposiciones puede por lo tan-to diferir sólo en intensidad de aquella de resultados preli-minares previos, muchos de los cuales habían parecido defi-nitivos en un comienzo y que más tarde mostraron ser sólopreliminares. Lo cual no quiere decir que siempre debemospermanecer en estado de duda, sino sólo que nuestra deci-sión de qué aceptar como finalmente establecido no puede de-rivarse enteramente de cualquier regla explícita, sino debeser adoptada a la luz de nuestro propio juicio personal res-pecte de las pruebas.

Tampoco quiero decir que no existan reglas para guiarla verificación, sino solamente que no hay ninguna en lacual se pueda confiar en última instancia. Tomemos lasreglas más importantes de la verificación experimental: re-productibilidaa de resultados, acuerdo entre conclusioneselaboradas mediante métodos independientes y diferentes;cumplimiento de pronósticos. Estos son criterios poderosos;pero yo podría entregarles ejemplos en que todos fueron cum-plidos y aun así la afirmación que parecían confirmar mástarde resultó falsa. La más sorprendente coincidencia conun experimento puede ocasionalmente revelarse después co-

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mo una mera coincidencia, como acaeció en estos casos.Una coincidencia o acuerdo con el experimento siempre deja-rá, por lo tanto, un grado concebible de duda en relación conla verdad de una proposición, y es cosa del científico juzgaracaso desea dejar de lado esa duda por irracional o no.

Consideraciones similares se aplican, desde luego, alas reglas de refutación aceptadas. Es suficientemente ciertoque el científico debe estar preparado para someterse en cual-quier momento al veredicto adverso de las pruebas empí-ricas. Pero no a ciegas. Eso es lo que he ilustrado con losejemplos del sistema periódico y la teoría cuántica de la luz,ambas sostenidas a pesar de las pruebas en contra. Siempreexiste la posibilidad de que, como en estos casos, una desvia-ción pueda no afectar la corrección esencial de una proposi-ción. El ejemplo del sistema periódico y de la teoría cuánticade la luz muestra cómo las objeciones planteadas por la con-tradicción de una teoría pueden eventualmente ser enfrenta-das no abandonándola, sino más bien llevándola un pasomás adelante: cualquier excepción a una regla puede así po-siblemente involucrar no su refutación, sino su elucidacióny, por tanto, la confirmación de su significado más profun-do.

El proceso de despejar las desviaciones es en efecto bas-tante indispensable para la rutina habitual de la inves-tigación. En mi laboratorio veo las leyes de la naturalezaformalmente refutadas cada hora, pero disculpo esto con elsupuesto de un error experimental. Sé que un día cualquieraesto puede llevarme a dejar de lado un fenómeno fundamen-talmente nuevo y así pasar por alto un gran descubrimiento.Cosas así han ocurrido a menudo en la historia de la cien-cia. Pero igual seguiré disculpando mis resultados curiososcon explicaciones, pues si cada anomalía observada en mi la-boratorio fuera tomada en su valor nominal, la investigacióndegeneraría instantáneamente en una persecución quiméri-ca de novedades fundamentales imaginarias.

Podremos concluir que así como en la ciencia naturalno hay prueba de una proposición que no pueda concebible-mente resultar incompleta, así tampoco existe refutaciónque no pueda concebiblemente resultar infundada. Se requie-re de una medida de juicio personal al decidir —como debehacerlo eventualmente todo científico— qué peso asignar acualquier conjunto particular de pruebas en consideración ala validez de una proposición en particular.

4 Las proposiciones de la ciencia parecen así inscribirseen la naturaleza de las conjeturas. Están fundadas sobre lossupuestos de la ciencia concernientes a la estructura del uni-verso y sobre las pruebas empíricas recogidas con los méto-dos de la ciencia. Están sujetas a un proceso de verificación

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a la luz de nuevas observaciones acordes con las reglas de laciencia; pero su carácter conjetural les sigue siendo inhe-rente.

Como estoy convencido de que hay gran verdad en laciencia, no considero sus conjeturas como infundadas. Per-mítaseme, por lo tanto, resumir mi revisión de ese trabajoconjetural y ver cuál método puede descubrirse en sus opera-ciones, si hay alguno para ser descubierto.

En la ciencia, el proceso de adivinación comienza cuan-do el novicio se siente por primera vez atraído por ella, paraenseguida ser atraído hacia una determinada área de proble-mas. Este trabajo de conjetura implica la evaluación de laspropias habilidades del p la joven, todavía no reveladas en sumayoría, y de un material científico, aún no reunido o no ob-servado, al cual podrá más tarde aplicar exitosamente suscapacidades. Involucra la percepción misma de talentosocultos, así como de hechos ocultos en la naturaleza, de cuyacombinación surgirán algún día aquellas ideas que lo lleva-rán al descubrimiento. Es característico del proceso de conje-tura científica que puede adivinar, como en este caso, los di-versos elementos consecutivos de una secuencia coherente, apesar de que cada paso conjeturado en su tiempo puede justi-ficarse sólo con el éxito de los pasos posteriores pero todavíano avizorados, con los cuales eventualmente se combinaráen pos de la solución final. Esto queda particularmente claroen el caso de un descubrimiento matemático que consiste detoda una nueva cadena de argumentos. En su libro, How toSolve it, G. Polya ha comparado tal descubrimiento con un ar-co, en el cual cada piedra depende para su estabilidad de lapresencia de las restantes, y ha subrayado la paradoja quelas piedras son en el hecho colocadas una por una. La se-cuencia de operaciones que conduce a la síntesis química deun cuerpo desconocido se inscribe en esta misma categoría;pues a menos que se alcance el éxito final, todo el trabajo es-tá perdido totalmente o al menos mayoritariamente. Con elfin de adivinar una serie de tales pasos, deberá recibirse encada paso una sugerencia de estar acercándose a la solu-ción. Debe haber predicción suficiente de la solución comple-ta para guiar a la conjetura con razonable probabilidad ha-cia la opción acertada en cada paso consecutivo. El procesoevoca la creación de una obra de arte que es firmemente guia-da por una visión esencial de todo final, aun cuando ese todopuede definitivamente ser considerado sólo en términos desus rasgos todavía no descubiertos, con la notable diferencia,sin embargo, de que en la ciencia natural el total final yaceno en la fuerza de nuestra formulación, sino en que debe en-tregar una imagen veraz de una característica oculta delmundo exterior.

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Anteriormente he sugerido que el proceso de descubrires semejante a la identificación de formas tal como la anali-za la sicología de la Guestalt. Köhler supone que la percep-ción de formas es causada por la espontánea reorganizaciónde las trazas físicas realizadas por las impresiones sensoria-les al interior de nuestros órganos sensoriales. Supone queesas trazas de algún modo interactúan y se fraguan en un or-den dinámico, cuya configuración produce en el observadorla percepción de una forma. Podemos seguir nuestro para-lelo entre descubrimiento y percepción guestáltica al conside-rar el proceso del descubrimiento como un acrisolamientoespontáneo de los elementos que deben combinarse para sumaterialización. Puede pensarse que un potencial descubri-miento atrae a la mente que lo revelará, inflamando al cientí-fico de deseo creativo e impartiéndole un conocimiento antici-pado de sí mismo; guiándolo de clave en clave y de conjeturaen conjetura. La mano que experimenta, el ojo esforzado almáximo, la mente exploradora, pueden todos concebirse co-mo laborando bajo el conjuro compartido de un potencial des-cubrimiento que lucha por emerger a la realidad.

Las condiciones bajo las cuales habitualmente se susci-ta un descubrimiento y el modo general de su acontecimien-to, ciertamente lo muestran en el hecho como un proceso deaparición más que como una proeza de la acción operativa.Las habilidades operacionales, tales como la facilidad parallevar a cabo rápida y certeramente un gran número de me-diciones y cálculos, cuentan poco en un científico. Existenmuchos excelentes manuales sobre métodos de computacióny sobre todas las formas de técnica experimental. Hay especi-ficaciones para la prueba de materiales y reglas para el le-vantamiento de estadísticas. También hay manuales para latriangulación y el trazado de mapas exactos. Pero no existenmanuales que prescriben la conducta de la investigación; atodas luces porque su método no puede fijarse en definitiva.Por las meras reglas sólo puede alcanzarse un progreso ruti-nario, como la confección de buenos mapas y diagramas detodo tipo. Las reglas de la investigación no pueden ser codifi-cadas útilmente en absoluto. Al igual que las reglas de todaslas restantes artes mayores, ellas están incorporadas tan só-lo en la práctica. Existe una creencia popular en orden a queFrancis Bacon habría revelado y establecido un procedimien-to de descubrimiento empírico. Pero en verdad su indicaciónde realizar descubrimientos mediante la reunión de todos loshechos para pasarlos por un aparato automático era una ca-ricatura de la investigación. El estudio de la heurística, es de-cir, el examen del método general de resolución de proble-mas en matemáticas, ha sido recientemente rescatado porG. Polya en su How to Solve it. Pero su excelente librito sóloprueba que el descubrimiento, lejos de representar una defi-

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nida operación mental, es un arte personal y extremadamen-te delicado, que sólo en grado mínimo puede apoyarse en pre-ceptos formulados.

En realidad no puede caber duda de que, al menos enlas matemáticas, la fase más esencial del descubrimiento re-presenta un proceso de surgimiento espontáneo. Esto fue des-crito por vez primera por Poincaré, quien en Science etMethode analizó el modo cómo fueron realizados algunos desus propios grandes descubrimientos matemáticos. Subraya-ba que el descubrimiento habitualmente no acontece en laculminación del esfuerzo mental —del modo como se alcan-za la cima de una montaña al invertir el último gramo defuerza que queda— sino más a menudo se presenta despuésde un período de descanso o distracción. Nuestros esfuerzosse gastan como en un infructuoso devaneo entre las rocas yen Tos badenes de las laderas montañosas, y entonces, cuan-do decidimos abandonar por el momento y preparar una ta-za de té, repentinamente nos encontramos transportados ala cima. Todos los esfuerzos de los descubridores no son sinopreparativos para el acontecimiento principal del descubri-miento, que eventualmente se realiza —para el caso de querealmente se realice— mediante un proceso de reorganiza-ción mental espontánea, no controlado por el esfuerzo cons-ciente.

Este esbozo del descubrimiento matemático ha sido con-firmado por todos los autores subsecuentes y un ritmo simi-lar ha podido ser observado en un vasto campo de otras activi-dades creadoras de la mente. Las cuatro fases observadas enel descubrimiento matemático, es decir, preparación, incuba-ción, iluminación y verificación (como las ha llamado Walla-ce) fueron halladas también en el curso de los descubrimien-tos de las ciencias naturales y pueden ser seguidas en formasimilar a lo largo del proceso que conduce a la creación deuna obra de arte. Están muy claramente reproducidas tam-bién en el esfuerzo mental que conduce a la evocación de unrecuerdo perdido. La solución de enigmas, la invención dedispositivos prácticos, la identificación de formas similares,el diagnóstico de una enfermedad y muchas otras formas deconjeturar parecen atenerse a la misma norma. Entre éstasincluiría también la búsqueda de Dios en la oración. El infor-me de San Agustín sobre sus dilatados esfuerzos para alcan-zar la fe en Cristo, que culminan abruptamente con su con-versión, la que de inmediato reconoció como final y siguió através de una reivindicación por el resto de su vida de la fetan repentinamente adquirida, ciertamente revela todas lasfases características del ritmo creativo.

Todos estos procesos de conjetura creativa tienen en co-mún que son conducidos por la urgencia de tomar contactocon una realidad, que es percibida como ya existente para co-

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menzar, sólo aguardando ser revelada. Es por esto que elhuevo de Colón es el proverbial símbolo del gran descubri-miento. Sugiere que el gran descubrimiento es la percepciónde algo obvio; una presencia que nos mira a la cara, aguar-dando que abramos nuestros ojos.

Bajo esta luz tal vez pueda parecer más apropiado con-siderar el descubrimiento en las ciencias naturales como al-go guiado no tanto por la potencialidad de una proposicióncientífica como por un aspecto de la naturaleza que buscamanifestarse en nuestras mentes. El proceso de la intuicióncientífica es entonces puesto en analogía con la percepciónextrasensorial, como lo estableció Rhine (1934). Pareceríaparticularmente similar a los actos de precognición q clarivi-dencia, es decir, la adivinación de objetos no conocidos pornadie. La fase intuitiva del descubrimiento natural y la per-cepción extrasensorial tienen en común que descansansobre un esfuerzo de concentración mental para evocar elconocimiento de una cosa real nunca antes vista. Existenpruebas suficientes de que al igual que la percepción extra-sensorial, la intuición heurística opera de un modo bastantedeterminado. Dos científicos encarados con un conjunto si-milar de hechos a menudo darán en el mismo problema ydescubrirán la misma solución para éste. Descubrimientoscoincidentes o casi coincidentes de parte de investigadoresindependientes son bastante comunes e incluso serían másfrecuentemente observados si no mediara el hecho de que larápida publicación de un trabajo exitoso anterior a menudoimpide la conclusión de otros que pronto le habrían seguido.Por lo tanto, al negar que se pueda alcanzar un descubri-miento con sólo llevar a cabo un conjunto definido de opera-ciones, no necesitamos colocar todo el proceso al margen delas leyes de la naturaleza, sino que podemos continuar con-siderando su curso como estrechamente limitado por las cir-cunstancias que encara el investigador. (En la Sección Vveremos los factores que se hallan fuera del control de las cir-cunstancias.)

Pero el estudio de la percepción extrasensorial puede to-davía entregarnos otras lecciones para la comprensión de laintuición. Una de las coincidencias más curiosas en la histo-ria de la ciencia fue el descubrimiento casi simultáneo de lamecánica cuántica por Heisenberg y Born bajo la forma dematrices y por Schrödinger bajo la forma de mecánica de lasondas, pues en este caso ambas afirmaciones fueron inicial-mente tenidas por contradictorias. Los puntos de partida deambas teorías y sus exposiciones del problema, todo su apa-rataje matemático, eran diferentes; y por sobre todo —comoseñaló en su publicación Schrödinger, estableciendo a la lar-ga la identidad matemática de ambas-- su distanciamientode la mecánica clásica corrió en direcciones diametralmente

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opuestas. Parece más razonable describir este acontecimien-to señalando que ambos investigadores tuvieron una percep-ción intuitiva de la misma realidad oculta presente en la na-turaleza, pero que realizaron descripciones diferentes deella; tan diferentes, en efecto, que al compararlas, pensaronque representaban objetos diversos. En realidad Dirac prontodemostraría que ambas representaciones se encontrabanconsiderablemente fuera de toco, dado que se hallaban enconflicto con la relatividad. Cuando fue corregida en rela-ción con esta imperfección, la formulación de la mecánicacuántica fue considerada como transformada una vez máspor sobre todo lo reconocible. Esto parece atenerse a la expe-riencia de la percepción extrasensorial. Cuando el trazadode un objeto es percibido por precognición o por telepatía, noexiste una tendencia a reproducir su esbozo físico indepen-dientemente de su significado, sino todo lo contrario. '... todoparece ocurrir (escribe Whateley Carrington)2 mucho más co-mo si aquellos que lograron dar en el blanco hubieran escu-chado, "dibuja una mano" por ejemplo (más que) "copia estedibujo de una mano". Es, como podría decirse, la idea" o"contenido" o "significado" del original lo que se transmite,no la forma'. Así podríamos pensar en Heisenberg y enSchrödinger penetrando ambos hasta el mismo significado,pero trazando diferentes dibujos del mismo, tan diferentesque no reconocieron ellos mismos su significado idéntico.

Parece tentador incluir también en este cuadro el he-cho — q u e he escuchado mencionar con sorpresa por los ma-temáticos— de que cuando un problema que había parecidoinsoluble por largo tiempo es finalmente resuelto, a menudose descubre una serie de soluciones que se manifiestan enforma bastante independiente las unas de las otras. Podríadarse cuenta de esto asumiendo que la intuición ha percibidouna realidad, cuyas diferentes descripciones o aspectos es-tán representados por las diversas soluciones planteadas. Yuna vez más es de boca de los matemáticos que he podido es-cuchar cómo una serie de descubrimientos realizados poruna persona son descritos como sigue: El primer descubri-miento es como una isla solitaria en medio de un mar infini-to. Luego son descubiertas una segunda y una tercera isla,sin ningún vínculo aparente con la primera. Pero gradual-mente queda en claro que las aguas refluyen masivamente,dejando atrás lo que en un comienzo fueron pequeñas islasaisladas y que ahora se muestran como los picos más eleva-dos de una gran cadena montañosa. Eso es precisamente loque uno esperaría que sucediera si la intuición hubiera pri-mero percibido la cadena fundamental de pensamientos, es

2 Telepathy, p. 36.

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decir, la cordillera, para que enseguida la conciencia proce-diera a describirla poco a poco. En realidad estos pocos usua-les procesos no difieren en esencia del acontecimiento ordina-rio de una cadena oculta de razonamientos matemáticos, des-cubierta mediante una serie de avances escalonados.

En último lugar quisiera mencionar, no sin ciertos ti-tubeos, aunque con la convicción de que deben ser considera-dos al menos tentativamente en este contexto, las curiosascoincidencias entre los descubrimientos teóricos y los experi-mentales, de las que acaecieron algunos casos notables enlos últimos veinte años más o menos.* En 1923. De Broglie su-girió que los electrones pueden poseer naturaleza ondular, yen 1925, Davisson y Germer, ignorantes de esta teoría, hicie-ron su primera observación del fenómeno, que a poco corrersería identificado como defracción de esas ondas. La predic-ción del electrón positivo, implícita en la mecánica cuánticarelativista de Dirac (1928), fue confirmada por el descubri-miento de la partícula en 1932 por Anderson, que ignoraba eltrabajo de Dirac. Y podemos sumar la predicción del mesónpor la teoría de los campos nucleares de Yukawa (1935) y sudescubrimiento simultáneo en los rayos cósmicos, definitiva-mente establecida por Anderson en 1938. ¿Podría pensarseque el mismo contacto intuitivo guió estos enfoques alternati-vos hacia la misma realidad oculta?

La intuición siempre es imperfecta. Imágenes diferen-tes de la misma realidad serán de valor desigual y la mayo-ría de ellas no contendrán sino una forma vaga o excesiva-mente distorsionada de la verdad. También debemos conside-rar la posibilidad de tiros absolutamente perdidos en la no-che. Estos son demasiado frecuentes en todo tipo de trabajoconjetural, al igual que en los tests de percepción extrasenso-rial. Si la mente no está informada por un contacto intuitivocon la realidad, tiende a colocar interpretaciones irreales einfructuosas sobre las pruebas que tiene a la vista. Un tran-seúnte llamado desde la calle al azar para hacerse cargo dela conducción de una investigación científica, indudablemen-te demostraría esto con toda claridad.

Pero si la ciencia no es sino conjetura, ¿por qué habría-mos de considerar una adivinación mejor que otra? En otraspalabras, de haberla, ¿cuál es la base para considerar comoválida una proposición científica? Responderemos a esta pre-gunta en forma gradual a lo largo de las exposiciones subse-cuentes. Por el momento sólo afirmamos que quienquieraacepte como verdadera a la ciencia natural, o a una parte deella, debe conceder también nuestra facultad de adivinar lanaturaleza de las cosas en el mundo exterior.

* La obra fue publicada en 1946.

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Las dos formulaciones de algún modo dispares del des-cubrimiento hasta ahora logradas —es decir, 1) la organi-zación espontánea de la mente y de las claves para la mate-rialización de un potencial descubrimiento, y 2) la percep-ción extrasensorial de la realidad, llamada a la concienciacon auxilio de claves relevantes— se tornarían idénticas sisupusiéramos que la percepción común de la Guestalt inclu-ye un proceso de percepción extrasensorial. Esto es, si las im-presiones sensoriales fueran normalmente acompañadas deuna transmisión extrasensorial del significado que ha deatribuirseles. La incertidumbre de este último proceso, comoes observada en los habituales tests de percepción extrasenso-rial, podría dar cuenta de las ilusiones y otros errores inter-pretativos. Tales especulaciones, sin embargo, pueden pare-cer prematuras en consideración de nuestro conocimientoaún demasiado limitado de la percepción extrasensorial. Demodo que volvamos una vez más al análisis más profundodel descubrimiento científico.

5 Todavía nos falta identificar un importante elemento detodos los juicios personales que afectan las aseveracionescientíficas. Visto desde fuera, tal como lo hemos descrito, elcientífico podría aparecer como una mera maquinaria parael descubrimiento de la verdad, impulsada por la sensibili-dad intuitiva. Pero este enfoque no da cuenta del curioso he-cho de que él mismo es el juez ulterior de lo que acepta comoverdad. Su mente labora para la satisfacción de sus propiasdemandas de acuerdo con criterios aplicados por su propiojuicio. Es como un juego de paciencia en el cual el jugadortiene discreción para aplicar las reglas a cada movida comomejor le parezca. O, para cambiar el símil, el científico apa-rece aquí actuando como un detective, policía, juez y jurado,todo en uno. Toma ciertas claves como sospecha; formula laacusación y examina las pruebas, tanto en contra como a fa-vor, admitiendo o rechazando partes de ellas como mejor leparece, y finalmente evacua el veredicto. Y durante todo eltiempo, lejos de permanecer verdaderamente neutral, estáapasionadamente interesado en el resultado del procedimien-to. Debe estarlo, pues en caso contrario jamás descubrirá pro-blema alguno y ciertamente no avanzará en dirección a susolución. '... Para resolver un difícil problema científico (es-cribe Polya) se requiere de una fuerza de voluntad capaz decontrarrestar años de labor y de amargas desilusiones...''Nos regocijamos cuando nuestro pronóstico se revela comoverdad. Nos sentimos deprimidos cuando la senda que he-mos seguido con cierta confianza se ve repentinamente blo-queada y nuestra decisión flaquea. Hay aquí una poderosatentación de soslayar al desconcierto, prestando una aten-ción insuficiente a las pruebas que obstruyen nuestro paso.

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Partiendo de algunas concepciones anticipadas de la ver-dad, y tensando cada nervio para probar que ello es correcto,puede ser muy difícil para el científico no tirar por encimadel blanco en el intento de verificar sus supuestos. La Bibliadice: "Corrige a un hombre sabio y éste te amará". El científi-co debiera estar deleitado cuando su teoría, apoyada en unaserie de observaciones previas, comienza a derrumbarse a laluz de sus últimos experimentos. Si estaba equivocado, enton-ces acaba de escapar a la posibilidad de establecer una false-dad y acaba de recibir una oportuna advertencia para dirigir-se en otra dirección. Pero no es así como él siente. Se sienteafligido y confuso, y sólo puede cavilar sobre posibles mane-ras de justificar explicando las observaciones obstructivas.

Y por supuesto siempre existe la posibilidad que dehecho esto sea la cosa acertada de hacer. Este puede ser pre-cisamente uno de aquellos casos en que uno debe pasar poralto las excepciones para comenzar y dejarlas para conside-raciones postreras. Su emoción, nacida de una intuición quepenetra más profundo que las pruebas habituales, puede es-tar en lo cierto, y su correcto proceder puede ser perseveraren seguir esta guía, incluso en contra de pruebas manifies-tas.

He señalado anteriormente que problemas de este tipopueden ser resueltos a través de ninguna regla establecida yque la decisión a ser tomada es cosa del juicio personal del in-vestigador; ahora vemos que este juicio guarda un aspectomoral. Vemos cómo intereses superiores entran en conflictocon intereses menores. Eso debe involucrar cuestiones deconvicciones y de fidelidad a un ideal; torna el juicio del cien-tífico en asunto de conciencia.

Fidelidad a los ideales científicos de cautela y honestaautocrítica es algo desde luego indispensable, incluso parala ejecución de las labores más simples en los talleres de laciencia. Es la primera cosa que se enseña a un estudianteque comienza el aprendizaje de la ciencia. Pero —qué pe-na— muchos estudiantes sólo aprenden a ser "conscientes"en el sentido de ser pedantes y escépticos, lo cual puede resul-tar paralizante para cualquier avance en la investigación.La conciencia científica no puede ser satisfecha con el cum-plimiento de reglas, dado que todas las reglas están sujetas asu propia interpretación. Verificar referencias, por ejemplo,es una materia de mera conciencia rutinaria y no del tipo deconciencia en que estoy pensando aquí. Pero la verdaderaconciencia científica está implicada en juzgar hasta qué pun-to puede confiarse en los datos aportados por terceros, evitan-do a la par los peligros inmanentes en un exceso o una faltade cautela. Y en forma similar, todas las decisiones más difí-ciles a ser tomadas en el desarrollo de una investigacióncientífica y su subsecuente publicación y defensa pública, im-

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plican también asuntos de conciencia, cada uno de los cua-les es una prueba para la sinceridad del científico y su devo-

ción a los ideales científicos.El científico asume plena responsabilidad por cada una

de esas acciones y particularmente por las afirmaciones queavanza. Si sus aseveraciones son confirmadas por terceros,del modo y bajo la forma que sea, incluso no concebida en elmomento cuando las propugnó por vez primera, reclamaráhaber tenido razón. E inversamente, si se prueba que su tra-bajo es equivocado, sentirá que ha fracasado. No puede escu-darse con haber observado las reglas, o con haber sido enga-ñado por las pruebas de otros investigadores o de sus propioscolaboradores, o con que en su momento no podría haber rea-lizado las pruebas que eventualmente condujeran a la refuta-ción de su tesis. Tales razones pueden servir para explicarsu error, pero jamás podrán justificarlo, pues él no está ata-do a ningún tipo de reglas explícitas y está facultado paraaceptar o rechazar cualquier prueba a discreción. La tareadel científico no es observar cualquier procedimiento supues-tamente correcto, sino obtener resultados correctos. Debeentablar contacto, con los medios que sea, con la realidadoculta que se propone develar. Su conciencia, por tanto, debeotorgar su consentimiento ulterior siempre a partir de unasensación de haber entablado ese contacto. Y por lo tantoaceptará el deber de comprometerse con la fuerza de laspruebas que, reconocidamente, nunca pueden ser comple-tas; y confiar en que tal aventura, cuando está basada en losdictados de su conciencia científica, es en efecto su funcióncompetente y su adecuada opción para realizar un aporte ala ciencia.

En todas estas fases del descubrimiento podemos distin-guir claramente los dos diferentes elementos personales queforman parte de todo juicio científico y que hacen posible pa-ra el científico ser juez en su propia causa. Seguirán sur-giendo en él impulsos intuitivos, estimulados por parte delas pruebas empíricas, que, sin embargo, se hallarán en con-flicto con las restantes. Una de las mitades de su mente se-guirá avanzando nuevas aseveraciones, mientras que la otramitad seguirá oponiéndoseles. Cada una de estas mitades esen sí ciega, ya que cualquiera de ellas, dejada por su cuenta,llevaría infinitamente lejos del camino. Una especulación in-tuitiva sin asidero conduciría a extravagantes conclusionescargadas de anhelo, mientras que el riguroso cumplimientode cualquier conjunto de reglas críticas paralizaría por com-pleto la acción de descubrir. El conflicto puede únicamenteser resuelto a través de una decisión arbitral de un tercero,situado por sobre los contendores. Ese tercero en la mentedel científico es su conciencia científica, que trasciende tantosus impulsos creativos como su cautela crítica. Reconoce-

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mos la advertencia deslizada por la conciencia en el tono deresponsabilidad personal con que el científico proclama susaseveraciones finales. Esto indica la presencia de un elemen-to moral en los fundamentos de la ciencia; en el próximo ca-pítulo lo veremos en mayor detalle.

II Autoridad y Conciencia

Hemos comprobado que las proposiciones incorporadasen la ciencia natural no son derivadas por ninguna regla de-finida de los datos que entrega la experiencia. Se obtienen enprimer lugar mediante una forma de conjetura basada enpremisas que no son en modo alguno ineludibles y que ni si-quiera pueden ser claramente definidas; tras esa conjeturason verificadas por un proceso de chequeo empírico que siem-pre deja lugar al juicio personal del científico. En todo juiciode validez científica permanece así implícito el supuesto deque aceptamos las premisas de la ciencia y que la concienciadel científico es algo en que puede confiarse.

En esta parte de mi trabajo intentaré exponer los funda-mentos sobre los que se basan las premisas científicas acep-tadas por los científicos contemporáneos y también intentarémostrar cómo las conciencias de los científicos aparecenarraigadas en esos mismos fundamentos.

1 Las premisas subyacentes a la ciencia pueden desglosar-se en dos clases. Existen los supuestos generales en torno ala naturaleza de la experiencia cotidiana, que constituyen elenfoque naturalista, en oposición al mágico, mitológico, etc.Y luego existen los supuestos más particulares, subyacentesal proceso del descubrimiento científico y su verificación.Ninguno de los dos es innato. Los hijos de nativos primitivosque se ven a sí mismos inveteradamente confirmados en suinterpretación mágica de las cosas, pueden ser formados sindificultad dentro del enfoque naturalista de la naturaleza enlas escuelas administradas por misioneros. Lo inverso indu-dablemente sería igualmente fácil de alcanzar; y ciudadanoseuropeos formados en la creencia de un elaborado sistemamágico podrían ser tornados tan impermeables a la cienciacomo lo son algunos nativos contemporáneos. El enfoque na-turalista, sostenido tanto por los científicos como por otroshombres modernos de la actualidad, tiene sus orígenes en laeducación primaria.

Las premisas subyacentes a un proceso intelectual demayor alcance no son jamás formuladas y se transmiten ba-jo la forma de preceptos definidos. Cuando los niños apren-den a pensar en forma naturalista, no adquieren ningún co-nocimiento explícito de los principios de causalidad. Ellosaprenden a contemplar los hechos en términos de lo que no-

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sotros llamamos causas naturales y, al practicar dichasinterpretaciones, día tras día se ven a la larga confirmadosen las premisas subyacentes. Mucho de ello ocurre ya cuan-do el niño aprende a hablar un lenguaje que describe los he-chos en términos naturalistas, y el proceso de adquisicióndel lenguaje nos ofrece un buen ejemplo de los principios me-diante los cuales son generalmente transmitidas las premi-sas del pensamiento de una generación a otra. El lenguajese aprende a través de una imitación inteligente del adulto.Cada palabra debe ser percibida en un número de contextoshasta que su significado sea aproximadamente comprendi-do; luego debe ser leído en los libros y empleado durante al-gún tiempo en el habla y la escritura bajo la conducción delejemplo de los adultos, a fin de que sean dominados sus másimportantes matices de significado. Este entrenamiento pue-de ser suplementado con el precepto, pero la práctica imitati-va siempre habrá de ser su principio central. Lo mismo esvaledero para el proceso mediante el cual son asimilados loselementos de las artes mayores. Pintura, música, etc., sólopueden aprenderse a través de la práctica, encauzada me-diante una imitación inteligente. Y esto se aplica también alarte del descubrimiento científico.

Las premisas de la ciencia son actualmente enseñadasgrosso modo en tres etapas. La ciencia escolar imparte ciertafacilidad en el empleo de los términos científicos a fin de indi-car la doctrina establecida, la letra muerta de la ciencia. Launiversidad intenta llamar este conocimiento a la vida lle-vando al estudiante a percatarse de sus incertidumbres y sunaturaleza eternamente provisoria, y otorgándole, tal vez,un vislumbre de las implicancias latentes que podrían toda-vía emerger de la doctrina establecida. También imparte losinicios del juicio científico al enseñar la práctica de laprueba experimental y otorgar una primera experiencia eninvestigación de rutina. Pero una iniciación plena en las pre-misas de la ciencia puede ser ganada sólo por los pocos queposeen los talentos para convertirse en científicos indepen-dientes, y éstos habitualmente sólo la alcanzan a través deuna estrecha vinculación personal con los puntos de vista ín-timos y las prácticas de un maestro de distinción.

En las grandes escuelas de investigación se incentivanlas premisas más vitales del descubrimiento científico. Laslabores cotidianas de un maestro las revelarán al estudianteavisado, impartiéndole, también, algunas de las intuicionespersonales del maestro que guían el trabajo de éste. Los mo-dos que éste tiene de escoger problemas, seleccionar técni-cas, reaccionar frente a nuevas claves y también frente a difi-cultades imprevistas, analizar el trabajo de otro científico ymantenerse especulando en torno de cientos de posibilidadesque nunca habrán de materializarse, pueden transmitir un

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reflejo de al menos sus visiones más esenciales. Este es elmotivo por el cual tan a menudo grandes científicos siguen agrandes maestros en calidad de aprendices. El trabajo deRutherford llevaba la clara impronta de su aprendizaje bajoJ. J. Thompson. Y nada menos que cuatro ganadores delPremio Nobel se hallan a su vez entre los pupilos personalesde Rutherford. Algunas formas de ciencia, como el sicoaná-lisis, difícilmente pueden ser transmitidas mediante precep-tos. Todos los sicoanalistas de la actualidad han sido o ana-lizados por Freud o por otro sicoanalista, que a su vez fueanalizado por el maestro, etc. (Tal vez se trate de una versiónmoderna de la Sucesión Apostólica.) Las investigaciones so-bre la química de los carbohidratos en Gran Bretaña han si-do trabajo casi exclusivo de cuatro científicos: Purdy, Irvine,Haworth e Hirst, que se sucedieron uno al otro en una espe-cie de fila india como maestros y discípulos.

Cualquier esfuerzo realizado para entender algo debeapoyarse sobre la creencia de que hay algo allí que puede serentendido. El esfuerzo para aprender a hablar es suscitadoen el niño por la convicción de que el lenguaje significa algo.Guiado por el amor y la confianza de sus apoderados, perci-be la luz de la razón en sus ojos, voces y conducta y se sienteinstintivamente atraído hacia la fuente de esa luz. Se ve im-pulsado a imitar —y a comprender mejor en la medida quesigue imitando-- esos actos expresivos de sus guías adultos.

El aprendizaje de las artes mayores, y de la ciencia enparticular, es afanosamente buscado por los mismos moti-V9S. El futuro científico se siente atraído por la literatura dedivulgación científica o por trabajos científicos escolares mu-cho antes de que se pueda hacer una idea fidedigna de la na-turaleza de la investigación científica. Los bocadillos de laciencia que va recogiendo —incluso muchas veces secos o es-peciosamente disimulados— le infunden una sensación deser tesoros intelectuales y joyas creativas muy lejos de su dis-cernimiento. Su percepción intuitiva de un gran sistema depensamiento válido y de una infinita senda de descubrimien-tos lo apoyan en su afán de reunir laboriosamente algún co-nocimiento y lo urgen a penetrar en intrincadas teorías quele hacen devanarse los sesos. Algunas veces también halla-rá un maestro cuya obra admira y cuyo modo de ser y pers-pectiva acepta como guía. Así es que su mente se va asimi-lando a las premisas de la ciencia. La intuición científica dela realidad en lo sucesivo da forma a su percepción. Aprendeel método de la investigación científica y acepta las normasdel valor científico.

En cada fase de su progreso en dirección a ese fin es ur-gido a proseguir por la creencia en que ciertas cosas todavíaajenas a su conocimiento e incluso comprensión son entera-mente valiosas y verdaderas, de modo que vale la pena inver-

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tir mejores esfuerzos en llegar a dominarlos. Esto represen-ta un reconocimiento de la autoridad de aquello que ya aaprender y de aquellos de quienes lo aprenderá. Es la mismaactitud del niño que escucha la voz de su madre y que absor-be el significado del lenguaje. Ambos se basan en una fe im-plícita en el significado y veracidad del contexto que quienaprende intenta dominar. Un niño no podría nunca apren-der a hablar si supusiera que las palabras que se empleanen lo que escucha carecen de significado; o incluso si supie-ra que cinco de cada diez palabras que escucha carecen de és-te. V en forma similar, nadie puede convertirse en científicoa menos que suponga que la doctrina y métodos científicosson esencialmente correctos y que sus premisas ulteriorespueden aceptarse sin cuestionamiento. Tenemos aquí, enton-ces, una instancia del proceso descrito en forma epigramáti-ca por los Padres de la Iglesia en los siguientes términos: Fi-des Quaerens Intellectum, fe en la búsqueda del entendi-miento.

Parte esencial en el proceso del aprendizaje juega unaforma inteligente de conjeturar, similar a la que subyace alproceso del descubrimiento. Asimilar las premisas ocultasde un proceso intelectual o artístico mayor es, en los hechos,una proeza menor en materia de descubrimiento.

Entender la ciencia es penetrar en la realidad descritapor la ciencia; representa una intuición de la realidad, parala cual sirven como claves la doctrina y práctica establecidasde la ciencia. El aprendizaje de la ciencia puede ser conside-rado como una reiteración muy simplificada de toda la seriede descubrimientos mediante la cual fue originalmente esta-blecido todo el cuerpo existente de la ciencia.

Vemos así que la autoridad a la cual se somete el estu-diante de ciencia tiende a eliminar sus propias funciones, alestablecer contacto directo entre este estudiante y la realidadde la naturaleza. En la medida que se acerca a su madurez,el estudiante descansará cada vez menos sus creencias en laautoridad y cada vez más en su propia capacidad de juicio.Su propia intuición y conciencia asumirán responsabilidaden la medida que se va eclipsando la autoridad. Esto no signi-fica que ya no descansará sobre los informes de otros científi-cos —lejos de eso— sino que esa confianza dependerá de allíen adelante enteramente de su propio juicio. La sumisión dela autoridad en el futuro meramente formará parte del proce-so de descubrir, por el cual —como por el proceso en cuantotodo-- asumirá plena responsabilidad ante su propia con-ciencia.

De esto se desprende que los puntos de vista personalesdel profesor nunca serán aceptados —o no debieran ser acep-tados— por el alumno sino como una forma de incorporarlas premisas generales de la ciencia. Los estudiantes debie-

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ran ser entrenados para compartir el suelo en que descan-san sus maestros y construir a partir de éste su propio sueloindependiente. El estudiante, en consecuencia, practicaráuna medida de crítica aun durante su período de formación,y el maestro fomentará alegremente cualquier señal de origi-nalidad en su pupilo. Claro que esto debe permanecer dentrode límites adecuados; el proceso de aprendizaje debe descan-sar principalmente sobre la aceptación de la autoridad.Cuando sea necesario, esta aceptación debe ser reforzada me-diante la disciplina.

Naturalmente aquí existe un campo de posibles conflic-tos entre maestro y pupilo. El estudiante que en el transcur-so de una práctica elemental hubiere obtenido un resultadoerróneo a partir de su análisis químico, por ejemplo, y pre-tendiera haber logrado un avance fundamental en la mate-ria, no lograría progreso alguno. Debe ser sometido a repri-menda y removido, si necesario. Pero los maestros que inten-tan imponer sus caprichos personales sobre sus estudiantesde investigación y que (como me tocó ver personalmente endeterminado caso) los presionan para confirmar sus teorías,deben ser condenados aun más vigorosamente.

Este tipo de conflicto es uno entre muchos semejantesque pueden ocurrir en la vida científica. Más adelante nos re-feriremos a otros. Si los conflictos extremos entre maestros ypupilos se difundieran ampliamente, sería imposible latransmisión de las premisas de la ciencia de una generaciónen otra y la ciencia pronto sería especie en extinción. La sos-tenida existencia de la ciencia es una manifestación de quetales conflictos son escasos. Son tan escasos porque maestrosy pupilos sí poseen en general una dedicación suficientemen-te sincera a la ciencia y una visión suficientemente auténti-ca de ella para hallar un suelo común para el acuerdo. Susconciencias, en las que deben descansar a fin de cuentaspara encontrar la necesaria guía, armonizan lo suficientecomo para mantener un acuerdo. Naturalmente algunosmaestros pueden carecer de suficiente inspiración o serpedantes y opresivos, y otros tal vez puedan ser llevados porcaminos errados debido a sus propios prejuicios. Algunos es-tudiantes pueden rehusarse a ser guiados incluso antes dehaber dominado los elementos de su interés científico. Peroestas fallas son tan poco frecuentes, que las ocasionales bre-chas resultantes pueden ser cerradas sin mayor dificultadcon sólo apelar a la opinión científica general. El escándaloes eliminado por vías de la conciliación o las medidas disci-plinarias, o al menos es aislado y librado a su suerte sin cau-sar mayor daño a nadie.

Aquí, como en muchos otros casos, los ajustes ulterio-res en el proceso de transmisión de las premisas de la cien-cia dependen de una opinión científica de cabal funciona-

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miento, cuyo análisis nos permitirá penetrar todavía más enla cuestión de por qué los científicos generalmente concuer-dan tan bien entre ellos.

2 La relación maestro-discípulo no es sino una instanciay una faceta de una gama más amplia de instituciones quevelan por la confianza mutua y una mutua disciplina entrelos científicos, y mediante las cuales son ordenadas la prácti-ca del descubrimiento y promovidas y desarrolladas las pre-misas de la ciencia. Delinearé grosso modo la estructura deesas instituciones.

En términos materiales, el dominio de la ciencia con-siste de ciertas publicaciones periódicas y de libros, de sub-venciones a la investigación y salarios, de los edificios em-pleados para albergar la enseñanza y la investigación. Estedominio es administrado por científicos a cuya disposiciónson puestos los fondos requeridos por fuentes que se encuen-tran fuera del mundo de la ciencia. Su administración con-siste, como veremos, principalmente en mantener al día elnivel de su trabajo científico y en ofrecer oportunidades parasu progreso espontáneo.

Veamos la administración.Comencemos por las publicaciones periódicas. Ningu-

na contribución verdadera a la ciencia tiene posibilidad dellegar a ser generalmente conocida a menos que sea publica-da en forma impresa; y sus opciones de reconocimiento sonmuy escasas a menos que sea publicada en alguna de las re-vistas más importantes. Los lectores y editores de esas re-vistas son responsables de marginar todo material que consi-deren defectuoso o irrelevante. Están encargados de velarpor un estándar mínimo de toda la literatura científica publi-cada.

Con su publicación, un documento científico es puestoa disposición del escrutinio de todos los científicos, los queprocederán a formar —y en lo posible también a expresar—una opinión acerca de su valor. Pueden poner en duela o sim-plemente rechazar sus afirmaciones, mientras su autor pro-Dablemente las defenderá. Después de un tiempo prevaleceráuna opinión más o menos decantada.

La tercera fase de escrutinio público por la que debe pa-sar un aporte a la ciencia en orden a llegar a ser ampliamen-te conocido y establecido, es su incorporación a libros y tex-tos, o al menos a manuales de referencia. Esto le confiere elsello definitivo de autoridad científica y lo acredita para serenseñado en las universidades y escuelas y también para serdifundido popularmente a un público más vasto. Los textosde estudio son generalmente compuestos, o al menos edita-dos, por científicos que ocupan posiciones de autoridad y su

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aceptación general es en todo caso controlada por críticos yacadémicos que gozan de autoridad entre los científicos.

En seguida vamos a los cargos científicos. La ciencia esen la actualidad practicada en forma activa principalmenteen instituciones financiadas por entidades filantrópicas, don-de a los científicos, una vez alcanzada una posición de ran-go, se les permite emplear libremente su tiempo así como lassubvenciones y asistencia que les han sido asignadas paraformar su propio equipo de colaboradores. Esta independen-cia concedida a los científicos maduros representa el cora-zón mismo de la vida científica. Deja toda la iniciativa parael inicio de nuevas líneas de investigación al juicio soberanode científicos individuales. Pero los nombramientos para loscargos que conceden este privilegio deben ser controladoscon tanto más rigor. La selección del personal científico de-pende mayoritariamente del valor concedido por la opinióncientífica al trabajo publicado de los diferentes candidatos; aesto se agrega que se solicita el consejo de científicos promi-nentes en relación con todo nombramiento científico de im-portancia. La asignación de fondos de financiamiento espe-ciales para la investigación y el conferimiento de grados cien-tíficos y de distinciones se atienen a lineamientos similares.

El establecimiento de oportunidades para la investiga-ción bajo la forma de edificios, laboratorios, fondos de investi-gación y salarios, también es concebido (dentro de los límitesde los recursos totales disponibles) en concordancia con elconsejo de científicos. Ellos buscarán asegurar una tasa má-xima de progreso científico total, asignando recursos a lospuntos de crecimiento más activos de la ciencia.

La autoridad no es distribuida entre los científicos demodo similar. Existe una jerarquía de influencia; pero ungrado excepcional de autoridad no es conferido tanto a car-gos como a personas. A un científico se le concede una in-fluencia excepcional por el hecho de que su opinión es valora-da y solicitada. Puede acto seguido ser electo para integrarcomités administrativos, pero ello no es esencial.

El autogobierno de la ciencia es mayoritariamente ex-traoficial; las decisiones arraigan en toda la opinión científi-ca, enfocada y expresada en cada ocasión particular por losexpertos más competentes, que gozan de amplia confianza.La mantención de los mismos estándares mínimos en todoel ámbito de la ciencia requiere la capacidad para compararel mérito científico en diferentes campos. Para este propósitoes esencial que los científicos aprecien no sólo el trabajo reali-zado en su propio campo, sino también en cierta medidaaquel efectuado en campos adyacentes; al menos al punto deque ellos debieran saber a quién consultar al respecto y sercapaces de formarse un juicio crítico de las opiniones así re-cabadas. Esta coherencia de las evaluaciones a través de todo

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el espectro científico subyace a la unidad de la ciencia. Signi-fica que cualquier afirmación reconocida como valedera enun segmento de la ciencia puede, en términos generales, serconsiderada como suscrita por todos los científicos. Tam-bién resulta en una homogeneidad general de todos los tiposde científicos y en un respeto mutuo entre ellos, por virtud delo cual la ciencia forma una entidad orgánica.

El gobierno de la ciencia que he delineado aquí breve-mente no ejerce una dirección específica sobre las activida-des bajo su control. Su función no es iniciar sino conceder onegar oportunidades para investigar, publicar o enseñar, en-dosar o desacreditar aportes avanzados por individuos. Aunasí, este gobierno es indispensable para la sostenida existen-cia de la ciencia. Veamos brevemente en qué consisten susoperaciones.

En el capítulo anterior he examinado la validez científi-ca y la destaqué como el rasgo característico de la ciencia. Pe-ro la validez no es en absoluto la única norma por la cual seacepta o rechaza una proposición científica. Por ejemplo,una exacta determinación de la velocidad a que fluye el aguapor una alcantarilla en un momento determinado de tiempono constituye aporte a la ciencia. Todas las partes de la cien-cia deben ejercer alguna influencia sobre el sistema científi-co y también deben ser interesantes en sí de algún modo, yasea para la contemplación o la práctica. Los siguientes treselementos —validez, profundidad e interés humano intrínse-co— subyacen conjuntamente a la evaluación de los resulta-dos científicos.

Ahora supongamos por un momento que no se impusie-ran limitaciones valorativas a la publicación de los aportescientíficos en publicaciones periódicas. La selección —indis-pensable en consideración a lo limitado del espacio— debieraentonces realizarse mediante algún método neutral, diga-mos sacando proyectos al azar. Inmediatamente las revistasse verían inundadas por basura y trabajos valiosos queda-rían condenados a las sombras. Siempre abundan los chifla-dos que remiten torrentes de disparates. Material inmaduro,confuso, fantasioso o si no inútilmente laborioso, pedestre eirrelevante llegaría en grandes cantidades. Timadores y cha-puceros que combinan todo tipo de engaños y autoengañosbuscarían publicidad. Enterradas entre tantas cosas especio-sas o desaliñadas, las escasas publicaciones de valor ten-drían dificultades en ser identificadas. Los rápidos y confia-bles contactos mediante los cuales los científicos contemporá-neos se mantienen mutuamente informados se verían destro-zados; éstos quedarían aislados y su confiabilidad y coopera-ción mutua se verían paralizadas.

Difícilmente necesitaremos abundar más en este tema.A menos que se asegure de algún modo que los académicos e

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investigadores profesionales no carezcan de calificacionescientíficas de cierto grado, todo el sistema de institucionescientíficas financiadas con aportes privados está sujeto adisolverse en el caos o la corrupción. La experiencia de lospaíses subdesarrollados, donde la opinión científica está im-perfectamente organizada, nos enseña que incluso un debili-tamiento comparativamente leve del control científico puedetener señalados efectos perniciosos sobre la integridad y efec-tividad de las actividades científicas.

Parece suficientemente claro, entonces, que las institu-ciones científicas soberanas son eficientes en salvaguardarla práctica organizada de la ciencia que incorpora y transmi-te sus premisas. Pero sus funciones son principalmente pro-tectoras y reguladoras y están en sí basadas, como mostrare-mos dentro de un momento, en la existencia previa de unaarmonía de los puntos de vista sostenidos por los diversoscientíficos. Por lo tanto, nos acercaremos un poco más a laverdadera base de la vida científica si ahora procedemos a en-focar nuestra atención directamente sobre el hecho de quelos científicos tienden a concordar tan bien entre ellos.

3 El consenso prevaleciente en la ciencia moderna es cier-tamente digno de destacarse. Consideremos que cada científi-co se atiene a su propio juicio personal para creer cualquierhipótesis particular de la ciencia y cada uno es responsablede hallar un problema y resolverlo a su propio modo; y que asu vez cada uno verifica y propone sus propios resultados deacuerdo con su juicio personal. Consideremos más aun queel descubrimiento es algo que opera constantemente, remol-deando profundamente a la ciencia en cada generación. Y,sin embargo, a pesar de un individualismo tan extremo, queactúa en tantas ramas tan ampliamente diversas y no obs-tante el flujo general en que están todos implicados, vemosque los científicos siguen concordando en la mayor parte delos puntos de la ciencia. A pesar de que la controversia entreellos no cesa jamás, escasamente habrá una cuestión sobrela cual no se pongan de acuerdo tras un par de años de discu-sión.

La armonía entre los puntos de vista individualmentesostenido por cada científico también se manifiesta en el mo-do cómo conducen los asuntos de la ciencia. Hemos visto queno existe una autoridad central que ejerce poder sobre la vi-da científica. Todo se realiza en una multitud de puntos dis-persos por la sola recomendación de un par de científicosque o están oficialmente involucrados o han sido llamadospara actuar como arbitros en la ocasión. Y, sin embargo, engeneral tales decisiones no generan discordia, sino, por elcontrario, pueden descansar sobre una vasta aprobación.

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Dos científicos que actúan sin mutuo conocimientocomo dirimentes para la publicación de un mismo documen-to científico, generalmente concuerdan en relación con suvalor aproximado. Dos dirimentes que informan indepen-dientemente sobre una solicitud para postular a un gradoacadémico mayor, muy pocas veces emiten una opinión mar-cadamente divergente. Cientos de documentos científicos pu-blicados pasan revista frente a miles de lectores científicosantes de que ninguno de ellos descubra motivos para protes-tar contra el insuficiente nivel del mismo. Entre los más decuatrocientos miembros de la británica Royal Society haypocos que califican a alguno de sus colegas científicos comoclaramente indigno de tal honor; y tampoco he escuchadopersonalmente reproches amargos porque las aspiracionesde terceros de ganar un sillón en la institución hayan sido es-candalosamente pasadas por alto. Lo mismo se descubriráen relación con profesores y detentadores de otras posicionesanálogas en el seno de las universidades.

La unidad fundamental que prevalece entre los científi-cos se manifiesta —tal vez paradojalmente— con mayor cla-ridad en caso de conflicto. (Jada científico siente la urgenciade convencer a sus colegas de lo exactas que son sus afirma-ciones. Incluso si no lograra éxito en eso por el momento,siente confianza en lograrlo tarde o temprano. Y es sólo res-pecto de los científicos que sentirá de ese modo. A él no leimporta lo que piensan los músicos de sus proposiciones ytampoco espera poder convencerlos alguna vez de que tienerazón. Su preocupación por la opinión de los científicos y sufe en que éstos eventualmente estarán obligados a concederla verdad, expresa su convicción de que su propia mente y lade ellos operan a partir de las mismas premisas. Se siente in-quietado por el hecho de que las pruebas que a él lo conven-cen no lo hagan con ellos, pero siente que a fin de cuentas loharán.

Con todo lo revolucionarios que puedan ser los postula-dos de un científico —como fueron en nuestra época los plan-teados por los descubridores de la relatividad, el sicoanálisis,la mecánica cuántica o la percepción extrasensorial— siem-pre enfrentará cualquier oposición de la opinión científicatal como es, apelando en contra ante esa misma opinión cien-tífica tal como piensa que debiera ser. Incluso si el nuevo des-cubrimiento puede implicar —como lo hacía en los casos re-cién mencionados— un replanteamiento de los fundamentostradicionales de la ciencia, el pionero todavía apelaría a esatradición como el suelo común entre su persona y sus opo-nentes; y ellos, a su vez, siempre aceptarán esa premisa.Ellos también aceptarían especialmente la referencia del pio-nero a los ejemplos de anteriores pioneros; a las luchas dePasteur, Semmelweiss, Lister, Arthenius, Van't Hoff y el

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resto, que tuvieron que desafiar a la opinión científica de suspropios tiempos. Es parte de la tradición científica estar cons-tantemente en guardia contra la supresión por error de al-gún gran descubrimiento, cuya primera presentación po-dría inicialmente parecer descabellada por su misma nove-dad. Así, incluso en las más profundas divisiones que hastaaquí han ocurrido en la ciencia, los rebeldes y los conservado-res por igual han permanecido firmemente arraigados en elmismo suelo. Según esto, los conflictos siempre han sido zan-jados después de un tiempo relativamente breve y de un mo-do que ha probado ser aceptable por todos los científicos.

Así está, pues, quedando en claro el origen de la espon-tánea coherencia que prevalece entre los científicos. Ellos ha-blan con una sola voz porque están informados por la mismatradición. Podemos aquí apreciar esa más amplia relación,que mantiene y transmite las premisas de la ciencia, de lacual la relación maestro-pupilo es sólo una faceta. Consisteen todo el sistema de la vida científica, arraigado en una tra-dición común. Aquí tenemos el suelo en que se establecen laspremisas de la ciencia; están incorporadas en una tradición,la tradición de la ciencia.

La existencia sostenida de la ciencia es una expresióndel hecho de que los científicos están de acuerdo con aceptaruna sola tradición, y de que todos confían entre sí para ser in-formados para esa tradición. Supongamos que los científicostuvieran el hábito de considerar a la mayoría de sus colegascomo chiflados o charlatanes. Se tornaría imposible la discu-sión fructífera entre ellos y ya no descansarían sobre los re-sultados obtenidos por otros ni sobre la opinión de terceros co-legas. Así perecería la colaboración mutua de la cual depen-de el progreso científico. Los procesos de publicación, recopi-lación de textos, de formación de discípulos, de nombramien-tos para cargos y de establecimiento de nuevas institucionescientíficas dependerían en adelante del mero hecho de quiénes el encargado de tomar una decisión. Resultaría entoncesimposible reconocer cualquier planteamiento como una pro-posición científica, o describir a alguien como científico. Laciencia se extinguiría en la práctica.

Tampoco podría restaurarse la coherencia de la opi-nión científica mediante la creación de algún tipo de autori-dad central. Supongamos que el presidente de la Royal So-ciety de Londres estuviera facultado para decidir una cues-tión científica en última instancia. La gran mayoría de susdecisiones por supuesto carecería de validez científica. Todoprogreso se estancaría. Ningún recluta dotado de amor porla ciencia se integraría a una institución regida por tales de-cisiones. Vemos señales de tal influencia incluso en reparti-ciones gubernamentales corrientes bien administradas o enotras organizaciones de gran escala, donde jefes administra-

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tivos asignan tareas de investigación a científicos madurosque sirven bajo su dirección. Para cualquiera que ame losdescubrimientos es un gran sacrificio integrarse a tal orga-nización. Y si los jefes fueran a imponer sus puntos de vistaespecíficos a sus subordinados, como ocasionalmente tien-den a hacer, la situación del subordinado se tornaría total-mente insostenible.

Tampoco puede la ciencia ser debidamente encauzadapor la opinión científica a menos que se entienda estricta-mente que esa opinión representa una encarnación sólo tem-poral e imperfecta de las tradicionales normas de la ciencia.Los científicos que buscan una guía de parte de la opinióncientífica no deben tentarse de solicitar en primer lugar laaprobación de sus colegas científicos. A pesar de que sus in-gresos, su independencia, su influencia, en efecto toda su po-sición en el mundo, dependerá a lo largo de su carrera de lacantidad de crédito que pueden ganar a ojos de la opinióncientífica, no deben aspirar en primer lugar a ese crédito, si-no tan sólo a satisfacer los estándares de la ciencia. Pues elcamino más corto para ganar crédito ante la opinión científi-ca puede conducir muy lejos de la buena ciencia.

La más rápida impresión sobre el mundo científico pue-de lograrse no publicando toda la verdad y nada más que laverdad, sino más bien ofreciendo una historia plausible e in-teresante, compuesta de partes de la verdad y una amalga-ma de factores derechamente inventados. Tal compuesto, siestá hábilmente velado por ambigüedades entremezcladas,será extremadamente difícil de refutar, y en un campo enque los experimentos son trabajosos o intrínsecamente difíci-les de reproducir, puede lograr una vigencia de varios añossin mayor cuestionamiento. De este modo puede construirseuna reputación considerable y obtenerse un muy cómodo car-go universitario antes de que trascienda el engaño de fondo,si es que alguna vez ocurre.

Si cada científico iniciara cada mañana su labor con laintención de realizar la mejor obra de charlatanería posiblepara acceder a un buen cargo, pronto ya no existirán están-dares efectivos para el descubrimiento de ese tipo de fraudes.Una comunidad de científicos en que cada cual actuara sola-mente con un ojo puesto en agradar a la opinión científica,no hallaría opinión científica a que agradar. Sólo si los cientí-ficos permanecen leales a los ideales científicos, en lugar deintentar alcanzar el éxito ante sus colegas, pueden integraruna comunidad capaz de sustentar esos ideales. La discipli-na requerida para regular las actividades de los científicosno puede ser mantenida mediante la mera conformidad res-pecto de las demandas reales de la opinión científica, sinorequiere del apoyo de la convicción moral, originada en la de-

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dicación a la ciencia y preparada para actuar independiente-mente de la opinión científica existente.

Naturalmente siempre hay cierto apremio implícito enmantener el orden en la ciencia. El dominio material de laciencia, sus publicaciones periódicas y sus libros, sus subsi-dios para la investigación, sus laboratorios y salas de clases,sus puestos remunerados, son concedidos para uso y apoyoen ocasiones muy definidas y están legalmente protegidosdel empleo o interferencia de parte de personas no autoriza-das. La conducción de la docencia en las universidades y laadministración de los laboratorios de investigación implicanel ejercicio de amplios poderes coercitivos. Pero el orden crea-tivo de la comunidad científica no es resultado de un choqueentre la mera fuerza organizada por un lado e individuosque persiguen fines personales por otro. Los científicos de-ben sentirse obligados a mantener en alto los ideales de laciencia y verse encauzados por esa obligación, tanto al ejer-cer la autoridad, como al someterse a la de sus colegas, puesen caso contrario la ciencia habrá de perecer.

Parecería, así, que como las premisas de la ciencia soncompartidas por la comunidad de científicos, cada uno deellos debe sufragarlas por un acto de devoción. Esas premi-sas forman no meramente una guía para la intuición, sinotambién una guía para la conciencia; no son meramenteindicativas, sino también normativas. La tradición de laciencia, parecería, debe ser mantenida en alto como una exi-gencia incondicional, si ha de ser mantenida en alto en ab-soluto. Sólo puede ser utilizada por los científicos si éstos secolocan a su servicio. Es una realidad espiritual que se hallapor encima de ellos y que impone lealtad.

Ya he hablado anteriormente de conciencia científicacomo aquel principio normativo que arbitra entre los impul-sos intuitivos y los procedimientos críticos, y que también ac-túa como arbitro ulterior en la relación entre el maestro y sudiscípulo. Vemos, entonces, cómo una comunidad científicaorganiza la conciencia de sus miembros a través del cultivocompartido de los ideales científicos.

Debiéramos evocar las varias fases a lo largo de las cua-les el científico realiza su rendición emocional y moral antela ciencia. El primer acercamiento de la mente juvenil a laciencia es suscitado por un amor a la ciencia y por la fe ensu gran significado, que antecede a toda real comprensiónde la misma. Esta rendición por anticipado ante la autoridadintelectual de la ciencia es indispensable para cualquier in-tento serio de asimilarla. Como paso siguiente, el joven queaspira a convertirse en científico tendrá que aceptar el ejem-plo de los grandes científicos, algunos vivos y la mayoría fa-llecidos, y buscar derivar de tal ejemplo la inspiración nece-saria para su futura carrera. En muchos casos se unirá a

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un maestro para entregarle libremente su admiración y suconfianza. Posteriormente, una vez que se ha comprometidoactivamente en la empresa del descubrimiento y en la solu-ción de problemas, deberá luchar contra el autoengaño y enfavor de una percepción verdadera de la realidad, aun cuan-do se vea sumamente tentado de contentarse con una satis-facción menos auténtica. Antes de anunciar un descubri-miento, deberá escuchar la voz de su conciencia científica.En la medida que avanza por la vida, su conciencia profesio-nal irá adquiriendo una variedad de nuevas funciones; al pu-blicar documentos, al criticar aquellos de otros autores, al en-señar a los estudiantes, al escoger candidatos para cargos,en cientos de ocasiones deberá formarse juicios que son enúltima instancia guiados por el ideal de la ciencia, tal cual lointerpreta su propia conciencia. Finalmente, como partícipeen la administración de la ciencia, fomentará el crecimientoespontáneo de la misma mediante la entrega de su amor yde su interés a cada nuevo esfuerzo original; así se someteráuna vez más a la realidad y propósito inherentes de la cien-cia.

El compartir todas estas formas de la renuncia perso-nal por parte de la comunidad de científicos indudablementeintensifica su fuerza. La certeza de que las mismas obligacio-nes respecto de los ideales científicos son en general acepta-das por todos los científicos, efectivamente confirma su fe enla realidad de esos ideales. Cuando cada científico descansaen buena medida sobre el trabajo de muchos otros para laconstitución de sus puntos de vista y de su caudal de informa-ción, y está preparado para responder por su confiabilidadante la propia conciencia, entonces la conciencia de cadacual es confirmada por la de muchos otros. Existirá, pues,una comunidad de conciencias conjuntamente arraigada enlos mismos ideales reconocidos por todos. Y la comunidad seconvertirá en la encarnación de esos ideales y en prueba vivade su realidad.

4 El arte del trabajo científico es tan vasto y tan multifacé-tico que puede ser traspasado de una generación a la siguien-te sólo por un gran número de especialistas, cada uno de loscuales impulsa una rama particular del mismo. Por tal mo-tivo la ciencia sólo puede existir y seguir existiendo porquesus premisas pueden ser incorporadas en una tradición quees patrimonio común de una comunidad. Esto es verdad tam-bién para el caso de todas las actividades creativas comple-jas, que son ejecutadas más allá de lo que dura la vida de losindividuos. Podríamos pensar, por ejemplo, en el derecho yen la religión cristiana protestante. Su vida sostenida está ba-sada en tradiciones cuya estructura es similar a la de la cien-cia y que nos ayudarán a comprender la tradición en la cien-

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cia —y también nos prepararán para los problemas más ge-nerales de la sociedad, que enfocaremos más adelante— siprocedemos ahora a incluir campos tales como la religión yel derecho en nuestros próximos análisis.

Hemos visto cómo la ciencia es constantemente revolu-cionada y perfeccionada por sus pioneros mientras permane-ce firmemente enraizada en su tradición. Cada generaciónde científicos aplica, renueva y confirma la tradición científi-ca a la luz de su particular inspiración. En forma similarpodemos observar cómo los jueces derivan de la práctica judi-cial pretérita los principios de la ley, aplicándolos creativa-mente a nuevas situaciones a la luz de sus conciencias; yobservemos cómo al hacerlo, revisan en numerosos detallesla práctica misma de la que han derivado sus principios. Enforma similar, para el cristiano protestante la Biblia sirve detradición creativa que debe cuidarse y reinterpretarse en nue-vas situaciones a la luz de su conciencia. Mientras él tiene ala Biblia como instrumento que mediatiza para el individuola revelación (divina) que registra, la creencia en esa revela-ción supuestamente sólo adquiere el pleno valor de la fe cuan-do es afirmada por la conciencia del individuo. La concien-cia puede entonces ser empleada incluso para oponerse a laautoridad de la Biblia allí donde ésta es tenida por espiritual-mente débil.

Tales procesos de renovación creativa siempre impli-can una apelación desde una tradición tal como es a una tra-dición tal como debiera ser. Es decir, a una realidad espiri-tual incorporada en una tradición y capaz de trascenderla.Expresa una fe en esa realidad superior y ofrece devoción asu servicio. Hemos visto cómo en la ciencia esa devoción que-da por primera vez establecida en la fase de aprendizaje, y po-dríamos hallar paralelos a ese acto de iniciación y dedica-ción en los campos del derecho y de la religión. Pero la simili-tud de estas diversas actividades de la mente dedicadas alcultivo de sus respectivas tradiciones parecen establecidascon suficiente claridad.

Los ámbitos de la ciencia, del derecho y de la religiónprotestante, que he tomado como ejemplos de la moderna co-municación cultural, están cada uno sujetos a control por supropio cuerpo de opinión. La opinión científica, la teoría delderecho y la teología protestante están todas formadas por elconsenso de individuos independientes, enraizado en unatradición común. En el derecho y la religión, es verdad, pre-valece una medida de obligatoriedad doctrinaria oficial ejer-cida desde un centro, elemento que se halla casi totalmenteausente en el caso de la ciencia. La diferencia es marcada;sin embargo, a pesar de esa obligatoriedad a que están suje-tas la vida legal y religiosa, la conciencia del juez y del pas-tor lleva una importante responsabilidad al actuar como su

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propio intérprete del derecho o de la fe cristiana. Así, la vidade la ciencia, del derecho y de la Iglesia Protestante se ha-llan las tres en contradicción con la constitución de, diga-mos, la Iglesia Católica, que niega a la conciencia del fiel elderecho a interpretar el dogma cristiano y reserva la deci-sión final en estas materias a su confesor. Tenemos aquí laprofunda diferencia entre dos tipos de autoridad: uno reafir-ma supuestos generales, el otro impone conclusiones. Po-dríamos llamar a la primera una autoridad general, a la se-gunda una autoridad específica.

La diferencia entre los dos tipos de autoridad es deci-siva. Puede ilustrarse con mi anterior supuesto ficticio delpresidente de la Royal Society imponiendo conclusiones es-pecíficas a todos los científicos. El establecimiento de unaautoridad del tipo específico por sobre la ciencia sería tan des-tructiva para ésta, como es indispensable para su existenciasostenida la autoridad general, normalmente ejercida por laopinión científica. Un análisis más a fondo de la diferenciaentre ambos tipos de autoridad arrojará más luz sobre la re-lación entre autoridad y conciencia, tanto en la ciencia comoen otras áreas.

En mi primer capítulo establecí la diferencia entre dostipos de reglas, aunque breve, bastante claramente. Dije, porejemplo, que no hay reglas estrictas por las cuales pudieradescubrirse y demostrarse como verdadera una genuina pro-posición científica; pero que ello puede realizarse a la luz deciertas reglas vagas incorporadas al arte de la investigacióncientífica. Mostré que a pesar de que algunas de esas reglas—que debieran tenerse por reglas de oro— son muy rígidas,siempre dejan un margen considerable, y en ocasiones ungran espacio, al juicio personal. Reglas estrictas, como lasde las tablas de multiplicar, por otra parte, casi no dejan es-pacio a la interpretación. Ambos tipos se entrecruzan imper-ceptiblemente, pero ello no invalida el distingo entre las dos.

Siendo imposibles de formular de un modo preciso, lasreglas doradas pueden ser transmitidas únicamente ense-ñando la práctica que las incorpora. Para los ámbitos mayo-res del pensamiento creativo, esto implica el traspaso de latradición de una generación a la siguiente. Cada vez que elloacontece, existe una posibilidad de que la regla de oro quedesujeta a una medida significativa de reinterpretación y es im-portante percatarse claramente de lo que esto implica.

¿Cómo podemos realmente interpretar una regla? ¿Através de otra regla? Puede haber sólo un número finito degrupos de reglas, de modo que tal regresión pronto quedaríaagotada. Supongamos, entonces, que todas las reglas existen-tes fuesen unidas dentro de un solo código. Tal código de re-glas obviamente no podría contener prescripciones para supropia reinterpretación.

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De esto se colige que cada proceso de reinterpretaciónintroduce elementos que son totalmente novedosos; y tam-bién sigue que un proceso tradicional de pensamiento creati-vo no puede llevarse a cabo sin que se le hagan agregados to-talmente nuevos a la tradición existente en cada fase detransmisión. En otras palabras, para la tradición es lógica-mente imposible operar sin agregar juicios interpretativoscompletamente originales en cada fase de transmisión.

Para ilustrar esto, tomemos las áreas del derecho, la re-ligión, la política, las costumbres, etc. Desde luego hay in-numerables decisiones de rutina que deben tomarse a cadainstante y a las que puede llegarse sin una innovación signi-ficativa. Pero siempre hay casos límites que requieren deuna medida de discreción, e incluso en los casos de rutina amenudo habrá involucrado un elemento de discriminaciónmás fina allí donde el juicio personal es indispensable. Losmás importantes principios de la ciencia, el derecho, la reli-gión, etc., son constantemente remoldeados por decisiones to-madas en casos límites y por el toque de juicio personal quejuega su parte en casi tocia decisión. Y aparte de esta silen-ciosa revolución que constantemente reformula nuestra he-rencia, están las grandes innovaciones introducidas por losmás prominentes pioneros. Sin embargo, cada una de esasacciones forma una parte esencial del proceso de transmi-sión de la tradición.

El mayor contraste entre un régimen de autoridad ge-neral, como el que prevalece en la ciencia, el derecho, etc., yel dominio de una autoridad específica, como la constituidapor la Iglesia Católica, reside en que el primero deja las deci-siones para interpretar las reglas tradicionales en manos denumerosos individuos independientes, mientras la segundacentraliza ese tipo de decisiones en sus cuarteles generales.Una autoridad general descansa, para la iniciativa de la gra-dual transformación de la tradición, en los impulsos intuiti-vos de los adherentes individuales de la comunidad y se apo-ya en sus conciencias para el control de sus intuiciones. Laautoridad general en sí no es sino una expresión más o me-nos organizada de la opinión general —científica, legal o reli-giosa— formada por el acrisolamiento e interrelación de to-dos esos aportes individuales. Tal régimen supone que losmiembros individuales son capaces de establecer un contac-to genuino con la realidad subyacente a la tradición existen-te y de agregar interpretaciones nuevas y auténticas. En estecaso la innovación se realiza en numerosos puntos de creci-miento, dispersos a través de la comunidad, cada uno de loscuales puede tomar el liderazgo de la totalidad en cualquiermomento particular. Por otra parte, una autoridad específi-ca realiza todas las reinterpretaciones e innovaciones impor-tantes mediante pronunciamientos desde el centro. Tan sólo

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este centro es tenido por capaz de realizar contactos auténti-cos con las fuentes fundamentales de las que emana la tradi-ción vigente y desde las cuales puede ser renovada. La auto-ridad específica demanda, por lo tanto, no sólo devoción a losdogmas de una tradición, sino también subordinación de losjuicios ulteriores de cada cual a la decisión discrecionaladoptada por un centro oficial.

Vemos surgir aquí dos conceptos enteramente diferen-tes de la autoridad, exigiendo una libertad allí donde la otraexige obediencia. El contraste es importante para los proble-mas más vastos de la sociedad, a los que llegaré en el tercercapítulo.

Entretanto veamos más de cerca la posición de la tradi-ción bajo una autoridad general. La autoridad que hemospostulado para que cada generación interprete el legado co-mún a su propia discreción, puede parecer totalmente diso-ciadora. ¿Cómo podemos hablar de tradición en cuanto suelofirme sobre el cual descansan, por ejemplo, las premisas dela ciencia, y cómo de terreno en el cual están enraizadas lasconciencias de los científicos, si la tradición puede ser poda-da y cambiada por un grupo de personas que se autodenomi-nan científicos en cierto momento, convirtiéndola en algoque ellos deciden? Incluso si admitimos que científicos (o abo-gados o pastores) que originalmente han sido iniciados en—y se han dedicado a— un cuerpo de tradición existente,probablemente no lo convertirán deliberadamente en una ca-ricatura de sí mismo, siempre permanecerá el hecho de quetodo el tiempo irán surgiendo nuevos problemas, como, porejemplo, en nuestros días, las aseveraciones de la percep-ción extrasensorial o el conflicto entre libertad de investigar

y seguridad nacional, que una generación de científicos de-n elucidar con efectos duraderos sobre la tradición científi-

ca, actuando totalmente al alero de su propia responsabili-dad. ¿Acaso no hay salvaguardas contra tal arbitrariedad? Yen todo caso, ¿qué validez podemos atribuir a juicios forma-dos de este modo?

A esto contesto que es imposible salvaguardarse contralos errores de tales decisiones, pues cualquier autoridad esta-blecida con ese propósito destruiría a la ciencia. Es de la na-turaleza de la ciencia que puede vivir solamente si los cientí-ficos individualmente son considerados competentes paraenunciar sus puntos de vista y si el consenso de sus opinio-nes es tenido como competente para decidir todas las cuestio-nes de la ciencia como un todo. En este sentido las decisionesde la opinión científica en materia científica son siempre dederecho, siempre y cuando sean sinceras; y los científicos decualquier período en particular son con justicia maestros ab-solutos —al alero de sus conciencias— del legado de la cien-cia. Ellos no decidirán sin antes escuchar las opiniones de

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cada cual y ocasionalmente además aquellas de un públicomás amplio. Ellos también evocarán las lecciones del pasadoy los científicos de una región intentarán aprender de otrosde regiones distantes; sopesarán sus decisiones en considera-ción a sus consecuencias futuras, pero tanto este procedi-miento y las conclusiones a ser derivadas del mismo seránalgo que habrán de decidir por su cuenta. Tal comprensión,como les es dispensada cuando actúan bajo el pleno sentidode su responsabilidad frente a la ciencia, representa su por-ción última de gracia, y actuar acorde con ella constituye to-do su deber. Sus decisiones son inherentemente soberanas,pues es de la naturaleza de la ciencia que no hay autoridadconcebible que pueda sobrepasar su veredicto.

Esto no significa que la opinión científica sea inheren-temente infalible. No; los científicos siempre cometeránmuchos errores, que se volverán manifiestos en una postre-ra retrospectiva. En la actualidad resulta fácil observar, porejemplo, cómo grandes pioneros como Julius Robert Mayer,Semmelweiss o Pasteur fueron dejados de lado y sus descu-brimientos postergados. Es fácil distinguir entre los períodospretéritos de la ciencia algunos que, como el siglo XVII, sevieron más ricamente inspirados, de otros que, como el sigloXVIII, permanecieron casi estancados en comparación. Losestilos de la ciencia pueden compararse en diferentes regio-nes y puede observarse cómo aquí se inclinan hacia la pedan-tería y allá hacia un exagerado relajamiento. Hay un espa-cio infinito, tanto para la crítica contemporánea como paralos postreros exámenes de conciencia; pero ello no menosca-ba el carácter competente de las acciones sujetas a tales críti-cas. Decisiones justas a menudo pueden resultar ser erró-neas, pero eso no les resta su calidad de justeza.

Concederles competencia a las decisiones de la opinióncientífica sería insignificante, por supuesto, al menos que no-sotros mismos aceptemos que la ciencia es verdadera y signi-ficativa como un todo. Podemos conceder igual competenciaa la opinión legal y también a ciertos cuerpos de opinión reli-giosos, pero probablemente no a la opinión astrológica o fun-oamentalista. Si creemos en la ciencia, aceptaremos comoválida la opinión científica en cuanto todo, a pesar de que lavalidación final de toda proposición siempre implicará unacantidad fraccional de responsabilidad personal de partenuestra.

Aquí tenemos, entonces, los fundamentos finales sobrelos cuales el científico reafirma sus premisas y basa las deci-siones de su conciencia y a partir de los cuales tanto él comootros creen en la ciencia, aceptan por competentes las deci-siones de los científicos y por válidos sus puntos de vista encuanto todo. Esos fundamentos consisten en la aceptación dela ciencia en sí como valedera. Todavía no he entregado una

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razón por qué el científico o cualquier otro debiera creer en laciencia como todo y no en la astrología o el fundamentalis-mo. La convicción del científico de que la ciencia opera no esen realidad mejor que la fe del astrólogo en sus horóscopos odel fundamentalista en la letra impresa de la Biblia, porejemplo. Una creencia siempre opera a ojos del creyente.

En el próximo capítulo intentaré hallar los fundamen-tos sobre los cuales se basa la decisión entre interpretacionesrivalizantes de la naturaleza. Tales opciones por supuesto de-ben ser tomadas sobre premisas más amplias que aquellasde la ciencia, aunque deben incluirlas como un conjunto desupuestos posibles entre muchos otros. Podemos esperar queesas premisas más amplias fundamenten una vida intelec-tual más amplia, que incluye al mundo científico como unode sus segmentos. En los hechos difícilmente podemos espe-rar que abarque menos que toda la vida intelectual de la so-ciedad. No podremos examinar un campo tan vasto en ma-yor detalle. Pero hay una característica que, a juzgar por lavida interior de la ciencia, podríamos tener como esencial pa-ra ella. Esa es la libertad. Si el modo como la verdad halladaen la ciencia sirve de guía en relación con cómo poder hallarla verdad sobre la ciencia, la sociedad en que este procesopuede ser apropiadamente realizado debe estar basada en lalibertad; la discusión en torno de la ciencia debe ser libre.Con el fin de descubrir las condiciones para mantener dichalibertad, comenzaremos nuestro próximo capítulo examinan-do más a fondo el modo cómo se mantiene la libertad en el se-no mismo de la ciencia.

III Dedicación o Servidumbre

1 La libertad tiene atravesado en su rostro un viejo signode interrogación. Con el fin de prevenir conflictos sin ley serequiere de un poder superior: ¿Cómo puede impedirse queese poder suprima la libertad? ¿Cómo puede realmente no su-primirla si ha de eliminar las luchas anárquicas? El gobier-no no es algo que aparece como esencialmente supremo y ab-soluto, no dejando espacio para la libertad.

Hemos dicho, empero, que en el mundo de la ciencia,que constituye un cuerpo social organizado, existe libertad eincluso que la libertad es esencial para la mantención de suorganización. ¿Cómo puede ser verdad?

La soberanía sobre el mundo de la ciencia no se hallaestablecida en un gobernante u organismo regente en par-ticular, sino está dividida en numerosos fragmentos, cadauno de los cuales es manejado por un científico individual-mente. Cada vez que un científico toma una decisión, que enúltima instancia descansa sólo en su propia conciencia ocreencias personales, da forma a la sustancia de la ciencia o

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al orden de la vida científica como uno de sus regentes sobe-ranos. Los poderes de este modo ejercido pueden afectar mar-cadamente los intereses de sus colegas científicos.

No hay necesidad, sin embargo, de un poder supremosuperior para arbitrar como última instancia entre todas es-tas decisiones individuales. Hay divisiones entre los científi-cos, algunas veces amargas y apasionadas, pero todos loscontendores siguen de acuerdo con un punto: que ulterior-mente será la opinión científica la que decida con acierto; yse sienten satisfechos de apelar a ella como árbitro ulterior.Los científicos conceden que en cuanto cada científico siguelos ideales de la ciencia de acuerdo con su propia conciencia,las opiniones resultantes de la opinión científica son de justi-cia. Ésta sumisión absoluta deja a cada uno en libertad, dadoque cada uno actúa de acuerdo con sus propias convicciones.Vemos así cómo una fe compartida en la realidad de los idea-les científicos y suficiente confianza en la sinceridad de loscolegas resuelve entre aquellos dedicados a la ciencia la apa-rente contradicción interna en la concepción de la libertad.Establece un gobierno a través de la opinión científica, en ca-lidad de autoridad general, inherentemente restringida alcuidado de las premisas de la libertad.

Esto nos recuerda la concepción de la libertad de Rous-seau como sumisión absoluta a la voluntad general. La entre-ga de todos los científicos a los ideales de la labor científicapuede considerarse como aquella voluntad general que rigela sociedad de los científicos. Pero esta identificación hace

aparecer la voluntad general a una nueva luz. Se manifiestacomo diferente de cualquier otra voluntad por no poder va-riar su propio propósito. Los científicos que perdieran repen-tinamente todo su interés por la ciencia para suplantarlo porun interés por lebreles dejarían instantáneamente de for-mar una sociedad científica. La estructura cooperativa de lavida científica no podría servir al propósito común de criarlebreles, para cuya consecución los ex científicos tendríanque volver a organizarse desde cero. La sociedad científicano está formada y no puede ser formada por un grupo de per-sonas que primero deciden atarse a una voluntad general pa-ra elegir enseguida encauzar su propia voluntad general alavance de la ciencia. Por el contrario, la vida científica ilus-tra cómo la aceptación general de un conjunto definido deprincipios acarrea una comunidad regida por esos princi-pios, una comunidad que se disolvería automáticamente almomento en que sus principios constitutivos se vieran repu-diados. La voluntad general aparece entonces como una fic-ción más bien equívoca; la verdad sería, entonces (si el casode la ciencia ha de servirnos como guía) que la sumisión vo-luntaria a ciertos principios necesariamente genera una vi-da comunitaria regida por estos principios, y que la sobera-

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nía ulterior descansa entonces airosa en cada generación deindividuos que, en su devoción hacia esos principios, los in-terpretan y aplican conscientemente a los asuntos del perío-do.

Esto también arroja nueva luz sobre la naturaleza delcontrato social. En el caso de la comunidad científica, el con-trato consiste en la entrega de la propia persona —no a ungobernante soberano como pensaba Hobbes, ni a una abstrac-ta voluntad general como postulaba Rousseau— sino que alservicio de un ideal en particular. El amor a la ciencia, la ur-gencia creativa, la devoción hacia las normas científicas,esas son las condiciones que comprometen al novicio con ladisciplina de la ciencia. Sometiéndose como aprendiz a unproceso intelectual basado en determinado conjunto de nor-mas ulteriores, el neófito se enrola como miembro de la co-munidad que comparte esas verdades y su compromiso conéstas necesariamente involucra la aceptación de las reglasde conducta indispensables para su cultivo. Cada nuevomiembro acepta atenerse durante toda su vida al acatamien-to de una tradición particular, a la cual consiente con todasu persona.

Dado que un científico requiere de dotes especiales, laausencia de tales dotes vacía de contenido todo el contrato.Así también lo hace la ausencia de un verdadero temple odisposición, como ocurre en el caso de los novicios imposto-res o incorrectos. He descrito ya los métodos disciplinariosmediante los cuales la comunidad científica lucha para man-tener marginados a los chapuceros, impostores y chiflados,y también he señalado los graves problemas implícitos en dis-tinguir de éstos a los grandes pioneros de portento revolu-cionario, que desean hacerse parte del contrato social de laciencia bajo condiciones modificadas desde el principio. Sinembargo, las dificultades que pueden surgir en conexión conesto no pueden afectar la claridad esencial del contrato, me-diante el cual el científico se convierte en miembro de su co-munidad. Consiste en su dedicación al servicio de una reali-dad espiritual determinada.

Hemos visto cómo esta dedicación, que compromete alcientífico de actuar acorde con su propia conciencia, repre-senta la obligación de ser libre. Una libertad de este tipo, pa-reciera, debe ser descrita en este caso como la libertad de ac-tuar de acuerdo con una obligación particular. Tal como unapersona no puede ser obligada en general, tampoco puedeser libre en general, sino solamente en relación con motivosde conciencia definidos.

2 Salgamos ahora de la ciencia para entrar en el contex-to más amplio de la sociedad y examinar el tipo de libertad

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que es requerido para decidir competentemente acaso acep-tar o rechazar a la ciencia como un todo.

A lo largo de toda la historia moderna la ciencia haejercido una inmensa impresión sobre la opinión pública ge-neral y ella fue tan fuerte como siempre, acaso no muchomás fuerte, en las primeras centurias de la ciencia moder-na, cuando el valor práctico de la ciencia no había aún sidotema de reflexión. Fue la calidad intelectual de la ciencia—particularmente de la mecánica newtoniana— la que ani-mó y convenció a vastos círculos. Mirando en retrospectivalos últimos cuatro siglos, podemos ver que cada departamen-to del pensamiento se vio gradualmente revolucionado bajola influencia de los descubrimientos científicos. El enfoquemedieval de Aristóteles y Santo Tomás, que apuntaba al des-cubrimiento de un propósito divino en los fenómenos de lanaturaleza, fue dejado de lado y la teología se vio forzada adesmentir todo lo que habían pensado en relación con el uni-verso material. Mientras la ocurrencia de ciertos milagros,particularmente los de la Encarnación y Resurrección, sonreafirmados, la teología protestante está pronta para reinter-pretar los milagros en general en un sentido simbólico másque para oponerse específicamente a los puntos de vista natu-ralistas de la ciencia. La fe en la brujería —todavía bastantepoderosa a comienzos del siglo XVIII— fue abandonada y laastrología privada de todo apoyo oficial. El enfoque del hom-bre y de la sociedad fue transformado.

Esas conquistas de la ciencia fueron alcanzadas a ex-pensas de otras satisfacciones mentales que probaron su de-bilidad. Mientras el mundo fue enriquecido en una forma designificado, inevitablemente perdió algunos de sus significa-dos de otras formas. El propio Galileo, verdadero adalid en elataque contra la autoridad aristotélica, mostró una genuinasimpatía por el dolor que sabía estaba causando a quienesacariciaban su fe en las grandes armonías del pensamientoescolástico. No debe sorprendernos, así, que los deseos men-tales que la ciencia deja insatisfechos siempre hayan estadodispuestos a volver a la carga. Así, por ejemplo, la CienciaCristiana tiene éxito incluso noy día en desafiar la interpre-tación científica de las enfermedades y su curación. Buen nú-mero de otras escuelas de medicina heterodoxas florecen pordoquier. Otras teorías condenadas por la ciencia, como lasde la astrología y el ocultismo, son también reafirmadas pornumerosas personas. La popular autoridad de la ciencia, enefecto, permanece abierta al desafío de diversas interpretacio-nes rivales de la naturaleza y sigue en pie la interrogante decómo tales rivalidades pueden ser debidamente zanjadas.

Una controversia entre dos visiones fundamentalmen-te diferentes del mismo ámbito de experiencia jamás puedeser conducida tan metódicamente como una discusión que

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se verifica dentro de una rama organizada del conocimiento.Mientras los choques entre dos teorías científicas en conflic-to o dos interpretaciones bíblicas divergentes pueden habi-tualmente ser llevadas a una prueba final a la luz de las res-pectivas opiniones profesionales, puede ser extremadamentedifícil hallar cualquier implicación de una visión naturalis-ta del hombre por un lado, y de una visión religiosa por elotro, en que estas dos puedan ser específicamente contrasta-das en términos idénticos. Mientras menos tengan funda-mentalmente en común dos proposiciones, tanto más el ar-gumento entre ellas perderá su carácter discursivo y seconvertirá en un intento mutuo de traspasar al otro desdeaquel conjunto de fundamentos a éste, con lo cual los conten-dores tendrán que descansar mayoritariamente sobre la im-presión general de racionalidad y valor espiritual que cadauno pueda ejercer sobre el otro.

Intentarán dejar en evidencia la pobreza general de lapostura de su contrincante y estimular el interés por sus pro-pias perspectivas, más ricas; confiando en que tan pronto uncontendor haya captado un vislumbre de éstas, no podrá de-jar de percibir una nueva satisfacción mental, que lo atraeráotro poco más, para finalmente convencerlo de pasarse a sulado.

El proceso de escoger entre posturas basadas sobre dife-rentes conjuntos de premisas es así más un asunto de intui-ción y de conciencia final que una decisión entre diferentesinterpretaciones basadas en el mismo conjunto de premisas,o al menos uno bastante similar. Es un juicio del tipo implíci-to en un descubrimiento científico. La voluntad puede jugaruna parte importante en ese tipo de juicio. Recordemos queuna voluntad inflexible es esencial en la investigación cientí-fica si los indicios entregados por un descubrimiento han dealcanzar alguna vez el estado de madurez; y que muy a me-nudo es correcto perseverar en ciertas expectativas intuiti-vas, aun cuando una serie de hechos aparentemente las refu-ten. Sin embargo, a lo largo de todas estas luchas nuestravoluntad jamás debe determinar definitivamente nuestro jui-cio, el que ulteriormente debe ser guiado por la silenciosa vozde la conciencia. En forma similar, las crisis mentales quepueden conducir a la conversión de un conjunto de premisasa otro, a menudo están dominadas por fuertes impulsos defuerza de voluntad. La conversión debe cogernos en contrade nuestra voluntad (como cuando los comunistas fervientesse vieron arrollados por las dudas y se derrumbaron casi dela noche a la mañana ante las evidencias de los juicios sovié-ticos), o —y véase el ejemplo de San Agustín— puede tam-bién ser vanamente buscada durante años por todo el poderde nuestra voluntad. Ya sea que nuestra fuerza de voluntadsea evocada por nuestra conciencia para reforzar sus argu-

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mentos, ya sea para, contrariamente, llevarnos en una direc-ción opuesta tanto al argumento y a la conciencia nuestra so-la fuerza de voluntad no puede generar o destruir una creen-cia honesta. La decisión ulterior compete a la conciencia.

Lo dicho finalmente nos conduce a preguntar: ¿Qué pre-misas guiarán a la conciencia en decisiones de este tipo enuna sociedad libre? ¿Podemos hallar, como en el caso de laspremisas de la ciencia, un arte práctico que los incorpore;una tradición mediante la cual sea transmitido este arte; ins-tituciones en las que encuentre cobijo y expresión? Sí, las en-contraremos subyaciendo al arte de la libre discusión, trans-mitido por una tradición de libertades cívicas e incorporadoen las instituciones de la democracia. Este arte, esta tradi-ción, esas instituciones, serán descubiertas bajo su formamás pura en Gran Bretaña, los Estados Unidos, Holanda,Suiza y otros países donde quedaron establecidas por prime-ra vez y del modo más efectivo.

Puedo ver dos principios subyaciendo el proceso de librediscusión. A uno lo llamaré imparcialidad, al otro toleran-cia, empleándose ambos términos en un sentido un tantoparticular.

La imparcialidad en la discusión es el intento de pre-sentar la propia causa en forma objetiva. Cuando una ex-presión de nuestras convicciones salta por primera vez anuestra mente, es formulada en términos que las dan porsentadas. La emoción se enseñorea y permea toda nuestraidea. Para ser objetivos debemos seleccionar hechos, opinio-nes y emociones y presentarlos separadamente, siguiendoese orden. Ello permite que sean verificados y criticados porseparado. Despliega toda nuestra posición frente a nuestrocontendor. Constituye una disciplina dolorosa que interrum-pe nuestro flujo profético y reduce nuestras pretensiones aun mínimo. Pero la imparcialidad así lo exige; y tambiénque adscribamos a nuestro contendor los puntos verdaderos,a la par de reconocer francamente las limitaciones de nues-tro conocimiento y nuestros prejuicios naturales.

Por tolerancia entiendo aquí la capacidad de prestaratención a una afirmación parcial y deshonesta con el fin dedescubrir puntos rescatables, así como los motivos de error.Es irritante abrir nuestra mente en forma amplia a los argu-mentos espaciosos en la esperanza de captar en ellos algúngranito de verdad; el cual, una vez reconocido, podría fortale-cer la postura de nuestro contrincante e incluso ser explota-do deshonestamente por él en contra nuestra. Requiere deun alto grado de tolerancia pasar por esto.

El gran público juega un importante papel en la man-tención de la imparcialidad y la tolerancia. Las controver-sias entre los líderes del pensamiento son generalmente lle-vadas adelante más con el propósito de acopiar partidarios

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que de convertirse mutuamente. La imparcialidad y la tole-rancia difícilmente pueden ser salvaguardadas en una con-frontación pública, a menos que el auditorio sepa apreciar lasencillez y la moderación y sepa resistir la falsa oratoria. Unpúblico juicioso, con el oído aguzado para la falsedad de losargumentos, es por lo tanto una parte esencial para la prácti-ca de la controversia abierta. Insistirá en que se lo enfrentecon afirmaciones moderadas, admitiendo con franqueza suelemento de convicción personal. Demandará esto tanto parala protección de su propio equilibrio mental como también encalidad de prueba de un pensamiento claro y consciente departe de aquellos que solicitan su apoyo.

Las principales esferas de la cultura usualmente ape-lan al público como una totalidad, que por regla acepta o re-chaza la opinión de "la ciencia" o las enseñanzas de "la reli-gión" en su integridad, sin intentar discriminar entre las vi-siones de diferentes científicos o diferentes teólogos. Aun así,ocasionalmente intervendrán incluso en la cuestión internade uno u otro gran dominio de la mente, particularmente enaquellas ocasiones en que un punto de vista totalmente nue-vo se rebela contra la ortodoxia vigente. Los rebeldes cultura-les habitualmente tienen uno de sus pies afirmados fuera deuna esfera reconocida, intentando afirmarse en ésta con elotro. Parte del público irá en su ayuda, otros despreciarán suesfuerzo. El acceso al reconocimiento científico en el tiempoque nos toca vivir, el tiempo del sicoanálisis, la cirugía mani-pulativa y, más recientemente, la telepatía, debe buena parteal reconocimiento público. Por otro lado, la intervención po-pular de, por ejemplo, los círculos nacionalistas franceses,que exigían el reconocimiento de los hallazgos de Glozel, o delos estudiantes antisemitas alemanes que se opusieron a lateoría de la relatividad de Einstein, fue errónea. En términosgenerales, la intervención del público general de un modoque revele su búsqueda sincera de la verdad, será considera-da legítima en una sociedad liberal, siempre y cuando semantenga dentro de límites a fin de no sobrepasar la esferade gobierno autónomo concedida a los expertos bajo la protec-ción de la comunidad toda.

Esto nos lleva a las instituciones que cobijan la libre dis-cusión en el marco de una sociedad libre. En Gran Bretaña,por ejemplo, tenemos las Cámaras del Parlamento; las cor-tes de justicia; las iglesias protestantes, la prensa, el teatro,la radiofonía (la televisión); los gobiernos locales y los innu-merables comités privados que rigen todo tipo de organizacio-nes políticas, culturales y humanitarias. Siendo de carácterdemocrático, estas instituciones son ellas mismas encauza-das por una opinión pública libre. La discusión es particular-mente protegida para este fin a través de su propio orga-nismo siendo las reglas de imparcialidad y de tolerancia

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mantenidas vigentes a través de las costumbres y las leyes.Una amplia gama de opiniones divergentes es protegida enforma similar a lo largo y ancho de la sociedad. Es verdadque el status asignado a esas opiniones divergentes varía con-siderablemente. Algunas, por ejemplo la ciencia, recibenapoyo positivo tanto para seguir desarrollándose como paraenseñar su doctrina de modo amplio. Otras opiniones, porejemplo la magia y la astrología, son correspondientementedesalentadas.

Si bien no todas las opiniones son igualmente tolera-das, se concede protección a muchas que causan dolor y fasti-dio a quienes están en desacuerdo con ellas. El equilibrioentre opiniones que son positivamente alentadas y otras queson únicamente toleradas, y otras más todavía que son desa-lentadas e incluso consideradas criminales, se halla en cons-tante flujo. Las necesidades de la guerra, por ejemplo,pueden conducir a que el rango de tolerancia se vea señala-qamente restringido. La opinión pública constantemente rea-liza ajustes en estas materias a través de las costumbres y lalegislación.

Sin embargo, esas reglas institucionales y con mayorrazón todavía los principios generales de imparcialidad y to-lerancia, no pueden recibir la forma general de prescripcio-nes inequívocas. Incluso el campo de discusión más severa-mente controlado, como el formado por los procedimientosde las cortes de justicia, deja un margen a la discreción. Loscasos límites o situaciones esencialmente nuevas, frecuente-mente llamarán en favor nuevos juicios interpretativos. Enlos amplios campos de la discusión pública, cada participan-te debe interpretar día tras día las costumbres existentes a laluz de su propia conciencia. Estas innumerables decisionesindependientes resultarían en un caos si no mediara la ar-monía esencial que prevalece entre las conciencias indivi-duales de una comunidad. El consenso de las conciencias ha-bitualmente es descrito como mostrando la presencia de unespíritu democrático entre las personas. A la luz de nuestroanálisis previo podemos fijar condiciones más definidas pa-ra ello.

Bajo esa luz, el "espíritu democrático" que guía el espí-ritu de una nación libre se manifiesta —al igual que el espíri-tu científico que subyace a las actividades de la comunidadcientífica— como una expresión de ciertas creencias metafí-sicas compartidas por los miembros de la comunidad. Yahan sido bosquejadas; en seguida entraremos a su análisis.

La imparcialidad en la discusión ha sido definida comoun intento de objetividad, es decir, preferencia por la verdad,incluso a expensas de una pérdida de fuerza del argumento.Nadie puede practicar esto a menos que crea que la verdadexiste. Desde luego uno puede creer en la verdad y aun así es-

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tar demasiado prejuiciado como para practicar la objetivi-dad; en efecto, hay cientos de modos de no lograr la objetivi-dad a pesar de creer en la verdad. Pero no hay modo de aspi-rar a la verdad a menos que se crea en ella. Y, más aun, nohay propósito en discutir con otros a menos que se crea quetambién ellos creen la verdad y que la buscan. Sólo bajo elsupuesto que la mayoría de las personas están dispuestasfrente a la verdad, tan esencialmente como lo está uno, tienesentido abrirse frente a ellas de modo imparcial y con plenatolerancia.

Una comunidad que efectivamente practica la libre dis-cusión está por ende dedicada a una cuádruple proposición:1) que hay tal cosa como la verdad; 2) que todos sus miem-bros la aman; 3) que se sienten obligados por ella, y 4) queson efectivamente capaces de buscarla. Ciertamente estosson supuestos grandes, tanto más porque son del tipo quepuede ser invalidado por el mero proceso de cuestionarlos. Silas personas comienzan a perder la confianza en el amor a

la verdad de sus conciudadanos, bien pueden cesar de sentir-se obligados de buscarla aun a costo propio. Considerandocuán débiles somos todos en ocasiones respecto de resistir latentación de la falta de veracidad y cuan imperfecto es nues-tro amor a la verdad, en el mejor de los casos, resulta tantomás sorprendente que deban existir comunidades en que lamutua confianza en la sinceridad de todos debiera ser mante-nida en alto, al grado mostrado por su práctica de la objetivi-dad y la tolerancia entre los miembros de esa comunidad.

El amor a la verdad y la confianza en la veracidad desus semejantes no son efectivamente asumidos por las perso-nas bajo la forma de una teoría. Difícilmente incluso formanel articulado de cualquier fe profesada, pero se hallan princi-palmente incorporadas en la práctica de un arte —el arte dela libre discusión— del cual son sus premisas. Este arte —co-

mo aquel del descubrimiento científico que estudiamos ante-riormente— es un arte comunitario, practicado de acuerdocon una tradición que pasa de generación en generación, re-cibiendo el sello de cada una antes de ser traspasada a la si-guiente. Hay un amplio flujo de esa tradición que pasa a tra-vés de toda la humanidad, aunque hay ciertas formas másespecíficas y elaboradas de la misma, que son mantenidaspor diferentes naciones. Las instituciones cívicas inglesashan sido los principales vehículos de esa tradición desde el si-glo XVII en adelante. Dedicarse a las premisas del libre pen-samiento significa adherir a cierta tradición nacional en quehan arraigado profundamente instituciones similares.

Cuando nace un niño en el seno de una comunidad sele impone forzosamente el contrato social. La comunidad exi-ge adhesión en primer lugar impartiendo una educación pri-maria en términos de sus propias premisas. Un niño que

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crece en una comunidad moderna se verá obligado a abando-nar el enfoque mágico hacia el cual se inclinaría primera-mente y a adoptar en su lugar un enfoque naturalista de lavida cotidiana. En comunidades libres será entrenado parala práctica de la imparcialidad y la tolerancia. Todo el legadode las instituciones libres descenderá sobre el joven, confir-mándolo en estas obligaciones tradicionales. Las premisasde la libertad serán así aseguradas por la obligación y ejerci-das por la opinión pública, ya sea en forma directa o median-te el proceso legislativo.

No debe sorprender que el contrato social sea tanto me-nos libre para una nación que para la comunidad científica.Hay una multiplicidad de oportunidades fuera de la cienciapara aquellos que no sienten amor por ella o que deben ser re-movidos de la comunidad científica por falta de capacidad oquebrantamiento de la integridad. Pero una nación debe ab-sorber a todos aquellos nacidos en su seno y no puede expul-sarlos más tarde, excepto mediante la ejecución o el exilio.Más todavía, los miembros admitidos en una comunidad através de su nacimiento no pueden disfrutar de una libre op-ción de sus premisas; deben ser educados en unos términoso en otros, sin ninguna consulta respecto de sus propias refe-rencias. Bajo estas circunstancias el sentido de la obliga-ción, mediante el cual es sellado el contrato social, no puedesino ser firmemente encauzado —acaso no inducido de uncomienzo— por la influencia de la educación. En esto recono-cemos las funciones propias de la autoridad general, encar-fada de mantener en alto las premisas del pensamiento

bre.Sin embargo, cualquier ser humano que suscriba las

tradiciones nacionales (o humanas en general) suma a ellassus propios matices de interpretación, y algunos firmarán elcontrato sólo bajo reservas de largo alcance. Cada genera-ción tiene el problema de identificar a los pocos grandes inno-vadores entremedio de las huestes de impostores y charlata-nes, y debe decidir esa selección de acuerdo con su propialuz. Para ello deben descansar, en última instancia, en suspropias conciencias. Si una nación libre perdura y bajo quéforma sobrevive debe descansar en última instancia en el re-sultado de decisiones individuales, tomadas con toda la fe ycapacidad de entendimiento que ha tocado a cada uno en par-te. Cualquier poder autorizado para sobrepasar esas decisio-nes necesariamente destruiría la libertad. Debemos teneruna soberanía atomizada entre los individuos que están dife-renciadamente enraizados en un suelo común de obligacio-nes trascendentes; en caso contrario la soberanía no podrádejar de encarnar en un poder secular que regirá absoluta-mente por sobre todos los individuos.

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Una soberanía atomizada, la soberanía de una opiniónpública libre, es también el sitio de descanso en que se esta-blecen los fundamentos ulteriores de la ciencia. Una comuni-dad comprometida con la búsqueda de la verdad no puede de-jar de asignar libertad a la ciencia como una forma deverdad. La adhesión que puede ganar mediante una discu-sión pública imparcial y tolerante será su legítima recom-pensa. Un científico puede pedir más: esa es la parte que letoca interpretar a una competencia de carácter libre; pero encuanto ciudadano tendrá que concordar con la recompensaque establece la competencia pública cuando es legítima. Esarecompensa puede ser determinada en cierta medida por laacción educacional o de otras instituciones y todavía seguirsiendo legítima, mientras, claro, tal acción esté basada en de-cisiones democráticas logradas a través de una persuasión a-bierta.

Este es el punto ulterior hasta el que podemos retrasarlas raíces de nuestra convicción expresada al tener por ver-dadera cualquier proposición científica en particular. Talconvicción implica, en última instancia, nuestra adhesión auna sociedad dedicada a ciertos motivos constantes; entre és-tos se cuentan la realidad de la verdad y nuestra obligación ycapacidad de descubrir la verdad. Afirma que en una socie-dad así dedicada puede realizarse una opción competente en-tre aceptar o rechazar las premisas de la ciencia y que noso-tros hemos hecho esa opción y aceptado esas premisas. Yprosigue afirmando fe en la competencia del proceso de des-cubrir, que he descrito en los dos capítulos anteriores, y en lavalidez, en general, de los resultados así obtenidos. Final-mente sanciona una proposición en particular al acreditarlapersonalmente a la luz ote todas estas premisas. A través deeste último acto se expresa también una creencia en orden aque aquello que es indicado por tal proposición es real; y tam-bién asumimos responsabilidad personal por esa creencia.A esta creencia se vincula la demanda de que la proposiciónsea umversalmente reconocida como verdadera. Así, mien-tras reconocemos que proposiciones verdaderas no puedenser establecidas por ningún criterio explícito, sí sostenemosla validez universal de proposiciones a las que personalmen-te asentimos. En ello queda expresada nuestra convicción deque la verdad es real y no puede dejar de ser reconocida portodos aquellos que la buscan con sinceridad; y también nues-tra fe en una sociedad libre como organización de las con-ciencias de sus miembros para el cumplimiento de su obliga-ción inherente respecto de la verdad.

Vemos entonces, que acordar validez a la ciencia —ocualquier otro de los grandes dominios de la mente— es ex-presar una fe que puede ser tenida en alto sólo dentro de una

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comunidad. Hacemos efectiva aquí la conexión entre cien-cia, fe y sociedad, bosquejada en estos ensayos.

Podemos tratar de penetrar todavía un paso más allá,preguntando cuáles son los fundamentos sobre los cualessostenemos la convicción de que la verdad es real, que hayun amor general por la verdad entre los hombres y una capa-cidad de hallarla. Esas convicciones (y otras estrechamentevinculadas a ellas, como la creencia en la justicia y la cari-dad) recientemente se han visto envueltas en una crisis fatí-dica. Nuestro examen de los fundamentos ulteriores sobrelos cuales descansa nuestra obligación hacia la verdad seconvertirá por ello con toda naturalidad en un análisis de lacrisis general en que se ve envuelta actualmente nuestra civi-lización.

Esa crisis se ha vuelto más marcadamente manifiestaen una amenaza contra toda libertad intelectual basada enla aceptación de una obligación universal hacia la verdad.Parecería que hubiera surgido porque la naturaleza estricta-mente limitada de la libertad intelectual no había sido jamásplenamente aceptada por aquellos que contribuyeron a esta-blecerla. Ellos no reconocieron que la libertad no puede serconcebida sino en términos de obligaciones de conciencia par-ticulares, cuya búsqueda permite y prescribe. Pensaron quela libertad no puede significar la aceptación de cualquier obli-gación en particular y en el hecho incompatible con la pres-cripción de sus propios límites. La libertad de pensamientoen particular significaba en su perspectiva el rechazo decualquier tipo de creencias tradicionales, incluyendo, parece-ría añora, aquellas sobre las que se tasa la libertad misma.Ellos sostenían que la imposición de cualquier tipo de límitesconduciría a que ya no habría modos de restringir la intole-rancia y de evitar el oscurantismo.

Permítaseme delinear brevemente el proceso históricoque dio surgimiento a nuestra crisis moderna.

3 El gradual surgimiento de una sociedad dedicada a labúsqueda de la verdad mediante los métodos de la objetividady la tolerancia aconteció en Europa a lo largo del renacimien-to del pensamiento griego después de la Edad Oscura. Buenaparte de ese pensamiento había sobrevivido en la teologíacristiana y en los remanentes del derecho romano. Luego, apartir del renacimiento carolingio, el pensamiento antiguodifundió su influencia en forma constante, hasta que unavez más alcanzó una posición de dominio durante el Renaci-miento italiano. Los humanistas del período del Renacimien-to observaron el primer intento de deponer a la hasta allí go-bernante autoridad teológica para establecer en su lugar u-na cultura basada en una inteligencia secular libre. La Re-forma y la Contrarreforma revirtieron este proceso, pero

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logró reemerger finalmente en el siglo XVII en Holanda,Gran Bretaña y en las colonias británicas de América, lle-vando allí por vez primera a un régimen establecido institu-cional de una objetividad y tolerancia comparativamente am-plias. En otras partes de Europa la tolerancia se extendióinicialmente por medio de la agencia del absolutismo ilustra-do y después, más efectivamente, a través de las repercusio-nes de las revoluciones francesas de 1789 y 1848.

La autoridad teológica de la Iglesia medieval fue severa

&específica en un grado que actualmente nos parece intolera-ble. Todavía en 1700 un buen católico educado en Francia se-

ría enseñado y creería que nuestro primer antepasado,Adán, murió un 20 de agosto del año universal del 930. Todoslos casos de interpretación dudosa de la fe eran reservados ala autoridad sacerdotal. La confesión anual obligatoria, res-paldada por la obligación jurada de los príncipes de erradi-car la herejía, tal como les indicaba la Iglesia, mantuvo esterégimen firmemente establecido durante todo el Medievo tar-dío.

Las luchas que finalmente condujeron a su destruc-ción generalizada han perdurado hasta nuestros días. Hanproducido nuestras formas liberales de vida pública, basa-das en el supuesto de la realidad de la verdad y de la eficien-cia del argumento racional. El sistema medieval, fundadoen un texto específico interpretado por una sola autoridadcentral, fue reemplazado por una sociedad fundada sobreprincipios generales interpretados por la opinión pública.

El nuevo espíritu de independencia había ya sido practi-cado durante muchos años y en una variedad de formas —ar-tísticas, políticas, religiosas y científicas— antes de que serealizara un intento resuelto de incorporar sus premisas enun sistema filosófico. La duda cartesiana y el empirismo deLocke se convirtieron entonces en las dos poderosas palancasde la posterior liberación de la autoridad establecida. Esasfilosofías y las de sus discípulos tenían el propósito de demos-trar que la verdad podía ser establecida y que se podía cons-truir una rica y satisfactoria doctrina del nombre y del uni-verso sobre tan sólo los fundamentos de la razón crítica.Bastarían las proposiciones evidentes en sí o el testimonio delos sentidos, o si no la combinación de ambos. Tanto Descar-tes como Locke mantuvieron su fe en la doctrina cristianarevelada. Y si bien los racionalistas posteriores que los suce-dieron tendieron hacia el deísmo o hacia el ateísmo, perma-necieron firmes en su convicción de que las facultades críti-cas del hombre por sí solas, sin auxilio de los poderes de lafe, podrían establecer la verdad de la ciencia y los cánones dela imparcialidad, la decencia y la libertad. Pensadores comoWells y John Dewey, y toda la generación cuyas mentes ellosreflejan, siguen profesando esa convicción hasta nuestros

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días, cosa que incluso hacen los empíricos más extremosque profesan la filosofía del positivismo lógico. Todos ellos es-tán convencidos de que nuestros principales problemas toda-vía derivan de no haber podido librarnos del todo de nuestrascreencias tradicionales y siguen basando sus esperanzas enposteriores aplicaciones del método del escepticismo radicaly del empirismo.

Parece claro, sin embargo, que este método no represen-ta verdaderamente el proceso mediante el cual efectivamentellegó a establecerse la vida intelectual liberal. Es verdad quehubo un tiempo en que la cabal destrucción de la autoridadentregó progresivamente nuevos descubrimientos en cadaárea del conocimiento. Pero ninguno de esos descubrimien-tos —ni siquiera aquellos de la ciencia— se basaban sobre laexperiencia de nuestros sentidos, auxiliados solamente porproposiciones evidentes en sí. A la aceptación de la ciencia ya la búsqueda del descubrimiento en la misma subyace lacreencia en las premisas científicas a las cuales deben adhe-rir sin cuestionamiento los partidarios y cultivadores de laciencia. El método de no creer en ninguna proposición queno pueda ser verificada por medio de operaciones definida-mente prescritas destruiría toda fe en las ciencias naturales.Y destruiría, de hecho, la fe en la verdad y en el amor mismoa la verdad, que es condición de todo pensamiento libre. Elmétodo conduce hacia un total nihilismo metafísico, negan-do así la base para cualquier manifestación umversalmentesignificativa de la mente humana.

Podría objetarse que en los hechos los escépticos hancontinuado amando y manteniendo en alto a la ciencia y susámbitos afines, así como al régimen de objetividad y toleran-cia en general. Ello es cierto, o al menos cierto con bastantefrecuencia. Pero sólo muestra que las personas puedentransmitir una gran tradición incluso mientras profesanuna filosofía que niega sus premisas. Pues los adherentes auna gran tradición son en gran medida inconscientes de suspropias premisas, que yacen profundamente insertas en losfundamentos inconscientes de la práctica. Estas premisas,por tanto, pueden permanecer inmunes durante largo tiem-po contra su negación teórica de parte de quienes practican ytransmiten la tradición. De este modo la ciencia ha sido desa-rrollada exitosamente estos últimos trescientos años porcientíficos que suponían estar practicando el método de Ba-con, el cual en los hechos no puede entregar nada parecido aresultados científicos. Lejos de percatarse de la contradic-ción interna en que están envueltos, quienes practican unatradición a la luz de una teoría falsa, estén convencidos —co-mo lo han estado generaciones de empíricos descendientesde Locke— de que sus falsas teorías son reivindicadas por eléxito de su práctica correcta.

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Tal estado de lógica suspendida, sin embargo, será me-nos susceptible de desarrollarse en países a los que es trans-mitida —por no ser originaria de su territorio— una tradi-ción a través de una teoría falsa y no mediante su prácticaverdadera. Ello quedó en cierta medida en evidencia en el ca-so de Francia, donde el concepto no calificado de libertad deri-vado de las teorías del gobierno de Locke produjo, en formabastante lógica, la doctrina rousseauniana de la soberaníapopular absoluta: una doctrina que inauguró el jacobinismoy que ha obstaculizado hasta el presente la práctica de la dis-cusión tolerante entre los partidos políticos galos. Pero másserias todavía fueron las consecuencias de la filtración deuna falsa teoría de la libertad más hacia el este, hacia paísescon todavía menos tradiciones cívicas. Se actualizó allí enlas teorías románticas del individuo espontáneamente libre yde la nación igualmente espontáneamente libre, y en la teo-ría socialista de la clase revolucionaria; todo lo cual niega ra-dicalmente la posibilidad de la objetividad y de la imparciali-dad en la discusión pública y presta apoyo, implícita o explíci-tamente, a una teoría totalitaria del Estado. Y estas teoríasrealmente no permanecieron en el papel. Si bien los autorespolíticos de toaos los tiempos han avanzado máximas de vio-lencia y aunque desde Maquiavelo en adelante tales precep-tos nunca dejaron de afectar las acciones de los estadistas, elsiglo XX fue el primero en la historia en producir movimien-tos de masas que negaron la realidad de la razón y de la equi-dad, manifestándose impulsados por un cabal amor por elpoder.

Esos movimientos se justificaron a sí mismos con elapoyo de teorías supuestamente científicas. Eso puede pare-cer ilógico, ya que negaron a la ciencia una posición de inde-pendencia; pero fue igualmente cierto. La teoría de la luchade clases pretendió que el acceso de la clase trabajadora alpoder absoluto era científicamente inevitable. La teoría ro-mántica afirmaba como necesidad biológica el que tanto elsuperhombre como la superraza alcanzarían el predominioabsoluto. Tanto la acción ¡bolchevique como la fascista se ba-saban en teorías de violencia ilimitada; pero el elemento tri-bal y vitalista del fascismo condujo a un culto deliberado dela brutalidad que estaba totalmente ausente de la perspectivapuramente mecanicista del bolchevismo.

Ambos movimientos, sin embargo, no obtuvieron sugran fuerza a partir de sus fuentes de poder profesadas. Nodebemos caer en su falsa visión del hombre al aceptar su pro-pia apreciación de sí mismos. No fueron ni los intereses ad-quisitivos del proletariado ni la vitalidad física de los pueblositaliano y alemán lo que condujo a la victoria a las revolucio-nes fascista y bolchevique. Esos movimientos debieron su éxi-to sin más a sus ocultos recursos espirituales. Fueron arras-

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trados al poder por una marea de pasiones humanitarias opatrióticas. La explicación parece suficientemente clara. Lanegación de toda realidad espiritual no sólo es falsa sinoincapaz de consumarse. Es lógicamente falso negar la exis-tencia de la verdad, ya que la afirmación misma que declaraesto se basa en el supuesto de que es posible establecer la ver-dad. Pero la realidad espiritual no sólo sigue siendo implica-da en este sentido, sino también sigue siendo una fuerza ope-rativa. Cuando afirmamos 'la verdad es lo que beneficia alproletariado' o 'la verdad es lo que beneficia a Alemania',ello no cancela nuestra convicción de la verdad o nuestroamor por la verdad, sino meramente transfiere las obligacio-nes trascendentes que debemos a la verdad, a los interesestemporales del proletariado o de los alemanes. Y lo mismoes valedero para la justicia y la caridad, para las cuales esimperecible nuestro apego implícito, al igual que aquel a laverdad. Quienes declaran que esos ideales carecen de unaverdadera sustancia y que sólo los intereses y el poder de cier-tos grupos son reales, indudablemente vinculan sus aspira-ciones de equidad y hermandad con la lucha de un partido opoder en particular. Su fidelidad ulterior y todo su amor y de-voción son entonces sumados a ese residuo de realidad, el po-der del partido escogido. De allí el irresistible fanatismo porel partido escogido y la capacidad de éste de suscitar unaprofunda respuesta moral incluso mientras proyecta unenorme desdén sobre las realidades morales.

De este análisis de sus fundamentos arribamos a la teo-ría del gobierno totalitario que entregamos a continuación.Con el fin de que una sociedad pueda constituirse adecuada-mente, deben existir fuerzas competentes para dirimir en ca-lidad de última instancia cualquier asunto de controversiaentre dos ciudadanos. Pero si los ciudadanos están dedica-dos a ciertas obligaciones trascendentes y particularmente aideales tan generales como la verdad, la justicia y la caridady éstos están incorporados en la tradición de la comunidadhacia la cual se mantiene fidelidad, una gran cantidad dedisputas entre los ciudadanos, y en cierto modo todas, pue-den ser dejadas —y necesariamente son dejadas— a la deci-sión de las conciencias individuales. Al momento, sin embar-go, en que una comunidad cesa de estar dedicada a través desus miembros a los ideales trascendentes, puede seguir exis-tiendo intocada sólo a través de la sumisión a un centro úni-co de ilimitado poder secular. Tampoco pueden los ciudada-nos que han abandonado de modo radical su creencia en lasrealidades espirituales plantear objeción válida alguna res-pecto de ser totalmente dirigidos por el Estado. En los he-chos, su amor por la verdad y la justicia se convierte enton-ces automáticamente, como he mostrado, en amor por elpoder del Estado.

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La dedicación de una comunidad a ideales tradiciona-les implica su asentimiento a la acción social que sirve estosideales. En esa medida la comunidad es entonces alejada desus propios intereses tangibles. Los gobiernos fundados en lanegación de la realidad espiritual pueden considerar ese ale-jamiento sólo como una desviación irresponsable que debencontrarrestar a través de una apropiada intervención en ca-da detalle relevante. Este es el motivo por el cual la planifi-cación totalitaria es lógicamente necesaria y debe ser envol-vente.

Aplicada a la ciencia, por ejemplo, esa planificaciónsignifica el intento de reemplazar los objetivos que la cienciase plantea a sí misma por objetivos fijados por el gobierno eninterés del bienestar público. Hace responsable al gobiernode la aceptación o rechazo ulterior por parte del público decualquier afirmación particular de la ciencia y por haberconferido o negado protección a búsquedas científicas parti-culares en acuerdo con el bienestar público. Al negárselesjustificación e incluso realidad a los objetivos propios de laciencia, el científico que todavía los persiga es naturalmentetenido como culpable de un deseo egoísta de autosatisfacción.Será lógico y adecuado que el político intervenga en materiascientíficas, pretendiendo ser el guardián de intereses supe-riores equivocadamente desatendidos por los científicos.Para un charlatán será suficiente encomendarse a un políti-co en orden a aumentar considerablemente sus opciones deser reconocido como científico. En campos donde el criteriocientífico concede una amplia latitud de juicio (por ejemplo,medicina, ciencias de la agricultura o sicología), el charla-tán capaz de obtener apoyo político hallará fácilmente abertu-ras por donde pasar a ocupar una posición científica. Así, lacorrupción o derechamente la servidumbre debilitarán y es-trangularán la genuina práctica de la ciencia; distorsiona-rán su rectitud y reducirán gradualmente su libertad. Y enforma similar distorsionarán y reducirán gradualmente to-da rectitud y libertad en todos los campos de la actividad cul-tural y política.

Una sociedad que rehusa dedicarse a los ideales tras-cendentes escoge someterse a la servidumbre. La falta de to-lerancia retorna en gloria y majestad. Pues el empirismo es-céptico, que alguna vez rompió las barreras impuestas por laautoridad sacerdotal medieval, procede ahora a destruir laautoridad de la conciencia.

4 Pero no debo cerrar las compuertas de la esperanza pa-ra el futuro. El totalitarismo no ha sido nunca establecido aplenitud en parte alguna; pues en los hechos ninguna socie-dad podría seguir existiendo un solo día si la negación radi-cal de la realidad espiritual fuese realmente puesta en

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efecto. Aun cuando una organización no tuviera otro propósi-to consciente que poner en acción la violencia total y exaltarla supremacía de la fuerza por sobre el espíritu, jamás po-dría funcionar sin comprometer a su favor el apoyo de la de-voción idealista. Además, aun cuando una sociedad hubieradecidido en un tiempo vivir de acuerdo con una falsa idea delhombre, puede olvidar esto de modo gradual, ser permeada yfinalmente absorbida una vez más por una renovación de lavida cultural y de las instituciones cívicas heredadas de su ci-vilización original. En la Rusia soviética, por ejemplo, ini-cialmente basada en una concepción de clases de la socie-dad, vemos a la ciencia pura reconocida una vez más, a la li-teratura liberada de la interpretación marxista, la tradiciónnacional revitalizada, la religión reinstaurada y tambiéngradualmente restablecidos los principios del derecho priva-do. No es inconcebible que un desenvolvimiento similar pu-diera haber ocurrido en la Alemania nazi una o dos genera-ciones después de la desaparición de Hitler.

Pero por supuesto puede, en lugar de eso, estar aproxi-mándose una línea de desarrollo futuro muy diferente. Elprecipitado descenso de Europa desde su cumbre de paz eidealismo, alcanzada hace unos treinta años, hasta el actualestado de conflicto y violencia, puede en estos momentos ga-nar ímpetu al expandirse hacia países todavía relativamenteintocados. Gran Bretaña podría no ser capaz de mantenerindefinidamente en alto el estado de lógica suspendida quehasta el momento la sigue protegiendo del efecto de falsas teo-rías en boga aquí como en otras partes. Todas estas diferen-tes eventualidades descansan, a fin de cuentas, en las con-ciencias de los hombres, por cuya iluminación podemos re-zar, pero cuyas decisiones no podemos nosotros prever.

Más todavía, debo dejar aquí en claro que no he intenta-do refutar la postura del nihilismo metafísico al señalar quesu aceptación generalizada lógicamente implica una formatotalitaria de sociedad. Una doctrina que niega la realidad ala ciencia y al derecho, a las artes mayores, a la religión, y ala libertad en general, bien podría hallar aceptable la des-trucción de esas esferas espirituales en teoría. Ciencia, ley,libertad y compañía, podrían, por ejemplo, ser todas conside-radas como meras ideologías, basadas en un sistema econó-mico extemporáneo y destinadas a perecer junto con éste.Doctrinas más salvajes que ésta han sido enseñadas en lasuniversidades alemanas y puestas en práctica por sus estu-diantes.

Por supuesto que al creer, como yo, en la realidad de laverdad, de la justicia y la caridad, me opongo a una teoríaque la niega y condeno a una sociedad que lleva esa negacióna la práctica. Pero no doy por supuesto que puedo imponermi punto de vista a mis contendores mediante meras argu-

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mentaciones. Aunque acepto la verdad como existiendo inde-pendientemente de su conocimiento por mi persona, y comoaccesible a todos los hombres, concedo mi incapacidad paraforzar a cualquiera a verla. A pesar de creer que otros amanla verdad como yo, no veo modo de forzar su asentimiento aesta forma de ver las cosas. He descrito ya cómo nuestroamor a la verdad es habitualmente afirmado mediante la ad-hesión a una práctica tradicional en el seno de una comuni-dad dedicada a ella. Pero no puedo entregar razón algunapor la cual debiera vivir tal comunidad, o su práctica, tantocomo tampoco puedo dar una razón de por qué debiera viviryo mismo. Mi adhesión a la comunidad, si se da, constituyeun acto de convicción ulterior y lo sigue siendo, ya sea que ha-ya resultado de una opción madura o que haya sido determi-nada por mi temprana educación. Puedo vislumbrar unacantidad de razones definidas para seguir adhiriendo, porejemplo, a la tradición de la ciencia pura y de la libertad deconciencia, más que para unirme a una organización basa-da en los principios de la lucha de clases o del fascismo. Perouna vez más sé que mis razones no pueden obligar a otros aasentirías. Ni la teoría marxista ni la fascista del hombre yde la sociedad conceden un terreno común para la discusiónentre sus partidarios y para quien cree en una realidad tras-cendente.

Pero allí donde el creyente metafísico no puede esperarconvencer, todavía puede luchar por convertir. Si bien faltode poder para argumentar con el nihilista, todavía puede al-canzar éxito en conducirlo hacia la sugerencia de una satis-facción mental que ésta echa de menos; y esa sugerencia pue-de iniciar en su interior un proceso de conversión. Para elmarxista ello significaría meramente el retiro de sus creen-cias trascendentes desde su encarnación en una teoría de laviolencia política para restablecerlas una vez más en su pro-pio derecho. Tales conversiones han ocurrido a menudo enaños recientes. Más difícil es el caso del nihilista romántico,cuyo culto a la brutalidad tiende a corromper en él al cora-zón mismo del sentimiento humano. La combinación de fal-sas enseñanzas con una educación salvaje puede tornar suconversión en algo lento e incierto, en el mejor de los casos.Pero yo seguiría confiando en que sí existen los fundamentospara su conversión y esperando encontrar en él una concien-cia que —una vez despertada— es tan susceptible a sus obli-gaciones como la de cualquier hombre.

Pero todavía debo dar respuesta a la objeción de que laposición aquí defendida de sostener creencias que reconocida-mente no son demostrables, podría usarse como justifica-ción para un completo licénciamiento de las creencias, parala arbitrariedad, la intolerancia y el oscurantismo. Puedendecir algunos: 'Si no hay una verdad posible de ser demostra-

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da, yo llamaré verdad a cualquier cosa que guste, por ejem-plo, cualquier cosa que me sea ventajosa afirmar'. O: 'Si us-ted admite que su creencia en la verdad se basa ulteriormen-te sobre su juicio personal, entonces yo, el Estado, estoy facul-tado para reemplazar su juicio por el mío propio y determi-nar lo que usted habrá de creer como verdadero'. Esta, sinembargo, no es una referencia correcta a mi posición. Sibien niego que la verdad sea demostrable, sostengo que escognoscible, y ya he dicho cómo. Mi posición podría ser acu-sada de conducir hacia tal licencia general sólo si se pudierademostrar que esa condición sigue de una afirmación de laverdad por cada uno tal como la conoce a la luz de su propiaconciencia. Pero no puedo admitir la posibilidad de tal resul-tado, dado que la coherencia de las conciencias de todos loshombres en los fundamentos de la misma tradición univer-sal es parte integral de mi postura. Aquellos dispuestos aaceptar mi concepción de la conciencia y de la tradición no te-merán anarquía alguna a partir de la aceptación general dela conciencia como guía hacia la verdad para el hombre;mientras aquellos que no aceptan esos significados asumenla postura del metafísico nihilista que ya he analizado. Estoes hasta dónde puedo llegar en materia de responder la pre-gunta acerca de sobre qué fundamentos sostengo mi convic-ción de la realidad de la verdad y de nuestra obligación deservir a esa verdad.

Los puntos de vista que he presentado en estas charlas(estos capítulos) difieren en tres importantes puntos de uni-versalismo del siglo XVIII sobre el que en general tienden avolver. 1) Acepto plenamente la posibilidad —finalmente de-mostrada por el positivismo lógico— de verificar cualquierade las afirmaciones universales compartidas por los hom-bres. Esto precipita la crisis causada por el empirismo escép-tico, extendiendo vastamente su proyección. 2) No afirmo quelas verdades eternas son automáticamente mantenidas en al-to por los hombres. Hemos visto que pueden ser muy efectiva-mente negadas por el hombre moderno. La creencia en ellaspuede por tanto ser actualmente sostenida sólo bajo la formade una profesión de fe explícita. En mi perspectiva ello seríabastante impracticable si no mediara la existencia de tradi-ciones que incorporan tales profesiones y pueden ser acepta-das por los hombres. Por ello considero a la tradición —abo-minada por la era racionalista— como el verdadero e indis-pensable fundamento para los ideales de esa época. 3) Acep-to, además, como inevitable que cada uno de nosotros debeiniciar su desarrollo intelectual mediante la aceptación acrí-tica de una gran cantidad de premisas tradicionales de deter-minado tipo; y que, con todo lo lejos que podamos avanzar apartir de allí merced a nuestros propios esfuerzos, nuestroprogreso siempre se verá restringido a un conjunto limitado

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de conclusiones que son posibles de alcanzar a partir denuestras premisas originales. A esto, creo, estamos final-mente comprometidos desde el comienzo; y pienso que ellodebiera hacernos sentir responsables de cultivar con el má-ximo de nuestra capacidad la ascendencia particular de tra-dición en cuyo seno nos tocó nacer.

Como conclusión, permítaseme señalar en direcciónde un contexto más amplio al que parecen conducir mis pun-tos de vista. Creo haber podido mostrar que el desenvolvi-miento sostenido por parte del hombre de un proceso intelec-tual mayor requiere un estado de dedicación social, y tam-bién que sólo en una sociedad dedicada pueden los seres hu-manos vivir una vida intelectual y moralmente aceptable. Es-to no puede dejar de sugerir que todo el propósito de la socie-dad reside en capacitar a sus miembros para que cumplancon sus obligaciones trascendentes; particularmente la bús-queda de la verdad y el ejercicio de la justicia y de la caridad.La sociedad desde luego es también una organización econó-mica. Pero los logros sociales de la antigua Atenas compara-dos con los de, digamos, Stockport —que tiene más o menosel tamaño de la ciudad helénica de entonces— no pueden me-dirse por las diferencias en el nivel de vida de ambos luga-res. Por lo tanto, el verdadero propósito de la sociedad no pa-rece ser el avance en materias de bienestar, sino éste consti-tuye más bien una tarea secundaria que le es dada como unaoportunidad para cumplir con sus verdaderas aspiracionesen el campo espiritual.

Tal interpretación de la sociedad parecería llamar ensu favor una extensión en dirección a Dios. Si las tareas inte-lectuales y morales de la sociedad descansan en último tér-mino en las conciencias libres de cada generación, y éstashacen continuamente nuevos aportes a nuestro legado espiri-tual, podemos perfectamente bien suponer que se hallan enconstante comunicación con la misma fuente que entregó ini-cialmente a los hombres el conocimiento que les permitió for-jar una sociedad, es decir, al atenerse a reglas. No intentaréconjeturar cuan cerca de Dios se encuentra dicha fuente. Pe-ro quisiera dejar constancia de mi creencia en que el hombremoderno eventualmente retornará a Dios a través de la clari-ficación de sus propósitos culturales y sociales. El conoci-miento de la realidad y la aceptación de obligaciones que con-ducen nuestra conciencia, una vez de verdad realizados, nosrevelarán a Dios en el hombre y en la sociedad.