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REFLEXIONES EN TORNO A LOS CHOQUES DE CIVILIZACIONES E IGNORANCIAS Por Alfonso S. de E. Rigo En este escrito me propongo el comentario de dos textos relacionados. Por un lado, el artículo «¿Choque de civilizaciones?» escrito por Samuel P. Huntington y publicado en 1993 en Foreign Affairs, por otro lado, la respuesta a este texto ocho años después de Edward W. Said titulada «El choque de ignorancias», publicada en el periódico El País. Primeramente presentaré las ideas principales del primer texto por ser el contenido que sirve de base al segundo texto, para después presentar las ideas, críticas y propuestas de éste. Por último, trataré de aportar mi propia opinión personal al debate que ambos textos suscitan. Huntington aborda una interpretación de la historia basada en el conflicto, que le lleva a una concepción del futuro en términos de conflicto entre civilizaciones. Para él «el carácter tanto de las grandes divisiones de la humanidad como de la fuente dominante del conflicto será cultural», por ello, «las líneas de ruptura entre las civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro». En este sentido plantea el final de la Guerra Fría como un punto de inflexión, en el que la política internacional dejó de estar dominada por conflictos entre territorios propios de Occidente y pasa a ser cada vez más entre civilizaciones. Estas dos primeras grandes ideas, el conflicto civilizatorio y la Guerra Fría como punto de inflexión, me permiten ya inferir algunas claves del pensamiento y punto de vista del autor. Por un lado, el conflicto como centro de atención de su pensamiento y por otro, su visión de la historia mundial desde un punto de vista situado en occidente, donde el fin de la disputa entre los dos grandes bloques (socialista y capitalista) representan el final de la gran división (ideológica) que atravesaba la civilización occidental y a partir del cual, el conflicto intracivilizatorio ya no revestiría la misma importancia. En general, el planteamiento del autor lleva a imaginar un mapa geopolítico y bélico donde los enfrentamientos parecen ser causa de identidades civilizatorias, culturales,

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Comentario a los textos el «Choque de Civilizaciones» de Huntington (1993), y el «Choque de ignorancias» de Said (2001). Realizado por Alfonso S. de E. Rigo para la Universidad de Sevilla.

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REFLEXIONES EN TORNO A LOS CHOQUES

DE CIVILIZACIONES E IGNORANCIAS

Por Alfonso S. de E. Rigo

En este escrito me propongo el comentario de dos textos relacionados. Por un lado, el artículo «¿Choque de civilizaciones?» escrito por Samuel P. Huntington y publicado en 1993 en Foreign Affairs, por otro lado, la respuesta a este texto ocho años después de Edward W. Said titulada «El choque de ignorancias», publicada en el periódico El País. Primeramente presentaré las ideas principales del primer texto por ser el contenido que sirve de base al segundo texto, para después presentar las ideas, críticas y propuestas de éste. Por último, trataré de aportar mi propia opinión personal al debate que ambos textos suscitan.

Huntington aborda una interpretación de la historia basada en el conflicto, que le lleva a una concepción del futuro en términos de conflicto entre civilizaciones. Para él «el carácter tanto de las grandes divisiones de la humanidad como de la fuente dominante del conflicto será cultural», por ello, «las líneas de ruptura entre las civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro». En este sentido plantea el final de la Guerra Fría como un punto de inflexión, en el que la política internacional dejó de estar dominada por conflictos entre territorios propios de Occidente y pasa a ser cada vez más entre civilizaciones.

Estas dos primeras grandes ideas, el conflicto civilizatorio y la Guerra Fría como punto de inflexión, me permiten ya inferir algunas claves del pensamiento y punto de vista del autor. Por un lado, el conflicto como centro de atención de su pensamiento y por otro, su visión de la historia mundial desde un punto de vista situado en occidente, donde el fin de la disputa entre los dos grandes bloques (socialista y capitalista) representan el final de la gran división (ideológica) que atravesaba la civilización occidental y a partir del cual, el conflicto intracivilizatorio ya no revestiría la misma importancia.

En general, el planteamiento del autor lleva a imaginar un mapa geopolítico y bélico donde los enfrentamientos parecen ser causa de identidades civilizatorias, culturales, étnicas o religiosas, más allá de los clásicos conflictos que tienen como telón de fondo intereses económicos. Son hasta seis las razones que el autor da de este planteamiento: 1) las diferencias entre civilizaciones; 2) el aumento del contacto entre ellas; 3) el vacío identitario producido por los procesos de modernización “rellenado” en muchos casos por fundamentalismos religiosos; 4) el que occidente se haya erigido a la cúspide del poder y el rechazo que esto provoca a otras civilizaciones; 5) el conservadurismo de las culturas, poco cambiantes en comparación con los dilemas político o económicos; 6) el aumento del regionalismo económico en grandes bloques. Por todo ello, plantea el choque civilizatorio a dos niveles, al que atribuye un nivel micro y consiste en enfrentamientos entre grupos contiguos (dentro de Estados o entre éstos) y el que constituiría el nivel macro, civilización contra civilización.

Puede decirse que ya he dejado apuntadas las grandes líneas del planteamiento del neoyorkino. El resto de apartados del autor son, por así decir, consecuencia y aplicación de este marco o paradigma bélico-civilizatorio. Así también se dedica a interpretar y especular sobre interacciones civilizatorias, ahondado sobre todo en las que conciernen al Occidente y al Islam. A medida que avanza su artículo,

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podemos decir que su posición pasa a ser defensiva desde una perspectiva (hegemónica) occidental llegando a plantear en su escenario mundial la oposición entre esta civilización y todas las demás: “Occidente contra todos los demás” lleva por título uno de los apartados del artículo.

Considero que ya es menester iniciar una visión crítica de su ensayo comenzando por el texto de Edward W. Said, quien dice:

En realidad, Huntington es un ideólogo, alguien que pretende convertir las civilizaciones y las identidades en lo que no son, entidades cerradas y aisladas de las que se han eliminado las mil corrientes y contracorrientes que animan la historia humana y que, a lo largo de los siglos, han permitido que la historia hable no sólo de guerras de religión y conquistas imperiales, sino también de intercambios, fecundación cruzada y aspectos comunes.

A mi entender esta cita resume el corazón de la crítica de Said, de la que podemos extraer que Huntington no sólo “pretende convertir” sino que el mismo aborda las civilizaciones como entidades homogéneas y delimitables, lo que le lleva a plantear incluso la idea de fronteras o en sus palabras “líneas de ruptura” entre civilizaciones. También vemos algo que ya yo había apuntado mas arriba, su concepción exclusivamente bélica de la historia.

El uso sin matices de categorías extremadamente abstractas, como Occidente o el Islam, permite a Huntington un planteamiento simple y agradable al entendimiento, que lleva al lector a asumir las categorías dadas y aceptar los argumentos que se derivan de una visión sobre la realidad a partir de ellas, todo ello sin demasiada resistencia o cuestionamiento. Según Said, el uso de estas etiquetas «confunden y desorientan a la mente que está intentando encontrar sentido en una realidad desordenada y difícil de encasillar o clasificar por las buenas». Y es que de esa compleja realidad, Huntington, parece reconocer tan solo como heterogeneidad aquella que se expresa a través de su concepto de «países escindidos», aquellos en los que se produce el contacto (y al parecer competencia) entre distintas civilizaciones (como advierte para Méjico, Turquía o Rusia).

Además, y considero que también queda planteado por Said, el texto del neoyorkino no es sólo un planteamiento desde Occidente sino que también es un planteamiento para Occidente, «para inflamar la indignación del lector como miembro de occidente». Quizás este sea buen espacio para advertir al lector de que este profesor de la Universidad de Harvard, ha sido también miembro del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca y que, en su último libro Who Are We: The Challenges to America's National Identity (2004), plantea la amenaza que constituye la inmigración latinoamericana para su identidad nacional.

El último párrafo del artículo del crítico palestino me parece relevante en distintos aspectos. Por un lado, la idea de que todos, independientemente de nuestra civilización de pertenencia, nos encontramos a medio camino entre tradición y modernidad, lo que rompe con una asimilación más que probable para determinados imaginarios de Occidente y modernidad, es decir, convertir en monopolio de Occidente la construcción de la modernidad, hecho que además que evidencia la posibilidad de los propios occidentales de disentir con los planteamientos modernos, con algunos o parte de ellos (aunque es obvio que podemos también discrepar con planteamientos occidentales).

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Por otro lado, su afirmación acerca de la mayor validez de «pensar la existencia de comunidades poderosas e impotentes, recurrir a la política secular de la razón y la ignorancia y los principio universales de justicia e injusticia, que divagar en busca de amplias abstracciones» como hace Huntington, me parece controvertida. Me plantea la duda de si verdaderamente considera de validez esos planteamientos y principios universales: poder contra subordinación, razón contra ignorancia y justicia contra injusticia o, si ironiza con que aun siendo inválidos estos planteamientos son más validos que el planteamiento del de Nueva York.

Este me parece un punto interesante desde el cual ir mas allá del planteamiento de Said, ya que la crítica del activista palestino no va más allá del cuestionamiento del uso de esas grandes abstracciones, enunciando que en el interior de estas existe diversidad y entre ellas puntos comunes, pero no nos aporta una visión alternativa que nos permita construir en nuestros imaginarios una realidad diferente. Advertirnos tan sólo del problema de las categorías utilizadas podría no llegar a derrumbar la esencia o núcleo del discurso de Huntington, hecho que me parece de urgencia pues como plantea el propio Said “el paradigma sigue en pie”.

Aunque estos textos fueran escritos hace una o dos décadas me parecen de gravísima actualidad, ahora que se hace viral la terrible situación que enfrentan refugiados sirios y el dilema que personifican para las potencias europeas, situación derivada de la que ha sido llamada Guerra Civil Siria donde en realidad se condensan conflictos religiosos, étnicos y geopolíticos intervenidos directa o indirectamente por las grandes potencias internacionales.

Aunque este es un tema y conflicto que no desmerece nuestra atención quizás este no sea su lugar, por lo que trataré de desarrollar mi reflexión a partir de las grandes nociones que Said deja enunciadas en ese último párrafo pero no desarrolla, esto es, la cuestión del poder y lo que él denomina la política secular de la razón y principios universales de justicia. A mi parecer estos conceptos, aunque requieren de una profunda reflexión y debate debido a que comparten con los de Huntington un nivel de abstracción y complejidad enorme, e inevitablemente remiten a interpretaciones particulares y/o culturales, pueden considerarse deseables a mi entender, como la apertura y el diálogo humano al que obligan, intersubjetivo e intercultural, diálogo al que mi próximas palabras pretenden apuntar.

Aunque la cuestión del poder es un tema que aparece constantemente en las denominadas ciencias sociales y ha sido objeto central de estudio de algunos pensadores (por excelencia Foucault), no podemos darlo por zanjado. Por acotar la discusión en este ensayo, aclararé que entiendo por poder a la capacidad de convertir en acto la potencia de la propia voluntad mediante violencia física o simbólica o la amenaza de su posibilidad. Cuando Said parece estar apuntando a una división mundial entre comunidades poderosas e impotentes en lugar de, por ejemplo, Occidente y el Islam, no resuelve el tipo de ambigüedad que estas categorías presentan. Si dijéramos que Estados Unidos es una comunidad poderosa estaríamos omitiendo la cualidad de este país, idéntica a la de cualquier otro, de que ese poder reside en una diminuta capa social. Considero que este hecho no requiere demostración, baste conocer la brecha de desigualdad que atraviesa la sociedad estadounidense. Esa desigualdad es una de las características compartidas por todas las sociedades que están circunscritas a los distintos Estados componiendo el mapa político actual.

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Como el propio Huntington reconoce los Estado-nación son los «agentes mas poderosos en los asuntos mundiales», pero esta afirmación exige de matización. No todos los Estados son igual de poderosos, puede incluso plantearse la situación de Estados que se encuentran a merced de otros Estados o del mercado mundial, valga de ejemplo en este caso la situación hasta los años 70 de gran parte de los Estados latinoamericanos. Pero a pesar de esto y como antes apuntaba, en el interior de todos los Estados podemos encontrar una desigualdad económica entre sus miembros reflejando una fragmentación social y política esencial de este tipo de sociedad, esta es, entre dominadores y sometidos.

Desde mi punto de vista, si queremos analizar con rigor los conflictos mundiales, los conflictos civiles de un determinado territorio, etc., esos análisis deben apuntar a los esfuerzos de reproducción de las estructuras de dominación a la vez que los esfuerzos de resistencia de los sometidos. Por supuesto, este corazón del conflicto que propongo, vendrá coloreado por luchas religiosas, étnicas o por utilizar el concepto de Huntington, de civilización pero, extrañamente será éste el núcleo o fin último del conflicto. Desde este punto de vista, qué mejor para perpetuar la dominación que ostenta la Casa Blanca junto al FMI o el BM, que hacer pensar a sus conciudadanos o quienes se identifican con la etiqueta de occidente (como es el caso de quien escribe estas líneas) que el causante de sus malestares o la amenaza para sí se encuentra fuera de sus fronteras nacionales, religiosas, etc.

En este punto es donde quiero comenzar a tratar el tema de “la política secular de la razón” pero, ahora se abre ante mi un abismo porque ¿cómo razonar sobre la razón?, me pregunto si puede usarse la razón para pensar la razón o si, como cultivado ya en occidente y como algunos apelarían en mi contra ¿no profeso yo una fe en la razón?, pero entonces, ¿debe pensarse la razón desde esa u otra fe?. En cierta forma puedo entender que me encuentro ante un atolladero pero el propio hecho de estar aquí interrogándome acerca de este elemento, que puedo decir forma parte de mi pensamiento particular y cosmovisión, es que éste me provee de ciertas herramientas, como la interrogación, que un planteamiento de fe impediría.

De lo anterior, un lector atento enseguida cuestionaría si lo que ha sido llamado «el imperio de la razón» es obra simplemente de occidentales, del siglo de las luces, o a quien quisiéramos atribuirle los bienes o males de este hecho. Por supuesto yo no lo considero así, considero que el razonamiento que ahora denominamos “científico” o su cuna, la filosofía, es obra de la historia que como Said entiende es resultado de las distintas civilizaciones, de su contacto y diálogo. Tras asumir este hecho, diré que el diálogo internacional (en el que inevitablemente nos encontramos), deba darse en estos términos de pensamiento racional y ciencia, pero no sólo para prevenirnos de argumentos teológicos sino también de intereses corporativos, mercantilistas, geopolíticos, etc., que puedan enturbiar, dificultar o impedir la consecución de fines o metas que como humanidad podamos determinar. Obviamente, difícilmente será así si la ciencia y el pensamiento racional se encuentra en manos y monopolio de esas estructuras de dominación que antes apuntábamos.

Por último, querría abordar la idea de «principios universales de justicia e injusticia». El primer interrogante que se me presenta al pensamiento, quizás por ello el mas evidente, es el de si tal cosa existe por encima de los particularismos de los diferentes grupos humanos, una especie de esencia moral universal.

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Bien sabemos desde la antropología que los miembros de los distintos grupos humanos comparten, en cierta medida, unos valores y cosmovisión que guían su comportamiento, pero… como aquí nos estamos preguntando, ¿podemos encontrar entre esos valores y reglas de comportamiento un sustrato común a las distintas sociedades?. A priori y como estudiante de antropología, ciencia social que en las últimas décadas se ha esforzado por enfatizar la diversidad e inconmensurabilidad intercultural, respondería que no, que toda moral, regla o patrón de comportamiento es una convención social particular de un grupo dado, pero… ¿no es en todas las sociedades el asesinato común castigado o una forma de castigo?, el mismo interrogante sería aplicable a otros casos (el hurto por ejemplo).

Por supuesto para poder responder a preguntas como esta debemos mantener cierto nivel de abstracción donde el caso excepcional o concreto es omitido y trabajar en un campo de reglas generales, permitámonos este ejercicio. Además de este ejercicio de abstracción debemos tener también en cuenta la distinción entre el comportamiento intra- y extragrupo. Respecto de este último aspecto entiendo que por lo general, el ámbito donde actuaría lo que Marshall Shalins denominó «reciprocidad generalizada», esto es, un comportamiento que se da entre quienes se consideran iguales y donde no se practica la ambición de lucro, es el intragrupo, se da entre quienes existe reconocimiento e igualdad. De ahí que un planteamiento acerca de universalismos debiera partir del imperativo de estas condiciones de reconocimiento e igualdad., independientemente de civilización, cultura, religión, etc. Ese igualdad universal podría construirse a partir del reconocimiento de una humanidad y derecho a la vida común a todos.

En este sentido, bajo esas condiciones, la idea de principios universales no tienen porque remitir ni siquiera a esa esencia que antes planteaba y a la que dejo la puerta abierta sino, a un diálogo intercultural pero sobretodo interhumano para el establecimiento y consenso de ciertos principios universales (revisables, cuestionables, etc.) que permitieran, más allá del establecimiento de un mercado globalizado, el de una humanidad global, una condición humana universal consensuada por el ser humano.

Aun podría rebatírseme, ¿eso no sería el fin de la diversidad humana?. A mi entender no se establecería un modus operandi para la humanidad, ni siquiera algo así como lo que podríamos llamar una teoría para la humanidad, sino el consenso de cierta base teórica a partir de la cual continuar construyendo nuestras identidades, nuestras diferencias, pero a su vez reconociendo nuestras convergencias que como especie humana tenemos adscritas y que, tras un ejercicio reflexivo y proyectivo, deseamos adquirir.

Para concluir con este texto en el que he tratado de dibujar un nuevo mapa mundial que ocupe el vacío dejado por Said y sustituya el panorama bélico que Huntington dibujó, sintetizo en apenas unas líneas mi aportación: Las divisiones que debemos superar en nuestro mundo son las estructuras de dominación que separan a dominantes y dominados, lo que requiere de un ejercicio de liberación. Tras ese ejercicio y armados con la potencialidad que nos permite el racionalismo y el pensamiento científico de la realidad, debiéramos establecer unos principios universales que ya no emanarán de la teología o el iusnaturalismo sino del dialogo y el consenso. Dejaré para otro escrito los medios no solo establecer dichos principios sino de garantizar su cumplimiento.