chilenos en madrid. augusto d’halmar

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ANALES DE LITERATURA CHILENA Año 5, Diciembre 2004, Número 5, 45-60 CHILENOS EN MADRID. AUGUSTO D’HALMAR Juana Martínez Universidad Complutense. Madrid “Yo soy uno, diversificado por cuanto amé, multiplicado por cuantos me amaron. Plural y ubícuo, tal cual viví más de una vida para el goce, tal para la pena he de sufrir –o he ido sufriendo ya– más de una muerte”. Augusto D’Halmar, Castilla Los quince años que vivió Augusto D’Halmar en Madrid entre 1918 y 1934 constituyen, según Enrique Espinoza, el período “más fecundo y el más ejemplar” del autor de Juana Lucero. Este crítico ruso-argentino-chileno llegó a hablar del “españolismo” de D’Halmar, pensando no tanto en los personajes o escenarios espa- ñoles de sus novelas o ensayos, como en la perspectiva española, tan excesivamente entusiasta para él, que lo llevaba a mostrarse en sus escritos “más papista que el Papa” 1 . D’Halmar explicaba, ya desde Chile, que en España había encontrado el clima atmosférico y el clima moral que le era necesario para vivir, pues era “la única comarca europea donde no pasamos como forasteros, es decir ficticiamente, los americanos, y donde vivimos en carne y hueso y en alma y vida” 2 . Es sabido que su llegada a España estuvo precedida por otros viajes, ya que la vida itinerante de D’Halmar había empezado años antes al internarse por rutas orientales desde el puerto de Londres. Desde ahí llegó a Francia en enero de 1908, 1 E. Espinoza: “El maduro escritor viviría durante quince años como pequeño rentista en Madrid. Es su período más fecundo y el más ejemplar por la dignidad con que supo hacer frente a la vida manteniéndose como artista puro, sin distraerse “al servicio” de nadie”. Antología de Augusto D´Halmar. El hermano errante. Santiago de Chile: Zig-Zag, 1963, p. 22. 2 Augusto D’Halmar, Carlos V en Yuste. Castilla. Santiago: Ediciones de la Sociedad de Escritores de Chile, 1945, p. 64.

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Page 1: CHILENOS EN MADRID. AUGUSTO D’HALMAR

ANALES DE LITERATURA CHILENA

Año 5, Diciembre 2004, Número 5, 45-60

CHILENOS EN MADRID. AUGUSTO D’HALMAR

Juana Martínez

Universidad Complutense. Madrid

“Yo soy uno, diversificado por cuanto amé,

multiplicado por cuantos me amaron. Plural y

ubícuo, tal cual viví más de una vida para el

goce, tal para la pena he de sufrir –o he ido

sufriendo ya– más de una muerte”.

Augusto D’Halmar, Castilla

Los quince años que vivió Augusto D’Halmar en Madrid entre 1918 y 1934

constituyen, según Enrique Espinoza, el período “más fecundo y el más ejemplar”

del autor de Juana Lucero. Este crítico ruso-argentino-chileno llegó a hablar del

“españolismo” de D’Halmar, pensando no tanto en los personajes o escenarios espa-

ñoles de sus novelas o ensayos, como en la perspectiva española, tan excesivamente

entusiasta para él, que lo llevaba a mostrarse en sus escritos “más papista que el

Papa”1. D’Halmar explicaba, ya desde Chile, que en España había encontrado el

clima atmosférico y el clima moral que le era necesario para vivir, pues era “la única

comarca europea donde no pasamos como forasteros, es decir ficticiamente, los

americanos, y donde vivimos en carne y hueso y en alma y vida”2.

Es sabido que su llegada a España estuvo precedida por otros viajes, ya que

la vida itinerante de D’Halmar había empezado años antes al internarse por rutas

orientales desde el puerto de Londres. Desde ahí llegó a Francia en enero de 1908,

1 E. Espinoza: “El maduro escritor viviría durante quince años como pequeño rentista en

Madrid. Es su período más fecundo y el más ejemplar por la dignidad con que supo hacer

frente a la vida manteniéndose como artista puro, sin distraerse “al servicio” de nadie”. Antología

de Augusto D´Halmar. El hermano errante. Santiago de Chile: Zig-Zag, 1963, p. 22.2 Augusto D’Halmar, Carlos V en Yuste. Castilla. Santiago: Ediciones de la Sociedad de

Escritores de Chile, 1945, p. 64.

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camino de Calcuta donde se estableció en la siguiente primavera. En escasos meses,

sin embargo, tuvo que abandonar la India por motivos de salud y al poco volvió a

desembarcar en Francia, en el puerto de Marsella. Es posible que desde esta escala

estableciese el primer contacto con España 3, bien porque pasase en persona a Barce-

lona o porque desde allí enviase al editor Antonio López el manuscrito de su obra de

teatro Al caer la tarde que fue publicada al año siguiente. Ese mismo año de 1908 ya

se le encuentra como cónsul en Puerto Etén, en Perú, donde residió hasta 1916.

Mientras tanto, en 1909, en Barcelona aparece el “drama en tres actos” Al

caer la tarde, cuyo autor se nombra simplemente como Halmar. La acción transcu-

rre en un balneario en el sur de Chile y, según E. Espinoza, parece que nunca se

representó. En esta primera obra suya en España, D’Halmar todavía se interesa por

difundir el imaginario chileno, algo que después será sustituido por la visión exotista

de Oriente.

No es hasta finales de 1916 cuando D’Halmar pisa por primera vez tierra

española, aunque no se trate más que de una escala en el puerto de Cádiz en ruta

hacia Francia. En diciembre de ese año se establece en París y comienza a enviar a

Chile crónicas sobre la guerra europea como corresponsal en el diario La Unión de

Santiago. En París entra en contacto con otros escritores chilenos con los que tam-

bién compartirá más tarde experiencias madrileñas, como Vicente Huidobro y Joa-

quín Edwards Bello. También entabla amistad con el poeta lituano Oscar Lubisz

Milosz que dará a conocer después a los madrileños.

Hacia finales de noviembre de 1918, cuando terminó la gran guerra, D’Halmar

pudo pasar de Francia a España. Coincidió con la llegada también a “los Madriles” 4

de Federico García Lorca que se instaló en la Residencia de Estudiantes, importantísimo

núcleo de la cultura y el arte español, cuya actividad quedó interrumpida con la

Guerra Civil. No deja de sorprender 5 la personal visión descalificadora que D’Halmar

3 E. Espinoza afirma: “Al caer la tarde aparece publicado en volumen al paso de D’Halmar

por Barcelona en 1907”. Sin embargo, no hay constancia de tal paso por Barcelona, y la obra

se publicó en 1909. Op. cit., p. 15.4 Expresión castiza asimilada y empleada por D’Halmar. En Los 21, Santiago de Chile: Ed.

Bachillerato, 1962 (2ª edición), p. 237.5 Pero más sorprendente resulta su interpretación misógina de la versión femenina de la

Residencia de Estudiantes: “entre tales aulas y promiscuidades de convento laico de los de a

dos en la celda, las educandas se hacían marimachos y ¡ay! se afeminaban y enfeminaban los

educandos; la intransigencia, el fanatismo, de esa cultura de pseudo emancipación, no tenían

nada que envidiarle a la más ultramontana”. Los 21, ed. cit., p. 238.

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tiene de este lugar que él debió frecuentar en sus años madrileños. Considera que el

gran proyecto educativo y cultural realizado por don Francisco Giner de los Ríos,

que era la Residencia de Estudiantes, quedó desvirtuado al poco de su puesta en

marcha “por pedagogos que no supieron conservar su espíritu y no inculcaban sino

letra y bellas letras, letra muerta, en todo caso”. Pese a todo, estima que la persona-

lidad de García Lorca le mantiene a resguardo de tal desatino, pues “era mucho

muchacho para formarse o deformarse en ese vivero del pedantismo”:

Cuando él, todavía imberbe, tuvo tratos asiduos con las Musas, y conste que no

he dicho con las mozas, no tomó esas paredes falsamente austeras sino como

garçonnière, donde convivía con condiscípulos de su edad y mocedad, sobre

los cuales reinaba, esta es la palabra, con su entusiasmo y su fantasía 6.

Al menos durante ese primer invierno madrileño del chileno y el granadino, la

relación entre ambos fue intensa y continuada. Se encontraban asiduamente en un

salón del Teatro Eslava7 con otros amigos del mundo teatral, como el autor Gregorio

Martínez Sierra y la actriz Catalina Bárcena, y los escritores de memoria inseparable

Vidal y Planas y Antón del Olmet 8. A la salida, D’Halmar acompañaba a Federico

hasta la Residencia paseando al frío del Paseo de la Castellana. El chileno, atento a

su itinerario urbano, se recreaba ante todo en la arquitectura palaciega y comentaba

con la pasión de un madrileño que “era esa la Villa y Corte, contra la cual se ha

estrellado siempre toda invasión extranjera, la napoleónica deshecha y detenida in-

definidamente estotra de moros, ulanos y besaglieri”9.

Sus encuentros se distanciaron después, posiblemente porque Lorca fue co-

nociendo en la Residencia a la mayoría de los poetas y artistas de su generación

con los que pasaba gran parte de su tiempo10. Ello no impidió que su amistad se

6 Ibídem, p. 238.7 Donde un año después García Lorca estrenaba El maleficio de la mariposa. D’Halmar se

equivoca y dice que aquí estrena Mariana de Pineda (sic) que no se estrenó hasta 1927 en el

Teatro Fontalba. Sobre la costumbre de las tertulias en los saloncillos de los teatros, véase

Antonio Espina, Las tertulias de Madrid. Madrid: Alianza ed., 1995. Según Espina, el teatro

Eslava era “un rincón ameno y el más bullicioso” de la época y estaba especializado en el

“género verde” con chicas “muy atractivas y muy simpáticas”.8 Alfonso Vidal y Planas, dramaturgo, novelista y periodista mató a su compañero y socio

Luis Antón del Olmet, por un asunto personal en el saloncillo del Eslava en 1922.9 Los 21, ed. cit., p. 239.10 “En esa jaula de grillos (referencia a una frase de Pérez Galdós citada previamente por

D’Halmar, en la que el novelista se refiere a Madrid como “nuestra casa de locos nacional”),

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mantuviese siempre intacta, como da a entender D’Halmar 11 al evocar algunos mo-mentos en que volvieron a verse años más tarde, y especialmente aquel reencuentroque se produjo al finalizar el año 1930 cuando García Lorca regresó desde NuevaYork :

Una noche de otoño, ya de regreso, me dijo, como él sabía decir, su Oda, en la

terraza del café de Correos, junto a Cibeles. Solía reservarme la primicia de sus

inspiraciones; solía explicarme hasta sus proyectos, y otra vez, describiéndome

su Zapatera Prodigiosa, como yo no acababa de enterarme, alzó la pantorrilla

y los brazos, y esbozando con los dedos un castañeteo de petenera, me dijo:

“En fin, la Zapatera Prodigiosa vengo a ser yo mismo”; solía aconsejarse de

mi corrida experiencia: “Siempre te reservo como último recurso de amparo”,

me confesó una vez 12.

A su regreso a Chile, un D’Halmar afín a la República y comprometido con elpueblo español quedó profundamente conmocionado al recibir de forma inesperadala noticia de la muerte de su compañero Federico13.

Durante ese primer año de vida madrileña, D’Halmar siguió todavía vincula-do editorialmente a Barcelona donde publicó Nirvana (viajes al extremo oriente).

Relato de viaje en la Casa Editorial Maucci. Este libro constituye el tomo VIII de laColección de Escritores Americanos dirigida por el escritor peruano Ventura García

por el aturdimiento y la alegría vivimos años de años, Lorca y yo, cada uno por su lado, abejas

de distinta celdilla y de diverso panal, pero en la misma colmena, y de ahí irradiábamos en

verano hacia los cuatro confines de la península, los cuatro costados de esa piel de toro, de

Levante a Vasconia y de Galicia a Almería”. Op. cit., p. 239.11 “Recuerdo que en La Coruña, donde yo veraneaba, me tocó un año presentarlos (se

refiere a “La barraca”) y presentar su estreno del “Gran Teatro del Mundo” de Calderón [...]

Otra vez nos reunió Manuel de Falla, en su carmen de la Alambra, para que leyera Federico un

libro suyo inédito..”. Op. cit., pp. 239-240.12 Los 21, ed. cit., pp. 240-241.13 “La noticia de su misterioso viaje, me ha llegado de muy lejos y me ha tocado en lo más

hondo. El ha realizado integralmente su destino de artista y de hombre y ha sido inmolado ¡este

sí! En los altares de una patria que hoy es Patria de Todos. Y yo le envidio, por haber muerto

joven, por haberse llevado intacta y sellada la copa que los Olímpicos le confiaran; por haberse

sacrificado en aras del pueblo, que es la única patria verdadera; y simplemente lo envidio por

haber muerto, por estar ya muerto. Así se me ha roto a mí la voz y suspendido el aliento, al

conocer su muerte y transfiguración”. Los 21, ed. cit., p. 241.

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Calderón. Según indica el subtítulo, es un “relato de viaje”, que recoge las experien-cias vividas por D’Halmar diez años antes y donde lo más importante es la idea demovilidad del viajero y la sucesión de espacios diversos de gran significado exótico.D’Halmar construye su relato sobre textos fragmentarios de diversa índole, con ungran componente autobiográfico, que llevan al lector español en un viaje marítimodesde el océano Atlántico rumbo al mar Adriático hasta la India, pasando por Venecia,Turquía y Egipto. Desde la India regresa rumbo al Perú, pasando por África, laBretaña francesa y Londres. Con un marcado exotismo oriental de fondo y con untono discursivo intimista y lírico, el viajero divaga sobre la realidad y se enfrenta asu soledad y sus recuerdos de la infancia. Las largas horas de viaje en barco le invi-tan a meditar sobre su origen y su destino, más en el terreno de las ensoñaciones oentrevisiones que en el del desarrollo lógico del pensamiento.

D’Halmar se esfuerza por distanciarse de la imagen de un turista convencio-nal para ofrecer la de un viajero singular que fija las imágenes para el recuerdo conla palabra escrita:

Yo que no traigo de mis viajes tarjetas iluminadas, ni llevo conmigo Kodak

inseparable a los turistas, ¡poder fijar por medio de las palabras esta escena tan

efímera, que se irá debilitando en mi memoria y que mañana ya no encontraré

en ninguna parte; poder conservármela para mí mismo con toda la vibración

que le prestaba el ambiente africano y la proximidad inquietante del mar de

fuego y del gran desierto…14

En su archivo literario guarda los países y las ciudades que recorre: Amsterdam,Constantinopla, Venecia, Calcuta, Ceylán, Atenas, Pompeya, Alejandría, Nápoles,París, etc. No de forma global, sino siempre por algún detalle; “yo se que no todosrecuerdan como yo, sólo por cierto aspecto los países que han recorrido, como lespasa a lo niños”. Junto a los lugares exóticos, Chile aparece en varias ocasiones ensu memoria, evocado también “sólo por cierto aspecto”:

No recuerdo de Chile más que San Bernardo y del pequeño pueblo, solamente

el molino viejo… De las personas amadas, un gesto, un rasgo, y de mi vida

entera, pequeños lampos, que no fueron nada en el momento de vivirlos y que

ahora lo son todo15.

14 Augusto D’Halmar, Nirvana. Barcelona: Casa editoral Maucci, p. 161.15 Ibídem, p. 175.

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Sin haber entrado aún en el mercado editorial madrileño, lentamente se iba

haciendo su propio espacio en el mundo literario de la capital de España, hasta que

en 1922 aparecieron sus primeras publicaciones en Madrid, no como autor sino como

traductor y prologuista. Ediciones Auriga publicó su traducción y prólogo de los

Poemas del poeta lituano Milosz y la editorial Mundo Latino sacó la novela de Joa-

quín Edwards Bello con un prólogo de D’Halmar en el que, fiel a su propia trayecto-

ria y a la de su compatriota, hace una defensa de la inteligencia y el cosmopolitismo

del hispanoamericano16.

También ese año de 1922 recibe el espaldarazo definitivo en uno de los san-

tuarios de la cultura de entonces que era El Ateneo. Allí en tres conferencias conse-

cutivas 17 explora en el tema del viaje a lugares exóticos –de nuevo la India, Egipto,

el Oriente– que ya había empezado a rentabilizar en su novela Nirvana y que seguirá

explotando en libros sucesivos.

Fue presentado en la primera conferencia por Antonio Espina, un joven escri-

tor, coetáneo de la Generación del 27, que empezaba a despuntar ya con una voz

muy personal después de haber publicado varios poemarios y artículos de crítica

literaria y artística. Espina mostraba ya una firme defensa del compromiso ético del

escritor con su mundo y terminó convirtiéndose en uno de los intelectuales republi-

canos de mayor relevancia. Es evidente que las compañías españolas de D’Halmar

desde los comienzos apuntaban ideológicamente hacia el mismo vértice y él sintoni-

zaba con esa onda republicana que se afianzará a su vuelta a Chile y durante la

Guerra Civil Española.

La amistad de D’Halmar con Antonio Espina así como su afinidad ideológica

les llevo a colaborar juntos en varias ocasiones, como es el caso de la traducción que

ambos hicieron en 1925 para la editorial de la revista de Occidente de Le cocu

magnifique (El estupendo cornudo), del dramaturgo francés Crommelynck que no

se estrenó hasta el 15 de enero de 1933 en el teatro Cervantes de Madrid18.

En Chile se tuvo conocimiento de estas conferencias de D’Halmar en El Ate-

neo a través de Joaquín Edwards Bello, testigo de ellas, que al tiempo que mantenía

16 Véase Juana Martínez, “Chilenos en Madrid. Joaquín Edwards Bello”, en Anales de

Literatura Chilena, nº 4, año 4, diciembre, 2003, pp. 78-79.17 Las tres conferencias, dictadas el 6 de febrero, el 6 de marzo y el 7 de abril, llevan

respectivamente los títulos de “Sensaciones de la India”, “Iniciaciones. Evocación de Egipto”

y “Escalas del Levante”.18 Antonio Espina, Ensayos sobre literatura. Edición al cuidado de Gloria Rey Faraldos.

Valencia: Pre-textos, 1994, pp. 43-44.

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informados a sus lectores chilenos de las actividades de otro chileno en Madrid, le

devolvía a su compatriota la atención del prólogo que le había dedicado a su novela.

Edwards destacaba la originalidad con la que impresionaba D’Halmar en el Madrid

de la época:

Es una novedad en español, en la España solitaria, un poco refractaria a lo

exótico, es una novedad como fueron Darío, Gómez Carrillo, Rodó, etc.

D’Halmar produce siempre un gran efecto. D’Halmar dijo cosas muy bellas en

el Ateneo de Madrid; recordó Valparaíso y su vida de marino19.

Edwards lo veía en su crónica como un pesimista dado a la actitud

contemplativa, y lo llamaba un “pequeño soñador desencantado”. Lo describía como

un hombre alto, con el pelo encarrujado, blanco. Ojos color mar, cambiantes, y hasta

revueltos algunas veces, como después del temporal. Todo en él dice del marino,

desde la pipa inseparable, que es la chimenea de su barco interior, hasta los caracoles

blancos de la cabeza, como velas enrolladas 20.

Grande debía de ser la sintonía de Edwards Bello con D’Halmar, cuando esta

misma figura marina de ojos “claros, llenos de cielo y mares” con su pipa de espuma

y su capa española aparece como personaje –sin duda inspirado en su amigo, viajero

y cosmopolita, D’Halmar– de su novela El chileno en Madrid: un escritor chileno,

Lindstrom, de ascendencia nórdica pero muy arraigado en Madrid, con el que el

protagonista, proyección de Edwards, comparte experiencias e ideales. El narrador

se refiere a ellos como “exchilenos” y “malos chilenos, porque parecen más españo-

les que los mismos españoles”. Son en verdad “chilenos españolizados”, identifica-

dos especialmente con el pueblo madrileño, que profesan una peculiar forma de

cosmopolitismo, “satisfechos sin patria”, para los que “su desarraigo es la mayor

voluptuosidad”. El narrador profetizaba que este personaje, Lindstrom, estaba tan

identificado con el pueblo español que “vivirá hasta el fin, hasta que le lleve la

desnarigada, en su Madrid”. A D’Halmar, sin embargo, los prolegómenos de la

Guerra Civil lo devolvieron a Chile.

El año definitivo para el reconocimiento de Augusto D’Halmar en Madrid es

sin duda 1924, pues publica tres de sus más importantes novelas. Dos de ellas vincu-

ladas a la prestigiosa casa Ribadeneyra, que se encargó de imprimirlas a cargo de la

Editora Internacional (Berlín-Madrid- Buenos Aires), La sombra del humo en el

19 Joaquín Edwards Bello, Crónicas. Santiago de Chile: Talleres “La Nación”, 1924, p. 79.20 Ibídem.

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espejo y La pasión y muerte del cura Deusto. La tercera es una novela corta que

escribió D’Halmar expresamente para publicarla en la colección “La novela sema-

nal”21 con el título de Mi otro yo. La doble vida en la India.

La sombra del humo en el espejo la escribió D’Halmar en los últimos meses

que vivió en París antes de pasar a España y está construida con el mismo material

de su novela Nirvana, extraído de su viaje a Oriente en 1908. Los mismos lugares se

organizan en itinerarios distintos con un personaje autobiográfico que cohesiona la

narración. El componente narrativo de esta novela es mucho mayor que en Nirvana,

con personajes mejor perfilados y con una estructura más compacta. Aunque la sus-

tancia de que está hecha es también el viaje, más que la sucesión de espacios, cobra

una gran importancia la singularidad de los personajes y las misteriosas relaciones

que se establecen entre ellos y entre ellos y la realidad.

La pasión y muerte del cura Deusto (Fechada en Sevilla, 1º de enero, y Ma-

drid, 18 de septiembre de 1920) es la primera obra de factura española donde rompe

con la inercia del exotismo oriental, del autobiografismo explícito y del modo dis-

cursivo del libro de viajes para entrar de lleno en el mundo de la ficción novelesca.

Por primera vez sitúa la acción en España, pero, como si se resistiese a referentes

geográficos inmediatos, vividos por él, busca escenarios distantes de Madrid para

situarse en Sevilla, donde D’Halmar pasa una temporada mientras escribe la novela.

El protagonista, que llega desde el país vasco desconocedor del ambiente sevillano,

le permite al narrador tomar en consideración la lejanía entre dos polos distantes de

España, y hace inevitable que repita un motivo propio de sus libros de viajes, el de

un yo ajeno a un medio, en conflicto con la realidad inmediata desconocida para él.

La peripecia que sigue y las características de la novela han sido amplio objeto de la

crítica que ha situado la obra en su justo lugar.

En ese momento, La pasión y muerte del cura Deusto fue leída en los medios

literarios madrileños, pero seguramente no fue bienvenida, ni comprendida por to-

dos. El crítico por excelencia de la época, Cansinos Asséns, a quien el propio

D’Halmar le había enviado su novela, no muestra mucho afecto por ella, afirmando:

“me repele por lo que de su argumento me han anticipado y no he tenido ánimos para

leerla”22. Quizás el rechazo de Cansinos venía por ser una novela “de corte wildiano”.

21 En estos años se extendió en España la costumbre escribir novelas cortas que encontraron

un vehículo apropiado para su publicación en colecciones como “El Cuento Semanal”, “Los

Contemporáneos”, “La Novela Semanal”, “La Novela Corta”, “La Novela de Hoy”, etc., que

tuvieron una gran acogida popular y contribuyeron a la fama de los escritores que en ellas

colaboraban.22 Lo que quiere decir que fue leída o comentada en los círculos literarios.

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53CHILENOS EN MADRID. AUGUSTO D’HALMAR

En la novela Mi otro yo. La doble vida en la India, D’Halmar vuelve sobre los

temas exóticos orientales con los que el lector español más lo identificaba. Aquí

reorganiza narrativamente algunos aspectos de su viaje a la India tratados en una de

las conferencias dadas anteriormente en El Ateneo y vuelve a relatar las experien-

cias viajeras de un personaje con tintes autobiográficos. De nuevo un marino, ensi-

mismado, contemplativo, dado a las reminiscencias de infancia que vive experien-

cias únicas en el ambiente misterioso de la India. Una India entrevista tanto por el

hechizo de la noche, como por el sopor de la siesta, el arrobamiento de la pipa de

opio o los ritos esotéricos que favorecen visiones fantasmales y desdoblamientos

como los sufridos por el protagonista, que al volver de su viaje prefiere la explica-

ción racional de los extraños sucesos vividos:

¿Todo no había sido un sueño de opio y de insolación, o el remedo de algo que,

Dios sabe cuándo, se había ya verificado? ¡Bah, parodia y ficción todo!

El texto iba precedido de un prólogo firmado por uno de los narradores más

activos y conocidos de la época, José Francés, también prestigioso periodista y críti-

co de arte.

La narrativa española de la época estaba presidida por nombres como Pío

Baroja, Azorín, Valle Inclán, Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala, Gómez de la

Serna, etc., a los que acompañaba un grupo importante de narradores –entre los que

se encuentra José Francés– que preferentemente vuelve a un costumbrismo más o

menos tamizado por el paso del modernismo. Aunque resulta imposible generalizar

sobre la narrativa española de la época porque existen grandes distancias entre unos

y otros escritores, entre Azorín y Gómez de la Serna, por ejemplo, y se dan múltiples

posibilidades entre ellos, se puede afirmar que lo español se impone como referente

literario, por lo que la narrativa exoticista, lírica e intimista de D’Halmar no deja de

ser un caso raro dentro del panorama narrativo español. El prologuista, José Francés,

así lo certifica cuando presenta a D’Halmar como una “extraña y sutil figura de

artista”, “un escritor chileno por su origen, pero universal por su obra mecida bajo

los más diversos cielos y sobre los más lejanos mares”, y como no podía ser menos

lo considera hermano espiritual de Pierre Loti “infatigable indolente soñador de sen-

saciones”. Califica la novela como “una narración plena de misterio y de la feroz

sensualidad de la India remota” que seguramente impresionó la sensibilidad de los

lectores españoles, poco acostumbrados a los lejanos exotismos.

También durante 1924 vuelve al Ateneo, donde ya no necesita de presenta-

ciones como dos años antes había ocurrido, a pronunciar dos conferencias, el 29

de enero, “el poeta Milosz y el misticismo eslavo”, cuyos poemas había traducido

y publicado dos años antes, y el 24 de marzo, “Gatita. Costumbres del Perú”,

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JUANA MARTÍNEZ54

basándose en sus experiencias como cónsul en el puerto peruano de Etén, sobre las

que ya había publicado anteriormente un relato de carácter autobiográfico23.

Integrado ya en la vida cultural madrileña, Rafael Cansinos Asséns repara en

él 24, aun sin haber frecuentado los ambientes vanguardistas –que a D’Halmar no le

interesaban– ni su tertulia del Colonial, donde sí acudían sus compatriotas Vicente

Huidobro y Joaquín Edwards. Cansinos Asséns asegura que lo conoce solo de lejos,

de verlo en algunas tertulias, en La Granja del Henar o en la terraza de la Maison,

“envuelto en una capa a lo Judex y rodeado de efebos”. Por su aspecto saca la impre-

sión de que es un hombre cansado y escéptico y desdeña la leyenda con que se rodea

“de descendiente de los vikingos escandinavos y audaz e insaciable descubridor de

horizontes, una especie de Childe Harold que ha dado la vuelta al mundo, en busca

de sensaciones”. Por Cansinos sabemos que D’Halmar aglutinaba en torno suyo

algunas tertulias de escritores que participaban de los mismos principios estéticos

que él, y que tenían por maestro a Oscar Wilde:

Augusto d’Halmar es el pontífice de un cenáculo de estetas, al que concurren

Baeza25, el inevitable Goy de Silva 26 y un grupo de jóvenes, estilo Dorian Gray,

cuyos tipos suspectos hacen sensación entre los ingenuos vecinos del Viaduc-

to27.

Su fama crece a partir de 1926, cuando empieza a publicar periódicamente en

el diario Informaciones de Madrid. Su primer artículo aparece el 24 de diciembre de

ese año y seguirá publicando ininterrumpidamente hasta el 21 de febrero de 1931.

Durante más de cuatro años, los lectores españoles se acostumbran a leer un artículo

de portada –salvo escasas excepciones que aparece en el interior– con una frecuen-

cia media de cuatro por mes, firmado por Augusto D’Halmar. Su firma se asocia a

23 Había sido publicado en 1917 en Santiago en la Revista de Los Diez, nº 3, con el título de

“Gatita”.24Ambos escritores vivían muy cerca en el mismo barrio de Madrid. “El viaducto está

literatizado. No soy yo el único escritor que vive en él. Ricardo, el cartero-dramaturgo, me

participa que también le lleva cartas al escritor americano Augusto d’Halmar, el autor de Muerte

y pasión del cura Deuto (sic) –novela de corte wildiano– que vive en la calle Angosta de los

Mancebos”. Rafael Cansinos Asséns, La novela de un literato, 3. Madrid: Alianza Ed., 1995,

p. 27.25 Ricardo Baeza, traductor y poeta. Tradujo la obra completa de Oscar Wilde.26 Ramón Goy de Silva, poeta gallego afincado en Madrid.27 R. Cansinos Asséns, La novela de un literato, ed. cit., p. 27.

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55CHILENOS EN MADRID. AUGUSTO D’HALMAR

varias secciones que cambiaban a lo largo de los meses, después de haberse iniciado

en una de las de más larga duración en el diario, llamada “Nuestros colaboradores”.

Su primer artículo versa precisamente sobre la figura de su admirado Oscar Wilde,

un alegato a favor de su poesía y su pensamiento, con motivo del 26 aniversario de

su muerte. En ese artículo consideraba D’Halmar que Wilde

era encarnación de la cultura de su época, rey en el magnífico mundo irreal del

Arte y rey también de la Vida. El que hizo de la estética una filosofía y de la

filosofía una estética; el que enseñó a sus contemporáneos a pensar de otra

forma y dio otro color a las cosas28.

Pero el tema literario no era exclusivo en sus artículos. D’Halmar interesó a

sus lectores en temas musicales, pictóricos, teatrales, cinematográficos, históricos,

filosóficos, sociales, legendarios, etc., que remitían a cualquier lugar del mundo. La

mayor novedad de sus artículos residía en que su pluma se volvió más enérgica y

más rigurosa, perdió la gran dosis de autobiografismo de sus novelas y ganó en

proyección y apertura. Y, además, sin renunciar a su arraigado cosmopolitismo y a

su gusto por el exotismo, Madrid aparecía por primera vez en sus escritos.

Madrid era el objeto de una sección del diario llamada “Madrileñas”, que

D’Halmar redactó en más de una ocasión. A través de esos artículos, en los que no

puede desprenderse de lo autobiográfico, por tratarse de un objeto inmediato y vivi-

do, conocemos más detalles de su experiencia madrileña y obtenemos algunas visio-

nes muy particulares del paisaje urbano madrileño:

En esta parte donde habito del Madrid antiguo tengo un horizonte de tejados

que es como la perspectiva de una sucesión de mesetas vírgenes. Y ninguna

mirada puede explorarlas sino una que otra ventanita de buhardilla, con sus

espejuelos que hace relucir el sol o que la luz interna dora, con su cofia de tejas,

adornada con gasa y tul azul por la niebla, bordada por la nieve o plateada por

la luna.

Son los estados de las nubes demasiado bajas que suelen enredarse en las chi-

meneas, de los humos de esas pequeñas fábricas de vida llamadas cocinas.

Algunas cuerdas de ropa puesta a secar ondean como empavesados. Y son

sobre todo el dominio de los gatos.

Yo los veo mientras trabajo, trajinar precavidamente por los canales y mirar

hacia la calle, que abajo corre como un río, brincar sobre los tejadillos…29

28 “El aniversario de Oscar Wilde”, Informaciones, 24 de diciembre de 1926.29 “El seráfico padre de los mininos”, Informaciones, martes 15 de febrero de 1927.

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JUANA MARTÍNEZ56

D’Halmar logra distanciarse del costumbrismo reinante y con el pretexto de

hablar de los gatos ofrece un paisaje fragmentado, impresionista de una ciudad que

ama y disfruta cada día, pese a sus defectos que tan bien ya conoce y padece; en

definitiva, un Madrid que considera dulce “sin lastre de epopeya, pero también con

la indispensable cepa y solera para aquilatar la vida”30.

A finales de febrero de 1931 se suspenden las colaboraciones de D’Halmar en

el diario, poco antes de la proclamación de la República, el 14 de abril, cuando los

incidentes y las revueltas políticas reclamaban mayor espacio en los periódicos.

Durante la República Informaciones continuó publicándose, pero renovó sus seccio-

nes y a gran parte de sus colaboradores.

Por esto años conoció al periodista César González Ruano, que también pu-

blicaba en el diario Informaciones. En coincidencia con Cansinos Asséns, González

Ruano calificaba a D’Halmar de “oscarwildeano”, y lo retrata de esta manera, no

exenta de cierta intención:

Augusto D’Halmar era un tipo muy impresionante, alto y distinguido, de pelo

blanco y aire un tanto diabólico. Lleva con él a todas partes a un muchacho que

era su amigo y con el que decía estar tan identificado que cuando le dolía la

cabeza mandaba al muchacho que se tomara la aspirina31.

En 1930 obtuvo D’Halmar el primer premio en el concurso convocado en

Madrid por la revista Estampa32 por su cuento “En provincia”, firmado con el seudó-

nimo de “Provinciano”. El concurso había sido convocado en noviembre de 1928 y

hasta el 6 de mayo de 1930 no apareció el fallo del mismo firmado por los escritores

Armando Palacio Valdés, Alfonso Hernández Catá, Alberto Insúa y Rafael López

de Haro. No me consta, sin embargo, que el cuento apareciese publicado en dicha

revista, donde sí aparecieron algunos de los cuentos no premiados, pero recomenda-

dos para su publicación por el jurado por considerarlos “muy estimables”.

Al igual que el jurado, los concursantes eran de procedencia española e his-

panoamericana. La revista había confesado su vocación americanista a partir del

30 “Los moradores de los sitios”, Informaciones, jueves 22 de enero de 1931.31 César González Ruano, Mi medio siglo se confiesa a medias. I. Antes del mediodía.

(Memorias). Madrid: Fundación Cultural MAPFRE VIDA, 1997, p. 271.32 Estampa. Revista gráfica y literaria de la actualidad española y mundial era una

publicación semanal que salía los martes, editada por los sucesores de Rivadeneyra. Había

sido fundada por Luis Montiel en enero de 1928 y unía a una clara intención divulgadora de la

actualidad política, social y cultural española una preocupación por temas internacionales.

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57CHILENOS EN MADRID. AUGUSTO D’HALMAR

segundo número, donde aparece una sección –“en la que pondremos mucho cariño”,

según señala el periodista que la dirige, Eduardo A. Quiñones– llamada “Las reali-

dades del hispanoamericanismo” donde pretende llevar “las representaciones litera-

rias, artísticas y diplomáticas de la América Hispana”. Pese a su propósito de no

hacer “hispanoamericanismo” al uso, que no había dado ningún resultado práctico, y

a sus buenas intenciones de estrechar los lazos fraternos con América por el camino

de las “realidades”33, pocos números después la sección fue interrumpida.

Poco después de finalizar sus colaboraciones con el diario Informaciones, su

espíritu viajero se pone de nuevo en marcha y realiza un viaje a Yuste, en Extrema-

dura34, dispuesto a conocer un lugar del que “todo el mundo ha oído hablar”. Allí

escribió un relato titulado “La carreta de la santa compaña” y recopiló todo el mate-

rial de lo que sería un ensayo histórico sobre el emperador Carlos V, que llevaría el

título de Carlos V en Yuste, publicado en Chile en 1945.

A su vuelta le esperaba una de las mejores amistades que tuvo en Madrid, la

de Antonio Machado, que en 1932 se había trasladado a vivir a la capital, mientras

33 “Realidades” se opone a “romanticismos”, según se desprende de las palabras de Francos

Rodríguez, entrevistado en la primera edición de la sección por Eduardo A. Quiñónez, quien

considera indispensable la concertación de tratados comerciales, la concesión de préstamos, el

establecimiento de servicios, etc., en lugar de perderse en los lazos de sangre y del idioma, y

naufragar en “un mar de romanticismo”. Pero lo que considera más importante es la existencia

de una comunicación informativa constante “un cable directo”, entre América y España. La

creación de un periodismo atento a las noticias de ambos mundos: “Nosotros debemos ocuparnos

y preocuparnos de lo que ocurre en América (...) Es preciso llegar a conseguir que nuestro

pueblo sienta la necesidad de saber de sus hermanos americanos. Si no hay ambiente, debe

hacerse. No podemos hablar de hispanoamericanismo, ni menos conseguir en este sentido

obra alguna de trascendencia, sin haber logrado antes verdadera y leal compenetración entre

los pueblos español e hispanoamericanos”.34 “Un azar de la suerte, o una suerte del azar, quiso que cierto escritor hispanoamericano

llamado d’Halmar, fuese a residir durante un año de su trashumante vida, al socaire del inmoble

monasterio legendario o, mejor dicho, auténtico; y si contribuyó algo a atraerle, la idea de

alentar al amor de su sombra, más le retuvo el hechizo que urdieron en torno suyo esas arañas

acurrucadas entre las grietas de los muros como parcas devanadoras y tejedoras de la túnica

inconsútil de Clío, comadre y comadrona de la historia.

Una pregunta, en boca de todos, me había hecho a mí mismo, y era por qué el Emperador

de Occidente, entre sus estados de Europa, desde el Vístula hasta el Guadalquivir, había escogido

para aislarse este punto hasta entonces ignoto del orbe. Sólo habitándolo, a mi vez, he resuelto

tal incógnita y voy a despejársela a quienquiera le haya preocupado”. Carlos V en Yuste, ed.

cit., p. 8.

Page 14: CHILENOS EN MADRID. AUGUSTO D’HALMAR

JUANA MARTÍNEZ58

ejercía como catedrático de francés en Segovia. En Madrid pasaba sólo los fines de

semana, pero eso bastó para que se afianzaran entre ellos unos sólidos lazos amisto-

sos:

Entre los hogares españoles que me fue dado frecuentar durante mi larga resi-

dencia en España, estaba el de Manuel y Antonio Machado, el “malo” y el

“bueno”, según se les distinguió corrientemente35.

Aunque valoraba a los dos hermanos Machado, D’Halmar sentía mayor pre-

dilección por Antonio, con el que compartía algunas tertulias, como la del Café

“Reina Victoria”, “de la calle ancha de San Bernardo, frente al antiguo palacio de la

Pardo Bazán [donde] nos reunimos durante años de años, con Emilio Carrere y Valerio

Martín, un poeta y un jurisconsulto”36. De su amistad con Machado guardó algunas

anécdotas37 que recordará años más tarde, cuando también valoraba el papel de Ma-

chado en los desastres de la guerra que habían ocurrido después, como uno de los

componentes del “triunvirato de las víctimas de España” junto con Unamuno y Lorca.

Poco a poco se acercaba el fin de la residencia de D’Halmar en Madrid, sin

haber dejado de escribir incansablemente en los últimos años. Sus tres últimas nove-

las fechadas en Madrid, donde escribe sobre experiencias de París y Londres, son La

casa de citas de los muertos, El club de los durmientes y Capitanes sin barco que

están fechadas en febrero-marzo de 1930, 20-25 de mayo de 1931 y 14-29 de enero

de 1932, respectivamente. Se publicarán juntas en Chile en 1934 por Ediciones Ercilla,

con el título de la última.

En carta a Anita, viuda de Jordán, escrita desde Yuste con fecha 14 de abril de

1932, le comunica que acaba de terminar otra novela, Amor cara y cruz, que también

publicará en Chile en 1935. Esta carta contiene una serie de confesiones sobre lo que

había significado España y la República Española para él, después de “doce largos

35 Los 21, ed. cit., p. 209.36 A la tertulia también asistían otros escritores y los pintores, escultores, músicos, toreros,

políticos, etc. más sobresalientes en los años de la República. Op. cit., p. 213.37 “Naturalmente distraído, solía convertir en cenicero la banqueta del café donde nos

reuníamos, y como se lo reprochábamos, cierto día vimos con asombro que cuidadosamente

reunía la ceniza en un ángulo del velador. Pero cuando nos levantamos para irnos, el volvió

sobre sus pasos; con el codo limpió el mármol de la mesa; luego se restregó la manga contra la

solapa y salió tan orondo, con la chaqueta hecha una compasión”.

“Un recuerdo que conservaba Antonio Machado de mí y yo de él, eran las traducciones de

sus versos que solí improvisarle y que, como buen profesor de francés, se aprendía de memoria”.

Los 21, ed. cit., p. 213-214.

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59CHILENOS EN MADRID. AUGUSTO D’HALMAR

años de convivencia y compenetración española”. Expresaba su adhesión a la Repú-

blica y se enorgullecía de ser amigo de sus prohombres, sin menoscabo de su filia-

ción americana, manifestando su convicción sobre la identidad entre España y Amé-

rica. “Trabajando por “esto” –decía– yo sé que lo hago por “aquello”, porque esto y

aquello, España y América, no viene a ser sino una sola cosa, o por lo menos lo será

con el tiempo”.

Le expresaba a su amiga el gran afecto que sentía por España porque era el

“país más entrañablemente humano de todos” aquellos en donde había vivido, don-

de podía llevar una vida recogida “aunque muy en comunicación con la de todo y de

todos”, y donde su obra “se redondea día por día”.

Dos años más tarde preparaba su vuelta a Chile y en una carta fechada en

Madrid, el 16 de mayo de 1934, se lo anunciaba a Armando Donoso, anticipándole

el entusiasmo y la emoción que lo llenaban después de 27 años de ausencia entre los

suyos.

Se embarcó el 24 de junio en el “Reina del Pacífico”, que debía llegar a Val-

paraíso el 18 de julio. Pocos meses después de su desembarco en tierra chilena se

convertía en el socio nº 87 del Partido Socialista Obrero Español en Chile, pues

España y los temas españoles seguían en su corazón. En seguida también publicó en

Santiago un lúcido ensayo, La mancha de Don Quijote, que debía llevar ya prepara-

do desde España, donde recorre los espacios de Don Quijote comparando la Mancha

de Cervantes y la que él se encuentra en un viaje por esas tierras.

Coherente con su confesada adhesión a la causa republicana, en 1936 creó

“La unión para la Victoria” a favor de la República española, y publicó en Santiago

Lo que no se ha dicho sobre la actual revolución española.

Gran parte de la producción escrita por D‘Halmar se debe a su larga residen-

cia madrileña donde pudo llevar la vida aislada y reconcentrada que él necesitaba

para dar forma escrita a sus ideas y experiencias. Sus conferencias, su participación

en las tertulias literarias y su amistad con los hombres de letras más importantes le

mantuvieron, sin embargo, en continuo contacto con la realidad circundante. Se sin-

tió un español más sin dejar de ser chileno y de llevar una vida en perpetua errancia

y en búsqueda permanente de valores universales. Con estas palabras resumía su

vida como compendio de sus experiencias:

Yo he pasado lo que llaman una vida errante, que consiste en no vegetar en una

sola de las dependencias de esta posesión nuestra que viene a ser el mundo. Sé

dónde y cuando nací, pero ignoro cuándo y dónde moriré….Debo al Oriente

mi vulnerable fatalismo, a Inglaterra la cualidad aliviadora de percibir con opor-

tunidad el lado humorístico de las solemnidades, a mi España38 esa instintiva

38 El subrayado es nuestro.

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JUANA MARTÍNEZ60

admiración por cuanto de por sí sea noble, a Francia mi refinamiento, y mi

ductilidad, a Italia39.

Lo cierto es que, pese a tantas vivencias y espacios recorridos, D’Halmar

reconocía al final de su vida, ya en Chile, que España le había hecho moralmente

porque en ella se había puesto en paz consigo mismo40.

RESUMEN / ABSTRACT

Esta tercera entrega de “Chilenos en Madrid” se dedica exclusivamente a Augusto D’Halmar que,

durante los quince años de su residencia madrileña, entre 1918 y 1934, llegó a integrarse de forma

muy activa en la vida cultural de la capital de España. Aquí publicó varias de sus novelas, entre las que

se encuentra una de las más logradas, La Pasión y Muerte del cura Deusto. También pronunció confe-

rencias en El Ateneo, participó en tertulias literarias, ejerció como periodista durante varios años en

Informaciones, uno de los diarios más importantes de la época, cultivó grandes amistades literarias,

etc. Esta intensa actividad fue interrumpida por los prolegómenos de la Guerra Civil que le llevaron de

nuevo a Chile

CHILEANS IN MADRID: AUGUSTO D’HALMAR

This third paper on “Chileans in Madrid” is dedicated exclusively to Augusto D’Halmar, who, during

the fifteen years he lived in Madrid (1918-1934), was an active participant in the Spanish capital’s

cultural life. In Madrid he published various novels, among them one of the most accomplished, La

Pasión y Muerte del cura Deusto (The Passion and Death of Father Deusto). He also gave conferences

in the Ateneo, was a member of literary groups, worked as a journalist for several years in Informa-

ciones, one of the most important daily papers of the period, became a good friend of several Spanish

writers, etc. This intense activity was interrupted by the onset of the Civil War and his subsequent

return to Chile.

39 Carlos V en Yuste. Castilla, ed. cit., p. 62.40 “una de las condiciones para la comprensión es el amor y para el amor el desinterés y si

yo no he triunfado en España ni intelectual ni materialmente, si hasta le debo como un favor

más el no haberme dispensado trato de favor, moralmente me he rehecho, por ser más exactos,

me ha hecho moralmente España. Porque dentro de ella me he puesto en paz conmigo”. En

Carlos V en Yuste. Castilla. Santiago de Chile: Ediciones de la Sociedad de Escritores de

Chile, 1945, p. 64.