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Consuelo Figueroa G. (Editora) CHILE Y AMÉRICA LATINA Democracias, ciudadanías y narrativas históricas

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Chile y América Latina democracias, ciudadanías y narrativas Consuelo Figueroa

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  • Consuelo Figueroa G. (Editora)

    CHILE Y AMRICA LATINA

    Consuelo Figueroa G. (Editora)

    CHILE Y AMRICA LATINADemocracias, ciudadanas y narrativas histricasOtros ttulos publicados

    por este sello

    Las relaciones chileno-brasileas. de la amistad sin lmites al pragmatismo

    del gigante (1945-1964)ngel Soto, Rogelio Nez

    y Cristin Garay

    Ampliando Miradas. Chile ysu historia en un tiempo global

    Fernando Purcell y Alfredo Riquelme

    Historiografa postmoderna.Conceptos, figuras, manifiestos

    Miguel Valderrama y Luis De Mussy

    Historia De Chile: 1891-1994. Poltica, Economa, Sociedad,

    Cultura, Vida Privada, EpisodiosCristin Gazmuri

    Democracias, ciudadanas y narrativas histricas

    En 2010, la mayora de los pases latinoamericanos conmemoraron 200 aos de vida independiente, dando lugar a diversas celebraciones y festejos pbli-cos que, con gran boato, rememoraron los hitos, personajes y smbolos pa-trios que a lo largo de esas dos centurias dieron vida a los Estados nacionales. Al mismo tiempo y, al igual como sucedi durante las celebraciones del Cen-tenario, la coyuntura tambin fue propicia para el surgimiento de reflexiones crticas respecto de los caminos transitados y de las posibilidades futuras de cada pas. Entre los temas abordados, destacaron discusiones acerca de los procesos de formacin de las nuevas repblicas, las rupturas y continuidades de los sistemas polticos, los conflictos que amenazan a las actuales demo-cracias, los problemas de representacin ciudadana, la creciente brecha entre ricos y pobres, y la permanencia de instituciones de corte autoritario.

    En ese contexto, este libro se articula con trabajos en torno de tres ejes temticos como resultado de las reflexiones y debates producidos en el se-minario internacional organizado por el ICSO y la Facultad de Ciencias So-ciales e Historia de la Universidad Diego Portales en 2010, titulado Chile y Amrica Latina en el Bicentenario: ciudadanas, democracias y narrativas histricas, en que participaron todos los autores aqu incluidos, adems de los politlogos Hernn Cuevas y Cath Collins; y en el panel Nuevas ciudadanas: tensiones y disputas en el Chile del Bicentenario, presentado en el Congreso LASA-Toronto en el mismo ao, al que concurrieron Hillary Caroll Hiner, Claudio Barrientos, Rolando lvarez y Consuelo Figueroa, que, adems, con-t con los sugerentes y lcidos comentarios de la historiadora Heidi Tinsman, constituyendo un decisivo aporte al desarrollo de sus respectivos trabajos.

    Consuelo Figueroa G. es doctora (c) en Historia de Amrica Latina por la State University of New York at Stony Brook. Es acadmica de la Escuela de Historia de la Universi-dad Diego Portales e investigado-ra del Instituto de Investigacin en Ciencias Sociales (ICSO) de la mis-ma universidad. Ha desarrollado su investigacin en temticas relacio-nadas con la historia social, historia de gnero y actualmente sus intere-ses estn dirigidos al estudio de la historia desde una perspectiva cul-tural, con especial nfasis en los pro-cesos de construccin de las ideas de nacin. Es autora, entre otras publi-caciones, deRevelacin del Subsole. Las mujeres en la sociedad mine-ra del carbn 1900-1930 (2009) y coautora del libroHistoria del siglo XX chileno(2001).

    Consuelo Figueroa G. (Editora)CHILE Y AMRICA LATINA

  • RIL editoresbibliodiversidad

  • Chile y Amrica Latina

  • M. Consuelo Figueroa G. (editora)

    Chile y Amrica Latina

    Democracias, ciudadanas y narrativas histricas

  • 301.155 Figueroa, M. ConsueloF Chile y Amrica Latina / M. Consuelo Figueroa.

    Santiago : RIL editores, 2013.

    302 p. ; 23 cm. ISBN: 978-956-284-983-8 1 Amrica Latina-Condiciones polticas

    y sociales 2 Amrica Latina-Condiciones econmicas.

    Chile y Amrica LatinaPrimera edicin: mayo de 2013

    M. Consuelo Figueroa, 2013Registro de Propiedad Intelectual

    N 226.934

    RIL editores, 2013Los Leones 2258

    7511055 ProvidenciaSantiago de Chile

    Tel. Fax. (56-2) [email protected] www.rileditores.com

    Composicin, diseo de portada e impresin: RIL editores

    Impreso en Chile Printed in Chile

    isbn 978-956-284-983-8

    Derechos reservados.

  • ndice

    Prefacio ...................................................................................9

    El Estado-Nacin desde los mrgenes ...........................17

    Pureza y nacin. Masacres, silencios y rdenes polticosLudmila da Silva Catela ..........................................................19

    Trazos e imgenes de la nacin chilena. El norte grande y la frontera sur 1880-1930M. Consuelo Figueroa G. ........................................................39

    Descentralizacin e identidades nacional y regional en Chile: la bsqueda poltica de la identidadMara Luisa Mndez - Modesto Gayo ......................................77

    Los debates en torno a la democracia .........................107

    Empresarios y democracia: instrumento o proyecto?El caso de Per y Chile. 1986-1990Rolando lvarez Vallejos.......................................................109

    La transicin auto-contenida. Elites polticas y reformas constitucionales en Chile (1990-2010)Claudio Fuentes S. ................................................................145

    Tensiones irresueltas en torno a la ciudadana y la interculturalidadMara Teresa Zegada C. ........................................................179

  • Reformulaciones de la ciudadana ...............................207

    Ciudadana social, informalidad y trabajo a domicilio: el caso de los profesionales teletrabajadores en ChileAna Crdenas .......................................................................209

    Mujeres entre la espada y la pared. Violencia de gnero y Estado en Chile, 1990-2010Hillary Carroll Hiner ............................................................249

    Mapuche al reverso del Bicentenario chilenoClaudio Barrientos ...............................................................277

  • 9Prefacio

    M. Consuelo Figueroa G.

    En 2010, la mayora de los pases latinoamericanos conmemora-ron 200 aos de vida independiente, dando lugar a diversas cele-braciones y festejos pblicos que, con gran boato, rememoraron los hitos, personajes y smbolos patrios que a lo largo de esas dos centurias dieron vida a los Estados nacionales. Al mismo tiempo y, al igual como sucedi durante las celebraciones del Centenario, la coyuntura tambin fue propicia para el surgimiento de reflexiones crticas respecto de los caminos transitados y de las posibilidades futuras de cada pas. Entre los temas abordados, destacaron discu-siones acerca de los procesos de formacin de las nuevas repbli-cas, las rupturas y continuidades de los sistemas polticos, los con-flictos que amenazan a las actuales democracias, los problemas de representacin ciudadana, la creciente brecha entre ricos y pobres, y la permanencia de instituciones de corte autoritario.

    Fue en ese contexto cuando un grupo de acadmicos de la Fa-cultad de Ciencias Sociales e Historia y el Instituto de Investiga-cin en Ciencias Sociales (ICSO), de la Universidad Diego Portales, inici un ciclo de reflexin que apuntaba al estudio de esas y otras temticas, poniendo nfasis en dos aspectos que parecan centra-les. Por una parte, promover una discusin multidisciplinar que, nutrida desde las miradas provenientes de la sociologa, la poli-tologa, la antropologa y la historiografa, propiciara un dilogo amplio tendiente a pensar los problemas desde distintas posiciones analticas y, por otra, incentivar el uso de enfoques metodolgicos que privilegiaran perspectivas comparadas, centrados particular-mente en el estudio de problemticas regionales latinoamericanas dentro de un marco global. En las discusiones tomaron forma al-gunas materias especficas que marcaron el debate y que aludan a conflictos generalmente invisibilizados y de larga data, asociados con las violencias implcitas en las narrativas histricas nacionales, las formas de exclusin ciudadana segn categoras de gnero o

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    Chile y Amrica Latina

    raza, o con los nuevos modos de concebir las ideas de democracia en el marco de Estados neoliberales.

    Al mismo tiempo, se acord alejarse de las tradicionales miradas autocomplacientes y celebratorias, as como de los anlisis circuns-critos y aislados dentro de las fronteras impuestas por los Estados-naciones, para situarnos en una reflexin que complejizara, tensio-nara y des-centrara el debate sobre la construccin histrica y actual de esos Estados. En este sentido, la conmemoracin del Bicentenario constituy un momento clave para re-visitar crticamente no solo las trayectorias de las repblicas independizadas en las primeras dcadas del siglo XIX, sino igualmente la constitucin de Estados-nacionales como entidades individualizadas y diferenciadas entre s.

    Al respecto, ha sido comn que los estudios, provenientes tanto de las ciencias sociales como de la historia, reconozcan al Estado-nacin como el marco analtico natural que, como tal, dotara de un sentido de universalidad sus saberes disciplinares. Ciertamente, el influjo ejercido por las formas de conocimiento derivadas del pensamiento europeo occidental ilustrado ha jugado aqu un papel clave, convirtiendo al Estado-nacin en el sujeto de accin y el ob-jeto de estudio por excelencia. Hacer frente a la naturalizacin de este tipo de aproximaciones es uno de los propsitos que persigui este proyecto. Desde esta perspectiva, la propuesta fue traspasar los lmites de esa supuesta universalidad para abordar aquello o aquellos que han quedado cautivos de la exclusin.

    Algunas de las interrogantes que resultan clave en este debate se relacionan con las siguientes preguntas: cmo abordar conflic-tos, tantas veces obliterados, sin desatender las heridas que pro-voca el largo silencio en que han estado sumidos? Cules son las coordenadas que nos llevaran a la constitucin de un Estado ms democrtico e inclusivo? Cmo repensar la historia nacional, en perspectiva comparada, de modo de terminar con las exclusiones discursivas y prcticas? Cules seran los elementos que debieran informar conceptos, en la actualidad tan elusivos, como democra-cia, ciudadana o Estado-nacin? Cules son los desafos actuales que debiramos enfrentar en la consecucin de un futuro menos violento y ms integrador?

    Para ello, el libro que se presenta se articula en torno de tres ejes temticos como resultado de las reflexiones y debates produ-

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    Prefacio

    cidos en el seminario internacional organizado por el ICSO y la Facultad de Ciencias Sociales e Historia de la Universidad Diego Portales en 2010, titulado Chile y Amrica Latina en el Bicentena-rio: ciudadanas, democracias y narrativas histricas, en que parti-ciparon todos los autores aqu incluidos, adems de los politlogos Hernn Cuevas y Cath Collins; y en el panel Nuevas ciudadanas: tensiones y disputas en el Chile del Bicentenario, presentado en el Congreso LASA-Toronto en el mismo ao, al que concurrieron Hillary Caroll Hiner, Claudio Barrientos, Rolando lvarez y Con-suelo Figueroa, que, adems, cont con los sugerentes y lcidos comentarios de la historiadora Heidi Tinsman, constituyendo un decisivo aporte al desarrollo de sus respectivos trabajos. Los ejes de discusin son los siguientes:

    El Estado-nacin desde los mrgenes. Tradicionalmente los Esta-dos-nacin han sido concebidos como entidades originadas desde un centro nodal histrico, geogrfico, social y poltico que ac-tuara con una lgica de expansin centrfuga desde el poder hacia sus mrgenes. De hecho, la gran mayora de los estudios abocados al anlisis politolgico, historiogrfico, antropolgico y sociolgi-co acerca de problemticas de carcter nacional, siguen esta mis-ma lgica. Si bien existen importantes investigaciones centradas en las experiencias de sujetos o localidades regionales, suele suceder que estos siguen siendo pensados como tales es decir, perifricos en relacin al ncleo principal. La propuesta en este apartado es escudriar en los relatos histricos, formacin de identidades y construcciones discursivas de la nacin, desde esos otros lugares/otros sujetos, pero concebidos, ahora, como ncleos de produccin autnoma y dinamizadora de polticas, significados, imaginarios y decisiones dentro del orden nacional. La propuesta es des-centrar el anlisis, situndonos en las antpodas de la tradicional concep-cin del Estado-nacin.

    Partiendo del estremecedor impacto que provocan en Amrica Latina y el mundo las macabras persecuciones, las torturas siste-mticas, la desaparicin de personas, los secuestros y la persistente represin desatada en Argentina durante la llamada Guerra Sucia, instigada por la ltima dictadura militar de ese pas, Ludmila da Silva Catela propone revisitar la historia narrada desde el Estado-

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    Chile y Amrica Latina

    nacin, hurgando en sus intersticios, de forma de develar otras memorias marginales al relato hegemnico acerca de las prcti-cas de violencia all ejercidas. En este caso, la autora apela a una reescritura de la hasta entonces aceptada historia nacional, para dejar ver el trasfondo oscuro que encierra.

    Por su parte, Consuelo Figueroa analiza un mbito aparente-mente imparcial y objetivo como es el territorio y la geografa, en tanto disciplina de estudio, de manera de develar los influjos que llegan a tener este tipo de relatos descriptivos, pretendidamente neu-tros, en la racializacin y deslegitimacin de algunos sujetos respec-to de su pertenencia a la nacin y el ejercicio de sus derechos ciuda-danos. Estudiando los textos escolares de geografa publicados entre las dcadas de 1880 y 1930 en Chile, la autora expone los mecanis-mos a travs de los cuales las descripciones geogrficas definen la existencia legtima de algunos sujetos como nacionales, en relacin con su actuacin protagnica en una temporalidad cronolgica, y la violenta exclusin de otros, a partir de su reclusin en una naturale-za indmita, hostil y, fundamentalmente, a-histrica.

    En relacin al captulo de Mara Luisa Mndez y Modesto Gayo, este busca problematizar los discursos sobre identidad na-cional producidos en el marco de la conmemoracin del Bicen-tenario en Chile. Para ello, sus autores indagan en las complejas relaciones existentes entre una idea singular de identidad nacional vis a vis la pluralidad y diversidad de las identidades regionales. Tomando en cuenta la constitucin altamente centralista del Esta-do chileno en los 200 aos de historia desde su independencia en adelante, los autores abordan las paradojas que entraa la actual aplicacin de polticas regionalistas, tendientes al fortalecimiento de identidades regionales, y el robustecimiento de un discurso de identidad nacional singular que, lejos de oponerse en trminos de los intereses involucrados, los alinea dentro de un mismo imagina-rio de pertenencia.

    Los debates en torno a la democracia. El concepto de democra-cia ha sido tal vez uno de los que ms debates, enfrentamientos y pasiones ha generado durante la ltima centuria, especialmente en Amrica Latina, donde la recurrencia de golpes de Estado y dictaduras ha marcado la pauta de, prcticamente, todo el siglo

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    Prefacio

    XX. Sin embargo, esta misma persistencia de la democracia como expresin poltica y smbolo mximo de los anhelos del Estado-nacin ha devenido en la proliferacin de nuevas caractersticas y particularidades que debieran nutrir, segn distintas posiciones y sujetos, el significado del trmino. Los estudios que aqu se presen-tan abordan el estudio de algunas formas y contenidos que ha ad-quirido, en la actualidad, el concepto de democracia para algunos sectores especficos.

    Es el caso del artculo de Rolando lvarez, quien analiza, des-de una perspectiva comparada, el papel jugado por las elites eco-nmicas y empresariales de Per y Chile en las dcadas de 1980 y 1990. Situados ambos pases en una coyuntura particular, signada por la instauracin de sistemas neoliberales en contextos autorita-rios y dictatoriales, estos grupos han sido concebidos como uno de los pilares centrales de los posteriores procesos de recuperacin de las democracias y de la mantencin de un crecimiento econmico sostenido. Sin embargo, alejndose de las tradicionales interpreta-ciones que explican su actuar como meros poderes fcticos, como grupos convencidos de su papel en la consolidacin de las demo-cracias o bien como defensores de intereses corporativos a partir de polticas cortoplacistas, el autor se imbuye en las trayectorias seguidas por estos grupos para develar el carcter proyectual e ideolgico de sus acciones en el mbito poltico, lo que devendr en una nueva concepcin de la democracia, de corte neoliberal, estrictamente sujeta al devenir econmico.

    Aludiendo tambin a las variaciones experimentadas por el concepto de democracia durante el perodo de transicin en Chi-le, bajo la institucionalidad que ofrece la Constitucin de 1980 promulgada bajo dictadura, Claudio Fuentes escudria en las tres fases de reformas constitucionales impulsadas por las elites pol-ticas 1989, los cambios parciales de la dcada de 1990 y 2005, de manera de analizar las razones ltimas que motivaron ese tipo de cambios y no otros. En su estudio, el autor distingue dos ciclos, con su punto de inflexin en 2005. El primero, que se extiende desde 1988 a 2005, se vincula con lo que denomina democracia autocontenida, caracterizada fundamentalmente por los intentos por desbaratar los enclaves autoritarios impuestos por la dictadu-ra. El segundo, iniciado en 2006, apunta a una profundizacin del

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    Chile y Amrica Latina

    concepto de democracia, signado por el reconocimiento de dere-chos sociales, polticos, civiles, econmicos y culturales, el perfec-cionamiento de las instituciones de representacin y la descentrali-zacin del poder del Estado.

    Por su parte, Mara Teresa Zegada sita su estudio en el debate acerca del carcter pretendidamente universal y homogeneizante con que se ha impuesto la idea de democracia y participacin ciu-dadana a partir de las ideas eurocntricas en el caso boliviano. Haciendo un recuento histrico de la trayectoria constitucional, la autora analiza, desde el contexto actual de crisis y transformacio-nes que estn verificndose en ese pas, las posibilidades y lmites de la permanente exclusin de las mayoras indgenas. Su trabajo, elaborado desde una perspectiva comparada con la experiencia de otros pases latinoamericanos, ilumina con gran acierto las ten-siones, an irresueltas, como seala el ttulo de su artculo, acerca de las concepciones de democracia y ciudadana en clave liberal decimonnica, cuando estas se instalan en realidades polticas y socioculturales plurales y heterogneas.

    Reformulaciones de la ciudadana. Uno de los principales desafos a los que se enfrentan los actuales Estados nacionales est vinculado con las distintas formas de inclusin y exclusin que ellos mismos generan. Si bien la ciudadana ha sido uno de los modos clsicos de insercin/expulsin respecto de la nacionalidad y participacin en la institucionalidad estatal, emerge la interrogante sobre qu tipo de ciudadana es la que estos han privilegiado y siguen privi-legiando. Los artculos que aqu se proponen discuten, justamente, los conceptos de ciudadana en un sentido amplio, desafiando la tradicional idea que la asocia con la mera participacin electoral o con ciertos derechos civiles bsicos, pero claramente restrictivos. Desde esta perspectiva, y a la luz de las transformaciones polticas, sociales y econmicas acaecidas en las ltimas dcadas junto con los nuevos debates acadmicos develadores de los fuertes grados de violencia que ha supuesto el concepto de ciudadana tradicio-nal, se plantea la reformulacin del concepto, a partir del estudio de sujetos y categoras analticas tradicionalmente ignoradas.

    El artculo de Ana Crdenas analiza, justamente, las transfor-maciones que, en la prctica, ha operado el concepto de ciudadana

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    Prefacio

    social moderna a partir de la reconfiguracin de los mercados de trabajo introducida por economas ms abiertas y desregularizadas. Para ello centra su estudio en el sector informal de trabajo, es decir, aquel situado en los mrgenes de las normas estatales de regula-cin laboral y, por lo mismo, enfrentado a una desproteccin del ejercicio de los derechos ciudadanos como fueron concebidos por las sociedades industriales, urbanas y modernas. A partir de varios estudios de casos de hombres y mujeres profesionales dedicados al teletrabajo a domicilio, una de las modalidades expandidas con mu-cha fuerza en el ltimo tiempo en Chile, Ana Crdenas analiza las reconfiguraciones que est adquiriendo el concepto de ciudadana social, abordando los lmites y posibilidades que ofrece.

    Hillary Hiner, por su parte, analiza las transformaciones sufri-das, en estas ltimas dos dcadas en Chile, por la experiencia ciu-dadana de mujeres pobladoras en relacin con el tema de violencia de gnero y polticas aplicadas desde la institucionalidad estatal. En trminos epistemolgicos, se sita en una nocin de ciudadana que podramos definir como radical, toda vez que, apartndose de las estructuras sociales formales, la concibe desde las experiencias cotidianas de dominacin, y las luchas por igualdad en la diferen-cia. As, partiendo de la experiencia de un grupo de mujeres que se organizaron en una de las poblaciones de Talca, hacia mediados de los aos ochenta, para hacer frente a las violencias provenientes tanto del Estado como de su entorno familiar, la autora da cuenta de las tensiones que emanaron, despus de la recuperacin de la democracia en el pas, y que devinieron en la prdida, por parte de esas mujeres, no solo de protagonismo, sino del derecho al ejerci-cio ciudadano real.

    Por ltimo, Claudio Barrientos analiza las tensiones y para-dojas que han emergido a raz de las demandas de reformulacin del concepto de ciudadana para avanzar hacia nociones ms in-clusivas y plurales impulsadas por los movimientos indgenas de las ltimas dcadas en Chile frente a los gobiernos de la Concer-tacin. A este respecto, el autor pone especial nfasis en la violen-cia con que estos gobiernos han respondido, manifiesta tanto en las polticas represivas aplicadas contra esos movimientos como en las prcticas discursivas que han terminado por diluir el con-flicto en temticas que no alteren las bases de la constitucin del

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    Chile y Amrica Latina

    Estado nacional chileno. En un agudo anlisis, el autor reflexiona sobre la naturaleza del Informe de Verdad Histrica y Nuevo Trato, en el marco de los informes de verdad producidos en las ltimas dcadas en el pas, dando cuenta de las particularidades y contradicciones del primero en relacin con la reescritura de una historia nacional, en pretrito, acerca de problemticas que persisten en la actualidad.

    La invitacin es, entonces, a seguir debatiendo y profundizan-do el anlisis acerca de este tipo de asuntos y otros que suelen quedar en el olvido, no obstante su preeminencia en la configura-cin de nuestras sociedades. Esperamos que estas contribuciones permitan alimentar la discusin sobre las sociedades latinoameri-canas desde perspectivas plurales y diversas, y que, en lo posible, favorezcan la generacin de nuevas preguntas, miradas, sujetos y problemticas para as evitar los peligros que conlleva su silencia-miento, y propender a la constitucin de democracias y ejercicios ciudadanos ms variados, tolerantes e inclusivos.

  • El Estado-Nacin desde los mrgenes

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    Pureza y nacin Masacres, silencios y rdenes polticos1

    Ludmila da Silva Catela2

    Desde los albores de la constitucin de la Repblica Argentina, la eliminacin del otro fue una accin regular y peridicamente sustentada por el Estado a modo de imponerla paz. Atacar a un adversario interno hasta provocar su exterminio o aniquilamiento fue una prctica posible, legitimada por los ms diversos argu-mentos y formas de imposicin simblica. As, ha decantado un esquema cultural argentino de una matriz de pensamiento y accin que ha acompaado la historia de la formacin y consolidacin del Estado y la cultura nacional. Se sabe que los modos de cons-truccin y produccin de la alteridad de aquellos sectores inde-seados para el proyecto de la nacin arribaron a una formulacin difana en la oposicin sarmientina civilizacin y barbarie, di-cotoma irreconciliable y asociada con otros pares de oposiciones binarias como cultura/naturaleza; sagrado/profano o bien/mal. La impronta de estos esquemas en un inconsciente nacional colectivo, se expresa en los modos de hacer poltica, aun la practicada por aquellos grupos que explicitan algn grado de repudio, crtica y reflexividad sobre esa matriz. La razn del uso de la violencia para imponer la paz, tuvo a lo largo de estos dos siglos un factor co-mn: la negacin de la humanidad de ciertos otros que, tratados como enemigos polticos portadores de impureza moral, pueden y deben ser exterminados.

    Frente a la pregunta de cmo la desaparicin de personas, la apropiacin de nios, la tortura, el secuestro, los centros clandesti-nos de detencin, las fosas comunes, fueron posibles, no debemos

    1 Una primera versin de este texto fue publicada digitalmente en el volumen 3 de la Revista Digital del Goethe Institut. 2010. http://www.goethe.de/ins/ar/cor/prj/bic/pub/vo3/es6626077.htm

    2 Doctora en antropologa cultural. Acadmica de la Universidad Nacional de Crdoba, Argentina. Investigadora del Conicet y directora del Archivo Provincial de la Memoria de Crdoba.

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    Ludmila da Silva Catela

    ni podemos aislar esta experiencia extrema de otras anlogas su-cedidas en el territorio argentino.

    En este texto realizar un anlisis sobre continuidades en el uso de la violencia para la anulacin del indeseado: indio, comunista, subversivo u otro, a lo largo de la historia de la constitucin de la nacin argentina. Importa menos recorrer una descripcin general o una historia lineal de las masacres, que ver las continuidades y rupturas de esos procesos de eliminacin, as como la elaboracin de silencios, olvidos y ciclos de memorias en torno de los modos en que las masacres se tornaron visibles o se silenciaron. Para esto es necesario pensar las memorias y las violencias en plural, indagan-do all donde la memoria dominante evidencia olvidos y silencios.

    En las relaciones cotidianas, en la interaccin entre los indivi-duos, entre los grupos sociales y la nacin (con sus agentes y espe-cialistas), la violencia (tnica, urbana o poltica) conduce formas de comunicacin, aguda manifestacin reguladora de las relacio-nes sociales. En la tensin entre fuerzas pacificadoras y energas disparadas en un conflicto se delimitan los lugares y perfiles de vctimas, victimarios y espectadores. En sntesis, la reflexin sobre la violencia implica, desde un punto de vista antropolgico, anali-zar los conflictos generados por relaciones de violencia como ele-mentos constitutivos de las relaciones sociales, culturales y polti-cas. Por otro lado, orienta la mirada hacia las formas concretas de su manifestacin, situadas local e histricamente: qu personas o grupos se enfrentan o apelan a la violencia frente a hechos que consideran injustos? Qu los lleva a matar y morir por sus con-cepciones polticas, sociales o tnicas? Cules son las condiciones que motivan, a estas personas, a desatar este tipo de procesos?

    Tomando como eje y punto de referencia la ltima dictadura militar argentina, con sus caractersticas locales y su expansin nacional, propongo una mirada hacia atrs a partir de la pregunta sobre cmo y qu aspectos el uso de la violencia puede revelar-nos sobre las maneras de imponer visiones de mundo y delimitar grupos, o sobre las formas de las comunidades de pertenencia y los mecanismos de exclusin que giran en torno a la idea de nacin.

    Generalmente, cuando se piensa en un relato (el guin de un museo, la estructura de un manual, el discurso de un acto poltico, las guas en un sitio de memoria) que intente explicar los modos

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    Pureza y nacin. Masacres, silencios y rdenes polticos

    de construccin del enemigo y sus mtodos para exterminarlo, se construyen respuestas con materiales histricos del corto plazo o con memorias cortas relativas al pasado reciente. Es lo que ha su-cedido con respecto a las narraciones y memorias de la dcada del setenta en Argentina, como si este perodo hubiese sido una excepcin histrica. No es casual que, ante la pregunta sobre la ltima dictadura militar las respuestas varen en mrgenes tempo-rales bastantes acotados. Estos pueden retrotraerse, como mxi-mo, hasta la dcada de 1960, la dcada de 1950 y, en un extremo, hasta la de 1930. Las respuestas generalmente estn mediadas por las posturas polticas e ideolgicas de quien intente considerar el origen poltico de la tragedia como modo de explicacin. De esta forma, aparecen, como argumentos principales, eventos concretos de la historia, tales como la proscripcin del peronismo, el Cordo-bazo o la persecucin al comunismo. Cada una de estas explica-ciones anuda comunidades de pertenencias polticas e identitarias muy fuertes y excluye, claramente, otros posibles relatos, actores y recorridos para comprender la complejidad del pasado reciente.

    Mi intencin es entender y explicar lo que implica trascender el inters ideolgico, personal y colectivo. No busco una memoria completa, sino una memoria compleja, con sus grises y claroscu-ros, sus continuidades y rupturas.

    1. Una campaa al desierto

    Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de Amrica siento una invencible repugnancia sin

    poderlo remediar []. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeo, que tiene ya el

    odio instintivo al hombre civilizado. Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888)

    Todos sabemos, por haber estudiado en los manuales escola-res, los libros de historia, los relatos televisivos, las novelas de fic-cin o el cine, algo sobre la Campaa al Desierto emprendida en la dcada de 1870 por el general Roca3 y pensada y conceptualizada

    3 Recordemos que entre 1879-1889 la Repblica Argentina llev adelante la conquista militar del espacio pampeano-patagnico proceso incorporado a la conciencia histrica comn con el nombre de Conquista del Desierto y,

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    Ludmila da Silva Catela

    intelectualmente por el Instituto Geogrfico Argentino, creado en 1879. De esa Campaa se guardan, en la memoria colectiva, im-genes y representaciones que abarcan diversos episodios4. No es una memoria homognea, sino ms bien polarizada entre quienes argumentan que all hubo un genocidio y quienes an hoy la de-fienden como un modelo de contacto y civilizacin5. Sin embargo,

    entre 1884-1917, expandi sus fronteras sobre el nordeste en la regin cha-quea acontecimiento conocido como Conquista del Chaco, del Desierto Chaqueo, del Desierto Verde, etc. Estos hechos, precedidos entre 1874 y 1875 por la Campaa de los Andes, de la Puna o de Susques, contribuye-ron con su resultado a la cristalizacin de la estructura de la Repblica Ar-gentina tal como hoy la concebimos bajo la matriz Estado-nacin-territorio (http://www.a-r-w-e-b.com.ar/isociologia). Como resultado de este proceso fueron exterminados, en los territorios de Pampa, Patagonia y Chaco, un total estimado de 12.335 indgenas, como fruto de las campaas de aniqui-lamiento llevadas adelante por el Estado nacional en su afn por conquistar aquellos territorios.

    4 Hubo dos leyes que enmarcan la Campaa al Desierto y que modifican el lugar reservado al indgena. La novedad se plantea en la Ley N 947, san-cionada el 5 de octubre de 1878. La misma describe minuciosamente las acciones previstas respecto de las tierras por conquistar y, a diferencia de la precedente Ley N 215, de 1867, no incluye un anlisis o proyecciones en relacin a cul sera la solucin respecto de la poblacin presente en esas tierras.

    5 Las cartas de lectores, notas de opinin y editoriales de los diarios de mayor cir-culacin del pas son un buen territorio donde observar esta polaridad. Los dos diarios que ms se han manifestado sobre el tema son La Nacin, claramente de derecha, y Pgina/12, con tendencia de izquierda. As, las Cartas de Lectores en el diario La Nacin suelen ser las ms elocuentes en esta polaridad. En la gran mayora, sin tapujos, se reivindica la Campaa al Desierto como ejemplo de civilizacin. La siguiente es una muestra de las editadas por este diario: El ge-neral Roca realiz la Campaa al Desierto en 1879. Los argentinos de entonces la pedan a gritos. Los malones asolaban ciudades y estancias, robando y secues-trando a pobladoras, las famosas cautivas. El ltimo gran maln se produjo en 1876. Masivo y mortal ataque indgena que provoc ms de 400 muertos, 500 secuestrados cautivos y 300.000 cabezas de ganado robadas (). La primera presidencia de Roca fue exitosa: inmigracin, inversiones extranjeras, aumento de las exportaciones, desarrollo exponencial de las vas frreas; Primer Congreso Pedaggico y ley N 1.420. En sntesis, creacin del moderno Estado nacional. Carta de Lectores. Firmada por Claudio Chvez, DNI 8.288.385, fechada el 10 de junio de 2006. Consultada en noviembre de 2010: http://www.lanacion.com.ar/813161-cartas-de-lectores. Otro ejemplo puede verse en, Roca y el mito del genocidio, de Juan Jos Cresto, del 23 de noviembre de 2004 www.lanacion.com.ar/nota. Por otro lado, desde una mirada sobre la Campaa al Desierto como genocidio, se pueden leer las numerosas notas elaboradas por el historia-dor Osvaldo Bayer, en el diario Pgina/12, quien con sustanciosos documentos muestra y demuestra la extrema violencia ejercida sobre los pueblos indgenas. Puede consultarse, por ejemplo, Desmonumentar www.pagina12/contrata-pa/13-145745-2010-05-16, del 16 de mayo de 2010.

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    como idea central, dos imgenes aparecen en pugna: por un lado, la expansin de la civilizacin sobre el territorio desierto que deba conquistarse y, por otro, las grandes redadas a poblaciones indgenas masacradas en nombre de esa expansin. Es singular-mente llamativo como, cuando aprendamos esto en la escuela, ra-ramente nos preguntbamos pero si haba un desierto, cmo era posible que se masacraran pueblos enteros?. El odio al in-dio construido desde intelectuales nacionales como Sarmiento u otros, la constitucin de imgenes sobre el miedo al maln, la construccin de un mal engendrado en estas tierras a partir de la idea del salvaje y un modelo de patria donde el blanco era sinnimo de progreso, entre otras cuestiones, constituyeron poco a poco, polticas donde el exterminio, la eliminacin y la desapari-cin de ese otro-indio eran necesarias para construir un nosotros los argentinos.

    El libro Pureza moral y persecucin en la historia, de Barring-ton Moore (2006), intenta comprender cundo y por qu unos seres humanos asesinan y torturan a otros, a los que se presen-ta como una amenazadora fuente de contaminacin por mostrar ideas religiosas, polticas, tnicas y econmicas diferentes. Para el autor, es evidente que el elemento ms importante de este pro-blema lo constituyen las ideas antiguas y las que se tienen en la actualidad sobre el propio concepto de contaminacin, que no es, en caso alguno, estanco, sino que cambia con el tiempo. Lo in-teresante, entonces, es descubrir en qu clase de contextos aparece y reaparece esta combinacin de ideas y de acciones. Moore parte de una pregunta general: hasta dnde debemos remontar nuestra investigacin en busca de formas de pureza moral con poderosos componentes de violencia? Su respuesta es obvia, como l mismo afirma, en el Antiguo Testamento se recogen acontecimientos tales como la invencin del monotesmo y las luchas sangrientas que fueron compaeras de su propia expansin y arraigo. El mono-tesmo, en su ms directo sentido de creencia en un Dios y sola-mente uno, implica necesariamente encontrarse en posesin del monopolio de la gracia y la virtud que distingue a sus miembros de otras religiones parecidas y competidoras. La competencia fue, y sigue sindolo, brbara y cruel. Podemos agregar aqu que, de manera similar, cuando se piensa en una y solo una posibilidad de

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    construccin de nacin, la idea de contaminacin aparecer y se resignificar a lo largo de la historia.

    Durante ms de un siglo hubo pocos contra-relatos de la Cam-paa al Desierto. En trminos de construccin de la memoria ofi-cial y dominante, la nacin incluy a Roca en el panten de los hroes nacionales, bendiciendo con su nombre pueblos, calles, es-tatuas, e incluyendo su imagen en libros escolares, fechas conme-morativas y, por supuesto, en los billetes de circulacin cotidiana en el mercado de intercambios monetarios. As, su figura ha sido producida, distribuida y usada para referenciar la nacin, el no-sotros. Fue a partir de las propuestas de diferentes intelectuales argentinos como Osvaldo Bayer6 y de los procesos de re-etniza-cin, que la memoria dominante comienza a ser cuestionada, apa-reciendo otras versiones en el espacio pblico. Se intenta cambiar los nombres de calles, se realizan actos de repudio frente a estatuas de los antes pretendidos hroes nacionales y aparecen en escenas las tan temidas y desaparecidas comunidades indgenas como nuevos actores sociales7.

    Esta re-lectura de la Campaa al Desierto empuja al espacio de lo pblico a diversos grupos que se crean exterminados, como los huarpes, los wichis, los pilag y otros. Son ellos, a partir de las acciones de sus caciques y, debe decirse, de un grupo de historia-dores, antroplogos y abogados que quienes pueblan de otras memorias que, hasta ese momento, haban circulado por el espacio privado, siendo transmitidas de generacin a generacin. Memo-rias subterrneas ni olvidadas ni silenciadas, sino estratgicamente guardadas en la transmisin oral y, generalmente, a travs de los idiomas nativos. Como todo proceso de memoria que explota en el espacio pblico, sus ondas expansivas son difciles de determinar. Lo interesante de este proceso fue la recuperacin de mltiples capas de memorias. En palabras de uno de los lderes wichis: noso-tros transmitimos a nuestros hijos que la civilizacin mostr como

    6 Historiador y ensayista argentino. Es uno de los principales propulsores del movimiento social y poltico que lucha por retirar del espacio pblico las estatuas de Julio Argentino Roca.

    7 Para un anlisis histrico y etnogrfico sobre la emergencia tnica y los movimientos etnopolticos, consultar Miguel Alberto Bartolom, Los pobladores del desierto, Amrique Latine Histoire et Mmoire. Les Cahiers ALHIM, 10/2004, [en lnea]. Puesto en lnea el 21 fvrier 2005. URL:http://alhim.revues.org/index103.html.

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    trofeo, muchas veces, los testculos de nuestros antepasados y que nos queran encerrar como a animales sueltos. Pero qu saben de nosotros? No saben nada8.

    La aparicin de las comunidades indgenas en el espacio pbli-co, silenciadas y despojadas de todos sus derechos, o, mejor dicho, incorporadas bajo la nocin de ciudadano argentino por el Es-tado nacional que, durante aos, ni siquiera las reconoci en sus censos, es, a mi modo de ver, por lo menos inquietante. Vale aqu la pregunta de Pierre Nora sobre los procesos sociales de la memoria y, ms especficamente la pregunta: para qu sirve la memoria? Nora resalta que esta, a diferencia de la historia, se caracteriza por sus reivindicaciones de emancipacin y liberacin, a menudo popular y siempre contestataria. Al mismo tiempo, la reivindica como la historia de aquellos que no tuvieron derecho a la historia y reclaman su reconocimiento. As, las memorias sociales y colec-tivas de este siglo que surgen de (...) la insondable desgracia del siglo, del alargamiento de la duracin de la vida, del recurso posi-ble a los testimonios de sobrevivientes, de la oficializacin tambin de grupos y de comunidades, ligadas a su identidad, su memoria, su historia (los tres trminos son equivalentes), tienen la preten-sin de proveernos de una (...) verdad ms verdadera que la veracidad de la historia, la verdad de lo vivido y de lo recordado recuerdo del dolor, de la opresin, de la humillacin, del olvido, cualquiera sea, en sntesis, la parte de reconstruccin y de recon-duccin artificial de esta memoria9.

    As, Nora da pistas para comprender por qu, a ms de un si-glo, estas memorias emergen y revelan otros despojos, otros muer-tos, otras masacres. Lo que se conceba como una domestica-cin del indio para civilizarlo, hoy es traducido y denunciado como aniquilacin que se inici con la constitucin de la nacin, pero que se ha perpetuado, a lo largo de los aos, bajo un proce-so de reinvencin de la oposicin civilizacin/barbarie, en cada nuevo evento. Ante los peligros de maln, el Estado nacional y

    8 Cacique wichi, en Debates sobre el genocidio de los pueblos originarios y los lmites de la justicia. Buenos Aires: UBA, 2008. Video, testimonio oral.

    9 Pierre Nora, 2002, pp. 29-30. Citado en Esteban Lythgoe, Consideraciones sobre la relacin historia-memoria en Paul Ricoeur, Revista de Filosofa, N 60, 2004, pp. 79-92 (versin digital en: www.historiaviva.cl/wp-content/uploads/2007/11/consideraciones-sobre-la-relacion-historia-memoria-en-paul-ricoeur.pdf)

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    la sociedad blanca temerosa respondieron con enfrentamientos, sangre y eliminacin del otro, entendido como enemigo y, funda-mentalmente, como un ser contaminante de la pureza nacional. As en la regin del Chaco argentino se sucedieron procesos de eliminacin en San Javier (1904), Fortn Yunka (1919), Napalp (1924), El Zapallar (1933) y Rincn Bomba (1947), por citar los ms conocidos y pblicos. La imagen que ofrece un cacique pilag, en su denuncia de estos hechos, resume parte de esta historia en el mismo momento en que se produjo. Sin embargo, lo que resulta interesante es que, en su relato, ha incorporado las nociones de impureza y deshumanizacin con las que han sido consideradas en la matriz civilizacin y barbarie. En sus palabras, siempre quisieron barrer la maleza del patio, domesticando y matando al indio, para que la civilizacin avance10.

    2. In varianzas de las masacres

    As, a lo largo de dos siglos, las masacres contra el indio, el extran-jero, el obrero, el comunista y el subversivo han sido una cons-tante en la nacin argentina. De manera general, infligir la muerte sobre el otro ha sido una constante, razn por la cual es necesario reformar la mirada para lograr interpretar las razones de cmo esto ha sido posible. Analizar el tema de la muerte como forma de neutralizacin del otro impuro para el proyecto nacional, per-mitir tambin comprender que la ltima dictadura militar no fue un estallido de clera motivado por intensas y oscuras emociones e intereses ideolgicos y econmicos de unos pocos, sino como un suceso controlado y organizado que llev a un extremo esquemas de violencia poltica ya asentados en una tradicin nacional de larga data. En la ltima dictadura se construy la misma deshuma-nizacin y demonizacin (antes los indios, ahora los subversivos), con idntica ausencia de culpabilidad y remordimiento.

    En este sentido, observando con lupa la relacin masacres-iden-tidad-nacin es posible arriesgarse a decir que hubo dos momentos, reflejados en dos masacres singulares, donde se puso en cuestin la

    10 Cacique Pilag, en Debates sobre el genocidio de los pueblos originarios y los lmites de la justicia. Buenos Aires: UBA, 2008. Video, testimonio oral.

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    construccin de la alteridad y las ideas de nacin excluyente, orga-nizadas en una poltica de exterminio sistemtico del otro.

    El principal, como ya adelant, fue la Campaa al Desierto donde la nocin de civilizacin y extensin del territorio exclua a las poblaciones locales del proyecto de nacin.

    Estamos como nacin empeados en una contienda de razas en que el indgena lleva sobre s el tremendo anate-ma de su desaparicin, escrito en nombre de la civilizacin. Destruyamos, pues, moralmente esa raza, aniquilemos sus resortes y organizacin poltica, desaparezca su orden de tribus y si es necesario divdase la familia. Esta raza que-brada y dispersa, acabar por abrazar la causa de la civili-zacin. Las colonias centrales, la Marina, las provincias del norte y del litoral sirven de teatro para realizar este prop-sito (Julio Argentino Roca)11.

    Julio Argentino Roca hablaba en nombre de la nacin, la que aparece estrechamente vinculada a la poderosa imagen de la civi-lizacin, potente en su propio derecho de controlar o estimular al hombre a la accin. Desaparicin, aniquilacin, destruccin mo-ral y divisin de las familias, aparecen como las acciones que, en nombre de la nacin, son posibles y deseables. En estos relatos, los indios no son ms que cosas o partes de un paisaje el del desierto? que debe ser purificado, limpiado, ordenado. Las me-tforas sobre el paisaje y la limpieza pueblan, as, el imaginario social sobre la Campaa al Desierto. En las pginas del diario La Repblica, Roca afirmaba: Si no se ocupa la pampa, previa des-truccin de los nidos de indios, es intil toda precaucin y paz para impedir las invasiones12.

    Es elocuente el discurso de Roca frente al Congreso de la Na-cin, en 1879, despus de haber finalizado la denominada Campa-a al Desierto:

    La ola de brbaros que ha inundado por espacio de siglos las frtiles llanuras ha sido por fin destruida []. El xito ms brillante acaba de coronar esta expedicin, de-

    11 Diario La Prensa, 1878, citado en Carlos Martnez Sarasola, Nuestros paisa-nos los indios. Buenos Aires: Editorial Emec, 1992. Las cursivas son mas.

    12 Citado en Jorge Pez, El Conventillo. Buenos Aires: Centro Editor de Amrica Latina. Coleccin La Historia Popular, 1972, pp. 102-103.

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    jando as libres para siempre del dominio del indio esos vas-tsimos territorios que se presentan ahora llenos de deslum-bradoras promesas al inmigrante y al capital extranjero13.

    Se inicia as la construccin de un relato sobre la nacin. La Campaa al Desierto, y la masacre que la acompa, puede ser pensada como una bisagra que ordena las nuevas concepciones sobre la nacin, blanca y europea, que termina por predominar en la relacin dicotmica nosotros-otros. De esta manera, en esta campaa se estableci, tal vez por vez primera, un enemigo in-terno, enunciado como ajeno a la cultura nacional, un elemento contaminante que deba ser excluido, sometido y, en el extremo, eliminado, muerto.

    3. La eliminacin del otro como solucin para preservar el nosotros

    En 1902, fue aprobada la Ley N 4144, conocida como de re-sidencia, que conceda al Ejecutivo la facultad de aplicar penas de destierro sin garantas legales y sin previa detencin. Esta ley permita la expulsin de los extranjeros llamados indeseables anarquistas, comunistas, sindicalistas, obreros a sus pases de ori-gen. Usando palabras similares a las vertidas aos antes contra los indios, el ministro del Interior, Joaqun V. Gonzlez, declar que lo que estaba sucediendo en la nacin argentina era producto de un par de docenas de agitadores de profesin basta eliminar a estos para volver a la sociedad a la tranquilidad merecida14.

    Alrededor del Centenario se suceden los siguientes procesos represivos:

    1909 (Mayo 1): Matanza contra obreros. Crece la agita-cin obrera y se decreta el Estado de sitio. El coronel Ra-mn Falcn, jefe de polica, realiza una represin contra la multitud congregada por los sindicatos anarquistas, de-jando un tendal de muertos y heridos en la Plaza Lorea.

    13 Citado en Osvaldo Bayer, diario Pgina/12. Buenos Aires, 2010, p. 16.14 Citado en Felipe Pigna, pgina www.elhistoriador.com.ar/articulos.

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    Algunos diarios hablan de 22 muertos; los anarquistas, en cambio, de 60.

    1919 (Enero 9-16): Fusilamiento de obreros (aconteci-miento conocido como Semana trgica). Como conse-cuencia del conflicto en la empresa Vasena, se produce una huelga general seguida de una cruenta represin policial apoyada por grupos de choque privados, con muertos y heridos, conocida como Semana trgica. Las fuentes po-liciales hablan de 800 muertos; otras de 1.500.

    1921 (Enero 22): Fusilamientos en la Patagonia. Despus de una serie de huelgas y negociaciones frustradas con los estancieros y con los delegados del Poder Ejecutivo nacio-nal son fusilados, con la autorizacin del teniente coronel Varela, cientos de trabajadores.

    1922: Los asesinatos de La Forestal. En el norte de la pro-vincia de Santa Fe se producen movimientos huelgusticos entre los trabajadores de la Compaa La Forestal de capi-tal britnico. La huelga de La Forestal, en 1922, culmin con una represin en la cual la gendarmera volante, co-nocida como los cardenales, y otras formaciones para-policiales actuaron impunemente con el apoyo del gobier-no nacional, con un saldo de centenares de muertos y 16 dirigentes obreros condenados a 8 aos de prisin.

    1924 (19 de julio): Masacre de Napalpi (Chaco). Despus de algunos conflictos de tierra entre indgenas y colonos blancos, un grupo de 130 hombres de las fuerzas policiales del gobierno (y con la autorizacin del gobernador Cente-no) ingresan en el campamento indgena de Napalpi, en la provincia del Chaco. Sin resistencia alguna de parte de los indgenas, las fuerzas policiales disparan contra la masa de indgenas. Se estima que 200 indgenas perdieron la vida en lo que se conoci como la masacre de Napalpi15.

    De esta forma, las represiones organizadas desde el Estado, apoyadas en leyes y discursos, iniciaron el proceso de construc-cin de representaciones sociales y polticas acerca del peligro y

    15 Esta cronologa fue realizada por la autora en colaboracin con el antrop-logo Lorenzo Macagno, de la Universidad Federal de Curitiba.

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    el mal, focalizado en un otro nacional. En el pasaje del siglo, el comunismo, como categora general, reemplaz a la de barbarie adjudicada hasta ese momento al indio. Poco a poco, se constituy en sinnimo de oposicin a patria y amenaza al orden establecido. Como bien analiza, Velho, esta categora:

    () muchas veces viene acompaada de criminal, ateo, traidor, con fuertes implicaciones morales. La lgica del dis-curso acusatorio hace que la denuncia poltica pase a ser una acusacin ms global donde la propia humanidad de los acusados es puesta en cuestin [...]. Existe la idea de que su mente es corrompida por agentes externos a las fronteras de su sociedad16.

    Es interesante cmo estas clasificaciones han quedado plas-madas tambin en documentos policiales, libros y archivos. Por ejemplo, en el Archivo Provincial de la Memoria (APM)17 fueron recuperadas, de una dependencia policial del interior de la provin-cia de Crdoba, dos carpetas que en su primera lectura no dicen demasiado. Sin embargo, cuando se las observa detalladamente, no como meros documentos acumulados por la polica provincial, sino como procesos clasificatorios del otro, adquieren un poderoso significado. Un centenar de prontuarios personales, atados entre dos tapas de madera bajo la sigla OSP (Orden Social y Poltico), guardan un interesante sistema clasificatorio sobre los ciudada-nos de Ro Cuarto. Esta documentacin que tiene como ao de inicio la dcada del veinte, clasifica a los individuos perseguidos y vigilados por sus ideas anarquistas. Luego con el pasaje de las dcadas, esas mismas carpetas muestran otras categoras acusato-rias y muchos ciudadanos pasan a ser perseguidos por sus ideas comunistas. Finalmente, hacia los aos sesenta y setenta, por sus

    16 Gilberto Velho, Duas categorias de acusaao na cultura brasileira contempo-rnea. En Individualismo e Cultura. Petrpolis: Editorial Vozes, 1980, p. 59.

    17 El Archivo Provincial por la Memoria (APM) fue creado en 2006, por la Ley N 9286, para rescatar, resguardar, preservar y difundir los documentos de los diferentes momentos dictatoriales que afectaron a la provincia de Crdoba. El APM cuenta con numerosos fondos y series documentales. Entre ellas se encuentra el Fondo Polica de la Provincia y la subserie Orden Social y Poltica que cuenta con documentacin relativa a la historia de la persecucin poltica en toda la provincia. Esta subserie documental abarca fechas desde 1920-1980 y est ordenada por prontuarios individuales de ciudadanos de Ro Cuarto.

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    ideas subversivas. Esta forma de construccin de la mirada so-bre el otro ha perdurado en el tiempo de manera minuciosa, burocrtica y obsesiva. A modo de ejemplo, un solo individuo fue sistemticamente observado y reprimido, durante 40 aos, por ser comunista y difundir ideas comunistas, tener en su poder lite-ratura subversiva y participar de eventos sospechosos18.

    As, el comunista, el subversivo, arrastra el estigma de lo ex-tranjero, contamina su sociedad con lo exgeno. Desarma y desorganiza, de alguna manera, el orden natural con ideas y comportamientos disruptivos. En este sistema de representaciones y acusaciones, el comunista es entendido como un traidor que reniega de su patria19. Ya no es el brbaro que desestabilizaba la nacin en pleno proceso de construccin como fue el caso de los indios, sino aquel que pretende ensuciar y desordenar lo instituido en el panten de lo nacional/lo patritico.

    4. Subversin: la impureza de nuestro pas

    La guerrilla, como todos sabemos, no slo acta en el campo militar, sino que se infiltra, destruye

    y corrompe distintas reas del quehacer comunitario, como el club, la escuela, el taller,

    la familia, procurando de ese modo dominar nuestra vida nacional [...]. El pueblo argentino no slo

    comprende, sino comparte la lucha contra la subversin; de no ser as no se puede triunfar.

    (Luciano Benjamn Menndez, ex comandante del III Cuerpo de Ejrcito).

    Estas clasificaciones sobre el otro perdurarn, con modificacio-nes significativas, durante el perodo de la revolucin libertadora cuando el mal aparece encarnado en el peronismo (Bombardeo a la Plaza de Mayo y masacre de Jos Len Surez) para emerger, nuevamente, con toda su fuerza en la dcada del setenta. Here-deras de las representaciones de los aos veinte y treinta, y de la

    18 Expediente de la subserie Orden Social y Poltico, perteneciente a la Serie Documental Polica de la Provincia de Crdoba, bajo custodia del Archivo Provincial de la Memoria.

    19 Gilberto Velho, op. cit., p. 60.

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    Ley de Residencia, el marxismo y la subversin se erigieron como banderas del Operativo Independencia y del Proceso de Reorgani-zacin Nacional20.

    De manera similar a la Campaa al Desierto y la Ley de Resi-dencia, el Operativo Independencia no fue producto de un bando de desquiciados, sino contrariamente, signific la ejecucin de acciones del Estado pensadas y reguladas por leyes y decretos. As, los decretos N 261/75, de la presidenta Isabel de Pern y los sub-secuentes N 2770-71-72/, de octubre de 1975, establecan que:

    El comando general del Ejrcito proceder a ejecutar todas las operaciones militares que sean necesarias a efec-tos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos que actan en la provincia de Tucumn21.

    ARTCULO 1.- Las Fuerzas Armadas bajo el Coman-do Superior del Presidente de la Nacin que ser ejercido a travs del Consejo de Defensa procedern a ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean necesarias a efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversi-vos en todo el territorio del pas22.

    Estos decretos describen un cambio significativo, operado en unos pocos meses, sobre las concepciones de la represin, exten-diendo el accionar desde una pequea provincia como Tucumn a todo el territorio nacional. Lo ms significativo es cmo la neutra-lizacin del otro se transforma en aniquilacin. En este sentido, los decretos muestran, una vez ms, un cierto tipo de representa-cin del campo poltico. El pas est, nuevamente, en peligro de ser contaminado y su pureza est siendo cuestionada. Las palabras: ejecutar, aniquilar y luchar aparecen sin censuras en el discurso estatal. Las mismas son rpidamente apropiadas por di-ferentes sectores sociales (periodistas, polticos, sindicalistas, etc.)

    20 La Revolucin Libertadora fue el movimiento golpista contra el gobierno constitucional de Juan Domingo Pern en 1955. El Proceso de Reorgani-zacin Nacional fue el nombre dado por los militares al golpe de Estado de 1976, contra el gobierno constitucional de Isabel Pern. El Operativo Independencia fue el sistema represivo, organizado y llevado adelante para luchar contra la subversin, en 1975, durante el gobierno de Isabel Pern.

    21 Decreto del Poder Ejecutivo nacional N 261/1975. Las cursivas son mas.

    22 Decreto N 2772, del 6 de octubre de 1975. Fecha: 6 de octubre de 1975. Las cursivas son mas.

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    que se suman a poblar de imgenes y producir representaciones de un enemigo a quien potencialmente hay que eliminar.

    As, podemos observar una solicitada, aparecida en 1975 en Tucumn, con motivo de la conmemoracin del 25 de Mayo. All se afirmaba que haba que exterminar a minsculos grupos de extraviados para erradicar de nuestro suelo a los elementos ap-tridas que intentan cambiar la gloriosa y pura ensea celeste y blanca por un trapo cualquiera23.

    Durante los aos setenta, trminos como banda de delincuen-tes subversivos, aptridas o extremistas se transformaron en cate-goras acusatorias que generaron prcticas y acciones represivas concretas: ms de 500 centros clandestinos de detencin, miles de prisioneros torturados, 30.000 desaparecidos, 500 nios y nias apropiados, que se acompaaron de acciones tanto clandestinas como legales como tambin de discursos pblicos sin censuras. Podemos citar la ya clebre frase del general Ibrico Saint Jean, en 1977: Primero mataremos a todos los subversivos, luego ma-taremos a sus colaboradores, despus a sus simpatizantes, en-seguida a aquellos que permanecen indiferentes, y finalmente mataremos a los tmidos24.

    Sin embargo, lo que ms llama la atencin son las continui-dades en los discursos pblicos. Durante 1979 se conmemor, en plena dictadura militar, el centenario de la Campaa al Desierto25. Esto fue motivo de numerosos festejos y manifestaciones pblicas. Los lazos entre el pasado y el presente, a 100 aos de la Campaa, fueron elocuentes en la mayora de los discursos militares. En pa-labras del ministro de Justicia de la Nacin, Rodrguez Varela, las guerras tenan una continuidad y un mismo objetivo:

    los argentinos querramos concluir esta guerra de-fensiva contra los terroristas [], pero no conseguiremos consolidar la paz en un instante. La paz, como ocurri hace cien aos, hay que ganarla derrotando previamente a quie-

    23 Citado en Marcos Taire. Vctimas de la dictadura cmplices del Operativo In-dependencia, 2008 http://www.memoriando.com/noticias/701-800/713.html

    24 General Ibrico Saint Jean. Gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Mayo, 1977.

    25 Para un anlisis pormenorizado al respecto, ver el trabajo de Laura Snchez, La negacin del genocidio en el discurso sobre la Conquista del Desierto. Terceras Jornadas de Historia de la Patagonia, 2008. Mimeo.

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    nes se han propuesto imponernos un rgimen esclavista me-diante la violencia26.

    Conclusin: crueldad y deshumanizacin en nombre de la nacin

    Si contemplamos este recorrido de produccin de sentidos de la nacin argentina y observamos sus efectos sobre el sufrimiento humano emerge, como lo ms significativo de estas metodologas de construccin de la poltica, la aprobacin moral de la crueldad. Para los agentes del Estado fue necesario definir un enemigo con-taminado como elemento no humano, es decir, situado al margen de los verdaderos humanos o para usar palabras ms genera-les, de la buena sociedad. Son a estos ltimos, a quienes se les debe la ms mnima obligacin, en tanto criaturas iguales a uno mismo27. Como bien afirma Bartolom, para el caso del genoci-dio indgena durante la Campaa al Desierto:

    los indios estaban y no estaban all, el desierto era de-sierto a pesar de la presencia humana, pero esta presencia no era blanca, ni siquiera mestiza y por lo tanto carente de hu-manidad reconocible. Poblar significaba, contradictoriamen-te, matar. Despoblar la tierra de esos otros irreductibles e irreconocibles, para reemplazarlos por blancos a la imagen del nosotros que manejaba el Estado nacional emergente28.

    A partir de all, el enemigo contaminado se define, metamorfo-sendose segn la poca y la ideologa dominante, como una ame-naza demonaca (sean los malones, las ideas comunistas, la gue-rrilla) al orden social existente. Desde ese modo de representacin y clasificacin del mundo, la deshumanizacin y la demonizacin sirven para disminuir, o en muchos casos, eliminar por completo ...los remordimientos o el sentimiento de culpa ante las cruelda-des ms brbaras29, en nombre de la paz, el orden y la patria.

    26 La Nacin, 4 de octubre de 1979, citado en Laura Snchez, op. cit., p. 6. 27 Franoise Hritier. Rflexions pour nourrir la rflexion. Sminaire de la

    violence. Paris: Editions Odile Jacob, 2006, p. 21.28 Miguel Alberto Bartolom, op. cit. www.alhim.revues.org/index103.html29 Franoise Hritier, op. cit., p. 23.

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    Pureza y nacin. Masacres, silencios y rdenes polticos

    Cada una de las masacres ejecutadas cont con el uso de las fuerzas del Estado como herramientas de la muerte y accionar re-presivo, pero tambin con la construccin de discursos, leyes, ideas que los intelectuales de la nacin llevaron adelante. Cada una de ellas guarda una particularidad y un encadenamiento de hechos singulares (las imgenes de poblar zonas desiertas o las de atacar al mal externo del comunismo). Sin embargo, las metodologas del horror se repiten una y otra vez: fosas clandestinas, asesinatos masivos, apropiacin de los bienes de las comunidades, uso desme-dido de la crueldad. En este sentido, cortar partes de los cuerpos, exhibirlos, desaparecerlos o mutilar a los que ya yacen muertos, supone, como dice Hritier:

    [de] volver inertes, impotentes, reducidos al estado de vegetales inmviles a quienes se teme como enemigos La crueldad se ejerce en un teatro donde conviene mostrar ostensiblemente por el trato, que se le debe hacer sufrir en carne propia que no es un ser humano a imagen de Dios como Uno, sino un cuerpo animal, carente de derechos30.

    Sin embargo, el impacto de la eliminacin de lo que se consi-dera como impuro no se expresa solamente en las masacres y en el uso de la violencia fsica. La eficacia simblica de estas construc-ciones acusatorias es su perdurabilidad en el tiempo y en el espacio de las representaciones.

    Para finalizar me gustara remarcar tres procesos de memorias y silencios, por lo menos incmodos o inquietantes, para quienes trabajamos sobre el pasado reciente y los crmenes polticos. Lo que perdura en la construccin de las memorias es un gran olvido o, por lo menos, un silencio perturbador: el lugar del indgena.

    En efecto, cuando se recuerdan las violencias de las dcadas de 1920 y 1930 desde la historia, los discursos polticos y las me-morias colectivas, se remarca la figura del obrero o del inmigrante de izquierda, olvidando las masacres (que no fueron pocas en nmero y variedad) dirigidas contra las diferentes comunidades indgenas. Estas matanzas fueron producto, en su mayora, en res-puesta a la masividad de los movimientos milenaristas indgenas (ledas y reprimidas desde el Estado como malones). All se accio-

    30 Franoise Hritier. Ibd., p. 16.

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    Ludmila da Silva Catela

    naba a la polica, la gendarmera y el ejrcito desde una mirada de peligro que terminaba casi siempre en la aniquilacin de los gru-pos indgenas. La ltima de ellas fue en 1947, en Rincn Bomba, durante el gobierno de Juan Domingo Pern31.

    De la misma forma, en relacin al reconocimiento de personas clasificadas y validadas por la historia como vctimas de la violen-cia del Estado argentino durante la ltima dictadura militar (1976-1983) suelen quedar fuera tanto campesinos como indgenas, los que estn ausentes de las estadsticas y estimaciones.

    En las conclusiones del informe Nunca Ms, que valida y da cuenta de las vctimas entre 1976-1983, podemos observar y co-nocer sobre la desaparicin de obreros, estudiantes, amas de casa, religiosos, profesionales, docentes, autnomos, periodistas, acto-res, conscriptos y personal subalterno de las fuerzas de seguridad, empleados32. No hubo, acaso, indgenas y campesinos desapa-recidos? Si la Comisin Nacional de Desaparicin de Personas (Conadep) en su informe no registr desapariciones de indgenas (y otras categoras impuras como prostitutas, homosexuales, ju-dos o extranjeros), podemos arriesgarnos a pensar que el discurso nacional sobre lo impuro fue altamente eficaz, imponiendo la vi-sin de una Argentina sin indios. El procedimiento no solo supuso la masacre fsica concreta, sino tambin su eliminacin de las re-presentaciones, lo que, sin dudas, gener prcticas inconscientes que redundaron en la inexistencia de esa categora, a la hora de recolectar las denuncias. Doble desaparicin, la de la negacin de lo indgena, como categora social y el no registro como desapare-cidos durante la dictadura.

    Paradojalmente, el actual proceso de re-etnizacin que se vive en Argentina exige adaptarse a los grupos reunidos en asociaciones y en comunidades indgenas que quieran imponer sus memorias y reivindicar justicia sobre las masacres antiguas y actuales al vocabulario creado y legitimado para hablar del pasado recien-te emanado del informe de la Conadep. Sin embargo, categoras

    31 Es interesante hacer notar que durante estos ltimos 10 aos se ha reivin-dicado frente al Estado nacional la necesidad de excavacin de las fosas producto de las matanzas. Hasta el momento no se otorgaron recursos ni humanos ni financieros para que esto se realice.

    32 Informe de la Comisin Nacional de Desaparicin de Personas. Nunca Ms, 1986, p. 480.

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    Pureza y nacin. Masacres, silencios y rdenes polticos

    como terrorismo de Estado, genocidio, tortura, u otras, no refle-jan necesariamente las vivencias, experiencias y sucesos que, desde hace ms de un siglo, vienen sufriendo sobre sus cuerpos. As, las memorias largas de estas comunidades deben ajustarse y someterse a las memorias cortas y dominantes, sobre el pasado reciente para ser escuchadas y comprendidas.

    Si quien ejecuta la masacre, como dice Mara Victoria Uri-be Alarcn33, solo tiene ante s un extrao que no pertenece a su mundo, un extrao que es el arquetipo de lo indecible, fsicamen-te cercano, pero espiritualmente distante, se construye una forma de alteridad donde las vctimas han desaparecido para dar paso a unos extraos que no pertenecen a su mundo. Ojal que no nos transformemos en ejecutores simblicos, de todos aquellos que pugnan por integrar el nosotros.

    33 Mara Victoria Uribe Alarcn, Antropologa de la inhumanidad. Un ensayo in-terpretativo sobre el terror en Colombia. Bogot: Grupo Editorial Norma, 2004.

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    Trazos e imgenes de la nacin chilenaEl norte grande y la frontera sur 1880-1930

    M. Consuelo Figueroa G.1

    La historia de Chile, expresin de nuestra conciencia,

    constituye una reaccin violenta contra la tirana geogrfica.

    (Gabriela Mistral, Geografa humana de Chile)

    Curiosa expresin con que la poeta se refiere a un pas que suele ser distinguido por sus particularidades territoriales. Ms an, de sus palabras se desprende que la nica forma de librarse del so-metimiento que impone dicha tirana geogrfica es recurriendo al desenvolvimiento histrico de la nacin concebido por la poetisa como despejo [o talento] espiritual de la chilenidad. La frase, extrada del discurso que pronunci ante la Unin Panamericana, en 1939, aparece luego de una larga descripcin de la fisonoma orogrfica del pas, la que, segn la Mistral, se habra conjurado para dar cuerpo a lo que ella denomina la raza comn2. Pero, si en su alocucin es la historia la que constituira la conciencia de la nacin, por qu esa insistencia majadera por describir las regiones del territorio para dar cuenta del pas? Es que la poeta no puede sino sucumbir ante la tirana geogrfica, no obstante reconocer en la historia la esencia de lo propio?

    En otras palabras, cules son las tensiones que existen entre la configuracin de una nocin de espacio y otra de tiempo a la hora de dar forma y contenido a las ideas de nacin? y, en relacin a lo que este debate convoca: qu impacto tendran esas nocio-

    1 Acadmica de la Escuela de Historia, Facultad de Ciencias Sociales e Histo-ria de la Universidad Diego Portales.

    2 Gabriela Mistral, Geografa humana de Chile. Discurso en la Unin Paname-ricana. Washington, abril, 1939.

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    M. Consuelo Figueroa

    nes en la generacin de sentidos de pertenencia o exclusin de los sujetos respecto de su ciudadana y nacionalidad? En este trabajo abordaremos, justamente, el influjo que ha ejercido la geografa, como disciplina de estudio, en el desarrollo de los conceptos de nacin y en el reconocimiento de algunos sujetos como nacionales a partir de la compleja relacin que se establece entre espacialidad y temporalidad.

    Al respecto, en el caso de Chile, el territorio geogrfico se ha erigido en uno de los referentes de identidad ms frecuentes, cons-tituyndose en el cuerpo material e indiscutible de la nacin. En las descripciones que existen acerca del pas, abundan frases como la siguiente:

    La angosta faja de tierra, calcinada por el sol en un extremo, es azotada por el agua en el otro. Los elementos la rodean y custodian en un arreo de combate. [] All, en la contemplacin de la naturaleza, est todo el secreto y la psicologa del alma chilena3.

    Territorio, naturaleza y nacin se entrelazan as en una unidad indistinguible que termina por naturalizar la existencia de cada uno de ellos. Sin embargo, esta fijacin4 de la geografa, particu-larmente de las geografas nacionales, como espacios estables, se-guros y permanentes, no es ms que un artificio construido, hist-rica y socialmente, con claros efectos polticos en la configuracin de relaciones desiguales de poder.

    3 Agustn Edwards, Mi tierra. Panorama, reminiscencias, escritores y folclore. Valparaso: Soc. Imprenta i Litografa Universo, 1928, pp. 6-7. Ver tambin, entre otros, Benjamn Subercaseaux, Chile o una loca geografa. Santiago: Editorial Ercilla, 1940; y Jaime Eyzaguirre, Breve historia de las fronteras de Chile. Santiago: Eds. de la Revista Mapocho, 1965. En este ltimo tex-to, el autor argumenta que los territorios del norte grande (particularmente desde el ro Loa hacia el sur), as como las regiones de la frontera sur y la Patagonia, han constituido, desde los inicios del proceso de conquista, parte consustancial de Chile.

    4 En este punto seguimos la aclaracin hecha por Raymond Craib, quien comprende el verbo fijar en su doble acepcin, establecer o precisar y sujetar e inmovilizar. Raymond Craib, Cartographic Mexico. A History of State Fixations and Fugitive Landscapes. Durham and London: Duke University Press, 2004. Introduction Writing a Spatial History of Modern Mexico, p. 8.

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    Trazos e imgenes de la nacin chilena

    De este modo, lejos de la pretendida neutralidad que se les asigna, los espacios geogrficos estaran cargados de abundantes imgenes y significados que llevan consigo rgidas concepciones de pertenencia y desarraigo respecto de los sujetos que los habitan, siendo la temporalidad una categora central en esas concepciones. En este sentido, proponemos que las descripciones y representacio-nes de los territorios no solo sitan los habitantes en un espacio geogrfico especfico, sino que, en ese ejercicio, tambin los ubican en diferentes lugares de la temporalidad, remitiendo algunos a una trayectoria histrico-cronolgica que los vinculara claramente como nacionales, en tanto que otros quedaran sentenciados en un tiempo atvico, suspendido en una naturaleza salvaje, que termi-nara por excluirlos de la pertenencia a la nacin.

    Los procesos de independencia y consecuentes conflictos b-licos desatados en Amrica Latina durante el siglo XIX5, hicieron imprescindible la creacin y difusin de identidades nacionales comunes que vincularan los habitantes de un territorio artificiosa y todava vagamente delimitado. Para ello fue necesario elaborar trayectorias histricas colectivas que acaecan en espacios geogr-ficos que deban considerarse propios. La historia y la geografa, como disciplinas de estudio y conocimiento positivo en trminos de la objetividad que se les asignaba, posibilitaron la implemen-tacin de los proyectos nacionales, enmarcando los lindes y dando contenido a la idea de pertenencia a la nacin.

    Uno de los mecanismos ms exitosos en la difusin, interio-rizacin y consecuente naturalizacin de esas disciplinas y de las ideas de nacin fue la puesta en marcha de proyectos educativos liderados desde el Estado. En el caso de Chile, si bien desde los inicios del movimiento independentista se llevaron a cabo impor-tantes debates acerca de la necesidad de establecer polticas edu-cacionales tendientes a formar el carcter nacional6, estas no se materializaron sino hasta la dcada de 1840. La creacin de la Universidad de Chile, en 1842, y el otorgamiento de atribuciones para actuar como Superintendencia de Educacin que velara por la extensin de una enseanza uniformada para todas las clases

    5 Rebecca Earle (Ed.), Rumors of Wars: Civil Conflict in Nineteenth-Century Latin America. Institute of Latin American Studies, London, 2000.

    6 Sol Serrano, Universidad y nacin. Chile en el siglo XIX. Santiago: Editorial Universitaria, 1993, captulo I.

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    sociales, imprimiendo un fuerte sello nacional7, fue una de las prin-cipales polticas a este respecto. Sin embargo, no fue la nica. Ese mismo ao comenz a funcionar la Escuela Normal de Preceptores y, en 1854, la de Preceptoras, ambas entidades abocadas a la for-macin de futuros profesores primarios. El proceso de ampliacin educacional fue paulatino. Si en la dcada de 1840 se estima que los estudiantes primarios alcanzaban solo 1% de la poblacin8, hacia los ltimos aos del siglo la situacin haba variado. Segn el estudio de Cristin Cox y Jacqueline Gynsling, fue desde la dcada de 1880 cuando:

    el sistema educacional fiscal experiment un impor-tante crecimiento. La expansin continu durante las prime-ras dcadas del siglo XX. Al respecto, las cifras son elocuen-tes: a) la matrcula total, pblica y privada, en los niveles primario y secundario, crece de 97.136 estudiantes en 1885 a 157.330 en 1900, 317.040 en 1919 y 401.261 en 1920. Es decir, el sistema prcticamente cuadruplica su cobertura en el perodo. b) La poblacin escolar alcanza en 1920 a un 46,2% del grupo de edad entre 7 y 15 aos. c) El analfabetis-mo decrece de un 71,1% en 1885 a un 49,7 en 19209.

    Pese a que en estas iniciativas se manifiestan altos grados de preocupacin por instruir acerca de la historia y geografa nacio-nales adems de la lengua patria y otras materias como la reli-

    7 Es lo que seala el presidente Manuel Bulnes en su mensaje enviado al Con-greso el 4 de julio de 1842, citado en Sol Serrano, op. cit., p. 69. Ver tambin Alfredo Jocelyn-Holt, El peso de la noche. Nuestra frgil fortaleza histrica. Argentina: Ariel, 1997, captulo I, y Sol Serrano, ibd., captulo II.

    8 Cristin Cox y Jacqueline Gynsling. La formacin del profesorado en Chile. Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales [1989], 2009, p. 57. Segn las estimaciones que entregan estos autores, el porcentaje de estudiantes que acceda a la educacin secundaria habra alcanzado, en la poca, un magro 0,02% de la poblacin.

    9 Ibd., p. 82. Loreto Egaa tambin coincide con que el perodo de consolida-cin de la educacin primaria, particularmente la popular, haya tenido lugar entre las dcadas de 1880 y 1890, cuando habra habido un reconocimiento de la responsabilidad del Estado con esta educacin; pero no guarda rela-cin con la cobertura, con la calidad ni con las condiciones de trabajo de los docentes; si a este respecto algo se haba consolidado, eran las condiciones de gran precariedad con que se haba desarrollado esta educacin para los sectores pobres. Ver Mara Loreto Egaa, La educacin primaria popular en el siglo XIX en Chile. Una prctica de poltica estatal. Santiago: Dibam-PIIE-LOM, 2000, pp. 36-37.

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    Trazos e imgenes de la nacin chilena

    gin, la aritmtica o el dibujo, llama la atencin que, por lo me-nos en los primeros planes esbozados para la enseanza primaria, la geografa alcanzara un mayor protagonismo que la historia. As, por ejemplo, no obstante que en el primer programa de estudios destinado a la formacin de los futuros profesores, publicado el 12 de noviembre de 1842, su director, Domingo F. Sarmiento, haya incluido las asignaturas de geografa descriptiva y nociones ge-nerales de historia y particulares de la de Chile, en las anotacio-nes que hiciera en su diario de las operaciones i de la marcha de la enseanza por lo que pudiera convenir para lo futuro10, se refiriera con mucho ms detalle e inters a las formas cmo se enseaba y deba aprenderse la geografa. Algo similar ocurre con el listado de asignaturas que exiga la ley de Instruccin Prima-ria de 1860, que estableca como obligatorias la lectura, escritura, aritmtica, religin, gramtica castellana y geografa, sin incluir historia11. Al parecer, en la poca hubo claridad respecto de lo que luego Gastn Bachelard reconocera como topofilia, es decir, el valor humano de los espacios amados A su valor de proteccin que puede ser positivo, se adhieren tambin valores imaginados y dichos valores son muy pronto valores dominantes, aadiendo luego que, [p]ara el conocimiento de la intimidad es ms ur-gente que la determinacin de las fechas, la localizacin de nuestra intimidad en los espacios12. Desde esta perspectiva, la creacin de un sentimiento nacional requera, antes que el reconocimiento de una trayectoria comn, la conviccin de formar parte de un espacio nacional considerado como propio. La operacin no era fcil, pues supona que los estudiantes se situaran en, y apropiaran de, un dilatado territorio, generalmente distante y, la mayora de las veces, desconocido.

    En este trabajo analizaremos los textos escolares de geografa publicados en un perodo ms tardo, entre las dcadas de 1880 y 1930, en Chile, cuando tiempo y espacio confluan como elemen-tos esenciales en la construccin nacional, de modo de entender no solo las formas en que fueron dibujados los contornos fsicos de la

    10 En Obras de Domingo F. Sarmiento publicadas bajo los auspicios del gobierno argentino. Buenos Aires: Imprenta y Litografa Mariano Moreno, 1899, p. 10.

    11 Loreto Egaa, op. cit., p. 165.12 Gastn Bachelard, La potica del espacio. Mxico: Fondo de Cultura Econ-

    mica, 1975, pp. 28 y 39-40.

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    nacin chilena, sino tambin los contenidos con que estos fueron rellenados.13 El perodo es particularmente relevante toda vez que coincide con un momento en que tanto el Estado como distintos grupos de inters buscaron resignificar las ideas de nacin luego de verificarse una extraordinaria y violenta expansin territorial hacia el norte y sur del pas.

    En efecto, en la segunda mitad del siglo XIX tuvieron lu-gar dos hitos blicos que resultaron en una dramtica amplia-cin casi dos tercios del control jurisdiccional del territorio por parte del Estado nacional chileno. Pese a que en la mayora de los relatos nacionales la mal denominada Pacificacin de la Araucana y la Guerra del Pacfico suelen aparecer como sucesos desvinculados entre s, estas acontecieron en el mismo perodo histrico, involucraron las mismas fuerzas militares e intereses econmicos, y devinieron en el acceso efectivo a la propiedad de la tierra y nuevas fuentes de riqueza que pasaron a manos de los mismos grupos de inters, tanto privados como pblicos. De todos modos, la omisin histrica respecto de la contempo-raneidad de estas guerras persiste. Por una parte, la Guerra del Pacfico se ha erigido en uno de los acontecimientos ms trascen-dentales a la hora de nutrir los imaginarios nacionales, en tanto que, por otra, la Pacificacin de la Araucana ha cado en una especie de nebulosa a-histrica que ha terminado por expulsar-la de la constitucin nacional. Con todo, desde sus evocaciones y silenciamientos, ambos conflictos trajeron como corolario la configuracin de un nuevo imaginario histrico y geogrfico que abrazara con creciente inters las regiones recin incorporadas14.

    13 Al respecto, Silvia Quintero seala que la Geografa del sistema escolar ha sido ante todo un discurso sobre la nacin, que ha tomado como tema cen-tral el territorio del Estado. Silvia Quintero Los textos de Geografa: un territorio para la nacin. En Luis A. Romero (Coord.), La Argentina en la escuela. La idea de nacin en los textos escolares. Argentina: Siglo Veintiuno Editores, 2004, p. 79.

    14 Este proceso de expansin territorial se enmarca en el creciente inters, tanto de parte del Estado como de algunos privados, por consolidar el ingreso de la economa nacional en el desarrollo capitalista mundial, lo que se obtiene a travs de la ocupacin militar de los territorios fronterizos, as como tambin de la expansin de los transportes particularmente ferrocarriles, los medios de comunicacin correos y telgrafos y nuevas formas de produccin capi-talista moderna en especial, la explotacin minera. Al respecto, no se puede desconocer el impacto que la geografa y, en particular, la distincin de los diversos espacios geogrficos ha tenido en el desarrollo y consolidacin del

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    Trazos e imgenes de la nacin chilena

    Es importante sealar tambin que en el mismo perodo en que se desataron estas guerras se estaban produciendo grandes y problemticos cambios en el interior de la sociedad chilena. Los procesos de modernizacin capitalista estimulados, a partir de la dcada de 1850 en adelante, desde el Estado y algunos grupos de empresarios privados, no solo resultaron en la introduccin de nuevas formas de produccin y desarrollo comercial, sino tam-bin en la reconfiguracin de los rdenes sociales, polticos, eco-nmicos y culturales. La expulsin de importantes contingentes de poblacin desde las zonas rurales hacia algunos centros urbanos, las dramticas condiciones de vida que muchos tuvieron que en-frentar por los altos grados de hacinamiento y precariedad a los que estaban sometidos, el surgimiento de nuevas clases sociales y grupos de inters, la explosin de protestas y movimientos por demandas y reivindicaciones sociales y laborales, la expansin de instituciones administrativas del Estado, y el surgimiento de una interpretacin ms doctrinaria del liberalismo, devinieron en el es-tallido de otro tipo de guerras ahora internas y soterradas entre diferentes grupos que comenzaron a disputar distintos proyectos de nacin. Los reclamos por volver a escribir una historia que in-corporara esta diversificacin social, al tiempo que nuevos relatos que describieran los nuevos territorios en clave nacional, no tarda-ron en aparecer.

    Si bien los primeros textos escolares de geografa publicados en Chile datan de la dcada de 183015, fue en el perodo inmediata-mente posterior a las guerras de expansin del territorio nacional Guerra del Pacfico y Pacificacin de la Araucana, cuando se

    capitalismo como sistema de acumulacin. David Harvey seala que la acu-mulacin de capital siempre ha sido una cuestin profundamente geogrfica. Sin las posibilidades inherentes a la expansin geogrfica, la reorganizacin espacial y el desarrollo geogrfico desigual, hace tiempo que el capitalismo habra dejado de funcionar como sistema poltico y econmico. Spaces of Hope. Berkeley, Los Angeles: University of California Press, 2000, p. 38.

    15 Domingo F. Sarmiento, primer director de la Escuela Normal de Preceptores, fundada en 1842, seala en su diario sobre las operaciones relativas a esa institucin, el 12 de noviembre de ese ao que haba entonces tres testos de dicho ramo [geografa]: el Catecismo de jeografa publicado en Londres por don Jos Joaqun de Mora i reproducido en Buenos Aires i en Santiago: las Lecciones de jeografa moderna compuestas en 1835 por don J. Victorino Lastarria; i el Curso elemental de jeografa moderna dada a luz en 1830 por el profesor argentino don Toms Godoi Cruz. En Obras de Domingo F. Sarmiento, op. cit., p. 10.

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    verific una circulacin masiva de este tipo de publicaciones. En efecto, pese a que los esfuerzos desplegados por el Estado y grupos de elite por construir un discurso de carcter nacional pueden ras-trearse desde el mismo proceso de independencia y, ms precisa-mente desde fines de la dcada de 183016, la limitada capacidad del Estado para dar coherencia a la administracin interna y definir el territorio efectivo del pas, adems de la acumulacin de deman-das y frustraciones locales, particularmente en las regiones de Atacama y Concepcin, que culminaron en dos guerras civiles en la dcada de 1850, redundaron en que el verdadero comien-zo del despliegue del estado en forma, corresponde a la segunda mitad del siglo XIX17. En este sentido, no habra sido sino hasta el perodo que corre entre las dcadas de 1860 y 1880, cuando se alcanz un nuevo pacto poltico entre las distintas fracciones del grupo dirigente que coincidi con la recuperacin y la estabi-lizacin de las finanzas pblicas, lo que permiti la consoli-dacin y reorganizacin de la administracin, el comienzo del de-sarrollo de la infraestructura de transportes y comunicaciones18, y con ello, la posibilidad de difundir un discurso nacional que con-trarrestara los altos grados de complejizacin y conflicto social, y legitimara la inclusin de los nuevos territorios.

    Los textos escolares de geografa fueron, al respecto, centrales. Ellos no solo describan el territorio, sino que, al hacerlo, sus au-tores escogan aquellos hitos que se consideraban ms importantes y les otorgaban determinadas caractersticas que permitan un ver-dadero vnculo no solo con la geografa, sino, fundamentalmente, con la nacin. Esto supona fijar diferencias entre lo supuestamen-te chileno respecto de otras naciones y, a la vez, aunque general-

    16 Alfredo Jocelyn-Holt ha planteado que el primer intento serio por establecer un proyecto propiamente nacional provino de la denominada Generacin del 42, la que reuni a un grupo de jvenes intelectuales de elite, quienes, bajo el amparo de la recientemente creada Universidad de Chile, iniciaron estudios asociados a la historia, el derecho o la literatura, las que, concebidas en clave nacional, fueron dando cuerpo a un discurso vinculado a las, en ese entonces, modernas formas de construccin de los estados-naciones. A. Jocelyn-Holt, op. cit., captulo I.

    17 En este aspecto seguimos la propuesta analtica de Luis Ortega, La poltica, las finanzas pblicas y la construccin territorial. Chile 1830-1887. Ensayo de interpretacin. En Revista Universum, N 25, vol. 1, 2010, Universidad de Talca, p. 142.

    18 Ibd.

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    Trazos e imgenes de la nacin chilena

    mente de modo soterrado y pocas veces reconocido, distinciones internas que terminaban por excluir sujetos que eran partes, por lo menos desde una perspectiva formal, del Estado chileno. Esto ltimo se erige como una de las paradojas del concepto de nacin, toda vez que, reconocidos nominalmente como nacionales, algu-nos fueron y, muchas veces, siguen siendo despojados de sus de-rechos legales, expulsados de su calidad de ciudadanos e ignorados como protagonistas de la historia. Parafraseando a Judith Butler, la condicin de nacional, en tanto est forzosamente enmarcada dentro de las fronteras del Estado-nacin que, para mantener su legitimidad requiere de expulsiones y despojamientos peridicos respecto de minoras nacionales, produce sujetos que son interio-rizados como una externalidad de lo propio o bien como habitan-tes ilegtimos de la nacin19.

    En las lneas que siguen se indagar cmo la geografa, en tanto disciplina de conocimiento, sirvi de plataforma para asentar, conso-lidar y naturalizar estos procesos de inclusin y exclusin nacional.

    Los trazos de la nacin

    El origen de la geografa como disciplina de estudio, estuvo nti-mamente relacionado al surgimiento y expansin de los Estados-nacin, lo que se traduce en dos aspectos centrales de las nociones de territorio y nacionalidad que, de algn modo, persisten hasta nuestros das. Por una parte, ambos tienden a ser percibidos como entidades supuestamente naturales, objetivas y neutras, que, in-vestidas de un halo cientificista, terminan por encubrir los altos grados d