chile minero - parte 2

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98 CHILE MINERO 99 ENAMI EN LA HISTORIA DE LA PEQUEÑA Y MEDIANA MINERÍA EN CHILE PARTE II FOMENTO MINERO 1925-1960 Foto: Nicolás Piwonka

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Enami Chile Libro Chile Minero

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Page 1: Chile Minero - Parte 2

98 Chile Minero 99ENAMI EN lA hIstorIA dE lA pEquEñA y MEdIANA MINEríA EN ChIlE

pArtE IIFoMENto MINEro1925-1960

Foto: Nicolás Piwonka

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100 hErNáN dANús VásquEz 101

la historia del sistema de fomento a la pe-queña y mediana minería de nuestro país es sumamente interesante, no solo por

el éxito logrado en una perspectiva de largo plazo, sino por las características que lo hacen único a nivel mundial. A través de sus diferen-tes procesos, desde sus inicios con la formación de la Caja de Crédito Minero (Cacremi) en 1927, luego su transformación en Empresa Nacional de Minería (Enami) hasta llegar a nuestros días, podemos también observar parte de la historia social, económica y política de nuestro país.

Varios son los periodos que atravesó la Cacre-mi tras su creación en la segunda mitad de la década de los años veinte, su desarrollo durante tres décadas de existencia y su posterior trans-formación en Enami, en 1960. Construyó agen-cias de compra, planteles de beneficio de mi-nerales y levantó la fundición de Paipote, hito importantísimo dentro del desarrollo de la mi-nería de nuestro país, entre otros. Esto es lo que describiremos en este ensayo para concluir con una reflexión sobre lo que se ha denominado el fomento integral, clave del éxito del sistema.

lA pEquEñA MINEríA EN El dECENIo dE 1920

Antes de la creación de la Cacremi en 1927, la pequeña minería estaba constituida funda-mentalmente por minerales de cobre, oro y muy pocos de plata. Eran exclusivamente minerales de exportación que se vendían a las ocho casas compradoras existentes, todas ellas extranjeras. Las numerosas fundiciones de cobre que en el siglo XIX y comienzos del XX tenía nuestro país

FoMENto MINEro dEsdE lA CACrEMI hAstA lA ENAMI

hIstorIA y rEFlExIoNEs

Hernán Danús Vásquez

La situación del cobre chileno para la década de 1920 reflejaba un papel protagónico de las empresas norteamericanas en la gran minería, en desmedro de la mediana y pequeña industria nacional. En vista de la verdadera desnacionalización que sufría el sector cuprífero, diversos sectores parlamentarios y gremiales, como la Sociedad Nacional de Minería, abogaron por una política que fortaleciera la pequeña y mediana minería local, que comenzaba a desaparecer debido a los bajos precios que recibían de las casas compradoras que exportaban minerales en bruto, y los altos costos de transporte y materias primas. Foto: Museo Histórico Nacional.

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102 hErNáN dANús VásquEz 103FoMENto MINEro dEsdE lA CACrEMI hAstA lA ENAMI. hIstorIA y rEFlExIoNEs

se paralizaron por los estragos causados por la Primera Guerra Mundial, quedando solo las fundiciones de Naltahua y Chagres, en la zona central del país, ambas de compañías francesas, bastante obsoletas. Eran abastecidas priorita-riamente por minerales provenientes de sus propias minas, cercanas a las fundiciones, pues-to que tampoco podían llegar los minerales de la pequeña minería, concentrada en Atacama y Coquimbo, lo que hubiera significado un flete terrestre sumamente caro.

Las casas compradoras ejercían una especie de monopolio, ya que entre ellas había un pacto no escrito mediante el cual se repartían prác-ticamente sus respectivos territorios de domi-nio, por lo que el pequeño minero no tenía op-ción de elegir. Agreguemos a ello que las tarifas de compra eran leoninas, ya que además de las desmedidas utilidades de las casas compradoras descontaban el flete, que era principalmente a Estados Unidos, a la fundición de Tacora, donde llevaban generalmente los minerales. Esto hacía que el minero tuviera que llegar con un mineral mínimo de 6% de cobre o sobre 20 gramos de oro por tonelada. Minerales de concentración de más baja ley, destinados a abastecer plantas de beneficio, sencillamente no se explotaban pues nadie los compraba, al no existir plante-les de beneficio en la zona. De no existir vetas sobre 6% de cobre o 20 gramos de oro, era ne-cesaria una selección o “pallaqueo” en la cancha de la mina, escogido a combo y mano, para al-canzar un mineral con una ley comercialmente factible de ser vendida a las casas compradoras. Estos minerales de baja ley tipo concentración (2 a 3% de cobre) eran literalmente arrojados a los desmontes o bien dejados como disfrute al interior de las minas.

Las faenas consistían en pequeños piques de no más de 30 metros de profundidad, o “churu-leras” de formas caprichosas siguiendo la veta de mejor ley, igual que un ratón o “churil”. La extracción se realizaba mediante “apires” y solo en contados casos, con un winche motorizado. La perforación se hacía manualmente.

El pequeño minero, solo bajo circunstancias muy favorables, puede producir, sin mecani-

zación y a una escala modesta, minerales de concentración, siempre que estén ubicados de manera favorable para su beneficio. Sin embar-go, al incrementarse la profundidad o la dis-tancia a la planta, debe disminuir sus costos adoptando perforadoras neumáticas y win-ches, que puede considerarse la primera fase de su mecanización. Ello le puede permitir u obligar a producir un mayor volumen que pue-de incluso llegar a justificar su propia planta. Pero una completa mecanización no siempre es factible para este tipo de minas, aunque el barretero con su combo y barreno no pueda competir con el pequeño martillo neumático, ni el apir y su capacho con el winche motori-zado. Los pequeños mineros sustituyen el ca-pital por la energía humana, y usan hombres en vez de máquinas, lo que conduce a que la productividad hombre/hora sea baja. Los cami-nos para transportar el mineral, angostos y de difícil trazado, permitían solamente camiones de hasta cuatro toneladas.

La pequeña minería era, por lo tanto, extre-madamente vulnerable a las fluctuaciones del mercado, fundamentalmente al precio del co-bre y el oro, lo que llevaba al pequeño minero, en muchos casos a abandonar la mina a medida que ésta se profundizaba, bajaba la ley del mi-neral o se veía afectado por cualquier otra cir-cunstancia que aumentara los costos y afectara la rentabilidad de su trabajo. Pero el minero que lleva la minería en su sangre no la abandona. Itinerando infinitamente, añora y busca nuevas minas, vetas más ricas y en condiciones favora-bles: “Désele al minero la mejor veta del mundo y siempre seguirá en pos de otras, porque el ver-dadero mineral que busca no está en los montes, ni en la tierra, ni en el agua: está en su propia sangre, eludirá todo cateo. Muestras, filones, col-pas, llampos de sangre. Es una riqueza que nin-gún ser humano podrá medir jamás”.1

Nos encontramos entonces, a fines de la dé-cada de los veinte, con una pequeña minería de cobre y oro concentrada fundamentalmente en Atacama y Coquimbo, con una fuerte pre-

1 Oscar Castro. Llampo de sangre. Editorial Andrés Bello, 3ª edi-ción, 1999, 250 pp.

Izquierda: Hacia finales de la primera década del siglo XX funcionaba en la zona central del país la Societé des Mines de Cuivre de Naltahua, fundición de capitales franceses. El mineral, proveniente de sus propias minas aledañas, era procesado en la fundición y de allí despachado a la estación de trenes de El Monte, gracias a otra fantástica obra de adelanto para la época, un andarivel de más de cinco kilómetros que permitía sortear los ríos Maipo y Mapocho.Foto: Museo Histórico Nacional.

A principios de la década del treinta aportes fiscales permitieron a Cacremi instalar sus tres primeras plantas de concentración por flotación. Una de ellas fue El Salado –en la foto, el laboratorio de la planta–, ubicada entre Chañaral y Pueblo Hundido. Foto: Archivo Enami.

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104 hErNáN dANús VásquEz 105FoMENto MINEro dEsdE lA CACrEMI hAstA lA ENAMI. hIstorIA y rEFlExIoNEs

dano llamaba a gritos una mayor participación del Estado. El malestar se incrementó a causa de la Primera Guerra Mundial por sus consecuen-cias en el comercio exterior. Por otra parte, la revolución bolchevique consolidó la idea de un Estado más fuerte. Coincidió favorablemente que en 1920 un grupo importante de ingenie-ros comenzara a influir profesionalmente, par-ticipando de forma directa en la administración pública y potenciando los planes del gobierno.

El descontento general fue canalizado por Carlos Ibáñez del Campo, quien tuvo una rele-vante participación –no exenta de detractores– a partir de 1924 en los gobiernos de Alessandri Palma y de Emiliano Figueroa y en la junta mili-tar de 1925– en una época en que se postulaba un cambio fundamental en el modelo económi-co orientado hacia un Estado activo en el sec-tor económico. En ese periodo se crearon orga-nismos estatales para el fomento directo de la actividad económica, como la Caja de Crédito Agrario y otras. Aprovechando esta circunstan-

cia, la Sonami envió al gobierno el proyecto de Osvaldo Martínez. Pero nada se hizo en el go-bierno de Emiliano Figueroa. Sin embargo, en el posterior y primer gobierno de Carlos Ibáñez, luego de los breves y confusos movimientos militares entre los años 1924 y 1925, y gracias a su eficiente ministro de Hacienda Pablo Ramí-rez –proclive a ideologías corporativistas o so-cialistas–, el 12 de enero de 1927 se promulgó la Ley Orgánica 4112 de la Caja de Crédito Mine-ro. Nacía así la Cacremi dentro del contexto de una nueva forma de gobierno, denominado “el Estado moderno”, que tenía cuatro pilares fun-damentales: el nacionalismo, una mayor inge-rencia del Estado en la política económica, una mayor protección social a los más débiles y una tecnificación del Estado. Todos estos aspectos, como veremos, se muestran nítidamente en la primera orientación de la Cacremi.

La Caja nació entonces como una propuesta de la Sonami, por lo que entre ambas institu-ciones se estableció un lazo indisoluble que se

Planta de poder de Barquito (1927), puerto emplazado en la bahía de Chañaral y embarque del mineral de cobre proveniente de Potrerillos. Foto: Museo Histórico Nacional.

sencia en la primera provincia, constituida por producciones de minerales de cobre y oro de exportación provenientes de numerosas minas con una explotación prácticamente artesanal, sin mecanización, con escogido manual de los minerales para obtener sobre 6% de cobre o bien de 20 gramos por tonelada de oro, con la única alternativa de vender a las casas expor-tadoras en precarias condiciones de precio.

Los mineros no tenían tampoco ninguna posibilidad de crédito, asesoría técnica para la explotación, ni acceso a la compra de los equi-pos mínimos para mecanizar sus minas. No tenemos cifras con respecto a la producción total de la pequeña minería antes de Cacremi, en comparación con la mediana minería de aquellas décadas que contaba con pocas fae-nas, no más de siete empresas productoras de concentrados de cobre y un número similar de entidades destinadas al oro. La producción to-tal de cobre de la mediana minería era de unas 24 mil toneladas de cobre fino al año y 2 tone-ladas de oro. Ésta, al igual que la pequeña mi-nería, exportaba sus minerales o concentrados a través de las casas compradoras extranjeras.

los INICIos dE lA CACrEMI

En 1916 el secretario general de la Sociedad Nacional de Minería (Sonami), Osvaldo Martínez, organiza el primer Congreso de Minas y Meta-lurgia. En esta instancia, los mineros reunidos en Copiapó plantearon los numerosos proble-mas que los aquejaban. El más apremiante era la angustiosa falta de crédito y muy en especial la necesidad de construir plantas de beneficio cercanas a sus minas. Hábil y visionario, Osval-do Martínez recogió el guante y lo convirtió en su proyecto, el cual solo se hizo público en 1923 mediante una publicación en el Boletín de la Sonami, sin lograr apoyo alguno.2

El siglo XX amaneció en Chile con un régimen político heredado del siglo anterior, con un par-lamentarismo inoperante y un Estado reducido solo a “velar por el orden público y cautelar los derechos individuales”.3 El sentimiento ciuda-

2 Augusto Millán. La minería metálica en Chile en el siglo XX. Edi-torial Universitaria, 2006, p. 56.

3 Adolfo Ibáñez Santa María. “Paipote. Donde se fundieron la mi-nería y el Estado moderno. Fundición y territorio. Reflexiones sobre los orígenes de la fundición Paipote”. En Juan O’Brian (ed.). ENAMI, 1992, pp. 99-135.

En las primeras décadas del siglo XX la pequeña minería se encontraba en una situación diezmada. La explotación de los yacimientos era prácticamente artesanal y la vulnerabilidad respecto a las fluctuaciones del mercado representó para los pequeños mineros un problema insoluble. La foto –no identificada– muestra una mina en las cercanías de Juan Godoy, Copiapó. Foto: Museo Histórico Nacional.

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La labor de fomento de la Cacremi debe entenderse en toda su amplitud, es decir, además del otorgamiento de préstamos, en la generación de poderes de compra, plantas de beneficio, fundición, asistencia técnica, venta y el arriendo de equipos, entre otros. En la foto un grupo de trabajadores de la mina Los Quilos. Foto: Museo Histórico Nacional.

ha mantenido por más de 75 años, sumando los periodos de la Cacremi y de su sucesora, la Enami. El fomento a la pequeña y mediana mi-nería consistía en el año inicial de la Caja prin-cipalmente en la entrega de créditos. Ello a causa de la ausencia de instituciones privadas dispuestas a otorgar asistencia monetaria o de otro tipo a este sector de la economía, puesto que se estimaba que era altamente riesgoso. Como en toda institución que está comenzan-do, ya desde el primer año de funcionamiento se visualizaron diversas dificultades en la ley original que creó a la Cacremi, para otorgar di-nero a los pequeños mineros. Éste estaba des-tinado exclusivamente a la construcción de planteles de beneficio cerca de sus minas para poder así tratar minerales de más baja ley, pro-ducto del proceso de selección manual y que se dejaban como disfrutes o desmontes. Sin embargo, en 1927 no se otorgó ningún crédito debido a las condiciones que fijaba la propia ley: la mina que abastecería la planta debía te-ner mineral cubicado por lo menos para diez años de operación de la planta, lo que práctica-mente no se consigue en la pequeña minería, ni en esa época ni ahora. Además debían con-tar con pruebas metalúrgicas que aseguraran el éxito del proceso de beneficio. Para este úl-timo requisito la Caja creó, tiempo después, el Laboratorio Metalúrgico de la Quinta Normal.

La Caja nació sin financiamiento, y aunque en su ley orgánica se le fijaba un capital de 40 millones de pesos, el gobierno no disponía de estos recursos. Se la facultó entonces para emi-tir bonos con garantía estatal, que no se pudie-ron vender. El Presidente de la República había nombra a Osvaldo Martínez, ideólogo de la for-mación de la Cacremi, como su primer vicepre-sidente. Nombró además a cinco de los nueve consejeros dentro de una terna presentada por Sonami. Los otros cuatro eran parlamentarios, dos por cada Cámara.

Cuentan los historiadores4 que durante el primer mes de funcionamiento de la Caja el propio Osvaldo Martínez tuvo que conseguirse

4 Augusto Millán. La minería metálica en Chile en el siglo XX. Edi-torial Universitaria, 2006, p. 58.

créditos personales para pagar los sueldos. Más tarde se autorizó a la Caja a contratar un prés-tamo por apenas 300 mil pesos. Los créditos de la Cacremi debían otorgarse solo a personas chilenas o empresas definidas por la ley como nacionales, siguiendo el principio nacionalista del denominado “Estado moderno”.

En 1928 se le dio a la Caja mayor flexibilidad y más facultades para otorgar créditos de ca-pital de explotación de minas, ampliando las garantías y el límite máximo de los préstamos. Fue autorizada, además, para comprar y vender minerales. Lo anterior significó que, en la prác-tica, la Cacremi se transformara en un poder comprador para los pequeños mineros y ade-más, pasara a tomar un rol de negociador fren-te a los exportadores privados. Esta función, pionera en el mundo, y la más importante de las herramientas de fomento minero, fue per-feccionándose con el tiempo, siendo heredada por la Enami hasta el día de hoy. A las funciones antes mencionadas se agregó luego que la Caja tuviera la atribución para construir planteles de beneficio de su propiedad en los cuales realizar el procesamiento de minerales de baja ley, lo que significó que ésta realizara las labores tí-picas de una empresa industrial y productora. Esta trilogía –fomento, procesamiento y com-pra con comercialización de los productos mi-nerales– constituye el esquema básico definido para la Cacremi y, posteriormente por la Enami, actualmente llamado “fomento integral”.5

Con nuevos aportes fiscales entregados en 1929 (24 millones de pesos) se inició la entrega de créditos y se empezó a comprar minerales en abril de 1930 en los tres primeros poderes de compra instalados: las Agencias de Salado, Punta del Cobre y Tambillos. En estos mismos lugares se construyeron las primeras plantas de beneficio por flotación de 100 toneladas por día de capacidad, las que empezaron a operar a fines de ese año, aunque subabastecidas con minerales del orden de 4% de cobre, conte-niendo además oro y plata.6 Hay que resaltar

5 Hernán Danús. Crónicas mineras de medio siglo. RIL Editores, 2007, p. 58.

6 Augusto Millán. La minería metálica en Chile en el siglo XX. Edi-torial Universitaria, 2006, p. 58.

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Después de los tres primeros planteles de beneficio se agregaron las plantas de Elisa de Bordos, en 1934, y las de Domeyko y Punitaqui. Con ellas se abordó también el tratamiento de minerales de oro. Así, Domeyko, cuyo proyecto fue diseñado por el ingeniero de minas Ricar-do Fritis, inició su producción en 1932. Parale-lamente, y al disponer de sus propias plantas, la Cacremi intensificó la compra de minerales de baja ley, anticipando hasta un 50% de su valor. Esto ayudaba a los mineros a preparar y explotar sus minas, incrementando el abasteci-miento de las plantas en construcción o recién instaladas, subabastecidas en sus inicios.

La gran depresión de los años treinta produjo una caída abrupta del precio del cobre. Los pe-queños y medianos productores de este metal se vieron en serias dificultades y comenzaron a cerrar sus minas. La Cacremi, por su parte, no tuvo otra alternativa que paralizar sus plantas de beneficio. Sin embargo, y como consecuencia de la misma crisis, el precio del oro subió en más de un 30%. El Estado, asesorado por los ingenie-ros de la Cacremi, impulsó en forma vigorosa la explotación del oro –lo que veremos a conti-nuación–, en el denominado “ciclo del oro”.

El CIClo dEl oro

El Estado creó el estanco al oro, con el fin de paliar la gran cesantía y la desvalorización de la moneda. Se le otorgó a la Caja la exclusividad para comprar y vender el mineral de oro de ve-tas cuyas minas estuvieran en el norte de nues-tro país. Al mismo tiempo el gobierno inauguró el servicio de lavaderos de oro, abriéndose mu-chos de ellos en el sur del país con gran contra-tación de gente, también con el fin de reducir en parte la gran cesantía. Recordemos la situación de las salitreras paralizadas y las verdaderas ca-ravanas de obreros cesantes que viajaban hacia el sur y se agolpaban en ollas comunes abiertas para ellos por el Estado.

La ley que creó el estanco al oro autorizó también a la Cacremi para usar los retornos de sus exportaciones de oro en importaciones, facultad que podía transferirse además a co-merciantes, los que pagaban un sobreprecio. Esto permitió disponer de una mejor tarifa de compra del metal a los mineros. El desarrollo de la explotación aurífera fue clave para superar la cesantía en el sector, ya que tuvo gran im-portancia como fuente de empleo de mano de

dos hechos: primero, la velocidad en proyectar y construir estas plantas, situación que no se da actualmente. En segundo lugar todas ellas fueron diseñadas y construidas por ingenieros de minas chilenos de la propia Cacremi: Ernesto Kausel, El Salado; Carlos Neuenschander, Punta del Cobre; y Laín Diez, Tambillo. Ello se inscribe en los aspectos de nacionalización y tecnifica-ción considerados como eje de las estrategias del gobierno.

En esta misma línea, la Caja creó el Laborato-rio Metalúrgico de Quinta Normal, manejado por excelentes ingenieros de minas chilenos, el que funcionó como un sólido pilar para el diseño de las plantas y como asesoría técnica a los mine-ros. Este laboratorio –de gran prestigio– acom-pañó y asesoró a la Cacremi hasta la formación

de la Enami en 1960, cuando fue dado de baja. La Cacremi tuvo la fortuna en aquellos años de dis-poner de un contingente importante y de gran calidad de ingenieros de minas egresados de la Universidad de Chile. La situación de la minería en Chile anterior a la Cacremi no ofrecía en esa época mercado laboral para estos profesionales, muchos de los cuales emigraban a las labores del estaño en Bolivia. La formación de la Caja les brindó un atractivo y motivante trabajo dentro del concepto del Estado moderno, donde po-dían participar activamente. Algunos de ellos, como Gustavo Reyes, Fernando Salas, Danilo Rojic, Alfredo Sundt, Carlos Neuesnchwander, Ernesto Kausel, Laín Diez, Ricardo Fritis y Juan Schawrze, entre otros, constituyen parte esen-cial de la historia de nuestra minería.

La mina Teresita, de propiedad de la Caja de Crédito Minero, se hallaba a nueve kilómetros de Paipote. Se trabajaba a rajo abierto y con costos muy reducidos. Al asegurarle el abastecimiento de calizas que requería Paipote, la mina constituyó un ejemplo del éxito que puede esperarse de un estudio geofísico sistemático del subsuelo de Chile, ya que este yacimiento fue puesto en evidencia por medio de estos sondeos. La imagen fue tomada a mediados de los años cincuenta. Foto: Museo Histórico Nacional.

Arriba: En la década de los treinta, Cacremi instala sus tres primeras plantas de concentración por flotación. Entre estas plantas, destinadas a procesar cobre, se encontraba Punta del Cobre, ubicada en Tierra Amarilla, valle de Copiapó. Fue proyectada y construida por ingenieros de minas chilenos, y tenía una capacidad de tratamiento del orden de 100 tdp de mineral.Derecha: En 1933, a un año de su inauguración, en la planta Domeyko se suprimieron los procesos de concentración gravitacional y de amalgamación y se dejó exclusivamente la flotación. Se agregó, luego, un circuito de cianuración para tratar minerales de oro que no contuvieran cobre. Fotos: Archivo Hernán Danús.

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La tronadura, como primera etapa del proceso de conminución de la roca, tiene como misión el preacondicionamiento o preparación de ésta para su posterior procesamiento, a fin de obtener un producto comercializable en la forma más económica. El desafío, entonces, es transferir la energía del explosivo en la forma más eficiente para iniciar este proceso, propendió a favorecer las etapas siguientes. Foto: Jack Ceitelis.

obra, lo que se manifiesta con más fuerza entre 1933 y 1934.

Para cumplir con este proyecto, la Cacremi estableció cuarenta agencias compradoras en-tre Iquique y el Maule y mejoró las tarifas de compra de los minerales de oro. Además, los mi-nerales de baja ley se beneficiaron en las plan-tas de concentración por flotación que poseía en Coquimbo y Atacama. Estas plantas fueron modificadas para el tratamiento de minera-les auríferos mediante el sistema combinado de amalgamación-flotación. Para realizar esta labor, se necesitó de la ayuda técnica de los profesionales que trabajaban en el Laboratorio Metalúrgico de Quinta Normal, recientemente creado. Se trataba de una brillante innovación tecnológica pues la flotación de minerales de oro en nuestro país fue un procedimiento pio-nero a nivel mundial.

Hasta 1936, la Caja había adquirido madurez y una mayor amplitud de los servicios ofreci-dos, y además disponía de un mayor financia-miento. La Cacremi llegó a contribuir al 30% de las divisas del país. Se hacía sentir su presencia en Atacama y Coquimbo a través de las agen-cias de compra, plantas de beneficio, oficinas provinciales de fomento, laboratorios quími-cos (nueve en total), el laboratorio metalúrgico, abastecimiento de insumos mineros, explosivos y otros, a través de la Sociedad Abastecedora de la Minería (Sademi), formada en 1939, y que nace como sociedad privada entre la Cacremi y la Sonami (con un 98 y un 2% de participación, respectivamente). La Sademi debía abastecer de insumos mineros y explosivos a la pequeña minería en los más apartados distritos mineros y agencias de compra. Dicha sociedad realizaba una labor muy meritoria pues contribuyó a la sustentación de este sector.

Cacremi importó también equipos mineros como compresoras y perforadoras, los que se podían arrendar o vender a los mineros. Se su-bieron a la vez las tarifas de compra de mine-rales, con lo cual el precio del oro se mantenía medianamente alto. Se incrementó el abaste-cimiento de las plantas El Salado y Punta del Cobre. Domeyko se amplió y se levantó además

una pequeña planta en Punitaqui. Hacia 1937 obtuvo un nuevo aporte de capital, que contri-buyó a consolidar el crecimiento de esta insti-tución.

A pesar de las progresivas actividades de la Cacremi, los mineros agrupados en Sonami se mostraban disconformes, puesto que estima-ban que estas acciones eran lentas e insuficien-tes. Con la intención de dar a conocer su moles-tia, se realizaron varios congresos mineros en la ciudad de Copiapó, oportunidades en que se recaía constantemente en los mismo tópicos: mejores tarifas, nuevas plantas de beneficio, más créditos, una fundición nacional… El tema de fondo, sin embargo, se refería a la construc-ción de una fundición nacional de oro-cobre. El presidente de la Asociación Minera de Copiapó, Luis Cereceda, pronunció un encendido dis-curso, el cual repetirían con distintas palabras, otros dirigentes mineros en innumerables oca-siones y escenarios.

los dIFíCIlEs Años CuArENtA

A partir de 1939, el precio del oro presentó

un fuerte descenso, provocando la disminución de la actividad aurífera. La Cacremi, entonces, comenzó a desplazar sus movimientos hacia el cobre, que ya para ese tiempo había empe-zado una lenta pero creciente recuperación de precio. Con ese propósito, la Caja suscribió contratos con productores particulares de co-bre, para abastecer sus plantas de beneficio. Sin embargo, seguía manteniendo la actividad de compra, el fomento y el tratamiento de oro en los planteles que disponían de circuitos de cia-nuración, como lo era Domeyko.

La Caja disponía en aquella época de tres plantas regionales: El Salado, Punta del Cobre y Domeyko, las que contaban con una capaci-dad de 100 toneladas por día (ton/d) de mine-ral cada una. Además, se hizo cargo de otras tres plantas más pequeñas: Elisa de Bordos (50 ton/d), Punitaqui (30 ton/d) y Carrizalillo (20 ton/d), las cuales operaban a plena capacidad. Esta mayor actividad de la Caja condujo a la Cacremi a un endeudamiento con las entidades

bancarias, ya que no se le concedieron mayores aportes fiscales. Si bien el Banco Central ayudó a la Cacremi autorizándole a liquidar sus dóla-res a un cambio preferencial, muy superior al de la gran minería, los años siguientes y, por lo menos durante todo el decenio de 1940, la Caja cayó en ciclos de nuevos desfinanciamientos, alternando periodos de subabastecimiento de sus plantas con otros de formación de impor-tantes stocks de minerales. Esta situación cí-clica se debía principalmente a las variaciones del precio de los metales y a la lentitud en las

acciones que tomaba la Cacremi y el gobierno vigente, síntoma que acompañaría a la Caja du-rante toda su existencia, así como también a su sucesora, la Enami, constituyendo el principal dolor de cabeza de ambas entidades, en lo que se ha llamado el “ciclo perverso”.

A contar de 1947, cuando se dio la partida al proyecto de la fundición de Paipote, y para asegurar su abastecimiento, la Cacremi inició una política de ampliación de sus plantas y la construcción de otras nuevas. Se levantó Agui-rre Cerda en Copiapó y Osvaldo Martínez en

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La fundición Paipote inició sus operaciones industriales el año 1951, y su construcción resultó ser la culminación de un largo debate nacional sobre la necesidad de disponer en el país de una fundición estatal, que apoyara la actividad minera de pequeña y mediana escala. Paipote fue conocida en su tiempo como una “auténtica población modelo”. Contaba con una escuela donde se educaban alrededor de 140 niños, una pulpería, servicio de correos y telégrafos, un policlínico, un retén de Carabineros y una capilla. Se construyeron, además, residencias especiales para los obreros y empleados solteros, las que incluían biblioteca, salones de esparcimiento y de reuniones para los sindicatos y clubes deportivos. Todos estos edificios formaban la plaza principal de la villa. Fotos: Arriba, Museo Histórico Nacional. Abajo, Archivo Enami.

Chañaral. Luego, se amplió la sección de per-colación de la planta El Salado de 900 a 1.500 toneladas por mes y la sección de flotación de la planta Domeyko, que permitiría el beneficio de 3 mil toneladas por mes de mineral de oro y cobre. Además, se comenzó el estudio y pro-yecto de una nueva planta en Illapel, llamada El Arenal, proyecto a cargo del ingeniero Carlos Neuenschwander.

Entre los años 1947 y 1948, la Cacremi siguió creciendo en el otorgamiento de préstamos. En esos mismos años, construyó y reparó caminos, arrendó diversos equipos y maquinarias a mine-ros y para 1948, casi duplicó el tonelaje de mi-neral beneficiado, llegando a cerca de 100 mil toneladas de mineral. Hacia esa fecha la Caja mantenía una situación de prestigio y solven-cia, lo que le permitía obtener créditos banca-rios con los que pudo satisfacer los pedidos de fondos más urgentes de sus agencias.

Sin embargo, los recursos con que contaba la Cacremi seguían siendo insuficientes para atender el volumen creciente de compra de minerales y oro metálico, y para ampliar aún más la capacidad de tratamiento de sus plan-tas de beneficio. Esto le impedía absorber las existencias acumuladas que cada día aumen-taban, incrementando el estancamiento de capitales.

Al término de la Segunda Guerra Mundial se generó un problema planetario para vender el cobre, con lo cual se complicó todavía más el financiamiento de la Caja. Con la escasez de fletes hacia el extranjero, las firmas comprado-ras “gringas” rehusaban ofrecer tarifas para la adquisición de minerales y concentrados y, pa-ralizadas las fundiciones, la Caja no tenía com-pradores locales. El futuro de los precios se veía incierto debido a las existencias disponibles.7

A pesar de esto, la Cacremi decidió alzar nue-vamente la tarifa de compra, al mismo tiempo que aumentó el subsidio a los minerales de oro. Con las alzas se confiaba en que aumentaran las actividades mineras y obtener así una mayor cantidad de divisas. Tal vez ello obedecía a pre-

7 Carta de Julio Ascuí, vicepresidente de Cacremi, al ministro de Hacienda (1946).

siones del gobierno y a los parlamentarios de la zona norte, consejeros de la Cacremi.

Los problemas financieros de la Caja conti-nuaron, por lo que debió reducir parte impor-tante de su personal. Este crítico momento se manifiesta en la carta que Julio Ascuí, vicepresi-dente de la Cacremi, hiciera llegar al ministro de Hacienda, Jorge Alessandri Rodríguez, el 14 de junio de 1948: “La Caja vive una difícil situación, originada por el desfinanciamiento de su pre-supuesto y por el incremento en las compras de minerales y oro metálico, debido al aumento en el valor de este último en el mercado inter-no. Parar las compras de minerales significaría el cierre de muchas faenas, por consiguiente vendría la cesantía y graves dificultades para el gobierno. La cantidad de minerales que se com-prará en 1948 alcanzará a las 270 mil toneladas, superior a la de los dos años anteriores. Si se considera el mayor valor que tienen los produc-tos, se entenderá que el capital en giro tiene que ser superior. Si se disminuyen las compras, los mineros tienden a producir más para abara-tar los costos, pero si la Caja no les compra, no podrán seguir explotando sus faenas económi-camente. Agotados los recursos, la Caja se vería obligada a paralizar sus actividades”, argumen-taba afligido Julio Ascuí.8

Por años se pensó que la real solución a los problemas de la Cacremi y, por cierto, de la pe-queña minería nacional, radicaba en la construc-ción de una fundición de oro y cobre. Lamenta-blemente, y por diversos obstáculos, este pro-yecto solo se logró materializar a comienzos de la década de los cincuenta.

lA EMprEsA NACIoNAl dE pAIpotE y lA soCIEdAd ExplotAdorA dE MINAs

En 1939, a raíz del terremoto de Chillán, el Presidente Pedro Aguirre Cerda creó la Corfo. Dentro de ella se formó el Departamento de Minería y la Comisión Permanente de Mine-ría. En esta comisión participaban Cacremi, Sonami y el Instituto de Ingenieros de Minas

8 Hernán Danús. Crónicas mineras de medio siglo. RIL Editores, 2007, p. 63.

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114 hErNáN dANús VásquEz 115FoMENto MINEro dEsdE lA CACrEMI hAstA lA ENAMI. hIstorIA y rEFlExIoNEs

tat, veraessequat ad dignit nummodo luptat, con velit do diam, conullan ut luptationse tionum veliquisis nim alis ad tationsecte endrerc illaoreet num nis dolorem dipisci duipsusto digna faci blaoreet irilit, veliqui esequip ent lam

Para la realización de la fundición se removieron 150 mil metros cúbicos de tierra; se levantaron 9.500 metros cúbicos de hormigón; se montaron 1.500 toneladas de acero estructural; se importaron desde Estados Unidos 6.700 toneladas de maquinarias y material; se utilizaron 120 mil bolsas de cemento para las construcciones, mil toneladas de acero y 100 mil pulgadas de madera. En la foto de arriba se puede apreciar el conjunto habitacional mientras que en la de abajo se observa la campana de evaporación del laboratorio químico. Fotos: Arriba, Bob Borowikz. Abajo, Marcos Chamúdez. Archivo Enami.

El 30 de octubre de 1951 se encendió el horno reverbero a leña y comenzó el proceso de chancado. En una sencilla ceremonia, el gerente Fernando Benítez, declararía: “Esta obra que durante 30 años había sido un sueño dorado de los mineros de esta tierra, enciende sus fuegos bajo los mejores auspicios. Nunca jamás habíasele presentado al noble metal rojo un porvenir más esplendoroso”. El 28 de diciembre de 1951, luego de superar problemas con los molinos de carboncillo, salió la primera barra de cobre blíster de la Fundición Nacional de Paipote. Fotos: Bob Borowitz, Archivo Enami.

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116 hErNáN dANús VásquEz 117FoMENto MINEro dEsdE lA CACrEMI hAstA lA ENAMI. hIstorIA y rEFlExIoNEs

de Chile, ocupando un importante papel los ingenieros de minas Laín Diez y Pedro Álva-rez. La Corfo asignó un rol determinante a la idea de crear la fundición nacional, la cual ya había sido aceptada por la Cacremi en 1938. Corfo acordó su construcción en octubre de 1939. La ubicación obvia sería en la región de Atacama, lo que desató diversas polémicas. Se consideraban principalmente las localidades de Chañaral y Paipote; finalmente, se llegó a un consenso. Entonces, se convino formar una sociedad independiente entre la Cacremi y la Corfo (Funapai), para construir la fundición en Paipote.

El conflicto bélico de la Segunda Guerra Mundial paralizó el proyecto por algunos años. Pero en 1947, una vez terminada la guerra, el presidente Gabriel González Videla lo reto-mó, asignándole su manejo a la Caja a través de Funapai, con un financiamiento proveniente de aportes fiscales. Desde 1947, cuando se dio inicio al proyecto de Paipote, la labor principal de la Cacremi fue apoyar la construcción de la fundición asegurando su abastecimiento. La Caja, al momento de comenzar la instalación de Paipote, necesitó de un yacimiento propio de fundentes, para lo cual organizó la Sociedad Explotadora de Minas, que actuó como empre-sa prospectora. Se encontró la mina Teresita (de fundentes calizos con cobre), ubicada en las cercanías de la fundición. Asimismo, esta socie-dad asumió el importante papel de abrir nuevas minas en acuerdo con la Cacremi. Fue ésta la primera acción de las instituciones de fomento en el desarrollo directo de yacimientos.

Aprobada la construcción de la fundición na-cional de Paipote, el Departamento de Minería de la Corfo, dirigido por Laín Diez, realizó los cálculos metalúrgicos y los estudios de terreno para establecer el mejor sitio para su instala-ción. El lugar escogido fue un paraje desértico, cuatro kilómetros al sureste de la estación de ferrocarril de Paipote. Como prioridad se esta-bleció la Agencia de Compra, para ir formando reservas de minerales. En sus canchas empeza-ron a juntarse los distintos minerales de cobre, oro y plata. La compra de minerales para Pai-

pote desató gran actividad económica en toda la región de Atacama y, en menor medida, en Coquimbo y Antofagasta.

La idea original que se tenía para Paipote era la de una fundición de minerales y con-centrados de oro, pero hacia 1951, la produc-ción de la pequeña y mediana minería había virado al cobre. Afortunadamente, el proceso metalúrgico escogido operaba indistinta-mente con productos de la minería del oro o de cobre. Finalmente, tras todos los avatares, se concretó el sueño de la Cacremi y de mu-chos pequeños y medianos mineros chilenos.

El 26 de enero de 1952 se inauguró la an-siada fundición de Paipote. La apertura fue realizada por el presidente Gabriel González Videla. Esto significó una transformación de la exportación de minerales y concentrados, ya que a partir de ese momento, se enviaría al extranjero el cobre en barras, lo que auguraba un gran progreso para la minería chilena.

El últIMo dECENIo. lA EMprEsA NACIoNAl dE FuNdICIoNEs

Desde 1950, y durante todo el decenio, el precio del oro descendió bruscamente y en forma continua. El cobre también sufrió bajas por la Guerra de Corea y luego, al finalizar la década, por la crisis mundial que se inició en 1957. Los continuos reajustes del valor del dó-lar fueron insuficientes para paliar las bajas del precio de los metales y los aumentos de los costos de producción de la pequeña y la media-na minería en años de alta inflación, y se vivie-ron momentos difíciles en el sector. La Cacre-mi tuvo que aumentar sus tarifas subsidiando a la minería debido a las quejas de la Sonami, apoyadas por los parlamentarios de las regio-nes mineras, situación que generó un severo desfinanciamiento en la Cacremi. Las plantas no daban abasto para procesar los excedentes de minerales ya comprados y no vendidos, pro-duciéndose una pérdida por lucro cesante, un nuevo ciclo perverso.

Estos problemas se agravaron a causa de la presión de cuatro parlamentarios que forma-

Los trabajos en Paipote comenzaron bajo la presidencia de Gabriel González Videla –en la foto, durante la inauguración de ésta– quien pudo exhibir al término de su gobierno una obra que inició y entró en actividad durante su administración. En el discurso que ofreció –1947–, el Mandatario manifestó que la planta estaba llamada a producir la más profunda y útil revolución en el proceso económico chileno. Por su parte, Hernán Videla Lira, enfatizó la necesidad histórica de la fundición: “… fue en aquellos días cuando la Sociedad, buscando una nueva fuente de recursos para ir en ayuda de la minería, reparó en que los manufactureros de cobre tenían una situación privilegiada, ya que recibían el metal al precio de costo de las compañías norteamericanas…” Fotos: Archivo Enami.

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118 hErNáN dANús VásquEz 119FoMENto MINEro dEsdE lA CACrEMI hAstA lA ENAMI. hIstorIA y rEFlExIoNEs

ban parte del Consejo de la Cacremi y que so-licitaban con frecuencia subsidios a las tarifas, contrataciones de personal innecesario y la demanda de préstamos sin justificación técni-ca, los que estaban destinados a satisfacer a su clientela política en Atacama y Coquimbo. Este grave inconveniente se originaba a par-tir de la ley que creó la Caja, que estipuló que en su Consejo debían participar cuatro parla-mentarios de las provincias mineras. Este es-cenario motivó al presidente Jorge Alessandri a cambiar, en 1960, la estructura de la Cacremi por la Enami, en cuyo Directorio no se incluye-ron parlamentarios.

créditos. Se inicia, además, el proyecto de una nueva fundición para la zona central, propósito que daría origen a lo que posteriormente sería la fundición y refinería de Ventanas, ubicada cerca de Quintero e inaugurada por los presi-dentes Jorge Alessandri en 1964 (la fundición) y por Eduardo Frei Montalva en 1966 (la refine-ría), ambos hechos, ya como Empresa Nacional de Minería.

Así termina la controvertida, destacada y pujante historia de la Caja de Crédito Mine-ro, que resistió más de tres décadas de peri-pecias, experimentando derrotas y victorias, con grandes y significativas obras en la mine-ría chilena; Paipote, una de las muestras más representativas de ello. La Cacremi siempre permanecerá en la memoria de todos los que la vieron crecer y desarrollarse, puesto que fue una gran institución de fomento que, sin duda, contribuyó al progreso económico y social del país y que en 1960 desapareció para dar paso a la Enami.

En la foto aparecen, entre otros, el gerente general de la fundición, Fernando Benítez –con suspensores– y Andrés Zauschkevich –el más alto–, administrador de ésta y hombre clave en la creación de la fundición y posteriormente de Enami. Foto: Archivo Enami.

toneladas por día de minerales de concentra-ción, la que por más de 20 años fue una gran ayuda para los pequeños mineros del sur de la provincia de Coquimbo.

A pesar de sus problemas de financiamiento, la Cacremi continuaba atendiendo a los mine-ros en 34 agencias de compras, doce oficinas de ventas de insumos de su filial Sademi, doce laboratorios químicos, el Laboratorio Metalúr-gico de Quinta Normal y en sus tres oficinas regionales de fomento. La fundición de Paipo-te, luego de algunos obstáculos en sus años iniciales, funcionó exitosamente, alcanzando una producción récord de aproximadamente 20 mil toneladas de cobre blíster en 1958. Tres años antes, se había cambiado el nombre de la empresa Funapai por el de Empresa Nacio-nal de Fundiciones (Enaf), con el fin de abarcar también las instalaciones de nuevas fundicio-nes. Sus éxitos comerciales y financieros permi-tieron que colaborara con la endeudada Caja en la compra de minerales y el otorgamiento de

A mediados de la década de los cincuenta, la Cacremi elaboró un plan destinado al mejo-ramiento y ampliación de sus plantas de flo-tación y la construcción de nuevas plantas de lixiviación de cobre. El objetivo era disminuir las existencias de minerales en sus agencias de compra. El plan contempló la ampliación de la planta de Aguirre Cerda y elevar la ca-pacidad de ella en 1.000 toneladas mensuales. Instaló además, plantas de lixiviación de cobre en Osvaldo Martínez y Domeyko y construyó una nueva planta de lixiviación anexa a la fun-dición de Paipote. En 1952, se había instalado la planta Illapel que tuvo una capacidad de 150

Esta imagen de 1950 muestra el inicio de la construcción del sector norte del campamento de Paipote. Las viviendas destinadas para los empleados y obreros fueron construidas durante los tres años siguientes. Foto: Museo Histórico Nacional.

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120 hErNáN dANús VásquEz 121FoMENto MINEro dEsdE lA CACrEMI hAstA lA ENAMI. hIstorIA y rEFlExIoNEs

Foto: Luis Ladrón de Guevara

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la geología mineralizada influyó en el des-tino de Chile y en el rumbo económico de la zona norte del país. El descubrimiento,

hace más de 300 años, de yacimientos de oro, plata y cobre, tuvo un poderoso efecto dinami-zador sobre la actividad productiva de la fuerza laboral que vio en la minería una posible fuente de ingreso y de desarrollo, aparte del comercio o la agricultura. Esto trajo como consecuencia la necesidad de conocer y desarrollar técnicas para su explotación.

A partir de la segunda mitad del siglo XVIII los conocimientos prácticos demostraron, por sus resultados, ser ineficientes. Se hizo enton-

dEsArrollo hIstórICo dE lA ENsEñANzA MINErA EN ChIlE

Claudio Canut de Bon Urrutia

ces patente la necesidad de una educación mi-nera sistemática a inicios del siglo XIX, cuando el país consolidaba su vida política republicana. Chile se abrió al comercio libre, como también a la posibilidad de que empresarios ingleses de-sarrollaran proyectos en la zona de Atacama. El informe que hace Carlos Lambert en 1817, dirigido a las máximas autoridades del país, es bastante claro al señalar que las minas nacio-nales estaban rezagadas en cuanto a sus pro-cedimientos de trabajo y no seguían técnicas que eran enseñadas en escuelas de minería europeas desde mediados del siglo anterior y difundidas en libros técnicos, los que eran es-casamente conocidos en Chile. Y si bien hubo algunos intentos por mejorar los procesos me-talúrgicos –por ejemplo, por orden del Rey de España, se enviaron algunos expertos alemanes a introducir mejoras en los trabajos de obten-ción de metales preciosos–, Chile muchas ve-ces quedó al margen de estas iniciativas.

La educación formal se inicia en nuestro país durante el proceso de independencia, a través de la fundación del Instituto Nacional en 1813,

Ignacio Domeyko fue pionero en la enseñanza de Ciencias Naturales –término que en la época incluía la Biología, Química, Física, Geología, Geografía, Cosmografía y otras disciplinas–, procurando el rigor científico en sus alumnos. Valoró y practicó con los estudiantes las excursiones de estudio, enseñó a llevar notas de terreno, a mantener un libro con resultados de experimentos realizados en sus clases. Como no existían en el país textos de estudios, escribió algunos como el “Tratado de Ensayes”, publicado en la imprenta del Colegio (Liceo actual) en 1844.

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124 ClAudIo CANut dE BoN urrutIA 125dEsArrollo hIstórICo dE lA ENsEñANzA MINErA EN ChIlE

en Santiago. Allí se impartían las asignaturas de matemáticas y ciencias naturales, pero con dificultades debido a la escasez de educadores. A partir de 1826, el ingeniero español Andrés Antonio Gorbea introduce la enseñanza de las matemáticas y la geometría práctica. Se co-mienzan a formar agrimensores y en 1831 la carrera se organiza con título legal. También se introduce la enseñanza de la mineralogía. Estos conocimientos estaban presentes al momento de fundarse la Universidad de Chile en 1842.

IgNACIo doMEyko EN lA sErENA.los INICIos

Paralelamente, la educación se extiende a La Serena, donde se funda, en 1821, como liceo, el segundo establecimiento del país, el Insti-tuto Nacional Departamental de Coquimbo. Lo notable es que en este plantel también se estableciera la cátedra de química y mineralo-gía, reconociéndose así la necesidad de seguir enseñando las ciencias naturales, básicas en la futura instrucción minera.

En 1827, el ingeniero e industrial Carlos Lam-bert se instala en La Serena, adquiere la mina Brillador, cercana a la ciudad, y levanta la prime-ra fundición de minerales sulfurados de cobre que utiliza el método inglés basado en el uso de hornos reverberos. Es la primera innovación en la minería chilena. La mecanización de la mina se puede considerar como el inicio de la revo-lución industrial en Chile, específicamente en la minería de cobre. La necesidad de traer perso-nal práctico inglés para realizar trabajos califi-cados evidenció la carencia de conocimientos técnicos mineros en Chile.

Aprovechando un viaje de Lambert a Francia, el intendente de la provincia le encargó contra-tar y traer un profesor para la cátedra vacante de química y mineralogía del liceo serenense, financiando el viaje y la compra de libros y de aparatos de laboratorio. La Escuela de Minas de París contactó a Ignacio Domeyko, joven pola-co nacido en Lituania y exiliado en Francia, in-geniero de minas recién egresado. Éste aceptó ser contratado por cinco años como profesor en Coquimbo, como también se le decía a La

Serena. Se quedaría el resto de su vida en Chi-le. Llegó directo a esa ciudad en 1838, sin pasar por Santiago.

Según relata Domeyko en sus Memorias, lo que le solicitaron a su llegada fue que realizara una instrucción completa, que era equivalente a un curso básico de técnicas mineras, a jóve-nes alumnos que no tenían siquiera nociones de física ni química. En el liceo la autoridad educacional entendía que decir mineralogía era decir minería. Domeyko se adaptó a la situación y preparó sus cursos desde las ciencias básicas hasta ramos de topografía, explotación, fundi-ción, entre otros. Así, se inauguró la enseñanza de la minería en Chile, en La Serena. Después de tres años obtuvo becas de perfeccionamiento en Francia para tres de sus mejores alumnos, que fueron los primeros becarios chilenos. A su regreso, en 1844, Domeyko les hizo entrega de sus cátedras y preparó su regreso a Europa. Sin embargo, la Universidad de Chile ya había logrado interesarlo para que se integrara a ella como docente en química, lo que se hizo efec-tivo en 1846.

Cabe destacar que en La Serena se imprimie-ron, por primera vez en Chile, dos libros que Domeyko escribió para sus alumnos y para pro-fesionales. Fueron su Tratado de Ensayes (análi-sis químico de minerales), en 1843, y su famosa Mineralogía, al año siguiente, en la imprenta del Colegio de Coquimbo (el Liceo de La Serena).

El curso de matemáticas e ingeniería se man-tuvo en forma continua, durante 50 años, hasta 1887. Pero la creación de la Escuela Práctica de Minería en La Serena en ese mismo año inicia otra etapa.

uNIVErsIdAd dE ChIlE EN sANtIAgo

Dado que la Universidad de Chile no estaba completamente organizada y funcionaba en combinación con el Instituto Nacional, se vio necesaria una reforma que fue encargada a Ig-nacio Domeyko. El proyecto fue presentado en 1852. Un año más tarde se creaba la carrera de ingeniería, en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, y en ella estaba incluida la inge-niería de minas.

Izquierda: Buenaventura Osorio fue el primer director de la Escuela de Minas de La Serena, fundada el 26 de agosto de 1887, año en que se creó además el Museo Mineralógico. Esta escuela práctica de minería, funcionó en principio con profesores de enseñanza minera del liceo, siendo Buenaventura Osorio el decano de ellos. En esta posición, adquirió

una nueva sede, organizó los primeros cursos en forma independiente al liceo y reestructuró la escuela. Por lo anterior es considerado el gran artífice en la formación de la Escuela de Minas. Al centro: Demetrio Rojas, director de la escuela en 1918, posa junto a un teodolito. Arriba: Patio interior de la escuela, 12 de octubre de 1918. Fotos: Archivo Claudio Canut de Bon.➜

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Desde 1838 se otorgó el título de agrimen-sor, lo que ocurrió exclusivamente hasta 1855. El primer ingeniero de minas fue Vicente Aba-solo, en 1856, junto a Paulino del Barrio y Ansel-mo Herreros; estos dos últimos serían parte de la historia del Colegio de Minería de Copiapó, fundado en 1857. Sería la tercera institución de enseñanza minera en Chile.

Según relata Domeyko en sus informes como rector de la Universidad de Chile, en la segun-da mitad del siglo XIX, había años en que no se presentaban alumnos de la capital para seguir estudios de minería. Los únicos eran de provin-cia, de La Serena y Copiapó, que de los cursos de matemáticas superiores e ingeniería de sus li-ceos, se recibían de ingenieros de minas dando su examen en la Universidad de Chile en San-tiago. Desde inicios del siglo XX hasta 1930 se registra un enorme descenso en los titulados de ingenieros de minas, a pesar del aumento de profesionales de otras ingenierías.

Con respecto a libros técnicos de la espe-cialidad, es interesante señalar que en 1847 se imprimió en Santiago (en la imprenta de los Tribunales) una copia fiel de la edición príncipe de los Elementos de Laboreo de Minas (1838) de Joaquín Ezquerra del Bayo. Es el primer libro de técnicas mineras y maquinarias de explotación usado en Chile. Este libro, que ya circulaba en España, contenía muchas referencias a proce-dimientos empleados en yacimientos mineros alemanes.

ColEgIo dE MINEríA EN CopIApó

Si en la provincia de Coquimbo la minería es-taba centrada en minas de cobre (Brillador en La Serena, Tamaya en Ovalle) con sus fundiciones, en la provincia de Atacama el centro económi-co eran las minas de plata de Chañarcillo y Tres Puntas.

Los vecinos de Copiapó, a través de la Jun-ta de Minería, la Municipalidad y contando con financiamiento estatal, fundaron en 1857 el denominado Colegio de Minería. Su primer director fue el ingeniero de minas Paulino del Barrio, nacido en Valparaíso, y que promocionó

su creación. Falleció en el cargo apenas ocho meses después de asumirlo. El segundo direc-tor, también ingeniero de minas, fue Anselmo Herreros, y ocupó el cargo entre 1858 a 1861. Le sucedió José Antonio Carvajal, serenense, ingeniero de minas egresado en 1860, alum-no de Domeyko. En 1864 el colegio comenzó a funcionar dentro del Liceo designado como de primera clase. Carvajal fue nombrado rector y ejerció como tal hasta 1891. Fueron 30 años de enseñanza minera, con creación de bibliote-ca, museo mineralógico, laboratorios, en plena zona minera atacameña. Los títulos otorgados eran los de administrador y mayordomo de mi-nas. Como se aprecia, los primeros tres direc-tores del Colegio de Minería fueron formados bajo la influencia directa de Domeyko.

Recién en 1885 se crea la Escuela Práctica de Minería de Copiapó. Por orden del gobierno central en 1896 se suprimieron los cursos de in-

genieros en los liceos de Copiapó y La Serena, que ese año tuvo apenas seis inscritos. En 1898 se nombró como director y profesor en Copia-pó al ingeniero de minas Casimiro Domeyko, que, al igual que su padre, se había titulado en la Escuela de Minas de París. Éste debió separar el Liceo de la Escuela, para su funcionamiento independiente.

EsCuElA práCtICA dE MINEríA dE lA sErENA

Cabe señalar que las Escuelas Prácticas de Minería nacieron producto de una ley, promul-gada en 1881, sobre beneficios a los inválidos y familiares de los miembros de las fuerzas del Ejército y la Marina que habían participado en la Guerra del Pacífico. Se indicaba que “el Estado fundará y sostendrá una Escuela Práctica de Mi-nería en la provincia de Atacama, y otra en la de

Coquimbo, destinadas a dar asilo e instrucción gratuita a todos los hijos de los individuos del Ejército y la Armada que hayan fallecido duran-te la campaña”. Esta ley tardó en aplicarse. Solo gracias a los esfuerzos de la Sociedad Nacional de Minería, recién fundada en 1883, se logró, como un objetivo gremial de los industriales mineros, que se aplicara en Copiapó y La Sere-na, permitiéndose así la creación de las Escuelas Prácticas en 1885 y 1887 respectivamente. En Santiago se inauguró otra que tuvo corta vida y fue cerrada a principios del siglo XX.

En La Serena, la Escuela se separó, casi de inmediato, del Liceo de Hombres de esta ciu-dad, trasladándose a un local propio. Contaba ya con 50 años de experiencia en docencia minera, que se iniciara –decíamos– en 1838. Su primer director fue Buenaventura Osorio, también discípulo de Domeyko. Éste recibió su título de agrimensor en 1855 en la Universi-

Alumnos de la Escuela de Minas de La Serena visitan la sección flotación de El Teniente (1917). La escuela sería continuadora del legado de enseñanza de la minería que Domeyko había comenzado hacía años, caracterizándose por una fuerte formación básica en ciencias y en disciplinas de la ingeniería, mucho trabajo de laboratorio y experiencia práctica. Foto: Archivo Claudio Canut de Bon.

Dibujo realizado por Ada Richard de la fundición de Guayacán. La Compañía Chilena de Fundiciones se alzó en el mismo lugar donde los ingleses dieron partida regional a las técnicas de fundido del cobre en las que Lambert fue maestro (1903). Abajo: Antiguo edificio de la Escuela de Minas de La Serena ubicado en la intersección de las calles Anfión Muñoz y Benavente. Fotos: Archivo Claudio Canut de Bon.

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128 ClAudIo CANut dE BoN urrutIA 129dEsArrollo hIstórICo dE lA ENsEñANzA MINErA EN ChIlE

dad de Chile, en Santiago, lo que lo facultaba también con conocimientos de química y mi-nería. Desempeñó el cargo de director hasta su fallecimiento en 1907.

EsCuElA INdustrIAl dEl sAlItrE

Durante la segunda mitad del siglo XIX, la actividad de la minería se desarrollaba princi-palmente en la producción y exportación de co-bre en minas que hoy consideramos de tamaño mediano a pequeño. La plata estaba localizada en dos o tres centros mineros y a fin de siglo su minería decayó rápidamente. Después de la Guerra del Pacífico, el interés minero se centró además en yacimientos de nitratos.

En las dos primeras décadas del siglo XX, Chi-le vio nacer la gran minería con los yacimientos de El Teniente y Chuquicamata, que contaban con nueva tecnología estadounidense. El inte-rés minero se trasladó más al norte del país.

En 1918 se funda en Antofagasta la Escuela Industrial del Salitre, que se transformaría pos-teriormente en la Escuela del Salitre y Minas y finalmente en la Escuela de Minas de Antofa-gasta.

ENsEñANzA MINErA EN El sIglo xx

A inicios del siglo XX, la enseñanza minera en La Serena cumplía 62 años de docencia con-tinua; en Santiago, en la Universidad de Chile, 49 años; y en Copiapó, 43 años. Durante este tiempo se desarrolló en la Universidad de Chile el criterio de tener una enseñanza de ingenie-ría con base científica y promover la formación de técnicos prácticos. Se empezó a recibir in-fluencia del sistema de enseñanza estadouni-dense, con aumento de cátedras provistas de laboratorios. A partir de 1922 se amplió el co-nocimiento y visión del ingeniero universitario, con una base en lo económico, contable, legal y de gestión, con vista a su función empresarial. El Instituto de Ingenieros de Chile, fundado en 1888, tuvo un papel destacado en estas modifi-caciones.

En la década de los cincuenta en la Universi-dad de Chile se desarrollaron nuevas activida-

des relacionadas con la investigación científica, lo que influyó en el aumento y calidad del cuer-po académico. En 1959 se dictaron los primeros estudios de posgrado en ingeniería, lo que per-mitió crear una especialización, además de ac-tualizar conocimientos. Siguiendo estos aires, la Universidad de Concepción creó, en 1950, la especialidad en ingeniería metalúrgica.

En la enseñanza técnica, por su parte, los egresados hacían notar la necesidad de escalar en conocimientos y preparación. Así se llegó en 1940 a la creación de la Escuela de Ingenieros Industriales, y en 1944 a la del Instituto Pedagó-gico Técnico. Pero la aspiración era dar a estos estudios una categoría universitaria. En 1947, por decreto, se crea la Universidad Técnica del

Estado, UTE, cuyo estatuto tardó cinco años en ver la luz a través de la promulgación de la Ley 10.259. Se fusionaron así bajo este alero univer-sitario todas las escuelas técnicas industriales, lo que incluía a las escuelas de minas del norte de Chile y a la escuela de ingeniería industrial con su carrera de minas. Fue la cuarta univer-sidad creada en el país y la primera descentra-lizada, aparte de la Universidad de Concepción. Durante 30 años funcionó la UTE impartiendo títulos de ingeniero de ejecución de minas des-de 1960. Solo en 1981 con la modificación de-cretada e impuesta a la enseñanza universitaria, se separaron las sedes provinciales de la UTE y de la Universidad de Chile. Esta independencia fue tomada como oportunidad y se fundaron la Universidad de La Serena (ULS), la Universidad de Atacama (UDA) y la Universidad de Antofagasta (UA). Con la base de ingeniería de ejecución de minas y la fusión con sedes de la Universidad de

Chile, se pudo iniciar la docencia en ingeniería ci-vil de minas en cada una de ellas.

En la capital la Universidad de Santiago de Chile heredó, como Departamento de Ingenie-ría de Minas, la antigua Escuela de Ingenieros Industriales (1940) donde se impartía ingeniería industrial de minas.

Desde el centro de Chile surgieron voces que señalaban que más universidades con carreras de ingeniería civil de minas en regiones era un exceso que la industria minera no podría absor-ber. El norte chileno daría una sorpresa brindan-do las mayores reservas de cobre y molibdeno, más oro y plata, cuya producción sobrepasaría las estadísticas mineras tradicionales.

Las nuevas universidades del norte de Chile dieron el paso de iniciar investigación cientí-fica y aplicada, y establecieron contactos con universidades extranjeras, de Estados Unidos y Europa, para perfeccionar docentes en posgra-

En 1913, Braden compró la llamada Compañía Minera de Potrerillos y todos los terrenos vecinos, los cuales comprendían un total de 376 hectáreas. Tres años más tarde el empresario norteamericano vendió todas sus pertenencias a la recientemente creada Andes Copper Company, compañía norteamericana subsidiaria de la Anaconda Copper Mining Company. Entre 1917 y 1927, la Andes Copper realizó trabajos de prospección y construcción en las diferentes áreas de producción. Es en esta década cuando se construyeron las plantas industriales, el ferrocarril entre Pueblo Hundido y Potrerillos, las instalaciones portuarias, el tranque, la planta eléctrica y los campamentos. Los trabajos fueron lentos, costosos y presentaron enormes desafíos técnicos; solo en diciembre de 1926 se logró enviar el primer cargamento de mineral a la chancadora y finalmente en enero de 1927 salió la primera producción de cobre blíster. En la foto, se aprecia una de las primeras producciones de cobre en barra en Potrerillos. Foto: Archivo Dibam.

El Museo Mineralógico de La Serena cumple labores de docencia, investigación y extensión. En este último aspecto, está abierto a la comunidad. Recibe numerosas delegaciones de estudiantes de los niveles básico, medio y superior, contribuyendo así a la educación y a la difusión de las profesiones relacionadas con la minería, la metalurgia y la geología. Actualmente, el Museo cuenta con 6.200 muestras en exhibición y otras 2 mil que se conservan en el Laboratorio de Mineralogía. Fotos: Luis Ladrón de Guevara.

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130 ClAudIo CANut dE BoN urrutIA 131dEsArrollo hIstórICo dE lA ENsEñANzA MINErA EN ChIlE

dos y brindar nuevas oportunidades para sus estudiantes egresados. Es un nuevo avance en la historia educacional minera, que consolida la descentralización.

Por otra parte, desde 1975 se observa en Chile una nueva apertura económica en mate-ria de inversiones extranjeras en exploración minera, motivadas por descubrimientos mine-ros auríferos (mina El Indio) y por el alza inter-nacional del precio del oro. En la minería del co-bre, el conocimiento geológico desarrollado en la década de los años sesenta por organismos estatales (Enami, Instituto de Investigaciones Geológicas) permitió comprobar que aún había extensas zonas, entre los grandes yacimientos cupríferos conocidos, susceptibles de buenos resultados. Los hallazgos de la mina La Escon-dida y otros así lo confirmaron. Esta gran in-versión minera, con capital externo, generó puestos de trabajo para las nuevas carreras de ingeniería civil de minas, las que registraron un incremento en todas las universidades con tra-dición minera. En 1994, motivada por el gran auge de esta importante actividad productiva del país, la Pontificia Universidad Católica de Chile crea el Centro de Minería en su Escuela de Ingeniería, con énfasis en la gestión minera y la economía de minerales.

Se suma también a esta tendencia, la Uni-versidad Arturo Prat, en Iquique, continuadora del Instituto Profesional de Iquique, derivado a su vez de una pequeña sede de la Universidad de Chile creada en 1967. Esta casa de estudios ofrece las carreras de ingeniería civil en meta-lurgia y ambiental, así como la de ingeniería de ejecución en metalurgia extractiva.

La tendencia observada a fines de siglo XX e inicios de la nueva centuria es que la ingeniería minera debe complementarse, necesariamen-te, con conocimientos de preservación del me-dio ambiente y manejo de la responsabilidad social. En esta línea se crean cátedras nuevas en estos temas o carreras de ingeniería am-biental asociadas a las de ingeniería de minas, como es el caso de la Universidad de La Serena. Ésta, además, cuenta con la mina escuela Bri-llador, la única en Chile en una mina histórica del siglo XIX.

Al año 2008, la raíz histórica patrimonial de la Universidad de La Serena es de 170 años de enseñanza minera; la Universidad de Chile suma 158 años; la Universidad de Atacama, 141 años; la Universidad de Antofagasta, 90 años de docencia minera. La Universidad de Santiago de Chile, a su vez, tiene 68 años en el mismo re-gistro de antigüedad y la Pontificia Universidad Católica de Chile, 14 años, todas con académi-cos posgraduados. Desde distintas especializa-ciones, ellos contribuyen a que Chile prolongue su antigua tradición de enseñanza minera y con sus capacidades ayudan a manejar la princi-pal industria exportadora de Chile o desarrollan destacadas carreras en el extranjero.

En la actualidad es sin embargo el Departa-mento de Ingeniería de Minas de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universi-dad de Chile, la institución formadora de profe-sionales que más ha contribuido en el desarro-llo de la minería nacional, llevándola a su actual nivel, que es reconocido en todo el mundo.

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La incorporación de sistemas mecanizados en la excavación al interior de las minas contribuye a un trabajo seguro para el personal. La productividad que se puede lograr con estos métodos es significativamente alta, y en absoluto comparable con los métodos tradicionales. Foto: Jack Ceitelis.

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Si bien la carrera de ingeniería de minas en la Univer-sidad de Chile fue creada en 1853 bajo la inspiración de Ignacio Domeyko, es en el siglo XX cuando se consolida realmente, confiriéndosele una base académica sólida y de gran prestigio profesional. A sus egresados les correspon-dió liderar el desarrollo minero del país.

Aunque debe reconocerse que Domeyko fue el padre de la ingeniería de minas en Chile, desde su llegada al país hasta su posterior desempeño como rector de la Universi-dad de Chile, hay que señalar que los primeros egresados de la carrera eran más bien peritos topógrafos y analistas químicos que ingenieros de minas. Ello se debió a la caren-cia de profesores, los que había que traer del extranjero y que duraban poco en el país por sus bajas remuneraciones y porque solían recibir ofrecimientos de trabajo más ten-tadores fuera de la docencia.

A fines del siglo XIX, el país avanzaba hacia una mine-ría vigorosa, entre otras cosas, con el descubrimiento y explotación del salitre en el norte. También empresas con tecnología y capitales extranjeros desarrollaron yacimien-tos y faenas mineras en el país. La creación de la Sociedad Nacional de Minería (Sonami), en 1883, significó un gran apoyo al desarrollo minero y desde luego a la formación de ingenieros de minas. Con la publicación de Boletines Mineros, ésta abogaba por mayores profesionales, exal-tando la profesión y su importante labor en la sociedad. Los primeros ingenieros de minas egresados en estos años sobrepasaban ligeramente la decena y empezaban a prestigiar la profesión.

La carrera de ingeniería de minas comenzó en el Insti-tuto Nacional y de ahí pasó a la Casa Central de la Univer-sidad de Chile, construida entre 1863 y 1866, donde per-manecería hasta 1874. Fue una de las últimas en retirarse hacia su propia sede. Su edificio definitivo y actual, de es-tilo neoclásico francés, fue construido entre 1911 y 1912 en la calle Beaucheff e inaugurado en 1922.

Los primeros años del siglo XX fueron azarosos, fun-damentalmente por la comentada carencia de docentes y por tratarse de una carrera onerosa, que requiere labo-ratorios y talleres, frecuentes salidas a terreno, mucha di-versidad de cátedras, etc. El problema de los profesores se fue solucionando paulatinamente con la importación de excelentes maestros, especialmente de Alemania, los que, a su vez, fueron formando un buen contingente de inge-nieros de minas que los reemplazarían más adelante en la

docencia. De estos maestros de comienzos de siglo debe-mos destacar a Juan Brüggen, formador de la geología en la universidad, a Bert Koerting, profesor de explotación de minas y metalurgia, a Teodoro Kausel, que además de su excelente cátedra dejó un legado en sus hijos y nietos que abrazaron con éxito la carrera de ingeniería de minas.

Las primeras generaciones de profesionales fueron exiguas en número; pese a que periódicamente se hacían folletos para divulgar la carrera y entusiasmar a los egre-sados de los liceos, no llegaban muchos. En los años 1900-1915 salieron 23 egresados y entre 1916 y 1930 fueron 70. En 1933, la universidad solo entregó cinco títulos de ingeniero de minas. Sin embargo, al llegar la carrera a sus 150 años de vida, en 2003 se habían formado más de 1.200 ingenieros de minas en la Universidad de Chile.1 Pese a su escaso número, los alumnos de esta carrera destacaban ya en 1912, por su asistencia a eventos como el Congreso de Minería y Metalurgia, organizado por la Sociedad Nacional de Minería.

En los inicios del siglo XX, la carrera tenía un perfil di-ferente al del siglo anterior. Los cambios en la enseñanza iban mostrando su mayor fortaleza ya que la sociedad iba requiriendo mayores y mejores profesionales, debido al crecimiento de la administración de un Estado más pro-fesionalizado y tecnificado. Cabe también señalar varias iniciativas de instituciones gubernamentales, como la de Corfo (creada en 1939), que impulsó la industria del acero y el petróleo lideradas por ingenieros de minas de la Uni-versidad de Chile, el Servicio de Minas del Estado (hoy Ser-nageomin), con sus programas de estudios geológicos, y la Caja de Crédito Minero (antecedente de Enami), con su fundición de Paipote e innumerables plantas de beneficio de minerales diseñadas y construidas por ingenieros de minas chilenos egresados de la universidad. La llegada de inversionistas norteamericanos que emprenden el desa-rrollo de la gran minería del cobre (El Teniente, Chuquica-mata y Potrerillos), aunque en sus comienzos no empleó ingenieros chilenos, otorgó un dinamismo a la economía del país.

Un acontecimiento que impulsó el desarrollo de los estudios de la carrera de ingeniería de minas en la Univer-sidad de Chile fue la creación del Instituto de Ingenieros

1 María Celia Baros (2003). 150 años de la enseñanza de Ingenie-ría de Minas en la Universidad de Chile. GraficAndes, Santiago.

de Minas de Chile en 1930. Este aglutinó a estos profe-sionales, impulsó convenciones técnicas, programas de difusión de la carrera, becas de estudio, publicación de revistas especializadas (Minerales) y fundamentalmente brindó un fuerte apoyo hacia la carrera, monitoreando su desarrollo.

La Escuela de Ingeniería, por su parte, mejoró sustan-cialmente sus cátedras de metalurgia y geología. De ella saldrían los ingenieros que crearon el Laboratorio Meta-lúrgico de Quinta Normal (de Cacremi), que desarrolló nuevas tecnologías, diseñaron los planes de fomento y las plantas de la Caja, y realizaron el levantamiento geológico del país. Los ingenieros de minas de la primera mitad del siglo XX eran los únicos geólogos que tenía Chile (además de unos cuantos extranjeros). La carrera de geología en la Universidad de Chile, pionera en la formación de estos profesionales, fue creada en los inicios de la década de los cincuenta, por los ingenieros de minas de la misma uni-versidad.

La enseñanza de la ingeniería de minas de la primera mitad del siglo XX no disponía de los departamentos por disciplinas en que actualmente se apoya. Tampoco con-taba con profesores e investigadores a jornada completa, salvo un pequeño grupo en el Instituto de Geología. Las clases eran dictadas por los ingenieros de minas que la misma universidad había formado en años anteriores. Es-tos profesionales eran también los principales ejecutivos de las empresas y organismos gubernamentales de la mi-

nería existentes, lo que favorecía el contacto con la rea-lidad minera. Asimismo, eran los directivos del Instituto de Ingenieros de Minas, lo que permitía un diálogo muy beneficioso para la industria y la docencia. Era la época de los profesores de tiza y pizarrón y de los alumnos con re-gla de cálculo, martillo y brújula.

Pero a fines de los años cincuenta, vientos renovadores llegaron a la facultad de calle Beaucheff al asumir como rector de la Universidad de Chile el filósofo e historiador Juan Gómez Millas, quien tenía muy clara la necesidad de impulsar el cultivo de las tecnologías en el ámbito acadé-mico orientadas al desarrollo industrial y socioeconómi-co de Chile. Durante su gestión comenzó la formación de grupos académicos de gran nivel con el envío de jóvenes profesionales a perfeccionarse al extranjero en centros de alto prestigio mundial. La meta del esfuerzo moderniza-dor en los años sesenta era constituir en la universidad un centro académico en ingeniería de minas de excelencia a nivel internacional. Esta revolución llevó a la constitución de grupos académicos dedicados exclusivamente a la do-cencia e investigación y con ello se llegó a la creación de departamentos disciplinarios como el Departamento de Ingeniería de Minas.2

Simultáneamente, empezaron a forjarse alianzas con universidades extranjeras en aquellas disciplinas en las

2 Hernán Danús (2008). Pasiones mineras. Testimonios de vida. RIL Editores, Santiago.

El EjEMplo pIoNEro dE lA uNIVErsIdAd dE ChIlE

Hernán Danús

El ingeniero en minas y maestro Juan Brüggen en terreno con alumnos.

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que se concentró inicialmente el esfuerzo de desarrollo académico. Al interior de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, este movimiento fue liderado por Enrique d’Etigny, primero como director de su Escuela de Ingenie-ría y luego como decano; d’Etigny participó activamente en la renovación de la enseñanza de ingeniería de minas. Entre las iniciativas llevadas a la práctica cabe citar el de-sarrollo de las ciencias modernas de la ingeniería de minas como la geoestadística y de la mecánica de rocas. Al mis-mo tiempo se suscribieron convenios con la Universidad de Columbia, el Imperial College de la Universidad de Lon-dres y la Escuela de Minas de París. La primera universidad daría apoyo en economía minera, mecánica de rocas, pro-cesamiento de minerales y metalurgia extractiva; el Impe-rial College, en procesamiento de minerales y metalurgia extractiva, y la escuela de París, en explotación de minas y geoestadística. También se renovaron los laboratorios existentes y se crearon otros para darle importancia a la enseñanza experimental.

La renovación de la enseñanza de ingeniería de mi-nas en la Universidad de Chile en los sesenta tenía como meta darle al futuro profesional una sólida comprensión del mundo material en el que iba a trabajar, basada en el estudio teórico y experimental de las ciencias naturales y de las ciencias de la ingeniería; dominio del lenguaje ma-temático en el análisis del comportamiento de sistemas físico-químicos; capacidad para integrar conocimientos de distintas disciplinas por medio de la resolución de problemas y desarrollo de proyectos de creciente com-plejidad; espíritu crítico e innovador, que le permitiera desafiar prácticas y paradigmas establecidos en forma constructiva.3

Creada en 1960, la Empresa Nacional de Minería ini-cia un proceso continuo de contratación de ingenieros de minas, que formándose en las faenas de la empresa y de la mediana minería nacional, llevan a cabo luego el exitoso plan de fomento y desarrollo de la pequeña y me-diana minería nacional. Este numeroso contingente de profesionales es el que posteriormente se hace cargo de los enormes desafíos de la chilenización y la nacionali-zación de la gran minería del cobre. Aquellos ingenieros de minas de la Universidad de Chile fueron pioneros en innovación tecnológica. Entre sus logros es importante destacar la invención y comercialización del Conver-tidor Teniente (Hermann Schwarze); el desarrollo de la tecnología de lixiviación en pila de minerales oxidados de cobre (Esteban Domic); el inicio de la aplicación de la geoestadística a la evaluación de yacimientos (Marco Antonio Alfaro y Edmundo Tulcanaza) y de la mecánica de rocas (Marcos Didyk) a la planificación de la explota-ción de minas.

Los acontecimientos políticos de 1973 sacudieron al mundo académico y la Universidad de Chile se vio dura-

3 Hernán Danús (2008), íbídem.

mente afectada, debiendo muchos académicos salir del país. El proceso modernizador tuvo que esperar hasta las última década del siglo XX. El Departamento de Ingeniería de Minas (DIM) había perdido un número importante de académicos en los años precedentes y la matrícula de es-tudiantes del ciclo común de ingeniería en la especialidad de minas había disminuido.

A mediados de 1995 se puso en marcha una ambiciosa iniciativa reactivadora denominada “Plan de Moderniza-ción de la Enseñanza de Ingeniería de Minas”, que se pro-puso establecer en la Universidad de Chile un centro de formación de profesionales para la minería de nivel inter-nacional. El sello distintivo de los futuros egresados sería su capacidad para liderar el cambio tecnológico necesario para mantener a la minería chilena en el más alto nivel de competitividad. La docencia sería impartida por aca-démicos con reconocida trayectoria de aportes creativos al conocimiento básico o al desarrollo tecnológico de sus respectivas disciplinas. Para alcanzar estas metas, el DIM empezó a reforzar sus cuadros académicos, reincorporan-do a profesionales altamente calificados en jornadas par-ciales sustantivas e iniciando un programa de formación de nuevos académicos de jornada completa. La estabilidad del cuadro académico necesaria para un proyecto de lar-go plazo, se esperaba lograr compensando el aporte de

sus integrantes con sueldos que reflejaran la realidad del mercado ocupacional. También la enseñanza experimen-tal y la investigación fueron consideradas como activida-des esenciales en la formación de los nuevos ingenieros. Se pensó que una actividad de investigación de alto nivel, con activa participación de los mismos estudiantes de la especialidad, que ejemplificara el enorme potencial que la industria minera tiene para un trabajo de creación inte-lectual relevante en el contexto chileno y, por lo tanto, muy gratificante, debería ser uno de los factores pode-rosos que hiciera de la especialidad de minas un foco de atracción para los buenos estudiantes del ciclo común de ingeniería.

A este plan se invitó a la industria minera, creándose una instancia de diálogo para mantener una comunicación fructífera entre las partes. Nacieron así dos mecanismos fundamentales para el desarrollo del plan: la cátedra con patrocinio financiero de empresa y el Consejo Consulti-vo Universidad-Industria. La respuesta de la industria fue positiva. Con Codelco, se suscribió un convenio de coope-ración que le dio vida a las dos cátedras iniciales con pa-trocinio empresarial del Plan, una en tecnología minera y otra en evaluación de yacimientos. El ejemplo de Codelco fue posteriormente seguido por Enami (pirometalurgia), Phelps Dodge (procesamiento de minerales), El Abra (hi-

drometalurgia y electrometalurgia), Collahuasi (geome-cánica y geotecnia), Sonami (gestión y economía minera) y Barrick-Placer (medio ambiente en minería). Minera Ho-mestake también colaboró con el Plan.

Aspecto singularmente importante del Plan fue la consolidación de los programas de postítulo y postgra-do. El número de cursos cortos aumentó a 9 en 1996, 12 en 1997 y 20 en 1998. Algunos de los instructores, na-cionales y extranjeros, tenían prestigio mundial en sus respectivos campos. El alto interés de la industria por esta actividad académica dio origen a programas estruc-turados conducentes a un diplomado en un área especí-fica de ingeniería de minas. La enseñanza de postítulo se convirtió en una actividad permanente del DIM y en un mecanismo importante de transferencia de tecnología a la industria.

En corto tiempo, el DIM logró revertir el fenómeno de decrecimiento del interés de los estudiantes del ciclo co-mún por la especialidad de minas. La matrícula aumentó rápidamente en calidad y en cantidad, cumpliéndose así el principal objetivo del Plan.

De esta manera, el Departamento de Ingeniería de Mi-nas de la Universidad de Chile ha contribuido al desarrollo de la minería nacional, hasta llevarla al actual nivel de mi-nería de clase mundial.

Enrique d’Etigny, decano de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, sentado tercero de izquierda a derecha. 1961.Edmundo Tulcanaza.

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136 juAN o’BrIEN BoggIo 137

toda civilización ha sido precedida por el agrupamiento de gente en centros ur-banos, el desarrollo de la escritura y la

maestría en la fundición de metales. Y la saga es milenaria. La fusión siempre ha sido reclama-da como propia de su cultura por los pueblos antiguos: persas, coreanos, chinos, incas, celtas y tantos otros. En el Corán se asegura que fue Dios mismo quien instruyó a David sobre la for-ma de fundir metales para fabricar su armadura, mientras que los fundidores ingleses asegura-ban que ese arte fue conocido en su isla gracias a los meteoritos que caían del cielo cargados de hierro fundido. Desde la primera maestría sobre el fuego en los albores de la humanidad hasta los modernos hornos del siglo XXI, el arte de

fundir ha ejercido siempre el mismo y rotundo embeleso: la transmutación de la materia por la alquimia del fuego.

Para fundir metales, los españoles usaban en Chile el “horno de manga” o blowing house, como se le conocía en Inglaterra, su país de origen. Este horno tenía forma de cúpula y dis-ponía de una ventana en la parte superior para introducir el mineral y la leña. La operación re-quería del “caldeo”, que consistía en calentar la olla durante varios días hasta alcanzar la tem-peratura necesaria para la fusión. Grandes fue-lles accionados a mano y conectados al horno a través de una manga servían para avivar el fuego.

Esta tecnología solo permitía obtener óxidos de cobre, desperdiciando grandes cantidades de material al descartar mucho cobre contenido en las escorias y no poder tratar sulfuros, abun-dantes y de buena ley. Fue un químico francés de Alsacia, Carlos Lambert, quien adaptó en Chi-le una nueva generación de hornos existentes en Inglaterra desde los inicios del siglo XVIII y que él conocía de cerca por haber trabajado en

El FuEgo y lA MAtErIA El ArtE dE FuNdIr

Juan O’Brien Boggio

Pirometalurgia es el nombre que se da a aquella rama de la metalurgia en que la obtención y refinación de los metales se procede utilizando calor, como en el caso de la fundición. Metales como el hierro, el níquel y el estaño, y la mayor parte del cobre, oro y plata, son obtenidos por métodos pirometalúrgicos, los más importantes y más antiguos de los utilizados por el hombre. Foto: Luis Ladrón de Guevara.

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138 juAN o’BrIEN BoggIo 139El FuEgo y lA MAtErIA. El ArtE dE FuNdIr

en escoria y, por otro, “soplan” fuera del proceso los contenidos de azufre. El resultado es el cobre blíster que, como su nombre inglés lo indica, está tapizado de burbujas que semejan ampollas.

El blíster necesita un proceso adicional, que se conoce como refinación a fuego, donde el material se oxida, descartando así el restante azufre y otras impurezas. Inmediatamente des-pués se elimina el exceso de oxígeno mediante la introducción de troncos de eucalipto u otro reductor. Este cobre se moldea en unas plan-chas conocidas como ánodos y pasa a la etapa final, que es la refinación electrolítica para su venta como cátodo.

La fundición Paipote inició sus actividades en 1951 como parte de una estrategia nacio-nal para fomentar la industrialización chilena. Era, junto a la Compañía de Acero del Pacífico (CAP), otra industria “con chimenea”, una de las expresiones más prístina del “desarrollo hacia adentro”, la estrategia nacional promovida por los gobiernos desde Ibáñez del Campo hasta González Videla para paliar las consecuencias de la gran crisis económica de los años trein-ta que dejó la economía del país por los suelos. En su relación publicada en el libro Fundición y Territorio, el ingeniero a cargo de su construc-

ción, Andrés Zauschkevich, cuenta que la gran pregunta que siempre se hacían los técnicos de entonces era si los chilenos éramos capaces de construir la obra, si teníamos la inteligencia y el conocimiento para concretarla y si nos “daría el ancho” para operarla sin contratiempos.

Y Zauschkevich tenía razón en sus dudas. No obstante la larga tradición de fundiciones operando en Chile, los ingenieros nacionales no tenían acceso a ellas a pesar de que eran acep-tados en otras actividades productivas de las empresas extranjeras. En las fundiciones, los propietarios estadounidenses preferían a sus coterráneos. Los viejos ingenieros chilenos de hoy aseguran que se trataba de guardar el se-creto del arte de fundir, dándole al proceso la connotación de un rito para iniciados, donde la llama cuece, disgrega, separa, conjunta, subli-ma y purifica la materia de la piedra para el uso de los hombres y su civilización.

Solo a principios de los sesenta se abrieron las compuertas para el ingreso de ingenieros chilenos a las fundiciones estadounidenses, aunque ya se había ganado mucha experiencia en Paipote que, por ese acto, se convirtió en la escuela nacional básica del arte de fundir del Chile moderno.

las fundiciones de la ciudad industrial de Swan-sea. Estos habían rápidamente desplazado los hornos de manga y se conocían como hornos de reverbero. En sus comienzos, la innovación res-pecto del horno de manga consistió en la exis-tencia de dos bóvedas conectadas, una para el mineral y otra para el combustible, cuyo calor fundía el mineral por reverberación.

Fue una feliz iniciativa, que no solo hizo rico a Lambert al comprar a precio de subasta grandes cantidades de escoria (esencialmente del esco-rial de la fundición de Guamalata, en La Serena), desdeñada por los incrédulos e ingenuos mine-ros chilenos, sino que permitió el despegue de la industria nacional del cobre que, con alrededor de cien fundiciones entre Copiapó y Aconcagua, haría de Chile el productor más grande del mun-do a partir del beneficio de sulfuros, entre 1830 y 1880 aproximadamente.

Hubo muchas tentativas para reemplazar al reverbero debido a su limitada eficiencia ener-gética, pero los intentos no fructificaron sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial con el advenimiento del horno Flash, desarro-llado en las frías tierras de Finlandia por la em-presa Outokumpu. Este país había perdido sus depósitos carboníferos de Carelia a manos de la entonces Unión Soviética y optó por desa-rrollar una tecnología propia menos intensiva en el uso del carbón para explotar sus depósi-tos de cobre. El resultado en 1952 fue el mun-dialmente conocido Flash Outokumpu, orgullo de la tecnología finlandesa y ejemplo de inno-vación para países en todo el mundo.

En esencia, del reverbero –cuyo corazón ge-nera temperaturas cercanas a los 1.600 grados Celsius–, se obtiene un producto llamado eje, con contenidos de sulfuros de cobre y de fie-rro. Los finlandeses se remitieron a aprovechar la energía contenida en el azufre para suplir las deficiencias del reverbero, que pierde un 70% de la energía a través de los gases y por radia-ción a través de sus muros, generando además un gas muy diluido y difícil de utilizar para la producción de ácido sulfúrico.

Otra importante innovación en pirometalurgia fue la creación en Chile del Convertidor Teniente (CT) que lleva ese nombre por haber sido desa-

rrollado en la fundición Caletones del complejo cuprífero El Teniente por un grupo de ingenieros dirigidos por el metalurgista Hermann Schwarze, quien estuvo vinculado, antes y después de su in-vención, a la fundición Paipote y a Enami.

El CT es, junto al horno Flash Outokumpu, al convertidor Noranda, al horno Isasmelt y al pro-ceso Mitsubishi, una de las más exitosas alterna-tivas surgidas para eliminar los reverberos con su gran emisión de azufre y para aumentar la capta-ción de gases para la fabricación de ácido sulfúri-co. De hecho, Schwarze comenzó a experimentar con el CT siendo empleado de la Braden Copper Company antes de la nacionalización. Cuando Chile recuperó la propiedad de ese yacimiento, muchos ingenieros de Braden se fueron de Chile, pero otros, con Hermann Schwarze a la cabeza, optaron por quedarse y continuar desarrollando sus ideas innovadoras. Estas fueron definitiva-mente plasmadas con la puesta en marcha del primer CT en 1976 y aplicadas actualmente en las fundiciones chilenas de Caletones, Chuqui-camata, Potrerillos, Paipote y Ventanas, además de las fundiciones Caridad en México, Ilo en Perú, Nkana en Zambia y Rayong en Tailandia.

Sin embargo, la fusión no se agota en el rever-bero. Para purificar el eje hasta niveles comercia-les, éste pasa a través de un proceso batch a los convertidores Pierce-Smith cuya tarea es doble. Por un lado eliminan el fierro que lo convierten

El horno de copelación es uno de los grabados impresos en el catálogo de la primera Exposición Internacional de Minería y Metalúrgica realizada el 28 de octubre de 1894. Foto: Archivo Gastón Fernández.

La industria minera debe enfrentar importantes desafíos, uno de ellos es el manejo adecuado de los residuos mineros. En forma continua se ha incrementado en volumen de material extraído durante la explotación de minerales, las leyes de los minerales han disminuido y ha crecido la cantidad de desechos que deben ser dispuestos, ya sea como material estéril o en la forma de pulpa de relaves. En la imagen se muestra el vaciamiento de desechos en fundición Ventanas. Foto: Luis Ladrón de Guevara.

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140 juAN o’BrIEN BoggIo 141El FuEgo y lA MAtErIA. El ArtE dE FuNdIr

Foto: Nicolás Piwonka

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142 EugENIo gArCés FElIú 143

los Andes no se llamaban Andes y Améri-ca no se llamaba América, cuando los in-cas construyeron un imperio que dominó

buena parte de este macizo cordillerano sura-mericano, sustentado por una infraestructura vial como el Camino del Inca,1 que comprendió desde el Guayas hasta el Maule, pasando entre Potrerillos y El Salvador para continuar hacia Co-payapu y seguir hacia el sur. Según Humboldt,2 la palabra “andes” podría derivar del término anta, que significa cobre en lengua quechua, lo que reconoce en estas montañas la presencia de este mineral y su utilización por los incas, quienes lo combinaron con estaño para obte-ner bronce y manufacturar armas, herramien-tas y utensilios. Así, la vertiente occidental de

1 Los incas integraron su Imperio mediante la creación de cua-tro caminos principales, que convergían en Cusco. El camino a Arica y Atacama tuvo ramales hasta el río Maule en Chile. En 2001, el gobierno peruano promovió la iniciativa de postu-lar ante la Unesco el Camino del Inca como Patrimonio de la Humanidad, en las categorías de Itinerario Cultural y Paisaje Cultural, para 2010. Chile se sumó a la iniciativa junto con Co-lombia, Ecuador, Bolivia y Argentina.

2 Alexander von Humboldt: Mi viaje por el Camino del Inca (1801-1802), p. 55.

potrErIllos,pAIpotE y El sAlVAdor

CIudAdEs dEl CoBrE EN AtACAMA

Eugenio Garcés FeliúColaborador: Juan Carlos Cancino Pizarro

la cordillera de los Andes, llamada de Domeyko en el área sur del Despoblado,3 ha sido un lugar rico en yacimientos de cobre, ya descritos por Rodulfo Amando Philippi en su viaje al desier-to de Atacama, realizado en el verano de 1853-1854.4

En esta región se fundaron Potrerillos (1919) y El Salvador (1959),5 complejos mineros que forman parte de la gran minería del cobre y que fueron integrados durante la década de los ochenta en la empresa Codelco, así como la Fundición Nacional Paipote (1952),6 cons-truida por el Estado de Chile para el beneficio del mineral de cobre aportado por la pequeña y mediana minería. Los tres asentamientos in-dustriales son representativos del poblado in-

3 De este modo lo menciona Charles Darwin en su libro Darwin en Chile, p. 65.

4 Rodulfo Amando Philippi: Viaje al Desierto de Atacama. Halle, Librería de Eduardo Antón, 1860, p. 119.

5 En relación con Potrerillos y El Salvador, véase Eugenio Garcés Feliú y otros, Las ciudades del cobre.

6 En relación con Paipote, véase Juan O’Brien (ed.), Fundición y territorio y Juan Carlos Cancino, Tesis de magíster Fundición Paipote 1952, Escuela de Arquitectura, Pontificia Universidad Católica de Chile (2008).

Foto: Claudio Pérez.

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144 EugENIo gArCés FElIú 145potrErIllos, pAIpotE y El sAlVAdor: CIudAdEs dEl CoBrE EN AtACAMA

dustrial (company town),7 un modelo alternati-vo a la ciudad tradicional, construidos ex novo con el propósito de conseguir máxima con-centración de capital y trabajo mediante la ar-ticulación armónica de viviendas, equipamien-tos y edificios industriales. Para ello, el poblado industrial recurrió al montaje de una sociedad perfecta al servicio de la producción, buscan-do alcanzar un equilibrio social a partir de los beneficios de la industrialización, mediante una propuesta en la cual perduran algunos as-pectos parciales de las ideas que inspiraron a la Revolución Industrial.8

Los fundadores de Potrerillos, Paipote y El Salvador aspiraron en su medida a ese grado de utopía que representa el estado último de la lo-cura humana y de la esperanza humana,9 más explícito en Paipote, con la industrialización nacional como fuente de progreso social; más formal en El Salvador, con el proyecto urbano y arquitectónico como promotor de buena vida, salud y recreación; más pragmático en Potreri-llos, con edificios de equipamiento como apor-te sustantivo al bienestar de sus trabajadores en una escala no conocida en Chile.

Otro aspecto de gran interés en estos asen-tamientos mineros es el relacionado con el de-sarrollo de la técnica. Estos se constituyeron en valiosos laboratorios para la investigación de morfologías urbanas y tipologías edilicias, el ensayo de materiales y sistemas constructivos y el desarrollo de procedimientos metalúrgicos, en el marco de ese campo de exploración siem-pre dinámico y en constante transformación que ha sido la industria de la minería del cobre.

Es destacable también la extensión espacial que abarcaron nuestros poblados industriales. Estos lograron la ocupación industrial de la re-gión de Atacama mediante una organización productiva del territorio sostenida por las redes y los puntos específicos de las operaciones de la

7 Una traducción para company town sería “poblado industrial”, como se los denominó en España. En Francia se les llamó cité ouvrière, en Alemania Arbeitersiedlungen, en Inglaterra indus-trial village. En relación con los company towns, véase revista Rassegna, 70, 1997/II.

8 Véase Giorgio Ciucci, La Ciudad Americana de la Guerra Civil al New Deal, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1975.

9 Véase Lewis Mumford: The story of utopias (1922).

minería, desarrollando vínculos de interdepen-dencia y proximidad respecto de la posición de los recursos mineros, situados en lugares apar-tados de centros poblados y ciudades existentes entre las que se destacan Chañaral y Copiapó, respecto de las cuales se constituyeron en asen-tamientos alternativos y complementarios.

potrErIllos, ModElo dE poBlAdo INdustrIAl.ANdEs CoppEr MININg CorporAtIoN, 1919

Potrerillos constituyó un importante asenta-miento industrial diseñado en la línea de algu-nas de los mejores company towns de Estados Unidos, como Pullman (1880) o Gary (1907).10

10 En relación con Pullman y Gary, ver: John W. Reps, The making of urban America. A history of city planning in the United States.

El ingeniero estadounidense Wilbur Jurden fue el superintendente de construcción y jefe de proyecto y adaptó los principios urbanos del company town para levantar un asentamiento modelo con una superficie total edificada de 42.000 m2 que ocupó 18 hectáreas de terreno y demandó una inversión total que superó los 45 millones de dólares.

La empresa Andes Copper Mining abordó la colonización industrial de un territorio como el piedemonte de la cordillera de Domeyko, en la zona sur del desierto de Atacama, desprovisto de toda urbanización. Esta situación obligó a la empresa a edificar importantes instalacio-nes de agua industrial y doméstica, un puerto industrial y un ferrocarril (1919) para conectar Potrerillos con Pueblo Hundido (hoy Diego de Almagro), con un trazado de 90 kilómetros. Las

vías férreas empalmaron con la red norte de Fe-rrocarriles del Estado para llegar hasta Chaña-ral, donde un ramal de cinco kilómetros accede al puerto de Barquito, construido para el em-barque de la producción cuprífera. En la misma localidad se levantó una central termoeléctrica, a fines de los años veinte, utilizada para abas-tecer las necesidades de la industria y la pobla-ción de Potrerillos, ampliada en 1925 y 1926.

Todas estas importantes construcciones de infraestructura industrial hicieron posible que en 1927 se exportara la primera partida de 24 mil toneladas de cobre blíster. Sin embargo, los relaves producidos por las operaciones mineras fueron depositados en quebradas aledañas al campamento hasta que en 1938 se empezaron a verter en el río Salado, que desemboca en la bahía de Chañaral, con un impacto ambiental

Potrerillos fue fundada por la Andes Copper Mining Corporation, en 1919, durante la presidencia de Juan Luis Sanfuentes (1915-1920). Está localizado a 1.130 kilómetros al norte de Santiago, en la Región de Antofagasta, entre los paralelos 26º y 27º, a 150 kilómetros del puerto de Chañaral y a 1.800 msnm en la zona sur del desierto de Atacama. Forma actualmente parte de la División El Salvador de Codelco. Foto: Luis Ladrón de Guevara.

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Vista del hospital, 1928.

considerable. Este hecho obligó finalmente a la construcción de un tranque de relave en el sec-tor de Pampa Austral, cercano a Diego de Alma-gro, en la década de los noventa.

El primer proyecto urbano para Potrerillos (1919) se basa en un trazado composicional que está centrado en la plaza principal, situada en el cabezal jerárquico del proyecto. Desde allí se abre en forma de tridente mediante un eje cen-tral y dos grandes ejes diagonales. Al interior de estos ejes, el trazado es ortogonal, confor-mando manzanas de forma rectangular, con su lado mayor en contra de la pendiente, cada una de ellas subdividida en doce lotes destinados a la construcción de las viviendas para los traba-jadores. El Barrio Americano,11 proyectado en el extremo del eje diagonal norte, remata con un trazado sinuoso que aprovecha las cotas del te-rreno, donde se emplazarían las grandes vivien-das para los ejecutivos y técnicos de la empresa Andes Copper.

Este proyecto fue modificado por el asenta-miento industrial construido entre 1920 y 1927, compuesto por un entramado de viviendas y edi-ficios de equipamiento, mucho mejor adaptado a la topografía que el proyecto de 1919, llegando a albergar cerca de 10 mil habitantes, incluidos los trabajadores y sus familiares. Comprendía un importante sector industrial (1926-1927), no considerado en el plano anterior, edificado al oriente de las vías férreas y la estación del ferro-carril, desde donde domina el paraje con sus dos grandes chimeneas de la fundición situadas en el punto más alto del asentamiento.

En el entorno de la plaza fueron construidos la escuela y la iglesia (1926), el hospital (1926), el cuartel de Carabineros (1944), el General Offi-ce (1926) y el General Store (1932), que fueron complementados por el hotel, el edificio de sin-dicatos, el jardín infantil, el club Caupolicán, el teatro Andes y el estadio, entre otros.

Las viviendas fueron integradas en conjuntos

11 El Barrio Americano es un conjunto de viviendas y equipa-mientos diseñados especialmente para los técnicos y ejecu-tivos de origen estadounidense que trabajaron en la minería del cobre (y también en oficinas salitreras como María Elena y Pedro de Valdivia). Se trata normalmente de barrios segre-gados, con estándares muy superiores al resto del conjunto edificado.

relativamente autónomos de “campamentos”,12 cada uno compuesto por bloques de viviendas en hilera, dispuestos en forma paralela a las cotas, de orientación oriente-poniente, más adecuados al soleamiento y la topografía que las pequeñas manzanas de viviendas previstas por el proyecto original. Es posible distinguir tres tipos edificatorios en los distintos campa-mentos. Un buen ejemplo del primer tipo son las viviendas en hilera, agrupadas en bloques lineales, organizados a partir de tres habita-ciones articuladas en pareos de forma engra-nada, a las cuales se les agregaron patios tra-seros y porches en las fachadas a la calle. Un segundo tipo lo conforman las casas pareadas, compuestas por dos dormitorios, estar-come-dor con chimenea, baño, cocina y porche de acceso, con incorporación de un zócalo cuan-do lo hizo posible la pendiente del terreno. Un tercer tipo –en el Barrio Americano– es la casa aislada de tres dormitorios, estar-comedor con chimenea, baño, cocina y porche de acceso, en “estilo californiano”, con baño y “moderno sis-tema de cañerías”. Los materiales utilizados en la construcción de las viviendas fueron muy variados. La solución más empleada fue la es-tructura de madera revestida en plancha me-tálica ondulada, la conocida “calamina”. Para los muros también se emplearon el adobe, el concreto y el ladrillo, combinando con distin-tos tipos de cubierta, entre ellos el paper roof y la plancha metálica.

12 Se diferenciaron hasta diez “campamentos”, denominados con letras (A, B, C, etc.).

El agotamiento de la mina de Potrerillos se produjo en la década de los sesenta. Sin embar-go, el campamento fue mantenido en uso ya que la planta industrial continuó beneficiando mineral del nuevo yacimiento de Indio Muerto –que dio origen a la fundación de El Salvador– hasta abril de 1997 cuando fue declarado como zona saturada de contaminación por Conama.13 Al finalizar el año 1999, cientos de familias em-pacaron sus pertenencias para mudarse a luga-res como El Salvador, Diego de Almagro, Llanta y Copiapó, donde un programa conjunto del Mi-nisterio de la Vivienda, Codelco y diversos mu-nicipios hizo posible la construcción de nuevas viviendas para los mineros y sus familias. En la actualidad, las instalaciones industriales conti-núan operando, luego de ser transformadas y remodeladas para adaptarlas a las nuevas tec-nologías y requerimientos ambientales, que in-

13 Conama (Corporación Nacional del Medio Ambiente) es la institución del Estado que tiene como misión velar por el derecho de la ciudadanía a vivir en un medio ambiente libre de contaminación, la protección del medio ambiente, la pre-servación de la naturaleza y la conservación del patrimonio ambiental.

cluyen la construcción de una planta de ácidos para reducir la contaminación. El campamento Potrerillos se encuentra cerrado, deshabitado y parcialmente demolido. Ha sido beneficiado por un Plan de Conservación14 que está por imple-mentarse.

14 La Facultad de Arquitectura, Diseño y Estudios Urbanos de la Universidad Católica realizó un completo estudio para Potre-rillos. Al respecto, véase Valorización y conservación del patri-monio histórico de Potrerillos, DPI, 1998.

Vista de la escuela y la iglesia, 1999.

Proyecto, 1919. Planta, 1998.

Casas aisladas, 1999. Bloques de viviendas de fachada continua, 1999.

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Foto: Claudio Pérez.

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La chimenea de la fundición Paipote es una imponente obra que enorgulleció a la ingeniería chilena. Su construcción es de concreto armado y su base tiene un diámetro de 22,3 metros. Fue en su momento, con sus 76 metros de altura, la más alta de Sudamérica, claro está que con efectos ambientales importantes como la contaminación del aire de gran parte del valle del río Copiapó. Sin embargo, en la última década se han reducido las emisiones gaseosas y de material particulado gracias a medidas como la modificación del proceso productivo a través de la incorporación de tecnología moderna y otros sistemas de control contemplados en el Plan de Descontaminación presentado a la Conama en 1995. Foto: Jack Ceitelis.

Exposición de la maqueta al presidente González Videla, c. 1950.

Abajo: Planta industrial en construcción, 1952.

FuNdICIóN NACIoNAl pAIpotE, CoMpANy towN A lA ChIlENA.EstAdo dE ChIlE, 1952

La Fundición Nacional Paipote, construida entre 1949 y 1953, fue una obra proyectada por el arquitecto chileno Svetozar Goic.1 Se trata de un asentamiento industrial, pionero en la ges-tión del Estado en Chile,2 que está ubicado en la Región de Atacama, a nueve kilómetros al este de la ciudad de Copiapó. Está integrado por una gran zona industrial de casi 10.000 m2 que alo-jó el proceso de fundición del cobre y por un campamento de cerca de 15.000 m2 que llegó a albergar 700 habitantes, cifras que dan cuen-ta de la escala relativamente pequeña de este asentamiento en relación con Potrerillos.

Para la localización de Paipote, la Caja de Cré-dito Minero, Cacremi,3 tomó en cuenta la posi-ción equidistante de la fundición con los yaci-mientos de la pequeña y mediana minería, que se encontraban entre Antofagasta y Coquimbo, cuya materia prima era negociada por las agen-cias de compra de minerales administradas por Cacremi. De esta manera, mediante la construc-ción de Paipote, el gobierno de González Videla consiguió que la minería del cobre pasara a ser la principal actividad productiva de la región de Atacama, mejorando las condiciones económi-cas y sociales de la pequeña y mediana minería del cobre en Chile.

1 Svetozar Goic fue alumno de los precursores del urbanismo moderno, entre otros Oyarzún Philippi, Roberto Dávila, Arace-na, Ulriksen, Muñoz Maluschka, Gebhard, que ingresaron como profesores a la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Chile después de la Reforma de 1946.

2 González Videla formuló un plan de industrialización nacional basado en cuatro emprendimientos industriales básicos que fueron la generación de energía (Endesa, 1944), la producción del acero (CAP, 1946), los combustibles (Enap, 1950) y la fundi-ción Paipote (1952), a partir de los cuales se zonificó el país de acuerdo a sus recursos naturales y energéticos.

3 En estas agencias se recibía y almacenaba el mineral antes de ser trasladado por ferrocarril hasta la fundición de Paipote, para obtener como producto final el cobre blíster en lingo-tes (99,3% de cobre). La producción era transportada hasta el puerto de Caldera, ubicado a 70 kilómetros al oeste de Copia-pó, donde se exportaba a los mercados internacionales.

La Fundición Nacional Paipote fue fundada por el Estado de Chile en 1952, durante la presidencia de Gabriel González Videla (1946-1952) en una compleja operación que incluyó a Corfo, Cacremi y Sonami. Está localizado a 800 kilómetros al norte de Santiago, en la Región de Atacama, entre los paralelos 27 y 28º, a 74 kilómetros del puerto de Caldera y a 400 msnm, en el límite sur del desierto de Atacama. Forma actualmente parte de la Enami, Empresa Nacional de Minería.

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El papel modernizador propuesto por el Estado,4 vinculó el company town con los pos-tulados sociales promovidos por los gobiernos radicales, sintetizados en los lemas “Gobernar es educar” y “Pan, techo y abrigo”. En este sen-tido, Paipote contribuyó con los procesos de in-dustrialización nacional y desarrollo social me-diante una propuesta urbana, residencial y de equipamiento a la manera de un company town a la chilena, en el cual el Estado reunió las ante-riores experiencias en la fundación de asenta-mientos para la minería del salitre5 y el cobre6 con su aporte al urbanismo y arquitectura en Chile, durante el periodo de industrialización nacional de los años cincuenta.

El company town a la chilena consiguió esta-blecer un núcleo de progreso social por medio de un diseño urbano y arquitectónico que re-sulta de la integración de las funciones urba-nas con el ambiente natural y los tipos estruc-turales. El trazado urbano fue inscrito en un polígono que no sobrepasa los 600 metros de distancia entre un punto y otro, para potenciar una circulación preferentemente peatonal. Se adaptó a la topografía del árido paisaje median-te la extensión de avenidas que delimitaron al campamento y se proyectaron hasta la chime-nea de la fundición, el cerro de arena, la agencia de compra de minerales y la zona industrial. El conjunto fue plantado con numerosas especies

4 El papel modernizador del Estado queda en evidencia con la creación de la Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales (1937) y la Sociedad Constructora de Estable-cimientos Hospitalarios (1945), a la que se suma el plan re-gulador de Concepción y Huachipato (1946) y el Plan Serena (1947).

5 Véase Eugenio Garcés Feliú, Las ciudades del salitre.6 Al respecto véase Las ciudades del cobre.

Casa tipo B, del arquitecto Goic, con bow-window.

Vista de la chimenea desde el campamento.

Fachada de la escuela.

Posta de primeros auxilios.

Arboleda de la calle principal.

Desde sus inicios la fundición contó con un desvío ferroviario, que con sus diversos ramales alcanzaba un desarrollo de 6.700 metros, que empalmaban la red de la Empresa de los Ferrocarriles del Estado con las distintas dependencias de la fundición. Fotos: Archivo Enami.

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arbóreas que demarcaban los recorridos e in-corporaban vegetación al entorno desértico.

Goic situó la zona industrial al noreste del campamento, para evitar el paso de los gases provenientes de la chimenea por sobre la zona residencial. En 1950 se inició el montaje de las estructuras metálicas para las naves industria-les, ubicadas en dirección sur a norte e interco-nectadas mediante correas mecanizadas para el transporte del mineral. Fueron prefabricadas en Estados Unidos por la compañía Allis Chalmers, ensambladas sobre plataformas de hormigón armado7 y revestidas en plancha galvesto, con-siguiendo unas instalaciones de última tecno-logía, a cuyo éxito concurrieron tanto el diseño de los ingenieros estadounidenses como los ajustes y rectificaciones que incorporó la in-geniería chilena.8 La electricidad fue provista por Endesa hasta la construcción de una planta propia. Actualmente Paipote posee una capa-cidad instalada de 300 mil toneladas métricas finas por año. El residuo ácido de la fundición es expulsado por la chimenea de concreto de 70 metros de altura, como testimonio del proceso de industrialización nacional “con chimenea”. El precio, sin embargo, ha sido alto, ya que por años se contaminó el aire de gran parte del valle del río Copiapó, situación que fue mitigada con la construcción de una planta de ácidos el año 1971 que recibió sucesivas ampliaciones en las décadas siguientes, así como con la aplicación del Plan de Descontaminación del año 1995.

El trazado originó la formación de paños urbanizados irregulares, que dejó espacios re-siduales hacia el centro del terreno, configuran-do lugares muy apreciados por los niños que jugaban al fútbol en el tierral durante el día. En cada lote de terreno se edificaron los diferentes tipos de vivienda así como los edificios de equi-pamiento. Para los efectos del diseño arquitec-tónico, Goic recurrió como imagen de progreso a elementos formales modernos, incluidos un variado repertorio de volúmenes simples con techos aparentemente planos, pilares cilíndri-cos exentos, ventanas corridas originadas en-

7 Se utilizó cemento producido en la cementera Juan Soldado de La Serena y acero de la Siderúrgica de Huachipato.

8 Al respecto, véase Juan O’Brien, op. cit. cap. VII.

tre las texturas horizontales de los muros, ven-tanas ojo de buey, formas curvas y aplicación de murales, de acuerdo con un lenguaje arqui-tectónico que se había materializado anterior-mente en distintos puntos del país.9

Las viviendas para empleados y obreros fue-ron construidas entre 1950 y 1953. Todas ellas están zonificadas en área de estar y comedor, cocina, baño y dormitorios. De especial interés son los ventanales en esquina de las áreas de estar, tipo bow-window, en las casas de mayor tamaño.

Frente a la plaza fueron ubicados edificios de equipamiento tales como la escuela, la iglesia, la pulpería, el correo y el policlínico; en la Av. González Videla, el casino hogar de obreros y el de empleados. La escuela está zonificada simé-tricamente a partir de un cuerpo central des-plazado hacia la plaza, a partir del cual se adi-cionaron las salas de clase, protegidas del sol de la mañana por una gran parrilla de madera. La iglesia fue ubicada frente a la plaza, donde se destaca el campanario en forma de cruz y la nave construida con marcos de hormigón ar-mado de una altura de siete metros, con techo a dos aguas.

El casino hogar de obreros es notable por la forma del acceso al edificio, en parábola de cin-co metros de altura, construida en hormigón armado. El casino hogar de empleados está ubi-cado en la misma avenida que el casino hogar de obreros, con un programa destinado a los empleados solteros. En la fachada del acceso se ejecutó un gran mural que promueve la indus-trialización tomando como motivo a la propia fundición, con la chimenea y el humo sobre los cerros. La pulpería marca el punto de acceso al centro de Paipote. Su arquitectura se destaca por el elemento semicircular, con ventana co-rrida, enfrentando la plaza. Todos los elemen-tos del programa así como las formas arquitec-tónicas y las estructuras resistentes reflejan en plenitud la búsqueda de ese espíritu de la época que caracterizó al ideario de la arquitectura de los años cincuenta en Chile.

9 El estilo moderno había sido utilizado frecuentemente en obras públicas, conjuntos de viviendas y casas construidas en los barrios de Providencia y Ñuñoa de la ciudad de Santiago.

La integración de servicios y equipamientos contempla la satisfacción de las diversas necesidades del poblado industrial, tanto de carácter funcional, cultural, como asimismo las relacionadas con las de naturaleza espiritual de sus habitantes. Foto: Archivo Enami.

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El sAlVAdor, NEw CoMpANy towN.ANdEs MININg CoppEr CoMpANy, 1959

El Salvador fue fundado como una nueva ciudad industrial para cumplir funciones resi-denciales y laborales en complemento con la planta industrial de Potrerillos. El arquitecto estadounidense Raymond Olson, de la empresa Anaconda-Jurden Associates, Inc., responsable del proyecto El Salvador,1 diseñó un conjunto de 1.200 viviendas y equipamientos, para alojar a 6.500 personas en ocho hectáreas de terreno, con una superficie edificada sobre los 40.000 m2. El beneficio del mineral de cobre se efectúa en Potrerillos y su traslado se realiza mediante el ferrocarril que la une con el puerto de Barquito. El transporte del personal se resuelve mediante una red de carreteras que comunica con la mina y sus instalaciones, incluyendo Potrerillos, ade-más de una carretera de 120 kilómetros que co-necta con la carretera 5 Norte (Panamericana), Chañaral y Barquito. Además se dotó a la ciudad con un aeropuerto, situado a 30 kilómetros de distancia, y con el estadio de fútbol El Cobre (1979-1980), proyectado por los arquitectos chilenos Recordón y Sartoris.

Olson propuso un campamento modelo que incorporó conceptos de good living, health and recreation (bienestar, salud y recreación) según la memoria del proyecto,2 de acuerdo con algu-nos de los temas planteados por el Team 10 y las primeras New Towns.3 Olson reconoce, en primer lugar, la forma del anfiteatro geográfico en que se situó el asentamiento, con el cerro de la Cruz como resguardo frente a la vastedad geográfica, integrándolo como elemento de re-ferencia desde el campamento, contenido en unos límites urbanos muy definidos, que queda

1 El proyecto se le ha adjudicado erróneamente al conocido ar-quitecto brasileño Oscar Niemayer.

2 La memoria del proyecto El Salvador fue publicada en la revista Engineering and Mining Association Journal (1958).

3 El Team X nace como respuesta a los Congresos Internaciona-les de Arquitectura Moderna (CIAM), con el propósito de re-cuperar los valores propios de la modernidad a partir de una concepción más integradora de los lugares y los modos en los que las relaciones sociales se producen. Desde 1950 la expan-sión urbana en Inglaterra y otros países europeos recibió un nuevo impulso con la construcción de las new towns, para la reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial.

El Salvador fue fundada por la Andes Mining Copper Company, en 1959, durante la presidencia de Jorge Alessandri (1958-1964). Está localizado a unos 1.100 kilómetros al norte de Santiago, en la Región de Atacama, a 32 kilómetros al norte de Potrerillos y a 2.300 msnm en la zona sur del desierto de Atacama. Forma actualmente parte de la división Salvador de Codelco.Vista aérea y planta del campamento (1959). Foto: Luis Ladrón de Guevara.

adecuadamente encajado en el impresionante escenario natural. A partir de ello, el arquitec-to planteó un diseño semicircular, recordando la forma de un casco minero, conformado por anillos concéntricos a la plaza como foco de la composición, de manera que el paisaje urbano de El Salvador fuese controlado en su interio-ridad por calles semicirculares, de perspectivas cortas, hacia las cuales se van presentando las fachadas de las viviendas, para evitar la unifor-

midad del conjunto y la fuga de la visión hacia el despoblado desierto, tal y como se presenta en otros campamentos organizados por el tra-zado en damero, en los cuales las perspectivas de las calles rectas se pierden en lontananza.

Por otra parte, Olson propuso que El Salva-dor debía ser una comunidad peatonal, con los equipamientos situados a una distancia fácil de caminar desde todas las viviendas, con espacios de recreación localizados en áreas próximas a

los vecindarios y distribuidas de manera uni-forme en el área urbana. Proyectó las escuelas lejos de las áreas de mayor tráfico, para seguri-dad de los niños que se desplazan a pie desde y hacia ellas, como es el caso de la escuela La Mina (1959), proyectada en el encuentro del se-micírculo externo con el eje principal, comple-mentada por otro establecimiento educacional en el barrio americano. A su vez, situó al hospi-tal próximo de las áreas residenciales, entre el

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semicírculo del campamento obrero y la exten-sión del barrio americano.

El núcleo principal de equipamientos fue construido en torno de la plaza central, que in-cluía la iglesia católica, el club social de emplea-dos, el cine Inca, oficinas públicas, bancos, res-taurantes y áreas comerciales. Los numerosos espacios públicos y edificios de equipamien-to materializaron un programa de ingeniería social,4 que incluyó beneficios de atención mé-dica y hospitalaria, la educación, la recreación, las prácticas deportivas y, en general, diversos estímulos para el desarrollo armónico de la vida social y familiar. El cuidado que puso Olson en el diseño de El Salvador queda en evidencia por el hecho que seleccionó hasta diez diferentes colores pastel, armónicos entre sí, para la pintu-ra del conjunto urbano, evitando la monotonía y cuidando de pintar los techos de un blanco brillante para reflejar el calor

En relación con las viviendas, Olson diseñó casas unifamiliares pareadas, de dos pisos, in-cluidos diferentes modelos de tres y cuatro habitaciones, con estructuras en hormigón ar-mado y cerramientos en bloques de hormigón estucados y pintados. Al plan inicial de 1958

4 Concepto planteado por Margaret Crawford en “The ‘new’ company town”, Perspecta, 30, 1999.

corresponden 280 viviendas de 100 m2, con un programa que incluyó estar-comedor, cocina y dormitorio principal, en el primer piso, y dos o tres dormitorios y baño, en el segundo. El plan de 1970 agregó un segundo grupo, de 144 vi-viendas unifamiliares pareadas, de un piso, con tres dormitorios, estar-comedor, baño, cocina y lavadero. Entre 1975 y 1976 se llevó adelante un tercer plan de desarrollo, con 180 viviendas de 90 m2, doblemente pareadas en agrupacio-nes de cuatro unidades, con estar-comedor, cocina, tres dormitorios y baño, ordenados en torno a dos patios. En 1988 se construyeron nuevas viviendas, aisladas, de un piso, con es-tar-comedor, dos dormitorios, cocina y baño. A su vez, el barrio americano contó con tres distintos tipos de bungalows, todos ellos con un amplio programa de recintos, que incluían cuatro dormitorios, estar, comedor y servicios. Con el paso del tiempo, la vitalidad de los usos urbanos ha ido demandando nuevos terrenos en el área central. A su vez, ha sido necesario in-corporar un mayor número de trabajadores, lo que ha elevado los habitantes del asentamiento a cerca de 15 mil personas, con el consiguiente aumento de equipamientos y viviendas.

A medio siglo de su construcción, El Salva-dor es un asentamiento complejo, con número de habitantes, viviendas, equipamientos e in-fraestructura como para ser considerada una ciudad en pleno derecho, edificada según un proyecto que como hemos visto, aseguró los mejores estándares funcionales y constructi-vos. Sin embargo, su cierre ha sido programado por Codelco para el año 2011. Esta situación re-salta una vez más la condición puramente fun-cional de estos asentamientos, cuya vida útil está vinculada estrechamente con el horizonte de explotación de los recursos mineros. Ahora bien y considerando la gran calidad que posee el asentamiento y el importante rol que ha ju-gado y juega actualmente en la ocupación del territorio en la región de Atacama, es indispen-sable analizar, proyectar y generar una variada gama de estrategias para la reutilización de El Salvador según nuevos usos y actividades, com-plementarios y alternativos con los de la mine-ría del cobre.

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Bienestar, salud y recreación fueron conceptos clave en la planificación de El Salvador, ciudad minera asentada en forma de anfiteatro en la inerte vastedad del desierto. Foto: Jack Ceitelis.

Paisaje urbano, tradición y modernidad, 1960. Foto: Archivo Enami.

Page 32: Chile Minero - Parte 2

En una sala baja y estrecha, el capataz de turno, sentado en su mesa de trabajo y teniendo delante de sí un gran registro abierto, vigila-ba la bajada de los obreros en aquella fría mañana de invierno. Por el hueco de la puerta se veía el ascensor aguardando su carga humana que, una vez completa, desaparecía con él, callada y rápida, por la húmeda abertura del pique.

Los mineros llegaban en pequeños grupos, y mien-tras descolgaban de los ganchos adheridos a las pare-des sus lámparas, ya encendidas, el escribiente fijaba en ellos una ojeada penetrante, trazando con el lápiz una corta raya al margen de cada nombre. De pron-to, dirigiéndose a dos trabajadores que iban presurosos hacia la puerta de salida los detuvo con un ademán, diciéndoles:

–Quédense ustedes. Los obreros se volvieron sorprendidos y una vaga

inquietud se puntó en sus pálidos rostros. El más joven, muchacho de veinte años escasos, pecoso, con una abundante cabellera rojiza, a la que debía el apodo de Cabeza de Cobre, con que todo el mundo lo designa-ba, era de baja estatura, fuerte y robusto. El otro más alto, un tanto flaco y huesudo, era ya viejo de aspecto endeble y achacoso.

Ambos con la mano derecha sostenían la lámpara y con la izquierda su manojo de pequeños trozos de cor-del en cuyas extremidades había atados un botón o una cuenta de vidrio de distintas formas y colores; eran los tantos o señales que los barreteros sujetan dentro de las carretillas de carbón para indicar arriba su procedencia.

[...]

El obrero insistió:–Aceptamos el trabajo que se nos dé, seremos torneros, apuntaladores, lo que usted quiera.

El capataz movía la cabeza negativamente. –Ya lo he dicho, hay gente de sobra y si los pedidos

de carbón no aumentan, habrá que disminuir también la explotación en algunas otras vetas.

Una amarga e irónica sonrisa contrajo los labios del minero, y exclamó:

–Sea usted franco, don Pedro, y díganos de una vez que quiere obligarnos a que vayamos a trabajar al Chi-flón del Diablo.

el C h i f l ó n d e l d i a b l o

(e x t r a C t o s)

Baldomero L i l l o

Antes que el cine o que la televisión, la novela social chilena reveló a través de la pluma de sus grandes autores, la realidad oculta del Chile de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. El Chiflón del Diablo, que integra el volumen de cuentos Sub-Sole, está ambientado en las minas de carbón, probablemente en la región de Lota, Coronel o Lebu. La tragedia que narra el autor transcurre entre los años 1890-1900 y durante un crudo invierno, justo cuando las lluvias eran más intensas y “las puertas y ventanas se abrían y cerraban con estrépito, impulsadas por el viento”.

Foto: Museo Histórico Nacional.

extraCtos literarios y

glosario de la pequeña minería

El chiflón del diablo

Llampo de sangre

Quebrada, las cordilleras en andas

Glosario minero

161extraCtos literarios y glosario de la pequeña minería

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162 extraCtos literarios y glosario de la pequeña minería162 163extraCtos literarios y glosario de la pequeña minería 163

Escenas de la película Sub Terra del director Marcelo Ferrari, estrenada en 2003, inspirada en el libro Sub Terra de Baldomero Lillo, publicado en 1904.Fotos del libro Sub Terra, Guiones Cinematográficos Chilenos, Universidad Mayor / Ocho Libros, 2008.

De improviso el llanto de las mujeres cesó: un campanazo

seguido de otros tres resonaron lentos y vibrantes: era la señal de izar. Un estremecimiento agitó

la muchedumbre, que siguió con avidez las oscilaciones del cable que

subía, en cuya extremidad estaba la terrible incógnita que todos ansiaban y temían descifrar.

Un silencio lúgubre interrumpido apenas por uno que otro sollozo reinaba en la

plataforma, y el aullido lejano se esparcía en la llanura y volaba por los aires, hiriendo los corazones

como un presagio de muerte.

Algunos instantes pasaron, y de pron-to la gran argolla de hierro que corona la jaula asomó por sobre el brocal. El ascensor se balanceó un momento y luego se detuvo por los ganchos del reborde superior.

Dentro de él algunos obreros con las cabezas des-cubiertas rodeaban una carretilla negra de barro y polvo de carbón.

Un clamoreo inmenso saludó la aparición del fúnebre carro, la multitud se arremolinó y su loca desesperación dificultaba enormemente la extracción de los cadáveres. El primero que se presentó a las ávi-das miradas de la turba estaba forrado en mantas y sólo dejaba ver los pies descalzos, rígidos y mancha-dos de lodo. El segundo que siguió inmediatamente al anterior tenía la cabeza desnuda: era un viejo de barba y cabellos grises.

El tercero y último apareció a su vez. Por entre los pliegues de la tela que lo envolvía asomaban algunos mechones de pelos rojos que lanzaban a la luz del sol un reflejo de cobre recién fundido. Varias voces profi-rieron con espanto:

–¡El Cabeza de Cobre!

después estaban en la jaula, cayendo a plomo en las profundidades de la mina.

La galería del Chiflón del Diablo tenía una siniestra fama. Abierta para dar salida al mineral de un filón re-cién descubierto, se habían en un principio ejecutado los trabajos con el esmero requerido. Pero a medida que se ahondaba en la roca, ésta se tornaba porosa e inconsistente. Las filtraciones un tanto escasas al em-pezar habían ido en aumento, haciendo muy precaria la estabilidad de la techumbre que sólo se sostenía mediante sólidos revestimientos.

Una vez terminada la obra, como la inmensa can-tidad de maderas que había que emplear en los apun-talamientos aumentaba el costo del mineral de un modo considerable, se fue descuidando poco a poco esta parte esencialísima del trabajo. Se revestía siem-pre, sí, pero con flojedad, economizando todo lo que se podía.

Los resultados de este sistema no se dejaron es-perar. Continuamente había que extraer de allí a un contuso, un herido y también a veces algún muerto aplastado por un brusco desprendimiento de aquel te-cho falto de apoyo, y que, minado traidoramente por el agua, era una amenaza constante para las vidas de los obreros, quienes atemorizados por la frecuencia de los hundimientos empezaron a rehuir las tareas en el mortífero corredor.

Pero la Compañía venció muy luego su repugnan-cia con el cebo de unos cuantos centavos más en los salarios y la explotación de la nueva veta continuó.

Muy luego, sin embargo, el alza de los jornales fue suprimida sin que por esto se paralizasen las faenas, bastando para obtener este resultado el método pues-to en práctica por el capataz aquella mañana.

Muchas veces, a pesar de los capitales invertidos en esa sección de la mina, se había pensado en aban-donarla, pues el agua estropeaba en breve los reves-timientos que había que reforzar continuamente, y aunque esto se hacía en las partes sólo indispensables, el consumo de maderos resultaba siempre excesivo. Pero para desgracia de los mineros, la hulla extraída de allí era superior a la de los otros filones, y la carne del dócil y manso rebaño puesta en el platillo más leve, equilibraba la balanza, permitiéndole a la Com-pañía explotar sin interrupción el riquísimo venero, cuyos negros cristales guardaban a través de los siglos la irradiación de aquellos millones de soles que traza-ron su ruta celeste, desde el oriente al ocaso, allá en la infancia del planeta.

[...]

El empleado se irguió en la silla y protestó indig-nado:

–Aquí no se obliga a nadie. Así como ustedes son libres de rechazar el trabajo que no les agrade, la Compañía, por su parte, está en su derecho para to-mar las medidas que más convengan a sus intereses.

Durante aquella filípica, los obreros con los ojos bajos escuchaban en silencio y al ver su humilde con-tinente la voz del capataz se dulcificó.

–Pero, aunque las órdenes que tengo son termi-nantes –agregó–, quiero ayudarles a salir del paso. Hay en el Chiflón Nuevo o del Diablo, como ustedes lo llaman, dos vacantes de barreteros, pueden ocupar-las ahora mismo, pues mañana sería tarde.

Una mirada de inteligencia se cruzó entre los obreros. Conocían la táctica y sabían de antemano el resultado de aquella escaramuza: Por lo demás esta-ban ya resueltos a seguir su destino. No había medio de evadirse. Entre morir de hambre o morir aplasta-do por un derrumbe, era preferible lo último: tenía la ventaja de la rapidez. ¿Y dónde ir? El invierno, el implacable enemigo de los desamparados, como un acreedor que cae sobre los haberes del insolvente sin darle tregua ni esperas, había despojado a la naturale-za de todas sus galas. El rayo tibio del sol, el esmalta-do verdor de los campos, las alboradas de rosa y oro, el manto azul de los cielos, todo había sido arrebata-do por aquel Shylock inexorable que, llevando en la diestra su inmensa talega, iba recogiendo en ella los tesoros de color y luz que encontraba al paso sobre la faz de la tierra.

Las tormentas de viento y lluvia que convertían en torrentes los lánguidos arroyuelos, dejaban los cam-pos desolados y yermos. Las tierras bajas eran inmen-sos pantanos de aguas cenagosas, y en las colinas y en las laderas de los montes, los árboles sin hojas osten-taban bajo el cielo eternamente opaco la desnudez de sus ramas y de sus troncos.

En las chozas de los campesinos el hambre asoma-ba su pálida faz a través de los rostros de sus habitan-tes, quienes se veían obligados a llamar a las puertas de los talleres y de las fábricas en busca del pedazo de pan que les negaba el mustio suelo de las campiñas exhaustas.

Había, pues, que someterse a llenar los huecos que el fatídico corredor abría constantemente en sus filas de inermes desamparados, en perpetua lucha contra las adversidades de la suerte, abandonados de todos, y contra quienes toda injusticia e iniquidad estaba per-mitida.

El trato quedó hecho. Los obreros aceptaron sin poner objeciones el nuevo trabajo, y un momento

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164 extraCtos literarios y glosario de la pequeña minería164 165extraCtos literarios y glosario de la pequeña minería 165

Como si no aguardara más que esto, la yeta principal comenzó a estrecharse y las leyes de rendimiento ba-jaron de golpe a la mitad. Se desflocaba el metal en ra-majes, perdía consistencia, tomaba otros rumbos. Hubo que trabajar en piques y en estocadas de reconocimiento. La situación se mantuvo por unos cinco meses. Edward pensaba en un error que lo había desviado del rumbo principal de la yeta. Pero las exploraciones no revelaron nada. Entonces, de labios de algún viejo, cayó la conoci-da sentencia, hecha de previsión y de fatalismo:

–El oro es veleidoso, patrón.

[...]

Empujaron un carro metalero hasta la entrada de La Hilacha y allí se tendió míster Dick, sobre unas mantas que acolchaban la dureza del vehícu-lo. Empezó el ruido sordo de las ruedas por el socavón estrecho y húmedo. Adelante marchaba Don Pascua con una lámpara de carburo y bailaban las sombras alargan-do sus negros elásticos en las paredes relucientes.

Gotas de filtración caían desde lo alto, en lento y pausado lloro. Y había olor de cosa enmohecida, de áci-dos diluidos, de pólvora tal vez en el aire tenso como la piel de un tambor.

Más adelante, la galería se bifurcaba en estocadas la-terales con aspecto de nichos, y la luz se perdía en la negrura, como si aquellos huecos carecieran de fondo. Arriba estaban las maderas de luma, gelatinosas de hu-medad, algunas ya curvadas por el esfuerzo de sostener el techo de piedra.

Los hombres caminaban seguros, sorteando por ins-tinto las salientes de las paredes y un clup-clup de bo-totos fangosos, quebrado, a veces, por algún tropezón, acompasaba el rodar del carro.

Ninguno hablaba, y el trayecto se hacía monótono. Pero, al fin, un lamento musical, lastimero, parejo, vino a poblar el desierto ambiente. Era una cantinela rítmica, con algo de plegaria, de rito, de súplica, semejante a la queja que arrancaría un tormento gozoso.

La galería se ensanchó, dejando ver diversos huecos parecidos a caries monstruosas. Y en el fondo de estos huecos había hombres de torso desnudo, golpeando como máquinas con sus combos de doce libras.

–¡Eee-pa...! ¡Qué fue! ¡Eeeepa!... ¡Qué fue!El mazo caía sobre la broca que otro minero sujetaba

de rodillas o tendido de bruces, según en donde fuera la perforación. El fulgor del carburo ponía tintes rojos en la piel de los hombres. Brillaban los cuerpos y el sudor se estiraba por las espaldas en grandes ramajes sucios. Un

quejido para levantar el combo y otro para dejarlo caer:–¡Eeeepa!... ¡Qué fue!...

[...]

Míster Dick pulía las piedras con el roce amoroso de sus dedos, las sopesaba con deleite, las ponía a vivir en su anhelo de siglos. Muchas generaciones de mineros venían a disfrutar del roce ardiente del metal a través de esas manos sarmentosas. Y él alargaba la caricia, dándole nuevas formas, cual si el lenguaje de la piedra se le revelara en una clave de durezas, estrías y hendiduras. Los cuarzos, las piritas y espatos, las micas y los jaspes, las ágatas de tonos violentos, formaban un muestrario sobre sus piernas inútiles, y allí seguía apilando, ya no con afán de análisis, sino más bien por un deseo sensual de ahogar-se en colores y formas minerales. Al fin su busto era una estatua emergiendo de un áspero pedestal, y el fulgor del carburo tornaba más patente la semejanza, petrificando sus manos y su rostro en el cual solamente los ojos, sola-mente los ojos eran dos gotas puras de sentir humano.

–¿Vamos, padre?Mas, él estaba en su reino. Exigía, mandaba, rogaba.

Sumido en una especie de ebriedad, y ante una nueva piedra de color diferente o de peso mayor, reía con pe-queños chillidos de niño, palpándola un momento para dejarla después encima de las otras.

Llamó a todos los hombres que estaban trabajando y los hizo desfilar ante él, mirándoles el rostro, formulando alguna pregunta que su hijo repetía para que le entendie-ran y luego se quedaba serio en espera de la respuesta.

Los barreteros le miraban la esfera de oro que res-plandecía en su oreja, y entonces él contaba la historia una y otra vez, agitando sus manos cuando no podía en-contrar la palabra justa.

–Esto, una he-rencia... Mi padre... mis a-buelos...Todos... Es oro de... Aus-tralia... Richard lo trajo...

Richard... el bis-a-buelo... de mi abuelo. Siempre de los Russell... Es o-ro de Aus-tra-lia...

–¿Vamos, padre? Ya es hora de almorzar.Tuvieron que conducirlo con todo su muestrario,

pues deseaba ver bien cada bloque con una lupa y hacer que le sacaran “cola de oro”, como había visto hacer a su hijo.

Mientras el carro se alejaba, sentíase detrás el lamen-to de los hombres que habían reanudado la faena. La cantinela los seguía, pegada a los oídos, y aún afuera continuaba escuchándola.

¿Era el lamento de la piedra, el gemido del oro, la queja de la humanidad?

Pero ya en Edward Russell había prendido la fiebre del oro. Su temperamento positivo y directo rechazaba la superstición; mas, algo, allá en su fondo ignorado de sí mismo, quería darle cabida. La llegada providencial del minero Espinosa a Bolivia; la compa-ñía del arriero Florindo Bustamante; el hecho de que El Encanto hubiera sido descubierto justamente en el sitio que señalaban sus referencias... El ingeniero no podía apartar de su mente estas intervenciones ubicadas en un plano donde los cálculos no valían. Comenzaba recién a conocer mineros de verdad, regidos sólo por el signo de lo invisible. La silueta del Compadre Pelao estaba fija en su corazón y su ausencia le dolía como la de un hermano querido. Luego, ese viejo cascarrabias de don Bautista, que a raíz del fracaso había jurado morirse sembrando papas. Y tantos otros que recién le mostraban su verda-dero perfil y sus legítimas dimensiones. El oro, la riqueza en sí, no eran suficientes para mover tantas voluntades y tantos esfuerzos. Algo más había, que superaba toda pre-visión. Désele al minero la mejor yeta del mundo y siem-pre seguirá en pos de otras, porque el verdadero mineral que busca eludirá todo cateo. No está en los montes, ni en la tierra, ni en el agua: está en su propia sangre. Mues-tras, filones, colpas, llampos de sangre. Es una riqueza que ningún ser humano podrá medir jamás.

[...]

¿Qué tenía que ver él con el desfile de aventureros y fantaseadores que habían sido sus an-tepasados? Una esferilla de oro, ese era el símbolo de la locura. La lucía su padre en la oreja. Una esferilla hecha con oro de Australia. El primero en llevarla, había sido Richard, una especie de bucanero borracho y maldicien-te. Ahora resplandecía en el lóbulo de la oreja paterna, muy cerca de él, como la única cosa viviente, en ese rostro seco y ajado. “Será tuya cuando yo muera”, solía decirle el anciano. “Pero antes deberás convertirte en un legítimo minero”. Él, Edgard Russell, era, sin duda, más

minero que todo el montón de fanáticos que lo habían precedido. ¿No sabía, acaso, mejor que nadie cómo cre-cía y se desarrollaba el metal? ¿No había desmenuzado el proceso milenario de la tierra y le eran familiares to-das las capas geológicas determinadas por la ciencia? Su sabiduría no era de presentimientos, sino de exactas e inmutables comprobaciones.

Sin embargo, todo esto tambaleaba porque un arriero viejo lo había acompañado una noche, allá en unos mon-tes casi desconocidos...

[...]

En los primeros catorce meses de explo-tación, con medios rudimentarios, sin maquinaria casi, venciendo mil obstáculos, sobre todo en lo referente al acarreo del metal en bruto, la mina El Encanto produjo setecientos mil pesos de utilidad, descontando el valor de las herramientas y el pago de trabajadores.

Una tras otra, se descubrieron dos vetas más: “El Ful-minante” y “El Tonto”, cuyos nombres obedecían al he-cho de haberse encontrado la primera por la explosión fortuita de un fulminante, y a haber sido hallada la se-gunda por un minero apavado y silencioso que le cedió el apelativo con que lo conocían. El mineral, después de aquello, ganó en importancia y aumentó fabulosamente las esperanzas de los tres asociados.

Se contrataron ciento veinte hombres, entre apires, barreteros, muestreros, enmaderadores y personal se-cundario. Construcciones de tabla con techos de cala-mina comenzaron a levantarse para servir de camarotes. Se procedió a ensanchar el camino de mulas que bajaba hasta el valle y en la mitad del trayecto a Chancón al-záronse galpones para almacenar el metal. Todo fue pre-visto y resuelto por la mente precisa de Edward Russell, que concebía y ejecutaba sin dilaciones.

A los dos años de trabajo, estaban casi dominados los cerros y ya no quedaba sino entregarse de lleno a la producción.

“Désele al minero la mejor yeta del mundo y siempre seguirá en pos de otras, porque el verdadero mineral que busca eludirá todo cateo”

ll a m p o d e s a n g r e (e x t r a C t o s)

Oscar Cas t ro

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166 extraCtos literarios y glosario de la pequeña minería166 167extraCtos literarios y glosario de la pequeña minería 167

qu e b r a d a

l a s C o r d i l l e r a s e n a n d a s

(e x t r a C t o s)

Guada lupe San ta Cruz

Quebrada, las cordilleras en andas, de Guadalupe Santa Cruz (Orange, Estados Unidos, 1952), nos confronta a un relato situado y sitiado en las quebradas del norte chico y del norte grande, a una nueva manera de narrar el paisaje. Tránsito de una pasajera –diseminada en muchas– que escribe y graba en una matriz un viaje que descubre y redescubre los trazos de las hendiduras nortinas.

LOS NOMBRES En el cementerio antiguo de Los Choros están

enterrados los nombres Zoila, Araceli, Clarisa. Las fechas inscritas en las tumbas hablan de la juventud sorprendida en las mujeres. Dicen que muchas morían antes en parto.

En el cementerio nuevo está la Señora Vergara. Changa, dice el pueblo, se sabe que Vergara es apellido chango.

Ernestina Campusano asistió a su madre en el parto de un hermano, pero según la fecha de inscripción en el Registro Civil, Ernestina solo hubiera tenido entonces tres años. Se nacía en las casas y se inscribía el nombre y las fechas a destiempo, del modo en que se escucharan. Los hombres y los tinterillos de las municipalidades se concentraban más bien en inscribir las minas de oro, propiedades de minas recién descubiertas. Al azar eran descubiertas las minas, defecando en un cerro o probando una y otra vez, haciendo resbalar la tierra en una poruña, dice Isolina Ossandón.

PASAJERA V El desierto está lleno de ojos. Son ellos la memoria de

un lugar, agazapada en las distintas perspectivas. Cada mirada buscaba algo. Ese algo es el forado que veo en el paisaje, es lo que en él me vence.

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168 extraCtos literarios y glosario de la pequeña minería168 169extraCtos literarios y glosario de la pequeña minería 169

PASAJERA VI

En el Salar de Pedernales los lugares se mueven. Dormí en la sensación de encontrarse nuestro campamento fuera del recinto de Bórax, en los extramuros, y él sintió que dormía con la puerta de la carpa contra el paño de las ruinas.

El recinto donde nos guarecimos es en piedras de tiza rosada interrumpidas a ratos por bloques de roca negra. Custodia huesos de guanaco que aún llevan pelo en los extremos, clavos de la fábrica inglesa, pedernales que sacan chispa al entrechocarlos en la oscuridad de la noche y nombres grabados en el adobe de la franja superior de los muros. Nuestro piso es arena, no se encuentra pavimentado con piedras oscuras como la terraza más alta. En esta lontananza han llorado los niños, por ella, no por la riña.

Soñé los flamencos que no hemos visto. El primer plano que abarcaba el cuadro de mi sueño eran las patas,

patas de flamenco rosadas y vivas. El zoom se centraba en la articulación de los huesos de sus patas en movimiento, distantes de los huesos de guanacos muertos esparcidos por la arena. Juvenal Santibáñez le tenía nombre, en Canto del Agua, a la calavera del burro que había sido suyo y la consignaba entre las piezas de museo que amontonaba en su predio. La calavera del guanaco es anónima aquí, contra el muro del recinto principal de Bórax en Pedernales. Salí de la carpa en plena noche, había olor a orina y escuchaba pasos de animales a lo lejos. El cielo no estaba hondo, las estrellas brillaban con dificultad en aquella bóveda de negro pálido como una acuatinta que no fue mordida suficiente tiempo por el ácido. En ese cielo bajo e irregular vi, vi las zonas oscuras que envolvían algunas estrellas, vi que formaban formas en el revés de las estrellas, formas a las que no di formas. No quise buscar a la llama amamantando a sus crías, ni su leche, ni la vía láctea. Desdeñé la palabra “yakana”, me asustó hallarme tan lejos con un cielo poco ancho.

LOS ARNEROS Los arneros son una herramienta del ojo rastreador,

contraria al embudo que solo mira y trabaja de modo vertical, de una vez. El Norte ha vivido de los arneros tamizando el paisaje, agitando, acariciando voraz y desesperado la textura de las tierras. El arnero es un foco. Cada mirada le concede los ojos que precisa, el colador de su suerte. Harina, áridos, oro. Cobre, carbón. Cedazos para el maíz, mallas y enjuncados contra el sol. Mapas que ciernen lo infranqueable de una zona, cartas que hacen de los senderos una trama. En el Norte el deseo de los arneros es sacarle el jugo a la aparente secura de las cosas.

LOS DESLINDES En terreno yermo salta a la vista un límite. Los cercos

parecen irrisorios y, por ello, inquietan. Se turba la vista y se aloja de inmediato allí, en el espacio delimitado. En lo que contiene un cerco de cactos, en lo que encierra una pirca, en la zona que guarece una línea de piedras blancas, un suelo barrido, los churques que despuntan del muro –hirsutas ramas incrustadas en el adobe y clavándose en el cielo–, las calaminas de zinc, las hileras de chañar. Un vagón de tren como muro, una escultura en troncos de copao como gallinero. El ojo se vuelve turbio porque nada se enmaleza, la nitidez rasguña, pregunta. Una imagen golpea y persiste en su inmovilidad como pueden insistir las imágenes en algún soliloquio del paisaje. Corral para atajar los animales. Pirca para ahuyentar a los animales. Piedras arrejuntadas, acurrucadas contra la vastedad. Tambo, cementerio, plaza, arena para espantar la confusión de las piedras y sus signos encontrados. Predios verdes dibujados por el riego, por el líquido en los pozos, por el afloramiento de aguas en los oasis. Manchón de los humedales, manantiales que oscurecen el verde de las verdes vegas, el amarillento verde de los bofedales, manchas de moho. Fronteras apenas que hacen de su recinto un espacio plumeado por la historia, una y otra vez, ahí, donde el ojo se clava. Atalayas levantadas a poca altura desde donde se hablan los confines que surgen y mueren en esa palabra, miradores tal vez, muros divisorios que se cifran en lenguaje. La saliva deslinda y es enorme su orilla. Las letras retienen.

Foto: Museo Histórico Nacional.

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Cachorro: Tiro de pequeña longitud que se perfora en roca de tamaño mayor que el deseado y que mediante la introducción del explosivo se quiebran, disminuyendo su tamaño.

Cachucho: Estanque disolvedor, cuadrangular, para lixiviar el caliche por medio del vapor.

Cangallo: Elemento que se introduce en el ano del chucuyero que le permite robar mineral.

Cantina: Persona que prepara y entrega la alimentación a los mineros.

Capacho: Elemento que lleva el mineral en la espalda del apir.

Caserón: Excavación en roca que queda una vez finalizada la explotación de un sector de la mina.

Castigo: Variación negativa en el precio del mineral por el alto contenido de impurezas.

Cigüeña: Sistema de levante manual, con un mecanismo de engranajes que permite realizar la operación de levante de una mayor cantidad de carga con un menor esfuerzo físico.

Culo: Cavidad que queda al final de un tiro explosado.

Cuqui: Persona que prepara la alimentación a los mineros.

Chicago: Sistema de acoplamiento de mangueras de perforación.

Chimenea: Excavación en roca cercana a la vertical con una geometría tal que sirve de apoyo para diferentes usos (ventilación, accesos, traspasos, etc.).

Chucuya: Mineral de alta ley que es hurtado.

Chucuyero: Se dice del que hurta minerales.

Chute: Elemento que dirige la descarga de materiales (mineral o roca) a algún sistema de transporte o de traspaso.

Derrotero: Nombre que se da a la noticia sobre una mina que solamente se conoce por leyenda y se trata de descubrir.

Desmonte: Acopio de minerales de baja ley o roca, en superficie.

Despinte: Mineral sulfurado de ley intermedia, sobre el cual se decide si es de concentración o fusión directa.

Disfrute: Acopios de mineral de baja ley, que se deja al interior de las minas, normalmente como relleno de caserones.

Estéril: Roca, material sin ley.

Estocada: Labor horizontal que generalmente se construye para guardar equipos/ maquinarias; o para una bodega de materiales; o para un refugio de incendios; o para un polvorín diario; o cuando se ha producido una discontinuidad en la mineralización y se continúa en otro frente.

Frente: Lugar donde trabaja el barretero explotando una veta.

Frontón: Galería que parte desde el depósito de metales en distintas direcciones. A veces uno corre sobre otro a distancias proporcionales.

Galería: Túnel horizontal al interior de una mina subterránea.

Gancho: Compañero de trabajo.

Ganga: Material inútil, estéril, que acompaña a los minerales.

Guagua: Máquina perforadora liviana de accionamiento neumático (aire comprimido).

Guarén: Persona nueva en la mina.

Hoja madre: Término que designa a los ánodos de cobre obtenidos tras la refinación a fuego, que luego son sometidos a refinación electrolítica.

Jaula: Ascensor que se usa para subir o bajar a la mina subterránea.

Labor: Nombre general para todos los trabajos mineros, tales como socavón, túnel, pique, chimenea, banco, subnivel, estocada, buitra.

Lentes: Cuerpo con forma de lentejas que tiene gran profundidad.

Loro: Persona (loro vivo) o letrero dispuesto para impedir acceso al sector donde se cargan tiros.

Llauca: Herramienta hechiza de barrenas en desuso que sirve para acuñar.

Llampo: Material fino acumulado y consolidado por la acción del tiempo.

Manto: Veta de mineral delgada y horizontal.

Marina: Material (mineral o roca) resultante de una tronadura.

Mena: Mineral metalífero tal como se extrae del yacimiento.

Mineral: Masa sólida natural que está definida por fórmula química.

Oficial: Ayudante.

Paisa: Compañero de trabajo.

Pallar: Selección de mineral a mano, con la cual se obtienen productos como la pinta, el despinte y el cola de mono.

Panteón: Producto vendido que no cumple con la calidad exigida por el poder de compra.

Pato: Pequeño tanque almacenador del lubricante de las máquinas perforadoras.

Perforista: Persona que trabaja realizando los tiros y que realiza las tronaduras.

Pella: Amalgama producto de moler minerales de oro en conjunto con trazas de mercurio.

Pinta: Mineral sulfurado de alta ley para fusión directa.

Pique: Agujero vertical que conduce al centro de una mina.

Pirquén: Punto o lugar de trabajo de los pirquineros.

Pirquinero: Industrial minero o minero que trabaja en forma independiente y a baja escala en la explotación de minas.

Polvorazo: Actividad del explosivo que se ha introducido en los tiros o taladros después del barrenado.

Foto: Museo Histórico Nacional.

Foto: Caja de Crédito Minero, 1938. Archivo Enami.

Accesos: Labores de importancia que se usan generalmente para el transporte/ movimiento de personal, equipos. Los accesos generalmente están constituidos por labores como rampas, chiflones y chimeneas (inclinadas o verticales).

Acuñar: Desprender de una labor el material de la misma que se encuentre suelto o en peligro de caer.

Alistador: Empleado encargado de llevar los libros en que se anotan los salarios ganados por los operarios de las minas.

Anta: Nombre que los quechuas daban al cobre.

Apir: Trabajador que transporta el mineral en su espalda.

Aprovechamiento: Concesión de una mina por una cantidad determinada de días.

Atierro: Derrumbe que inhabilita la mina para todo trabajo posterior.

Azogue: Mercurio para obtener la pella.

Balde: Elemento de levante del sistema de extracción vertical, capaz de contener materiales, sean estos minerales; roca; herramientas, etc.

Barrenado: Es la acción que ejecuta el perforista para preparar los tiros (hoyos).

Barretero: Trabajador de las minas que con un barreno y un combo abría orificios que se llenaban de pólvora, que al estallar soltaba los minerales de la roca.

Batería: Serie de cachuchos, calderos, acumuladores, etc., que forman un ciclo completo de trabajo y constituyen la dotación de una oficina.

Bronces: Mineral con contenido de calcopirita.

Broza: Desecho después de chancar el mineral.

Buitra: Hoyo abierto en el piso para vaciar el mineral de un nivel a otro.

Buzón: Construcción/instalación de una estructura (cajón de compuerta) debajo de la buitra que permite controlar el flujo (cantidad) de mineral en el carguío de carros.

gl o s a r i o m i n e r o

Las singulares y duras condiciones laborales de los mineros, su aislamiento y contacto periódico con la vida y la muerte han sido, en todas las épocas, el caldo de cultivo para el desarrollo de un prodigioso léxico que ha llegado a impregnar nuestro propio idioma.

171extraCtos literarios y glosario de la pequeña mineríaextraCtos literarios y glosario de la pequeña minería170

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172 extraCtos literarios y glosario de la pequeña minería172 173ENAMI EN lA hIstorIA dE lA pEquEñA y MEdIANA MINEríA EN ChIlE

Reventón: Puntos sobresalientes o afloramientos más elevados de yacimientos de minerales encapados o aterrados por los vientos, sismos o arrastres fluviales.

Roca: Masa sólida natural que se puede definir mediante fórmula química.

Saca: Material estéril o mineralizado que se produce después de un polvorazo.

Socavón: Excavación en roca con una sola entrada desde superficie, de una baja pendiente y una geometría tal que permite el libre tránsito de personal y/o maquinaria.

Subnivel: Labor que permite accesar a otros lugares mineralizados y que puede quedar sobre o debajo de la labor principal.

Tarifa: Precio de venta del mineral.

Testigo: Muestra.

Tiros/taladros: Orificios que se hacen en frente de trabajo con brocas y máquinas perforadoras.

Tocho: Lingote de cobre.

Torno: Sistema de levante manual, de poca carga y alto esfuerzo físico.

Trapiche: Molino chileno para pulverizar minerales.

Tronadura: Explosión del explosivo contenido en uno o más tiros, para quebrar mineral o roca o realizar una excavación en roca o mineral.

Túnel: Excavación en roca con dos entradas desde superficie y una geometría y pendiente tal que permite el libre tránsito de personal y/o maquinaria.

Veta: Faja de minerales en la mina.

Yacimiento: Lugar donde en forma natural se ha concentrado una gran cantidad mineral.

Yaco: Herramienta que contiene el inserto para barrenar un tiro.

Yunta: Compañero de trabajo más cercano.

Foto: Museo Histórico Nacional.

Poruña: Aparato de forma cóncava usado por los mineros para reconocer el oro en agua. También usado para botar el sudor.

Premio: Variación positiva de la venta de mineral por el bajo contenido de impurezas.

Pulpería: Comercio donde los mineros compraban diversos productos, como alimentos o materiales.

Quemada: Explosión del explosivo contenido en uno o más tiros, para quebrar mineral o roca o realizar una excavación en roca o mineral.

Quiebra: Operación de desprender la veta del cerro.

Rainura: Primeros tiros que conforman una excavación en roca o mineral, de la cual se requiere una cierta geometría final.

Foto: Nicolás Piwonka